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Aperturas
El constructivismo en psicoterapia
Autor: Safran, Jeremy D. - de Celis Sierra, Mónica
Palabras clave
Como continuación del artículo anterior, Neimeyer trata de esbozar algunos de los
rasgos característicos de la perspectiva constructivista en psicoterapia,
recurriendo al contraste con los desarrollos de la llamada psicología “objetivista”.
La post-modernidad hace desvanecerse la fe en la posibilidad de acceder a un
conocimiento no subjetivo y transforma la idea mo-derna del hombre cuestionando
su racionalidad y su capacidad de elección y acción. Aparecen una variedad de
perspectivas en ciencias sociales que reflejan la diversidad de realidades, social e
históricamente constituidas. Desde el punto de vista constructivista, no existe el
acceso directo a realidad inmediata alguna más allá del “lenguaje”, que se define
de manera am-plia incluyendo toda producción simbólica que nos llega de nuestra
cultura.
Así pues, de modo general, todos los modelos de psicoterapia pueden resultar
recursos válidos para la psicoterapia cons-tructivista, ya que se consideran como
un conjunto de metáforas y orientaciones más que como una ciencia aplicada que
conlleve una conceptualización concreta del problema clínico y una serie de
intervenciones apropiadas. Sin embargo, de manera más específica, ciertas
estrategias de intervención son privilegiadas sobre otras, debido a que promueven
la actividad de construcción de significados más que la “corrección” de supuestas
disfunciones del paciente en sus pensamientos, sen-timientos o comportamientos.
Lyddon sugiere que todas estas formas podrían reflejar distintos aspectos del
conocimiento humano, lo que abre la posibili-dad de desarrollar un modelo de
psicología constructivista más integrado.
Por último, Guidano hace énfasis en que no existe una correlación directa entre la
estrategia de intervención del terapeuta y el tipo de proceso de cambio. El
terapeuta sólo puede establecer las condiciones que puedan desencadenar una
reorganiza-ción, pero no puede controlar cómo los clientes organizan el resultado
final. El aumento en la comprensión de las reglas de ordenamiento de su realidad
siempre va en paralelo con un incremento en la modulación emocional en el que
es probable que aparezcan nuevas tonalidades de sentimientos. La relación
terapéutica es una interacción real y por lo tanto la estructura y reciprocidad de
sus aspectos emocionales facilita la asimilación del cliente de nuevas experiencias
y la reorganización de las anteriores.
La actitud que el terapeuta ha de tener es, entre otras, una “aproximación crédula”,
en términos de Kelly, a la visión del cliente de su propio problema, lo que implica
aceptación del punto de vista del cliente y curiosidad para seguirle en su proce-so
de exploración. Desde el lugar seguro de la consulta, el cliente puede ensayar
nuevas formas de significado y comporta-miento. Pero la posibilidad de cambio
que este espacio permite se ve enfrentada a la resistencia del cliente a cuestionar
sus estructuras de significado sin antes desarrollar otras alternativas. Para
ayudarle en el proceso de creación de nuevos significa-dos, existen una serie de
técnicas que Neimeyer toma de Kelly y que desarrolla con la ayuda de varios
ejemplos. Una de las formas de introducir nuevos significados son las
representaciones (enactments), diferentes formas de juegos de rol con dife-rente
grado de estructura. Las más breves permiten que el cliente pueda explorar un
papel para tomar contacto con él du-rante apenas unos minutos. En alguna de
ellas el cliente puede tomar el papel de los padres del cliente, de un amigo preocu-
pado por el cliente, de un terapeuta que busca supervisión para el caso del cliente,
etc... Entre las actuaciones más elabora-das se encuentra la terapia de rol fijo de
Kelly. En esta técnica se trata, en primer lugar, de que el cliente haga una descrip-
ción de sí mismo en tercera persona que permita al terapeuta hacerse una idea de
sus principales constructos y de la organi-zación de éstos. A partir de esta
caracterización del cliente, el terapeuta diseña una nueva identidad, que no será
totalmente opuesta a la suya sino una “corrección” de ésta en el sentido en que
permita al cliente explorar nuevos modos de relacionar-se a través de constructos
distintos a los suyos. Después de un periodo de preparación con el cliente, éste
pasa a la fase de actuación per se en la que, durante unas dos semanas, habrá de
relacionarse en todos los ámbitos significativos de su vida desde el rol diseñado.
Durante este tiempo, las sesiones con el terapeuta se dedicarán a trabajar las
dificultades y elaborar los insights que se puedan producir. Una vez pasado este
tiempo, el cliente abandona el nuevo papel y se discute la experiencia.
Greg Neimeyer nos plantea, finalmente, algunos marcadores que indican que la
terapia está en fase de teminación, como la capacidad del cliente de usar el
diálogo con el terapeuta para cambiar de perspectiva, o la habilidad para pasar de
la experien-cia a la explicación de ésta en el sentido que indica Guidano. Por
último, además de dejar abierta la puerta para que el cliente retome la terapia si lo
considera necesario, Neimeyer le anima a que ritualice simbólicamente el fin de la
terapia de alguna manera que sea significativa para él.
Desde este punto de vista, dicen los autores, se trasciende la falsa dicotomía entre
razón y emoción mientras se mantiene la diferenciación entre emoción y
cognición: ni la primera es inherentemente irracional ni la segunda racional; los
dos procesos están enlazados de manera compleja. Se propone un modelo en el
que el pensamiento y la emocionalidad se encuentran en un proceso dialéctico
que lleva a su síntesis. El cambio en terapia no se produce por modificación de
cogniciones, ni por insight intelectual, ni por catarsis, sino por la construcción de
un nuevo significado personal, afectivo y cognitivo.
Gonçalves comienza su artículo afirmando que la vida es una narrativa y los seres
humanos narradores y, por supuesto, participantes en sus propias tramas. Desde
este punto de vista, plantea la terapia como un escenario donde ensayar la cons-
trucción y deconstrucción de historias, introduciendo la hermenéutica como una
alternativa a la tensión básica entre la na-rrativa y el narrador, el objeto y el sujeto,
el conocedor y lo conocido. En virtud de estas dialécticas compara los tres para-
digmas de la tradición cognitivo-conductual -conductista, cognitivo y
constructivista- en base a sus nociones de textualidad, según se prime alguno de
los elementos: el narrador, el texto o el acto de la escritura, sí-mismo (como objeto
o como suje-to), epistemología (naturaleza del conocimiento) y ontología
(naturaleza de la existencia).
Este modelo del self aporta una base conceptual para el estudio del significado
personal de los problemas clínicos. Estos son considerados como una valoración
personal que funciona en el contexto del sistema de valoración como una
totalidad. El método de la auto-confrontación es un procedimiento de evaluación
individualizado basado en la Teoría de la Valoración. Se estudian las relaciones
entre valoraciones y tipos de afecto, así cómo la organización de estas variables.
Se le piden al cliente una serie de valoraciones relacionadas con su pasado,
presente y futuro y se asocian con una serie estandarizada de términos afectivos.
El sistema de valoración se estudia cuantitativamente a partir de una serie de
índices que permiten com-parar valoraciones, a pesar de que el cliente pueda no
considerarlas relacionadas, a partir de su perfil afectivo. La similaridad entre
valoraciones sugiere que comparten un significado latente parecido. Hermans
pone como ejemplo el caso de un pa-ciente con dos valoraciones aparentemente
independientes pero con una gran similitud en el perfil afectivo: una referida a los
persistentes dolores de cabeza de un cliente y otra referida a los problemas del
cliente con su padre. Aporta, además, tres casos clínicos que sirven para ilustrar
su metodología, y cómo a lo largo de la terapia se pueden modificar los perfiles de
las valoraciones en el sentido del cambio terapéutico.
Que el mundo esté construido dentro del lenguaje no excluye de él las realidades
sociales más duras, como la pobreza, la enfermedad, etc., pero la psicoterapia no
pretende cambiar la economía ni curar el cuerpo, sino que es un espacio donde se
pretende aclarar el lugar que la persona ocupa dentro de la ecología social y así
encontrar maneras de ser un “miembro efec-tivo de la familia, un ciudadano útil, y
un individuo satisfecho”. Tampoco afirmar que los problemas existen en el
lenguaje significa sostener que son triviales o imaginarios. Se trataría más bien de
poder hablar claro de quién es uno y de aquello por lo que lucha, de asumir plena
responsabilidad por el camino que uno tome: para el constructivista, la satisfacción
personal no tiene que ver con la moral tradicional o las condiciones objetivas, sino
con el mantenimiento de un mundo propio.
En relación con las controvertidas cuestiones del papel del terapeuta -como el
poder, las estrategias, el control-, la distinción que desde la Teoría de los
Constructos Personales se hace entre el contenido (content) y el proceso puede
servir para soslayar algunas contradicciones que se plantean dentro de los
enfoques constructivistas. La relación terapéutica se considera una relación de
experto a experto, donde el cliente es experto en relación al contenido de sus
constructos y el terapeuta experto en cuanto al proceso de cómo los constructos
se organizan y aplican a los acontecimientos y relaciones. Las mismas consi-
deraciones se pueden hacer con respecto a la investigación.
Este concepto tiene para Leitner una serie de importante consecuencias. Por
ejemplo que las intervenciones pueden no funcionar si la distancia no es óptima, o
que cuando sí lo es muchas y distintas intervenciones pueden ser terapéuticas.
Tam-bién que cada terapeuta debe integrar su persona con las técnicas que usa,
que entonces se convierten en manifestaciones conductuales de él mismo. Por
último, se puede argumentar, sigue el autor, que el terapeuta está obligado a usar
su experien-cia clínica en su desarrollo personal, ya que el deseo de reconstruir
posibles aspectos centrales de su manera de ser validará un proceso similar en el
cliente.
La autora, a través del mito del pecado original, nos lleva al cuestionamiento de
una serie de mitos con los que se enfrenta el psicoterapeuta en el tratamiento de
pacientes considerados fronterizos (borderline). Para empezar, es controvertida
por sí misma la etiqueta de fronterizo, ya que muchos autores la consideran
peyorativa y poco descriptiva. Sin embargo, su éxito se debe, según Harter, a que
más que expresar un atributo del cliente, la etiqueta expresa cuáles son las
experiencias de los profesionales que trabajan con él. Se llamarían fronterizos no
sólo por la inestabilidad de su self y de las fronteras de sus relaciones, sino porque
suponen un reto para los límites que construimos para nosotros mismos.
Cuestionar la clase de relaciones que establecemos con este tipo de pacientes es
esencial, ya que la interacción entre sus experiencias de vida y nuestros mitos
tiene como consecuencia que las relaciones de transferencia sean muy
complicadas, especialmente por la posición defensiva en la que el terapeuta las
aborda, tanto si queremos posicionarnos en el lugar del cuidador permisivo y
proveedor como si sostenemos una extrema rigidez en el encuadre en la
convicción de que estos clientes necesitan mano dura. Otros temas, como la
tendencia a la manipulación que frecuentemente se les atribuye a las personas
etiquetadas como fronterizas, y la necesidad de validar el proceso de construcción
del cliente son planteados a lo largo del artículo desde una perspectiva de
constructivismo crítico.
Mahoney intenta en este capítulo describir algunos de los retos a los que se
enfrenta el psicoterapeuta que adopta una pers-pectiva constructivista y que son,
en su opinión, de mayor envergadura que aquellos que enfrentan terapeutas de
otros enfo-ques.En primer lugar, el rechazo de la epistemología y la ontología en
la que se basan los objetivismos deja al psicoterapeuta sin la posibilidad de
apoyarse en verdad alguna a la hora de decidir qué es correcto o no para un
determinado cliente. No puede recurrir a las obras completas de ningún autor para
buscar apoyo o autorización en su trabajo como “consejero de vida” (así es como
Mahoney prefiere llamar al psicoterapeuta).
El hecho de que los dieciocho artículos que integran el volumen estén escritos por
catorce distintos autores hace que sea difícil hacer una valoración del conjunto.
Hemos encontrado los artículos de muy distinto interés, densidad, y
claridad. Muchos conceptos y planteamientos se repiten a lo largo de los distintos
desarrollos, no siempre de forma totalmente cohe-rente, lo que tiene mucho que
ver con el hecho de que el constructivismo en psicoterapia, por los propios
presupuestos epistemológicos de los que se parte, da cabida a enfoques
diferentes entre sí y que a veces parecen compartir más la crítica a las
psicoterapias tradicionales que modos de actuación que puedan considerarse
integrados en una escuela tal y como la consideramos en un sentido convencional.