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–Si yo no supiera pasar los golpes, tal vez. Pero yo me cuido. Tengo
buena vista y me protejo bien.
–¿Crees que vas a ser campeón mundial?
–Claro, mi vale. Si no, no estuviera aquí. Yo voy a ser alguien. ¿Ya
apuntó mi nombre?
La travesía de Wikdi
–No sé.
–¿Tu papá te enseñó eso?
–No.
Deduzco que Wikdi, fiel a su casta, vive en armonía con el universo
que le correspondió. Él, por ejemplo, marcha sin balancear los brazos
hacia atrás y hacia adelante, como hacemos nosotros, los “libres”. Al
llevar los brazos pegados al cuerpo evita gastar más energías de las
necesarias. Deduzco también que tanto Wikdi como los demás inte-
grantes de su comunidad son capaces de mantenerse firmes porque
ven más allá de donde termina el horizonte. Si se sentaran bajo la
copa de un árbol a dolerse del camino, si solo tuvieran en cuenta la
aspereza de la travesía y sus peligros, no llegarían a ninguna parte.
–¿Tú por qué estás estudiando?
–Porque quiero ser profesor.
–¿Profesor de qué?
–De inglés y de matemáticas.
–¿Y eso para qué?
–Para que mis alumnos aprendan.
–¿Quiénes van a ser tus alumnos?
–Los niños de Arquía.
Deduzco, además, que para hacer camino al andar como proponía
el poeta Antonio Machado, conviene tener una feliz dosis de igno-
rancia. Que es justamente lo que sucede con Wikdi. Él desconoce
las amenazas que representan los paramilitares, y no se plantea la
posibilidad de convertirse, al final de tanto esfuerzo, en una de las
víctimas del desempleo que afecta a su departamento. En el Chocó,
Textos escogidos | 183
Los escritores de ficción no son más importantes, per se, que los
de no ficción, solo porque imaginan sus argumentos en lugar de ape-
garse literalmente a los hechos y personajes de la vida real. Raymond
Carver, extraordinario poeta y narrador, decía que lo que define a
un escritor grande es “esa forma especial de contemplar las cosas y
el saber dar una expresión artística a sus contemplaciones”. En un
cuentista de la talla de Rulfo se aprecian esos dones, pero lo mismo se
puede decir de ciertos escritores notables de no ficción, como Joseph
Mitchell y Gay Talese.
Hay todavía muchos escritores de ficción convencidos de que
quienes escriben no ficción son indignos del calificativo de escrito-
res. Está claro que para ellos literatura es literatura y periodismo es
periodismo. Sé de muchos que cuando oyen hablar de periodismo
literario sacan la pistola de Goebbels para castigar al hereje. Para
ellos, eso es como revolver peras con cebolla larga, o sea, como jun-
tar dos elementos incompatibles, lo exquisito con lo grotesco, o lo
memorable con lo fugaz.
Es más frecuente hablar de los aportes de la literatura al periodis-
mo que de los aportes del periodismo a la literatura. Cuando se trata
del primer caso, que es lo predominante, se mencionan las técnicas
narrativas, el empleo del punto de vista, la construcción de imáge-
nes, el uso de las escenas y la creación de las atmósferas. Todos esos
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II. Aquella noche de 1955, cuando apenas contaba ocho años, Paul
Auster venía saliendo del estadio después de haber visto el partido
de su novena favorita, Los Gigantes de Nueva York. De repente se
topó con Willie Mays, la estrella del equipo. Sin pensarlo dos veces,
Auster le pidió un autógrafo. “Claro, niño, claro”, le respondió Mays.
“¿Tienes un lápiz?”. Desde luego, el niño no tenía un lápiz, y tampoco
su padre, ni su madre, ni ninguno de los otros adultos que estaban
abandonando el parque de béisbol. Mays se encogió de hombros,
dijo que lo lamentaba mucho y se alejó. Paul Auster lo acompañó
con la mirada hasta cuando se perdió de vista. Triste, frustrado. Esa
misma noche juró que nunca más andaría por la vida sin un lápiz en
el bolsillo.
Al cabo de los años llegó a la siguiente conclusión: “si hay un lápiz
en tu bolsillo, existe una buena posibilidad de que algún día te sientas
tentado a usarlo. Me gusta decir que así fue como me convertí en
escritor”.