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NÚMERO 012 2002Revista Internacional de Psicoanálisis

Aperturas

El constructivismo en psicoterapia
Autor: Safran, Jeremy D. - de Celis Sierra, Mónica

Palabras clave

Neimeyer, R., Mahoney, M., Autoobservacion, Construccion de significados, Desarrollo


del si mismo, Elaboracion conversacional, Proceso constructivo dialectico, Psicoterapia
constructivista, Reconstruccion narrativa, Teoria de los constructos personales.

Libro: Constructivism in Psychotherapy, comp. Robert A. Neimeyer y Michael J. Mahoney


(1999). American Psychological Association: Washington, D.C.

Autora de la reseña: Mónica de Celis Sierra

Nota preliminar: se puede encontrar una caracterización sintética del constructivismo en el


apartado “Formas y facetas de la psicología constructivista” por William J. Lyddon, de esta reseña.
Dentro del psicoanálisis, la concepción cons-tructivista ha influenciado a la corriente que se
autodenomina “intersubjetiva”, representada por Stolorow, Atwood, Orange, y a otros autores que
sostienen que lo que se construye en la terapia son narrativas y no descubrimientos de una verdad
objetiva (Shafer, Renik, Goldberg, etc.)

Los compiladores, Neimeyer y Mahoney, cuyas prácticas como psicoterapeutas se


han desarrollado desde distintos enfoques teóricos, como son la psicología de los
constructos personales en el primer caso y la terapia cognitivo-conductual en el
segundo, pretenden con esta compilación ofrecernos una muestra de las variadas
respuestas que existen, dentro del amplio y diverso campo de lo que se viene
considerando constructivismo en psicoterapia, a la pregunta de cómo el ser
humano –individualmente o en grupo- se encuentra con diferentes modos de
malestar en su búsqueda de significados y cómo desde la psicoterapia se puede
contribuir al cambio. Ciertamente, los compiladores son conscientes de que el
constructivismo no aporta respuestas definitivas a esta cuestión y otras de ella
derivadas, pero sí han ido convenciéndose a lo largo de su práctica como
psicoterapeutas de que puede proveer de un marco conceptual en el que
plantearlas y, a partir de ahí, permitir desa-rrollar consideraciones relevantes en
cuanto a la práctica de la psicoterapia.

El volumen comienza, tras el prefacio, con un artículo introductorio de Neimeyer,


para dividirse luego en cinco partes, cada una de las cuales desarrolla a través de
varios artículos algunas dimensiones de la perspectiva constructivista en
psicoterapia. Por último, ofrece un glosario donde se recogen los términos más
importantes que puedan requerir alguna aclaración para el profano en terminología
constructivista.

1. Invitación a las psicoterapias constructivistas (Robert A. Neimeyer)

En un primer acercamiento, Neimeyer define lo que podría ser la psicoterapia


desde el punto de vista constructivista: un intercambio y negociación de
significados interpersonales con el objeto de que el cliente pueda articular,
elaborar y revisar las construcciones con las que organiza su experiencia y acción.
Neimeyer considera que lo que une a los diferentes cons-tructivistas es su
compromiso con una epistemología o teoría del conocimiento compartida que
considera que la realidad está más allá del alcance de nuestras teorías, y que por
ello nuestras creencias e ideologías no pueden ser justificadas me-diante el
recurso a circunstancia objetiva alguna fuera de nosotros mismos. Por el contrario,
nuestra experiencia es organiza-da de manera precaria en una estructura de
significado que a veces se tambalea, enfrentándonos con la necesidad de recons-
truir nuestro sentido. En ausencia de un sistema diagnóstico que pudiera definir la
manera en que se frustran nuestros in-tentos de encontrar sentido, los terapeutas
constructivistas buscan descubrir qué es lo problemático para cada cliente, con
objeto de que sus intervenciones le ayuden a explorar posibles caminos sin dejar
de respetar los principios con los que construye su visión de la vida. Por ello,
considera que la psicoterapia es una forma de colaboración en la construcción y
reconstrucción del significado, una relación íntima y pasajera dentro de un proceso
de desarrollo que no acaba tras el final de la terapia.

En cuanto a la evolución histórica del enfoque constructivista en psicoterapia,


Neimeyer cree que hace 10 años sólo existían desarrollos aislados desde distintas
orientaciones, desde la psicoanalítica a la cognitivo-conductual, pasando por la
familiar y humanística. Sin embargo, considera que existen ahora tendencias
convergentes, que se reflejan en un cierto entusiasmo por la integración. A pesar
de ello, nos aclara que en el presente volumen, aunque se recojan una diversidad
de perspectivas en psicoterapia, se han dejado fuera algunas orientaciones de
terapia familiar sistémica y de psicoanálisis por las dudas existen-tes en cuanto a
la compatibilidad de sus presupuestos teóricos con los principios del
constructivismo.

PARTE PRIMERA: FUNDAMENTOS HISTÓRICOS Y CONCEPTUALES

2. Psicoterapias constructivistas: Rasgos, fundamentos y direcciones


futuras (Robert A. Neimeyer).

Como continuación del artículo anterior, Neimeyer trata de esbozar algunos de los
rasgos característicos de la perspectiva constructivista en psicoterapia,
recurriendo al contraste con los desarrollos de la llamada psicología “objetivista”.
La post-modernidad hace desvanecerse la fe en la posibilidad de acceder a un
conocimiento no subjetivo y transforma la idea mo-derna del hombre cuestionando
su racionalidad y su capacidad de elección y acción. Aparecen una variedad de
perspectivas en ciencias sociales que reflejan la diversidad de realidades, social e
históricamente constituidas. Desde el punto de vista constructivista, no existe el
acceso directo a realidad inmediata alguna más allá del “lenguaje”, que se define
de manera am-plia incluyendo toda producción simbólica que nos llega de nuestra
cultura.

Así pues, de modo general, todos los modelos de psicoterapia pueden resultar
recursos válidos para la psicoterapia cons-tructivista, ya que se consideran como
un conjunto de metáforas y orientaciones más que como una ciencia aplicada que
conlleve una conceptualización concreta del problema clínico y una serie de
intervenciones apropiadas. Sin embargo, de manera más específica, ciertas
estrategias de intervención son privilegiadas sobre otras, debido a que promueven
la actividad de construcción de significados más que la “corrección” de supuestas
disfunciones del paciente en sus pensamientos, sen-timientos o comportamientos.

Para Neimeyer existen cuatro metáforas básicas del proceso psicoterapéutico en


el constructivismo: la de la terapia como una ciencia personal, basada en la Teoría
de los Constructos Personales de G. A. Kelly; la de la terapia como un desarrollo
del sí-mismo; la de la terapia como una reconstrucción narrativa; y la de la terapia
como una elaboración conversacional. Estas metáforas serán posteriormente
desarrolladas por los distintos autores en los restantes artículos.

Neimeyer considera llamativo que junto a la proliferación de cientos de enfoques


en psicoterapia se estén dando una varie-dad de llamadas a la integración de
distintas perspectivas, con el objetivo de crear un cuerpo unificado de
conocimiento que pueda servir de guía a la investigación y a la práctica. Existe
cierta ambivalencia dentro del constructivismo con relación a esta integración, ya
que a pesar de la pluralidad teórica existente entre enfoques que se denominan
constructivistas, se tiende a ver con escepticismo las fórmulas que sintetizan
distintas escuelas por el riesgo de caer en serias incoherencias teóricas -como
ejemplo se pone la integración de la terapia conductista y el psicoanálisis. La
integración, desde el constructivismo, tiene más que ver con el compromiso en
torno a una perspectiva epistemológica que permita la utilización de distintas es-
trategias, y el diálogo entre tradiciones psicoterapéuticas.

En realidad, dice Neimeyer, usar la palabra “constructivismo” en singular es más


retórico que realista, ya que se trata más bien de una “polifonía”. A pesar de su
unión en la oposición a la epistemología objetivista, existen un serie de áreas de
con-flicto. Las relativas a la centralidad del self y al locus del significado polarizan
a los autores en la atribución de la creación del significado al self individual o al
“texto” creado por el lenguaje. Existen otras muchas divergencias como el uso o
el rechazo de la terminología cognitiva, la aceptación o no del realismo ontológico,
o la adscripción a un modelo u otro de investiga-ción. Por supuesto, sigue
Neimeyer, que estas diferencias son esperables en autores que proponen un
pluralismo postmo-derno, “que algunas veces parece valorar más la iconoclasia
intelectual que la coherencia conceptual”, pero contribuyen al mantenimiento de un
diálogo enriquecedor.

3. La evolución continua de las ciencias y psicoterapias cognitivas (Michael


J. Mahoney)

Mahoney comienza el artículo reflexionando sobre la gran cantidad de influencias


que dan cuenta de lo que llama la “revolu-ción cognitiva” en las ciencias y en la
psicología en particular en la segunda mitad del siglo XX. A partir de ahí desarrolla
una serie de momentos de la evolución en las ciencias cognitivas desde la
hegemonía del paradigma del procesamiento de la información y la cibernética, los
enfoques conexionista y la neurociencia computacional, hasta la llegada del
constructivismo con su epistemología evolucionista, y los desarrollos de la
psicología narrativa y la hermenéutica. A continuación pasa a resumir las
aportaciones de distintos enfoques psicoterapéuticos que se han venido
desarrollando dentro de la psicoterapia cognitiva, desde el movimiento de
“curación mental”, pasando por las conocidas terapias racional-emotiva, de Albert
Ellis, la psicología de los constructos personales, de George A. Kelly, y la
modificación de conducta cognitiva, representada por distintos autores entre los
que se cuenta el propio Mahoney. En este sentido resulta interesante el relato de
la polémica que él mismo mantuvo con Skinner, que consideraba que los
desarrollos cognitivos suponían una involución hacia el misticismo y un obstáculo
para el desarrollo de la psicología como ciencia. También se incluye entre las
orientaciones en psicoterapia cognitiva dignas de ser reseñadas la terapia
cognitiva de Aaron Beck y, por último el constructivismo y las terapias de siste-
mas complejos.

Mahoney considera a Kelly un precursor del constructivismo en psicoterapia,


aunque señala que sus ideas, aparecidas por primera vez a mediados de los
cincuenta, no fueron muy tomadas en cuenta dentro de los Estados Unidos.
También apunta al logoterapeuta Viktor Frankl y a otros muchos clínicos y
expertos como defensores de la perspectiva constructivista en psicoterapia. Sin
embargo, señala el autor, existen una serie de problemas dentro del
constructivismo que hay que tomar en cuenta. Para empezar, los significados del
término “construcción” son muy variados y alrededor de ellos se posicionan es-
cuelas como la radical y la crítica. Los constructivistas radicales consideran que
toda experiencia es construcción personal y rechazan el objetivismo y todas las
formas de realismo. Los constructivistas críticos se consideran “realistas
hipotéticos”, es decir no rechazan la existencia de un mundo real, pero niegan que
se pueda establecer una correspondencia directa entre la realidad ontológica y la
reificación epistemológica. Existe también una disputa entre las psicoterapias
cognitivas constructi-vistas y racionalistas, en virtud del diferente modelo de
aprendizaje y psicopatología que postulan, a pesar de que, como señala Mahoney,
parece que la mayoría de los psicoterapeutas cognitivos se considera a sí misma
constructivista. Es por ello por lo que Mahoney aprecia que, aún estando claro que
el constructivismo persistirá como modelo de la experiencia huma-na, la etiqueta
acabará careciendo de sentido si todo el mundo se la aplica.
Por último, el autor nos avanza los que él considera que serán algunos de los
desarrollos futuros en psicoterapia cognitiva, entre los que incluye un papel más
importante para las emociones, el cuerpo, los procesos inconscientes y la
influencia de las relaciones íntimas significativas en la vida del sujeto.

4. Formas y facetas de la psicología constructivista (William J. Lyddon)

Lyddon comienza su artículo afirmando que a pesar de su adscripción a la


epistemología constructivista, las diversas teorías constructivistas no poseen una
base filosófica común cuando se contrastan sus atribuciones en cuanto a la
causalidad. Dis-tingue así cuatro formas de constructivismo psicológico: material,
eficiente, formal y finalista. El “constructivismo material” se basa en la idea de que
el conocimiento es una función de la estructura del sistema cognitivo humano; la
realidad, en con-secuencia está determinada por esa estructura. Esta perspectiva
es evidente en las orientaciones de constructivismo radical, y dentro de la
psicoterapia es seguida por algunos terapeutas familiares sistémicos.

El “constructivismo eficiente” supone que una realidad ontológica, o información


ambiental, existe independientemente del conocedor y es activamente procesada,
deviniendo útil en la medida en que se desarrollen representaciones cognitivas
ade-cuadas. Las teorías cognitivas basadas en el procesamiento de la información
y en las conceptualizaciones del aprendizaje social son claras representantes de
esta orientación. También todos los modelos de psicoterapia basados en la idea
de que el procesamiento de información inadecuada es la raíz de los problemas
emocionales y conductuales.

El “constructivismo formal” se basa en la identificación de patrones de significado


en medio del flujo de la experiencia den-tro de un contexto; por ello las realidades
personales están limitadas por los valores, roles y narrativas que constituyen
social e históricamente los cambiantes contextos de las vidas de las personas. Las
teorías del constructivismo social y los enfoques narrativos en psicología son
exponentes de esta perspectiva.

Por último, las teorías de “constructivismo finalista” ven el conocimiento como


teleológico y como anticipación de una estructura más amplia. Comparten la idea
de que las tensiones entre la persona y el medio llevan a nuevas y más amplias
formas de conocimiento. Representantes de esta orientación se pueden
considerar las teorías del desarrollo cognitivo, los enfoques dialécticos, las
perspectivas de sistemas y los enfoques transpersonales.

Lyddon sugiere que todas estas formas podrían reflejar distintos aspectos del
conocimiento humano, lo que abre la posibili-dad de desarrollar un modelo de
psicología constructivista más integrado.

5. Psicoterapia constructivista. Un marco teórico (Vittorio Guidano)

En este artículo, Guidano nos muestra cuál es su comprensión del desarrollo


personal y cómo desde la terapia constructi-vista se conceptualiza y facilita tal
desarrollo. Sobre las premisas de la epistemología constructivista, establece una
serie de rasgos inherentes a la naturaleza y estructura de la experiencia humana,
de los que habrá de derivarse una metodología y estrategia de intervención para la
terapia cognitiva. En primer lugar constituyen rasgos fundamentales del modelo la
expe-riencia y la explicación de ésta mediante reordenación simbólica, ya que el
conocimiento es la construcción y reconstrucción continua del mundo por parte de
un individuo que trata de crear coherencia de lo que experiencia. La
intersubjetividad es el siguiente aspecto que desarrolla Guidano, estableciendo
que cualquier conocimiento acerca de nosotros mismos y sobre el mundo es
siempre dependiente y relativo al conocimiento de otros. La intersubjetividad es un
prerrequisito para la indivi-duación y el autoreconocimiento, permitiendo la
diferenciación de un sentido de sí mismo como sujeto tanto como objeto. A través
de las regularidades que aportan los comportamientos y mensajes afectivos de los
cuidadores, el bebé empieza a construir sentimientos básicos que son
inseparables de las primeras percepciones, acciones y recuerdos. La emergencia
de esta experiencia subjetiva va unidad a la percepción de que uno es una entidad
diferenciada de otros objetos y personas en el mundo. Los ritmos psicofisiológicos
y los esquemas emocionales se convierten así en ingredientes básicos de la
conciencia de sí mismo del sujeto infantil, conciencia que es fundamentalmente
afectiva en “naturaleza y cualidad”. Este “yo (I)” como sujeto comienza a verse
como objeto (me) sólo a través de la conciencia que los cuidadores tienen de su
conducta. Guidano señala que es habitual la imitación por parte de los padres del
comportamiento del bebé, lo que posiblemente aporta a éste claves para
reconocer e internalizar las características que sus cuidadores le atribuyen. En
resumen, la conciencia de sí mismo emerge como una posibilidad de
autoreconocimiento posible sólo gracias a la habilidad empática de incorporar la
actitud de otro y posteriormente elaborar una imagen consciente de uno mismo
dibujando emocionalmente el perfil del yo como ob-jeto a partir de la experiencia
como sujeto.

Guidano ve el desarrollo vital de la persona como un proceso en espiral en el que


los continuos cambios en el equilibrio entre el yo como objeto y el yo como sujeto
aportan un andamiaje que permite mantener una continuidad coherente de
experiencia mientras se asimilan las perturbaciones que emergen de tal
experiencia. En este proceso vital hay dos variables importantes: el papel de la
conciencia de sí mismo en la regulación de las perturbaciones y el papel de la
afectividad como desencadenante de tales perturbaciones.

En cuanto a la dinámica del cambio terapéutico, Guidano se desmarca de las


terapias cognitivas racionalistas que pretenden reestablecer un orden racional y
“realista” de conocimiento. Por el contrario, si la organización de la realidad dentro
de la experiencia personal es una construcción autorreferida, el terapeuta no
puede apoyarse en la existencia de un punto de vista objetivo desde el que
evaluar la adaptación del cliente, ya que la racionalidad es relativa y se refiere a
los esfuerzos de mante-ner el significado y la coherencia dentro de un contexto y
de una situación histórica. Para el autor, cualquier cambio signifi-cativo en una
terapia lleva consigo un cambio en la experiencia que el yo como sujeto (I) tiene
del yo como objeto (me), ya que esto permite reordenar la experiencia inmediata
en el sentido en que los afectos negativos puedan ser vividos como propios y
reales. La cualidad del cambio depende en gran manera del nivel de
autoconciencia. Por lo que es necesario que los terapeutas ayuden a incrementar
la comprensión del cliente acerca de las maneras en las que tácitamente
participan en la organización de sus experiencias.

La metodología que permite estos cambios lleva consigo un procedimiento básico:


el entrenamiento de los clientes, a través de métodos de autoobservación, en la
diferenciación entre la autopercepción inmediata y las creencias y actitudes
conscien-tes, para luego reconstruir los patrones de coherencia que usan para
mantener consistencia con sus sentimientos.

Por último, Guidano hace énfasis en que no existe una correlación directa entre la
estrategia de intervención del terapeuta y el tipo de proceso de cambio. El
terapeuta sólo puede establecer las condiciones que puedan desencadenar una
reorganiza-ción, pero no puede controlar cómo los clientes organizan el resultado
final. El aumento en la comprensión de las reglas de ordenamiento de su realidad
siempre va en paralelo con un incremento en la modulación emocional en el que
es probable que aparezcan nuevas tonalidades de sentimientos. La relación
terapéutica es una interacción real y por lo tanto la estructura y reciprocidad de
sus aspectos emocionales facilita la asimilación del cliente de nuevas experiencias
y la reorganización de las anteriores.

PARTE SEGUNDA: CAMBIO PERSONAL Y RECONSTRUCCIÓN

6. El desafío del cambio (Greg J. Neimeyer)

Haciendo uso de una experiencia personal de confrontación con lo desconocido y


la metáfora que de ella se deriva, Greg Neimeyer hace un repaso de los rasgos
básicos de la terapia constructivista tal y como él la entiende. El autor considera
que los problemas que el cliente presenta pueden ser vistos como ventanas dentro
de su sistema de construcciones. Al entrar en una terapia constructivista, ni el
cliente ni el terapeuta tienen certeza alguna de cuál es la manera adecuada de
funcionar, y por ello la directividad que se asociaría a ese conocimiento por parte
del terapeuta carece de sentido. Para animar al cliente a la exploración
únicamente contamos con la naturaleza de la relación terapéutica, ya que las
técnicas sólo cobran valor desde esa relación.

La actitud que el terapeuta ha de tener es, entre otras, una “aproximación crédula”,
en términos de Kelly, a la visión del cliente de su propio problema, lo que implica
aceptación del punto de vista del cliente y curiosidad para seguirle en su proce-so
de exploración. Desde el lugar seguro de la consulta, el cliente puede ensayar
nuevas formas de significado y comporta-miento. Pero la posibilidad de cambio
que este espacio permite se ve enfrentada a la resistencia del cliente a cuestionar
sus estructuras de significado sin antes desarrollar otras alternativas. Para
ayudarle en el proceso de creación de nuevos significa-dos, existen una serie de
técnicas que Neimeyer toma de Kelly y que desarrolla con la ayuda de varios
ejemplos. Una de las formas de introducir nuevos significados son las
representaciones (enactments), diferentes formas de juegos de rol con dife-rente
grado de estructura. Las más breves permiten que el cliente pueda explorar un
papel para tomar contacto con él du-rante apenas unos minutos. En alguna de
ellas el cliente puede tomar el papel de los padres del cliente, de un amigo preocu-
pado por el cliente, de un terapeuta que busca supervisión para el caso del cliente,
etc... Entre las actuaciones más elabora-das se encuentra la terapia de rol fijo de
Kelly. En esta técnica se trata, en primer lugar, de que el cliente haga una descrip-
ción de sí mismo en tercera persona que permita al terapeuta hacerse una idea de
sus principales constructos y de la organi-zación de éstos. A partir de esta
caracterización del cliente, el terapeuta diseña una nueva identidad, que no será
totalmente opuesta a la suya sino una “corrección” de ésta en el sentido en que
permita al cliente explorar nuevos modos de relacionar-se a través de constructos
distintos a los suyos. Después de un periodo de preparación con el cliente, éste
pasa a la fase de actuación per se en la que, durante unas dos semanas, habrá de
relacionarse en todos los ámbitos significativos de su vida desde el rol diseñado.
Durante este tiempo, las sesiones con el terapeuta se dedicarán a trabajar las
dificultades y elaborar los insights que se puedan producir. Una vez pasado este
tiempo, el cliente abandona el nuevo papel y se discute la experiencia.

Greg Neimeyer nos plantea, finalmente, algunos marcadores que indican que la
terapia está en fase de teminación, como la capacidad del cliente de usar el
diálogo con el terapeuta para cambiar de perspectiva, o la habilidad para pasar de
la experien-cia a la explicación de ésta en el sentido que indica Guidano. Por
último, además de dejar abierta la puerta para que el cliente retome la terapia si lo
considera necesario, Neimeyer le anima a que ritualice simbólicamente el fin de la
terapia de alguna manera que sea significativa para él.

7. La construcción de significado y el envejecimiento creativo (Mary Baird


Carlsen)

La autora comienza preguntándose qué queremos decir cuando hablamos de


envejecimiento, con la intención de cuestionar algunas de las construcciones que
usamos en nuestro trato con los “mayores”. En este sentido, la edad cronológica
no pare-ce aportar mucho para definir el envejecimiento ya que la edad en sí
misma resulta una “variable hueca”. Por otro lado, se presupone automáticamente
que cuando se habla de envejecimiento se habla de las etapas finales de la vida.
Por ello, Baird Carlsen plantea la necesidad de transformar las definiciones
basadas en etapas de la vida en descripciones de procesos. Den-tro de la idea de
proceso de desarrollo cobra importancia la idea de creatividad, que estaría
asociada a otras como las de sabiduría, trascendencia del yo como parte de una
totalidad, apertura de pensamiento, etc. En este sentido, las personas que se
hacen mayores de manera creativa: experimentan su vida como llena de sentido,
tienen una percepción optimista de la salud, mantienen relaciones íntimas,
continúan creciendo, viven en el presente, desarrollan su espiritualidad, han
desarrolla-do una actitud de perdón hacia ellos mismos, se ven a sí mismos en
evolución, y son activos mental y físicamente.

Desde una visión en la que se prima la transformación de significados y siendo


sensible a los pasajes de desarrollo, la terapia se entiende como un movimiento a
través de un “continuum que va de lo continuo, esto es, lo que sirve para todas las
edades, a lo discontinuo, cuando la terapia se centra en problemas concretos,
contextos o dinámicas más en consonancia con las preocupaciones de un periodo
concreto de la vida”.

No se trata de evitar tomar en cuenta los problemas físicos, o el dolor que


acompaña a las pérdidas, sino de cambiar el énfa-sis desde lo reactivo a lo
proactivo, de lo patológico a lo saludable, y del envejecimiento como nombre al
envejecimiento como proceso.

La psicoterapia que la autora considera “constructora de significado” adapta las


etapas comunes (establecimiento de la rela-ción terapéutica, recogida de datos,
revisión de patrones, y reconciliación o cierre) a las necesidades del cliente
concreto. Habrá algunos que no completen la secuencia entera, o que sólo
quieran una modificación conductual. En cualquier caso, la terapia con mayores
puede necesitar una serie de ajustes: el establecimiento de la relación terapéutica
requiere que el tera-peuta se adapte a las capacidades del cliente; la recogida de
datos puede suponer una lucha del pasado contra el presente y la visión del
futuro; la reconciliación puede tomar la forma de una revisión de la vida, de una
preparación para la enfermedad o para la muerte.

8. La autoobservación en la psicoterapia constructivista (Vittorio F. Guidano)

El autor, concretando en la práctica clínica el artículo en el que nos describe su


marco teórico general, plantea que la auto-observación es un método esencial en
la psicoterapia constructivista. La autoobservación aporta los materiales para
proceder a una reconstrucción de los acontecimientos de interés terapéutico,
trabajando en la interfaz entre la experiencia inmediata y la explicación simbólica.
En este sentido, la autoobservación se diferencia de la introspección en que se
privilegia la inme-diatez y de las técnicas de auto-monitorización, en que se
privilegia lo explícito.

El rasgo esencial del terapeuta durante la autoobservación es su habilidad para


diferenciar entre la experiencia inmediata y su explicación más reflexiva. Por ello,
en una situación dada, el terapeuta no debe focalizar únicamente la manera en
que el cliente habla de lo que pasa; al contrario, mientras se reconstruye el suceso
meticulosamente, el terapeuta debe ser capaz de pasar de un nivel acerca de
cómo el cliente experimentó la situación al de la explicación sobre lo que ocurrió.
La experiencia inmediata expresa una manera de ser en el mundo y, por ello,
nunca puede ser errónea. Las explicaciones, al pertenecer al metanivel semántico,
pueden ser erróneas cuando se comparan con la experiencia que pretenden
explicar. Pero, aunque las explicaciones puedan ser irrelevantes o inconsistentes,
los terapeutas no deben limitarse a sugerir interpretaciones más satis-factorias,
sino que su responsabilidad es crear un contexto interpersonal donde se puedan
explorar las distintas posibilidades.

Guidano nos explica un método de autoobservación que denomina la “técnica de


la moviola”, donde el terapeuta reconstru-ye con el cliente la sucesión de escenas
del acontecimiento que están investigando; luego el cliente es entrenado en “dar
marcha atrás” o adelante en “cámara lenta”, con la posibilidad de hacer zoom en
una escena concreta, enriquecerla, y vol-verla a colocar dentro de la secuencia
narrativa.

Además de considerar cómo se hablan a sí mismos o a otros acerca de sus


emociones, y cómo conceptualizan sus senti-mientos tras un acontecimiento, hay
que entrenar a los clientes a enfocar la estructura de su experiencia inmediata tal y
como se despliega en el curso de la situación. Se explora el “porqué” de esa
experiencia, lo que aporta datos sobre cómo una per-sona se explica lo que ha
sentido, y también el “cómo”, o la estructura de lo que se sintió. Siempre que el
terapeuta pueda hacer esa diferenciación con sus propias experiencias
emocionales, puede ayudar al cliente a cambiar de punto de vista, desde el
“porqué” al “cómo”, mientras se reconstruye el tipo de dificultad experimentada en
esos cambios. Cuando esta diferenciación se hace posible, los clientes pueden
empezar a verse desde dos puntos de vista: uno, en el que llevan adelante una
escena en primera persona (punto de vista subjetivo); y otro, desde el que se
miran a sí mismos en esa escena desde fuera (punto de vista objetivo). Esta
flexibilidad permite reconstruir la experiencia inmediata haciendo inferencias sobre
la posible estructura del punto de vista subjetivo experimentado en la situación.

El proceso terapéutico tal y como lo entiende Guidano se lleva a cabo con la


frecuencia de una sesión semanal y está dividi-do en tres fases. En la primera
fase: “Preparación del contexto clínico e interpersonal”, que dura entre una y ocho
sesiones, se trata de reformular el problema que trae el cliente a terapia,
redefiniendo como interno lo que el cliente normalmente experimenta como
extraño a sí mismo. En el caso que plantea el autor, el del “cliente fóbico”, la
reconstrucción de las ca-racterísticas de los ataques de pánico, con la técnica de
la moviola, permite que el cliente se dé cuenta de que los ataques no ocurren al
azar sino que, por ejemplo, ocurren en las situaciones que percibe como
limitativas o en aquellas en las que se siente desprotegido. Ahora la experiencia
de pánico se puede discutir en términos de los sentimientos y actitudes del
cliente hacia la vida. Señala Guidano que en esta fase de la terapia no se puede
permitir ningún tipo de error, porque ello afectará a la constitución de un vínculo
que aún no está formado.

La segunda fase es la de la “construcción del encuadre terapéutico” y consta de


dos subfases cada una de las cuales dura de 3 a 8 meses. En la primera subfase,
denominada “enfoque y reordenamiento de la experiencia inmediata”, básicamente
gracias a las técnicas de autoobservación, el paciente, además de reconocer los
sentimientos que previamente había excluido de la conciencia, también puede
prestar atención a estados emocionales más complejos y percibir la conexión
entre el apego, el miedo y la rabia. De hecho se produce una reformulación del
problema original al volverse el cliente más capaz de darse cuenta de cómo los
estados emocionales están ligados a las relaciones afectivas importantes en su
vida. La segunda subfase, o de “reconstrucción del estilo afectivo del cliente”,
puede durar entre tres y siete meses, y comienza con un análisis detalla-do de la
historia afectiva del cliente, especialmente en lo que se refiere a las variables que
actuaron en su “debut sentimen-tal”. La revisión de la historia posterior de sus
relaciones permite reconstruir al cliente los criterios que usa a la hora de otor-
garles o no significación. También es importante el examen de la manera en que
se formaron las relaciones, cómo se mantu-vieron, y cómo se rompieron, así como
las maneras en que fueron experimentadas. De esta manera se irá revelando la
cohe-rencia del estilo afectivo del cliente, es decir, cómo este estilo produce
experiencias recurrentes que confirman su sentido de sí mismo. Para el paciente
fóbico que Guidano pone como ejemplo, esta subfase podría conectar con el
hecho de que, aun-que el sentimiento de sentirse protegido es básico para que se
establezca una relación, a partir de un cierto punto los senti-mientos de
autolimitación y falta de independencia pueden llevar consigo el deterioro de la
relación de apego. En esta subfa-se, dice el autor, más de la mitad de los
pacientes terminan la terapia, ya que han desaparecido la mayoría de los
problemas por los que acudieron a ella.

La tercera fase, “Análisis del desarrollo”, ya entrado el segundo año de terapia,


abarca entre tres y seis meses. El objetivo que se persigue es que los clientes
reconstruyan la manera en que su historia de desarrollo ha influido en la creación
de los pa-trones que se hicieron evidentes en la fase anterior. De manera práctica,
se trata de reconstruir la historia de desarrollo en el intento de identificar sucesos
significativos que puedan dividirse en escenas a las que aplicar la técnica de la
moviola. En el ejemplo del paciente fóbico, el hilo de la historia puede consistir en
una involuntaria inhibición de la autonomía y el com-portamiento explorador por
parte de padres muy queridos.

9. La aproximación del constructivismo dialéctico al cambio experiencial


(Leslie Greenberg y Juan Pascual- Leo-ne)

La perspectiva dialéctica del constructivismo se diferencia de otras perspectivas


más simples en que otorga un papel mayor a la experiencia del mundo externo y
al conflicto con él en el conocimiento del mundo, y en que da un papel más
importante a la experiencia interna y al conflicto interno en la construcción del
significado subjetivo. Minimiza el papel de los determi-nantes innatos, suponiendo
que la mayoría de los mecanismos innatos tienen un propósito general y considera
como princi-pios fundacionales sólo la biología, la experiencia y la cultura.

En cuanto a la epistemología, el constructivismo dialéctico pretende resolver la


dicotomía realismo-idealismo. Supone que el proceso de conocimiento se deriva
de un repertorio de “esquemas” o “unidades de conocimiento”. Estas unidades son
activadas por la situación y se aplican a configurar el estado de hechos en el aquí
y ahora. Esto ocurre con la ayuda de la realidad que selecciona de entre el
repertorio de esquemas de la persona aquellos que se ajustan a la realidad. Estos
esquemas se aplican a configurar o sintetizar la realidad en cuestión. Los
esquemas tienen incorporados mecanismos para la realización de los ajustes o
desajustes y también previsiones que pueden o no ser satisfechas en la situación
real. Por ello, mientras se interactúa en la situación, el conjunto de esquemas
aplicables se estrecha, y esta selección de un subgrupo de ellos es lo que
establece la peculiaridad de la situación. Cada unidad de conocimiento o esquema
viene del sujeto -éste es el aspecto idealis-ta-, mientras que el patrón de
coexistencia de esquemas en la situación viene de la realidad -aspecto realista-
empirista. Por ello, esta perspectiva considera la realidad como construida, pero
los esquemas y las capacidades estructurales que realizan la construcción de la
realidad son, de hecho, conducidas por ella: este sería el círculo dialéctico que
relacionaría la realidad “en crudo” con la realidad codificada.

Cuando se trata de la realidad interna, existen esquemas cognitivos pero también


muchos esquemas basados en la emoción que integran afectos y cognición. En la
dialéctica interna, los esquemas emocionales se centran en la evaluación del
significa-do de las situaciones para el bienestar de la persona. Los esquemas
emocionales se activan por acontecimientos tanto exter-nos como internos y se
sintetizan dinámicamente para organizar la experiencia diaria.

En la experiencia personal no existen claramente las limitaciones que impone la


realidad externa (en el sentido de los rasgos de la situación que activan ciertos
esquemas), pero las condiciones de activación para las emociones existen de
manera es-tructural y los esquemas emocionales se van diferenciando con la
experiencia y coordinándose entre ellos y con esquemas más cognitivos. Los
esquemas emocionales son resultado de la combinación de nuestra biología,
nuestra experiencia y nues-tra cultura. La síntesis dinámica de estos esquemas
emocionales genera nuestras complejas reacciones emocionales y nuestras
experiencias. Los resultados de estas síntesis no deben confundirse con pasiones
primitivas; por el contrario, se trata de respuestas emocionales complejas y
diferenciadas. La experiencia de estas respuestas puede hacerse accesible a la
conciencia mediante la atención pero puede no estar simbolizada o incorporada a
la construcción que una persona hace de la realidad. Más que rechazados de la
conciencia, los estados emocionales no son atendidos y por ello no se
experimentan de una mane-ra consciente. Una vez que se pueden simbolizar
contribuyen a crear la base de nuestro sentido subjetivo de la realidad y aportan
retroalimentación sobre nuestra evaluación automática de la significación de los
acontecimientos. La construcción en terapia de nuevos esquemas “curativos” se
produce por integración de esquemas opuestos en una nueva estructura de mayor
nivel.

Desde este punto de vista, dicen los autores, se trasciende la falsa dicotomía entre
razón y emoción mientras se mantiene la diferenciación entre emoción y
cognición: ni la primera es inherentemente irracional ni la segunda racional; los
dos procesos están enlazados de manera compleja. Se propone un modelo en el
que el pensamiento y la emocionalidad se encuentran en un proceso dialéctico
que lleva a su síntesis. El cambio en terapia no se produce por modificación de
cogniciones, ni por insight intelectual, ni por catarsis, sino por la construcción de
un nuevo significado personal, afectivo y cognitivo.

En la terapia el proceso constructivo dialéctico lleva a explorar diferencias entre la


experiencia inmediata y visiones con-ceptuales previas de cómo la experiencia
debería ser. Las contradicciones entre las explicaciones de cómo las cosas son o
deberían ser y la experiencia inmediata de cómo las cosas realmente son
constituyen una fuente importante de malestar emocional. Se hacen
así necesarias nuevas síntesis que puedan aportar una sensación de mayor
coherencia personal.

PARTE TERCERA: EL ENFOQUE NARRATIVO

10. Hermenéuticas, constructivismo, y terapia cognitivo-conductual: del


objeto al proyecto (Oscar F. Gonçalves)

Gonçalves comienza su artículo afirmando que la vida es una narrativa y los seres
humanos narradores y, por supuesto, participantes en sus propias tramas. Desde
este punto de vista, plantea la terapia como un escenario donde ensayar la cons-
trucción y deconstrucción de historias, introduciendo la hermenéutica como una
alternativa a la tensión básica entre la na-rrativa y el narrador, el objeto y el sujeto,
el conocedor y lo conocido. En virtud de estas dialécticas compara los tres para-
digmas de la tradición cognitivo-conductual -conductista, cognitivo y
constructivista- en base a sus nociones de textualidad, según se prime alguno de
los elementos: el narrador, el texto o el acto de la escritura, sí-mismo (como objeto
o como suje-to), epistemología (naturaleza del conocimiento) y ontología
(naturaleza de la existencia).

Acaba presentando el constructivismo crítico de algunas terapias cognitivas como


enfoque hermenéutico que trasciende la dicotomía sujeto-objeto al conceptualizar
a los seres humanos como “proyectos: fuentes de energía que se actualizan cons-
tantemente en un proceso de construcción y deconstrucción dialéctica de
narrativas”. Esta alternativa hermenéutica anima a revisar las metáforas
mecanicistas que han estado predominando en la historia de las terapias
cognitivo-conductuales. Los seres humanos no deberían ser vistos como
ordenadores o como científicos, sino como artistas actuando a la vez como
actores y como directores de la película de su vida.

11. Narrativas generadas por el cliente en psicoterapia (Robert A. Neimeyer )

Neimeyer considera que, aunque se admita que la narración que da forma a


nuestra experiencia es central en psicoterapia, no se ha prestado suficiente
atención a las formas más literarias de esta actividad narrativa: los diarios u otras
formas de pro-ducción escrita que muchos clientes traen a la terapia. Para el autor
las narrativas, tanto dichas como escritas por el cliente, tienen una serie
de funciones interpersonales en relación con el terapeuta, pero sobre todo una
función intrapersonal: la de “establecer una continuidad de significado en la
experiencia vital del cliente”. Estos intentos de establecimiento de sentido pueden
ser vagos, intensos, fragmentarios o incoherentes con relación a los síntomas,
pero si se estimulan en vez de ignorar-se pueden convertirse en un vehículo que
lleve al paciente a mayores niveles de integración. Neimeyer aporta dos casos
clínicos en los que muestra esta búsqueda de significado a lo largo de dos difíciles
procesos terapéuticos.

12. De la evaluación al cambio: El significado personal de los problemas


clínicos en el contexto de la narrativa personal (Hubert J. M. Hermans)

La tesis de la que parte Hermans en su artículo es doble: primero, que la


comprensión de los problemas clínicos requiere que se sitúen en el contexto de la
narrativa del cliente; segundo, que el problema del cliente es compartido de tal
manera con el psicoterapeuta que, en el proceso de contarse una y otra vez, su
significado personal cambia a lo largo del tiempo. El autor presenta un marco
teórico, la “Teoría de la Valoración”, que muestra cómo desde la narración sobre sí
mismo del sujeto emergen significados personales. Además describe un método
de investigación que sirve de herramienta para valorar y cam-biar esos
significados personales.

La Teoría de la Valoración, basada en las ideas filosóficas de James y Merleau-


Ponty, establece que ésta es un activo proceso de construcción de significado. Se
trata de una unidad de significado que tiene un valor positivo, negativo o
ambivalente para el individuo. Puede tratarse de un recuerdo, una serie de
sucesos, una meta inalcanzada, la muerte de alguien querido, un síntoma
psicosomático. A lo largo del proceso de reflexión sobre sí mismo, las valoraciones
se organizan en un sistema y, dependiendo de los cambios en la interacción
persona-situación, pueden aparecer nuevas valoraciones. Cada valoración implica
un patrón específico de afecto. Se supone que aunque en un nivel manifiesto las
valoraciones puedan variar fenome-nológicamente, entre individuos o dentro del
mismo individuo, existen unos motivos básicos que están representados de
manera latente en el componente afectivo de una valoración, y esos motivos
juegan un papel importante en la organización de la narrativa acerca de sí mismo.
Basándose en investigaciones de otros autores, Hermans identifica dos motivos
en la base del componente afectivo del sistema de valoración: el “motivo S”,
relacionado con lo que podríamos llamar autoestima, y el “motivo O”, relacionado
con el contacto con otras personas y el mundo. Cuando una valoración representa
una gratifica-ción del motivo S (p.e.: “He superado un examen difícil”), la persona
tiene sentimientos de fuerza y orgullo; si se gratifica el motivo O (p.e. “Me encanta
que mi hijo toque el piano”), los sentimientos son de ternura e intimidad.

Este modelo del self aporta una base conceptual para el estudio del significado
personal de los problemas clínicos. Estos son considerados como una valoración
personal que funciona en el contexto del sistema de valoración como una
totalidad. El método de la auto-confrontación es un procedimiento de evaluación
individualizado basado en la Teoría de la Valoración. Se estudian las relaciones
entre valoraciones y tipos de afecto, así cómo la organización de estas variables.
Se le piden al cliente una serie de valoraciones relacionadas con su pasado,
presente y futuro y se asocian con una serie estandarizada de términos afectivos.
El sistema de valoración se estudia cuantitativamente a partir de una serie de
índices que permiten com-parar valoraciones, a pesar de que el cliente pueda no
considerarlas relacionadas, a partir de su perfil afectivo. La similaridad entre
valoraciones sugiere que comparten un significado latente parecido. Hermans
pone como ejemplo el caso de un pa-ciente con dos valoraciones aparentemente
independientes pero con una gran similitud en el perfil afectivo: una referida a los
persistentes dolores de cabeza de un cliente y otra referida a los problemas del
cliente con su padre. Aporta, además, tres casos clínicos que sirven para ilustrar
su metodología, y cómo a lo largo de la terapia se pueden modificar los perfiles de
las valoraciones en el sentido del cambio terapéutico.

Hermans considera al cliente como un coinvestigador dentro de la


relación terapéutica, siendo la contribución específica del terapeuta la de ofrecerle
una cierta estructura que permita realizar una reflexión sobre sus narrativas. Esta
colaboración supone que la “realidad” no es simplemente descubierta mediante
una evaluación objetiva, sino que es construida como resultado de una
cooperación.

PARTE CUARTA: PERSPECTIVAS SOCIALES SISTÉMICAS

13. Constructivismo radical: preguntas y respuestas (Jay S. Efran y Robert L.


Fauber)

Haciéndose eco de la queja de algunos terapeutas que habrían intentado


acercarse al constructivismo radical encontrando solo ambigüedad y confusión, los
autores plantean una serie de preguntas básicas a modo de orientación. En primer
lugar el constructivismo radical, dispuesto a no “tomar prisioneros” en su guerra
epistemológica contra el objetivismo, considera que el lenguaje, en un sentido
amplio, es central en la psicoterapia porque es el lugar donde los problemas se
crean y residen. La terapia, así, es una forma de conversación, pero no se
restringe a lo verbal ni a lo hipotético, sino que lleva consigo una acción.

Que el mundo esté construido dentro del lenguaje no excluye de él las realidades
sociales más duras, como la pobreza, la enfermedad, etc., pero la psicoterapia no
pretende cambiar la economía ni curar el cuerpo, sino que es un espacio donde se
pretende aclarar el lugar que la persona ocupa dentro de la ecología social y así
encontrar maneras de ser un “miembro efec-tivo de la familia, un ciudadano útil, y
un individuo satisfecho”. Tampoco afirmar que los problemas existen en el
lenguaje significa sostener que son triviales o imaginarios. Se trataría más bien de
poder hablar claro de quién es uno y de aquello por lo que lucha, de asumir plena
responsabilidad por el camino que uno tome: para el constructivista, la satisfacción
personal no tiene que ver con la moral tradicional o las condiciones objetivas, sino
con el mantenimiento de un mundo propio.

En coherencia con sus presupuestos, los autores insisten en que no defienden


que su punto de vista sea objetivamente co-rrecto o elegido en el sentido
convencional, sino que su adhesión a esta perspectiva está en relación con el
medio en que se desarrollaron, con un contexto. Esta conciencia en cuanto a su
filiación epistemológica no impide, sino más bien al contra-rio, la defensa de su
perspectiva. Al fin y al cabo no consideran que las personas podamos controlar
nuestros destinos, sino que somos más bien seres sociales inmersos tanto en un
medio natural como en una comunidad social.

14. Constructos personales y práctica sistémica (Guillem Feixas)

En este artículo, Feixas explora la utilidad de incorporar la Teoría de los


Constructos Personales de George A. Kelly y su práctica a la terapia sistémica.
Kelly, considerado, junto con Bartlett y Piaget, uno de los primeros pensadores
constructivis-tas en psicología y por ello pionero de los desarrollos constructivistas
en psicoterapia, plantea en 1955 su postulado funda-mental: “Los procesos de una
persona son psicológicamente canalizados por las maneras en que anticipa los
acontecimien-tos”. En las primeras formulaciones sistémicas el problema que la
familia presentaba se consideraba en el contexto de una secuencia de
comportamiento de los miembros de la misma en la cual el síntoma tenía una
función homeostática para todo el sistema. En la última década están apareciendo
desarrollos dentro de la terapia sistémica en el sentido de adoptar una perspectiva
constructivista, pasando de centrarse en las secuencias de comportamiento a
investigar los significados, o cómo los comportamientos son construidos por los
distintos miembros de la familia. Por ello los comportamientos se explican en
términos de mitos familiares, premisas, o sistemas compartidos de creencias que
son coherentes con los comportamientos sintomáticos. Las nuevas técnicas
sistémicas se proyectan para hacer explícitas estas premisas familiares.

A pesar de que la Teoría de Constructos Personales, como su propio nombre


indica, hace hincapié en la construcción indi-vidual de significados, el hecho de
que la validación de un sistema de constructos se produzca en un terreno
interpersonal -como la familia en los primeros años, y otros sistemas más amplios
posteriormente- permite la aplicación del modelo a sis-temas más amplios como
puede ser la familia. Para Procter, la familia negocia una realidad común, el
“sistema familiar de constructos”, con diferentes canales que permiten que los
miembros puedan no estar necesariamente de acuerdo. Además, según el modelo
de Feixas el sistema de constructos personales de cada miembro tiene un
diferente solapamiento con el sistema familiar de constructos. Los miembros cuyos
sistemas más se solapan con el familiar reciben de los significados y actitudes de
los demás miembros de la familia su mayor fuente de validación. Cuando el
solapamiento es menor, las fuentes de validación externas a la familia cobran
mayor importancia. En la Teoría de Constructos Personales, la anticipación mutua
que un miembro tiene de los procesos de construcción de otros (por ejemplo, la
manera en que un padre cree que su hijo ve a su madre) se denomina “relación de
rol”, así que las relaciones familiares pueden verse como relaciones de rol en las
que cada miembro anticipa el pensamiento y comportamiento de los demás.
Aunque esa anticipación es necesaria, cuando un miembro se comporta de
manera impredecible está invalidando los constructos de los otros. Los esfuerzos
que los miem-bros de la familia hacen para que los demás se conformen a los
viejos patrones pueden ser fuente de conflicto en el desarro-llo de la familia. En
medio de estos conflictos un miembro puede tener que elegir entre el crecimiento
personal y la adapta-ción a las expectativas de los demás, lo que hace que
puedan aparecer síntomas de malestar entendibles como soluciones de
compromiso para ese conflicto.

Otro concepto de Procter que Feixas incorpora a su modelo es el de “posición”


dentro del sistema familiar, que consta de dos niveles, el de construcción y el de
acción. La posición que un miembro toma implica tanto a su construcción de sí
mis-mo como a la construcción del pensamiento de los otros, y sus acciones se
derivan de estas construcciones, a la vez que son maneras de probarlas. De
hecho, el sistema familiar de constructos es la interconexión de las diferentes
posiciones de los miembros de tal manera que cada uno valida o invalida las
construcciones de los demás. Este concepto tiene implicaciones para la
intervención, ya que el terapeuta puede empezar desde cualquier punto, ya sea un
comportamiento específico, o una idea expresada por algún miembro de la
familia. A partir de ahí debe empezar a investigar los comportamientos y significa-
dos correspondientes a los otros miembros. El proceso por el que los miembros de
la familia se confirman mutuamente las anticipaciones no deseadas del
comportamiento de los demás es considerado el nudo crucial del problema
familiar.

Feixas sostiene que la Teoría de Constructos Personales permite un eclecticismo


técnico sin dejar de ser consistente desde el punto de vista teórico. El autor
desarrolla aquellas técnicas más propias de la teoría de constructos personales,
como son la puesta a prueba de hipótesis, donde la conducta se utiliza como
variable independiente para poner a prueba el sistema de constructos, las
representaciones y la terapia de rol fijo.

En relación con las controvertidas cuestiones del papel del terapeuta -como el
poder, las estrategias, el control-, la distinción que desde la Teoría de los
Constructos Personales se hace entre el contenido (content) y el proceso puede
servir para soslayar algunas contradicciones que se plantean dentro de los
enfoques constructivistas. La relación terapéutica se considera una relación de
experto a experto, donde el cliente es experto en relación al contenido de sus
constructos y el terapeuta experto en cuanto al proceso de cómo los constructos
se organizan y aplican a los acontecimientos y relaciones. Las mismas consi-
deraciones se pueden hacer con respecto a la investigación.

15. La terminación de la terapia como ritual de paso: estrategias


interrogativas para una terapia de inclusión (Da-vid Epston y Michael White)
Los autores parten de la idea de que los modelos tradicionales y sus metáforas
resultan muy limitativos en el ejercicio de la psicoterapia. En concreto, en este
artículo, se centran en la necesidad de superar la metáfora de la terminación de la
terapia como una pérdida, que lleva consigo la idea de que el “paciente”,
dependiente de la relación terapéutica, sufrirá con su ter-minación. Plantean que,
aunque ciertamente esta transición es importante, la preocupación del terapeuta
con esta metáfora de la pérdida refuerza la dependencia del cliente, y además
dificulta la liberación de éste de la identidad saturada de proble-mas que le llevó a
terapia. Por ello desarrollan un modelo del final de la terapia como ritual de paso
desde una identidad a otra, para lo que se centran en compartir y celebrar este
nuevo estado con otros. A este tipo de terapias las denominan “terapias de
inclusión” y al proceso que las permite “arqueología de la terapia”, a través del
cual, y a partir de una serie de preguntas que animan a los clientes a reflexionar
acerca de los conocimientos que han ido alcanzando en el proceso, se facilita la
finalización de la terapia, más que como una pérdida, como una ganancia en la
autoría de la propia vida.

PARTE QUINTA: EL DESAFIO DE LA PSICOTERAPIA CONSTRUCTIVISTA

16. La distancia terapéutica óptima: La psicoterapia de constructos


personales desde la experiencia de un tera-peuta (Larry M. Leitner)

Basándose en George A. Kelly y su Teoría de Constructos Personales, Leitner


expone su visión de una psicoterapia de constructos personales experiencial, en la
que subraya el papel de la relación que el terapeuta establece con el cliente. Éste,
habiendo sido invalidado previamente en sus relaciones significativas, traerá a la
terapia toda una problemática en cuanto a la posibilidad de correr riesgo en
establecer nuevas relaciones. La forma en que el terapeuta se maneje con esta
cuestión podrá determinar el resultado de la terapia, especialmente en el caso de
los pacientes más perturbados. La “distancia terapéutica óptima” se define como la
mezcla adecuada de conexión y separatividad asociada a una relación
terapéutica. Implica estar lo suficientemente cerca del otro como para
experimentar sus sentimientos pero suficientemente distante como para recono-
cerlos como pertenecientes al otro, y no al terapeuta. Los dos errores básicos
relacionados con la distancia terapéutica los llama Leitner: “extraños terapéuticos”
y “unidad terapéutica”. El primer caso se da cuando el terapeuta no conecta con la
experiencia del cliente, por lo que los dos experimentan al otro como estático y se
destruye la alianza terapéutica; en este caso, tal vez el terapeuta se empeñe en
aplicar técnicas para cambiar al cliente en vez de permitirse experimentar otro tipo
de relación. La “unidad terapéutica” se produce cuando el terapeuta es incapaz de
distinguir los problemas del paciente de sus propios dilemas, tal vez en la forma de
un excesivo sentimiento de responsabilidad en relación a la conducta del paciente.

Este concepto tiene para Leitner una serie de importante consecuencias. Por
ejemplo que las intervenciones pueden no funcionar si la distancia no es óptima, o
que cuando sí lo es muchas y distintas intervenciones pueden ser terapéuticas.
Tam-bién que cada terapeuta debe integrar su persona con las técnicas que usa,
que entonces se convierten en manifestaciones conductuales de él mismo. Por
último, se puede argumentar, sigue el autor, que el terapeuta está obligado a usar
su experien-cia clínica en su desarrollo personal, ya que el deseo de reconstruir
posibles aspectos centrales de su manera de ser validará un proceso similar en el
cliente.

17. Construyendo en el límite: Mitología clínica en el trabajo con procesos


fronterizos (borderline), por Stephanie L. Harter

La autora, a través del mito del pecado original, nos lleva al cuestionamiento de
una serie de mitos con los que se enfrenta el psicoterapeuta en el tratamiento de
pacientes considerados fronterizos (borderline). Para empezar, es controvertida
por sí misma la etiqueta de fronterizo, ya que muchos autores la consideran
peyorativa y poco descriptiva. Sin embargo, su éxito se debe, según Harter, a que
más que expresar un atributo del cliente, la etiqueta expresa cuáles son las
experiencias de los profesionales que trabajan con él. Se llamarían fronterizos no
sólo por la inestabilidad de su self y de las fronteras de sus relaciones, sino porque
suponen un reto para los límites que construimos para nosotros mismos.
Cuestionar la clase de relaciones que establecemos con este tipo de pacientes es
esencial, ya que la interacción entre sus experiencias de vida y nuestros mitos
tiene como consecuencia que las relaciones de transferencia sean muy
complicadas, especialmente por la posición defensiva en la que el terapeuta las
aborda, tanto si queremos posicionarnos en el lugar del cuidador permisivo y
proveedor como si sostenemos una extrema rigidez en el encuadre en la
convicción de que estos clientes necesitan mano dura. Otros temas, como la
tendencia a la manipulación que frecuentemente se les atribuye a las personas
etiquetadas como fronterizas, y la necesidad de validar el proceso de construcción
del cliente son planteados a lo largo del artículo desde una perspectiva de
constructivismo crítico.

18. Los requerimientos psicológicos para ser un psicoterapeuta


constructivista (Michael J. Mahoney)

Mahoney intenta en este capítulo describir algunos de los retos a los que se
enfrenta el psicoterapeuta que adopta una pers-pectiva constructivista y que son,
en su opinión, de mayor envergadura que aquellos que enfrentan terapeutas de
otros enfo-ques.En primer lugar, el rechazo de la epistemología y la ontología en
la que se basan los objetivismos deja al psicoterapeuta sin la posibilidad de
apoyarse en verdad alguna a la hora de decidir qué es correcto o no para un
determinado cliente. No puede recurrir a las obras completas de ningún autor para
buscar apoyo o autorización en su trabajo como “consejero de vida” (así es como
Mahoney prefiere llamar al psicoterapeuta).

Desde el punto de vista existencial, el tipo de vínculo que se establece con el


cliente, en el que la presencia emocional del consejero es fundamental para la
facilitación del proceso, supone un esfuerzo difícil de sostener. Además el
consejero debe ser consciente de sus dificultades para comprender la experiencia
de un cliente cuando ésta no está incluida en su propia gama de experiencias
personales.

En cuanto a las cuestiones prácticas, uno de los mayores retos se encuentra en lo


que llama “primacía de lo abstracto”, esto es, el hecho de que los procesos más
básicos que organizan nuestra experiencia operan a niveles que están fuera de lo
que consideramos conciencia. Por ello, la tolerancia a la ambigüedad es una
habilidad crítica para los terapeutas constructivistas.

Si consideramos la metáfora de la psicoterapia como un viaje, Mahoney considera


que frente a la teleología de algunos en-foques, la psicoterapia constructivista
tiene más que ver con una “teleonomía”, en el sentido de que se refiere a un movi-
miento cuya direccionalidad no está definida por un destino explícito. El consejero
constructivista estaría deseoso de acom-pañar a sus clientes en el proceso de
viaje, a veces liderando el viaje y a veces siguiendo al cliente, respetando los
deseos de éste de descansar, ayudándole a cargar parte del equipaje por un rato,
pero siempre devolviéndole su responsabilidad en las elecciones y la dirección del
proceso.

Por último, el autor plantea algunas cuestiones éticas, en el convencimiento de


que ya pasó el tiempo en que el ejercicio de la psicoterapia se consideraba una
actividad libre de valores. El constructivismo supone un cierto relativismo moral, en
el sen-tido de que lo que es bueno o malo está siempre enmarcado en contextos,
ya sean éstos individuales, sociales o históricos. Por otra parte, sostiene también
la convicción de que toda comunicación está atravesada por valores. El consejero
construc-tivista ha de ser especialmente sensible a este hecho, lo que le llevará a
plantearse muchos dilemas en su actividad, especial-mente en un tiempo como el
actual en el que conviven tan diferentes sistemas de valores.

VALORACION PERSONAL DEL LIBRO

El hecho de que los dieciocho artículos que integran el volumen estén escritos por
catorce distintos autores hace que sea difícil hacer una valoración del conjunto.
Hemos encontrado los artículos de muy distinto interés, densidad, y
claridad. Muchos conceptos y planteamientos se repiten a lo largo de los distintos
desarrollos, no siempre de forma totalmente cohe-rente, lo que tiene mucho que
ver con el hecho de que el constructivismo en psicoterapia, por los propios
presupuestos epistemológicos de los que se parte, da cabida a enfoques
diferentes entre sí y que a veces parecen compartir más la crítica a las
psicoterapias tradicionales que modos de actuación que puedan considerarse
integrados en una escuela tal y como la consideramos en un sentido convencional.

A pesar de que se afirma una y otra vez la necesidad de liberarse de ataduras


teóricas de corte objetivista en cuanto a los contenidos, se puede identificar con
facilidad el peso de la orientación cognitivo-conductual. Esta adscripción no es
siempre explícita, ya que estas terapias, como otras, son a veces objeto de duras
críticas, pero es casi siempre reconocible. Echamos de menos algún artículo que
pudiera haber dado cabida a orientaciones diferentes. Nos quedan, por otra parte,
ciertas dudas en cuanto a la pretensión de algunos psicoterapeutas
constructivistas de trabajar libres de limitaciones teóricas en cuanto a la naturaleza
de los contenidos del psíquismo humano. Su insistencia en el predominio del
estudio del proceso sobre el de los contenidos es, ciertamente, una crítica a tomar
muy en cuenta, especialmente desde aquellas orientaciones en psicoterapia,
como ciertas corrientes psicoanalíticas, que han tendido a forzar la teoría dentro
de la práctica. Sin embargo, a veces el lector tiene la sensación de que detrás de
la crítica a las psicoterapias tradicionales no se plantean alternativas solventes, a
no ser que, como tantas otras veces, una cosa sea la teoría que defendemos y
otra muy diferente la que aplicamos en la práctica. En cualquier caso, la lectura del
presente volumen resulta muy interesante para hacerse una idea del amplio
campo que abre a las psicoterapias la adopción de una perspectiva constructivista
y para , una vez más, cuestionarse los principios con los que trabajamos y, desde
ahí, poder continuar manejándonos desde ciertas imprescindibles certezas pero
con un espíritu algo más crítico.

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