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Contenido
1 Introducción
Palabras clave: nación, proyecto unionista, Nueva Granada, partidos políticos, siglo XIX, derechos de la ciudadanía.
1. Introducción
La historia de Colombia del siglo XIX está atravesada por décadas de convulsiones, guerras civiles y
una difícil centralización del poder político. En estas disputas participaron los diferentes sectores de
la nueva sociedad que se fue reconfigurando bajo los ideales republicanos y la ciudadanía. En este
escenario se abordan dos grandes temáticas: la configuración de la república desde la constitución
del proyecto bolivariano hasta la regeneración y la guerra de los Mil Días. Posteriormente, se exploran
los sectores populares y el proyecto de nación de Colombia, en donde la ciudadanía será uno de los
principales pilares en su articulación como nación.
Sin embargo, esta organización no se dio definitivamente en Angostura, por ello, se propuso que
un congreso constituyente con más representación fuera el encargado de definirlo. Es así como
el Congreso de Angostura estableció un gobierno provisional en el cual las administraciones de
Venezuela y la Nueva Granada trabajaban por separado, cada una con su propio vicepresidente.
1 En un principio, la idea unionista se gestó con la proclamación constitucional de la Primera República de Venezuela
el 21 de diciembre de 1811, donde se contemplaba la admisión del “continente colombiano” a unirse bajo una serie
de condiciones y garantías que fortificaron la unión entre las partes integrantes. Algunos líderes e intelectuales que
participaban en estos procesos expresaban abiertamente la idea unionista en sus posturas políticas, inclusive en contra
de los retrocesos que los procesos de independencia trajeran en el tiempo.
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Asimismo, el organismo creó un gobierno nacional a la cabeza de Bolívar como el presidente, quien
contaba a su mando con un grupo de funcionarios como apoyo y con un ejército mezclado de ambos
países (Bushnell, 2004).
Simón Bolívar se destacó como una de las figuras más distinguidas que llevó la bandera de la
independencia con una visión estratégica enfocada en los principios progresistas-democráticos
que enfrentaron los desafíos de un proceso independentista. Bolívar no tenía intenciones de
una constitución en un solo Estado nación, pues su ambición era una confederación en la que se
agruparan los Estados existentes, como una patria grande de nación americana que tuviera, inclusive,
un gobierno unificado (Melo, 2017).
Entre 1821 y 1823 se organizó la Gran Colombia, y se estableció bajo la idea de una unidad central.
Tras la proclamación de la unión en Angostura, se abrió el marco para establecer formalmente la
diferencia entre la Gran Colombia y la Colombia actual. Así pues, la nueva nación, bajo el mando de
Bolívar eliminó las líneas enemigas que aún permanecían en su territorio, lo que llevó posteriormente
a lograr la liberación de Perú y Bolivia. Por un periodo de tiempo, la nación gozó de estabilidad
y prestigio en Hispanoamérica. Sin embargo, a mediados de 1826, dicha estabilidad se vería
comprometida y se acabaría a causa de las debilidades estructurales que no lograron ser solucionadas
y que por ende fueron ignoradas. Este tipo de debilidades fueron expuestas por el modelo de
organización constitucional adoptado para la nueva nación por el congreso constituyente en 1821
(Bushnell, 2004).
Estos territorios no eran administrativa ni políticamente gobernables debido a que los tres contextos
tenían amplias diferencias en términos políticos, culturales y sociales (Borja Gómez, s. f.). La
configuración del espacio colonial llevó a que cada uno desarrollara fuertes vínculos con lo local.
La República de la Nueva Granada buscó los medios para hacerse a una constitución formal
acompañada de una serie de instituciones políticas liberales. A mitad del siglo XIX perduró una
gran estabilidad que sobrepasó a otros países de Latinoamérica. Pero la política establecida como
estructura solo permeó en la vida de una reducida población, inclusive para aquellos que participaban
de manera activa. Así, la nación como una abstracta entidad significaba aún menos que la provincia y
regiones donde vivían y llevaban a cabo sus profesiones y negocios.
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En este contexto, la débil unidad política marcada por el subdesarrollo económico y social, hacían
que la Nueva Granada se viera inmersa en una gran pobreza, pues la falta de recursos, la articulación
entre regiones para controlar el orden, y el mantenimiento de servicios públicos en la Nueva Granada
acrecentaban la desconfianza de la nación. En principio, no existía una claridad en cuanto a la
extensión del territorio que se debía gobernar.
Según Bushnell (2004), las autoridades de Bogotá usaban el nombre de Colombia y gobernaban
de acuerdo con lo dispuesto en la Constitución de 1830, con la cual se habría resuelto la unión
de la Gran Colombia. No obstante, para dicha época en que la carta se promulgó, Venezuela se
había diluido y Ecuador siguió el mismo ejemplo. El gobierno del presidente Joaquín Mosquera y el
vicepresidente Domingo Caicedo, asumieron el poder tras el retiro de Bolívar, lo que se convirtió en
un asunto propiamente neogranadino, aunque la disolución de la unión no fuera en ese momento un
hecho oficial.
Al diluirse la Gran Colombia en 1830 conformada por Colombia, Panamá, Venezuela y Ecuador, el
Distrito de Nueva Granada se transformó en la República de Nueva Granada. Este surgimiento se
da a raíz de la guerra civil de 1830 a 1831. La guerra civil y la sucesión permitió que surgiera un nuevo
caudillismo en la provincia de la Nueva Granada. Este grupo tomó partido en la participación política
gracias a la nueva convención legislativa. Entre 1831 y 1832, se abrió paso la nueva constitución. Las
elecciones de presidencia fueron ganadas por Francisco de Paula Santander, quien tomó posesión
el 7 de octubre de 1832. Bogotá es elegida nuevamente capital, esta vez, de la República de Nueva
Granada. Concluida la época de la independencia y de la primera Colombia, se comienza a redactar
una nueva historia (LaRosa y Mejía, 2013).
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Debido al conflicto entre Santander y Bolívar junto con sus correspondientes seguidores en la década
de la Gran Colombia, se impulsó la división entre los partidos. Por ende, los seguidores de Bolívar,
salvo algunas excepciones, terminaron en las filas del partido ministerial (conservador). Una gran
dicotomía se vivió en los dos grupos políticos ya que los liberales se enfocaron en representar los
intereses comerciales y profesionales, mientras que los conservadores tuvieron injerencia con los
grandes terratenientes. Estas diferencias en las ocupaciones eran ambiguas, pues un mismo sujeto
podía ser abogado, comerciante y terrateniente, o en su defecto, lo podían ser al interior de la familia.
Bushnell (2004) señala que, en cualquier caso, estos dos partidos políticos multiclasistas cubrían el
largo y ancho del territorio nacional y terminaron por servir como mecanismos de control en el marco
social a través del cual los dirigentes de clases altas lograban la manipulación de los seguidores de las
clases menos favorecidas.
Un periodo activo de reformas más radicales se produjo entre 1849 y 1853, gracias a la victoria de
los liberales en la guerra civil. Uno de sus principales objetivos fue la Iglesia católica, que había sido
despojada de su tradición protectora del Estado, aparte del destierro de los jesuitas y la pérdida del
diezmo como pago obligatorio dado por ley nacional. No obstante, el clero se mantenía intacto en la
estructura básica.
Tiempo después, el presidente provisional Joaquín Mosquera, estableció una serie de decretos que
le daba al gobierno un derecho de tutelaje sobre la iglesia. Con esto, expulsa por segunda ocasión
a la Compañía de Jesús y expropia un gran número de bienes pertenecientes a la Iglesia católica,
a excepción de iglesias que servían para fines religiosos. Los bienes raíces e hipotecas eclesiásticas
pasaron a ser del Estado con la promesa de pagar el 6 % del valor de lo confiscado (Bushnell, 2004).
De igual manera, otros decretos se establecieron como medidas adicionales al clero, las cuales
contemplaban la abolición de otras órdenes religiosas de monjas y frailes. Esta ofensiva contra la
iglesia reflejaba el triunfo del liberalismo, provocando sentimientos de venganza por la estrecha
colaboración entre la iglesia y los conservadores. Es así como las reformas tuvieron un propósito
económico, pues la convicción liberal era la de poner los bienes de la iglesia a la venta pues esto
activaría de manera significativa la economía, además, con la creencia de que sería una forma
de obtener recursos que contribuyen al pago de las deudas a corto plazo del gobierno de turno,
incluyendo el costo de la reciente revolución.
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El siguiente paso como punto de los objetivos del liberalismo radical fue el propio Estado central. Una
constituyente se llevó a cabo en 1863 y en ella se trató el concepto de un federalismo extremo. Se
propuso los Estados Unidos de Colombia como un nuevo nombre. Los nueve Estados (Antioquia,
Bolívar, Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá, Santander y Tolima), retuvieron los
poderes que se habían conferido específicamente con responsabilidades provenientes del gobierno
central. La elección de presidente se daba con un voto por los nueve Estados, y cada uno fijaba sus reglas
tanto para los procesos electorales como par los locales y los nacionales. Finalmente, para la reforma de
cualquier punto de la constitución requería de la aprobación de cada Estado (Bushnell, 2004).
Por otra parte, la Iglesia católica jugó un papel relevante particularmente en la construcción del
Partido Conservador y sus alianzas para mantener el poder, los derechos, deberes, propiedades y
autoridad en el sistema educativo. No obstante, en palabras de Melo (2017) hubo curas y obispos que
simpatizaban con el Partido Liberal y se veía reflejado en el apoyo de la reconciliación y solidaridad
local de los pueblos vecinos que habían estado en conflicto. Por un lado, campesinos de las tierras
altas, influenciados por curas y propietarios del territorio, se identificaban y sentían una mayor
cercanía con los conservadores. Por otro lado, los habitantes de las ciudades que fueron colonizadas
y la costa, especialmente las poblaciones negras, encontraron una mayor afinidad con el liberalismo,
que se reforzó con la liberación de los esclavos en 1851.
Los logros del liberalismo se vieron reflejados después de un estancamiento que duró un periodo de
tiempo en el que la economía surgió nuevamente a mediados de siglo hasta 1886 y siguió en auge
hasta 1910, gracias a políticas menos liberales y enfocadas en el desarrollo rural. Este impulso se dio
por la ampliación del comercio internacional y dio paso a que Colombia, con sus productos (oro,
tabaco, cultivos, cueros, caucho, entre otros), empujara su crecimiento por encima de otros países de
América Latina entre 1850 y 1886 en términos de exportación.
De igual forma, las finanzas públicas tuvieron una transformación al eliminar algunos impuestos como
de los monopolios: la caída de la aduana se redujo y los ingresos del gobierno se triplicaron a mediados
del siglo XIX. Adicionalmente, los frutos económicos en el tiempo del liberalismo promovieron en
la cultura popular una reivindicación de los derechos individuales y una cultura política de visión
jerárquica colonial con visión liberal, basada en la igualdad básica de los ciudadanos al cerrar la
brecha racial, pues para los años comprendidos entre 1850 y 1950, era posible tener generales,
gobernadores, ministros y maestros “negros”. Por último, el liberalismo inculcó una herencia de
rechazo a la educación dogmática, pasando a una cultura independiente y crítica que se ha reformado
en varios escenarios de la historia de Colombia (Melo, 2017).
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Finalmente, el predominio liberal en Colombia terminó en la penúltima década del siglo XIX. Las
acciones que condujeron a tal evento fueron los excesos de las administraciones liberales con la Iglesia
católica al igual que el federalismo a ultranza que contribuyeron a la debilitación del orden público.
Las luchas en contra de la Iglesia Católica no permitían visualizar un apoyo real de una población que,
en su mayoría, era católica (Bushnell, 2004). Por otra parte, si bien el régimen liberal había apostado
por una integración de la economía colombiana a los mercados internacionales como punto de
crecimiento y las empresas privadas producían libres de restricciones arbitrarias, cuando la demanda
de productos colombianos decreció, los resultados fueron la falta de confianza entre los sectores
liberales, desencadenando la vigorosa crítica de sus detractores.
Sumado a esto, las calamidades vividas en tiempos de Rafael Núñez y su visión de Regeneración,
terminaron en la guerra de los Mil Días y la separación de Panamá. El estallido de la primera calamidad
fue provocado por una nueva ronda de la crisis económica como la depresión de los productos de
exportación y la desaparición de la hegemonía liberal anterior.
Después de la pérdida de Panamá y la depresión mundial, los dos partidos tradicionales (Liberal y
Conservador) lograron demostrar la capacidad de establecer diálogos civilizados y pacíficos. Esto
generó una tranquilidad política y el crecimiento económico se alineó para inclusive declarar a
Colombia modelo de democracia en Latinoamérica. Con la pérdida de la guerra de los Mil Días y
la pérdida de Panamá, el liberalismo tomó una posición conciliadora al reconocer que no se podía
gobernar en paz si el partido opositor quedaba al margen y era excluido del poder. Esto llevó a que
ambos partidos políticos tuvieran una actitud de reconciliación nacional. Con ello se logró que el
Partido Conservador en su tiempo de gobernanza diera el nombramiento de liberales en su gabinete
y la reforma a las fuerzas armadas como una organización profesional que estaba por encima de los
intereses de los partidos para defender las fronteras nacionales (Bushnell, 2004).
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Establecer un orden político en el siglo XIX llevó a cabo dinámicas tanto de inclusión como de
exclusión a partir de procesos formativos que involucran elementos materiales e inmateriales del
propio Estado. De acuerdo con Madrigal Garzón (2012), la materialidad del Estado se visibiliza en
las acciones administrativas públicas conocidas como burocracia, el comercio y los partidos políticos,
que hacen parte de unos procesos sociales de distinción que conducen a la privatización o cierre de
lo que se conoce como público. De igual manera, la inmaterialidad del Estado, con el sentido de crear
identidad pública, expresa la fijación de imaginarios de integración territorial, legitimidad (ideología) y
pertenencia clasista en su población.
En este sentido, en el contexto de independencia los sectores populares son definidos como aquellos
que no ostentaban ningún tipo de poder político, económico o cultural. En palabras de Múnera, en
términos políticos se hace alusión a la masa que no pertenece a las élites que hacen parte del poder
político, además, estos sectores se encuentran relacionados a elementos raciales que determinan su
situación social (Rojas López, 2016).
Ahora bien, se tiene la tesis de que la guerra de independencia pudo tener un doble propósito: el
separatista colonial (criollos acomodados) y lo social y étnico, aquellos que son los explotados y
oprimidos. Estos últimos luchaban por sus tierras, su cultura y por una mejor calidad de vida (Rojas
López, 2016). En un primer momento, la tendencia a dejar relegado el papel de estos sectores se ha
evidenciado en la radiografía histórica. De acuerdo con Rojas López (2016), el análisis nacionalista
se enfoca en remarcar los dos proyectos en lucha, el realista y el independista, como únicos
protagonistas de los sucesos históricos.
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De esta forma, se muestra un pueblo sin mayor voluntad, lo que llevó a los esclavos e indígenas a
tener una participación puramente instrumental al servicio de los criollos de élite conformados en
bandos. Por ello, para la independencia se requería la construcción de un Estado y un cuerpo militar
moderno. En consecuencia, la casta acudió a los sectores populares con el propósito de motivar
el sentimiento patriota, incluyendo ideas de revolución europea basadas en libertad, igualdad y
fraternidad, para reclutar a las masas populares a las filas.
En primera instancia, la población esclava veía poco probable que tuviese algo que la motivara a creer en
una causa libertaria por parte de los caudillos. Ellos hicieron parte de las filas con el objetivo de liberarse
y dejar la esclavitud. Por otra parte, tampoco se puede corroborar que los líderes de la independencia
tuvieran un propósito definido para implementar la abolición de la esclavitud. Un gran número de
esclavos escapaban de los pueblos en donde los ejércitos bolivarianos hacían su arribo, o, por el contrario,
se unían a los realistas. No obstante, hubo otros quienes hicieron parte de los ejércitos bolivarianos
(Rojas López, 2016) En cuanto a los esclavos que se convertían en soldados, no solamente se jugaban
sus vidas a manos del enemigo político de sus dueños, sino que su posibilidad de exigir garantías para
hacer efectiva la promesa de libertad se restringía. Es por esto por lo que en el proyecto bolivariano,
los afrodescendientes llevaron a cabo un papel activo en las campañas libertadoras más allá de la
marginación de estos sectores populares a nivel geográfico, político, social e histórico. Solo después la
liberación definitiva de los esclavos se aprobó el 21 de mayo de 1851, y entró en vigor en 1852.
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En el contexto samario, las filas del ejército realista estaban conformadas principalmente por la
participación popular de los indígenas, ya que los grupos de élite buscaron el apoyo de estos sectores
con la promesa de seguir con los derechos comunales que les otorgaba estatus político, cultural y de
territorio, todo ello otorgado por medio de cédulas reales en la colonia. Así pues, todos estos intereses
guiaron a los sectores populares a su participación que da como resultado una acción armada, por
la cual buscaban su reconocimiento como sujetos colectivos que tenían sus propias características
y necesidades. Para Rojas López “esto los conduce a la lucha por la intervención en la vida política y
social y la búsqueda por el reconocimiento como sujetos integrantes del sistema social” (2016, p. 63).
Por consiguiente, la multiplicidad de acciones surge de la relación dominación/subordinación entre
grupos sociales, lo que evidencia una pluralidad de los actores de clase, colectivos e individuales.
La experiencia federal colombiana experimentó una serie de conflictos y guerras civiles que se
consideran como el proceso de formación del Estado. La consolidación de estructuras fuertes en
el poder regional motivó a las negociaciones y al levantamiento de las armas de los actores sociales,
además de las permanentes guerras entre los Estados soberanos y la unión, estas complejas
dinámicas van más allá de los convencionales análisis de las instituciones, leyes y escenarios. En el año
comprendido entre 1863 y 1886, en los Estados Unidos de Colombia, se pronunciaron las normas
jurídico políticas que se centraban en un orden particular, ya que los nueve estados (Antioquia,
Cundinamarca, Tolima, Panamá, Boyacá, Bolívar, Santander, Cauca y Magdalena) consolidaron
una unidad de política administrativamente independiente que se articulaba al organismo de mayor
posición conocida como la Unión. No obstante, esta articulación entraba en conflicto entre la
autonomía de los Estados y el gobierno de la Unión misma. Como señala Acuña Rodríguez (2018)
este proyecto de unidad se encontraba fragmentado debido a las políticas de cada Estado y a los
intereses de la élite regional. Asimismo, los actores sociales como campesinos, artesanos, jornaleros,
trabajadores de haciendas o arrendatarios, para quienes desde la normativa era un elemento adicional
a la estructura vigente, y que cuya labor si bien no se percibía en el voto, estaba en la participación de
las manifestaciones, milicias y acciones ilegales.
Esta visión de ciudadanía tuvo que asumir diferentes connotaciones en cada Estado según su
contexto. Si bien las elecciones fueron el medio establecido con que se legitimó el poder, estos
procesos estuvieron sujetos por los fenómenos de corrupción, violencia y clientelismo. Con esto, a los
excluidos les fue permitido participar de forma legal e ilegal, con el propósito de defender un proyecto
político por la vía de las armas, a través del fraude o haciendo uso de las diferentes estrategias ilegales.
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La emisión de sufragio no fue, en muchas maneras, lo que le permitió al sector social popular asumir la
ciudadanía y sí su participación en asonadas y movilizaciones, siendo en contra o a favor del gobierno
del Estado o de la Unión. En palabras de Acuña Rodríguez (2018), las elecciones como expresión
ciudadana se asumieron de manera distinta en los nueve Estados anteriormente mencionados.
Por ejemplo, en el análisis hecho por Demélas y Bohr (1995) para el caso colombiano, el desarrollo de
la política tuvo una articulación a partir de las estructuras sociales y económicas tradicionales dadas en
el concertaje y el padrinazgo, lo que contribuyó a mejorar la filiación y generar formas de negociación
e identidad que, a su vez, sirvieron como base primordial en las elecciones, y que finalmente fueron las
expresiones de organización y exteriorización de la política. Desde otro punto de vista, el liberalismo
radical consideraba que el derecho a la libertad era un fundamento para la formación de ciudadanos,
pues ese derecho resume los otros derechos de los ciudadanos: “[...] el pensamiento liberal ilustrado fue
uno de los fundamentos inspiradores de la cultura política, al tomar como tipos ideales las sociedades
con sistemas políticos democráticos representativos y de participación” (Rodríguez, 2017, p. 211).
Para el siglo XIX diferentes aspectos condujeron a la alteración del orden público. No obstante, es
pertinente remarcar que durante las jornadas de elecciones se incrementan los enfrentamientos
y de alguna manera la guerra fue considerada como una forma de hacer política, puesto que los
partidos contaban con poderosos ejércitos de reserva y caudillos de las regiones que daban a conocer
su poder. De esta forma, era mucho más productivo desarrollar política con las armas que con los
discursos o con el ejercicio electoral. De esta manera se buscaba consolidar el ideal de Estados
con proyectos homogéneos, es decir, igualdad jurídica y construcción de ciudadanía. Este aspecto
incentivó la construcción de un Estado moderno gracias a la heterogeneidad social y cultural, en el
que las respuestas pasaron de la resistencia pasiva y asimilación voluntaria hasta la resistencia armada,
lo que produjo otro escenario para el debate político (Acuña Rodríguez, 2018).
Otro aspecto importante en el proceso de ciudadanía se da en 1832 cuando se estableció que solo
los mayores de veintiún años o los casados con propiedades con un valor mínimo de $ 300 o rentas
por un valor de $ 150 que se hayan obtenido sin ser jornaleros y que supieran leer y escribir, se
catalogarían como ciudadanos. Asimismo, la constitución de 1843 aplaza la cláusula de alfabetización
regida solo hasta 1850 y determina obligatorio el pago de las contribuciones correspondientes a
bienes y/o ganancias para poder ser considerados ciudadanos.
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En cuanto a la legislatura de Vélez (Santander), se dio un paso más allá y se votó para que las mujeres
tuvieran participación en los sufragios, considerando que debían representarse como los hombres
en los paneles electorales locales para garantizar que su participación tuviera validez. No obstante, la
Corte Suprema anuló esta ley, aduciendo que ningún Estado tenía derecho a otorgar más derechos
políticos que los que ofrecía la nación. Finalmente, en 1886, la última constitución del siglo XIX
promulgó que “son ciudadanos los colombianos varones mayores de veintiún años que ejerzan
profesión, arte u oficio, o tengan ocupación lícita u otro medio legítimo y conocido de subsistencia”
(LaRosa y Mejía, 2013, p. 72).
Por último, las constituciones del siglo XIX evidencian los pocos cambios en relación con los derechos.
La posibilidad de extender dichos derechos ya estaba limitada por dos principales factores: el primero
se da por las restricciones a los ciudadanos, limitándolos a una porción de la sociedad que gozaba de
los derechos políticos; el segundo, en la distancia que separaba el ejercicio de los derechos políticos
a los civiles, pues mientras que un derecho civil como el de la tenencia de propiedad privada estaba
garantizado para blancos, negros e indígenas (después de 1851 en la abolición de la esclavitud), para
un derecho político, la posibilidad de ser elegido o elegir y ejercer un cargo público, quedó sometida
–a lo largo de la historia republicana de Colombia– a los hombres mayores de veintiún años. En
este sentido, el poder corregir las ventajas que poseían las altas clases sociales en cuanto a gozar
de algunos privilegios en los derechos civiles y por consiguiente, ampliar las bases sociales para
obtener derechos políticos, es lo que da un sentido y gran relevancia a los actos de luchas sociales
que han transcurrido en la historia colombiana y que han pasado por organizaciones revolucionarias,
étnicas, afros y otro número individual y colectivo. Además, han contribuido a jalonar la ampliación
democrática en los derechos civiles y políticos de los colombianos en el proceso de igualdad y libertad
ante la leyes ya promulgadas y defendidas en 1811.
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