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El liberalismo económico y el liberalismo político son dos doctrinas que surgieron en el

siglo XVIII como respuesta a los privilegios de la nobleza y la intervención del Estado en la
economía. Ambas defienden la libertad individual y el respeto a los derechos humanos
como principios fundamentales para el desarrollo social y económico.

El liberalismo económico propone que el mercado libre, sin la intervención del Estado, es
la mejor forma de asignar los recursos de manera eficiente y promover el crecimiento
económico. Según esta doctrina, la oferta y la demanda se equilibran por sí solas, y cada
individuo, al buscar su propio beneficio, contribuye al bienestar social.
El liberalismo político plantea que el Estado debe garantizar las libertades civiles y
políticas de los ciudadanos, tales como la libertad de expresión, asociación y reunión.
Además, el Estado debe estar limitado por una constitución que establezca los derechos y
deberes de los gobernantes y los gobernados, y que separe los poderes legislativo, ejecutivo
y judicial para evitar la tiranía. El liberalismo político también defiende el derecho al voto,
aunque a veces lo restringe a ciertas minorías.

El liberalismo económico y el liberalismo político pueden incidir en la construcción de una


democracia más justa si se respetan los derechos humanos, se fomenta la participación
ciudadana, se combate la corrupción y se promueve la igualdad de oportunidades. Sin
embargo, también pueden generar problemas sociales si se descuida el bienestar de los
sectores más vulnerables, se generan desigualdades económicas, se violan los derechos
laborales o se favorecen los intereses de grupos privilegiados.

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