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Luis Botella
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Integración en Psicoterapia
Sin embargo, a nuestro juicio tal compromiso con un modelo determinado se hace difícil
después de haber reconocido sus limitaciones y su valor relativo. Una alternativa consiste en
buscar soluciones más abarcadoras y evolucionadas, que pretendan integrar aspectos de distintos
enfoques en un intento de ir un paso más allá que los modelos existentes. Como comentábamos
en otro lugar (Feixas, 1992a), este avance pasa previsiblemente por el respeto a la diversidad de
concepciones del ser humano implícitas en distintos modelos terapéuticos, pero a la vez implica
generar propuestas integradoras que, siendo sucesivamente reemplazadas por nuevas
alternativas, fomenten la evolución del campo de la psicoterapia. Cada nueva alternativa genera
preguntas que sugieren nuevos interrogantes en lugar de respuestas definitivas. En la actualidad
parece que el movimiento que mejor refleja este espíritu es el que se articula alrededor de la
Society for the Exploration of Psychotherapy Integration (SEPI)--que cuenta con una sección en
España, la Sociedad Española para la Integración de la Psicoterapia (SEIP). Aunque se trata de
un marco de confluencia de propuestas muy diversas, en su seno se promueve el diálogo y la
exploración de construcciones alternativas que integren las aportaciones ya existentes, en
detrimento del dogmatismo de escuela.
Hoy en día se da un consenso creciente acerca de que no existe un solo enfoque que
podamos considerar clínicamente adecuado para todos los problemas, clientes y situaciones. De
hecho, el motor que ha generado el surgimiento de tantos nuevos enfoques es la insatisfacción
con los modelos existentes, la conciencia sobre su inadecuación en determinados casos. Este es
también el motor que mueve los esfuerzos eclécticos e integradores, aunque en una dirección
diferente. Si ninguna de las 400 propuestas terapéuticas existentes ha conseguido demostrar su
utilidad en todos los casos, no se trata de crear la nº 401 (aunque posiblemente ya exista al
publicarse este trabajo) sino de plantearse la cuestión desde otra perspectiva.
Concebir la relación de ayuda como una relación de experto a experto implica que el
cambio terapéutico no se deriva directamente de la aplicación de una técnica específica, sino de la
creación de una forma particular de relación humana. Las técnicas no hacen nada al cliente; es
más bien el cliente quien hace uso de la técnica si ésta se ofrece en el contexto de una relación
terapéutica facilitadora del cambio.
Son precisamente los datos sobre la contribución de distintos factores al éxito terapéutico
los que plantean el quinto factor influyente en el auge del movimiento integrador. El reconocimiento
de que la mayor proporción de variancia del éxito terapéutico se debe a factores preexistentes del
cliente obliga a un replanteamiento de la cuestión. En efecto, no parece muy prudente dedicar la
mayor parte de nuestros esfuerzos al desarrollo tecnológico cuando este factor explica, como
hemos comentado anteriormente, un 15% del éxito terapéutico en su estimación más favorable
(véase Figura 1). Resultan mucho más lógicos los esfuerzos de sistematización que permitan
adaptar los recursos disponibles dentro del campo de las psicoterapias a las necesidades del
cliente. En este sentido, hay que tener en cuenta, de forma preferente, cuestiones relativas al
cliente tales como, estilo interpersonal, disposición al cambio, red social y afectiva, y otras
variables relacionadas (véase Botella y Feixas, 1994, para una revisión exhaustiva de los
resultados de la investigación de eficacia de la psicoterapia).
Por otro lado, el hecho de que un problema pueda tratarse de formas tan distintas según
qué psicoterapeuta lo atienda no aporta ningún prestigio a nuestra profesión. Si la diversidad
existente en cuanto a enfoques y técnicas ya fomenta una imagen de fragmentación entre los
profesionales de la psicoterapia, resulta aún más incomprensible para el resto de la comunidad--
incluyendo a los responsables de decisiones políticas en centros de salud y de investigación, y a la
opinión pública en general. La imagen de una profesión donde impera la lucha de escuelas, las
descalificaciones mutuas, y en la que sus practicantes no son capaces ni tan sólo de dialogar, nos
resta credibilidad ante nuestros clientes y ante la sociedad en general.
Hasta aquí nos hemos ocupado de los factores que han influido en la tendencia hacia el
eclecticismo y la integración en los últimos años, vista desde la perspectiva de la epistemología
constructivista. A continuación describiremos cada uno de los principales enfoques a los que ha
dado lugar el movimiento integrador (es decir, el eclecticismo técnico, la integración teórica y el
estudio de los factores comunes) haciendo hincapié en la aportación constructivista a cada uno
de ellos.
El Eclecticismo Técnico
Esta tendencia del movimiento integrador se centra en la selección de técnicas y
procedimientos terapéuticos con independencia de la teoría que los ha originado. Se caracteriza,
por tanto, por un fuerte énfasis en lo técnico en detrimento de la teoría, despojando a las técnicas
de los supuestos teóricos que las han generado.
El primer autor en formular esta posición fue Lazarus (1967), sin embargo, a partir de los
años setenta han sido varios los enfoques que han seguido esta filosofía. Lazarus (véase el
debate expuesto en Lazarus y Messer, 1991) defiende este tipo de eclecticismo, entre otras
cosas, porque ve en la integración teórica un esfuerzo inútil. Según él, entre dos enfoques
cualesquiera se pueden encontrar similitudes, pero a costa de ignorar sus diferencias que a
menudo son fundamentales. Según Lazarus se ha hecho un énfasis desorbitado en las teorías, lo
que ha conducido a una proliferación caótica de enfoques, cosa que la integración teórica aún
empeora más, por lo que se necesitan "menos teorías y más hechos". Su propuesta enfatiza las
técnicas como expresión de lo que los terapeutas "realmente" hacen con sus clientes. Integrar
técnicas permite enriquecer la práctica empleando, sin ningún recelo, los hallazgos de
orientaciones teóricamente incompatibles. Para este autor existe un nivel de observación básico
en el que enfoques muy distintos, después de haberlos despojado de su carga teórica, nos
revelan fenómenos a considerar1. Es a este nivel de observaciones de hechos clínicos donde se
pueden integrar los recursos técnicos disponibles.
Eysenck (1970), por ejemplo, criticó severamente esta práctica caótica, aún habitual en
nuestros días, y que, de hecho, no forma parte de lo que llamamos integración técnica. Al no
suponer ningún tipo de avance conceptual ni ninguna lógica integradora este tipo de eclecticismo
no se considera parte del movimiento integrador. Las propuestas de dicho movimiento integrador
se diferencian del eclecticismo intuitivo por seleccionar las técnicas basándose en algún criterio
definido. En nuestra visión de estos enfoques integradores de carácter técnico (Feixas, 1992a)
distinguimos entre los criterios meramente pragmáticos, los de orientación teórica y los
sistemáticos, esquema que introducimos a continuación.
1
El comentario crítico de Messer a la postura de Lazarus (véase Lazarus y Messer, 1991) utiliza argumentos
epistemológicos constructivistas. Concretamente, Messer rechaza la propuesta de Lazarus por considerar que se basa
en la postura del realismo ingenuo y que pasa por alto la imposibilidad de la observación para producir "hechos
objetivos" por sí misma. Messer utiliza el argumento constructivista de que la realidad es una creación del observador
para sugerir a Lazarus que lo que éste denomina "caos" se podría redefinir como "diversidad creativa" y dar la
bienvenida a la fertilidad que conlleva, en lugar de intentar reducirlo o anularlo mediante una llamada al
antiintelectualismo implícito en la renuncia a teorizar a favor de los "datos objetivos".
Integración en Psicoterapia
aspiración de este tipo de integración es conseguir una matriz tratamientos x problemas que dicte
la técnica más eficaz a emplear para cada caso concreto. Su orientación es fuertemente empírica.
El modelo que mejor representa esta aspiración es el de la moderna modificación (o terapia) de
conducta. Si bien en sus inicios la terapia conductual se identificaba con la aplicación de los
principios conductistas del aprendizaje, en la actualidad admite una gran diversidad de técnicas,
siempre que hayan demostrado su eficacia. Así, nos encontramos con manuales de técnicas de
terapia y modificación de conducta (p.e., Caballo, 1991) que incluyen, junto a las técnicas
tradicionales basadas en el condicionamiento clásico y operante, la intención paradójica, la terapia
racional-emotiva, la cognitivo-estructural de Guidano y Liotti, la hipnoterapia y la técnica de la silla
vacía guestáltica.
Uno de los ejemplos más destacados de este tipo de eclecticismo es el trabajo de Beutler
y colaboradores (p.e., Beutler, 1983; Beutler y Clarkin, 1990). Su propuesta se basa en tres
ingredientes extraídos de la revisión de las investigaciones disponibles sobre las variables
influyentes en el éxito terapéutico. El primer ingrediente supone una sistematización de los
modelos existentes en términos de estilos terapéuticos o dimensiones bipolares de intervención:
directiva/no-directiva, centrada en el síntoma/centrada en el conflicto, etc. El segundo implica una
selección de variables del cliente, p.e., severidad del síntoma, estilo de afrontamiento, potencial de
resistencia o reactancia (ver Beutler, 1992). El tercer componente de este modelo propone un
emparejamiento de estilos terapéuticos con variables del cliente. El modelo de Selección
Sistemática de Tratamientos tal como lo proponen Beutler y Clarkin (1990) se divide en siete fases
secuenciales:
La aplicación de estos criterios supone, por ejemplo, proponer las terapias directivas como
las más indicadas para clientes con bajo potencial de resistencia. Una aproximación a esta
propuesta combinatoria de enfoques terapéuticos con tipos de cliente se presenta en la Tabla 1.
Tabla 1
De las técnicas mencionadas la que reviste mayor solidez empírica es la técnica del rol
fijo. Se trata de un procedimiento complejo diseñado por Kelly (1955) en el que el cliente escribe
una descripción de sí mismo (autocaracterización) y luego el terapeuta la re-escribe de forma que
permita la exploración de otros esquemas alternativos. Se pide entonces al sujeto que ejecute el
nuevo rol en su vida cotidiana durante dos semanas con la debida preparación y entrenamiento.
Acabado este intenso período la nueva perspectiva adquirida permite que el cliente, con la ayuda
del terapeuta, reestructure algunos de sus viejos esquemas supraordenados. En la actualidad se
dispone de varios estudios de caso detallados (ver Feixas y Villegas, 1993, para uno de ellos y una
revisión de la literatura). Además Karst y Trexler (1970) compararon esta técnica con la terapia
racional emotiva en el tratamiento de la ansiedad de hablar en público, en un formato homogéneo
de diez sesiones. En este estudio controlado la técnica de rol fijo se mostró más eficaz. Aunque no
dispongamos de trabajos posteriores que repliquen estos resultados ni de otros estudios
comparativos con otras formas de terapia, este estudio muestra la posibilidad de investigar la
eficacia de procedimientos nacidos dentro del constructivismo. De hecho, el prestigio empírico de
la técnica de rol fijo se confirma por su inclusión en diversos manuales de modificación de
Integración en Psicoterapia
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conducta (p.e., Rimm y Masters, 1974), enfoque que hemos considerado anteriormente como
ejemplo del eclecticismo técnico pragmático.
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Tabla 2
Estrategias Técnicas
1. Cambio de polo del constructo · Uso de la autoridad investida (uso de la
influencia social del terapeuta para
despatologizar
· Asociación libre
· Análisis existencial
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esquema que sigue los criterios que Winter propone para seleccionar a los clientes para un tipo u
otro de terapia.
Tabla 3.
Esquema para la selección de clientes según la propuesta de Winter (1990, 1992). (Tomado de
Feixas, 1992a).
· los constructos relacionados con los · los constructos relacionados con los
síntomas son poco centrales síntomas son centrales
La Integración Teórica
En este enfoque se integran dos o más psicoterapias con la esperanza de que el resultado
de esta fusión resulte mejor que cada una de las que se partió. Como su nombre indica, el énfasis
se sitúa en la integración de los conceptos teóricos de las psicoterapias, aunque también las
técnicas quedan integradas en virtud de esta síntesis teórica.
Ya desde las primeras propuestas en los años treinta y cuarenta, los intentos de
integración teórica se han centrado en gran medida en la combinación de los enfoques
psicoanalítico y conductual. En la década de los cincuenta, en el contexto del acercamiento de
algunos psicólogos académicos de Yale al psicoanálisis, se da la primera aportación realmente
significativa en esta línea por parte de Dollard y Miller (1950). Estos autores presentan un
ambicioso intento de sintetizar ambas teorías en cuanto a su concepción de la neurosis y de la
psicoterapia con la meta de articular una teoría unificada. En su elaborada propuesta, Dollard y
Miller no sólo explican el principio del placer en términos de refuerzo, y la represión en términos de
inhibición de respuesta, sino que formulan una compleja teoría acerca de la dinámica del conflicto
y la ansiedad en la neurosis. A su vez, proponen formas de tratamiento integradas, que se
avanzaron a muchas de las propuestas posteriores, más conocidas.
A pesar del enorme valor conceptual y terapéutico de esta primera gran propuesta
integradora, el zeitgeist o clima de la época no permitió que se le diera una buena acogida. Al
inicio de los años cincuenta no soplaban vientos favorables a la integración (como soplarían poco
después) sino que, muy al contrario, la lucha de escuelas llegaba a su punto más álgido. Hubo que
esperar hasta los años setenta para un clima más propicio. En esa década el modelo conductual
tenía ya establecida firmemente su identidad y su relevancia dentro del campo terapéutico, y
además empezaba a desarrollar una apertura hacia los procesos cognitivo-simbólicos (p.e.,
Bandura, 1969). Por otro lado, aparecieron algunos formatos de terapia psicoanalítica que
enfatizaban la fijación de metas, el trabajo sobre un foco terapéutico, así como los acontecimientos
y procesos presentes. Además, los enfoques humanistas, sistémicos y los propiamente cognitivos,
que entraron en la escena terapéutica en la segunda mitad de este siglo, también propiciaron
propuestas integradoras. Fueron varias las que aparecieron en los 70, y muchas más a partir de
los 80. A continuación comentamos un ejemplo de las que integran dos teorías, y otro de las que
tienen un espectro más amplio. Al primer caso lo denominamos integración híbrida, y al segundo
integración amplia (Feixas, 1992a).
Integración en Psicoterapia
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de constructos familiares (Procter, 1981), como marcos de significado que se van negociando
mediante la interacción familiar. Kelly (1955) llamó relación de rol al proceso mutuo de anticipación
que un miembro de la familia hace de los procesos de construcción de otro (p.e., la forma que un
padre construye cómo su hija lo ve a él). En la familia, estos procesos de anticipación mutua y su
validación o desconfirmación configuran la construcción del problema y delimitan su posible
solución. Al tener en cuenta las visiones de los agentes validadores del portador del síntoma se
posibilita no sólo que cambie su sistema de significado personal sino también el contexto de
significación familiar.
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el cambio psicológico en las distintas terapias, lo que nos permitiría construir una
conceptualización más amplia de la psicoterapia, más allá de posicionamientos dogmáticos y con
mayor eficacia práctica. En efecto, la finalidad principal de este enfoque es identificar los factores,
o combinación de ingredientes, que resulten de mejor pronóstico para el cambio terapéutico. Una
vez hallados estos componentes, podrían servir como punto de partida para la elaboración teórica.
El resultado final, con todo, no sería una teoría unificada, sino un marco conceptual supraordenado
que permitiese dar sentido a diferentes forma de práctica que, aún así, comparten procesos
comunes subyacentes.
Uno de los primeros artículos sobre factores comunes fue el de Rosenzweig (1936),
que señalaba algunos elementos que a su juicio podían explicar la efectividad de distintas
psicoterapias: la capacidad del terapeuta para inspirar esperanza y para proporcionar una
visión alternativa (y más plausible) del self y del mundo. Kelly (1969) coincidió en apuntar
también a esta cuestión precisando que esta visión alternativa debía (a) dar cuenta de lo que el
cliente considera crucial en su visión del problema, y (b) sugerir alternativas de acción factibles.
Este concepto básico sigue siendo central en algunas formulaciones recientes (p.e., Arkowitz y
Hannah, 1989; Brady et al, 1980).
Pocos años después, los estudios de Fiedler (p.e., 1950) tuvieron una gran influencia
reforzante para el argumento de los factores comunes. Se pidió a terapeutas de distintas
orientaciones y niveles de experiencia que describieran los componentes que consideraban
ideales para una relación terapéutica. Resultó que los terapeutas expertos de distintas
orientaciones coincidieron más entre sí que los principiantes de su propia escuela. En otro estudio
en el que se utilizaron puntuaciones de sesiones terapéuticas Fiedler encontró resultados
similares. La relación terapéutica establecida por expertos de una orientación se asemejaba más a
la de los expertos de otras orientaciones que a la de los principiantes de la propia. Aunque las
psicoterapias estudiadas fueron sólo la psicoanalítica, la adleriana y la no-directiva, y a pesar de
que no se tuvieran en cuenta los resultados, estos estudios contribuyeron a fomentar el desarrollo
del enfoque de los factores comunes.
Carl Rogers contribuyó también, aunque de forma indirecta, al argumento de los factores
comunes al defender que la psicoterapia era efectiva no tanto por el empleo de técnicas sino por el
tipo particular de relación humana que se establece con el cliente. Su trabajo con las
características empáticas, la calidez y la consideración positiva incondicional de la relación ha
tenido amplias repercusiones en la investigación y conceptualización posterior (p.e., Truax y
Carkhuff, 1967). Hoy en día, respecto a las condiciones facilitadoras rogerianas, la investigación
indica una relación compleja con los resultados de la terapia. Si bien parecen fomentar el
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A partir de la década de los sesenta aparecen varias obras que proponen la psicoterapia
como un proceso de influencia social y de persuasión genérica, en contraste con las creencias
más establecidas de la época que enfatizaban los efectos técnicos específicos. El enfoque de los
factores comunes ha recibido mucha atención en las últimas dos décadas, pero el trabajo de Frank
(1961) permanece como punto de referencia fundamental hasta nuestros días. Otras aportaciones
han venido a complementar su trabajo, y entre ellas merece una mención especial la obra editada
por Marvin Goldfried (1982) que recoge, además de su propia aportación, las de los autores más
relevantes del momento. En particular, la propuesta de Goldfried sugiere que donde resulta más
prometedora la búsqueda de ingredientes comunes es a un nivel intermedio entre la teoría y la
práctica, al nivel de las estrategias utilizadas por terapeutas de distintas orientaciones.
Tabla 4
· Marco de curación
· Ritual
Judd Marmor · Relación cliente-terapeuta
· Aprendizaje cognitivo
· Condicionamiento operante
· Modelado
· Sugestión y persuasión
· Atmósfera de apoyo
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· Transferencia
· Feedback
John Paul Brady · Relación terapéutica segura
· Autocontrol
Toksoz Karasu · Experiencia afectiva
· Dominio cognitivo
· Regulación conductual
Hans Strupp · Creación de un contexto interpersonal
· Aprendizaje terapéutico
William Stiles, David · Factores del terapeuta
Shapiro y Robert Elliot
· Conductas de participación activa del cliente
· Alianza terapéutica
Lisa Greencavage y · Características del cliente
John Norcross
· Cualidades de los terapeutas
· Procesos de cambio
· Relación terapéutica
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como factor importante en todas las modalidades terapéuticas; de hecho, hoy en día parece ser el
mejor predictor de cambio terapéutico identificado en la investigación en psicoterapia.
Con todo, estas propuestas de integración a partir de los factores comunes no están
exentas de críticas. Haaga (1986) examina algunas de ellas, y sugiere que cada modelo estudie la
utilidad de otras técnicas para enriquecerse, fomentando así el desarrollo intra-escuela, por lo que
no considera oportuno el camino hacia una integración.
(a) Un marcador dialógico introductorio por parte del cliente, por ejemplo, "Esto me recuerda a
algo" o "Te voy a contar lo que me sucedió" inicia la elicitación de la narrativa de identidad.
También es habitual que el cliente explique una narrativa a solicitud del terapeuta, p.e.
"Háblame de lo que ocurrió la primera vez que experimentaste ese sentimiento". Para que
se considere el discurso del cliente como una narrativa de identidad, el cliente debe estar
incluido en ella como personaje. Es decir, no se consideran las narrativas que explican algo
sobre alguien (aunque lo explique el cliente) si él está ausente como personaje.
(b) La narrativa se elabora: el cliente narra su historia y el terapeuta interviene (o no) durante
este proceso.
(c) Diálogo terapéutico sobre la historia que el cliente ha narrado. Este diálogo suele tomar la
forma de comentarios (o preguntas, o intervenciones) del terapeuta a la narrativa del
cliente, y comentarios del cliente a los comentarios del terapeuta.
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(d) Un cambio en el tema de la narrativa indica el final del episodio; este cambio suele adoptar
una forma conversacional similar al marcador dialógico introductorio (p.e., esto me
recuerda otra cosa). Cuando una narrativa se sigue de otra que elabora el mismo punto se
considera un ejemplo de narrativas encadenadas, y se analizan ambas narrativas como
una sola.
Si bien en cada caso el contenido del episodio de TND es diferente, el proceso parece
ser similar en términos genéricos. Concretamente, en la aplicación a la terapia familiar
sistémico/constructivista hemos identificado un patrón consistente, formado por las siguientes
etapas (véase también Fruggeri 1992; Sluzki, 1992):
(5) Validación de las narrativas alternativas: Tras haber accedido a dichas narrativas
subdominantes y haberlas convertido en figura (en lugar de fondo) prestándoles la atención
que merecen, el proceso continúa mediante su validación en contextos diferentes y más
amplios que el original. En principio, mediante la co-construcción fomentada por el diálogo
terapéutico y el uso de instrumentos tales como la técnica de la moviola (véase Guidano,
1995), la técnica de la pregunta curiosa (White y Epston, 1990), o las estrategias de cambio
propuestas desde la teoría de los constructos personales (Botella y Feixas, 1998) se resaltan
los aspectos terapéuticos de la narrativa subdominante.
(7) Fomento de la reflexividad: Esta fase coincide con la que en terapia familiar
estratégica se denomina finalización y reconocimiento de méritos. La intención es que la familia
se haga consciente de hasta qué punto han sido capaces de reavivar sus procesos discursivos
de atribución de significado a la experiencia precisamente al hacerse conscientes de su propia
discursividad.
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En general, los principales objetivos terapéuticos de dicha secuencia son (a) ayudar a
los clientes a introducir cambios significativos en cualquier dimensión de sus narrativas de
forma que éstas reaviven su función de marcos relacionales para la búsqueda de nuevas
posibilidades y significados alternativos que amplíen sus posibilidades de elección, y (b)
ayudarles a hacerse conscientes de la propia naturaleza discursiva, narrativa y relacional de la
experiencia humana, con la finalidad última de fomentar no una sustitución sino una
trascendencia narrativa (Gergen & Kaye, 1992). Tales objetivos se resumen en la afirmación de
Mook (1992) de que las familias que acuden a terapia necesitan dos cosas: inteligibilidad y
transformación.
Reflexiones finales
Al intentar matizar las características diferenciales de los distintos tipos de propuestas
eclécticas e integradoras hemos pasado breve revista a algunas propuestas representativas, sin
pretender ser exhaustivos. A su vez, hemos presentado un ejemplo de propuesta constructivista
para cada tipo de modalidad ecléctica e integradora (véase Tabla 5). Este esquema nos permite
constatar la fertilidad de la epistemología constructivista a la hora de generar propuestas2.
2
Tampoco aquí hemos querido ser exhaustivos. Para mencionar tan sólo una de las ausencias,
diremos que el enfoque de los procesos de cambio humano de Mahoney (1991) nos revela
también una enorme capacidad integradora teórica de gran amplitud, desde lo biológico a lo
psicosocial.
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Tabla 5.
Llegados a este punto nos preguntamos por qué el constructivismo resulta tan fecundo en
su esfuerzo integrador, mientras que otros enfoques dedican todas sus energías al desarrollo intra-
escuela. Se nos ocurren varias respuestas. Nos permitimos retomar las conclusiones de un trabajo
anterior sobre este tema:
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