Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
por jesús
A papá
De haber sabido…
DICHO POPULAR
FINALES DE PRIMAVERA DEL 2023
I
No recibo su llamada.
Son las dos de la madrugada y luego las tres mientras doy vueltas en la
cama. Me vuelvo un manojo de nervios, me pongo triste. Nos imaginé, desde el
momento en que la propuesta le nació –a él, no a mí –acostados en el mismo
espacio. Susurrando, como hacíamos siempre. Dándole golpecitos a la pantalla
de mi teléfono en busca de una canción que me va a enseñar porque el suyo se
quedó sin batería y se olvidó el cargador en su casa.
III
Recibimos nuestra calificación del relato. Con ella cerramos el semestre. Elsa
dijo que era bueno, pero que la escena del perrito está de más y por eso nos
dio un nueve punto cinco y no un diez. Haziel está molesto. Dice que no tenía
que calificar la trama sino los elementos de la trama. Yo le hago segunda
diciendo que Elsa no se fijó en lo que realmente importa. Haziel sonríe.
“Pero no está mal”, me dice.
“Para nada mal.”
“¿Celebramos hoy?”
“Me gustaría mucho”, contesto.
Espero que mi emoción no esté atacando la obviedad en plenitud.
Llovizna.
“El otro día en el bar de Lobos, Ámbar leyó un poema precioso que
sentí te podía gustar, Joel”, me dice Haziel. Se está tambaleando.
Sus botas negras retumban por las calles solitarias y poco iluminadas de
este barrio de la ciudad. Puedo oler el aroma de los hotdogs que venden a la
vuelta y de repente me da hambre, pero estoy a punto de gastar mi dinero en
otra caguama. No me arrepiento. La he pasado mejor tomando una caguama
que comiendo un hotdog. Me llevo las manos al pelo. Está húmedo.
“¿En serio?”, le pregunto. Por primera vez en mucho tiempo lo volteo
a ver. Está caminando con los ojos cerrados. “¿Cuál poema?”
“Uno de Juan Gelman.”
“Me gusta Juan Gelman.”
Me gusta Juan Gelman.
“Se llama ‘Sefiní’, o algo así”, dice Haziel. Abre los ojos.
Me mira.
“¿Lo conoces?”
“Sí”, respondo. Estoy sonriendo. “Lo conocí en primer semestre. Fue
lo primero de Gelman que me gustó. Y luego otro sobre unos caballos, o algo
así.”
Los de la Facultad de Letras decimos mucho eso de “o algo así”, es
nuestra etiqueta identificatoria. Nuestra marca, o algo así.
Estos son los últimos versos del poema de Gelman. Los encuentro en Google
mientras Haziel pide la caguama al muchacho del OXXO:
pero lo más importante
estoy triste porque no llueve
porque el té está frío
y porque hoy me voy de ti sin ojos solemnes ni ganas de destierro
y porque la nostalgia se hace esperar y no llega
si estoy triste estoy triste, no me convenzan de lo contrario.
después de tanto tiempo ahí vuelvo a aparecer, esto es lo mío.
“De todas formas no estoy listo para irme”, le digo a mamá en el teléfono.
Me llamó hace media hora para intentar convencerme de que ya vuelva
a casa, en el pueblo, porque el semestre ya terminó. En algún momento
llevamos la conversación a otros temas: los recibos, el concierto, mi hermana.
Pero no conseguí que se olvidara de lo que realmente importa.
“Pues ya te digo que tu papá no te va a depositar más dinero”, exclama.
No está enojada. Tampoco está contenta. No la entiendo. “Si ya terminó el
semestre, Jo. No sé qué haces allá.”
“Cosas, mamá”, espeto. Tengo miedo de sonar agresivo. “Hago más
cosas acá que sólo estudiar.”
“Señor Ocupado”, se ríe, burlona.
No digo nada.
“Que sea la última vez que pones excusas”, sentencia y yo sonrío para
mis adentros. “La próxima, vamos por ti.”
“Sí, mamá.”
Cuelgo el teléfono y salgo corriendo de casa.
Ya voy tarde.
Cuando llego al bar, Haziel ya tiene su tarro medio vacío. Lo saludo con un
abrazo y un beso en la frente, estando él sentado y yo todavía de pie.
Me abraza por la cintura.
Nos gusta aquí porque aquí ponen las canciones que nos gustan.
“¿Haziel…?”
“¿Sí…?”
“¿Puedes ir más lento…?”
“¿Sí…?”
“No.”
V
“Ni siquiera es para tanto”, me dice. “O sea, comprendo que te haga sentir mal,
pero sólo es un cinco. No es el fin del mundo. No está mal reprobar, ni
recursar ni nada.”
La voz de mamá suena tranquila en el teléfono.
Recuerdo la última vez que me abrazó. Estábamos en la central de
autobuses, era primavera y un día soleado.
Hoy está lloviendo.
Ayer también llovió.
Haziel no me ha escrito ni yo le he escrito a él.
“Tienes razón”, le digo y una lágrima pequeña recorre las carreteras de
mi mejilla. “A lo mejor estoy exagerando.”
“Ya no llores, ¿vale?”, la voz de mamá no es espuma. La voz de mamá
es la ola entera. O me abraza o me derriba.
¿Puede una voz abrazarme o derribarme?
Estoy acostado en la arena.
“Hey, Joel.”
Es Haziel.
El Micrófono Abierto terminó hace unos quince minutos, pero ahora
hay proyectos musicales gobernando el escenario, que en realidad es sólo un
rincón de la habitación, y yo sigo tomando pulque.
“Hola”, respondo.
Tengo miedo, evidentemente.
“¿Cómo estás? Tenía buen rato sin verte.”
Lo sé, pero no lo digo.
“Bien”, es lo que sale.
“Qué bueno”, contesta. “¿Qué haces hoy?”
¿Qué hago hoy?, ¿eres tonto, Haziel?
“Hoy vine al Micrófono Abierto”, digo, irónicamente. Y por primera
vez en la noche espero que se note mi molestia y mi inconformidad. Quiero
irme, físicamente irme. Pero mi cerebro y mis emociones se niegan a mover un
dedo.
Haziel se ríe.
“Sí, pero… después”, agrava su voz: “¿qué haces después?”
VI
Despertamos.
“Entonces, ¿molletes…?”, le pregunto.
Está lloviendo.
Pero está lloviendo de verdad y es viernes.
“Sí. ¿Te agrada la idea?”
“Me agrada demasiado.”
En la tienda de abarrotes de Pepe elegimos dos bolillos, una bolsa de
frijoles negros refritos, queso asadero y salsa roja.
El día pasa.
Ahora con las uñas pintadas, Gali me prepara un sándwich de
champiñones con aguacate y un té chai. Ella sólo se sirve un poco de helado en
una taza de Harry Potter y nos sentamos en el colchón inflable frente a su
MacBook para ver The Virgin Suicides mientras merendamos.
Luego nos quedamos dormidas.
Media hora más tarde, después de desayunar omelette y cereal con leche
mientras veíamos The Backyardigans, dejo el departamento de Gali. Me
aterran los presentimientos al grado de que comienzo a sentirlos como
realidades y mis dedos comienzan a temblar –mi cuerpo entero comienza a
temblar –y dejo de comprender mi entorno. No quiero que sea la última vez
que veo estas paredes amarillas.
Volteo para verla desde el umbral de la puerta y ella mueve sus manos
en el aire.
“Te quiero”, grita.
Hay una nube negra encima de mí.
VIII