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La admiración como condición del filosofar y su contraposición al aburrimiento

como problema filosófico.


Por: Simón Martínez Escaño 168869

Versando acerca de la crisis de la modernidad y de la patente relativización de los valores


en la época moderna, Alejandro Llano cita a Max Weber para concluir que, como
remanente de la ausencia de finalidad en el mundo moderno, hay un surgimiento de
individuos desencantados ante los problemas del hombre; en palabras de Weber
“vividores sin corazón”. Dicho desencanto casi patológico que reconocen estos
pensadores es, para Llano, un escollo para el progreso filosófico y la búsqueda de la
verdad -el tema principal de su ensayo-(Llano, 2007). Es un desencanto que impide el
apasionamiento con una búsqueda del saber que, para el autor, es crucial para el filosofar,
especialmente hoy en día. Por otro lado, en el mismo libro, Llano hace una reflexión
acerca de que nada puede ser ajeno al que se dedica al menester de pensar por su propia
cuenta, y define a la filosofía como “la ingenuidad institucionalizada” (Llano, 2007). El
acostumbramiento a las realidades sorprendentes de la existencia humana es nocivo para
la labor del filósofo o de cualquier persona que busque regir su propio pensamiento, ya
que si desea mantener una búsqueda inquisitiva que sea a la vez el motor de su
investigación, debe mantenerse “ingenuo” y no perder jamás la capacidad de admiración.
En este ensayo se busca demostrar, en base a las investigaciones que filósofos, la mayoría
existencialistas, han hecho sobre el tema, como la admiración es una condición para
filosofar, mientras que el aburrimiento-o acostumbramiento- es una total contraposición.
Se empezará desarrollando de la mejor manera ambos conceptos, tomando como guía
principal algunos capítulos del libro “La admiración” de Miguel Ángel Martí-García y
“Filosofía de la vida cotidiana” de Rafael Alvira. Se tratará de mostrar el profundo
contenido de ambos conceptos y se irá profundizando en la incidencia que tienen en el
pensamiento filosófico.
El primer concepto que nos ocupa es el de la “admiración”. Como punto de partida previo
a la explicación del concepto, resulta importante entender el interés teórico que tiene el
hombre ante un problema o ante un acontecimiento de la realidad. Según Millán-Puelles,
una persona con claridad mental, es decir, con una mentalidad que busca en primer lugar
llegar a la solución del problema (encontrar la verdad en algo, discernimiento correcto,
etc.) se ve interesada inmediatamente por el carácter mismo del problema que lo ocupa.
Un problema (entiéndase por problema un tema o objeto de estudio, una cuestión), tiene
la capacidad en sí mismo de atraer al individuo pensante que, al advertirlo y verse
conflictuado de alguna manera, se ve interesado en llegar a la solución, que bien podría
ser lograr un mayor entendimiento de algo. Para Millán Puelles, la vida “en plenitud” del
filósofo conlleva una ilimitada capacidad de interés, propia de su intelecto, de lo más
hondo de su razonamiento, y no de su apetito sensorial ni vegetativo. (Millán-Puelles,
1997). Este interés surge sin embargo con una finalidad clara: no simplemente un
entendimiento o un vago intento de hallar una solución, sino de conseguir el mayor
conocimiento del objeto de estudio y ahondar en su ser de mayor manera posible, de tal
manera que la realidad de la “cosa” tenga perfecta concordancia con el entendimiento de
esta que hay en mi intelecto (Millán Puelles, 1997). Esta concordancia de la realidad con
mi entendimiento es, a grosso modo, la idea Aristotélica de la verdad. Aristóteles parte
de la consideración de que las cosas tienen un ser, de que hay una realidad vigente que a
veces escapa a nuestro intelecto, al cual la razón debe procurar acceder de la manera más
radical y fundante. Es, precisamente, Aristóteles uno de los primeros que plantean a la
admiración (al acto de maravillarse) como origen y condición de la filosofía, y nos
remitiremos a su Metafísica para dar una primera delimitación de la admiración.
Aristóteles, en el capítulo segundo del libro primero, defiende el carácter “no-productivo”
de la filosofía, entendiendo el filosofar como algo que no está destinado a producir algo
en un ámbito práctico sino a ahondar en el conocimiento de algo. Ese algo, para
Aristóteles, puede causar una extrañeza, como lo hizo en los primeros que filosofaron,
que sea consecuencia del encuentro con algo ignoto o incomprensible. Dicha extrañeza
era para el filósofo maravilla, y el surgimiento del pensamiento filosófico viene
acompañado de ese sentirse maravillado ante algo que, a su vez, trae la conciencia de la
ignorancia y ese afán por salir de esta que estaba presente en los primeros filósofos
(Metafísica, libro I; cap. 2, 982b 20-30). La relación de la admiración con la filosofía será
tratada a mayor profundidad más adelante, pero sirve en este momento para definir la
admiración de esta manera inicial “actitud inquisitiva de quien se encuentra con algo que
no conoce”.
Volviendo al texto de Millán Puelles, para el autor el interés es consecuencia de la
extrañeza o admiración ante algo, al igual que en Aristóteles, y para no verse interesando
por nada habría que ser un “ignorante absoluto o un cabal omnisciente”, es decir, saberlo
todo o ignorarlo todo, pero con una ignorancia incapaz de siquiera reconocer la más
mínima realidad. De esta manera este autor explica que, el interés por algo es
radicalmente humano, pero a pesar de que en todo hombre siempre habrá interés por algo,
esta actitud inquisitiva que habíamos definido a veces se da por un simple provecho
práctico y no por un afán puramente cognoscitivo, característico del filósofo (Millán-
Puelles, 1997). El interés por algo ciertamente no surge de la nada, sino que es causado
en el sujeto cuando tiene contacto con ese algo, siendo esto cuanto tiene de subjetivo, y
es a la vez formalmente intelectivo, ya que tiene con fin el entendimiento de algo. Sin
embargo, tiene un carácter volitivo (acto de la voluntad), ya que “el tomar interés por algo
es un cierto quererlo” (Millán-Puelles, 1997).
Este carácter volitivo que toma la actitud de un ánimo interesado supone un estado activo
del sujeto, el cual supone que se harán esfuerzos para llegar a lo querido, característica
del interés filosófico, que busca ser eficaz y se afana por llegar al conseguimiento, sin
quedarse en una simple aspiración. Esta actitud de búsqueda debe aplicarse, en un nivel
persona, a todos los componentes de la vida de una persona, de tal manera que se lleve
una vida reflexiva-inquisitiva- que sepa hacer una lectura renovada de los hechos, para
lograr, como ya se había expuesto, un entendimiento más profundo de estos. Sin embargo,
como plantea Miguel Ángel Martí, de dicha búsqueda del conocer nace la admiración
ante la realidad que son vistas siempre por primera vez, es decir, con un carácter renovado
en el cual se busca tener nuevas adquisiciones de la misma experiencia. (Martí-García,
1995). A manera de ejemplo, se puede plantear la manera de ver la muerte por un sujeto.
La conciencia de la muerte, únicamente presente en el hombre, no tiene los mismos
efectos en el intelecto de todos los hombres, ya que habrá quienes busquen salidas
cómodas para aliviar una inicial angustia, o quienes prefieran ignorar esa realidad y
atenerse al efímero instante presente. En contraposición a estas dos maneras de encuentro
con la realidad de la muerte, está la del hombre que, ante la extrañeza que puede causar
la muerte, se admira de su significado sobre la existencia humana y saca conclusiones
(nuevas adquisiciones de la misma realidad) que le permiten tener una aproximación
radicalmente distinta ante la conciencia de la muerte. En palabras de Martí-García: “La
muerte hace necesaria la filosofía, y la filosofía nace con la admiración. ¿No será, pues,
que de lo primero que debe admirarse el hombre es de su propia muerte?” (Martí-García,
1995).
Otra característica de la admiración es su carácter contemplativo, lo que Martí García
define como mirar bien. Surge de la consideración de que, para buscar ese algo nuevo
que lleva consigo la realidad hay que tener una observación minuciosa y atenta, capaz del
descubrimiento y del análisis. El ser contemplativo se propone como una actitud de la
existencia, que es la apertura hacia, precisamente, las cualidades de las cosas que causan
maravilla en el hombre ya sea porque son apetecibles, como el bien, o despiertan una
profunda atracción como la belleza (Martí-García, 1995). La contemplación es tratada
por Millán Puelles como la mayor expresión posible de teoría, en la cual las consecuencias
prácticas de las cosas no son tenidas en cuenta, en contraposición a un activismo
autocomplaciente que apunta hacia la utilidad. Para este autor, es menester revindicar el
valor intrínseco de la contemplación como la verdadera actitud del que, en palabras de
Ortega, “(..)especula, mira-pero lo que quiere ver es la vida según fluye ante él” (Millán
Puelles, 1997). Dicho despojo del carácter utilitarista de las cosas es una característica
muy importante del pensamiento filosófico que como dice Llano, no puede caer en esa
“red de compromisos y claudicaciones” de la vida práctica (Llano, 2007).
Hemos, hasta ahora, descrito de varias maneras lo que Leonardo Polo define como “el
inicio de la posesión de la verdad” y resulta necesario hacer lo mismo acerca del concepto
en contraposición, el aburrimiento, origen de la actitud nociva que describe Polo como
ese “no darse cuenta de cuán espléndido es lo nuevo” (Polo, 1995). Ya Heidegger se
ocupa del aburrimiento en ¿Qué es metafísica?, y, como explica Daniel Lesmes, para el
filósofo alemán el aburrimiento supone una pérdida del yo, que se abandona a la total
indiferencia ante el mundo, ante “lo ente que se deniega” (Lesmes, 2009). El aburrimiento
se vuelve una especie de inmunización ante la angustia (concepto muy importante en el
existencialismo Heideggeriano), que no trae resultados satisfactorios y que resulta un
mero resignarse ante la desesperación. Así, el aburrimiento tiene un carácter casi
patológico en la existencia del hombre, ya que lo protege de alguna manera de aquello
que lo conflictúa (de esa extrañeza que se había relacionado con la admiración), y se
rompe el diálogo con la realidad, ante la cual el hombre ya no se ve interpelado, ya no se
ve interesado. Esto se debe a que en el aburrimiento resulta imposible generarse
cuestiones (hacerse preguntas), y el pensamiento inquisitivo y la capacidad de
contemplación se pierden, ya que no hay nada que se considere un problema, lo que
conlleva a que no haya interés alguno en encontrar soluciones, lo cual habíamos
relacionado tan marcadamente con el inicio de la filosofía. Es una protección que radica
en el aislamiento de las cosas y que, paradójicamente, expone al hombre a un peligro
mucho más grande de lo que parece. Rafael Alvira ilustra muy bien esta paradoja en su
libro Filosofía de la vida cotidiana, cuando expresa: “Cuando en la vida ya no hay
problemas, es la vida misma la que se convierte en problema”.
Para Rafael Alvira, el aburrimiento se da cuando cometemos ese “dispendio existencial”
de no usar el tiempo, exceso normalmente posible cuando hay riqueza y no se lleva una
vida activa, ya que, en palabras de Rousseau “el gran azote de los ricos es el aburrimiento”
(Rousseau, 1972). Para el filósofo francés, el aburrimiento no es posible en el campo, ya
que el campesino lleva una vida activa. Sin embargo, a pesar de que el autor de este
ensayo no pudo encontrar la referencia concreta, es comúnmente aceptado que una de las
razones posibles por las cuales la filosofía nació en Grecia, es porque los ciudadanos no
tenían que dedicarse a alas labores del campo: había la posibilidad del ocio. Quizá la
diferencia radique en que, como propone Rafael Alvira, en algunas sociedades donde las
necesidades están completamente cubiertas, no hay diálogo en la sociedad, el cual sí había
por ejemplo en Atenas. (Alvira, 1999). Dicha realización del diálogo es también, según
el filósofo español, la realización misma de la filosofía, y la pérdida de este supone la
realización de una “filosofía bajo mínimos”, causa del aburrimiento (Alvira, 1999). El
aburrimiento es n rechazo, una cerradez ante algo, mientras el diálogo como ejercicio
filosófico supone todo lo contrario: una apertura interesada hacia un objeto de estudio o
hacia una realidad acerca de la cual se tienen en cuenta diversas posiciones. El
aburrimiento es una reacción débil ante el encuentro con la dureza de lo real o ante la
extrañeza, como ya se había expuesto, y supone una huida hacia la única salida posible:
huir hacia mí mismo (Alvira 1999). Esto deriva en un empequeñecimiento que constituye
todo un obstáculo para la existencia, ya que llena al hombre de sí mismo y lo deja ante
dkdkuna sola posibilidad, la negación de lo externo. Esta negación de lo externo impide
que se destaque en mi vida cualquier cosa que no sea yo mismo, lo cual tiene como
resultado que se vuelve imposible la admiración ante el existir de las cosas. He ahí la
relación entre admiración y aburrimiento. Solo hasta que se consigue el vaciamiento del
propio juicio crítico, lastre de la conversión hacia sí mismo del hombre aburrido, y se
llega a la “auto negación” planteada por Alvira, se puede dar un verdadero diálogo con la
realidad. Diálogo, como propone Alvira, ante todo, con la realidad del otro ser, que
implica también un esfuerzo por dejarse maravillar sin miedo alguno del peso de lo real.
De esta manera se da el entrelazamiento entre el concepto de aburrimiento y admiración,
entrelazamiento que tiene fuertes incidencia en el filosofar, ya que tanto la admiración
como la ausencia de aburrimiento debe estar presente en el filósofo contemplativo,
inmune al nocivo desencanto.
Para concluir, la admiración es condición del filosofar ya que es la consecuencia de una
actitud contemplativa frente al encuentro con una realidad que no se conoce de manera
completa, y que interpela al sujeto causándole extrañeza y haciendo que este se maraville
ante cuestiones y problemas que, si bien pueden traer un peso o exigir un esfuerzo, piden
una solución y prometen el hallazgo de una verdad antes oculta. Esta actitud frente a las
cuestiones filosóficas es radicalmente opuesta al desinterés patológico del sujeto que ni
reconoce su ignorancia ni se aproxima a las realidades en busca de diálogo, sino que se
cierra en sí mismo y se vuelve presa de una enfermedad existencial muy peligrosa; el
aburrimiento.

Bibliografía APA
Llano, Alejandro Cultura y pasión. 2da ed. Madrid, 2007.
Alvira, Rafael. Filosofía de la vida cotidiana. 3ra ed. Madrid, 1999.
Martí-García, Miguel Ángel. La admiración, saber mirar es saber vivir. 3ra ed. Madrid,
1995.
Polo, Leonardo. Introducción a la filosofía. 4ta ed. Pamplona, 1995.
Millán Puelles, Antonio. El interés por la verdad. Madrid, 1997.
Lesmes González, Daniel. Uno se aburre: Heidegger y el tedio. Universidad
Complutense de Madrid, 2009. Tomado de:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3176154.pdf

Aristóteles. Metafísica. Editorial Gredos, 3ra ed. 1994.

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