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En el Evangelio de hoy nos encontramos con una escena sencilla, pero

majestuosa: dos mujeres se encuentran y celebran un acontecimiento


sumamente feliz en sus vidas: ambas están embarazadas. No solo ellas están
felices; también se hace presente San Juan Bautista lleno de gozo en el seno de
su mamá Isabel. Se trata de una de las pinturas más llenas de vida del
Evangelio, no solo por lo que se celebra, sino por las palabras que la
describen: “saltó de gozo”, “feliz o dichosa” (según la traducción), “bendita”,
“llena del Espíritu Santo”. En fin. La escena no podría tener más imágenes
que expresen con más claridad la plenitud y felicidad de la vida. Ambas
mujeres sencillas celebran que Dios ha hecho grandes cosas en sus pobrezas:
en María, desde su humilde condición y en Isabel, con respecto a su
esterilidad. Ambas mujeres celebran que Dios se manifiesta en la vida de los
pobres: el Reino de Dios se gesta en lo cotidiano. La vida plena prometida por
Jesús (Jn 10, 10) se pronuncia en este breve pasaje de la visitación.
Esa vida presente en este breve pasaje, por cierto, no es prometida solo para
María e Isabel. No está encriptada en un pasado lejano, sino que es también
para vos. Isabel enuncia con contundencia que María es dichosa por haber
creído. De esta fe surgen los frutos de plenitud, gozo, alabanza, presencia del
Espíritu Santo que se describen en este pasaje. No solo esto, sino que de esta
fe sencilla también emerge salir de nosotros para visitar y acompañar a los
demás como lo hace María con Isabel. ¡Qué hermoso! La fe es la llave…
Y, además, todo esto sucede sencillamente a partir del saludo de María. Una
acción que parece no tener importancia y que infunde de manera inmediata,
gozo y presencia del Espíritu Santo no solo en Isabel, sino también en su bebé.
¿Estamos siendo portadores o portadoras, estamos contagiando, como María,
la salvación a los demás? ¿Qué transmite nuestro saludo?
Hoy nos vamos a proponer una pequeña tarea espiritual: vamos a pedirle al
Señor que nos muestre su actuar en alguna situación que nos preocupa, nos
desconcierta nos da tristeza y también nos vamos a proponer saludar a los
demás con paz, alegría y bendición, como lo hizo María con Isabel.
¡Bendito vos y bendita vos porque creés en las promesas del Señor!

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