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Eclecticismo e integración en psicoterapia: Perspectivas, propuestas e


investigación

Conference Paper · June 1994


DOI: 10.13140/RG.2.1.1032.2964

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Luis Botella
Universitat Ramon Llull
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Integración en Psicoterapia: Reflexiones y
Contribuciones desde la Epistemología
Constructivista
© 2000 Guillem Feixas (Universidad de Barcelona)
© 2000 Luis Botella (Universidad Ramon Llull)

El desarrollo histórico de la psicoterapia se puede narrar como una sucesión de


propuestas de enfoques teóricos que comportan visiones distintas de los problemas humanos y de
la forma de abordarlos psicológicamente (Feixas y Miró, 1993). Si atendemos al contenido de la
mayoría de estos enfoques podríamos llegar a creer que cada uno es único, marcadamente
diferenciado de los demás y supuestamente mejor. De hecho, cada uno ha desarrollado una
terminología propia, de forma que el diálogo entre ellos resulta confuso. El problema va incluso
más allá de la cuestión terminológica, dado que también las diferencias epistemológicas y de
visión del mundo constituyen una barrera potencial para la comunicación entre escuelas.

La forma tradicional de presentar y evaluar los diferentes enfoques psicoterapéuticos se


ha centrado en sus aspectos formales y teóricos, tales como conceptos básicos, estructura de la
personalidad, visión de la psicopatología o concepción del cambio terapéutico. Dicha presentación
fomenta la visión de los modelos psicoterapéuticos como si se tratara de descubrimientos objetivos
sobre el ser humano, evaluables en cuanto a su contenido de verdad y aislados de su contexto
cultural y socio-político. Sin embargo, tanto las denominadas ciencias duras como la filosofía de la
ciencia hace tiempo que reconocen la influencia del contexto social sobre sus teorías (véanse por
ejemplo los trabajos clásicos de Kuhn, 1970, o las propuestas aún más radicales de Feyerabend,
1976). Una forma alternativa de abordar tales enfoques es atender a su naturaleza discursiva en
cuanto que construcciones sociales, preguntándose por ejemplo en qué tipo de corriente filosófica,
literaria y/o cultural pueden enmarcarse o cuál es el zeitgeist que explícita o tácitamente están
revelando (Botella y Figueras, 1995). También resulta relevante preguntarse cuál es el papel de la
adscripción a una u otra escuela (o a ninguna de ellas) en los procesos psicosociales de
construcción y negociación de la identidad individual y colectiva del psicoterapeuta, concibiendo la
identidad como un posicionamiento discursivo.

En este sentido, la pertenencia a una orientación teórica o escuela determinada deviene


una importante seña de identidad para muchos psicoterapeutas. Así aparece reflejado
consistentemente en la mayoría de encuestas, en las que algunos profesionales indican su
adhesión a algún enfoque determinado. Esta adhesión tiene sin duda ventajas para el terapeuta.
Un modelo teórico no sólo proporciona una visión determinada de los problemas humanos y de
cómo intervenir psicoterapéuticamente en su resolución, sino también un lenguaje y una estructura
científico-social de apoyo (congresos, revistas, sociedades, etc.) que ejerce un importante rol
afiliativo en el desarrollo profesional del psicoterapeuta.

Sin embargo, en las últimas décadas un número creciente de psicoterapeutas prefieren no


identificarse plenamente con ninguna escuela concreta. En estos momentos parece que la
tendencia de los psicoterapeutas a definirse como eclécticos supera la adscripción a cualquier otra
orientación particular (véase Feixas y Miró, 1993, para una revisión de datos demográficos al
respecto). En uno de los estudios que integraban los datos a los que nos referimos, Smith (1982)
encontró que el 41% de los 415 psicoterapeutas encuestados se autodenominaban eclécticos. Sin
embargo, al matizar su respuesta los encuestados escogían términos marcadamente dispares, lo
que refleja la variedad de significados que engloba esta etiqueta. En realidad el eclecticismo puede
entenderse más por lo que no es (no-adhesión a una escuela concreta) que por lo que es. Por otra
parte, el término ecléctico tiene algunas connotaciones preocupantes, dado que en algunos

-1-
Integración en Psicoterapia

casos implica combinar técnicas epistemológicamente incompatibles de forma incoherente. La


pluralidad, no sólo de enfoques puros sino también de formas de práctica ecléctica, refleja la
diversidad actual de la psicoterapia y plantea nuevos retos.

Uno de tales retos es el de evolucionar hacia la exploración de un avance común. Ello


implica una transición desde posturas eclécticas hacia lo que se conoce en la actualidad como el
movimiento integrador en psicoterapia; desde formas de seleccionar teorías o técnicas
psicoterapéuticas hacia el esfuerzo por contribuir a una maduración y desarrollo cualitativo del
campo de la psicoterapia en un clima cooperativo de exploración de la integración. Nos referimos a
exploración de la integración para distinguir el movimiento integrador del sueño unificacionista. En
efecto, el movimiento integrador no pretende llegar a la fusión de todos los modelos en uno,
pretensión científicamente ingenua y éticamente discutible por sus connotaciones totalitarias. Más
bien aboga por la constitución de un marco de diálogo que sustituya la lucha de escuelas por un
contexto cooperativo que permita encontrar propuestas integradoras más evolucionadas que los
enfoques existentes. Por otro lado, dicho movimiento trata de fomentar y coordinar los esfuerzos
por investigar los mecanismos de cambio descritos por distintos modelos terapéuticos, a menudo
con terminologías diferentes.

El planteamiento del reto de la integración se podría entender como una muestra de la


evolución del campo de las psicoterapias hacia estadios más maduros de desarrollo. Norcross
(1986) sugiere que la comunidad psicoterapéutica ha ido evolucionando de un simplismo
absolutista y dogmático (Mi enfoque es el mejor por definición y los demás están equivocados)
hacia el relativismo (Cada enfoque funciona según el caso), con la esperanza de llegar al
compromiso ético con un enfoque desde el que evolucionar de forma no-dogmática. Es decir, la
adhesión a un modelo se debería fundamentar en una elección personal y comprometida con su
perfeccionamiento en lugar de en el dogmatismo.

Sin embargo, a nuestro juicio tal compromiso con un modelo determinado se hace difícil
después de haber reconocido sus limitaciones y su valor relativo. Una alternativa consiste en
buscar soluciones más abarcadoras y evolucionadas, que pretendan integrar aspectos de distintos
enfoques en un intento de ir un paso más allá que los modelos existentes. Como comentábamos
en otro lugar (Feixas, 1992a), este avance pasa previsiblemente por el respeto a la diversidad de
concepciones del ser humano implícitas en distintos modelos terapéuticos, pero a la vez implica
generar propuestas integradoras que, siendo sucesivamente reemplazadas por nuevas
alternativas, fomenten la evolución del campo de la psicoterapia. Cada nueva alternativa genera
preguntas que sugieren nuevos interrogantes en lugar de respuestas definitivas. En la actualidad
parece que el movimiento que mejor refleja este espíritu es el que se articula alrededor de la
Society for the Exploration of Psychotherapy Integration (SEPI)--que cuenta con una sección en
España, la Sociedad Española para la Integración de la Psicoterapia (SEIP). Aunque se trata de
un marco de confluencia de propuestas muy diversas, en su seno se promueve el diálogo y la
exploración de construcciones alternativas que integren las aportaciones ya existentes, en
detrimento del dogmatismo de escuela.

Siguiendo a Arkowitz (1991) en su escrito inaugural del Journal of Psychotherapy


Integration, entendemos que el movimiento integrador aglutina en la actualidad esfuerzos en tres
grandes áreas de trabajo: el eclecticismo técnico, la integración teórica y el estudio de los factores
comunes. Antes de describir la aportación constructivista a cada uno de estos enfoques, sin
embargo, quisiéramos comentar brevemente los factores que han influido en la tendencia hacia el
eclecticismo y la integración en las últimas décadas y, particularmente, cómo tales factores son
plenamente coherentes con una concepción constructivista de la psicoterapia. Nuestro intento en
la primera parte de este trabajo es demostrar como el constructivismo es perfectamente viable
como marco conceptual general para la exploración de la integración en psicoterapia, dado que la
actitud integradora caracteriza a la epistemología constructivista desde su misma raíz.
Integración en Psicoterapia

Factores influyentes en la formación del movimiento integrador:


una lectura constructivista
Aunque podemos encontrar ejemplos aislados de propuestas eclécticas y/o integradoras
desde los años treinta, el fenómeno del eclecticismo como hecho diferencial en psicoterapia se
consolida en la década de los setenta y, como hemos comentado anteriormente, el movimiento
integrador no toma forma hasta los ochenta. En esta sección comentaremos los factores que han
propiciado el fenómeno contemporáneo de la exploración de la integración en psicoterapia según
Norcross (1986), examinando su compatibilidad con una perspectiva epistemológica
constructivista.

1. Proliferación de enfoques psicoterapéuticos.

La coexistencia de lo que a nuestro juicio (Feixas, 1992a) son construcciones parciales de


la realidad dota al campo de la psicoterapia de una apariencia fragmentaria. Siguiendo la noción
kelliana de fragmentalismo acumulativo (véase Botella y Feixas, 1998) parece como si la
psicoterapia hubiese avanzado acumulando fragmentos de conocimiento parcialmente útiles y
válidos, desarrollados de forma independiente y competitiva, carentes de un marco general que los
hiciera compatibles. El hecho de contar en la actualidad con más de 400 formas de tratamiento da
una idea de la gran capacidad generativa de la psicoterapia, como área de conocimiento, para
crear construcciones diferenciadas, pero también de la incapacidad para integrarlas que ha
derivado en el actual panorama de fragmentación.

Desde una perspectiva constructivista, se puede entender el desarrollo de cualquier


sistema de conocimiento (personal o científico/académico) como una dialéctica entre
diferenciación e integración, que conduce en el caso óptimo a una situación de complejidad, pero
no de fragmentación. La excesiva diferenciación de los enfoques psicoterapéuticos actuales es
comprensible como un intento de maximizar la individualidad en detrimento de la comunalidad,
ligado sin duda a cuestiones económicas, socio-políticas y de divergencias ideológicas (filosóficas,
epistemológicas, metodológicas) entre los proponentes de cada uno de ellos. Sin embargo, en
contraste con la estrategia del fragmentalismo acumulativo, el alternativismo constructivo (Kelly,
1969; véase Botella y Feixas, 1998) nos sugiere abogar por construcciones de un nivel jerárquico
superior, más amplias y evolucionadas, que no supongan un modelo más a acumular. Aunque
esta nueva (re)construcción no nos aporte un nuevo fragmento de verdad terapéutica, puede
proporcionar una visión alternativa de las ya existentes. Con esta esperanza se han generado la
mayoría de esfuerzos en el seno del movimiento integrador.

2. Inadecuación de una forma única de psicoterapia para todos los casos.

Hoy en día se da un consenso creciente acerca de que no existe un solo enfoque que
podamos considerar clínicamente adecuado para todos los problemas, clientes y situaciones. De
hecho, el motor que ha generado el surgimiento de tantos nuevos enfoques es la insatisfacción
con los modelos existentes, la conciencia sobre su inadecuación en determinados casos. Este es
también el motor que mueve los esfuerzos eclécticos e integradores, aunque en una dirección
diferente. Si ninguna de las 400 propuestas terapéuticas existentes ha conseguido demostrar su
utilidad en todos los casos, no se trata de crear la nº 401 (aunque posiblemente ya exista al
publicarse este trabajo) sino de plantearse la cuestión desde otra perspectiva.

En los últimos años se va popularizando la posibilidad de explorar la integración de los


conocimientos y técnicas disponibles que, aunque parciales y con valor limitado, puedan
ayudarnos a comprender de forma más amplia y precisa el proceso psicoterapéutico. Otra idea en
el mismo sentido es la de fomentar la flexibilidad teórica y técnica para adaptarse a cada caso
concreto en detrimento de la adhesión rígida a un modelo. La flexibilización que conllevan los
enfoques eclécticos e integradores reporta de por sí una mayor adaptación del proceder
terapéutico a las particularidades del cliente. De no ser así, en palabras de Gordon Allport, "si tu
única herramienta es un martillo, tratarás a todo el mundo como a un clavo".
Integración en Psicoterapia

Desde una perspectiva constructivista, se puede entender la psicoterapia como la génesis


intencional de significados y narrativas que puedan transformar la construcción de la
experiencia de los clientes mediante un diálogo colaborativo (Botella, en prensa; Kaye, 1995).
Tales sistemas de construcción de la experiencia, si bien están pautados por las formas
discursivo/narrativas aceptables socialmente, revisten un componente innegable de individualidad.
Así, es perfectamente previsible que ningún modelo único de psicoterapia pueda responder al
cambio de todos los clientes o en todas las patologías. La psicoterapia, desde nuestra perspectiva,
reúne componentes de comunalidad en cuanto a los procesos de cambio (como propone la línea
de investigación de los factores comunes) y, simultáneamente, de especificidad en cuanto al
contenido de dichos cambios.

3. Ausencia de eficacia diferencial entre las psicoterapias.

A pesar de las diferencias teóricas entre modelos psicoterapéuticos y el interés de sus


proponentes por demostrar su superioridad relativa, la conclusión que se extrae de la revisión de la
literatura hasta el momento es que ninguna de ellas sobresale claramente por encima de las
demás (véanse Lambert y Bergin, 1992; Lambert, Shapiro y Bergin, 1986; Luborsky, Singer y
Luborsky, 1975; Smith, Glass y Miller, 1980). Tanto la investigación metaanalítica de Smith et al.
(1980), que incluía 475 estudios con más de 78 formas de psicoterapia, como otras
investigaciones más restrictivas inciden en la misma conclusión: no hay un vencedor claro en la
competición entre diferentes modelos psicoterapéuticos.

Resulta paradójico que modelos terapéuticos pretendidamente diferentes (e incluso


opuestos) resulten igualmente eficaces. La resolución de esta paradoja pasa para muchos por la
cuestión de la integración, tanto en lo que respecta a la identificación de los factores comunes que
afectan al éxito terapéutico como a la complementariedad de la validez de unos enfoques con la
de otros en un esfuerzo de integración teórica y técnica.

Así mismo, dicha paradoja ha reorientado la investigación en psicoterapia al análisis de los


factores que contribuyen al cambio terapéutico. De entre estos, Lambert (1986) cifra la
contribución de las técnicas terapéuticas específicas en sólo un 15% (véase Figura 1). Este
reducido porcentaje debería hacernos reflexionar sobre la importancia--quizá excesiva--atribuida a
dichas técnicas en los programas de formación de psicoterapeutas, así como sobre el papel de las
habilidades técnicas en la práctica clínica. En general, este énfasis en los aspectos técnicos de la
psicoterapia va en detrimento de los factores relacionados con las variables del cliente, del
terapeuta y de la relación terapéutica. Sin embargo, estos parecen ser los factores que más
afectan al resultado global de la psicoterapia.

Figura 1. Contribución relativa de los factores que influyen en el resultado de la psicoterapia


(Lambert, 1986).
Integración en Psicoterapia

La adopción de un marco epistemológico constructivista conlleva una serie de


implicaciones acerca de la relación de ayuda, plenamente coherentes con lo antedicho. Como
proponíamos en otros trabajos (Botella y Feixas, 1998) la concepción de la relación terapéutica
como interacción centrada en la co-construcción de nuevos significados implica prestar mayor
atención al lenguaje, las narrativas, las metáforas y los constructos personales que se generan
en el diálogo entre terapeuta y cliente. De entrada, esto supone alinearse con los enfoques
que rechazan la visión del profesional como experto o como administrador de técnicas, y lo
destronan de su presunta posición de objetividad. El enfoque constructivista contempla tanto al
cliente como al terapeuta como expertos que participan en una aventura común; el cliente tiene
una mayor experiencia acerca de las ventajas y limitaciones de su sistema de significado, y el
terapeuta posee más pericia en lo concerniente a las habilidades facilitadoras del cambio en
general (Feixas y Villegas, 1993). En consecuencia, la terapia se convierte en una búsqueda
caracterizada por la colaboración y el respeto en pos de una revisión del sistema de significado
personal, que permita mantener a los clientes en su esfuerzo por anticipar y participar de un
mundo social que ellos también pueden ayudar a construir (Neimeyer y Feixas, 1997). En cierto
sentido, la psicoterapia constructivista “no tiene parangón en ninguna otra perspectiva
contemporánea en cuanto a su postura fuertemente autorreflexiva” (Botella, 1996, p. 246).

Concebir la relación de ayuda como una relación de experto a experto implica que el
cambio terapéutico no se deriva directamente de la aplicación de una técnica específica, sino de la
creación de una forma particular de relación humana. Las técnicas no hacen nada al cliente; es
más bien el cliente quien hace uso de la técnica si ésta se ofrece en el contexto de una relación
terapéutica facilitadora del cambio.

En conclusión, si se adopta esta perspectiva no resulta sorprendente ni paradógica la falta


de eficacia diferencial. La paradoja sólo existe si se parte de premisas opuestas a las que
acabamos de exponer, como por ejemplo, que "cuanto mejor es la técnica mejores son los
resultados" o que "la investigación comparativa de resultados puede determinar la técnica más
eficaz para la mayoría de los casos".

4. Reconocimiento de la existencia de factores comunes a las distintas psicoterapias.

El reconocimiento de la existencia de factores comunes que operan en la mayoría de las


psicoterapias, hayan sido o no explicitados por sus proponentes, se hace cada vez más evidente.
En este sentido, se va extendiendo cada vez más la actitud de buscar los ingredientes comunes
entre los enfoques en lugar de centrarse exclusivamente en sus diferencias. Frank (1961) por
ejemplo, planteó que los métodos actuales de psicoterapia representan, con algunas variaciones,
actualizaciones de procedimientos muy antiguos de curación psicológica. Pero las psicoterapias
contemporáneas enfatizan sus diferencias para hacerse más competitivas, de acuerdo con el
contexto socio-económico mercantilista y liberal de nuestra sociedad occidental, por lo que estas
diferencias se exageran. En la actualidad se reconoce, en virtud de los datos disponibles, que los
factores comunes explican hasta un 30% del porcentaje de la varianza del éxito terapéutico (véase
Figura 1). Si tenemos en cuenta que el porcentaje atribuible al terapeuta es sólo un poco superior
al 40% constatamos el tremendo peso de estos factores comunes en su contribución al cambio
terapéutico.

En este sentido, cabe recordar que según la epistemología constructivista, similitudes y


diferencias son operaciones del observador, no características "objetivas" de la realidad. Así,
podría parecer que los psicoterapeutas hemos empezado a desplazar nuestro punto de
observación desde la defensa de las diferencias y la novedad de determinados modelos
terapéuticos hacia la conciencia de los factores comunes. Este cambio no se basa en que los
modelos contemporáneos se parezcan más, sino que refleja nuestro cambio de posicionamiento al
observarlos. Como afirmábamos anteriormente, el énfasis en la diferencia puede responder a
intereses comerciales o políticos. Este nuevo posicionamiento debería promover más la
cooperación de terapeutas de distintas orientaciones en la articulación de una base común,
aspecto central del movimiento integrador.
Integración en Psicoterapia

5. Enfasis en las características del paciente y de la relación terapéutica como


principales ingredientes del cambio.

Son precisamente los datos sobre la contribución de distintos factores al éxito terapéutico
los que plantean el quinto factor influyente en el auge del movimiento integrador. El reconocimiento
de que la mayor proporción de variancia del éxito terapéutico se debe a factores preexistentes del
cliente obliga a un replanteamiento de la cuestión. En efecto, no parece muy prudente dedicar la
mayor parte de nuestros esfuerzos al desarrollo tecnológico cuando este factor explica, como
hemos comentado anteriormente, un 15% del éxito terapéutico en su estimación más favorable
(véase Figura 1). Resultan mucho más lógicos los esfuerzos de sistematización que permitan
adaptar los recursos disponibles dentro del campo de las psicoterapias a las necesidades del
cliente. En este sentido, hay que tener en cuenta, de forma preferente, cuestiones relativas al
cliente tales como, estilo interpersonal, disposición al cambio, red social y afectiva, y otras
variables relacionadas (véase Botella y Feixas, 1994, para una revisión exhaustiva de los
resultados de la investigación de eficacia de la psicoterapia).

El hecho empíricamente demostrado de que es al cliente a quien corresponde la mayor


contribución al total del resultado de la psicoterapia (véase también Lambert, 1991) avala la
noción constructivista de que la psicoterapia no es un tratamiento que un técnico experto
administra a un paciente pasivo, sino una forma de relación que se ofrece al cliente para que
éste se cambie (pro)activamente a sí mismo. De hecho, los enfoques terapéuticos inspirados
en una epistemología constructivista parten de la premisa de que el cambio es una operación
que realiza el cliente de acuerdo con su patrón de coherencia y, por tanto, dirigen sus
esfuerzos a comprender dicho patrón y adaptarse a sus características. Lo que se pretende es
que el espacio terapéutico sea altamente significativo para el cliente, y para ello hay que tener
mucho más en cuenta sus creencias, esquemas, narrativas y constructos que los del terapeuta.
Esta actitud se refleja en el hecho de que las técnicas más características de estos enfoques
tales como la técnica de rejilla (véase Feixas y Cornejo, 1996), el escalamiento (véase Botella y
Feixas, 1998) o la reconstrucción de la experiencia inmediata (Guidano, 1991) se centren en
comprender con el mayor detalle posible la forma en que el cliente construye los
acontecimientos. Otros ejemplos también paradigmáticos de este centramiento en el cliente
son el análisis de la demanda (Villegas, 1992) y el hecho de dejar que sea el cliente quien
proponga las técnicas o procedimientos a llevar a cabo en la terapia (p.e., Feixas y Neimeyer,
1997).

6. Factores socio-políticos y económicos.

Finalmente, puede verse el movimiento integrador como una respuesta a influencias


sociales, políticas y económicas diversas. Especialmente en los Estados Unidos donde la
psicoterapia es financiada en parte por entidades aseguradoras, existe una gran presión para
mejorar la calidad y acortar la duración de los tratamientos psicológicos.

Por otro lado, el hecho de que un problema pueda tratarse de formas tan distintas según
qué psicoterapeuta lo atienda no aporta ningún prestigio a nuestra profesión. Si la diversidad
existente en cuanto a enfoques y técnicas ya fomenta una imagen de fragmentación entre los
profesionales de la psicoterapia, resulta aún más incomprensible para el resto de la comunidad--
incluyendo a los responsables de decisiones políticas en centros de salud y de investigación, y a la
opinión pública en general. La imagen de una profesión donde impera la lucha de escuelas, las
descalificaciones mutuas, y en la que sus practicantes no son capaces ni tan sólo de dialogar, nos
resta credibilidad ante nuestros clientes y ante la sociedad en general.

El espíritu integrador pretende sustituir este clima de enfrentamiento por la cooperación


entre escuelas y el esfuerzo común por hacer madurar nuestro ámbito de conocimiento y práctica
no necesariamente hacia una psicoterapia unificada, pero sí hacia una coordinación más
consensuada de los recursos disponibles y de la experiencia acumulada durante décadas por los
practicantes de las distintas orientaciones.
Integración en Psicoterapia

Hasta aquí nos hemos ocupado de los factores que han influido en la tendencia hacia el
eclecticismo y la integración en los últimos años, vista desde la perspectiva de la epistemología
constructivista. A continuación describiremos cada uno de los principales enfoques a los que ha
dado lugar el movimiento integrador (es decir, el eclecticismo técnico, la integración teórica y el
estudio de los factores comunes) haciendo hincapié en la aportación constructivista a cada uno
de ellos.

El Eclecticismo Técnico
Esta tendencia del movimiento integrador se centra en la selección de técnicas y
procedimientos terapéuticos con independencia de la teoría que los ha originado. Se caracteriza,
por tanto, por un fuerte énfasis en lo técnico en detrimento de la teoría, despojando a las técnicas
de los supuestos teóricos que las han generado.

El primer autor en formular esta posición fue Lazarus (1967), sin embargo, a partir de los
años setenta han sido varios los enfoques que han seguido esta filosofía. Lazarus (véase el
debate expuesto en Lazarus y Messer, 1991) defiende este tipo de eclecticismo, entre otras
cosas, porque ve en la integración teórica un esfuerzo inútil. Según él, entre dos enfoques
cualesquiera se pueden encontrar similitudes, pero a costa de ignorar sus diferencias que a
menudo son fundamentales. Según Lazarus se ha hecho un énfasis desorbitado en las teorías, lo
que ha conducido a una proliferación caótica de enfoques, cosa que la integración teórica aún
empeora más, por lo que se necesitan "menos teorías y más hechos". Su propuesta enfatiza las
técnicas como expresión de lo que los terapeutas "realmente" hacen con sus clientes. Integrar
técnicas permite enriquecer la práctica empleando, sin ningún recelo, los hallazgos de
orientaciones teóricamente incompatibles. Para este autor existe un nivel de observación básico
en el que enfoques muy distintos, después de haberlos despojado de su carga teórica, nos
revelan fenómenos a considerar1. Es a este nivel de observaciones de hechos clínicos donde se
pueden integrar los recursos técnicos disponibles.

La estrategia de este tipo de integración consiste en seleccionar la técnica que se cree


que funcionará mejor con un cliente o paciente concreto. La cuestión clave es saber cuáles son los
criterios con los que decidir cuál es la técnica oportuna con un cliente determinado. La postura del
eclecticismo intuitivo, prevalente hasta los años setenta, consistía en seleccionar técnicas de
forma idiosincrásica, a juicio del terapeuta, de su intuición o experiencia anterior, o quizás en
función del último libro leído o taller de fin de semana al que ha asistido. No existe en esta forma
de eclecticismo ninguna base o lógica conceptual transmisible sino que la decisión de qué técnica
emplear radica en la atracción subjetiva, la vivencia o la creatividad del terapeuta.

Eysenck (1970), por ejemplo, criticó severamente esta práctica caótica, aún habitual en
nuestros días, y que, de hecho, no forma parte de lo que llamamos integración técnica. Al no
suponer ningún tipo de avance conceptual ni ninguna lógica integradora este tipo de eclecticismo
no se considera parte del movimiento integrador. Las propuestas de dicho movimiento integrador
se diferencian del eclecticismo intuitivo por seleccionar las técnicas basándose en algún criterio
definido. En nuestra visión de estos enfoques integradores de carácter técnico (Feixas, 1992a)
distinguimos entre los criterios meramente pragmáticos, los de orientación teórica y los
sistemáticos, esquema que introducimos a continuación.

El eclecticismo técnico pragmático selecciona las técnicas teniendo como criterio


esencial y exclusivo el nivel de eficacia que han demostrado en su contraste empírico. La

1
El comentario crítico de Messer a la postura de Lazarus (véase Lazarus y Messer, 1991) utiliza argumentos
epistemológicos constructivistas. Concretamente, Messer rechaza la propuesta de Lazarus por considerar que se basa
en la postura del realismo ingenuo y que pasa por alto la imposibilidad de la observación para producir "hechos
objetivos" por sí misma. Messer utiliza el argumento constructivista de que la realidad es una creación del observador
para sugerir a Lazarus que lo que éste denomina "caos" se podría redefinir como "diversidad creativa" y dar la
bienvenida a la fertilidad que conlleva, en lugar de intentar reducirlo o anularlo mediante una llamada al
antiintelectualismo implícito en la renuncia a teorizar a favor de los "datos objetivos".
Integración en Psicoterapia

aspiración de este tipo de integración es conseguir una matriz tratamientos x problemas que dicte
la técnica más eficaz a emplear para cada caso concreto. Su orientación es fuertemente empírica.
El modelo que mejor representa esta aspiración es el de la moderna modificación (o terapia) de
conducta. Si bien en sus inicios la terapia conductual se identificaba con la aplicación de los
principios conductistas del aprendizaje, en la actualidad admite una gran diversidad de técnicas,
siempre que hayan demostrado su eficacia. Así, nos encontramos con manuales de técnicas de
terapia y modificación de conducta (p.e., Caballo, 1991) que incluyen, junto a las técnicas
tradicionales basadas en el condicionamiento clásico y operante, la intención paradójica, la terapia
racional-emotiva, la cognitivo-estructural de Guidano y Liotti, la hipnoterapia y la técnica de la silla
vacía guestáltica.

En el eclecticismo técnico de orientación se seleccionan las técnicas de acuerdo con


los criterios que se establecen desde una teoría concreta. Es decir, se combinan técnicas de
origen diverso en función del cliente, pero siempre según su conceptualización que se hace desde
una orientación teórica particular. Aunque en esta forma de integración la teoría tiene un papel
determinante, no es al nivel conceptual donde se da la integración, y aunque sea un dato a tener
en cuenta, tampoco es la eficacia empírica demostrada por la técnica lo que dicta su adopción. Se
trata de un eclecticismo al nivel de las técnicas guiado por la coherencia con una teoría concreta
en función del tipo de cliente. La terapia cognitiva de Beck constituye un buen ejemplo de este tipo
de planteamiento. Si bien se dan muchos otros casos en los que los practicantes de un modelo
adoptan una actitud ecléctica en cuanto a las técnicas a utilizar sin abandonar el marco teórico de
origen, en la terapia cognitiva es su propio creador quien propugna esta actitud:

Situándonos en la teoría de la terapia cognitiva, podemos mirar a otros sistemas de


psicoterapia como una rica fuente de procedimientos terapéuticos. Puesto que gran parte
de su arsenal terapéutico se basa en la sabiduría y enorme experiencia de sus creadores,
estos procedimientos pueden enriquecer la forma de aplicar nuestra propia modalidad de
terapia. En la medida que estos procedimientos sean congruentes con la terapia cognitiva,
la mejoran y consolidan como la terapia integradora. (Beck, 1991, p. 197, cursiva en el
original).

En el eclecticismo técnico sistemático se seleccionan las técnicas de acuerdo con una


lógica sistemática o esquema básico que indica cuáles emplear en función del tipo de clientes. Se
trata de una integración de técnicas, pero guiada por unos esquemas conceptuales de carácter
general acerca de la naturaleza del cambio y de cómo producirlo terapéuticamente. La elección de
una técnica se hace en función del tipo de cliente, y la clasificación, tanto de técnicas como de
clientes, requiere una cierta elaboración teórica. El resultado es un esquema conceptual que indica
el tratamiento a elegir según el caso.

Uno de los ejemplos más destacados de este tipo de eclecticismo es el trabajo de Beutler
y colaboradores (p.e., Beutler, 1983; Beutler y Clarkin, 1990). Su propuesta se basa en tres
ingredientes extraídos de la revisión de las investigaciones disponibles sobre las variables
influyentes en el éxito terapéutico. El primer ingrediente supone una sistematización de los
modelos existentes en términos de estilos terapéuticos o dimensiones bipolares de intervención:
directiva/no-directiva, centrada en el síntoma/centrada en el conflicto, etc. El segundo implica una
selección de variables del cliente, p.e., severidad del síntoma, estilo de afrontamiento, potencial de
resistencia o reactancia (ver Beutler, 1992). El tercer componente de este modelo propone un
emparejamiento de estilos terapéuticos con variables del cliente. El modelo de Selección
Sistemática de Tratamientos tal como lo proponen Beutler y Clarkin (1990) se divide en siete fases
secuenciales:

1. Evaluación del paciente, su contexto cultural, diagnóstico, metas del tratamiento,


estrategias de afrontamiento, entorno (estresores y recursos ambientales).
2. Evaluación de los posibles contextos, modalidades y formatos de tratamiento, así como de
la frecuencia y duración de este.
3. Evaluación de la compatibilidad y "encaje" entre terapeuta y paciente.
4. Métodos de inducción de rol para fomentar y mantener la alianza terapéutica.
Integración en Psicoterapia

5. Selección de metas focales de cambio (tratamiento orientado al conflicto o al síntoma).


6. Selección del nivel de intervención y de las metas terapéuticas a medio plazo.
7. Conducción de la terapia.

La aplicación de estos criterios supone, por ejemplo, proponer las terapias directivas como
las más indicadas para clientes con bajo potencial de resistencia. Una aproximación a esta
propuesta combinatoria de enfoques terapéuticos con tipos de cliente se presenta en la Tabla 1.

Tabla 1

Tipo de psicoterapia a emplear según el potencial de resistencia y estilo de afrontamiento del


cliente

Potencial de resistencia alto Potencial de resistencia bajo


N o-directiva Directiva

Internalizador Centrada en el conflicto Centrada en el conflicto

(p.e.: psicoanalítica, rogeriana) (p.e.: guestáltica)


No-directiva Directiva

Externalizador Centrada en el síntoma Centrada en el síntoma

(p.e.: paradójica, autoayuda) (p.e.: conductual, cognitiva)

Aportaciones Constructivistas al Eclecticismo Técnico Pragmático


Puesto que aquí el criterio que guía la selección de técnicas es la eficacia, la principal
aportación del constructivismo terapéutico ha de radicar (a) en su capacidad para generar técnicas
terapéuticas, y (b) en que estas técnicas demuestren empíricamente su eficacia. En cuanto al
primer punto podemos afirmar la fecundidad técnica del constructivismo, en cuanto a la creación
de procedimientos originales. Desde las terapias cognitivo/constructivistas (véase Feixas, 1991,
para las técnicas constructivistas sistémicas), se ha desarrollado la técnica de rol fijo, la técnica de
rejilla, el escalamiento, la adopción de perspectivas, el análisis evolutivo, o el flujo de conciencia,
entre otras. Es importante reconocer esta fecundidad técnica puesto que si tenemos en cuenta la
inspiración epistemológica de los enfoques constructivistas, y su énfasis en las actitudes más que
en las técnicas, su capacidad de generación de procedimientos concretos puede pasar fácilmente
desapercibida.

De las técnicas mencionadas la que reviste mayor solidez empírica es la técnica del rol
fijo. Se trata de un procedimiento complejo diseñado por Kelly (1955) en el que el cliente escribe
una descripción de sí mismo (autocaracterización) y luego el terapeuta la re-escribe de forma que
permita la exploración de otros esquemas alternativos. Se pide entonces al sujeto que ejecute el
nuevo rol en su vida cotidiana durante dos semanas con la debida preparación y entrenamiento.
Acabado este intenso período la nueva perspectiva adquirida permite que el cliente, con la ayuda
del terapeuta, reestructure algunos de sus viejos esquemas supraordenados. En la actualidad se
dispone de varios estudios de caso detallados (ver Feixas y Villegas, 1993, para uno de ellos y una
revisión de la literatura). Además Karst y Trexler (1970) compararon esta técnica con la terapia
racional emotiva en el tratamiento de la ansiedad de hablar en público, en un formato homogéneo
de diez sesiones. En este estudio controlado la técnica de rol fijo se mostró más eficaz. Aunque no
dispongamos de trabajos posteriores que repliquen estos resultados ni de otros estudios
comparativos con otras formas de terapia, este estudio muestra la posibilidad de investigar la
eficacia de procedimientos nacidos dentro del constructivismo. De hecho, el prestigio empírico de
la técnica de rol fijo se confirma por su inclusión en diversos manuales de modificación de
Integración en Psicoterapia

10

conducta (p.e., Rimm y Masters, 1974), enfoque que hemos considerado anteriormente como
ejemplo del eclecticismo técnico pragmático.

Aportaciones constructivistas al eclecticismo técnico de


orientación
Hemos visto como en este tipo de eclecticismo se seleccionan las técnicas que
convengan a cada cliente de acuerdo con un marco teórico definido. Para ello, la teoría en
cuestión debe tener un alto nivel de abstracción y dejar abiertas muchas posibilidades técnicas. Un
modelo teórico que se haya comprometido con un proceder técnico determinado limita
enormemente las técnicas a incorporar. Una de las teorías que goza de esta amplitud de miras y
que estimula la generación de alternativas es la terapia de constructos personales propuesta por
Kelly (1955), y revisada durante las dos últimas décadas (véase Botella y Feixas, 1998; Feixas y
Villegas, 1993; Winter, 1992) en las que ha experimentado un gran auge.

La formulación de este modelo terapéutico no implica el uso de ninguna técnica específica


sino que se centra en la conceptualización de los procesos de construcción del cliente. Su mayor
empeño radica en describir los procesos de cambio posibles y en trazar mapas que permitan
entender dónde se halla el cliente, hacia dónde quiere ir y el camino más factible a seguir. Estos
mapas indican la estrategia más adecuada para generar un cambio, y la técnica se elige en
función de esta estrategia. Así, en la terapia de constructos personales, las técnicas se escogen
en función de estrategias de cambio que se derivan de la conceptualización clínica de los procesos
de construcción de la persona. Lógicamente, esta conceptualización se basa en la teoría de
constructos personales que a su vez se inspira en la epistemología constructivista, de forma que la
selección de las técnicas viene determinada jerárquicamente por cuestiones clínicas, teóricas y en
última instancia epistemológicas.

En un sentido más específico, hemos propuesto en varias ocasiones los mecanismos de


cambio postulados por la teoría de constructos personales como modelo integrador (Botella y
Feixas, 1998; Feixas y Villegas, 1993). En uno de sus trabajos, Kelly (1965/1969) apuntó ocho
mecanismos implicados en el cambio de los sistemas de construcción. Posteriormente, otros
autores (p.e., Neimeyer, 1987) han elaborado estos mecanismos como estrategias terapéuticas.
La exposición detallada de estas estrategias y técnicas excede los propósitos de este trabajo, pero
las hemos sintetizado en la Tabla 2. Tal como se expone en Botella y Feixas (1998), existen otras
estrategias terapéuticas a considerar, como la rigidificación/aflojamiento (tightening/loosening) y la
inducción del rol de observador, para las que también se presentan algunas técnicas. A la vista de
este planteamiento podemos estar de acuerdo con la conclusión de Karst (1980) según la cual la
terapia de constructos personales es teóricamente consistente pero técnicamente ecléctica.
Integración en Psicoterapia

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Tabla 2

Estrategias y técnicas articuladas en la propuesta integradora de Feixas y Villegas (1993) y Botella


y Feixas (1998).

Estrategias Técnicas
1. Cambio de polo del constructo · Uso de la autoridad investida (uso de la
influencia social del terapeuta para
despatologizar

· Uso de la experimentación (focalización


verbal, dramatización, asignación de tareas)
2. Aplicación de otro constructo del repertorio · Reformulación del síntoma
del cliente
· Reformulación del contexto del síntoma

· Técnicas circunspectivas (p.e.


brainstorming)
3. Articulación de constructos no-verbales · Rotulación

· Asociación libre

· Focalización temporal (focusing)

· Análisis de sueños (interpretación,


integración, autoproducción)

· Trabajo artístico creativo


4. Contraste de la consistencia interna del · Confrontación
sistema de constructos
· Disputa racional
5. Contraste de la validez predictiva del sistema · Contraste de hipótesis
de constructos
· Uso de la experimentación
6. Variación del ámbito de conveniencia de un · Uso de las metáforas del cliente
constructo
· Reconstrucción metafórica
7. Alteración del significado de un constructo · Reconstrucción cognitiva

· Cambios en la red semántica de


implicaciones
8. Creación de nuevos ejes de construcción · Terapia de rol fijo

· Análisis existencial

Aportaciones constructivistas al eclecticismo técnico sistemático


En esta forma de eclecticismo se seleccionan técnicas de acuerdo con una lógica
sistemática o esquema básico que indica las técnicas a emplear según el tipo de clientes. Vimos
en un apartado anterior como el enfoque de Beutler se basa en resultados de investigaciones para
sustentar su propuesta. Igualmente Winter (1990, 1992) ha investigado las características del
cliente que hacen aconsejable aplicar psicoterapias introspectivas o bien extraspectivas. Según
Rychlak (1968), mientras las primeras sitúan su énfasis en la construcción del cliente y fomentan la
auto-exploración (p.e., psicoterapias dinámicas), las segundas se basan en el marco que propone
el terapeuta y utilizan procedimientos directivos (p.e., terapia de conducta). Hemos resumido en el
Integración en Psicoterapia

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esquema que sigue los criterios que Winter propone para seleccionar a los clientes para un tipo u
otro de terapia.

Tabla 3.

Esquema para la selección de clientes según la propuesta de Winter (1990, 1992). (Tomado de
Feixas, 1992a).

Clientes para psicoterapias introspectivas Clientes para psicoterapias extraspectivas


· sistema de constructos laxo · sistema de constructos rígido

· baja consistencia lógica · alta consistencia lógica

· los constructos relacionados con los · los constructos relacionados con los
síntomas son poco centrales síntomas son centrales

· construyen sus problemas en términos · construyen sus problemas en términos


psicológicos médicos o somáticos

· el terapeuta es visto como alguien distinto · el cliente equipara el terapeuta al médico


al médico de cabecera

La Integración Teórica
En este enfoque se integran dos o más psicoterapias con la esperanza de que el resultado
de esta fusión resulte mejor que cada una de las que se partió. Como su nombre indica, el énfasis
se sitúa en la integración de los conceptos teóricos de las psicoterapias, aunque también las
técnicas quedan integradas en virtud de esta síntesis teórica.

Ya desde las primeras propuestas en los años treinta y cuarenta, los intentos de
integración teórica se han centrado en gran medida en la combinación de los enfoques
psicoanalítico y conductual. En la década de los cincuenta, en el contexto del acercamiento de
algunos psicólogos académicos de Yale al psicoanálisis, se da la primera aportación realmente
significativa en esta línea por parte de Dollard y Miller (1950). Estos autores presentan un
ambicioso intento de sintetizar ambas teorías en cuanto a su concepción de la neurosis y de la
psicoterapia con la meta de articular una teoría unificada. En su elaborada propuesta, Dollard y
Miller no sólo explican el principio del placer en términos de refuerzo, y la represión en términos de
inhibición de respuesta, sino que formulan una compleja teoría acerca de la dinámica del conflicto
y la ansiedad en la neurosis. A su vez, proponen formas de tratamiento integradas, que se
avanzaron a muchas de las propuestas posteriores, más conocidas.

A pesar del enorme valor conceptual y terapéutico de esta primera gran propuesta
integradora, el zeitgeist o clima de la época no permitió que se le diera una buena acogida. Al
inicio de los años cincuenta no soplaban vientos favorables a la integración (como soplarían poco
después) sino que, muy al contrario, la lucha de escuelas llegaba a su punto más álgido. Hubo que
esperar hasta los años setenta para un clima más propicio. En esa década el modelo conductual
tenía ya establecida firmemente su identidad y su relevancia dentro del campo terapéutico, y
además empezaba a desarrollar una apertura hacia los procesos cognitivo-simbólicos (p.e.,
Bandura, 1969). Por otro lado, aparecieron algunos formatos de terapia psicoanalítica que
enfatizaban la fijación de metas, el trabajo sobre un foco terapéutico, así como los acontecimientos
y procesos presentes. Además, los enfoques humanistas, sistémicos y los propiamente cognitivos,
que entraron en la escena terapéutica en la segunda mitad de este siglo, también propiciaron
propuestas integradoras. Fueron varias las que aparecieron en los 70, y muchas más a partir de
los 80. A continuación comentamos un ejemplo de las que integran dos teorías, y otro de las que
tienen un espectro más amplio. Al primer caso lo denominamos integración híbrida, y al segundo
integración amplia (Feixas, 1992a).
Integración en Psicoterapia

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En la integración teórica híbrida se combinan las teorías y prácticas correspondientes a


dos enfoques terapéuticos ya establecidos. Normalmente, se parte de dos enfoques que se
consideran complementarios y se intenta seleccionar los aspectos teóricos y las técnicas más
útiles de cada uno en un marco teórico híbrido común.

En la actualidad el enfoque que mejor representa este planteamiento híbrido, quizás en


parte por ser heredero de los clásicos esfuerzos citados más arriba por integrar el psicoanálisis
con el conductismo, es la terapia psicodinámica cíclica de Paul Wachtel (p.e., 1977; 1992).
Discípulo de Dollard y Miller, Wachtel se formó como psicoanalista y posteriormente tuvo la
oportunidad de observar el trabajo de algunos de los terapeutas de conducta más reconocidos.
Considera que la perspectiva psicodinámica y su énfasis en el insight como mecanismo de cambio
es insuficiente en la mayoría de casos, y que hay que prestar atención a los componentes actuales
que favorecen las fantasías y conflictos inconscientes. En contraste con la visión psicodinámica
clásica respecto al papel causal de los conflictos infantiles, la de Wachtel es cíclica, en el sentido
de que los problemas y los síntomas son el resultado de círculos viciosos que se mantienen en la
situación actual. Si bien reconoce que la experiencia temprana favorece determinada
predisposición (y, por tanto, aumenta la posibilidad de aparición de determinadas conductas), se
centra en los aspectos actuales del círculo vicioso.

Esta concepción integrada de los problemas neuróticos conlleva notables implicaciones


para la práctica de la psicoterapia. Desde esta visión cíclica del problema resulta lógico pensar que
hay que intervenir primero en los factores actuales que lo mantienen para producir el cambio para
promover después la comprensión de la persona acerca de su conflicto, y de su participación en
las condiciones actuales para su mantenimiento. Pero el mérito de la propuesta terapéutica de
Wachtel no radica sólo en el hecho de combinar técnicas de acción con técnicas de insight, sino
en el hecho de postular los procedimientos conductuales como fuente de nuevos insights a la vez
que éstos pueden generar nuevas conductas.

La integración teórica amplia se diferencia de la híbrida no sólo por contemplar más de


dos teorías, sino por articular distintos aspectos del funcionamiento humano como los cognitivos,
emocionales, conductuales e interpersonales. Estas propuestas integradoras combinan un amplio
abanico de enfoques, y se nutren de las aportaciones de muchas psicoterapias. Muy a menudo se
basan en los avances de la psicología cognitiva y/o social, lo que permite la elaboración de
enfoques con mejor conexión entre psicología académica y psicoterapia. Dada su complejidad y
amplitud, la descripción de alguno de estos enfoques escapa las posibilidades razonables de una
descripción sintética. Sólo cabe mencionar alguno de ellos como ejemplo. La psicoterapia holista
de Rosal y Gimeno (1989) cumple los requisitos de integración amplia al combinar aportaciones de
autores tan diversos como Assaglioli, Berne, von Bertalanffy, Carkhuff, Desoille, Egan,
Feldenkrais, Frankl, Gendlin, Janov, Kelly, Lowen, Maslow, May, Moreno, Perls y Rogers, entre
otros. Su enfoque articula los aspectos cognitivos, emocionales y corporales de la práctica
terapéutica, y supone una alternativa al fragmentalismo acumulativo mencionado con anterioridad.

Aportaciones constructivistas a la integración teórica híbrida


Como ejemplo constructivista de combinación de dos teorías sugerimos las aportaciones
de Procter y Feixas (Feixas, 1990; 1991; 1992b; Feixas, Procter y Neimeyer, 1992; Procter, 1981,
1985) que realizan una integración de la teoría de los constructos personales con el modelo
sistémico. Este esfuerzo integrador tiene un doble interés al vincular no sólo dos teorías de origen
distinto, sino por articular el ámbito individual con el familiar. Así, su enfoque de la psicología de los
constructos familiares permite conceptualizar tanto los fenómenos intrapsíquicos como los
interaccionales/sistémicos.

Procter y Feixas parten de la conceptualización kelliana del sistema de construcción como


sistema jerárquico de significado formado por constructos bipolares. Sin embargo, estos autores
enfatizan el hecho de que la creación y posible reconstrucción de los constructos personales se da
en un contexto socio-afectivo, frecuentemente el entorno familiar, que tiene sus propias reglas de
construcción. De esta forma se puede hablar de sistemas de significado compartidos, o de sistema
Integración en Psicoterapia

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de constructos familiares (Procter, 1981), como marcos de significado que se van negociando
mediante la interacción familiar. Kelly (1955) llamó relación de rol al proceso mutuo de anticipación
que un miembro de la familia hace de los procesos de construcción de otro (p.e., la forma que un
padre construye cómo su hija lo ve a él). En la familia, estos procesos de anticipación mutua y su
validación o desconfirmación configuran la construcción del problema y delimitan su posible
solución. Al tener en cuenta las visiones de los agentes validadores del portador del síntoma se
posibilita no sólo que cambie su sistema de significado personal sino también el contexto de
significación familiar.

Aportaciones constructivistas a la integración teórica amplia


Hemos escogido la reciente propuesta de Héctor Fernández-Alvarez (1992) para ilustrar
este tipo de integración, no sólo por su originalidad sino por su conocimiento de algunos de los
intentos más destacados en este ámbito (Greenberg y Safran, 1987; Guidano y Liotti, 1985;
Horowitz, 1991; Mahoney, 1991). Fernández-Alvarez (1992) toma como punto de referencia la
psicología cognitiva atendiendo a su doble vertiente, la que considera los procesos humanos como
procesamiento de la información, y la constructivista (o cognitivo-social) que concibe al ser
humano como agente (pro)activo en la construcción del significado.

El planteamiento teórico de este autor articula las aportaciones constructivistas de Feixas


y Villegas (1993), Guidano (1991) y Mahoney (1991) con el saber psicodinámico sobre el
inconsciente y con el procesamiento emocional (Greenberg y Safran, 1987), a la vez que
contempla algunos aspectos interaccionales. De esta forma, describe la experiencia en su carácter
constructivo, es decir, como proceso en el que se elaboran una serie de estructuras de significado.
Particular interés merece la descripción de la evolución de estas estructuras de significado a través
del tiempo, y las influencias circunstanciales en esta evolución. Así, vemos cómo el niño se inserta
dentro de un guión paterno, y que sólo posteriormente se halla enfrascado en la tarea de construir
su propio guión personal, idea muy conectada al pensamiento de Adler y al de los existencialistas.
Este guión personal constituye una trama en la que se forjan las estructuras de significado, y en
función de la cual se van organizando jerárquicamente. Además de por la diferenciación
jerárquica, las estructuras de significado se distinguen por su rigidez o flexibilidad, y por su grado
de desarrollo hacia la complejidad, aspectos todos ellos ya contemplados por Kelly.

La cuestión del desarrollo es central en la obra de Fernández-Alvarez, y, en consecuencia,


presenta un esquema evolutivo de los niveles de complejidad del self de gran interés. Este
esquema constituye una descripción de las fases del ciclo vital en términos de la evolución de las
estructuras de significado. A su vez, el autor destaca el potencial teórico de este esquema para
conceptualizar los problemas clínicos.

En la parte más práctica de su aportación, Fernández-Alvarez (1992) describe distintas


modalidades de cambio, también desde una óptica evolucionista. Todo ello le permite adentrarse
en la comprensión de la vivencia de sufrimiento que tiene el paciente y en los mecanismos que le
llevan a solicitar una psicoterapia. En este terreno práctico, el análisis de la demanda constituye un
elemento esencial, que permite diferenciar distintos tipos de abordaje psicoterapéutico.
Dependiendo, pues, de la demanda y del tipo de problema Fernández-Alvarez aporta elementos
para proponer una tratamiento breve, intermedio o sin limite de tiempo, así como para seleccionar
determinado tipo de técnicas.

Los factores comunes


La búsqueda de factores comunes supone la identificación de aquellos ingredientes que
comparten la mayoría de las psicoterapias. En contraste con las otras formas de integración, que
trabajan en la combinación de las diferencias, el enfoque de los factores comunes se centra en las
similitudes que aparecen entre distintos modelos. Estas similitudes pueden ser tanto clínicas como
teóricas. Los defensores de este enfoque de integración sostienen que las aparentes diferencias
entre los constructos teóricos o las técnicas de las distintas psicoterapias esconden similitudes
esenciales. La finalidad implícita de este enfoque es la identificación de los factores que operan en
Integración en Psicoterapia

15

el cambio psicológico en las distintas terapias, lo que nos permitiría construir una
conceptualización más amplia de la psicoterapia, más allá de posicionamientos dogmáticos y con
mayor eficacia práctica. En efecto, la finalidad principal de este enfoque es identificar los factores,
o combinación de ingredientes, que resulten de mejor pronóstico para el cambio terapéutico. Una
vez hallados estos componentes, podrían servir como punto de partida para la elaboración teórica.
El resultado final, con todo, no sería una teoría unificada, sino un marco conceptual supraordenado
que permitiese dar sentido a diferentes forma de práctica que, aún así, comparten procesos
comunes subyacentes.

Sin duda, los hallazgos recientes de la investigación de resultados han contribuido a


justificar y fomentar este enfoque. Nos referimos concretamente a la conclusión (comentada con
anterioridad) de que no existe una eficacia diferencial entre las psicoterapias y a la apreciación de
que los factores comunes explican el doble de varianza (30%) que las técnicas terapéuticas (véase
Figura 1). De hecho, el enfoque de los factores comunes inició su desarrollo bastante antes de la
eclosión de la investigación en psicoterapia. Al igual que en la integración teórica, encontramos
propuestas de factores comunes ya en los años treinta, a las que siguieron algunas aportaciones
muy notables. Pero no es sino hasta los años setenta y ochenta que aparecen contribuciones más
sistemáticas y numerosas, a la par de un creciente interés por parte de psicoterapeutas e
investigadores.

Uno de los primeros artículos sobre factores comunes fue el de Rosenzweig (1936),
que señalaba algunos elementos que a su juicio podían explicar la efectividad de distintas
psicoterapias: la capacidad del terapeuta para inspirar esperanza y para proporcionar una
visión alternativa (y más plausible) del self y del mundo. Kelly (1969) coincidió en apuntar
también a esta cuestión precisando que esta visión alternativa debía (a) dar cuenta de lo que el
cliente considera crucial en su visión del problema, y (b) sugerir alternativas de acción factibles.

Ya en los años cuarenta, Alexander y French (1946) propusieron la noción de


experiencia emocional correctiva como un proceso común a todas las psicoterapias consistente
en:

(…) re-exponer al paciente, en circunstancias más favorables, a situaciones


emocionales que no pudo manejar en el pasado. El paciente, para que se le pueda
ayudar, debe vivir una experiencia emocional correctiva adecuada para reparar la
influencia traumática de las experiencias previas" (pág. 66).

Este concepto básico sigue siendo central en algunas formulaciones recientes (p.e., Arkowitz y
Hannah, 1989; Brady et al, 1980).

Pocos años después, los estudios de Fiedler (p.e., 1950) tuvieron una gran influencia
reforzante para el argumento de los factores comunes. Se pidió a terapeutas de distintas
orientaciones y niveles de experiencia que describieran los componentes que consideraban
ideales para una relación terapéutica. Resultó que los terapeutas expertos de distintas
orientaciones coincidieron más entre sí que los principiantes de su propia escuela. En otro estudio
en el que se utilizaron puntuaciones de sesiones terapéuticas Fiedler encontró resultados
similares. La relación terapéutica establecida por expertos de una orientación se asemejaba más a
la de los expertos de otras orientaciones que a la de los principiantes de la propia. Aunque las
psicoterapias estudiadas fueron sólo la psicoanalítica, la adleriana y la no-directiva, y a pesar de
que no se tuvieran en cuenta los resultados, estos estudios contribuyeron a fomentar el desarrollo
del enfoque de los factores comunes.

Carl Rogers contribuyó también, aunque de forma indirecta, al argumento de los factores
comunes al defender que la psicoterapia era efectiva no tanto por el empleo de técnicas sino por el
tipo particular de relación humana que se establece con el cliente. Su trabajo con las
características empáticas, la calidez y la consideración positiva incondicional de la relación ha
tenido amplias repercusiones en la investigación y conceptualización posterior (p.e., Truax y
Carkhuff, 1967). Hoy en día, respecto a las condiciones facilitadoras rogerianas, la investigación
indica una relación compleja con los resultados de la terapia. Si bien parecen fomentar el
Integración en Psicoterapia

16

seguimiento del tratamiento terapéutico, no queda suficientemente demostrado que contribuyan


unilateralmente a la mejora del cliente. La evaluación de tales condiciones facilitadoras se
complica por el hecho de que dependen de la percepción del cliente, y de que parecen ser
fenómenos más complejos de lo que se tradicionalmente se ha considerado.

A partir de la década de los sesenta aparecen varias obras que proponen la psicoterapia
como un proceso de influencia social y de persuasión genérica, en contraste con las creencias
más establecidas de la época que enfatizaban los efectos técnicos específicos. El enfoque de los
factores comunes ha recibido mucha atención en las últimas dos décadas, pero el trabajo de Frank
(1961) permanece como punto de referencia fundamental hasta nuestros días. Otras aportaciones
han venido a complementar su trabajo, y entre ellas merece una mención especial la obra editada
por Marvin Goldfried (1982) que recoge, además de su propia aportación, las de los autores más
relevantes del momento. En particular, la propuesta de Goldfried sugiere que donde resulta más
prometedora la búsqueda de ingredientes comunes es a un nivel intermedio entre la teoría y la
práctica, al nivel de las estrategias utilizadas por terapeutas de distintas orientaciones.

La documentada revisión de Kleinke (1994) recoge nueve propuestas de factores


comunes, con un total aproximado de una treintena de tales factores, que hemos sintetizado en la
Tabla 4.

Tabla 4

Propuestas de factores comunes (adaptado de Kleinke, 1994)

Autor/es de la Factores comunes propuestos


propuesta
Jerome Frank · Relación de confianza emocionalmente significativa con una
figura de ayuda

· Marco de curación

· Fundamento racional, esquema conceptual o mito

· Ritual
Judd Marmor · Relación cliente-terapeuta

· Confianza del cliente en el terapeuta y expresión de sentimientos

· Aprendizaje cognitivo

· Condicionamiento operante

· Experiencia emocional correctiva

· Modelado

· Sugestión y persuasión

· Ensayo y práctica de competencias

· Atmósfera de apoyo
Integración en Psicoterapia

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Nicholas Hobbs · Relación terapéutica segura

· Descondicionamiento de la ansiedad generada por otras figuras

· Transferencia

· Internalización del locus de control

· Desarrollo de un sentido aceptable de la vida


Marvin Goldfried · Experiencia correctiva

· Feedback
John Paul Brady · Relación terapéutica segura

· Expectativas de éxito del cliente

· Estrategias de incremento de la sensación de control

· Desarrollo de conductas adaptativas

· Puesta en práctica de tales conductas

· Autocontrol
Toksoz Karasu · Experiencia afectiva

· Dominio cognitivo

· Regulación conductual
Hans Strupp · Creación de un contexto interpersonal

· Aprendizaje terapéutico
William Stiles, David · Factores del terapeuta
Shapiro y Robert Elliot
· Conductas de participación activa del cliente

· Alianza terapéutica
Lisa Greencavage y · Características del cliente
John Norcross
· Cualidades de los terapeutas

· Procesos de cambio

· Estructura del tratamiento

· Relación terapéutica

De entre todos los factores comunes propuestos, la alianza terapéutica merece un


comentario más detallado. La noción de alianza terapéutica (o alianza de trabajo) tiene su origen
en la obra de Freud, si bien la definición del término como tal se debe a Greenson (1965). Tal
como la definió este último autor, consiste en la capacidad y motivación del cliente a trabajar en la
resolución de su problema, fomentada por el terapeuta y la interacción entre ambos. Bordin (1979)
amplió la definición de Greenson y sugirió tres componentes de la alianza de trabajo: (a) acuerdo
respecto a las metas, (b) acuerdo respecto a las tareas, y (c) desarrollo de un vínculo emocional
entre terapeuta y cliente. Más allá del marco psicoanalítico, la alianza de trabajo se ha reconocido
Integración en Psicoterapia

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como factor importante en todas las modalidades terapéuticas; de hecho, hoy en día parece ser el
mejor predictor de cambio terapéutico identificado en la investigación en psicoterapia.

El estudio metaanalítico de Hovarth y Symonds (1991) a partir de 24 investigaciones,


permite concluir que la alianza terapéutica está significativamente relacionada con el resultado de
la psicoterapia. Los factores del cliente que afectan en mayor medida al establecimiento de la
alianza de trabajo son los vinculados a la calidad de sus relaciones interpersonales. Así, los
clientes con relaciones personales más conflictivas tienden a presentar dificultades en el
establecimiento de una buena alianza. En cuanto a las variables del terapeuta, Kivlighan (1990)
encontró que la alianza se debilita cuando el terapeuta coloca al cliente en un rol pasivo (por
ejemplo solicitando información u ofreciendo apoyo emocional) y se refuerza mediante aquellas
intervenciones que fomentan la confrontación con aspectos conflictivos. En cuanto a la experiencia
y competencia del terapeuta, parecen mejorar la alianza terapéutica en sus aspectos de acuerdo
respecto a las metas y tareas, pero no necesariamente en cuanto al vínculo afectivo con el cliente.

Con todo, estas propuestas de integración a partir de los factores comunes no están
exentas de críticas. Haaga (1986) examina algunas de ellas, y sugiere que cada modelo estudie la
utilidad de otras técnicas para enriquecerse, fomentando así el desarrollo intra-escuela, por lo que
no considera oportuno el camino hacia una integración.

Aportaciones constructivistas a los factores comunes


Como afirmábamos anteriormente, una de nuestras concepciones de la psicoterapia es
la de la génesis intencional de significados y narrativas que puedan transformar la construcción
de la experiencia de los clientes mediante un diálogo colaborativo (véase Botella, en prensa;
Kaye, 1995). En este sentido, los problemas psicológicos se pueden concebir como resultado
(a) del bloqueo en los procesos discursivos, narrativos y relacionales de construcción del
significado de la experiencia y (b) del fracaso de las soluciones intentadas a dicho bloqueo.
Teniendo en cuenta lo antedicho, hemos formulado recientemente una propuesta de
conceptualización constructivista/narrativa del proceso terapéutico inspirada en factores
comunes a dicho proceso a través de diferentes orientaciones (Botella, en prensa).

Nuestro intento radica en la elaboración de un marco metateórico


constructivista/narrativo que permita comprender el proceso terapéutico trascendiendo a la
orientación teórica del terapeuta e integrando algunos de los factores comunes propuestos por
autores anteriores. Este marco se basa en la investigación del proceso terapéutico que
venimos llevando a cabo mediante la aplicación de metodologías cualitativas de análisis de
narrativas a un tipo de episodios de cambio intra-sesión que hemos denominado
Transformación Narrativa Dialógica (TND) (véase Botella y Pacheco, 1999). En términos
generales, tales episodios de cambio se dan en todas las modalidades y orientaciones
terapéuticas, y consisten en la siguiente secuencia:

(a) Un marcador dialógico introductorio por parte del cliente, por ejemplo, "Esto me recuerda a
algo" o "Te voy a contar lo que me sucedió" inicia la elicitación de la narrativa de identidad.
También es habitual que el cliente explique una narrativa a solicitud del terapeuta, p.e.
"Háblame de lo que ocurrió la primera vez que experimentaste ese sentimiento". Para que
se considere el discurso del cliente como una narrativa de identidad, el cliente debe estar
incluido en ella como personaje. Es decir, no se consideran las narrativas que explican algo
sobre alguien (aunque lo explique el cliente) si él está ausente como personaje.

(b) La narrativa se elabora: el cliente narra su historia y el terapeuta interviene (o no) durante
este proceso.

(c) Diálogo terapéutico sobre la historia que el cliente ha narrado. Este diálogo suele tomar la
forma de comentarios (o preguntas, o intervenciones) del terapeuta a la narrativa del
cliente, y comentarios del cliente a los comentarios del terapeuta.
Integración en Psicoterapia

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(d) Un cambio en el tema de la narrativa indica el final del episodio; este cambio suele adoptar
una forma conversacional similar al marcador dialógico introductorio (p.e., esto me
recuerda otra cosa). Cuando una narrativa se sigue de otra que elabora el mismo punto se
considera un ejemplo de narrativas encadenadas, y se analizan ambas narrativas como
una sola.

Si bien en cada caso el contenido del episodio de TND es diferente, el proceso parece
ser similar en términos genéricos. Concretamente, en la aplicación a la terapia familiar
sistémico/constructivista hemos identificado un patrón consistente, formado por las siguientes
etapas (véase también Fruggeri 1992; Sluzki, 1992):

(1) Co-construcción de la alianza terapéutica: Básicamente se trata de la fase inicial de


la relación terapéutica, en la que resulta fundamental negociar un acuerdo sobre las metas y
las tareas implícitas en la terapia, así como desarrollar un buen vínculo emocional con la
familia.

(2) Elicitación de las narrativas dominantes mediante el diálogo terapéutico o técnicas


como la autocaracterización (Botella y Feixas, 1998; Feixas, Procter, & Neimeyer, 1993; Kelly,
1955), las preguntas circulares (Selvini-Palazzoli, Boscolo, Cecchin, y Prata, 1980), el uso de
metáforas o documentos escritos tales como cartas, diarios o autobiografías (White & Epston,
1980) o algunas variantes de Rejilla de constructos personales adaptadas a su uso con familias
(Feixas, Procter, & Neimeyer, 1993).

(3) Deconstrucción de las narrativas dominantes en cuanto a sus dimensiones de


relevancia terapéutica susceptibles de transformación.

(4) Fomento de la emergencia de narrativas subdominantes mediante formas de


conducción de la conversación terapéutica tales como centrarse en soluciones (de Shazer,
1985; O’Hanlon & Weiner-Davis, 1989), la externalización del problema y la identificación y
exploración detallada de los acontecimientos extraordinarios (White & Epston, 1990),
estrategias de aflojamiento o rigidificación narrativa y de inducción del rol de observador
(Botella y Feixas, 1998), técnicas de procedencia psicodinámica como la confrontación y en
general cualquier estrategia que conduzca a la deconstrucción y reconstrucción de los
discursos narrativos dominantes de la familia. En algún caso, también el papel del equipo de
supervisión resulta clave en cuanto a la génesis de narrativas alternativas, especialmente si se
utilizan recursos técnicos como el equipo reflexivo (véase Andersen, 1991) o el uso de material
escrito como forma de comunicación con la familia.

(5) Validación de las narrativas alternativas: Tras haber accedido a dichas narrativas
subdominantes y haberlas convertido en figura (en lugar de fondo) prestándoles la atención
que merecen, el proceso continúa mediante su validación en contextos diferentes y más
amplios que el original. En principio, mediante la co-construcción fomentada por el diálogo
terapéutico y el uso de instrumentos tales como la técnica de la moviola (véase Guidano,
1995), la técnica de la pregunta curiosa (White y Epston, 1990), o las estrategias de cambio
propuestas desde la teoría de los constructos personales (Botella y Feixas, 1998) se resaltan
los aspectos terapéuticos de la narrativa subdominante.

(6) Práctica de las narrativas alternativas mediante el uso de tareas o prescripciones


post-sesión. La finalidad de esta fase es la de resaltar la utilidad de la nueva narrativa no sólo
como marco de comprensión del pasado, sino como fuente de acciones futuras.

(7) Fomento de la reflexividad: Esta fase coincide con la que en terapia familiar
estratégica se denomina finalización y reconocimiento de méritos. La intención es que la familia
se haga consciente de hasta qué punto han sido capaces de reavivar sus procesos discursivos
de atribución de significado a la experiencia precisamente al hacerse conscientes de su propia
discursividad.
Integración en Psicoterapia

20

En general, los principales objetivos terapéuticos de dicha secuencia son (a) ayudar a
los clientes a introducir cambios significativos en cualquier dimensión de sus narrativas de
forma que éstas reaviven su función de marcos relacionales para la búsqueda de nuevas
posibilidades y significados alternativos que amplíen sus posibilidades de elección, y (b)
ayudarles a hacerse conscientes de la propia naturaleza discursiva, narrativa y relacional de la
experiencia humana, con la finalidad última de fomentar no una sustitución sino una
trascendencia narrativa (Gergen & Kaye, 1992). Tales objetivos se resumen en la afirmación de
Mook (1992) de que las familias que acuden a terapia necesitan dos cosas: inteligibilidad y
transformación.

La integración metateórica: una aportación innovadora desde el


constructivismo
Si bien el principal problema de los eclecticismos técnicos es la posible falta de coherencia
entre las técnicas empleadas o las filosofías subyacentes a las mismas, el problema de la
integración teórica es la dificultad de unir teorías que parten de visiones del ser humano y de sus
problemas a veces radicalmente diferentes. Este tipo de integración plantea la posibilidad de
articular diferentes teorías psicoterapéuticas bajo un marco común metateórico. Se trata de una
modalidad integradora muy reciente de la que se habla en pocos trabajos (Villegas, 1990) y que a
nuestro juicio se representa claramente en la Integración Teóricamente Progresiva (ITP) de
Neimeyer y Feixas (1990; Feixas y Neimeyer, 1991; Neimeyer, 1992). Esta propuesta integradora
propone limitar la síntesis teórica y técnica a aquellos enfoques que sean epistemológicamente
compatibles. De esta forma se restringe el intercambio y síntesis conceptual a los sistemas que
tienen axiomas filosóficos compatibles. Este intento de incorporar sólo los conceptos y las
heurísticas que son congruentes con su propio núcleo de presuposiciones responde a una de las
más extendidas objeciones hechas contra la práctica integradora: la no explicitación de las bases
epistemológicas sobre las cuales se deben integrar varias teorías o terapias (Messer, 1986).

Los proponentes de la ITP sostienen que la epistemología constructivista puede ser un


marco metateórico idóneo para realizar esta integración por varios motivos. En primer lugar, se
puede observar una cierta tendencia constructivista en el seno de distintos modelos
(especialmente el cognitivo y el sistémico aunque también en otros, véase Feixas y Neimeyer,
1991). Por otro lado, su alto grado de abstracción y flexibilidad hace que Mahoney (1988) apueste
en este sentido: "El lenguaje y la estructura ofrecidos por la metateoría constructivista pueden ser
especialmente adecuados para facilitar los esfuerzos hacia una convergencia transteórica" (pág.
307). Finalmente, el carácter multidisciplinar de la epistemología constructivista, basada en
aportaciones de lingüistas, filósofos, biólogos, físicos, cibernéticos, filósofos de la ciencia, además
de psicólogos, sitúa al constructivismo en una buena posición para realizar esta integración
metateórica. Desde nuestra perspectiva, los cambios de la psicología hacia una metateoría
constructivista en los últimos 20 años ofrecen condiciones favorables para el desarrollo de un
modelo más abarcador del cambio psicoterapéutico, que mantenga su coherencia filosófica y
técnica.

Reflexiones finales
Al intentar matizar las características diferenciales de los distintos tipos de propuestas
eclécticas e integradoras hemos pasado breve revista a algunas propuestas representativas, sin
pretender ser exhaustivos. A su vez, hemos presentado un ejemplo de propuesta constructivista
para cada tipo de modalidad ecléctica e integradora (véase Tabla 5). Este esquema nos permite
constatar la fertilidad de la epistemología constructivista a la hora de generar propuestas2.

2
Tampoco aquí hemos querido ser exhaustivos. Para mencionar tan sólo una de las ausencias,
diremos que el enfoque de los procesos de cambio humano de Mahoney (1991) nos revela
también una enorme capacidad integradora teórica de gran amplitud, desde lo biológico a lo
psicosocial.
Integración en Psicoterapia

21

Tabla 5.

Tipos de enfoques eclécticos e integradores y aportaciones constructivistas (ver referencias en el


texto).

Tipo de eclecticismo/ Ejemplo prototípico Aportaciones constructivistas


integración
Eclecticismo técnico Modificación de Variedad técnica (rol fijo,
pragmático conducta
rejilla, escalamiento, etc.)
Eclecticismo técnico teórico Terapia cognitiva de Terapia de Constructos
Beck
Personales
Eclecticismo técnico Modelo de Beutler y Propuesta de Winter
sistemático cols.
Integración teórica híbrida Psicodinámica cíclica Psicologia de los constructos
(Wachtel)
familiares (Procter, Feixas)
Integración teórica amplia Propuesta de Rosal y Propuesta de Fernández-
Gimeno
Alvarez
Factores comunes Propuestas de Frank, Propuesta narrativa de Botella
Goldfried, etc.

Llegados a este punto nos preguntamos por qué el constructivismo resulta tan fecundo en
su esfuerzo integrador, mientras que otros enfoques dedican todas sus energías al desarrollo intra-
escuela. Se nos ocurren varias respuestas. Nos permitimos retomar las conclusiones de un trabajo
anterior sobre este tema:

Al realizar una reflexión epistemológica sobre la psicoterapia desde una óptica


constructivista aparece como inevitable hablar de integración. De hecho, creemos que es
en el terreno de la integración donde el constructivismo tiene más que ofrecer a la
psicoterapia (Feixas, 1992a, p. 106).

En efecto, el respeto a la diversidad de construcciones posibles de la realidad terapéutica


y, a su vez, el intento de producir construcciones cada vez más evolucionadas y abarcadoras
desemboca necesariamente en los temas que caracterizan al movimiento integrador.

Concluimos, pues, destacando que la adopción de una epistemología constructivista lleva


a la integración con aportaciones que contribuyen cualitativamente al desarrollo de las distintas
líneas del movimiento integrador. Es por ello que nos parece que la forma más coherente de ser
constructivista es ser integrador, a la vez que la postura más avanzada dentro de la integración es
el constructivismo. Reconociendo que lo que acabamos de decir no puede ser más que una
construcción personal, se nos plantea un dilema en nuestra trayectoria profesional y
epistemológica: ¿Somos constructivistas porque somos integradores o somos integradores
porque somos constructivistas? En último término, probablemente ambos aspectos responden a
nuestra estructura supraordenada como psicoterapeutas, que nos lleva a poner nuestras
concepciones teóricas al servicio del desarrollo de nuestros clientes y no a la inversa.
Integración en Psicoterapia

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