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EMILIO ZOLA
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VERSIÓN CASTELLANA
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TOMO P R I M E R O
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MADRID
IMPRENTA: HERRADORES 4, 5 Y «
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MM LA TIERRA

f§w§
rnmmfis PRIMERA PARTE.
Es propiedad.
Queda hecho el depó- 1.
sito que marca la ley.
Aquella mañana, J u a n andaba con un saquillo
de tela aznl atado á la cintura y sujeta la abertura
con la mano izquierda, mientras con la derecha co-
gía puñados de trigo y cada tres pasos lo lanzaba al
aire para dejarlo caer en los surcos del arado. Sus
gruesos zapatones agujereaban y arrastraban la tie-
«CAPILLA ALFÖNSIHÄ rra, removida cada vez que levantaba sus piés al
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA compás del monótono balanceo que daba á su
cuerpo al andar, en tanto que á cada movimiento
ü - A . S . L : del brazo dejaba ver. los vivos encarnados de una
chaquetilla de uniforme muy usada. Caminaba
con aire majestuoso, y detrás de 61 iba un arado
W6U0TECA UNIVERSITARIA que arrastraban dos caballos castigados por el
" A L F O N S O REYES" látigo del mayoral que los guiaba.
FONOO RICARDO COVARRUBiA§F El pedazo de tierra, que tendría una media hec-
tárea escasa,_era tau poco importante, que el señor
Honrdequin, dueño de la Borderie, no había que-
rido mandar á ella la máquina de sembrar que
8 KMTLIO KOLA.

tenía ocupada en otra parte. J u a n , que estaba el aire, tirando continuamente puñados de simien-
recorriendo aquella tierra de Sud á Norte, tenía te. Ahora tenía delante de sí, muy cerca, cortando
delante de sí, y á dos kilómetros de distancia, los la llanura como si fuese un foso, el estrecho va-
edi(icios de la granja. Cuando llegó al final del llecilio d s l Aigre, más allá del cual comienza de
surcó que sembraba, levantó los ojos, miró sin ver nuevo la Beauce., inmensa, y que se extiende hasta
nada y respiró un momento. Orleans. No se adivinaban los prados y la .sombra
Los edificios eran de paredes bajas, formando de los árboles más que por una línea de grandes
en su conjunto una especie de mancha negra per- pinos, cuyas copas amarillentas sobresalían por
dida en el llano que se extendía hacia ('hart.rest encima del bosquecillo como si fueran la punta
Bajo el ancho cielo, obscuro y nublado, propio de de los hierros de una verja que enconara el bos-
fines de Octubre, diez leguas de tierra cultivada que. !).•! pneblecillo de Bogues, edificado en la
alternaban con los extensos pedazos de verdura falda del monte, sólo se veían algunos tejados
natural, sin que en toda esa extensión se viera ni alrededor de la iglesia que lanzaba al aire su ele-
un cortijo, ni un Arbol, ni nada que alterase la vado campanario de pizarras grises, habitado por
monotonía del panorama y aquella sucesión de familias muy antiguas de cuervos. Y por la parte
terrenas qué iban & perderse allá en el horizonte. del Este, al otro lado del valle del Loir, donde dos
Sólo por el lado del Oeste se advertía un bosque- leguas más allá se ocultaba Cloyes, la cabeza del
cilio que formaba otra mancha obscura. En medio partido, se perfilaban las lejanas casitas de campo
u n a carretera, la carretera de Chateaudun á Or- del Perche. Encontrábase nuo allí en el antiguo
leans, blanquecina, polvorienta, iba formando una Dunois, convertido hoy en el distrito de Chateau-
linca recta en una extensión de cuatro leguas, duu, entre el Perche y la Beauce, en la falda mis-
siguiendo la línea geométrica que formaban los ma de ésta, y precisamente en el sitio donde el
patos del telégrafo; y en los bordes del camino, terreno es menos fértil. Cuando Juan estuvo al
en toda esa extensión, sólo tres ó cuatro molinos final del campo donde sembraba, volvió á detener-
de viento se veían, alterando la abrumadora uni- se. echó una mirada al suelo, y luego al camino
formidad del paisaje. Algunos pueblecillos forma- de Cliyes, lleno aquella tarde, porque era sábado,
ban islotes de piedra en aquel mar; un campana- de carretas y carros de campesinos que se diri-
rio á lo lejos surgía de un pliegue del terreno, gían al mercado. Luego volvió á emprender su
sin que pudieaa ser vista la iglesia, por las sua- trabajo y su caminata.
ves ondulaciones de aquella tierra sembrada. Y siempre con el mismo'paso y con el mismo .
Pero J u a n se volvió y emprendió de nuevo su gesto iba hacia el Norte, volvía hacia el Sur, en-
paseo de Norte á Sur, con el mismo balanceo de vnelto en el polvillo sutil del grano, en tauto que
cuerpo, con la mano izquierda en la abertura del detrás el arádo trabajaba incesantemente ente-
saquillo de sembrar, y con la derecha sacudiendo rrando las semillas. Grandes lluvias habían retra-
sado aquel año la siembra de otoño; se habla esforzaba por detenerla. Juan temió una desgra-
trabajado en la seca basta Agosto, y los surcos cia y le gritó:
estaban dispuestos desde hacia ya tiempo, profun- —¡Suéltala, mujer!
dos y limpios de terrones y hierbajos, esperando Ella no hacía nada más que suspirar trabajosa-
las semillas para hacerlas germinar rápidamente. mente, injuriar á la vaca con voz colérica y asus-
Por lo mismo, el temor de las heladas que suelen tada. *
sobrevenir después de esas grandes lluvias, fuera —¡Coliche! ¡Maldita vaca! ¡Oye, Coliche!
de sazón, hacía que todos los labradores se apre- ¡Ah, maldita bestia! ¡Ah, condenada!
surasen. E l frío había sobrevenido de pronto y por Hasta entonces, corriendo y saltando cnanto le
modo inesperado. Por todas partes estaban sem- permitían sus fuerzas, había podido seguirla. Pero
brando; había otro trabajador que sembraba tres- tropezó, cayó una vez, se levantó, para volver á
cientos metros más allá de J u a n hacia la izquier- caerse un poco más allá, y entonces el animal pre-
da, y otro más lejos, á la derecha, y otros y otros cipitó su carrera y como si estuviera loca la arras-
se veían en todas direcciones. E r a n pequeñas tró. Ahora gemía desconsoladamente, sin defen-
siluetas negras, simples rasgos cada vez más des- derse y dejando detrás de sí un surco que iba
vanecidos, que se perdían á lo lejos en una exten- marcando su cuerpo en la removida tierra.
sión de leguas y leguas. Pero todos tenían el —¡Suéltala, demonio!—seguía gritando J uan.—
mismo gesto, el mismo ademán, el mismo movi- ¡Suéltala!
miento de brazos, y en torno de ellos se adiviua- Y gritaba así maquinalmente, por miedo, por-
ba cierto revivir de la naturaleza. La llanura se que también él había echado á correr compren-
estremecía hasta en sus más lejanos confines, allá diendo lo que sucedía: la cuerda debía haberse
donde ya no se veían los trabajadores que sem- arrollado alrededor de la muñeca y apretaría cada
braban. vez más á cada nuevo esfuerzo. Por fortuna, J u a n
J u a n estaba dando su última vuelta, cuando tomó á campo traviesa y llegó tan de prisa á po-
yendo hacia Rognes vió una vaca muy grande, nerse delante de la vaca, que ésta, espantada, es-
colorada, con manchas blancas, á la cual llevaba túpida, se detuvo en seguida. J u a n desató la cuer-
sujeta con una cuerda una muchacha, casi una da y sentó á la muchacha sobre la hierba.
niña. La campesiniila y el animal seguían el sen- —¿No te has roto nada?
dero que bordeaba el valle por el pie de la colina, Pero la chica ni siquiera se había desmayado.
y vuelto de espaldas había concluido de echar toda Se puso de pie, se sentó, se levantó las faldas
la simiente al suelo, cuando el ruido de una carre- hasta el muslo tranquilamente para mirarse las
ra precipitada, de gritos ahogados, le hizo levan- rodillas que le escocían, y empezó á respirar fuer-
tar la cabeza. E r a que la vaca escapada galopaba, te, porque le faltaba el aliento y no podía hablar.
arrastrando en su carrera á la muchacha que se —¡Caramba! ¡aquí me duele un poco!..... Pero
puedo menear las piernas, y eso es señal de que* teau. el año pasado, cuando él trabajaba conmigo
no tengo nada. ¡Oh, he pasado mucho miedo!; en la Borderie?
¡Creí que me mataba! Ella contestó sencillamente:
Y examinando su muñeca enrojecida, la mojó : —Sí, yo soy Francisca. Mi hermana Elisa es
con saliva y pegó á ella sus labios, añadiendo de3-! la que se fué con el primó Buteau y está ahora
pués de dar un suspiro de satisfacción: embarazada de seis meaes Se h a marchado, está
— L a Coliche no es mala, sino que desde ayer en Orgeres, en la g r a n j a de laChamade.
nos hace rabiar porqué está en celo La llevo —Eso es-—añadió J u a n , L o s vi varias veces
para que la cubra el toro de la Borderie. juntos.
—¡La Borderie!—replicó J u a n . — E s t á bien, te] Y perma"ñecieron un momento callados, mirán-
ac ¡mpañaré, porque voy hacia allá. dose frente afrente, él riendo al recuerdo de que
Seguía tuteándola, tratándola como á una chi- había sorprendido á los dos amantes una noche
cuela, que era lo que parecía por su endeblez, á detrás de un montón de mies; ella mojándose coa
pesar de sus catorce años. Elia, con la cara levan- saliva ía dolorida muñeca, como si la humedad de
tada, miraba con seriedad á aquel mozo, de cara sus labios calmase el ardor que le producía la ro-
llena y regular, que á pesar de sus veintinueve zadura de la soga; mientras tanto la vaca pastaba
años, parecía uñ viejo á su lado. tranquilamente la hierba de un prado vecino. E l
—¡Oh! yo os conozco; sois Caporal, el molinero carretero y el arado se habían ido, dando un rodeo
que se ha quedado de criado en casa del señor-; para llegar á la carretera. Desde allí se oía el ale-
Hourdequin. teo de dos cuervos que revoloteaban incesantemen-
Al oir aquel apodo que los campesinos le ha- i te alrededor de la torre del campanario. Los tres
bíau puesto, el joven se sonrió; á su vez la con- toques del Angelus sonaron en medio del silencio
templó sorprendido al ver que ya era casi una profundo de los campos.
• mujer, con aquel, seno que se iba formando, con ; —¡Cómo! ¡Las doce ya!—exclamó Juan.—Dé-
aquella cara adornada por dos ojos de mirar pro-i monos prisa.
fundo, con aquellos labios abultados y con una; Luego, viendo á la Coliche en el prado, añadió:
carne sonrosada y fresca como una fruta que está-; —¡ Demonio, qué destrozo está haciendo t u
madurando. Vestida con una faldilla obscura y vaca! Si la vieran ¡Espera, voy á darle dos
una chaqueta de lana negra, y en la cabeza un palos!
gorrillo redondo, lucía una piel muy morena y tos-,' —No, dejadla—dijo Francisca deteniéndolo.—
tada por el sol. Ese campo es nuestro. La maldita me h a arrastra-
—¡Pues si tú eres la cbica pequeña del tío Mou- do en camino de casa Mi familia tiene todoese
clie!—exclamó Juan.—¡No te había conocido! lindero del terreno hasta Bognes. Lo nuestro em-
¿No es verdad que tu hermana era la amiga de BU- pieza aquí hasta aquel mojón; luego, al lado, está
lo de m i tío F o u a n ; más allá lo de mi tía, la en los detalles, capaz de reconocer á un hombre ó
Grande á una bestia en la pequeña movediza mancha de
Y mientras hablaba, señalando al mismo tiempo su silueta.
los pedazos de tierra, había traído la vaca al sende- —¡ Ah! sí, yame han contado—respondió Juan.—
ro, y hasta entonces, hasta que la tuvo nuevamen- ¿De modo que es cosa decidida que el viejo reparte
te cogida por la soga y ya sin peligro de ningu- sus bienes entre su hija y sus dos hijos?
n a clase, no pensó en darle las gracias al joven. Decidida; están citados hoy precisamente en
—¡La verdad es que os debo un gran favor y que casa del señor Baillehache—contestó la muchacha
debiera encenderos una vela! ¡Gracias, muchísi- sin dejar de mirar el carricoche.
mas gracias, y de todo corazón! —A nosotros nos tiene sin cuidado, porque no
Habían echado á andar y seguían el estrecho hemos de estar por eso ni más flacos ni más gor-
sendero que cruza el valle en toda su extensión, dos Sólo lo sentimos por Buteau, porque mi
antes de meterse en tierra labrada. Los áltimos hermana cree que tal vez se case con ella cuando
ecos del toque de Angelus acababan de apagarse; tenga su parte Siempre está diciendo que 110 se
sólo se oía el ruido de las alas de los cuervos que casa porque no puede uno casarse sin tener nada.
seguían revoloteando. Detrás de ellos caminaba la Juan se echó á reir.
vaca sujeta por la cuerda,y ni uno ni otro hablaba —¡Ese demonio de Buteau! ¡Eramos muy ami-
una palabra, sino que guardaban el silencio de la gos! ¡Ah! eso de engañar á las muchachas no
gente de campo, qué á veces andan una legua y le cuesta ningún trabajo! Y si no las engaña, no se
otra y otra, juntos y sin cambiar una sola palabra. anda por las ramas tampoco; á puñetazos se las
A su derecha echaron una mirada á una máquina compone cuando no puede conquistarlas con ha-
de segar, porque los caballos que tiraban de ella lagos.
dieron la vuelta muy Cerca de ellos; el carretero —¡ E s un cochino!—declaró Francisca con acen-
les dió loskbuenos días, y ellos le contestaron con to convencido.—-No se le hace á una prima la por-
el mismo tono grave. A su izquierda, por la carre- quería de dejarla plantada, con la barriga en la
tera de Cloyes, continuaban desfilando las carretas boca.
y los carros que se encaminaban al mercado.
Pero se interrumpió bruscamente, y con voz en-
— P o r allí van mi tío Fouan con mi tía Rosa,
que se dirigirán á casa del notario—dijo Francis- colerizada,
ca con los ojos puestos en un carruajillo tan gran- — ¡ E h , Coliche!—exclamó.—Espera y verás
de como una cáscara de nuez, que corría de lo lin- como te hago bailar Ya estamos otra vez lo
do á un kilómetro de distancia. mismo. Está rabiosa esta maldita bestia cuando se
La muchacha tenía el buen ojo del marinero, esa encuentra asi.
vista de la gente del campo, ejercitada y práctica Con una violenta sacudida de la cuerda había
tirado de la vaca. En aquel sitio la carretera se
apartaba de la falda de la colina. E l carricoche des-
apareció, y ellos dos siguieron caminando por el Francisca, que se había quedado sola, esperó
llano, sin tener á la vista por delante, por la iz- pacientemente, sentada en un banco de piedra y
quierda, por la derecha más que la interminable contemplando las gallinas que picoteaban y escar-
sucesión de las tierras de labor que se extendían baban con las patitas una capa de estiércol, de la
por la llanura. Entre la labor y los prados artifi- cual se escapaba un vaporcillo azulado que parecía
ciales el sendero se dirigía hacia la granja, quepa- humo.
recia que cualquiera podía tocar con la mano desde Al cabo de media hora, cuando J u a n volvió á
allí y que cada vez iba alejándose más. Los dos presentarse, comiéndose un pedazo de pan cón
habían vuelto ácaer en el silencio de antes, sin des- manteca, la muchacha no se había movido. E l jo-
plegar los labios, como invadidos por la gravedad ven se sentó á su lado, y como la vaca se agitaba
reflexiva de aquella tierra tan triste y tan fecunda. inquieta, golpeándose los costados con la cola,
Cuando llegaron, el gran" corral cuadrado de acabó por decir:
la Bordesie, cerrado por los edificios de los esta- — E s un fastidio que no haya vuelto ya.
blos y de los otros corral illos, se hallaba desier- La joven se encogió de hombros como para de-
to. Pero en seguida por la puerta déla cocina apa- clarar que no tenía prisa. Luego, al cabo de otro
reció una joven pequeñita de estatura, vivaracha, rato de silencio,
descarada y guapa. —¿De modo, Caporal, que os llamáis J u a n á
r—:¿Qué es eso, Juan, no se come hoy? secas?
—Allá,voy, señora Sai-tiaguilla. —No, por cierto; J u a n Macquart.
Desde que la hija de Coguet, un vecino de Rog- —¿Y no sois de por acá?
nes, la Cogneíe, como • la llamaba la gente cuando —No, soy provenzal; de Plassaus, un pueblo
fregaba los platos de la granja á los doce años de que hay allí.
edad,había ascendido á la categoría de criada-ama, Ella había levantado la vista para examinarlo,
se hacía llamar señora despóticamente. sorprendida de que se pudiera ser de tan lejos.
—Después délo de Solferino—continuó J u a n —
—¡Ah! ¿eres t ú , Francisca?—continuó.—Vie-
hace diez y ocho meses, volví de Italia con mi li-
nes poj- el toro Pues tienes que esperar. E l va-
cencia absoluta, y un camarada me trajo aquí.....
quero ha ido á Ooyes con el señor Hourdequin.
Como no me gustaba mi antiguo oficio de moline-
Pero vendrá pronto porque ya debiera estar aquí.
ro, eso y otras historias me han hecho quedarme
Pero como Juan se decidiera á entrar en la co-
en la granja.
cina, el la lo cogió por la cintura, frotándose contra
—¡Ah!— dijo ella simplemente y sin quitar los
él, riendo á carcajadas, sin importarle que la vie-
ojos de J u a n . — E s extraño todo eso.
ran, como enamorada deseosa que no se contenta-
Pero en aquel momento la Coliche dió brami-
ba con ser la querida de su amo.
dos desesperados de deseo, y se oyó el ruido sordo
que salía de la cuadra, cuya puerta estaba cerrada. pendía fuera de la boca, separó la cola de la vaca
—¡Mira, mira—exclamó J u a n — e l tunante de y la lamió basta las ancas; ella en cambio lo de-
(3ésar la ha oído! Escucha cómo habla ahí den- jaba hacer sin moverse siquiera y con la piel con-
tro ¡Oh! sabe su negocio; no hay manera de traída por un estremecimiento de deseo. J u a n y
que entre ninguna en el corral sin que la sienta en Francisca, serios, graves y silenciosos, esperaban.
seguida y sin que sepa lo que quieren de él Y cuando estuvo cu disposición, César montó á
Luego se interrumpió. la Coliche, dando uu salto brusco que hizo retem-
—Mira—dijo;—-el vaquero debe haberse queda- blar el suelo del corral. Ella no se había bajado,
do con el señor Hourdequin Si quieres, te traeré él la estrechaba con las dos patas de delante. Pero
el toro y no necesitarás volver otra vez. Entre los ella, animal de gran alzada, resultaba tan ancha
dos haremos eso muy bien siu necesidad del va- para el tOTo, que éste no alcanzaba. Así lo com-
quero. prendió; hizo un esfuerzo inútil por subirse más
—Sí, es verdad—dijo Francisca levantándose. y atraerla.
Abrió la puerta de la cuadra y preguntó: — E s demasiado pequeño— dijo Francisca.
—¿Tendremos que atar á la vaca? — Sí, un poco — dijo J u a n . — P e r o no le hace
| —¡Atarla! no por cierto; no vale la pena.... de todos modos entrará.
Está deseándolo, y ni siquiera se moverá. Ella movió la cabeza, y como César trabajaba
Abierta la puerta del establo, se vieron en dos todavía inútilmente, la muchacha se decidió.
filas, á un lado y á otro, las treinta vacas de la - —No, hay que ayudarle Si entra mrrS"se ha
granja, unas echadas en la paja, otras comiendo perdido todo, porque no lo retendrá ella.
tranquilamente el pienso que tenían en los pese- Y con aire tranquilo y atento, como quien se
bres; y desde el rincón donde estaba, un o de los to- ocupa de una tarea seria, se adelantó. E l cuidado
ros, un holandés, negro con manchas blancas, es- que ella ponía en la operación le hacía fruncir el
tiraba elcuelloy abría, la nariz, dando resoplidos y entrecejo, entreabrir sus labios rojos y mantener
esperando el momento de emprender su tarea. inmóvil sus facciones. Tuvo que levantar el brazo,
Cuando lo desataron, César salió lentamente. cogió con toda la mano el miembro del toro y lo
Pero de pronto se detuvo como sorprendido de acercó, dirigiéndolo y sosteniéndolo. Y él, cuando
tanta luz y de tanto aire; permaneció un momento se sintió en el borde reunió todas sus fuerzas y
inmóvil, con las patas tiesas, moviendo nerviosa- penetró de un solo impulso. Luego se retiró. Es-
mente la cola, con el cuello hinchado y las narices taba hecho; era el golpe del plantador que hunde
abiertas y oliendo. La Coliche, sin moverse, dirigía en la tierra un grano J e simiente. Sólida, con la
hacia él sus ojazos sin expresión y mugía suave- impasible fertilidad de la tierra donde se siembra,
mente. Entonces el toro avanzó, se pegó á ella, la vaca había sentido, sin hacer un movimiento, la
puso la cabeza en la grupa de la vaca, suJengua semilla del macho.
Mv.
Francisca retiró el brazo, diciendo: Luego, cuando el joven se reunió á la muchacha
— Y a está. y empezaron á alejarse uno detrás de otro por el
— Sí, ha sido bueno—respondió J u a n con aire estrecho sendero, les gritó otra vez con tono zum-
convencido, mezclado á ese acento del obrero sa- bón:
tisfecho cuando habla de una obra hecha de prisa — N o hay cuidado ¿eh ? si os perdéis juntos; la
y bien. chiquilla sabe bien el camino.
No pensaba en tener una de esas bromas que Detrás de ellos el corral de la granja se volvió
los mozos de labranza solían decir á las mucha- á quedar desierto. Ni uno ni otro se vieron aquella
chas que llevaban allí sus vacas. Aquella chiquilla vez. Camiuaban lentamente y sin hacer más ruido
parecía encontrar todo aquello tan sencillo y tan que e l que producían sus zuecos al golpear las
necesario, que verdaderamente no era honrado piedras. E l no veía más que su nuca de niña ador-
reírse de ella. Eran cosas de la naturaleza. nada de vello negro. Por fin, después de haber an-
Pero hacía un momento que Santiaguilla estaba dado unos cincuenta pasos,
en la puerta del corral, y con una sonrisa que era —Hace mal en meterse por los ojos de los hom-
peculiar en ella dijo alegremeute: bres—dijo Francisca reposadamente.—Yo le hu-
— ¡ E h ! pues vaya ¿con la mano también? biera podido decir
¿ Tan mal acostumbrada te tiene tu novio, que ne- Y volviéndose hacia el joven, mirándolo de hito
cesitas esas cosas? en hito con aire malicioso,
Juan soltó la carcajada, y Francisca se puso co- — ¿ N o es verdad—añadió—que se los pone al
lorada como una amapola, y confusa, para ocultar señor Honrdequin como si fuera su mujer de ve-
su turbación, y en tanto que César se retiraba len- ras? Vos, estoy segura que sabéis algo y aun
tamente al establo y que la Coliche se comía un mucho de eso, ¿no es verdad?
manojo de hierba, se registró el bolsillo, sacó el El turbóse, poniendo una cara muy estúpida, y
pañuelo, desató un mulo donde llevaba unos cuar- respondió:
tos, y pagó los cuarenta sueldos de la cubrición. —¡Diablo! Ella hace lo que le da la gana; eso
—¡Tomad, ahí está el dinero!—dijo.—Yaya, es cuenta suya.
buenas noches. Francisca, volviendo la espalda, se puso en*,
Se fué con su vaca, y J u a n , que había vuelfo á marcha otra vez.
coger el saquillo con la simiente, la siguió, dicien- — E s verdad Bromeo porque vos podríais ser
do á Santiaguilla que iba al campo de Poteau, se- mi padre, y esto no tiene consecuencias Pero,
gúu las órdenes que el señor Honrdequin le había mirad, desde que Buteau hizo aquella cochinería
dado para el día. á mi hermana, he jurado que antes me haré peda-
— ¡Bueuo! — respondió ella. — A l l í estará el zos que tener un amante.
arado. J u a n bajó la cabeza y no hablaron más. E l c a m -
po de Potean estaba eti la parte baja del sendero, leguas de allí ; sobre aquella mancha destacábase
á la mitad del camino de Bogues. Cuándo llegó el campanario de Rognes, mientras que el pueblo
allí, el mozo se detuvo. Le esperaba el arado y un quedaba oculto en el pliegue invisible del valle
saco de semilla descargado en uu .surco. Llenó de del Aigre. Pero hacia Chartres, al Norte, la línea
él su talego, diciendo: del horizonte tenía la limpieza de una raya traza-
-—Adiós entonces. da con tinta entre la uniformidad terrosa del vasto
—Adiós —-con testó Francisca— y gracias otra cielo y el desarrollo sin límites de i a Beauce. Des-
vez. pués del almuerzo parecía haber aumentado el
Pero él se,vió acometido de cierto temor, y en- número de los sembradores. Ahora cada parcela
derezándose le gritó: de aquella tierra en cultivo tenía el suyo; se mul-
— D l m e , si la Coliche volviese á comenzar..... tiplicaban y pululaban como negras hormigas la-
Quieres que te acompañe basta el fin? boriosas ejecutando algún gran trabajo, encarni-
Ella estaba ya lejos. Volvióse y gritó con su voz zándose en alguna labor desmesurada, gigantesca
3érei?a y fuerte á través del gran silencio de los
en comparación de su pequeñez; y sin embargo,
oampos: distinguíase, aun en los más lejanos, el gesto de
— ¡No, no! es inútil, no hay peligro. ¡Tiene el obstinación , siempre el mismo, aquel empeño de
saco lleno! insectos en lucha con la inmensidad del suelo,
J u a n , con el talego atado sobre el vientre, co- victorioso al fin del tiempo y del espacio.
menzó á bajar la pieza de labor, echando grano; Juan sembró hasta que fué de noche, después
alzaba los ojos y miraba á Francisca achicarse, del campo del Potean los de las Rigolles y el de
caminaudo detrás de su vaca iudolente que balan^ los Cuatro Caminos. Iba y venía á largos pasos
ceaba su enorme cuerpo. Cuando volvió á subir iguales; el grano de su talego se agotaba, y la se-
dejó de verla; pero á la vuelta la vio otra vez más milla cubría detrás de él la tierra.
achicada, tan pequeña y que se asemejaba á una
ílorecilla con su fino talle y su gorro blanco. Tres
veces la vió disminuir de aquel modo; después la II.
bufecó, pero ella debía haber dado vuelta á la
iglesia. La casa de maese Baillehache, notario de Clo-
Dieron las dos; el cielo estaba gris y helado yes, está situada en la calle Gronaise, á la izquierda,
como si pelladas de ceniza hubieran ocultado el como se va á Chateaudun : una casita blanca de un
sol para muchos meses, hasta la primavera. En solo piso, en cuya esquina está el único reverbero
aquella inmovilidad, una mancha más clara hacía que ilumina aquella calle, desierta toda la semana
palidecer las nubes, hacia la parte de Orleans, y sólo animada los sábados por los campesinos que
como si de aquel lado el sol resplandeciera á dos en gran número vienen al mercado. Desde lejos se
po de Potean estaba eti la parte baja" del sendero, leguas de allí ; sobre aquella mancha destacábase
á la mitad del camino de Ilognes. Cuándo llegó el campanario de Rognes, mientras que el pueblo
allí, el mozo se detuvo. Le esperaba el arado y un quedaba oculto en el pliegue invisible del valle
saco de semilla descargado en un .surco. Llenó de del Aigre. Pero hacia Chartres, al Norte, la línea
él su talego, diciendo: del horizonte tenía la limpieza de una raya traza-
-—Adiós entonces. da con tinta entre la uniformidad terrosa del vasto
—Adiós —-con testó Francisca— y gracias otra cielo y el desarrollo sin límites de i a Beauce. Des-
vez. pués del almuerzo parecía haber aumentado el
Pero él se,vió acometido de cierto temor, y en- número de los sembradores. Ahora cada parcela
derezándose le gritó: de aquella tierra en cultivo tenía el suyo; se mul-
— D l m e , si la Coliche volviese á comenzar..... tiplicaban y pululaban como negras hormigas la-
Quieres que te acompañe basta el fin? boriosas ejecutando algún gran trabajo, encarni-
Ella estaba ya lejos. Volvióse y gritó con su voz zándose eu alguna labor desmesurada, gigantesca
3 erena y fuerte á través del gran silencio de los
en comparación de su pequenez; y sin embargo,
campos: distinguíase, aun en los más lejanos, el gesto de
— ¡No, no! es inútil, no hay peligro. ¡Tiene el obstinación , siempre el mismo, aquel empeño de
saco lleno! insectos en lucha con la inmensidad del suelo,
J u a n , con el talego atado sobre el vientre, co- victorioso al fin del tiempo y del espacio.
menzó á bajar la pieza de labor, echando grano; Juan sembró hasta que fué de noche, después
alzaba los ojos y miraba á Francisca achicarse, del campo del Potean los de las Rigolles y el de
caminaudo detrás de su vaca iudolente que balan^ los Cnatro Caminos. Iba y venía á largos pasos
eeába su enorme cuerpo. Cuando volvió á subir iguales; el grano de su talego se agotaba, y la se-
dejó de verla; pero á la vuelta la vio otra vez más milla cubría detrás de él la tierra.
achicada, tan pequeña, que se asemejaba á una
floreeilla con su fino talle y su gorro blanco. Tres
veces la vió disminuir de aquel modo; después la II.
bnfccó, pero ella debía haber dado vuelta á la
iglesia. La casa de maese Baillehache, notario de Clo-
Dieron las dos; el cielo estaba gris y helado yes, está situada en la calle Gronaise, á la izquierda,
como si pelladas de ceniza hubieran ocultado el como se va á Chateaudun: una casita blanca de un
sol para muchos meses, hasta la primavera. Eu solo piso, en cuya esquina está el único reverbero
aquella inmovilidad, una mancha más clara hacía que ilumina aquella calle, desierta toda la semana
palidecer las nubes, hacia la parte de Orleans, y sólo animada los sábados por los campesinos que
como si de aquel lado el sol resplandeciera á dos en gran número vienen al mercado. Desde lejos se
veía brillar sos dos aleros, resaltando de la línea rodillas su sombrero redondo de fieltro, sin que la
más baja que formaban los edificios contiguos; la sombra de un pensamiento animase su ancha cara,
casa tenía por detrás un jardincillo que bajaba cuidadosamente afeitada, agujereada con dos oja-
basta el Loir. zos azules, de una fijeza de buey que descansa.
Aquel sábado, en la pieza que servía de estudio, Abrióse una puerta, y maese Baillehache, que
y que daba á la calle, á la derecha de la entrada, acababa de almorzar en compañía de su cuñado
el escribiente, un muchacho de quince años, delga- el labrador Hourdequín, apareció "muy colorado,
ducho y pálido, había levantado una délas cortinas todavía fresco para sus cincuenta y cinco años, con
de muselina para ver pasar la gente. Los otros dos sus gruesos labios y sus párpados llenos de arru-
pasantes, uno viejo, gordinflón y muy sucio, y el gas que hacían reir continuamente á su mirada.
otro un poco más joven, seco y de color bilioso, Usaba gafas y estaba siempre tirándose de los pe-
escribían en una mesa de pino mugrienta, que com- los grises de sus patillas.
ponía todo el mobiliario con siete ú ocho sillas y —¡Alx! ¿sois vos, Delhomme?—dijo.—¿Se ha de-
una estufa que se encendía sólo en Diciembre, cidido el tío Fouau á hacer la partición?
aunque nevara en Todos los Santos. Los estantes La mujer fué quien contestó:
que adornaban las paredes, las verdosas carpetas —Sí, señor Baillehache Estamos todos cita-
gastadas por las puntas, desbordando amarillentos dos aquí para ponernos de acuerdo y para que nos
1 legajes, emponzoñaban la habitación con el olor digáis lo que hay que hacer.
de tinta y papeles viejos apelillados. —Bueno, bueno, F a n n y ; ya veremos..... E s la
Y sin embargo, sentados uno a l lado del otro, una apenas y hay que esperar á los demás.
" dos campesinos , hombre y mujer, esperaban con Y el notario prolongó aún un poco la conversa-
una inmovilidad y paciencia llenas de respeto. ción, preguntando el precio de los granos, en baja
Tantos papeles, y sobre todo aquellos dos señores hacía dos meses, atestiguando á Delhomme la con-
escribiendo tan de prisa, aquellas plumas sonando sideración amistosa debida á un labrador que po-
á la vez, los ponían serios, despertando en ellos seía una veintena de hectáreas, un criado y tres
ideas de procesos y de dinero. L a mujer, de unos vacas. Después se volvió á su despacho.
treinta y cuatro años, muy morena, de rostro agra- Los pasantes no habían levantado la cabeza,
dable, había cruzado sus manos secas de trabaja- exagerando el rasgueo de sus plumas, y de nuevo
dora sobre su saya de paño negro bordada con ter- los Delhomme esperaron inmóviles. Había tenido
ciopelo, y con sus ojos vivos escudriñaba los rin- suerte aquella Fanny con haberse casado con un
cones, pensando en los títulos de propiedad que novio honrado y rico, y eso que ni siquiera la había
allí dormían; mientras que el hombre, de unos dejado en cinta antes de casarse, ella que no espe-
cinco años más de edad, rojo y plácido, con panta- raba del tío Fouan más que unas tres hectáreas.
lón negro y amplia blusa azul nueva, tenía en sus Su marido, por lo demás, no se arrepentía, poique
no habría podido encontrar ama de casa más inte- ría de no mal género y la afición á una crápula de
ligente ni más activa, basta el punto de que se buena clase.
dejaba guiar en todo por ella, teniendo un talento —¿Qué, no están aquí los padres ?—pregunto.
muy limitado, pero tan sereno y tan recto, que Y como el pasante delgado, amarillento por la
con frecuencia se le tomaba en Bogues por arbitro. bilis, le contestase con iva movimiento de cabeza
E n aquel momento el pequeño escribiente que negativo, se qñecló un momento apoyado en la pa-
miraba hacia la calle ahogó una carcajada entre red, mientras que su cigarro humeaba entre sus
sus maños, murmurando al oído de su vecino el dedos. No tuvo más que una ojeada para su her-
viejo gordinflón y sucio: mana y su cuñado, que aparentaron no haberle
"• —¡Oh, Jesucristo! visto. Luego, sin añadir una palabra, salió y se
Vivamente Fanuy se había inclinado al oído dé fué á esperar en la calle.
su marido. —¡Oh Jesucristo! ¡Oh Jesucristo!—repetía el
—Mira, déjame hacer..... Quiero mucho á papá chiquillo, miraudo á la calle como si aquel nom-
y á m a m á , pero no quiero que nos roben ; y des- bre despertara en su memoria recuerdos de histo-
confiemos de Buteau y de ese canalla de Jacinto. rias divertidas.
Hablaba de sus dos hermanos, porque había Apenas habían pasado cinco m i n u t o s , guando
visto por la ventana llegar á este último, el ma- llegaron los Fouau, dos viejos de movimientos
yor, aquel Jacinto que toda la comarca conocía calmosos y prudentes. E l padre, en otro tiempo
con el apodo de Jesucristo; un haragán y un bo- muy robusto, se había secado en un trabajo tan
rracho que á su vuelta del servicio, después de ha- duro, en una pasión por la tierra tan áspera, que
ber hecbo la campaña de Africa, se había puesto á su cuerpo se encorvaba como para volver á aquella
vagar por los campos, rehuyendo todo trabajo re- tierra violen tomen te deseada y poseída. Sin em-
gular, viviendo de la caza furtiva y del merodeo, bargo, salvo las piernas, estaba fuerte todavía y
como si se encontrara todavía entre beduinos. de buen aspecto, con sus patillas blancas , con la
E n t r ó un mocetón en toda la fuerza muscular gran nariz de familia que aguzaba más su rostro
de sús cuarenta años, con los cabellos ensortijados, descarnado y cruzado por grandes arrugas. Y á s u
la barba en punta, larga é inculta, con un rostro lado la madre, más pequeña y gruesa, con uu vien-
de Cristo viejo, un Cristo borrachón, violador de tre que denunciaba un principio de hidropesía, el
jóvenes y salteador de caminos. Desde aquella ma- rostro color de avena, con dos ojos redondos y una
ñ a n a en Cloyes, estaba ya borracho; el pantalón boca redonda, que una infinidad de arrugas pare-
lleno de barro, la blusa manchada y la gorra caída cían cerrar como bolsa de avaro. Estúpida, reducida
sobre la nuca ; fumaba un cigarro de á cuarto, hú- en su casa á uu papel de bestia dócil y laboriosa,
medo y negro, que apestaba. Sin embargo, en sus siempre-había temblado ante la autoridad despó-
hermosos ójos de vago mirar veíase una tunante- tica de su marido.
— ¡ A h , ya están aquí .'—exclamó Fanuy levan- Comenzaron todos á disputar, gritando con sus »
tándose. voces agudas, discutiendo sus asuntos como si es-
Delhomme había dejado también su silla. Y de- tuvieran completamente solos. Los pasantes, inco-
trás de los viejos reaparecía Jesucristo tambaleán- modados, los miraban de reojo, cuando el notario,
dose y sin decir una palabra. Restregó su cigarro abriendo de nuevo la puerta de su despacho, les
como para apagarlo, y guardó la apestosa colilla
en un bolsillo de su blusa. (tl
— j E s t á i s todos ya? ¡Vamos, entrad!
—Aquí estamos—dijo Fouan.—Sólo falta Bu- Aquel despacho daba al jardín, una pequeña
teau...'.. ¡Jamás ha de llegar á tiempo, ni á la vez faja de terreno que bajaba hacia el Loira y del
que los demás, ese bribón! cual se percibían los árboles sm hojas. Sobre la
—Lo he visto en el mercado—dijo Jesucristo con chimenea había un reloj de mármol negro entre
voz enronquecida por el aguardiente. Ya á venir. dos legajos, y nada más que la mesa de nogal, un
Büteau, el menor, de veintisiete años, debía el estante y sillas.
apodo á su mala cabeza, siempre destornillada, El Sr Baillehache sentóse desde luego delante
encariñada con sus ideas, que no eran como las de de su mesa como en un tribunal, mientras que
los demás. Ni aun de chico había podido entender- los campesinos, entrando uno detrás de otro, va-
se con sus padres; y más tarde, después de haber cilaban mirando las sillas, embarazados por no
sacado un buen número, se había escapado de la saber cómo y donde debían sentarse.
casa paterna para contratarse, primero en la Bor- —¡Vamos, sentaos! ,
derie y luego en la Ohamade. Entonces, empujados por los demás, t o u a n y
Todavía el padre continuaba gruñendo, cuando Rosa quedaron en primera fila; Fanny y d e l -
él entró vivo y decidor. E n él la gran nariz de los homme se pusieron detrás, el uno al lado del otro,
Fouan se había aplastado, miéntras que las man- mientras que Buteau se aislaba en un rincón con-
díbulas habían avanzado. Las sienes huían, la tra la pared, v Jacinto permanecía en pie delante
parte alta de la cabeza se estrechaba, y detrás de de la ventana, cuya luz ocultaba con sus anchos
la burlona expresión de sus ojos grises veíase ma- hombros. Pero el n o t a r i o , impaciente, le interpelo
licia y violencia. Tenía de su padre los deseos bru- familiarmente.
tales y la terquedad en la posesión, agravados por —¡Vamos, sentáos, Jesucristo!
la avaricia de la madre. cada disputa, cuando También tuvo que abordar'el asunto. ,
los dos viejos lo colmaban de reproches, él con- —;De modo, l o Fouan, que estáis decidido a
testaba: «¡Esto es lo que me faltaba!» partir vuestros'bienes, en vida, entre vuestros dos
—Decís—contestó—que hay cinco leguas de la hijos y vuestra bija?
Chamade á Troyes. ¿Y qué? pues llego al mismo El viejo no contestó n a d a ; los demás conti-
tiempo que vosotros nuaron inmóviles como estatuas, y remó el silen-
ció. Por lo demás, <1 notario, acostumbrado á —Mirad, señor Baillehache, hay que hacerse
aquellas cosas, no se apresuraba tampoco. Hacía cargo; las piernas flaquean, los brazos ya están
doscientos cincuenta años que su cargo venía vin- débiles y ¡diablo! la tierra gaste Acaso habría
culado en su familia, y los Baillehache de padres
podido marchar esto, si hubiera habido inteligen-
á hijos habían ido tomando de sus clientes cam-
cia cou los hijos.
pesinos aquella reflexiva pesadez v la maliciosa
circunspección que llena de largas pausas y de Y lanzó una mirada sobre Buteau y sobre Je-
palabras inútiles los debates menos importantes. sucristo, que no parpadeaba, como si no estuviera
Tomó u n a s tijeras y c< ;¡;enzó á rasparse !as uñas' en lo que se hablaba.
—Pero qué, ¿queréis que tome gentes extrañas
—¿No es cierto que estáis decidido?—repitió al que nos robarían? No; los criados cuestan caros
fin, mirando cou fijeza al viejo. y se comen las ganancias. Yo no puedo más. Este
Este se volvió, y mirando átodos antes de hablar, año, ¡mirad! de diez y nueve tahullas que poseo,
como si buscase las palabras, apenas he podido cultivar la cuarta parte, lo pre-
—Sí, es posible, señor Baillehache Os había ciso para comer, el grano paya nosotros y la hierba
hablado de ello hace tiempo. Yos me dijisteis que para las dos vacas Comprenderéis que me parte
esto había que pensarlo bien; lo he pensado más, el corazón ver esta buena tierra descansando y
y veo que va á ser preciso venir á parar á esto. sin producir nada. Sí, mejor quiero abandonarlo
Y explicó por qué, en frases interrumpidas, cor- todo que presenciar esta ruina.
tadas por continuos incisos. Pero lo que no de- Su voz se ahogó, é hizo un gran gesto de dolor
cía, lo que salía del modo que lo tenía en J a gar- y de desesperación. A su lado su mujer, sumisa,
ganta, era la tristeza infinita, la rabia sorda"por aplanada por medio siglo de obediencia y de tra-
separarse de aquellos Nenes tan ardientemente bajo, escuchaba.
deseados, antes de la muerte, cuidados después con
'—El otro día—continuó — haciendo Rosa sus
encarnizamiento, y aumentados después t e r r ó n «
quesos, cayó de cabeza en ellos. A mí nada me
terróu á fuerza de la más sórdida avaricia. Tal
parcela representaba meses de pan y de queso, in- disgusta tanto como venir en carro al mercado.....
viernossin lumbre, veranos de rudos trabajos, sin Y luego, cuando uno se va. 110 se lleva la tierra
otro alimento que algunos tragos de agua. Había consigo. Hay que dejarla, hay que dejarla En
amado la tierra como mujer que mata y por la fin, bastante liemos trabajado, y queremos morir
cual se asesina. ¡Niesposa, ni hijos, ni nadie ni natía tranquilos..... ¿No es verdad, Rosa?
humano: la tierra! Y he aquí que había envejecido — ¡Verdad, tan cierto como nos está viendo
y que debía ceder aquélla querida á sus hijos, como Dios!—dijo la vieja.
su padre se la había cedido á él, rabiando por su D e nuevo reinó un silencio muy largo. El no-
impotencia. tario acababa de cortarse las uñas. Dejó las tijeras
sobre la mesa, diciendo:
EMILIO ZOLA.

Hablaba sin ironía, repitiendo las frases amis 7


' | — S í , esas son razones muy razonables; con fre- tosas que veinticinco años de profesión eran para
cuencia se ve uno obligado á la donación Debo él una costumbre. Pero la madre, como si no hu-
añadir que ésta ofrece una economía á las familias, biera comprendido, paseaba sus miradas de su hija
porque los derechos de herencia son más crecidos á sus dos hijos. Habíalos educado á los tres sin
que los de la cesión de bienes..... ternura, con la frialdad de una niñera. Al menor .
Bute.au, á pesar de su indiferencia afectada, no le guardaba rencor porque se había escapado de la
pudo contener este grito: casa cuando podía ganar algo; con la hija jamás
—¿De veras, señor Baillehache? había podido estar de acuerdo, herida porque no se
-—Sin duda. Os podéis ahorrar algunos cente- le parecía; sólo se endulzaba su mirada cuando se
nares de francos. fijaba en el mayor, aquel ganapán que no tenía
Los demás se agitaron; hasta se iluminó el ros- nada de ella ni de su marido, aquella mala hier-
tro de Delhomme, mientras que el padre y la ma- ba á quien acaso por esta razón excusaba y pre-
dre participaban también de aquella satisfacción. fería.
Desde el momento que costaba menos el negocio,
También Fouan había mirado á sus hijos con
era cosa hecha.
el sordo malestar que le producía pensar qué ha-
—Tengo todavía que haceros las observaciones rían con sus bienes. La haraganería del borracho
de costumbre-—continuó el notario,—Muchas gen- le angustiaba menos todavía que el ansia de los
tes combaten la cesión de bienes, que miran como otros dos. Movió su cabeza como diciéndose que
inmoral, porque destruye los lazos de familia, se- á qué quemarse la sangre, puesto que no había re-
g ú n ellas Se podrían citar, en efecto, hechos medio.
deplorables, hijos que se portan muy mal cuando —Ahora que está resuelta la partición—dijo el
los padres les han cedido los bienes notario—hay que fijar las condiciones. ¿Estáis de
Los dos hijos y la hija escuchaban con la boca acuerdo en la renta que hay que pagar?
abierta. Todos quedaron inmóviles y mudos. Los curti-
—Que lo guarde todo padre, si tiene esas ideas— dos rostros tomaron una expresión rígida, la gra-
interrumpió secamente Fanny, que era muy sus- vedad impenetrable de los diplomáticos. Después
ceptible. se turbaron con una mirada, pero ninguno habló.
—Siempre hemos obrado bien—dijo Bnteáu. El padre fué el que de nuevo explicó las cosas.
— E l trabajo no nos asusta—añadió Jesucristo.
—No, señor Baillehache, no hemos hablado;
E l señor Baillehache los calmó con un gesto.
hemos esperado á estar reunidos aquí Pero
-—¡Dejadme acabar! Sé que sois buenos hijos y esto es muy sencillo, ¿verdad? Tengo diez y nueve
honrados trabajadores, y que con vosotros no hay tahullas, que si las arrendara valdrían novecien-
el peligro de que un día se arrepientan vuestros tos cincuenta francos.
padres.
Batean, el menos paciente, saltó en su silla. convertirla en seguida en dinero. Así es que si-
—¡Cómo! ¿á cincuenta francos? ¿Os burláis de guió dándose tono, sonriendo con aire burlón y de
nosotros, padre? cierta superioridad.
Y se enredó una discusión sobre la tasación. —¡He dicho que ochenta—exclamó—y ochenta
Había una tabulla de viña; ésta sí se podría arren- han dé ser! No tengo más que una palabra; lo j u r o
dar en cincuenta francos. ¿ Pero se podría en- delante de Dios!.... Nueve tahullas y media; vea-
contrar quien tomara eu esto las doce tahullas de mos, eso hace setecientos sesenta francos; eu can-
tierras de labor, y sobre todo las seis de prados tidad redonda diremos ochocientos..... Conque asi
naturales á orillas del Aigre, que no valían nada? la pensión será de ochocientos francos, que es lo
Las mismas tierras de labor apenas valían, una justo.
parte sobre todo, la más próxima al río. Buteau soltó una violenta carcajada, en tanto
—Vamos, padre—dijo Fanny con aire de repro- que Fanny protestaba con un movimiento de ca-
che—no hay que burlarse. beza, como si estuviese estupefacta. Y el señor »
—Valen á cincuenta francos—insistía el v i e j o . — | Baiilehachej que desde que había comenzado la
Si yo quisiera, las arrendaría en eso mañana discusión, miraba al jardín de su casa distraída-
¿Cuánto valen para vosotros ? mente, volvió á ocuparse de sus clientes y se puso
—Treinta francos—dijo Buteau. á hacer como que los escuchaba-, acariciándose en-
Fuera de sí Fouan mantenía su precio, hacien- tretanto sus largas patillas con aquel gesto de
do un elogio de sus tierras, que según él daban maniático que le era peculiar, y adormecido por
ellas solas sus cereales, cuando Delhomme, silen- los efectos de la digestión del magnífico almuerzo
cioso hasta aquel momento, declaró con todo su que había tomado.
acento honrado: Esta vez, sin embargo, el viejo tenía razón: era
: —Valen cuarenta francos, ni un sueldo menos. justo. Pero sus hijos, acalorados, arrebatados por
E l viejo se calmó.en seguida. el deseo de hacer aquel trato al precio más bajo
—¡Bueno! pongamos cuarenta, no me importa posible, se mostraban terribles, regateaban, jura-
hacer un sacrificio por mis hijos. ban y blasfemaban con la mala fe de la gente de
Pero Bosa, que le había tirado de un pico de su campo cuando va á comprar algo.
blusa, soltó una sola palabra, que era una acusa- —¡Ochocientos francos—-murmuraba Buteau.—
ción por su generosidad. ¿Es que queréis vivir como un señor?.... ¡Vaya, con
—¡No, no! ochocientos francos pueden muy bien comer cua-
Jesucristo se había desinteresado. Ya no le im- tro! ¡ Decid de una vez que queréis moriros de una
portaba la tierra, después de cinco años pasados indigestión!
en África. No sentía más que un deseo vehemen- Fouan no se enfadaba todavía. Opinaba que el
tísimo: el de coger su parte, fuese cual fuera, para regateo era natural y se contentaba con hacerle
frente como Dios le daba á entender, extremando mientras los hijos de uno se matan á t r a b a j a r ! es
él también sos exigencias y sus condiciones. cosa muy bonita y muy cómoda.
—¡Y además, no es eso sólo, gentuza!.... Sino E l notario, que estaba acostumbrado á tormen-
que conservaremos basta que nos muramos, la tas mayores, siguió diciendo con la más completa
casa y el j a r d í n , naturalmente Y como no calma:
tendremos cosechas ni tendremos más que las dos ¡ -—¡Todo eso no viene á cuento!.... ¡Cáscaras!
vacas, exigimos todos los años una cantidad de ¡Vos, Jesucristo, sentaos! ¡Lo mareáis á uno con
vino, leña, leche, y todas las semanas una docena esas vueltas!.... Vamos, estamos arreglados ya.
de huevos y tres quesos. ¿no es verdad? Contestad todos..... Estamos con-
—¡Oh, papá!—gimió Fanny dolorosamente,— formes en eso, y falta discutir solamente lo de la
¡oh, papá! renta.
Buteau ya no discutía. Habíase levantado de Delhomme al fin salió de su inmovilidad é hizo
un salto como movido por un resorte, y se pasea- seña de que tenía algo que decir. Cada cual había
ba con ademán brusco; ya se había puesto la gorra vuelto á sentarse en su sitio, y en medio de la ge-
para marcharse. También Jesucristo líabía aban- neral atención dijo :
donado su asiento, temeroso de que todas aque-; : — P e r d o n a d ; parece justo lo que pide padre; se
lias historias dieran al traste con la partición. le podrían dar ochocientos francos, puesto que en
Solamente Delhomme permanecía impasible, con ochocientos francos podría arrendar sus fincas
un dedo apoyado en la nariz, en una actitud de Pero nosotros iio echamos las cuentas así. No
profunda reflexión y de gran aburrimiento. nos arrienda las tierras, sino que nos las da, y el
Entonces el señor Baillehache sintió la necesi- cálculo está en saber qué necesitan él y la madre
dad de apresurar un poco el desenlace. Sacudió su para vivir.... S í , nada más que lo que necesitan
soñolencia, y acariciándose las patillas con más para vivir.
viveza, — E n efecto—dijo el notario—esa es la base
—Sabéis, amigos míos — dijo—que el vino y que ordinariamente se toma.
la leña, así como los quesos y los huevos, es cos- Y surgió otra disputa acalorada. L a vida dé los
tumbre antigua dos viejos f u é inspeccionada, discutida, consenti-
Pero fué interrumpido por una lluvia de frases da, necesidad por necesidad. Se pesó el pan, las
agrias. legumbres, la carne ; se valuaron las ropas, rega-
—¡Huevos con siis pollos y todo dentro tal teando sobre la clase de telas y paños que debían
vez! usar; se descendió hasta las pequeñas dulzuras,
—¿Tenemos nosotros vino para beber? Lo que, al tabaco que debía fumar el padre, que impor-
hacemos es venderlo! taba dos sueldos diarios, que después de una serie
—No hacer nada, y beber y comer y calentarse interminable de recriminaciones quedaron redu-
cidos á uno. Cuando no se trabaja se debe ser paso á paso, regateándolo todo, empeñándose en
económico y saberse reducir. ¿No podía también mantener ciertas cifras. Pero bajo la fría terque-
la madre pagar sin tomar café? Lo mismo que el dad que mostraba, la cólera iba aumentando en él
perro que tenían, un perro viejo, de doce años, ante la intransigencia de aquella gente que era
que comía mucho y no servía para nada: ¡ya hacía carne de su carne y sangre de su sangre, y que se
tiempo que debían haberle pegado un tiro! Cuan- empeñaba en heredarle casi por completó, vivien-
do el calculo estuvo hecho, volvieron á hacerlo, do él todavía. Se olvidaba de que lo mismo había
buseando algo que suprimir todavía: dos cami- hecho con su padre. Sus manos temblaban, y al
sas, seis pañuelos al año, un céntimo de io que fin, sin poderse contener, gritó:
se había señalado para la comida diaria. Y cor- —¡ Ab, canalla! ¡pensar que ha criado uno á esta
tando y recortando, llegando á las mayores eco- gentuza para que ahora le quiten el pau de la
nomías, consiguieron poder fijar una suma de boca!..... Palabra que esto me da asco y que pre-
quinientos cincuenta y algunos francos, lo cual feriría estar ya pudriéndome debajo de tierra.....
dejó á los hijos agitados, f u r i o s o s / f u e r a de sí, ¿De modo que no hay medio de que seáis ama-
porque se empeñaban en no pasar de los quinien- bles? ¿De modo que no queréis dar más que qui-
tos francos por ningún concepto. nientos cincuenta francos?
Sin embargo, Pannv se cansó. No era mala Y ya iba á aceptar esta cantidad, cuando de
h i j a ; más compasiva que los hombres, no tenía nuevo su mujer le tiró de la blusa y le dijo al
aún el corazón y la piel endurecMos por la lucha oído:
por la existencia trabajando en el campo, y fué —¡No, no!
la primera que habló de terminar aquella escena —-Eso no es todo-^-replicó Bnteau después de
haciendo concesiones. vacilar un momento;—¿y el dinero que tenéis es-
Jesucristo, por su parte, se encogía de hom- condido?..... Puesto que tenéis dinero vuestro, uo
bros, generoso como era para las cuestiones de di- necesitáis el nuestro, ¿no es verdad?
nero, y hasta acometido de cierto enternecimiento Y miraba á su padre fijamente, porque se había
de borracho, dispuesto á ofrecer algo de su parte, reservado aquel golpe de efecto para el último
que de seguro no hubiese pagado nunca. instante. E l viejo se puso muy pálido.
—Vamos — preguntó la bija — ¿ queréis que —¿Qué dinero?—dijo al fin.
quedemos en los quinientos cincuenta francos? — P u e s el que tenéis colocado; aquel de que
—¡Sí, hombre, sí!—-respondió é l . — J u s t o es conserváis las acciones y resguardos.
que disfruten un poco los pobres viejos. Buteau, que no hacía más que sospechar la cosa,
La madre dirigió á su hijo mayor una mirada procuraba sapar de mentira verdad para conven-
de ternura, en tanto que el padre seguía batallan- cerse. Cierta noche había creído ver á su padre co-
do con su hijo menor. No había cedido más que giendo un pequeño rolló de pápeles de detrás de
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BU espejo. Al día siguiente Y los sucesivos había —Ya lo oís; quiero que la renta sea de seiscien-
espiado inútilmente, porque no pudo ver nada. tos francos Si no, vendo la finca y se acabó la
Fouau, que estaba lívido, se puso de repente historia. ¿Dais los seiscientos francos?
colorado y furioso; se levantó de su asiento gri- —Papá—dijo Fanny—daremos lo que queráis.
tando con gesto amenazador: —Seiscientos francos, bueno—dijo Delhomme.
—¡Ah, granujas! ¿Es decir que ya hasta me re- —Yo—declaró Jesucristo—quiero lo que quie-
gistráis los bolsillos? ¡No tengo un cuarto, no ten- ran todos.
go un céntimo colocado en ninguna p a r t e , cochi- Buteau, con los dientes apretados de rencor y
nos, porque me habéis hecho gastar demasiado de rabia, pareció asentir con su silencio, y Fouan
para que tenga ahorros! Pero si así fuese, ¿qué seguía dominándolos y paseando de uno á otro su
os importaba? ¿No soy yo el amo, el padre? dura mirada de amo obedecido. Al fin se volvió á
Parecía más alto de estatura al erguirse con sentar diciendo:
aquel alarde de autoridad paterna. —Entonces, estamos de acuerdo, ¿eh?
Durante muchos años, todos, la mujer y los hi- El señor Baillebache, sin conmoverse, había
jos, habían temblado delante de él, bajo el rudo presenciado el final de la disputa. Cuando ésta
despotismo propio del jefe de una familia de la- hubo concluido, dijo entonces pacientemente:
briegos. Y se equivocaban si creían no tener que —Bueno; pues si ya estáis de acuerdo, no ha-
someterse ya á su autoridad. blemos más Ahora que conozco las condicio-
—¡Oh, papá!—empezó á decir Buteau. nes, voy á redactar el acta Por vuestra parte
—¡Galla, voto á bríos!—continuó el viejo, levan- haced que midan las tierras, dividid los lotes y
tando la mano.—¡Galla, ó te pego! decid al medidor que me envíe una nota de la de-
E l hijo menor murmuró uuas palabras, se hizo signación de los lotes. Luego, cuando los hayáis
el chiquitín y se sentó asustado en una silla. Ha- sorteado, no tendremos más que inscribir al lado
bía sentido el aire del bofetón; sentíase acometido de cada nombre el número correspondiente y fir-
del miedo que experimentara en su infancia, y le- maremos.
vantó el codo para resguardarse. Se había levantado de su sillón para despedir-
—¡Y tú, Jacinto, no te rías! ¡Y tú, Fanny, baja los. Pero no se movieron; aun vacilaban y pare-
los ojos! ¡Si no, tan cierto como que ahora es de cían reflexionar. ¿Estarían bien conformes? ¿No
día, os voy á hacer bailar, canalla! se les olvidaba nada, no habían hecho un mal ne-
Estaba solo, de pie, amenazador, en medio de gocio que aun sería tiempo de remediar?
la habitación. La madre temblaba como si temie- Dieron las cuatro; hacía más de tres horas que
se que le fuera á pegar también. Los hijos no se estaban allí.
movían; estaban sometidos, domados, sin hablar —Marchaos—les dijo el notario—porque h a y -
palabra. gente esperándome.

M
Tuvieron que decidirse; los empujó hasta la ha- hermana la Grande, que ya estaba levantada, á
bitación contigua, donde en efecto, estaban espe- pesar de sus ochenta años.
rando pacientemente otros labriegos, inmóviles y Aquellos Fouanes habían nacido y crecido hacía
rígidos en sus sillas, en tanto que un escribiente siglos como una vegetación de plantas. Antiguos
del notario contemplaba desde la ventana una riña siervos de Rognes-Bonqueval, del cual no quedaba
de perros, y los otros dos, malhumorados y abu- ya más rastro que unas cuantas piedras enterradas
rridos , seguían haciendo sonar Sus plumas sobre de su castillo derftiído, habían sido emancipados
el papel de oficio. en tiempos de Felipe el Hermoso. Desde entonces
Fuera, la familia permaneció un momento en estaban convertido? en propietarios, primero de
medio de la calle. una tahulla, luego de dos, compradas al señor en
—Si queréis—dijo el p a d r e — l a medición de un apuro y pagadas el doble de su precio en sudor
tierras se hará pasado mañana lunes. y en sangre. Luego había comenzado la lucha,
Aceptaron con un movimiento de cabeza, y ba- lucha de cuatrocientos años, para defender y au-
jaron la calle de Gronaire unos detrás de otros. mentar aquella propiedad, con un encarnizamien-
Luego el viejo Fouan y Rosa tomaron la calle to que iban heredando de padres á hijos; trozos
del Temple, dirigiéndose hacia la iglesia, y Fanny perdidos y vueltos á adquirir; propiedad ilusoria
y Delhomme se alejaron por la calle Mayor. Bu- puesta en tela de juicio y siendo objeto de litigio
teau se había detenido en la plaza preguntándose incesantemente; herencias recargadas con tan
si su padre tendría ó no tendría dinero escondido; graudes impuestos, que parecían á punto de extin-
y Jesucristo, que se había quedado solo, después guirse; prados y tierras de labor que iban aumen-
de encender otra vez la colilla de cigarro que lle- tando poco á poco, á pesar de todo esto, por esa
vaba en la boca, entró en el café del Buen La- necesidad de poseer que sentían, y lentamente
brador. iban saliendo victoriosos. En esa lucha sucumbie-
ron generaciones enteras; pero cuando la revolu-
ción del 89 vino á consagrar sus derechos, el
III. Fouan de entonces, José Casimiro, poseía veintiuna
tahulías, conquistadas en cuatro siglos al antiguo
dominio feudal.
L a casa de Fouan era la primera que se encon- En 1793, aquel José Casimiro tenía veintisiete
traba al entrar en Rognes, situada en la carretera años; y el día en que lo que restaba del antiguo
de Cloyes á Bazoehes-le-Doyen, que pasa por el dominio señorial fué declarado bienes del Estado
pueblo, y el limes el viejo salía al amanecer para y vendido á pública subasta, ardió en deseos de
acudir á la cita que había dado en la puerta de la adquirir algunas hectáreas. Los Rognes-Bonque-
iglesia, cuando vió en la puerta de al lado á su val, arruinados, llenos de deudas, después de ha-
Tuvieron que decidirse; los empujó hasta la ha- hermana la Grande, que ya estaba levantada, á
bitación contigua, donde en efecto, estaban espe- pesar de sus ochenta años.
rando pacientemente otros labriegos, inmóviles y Aquellos Fouanes habían nacido y crecido hacía
rígidos en sus sillas, en tanto que un escribiente siglos como una vegetación de plantas. Antiguos
del notario contemplaba desde la ventana una riña siervos de Bognes-Bonqueval, del cual no quedaba
de perros, y los otros dos, malhumorados y abu- ya más rastro que unas cuantas piedras enterradas
rridos , seguían haciendo sonar Sus plumas sobre de su castillo derftiído, habían sido emancipados
el papel de oficio. en tiempos de Felipe el Hermoso. Desde entonces
Fuera, la familia permaneció un momento en estaban convertido? en propietarios, primero de
medio de la calle. una tahnlla, luego de dos, compradas al señor en
—Si queréis—dijo el p a d r e — l a medición de un apuro y pagadas el doble de su precio en sudor
tierras se hará pasado mañana lunes. y en sangre. Luego había comenzado la lucha,
Aceptaron con un movimiento de cabeza, y ba- lucha de cuatrocientos años, para defender y au-
jaron la calle de Gronaire unos detrás de otros. mentar aquella propiedad, con un encarnizamien-
Luego el viejo Fouan y Rosa tomaron la calle to que iban heredando de padres á hijos; trozos
del Temple, dirigiéndose hacia la iglesia, y Fanny perdidos y vueltos á adquirir; propiedad ilusoria
y Delhomme se alejaron por la calle Mayor. Bu- puesta en tela de juicio y siendo objeto de litigio
teau se había detenido en la plaza preguntándose incesantemente; herencias recargadas con tan
si su padre tendría ó no tendría dinero escondido; grandes impuestos, que parecían á punto de extin-
y Jesucristo, que se había quedado solo, después guirse; prados y tierras de labor que iban aumen-
de encender otra vez la colilla de cigarro que lle- tando poco á poco, á pesar de todo esto, por esa
vaba en la boca, entró en el café del Buen La- necesidad de poseer que sentían, y lentamente
brador. iban saliendo victoriosos. En esa lucha sucumbie-
ron generaciones enteras; pero cuando la revolu-
ción del 89 vino á consagrar sus derechos, el
III. Fouan de entonces, José Casimiro, poseía veintiuna
tahullas, conquistadas en cuatro siglos al antiguo
dominio feudal.
L a casa de Fouan era la primera que se encon- En 1793, aquel José Casimiro tenía veintisiete
traba al entrar en Bogues, situada en la carretera años; y el día en que lo que restaba del antiguo
de Cloyes á Bazoehes-le-Doyen, que pasa por el dominio señorial fué declarado bienes del Estado
pueblo, y el limes el viejo salía al amanecer para y vendido á pública subasta, ardió en deseos de
acudir á la cita que había dado en la puerta de la adquirir algunas hectáreas. Los Bogues-Bonque-
iglesia, cuando vió en la puerta de al lado á su val, arruinados, llenos de deudas, después de ha-
ber dejado que se derrumbase la última torrecilla hectáreas y media que á s u vez iba á repartir entre
de la mansión feudal, abandonaron á sus acreedo- sus tres hijos.
res las granjas de la Borderie, de las cuales las En la familia, la Grande era respetada y temi-
tres cuartas partes seguían arrendadas. Había so- da, no por su avanzada edad, sino por su fortuna.
bre todo, al lado de una de esas parcelas, un trozo Todavía muy derecha, muy alta, muy flaca y muy
grande que aquel labriego ambicionaba con el tuerte, con los huesos muy duros, tenía la ca-
deseo furioso propio de los de su raza. Pero las beza descarnada como la de un ave de rapiña y un
cosechas iban mal, y apenas tenía ahorrados y es- cuello flacucho y nervioso, de color sanguinolento.
condidos en un puchero cien escudos, y si por un
La nariz característica de la familia convertíase
momento se le había ocurrido la idea de pedir au-
en ella en verdadero pico; sus dos ojillos redondos
xilio á un prestamista usurero de 01 oyes, cierta
prudencia suspicaz le había impedido hacerlo: tenían miradas apagadas y mortecinas; ya no po-
aquellos bienes de los nobles le daban miedo. seía un solo cabello debajo del pañuelo amarillo
¿Quién sabe si luego se los volverían á quitar? De que llevaba continuamente á la cabeza, y en cam-
suerte que luchando entre su deseo y su descon- bio á sus mandíbulas no les faltaba un solo diente.
fianza, tuvo el disgusto de ver que la Borderie su- Caminaba siempre con el bastón en alto, porque
bastada la compraba parcela á parcela, y por la no salía j a m á s á la callé sin un palo muy grande
décima parte de su valor, un burgués de Chateau- que hacía veces de bastón, y del cual se servía
dun, Isidoro Hourdéquin, antiguo empleado en cuando llegaba el caso para pegar á los animales,
contribuciones. y á los hombres también. Se quedó viuda muy jo-
ven con uua hija, á la cual echó de su casa perque
Cuando José Casimiro se vió ya viejo, repartió la hribona se empeñaba en casarse con un mucha-
sus veintiuna tahullas, á siete cada uno, entre sus cho pobre, llamado Vicente Bouterone, y no la
hijos Mariana, Lnis y Miguel, y á su hija pequeña había perdonado ni siquiera ahora que su hija y
Laura, educada para costurera, que trabajaba en su yerno habían muerto ya de miseria, dejándole
Chateaudun, la indemnizaron en dinero. Pero los una nieta y un nieto, Palmira é Hilario, de treinta
matrimonios rompieron esta igualdad. E n tanto y dos y veinticuatro años respectivamente. Ni per-
que Mariana Fouan, apodada la Grande, se ca- donaba á sus nietos, á los cuales dejaba morir de
saba con un vecino, Antonio Pechand, que tenía hambre, prohibiendo á todo el mundo que le habla-
por su parte unas diez y ocho tahullas, Miguel sen jamás de ellos ni le recordasen su existencia.
Fouan, apodado Moueke, se enamoricaba de una Desde que murió su marido dirigía personal-
chiquilla á quien Su padre no había de dar más mente los trabajos del campo; tenía tres vacas, un
que dos tahullas de viñas. Por su parte, Luis cerdo y un mozo de labranza que alimentaba
Fouan, casado con Bosa Maliverne, heredera de como á los animales, y que la obedecía y la temía
doce tahullas, había-reunido de ese modo las nueve lo mismo que ellos.
Fouan al verla á la puerta de s a casa, se había sabes que te lo h e advertido con tiempo..,.. ¿Quie-
acercado á ella por respeto. Su hermana le llevaba res saber lo que yo haría, eh, quieres?
diez años, y él sentía hacia la Grande la misma Mouche escuchaba sin incomodarse, con la su-
admiración que toda la gente del pueblo, por su misión propia del hermano menor, y la vieja se
dureza y energía, por su avaricia, por su terque- metió en su casa, cerró la puerta con violencia y
dad por poseer y por vivir. gritó:
—Precisamente quería decirte una cosa, her- —Pues haría esto ¡Muérete de hambre ahí
mana—dijo después de saludarla.—Me he deci- fuera!
dido y voy á las particiones. Feuan permaneció un momento inmóvil de-
Ella, sin coutestar, apretó el bastón que blandía lante de aquella puerta cerrada. Luego hizo un
en el airé. gesto de resignada decisión y tomó el senderó que
— L a otra tarde quise pedirte consejo, pero lla- conducía á la plaza de la iglesia. Allí se encon-
mé á la puerta y nadie me contestó. traba precisamente la antigua casa patrimonial de
Entonces ella respondió con voz agria: los Fouan, que había correspondido á su hermano
—¡Imbécil! ¡Ya te he dado el consejo! E s Miguel, llamado Mouche, porque la casa que él vi-
menester ser muy tonto y muy bestia y m u y co- vía, al otro extremo del pueblo, era de la herencia
barde para renunciar á lo que uno posee, mientras de Rosa, su mujer. Móuche, que estaba viudo ha-
se pueda tener de pie. Yo, aunque me degollaran^ cía ya tiempo, vivía solo con sus dos hijas Elisa
diría que no ¡Ver que tienen otros lo que es de y Francisca, malhumorado y agrio de carácter
uno; quedarse á pedir limosna por los bribones de siempre, humillado aún por su boda con una po-
los hijos!..... ¡Oh, no! ¡Oh, no! bre, y acusando todavía después de cuarenta años
—Pero—objetó Fouan—cuaudo no puede uno á sus hermanos de haberle estafado en las parti-
labrar, cuando la tierra está mala ciones de. la herencia paterna; y continuamente
—¡Pues que lo esté! Antes que soltar una estaba contando aquella historia: que le habían
tahnlla iría yo todas las mañanas al campo á ver dejado el lote más malo en el fondo del sombrero
brotar los abrojos. de donde estaban sacándolos, cosa que á la larga
Y la vieja se erguía con ademán salvaje y pe- resultó ser cierto, porque se las había compuesto
gándole en el hombro con su palo como si quisiera de manera que en sus manos la parte que de bue-
que así lo oyese mejor. na ó de mala manera le correspondía, había per-
dido la mitad de su valor. E l hombre hace la
—Escucha—continuó—y acuérdate de esto
tierra, como dicen en Beauce.
Cuaudo ya no tengas nada y lo posean todo tus
hijos, te negarán hasta una migaja de pan y te Aquella mañana Mouche estaba en la puerta de
morirás (le hambre como un pordiosero , y'en- la casa observando lo que sucedía, cuando sU her-
tonces, que no te se ocurra venir á mí, porque ya mano apareció en la plaza. Aquellas particiones
48 EMILIO ZOLA.

lo apasionaban, removiendo en él antiguos ren-


cores, aunque nada de provecho fuese á sacar de le seguía, llevando la cadena debajo de su brazo,
ellas. Pero para afectar una indiferencia completa,., el trípode y los jalones sobre un hombro, y en la,
también él volvió la espalda y cerró rápidamente mano que le quedaba libre el nivel, metido en un
la puerta. estuche viejísimo de cartón, roto por todas partes.
Fouan vió en seguida á Delhomme y á Jesu- Pusiéronse en marcha sin esperar á Buteau, á
cristo que esperaban á veinte metros de distancia ' quien habían visto á lo lejos, de pie é inmóvil
el uno del otro. Este se acercó al primero; entonces j delante de una parcela, la más grande de la he-
el otro se aproximó. Los tres, sin hablar una pala- rencia. Esa parcela, de unas dos hectáreas próxi-
bra, se pusieron á mirar el sendero que seguíala mamente, se halla precisamente junto al campo
falda de la colina. donde la Coliche había arrastrado á Francisca al-
— Y a está ahí—dijo por fin Jesucristo. gunos días antes. Y Buteau, considerando que era
Era Grosbois, el medidor de tierras, agrimen- ; mótil ir más lejos, se había detenido allí, absorto
sor jurado, un labriego de Magnolles, pueblecillo y esperando á los otros. Cuando éstos llegaron,
cercano á Cloyes. Su ciencia en lectura y en escri- vieron que se bajaba, que cogía un puñado de
tura estaba perdida. Llamado de Orgeres á B e a n - J tierra y luego que la dejaba résbalar por entre los
geney para medir tierras, dejaba que su mujer dedos lentamente como si estuviese pesándola y
cuidase la hacienda que tenían, adquiriendo en j valorándola.
sus continuas expediciones tales hábitos de em- ' —Mirad—dijo Grosbois, sacando del bolsillo
briaguez, que siempre estaba borracho. Muy gordo, j su cuaderno sucio y grasiento—ya he levantado
muy gallardo aún para sus sesenta años, tenía la 1 un pequeño plano muy exacto de cada parcela,
cara muy gorda y muy colorada, manchada en \ como deseabais, tío Fouan. Ahora sólo se trata de
varios sitios de vetas moradas; y á pesar de la i dividirlo todo en tres lotes, y eso, hijos míos, lo
hora matinal, aquel día estaba atrozmente borra- • vamos á hacer todos reunidos Vamos á ver,
cho, porque había asistido la víspera á una boda - decidme vuestra opinión.
de unos vendimiadores de Montigny, verificada j Era ya completamente de día; uu viento helado
después de las particiones de una herencia. Pero J impulsaba con rapidez los nubarrones cenicientos
eso no importa, porque cuanto más borracho es- J
que cubrían el cielo; el río, sacudido por él, pre-
taba, más claro veía: jamás cometió un error de í
sentaba un aspecto triste y sombrío. Ninguno de
medida, ni hizo nunca una suma equivocada. Se "
le escuchaba y se le honraba, porque tenía mucha I ellos, sin embargo, parecía echar de ver aquel
fama de malicioso. viento que hinchaba sus blusas y amenazaba lle-
varse sus sombreros. Los cinco, vestidos con los
fí —¡Hola! ¿estamos ya? ¡Pues andando! trapitos de cristianar, cou la mejor ropa de los
| ¡ | ü n chicuelo de doce años, sucio y desarrapado, -j domingos, por lo solemne de la circunstancia,
permanecían silenciosos. E n el borde de aquel
campo, en medio de aquella extensión de tierra
sin límite, llevaban impresa en sus caras esa ex- venían luego á redondear las piezas de nuevo.
presión reflexiva y seria de los marinos que viven . Rico con sus veinticinco hectáreas, Delhomme
solos y acostumbrados á los desiertos espacios de tenía ideas más amplias; mostrábase conciliador,
la mar. Aquella Beauce fértil, fácil de cultivar, 1 y no había venido en nombre de su mujer más que
pero que exige siempre un esfuerzo continuo, ba [para no ser robado eá las medidas. Cuanto á J e -
hecho al habitante de la comarca frío y reflexivo sucristo, había dejado á los otros , yéndose á per-
y sin más pasión, sin más afecto que el afecto y la seguir golondrinas con las manos llenas d e pie-
pasión por la tierra que cultiva. dras. Cuando una de aquellas aves, contrariada
— H a y que partirlo todo en tres—acabó por de- por el viento, permanecía dos segundos en el aire,
cir Buteau. inmóvil, agitando las alas, él la derribaba con una
Grosbpis movió la cabeza y se enredó una dis- destreza salvaje. Cayeron tres y las guardó san-
cusión. É l , favorable al progreso por sus relacio- grando en su bolsillo.
nes con las grandes granjas, se permitía algunas —Yamos, bastante hemos hablado;haznos esas
veces decir á los pequeños propietarios, clientes tres partes—dijo Buteau tuteando al medidor—
suyos, que era un mal la repartición á todo trance. y no s e i s , porque tú tienes aire esta mañana de
¿No se arruinaba todo con trozos como pañuelos? ser á la vez Chartres y Orleans.
¿Podían llamarse cultivos aquellos jardincillos que Grosbois se irguió con mucha dignidad.
no se podían mejorar, y en los cuales no se podían —Muchacho, cuida de estar tan borracho como
emplear las máquinas? No; lo más-razonable sería yo y de abrir el ojo ¿Quién de vosotros quiere
llegar á un acuerdo y no destrozar de aquel modo tomar mi sitio en el nivel?
un campo, cometiendo un verdadero asesinato. S i No atreviéndose nadie á aceptar el desafio,
el uno se contentaba con tierras de labor, el otro triuufó y llamó bruscamente al chicuelo á quien
se contentaría con los prados; en fin, se llegaría á la caza á pedradas de Jesucristo tenía estupefacto
igualar los lotes y decidiría la suerte. de admiración. Puesto ya el nivel en su pie y co-
Buteau, cuya juventud le hacía accesible á la locados los jalones, la manera de dividir la pieza
risa/lo tomó á broma. suscitó nuevas disputas. E l medidor, apoyado por
— Y si no tengo más que prados, ¿qué comeré Fouan y Delhomme, quería dividir las dos hectá-
entonces? ¿Hierbas?.... No, no, yo quiero de todo: reas en tres fajas paralelas al valle del Aigre,
heno para la vaca y el caballo, grano y viña mientras que Buteau exigía que las fajas fuesen
para mí. tomadas perpendiculares al valle, bajo el pretexto
de que la capa laborable se adelgazaba conforme
Fouan, que escuchaba, aprobaba con un gesto..
Se aproximaba á la pendiente. De este modo cada,
De padres á hijos habían partido, siempre de aquel
uno tendría su parte en el pedazo malo, y del otro
modo, y las adquisiciones y los matrimonios. modo el tercer lote sería todo de calidad inferior.
1 •1 . .' .

^ ' i á l r
Pero Fonaii se incomodaba, jurando que el fondo Fouan, con los brazos caídos, había mirado des-
era el mismo en todas partes, y recordaba que la pedazar su bien sin decir una palabra.
antigua partición entre él, Moucbe y la Grande -—Esto es hecho—dijo Grosbois.—-Ni una ni
se había hecho en el mismo sentido que indicaba; otra tiene una libra más.
y la prueba era que las dos hectáreas de Mouche Había todavía cuatro hectáreas de tierras de la-
bordeaban el tercer lote. Delhdmme, por su parte, bor, pero divididas en una decena de piezas, de
hizo una observación decisiva: aun admitiendo! las cuales ni una sola llegaba á doce áreas; y ha-
que aquel lote fuera el menos bueno, su propieta- biendo preguntado irónicamente el medidor si ha-
rio quedaría beneficiado el día en que abrieran el bía que detallarlas, volvió á comenzar la divi-
camino que debía llegar hasta allí. sión.
—¡Ah, sí!—exclamó Bnteau.—¡El famoso ca- Batean había hecho un gesto instintivo, baján-
mino directo de Ilognes á Chateaudnn por la Bor- dose , cogiendo un puñado de tierra y aproximán-
derie! ¡Podéis esperarlo sentados! doselo á la cara como para probarlo. Luego, con
Después, como á pesar de su insistencia si- un fruncimiento de nariz pareció declararla la
guieran adelante, protestó con los dientes apre-: mejor de todas; y habiéndola dejado escapar dul-
tados. cemente por entre sus dedos, dijo que se confor-
El mismo Jesucristo se había acercado, y todos ; maba si Se le dejaba la parcela; de otro modo exi-
seguían con mucha atención las líneas que hacía : gía la división. Delhomme y Jesucristo rehusaron,
Grosbois, vigilando con ojo alerta, como si sospe- queriendo también su parte. ¡Sí, sí! Cuatro áreas
chasen que quisiera beneficiar en un centímetro á áeada uno; esto era lo justo. Se hizo la partición
cualquiera de las partes. Tres veces vino Delhom- de todas las piezas, y quedaron seguros de que
me á mirar por el nivel. Jesucristo juraba contra ninguno podía tener nada que los otros dos no tu-
el chicuelo porque tendía mal la cadena. Pero Bn- viesen .
teau, sobre todo, seguía la operación paso á paso, —Vamos á la viña—dijo Fouau.
contando los metros y rehaciendo á su manera los Pero como volviesen hacia la iglesia, lanzó una
cálculos con boca temblorosa. Y en aquella ansia última mirada á la inmensa llanura, y escuchó
de la posesión, en la alegría que experimentaba un instante los lejanos ruidos de la Bordcrie.
de coger la tierra, latía la amargura, la sorda ra- Luego, dando un suspiro de dolor inconsolable,
bia de no quedarse con todo. ¡Era tan hermosa haciendo alusión á la ocasión desperdiciada de los
aquella pieza de dos hectáreas para uno solo! H a - bienes nacionales, dijo:
bía exigido la partición para que nadie la poseye- —¡Ah! ¡si el padre hubiera querido, es todo eso
se, ya que él no podía poseerla, y ahora aquel des- lo que habríais tenido que medir, Grosbois!
trozo le desesperaba. De nuevo buscó malas Los dos hijos y el yerno se volvieron con un
razones. movimiento brusco y volvieron á mirar despacio
rañados cabellos rubios. Su boca grande torcíase
las trescientas hectáreas de la grauja que se ex- hacia la izquierda; sus ojos verdes tenían una
tendían ante su vista.
fijeza atrevida, hasta el punto de que se la hubie-
—¡ Bah!—gruñó sordamente Buteau poniéndose ra podido tomar por un muchacho, y llevaba una
otra vez en m a r c h a — b u e n provecho nos hará esa
1 blusa vieja de su padre ceñida á la cintura con una
historia!
cnerda. Aunque la llamaban la Trouille, su nom-
A las diez ya estaba hecho lo más importante bre era Olimpia.
del trabajo. Pero apresuraron el paso, porque el
Jesucristo había tenido á aquella especie de
viento había caído y una gran nube acababa de
despedir un gran chaparrón. Alguuas de las viñas salvaje de una mendiga de caminos recogida en
de Bogues estaban al otro lado de la iglesia, en la un foso después de una feria, y á la cual había
pendiente que bajaba hasta el Aigre. instalado en su choza con gran escándalo de Rog-
nes. Durante tres años aquella pareja había vi-
E n otro tiempo alzábase el castillo en aquella vido j u n t a ; después, un día, aquella perdida se
parte con su parque; y apenas hacía medio siglo
fué como había venido, siguiendo á otro hombre.
que los campesinos, animados por el éxito de los
La niña, mal amamantada, había crecido raquí-
viñedos de Montigny cerca de OI oyes, se habían
decidido á plantar viñas en aquella ladera, indica- tica como mala hierba; y desde que andaba hacía
da para ello por su situación al mediodía y por su la sopa á su padre, á quien temía y adoraba. Pero
pendiente. E l vino era pobre, pero de un gusti- su pasión eran sus gansos. No tenía más que dos,
llo agradable que recordaba los vinillos de Or- macho y hembra, robados pequeñitos en una gran-
leans. Por lo demás, apenas cultivaba cada babi- ja. Lifego, gracias á sus c u i d a o s maternales, la
taute algún pequeño trozo de terreno; el más rico, bandada se había multiplicado y ahora tenía ya
Delhomme, poseía tres tabullas de viña; el cul- veinte.
tivo del país era todo de cereales y plantas forra- Cuando apareció la Tronílle llevando por delante
jeras. con su vara á los gansos, Jesucristo se encolerizó.
—¡Vuélvete á la sopa, ó ya verás! Y ade-
Dieron Ja vuelta á la iglesia, siguiendo á lo
más, cochinaza, cierra bien la casa, que hay mu-
largo del antiguo presbiierio en ruinas, donde la
chos ladrones.
municipalidad había alojado al guarda campestre.
Cuando atravesaban un terreno rocoso, cubierto Buteau se echó á reir y Delhomme y los demás
de arbustos, una voz aguda, saliendo de un agu- también se sonrieron: aquella salida de «Jesucristo
jero, gritó: les hacía gracia. Había que ver la casa, una cueva,
tres muros en tierra, un verdadero agujero, entre
—Padre, está lloviendo y voy á sacar los unos peñascos y bajo unos tilos. Aquello era todo
gansos.
lo que quedaba del castillo; y cuando el cazador
Era la Trouille, la hija de Jesucristo, una chi- furtivo, á consecuencia de una disputa con su pa-
cuela de doce años, delgada y nerviosa, con enma-
tire, se había refugiado en aquel rincón que per- un cafetín en la calle de Angulema. De allí, el
tenecía al pueblo, tuvo que construir con piedras joven matrimonio, ambicioso, ansioso de hacer
en secó para cerrar la cueva, una coarta pared en pronto fortuna, habíase trasladado á Chartres.
la que dejó dos aberturas, una ventana y la puer- Pero al pronto nada les salía bien, todo se des-
ta. En el país se llamaba á aquello el castillo. hacía entre sus manos; tuvieron otro cafetín, un
Dichosamente la viña estaba cerca, y la divi- restaurant, hasta una tienda de pescados salados;
sión en tres lotes se hizo sin nuevas discusiones. y desesperaban ya tener jamás dos cuartos, cuan-
Ya no quedaba más que partir tres hectáreas de do el señor Carlos, de un carácter muy emprende-
prado abajo, en la orilla del Aigre; pero en aquel dor, tuvo la idea de comprar una de las casas
momento apretó tanto la lluvia y cayó tal diluvio, . públicas de la calle de los Judíos, caída en des-
qué el medidor, al pasar por delante de una casa, crédito por tener personal defectuoso y por sucie-
propuso entrar en ella. dad notoria. De una ojeada juzgó la situación, las
-—; Si entráramos un minuto en casa del señor necesidades de Chartres, la laguna que había que
Carlos! llenar en una capital que carecía de un estable-
Fouan se había detenido vacilando, lleno de cimiento honrado, donde la seguridad y el comfort
respeto hacia su cuñado y su hermana que, hecha estuviesen á la altura del progreso moderno. Des-
su fortuna, vivían retirados en aquella finca de de el segundo año, en efecto, el 19, restaurado,
burgueses. adornado con cortinajes y espejos, provisto de un
—No, no—murjpnró;— almuerzan á mediodía, personal escogido con severidad, se hizo conocer
y esto les molestaría. tan ventajosamente, que hubo que elevar á seis
Pero el señor Carlos apareció en la puerta, mi- el número de las mujeres. Los militares y los em-
rando con interés la lluvia, y al verlos les gritó: pleados, todo lo mejor, en fin, no iba á otra parte.
— ¡ Entrad, entrad! Y este éxito se mantuvo, gracias al brazo de acero
Al verlos calados, les dijo que fueran hacia la del señor Garlos y á su administración paternal
cocina, donde se les unió. Era un hombre de se- y fuerte; mientras que su esposa mostraba una
senta y cinco años, muy bien conservado, afeitado, actividad extraordinaria, siempre ojo alerta, no
de mirada apagada y con el rostro digno de un dejando perder nada, sabiendo tolerarlo todo cuan-
magistrado jubilado. Vestía de paño burdo azulado do era preciso.
y llevaba.un levitón de cura con mucha dignidad, E n menos de veinticinco años los Badeuil eco-
como hombre que había desempeñado siempre nomizaron trescientos mil francos, y entonces
funciones delicadas llenas de autoridad. pensaron en realizar el sueño de toda su vida: una
Cuando Laura Fouan, entonces costurera en un vejez idílica en plena naturaleza, con árboles, flo-
almacén de Chateaudun, se había casado á los res y pájaros. Pero lo que les detuvo dos años to-
veinticinco años con Carlos Badeuil. éste tenía davía, fué el no encontrar comprador para el n ú -
mero 19, al precio elevado en que lo tasaban. ; N o
era para desgarrar el corazón que un estableci- Cuando el señor Carlos entró en la cocina, don-
miento, el mejor de su clase, que producía más: de una criada estaba batiendo huevos, cuidando
que una g r a n j a , quedase abandonado á manos de una cazuela llena de alondras con manteca,
desconocidas, entre las cuales acaso degeneraría? todos, hasta el viejo Fouan y Belhomme, se des-
Desde su llegada á Chartres, el señor Carlos había cubrieron y parecieron muy halagados de estre-
tenido una hija, Estrella, que puso en el colegio char la mano que se les tendía.
de las Hermanas de la Visitación, en Chateaudun — ¡ A h , demonio! — dijo Grosbois, para decir
cuando se instaló en la calle de los Judíos. Aque- algo adulador,^-;qué hermosa finca tenéis, señor
lla era una pensión devota, de una moralidad río-i- Carlos ! Y cuando se piensa que la habéis com-
d a , en la cual dejó á la joven hasta los veinte prado casi en nada Bueno, bueno estáis, ¿ver-
anos para retinar su inocencia, enviándola á pa- dad?
sar las vacaciones lejos, ignorante del oficio que El otro se regodeó.
la enriquecía. No la retiró de allí hasta el día en —Una ocasión, una ganga. Nos gustó ; y luego,
que la casó con un joven empleado, Héctor Vau- mi mujer quería acabar sus días en su país natal
cogne, un guapo moao que estropeaba muy buenas Yo, cuando se trata de estas cosas del corazón,
cualidades con una extraordinaria pereza. Frisaba cedo siempre.
ya Estrella en los treinta años y tenía una hija Rosablanca, como llamaban á la propiedad, era
de siete, Elodia, cuando sabiendo ya todo lo que la locura de un burgués de Cloyes que acababa de
había que saber, al enterarse de que su padre que- gastar en ella cerca de cincuenta mil francos,
ría traspasar su comercio, le pidió la preferencia. cuando una apoplejía lo mató antes de que se seca-
¿1 or qué había de salir de la familia un negocio sen las pinturas. La casa, muy liúda, estaba ro-
tan seguro y tan bello? Todo quedó arreglado, los deada de un jardín de tres hectáreas que bajaba
Vaucogne tomaron el establecimiento, y los Ba- hasta el Aigre. En el fondo de aquel rincón per-
deuil tuvieron desde el primer mes la satisfacción dido en los limites de la triste Beauce no se había
de ver que su bija, educada sin embargo en otras presentado ni un comprador, y el señor Carlos lo
ideas, se revelaba como una ama de casa superior había adquirido en veinte mil francos. Allí tenían
lo que compensaba dichosamente la holgazanería satisfacción todos s^us gustos, con truchas y an-
S
£ i f e r Ü ° ' - d e S p r 0 V Í s t 0 d e s e u t i d o administrati- guilas soberbias, con colecciones de flores cultiva-
vo. Ellos retiráronse, hacía cinco años, á Rogues das con amor, con pájaros, en fin, una gran pa-
donde cuidaban de su nieta Elodia, que habían jarera llena de todas las especies cantoras de nues-
puesto en la pensión de Chateaudun (las hermanas tros bosques, que nadie más que él cuidaba. E l
de la Visitación) para ser educada religiosamente, matrimonio se comía allí sus doce mil francos de
según los principios más estrictos de la moral. renta en una dicha completa, mirada como la re-
compensa de sus treinta años de trabajos.
es esto?—añadió el señor Garlos;—al
menos se sabe qne estamos aquí. —Entrad—dijo — entrad, señor Patoir..... E l
animal está aquí.
— S m duda se os conoce—contestó el medi-
dor.—Vuestro dinero habla por vos. Era el veterinario de Cloyes, un regordete
Los demás aprobaron. sanguíneo y con fuertes bigotes. Acaba de llegar
—Verdad, verdad. en su cabriolet lleno de fango.
Entonces el señor Carlos dijo á la criada que — E s t e pobrecito—continuó, sacando de junto
trajera vasos, y él mismo fué á la cueva á buscar al hogar una cesta donde agonizaba un viejo gato
dos botellas de vino. Todos, con la nariz vuelta —este pobrecito ha cogido ayer una parálisis, y
nacía la cazuela donde se asaban las alondras des- por eso os he avisado ¡Ah! ya no es joven, tie-
pidiendo un apetitoso olor , bebieron gravemente ne quince años Sí, lo hemos tenido diez años
paladeando. en Cbartres, y el año pasado tuvo mi hija que des-
—¡ Ah, diablo! ¡esto no es del país ! ¡Famoso! embarazarse de él, y yo lo he traido aquí, porque
—Otro trago ¡A vuestra salud! se escondía por todos los rincones de la tienda.
—¡A vuestra salud! Aquello de la tienda era por Elodia, á l a cual
Cuando dejaban sus vasos, apareció la señora contaban que su padre tenía una confitería y que
darlos, una señora de sesenta y dos años, de aire estaban tan ocupados que no podían tenerla con
respetable, con cabellos como la nieve, y que tenía ellos. Por lo demás, los campesinos ni siquiera
el color y el aire de los Fouan, pero con esa pali- sonrieron, porqué se decía en Rognes que « l a
dez rosada, apacible y dulce del claustro, de car- granja de los Hourdequin no era tan buena como
nes de vieja religiosa que ha vivido á la sombra. la tienda del señor Carlos.» Y con los ojos muy
* estrechándose contra ella, Elodia, de vacaciones abiertos miraban al viejo gato, seco, pelado; el
en Kognes por dos días, seguíala llena de timidez, viejo gato que había dormido en todas las camas
t-omida por la clorosis, muy alta para sus doce de la calle de los Judíos; el gato acariciado, mi-
anos, tema la blanda delgadez y los cabellos es- mado por las manos suaves de cinco ó seis gene-
casos y descoloridos de su sangre empobrecida v raciones de mujeres. Durante tanto tiempo había
tan abrumada, por otra parte, por su educación de hecho la vida de gato favorito, familiar del salón
virgen inocente, parecía imbécil. y de los gabinetes reservados, lamiendo los restos
—¡Calle! ¿estáis aquí?—dijo la señora Carlos de l a s pomadas, bebiendo el agua de las palanca-
estrechando las manos de su hermano y de sus nas y asistiendo á tantos espectáculos como mudo
sobrinos con un movimiento lento y digno, como soñador, viéndolo todo con sus brillantes ojos.
para marcar las distancias. —Señor Patoir, yo os lo suplico, curadle.
E l veterinario arqueaba las cejas y fruncía su
Y volviéndose, sin ocuparse más de aquellos
nombres, nariz y su boca de dogo.
—¡Cómo!—exclamó;—¡y es para esto para lo
que me habéis molestado! ¡Si queréis curarlo: cuaudo se ha sabido ganar doce mil libras de
atadle una piedra al cuello y tiradlo al río! renta.
Elodia se echó á llorar, y la señora se ahogaba E l veterinario fustigó á su caballo, y los demás
de indignación. ; bajaron hacia el Aigre por los senderos converti-
— ¡ Vuestro minino huele! ¿Y se conserva esta dos en torrentes. Llegaban á las tres hectáreas de
asquerosidad para traer el cólera á una casa? prados que se trataba de p a r t i r , cuando volvió á
¡Tiradlo al río! comenzar la lluvia con la fuerza de un diluvio.
Sin embargo, ante la indignación de la señora Pero* aquella vez siguieron adelante, aun muertos
Garlos, acabó por sentarse á la mesa y redactó una de hambre, queriendo acabar. Sólo los retrasó una
receta gruñendo. sola discusión á propósito del tercer lote que no
—Si os divierte ser apestada A fui , en pa- tenía árboles, mientras que un pequeño bosque se
p n d o m e , lo demás me importa poco ¡Mirad' repartía entre los otros dos. Todo, sin embargo,
le daréis de hora en hora una cucharada de esto; pareció arreglado y aceptado. El medidor les pro-
y he aquí otra droga para dos lavatorios, uno esta metió enviar las notas al notario para que pudiera
noche y el otro mañana. extender el acta, y se convino en dejar para el do-
Hacía un instante que Carlos sé impacientaba mingo siguiente el sorteo de los lotes, que se debía
viendo cómo se quemaban las alondras, mientras verificar en casa del padre á las diez.
que la criada, que había dejado de rebozar las Al entrar en Rognes, Jesucristo se puso á jurar
chuletas, esperaba con los brazos caídos. Asi, dió bruscamente.
vivamente á Patoir los seis francos de la visita y —¡ Espera, espera, cochina Trouille; verás como
excitó á los otros á beber otro vaso. te arreglo yo!
—Hay que almorzar ¡hein! ¡ Qué placer ve- Por la orilla del camino, llena de hierba , la
ros! La lluvia ha parado. Trouille, sin apresurarse lo más mínimo, paseaba
Y salieron con sentimiento. E l veterinario re- sus gansos, á pesar de la torrencial lluvia que des-
petía al subir en su carricoche: cargaba. A la cabeza de todos, mojado y muy
i —¡Un gato que no vale ni la cuerda para echar- contento, caminaba el macho, y cuando él volvía á
lo al agua! ¡ E n fin, cuando se es rico! la derecha su enorme pico amarillento, todos los
— E l dinero de las putas se gasta lo mismo picos se volvían hacia la derecha. Pero la chicuela
que <se gaua— gruñó Jesucristo. se asustó, subió corriendo en busca de la comida,
Pero todos, hasta el mismo Buteau, que había seguida por la bandada de enormes cuellos que se
palidecido de envidia, protestaron con un movi- estiraban detrás del enorme estirado cuello del
miento de cabeza; y Delhomme, el hombre pru- macho.
dente, declaró:
- — N o importa haber sido un pillo ó un animal,

sm
glados cabellos rojos, entre los cuales iban apare-
ciendo ya algunas canas.
Al otro lado del Aigre, en la orilla izquierda,
antes de llegar al puenteeillo, 110 había más que
unas cuantas casas que formaban un pequeño
Precisamente el domingo cata en 1.° de No-
barrio, el cual atravesó el sacerdote con paso pre-
viembre, día de Todos los Santos, é iban á dar las...
cipitado. Ni siquiera dirigió una mirada de curio-
noeve cnando el padre Godard, cura de Bazo&ies- j
sidad para aquel río que se deslizaba lenta y m a -
le-Doyen, encargado de la antigua parroquia de i
jestuosamente serpenteando por entre los prados
Rognes, apareció en lo alto de la pendieute que;
y por entre los álamos y sauces que se alzaban á
iba á parar al puenteeillo del Aigre. Rognes, más
sus orillas. Pero al otro lado del puente, en la mar-
importante en otro tiempo, reducida á una pobla-
gen derecha del río, comenzaba el pueblo; una
ción de trescientos habitantes escasos, no tenía ]|
doble fila de fachadas que limitaban el camino por
cura desde hacía muchos años y parecía no im-
los dos lados, en tauto que otras casas construi-
portarle gran cosa el estar sin él, tauto que el
das más atrás eu la falda de la colina parecían
municipio había dado casa al guarda de campo en
plantadas al azar y contribuían al encanto del
la antigua casa del párroco, medio derruida.
panorama. De pronto, después de pasar el puente,
Todos los domingos el padre Godard se echaba
se encontró cou la alcaldía y la escuela, una anti-
al coleto, á pie, los tres kilómetros que hay desde L
gua granja con piso principal además de la planta
Bazoches-le-Doyen á Rognes. Gordo y bajo, con J
baja, y blauqueada toda con cal.
el cogote muy colorado y el cuello tan gordo como l
El sacerdote vaciló por un momento y asomó
la cabeza, que siu él querer se le iba hacia atrás, se
la cabeza al vestíbulo, que estaba desierto. Luego
había sujetado á ese ejercicio como medida higié-
se volvió y pareció inspeccionar de una sola mi-
nica. Pero aquel domingo veía que estaba un poco
rada dos tabernas que había enfrente; una con
retrasado, y corría tauto que daba terribles reso-
escaparate muy limpio y adornado, encima del
plidos, abría desmesuradamente la boca euorme
cnal veíase una pequeña muestra de madera pin-
que adornaba su faz apoplética, donde la grasa
tada de amarillo, en la cual se leía escrito en
había ahogado, por decirlo así, sus narices chatas
letras verdes: Macqueron, especiero; la o t r a , con
y sus ojillos grises. Bajo aquel cielo ceniciento
la puerta simplemente adornada con un haz de
cargado de nieve, á pesar del frío precoz que se-
sarmientos, y en la pared de la fachada sucia y
guía á las lluvias torrenciales de aquella semana,
deseouchada escritas con carbón negro y en enor-
jugueteaba con su sombrero de tres picos que
• mes letras estas palabras; Tabaco, casa Lengaigíie*
llevaba en la m a n o , y dejaba al descubierto su
Y por entre las dos tabernas se decidió á tomar
enorme cabeza, cubierta de espesísimos y desarre-
una callejuela estrecha y escarpada que conducía
O 5
LA T I E R R A .
*

á la iglesia. Detuvóse, sin embargo , al ver á nn — N o , señor cura, es el tercero.


labriego que se acercaba. —¡ Ah! ¡demonio! ¡otra vez ese animal de Becú
— ¡ A h ! ¡sois vos, tío Fouan ! Tengo prisa, se pone á tocar sin esperarme!
Y jurando subió rápidamente la cuesta que for-
pero quería ir á veros..... Decidme ¿qué hacemos?
maba e¡ callejón. Al llegar á la puerta de la igle-
No es posible que vuestro hijo Buteau deje á Eli-
sia estuvo á punto de tener un ataque apoplético.
sa plantada con esa barriga que cada vez va
La campana seguía sonando, en tanto que los
creciendo más y que no puede ser ya disimulada
cuervos, á los cuales había espautado, revolotea-
de ningún modo..... E s hija de la Virgen, ¡y eso
ban en torno del campanario, terminado en una
es una vergüenza, una vergüenza!
primorosa flecha de hierro que atestiguaba la im-
El viejo le escuchaba con ademán de deferente
portancia que en otro tiempo tuvo Bognes. E n la
cortesía.
puerta, abierta de par eu p a r , aguardaba un gru-
—¡Caramba! señor cura, ¿qué queréis que yo
po de labriegos, entre los cuales se veía al taber-
haga si Buteau se obstina? Y después de todo, el
nero Lengaigne, que era librepensador y que es-
muchacho tiene en parte razón, porque á su edad
taba fnmaudo su pipa; más allá, apoyados en las
no puede uno casarse sin contar con algo.
tapias del cementerio, el alcalde, el propietario
—] Pero si tiene un hijo!
Hourdequin, hombre guapo, de facciones varoniles
—-Sí, es verdad; pero ese hijo no está todavía
y enérgicas, hablaba con su secretario, el especiero
hecho. ¿Quién sabe? Y además, creed qué no
Macquerón. Cuando el cura hubo pasado saludan-
es lo que más anima eso de uu chico cuando no
do, todos le siguieron, á excepción de Lengaigne,
tiene uno ni siquiera pañales para envolverlo.
que volvió la espalda limpiando tranquilamente
Decía estas cosas prudentemente, como viejo
su pipa.
experimentado que conoce el mundo y la vida.
Dentro de la iglesia, á la derecha del pórtico,
Luego, con su voz siempre mesurada, añadió:
un hombre colgado de una cuerda seguía tirando
, — D e todos modos, puede que eso se arregle muy
de ella sin c&sar.
pronto Sí, be repartido mis bienes y se sortea-
—¡Basta, Becú!—dijo el padre Godard fuera de
rán los lotes ahora dentro de un rato, después de
sí.—Os he mandado veinte veces qué me esperéis
misa Entonces, cuando tenga su p a r t e , su-
antes del tercer toque.
pongo yo y espero que Buteau pensará en casarse
E l guarda de campo, que era campanero , soltó,
con su prima.
la cuerda, asustado por haber desobedecido. E r a
-—¡Bueno!—dijo el cura.—Basta con eso, y es-,
un hombrecillo como de cincuenta años, con la
pero en vos, tío Fouau.
cabeza cuadrada y el pelo cortado al rape, como
Pero un toque de campana le dejó con la pala-
buen soldado que había sido, con bigote y perilla
bra en la boca, y preguntó como asustado.
grises y con el cuello tieso y comprimido por cor- i
— E s t e es el segundo toque, ¿no es verdad?
un rabio delgado y presumido , de la misma edad,
batí oes siempre estirados y estrechos. Atraque ya llevaba siempre un pedazo de espejo escondido en
estaba borracho, al soltar la cuerda se quedó cua- el bolsillo.
drado militarmente sin permitirse la menor ex- > —¡Bribones!—gritó el cura;—¿qué es esto?
cusa. ¿creéis estar en una .cuadra?
Verdad es que el cura se alejaba hacia el otro Y volviéndose hacia un joven alto y delgado,
lado de la nave y echando una mirada á los ban- cuya cara empezaba á verse adornada ya por al-
cos. Había poca gente. A la izquierda no vió más gunos pelos rubios, y que se hallaba colocando los
que á Delhomme, que sin duda había ido en su misales en su atril correspondiente, le dijo:
calidad de concejal del Ayuntamiento. A la dere- —¡Verdaderamente, Sr. Lequeu, debierais tener
cha, en el sitio de las mujeres, había, cuando más, cujdado de que estén quietos cuando yo no estoy
una docena de éstas: conoció á Celina Macqueron, aquí!
seca, nerviosa é insolente; á Flora Lengaigne, : Era el maestro de escuela, un hijo de campe-
una mujer gorda y blanca; á la mujer de Becú, sino que con la instrucción había bebido el odio á
alta, morena y muy sucia. Pero lo que acabó de los de su clase. Violentaba á sus discípulos, les tra-
ponerle de mal humor fué ver en el primer banco taba de brutos y ocultaba sus ideas republicanas
á las hijas de la congregación de la Virgen. Fran- bajo la capa de su correcta frialdad ante el cura y
cisca estaba allí entre sus dos amigas la hija de el notario. Cantaba en el coro, hasta cuidaba de
los Macqueron, Berta, una morenilla muy guapa, los libros de la iglesia; pero se había negado se-
educada como una señorita en Cloyes, y la hija de = riamente á tocar la campana, á pesar de ser esa
los Lengaigne, Susana, una rubia, fea, desver- la costumbre, porque lo consideraba tarea indigna
gonzada, á quien sus padres iban á poner á oficio, de un hombre libre.
mandándola de aprendiza á casa de una costurera —Yo no soy policía de la iglesia—respondió
de Chateaudun. Las tres se reían de una manera secamente.—¡Ah! si estuvieran en mi casa, yo los
inconveniente, y al lado de ellas estaba la pobre metería en cintura con unos buenos pescozones.
Elisa, abultada, redonda, alegre y risueña, pre- Y mientras, sin contestarle, el cura se iba po-
sentando el escándalo de su barriga delante del niendo rápidamente el alba y la estola, continuó:
altar. —Una misa rezada nada más, ¿no es verdad?
Por fin el padre Godard entró en la sacristía y —Pues es claro..... y de prisa, porque tengo que
cayó sobre Delfín y sobre Ernesto, que jugaban estar eu Bazoches antes de las diez y media para
á darse empujones mientras preparaban las cosas la misa mayor.
para la misa. E l primero, hijo de Becú, de edad El Sr. Lequeu, que había cogido un abultado
de once años, era ya un mozo robusto y fornido misal de la tabla de un armario, cerró éste y se
que dejaba la escuela por la labor del campo, en fué á poner el libro en el altar.
tanto que Ernesto, el hijo mayor de Delhomme,
—¡Vamos, vamos, de prisa!—decía el cura em- que más halagó al cura fué ver al señor y la se-
pujando á Delfín y á Ernesto. ñora de Charles con su nieta Elodia, él señor Con
Y sudando, jadeante todavía, cou el cáliz en la levita de paño negro, la señora con vestido de
mano, entró en la iglesia y empezó la misa, que seda verde, los dos graves y solemnes, dando buen
ayudaban los dos muchachos,'mirándose de cuan- ejemplo á todos.
do en cuando y haciéndose guiños y señas burlo- A pesar de su satisfacción apj^suraba la misa,
nas. L a iglesia 110 tenía más que una nave con comiéndose muchos latines y dando cortes al
una media naranja guarnecida de un a cornisa de ritual. Después del Evangelio, sin subir al púlpito,
encina que estaba ruinosa á causa de la terquedad sentado en una silla en medio del coro, empezó á
del Ayuntamiento, que se negaba terminantemente predicar: se perdió y no hizo esfuerzos por coger
á conceder ningún crédito extraordinario: el agua el hilo de su peroración: la elocuencia era su lado
de las lluvias filtrábase á través de la pizarra vieja endeble; las palabras no acudían nunca á sus
que formaba el techo, y por dentro se veían g r a n - ' labios; lanzaba y hermanos..... ek y sin po-
des manchas amarillentas que denunciaban la der jamás concluir las frases; cosa que explicaba
humedad y la podredumbre de los materiales; y el por qué le tenía tan olvidado el obispo después
en el techo del coro—éste se hallaba cerrado por de los veinticinco años que llevaba de cura párroco
una verja—veíase una mancha verdosa que cor- en Bazoches-le-Doyen. E l resto de la misa fué á
taba en dos la figura del Padre Eterno, á quien paso de carga; los toqueS para alzar sonaron como
estaban adorando unos ángeles» señales eléctricas, y su despedida á la gente, sU
Cuando el cura se volvió hacia los fieles con los Ite, misa est, fué aquel día un latigazo.
brazos abiertos, calmóse un poco al ver la gente Apenas se veía la iglesia desocupada, y ya el
que había ido: el alcalde,, el secretario, los conce- padre Godard había aparecido transformado, con
jales del Ayuntamiento, el viejo Fouan, Clon el el sombrero negro puesto al revés á consecuencia
herrador , qne tocaba el trombón en las misas can- de la prisa con que se había vestido. Delante de la
tadas. Lequeu, con ademán digno y reposado, puerta había un grupo de mujeres, Celina, Flora,
se hallaba en primera fila. Becú, borracho como la de Becú, muy enfadadas porque les hubiesen
una cuBa, permanecía cuadrado militarmente allá dicho la miga al galope. ¿Sería que las despreciaba,
en el fondo. Y en el sitio de las mujeres, sobre cuando las trataba de aquel modo en día de fiesta
todo, los bancos se hallaban muy" concurridos: tan grande?
Faiíny, Bosa, la Grande y otras más; tantas, que —Decidme, señor cura—preguntó Celina con
las hijas de la congregación de la Virgen habían su voz agria, deteniéndolo al salir á la c a l l e -
tenido que apretarse para dejarles sitio, y se ha- atenéis algo contra nosotras, que nos despreciáis
llaban ahora muy recogidas y juiciosas, con la na- como si fuéramos unos trapos?
riz metida cada cual en su libro de misa. Pero lo —¡Ah! ¡Dios santo!—respondió él;—los míos
me están esperando No puedo estar en Rognes de señorita y enseñarla á tocar el piano! ¡Pues y
y en Bazoches al mismo tiempo Tened un cur Susana! ¡vaya una idea la de-enviaria de aprendi-
para vosotros solos, si queréis oir misas largas. za de modista á Cbateaudun para que en seguida
E r a ésta la eterna cuestión entre la gente de tuviera un tropiezo grande.
Rognes y el sacerdote; la gente pidiéndole con- El padre Godard, libre por fin de las charlata-
sideraciones, y él limitándose á cumplir su debe, nas comadres, iba ya á escapar á paso ligero,
estricto respecto á un Ayuntamiento que se negaba cuando se encontró con Charles. Su cara se animó
á reparar la iglesia, y en el cual por otra partea con uua sonrisa dulce y amable, y quitándose el
estaban ocurriendo continuamente escándalos que; sombrero de tres picos hizo un reverente saludo.
le quitaban las ganas de pensar en la gen f El señor, majestuoso, devolvió el saludo; la señora
aquella. fon rió graciosamente al cura. Pero estaba de Dios
— Y además—continuó el padre de almas—s que el sacerdote no pudiera acabar de marcharse,
le quitan á uno las ganas de l^acer ceremonias porque aun no había atravesado toda la plaza
religiosas delante de muchachas que no tienen el cuando tuvo un nuevo encuentro. Era con una
menor respeto á los mandamientos de la ley de mujer muy alta, de treinta años de edad próxima-
Dios. mente, que representaba lo menos cincuenta, de
—¡Supongo que no lo diréis por mi hijal - dijo> cabellos escasos, de cara aplastada, morena, ren-
Celina apretando los dientes. goga, amarillenta, y que destrozada, abatida por el
— N i por la mía tampoco—añadió Flora. trabajo durísimo que hacia, vacilaba bajo el peso
Entonces él, harto ya, se disparó. de un haz de leña que llevaba á cuestas.
— L o .digo por quien debo decirlo L a cosa —Palmira—preguntó él—¿por qué no habéis
salta á la vista. ¡Buenas fachas hacen cuando se venido á misa en un día tan grande como el de
visten de blanco! No: veo aquí ni una sola procer Todos los Santos? Eso está m u y mal hecho.
sióneu la cual no vaya alguna soltera en estado Ella dió un gemido.
interesante ¡No,.no se os puede sufrir! ¡Sois ca- — E s verdad, señor cura. Pero ¿cómo iba á arre-
paces de cansar al mismísimo Dios! glarlo? Mi hermano tiene mucho frío; encasa
Las abandonó, y la mujer deBecú, que no había nos estamos helando; así es que he tenido que i r á
dicho esta boca es mía, tuvo que poner paz entre buscar esta leña.
Jas dos madres, que excitadas y fuera de sí, lanza- —¿Y la Grande, sigue tan firme y tan dura
ban tremendas acusaciones cada cual contra la como siempre?
hija de la otra; pero ponía paz en un tono tan sar- —¡Ah, sí! mejor se mataría que darnos un bo-
càstico y con frases tan cargadas de reticencias, cado de pau.
que la disputa se agravó. ¡Berta, ya, ya veríamos Y con su voz doliente repitió su historia: que
en lo que acababan aquel afán de ponerle vestido la abuela los echó á la calle y que tuvo que ir con
U • : —
su hermano á albergarse en nn establo abandona- dado desierta. Fouan y Rosa se habían marchado
do. E l pobre Hilario, tonto, eon la boca torcida á
Í su casa, donde ya les estaba esperando Grosbois.
causa de una enfermedad, sin malicia ninguna á
Un poco antes de las diez Delhomme y Jesucristo
pesar de sus veinte años, era idiota y nadie quería 2
darle trabajo. Ella, pues, trabajaba para él, pero llegaron á su vez; pero en vano esperaron á Bu-
trabajaba á matarse, y tenía para aquel enfermo teau hasta las doce. Aquel demonio no podía ser
n u n c a puntual. Sin d u d a s e habría detenido ejt
cuidados apasionados, y una valerosa ternura verá
daderamente maternal. cualquier parte para almorzar. Se trató de no es-
perarlo y pasarse sin él; luego, el vago temor que
Al escucharla, la faz abotagada y sudorosa delf inspiraba por su mala cabeza hizo que se decidie-
padre Godard se transfiguraba y adquiría una ex- ran á hacer el sorteo después de almorzar, á eso de
presión de bondad exquisita. Sus ojillos siempre
las dos de la tarde. GrosboiS, qúe aceptó un peda-
furiosos se embellecían, retratándose en ellos la
zo de jamón y una copa de vino, acabó la botella
caridad; su enorme boca adoptaba una expresión j
elocuente de dolor. El terrible gruñón, siempre y empezó otra y entró en su estado habitual de
dispuesto á violencias de lenguaje y de modales, I embriaguez.
tenía la pasión de los pobres, les daba todo su di- A las dos no había parecido tampoco -Buteau.
nero, su ropa, hasta el punto de que era imposi- Entonces Jesucristo, influido por la necesidad de
ble encontrar en toda la región del Beauce un cura náseo y diversión que sentía todo el pueblo en
que llevase una sotana más raída y más remen- un domingo que era de fiesta tan grande, se fué
dada. á dar una vuelta por casa de Macqueron y asomó
la cabeza á la tienda; el resultado fué bueno; la
Se registró los bolsillos apresuradamente, y en- puerta se entreabrió bruscamente y apareció Becú
tregó á Palmira una.moneda de cíen sueldos. gritando:
—Tomad y esconded la, que no llevo más para
-—¡Ven, mala pécora; yo pago una copa!
los otros..... Tendré que hablar nuevamente á la
. Se había estirado más porqne á medida que iba
Grande, ya que la picara es tan mala.
emborrachándose aparecía siempre más correcto y
Y echó á correr. Por fortuna, porqne iba 6Ín
más digno. Una fraternidad de viejo soldado bo-
respiración y sin aliento, al subir la colina que
rracho, cierta secrefá simpatía lo arrastraba hacia
hay al otro lado del Aigre, el carnicero de Bazo-
el cazador; pero evitaba confesarlo cuando se ha-
ches-le-Doyen, que volvía al pueblo, losubió en su
llaba en el ejercicio de sus funciones con la placa
carrico che, y desaparecí ó al 1 á á 1 o I ej os, sacud ido por
antigua, de su Oficio de guarda forestal, y siempre
el movimiento del carro y destacando en el fondo
dispuesto á encarcelarlo si lo cogía en flagrante
azul sucio del cielo la silueta de su sombrero de
delito,, aunque su corazón tuviese que luchar con
tres picos.
la idea de su deber. E n la taberna, cuando estaba
Entretanto la plaza de la iglesia se había que- borracho, lo trataba como á un hermano querido.
— U n a bala rasa, ¿eh? ¿quieres? ¡Y qué demonio,
si los beduinos nos fastidian, les cortamos las hombros huesudos, había seguido siendo labrador
orejas y se acabó!
y cuidaba sus tierras mientras su mujer despacha-
Instaláronse junto á una mesa y jugaron á las ba tabaco y vino. Y lo que le daba cierta impor-
cartas, disputando á voz en cuello, en tanto que tancia en la comarca era que afeitaba y cortaba el
los cuartillos de vino desaparecían como si fueran pelo á la gente del pueblo; un oficio que había
de agua. * aprendido en el servicio militar, y que ahora ejer-
Macqueron en un rincón,-callado, con su abulta- cía en su casa ó á domicilio, según el gusto ó la
da y bigotuda cara muy seria y muy grave, se en- exigencia de sus parroquianos.
tretenía en cruzar y descruzar las manos. Desde —¿Qué hay? ¿ nos afeitamos hoy, compadre?—
que había conseguido ganarse una fortunita que le preguntó desde la puerta.
producía rentas, especulando en vinos de Montio-- —¡Toma! ¡es verdad que te dije que vinieses!
ny, se había hecho perezoso y no hacía más que exclamó Macqueron.—¡Sí, hombre, sí; ahora mis-
cazar, pescar y darse la vida de un burgués rico mo si tú quieres!
y seguía siendo muy sucio y vistiéndose de guiña- Descolgó una vacía vieja, cogió jabón y agua
pos en tanto que su hija Berta arrastraba junto tibia, mientras el otro sacaba del bolsillo una na-
á él las colas de tres vestidos de seda. Si su mujer vaja de afeitar enorme, que parecía un Cuchillo de
le hubiese hecho caso, habrían cerrado la tienda de cocina, y empezaba á afilarla en una correa. Pero
ultramarinos y la taberna y todo, porque iba sien- de la tienda contigua llegó allí una voz chi-
do vanidoso y sentía ambiciones sordas é incons- llona:
cientes todavía; pero su mujer tenía un afán des- —¡Eh! ¿qué es eso?—gritaba Celina.—¿Es que
mesurado de lucro, y él no se ocupaba de nada, vais á hacer esas porquerías en" ia misma TDMZ
pero la dejaba que despachase copas de aguardien- donde se bebe? ¡No quiero que en mi casa encuen-
te, para fastidiar á su vecino Lengaigne que tenía tren los parroquianos pelos en los vasos!
a tienda de tabaco y al mismo tiempo despacha- Era un ataque á la limpieza de la taberna pró-
ba vino. Entre los dos había una rivalidad anti- xima, donde, según ella decía, se comían más pelos
f a l k r ' J a m a S e x t m g U K l a ' s i e n i p r e -dispuesta á es- que vino se bebía.
—¡Vende sal y especias y déjanos á nosotros en
Había, sin embargo, semanas durante las cua- paz!—respoudió Macqueron, molestado por aque-
les vivían en paz; y precisamente en aquel mo- lla salida de tono habiendo gente delante.
mento Lengaigne entró con su hijo Víctor, un Jesucristo y Becú se echaron á reir. ¡Eh, bur-
muchacho muy alto y muy desgalichado, que de- guesa! Y le pidieron otro jarro de vino, que ella lea
bía entrar en quinta al año siguiente. Él, muy sirvió furiosa,aunque sin decir una palabra. Ellos
alto, con una cabecita pequeña colocada sobre unos dos estrujaban las cartas, las tiraban violentamen-
te encima de la mesa como si así quisieran pegarse
é insultarse. ¡Esa baza es mía! ¡Y esa mía! ¡Aho-
ra yo! proyecto pasaba por la callejuela en rápida pen-
diente que pasaba por entre las dos tabernas. Bas-
Lengaigne había ya untado de jabón la cara d
su parroquiano y lo había ya cogido por la punta taría con engancharla un poco, disminuir un poco
de la nariz para comenzar la operación del afeita- la pendiente y los terrenos del especiero, que cam-
do, cuando Lequeu, el maestro de escuela, abrió la biarían así de condiciones en seguida y valdrían
puerta. diez veces más.
f — S í — c o n t i n u ó — p a r e c e que el Gobierno es-
—¡Buenos días, señores!
pera, para ayudarnos resueltamente, á que vote-
Y se quedó de pie, silencioso, delante de la chi-
menea, calentándose los ríñones, en tanto que el mos por algo ¿No es verdad que t ú sabes algo
joven Víctor, colocado detrás de los jugadores, se- de eso?
guía absorto y con el mayor interés los incidentes Lengaigne, que era concejal, pero no poseía ni
del juego. siquiera un jardinillo detrás de su casa, respondió:
—¡A mí me tiene sin cuidado! ¿Qué me im-
—A propósito—replicó Maequeron, aprovechan^
porta ese camino, ni la carretera, ni nada?
do un minuto eu que Lengaigne limpiaba la na-
vaja en un trapillo que le había puesto en el hom- Y emprendiéndola con la otra mejilla de su pa-
bro—el señor Hourdeqnin, ahora poco, antes de rroquiano, á quien raspaba con la navaja de afei-
que entráramos e$ta mañana en misa, me ha vuelto tar como si la estuviera pasando por un pellejo,
á hablar del camino..... Seria necesario decidirse. empezó á hablar mal de la granja, ¡ A h ! los mal-
Se trataba del famoso camino vecinal entre Rog- ditos burgueses de ahora son peores que los seño-
Cíwlteauduu, que acortaría la distancia en- res feudales de otros tiempos; ¡sí, se habían
tre los dos puntos lo menos en dos leguas, por- quedado con todo al repartir, no hacían las leyes
que ahora los carruajes tenían necesidad de dar más que para sí propios, y sólo vivían de la mise-
la vuelta por Cío jes. Naturalmente, p a r a l a granja r i a de los pobres! Todos le escuchaban inquietos,
era de un grandísimo interés esta nueva vía, y el pero satisfechos en el fondo de que se atreviese á
alcalde, por conquistar los votos del Ayunta- hablar de aquella manera, exponiendo el odio se-
miento, contaba con el secretario, que tambíéu se cular indomable del campesino contra los posee-
hallaba interesado en que se le diera al asunto dores de la tierra.
una pronta solución. Se trataba, en efecto, dé unir —Gracias á que estamos aquí solos—murmuro
el camino con la carretera general, lo cual facili- Maequeron lanzando una mirada iuquieta al maes-
taría á los carruajes el acceso á la iglesia, á la tro de escuela.—Yo soy amigo del Gobierno... .
cual no se podía llegar ahora más que por vere- y de nuestro diputado el señor de Chedeville, que
das y senderos que ¡ ,: ocian hechos para que tre- según parece es muy partidario del Emperador
pasen las cabras, y precisamente el trazado en Al oír esto Lengaigne agitó furiosamente su
navaja de afeitar.
— ¡Otro que tal! ¡Buen pájaro! Pues qué,un
sígnación sonriente. Y~se pusieron otra vez á jugar
ricacho como él, que posee m á s de mil hectáreas
fraternalmente. . ,
por la parte de Orgeres, ¿no debía regalárnoslas
Macqueron, á quien la indiferencia atectada del
para que hiciésemos el cárnico, en vez de sacarle
el dinero al Ayuntamiento? ¡Mal bicho! maestro de escuela turbaba, acabó por pregun-
Pero el especiero, aterrado aquella vez, pro- tarle:
testó. Y vos, señor Lequeu, ¿qué decís?
— N o , no, es muy honrado y muy poco or- Lequeu, que se estaba calentando las manos en
gulloso Sin él no habrías tú tenido tu despacho el cañón dé la estufarse sonrió agriamente como
de tabaco. ¿Qué dirías si te lo volvieran á tomar? nn hombre superior á quien su posición impone
Calmado de pronto, Lengaigne siguió arañán- el silencio.
dole la barba. Había ido demasiado lejos; su mu- —Yo no digo nada, no me importa.
jer tenía razón al decirle que sus ideas le darían Entonces Macqueron fué á meter su cara en
alguna mala vuelta. Oyese entonces una disputa un lebrillo lleno de agua, y dijo mientras se se-
entre Becú y Jesucristo. E l primero tenía mal caba:
vino y le daba por pelarse, mientras el segundo, —Pues bien, escuchad esto: yo quiero iiaeer
que era un ganapán terrible cuando estaba en ayu- alguna cosa Sí, voto á y si se resuelve lo
nas, se iba enterneciendo m á s á cada vaso devino, y del camino, doy m i terreno por nada.
cuando estaba borracho parecía un apóstol. A esto Aquella declaración dejó á todos estupefactos.
había que añadir su diferencia radical de opinio- Hasta Jesucristo y Becú, á pesar de su borra-
nes; el cazador furtivo, republicano ó rojo como chera, levantaron la cabeza. Reinó el silencio, y
se decía, se vanagloriaba de haber, en 1848, en se le miró como si de pronto se hubiera vuelto
Cloyes, hecho bailar el rigodón á los burgueses; loco; y él, estimulado p o r el efecto producido y
el guarda campestre, de un bonapartismo feroz, con las manos temblorosas, prosiguió:
adoraba al Emperador, á quien pretendía conocer. Habrá una media tahulla ¡Lo dicho!
— ¡ Y o te juro que si! Hemos comido juntos • Lengaigne se marchó con su hijo Víctor, exas-
una ensalada de arenques. Y entonces me dijo: p e r a d o por aquélla prodigalidad de su vecino; la
« Ni una palabra; soy el emperador » Lo reco- tierra no le costaba casi nada; bastante había
nocí bien por haber visto su retrato en las monedas. robado. Macqueron, á pesar del frío, cogió su f u -
—¡Un canalla completo, que pega á su mujer sil y salió á ver si tropezaba un conejo ^que ha-
y que no ha querido jamás á su madre! bía apercibido el día antes en su viña. No quedó
—¡Cállate, ó te rompo la cabeza! nadie más que Lequeu, que pasaba allí los
Hubo que quitar de las manos á Becú el vaso mingos sin beber nada, y los dos
que levantaba, mientras que Jesucristo, con los pederaidos, con la nariz metida
Pasaron dos horas, durante las cuales entraron mada, además de los pobres viejos muebles y de
y se volvieron á marchar otros campesinos. los utensilios gastados por la limpieza, había una
A eso de las cinco, una mano brutal empujó la hoja de papel blanco, un tintero y uua pluma en
puerta y apareció Buteau. seguido de J u a n . Desde la mesa al lado del medidor y cerca de uu som-
que vió á Jesucristo, gritó: brero negro, monumental, casi rojo ya después de
—Habría apostado cien sueldos ¿ E s que te recibir durante diez años la lluvia y el sol. Caía la
estás burlando? Estamos esperándote. noche, y por la estrecha ventana penetraba una luz
Pero' el borracho eoutestó: ^ dudosa que daba al sombrero un relieve extraordi-
—¡Está bueno esto! Soy yo quien te espera- nario con sus alas caídas y su forma de urna.
ba..... desde esta mañana. Pero Grosbois, siempre en su negocio á pesar
Buteau se había detenido en la Borderie, donde de su borrachera, dijo:
Santiaguilla, á la que desde los quince años tum- —Ya estamos todos Os decía que el acta está
baba entre los trigos y sobre los montones de preparada. Ayer he pasado por la casa del señor
paja, lo había retenido para comer unos asados Baillehache, que me la ha enseñado. Solamente es-
con Juau. Habiendo ido á almorzar á CJoyes tán en blanco los números de los lotes á continua-
Honrdeqnin, al salir de la misa, los muchachos, ción de vuestros nombres Vamos á arreglar
que habían vuelto solos, no habían podido encon- esto, y el notario no tendrá más que inscribirlos,
trarse á sus anchas hasta muy tarde. para que podáis firmar el acta el sábado.
Becú decía que él pagaba los ciuco litros, pero Irguióse un poco alzando la voz.
que había que continuar la partida; mientras que —Vamos, voy á preparar los billetes.
Jesucristo, que se había levantado con trabajo Con un brusco movimiento aproximáronse los
de la silla, seguía á su hermano, riendo solo y con hijos, sin tratar de ocultar su desconfianza. Vigi-
los ojos anegados en dulce expresión. lábanle, estudiaban sus menores gestos, como si
—Espera allá—dijo Buteau á Juan—y dentro fuera un prestidigitador capaz de escamotearles
de media hora búscame Ya sabes que comes sus partes en la herencia. Grosbois, cou sus tem-
conmigo en casa del padre. blorosas manos de borracho, había cortado en tres
E n casa de los Fouan, cuando los dos hermanos pedazos la hoja de papel; luego en cada pedazo
entraron en la sala, estaban ya todos reunidos. El escribía uua cifra, 1, 2, 3, muy marcada, y por
padre en pie con la cabeza baja; la madre sentada encima de sus hombros todos seguían la pítima;
cerca de la mesa del centro, bacía media; enfrente hasta el padre y la madre inclinaban la cabeza,
II i ! de ella Grosbois, había comido y bebido tanto, que satisfechos de asegurarse de que no había trampa
estaba medio dormido, mientras que más lejos, en J posible. Las papeletas fueron dobladas lentamente
rari y echadas en el sombrero. Reinó un silencio so-
dos sillas bajas, Fanny y Delhomme esperaban pa-
i cientemente. Y ¡cosa rara! en aquella pieza: ahu- lemne.
LA T I E R R A . 85

—Si creéis que acepto, os equivocáis El ter-


cer lote, ¿no es esto? ¡El malo! Bien claro os he
Al cabo de dos minutos Grosbois dijo: dicho que yo quería partir de otro modo. ¡No, uo!
—Hay que decidirse ¿ Quién de vosotros co- Os borláis de mí ¿Creéis que no veo claro eu
mienza? vuestras maniobras? ¿No era el más joven el que
Nadie se movió. Las sombras iban siendo cada debía sacar el primero? No, yo no la saco.
vez más densas, y en ellas el sombrero parecía El padre y la madre le miraban gesticular con
crecer. pies y manos.
—Por orden de edades, ¿queréis?—propuso el —¡ Pobre hijo! f e vuelves loco—dijo Bosa.
medidor.—Tú, Jesucristo, tú eres el mayor. —¡Oh, madre! bien sé que jamás me habéis
Jesucristo avanzó dócilmeute, pero perdió el querido. Seríais capaz de arrancarme la piel para
equilibrio y tuvo que apoyarse. Había metido la dársela á mi hermano
mano en el sombrero con un esfuerzo violento Fouan le interrumpió duramente.
como para retirar una gran piedra. Cuando cogió . —¡Basta de tonterías, hein! ¿La sacas, sí ó no?
la papeleta, acercóse á la ventana. —Quiero que se comience otra vez.
—¡Dos!—esclamó, encontrando sin duda muy Pero hubo una protesta general. Jesucristo y
graciosa aquella cifra, porque soltó la carcajada. Fanny apretaban sus papeletas como si alguien
—Ahora tú, Fanny—dijo Grosbois. tratara de quitárselas. Delhomme declaraba que el
Cuando Fanny tuvo la mano en el fondo, no se sorteo se habí» hecho honradamente, y Grosbois,
apresuró mucho. Movía las papeletas, las palpaba muy ofendido, hablaba de irse si se sospechaba de
y parecía querer pesarlas. su buena fe.
— E s t á prohibido escoger—dijo furiosamente —Entonces quiero que padre aflada á mi parte
Buteau, que había palidecido al escuchar el nú- mil francos.
mero sacado por su hermano. El viejo, aturdido un momento, irguióse y se
—¿Y por qué? no miro, y bien puedo tocar. adelantó terrible.
—¡Bah!—murmuró el padre.—Tan pesado es —¿Qué es lo que dices? ¿Quieres asesinarme,
uu papel como otro. . mal bicho? Auuque derribaran la casa no se en-
Al fin se decidió Fanny v corrió á la ventana. contraría nada. ¡Toma la papeleta, ó no tendrás
—¡Uno! nada!
—El tres es de Buteau—añadió Fouan.—Sá- Buteau, muy duro de cabeza, no retrocedió ante
calo, hijo mío. la ira de su padre.
En la creciente obscuridad no se había podido —¡No!
ver la descomposición del rostro del joven. Su voz Yolvió á reinar uu embarazoso silencio. Ahora
estalló colérica: estorbaba el enorme sombrero con aquella pape-
—¡Jamás!
—¡Cómo!
leta que nadie quería coger. Y el viejo gravemen-
t e la sacó y fué á la ventana á leerla. Pero J u a n les dió esperanzas; la partición de-
—¡Tres!.... Tú tienes el tercer lote, ¿oyes? E l bía estar concluida, y ya se arreglaría lo demás.
a c t a está preparada, y el señor Baillehache no cam- Luego, cuando él les dijo que comía con los vie-
biará nada Y pues que duermes aquí, te doy la jos, Francisca añadió al marcharse:
noche para reflexionar...., E a , esto se ha acabado; 1—¡Ah, bueno! os volveremos á ver en seguida.
no hablemos más. Iremos á la velada.
Buteau, envuelto en las sombras, no contestó. É l las vio perderse en la obscuridad. L a nieve
Los demás aprobaron, mientras que la m a d r e se iba espesando, y sus faldas unidas parecían irse
decidió al fin áeneender una luz para poner la mesa. ocultando tras u n velo blanco.
E n aquel momento, J u a n , que venía á reunirse
con s u compañero, apercibió dos sombras enlaza-
das , m i r a n d o desde la calle lo que hacían en casa V.
de los Fouan. Comenzaba á nevar.
— ¡ O h ! señor J u a n — d i j o u n a voz d u l c e — n o s Á las siete, después de l a comida, los F o u a n ,
habéis asustado. Buteau y J u a n habían ido al establo á reunirse
Entonces él reconoció á Francisca, muy arre- con las dos vacas que Rosa debía vender. Aque-
batada. Estrechábase contra su h e r m a n a E l i s a , llos animales, atados en el fondo, caldeaban aquel
pasándole un brazo por la cintura y apoyando l a espacio cerrado con el fuerte Vaho que despedían,
cabeza en su hombro. Las dos hermanas se ado- mientras que la cocina, con los tres tizones de
r a b a n , y siempre se las encontraba j u n t a s de cocer el puchero, estaba muy fría con las precoces
aquel modo. Elisa, más alta, con su aspecto a g r a - heladas de Noviembre. E n invierno pasaban allí
dable, á pesar de sus pronunciadas facciones y las veladas m u y calientes, sin otro trabajo que
del incipiente abultamiento de toda su persona, traer una pequeña mesa y una docena de sillas.
parecía gozosa en la desgracia. Cada vecino traía la luz cuando le tocaba, y es-
— ¿ E s p i a b a i s ? — p r e g u n t ó J u a n alegremente. pesas sombras danzaban á lo largo de las desnu-
—¡Diablo!—eontestó ella sin ocultarlo—creo das paredes, ennegrecidas por e l polvo y llenas
que me interesa lo que sucede ahí dentro..... Saber de telas de a r a ñ a ; pero se estaba muy bien allí
si esto decidirá á Buteau. en aquella atmósfera que formaban los tibios
Francisca, con un gesto cariñoso, puso su mano alientos de las bestias.
en el vientre inflado de su hermana. La Grande llegó la primera con su media. ¡ J a -
—¡Si está esto permitido!... ¡El cochino!... Aca- más llevaba l u z , abusando de su e d a d , que la
so cuando tenga sus tierras pretenderá una m u - hacía irresistible. E n seguida cogió el mejor sitio,
chacha más rica. acercándose la luz como para ella sola, á causa
de su mala vista. Dejó apoyada en la silla l a caña,

M
leta que nadie quería coger. Y el viejo gravemen-
t e la sacó y fué á la veo tan a á leerla. Pero J u a n les dió esperanzas; la partición de-
—¡Tres!.... Tú tienes el tercer lote, ¿oyes? El bía estar concluida, y ya se arreglaría lo demás.
acta está preparada, y el señor Baillehache no cam- Luego, cuando él les dijo que comía con los vie-
biará nada Y pues que duermes aquí, te doy la jos, Francisca añadió al marcharse:
noche para reflexionar...., Ea, esto se ha acabado; 1—¡Ah, bueno! os volveremos á ver en seguida.
no hablemos más. Iremos á la velada.
Buteau, envuelto en las sombras, no contestó. É l las vio perderse en la obscuridad. L a nieve
Los demás aprobaron, mientras que la madre se iba espesando, y sus faldas unidas parecían irse
decidió al fin áeneender una luz para poner la mesa. ocultando tras un velo blanco.
E n aquel momento, Juan, que venía á reunirse
con su compañero, apercibió dos sombras enlaza-
das , mirando desde la calle lo que hacían en casa V.
de los Fouan. Comenzaba á nevar.
—¡Oh! señor J u a n — d i j o una voz dulce—nos Á las siete, después de la comida, los Fouan,
habéis asustado. Buteau y J u a n habían ido al establo á reunirse
Entonces él reconoció á Francisca, muy arre- con las dos vacas que Bosa debía vender. Aque-
batada. Estrechábase contra su hermana Elisa, llos animales, atados en el fondo, caldeaban aquel
pasándole un brazo por la cintura y apoyando la espacio cerrado con el fuerte vaho que despedían,
cabeza en su hombro. Las dos hermanas se ado- mientras que la cocina, con los tres tizones de
r a b a n , y siempre se las encontraba j u n t a s de cocer el puchero, estaba muy fría con las precoces
aquel modo. Elisa, más alta, con su aspecto agra- heladas de Noviembre. En invierno pasaban allí
dable, á pesar de sus pronunciadas facciones y las veladas muy calientes, sin otro trabajo que
del incipiente abultamiento de toda su persona, traer una pequeña mesa y una docena de sillas.
parecía gozosa en la desgracia. Cada vecino traía la luz cuando le tocaba, y es-
—¿Espiabais?—preguntó J u a n alegremente. pesas sombras danzaban á lo largo de las desnu-
—¡Diablo!—contestó ella sin ocultarlo—creo das paredes, ennegrecidas por el- polvo y llenas
que me interesa lo que sucede ahí dentro..... Saber de telas de araña; pero se estaba muy bien allí
si esto decidirá á Buteau. en aquella atmósfera que formaban los tibios
Francisca, con uu gesto cariñoso, puso su mano alientos de las bestias.
en el vientre inflado de su hermana. La Grande llegó la primera con su media. ¡Ja-
—¡Si está esto permitido!... ¡El cochino!... Aca- más llevaba luz, abusando de su edad, que la
so cuando tenga sus tierras pretenderá una mu- hacía irresistible. En seguida cogió el mejor sitio,
chacha más rica. acercándose la luz como para ella sola, á causa
de su mala vista. Dejó apoyada en la silla la caña,

M
lario, tambaleándose sobre sus piernas torcidas.
que no abandonaba nunca. Sobre los pelos eriza-
Apenas podía hablar con su lengua estropajosa, y
dos de su cabeza de pajarraco, brillaban algunos,
tenía el aire caduco á pesar de sus veinte años.
copos de nieve. Se había vuelto malo , rabioso, porque no podía
—¿Nieva?—-preguntó Rosa. correr y coger á los pilluelos que le perseguían.
—Nieva—contestó con su seco acento. Acababan "de tirarle pelotazos de nieve.
Y se puso en seguida á su labor, apretando los — ¡El embustero !—dijo la Trouille con aire de
delgados labios, avara de palabras, después de inocencia.—Él es quien me ha mordido el dedo,
haber echado sobre J u a n y sobre Buteau una mi- mirad!
rada penetrante. Hilario parecía que se iba á ahogar ; mientras
Los demás fueron llegando después : primero que Pal mira le calmaba, él se secaba da cara con
F a n n y , que se había hecho acompañar por su hijo un pañuelo, llamándola su pequeña.
Ernesto, pues Delhomme no venía jamás á las ve- — ¡ E a , basta! acabó por decir Fonan. Tú de-
l a d a s ; y casi en seguida Elisa y Francisca, que bías prohibirle que te siguiera. Siéntate al menos,
sacudieron riendo la nieve de que venían cubier- ¡ que se esté quieto!.... ¡Y t ú , cochina, cállate! Os
tas. Pero la vista de Buteau hizo enrojecer lige- voy á coger por las (Trejas y á llevaros á casa de
ramente á la primera. É l la miraba tranquila- vuestros padres.
mente : Pero como el enfermo continuaba berreando,
¿Cómo vamos, Elisa, desde que no nos he- querieudo tener razón, la Grande, cuyos ojos fla-
mos visto? meaban, cogió su caña y dió con ella un golpe tan
—-Begular, gracias. fuerte en la mesa, que hizo saltar á todo el mun-
— Y a m o s , tanto mejor. do. Palmira é Hilario, aterrados, no se movieron.
Pal mira durante aquel tiempo se había desli- Comenzó la velada. Las mujeres alrededor de
zado furtivamente por la puerta entreabierta; en- la luz hacían media y cosían, casi sin mirar su
cogióse, y colocábase lo más lejos posible de su j labor. Los hombres detrás fumaban lentamente,
abuela,'la terrible Grande, cuando un gran roído hablando poco, mientras que en un rincón los ni-
que venia de la calle la hizo volverse. E r a n bra- ñós jugaban sofocando sus risas.
midos de furor, llantos y risas. Algunas veces contaban cuentos : el del Cochi-
— ¡Ah! los malditos chicos; todavía van detrás no negro que guardaba un tesoro, una llave roja
de él—exclamó. en el gaznate, ó el dé la Bestia de Orleans, que
A b r i ó l a puerta de pronto, y furiosa como una tenía rostro de hombre, alas de murciélago, crines
leona, salvó á su hermano Hilario de entre las que le arrastraban, dos cuernos, dos rabos, el uno
manos de la Trouille, de Delfín y de Ernesto. Este- para cogerla y el otro para matarla ; aquel mons-
último acababa de reunirse á los otros dos que mar- truo se había comido á un viajero en Rouen, dol
tirizaban al enfermo. Sofocado y lloroso entró HI-
cual no había dejado más que el sombrero y las traban al asalto echando abajo las puertas. Así
botas. Otras veces contaban historias intermina- que llegaba la noche, como los lobos, salían del
bles de lobos, lobos voraces que durante muchos bosque de Dourdan y de las cuevas donde se es-
siglos han devastado la Beauce. Antiguamente, condían, y con las sombras esparcían el terror
cuando la Beauce, hoy desnuda y pelada, conser- por las granjas de la Beauce, de Etampes á Cha-
vaba de sus bosques primitivos algunos grupos teauduu, de Chartres á Orleans. Entre sus atro-
de árboles, innumerables bandadas de lobos, agui- cidades legendarias, la que se recordaba con más
joneados por el hambre, salían en invierno á ata- frecuencia en Bognes era el saqueo de la granja
car á los rebaños. Devoraban niños y mujeres. Y de Millonard, distante algunas leguas tan sólo, en
los viejos del país recordaban que en las grandes el cantón de Orgeres. E l Bello-Prancisco, el céle-
nevadas los lobos llegaban hasta las poblaciones; bre jefe, el sucesor de F l o r de Espino, llevaba
en Cloyes se les oía aullar en la plaza de San aquella noche con él al Bojo de Auneau, su te-
J o r g e ; en Bognes husmeaban por las puertas mal niente, el Gran-Dragón, Bretón Culo-seco, Lon-
cerradas de los establos. Luego se sucedían las jumeau, Cuatro-dedos y cincuenta más, todos con
mismas anécdotas; el molinero sorprendido por la cara tiznada. Encerraron en la cueva á las gen-
cinco lobados, que les hizo huir encendiendo una tes de la granja, los criados, los carreteros, el pas-
cerilla; la niña que un lobo siguió al galope du- tor, á bayonetazos; en seguida «calentaron» a l
rante dos leguas, y que fué comida al llegar á su dueño de la granja, al tío Fousset, con el que se
puerta, cuando cayó; y otras y otras leyendas de habían quedado. Cuando le tuvieron colocados los
hombres convertidos en animales, saltando sobre pies muy cerca de las brasas de la chimenea, pe-
los hombros de los caminantes retrasados, forzán- garon fuego con pajas á su barba y á todos los pe-
dolos á correr hasta morir. los de su cuerpo; luego le taladraron los piés con
Pero lo que hacía estremecer á las mujeres que un cuchillo para que penetraran mejor las llamas.
acudían á la velada, y las hacía correr llenas de Habiéndose decidido al fin el viejo á decir dónde
miedo, eran los crímenes délos incendiarios, de la tenia su dinero, lo dejaron y se llevaron un botín
famosa banda de Orgeres, que después de sesenta considerable. Fousset, que había tenido alientos
años,.su nombre aun ponía miedo en toda la co- para arrastrarse hasta una casa vecina, no murió
marca. Eran muchos centenares, rateros de ca- hasta más tarde. E invariablemente el relato ter-
minos, mendigos, desertores, fingidos vendedores, minaba por el proceso y la ejecucióu en Chartres,
hombres, niños, mujeres qáe vivían de robos y de de la banda de los incendiarios, vendida por el
asesinatos; descendían de las compañías armadas Borgne-de-Jouy; un proceso monstruo, cuya ins-
y disciplinadas del antiguo brigandaje, aprove- trucción duró diez y ocho meses, y durante el cual
chando los trastornos de la revolución, haciendo murieron sesenta y cuatro procesados en la prisión,
en regla el sitio de las casas aisladas, donde en- de una peste producida por su suciedad; un pro-
ceso que presentó ante el Tribunal ciento quince — L a cosa no es buena—replicó Rosa;—¡no, no
acusados, treinta y tres contumaces, que le bizo es buena para nadie!
proponer al Jurado siete mil ochocientas pregun- ' — ¡ A h ! ¡la guerra!—murmuró Fouan;—¡hace
t a s , y que terminó con veintitrés sentencias de mucho daño! ¡Es la muerte de la agricultura!
muerte. La noche de la ejecución, repartiéndose j Sí, cuando los muchachos se van, se pierden los
los despojos de los ajusticiados sobre el cadalso mejores brazos y pronto se echa de ver; cuando
lleno de sangre, los verdugos de Chartres y de vuelven, ¡qué demonios! están cansados y han per-
Dreux llegaron á las manos. dido la afición al trabajo ¡ Mejor es que venga
Fonan, á propósito de un asesinato que se había el cólera que la guerra!
cometido hacia Fauville, contó una vez más las Fanny dejó de hacer media.
abominaciones de la granja de Millonard, y estaba —Yo—declaró ella—yo no quiero que se vaya
en el punto de la defensa quede sí mismo compuso Ernesto E l Sr. Baillehache nos h a explicado
en la prisión el Rojo de Auneau, cuando unos la máquina esa que parece una lotería; se reúnen
extraños ruidos que venían de la calle, y pasos, varios, cada uno deposita en las manos de él una
golpes y juramentos llenaron de espanto á las mu- cantidad determinada, y los que sacau la suerte
jeres. Pálidas, aplicaban el oído, con el miedo de son redimidos.
ver entrar al asalto una oleada de hombres. Buteau — P a r a eso es menester ser rico—dijo secamen-
fué valerosamente á abrir la puerta. te la Grande.
—¡Quién va!
Pero Becú, que había cogido algunas palabras
Y vieron á Becú y á Jesucristo, que á consecuen-
cia de una disputa con Macqueron acababan de sa- al vuelo, exclamó:
* — ¡ L a guerra! ¡Canastos! ¡En ella es donde
lí* de la taberna, llevándose las cartas y una luz ge hacen los hombres! Eso no puede saberlo
para ir á concluir la partida en otra parte. Estaban nadie que no haya estado en campaña. No hay
tan borrachos, que todos se echaron á reir. cosa mejor que andar á tiros allá abajo ¡con
— E n t r a d en seguida y sed prudentes—dijo Rosa^ los moros!
sonriendo al ganapán de su hijo.—Vuestros hijos ; Y entornó el ojo izquierdo, en tanto que Jesu-
están aquí y os los llevaréis vosotros. cristo sonreía con aire de inteligencia. Los dos
Jesucristo y Becú se sentaron en el suelo, cerca habían hecho las campañas de Africa; el guarda
de las vacas; pusieron la luz entre ambos y con- de campo, desde los primeros tiempos de la con-
tinuaron. Pero la conversación se había cortado y quista; 1 el otro, algo más tarde, con motivo de las
comenzaron á hablar de los muchachos del país últimas insurrecciones de la morisma. Así es que,
que entraban en quinta en Febrero: Víctor Len- ápesar de las .diferencias de esas dos épocas, am-
gaigue y otros dos. Las mujeres se habían puesto bos tenían recuerdos comunes, orejas de beduinos
tristes. cortadas y hechas picadillo, beduinos embadurna-
dos de aceite, pinchados y amputados por todas en su tierra, lo mismo que cualquiera de aquellos
partes y tapados todos los agujeros de su cuerpo. árboles que estaba viendo toda su vida. Se había
Jesucristo contaba una historia que hacía reventar puesto de pie y las mujeres lo miraban.
de risa á todos los labriegos: la de una mujer muy —¡Cuando vuelven del servicio, vienen todos tan
alta, muy fea, amarilla como un limón, á la cual flacos!—se atrevió á decir Elisa.
habían hecho correr desnuda por todo el campa- —Y vos, Caporal, ¿habéis estado muy lejos? —
mento con una pluma clavada en el ano. preguntó la vieja -Rosa.
—¡Voto á bríos!—replicó Becú dirigiéndose á Juan estaba fumando en silencio, como mucha-
Fanny:—¿es que queréis que Ernesto se convierta cho reflexivo y juicioso que prefiere oir á charlar.
en una mujer? ¡Lo que es yo no tardaré mucho Se quitó lentamente la pipa de la boca.
en mandar á mi Delfín á su regimiento! —Sí, bastante, bastante lejos No en Crimea,
Los chicos habían dejado de j u g a r ; Delfín, le- sin embargo. Estábamos á punto de marcharnos
vantando su robusta y redonda cabeza, cuando tomaron á Sebastopol Pero luego en
—¡No!—dijo enérgicamente y con aceuto de Italia
terquedad. — ¿ Y qué es Italia?
— ¡ E h ! ¿qué es lo que dices? ¡yo te enseñaré á La pregunta pareció sorprenderle; vaciló, avi-
ser valiente, bribón, mal francés! vando sus recuerdos.
—No quiero irme del pueblo. —Pues Italia es una tierra como la nuestra.
Ya levantaba el guarda de campo la mano para Hay labranza y bosqaes y ríos Por todas par-
pegarle, cuando Buteau le detuvo. tes es lo mismo.
—¡Deja en paz á ese chico! Tiene razón — ¿ D e modo que os habéis batido mucho?
¿Acaso lo necesitan? Hay otros que vayan..... ¡Pues — ¡Ah! sí, muchísimo.
no parece sino que viene uno al mundo para aban- Se había puesto otra vez á chupar su pipa y no
donar su tierra é ir á que le rompan á uno el alma se apresuraba para hablar; Francisca, que había
por esos mundos de Dios y á causa de una porción levantado la cabeza, estaba con la boca entre-
de tonterías que nada le importan á uno! Yo no abierta preparándose á escuchar una historia in-
he salido del pueblo en mi vida, y maldita la falta teresante. Verdad es que despertaba la atención y
que me hace. el interés de todas; hasta la Grande pegó un palo
E n efecto, había sacado en la quinta un número en la silla que tenía más cerca para hacer que ca-
alto; era un verdadero labrador atado á la tierra y llase Hilario, que chillaba porque la Trouille ba-
á la labranza, sin conocer más poblaciones que hía inventado el juego de clavarle un alfiler en el
Orleans y Chartres, sin haber visto nada más allá brazo como para entretenerse.
del monótono horizonte de la Beauce. Y parecía — E n Solferino apretaron bien, y eso que llovía,
estar orgulloso por ello, orgulloso de haber crecido que llovía mucho Yo estaba hecho una sopa;
el agua me entraba por el cuello y me salía por leres en los muslos de Hilario, y las cosas hubie-
los pies.,... ¡ Y a , ya, bien se puede decir que nos ran acabado mal seguramente, si la vela de Jesu-
mojamos de lo lindo aquel dia! cristo y de Becú, que dormitaban sobre los naipes,
Seguían esperando á que dijese algo, pero él ca- no hubiese servido para encender la o t r a , á pesar
llaba; aquello era todo lo que babía visto de la de su largo pábilo. Azorada, por la torpeza, Pal-
batalla. Al cabo de un momento replicó con acento: mira temblaba como una chiquilla que teme que
convencido y razonable: le peguen.
—¡Qué demonio! la guerra no es eosa tan difí- —Vamos á ver—dijo Fouan—¿quién va á leer-
cil como se cree! Le toca á uno la suerte, ¿no nos un poco de esto para acabar la velada?..... Ca-
es verdad ? Pues no tiene uno más remedio que poral, vos debéis leer muy bien lo impreso.
cumplir con su deber. Yo dejé el servicio porque Había ido á buscar un librejo pequeño y gra-
me gustan más otras cosas. Pero de todos modos, sicnto, uno de esos libros de propaganda bonapar-
el ser soldado no es malo cuando uno no está con- tista, con los cuales había inundado el Imperio
tento con su oficio ó cuando el enemigo viene á toda la campiña de Francia. Aquél, que había lle-
fastidiarnos dentro de Francia. gado al pueblo no se sabe cómo, era un ataque
—Sí; pero en todo caso cada uno debía defender violento contra el antiguo régimen, una historia
su casa y nada más-—añadió entonces el tío Fouan.. dramatizada del campesino antes y después de la
Volvió á reinar el silencio. Hacía mucho calor, revolución, un libro que llevaba este título: Las
un calor húmedo y vivo, acentuado por el fuerte desdichas y el triunfo de Jaime, el pobre hombre*
olor del estiércol. U n a de las dos vacas, que se ha- J u a n había cogido el libro, y en seguida sin ha-
bía puesto de pie, empezó á estercolar, y se oyó.; cerse rogar, se puso á leer con voz monótona y
el ruido dulce y rítmico de las boñigas cayendo al fastidiosa, como colegial que no se cuida de la
suelo. De la obscuridad de las tablas bajaba el pronunciación. Todos le escucharon con religiosa
cri-cri melancólico de un grillo; en tanto que á lo atención.
largo de las paredes los dedos de las mujeres, Primero sé trataba del galo libre reducido á la
movidos con rapidez activando la labor de sus esclavitud por los romanos, luego conquistado por
agujas de hacer media, parecían estar haciendo los francos, que de esclavos los convirtieron en
correr las patas de unas arañas gigantescas en siervos, fundando el feudalismo. Y comenzaba el
medio de aquella densa obscuridad. largo martirio de Jaime, el pobre hombfe, del tra-
Pero Paímira, que había cogido las despabila- bajador del campo, explotado, exterminado du-
deras para despabilar la vela, lo hizo tan mal, que rante siglos y siglos. E n tanto que el pueblo de
la apagó. las ciudades se sublevaba, fundando el municipio,
Entonces empezaron los clamores de todas cla- obteniendo el derecho de ciudadanía, el campesino
ses; las muchachas reían, los chicos clavaban alfi- aislado, desposeído de todo y de sí propio, no .lie-
gaba sino rancho tiempo después á emanciparse, J el rey ó el señor desvalijaba las cahañas, quitaba
á comprar por su dinero la libertad de ser hom- los jergones y colchones de las camas, echaba á
bre; ¡y qué libertad tan ilusoria! el propietario los habitantes de su propia casa, expuestos á que
abrumado, ahogado por los impuestos de sangre descerrajaran puertas y ventanas si no seiba pron-
y de ruina; la propiedad puesta de continuo en li- J to. Pero la contribución odiada, aquella cuyo re-
tigio, gravada con tantas cargas y gabelas, que j cuerdo latía vivo en el fondo de las casuchas de
sólo-le dejaba guijarros que comer. || campo, era la gabela odiosa de la sal | aquel tari-
E n seguida comenzaba una terrible relación, j far las familias para que adquiriesen de grado ó
la de los impuestos que mataban al pobre. Nadie | por fuerza u n a cantidad de sal que les vendía el
podía formar la lista exacta y completa de ellos; i rey, todo aquel impuesto inicuo cuya arbitrariedad
pululaban; procedían á la vez del rey, del obispo y irritante sublevó á los franceses y ensangrentó la
del señor: tres aves de rapiña devorando con encar- j Francia.
nizamiento el mismo cuerpo; el rey tenía el censo, j i- Mi padre—interrumpió F o u a n — h a conocido
el obispo el diezmo, el señor marcaba impuestos | la sal á diez y ocho sueldos la libra ¡Ah! ¡aque-
á todo, hacía dinero con todo. Nada era del c a m - J llos tiempos eran malos!
pesino, ni la tierra, ni el agua, ni la lumbre, ni ; Jesucristo sonreía con aire burlón. Quiso insis-
siquiera el aire que respiraba. Tenía que pagar, | tir sobre los derechos de aquellos bribones, á I03
pagarlo todo, pagar siempre, toda su vida, pot'j cuales el librito no hacía más que una púdica alu-
nacer, por morirse, por contratar, por sus gana-^ sión.
dos, por su comercio, por sus placeres. Pagaba. — ¡ Y el derecho de pernada! ¿eh? ¡Palabra!
por aprovechar para sus tierras el agua de lluvia j el señor feudal metía la pierna en la cama de la
recogida en depósitos, pagaba por el polvo de las novia y la primer noche le metía
carreteras que las patas de sus carneros levanta- Hiciéronle callar; las muchachas, hasta la mis-
ban en verano, en tiempo de las grandes sequías. ma Elisa, á pesar de su abultado vientre, se pu-
E l que no podía pagar daba su cuerpo y su tiem-r sieron coloradas; en tanto que la Trouille y los dos
po, obligado á labrar, á sembrar, á podar las vi- galopines, con la nariz clavada en el suelo, se me-
ñas del señor feudal, á limpiar los fosos del cas- tían los puños en la boca para no soltar la carca-
tillo, á reparar y cuidar las carreteras y caminos, jada. Hilario, a t e n t o , con la boca abierta, no
y los impuestos en especie, y además la cuarta perdía una sola palabra, como si comprendiera lo
parte de sus cosechas en el molino, en el horno ó que oía,
en las paneras del señor; y el impuesto de vigi- Juan continuó leyendo. Ahora era la justicia,
lancia y de guarda, que se pagaba en dinero aun esa triple justicia del rey, del obispo y del señor,
después de la demolición de los castillos feudales; la que mataba á la pobre gente que ganaba el
y el derecho de alojamiento y lumbre, que al pas pan con el sudor de su rostro. Había el impuesto
100 EMILIO ZOÍ.A.
' ^ - i |

de consumos, el derecho escrito, y, por encima de —Las reses eran de quien sabía matarlas.
todo, el capricho y la razón del más fuerte. —¡Ay, Dios mío!—dijo liosa simplemente,dan-
N i n g u n a garantía, ningún recurso, el poder ab- do un gran suspiro.
soluto de la espada. A u n en los siglos siguientes, Todos tenían e l corazón en un p u ñ o ; acuella
cuando la equidad protestó contra tales enormi- lectura iba produciendo su efecto; cada cual se
dades, a u n entonces se compraron los impuestos; creía agobiado por el peso horrendo de aquellos
la justicia se vendió, y fué peor para la recluta de recuerdos. P o r lo mismo que no lo comprendían,
los ejércitos, para ese impuesto de sangre que du- todos se sentían con mayor malestar. Puesto que
r a n t e mucho tiempo gravitó sólo sobre los pobres todos aquellos horrores habían sucedido, tal vez
del campo; huían á los bosques, los cogían y los pudiesen volver con el tiempo.
llevaban atados con cadenas, á culatazos, y los —«¡Anda, anda, Jaime, el Pobrehombre—siguió
conducíau á las filas de los regimientos como bu- leyendo J u a n con su voz de colegial;—da el sudor
vieran podido conducirlos á presidio. E l ascenso de tu frente, da t u sangre, que todavía no h a lle-
á los grados superiores les estaba prohibido. Un gado el término de t u s desdichas!»
hijo de familia traficaba con mí regimiento como Y se presentaba, en efecto, el calvario del cam-
con otra mercancía cualquiera que le costara su pesino. Había sufrido por culpa de todos, de los
dinero; sacaba á subasta los grados inferiores y hombres, de los elementos y de sí mismo. E n
llevaba al resto de su ganado humano tranquila- tiempos del feudalismo , cuando los nobles iban á
mente al matadero. Luego le llegaba su turno á la guerra, lo cazaban, lo amarraban y se lo lleva-
l a contribución sobre la caza, esa contribución ban como botín. Cada guerra entre los nobles lo
odiosa que todavía eu nuestros tiempos, y á pesar, arruinaba cuando no lo asesinaba; quemaban su
de hallarse abolida, ha dejado un fermento de odio cabana y asolaban sus tierras. Después habían
en el corazón de la gente campesina. L a caza es venido las grandes compañías, el peor d é l o s azo-
la antigua prerrogativa feudal que autorizaba al tes que han sacrificado nuestros Campos, esas b a n -
señor para cazar por todas partes, y que castigaba dadas de aventureros asalariados, unas veces por
con la muerte al vasallo bastante audaz para ca- Francia, otras veces contra Francia, que marca-
zar en su propia casa; es el animal libre, el pá- ban su paso con el hierro y el fuego y dejaban
jaro libre enjaulado bajo el azul del cielo para el detrás de sí la tierra desnuda. Si las ciudades se
placer de un hombre soló; eran los campos des- libraban, gracias á las murallas, los pueblos se
trozados por la caza sin que nadie pudiese matar - veían barridos por aquella especie de locura de
ninguno de aquellos animales. muerte qne traía el siglo consigo. Porque h a habi-
—Eso se comprende—murmuró Becó. do siglos rojos, siglos en que nuestras campiñas
Pero Jesucristo había puesto oído al sulvertir que | no han dejado de clamar de dolor por las mujeres
se ocupaban de la caza, y dijo con acento burlón:* violadas, los niños asesinados y los hombres ahor-
de repente á la garganta de sus amos como un
cados. Luego, cuando la guerra concluía, los agen-
animal domesticado aherrojado y castigado sin
tes del rey bastaban para el continuo tormento
piedad. Siempre, de siglo en siglo, estalla la mis-
de la pobre gente; porque el número y el peso de
ma exasperación, y los labradores, cuando ya no les
los impuestos, con ser tanto, no eran nada aliado
queda más que morir, se arman con sus hoces y
de la brutal manera de hacerlos efectivos, exigido,
sus horquillas para revolverse contra las injusti-
por fuerza armada que cobraba él dinero del fisco
cias que les matan. Esos fueron los heróicos cris-
como se cóbra una contribución de guerra, tanto
tianos de las antiguas Galias, ésos los pastores del
que casi nada de ese dinero entraba en las arcas
tiempo de las Cruzadas, ésos los descamisados que
del Estado, porque era robado en el camino, de-
en época menos remota persiguieron sin piedad á
jando parte en cada una de las manos por que-
los nobles y á los soldados del rey. Después de
pasaba. En seguida venía el h a m b r e ; la imbécil
cuatrocientos años, el grito de dolor y de rabia de
tiranía de las leyes paralizaba el comercio, impe-
la gente de campo oíase por las campiñas devas-
día la libre venta de los granos, determinaba cada
tadas y hacía temblar á los amos en el interior de
diez años terribles temporadas de hambre, unas
sus castillos fortificados. ¿Y si se enfadasen otra
veces por excesivo calor, otras por las prolongadas
vez, ellos que son los más numerosos, y si recla-
lluvias que parecían castigos de Dios: una tempes-
masen al fin la parte que les corresponde? ¡Y la
tad que aumentara el caudal dé aguas de un río,-
antigua visión galopa, diablos medio desnudos,
una primavera sin lluvia, la más pequeña nube,
cubiertos con harapos, locos de brutalidad y de de-
el menor rayo de sol excesivo que comprometiese
seos, arruinándolo, exterminándolo, como los han
las cosechas, se llevaba millones de hombres al
arruinado y exterminado á ellos, violando á su vez
'otro mundo. Y fatalmente, después de las guerras,
á las mujeres de los otros!
después de las h a m b r e s , se declaraban las -epide-
mias y mataban á los que la espada y el hambre;, —«Calma tus cóleras , hombre del campo—pro-
habían dejado en pie. siguió leyendo Juan—porque la hora de tu triun-
fo sonará bien pronto en el reloj de la historia »
Entonces, cuando ya sufría demasiado, Jaime,
í; Buteau se había encogido bruscamente de hom-
el Pobrehombre, se sublevaba. Tenía detrás de sí
bros: ¡buen negocio rebelarse! ¡sí, para que os
- siglos de miedo y de resignación, las espaldas en-
prendan los gendarmes! Todos, por otra parte,
durecidas por los golpes , el corazón tan destroza-1
desde que el librillo contaba las rebeliones de SU3
do que no sentía ya su bajeza. Se le podía vejar
antepasados, escuchaban con la vista baja, sin
durante mucho tiempo, tenerlo hambriento, robár-
hacer un gesto, llenos de desconfianza. Aquellas
selo todo sin que saliese de su prudencia, de ese
erau cosas de que no se debía hablar en alta voz, ^
abatimiento donde rodaba mezclado á ideas con-
porque no había necesidad de que nadie supiera lo *
fusas, ignoradas por sí mismo; hasta que al fin
que cada cual pensaba.
una injusticia, una iniquidad más, lo hacía saltar
Habiendo querido interrumpir Jesucristo para tador del mundo. Sólo él valía, y había que arrodi-
decir que él retorcería el cuello á muchos cuando ; llarse ante su sagrada carrete. Después estigmati-
llegara la gorda, Becú declaró -violentamente que zaba con palabras ardientes los horrores del 93 , y
todos los republicanos eran unos cochinos; fué acababa el libro con un elogio de Napoleón, el hijo
preciso queFouan les impusiera silencio con triste ue la revolución, que había sabido «sacarla de los
gravedad, como viejo que sabe muchas cosas, pero horrores de la licencia para hacer la dicha de los
que no quiere hablar. La Grande, mientras las campos.»
otras mujeres parecían interesarse en el trabajo, —¡Eso es verdad!—exclamó Becú, mientras que s
dejó caer esta sentencia: «Lo que se tiene se guar- Juan doblaba la última hoja.
da», sin que aquello pareciera referirse á la lectura. - —Sí, es verdad—dijo el tío Folian.—liaste en
Sólo Francisca, con su costura caída sobre las mi juventud ha habido buenos tiempos Yo mis-
rodillas, miraba á Caporal como asombrada deque mo he visto á Napoleón una vez en Chartres. Yo
leyera sin equivocarse, y tanto tiempo seguido. tenía veinticinco años..... Entonces se era libre, se
—¡Ali! ¡Dios mío, Diosmio!—repetía Rosa sus- teñía la tierra , aquello parecía bueno. Recuerdo
pirando más, fuerte. que mi padre un día decía que él sembraba sueldos
Pero el tono del libro cambiaba, celebrando con : y cosechaba escudos Luego hemos tenido á
mucho lirismo la revolución. E r a que triunfaba Luis X V I I I , á Carlos X , á Luis Felipe. La cosa
Jaime, el Buenhombre en la apoteosis del 89. Des- | marchaba siempre; se comía, y no podía uno que-
pués de la toma de la Bastilla , mientras que los | jarse Y he aquí ahora á Napoleón III, y no iba
campesinos incendiaban los castillos, la noche del/ la cosa del todo mal hasta el año pasado Sola-
4 de Agosto había legalizado la conquista de los mente
siglos, reconociéndola libertad humana y la igual- No quería decir más, pero las palabras se le es-
dad civil. «En una noche el labrador se había capaban.
convertido en el igual del señor que en virtud de —Solamente que éste es el que nos ha joro-
sus pergaminos bebía su sudor y devoraba el fruto bado, con su libertad y su igualdad, á Bosa y
de sus trabajos.» Abolición de la servidumbre , de á mí.....
todos los privilegios de l a nobleza, de las justicias Entonces, con algunas frases lentas y penosas,
eclesiásticas y señoriales; igualdad en los impues- • resumió inconscientemente toda aquella historia:
tos; admisión de todos los ciudadanos á todos los la tierra por tanto tiempo cultivada para el señor,
empleos civiles y militares. Y continuaba la lista; bajo'el látigo y la desnudez del esclavo, que no
los males de aquella vida parecían desaparecer uno conserva nada, ni aun la piel; la tierra fecundada
á uno; aquello era el hosanna de una nueva edad con su trabajo, apasionadamente amada y deseada
' de oro abriéndose para el labrador, á quien adulaba en aquella intimidad de todos los momentos, como
una página entera llamándole el rey y el alimen- la mujer de otro, á quien se cuida y se abraza y
no se la puede poseer; la tierra, al cabo de siglos dose siempre la última. Menester era que fuera
de concupiscencia lograda al fin, conquistada, con- fuerte para haberlo soportado todo. Y su única re-
vertida en cosa propia, en la alegría y la única compensa era haber vivido; y se consideraba muy
fuente de su vida. Y este deseo secular, esta pose- dichosa cuando al acostarse á obscuras, no habien-
sión sincera aplazada explicaba su amor por su do comido más que pan y agua, guardaba algo
campo, su pasión por la tierra, por la mayor can- para no morirse de hambre en la vejez.
tidad de tierra posible, del terrón que se toca y que —Y aun—añadió Fouan—no debemos quejar-
se separa con la mano. Y sin embargo, ¡ qué in- nos. H e oído eontar que hay países donde la tierra
grata y qué indiferente era la tierra! Por mucho produce menos. En la Perche no hay más que pie-
que se la adorara, ella no se apasionaba ni produ- dras E n la Beauee es todavía dulce; no pide más
cía un grano más. Largas lluvias podrían las se- que mucho trabajo y muy seguido Pero eso es-
millas, un viento de fuego secaba los tallos, y un tropea. Ciertamente que es menos fértil que en
mes de sequía enflaquecía las espigas; y además otro tiempo. Campos en donde se cosechaban vehi-
había los insectos que roen, los fríos que matan, te hectolitros, no producen ahora más de quince.....
las malas hierbas que quitan jugo al suelo: todo, , Y desde hace un año baja el precio del hectolitro,
se convertía en razón de ruina; la lucha era diaria, s y se dice que vienen trigos de los salvajes; vamos,
al azar de la ignorancia y en perpetua vigilancia. que comienza algo malo, una crisis, como dicen.....
Ciertamente estaba furioso de ver que el trabajo Las desgracias no acaban nunca. E l sufragio uni-
no bastaba. Se habían secado los músculos de su versal no echa ningún pedazo de carne en el pu-
cuerpo; se había dado todo entero á la tierra, que chero. L a hipoteca nos destroza, y se nos llevan
después de haberlo mal alimentado, le dejaba mi- nuestros hijos para la guerra..... Andad, haced re-
serable, avergonzado por su senil impotencia, y voluciones, que el campesino siempre será cam-
pasaba á los brazos de otro macho, sin apiadarse pesino.
ni aun de sus pobres huesos que esperaba. Juan, que era metódico, esperaba para acabar
— ¡ E s t o es lo que sucede!—continuaba el viejo. su lectura. Hubo otra vez silencio, y leyó dulce-
—Cuando uno es joven, se mata á trabajar, y mente.
cuando con dificultad se llega á tener cierto des- «Dichoso labrador, no dejes nunca la aldea
ahogo, ya es uno viejo y hay que partir ¿ No por la ciudad, donde tendrías siempre que com-
es verdad, Rosa? piar la leche, la carne y las legumbres, y donde
La vieja movió su temblorosa cabeza. ¡Ah, sí! gastarías siempre más de lo necesario. ¿No tienes
Ella también había trabajado más que un hombre en la aldea aire y sol, un trabajo sano y honestos
ciertamente. Levantándose antes que los demás, placeres? La vida de los campos no tiene parecido,
haciendo las sopas, limpiando, cuidando, con el y tú posees la verdadera dicha: y la prueba está
cuerpo destrozado, las vacas, el cerdo, y acostán- en que los obreros de las ciudades vienen al campo
EMILIO KOLA. LA TIERRA. 109

á regalarse, y que los burgueses no tienen más que entre las cenizas calientes de la cocina; la cena
un sueño: el de retirarse á tu Jado, á coger flores, obligada de la noche de Todos los Santos. Trajo
á comer frutas en los árboles y á corretear por los también dos litrós de vino blanco, para que la
prados. Di que el dinero es una quimera. Sí tu fiesta fuese completa. Desde aquel momento se
corazón está en paz, tienes hecha tu fortuna.» olvidaron las historias, reinó la alegría, y los dien-
Su voz se había alterado, y tuvo que contener tes y las uñas trabajaron en pelar las humeantes
la emoción de muchacho sensible que se ha criado castañas. La Grande se había metido desde luego
en las ciudades y en cuya alma se agitaban ideas su parte en el bolsillo, porque comía más despa-
de felicidad campestre. Los demás permanecieron- cio. Becú y Jesucristo se las comían sin pelar,
silenciosos; las mujeres inclinadas sobre su tra- echándoselas desde lejos en la boca, mientras que
bajo y los hombres inmóviles. ¿Es que aquel libro Palmira las descortezaba con mucho cuidado.
se burlaba de ellos? E l dinero era bueno, y ello» , Cuanto á los niños, «hacían bondín»; la Trouille
morían de miseria. Gomo aquel silencio, que tenia picaba la castaña con los dientes; luego la apre-
la pesadez del rencor v del sufrimiento, le mo- taba parasacar un pedazo, que chupaban en segui-
lestaba, el joven se permitió una reflexión pru- da Delfín y Ernesto. Aquello era muy bueno, y
dente: Elisa y Francisca se decidieron á hacer otro tanto.
—Acaso iría esto mejor con la instrucción Se alimentó la luz uua vez más, y se bebió á la
Si en otro tiempo se era tan desgraciado, era por- buena amistad de todos los presentes. Aumentó
que no se sabía nada. Hoy se sabe un poco, y se el ealor, formóse un vapor espeso, y el grillo cantó
está menos mal seguramente. Habría que saber:' más fuerte entre las sombras; y para que las va-
de todo y tener escuelas para aprender á culti- cas tuviesen también su parte en el festín, les die-
var..... ron las cortezas, que rumiaban con un ruido dulce
Pero Fouan le interrumpió vivamente, como y regular.
viejo obstinado en la rutina. E n fin, á las diez y media comenzaron á mar-
g | j Dejadnos en paz con vuestra ciencia! Cuanto charse. L a primera fué Fanny, que se llevó á E r -
más se sabe, más sé atrasa, pues va os he dicho' nesto. Luego Becú y Jesucristo salieron disputan-
que hace cincuenta años la tierra producía más! : do, repuestos de su borrachera con el frío del
Por mucho que se la atormente, jamás dará la exterior, y se oía á la Trouille y á Delfín, cada uno
maldita más de lo que á ella le dé la gana. Y mi- sosteniendo á su padre, empujándole y llevándole
rad si el señor Hourdeqüin no ha gastado dinero por el camino más derecho, como á un animalque
en esas nuevas invenciones ¡No, no, es n n a t o n - no conoce la cuadra. Cada vez que se abría la
tería; el campesino siempre será campesino! puerta, entraba de la calle, blanca de nieve, un
Daban las dié'z, y Rosa se levantó para ir á viento glacial. Pero la Grande no se apresuraba,
buscar un puchero de castañas que había dejado arrollándose al cuello su pañuelo y poniéndose
los mitones. No tuvo ni una mirada para Palmira partes á tus hermanos y arrendaré la tuya, y cuan-
é Hilario, que salieron perezosamente tiritando do muera, me arreglaré de modo que sea para
de frío bajo sus andrajos; marchóse al fin, y entró ellos..... ¡No tendrás nada; véte!
en la casa que estaba al lado, cerrando violenta- Buteau no cambió en su actitud. Rosa intentó
mente la puerta. No quedaron más que Francisca ablandarlo.
y Elisa. —¡ Pero si te quiere tanto como á los otros, im-
• —Decid, Caporal—preguntó Fouan—¿las bécil! Trabajas contra t u vientre. ¡Acepta!
acompañaréis basta la granja? E s vuestro camino. r—¡No!
J u a n aceptó con un signo, mientras que las dos Y desapareció, subiendo á acostarse.
jóvenes se tapaban la cabeza con sus pañuelos, j Ya fuera, Elisa y Francisca, impresionadas por
Butéau se había levantado, y andaba de un ex- aquella escena, dieron algunos pasos en silencio.
tremo á otro del establo, con el rostro duro y con Habíause vuelto á coger por la cintura, y se con-
paso vacilante. No había hablado después de la fundían entre la blancura de la nieve. J u a n , que
lectura, como absorto en lo que el libro decía, aque- las seguía igualmente silencioso, las oyó llorar y
llas historias de la tierra tan rudamente conquis- quiso infundirles valor.
tada. ¿Por qué no poseerla toda? Una partición —Vaya, reflexionará y dirá que sí mañana.
era cosa insoportable. Y había otras cosas además, —¡Ah! vos no le conocéis—exclamó Elisa.—Se
cosas confusas que se agitaban en su dura inteli- dejará matar antes que ceder ¡No, no; esto es
gencia: cólera, orgullo, la terquedad de no volverse cosa concluida!
a t r á s de lo que había dicho, el deseo exasperado Luego, con voz desesperada:
queriendo y no queriendo por el temor de ser ex- —¿Qué voy yo á hacer con su hijo?
plotado. Decidióse bruscamente. —¡Diablo! Esperemos á que salga—murmuró
—¡Subo á acostarme;adiós! Francisca.
—¡Cómo adiós! Esto les hizo reir. Pero estaban tan tristes, que
— S í ; me vuelvo á la Chamada antes de que sea volvieron á llorar.
de día..... Adiós, por si no os vuelvo á ver. Cuando J u a n las dejó á su puerta, continuó su
E l padre y la madre se colocaron delante. camino á través de la llanura. L a nieve había ce-
— Y bien—preguntó Fouan—¿aceptas tu par sado, y el cielo se había despejado y cuajado de
Buteau llegó hasta la puerta, y volviéndos estrellas, u n cielo de helada, de donde bajaba una
dijo: claridad azulada, de una limpidez de cristal; y en
-J|NO! aquel infinito se desarrollaba la Beauce, blanca,
Estremecióse el viejo. Irguióse y tuvo un últi- llana é, inmóvil como un mar de hielo. Del "hori-
mo rasgo de la antigua autoridad. zonte lejano no venía ni un soplo, y sólo se oía la
— E s t á bien, eres un mal hijo..... Voy á dar sü cadencia de sus zapatones en el endurecido suelo.
E r a aquello una calma profunda, la paz soberana
del frío. Todo lo que había leído le daba vueltas
en la cabeza, y se quitó la gorra para refrescarla,
teniendo necesidad de no pensar en nada. La ide¡
de aquella muchacha embarazada y de su herma
na fatigábale también. Sus zapatones sonaban
siempre. Destacóse del cielo una estrella errante,
SEGUNDA PARTE.
cruzándolo, silenciosa, con inflamado vuelo.
Allá abajo, l a granja de la Borderie desapare-
cía, marcándose apenas como una mancha en
aquella superficie blanca; y así que J u a n entró e
el atajo, se acordó del campo que habia sembrad
en aquel sitio algunos días antes: miró hacia la
izquierda y lo reconoció bajo aquel sudario que lo I.
cubría. L a capa era delgada y de una suavidad y
pureza de armiño, dibujando las aristas de los sur-
Eran las cuatro, y comenzaba á clarear el día
cos y dejando adivinar los robustos miembros de
con esa luz rosada de las primeras mañanas de
la tierra. ¡ Cómo dormirían las semillas! ¡ Qué re- Mayo. Bajo el pálido cielo aun dormían las cons-
poso en aquellos helados flancos hasta qué la ti- trucciones de la Borderie, medio envueltas en
bia mañana ó el sol primaveral los despertase á sombras, tres vastas construcciones en los tres
la vidal lados del inmenso patio cuadrado, la lechería al
fondo, las granjas á la derecha, la vaquería, la
cuadra y la casa habitada, á la izquierda. For-
mando el cuarto lado estaba la puerta de los ca-
rros, cerrada y sujeta con una barra de hierro. Y
sobre el horno un gran gallo cantaba con su chi-
llona nota de clarín. Un segundo gallo contestaba,
y luego un tercero. Repitióse el llamamiento, al-
zándose de granja en granja, de un estremo á otro
de la Beauce.
Aquella noche, como casi todas, Honrdequin ha-
bía venido á buscar á Santiaguilla á su cuarto, la
pequeña habitación de criada que le había dejado
E r a aquello una calma profunda, la paz soberana
del frío. Todo lo que había leído le daba vueltas
en la cabeza, y se quitó la gorra para refrescarla,
teniendo necesidad de no pensar en nada. La ide¡
de aquella muchacha embarazada y de su herma
na fatigábale también. Sus zapatones sonaban
siempre. Destacóse del cielo una estrella errante,
SEGUNDA PARTE.
cruzándolo, silenciosa, con inflamado vuelo.
Allá abajo, l a granja de la Borderie desapare-
cía, marcándose apenas como una mancha en
aquella superficie blanca; y así que J u a n entró e
el atajo, se acordó del campo que habia sembrad
en aquel sitio algunos días antes: miró hacia la
izquierda y lo reconoció bajo aquel sudario que lo I.
cubría. L a capa era delgada y de una suavidad y
pureza de armiño, dibujando las aristas de los sur-
Eran las cuatro, y comenzaba á clarear el día
cos y dejando adivinar los robustos miembros de
con esa luz rosada de las primeras mañanas de
la tierra. ¡ Cómo dormirían las semillas! ¡ Qué re- Mayo. Bajo el pálido cielo aun dormían las cons-
poso en aquellos helados flancos hasta qué la ti- trucciones de la Borderie, medio envueltas en
bia mañana ó el sol primaveral los despertase á sombras, tres vastas construcciones en los tres
la vidal lados del inmenso patio cuadrado, la lechería al
fondo, las granjas á la derecha, la vaquería, la
cuadra y la casa habitada, á la izquierda. For-
mando el cuarto lado estaba la puerta de los ca-
rros, cerrada y sujeta con una barra de hierro. Y
sobre el horno un gran gallo cantaba con su chi-
llona nota de clarín. Un segundo gallo contestaba,
y luego un tercero. Bepitióse el llamamiento, al-
zándose de granja en granja, de un estremo á otro
de la Beauce.
Aquella noche, como casi todas, Honrdequin ha-
bía venido á buscar á Santiaguilla á su cuarto, la
pequeña habitación de criada que le había dejado
embellecer con pápeles rameados, cortinas de per- Su padre, Isidoro Hourdequin, era el descen-
cal y muebles de encina. A pesar de sn poder ere- - diente de una antigua familia de campesinos de
cíente, se había estrellado contra violentas negati- Cheyes, afinada y montada á la burguesa en el
vas siempre qné había tratado de ocupar con él la siglo diez y seis. Todos, habían tenido empleos en
alcoba de su difunta mujer, la alcoba conyugal, que el fisco : uno diezmero en Chartres; otro inter-
defendía por un último respeto. Santiaguilla estaba ventor en Chateaudun; é Isidoro, huérfano muy
muy herida, y comprendía que no sería la verda- pronto, poseía unos sesenta mil francos cuando á
dera ama mientras que no durmiera en la vieja los veintiséis años, privado de su plaza por la re-
cama de encina, colgada de damasco rojo. volución, tuvo la idea, de hacer su fortuna con los
robos de aquellos bandidos de republicanos que
Al amanecer, Santiaguilla se despertó, y se
vendían los bienes nacionales. Conocía admirable-
quedó boca arriba con los ojos muy abiertos,
mente la comarca , y tanteó, calculó y pagó en
mientras que á su lado su amo roncaba todavía.
fiu treinta mil francos, apenas la quinta parte de
Sus ojos negros erraban soñadores en aquel exci-
su valor real, por las ciento cincuenta hectáreas
tante calor del lecho, y un tiritón hizo estreme-i
de la Borderie, que era todo lo que quedaba del
cer sus desnudeces. Vacilaba, sin embargo; deci-
antiguo dominio de los Rognes-Bouqueral. Ni un
dióse al fin. echó las piernas por encima de su
campesino se había atrevido á arriesgar sus escu-
amo dulcemente, con la camisa remangada, tan
dos ; sólo los burgueses y los financieros sacaron
ligera, que él no la sintió; y sin ruido, con las
provecho de la medida revolucionaria. Por lo de-:'
manos temblorosas por la fiebre de su brusco de
más, aquello e r a sencillamente una especulación,
seo, se puso un jubón. Pero como moviese una si-
porque Isidoro no pensaba embarazarse con una
lla, él abrió á su vez los ojos.
granja, sino venderla en su precio cuando acaba- -
— ¡Galla! ¡ya te vistes!..... ¿A dónde vas?
ran aquellos trastornos, quintuplicando así su d i -
-—Voy á ver cómo anda el pan.
nero. Pero llegó el Directorio y la depreciación de
Hourdequiu volvió á dormirse, bostezando,
la propiedad continuaba: no pudo vender con el
asombrado del pretexto, sin acabar de compren-
beneficio soñado. Su tierra lo tenía cosrido, con-
der. ¡Vaya una idea! El p a n n o tenía necesidad
virtiéndolo en su prisionero, hasta el punto de
de ella á aquella hora. Y se despertó sobresaltad,
que no queriendo perder nada de ella, tuvo la
por la aguda punzada de sus sospechas. No vién-
idea de cultivarla él mismo, esperando encontrar
dola ya allí, aturdido, paseaba sus vagas miradas
allí la fortuna. Por aquella época se casó con la
alrededor de aquel cuarto de criada, donde estaban
hija d e un labrador vecino que le aportó cincuenta
sus pantuflas y su pipa. ¡Acaso un capricho de
hectáreas; reunió entonces doscientas, y así fué
aquella perdida por un criado! Necesitó todavía
como aquel burgués salido hacía tres siglos de
dos minutos antes de serenarse, y vió toda su his-
los campos, volvió á la labranza, pero a l a Tabean-
toria.
za en grande, á la aristocracia del suelo que reem-
plazaba á la antigua omnipotencia feudal. al año, y el padre se encontró de pronto solo, con
Alejandro Honrdequin, su hijo único, había el porvenir cerrado, sin valor para trabajar más
nacido en 1804. Comenzó mal sus estudios en fiara los suyos. Pero si la herida sangraba en .el
el colegio de Chateaudnn. L a tierra le apasionaba, fondo, él permanecía erguido, violento y autori-
y prefirió volver á ayudar á su padre, destruyendo tario. Delante de los campesinos que se reían de
nn iiltiuio sueño de éste, que, ante la lentitud de la sus máquinas y que deseaban la ruina de aquel
fortuna, hubiera querido venderlo todo y lanzar burgués bastante atrevido para emprender su
á su hijo á cualquier profesión liberal. Tenia el» oficio, él se obstinó. ¿Y qué hacer, por otra parte?
i oven veintisiete años cuando, muerto su padre, Cada día que pasaba era más prisionero de su
quedó dueño de la Borderie. E r a partidario de los tierra: acumulado todo el trabajo y comprometido
métodos nuevos; su primer cuidado, al casarse, todo el capital, lo encerraban más cada día, sin
fué buscar, no la felicidad, sino el dinero, porque dejarle otra salida que un desastre.
según él, había necesidad de capital para que la Honrdequin, ancho de hombros, con su rostro de
granja prosperase; y encontró la dote deseada, un encarnado subido, no conservando de su afina-
una suma de cincuenta mil francos, que le trajo miento burgués más que sus manos pequeñas, h a -
una hermana del notario Baillehache, una solte- bía sido siempre un macho despótico para sus
rona, cinco años mayor que él, muy fea, pero dul- criadas. Antes, en tiempo de su mujer, caían to-
ce. Entonces comenzó entre él y sus doscientas. ; das, y esto naturalmente, como cosa debida. Si
hectáreas una larga lucha, prudente al principio, | las hijas de los campesinos pobres que van á coser
poco á poco acalorada por los descontentos ; lucha | se salvan algunas veces, ninguna de l a s que sir-
de todas las estaciones, de todos los días, que sin 4 ven en las granjas evita al hombre, á los criados
enriquecerlo le permitió llevar una vida desalío- J ó al amo.
gada de hombre sanguíneo decidido á no c o n t r a - 1 Todavía vivía la señora Honrdequin cuando
riar jamás sus apetitos. Santiaguilla entró en la Borderie por caridad: el
Durante algunos años todo fué mny bien, bu > tío Cognet, un viejo borracho, la mataba á gol-
mujer le había dado dos hijos: nn varón que por pes, y ella estaba tan seca, tan delgaducha, que
odio á la labranza había sentado plaza y había se le veían los huesos á través de la piel; y pare-
llegado á capitán en Solferino, y una hija delicada J cía tan fea, que los pilluelos se burlaban de ella,
v encantadora, su niña mimada, la heredera de la | m se la habría echado doce años, aunque tenía
Borderie, puesto que su ingrato hijo corría por esos t ya cerca de diez y ocho. Ayudaba á la criada, oeu-
mundos. Perdió á su mujer, y dos meses d e s - | pábasela en bajas faenas, en fregar la vajilla, en
pues moría su hija. Aquel fué un golpe terrible.-^ los trabajos de corral, en la limpieza de los ani-
. E l capitán no iba á la Borderie más que una vez .< males. Sin embargo, después de la muerte de
su ama pareeió asearse algo. Todos los criados la
como no tienen las mujeres públicas; y en aque-
tumbaban, en los montones despaja; no venía á la llas horas él se humillaba y la suplicaba que se
g r a n j a un hombre que no pasara por encima de quedase, después de los disgustos, de las terribles
su cuerpo; y un día que ella le acompañaba á la violencias de la voluntad, durante las cuales la
cueva, el amo, desdeñoso hasta entonces, quiso amenazaba con echarla á puntapiés.
también gustar aquella porquería; pero ella se Todavía la víspera había tenido que abofetearla,
defendió furiosamente, y le arañó y le mordió después de una escena que ella fe hizo para acos-
tan bien, que se vió obligado á dejarla. Desd tarse en la cama en que había muerto su mujer;
aquel momento estaba hecha su fortuna, desis- y toda la noche se le había negado ella, volvién-
tióse durante seis meses, y se fué entregando poco dole la espalda siempre que él se le acercaba;
á poco. Del corral saltó á la cocina; luego tr-ijo porque si continuaba dándose el regalo de los
una chicuela para que la ayudara; después, con- ] mozos de la granja, lo ponía á ración á él y lo
vertida en señora, tuvo una criada para, servirse^ martirizaba con abstinencias, á fin de aumentar su
Ahora, de la antigua muchacha sucia y fea, había poder. Así, aquella mañana, en aquella alcoba, en
salido una morena desaire fino y lucido, que tenía aquella cama deshecha donde todavía la respiraba,
el pecho duro, los miembros elásticos y fuertes,! llenóse de cólera y de deseos. Hacía mucho tiempo
E r a de una coquetería despilfarradora, y se llenaba que espiaba sus continuas traiciones. Levantóse
constantemente de perfumes. Las gentes de Eog--| de un salto, gritando:
nes, los labradores de las cercanías estaban muy —¡Ah, cochina, si te cojo!
asombrados de aquella aventura: ¿era posible que
Vistióse vivamente 3' bajó.
un rico se hubiera encaprichado de aquella chi-
Santiaguilla atravesó la casa silenciosa, ilumi-
cuela ni bella ni gruesa, de la Cognette, en fin, de
nada apenas por la primera luz del alba. Cuando
la bija de Cognet, aquella zarrapastrosa, á la que;
atravesaba el corral, tuvo un movimiento de re-
hacía veinte años se la veía arrastrarse por los
troceso al ver al pastor, al viejo Soulas, que ya
caminos? Y los campesinos no. comprendían que.
se había levantado. Pero sus deseos eran tan fuer-
aquello era su venganza, la revancha de la aldea.;
tes, que siguió adelante. ¡Tanto peor! Evitó la
contra la granja,, del miserable siervo de la gleba
cuadra donde dormían cuatro carreteros de la
contra el burgués enriquecido, convertido en gran
granja, y fué hasta el fondo, donde dormía J u a n :
propietario.
allí no había más que paja y una manta, Y abra-
Hoürdequin, en la crisis de sus cincuenta y zándolo sin despertarlo, le cerró la boca con un
cinco años, se acoquinaba, dominado más por la beso para ahogar su grito de sorpresa, temblorosa,
Carne, con la necesidad física de Santiaguilla| sofocada, diciendo en voz muy baja:
como se tiene necesidad del pan y del agua. Cuan-
—Soy yo, gran animal. Ño tengas miedo
do quería ser amable, enlazábalo con una caricia
¡Pronto, pronto, despachemos!
de gato, con una desvergüenza sin escrúpulos, tal
Pero él se asustó y uo quiso nunca pasar ade- cuarteles, el salvajismo de la guerra Entonces
lante en aquel sitio, en su cama, temiendo que las herramientas se le caían de las manos, pensa-
los sorprendieran. Allí cerca estaba la escalera del ba en su campaña de Italia, y una gran necesidad
pajar, y subieron á él, dejando la trampa abierta, de reposo le invadía, dándole ganas de pasar la
y se tumbaron sobre la paja. vida tendido sobre la hierba.
—¡Oh, gran animal, gran animal!—repetía Una mañana su maestro le envió á la Borderie
Santiaguilla, ansiosa, enronquecida. para hacer unas reparaciones. Había allí un mes de
Hacía cerca de dos años que Juan Macquart se trabajo, puertas, ventanas que componer por todas
encontraba en la granja. Al salir del servicio había partes. El, muy contento, alargó el trabajo á seis
ido á parar á Bazoches-le-Doyen con un cama- semanas. Entretanto murió su maestro, y el hijo,
rada de su oficio, y había emprendido el trabajo que se había casado, fué á establecerse al país de
en casa del padre de este último, pequeño contra- su mujer. Quedándose en la Borderie, donde todos
tista de aldea, que ocupaba dos ó tres obreros; los días se descubrían maderas que reemplazar,
pero no se sentía con ganas de trabajar, después el carpintero hizo algunos trabajos por su cuenta;
de los siete años de servicio que lo habían conver- luego, como comenzaba la recolección, se quedó
tido en otro hombre. Ya en otro tiempo, en Plas- seis semanas m á s ; de suerte que ante su buena
sans, andaba por los bosques, sin facilidad para voluntad, viéndole tan aficionado al cultivo, el
aprender, sabiendo apenas leer, escribir y contar, dueño de la granja lo conservó consigo. E n menos
muy reflexivo sin embargo, muy laborioso, que- de un año el autiguo obrero hízose un buen
riendo crearse una posición independiente fuera mozo de labranza, labrando, sembrando, dichoso
de su familia. E l viejo Macquart lo tenía en una con aquella paz de la tierra, que parecía satisfacer
sujeción de muchacha: le pegaba delante de sus al fin su deseo de calma. Ya se había concluido
novias é iba todos los sábados á la puerta de su aquello de aserrar y cepillar, ¡interesábase en algo
taller á cogerle el jornal. Así, cuando los golpes y nuevo! Parecía nacido para los campos, con su cal-
las fatigas mataron á la madre,, siguió el ejemplo ma, su amor al trabajo metódico, aquel tempera-
de su hermana Gervasia, que se había escapado á mento de buey de labranza, heredado de su madre.
París con un amante; se fugó para no mantener á Quedó encantado y disfrutó aquel campo que no ven
su padre. Y ahora no se reconocía, no porque se jamás los campesinos, y lo disfrutó con restos de
hubiera hecho perezoso, sino porque el regimiento lecturas sentimentales, de ideas de sencillez, de
le había trastornado la cabeza: la política, por virtud, de perfecta dicha, tales como se encuen-
ejemplo, que le aburría antes, hoy le preocupaba, tran en los cuentos de hadas.
haciéndole razonar sobre la igualdad y la frater- A decir verdad, otra causa le había retenido
nidad. Luego, aquellas costumbres de paseos, las con gusto en la granja. E n el tiempo en qu¿
centinelas rudas y ociosas, la vida soñolienta de los componía las puertas, la Cognette .había ve ai-
Ü P • • :.
VA TIERRA. 128

do á tumbarse entre sus virutas. Ella fué real- aquel vientre que había visto, aquella desnudez
mente quien lo sedujo, atraída por los miembr de bestia en celo.
fuertes de aquel robusto muchacho , cuyo rost —¡Yo lo he visto.....! Di que es verdad, ó t e
regular anunciaba un macho sólido. E l cedió, y mato.
después volvió á comenzar, temiendo pasar por un — f i o , no, no es verdad.
imbécil, atormentado, por otra parte, por la nece* Luego, cuando ya estuvo en pie, con las ropas
sidad de aquella viciosa que sabía cómo se exei ~ algo en orden , púsose insolente, provocativa, de-
á, los hombres. En el fondo protestaba su bou: cidida á jugárselo todo.
dez nativa. Estaba mal hecho aquello de andar; | — Y por lo demás, ¿qué te importa? ¿Soy yo
liado con la amiga del señor Hourdequin, á quien acaso t u mujer ? Puesto que no quieres que
estaba agradecido. Sin duda dábase razones: el duerma en tu cama, soy libre de ir á acostarme
no era la mujer del amo, sólo su querida; donde me dé la gana.
además, puesto que ella lo engañaba por todos 1 Hizo un arrullo de paloma, como una burla las-
rincones, tanto valía disfrutar él mismo el placer; civa.
como dejarlo á los otros. Pero estas excusas no *:'-^Vamos, quítate de ahí que baje..... Me iré
impedían que aumentara su malestar á medida; esta noche.
que veía al dueño de la granja más enamorado;; -—En seguida.
Ciertamente aquello acabaría mal. >y..—No, ésta noche..... Hay que reflexionar.
J u a n y Santiaguilla abogaban su aliento entro Hourdequin quedó tembloroso, fuera de sí, no
la paja, cuando él oyó crujir la escalera. De uu sabiendo sobre quién descargar su cólera. Si ya
salto se puso en pie, y á riesgo de matarse se dejó;, no tenía valor para echarla inmediatamente á la
caer por el agujero que servía para echar la paja. calle, ¡con que alegría habría pateado al galán!
Precisamente en aquel momento aparecía la eabfr-í ¿Pero dónde encontrarle ahora? Había subido en
za de Hourdequin, que vió con la misma mirada; derechura al pajar, guiado por las puertas abier-
al hombre que huía y el vientre de la mujer, to-, tas, sin mirar las camas, y cuando bajó, los cua-
davía jadeante y con las piernas al aire. Apoderósi¡ tro carreteros sé vestían, así como Juan. ¿Cuál de
de él tal cólera, que no se le ocurrió la idea de re- los cinco? Acaso lo mismo uno que otro; acaso los
conocer al galán, y de una bofetada tiró por tier cinco habrían desfilado uno detrás de otro. Espera-
á Santiaguilla que ya se había puesto de r ba, sin embargo, que se vendiera el que había sido:
dillas. dió sus órdenes para la mañana; no envió á nadie
—¡Ah, puta! á los campos y no salió él mismo, apretando los
Ella se levantó y negó la evidencia con un gn puños, volviéndose hacia la granja con miradas
to salvaje. % oblicuas y sintiendo el deseo de p a t e a r á alguno.
Y él se empeñaba en destrozar a puntapiés I Después del desayuno de las siete, la revista
movió, y tuvo que dejarlos con un gesto desolado.
airada del amo hizo temblar la casa. E n la Bor- Al terminar su inspección por la lechería,
derie había cinco carreteros para cinco carretas, Hourdequin tuvo la idea de interrogar al pastor
tres mozos, dos vaqueros, un pastor y un porque» Soulas. Aquel viejo de sesenta y cinco años esta-
ro, en junto doce criados, sin contar la criada. En ba en la granja hacía medio siglo y no había po-
la cocina apostrofó á esta última porque no habís dido ahorrar nada, arruinado por su mujer, una
colgado las palas del horno. Después dió Sueltas borracha á la que acababa de tener la satisfacción
por las dos granjas, buscando querella con los mo- de enterrar. Temblaba ante la idea de que su edad
zos, que, según decía, destrozaban la paja. De allí hiciese que lo despidieran, y se esforzaba por eco-
se fué á la vaquería, sintiendo encontrar las treinta; nomizar algo para su vejez. Acaso le ayudaría el
vacas en buen estado y todo oreado. No sabía con amo; pero ¿no podía morir antes el amo? ¿Acaso
qué pretexto caer sobre los vaqueros, cuando al daban ellos algo para el tabaco y el trago? Por lo
echar una ojeada hacia afuera, á las cisternas , de demás, se había creado una enemiga en Santia-
las cuales también estaban encargados, advirtió] gnilla, á la que odiaba con un odio de antiguo ser-
que una de las cañerías estaba obstruida por un vidor celoso, indignado por la rápida fortuna de
nido de gorriones. Como en todas las granjas una advenediza. Cuando ella le mandaba algo, la
d é l a Beauce, las a g u a s de lluvia de los tejados; idea de que la había visto vestida de andrajos lo
eran cuidadosamente recogidas y conducidas eoa| ponía fuera de sí. Ella le habría seguramente
ayuda de un complicado sistema /le goteras. Pre- despedido, si hubiera creído que podía hacerlo; y
guntó brutalmente que cómo estaba aquello allí esto le hacía prudente, queriendo conservar su pla-
Pero la tempestad estalló al fin Sobre los carrete-: za. y evitaba todo conflicto, por seguro que estu-
ros. Aunque los quince caballos tuviesen buena viera del apoyo del amo.
c a m a , empezó á gritar que era una porquería La lechería, en el fondo del corral, ocupaba
abandonarlos en aquella podredumbre. Después^ una de las construcciones, uña galería de ochenta
avergonzado de su injusticia , exasperado más.; metros, donde los ochocientos carneros de la gran-
cada vez, como visitase los sitios donde se en ; ja no estaban separados más que por vallas: aquí
rraban las herramientas, quedó encantado al veir; Jas madres en diversos grupos; allá los machos-
un arado que tenía rota la esteva. Entonces esta- más lejos los corderillos. Á los dos meses se cas-
lló. ¿Es que aquellos cinco holgazanes se diver- traba á los machos y los vendían, mientras que
tían rompiéndole su material? Ya les ajustaría la conservaban á l a s hembras para renovar las ma-
cuenta á los cinco, sí, á los cinco, para que nin¿- dres, de las cuales vendíanse todos los años las
guno tuviera nada que envidiar á los otros. más viejas; y los corderos cubrían á l a s más j ó -
Mientras que los injuriaba, sus ojos inflamados venes, en épocas fijas, soberbios con su aire estú-
espiaban una pérdida de color, un estremeci- pido y dulce y su cabezota de hombre de pasio-
miento que denunciara al traidor. Ninguno "
lies. Cuando se entraba en la lechería, un fuerte
olor sofocaba, las exhalaciones amoniacales del y fuera rutina ó pereza, no se conocía allí la cría
estercolero, de la paja vieja. Había allí, sin em- del buey. Cada granja no engordaba más que cinco
bargo, aire que penetraba por ambas ventanas, y ó seis cerdos para su consumo.
el suelo del pajar que había encima estaba hecho Con su mano abrasada Hourdequin acariciaba
de tablas movibles que se quitaban en parte á á algunos eorderillos que habían acudido con la
medida que disminuía la provisión de forrajes. Se: cabeza levantada enseñando sus ojos dulces, mien-
decía que aquel calor vivo, aquella capa en fer- tras que la masa de ellos sé apretaba, balando, con-
mentación, blanda y cálida era necesaria para los tra las vallas.
carneros. —¿De modo, tío Soulas, que no habéis visto
nada esta mañana?—volvió á preguntar mirán-
Hourdequin, al empujar una de las puertas,J
dole fijamente á los ojos.
apercibió á Santiaguilla que se escapaba por otra.
También ella había pensado en Soulas, inquieta, í E l viejo había visto; pero ¿á qué hablar? Su
segura de haber sido vista con J u a n ; pero el viejo' difunta le había enseñado lo viciosas que eran las
había permanecido impasible, sin parecer com- mujeres y lo tontos que eran los hombres. Acaso
prender por qué ella se ponía tan amable, contra la Cognette, aun vencida, seguiría siendo la más
su costumbre. La vista de la joven saliendo de la fuerte y entonces sería él quien cayera, para des-
lechería, adonde jamás iba, aumentó la incerti- embarazarse de un testigo que estorbaba.
dumbre del dueño de la granja, —Nada he visto, nada absolutamente—repitió.
y — Y bien, tío Soulas—preguntó—¿hay algo Cuando Hourdequin volvió á atravesar el co-
de nueyo esta mañana? rral, notó que Santiaguilla se había quedado allí,
E l pastor, muy alto, muy delgado, con su largo nerviosa, escuchando, con el temor de lo que se
rostro Jleno de pliegues, respondió lentamente: ° pudiera decir en la lechería. Afectaba ocuparse de
las aves, los seiscientos pollos, gansos y pichones
—No, señor Hourdequin, nada, sino que los es-
quiladores llegan y quieren ponerse en seguida á que revoloteaban con un ruido infernal; y hasta
trabajar. para calmar sus nervios se entretenía en dar al-
gunos manotones al pequeño porquero, que había
El amo habló un momento, para no aparecer
vertido un cubo de agua que llevaba á los cerdos.
que preguntaba. Los carneros alimentados allí
Pero una ojeada que echó á s u amo la tranquilizó:
desde las primeras heladas de Noviembre iban
no sabía nada, el viejo no había hablado. Su in-
á salir bien pronto, hacia mediados de Mayo,
solencia creció.
cuando se les pudiera llevar álos prados. Las.vacas
no podían ser llevadas á pastar hasta después de la Así, durante el almuerzo, mostróse de una ale-
siega. Aquella Beauce tan seca, desprovista de gría provocativa. Aun no habían comenzado los
hierbas naturales, daba buena carne, sin embargo; grandes trabajos, y todavía no hacía más que cua-
tro Comidas, la sopa en leche de las siete, el asado
LA TIERRA. 129

á medio día, el pan y queso á las cuatro y la sopa


denes para la tarde. Había que terminar fuera al-
por la noche. Se comía en la cocina, una vasta
gunos trabajos insignificantes. Retuvo consigo dos
pieza donde había una mesa muy larga, flanquea-
hombres, Juan y otro, para que limpiaran el pajar.
da con dos bancos. El progreso no estaba repre-
Y él mismo, muy decaído ahora, con las orejas
sentado más qne en una hornilla de hierro que
encendidas por la reacción sanguínea, sintiéndose
ocupaba un lado. E n el fondo abríase la boca ne-
mal, se puso á d a r vueltas sin saber con qué ocu-
gra del horno y lucían las cacerolas, y á lo largo
pación matar su pena. Los esquiladores se habían
de los muros ahumados alineábanse antiguos uten-
instalado en un ángulo del corral, y se puso delante
silios en buen orden. Como la criada, una fea mu-
de ellos á mirarlos.
chachona, había cocido por la mañana, salía del
Eran cinco mozos enflaquecidos y amarillentos,
horno un buen olor á pan caliente.
con sus grandes tijeras de luciente acero. E l pas-
—¿Qué, tenéis malo el estómago?—preguntó tor les yasaba las ovejas, que colocaba en el suelo
atrevidamente Santiaguilla á Hourdequin, que con las patas atadas y sin que pudieran hacer otro
entró el último. movimiento que levantar la cabeza balando. Y
Desde la muerte de su mujer y de su hija, para cuando uno de los esquiladores cogía una, ésta
no comer solo, sentábase á la mesa con sus cria- se callaba, se abandonaba y se encogía, entorpe-
dos como en tiempos antiguos; poníase á un ex- cida por su espesa zamarra, que el sudor y el pol-
tremo, mientras que la criada-ama se ponía al otro. vo había convertido en una negra coraza. Luego,
Reuníanse catorce y servía la criada. de. entre las puntas de las tijeras, el animal salía
Así que el amo se hubo sentado sin contestar, como una mano desnuda de un guante obscuro,
la Cognette habló de hacer el asado, que se com- sonrosada y fresca, en la dorada nieve de la lana
ponía de pedazos de pan tostado machacados en interior. Oprimida entre las piernas de un esqni-
una sopera y rociados con vino azucarado con me- lador, una-madre, tendida patas arriba, con la ca-
laza, Pidió un cucharón y afectó querer divertir á beza levantada y derecha, mostraba su vientre
los hombres diciendo bromas que les hacían soltar que tenía la blancura oculta, la piel temblorosa
la Carcajada. Cada ' u n a de sus frases tenía doble de una persona que se desnuda. Los esquiladores
sentido, dejando entender que se iba por la noche. ganaban tres sueldos por oveja, y uno que traba-
E l pastor comía con su aire estúpido, mientras jara bien podía esquilar veinte al día.
que el amo, impasible, parecía no comprender tam- Hourdequin, absorto, pensaba en que la lana
poco. J u a n , para no venderse, se veía obligado á había bajado á ocho sueldos la libra, y había, que
reir con los demás, á pesar de su disgusto, porque apresurarse á venderla para que no se secase y
decididamente él no encontraba que su conducta pesase menos. E l año anterior una enfermedad
fuese muy hornada. había diezmado los rebaños de la Beauce. Todo
Después del almuerzo Hourdequin dió sus ór- : iba de mal en peor; aquello era la ruina, la quie-
JEMILIO ZOLA.

bra de la tierra, desde que la baja de los granos se ber perdido el tiempo en el colegio y de ¿to haber
acentuaba de mes en mes. Y sumido en sus pre- estudiado en una de aquellas escuelas de agricul-
ocupaciones de agricultor, ahogándose en el co- tura de que él y su padre se burlaban. ¡Qué de
rral, salió de la granja y f u é á dar un vistazo a sus tentativas inútiles, de experiencias incompletas,
campos. Siempre acababan así sus disputas con y cuántas máquinas destrozaban sus servidores!
la Cog-nette: después de haber jurado y apretado Había consumido en ello su fortuna; la Borderie
los puños, abandonaba la plaza, oprimido por un le producía apenas el pan que comía, esperando
sufrimiento que sólo calmaba la vista de sus míe- que la crisis agrícola consumase la ruina. ¡No im-
se» desarrollando su verdura hasta el infinito. porta! Seguiría siendo el prisiouero de su tierra,
¡Ah, aquella tierra, cómo bahía acabado por y en ella enterraría sus huesos, habiéndola conser-
amarla! y con una pasión donde no entraba la ás- vado como mujer hasta el fin.
pera avaricia del campesino, con una pasión sen- Aquel día, así que estuvo fuera, acordóse de su
timental, casi intelectual, porque^ él la'considerar hijo el capitán. ¡Entre los d o s habrían hecho tan
ba la madre común que le había dado su vida, buenos trabajos! Pero descartó el recuerdo de
su sustancia, y á la cual volvería. Ai priucipio, en aquel imbécil que prefería arrastrar un sable. No
su juventud, criado en ella, su ahorrecimieuto al tenía más hijos, y moriría solitario. Luego le acu-
colegio, su deseo de quemar los libros y de per- ^ dió la idea de sus vecinos, los Coquart sobre todo,
mauecer en la granja, 110 procedían más que de propietarios que cultivaban ellos mismos su granja
sus costumbres de libertad, de las carreras á ca- de San Justo, el padre, la madre, tres hijos y dos
ballo á través de los campos. Más tarde, cuando hijas, y apenas si podían salir adelante. E n la
heredó á su padre, amóla como enamorado, y su Chamado, el propietario á fin de cnentas salía lo
amor había madurado y como si la hubiera to- mismo. Todo estaba muy malo, y había que tra-
mado en legítimo matrimonio para fecundarla. Y bajar y no quejarse. Poco á poco, por lo demás,
aquella ternura aumentaba á medida que él ie fué penetrándole una dulzura que se desprendía
daba su tiempo, s u dinero, su vida entera, como de aquellos campos verdes que atravesaba. Las
á una mujer buena y fecunda, de la Cual excusaba ligeras lluvias de Abril habían dado muy buen as-
los caprichos y hasta las traiciones. Incomodábase pecto á los prados. Encantóle el encarnado trébol
algunas veces cuando ella se mostraba muy hú- y olvidó lo demás. Ahora atajaba por los sembra-
meda ó muy seca y se comía las semillas sin dar dos para echar una ojeada á sus' trabajadores; la
cosechas; después dudaba y llegaba hasta acusar- tierra sé pegaba á sus pies, sentíala grasa, fértil,
se de macho impotente ó torpe; la falta debía ser como si hubiera querido retenerle con un abrazo;
suya sí no sabía hacer un hijo. Desde aquella épo- y volvía á cogerlo por completo, y volvía á encon-
ca le atraían los nuevos métodos, lanzándose á trar en sí la virilidad de los treinta años, la fuerza
todas las innovaciones, con el sentimiento de ha- y la alegría. ¿Había otras mujeres que ella? ¿Po-
día comparársela cualquiera Cognette, plato don- | los hombros, la rechazó. Desde el momento en
de todos comen y con la que hay que contentarse? ! que aquello se ponía serio, él ya no quería mas
Una escusa tan concluyante á su cobarde necesi-|¡
dad de aquel la perdida acabó de trastornarle. An-
duvo durante tres horas, bromeó con una mucha- II.
cha, precisamente la criada de los Coquart, que ;
volvía de Cloyes en un borrico, enseñando sus \ Algunos días después, una noche, J u a n volvía
piernas. á pie de Cloyes, cuando dos kilómetros antes de
Cuando Hourdequin volvió á la Borderie, aper- J BogneS asombróle el aspecto de un carricoche de
cibió á San tiagu illa en el corral despidiéndose de ' campesino que volvía Nielante de él. Parecía va-
los gatos de la granja. Había de ellos una banda, í cío, no había nadie en el pescante, y el caballo,
doce, quince, veinte, jamás se sabía cuántos; por- y abandonado, volvía á su cuadra muy despacio y
que las gatas ocultábanse en agujeros de paja | como animal que conoce su camino. Así el joven
desconocidos y reaparecían con cinco ó seis j lo cogió pronto. Lo detuvo y se alzó sobre las
pequeños. E n seguida se aproximó á los cubiles | puntas de los pies para mirar dentro; en el fondo
del Emperador y de Matanza, los dos perros del iba un viejo de sesentuaños,pequeüoy grueso; ten-
pastor; pero le gruñeron porque la aborrecían. dido de través y con el rostro tan rojo que parecía
L a comida, á pesar de las despedidas á los ani- negro.
males, fué como todos los días. E l amo comía, F u é tal su sorpresa, que J u a n se puso á hablar
hablaba, con su aire acostumbrado. Concluyó el alto.
día, y nadie se marchó. Todos se fueron á dormir, — ¡Eh, buen hombre!.... ¿ Es que duerme ? ¿Va
y las sombras envolvieron á la silenciosa granja. ; borracho? ¡Calle, es el viejo Mouche, el padre
Y aquella misma noche Santiaguilla durmió eu délas de allá abajo! Creo ¡por Dios! que está
la alcoba de la difunta señora Hourdequin; aque- muerto. ¡ Buen negocio !
lla hermosa alcoba, con su gran cama y sus col- Pero aunque herido por una apoplejía, Mouche
gaduras de damasco rojo. Había allí también un respiraba todavía cou un ronquido penoso. J u a n
armario, un velador y un gran sillón; y encima ] entonces, después de haberle levantado la cabeza,
de uua cómoda medallas obtenidas por el dueño J se sentó eu el pescante y fustigó el caballo por
de la granja en las exposiciones agrícolas lucían miedo que el moribundo no se le quedase entre
colocadas en marcos con cristales. Cuando la Cog- las manos.
nette subió en camisa al lecho conyugal, tendióse , Cuando desembocó en la plaza de la iglesia, aper-
en él y extendió los brazos y las piernas para co- ; cibió justamente á Francisca de pie delante su
gerlo todo, riendo con feu risa de tortolilla. puerta. La vista del joven en su carruaje guiando
° J u a n , al día siguiente, como ella le saltase á á Coco la dejó estupefacta.
día comparársela cualquiera Cognette, plato don- | los hombros, la rechazó. Desde el momento en
de todos comen y con la que hay que contentarse? ! que aquello se ponía serio, él ya no quería mas
Una escusa tan concluyante á su cobarde necesi-|¡
dad de aquel la perdida acabó de trastornarle. An-
duvo durante tres horas, bromeó con una mucha- II.
cha, precisamente la criada de los Coquart, que ;
volvía de Cloyes en un borrico, enseñando sus \ Algunos días después, una noche, J u a n volvía
piernas. á pie de Cloyes, cuando dos kilómetros antes de
Cuando Hourdequin volvió á la Borderie, aper- J BogneS asombróle el aspecto de un carricoche de
cibió á San tiagu illa en el corral despidiéndose de ' campesino que volvía Nielante de él. Parecía va-
los gatos de la granja. Había de ellos una banda, í cío, no había nadie en el pescante, y el caballo,
doce, quince, veinte, jamás se sabía cuántos; por- y abandonado, volvía á su cuadra muy despacio y
que las gatas ocultábanse en agujeros de paja | como animal que conoce su camino. Así el joven
desconocidos y reaparecían con cinco ó seis j lo cogió pronto. Lo detuvo y se alzó sobre las
pequeños. E n seguida se aproximó á los cubiles | puntas de los pies para mirar dentro; en el fondo
del Emperador y de Matanza, los dos perros del iba un viejo de sesentuaños,pequeüoy grueso; ten-
pastor; pero le gruñeron porque la aborrecían. dido de través y con el rostro tan rojo que parecía
L a comida, á pesar de las despedidas á los ani- negro.
males, fué como todos los días. E l amo comía, F u é tal su sorpresa, que J u a n se puso á hablar
hablaba, con su aire acostumbrado. Concluyó el alto.
día, y nadie se marchó. Todos se fueron á dormir, — ¡Eh, buen hombre!.... ¿ Es que duerme ? ¿Va
y las sombras envolvieron á la silenciosa granja. ; borracho? ¡Calle, es el viejo Mouche, el padre
Y aquella misma noche Santiaguilla durmió eu délas de allá abajo! Creo ¡por Dios! que está
la alcoba de la difunta señora Hourdequin; aque- muerto. ¡ Buen negocio !
lla hermosa alcoba, con su gran cama y sus col- Pero aunque herido por una apoplejía, Mouche
gaduras de damasco rojo. Había allí también un respiraba todavía cou un ronquido penoso. J u a n
armario, un velador y un gran sillón; y encima ] entonces, después de haberle levantado la cabeza,
de uua cómoda medallas obtenidas por el dueño J se sentó en el pescante y fustigó el caballo por
de la granja en las exposiciones agrícolas lucían miedo que el moribundo no se le quedase entre
colocadas en marcos con cristales. Cuando la Cog- las manos.
nette subió en camisa al lecho conyugal, tendióse , Cuando desembocó en la plaza de la iglesia, aper-
en él y extendió los brazos y las piernas para co- ; cibió justamente á Francisca de pie delante su
gerlo todo, riendo con feu risa de tortolilla. puerta. La vista del joven en su carruaje guiando
° J u a n , al día siguiente, como ella le saltase á á Coco la dejó estupefacta.
desgañifarse. Francisca se subió á una rueda,
—¿Qué pasa?—pregunté.
Elisa montó sobre la otra, y sus lamentos fueron
—Que tu padre está malo.
desgarradores ; entretanto el tío Mouche, echado
—¿Dónde?
en el carro, seguía respirando fatigosamente.
— A q u í . ¡ Mira ! 0
—¡ Papá, responde, di! ¿Qué tienes? ¿Qué
Subió sobre una rueda y miró- P o r un instante
tienes, Dios mío! ¡Al», Dios! ¡Ah, Dios mío!
permaneció atontada, sin parecer comprender,
¿Tienes algo en la cabeza, puesto que 110 puedes
ante aquel rostro violáceo, una de cuyas mitades
n¡ siquiera hablar? ¡Papá, papá..... di, responde!
estaba contraída como estirada de arriba abajo.
—Bajad- es mejor sacarlo de ahí—observó
Caía la nocbe, y una nube que enrojecía el cielo
Juan 'prudentemente.
iluminaba al moribundo con un reflejo de in-
Ellas no le ayudaban, sino que gritaban más
cendio. ,
fuerte. Felizmente una vecina, la Frimat, atraída
Luego de pronto rompió en sollozos, y echo a
por el ruido y las voces, apareció al fin. E r a una
correr para prevenir á su hermana.
vieja, alta, seea, huesosa, qué desde hacía dos años
—¡Elisa ! ¡ Elisa ! ¡ Ah, Dios mío!
cuidalai á su marido paralítico, y que lo hacía vivir,
Al quedarse solo, J u a n vaciló. Sm embargo,
labrando ella misma, con una constancia de una
no era cosa de dejar al viejo tirado en el fondo
muía de labor, la sola tahulla de tierra que po-
del carro. L a casa estaba en hondo, y para bajar
seían. 5Fo se turbó; parecía considerar la aventura
á ella desde la calle era necesario franquear tres
como una cosa natural, y como si fuese un hom-
escalones; una bajada á aquel agujero no le pare-
bre,-ayudó á Juan. Este cogió á Mouche por los
cía cosacómoda. É n seguida recordó que por la otra
hombros y tiró de él hasta que la Frimat pudo co-
parte, por el lado de la carretera, estaba la puerta
gerlo por los pies. Entonces se lo lldVaron y en-
del corral que se hallaba á nivel del piso. El corral,
traron con él en la casa.
que era bastante grande, se hallaba cerrado por
;. —¿ Dónde le ponemos?—pregnntó la vieja.
una valla de zarzales; el agua sucia de una al-
Las dos hijas les seguían con la cabeza perdida
berca ocupaba sus dos terceras partes, y la otra -
y sin saber qué hacer ni qué pedir. Su padre ocu-
estaba sembrada de hortalizas y tal cual árbol
paba en el piso de arriba un cuartito que había
frutal. Entonces soltó á Coco, que él solo entró en
encima del granero, y no era posible subirlo
la casa y se detuvo á la puerta de la cuadra, con-
hasta allí. Abajo estaba lá cocina y una sala
tigua al establo donde estaban las dos vacas.
grande con dos camas que les había cedido. En la
°En aquel momento Francisca y Elisa chillando
cocina estaba completamente obscuro ; el joven
y llorando acudían presurosas. Esta u l t i m a , que
y la vieja esperaban con los brazos destrozados
había parido cuatro meses antes, sorprendida en
por el peso, sin atreverse á avanzar temerosos de
el momento de estar dando de mamar al pequeño,
tropezar contra algún mueble.
lo llevaba en brazos, y también él chillaba hasta
—¡Vamos, hay que decidirse! La Becú meneó la cabeza y ninguna de las otras
Francisca por fin encendió una vela. Y en aquel respondió. Si aquello no era nada, ¿por qué gastar
momento entró la mujer de Becú, la del guarda de el dinero de una v||íta de médico? Y si era el fi-
campo, avisada sin duda por su olfato, por esa nal, ¿de qué habían de servir los cuidados del
fuerza secreta que en u n minuto lleva una noticia doctor ?
de un extremo á otro de un pueblo. •"¡^-Lo que es bueno es la untura que yo tengo—
—-¡Eh! ¿qué tiene el pobre? ¡Ali! ya lo dijo la Frimat.
veo La sangre se le ha removido dentro del if&^-Yo—murmuró F a n n y — t e n g o aguardiente
cuerpo fPronto, sentarlo en una silla! alcanforado.
Pero la Frimat fué de opinión contraria. ¿Cómo ; —También es bueno—declar ó la Becú.
iban a s e n t a r a u n hombre que no podía tenerse? Elisa y Francisca, atontadas, escuchaban sin
Lo mejor era echarlo en la cama de una de sus hi- decidirse á nada, la una meciendo en sus brazos á
jas. Y la discusión se agriaba cuando entraron Julio, su chiquillo, la otra con una taza llena de
F a n n y y Ernesto; ella había sabido la noticia en - agua en la mano, habiendo intentado inútilmente
casa de Macqueron, donde había entrado á com- que su padre bebiese. Y Fanny entonces dió un
prar cebollas, y se apresuraba á ir á ver, llena de ¿ empujón á Ernesto, que se había quedado absorto
cuidado por sus primas. ante la mueca horrible del moribundo.
—Tal vez—declaró—será bueno sentarlo para —Echa á correr á casa y di que te den el frasco
que la sangre corra. del aguardiente alcanforado que está en una tabla
Entonces Mouche fué colocado en una silla del armario, á la izquierda ¿Oyes? En el
junto á la mesa, donde ardía una vela. La barba armario, á la izquierda..... Y pasa por casa del
se le cayó sobre el pecho, y sus brazos y sus pier- abuelo Fouan, por casa de tu tía la Grande, y díles
nas quedaron inertes. E l ojo izquierdo lo había que el tío Mouche está muy malo..... ¡Corre, corre,
abierto á consecuencia de la tirantez de ese lado hombre!
de la cara, y por. la boca torcida se escapaba su Cuando el chieuelo hubo desaparecido, las mu-
agitada respiración. Hubo un momento de silen- jeres continuaron discutiendo el caso. L a Becú
cio; la muerte iba invadiendo aquella habitación conocía á un señor á quien habían salvado hacién-
húmeda, de suelo terrizo, de paredes desconchadas, dole cosquillas en las plantes de los pies durante
adornadas solamente por una chimenea inmensa tres horas. L a Frimat, recordaudo que le quedaba
y ennegrecida. un poco de tila de los dos sueldos que compró el
J u a n seguía esperando sin saber qué hacer, en año anterior para su marido, se fué á buscarla, y
tanto que las dos hijas y las tres mujeres con las poco después volvía con un saquillo; Elisa estaba
manos cruzadas contemplaban al viejo. encendiendo lumbre después de haberle dado á
—Iré á buscar al médico—dijo el joven. Francisca su hijo, cuando apareció Ernesto.
?
f f t f P m
138 EMILIO ZOLA.

E l abuelo Fouan estaba acostado..... La Gran- que bastante apuradas estaban sin necesidad de
de babía dicho que si el tío Mouche no hubiese aquel!':: y cuando Ernesto propuso andar á pie los
bebido tanto, no le dolería el corazón tres kilómetros que había hasta Bazoches-le-Do-
Pero Fanny examinaba la botella que el chiqui- yer, sü madre se enfadó; ¡ no faltaba más sino que
llo le daba, y exclamó: lo dejara correr por aquellos caminos en u n a no-
—Imbécil, ¡te dije que á la izquierda!..... Me » che tan amenazadora, y con el agua que iba á
traes e l a g u a de Colonia. caer. Además, puesto que el viejo ni oía ni enten-
—También es buena—repitió la Becú. día, no valía la pena de molestar al cura.
Hicieron tomar á la fuerza al viejo una t a z a de í Las diez sonaron en el reloj de cuco, de madera
tila, metiéndole una cuchara por entre los apreta- pintada. F n é una sorpresa: ¡pensar que hacía dos
dos dientes. Luego le frotaron la cabeza con agua : horas justas que estaban allí sin adelantar nada!
de colonia y no se mejoraba; aquello era desespe- Y ninguna hablaba de marcharse; todas se halla-
rante. Su cara estaba más negra todavía: tuvieron ban at raídas por el espectáculo y por el deSeo de
que colocarlo otra vez en l a silla, porque iba es- ] presenciar hasta el desenlace final. E n c i m a de la
corriéndose y amenazaba desplomarse al suelo. mesa había un p a n de dos libras y un cuchillo^
— ¡ O h ! — m u r m u r ó Ernesto, que había vuelto á Primero las hijas de Mouche, atormentadas por el
la puerta.—¡ Va á llover de lo lindo! E l cielo J hambre á pesar de su angustia, cortaron maqui-
'tiene un color muy raro. nal mente unas rebanadas que se comieron secas,
—Sí—dijo J u a n — h e visto una nube muy gran- sin saber lo que hacían; luego las otras tres mu-
de y muy fea, jeres las imitaron; el p a n disminuyó; había con-
Y como si hubiese vuelto á su primera idea, ] tinuamente una cortando y comiendo. No habían
— E s o no importa—dijo—para que yo vaya á encendido la otra luz, y n i se acordaban de despa-
buscar al médico si quieren. , bilar la que ardía; verdaderamente no estaba ale-
Elisa y Francisca se miraban asustadas, ansio-i gre aquella cocina sombría y desnuda de labrador
sas. Por fin la segunda se decidió con la generosi- pobre, con un cuerpo inerte y agonizando al lado
dad propia d e sus pocos años. dé aquella mesa.
—Sí, sí, Caporal, id á Cloyes á buscar al señor De pronto, media hora después de la ida de
Finet..... Que no se diga qué no hemos hecho todo Juan. Mouche se escurrió y cayó al suelo. Ya no
lo que podíamos y todo lo que debíamos. respiraba; estaba muerto.
Coco, en medio del desorden, no había sido ni —¿Veis lo que yo decía? ¡Se empeñaron en ir
siquiera desatalajado, y J u a n no tuvo más que su- por el médico!—^observó la Bécú con acritud.
birse al carro. Oyóse el ruido del herraje y de las Francisca y Elisa, un momento atontadas, rom-
ruedas. La F r i m a t entonces habló del cura; pero pieron luego á llorar otra vez. P o r impulso intui-
las otras con gesto desabrido dieron á entender tivo se precipitaron una al cuello de la otra en su
140 KMu.io zoi.A:

cariño de aman tísi mas hermanas. Y repetían en- La puerta del corral se había quedado abierta;
tre'sollozos y gemidos, con voz .entrecortada: entró una bocanada de viento y quedaron apaga-
— ¡ A h ! ¡Dios mío! ya no quedamos más qué das las dos velas que ardían á los lados del muer-
las dos solas! Se acabó..... ¡Qué será de nos- to. Esto las asustó á todas, y cuando empezaron á
otras ahora! encender las luces otra vez, el viento d e huracán
Pero no podían dejar al muerto en el suelo. En se acentuó y empezó á dejar oir sus terribles mu-
un momento la Becú y la F r i m a t hicieron lo in- gidos. Parecía el galopar de un ejército de vánda-
dispensable. Como no se atrevían á transportar el los acercándose precipitadamente, el crujido de
cadáver, fueron á sacar el colchón de una cama, los árboles y el gemir de los campos destrozados.
lo llevaron á la cocina, tendieron eu él á Mouche Las mujeres que habían corrido á la puerta vieron
y lo taparon con una sábana hasta el cuello. En- una nube plomiza correr y retorcerse por el cielo
tre tanto Fauny encendía las velas de otros dos lívido. Y de pronto hubo un estallido como una
canaeleros y los ponía en el suelo á guisa de ci-f •descarga cerrada de fusilería, y cayó una lluvia de
rios á la derecha y á la izquierda de la cabeza. balas qué rebotaron á sus pies,
Por el momento estaba bien, á excepción del ojo i. Entonces se les escapó un grito, grito de ruina
izquierdo, q u e á pesar de los esfuerzos que habían y de miseria,
hecho para cerrárselo continuaba persistentemente % —¡ SI granizo! ¡el granizo!
abierto y parecía mirar á todos, destacándose vi- Conmovidas, indignadas, apretándose unas con-
drioso y descompuesto en aquella cara amoratada tra otras, contemplaban la catástrofe. Aquello duró
que á su vez resaltaba por la blancura de la sá- diez minutos escasos. No había truenos, pero gran-
bana. • des relámpagos azulados, incesantes, parecían
Elisa se decidió á acostar á Julio y comenzó la desgarrar el cielo y el suelo; y la noche no era ya
vela del cadáver. Tres veces Fanny y la Becú di- tan sombría, los granizos alteraban su opacidad,
jeron que se marchaban, puesto que la Frimat se brillaban en el suelo como si fueran pedacillos de
ofrecía á pasar la noche con las muchachas; pero cristal. El ruido era cada vez más ensordecedor,
no se iban, seguían charlando en voz baja, diri- semejante al de cien descargas de metralla, al de
giendo de reojo miradas al muerto. Ernesto ha- un tren corriendo á toda velocidad por un puente
bíase apoderado del agüa do colonia y daba fin de de hierro. El viento bramaba con furia, las balas
ella lavándose las manos y mojándose elpelo. cayendo oblicuamente lo destrozaban todo, se
Dieron las doce: la Becú levantó la voz. amontonaban, cubrían el suelo de una capa blanca.
—¡ Y el señor F i n e t ! ¿Me queréis decir qué ha | —¡El granizo! ¡Dios mío! ¡Ah! ¡qué des-
sido de él? Cualquiera tiene tiempo de morirse gracia! ¡ Mirad, son como huevos de gallina
antes de que él venga..... ¡Más d e d o s horas para V
• materialmente!
traerlo desde Cloyes! Ellas no se atrevían á salir al corral pataco-*
gerlos. Pero la violencia del huracán creció más cudriñar cotí la vista la obscuridad de la noche,
todavía, y todos los vidrios de las ventanas queda-| que era impenetrable; temblabaá impulsos de una
ron rotos; la fuerza adquirida era tal, que una terrible fiebre de iucertidumbre, queriendo esti-
piedra rompió un puchero que había en la cocina, mar los daños, exagerándoselos, creyendo ver la
en tanto que otras muchas rodaban hasta el col- campiña destrozada y desangrándose por las he-
chón donde estaba el muerto. ridas que le produjera la granizada.
—No entran ni cinco en una libra—dijo lSj —¡Eh, hijas mías!—acabó por decir—os cojo
Becú, que las cogía a l peso. uno de los faroles vuestros y voy á ver qué ha su-
Fanny y la F r i m a t hicieron un gesto de deses- cedido, por las viñas.
peración. Y encendiendo un farol, desapareció con E r -
nesto.
—¡Todo se lo llevó el diablo! ¡Un asesinato!
L a mujer de Becú, que no tenía tierras, estaba
Se acabó. Oyóse el galopar de la catástrofe que
en el fondo muy tranquila. Daba suspiros, implo-
sé alejaba, y reinó un silencio de muerte. El cielo,
raba al cielo por costumbre y por tempe? amento,
cuando pasó la nube, adquirió un color negro de
pues era una mujer que tenía las lágrimas en los
tinta. Una lluvia fina, continua, copiosa, caía s í |
ojos por cualquier cosa. L a curiosidad, sin embar-
lencíosamente. No se distinguía en el suelo más.
'go, la llevaba continuamente á la puerta, y un in-
que la espesa capa de grauizo, una sabana blan-
terés vivísimo la detuvo allí como si la hubiesen
quecina que parecía tener luz propia, la luz páli-
clavado, cuando vió que el pueblo todo se estre-
da de millones de farolillos diminutos que se ex-
llaba de lucecillas movedizas.
tendían basta el infinito.
Por un huéco de la tapia entre el establo y el
Ernesto había salido al corral, y volvió con un
pajar se podía ver todo Bogues. Indudablemente
pedazo de verdadero hielo, más grande que el
la granizada había despertado á todos los labra-
puño, irregular y dentellado; y la Frimat, que no
dores, y cada cual de ellos habíase sentido impa-
se podía estar ya quieta, no se contuvo más y sa-
ciente por ver los destrozos que á sus tierras les
lió también.
causara. Nadie tuvo calma para esperar á que
—Voy en busca de un farol, porque es menes-
amaneciese; así es que las luces iban saliendo una
ter que vea los destrozos. á una, se multiplicaban, corriendo y danzando en
Fanny se dominó durante algunos minutos una obscuridad tan opaca, que no adivinaban los
más. Continuaba relatando lástimas y formulando brazos que las llevaban. Pero la mujer de Becú,
lamentaciones. ¡Ah, qué trabajo! ¡esto hace des- que observaba atentamente, conocía el lugar ocu-
trozos en las legumbres, en los árboles frutales! pado por cada casa, y podía colocar en su cuenta
Los trigos, las avenas, los maíces no estaban aún. un nombre á cada farol sin temor de equivocarse.
muy altos y no habrán sufrido mucho. ¡Pero las —¡Toma! ahora enciendén en casa de la Gran-
viñas! ¡ah, las viñas! Y desde la puerta quería es-
de y ahora salen de casa de los Fouan, y aquella á reunirse con su hermana. Y el muerto, abando-
de allí es ía de Macquerou y la del lado la de Len- nado, permaneció en la desierta cocina, tieso, rí-
gaigne ¡Dios mío! ¡pobre gente! ¡esto desgarra;: gido bajo la sábana, entre los dos pábilos de las
el corazón! ¡Ah! yo voy á ver lo que pasa, velas humeantes y tristes. El ojo izquierdo, que
Elisa y Francisca se quedaron solas delante d e l contiuuaba obstinadamente abierto, seguía mi-
cadáver de su padre. E l ruido de la lluvia conti- rando á las vigas del techo.
nuaba, y pequeñas ráfagas de viento penetrando j ¡Ah! ¡qué catástrofe desolaba aquel rincón de
por la puerta bacían oscilar las llamas de las la- tierra! ¡Qué lamentos se levantaban ante el desas-
ces. Hubiera sido necesario cerrar la puerta; pero tre, nada más que entrevisto á la luz de los faro-
ni una ni otra pensaban en ello, conmovidas t a ó S les! Elisa y Francisca paseaban el suyo, tan mo-
bién ellas por el drama defuera, á pesar del duelo jado por las lluvias, que los vidrios, húmedos,
que tenían en su casa. ¿Qué, no bastaba con tener ; apenas permitían ver nada; y lo acercaban á las
Ja muerte allí? El buen Dios lo destrozaba tod^a plantas, las distinguían confusamente en el círculo
hasta el punto de que ya no sabían si les quedaría j reducido de la luz, y veían los guisantes y las ha-
un pedazo de pan que llevarse á la boca, bas rotos, cortados por el granizo, y las legum-
—¡Pobre padre!—murmuró Francisca.—¡Quéi bres destrozadas y en un estado que era imposible
mal humor le hubiese producido esto, y cuánto hu- pensar en aprovechar ni siquiera las hojas. Los
biera sufrido!..... Más vale que no lo vea. árboles habían sufrido todavía más: las ramas y
Elisa, á pesar de la lluvia, atravesó el corral y el fruto estaban cortados como si lo hubieran he-
se dirigió á la huerta. Francisca se quedó sola cho con un cuchillo; los troncos mismos, descon-
juntó al cadáver del viejo; pero la muchacha no chados y agrietados, dejaban escapar su savia por
se movía de la puerta, conmovida verdaderamente los agujeros de la corteza. Y más lejos, en las vi-
por el vaivén de la luz del farol. Parecíale oír ñas, el desastre era aún mayor; los faroles pulula-
quejas y lamentos, y su corazón se desgarraba. ban, saltaban, como si estuviesen rabiosos, en me-
—¿Éh?¿qué? ¿qué hay, qué sucede? dio de los juramentos y blasfemias de los que los
Ninguna voz le respondía; el farol iba y venia llevaban. Las cepas estaban rotas; los racimos de
más de prisa, como si lo llevase un loco en la uvas que iban madurando se hallaban destroza-
mano. L dos en el suelo, entre despojos de madera y de
—¿Se han perdido las lechugas, di?..... ¿Y los; pámpanos; no solamente la cosecha del año estaba
guisantes están destrozadas? ¡Dice mío! ¿Y las; perdida, sino que los troncos, secos y destrozados,
frutas y las otras hortalizas? no podían dar fruto én mucho tiempo. Nadie ha-
Pero una exclamación de dolor que llegó per- cía caso de la lluvia: uu,perro aullaba anuncian-
fectamente á sus oídos la decidió, y recogiéndose do la muerterías mujeres rompían á llorar como
las sayas salió al corral á pesar de la lluvia y fué.;- si estuviesen delante de un sepulcro. Macquerou
Aquella molestia inútil á media noche le irri-
y Lengaigne, á pesar de su rivalidad, se alum-
taba; y como Elisa y Francisca llegaban en aquel
braban uno á otro y charlaban, cruzando jura-
instante, acabó de exasperarse cuando supo que
mentos y blasfemias á medida que desfilaban por
habían esperado dos horas antes de mandar á bus-
delante de las ruinas del desastre. Aunque ya
carlo.
no tenía tierras, el viejo Fouan, muy enfadado, se
—¡Vosotras le habéis matado, càspita! ¡Si
empeñó en salir á ver lo que pasaba. Poco á poco
seréis idiotas! ¡Agua de colonia y tila para una
todos se iban esaltando. ¿Era posible que así se
apoplejía fulminante! y además, aquí nadie con
perdiese en un cuarto de hora el fruto de un año,
él. Bien es verdad que para lo que hacéis
de trabajo? ¿Qué habíau hecho para que así se Ies-
—¡Pero, señor—balbuceó Elisa llorando—si ha
castigara? .Ni seguridad, ni justicia; plagas y azo-
sido por el granizo!
tes sin razón; caprichos que mataban á la gente.
El señor Finet, interesado, se calmó. ¡Toma!
Bruscamente la Grande, furibunda, cogió piedras
¡había granizado! A fuerza de vivir entre la gente
del suelo v las lanzó al aire para apedrear al cielo
de campo había concluido por tener sus propias
que nadie veía con la obscuridad. Y al mismo
pasiones. J u a n se había aprosimado también, y
tiempo bramaba: .
los dos se asombraban, porque no habían recibido
—¿Maldito sea lo de arriba! ¿no nos dejarás en
ni un solo granizo en el camino de Gloyes. ¡Unos
paz nunca? , , .
libres y otros castigados á un kilómetro de dis-
Sobre el colchón, en la cocma. Mouehe, abando-
tancia! Luego, al ver entrar á Fanny con el farol
nado, seguía mirando al techo con su ojo fijo, cuan-
y seguida por la mujer de Becú y por la F r i m a t ,
do se' detuvieron dos carruajes á la puerta de la
Jas tres desesperadas y hablando al mismo tiempo
casa Juan llegaba al fin con el señor Emet, des-
para relatar la catástrofe que habían presenciado,
pués de haber estado esperándolo en su casa mas
el doctor declaró con grave acento:
de- tres horas, y volvía en el carro al mismo tiempo
—¡ Es una desgracia, una gran desgracia!.... ¡La
que el médico, que se había metido en un coche.
mayor desgracia que puede pasarles á los cam-
Este último," alto, delgado, con la cara rugosa y
pos!....
amarilla, entró bruscamenteenla habitación. En el ,
Un ruido sordo, una especie de estampido le
feudo abominaba aquella clientela de labriegos, á
interrumpió. Aquel ruido pro verna del muerto
la cual acusaba de pobreza.
abandonado entre las dos velas. Todos callaron,
—¿Qué, no hay nadie? ¡Señal de que la cosa|
las mujeres se santiguaron.
va mejor!
Luego, al ver el cadáver,
—No, ¡demasiado tarde! Ya os lo decía, y :
por eso no quería venir. ¡Siempre lo mismo; me
llaman cuando ya están muertos!
í
echar una m a n o y ayudarles. Después que él ha-
• % - " • « bía llevado á su casa á su padre moribundo, entre
III. el antiguo soldado y las dos muchachas iban es-
tableciéndose estrechas relaciones.
Al día siguiente del entierro fué á ver cómo es-
Pasó un mes. El viejo Fouan , nombrado tutor taban. Luego vedvió á charlar un rato, y poco á
de Francisca, que acababa de cumplir quince poco fué haciéndose tan familiar y tan amable,
años. las decidió á ella y á Elisa, que le llevaba que una tarde quitó la azada de manos de Elisa
diez años, á que arrendaran sus tierras a su primo y se puso á cavar él. Desde entonces, como buen
Delhomme (á excepción de un pequeño prado ) amigo, les consagró todos los ratos que teníades-
para que lo que tenían estuviese bien cultivado. ocupados en la granja. Ya era como de la casa,
Ahora que las dos hijas se quedaban solas sin pa- de aquella antigua casa patrimonial de los Fouan,
dre ni hermano en la casa, les hubiera sido nece- edificada por sus antepasados tres siglos antes , y
s a r i o tomar un mozo de labranza, cosa ruinosa,
á la cual la familia consagraba un verdadero cul-
porque los jornales estaban muy altos. Delhomme, to. Cuando Mouche, antes de morir, se quejaba de
por otra parte, no hacía más que prestarles un ser- que le hubiese cabido en suerte el peor lote de la
vicio, pues se comprometía á romper el contrato herencia y acusaba de robo y estafa á sus her-
de arrendamiento tan pronto como alguna de manos, éstos respondían : ¿Y la casa? ¿No te has
ellas se casara y necesitase hacer las particiones. quedado tú con la casa?
Sin embargo, Elisa y Francisca después de. ¡Pobre casucho medio derruido, remendado por
haber cedido también á su primo su caballo, que todas partes á fuerza de tablas viejas y de pego-
de nada les servía ya, se quedaron con las (tos tes de yeso! Probablemente habría sido construi-
vacas, la Coliche y la Rubia, y el asno Sedeen. da con tierra y guijarros; más tarde levantaron
dos paredes de cal y canto, y por fin, en los co-
Se quedaron también, naturalmente, cou su
mienzos del siglo se decidieron á cambiar el techo
media tahulla" de huerta, que quedó al cuidado de
de caña por un tejado de pizarra que ya estaba
la mayor, en tanto que la más pequeña se encar-
destrozada. Así había durado, y así ex istia aún, me-
gaba de cuidar las bestias. .
tido más de un metro debajo de tierra el piso bajo,
Ciertamente era esto bastante trabajo; pero, como construían en aquellos tiempos todas las ca-
gracias á Dios, tenían salud y saldrían adelau sas en los pueblos, sin duda para tener menos frío.
con facilidad. Eso ofrecía el inconveniente de que en los gran-
Las primeras semanas fueron muy duras, por- des temporales de lluvias la inundaban, y por más
que se trataba de reparar los destrozos de la gr~ que se barría el suelo de aquella cueva, siempre
nizada, de labrar la tierra para las legumbres y de quedaba barro húmedo en los rincones. Pero ade-
volver á sembrarlas, y por eso Juan se ofreció a
r
v - m ' ? ¡g¡ I
LA T I E R R A . 151

más, estaba malditísimamenre situada de espale! duras faenas, las hambres, el esfuerzo continuo
á la Beauce inmensa, de donde soplaban los terri- de una raza que había conseguido justamente no
bles vientos del invierno; por ese lado, en la e morirse de hambre matándose á trabajar, sin te-
ciña no había más que un ventanucho estrecho, ner nunca un céntimo más en Diciembre que en
cerrad con un postigo a! nivel del cammo; en- Enero. U n a puerta que daba al establo ponía á
tanto que en la otra fachada, en la del Mediodía, las vacas en compañía de las gentes; y cuando
se hallaban la puerta y las ventanas Cualquiera aquella puerta estaba cerrada, podía también ver-
al verla hubiera dicho que era una choza de per- las y vigilarlas por un agujero hecho en la pared
cadores, construida á orillas del océano. A tuerza de y cerrado con un vidrio. Luego había una cuadra
e>m,triarla v combatirla los vientos de la Beauce,;; dónde estaba Gedeón solo, y después un pajar
la habían inclinado hacia adelante y se encorvaba,^ y una leñera; de manera que no era preciso salir
encontrándose como esas viejas á quienes los anos al corral para nada, porque todo tenía comunica-
han resentido de los ríñones. ción iuterior. Fuera, la lluvia se encargaba de lle-
var á la alberca el agua, la cual servía para que
Pronto conoció Juan testa losúltimoá rincones
bebiesen las bestias y para regar la huerta. Todas
del casucho. Ayudó á limpiar el cuarto oel difun-
las mañanas era menester bajar al río Aigre para
to ene era una habitación tomada del granero,
llevar el agua para la me3a.
del cual se hallaba separada por un tabiqmllo de
tablas simplemente, y en la que no había mas Juan se complacía en estarallí, sin preguntarse
que un cofre antiguo lleno de paja que servia de por qué le gustaba ir. Elisa, contenta y satisfe-
c a m a , una silla y una mesa. Abajo no salía de la cha, lo recibía siempre bien. Sus veinticinco años
cocina, porque rehuía entrar con las muchachas la envejecían y la habían puesto fea, sobre todo
en su cuarto, cuya puerta siempre de par en par después del parto. Pero tenía muy buenos y muy
dejaba ver una alcoba con dos camas, el armario robustos brazos, y trabajaba con tanta alegría,
oran de de nogal, una mesa redonda y tallada, s con tan buen humor, con tauta animación, que
berbia. de una-sola pieza, despojo sin duda del an- daba gozo verla. Juan la trataba como á una mu-
tiguo castillo saqueado por el pueblo el día de la jer, sin tutearla, mientras por el contrario seguía
resolución. Había otro cuarto m a s , detras de tuteando á Francisca, cuyos quince años hacían
aquél, tan húmedo, que el padre había preferido que él la considerase como una chicuela, Ésta, a
irse á dormir arriba; hasta lamentaban tener que quien el aire libre, la intemperie y el trabajo no
habían tenido todavía tiempo de envejecerla, con-
meter allí las patatas, porque se florecían en se-
servaba su bonita caía-, larga, fina, con una frente
guida. Pero donde vivían era en la cocina, en
pequeña, los ojos muy negros y muy expresivos,
aquella vasta habitación ahumada, donde desde
con sus labios muy gruesos y sombreados por u n
hacía tres siglos se sucedían las generaciones de
vello precoz; y áun cuando la creía una chiquilla,
los Folian; las paredes aquellas recordaban las
era también una mujer, y corno decía su herma- —¡ Caramba! lo mismo es el domingo que otro
na, no era menester hacerla cosquillas desde muy día cualquiera, porque la tierra no se labra ella
cerca para que, tuviese un hijo. Elisa la había edu- sola.
cado después "de la muerte de su madre ; de ahí Era J u a n . Rodeó la valla y entró por la puerta
el gran cariño que se profesaban , activo y bulli- del corral.
cioso por parte de la mayor, apasionado y conte- —¡Dejad eso; voy á hacerlo yo en un mo-
nido por parte de la pequeña. La joven Francisca mento !
tenía fama de ser muy terca. La injusticia la exas- Pero ella renunció; iba á concluir en un mo-
peraba. Cuando una vez decía: « Esto es mío, esto mento; y además, si no hacía eso haría otra Cosa;
és tuyo», se hubiera dejado cortar el cuello antes ¿estaba el tiempo para holgar? Por más que se
que Volverse atrás ; y si adoraba á Elisa es por- levantaba á las cuatro y cosía por las noches
que estaba convencida de que le debía aquella con luz artificial, no lograba salir adelante.
adoración y mucho agradecimiento. Por lo demás, É l , por no contrariarla, se había puesto á la
se mostraba siempre razonable, muy juiciosa, sin sombra de un árbol cercano, cuidando de no sen-
malos pensamientos ni tentaciones, atormentada tarse encima de Julio. El antiguo soldado la mi-
sólo por su birviente sangre, lo cual la hacía pe- raba encorvada de nuevo, con las caderas altas,
sada, un poquil lo glotona y perezosa. mientras que con la cabeza casi en el suelo movía
U n día, también ella se atrevió á tutear á Juan, incesantemente los brazos sin preocuparse de que
como se tutea á un amigo mucho más viejo y l a sangre se le subía á la garganta.
bueno que la hacía jugar y rabiar algunas veces, —¡Eso va bien, estáis muy robusta y sois muy
mintiendo por oiría y defendiendo cosas injustas fuerte!
sólo j>or divertirse en verla ponerse furiosa. Ella se mostraba orgullosa de serlo, y compla-
U n domingo, una de esas tardes calurosas del cida, sonrió sin levantarse. Y él reía también, ad-
mes de Junio, Elisa estaba trabajando en la huer- mirándola con aire convencido y encontrándola
ta, arrancando - guisantes, y había dejado á Julio fuerte y valerosa como un muchacho. Ningún de-
durmiendo á la sombra de un cenacho grande. E l seo deshonesto le inspiraban aquellas caderas al-
sol la calentaba de lo lindo, respiraba trabajosa- tas , aquellas pautorrillas en tensión, aquella
mente doblada por la cintura, arrancando las ma- mujer en cuatro pies, sudando y olorosa como
tas, cuando se oyó una voz al otro lado de la valla. una bestia en celo. No pensaba sino que con tales
miembros se podía hacer mucha faena en el cam-
--¿Qué hay? ¿no se descansa ni siquiera los do-,
po, y que una mujer como aquella en una casa era
mingos? más útil que cualquier hombre.
Ella había conocido la voz; se levantó con los ; Sin duda hubo en él una asociación de ideas
brazos enrojecidos, con la cara congestionada, pero que la hizo soltar involuntariamente una noticia
risueña sin embargo.
sobre la cual se había prometido á si mismo guar- hasta tanto que todos hubieran firmado el papel
dar el secreto. Sí, sí, sabe que todo ha concluido.
— H e visto á Buteau antes de ayer. / - — ¡ A h ! ¿y no dice nada?
Elisa se puso lentamente de pie. Pero no tuvo -—No, no dice nada.
tiempo de preguntarle. Francisca, que había oido Elisa silenciosamente se encorvó, anduvo un
la voz de J u a n y que llegaba ele la lechería si- instante arrancando matas, sin enseñar más que
tuada en el fondo del establo, con los brazos al la incitante redondez de sus caderas; luego volvió
descubierto y blancos de leche, se enfureció. el cuello y dijo sin levantar la cabeza:
—¿Queréis que os diga una cosa, Caporal? Pues
—¡Ah! ¡con que le has visto! ¡valiente puerco, ;
que todo h a concluido, bien me puedo quedar con
valiente canalla! Julio, y se acabó.
E r a aquella una antipatía siempre creciente; ya J u a n , que hasta entonces le había dado espe-
no podía nombrar á su primo sin indignarse co- ranzas, movió la cabeza.
mo si tuviese que vengar en él un ultraje per- —¡Caramba! ¡puede que tengáis razón!
—Ciertamente que es un canalla,. declaró Elisa Y echó una mirada hacia Julio, al cual había
con calma; pero nada conseguimos con llamárselo olvidado completamente.
ahora. . E l chiquillo, liado en su envoltura, seguía dur-
Se puso e n j a r r a s y preguntó con seriedad: miendo, con su carita inmóvil bañada por la luz
— ¿ Y qué cuenta Buteau? del sol. Eso era lo malo: aquel muchacho. Si no,
— P u e s nada—respondió J u a n , turbado y des- ¿por qué no había de casarse con Elisa., puesto que
contento de haber tenido la lengua tan l a r g a . — | se hallaba libre? Esta idea se le ocurría de repen-
Hemos hablado de sus negocios, porque su padre te, en aquel momento, al verla trabajar. Tal vez la
dice por todas partes que va á desheredarlo , y el amaba, acaso el gusto de contemplarla lo llevaba
dice que tiempo falta todavía, porque el viejo está á la casa. Y sin embargo, se quedaba sorprendido
muy fuerte, y que además le tiene eso sin cui- porque no la había deseado nunca, ni siquiera
había jugado con ella como jugaba con Francisca,
— ¿Sabe que Jesucristo y Fannv han firmado ; por ejemplo. Y precisamente al levantar la cabe-
el acta ya y que cada uno de ellos ha entrado en j za vió á ésta qué se había quedado en pie y furio-
posesión de su parte? , sa al sol, con los ojos brillantes y encendidos de
— S í , lo sabe; v sabe también que el tío i o u a n pasión, con expresión tan extraña, que se quedó
ha arrendado á su yerno Delhomme la parte que sorprendido, turbado por su descubrimiento.
Buteau no ha querido tomar; sabe que el señor Pero de pronto sé oyó un ruido extraño, un
Baillehache se puso furioso cuando lo supo, y dijo trompetazo, y E l i s a , dejando el trabajo, ex-
que juraba no permitir que se sortearan los lotes clamó:
—¡Allí está Lambourdieu! Tengo que encar- me daríais un disgusto no tomándolo como prueba
garle una gorrita. de amistad.
No había dicho nada á Francisca, y como ésta
Al otro lado d é l a tapia, en la carretera, apa-
seguía alargando al comerciante sus pañuelos de
reció un hombrecillo bajo, que tocaba una trom-
colores, él lo notó y sintió disgusto al observar
peta y precedía á un carro que arrastraba un ca-
que palidecía y hacia un gesto de despecho.
ballejo tordo. E r a Lambourdieu, un tendero fuerte
% —¡Y tú también, tonta! quédate con él ¡Va-
de Cloves, que poco á poco había ido ampliando
mos! no me vayas á desairar, porque no me gus-
su comercio de cofias y sombreros con el de bisu-
taría.
tería, mercería y quincalla, todo unl>azar que
: Las dos hermanas se defendían y reían. Ya
paseaba de pueblo en pueblo en seis á siete leguas
Lambourdieu había alargado la mano por encima
á la redonda. Los labriegos acabaron por com-
de la tapia para coger los cien sueldos. Y se mar-
prárselo á él todo, desde las cacerolas y puche-
chó: el caballo detrás de él arrastraba el pesado
ros basta la ropa. El carro que llevaba tenía una
carromato y el estruendo de l a trompeta se perdió
construcción especial, y cuando estaba abierto
á lo lejos por la carretera.
presentaba una serie interminable de cajones y
De pronto, Juan había tenido la idea de arre-
departamentos que le hacían parecer un verdadero
glar su negocio con Elisa, declarándose á ella. U n
íil m acén«
incidente inesperado se lo impidió. La cuadra es-
Guando Lambourdieu hubo recibido el encargo
taba sin duda mal cerrada, y de repente vieron al
de la gorrita, añadió: borrico eu medio de la huerta, comiéndose tran-
— Y entretanto, ¿no-queréis un bonito pañuelo.'' 1 quilamente unas matas de zanahorias. Aquel asno
Y tirando de un cajón, sacó una multitud de -I grande, vigoroso, rubio, con una raya gris en el
pañuelos encarnados con bordados de todos colo- lomo, era un animalito muy bromista y lleno de
res. vi.it 1
¡Eh! ¡tres francos,'es decir, casi de balde! malicia; levantaba muy bien los pestillos de las
¡ Dos por cien sueldos! puertas con el hocico, y se metía en la cocina en
Elisa y Francisca, que los habían cogido por en-i busca de pedazos de p a n ; y en el modo de menear
cima de la tapia, donde había ¡tendidos para que' sus inconmensurables orejas cuando le regañaban
se secaran algunos pañales de J u l i o , los mano-: por aquellas gracias se veía que comprendía.
seaban con cara de codicia. Pero eran razonables! Cuando se vió descubierto, tomó.el aire indife-
v en realidad no los necesitaba«; ¿á qué gastar? rente de un pobre hombre; en seguida, al verse '
Y ya los devolvían, cuando J u a n se decidió repen- - amenazado con la voz y echado de allí con el
finamente á casarse con Elisa á pesar del chiquillo.-j gesto, se marchó; pero antes de volverse al corral
Entonces, por apresurar la cosa, le gritó: • trotó por los senderos de la huerta y se fué al
—No, no; quedaos con él; yo os lo regalo. ¡Ah!= fondo del jardín. Entonces comenzó una verdadera
EMILIO ZOLA.

persecución; y cnando lo cogió al fin Francisca, se -j iba por sns vacas después del pasto de por la
encogió, metiendo el cuello y las patas traseras tarde, y la había escogido precisamente para ha-
para pesar más y avanzar* más despacio. No se llarse solo con Elisa. Pero al principio lo trastor-
adelantaba nada con él, ni por persuasión, ni nó una contrariedad: la F r i m a t , en calidad de
por medio de palos y puntapiés. Fué preciso que amable vecina, estaba ayudando á la joven á hacer
Juan se mezclase en el asunto y le empujase por á la colada en la cocina. La víspera, las dos her-
detrás con sus vigorosos brazos, porque desde que manas habían preparado la ropa. Desde por la
se veía mandado por dos mujeres, Cfedeón había mañana el agua hervía en un lebrillo lleno de
concebido el más profundo desprecio hacia sus ceniza, colocado en el fogou sobre un buen fuego
amas. Julio había despertado al ruido y lloraba. de sarmientos. Y con los brazos desnudos y las
L a ocasión estaba perdida; el joven tuvo que mar- sayas remangadas, Elisa, provista de un puchero,
charse aquel día sin hablar palabra. sacaba aquel agua, rociaba con ella la ropa que
Pasaron ocho días; una gran timidez habíase había en el barreño, las sábanas debajo , luego las
apoderado de Juan, que ya no se atrevíh, á decir rodillas, las camisas, y encima de todo otras sába-
nada. Y no era que el negocio le pareciese malo, nas. La F r i m a t , pues, no servía de gran cosa;
al contrario; reflexionando acerca de él había visto pero estaba allí charlando, dándose esa distracción
mejor todas sus ventajas. y contentándose con echar ella también de vez en
Por una y otra parte iban g^pando. Si él no cnando un pucherillo de agua en el barreño.
poseía nada, ella en cambio tenía el inconveniente ¡ J u a n tuvo paciencia, creyendo que se marcharía
del chiquillo; esto igualaba la partida, y él no es- pronto. Pero no se iba, ni hacía más que hablar
taba impulsado por ningún cálculo malo, puesto de su pobre marido paralítico, que no podía mover
que pensaba tanto como en su propia dicha en la más que una mano. Era aquella una gran aflicción.
de ella también. Además, el matrimonio, obli- Nunca habían sido ricos; pero cuando él se hallaba
gándole á salir de la g r a n j a , le libertaría de San- : en estado de trabajar, tomaba tierras en arrenda-
tiaguilla que le atormentaba, y á cuyas instancias miento, y ahora apenas si ella sola podía hacer la
cedía siempre por cobardias del placer. De modo labor de la única media tahulla que poseían; y se
que estaba completamente resuelto y esperaba la reventaba á trabajar, recogiendo el estiércol de la
ocasióu de declararse, buscando las palabras que carretera para abonar, porque no tenía animales, y
había de decir, como un muchacho que á pesar de se veía obligada á cuidar sus lechugas, sus zana-
haber sido soldado continuaba sintiéndose tímido horias, sus guisantes, mata á mata, á regar tres
delante de las mujeres. perales y dos albaricoqueros, y acababa por sacar
Ün día, por fin, J u a n , á eso de las cuatro, se tal producto á aquel pedaeillo de tierra, que todos
escapó de la granja y fué á Rognes, resuelto á los ^sábados iba al mercado de Cloyes, doblada
declararse. Aquella hora era á la que Francisca bajo el peso de dos cestas enormes, sin contar las
160 EMILIO ZOLA.

legumbres que le llevaba uu vecino suyo en el carro. Y contó todos los chismes que circ¡ liaban en
Rara vez volvía sin dos ó tres monedas de cien Bogues á propósito del joven. Al princip óle, abo-
sueldos en el bolsillo, sobre todo en el tiempo de rrecieron porque era obrero, porque a s e m b a ma-
la fruta. Pero su continua queja era la falta de dera en vez de labrar los campos. Luego, i uaudo
abono para la tierra; ni el estiércol que recogía se hizo mozo de labranza, le acusaron porq le iba
por los caminos, ni el de algunos conejos y galli- á quitarle el pan á otro: en nu país donde ei a fo-
nas que tenía en el corral, eran bastante. Habían rastero, ¿sabía nadie de dónde salía? ¿No habría
tenido necesidad de recurrir á lo de su viejo, y se hecho algo malo en su pueblo, cuando no se a re-
servía de ese abono humano tan despreciable y vía á volver á él? Y lo espiaban, y espiaban coi ti-
que da asco hasta á la gente del campo. Lo habíau unamente á Santiaguilla, porque todos decían q le
sabido, y se reían de ella y bromeaban llamándola , el día menos pensado entre los dos envenenarían
la tía Caca, apodo que la perjudicaba en el mer- al tio Hourdequin para robarle.
cado: había visto más de una señora volver la es- —¡Oh canallas!—gritó J u a n , pálido de indig •
palda á las cestas de sus magníficas legumbres,; nación.
con náuseas de repugnancia. A pesar de su gran Elisa, que estaba sacando un puchero de hir-
dulzura de carácter, esto la ponía fuera de sí. viente lejía, se echó á reir al oir el apodo de Ban-
—¡Vamos á ver! Decidme, Caporal, si es razo- tiaguilla, que á veies, por divertirse, le ap'icaba
nable eso ¿No nos es permitido aprovechar todo;; ella también.
lo que Dios nos proporciona? ¡ y como si la por- -—Y puesto que ya he empezado á hablar, tal
quería de los animales fuese más limpia! No, vez será mejor que lo diga todo-r-prosiguió la Eri-
todo eso es envidia, y en Bogues no me pueden mat.—Pues sí, no hay horrores que no digan des-
ver porque en mi huerta crecen mejores legumbres : de que venís á esta casa. La semana pasada ¿no es
que en las de nadie Y á vos, Caporal, ¿os dis- verdad? regalasteis á cada una de éstas un pañuelo
gusta eso? que se pusieron el domingo para ir á misa. ¡ Pues¡
J u a n , sin saber qué decir, respondió: aunque sea muy cochino, aseguran todos que dor-
— ¡Caramba! ; la cosa no me gusta mucho ! mís con las dos!
Como no está uno acostumbrado á eso..... pero AI oir esto, J u a n , temblando, pero resuelto, se
puede que sea sólo UDa ilusión. puso de pié y dijo:
Esta franqueza desoló á la pobre vieja, y como —Oid, vecina, porque no me importa decirl) de-
no era disputoua ni alborotadora, se contentó con lante de vos Sí, quiero preguntar á Eli ia si
mostrar su amargura. 1 quiere que me case con ella ¿La oís, Elisa? Os
¡Bueno, ya os han puesto también en contra lo pregunto, y me decís que sí, me pondré muy
mía!..... ¡Ah, si supiereis qué malos son! ¡si supie- contento.
reis lo que dicen de vos! E n aquel instante vaciaba ella la lejía del pu-

j
chero en-el barreño. Pero se apresuró, acabó de ro- En aquel momento oyóse ruido fuera; era Eran-
ciar la ropa cuidadosamente, y luego, volviéndose cisca que volvía con sus dos vacas.
hacia.él con los brazos humeantes por el vapor y —Mira, Elisa, ven á v e r esto..... La Coliche se
poniéndose muy grave, le miró cara á cara. ha lastimado una pata.
—¿De veras? ¿habláis seriamente? Todos salieron, y Elisa, al ver al animal que co-
—Muy seriamente. jeaba, con la pata izquierda de delante herida y
La joven no parecía sorprendida. E r a una cosa ensangrentada, tuvo un acceso/ de cólera, uno de
natural; pero no decía ni sí ni no, porque segura- esos momentos furiosos durante los cuales pegaba
mente tenía alguna idea que la mortificaba. á su hermana cuando ésta era pequeña y cometía
Habría que decir que no á causa de Santia- ; una falta ó hacía algo malo.
guilla—replicó él—porque Santiaguilla 1 —Otro descuido tuyo, de seguro, ¿eh? te habrás
Ella le interrumpió con un gesto, porque sabia dormido en el campo como la otra vez.
que no importaban las relaciones con la criada de —No, te aseguro que no No sé qué habrá
la granja. hecho. La había atado á una estaca, y tal vez se
cogiese la mano con la cuerda.
—Hay además la circunstancia de que no tengo
—¡Calla, embustera! ¡no sirves para nada! E l
más que el pellejo que traeros, en tanto que vos
día menos pensado me matas mi vaca.
tenéis esta casa y algunas tierras.
Los ojos negros de Francisca brillaron. Estaba
De nuevo hizo ella un gesto para decir que en
muy pálida é indignada. Contestó balbuceando:
su posición cou un hijo pensaba como él que todas
' —¡Tu vaca tu vaca ! Bien podías decir
osas cosas estaban compensadas.
No, no, no es nada de eso—declaró ella por nuestra vaca.
£ n. Pero Buteau —¿Cómo nuestra vaca? ¡ U n a vaca t u y a , mu-,
— P u e s t o que él no quiere ñeca!
— E s verdad, y tampoco somos amigos, porque —Sí, la mitad de todo lo que hay aquí es mío, y
él se ha portado muy mal Pero de todos modos, tengo el derecho de cogerlo y destrozarlo si quiero.
h y que consultar á Buteau. Y las dos hermanas, puestas una enfrente de
J u a n reflexionó. Luego contestó.' otra en jarras, se contemplaban amenazadoras y
—Como queráis. Se debe por respetos al chiquillo. como enemigas declaradas. Se querían tantísimo y
Y la Frimat, que á su vez y cou la mayor gra- se habían querido tanto toda la vida, que era aque-
ve !ad estaba echando también lejía á la ropa, cre- lla la primera disputa seria que ocurría entre ellas,
yó deber dar su aprobación á ese propósito, mos- aguijoneadas por ese espolazo de lo tuyo y de lo
trá idose al mismo tiempo favorable á Juan, un mío, la una irritada ante la violencia de su her-
mr. ;hacho honrado, ni borracho ni brutal, que ha- mana pequeña, la otra indignada y furiosa ante la
ría un buen marido. injusticia de la mayor. Esta cedió y se volvió á la
—Conviene.
cocina por no abofetear á su hermana. Y cuando
ésta después de meter las vacas en el establo, se Ella alargó la mano y él la estrechó. De toda su
presentó, entró en la cocina á coger un pedazo de persona, envuelta en el humillo húmedo del vapor,
pan, y reinó un silencio extraño. se exhalaba un olor á mujer de su casa y hacen-
dosa, un olor á ceniza perfumada con iris.
Elisa ya se había calmado. La vista de la her-
mana, tiesa, seria y enfadada, la fastidió. Ella ha-
bló la primera, deseosa de cambiar la situación por IV.
medio de una noticia imprevista.
—¿No sabes que J u a n quiere casarse conmigo Desde el día antes Juan trabajaba en las pocas
y que me ha preguntado.....? , , tahullas de prado que dependían de la Borderie en
Francisca, que estaba comiendo de pie al lado las orillas del Aigre. Desde el amanecer hasta por
de la ventana, permaneció indiferente* y ni siquiera la noche se había estado oyendo el ruido de las
volvió la cabeza. hoces de las segadoras, y aquella mañana dgbía
—¿Á mí qué me importa? acabarse la operación. Como la granja no tenía
—Te importa, que lo vas á tener por cunado, y máquina para henear, le consintieron que tomase
que quisiera saber si te gusta para eso. dos mujeres á jornal para hacer esa operación:
Ella se encogió de hombros. Palmira, que se mataba á trabajar y que era más
—¿Gustarme? ¿y qué importa? Lo mismo me
fuerte que un hombre, y Francisca, que se había
da él que Batean, porque yo no he de dormir con
ajustado por capricho, divertida por aquella faena.
ellos Pero si quieres que te diga la verdad, nada
Las dos habían ido con él á las cinco de la mañar-
de eso me parece limpio. ' na, y con sus grandes horquillas á propósito habían
Y se fué á concluir de comerse el pan al corral. extendido la hierba que hecha pequeños haces el
Juan, turbado, hizo como que se reía, como si se día anterior para preservarla de los efectos del ro-
tratase de la gracia de un chiquillo mimado, en cío, estaba recogida en un lado del prado. E l sol
tanto que la Frimat declaraba que en sus tiempos, había salido en un cielo ardiente y puro, refrescado
á una muchacha que hiciese aquello la hubieran " por ligera brisa,
azotado hasta que la brotara la sangre. Elisa se Después de almorzar, cuando J u a n volvió al tra-
puso seria y por un momento pareció ocuparse so- bajo con sus heneadoras, ya estaba todo el heneo
lamente de su lejía. Luego dijo: , del primer apartado. J u a n tocó el heno y lo sintió
—Bueno; pues dejemos las cosas aquí, Capo- seco y crujiente.
ral No os digo que no, pero tampoco ©s digo —Oid, vamos á darle otra vuelta, y mañana
que sí todavía Veré á mis parientes, hablare empezaremos á parvear.
con ellos, y sabremos á qué atenernos. Luego de- Francisca, con una faldilla de tela gris, se había
cidiremos entre los dos. ¿Conviene?
—Conviene.
cocina por no abofetear á su hermana. Y cuando
ésta después de meter las vacas en el establo, se Ella alargó la mano y él la estrechó. De toda su
presentó, entró en la cocina á coger un pedazo de persona, envuelta en el humillo húmedo del vapor,
pan, y reinó un silencio extraño. se exhalaba un olor á mujer de su casa y hacen-
dosa, un olor á ceniza perfumada con iris.
Elisa ya se había calmado. La vista de la her-
mana, tiesa, seria y enfadada, la fastidió. Ella ha-
bló la primera, deseosa de cambiar la situación por IV.
medio de una noticia imprevista.
—¿No sabes que J u a n quiere casarse conmigo Desde el día antes Juan trabajaba en las pocas
y que me ha preguntado.....? , , tahullas de prado que dependían de la Borderie en
Francisca, que estaba comiendo de pie al lado las orillas del Aigre. Desde el amanecer hasta por
de la ventana, permaneció indiferente* y m siquiera la noche se había estado oyendo el ruido de las
volvió la cabeza. hoces de las segadoras, y aquella mañana dgbía
—¿Á mí qué me importa? acabarse la operación. Como la granja no tenía
—Te importa, que lo vas á tener por cunado, y máquina para henear, le consintieron que tomase
que quisiera saber si te gusta para eso. dos mujeres á jornal para hacer esa operación:
Ella se encogió de hombros. Palmira, que se mataba á trabajar y que era más
—¿Gustarme? ¿y qué importa? Lo mismo me fuerte que un hombre, y Francisca, que se había
da él que Buteau, porque yo no he de dormir con ajustado por capricho, divertida por aquella faena.
ellos Pero si quieres que te diga la verdad, nada Las dos habían ido con él á las cinco de la mañar-
de eso me parece limpio. ' na, y con sus grandes horquillas á propósito habían
Y se fué á concluir de comerse el pan al corral. extendido la hierba que hecha pequeños haces el
Juan, turbado, hizo como que se reía, como si se día anterior para preservarla de los efectos del ro-
tratase de la gracia de un chiquillo mimado, en cío, estaba recogida en un lado del prado. E l sol
tanto que la Frimat declaraba que en sus tiempos, había salido en un cielo ardiente y puro, refrescado
á una muchacha que hiciese aquello la hubieran " por ligera brisa,
azotado hasta que la brotara la sangre. Elisa se Después de almorzar, cuando J u a n volvió al tra-
puso seria y por un momento pareció ocuparse so- bajo con sus heneadoras, ya estaba todo el heneo
lamente de su lejía. Luego dijo: , del primer apartado. J u a n tocó el heno y lo sintió
—Bueno; pues dejemos las cosas aquí, Capo- seco y crujiente.
ral No os digo que no, pero tampoco ©s digo —Oid, vamos á darle otra vuelta, y mañana
que sí todavía Veré á mis parientes, hablare empezaremos á parvear.
con ellos, y sabremos á qué atenernos. Luego de- Francisca, con una faldilla de t e l a gris, se había
cidiremos entre los dos, ¿Conviene?
mm

KMILIO ZOLA.

Desde hacía diez minutos, en medio del pro-


atado á l a cabeza na pañuelo azul, un pico del cual
fundo silencio de los campos no se oía más ruido
azotaba su nuca, mientras otros dos flotaban libre- I
que aquel golpeteo cadencioso.
mente sobre süs mejillas, protegiéndole la cara i
Justamente Francisca se acercaba á Berta,
contra los ardores del sol, y balanceando su hor-
—¿Eh? ¿te has cansado ya?
quilla, cogíala hierba, la lanzaba al viento que se j
— U n poco. ¡ Cuando no se tiene la costumbre!
la llevaba, haciéndola aparecer como polvo de oro. 1
Empezaron á charlar y hablaron en voz baja de
Las hierbecillas volaban, despidiendo fuerte y pe- |
Susana, la hermana de Yíctor á quien los Lengaig-
netrante aroma, el olor cálido de las hierbas cor- 1
ne habían colocado en nn taller de modista, en
tadas y de las flores marchitas. Ella también tenía s
Chateaudun, y que al cabo de seis meses se había
calor en medio de aquel movimiento continuo que
escapado á Chartres para meterse en la vida. De-
la desvanecía.
cían que se había ido con el pasante de un notario:
—¡Ah pequeña!—dijo Palmira con su voz d o - '
todas las muchachas de Bognes cuchicheaban acer-
líente.—Bien se vé que eres joven..... Ya verás |
ca de ella y se forjaban en su imaginación multi-
esta noche cómo te duelen los brazos.
tud de pormenores pintorescos. Estar en la vida
Pero ellas no estaban solas; todo Bognes se-
era entregarse á orgías de jarabe de grosella y
gaba y heneaba al mismo tiempo en los prados J
agua de Seltz en medio de una porción de hom-
contiguos. Antes de amanecer se hallaba en el suyo :
bres que pasaban por la cama de ella á docenas.
Delhomme, porque l a hierba húmeda de rocío es 1
—Sí, hija mía, así es ¡Te aseguro que la es-
fácil de cortar porque está tierna, y luego se en- *
tarán poniendo buena!
durece á medida que va estando sometida á la ac- i
Francisca, que era muy joven, se quedaba estu-
ción del sol, y se la oía crujir bien á aquella hora i
pefacta y abría desmesuradamente los ojos.
bajo el filo de su hoz, manejada enérgicamente por -3
—¡Yaya una diversión!—dijo por fin.—Pero
sus nervudos brazos. Más cerca, tocando casi á las
si no vuelve, los Lengaigne se quedarán solos,
tierras de la granja, había dos parcelas, una que ;
porque parece que Víctor se tendrá que ir, puesto
pertenecía á Macquerou y la otra á Lengaigne.
que ha caido soldado.
E n la primera, Berta, vestida de señorita con - j
Berta, que sentía los mismos odios que su pa-
una falda llena de volantes y un sombrero de paja, |
dre, se encogió de hombros; ¡vaya una cosa que les
se hallaba acompañando á las heneadoras por dis- =
importaba á los Lengaigne! No tenían más que u n
tracción; pero cansada ya, permanecía apoyada en
pesar: el que su hija no se hubiera quedado en su
su horquilla á la sombra de un árbol. En la otra, -¡
Casa, aunque fuese para entregarse á todos los
Yíctor, que trabajaba en lugar de su padre, aca- <
hombres, pero ayudándoles á cuidar de su tienda
baba de sentarse y descansaba un momento con la
de tabaco. Pues qué, ¿no la había disfrutado ya un
hoz entre las piernas y golpeándola contra una
tío suyo de cuarenta años, antes de que se mar-
piedra.
ciase á Chateaudnn? Y bajando todavía más la satisfacer su Odio de familia. Indudablemente el
voz, Berta explicé con todos sus pormenores la maestro de escuela no valia gran cosa; un bribón
manera como babía ocurrido la escena. Francisca, que pegaba á los chicos; un hipócrita cuyas opi-
muerta de risa, la escuchaba y encontraba todo niones nadie conoce, y m u y capaz de convertirse
aquello muy extraño. en el perrillo faldero de. la chica por apoderarse
—¡Oh, caramba! ¡qué estupidez es hacerse esas del dinero del padre. Pero Berta tampoco era muy
cosas! católica, á pesar de sus humos de señorita educada
Emprendió de nuevo el trabajo y se alejo, en un colegio. Sí, por más que llevase faldas con
echando al aire la hierba y sacudiéndola al sol. volantes y chaquetas de terciopelo, y que en vez
Seguíase oyendo persistentemente el ruido de de polisón se pusiese trapos en el trasero, mona
la hoz golpeando la piedra que Víctor tenía á sus se quedaba y por dentro era una bribona de tomo
pies, y algunos minutos después acercóse al joven y lomo, porque en los colegios de Chateaudnn se
y empezó á hablar con él. aprendían cosas mucho peores que quedándose en
—¿Conque te vas de soldado? el pueblo cuidando vacas yllevándolas á pastar.
—¡Oh! ¡En Octubre.....! Tengo tiempo y no hay No hay cuidado que esa se dejara hacer un chico;
prisa ninguna. _ á esas les gusta más destruirse la salud ellas sólitas.
Resistíase Francisca á hablarle de su hermana, —¿Y cómo es eso?—preguntó Francisca, que
y sin embargo no pudo remediar el sacar la con- no comprendía.
É l hizo un gesto, ella se puso seria y dijo sin
versación.
¿Es verdad lo que dicen por ahí, que Susana cortarse:
está en Chartres ahora? . ^ —-Por eso será entonces por lo que siempre ha-
Pero el contestó con el tono de la mayor indi- bla de porquerías y se me pone encima.
Víctor se había puesto á golpear de nuevo con
ferencia.
—Parece que sí ¡Si eso le divierte! el mango de su hoz sobre la piedra, y entre golpe
De pronto replicó ai ver llegar á lo lejos á Le- y golpe deslizaba una frase.
queu, el maestro de escuela, que parecía ir de —¿De modo que t ú y a lo sabes? No tiene nada
—¿El'qué?
paseo:
i —Berta está pelada No tiene pelos, y por
—¡Allí hay uno para la hija de Macqueron!
eso los muchachos la llaman la pelada.
¿No lo decía yo? Ya se h a parado y le mete la —Pero ¿qué pelos?
nariz entre los cabellos..... Anda, anda, cabeza de —Pues los pelos de cierto sitio, que lo tiene tan
pierrot, huele todo lo que quieras que con el olor raso como la palma de la mano.
solo te quedarás. —¡Dale, embustero!
Francisca se puso otra vez á reir, y Víctor se —¡Cuando te digo que sí!
despachó á su gusto hablando contra Berta para
m
/
M
171
170
L A T I E fili A .
EMILIO ZOLA.
i

mismo movimiento rítmico, doblados por los rí-


—¿Lo has visto tú?
ñones, inclinados hacia el suelo, con la hoz traba-
—Yo no, pero otros sí.
jando sin cesar, retirada V acercada al cuerpo con
—¿Qué otros? . . .. .
— P n e s otros muchachos que juran habérselo movimiento regular y cadencioso. Un momento
Delhomme se detuvo y se puso de pie, destacándo-
visto. .
¿Y cómo y desde dónde lo han visto? se sil elevada estatura entre todos, y el cuerno de
Pues como se ven esas cosas cuando les arri- toro lleno de agua y pendiente de su cintura al
ma uno las narices ó cuando las toca. Yo^no sé; lado de la bolsa, de donde sacó una piedra negra m
pero no es necesario haber dormido con ella para- en la cual se puso á afilar la hoz. Luego desapa-
saberlo, porque hay momentos en que se remanga reció lav silueta y volvió á oirse el ruido de su
una las faldas, ¿no es verdad? instrumento de siega cebándose en la mies.
Elisa había llegado á la casa de los Fouan.
—Entonces, habrán tenido que ir á espiarla.

I
Al principio creyó que no había nadie, porque la
E n fin, no sé cómo, pero ello es que parece
habitación parecía enteramente abandonada. Rosa
un bicho feo, muy así como un pajarraco re-
se había deshecho de sus dos vacas, el viejo aca-
cién nacido y todavía sin pluma, que abre el pico
baba de vender su caballo; ya no había allí ni
desmesuradamente.
bestias, ni trabajo, ni nada que hiciese ruido en la
Francisca se echó á reir como una loca. La

i:
casa ni en el corral. La puerta, sin embargo, cedió
imagen aquella del pajarraco sin pluma le hacía
al empujón de Elisa, y la joven penetró en la de-
flit mucha gracia y le parecía muy ingeniosa. Y no
sierta v sombría sala baja, y encontró allí al tío
rifi se calmó ni continuó heneando hasta tanto que^
vió por la carretera á su hermana Elisa que s e |
Fouan de pie y* comiéndose un pedazo de pan y
' ! Í!

ti-. queso, en tanto que su m u j e r , sentada y con los


encaminaba hacía el prado. Esta se acercó á Juan f
P« aii •
1 para decirle que se decidía á ir á casa de su tío con
brazos cruzados, lo contemplaba.
—Buenos días, tía. ¿Qué tal va? ¿estáis buenos?
objeto de hablar á Buteau; hacía tres días que

|S1
— S i , n o v a mal—respond o la tía, cuya fiso-
tenía tomada esa resolución, y Elisa prometió lle-
nomía se animó, satisfecha por aquella visita.—
garse por allí á la vuelta para darle cuenta del
Ahora que somos burgueses nos estamos sin hacer
resultado de su conversación. Cuando se alejo la
nada desde por la mañana hasta por la noche.
joven, Víctor seguía golpeando la piedra; Francis- ¡1
ca, Palmira y las otras mujeres seguían aventando; j Elisa quiso ser también amable con su tío.
la hierba sin cesar ni u n momento; en tanto que. —Por lo que veo, el apetito va también bien, ¿eh?
Lequeu, muy amable y rendido, daba una lección^ —¡Oh!—contestó el viejo—no es que tenga
á Berta manejando la hoz con la rigidez y regula-J hambre sino que como de cuando en cuando
ridad de un soldado en el ejercicio. A lo lejos los ! por hacer algo De ese modo los días resultan
segadores se iban acercando sin detenerse, con el un poco más cortos.
Tenía un aire tan sombrío, que Rosa empezó á —¿Y qué?—preguntó Elisa—¿Es que' los Del-
hablar, sin duda por animarlo, de las ventajas de homme no pagan bien?
vivir sin trabajar y de eomer de sus rentas. Levan- —¡Oh, sí!—respondió Rosa.—El día que cum-
tarse tarde, frotarse las manos, reírse de si hace ple el trimestre, sin falta, á las doce de la mañana
calor ó baee frío, no tener preocupaciones de nin- está el dinero ahí, encima de la m e s a — ¡Pero hay
guna clase, ¡ah! todo aquello sí que era bueno; ¡ V i- maneras de pagar y maneras de pagar! ¿no es ver-
vir en el paraíso! ¡Qué diferencia de antes! E l viejo, tlaá? Y tu tío, que es muy susceptible, sobre todo
animado por aquella pintura, se excitaba y revivía desde que ha tenido el disgusto con Buteau, qui-
creyendo que era verdad, y bajo de aquella alegría, siera que le guardasen más consideraciones, y no
forzada, de su exageración y de la fiebre produci- le gusta que Fanny venga á nuestra casa como iría
da por lo que estaban diciendo, notábase el fasti- á la del usurero, como si la robafám
dio profundo, el suplicio de la ociosidad que ator- ^ -—Sí—añadió el viejo.—pagan y nada más. Yo
mentaba á aquellos dos viejos desde que sus brazos, creo que eso no es bastante. Era menester que tu-
inertes de pronto, se desperezaban en el reposo* viesen, miramientos y respeto Pues qué, ¿se
semejantes á máquinas antigua.? arrinconadas y creen ellos cumplidos con dar su dinero?...,. Aquí
vendidas como hierro viejo. . ' nos tienes hechos unos simples acreedores, y ni si-
Por fin Elisa se decidió á hablar del objeto de quiera puede uno quejarse ¡Y todavía si paga-
su visita. . ran todos!..../
Tío, me han dichoquehablasteis con Putean. , E l viejo se interrumpió y hubo un momento de
—¡Buteau es un granuja!—exclamó Fouan fu- silencio embarazoso. Aquella alusión á Jesucristo,
rioso, de pronto y sin dejarla concluir.—¿Es que que no les había dado un céntimo, bebiéndose su
si no se hubiese obstinado como un animal hubiera parte que iba hipotecando poco á poco, desolaba á
él tenido la cuestión desagradable que tuvo con la madre, siempre dispuesta á defender al ganapán,
Fanny? que era el predilecto suyo, las niñas de sus ojos.
E r a el primer rozamiento que había habido en- Echóse á temblar al ver que iban á hablar mal de
tre él y sus hijos, y por lo mismo le era más dolo- él, y se apresuró á responder:
roso y amargo. Al confiar la parte de Buteau á WL •—¡No te quemes la sangre con esas tonterías!
Delhomme, había pretendido arrendarlo por ochen- Puesto que nosotros somos dichosos, ¿qué te im-
t a francos la hectárea, mientras que Delhomme no portan los demás? Cuando se tiene bastante, se tie-
quería más que pagar una pensión doble, doscien- ne bastante y se acabó.
tos francos por su parte y otros doscientos por el Jamás le había hecho resistencia de aquel modo.
otro. La cosa era justa, y el viejo se ponía rabioso Él la miró con fijeza.
cuando pensaba que no había tenido razón para —¡Hablas demasiado, vieja! Quiero ser fe-
exigir más. liz, pero es necesario además que no me fastidien.
[
Y ella se hizo en seguida la pequeña y guardó - Fouan se encogió de hombros,
silencio, en tanto que su marido se acababa de eo- t; — E n primer lugar, yo uo he de volver á hablar
mer el pan y el queso que tenía en la mano, con- é ese granuja Y además, hija, ¿á qué apurarlo,
servando mucho rato en la boca el último bocado,, cuando es tan terco que como se le haga decir una
y mascándolo muy despacio para que durase más vez que no, ya no hay medio de que diga que sí
el entretenimiento. L a sala silenciosa parecía aún nunca? Déjalo en libertad, y que se case cuando él
más triste y sombría. quiera.
— P u e s yo quisiera saber—continuó Elisa—qué 5 — P u e s es claro—añadió simplemente Rosa, que
piensa Buteau respectoá mí y á su hijo No le he volvía á su costumbre de no ser más que el eco
molestado nunca, y creo que ya es hora de decidirse. ; fiel de su marido.
Los dos viejos uo decían palabra. La joven in- Y Elisa no pudo sacarles una palabra más. Asi
terrogó directamente á s u tío: es que los dejó, volvió á cerrar la puerta de la sala
—Puesto que le habéis visto, os habrá hablado y se fué, dejando que la casa adquiriera de nuevo
de mí ¿Qué ha dicho? su aspecto sombrío.
—¡Nada, ni palabra absolutamente nada! El E n los campos y orillas del Aigre, J u a n y sus
cura me está fastidiando continuamente porque yo dos heneadoras habían comenzado á formar el
arregle eso. ¡Gomo si fuera posible hacerlo mien- primer montón de mies. Francisca era la que lo
tras el muchacho no quiera! iba form ando. En el centro, subida en un montón
Elisa, llena de incertidumbre, reflexionaba. grande de paja, disponía y colocaba en círculo los
—¿Creéis que querrá algún día? haces de heno que le llevaban J u a n y Palmira.
— E s posible. Y poco á poco el montón iba subiendo, se levan-
—¿Y pensáis que se casará conmigo? taba con ella siempre en medio y metida en la
— H a y probabilidades. hierba hasta los muslos. E l montón iba tomando
—¿Me aconsejáis que espere? forma; ya tenía dos metros de alto; Palmira y
—¡Caramba! eso depende de las fuerzas con Joan se veían obligados á darle los haces con las
que te sientas. Cada cual hace lo que quiere. horquillas, porque n o alcanzaban ya con las ma-
Ella guardó silencio, porque no quería hablar . nos; y la faena seguía sazonada con grandes risas
de las proposiciones de J u a n y porque no sabía de á causa de la alegría que da siempre el campo y
qué medios valerse para obtener una respuesta de- * de las tonterías que unos á otros se dirigían, ex-
finitiva y satisfactoria. citados por el olor del heno. Francisca, sobre todo,
— Y a comprenderéis que al fin me harto de no con el pañuelo caído sobre el cuello, con la cabeza
saber á qué atenerme. Necesito un sí ó u n no..... desnuda, el cabello en desorden, enredado con
Vos, tío, podríais preguntárselo á Buteau, y yo os hierbas y florecillas secas, experimentaba extrañas
lo agradecería muchísimo. sensaciones sobre aquel montón movedizo donde
EMII.ÍO ZOI.A.

se hundía hasta los muslos. Sus brazos desnudos imitado, que la misma Palmira se sujetaba el
se hundían también en el heno; cada haz lanzado? vientre sin poder contener la risa, como s i sintiera
desde abajo la cubría de una lluvia de pajillas y dolores de cólico, á la vez que decía:
desaparecía, fingiendo naufragar en aquel mar de gf —¿Qué demonios tiene J u a n hoy? ¡Québromis-
mies. taestá!
—¡Ay, ay! me ha picado aquí. Cada vez había que tirar más altos los hacés de
—¿Dónde? - leña. Luego empezaron las bromas sobre Lequeu
—¡Aquí, en la corba! y Berta, que había acabado por sentarse al lado de
—Eso es una araña. ¡Ten cuidado y aprieta las la otra. Tal vez la pelada estaría haciendo que le
piernas! hiciese el otro cosquillas con una paja desde lejos;
Y rieron más y mejor é hicieron llover las fra- pero lo que es el maestro de escuela no consegui-
ses de dudoso sentido y las broma^groseras. ría nada más, porque no era para él aquella ga-
Delhomme desde lejos lo advirtió y volvió un lleta.
momento la cabeza, sin dejar por eso de hacer tra- • —¡Si será cochino!—exclamó Palmira, que va
bajar á la hoz. ¡Ah! la picara muchacha debía t r a - ' no tenía fuerzas para reir más.
bajar en vez de jugar tanto. Ahora echaban á per- • Entonces J u a n la emprendió con ella,
der á las chicas y sólo trabajaban por divertirse. : —¡Vamos, que vos no habréis llegado á los
Y continuó cortando mies á toda prisa y dejando treinta y dos años siu que nadie os lo toque!
en pos de sí grandes cantidades segadas. El sol •• —¡A mí, j a m á s ; nadie!
iba bajando allá en el horizonte; los segadores —¡Cómo! ¿ningún muchacho lo ha intentado?
iban ensanchando cada vez más los claros que ha- ¿No habéis tenido novio?
cían en la mies. Víctor era el único que no se ' — ¡ N o , ninguno!
apresuraba, y al ver que la Trouille pasaba por Ella se había puesto pálida, muy seria y mos-
allí con sus gansos, se escapó disimuladamente trando entristecidaaquella cara flaca y macilenta,
para buscarla al otro lado de una fila de árboles trabajada por la miseria, en la cual lucían dos ojos
que había á la orilla del río. de perro fiel á su amo. Tal vez se puso á pensar en
—¡Bueno!—gritó J u a n ; — é s e y a se va en busca su triste vida, sin una amistad, sin un amor, ha-
de su hembra que lo espera de seguro. ciendo siempre la existencia de una bestia tratada
Francisca soltó la carcajada. decontínuoá latigazos y mnerta de sneño al en-
—-Es demasiado viejo para ella. trar por la nooche en la cuadra; y se había deteni-
. / —¡Demasiado viejo!..... ¡Pues mira, se arreglan do, de pie, con los puños apoyados en el palo de la
bien! horquilla, mirando sin ver hacia el horizonte.
Y con un silbido especial imitaba el ruido de un Hubo un momento de silencio. Francisca, inmó-
cuchillo afilándose en una piedra deamolar, tan bien vil en lo alto del montón, escuchaba, mientras que
aproximación instintiva sin consentimiento refle-
J o a n se detenía un momento para respirar tam- xivo, él atormentado y bestial, ella pasiva y buena
bién, y bromeaba sin atreverse á soltar la especie para todo, cediendo en seguida el uno y el otro al
que tenía en la punta de la lengua. Al fin se de- consuelo de encontrar calor en aquella zahúrda
cidió y lo soltó todo. donde tiritaban.
—¿De modo que es mentira eso que dicen de | — E l l a tiene razón; ¿qué nos importa? — dijo
que os acostáis con vuestro hermano? Juan con su aire grave de buen muchacho, con-
De lívida que estaba Palmira se puso roja como movido al verla tan tras! ornada.—Eso es cosa de
una cereza y empezó á tartamudear, sorprendida, ellos y á nadie hace daño.
irritada, sin encontrar el mentís que deseaba for- Pero vino á ocuparles otra historia, Jesucristo
mular. acababa de bajar del castillo, la antigua cueva que
—¡Oh, infames! ¿quién puede creer esoi' ocupaba, y desde ló alto del camiDo llamaba á la
Y Francisca y J u a n , cada vez más alegres, ha- Trenillecon toda la fuerza de sus pulmones, ju-
blaban á la vez,acosándola y desesperándola. ¡Que rando y gritando que su hija había desaparecido
demonio! E n la cuadra derruida donde vivían ella y hacía dos horas, sin inquietarse por la sopa para
su hermano, no había medio de moverse sin caer la noche.
el -uno encima del otro. Los jergones estaban jun- | —Tu h i j a — l e gritó J u a n — está debajo de los
tos, y no tenía nada de extraño que los equivoca- sauces mirando la luna con Víctor.
sen de noche. „ „ . , Jesucristo cerró los puños.
—Vamos, si es verdad, contesadlo Ademas, j —¡Esa perdida me deshonra! Voy á buscar
lo sabe todo el mundo. # mi látigo.
Palmira erguida, furiosa, empezó a defenderse. Y volvió á subir corriendo. Se trataba de un l á -
— Y aunque fuese verdad, ¿qué le importa á tigo que tenía colgado detrás de la puerta para
nadie?..... El póbrecillo no tiene placeres ningunos. aquellas ocasiones.
Soy su hermana y podría ser ser su mujer, puesto
¡ ! > e r o la Treuille había debido escucharle. Oyóse
que todas las muchachas le rechazan.
un rumor de hojas y un ruido de huida, v dos mi-
Dos lágrimas corrieron por sus mejillas a aque-
nutos después reapareció Víctor, con paso perezo-'
lla confesión, en el desgarramiento de su mater- so, poniéndose otra vez á trabajar. Y como J u a n
nidad por el enfermo, que llegaba hasta el incesto. ; desde lejos le preguntase si había tenido cólico, le
Después de haberle alimentado, aun podía por la respondió: »
noche darle lo que las otras le rechazaban un —¡Justo!
recalo que no le costaba nada; y en el tondo de su Habíase acabado el pajar, de una altura de cua-
obscura inteligencia de seres tan pegados á la tie- tro metros, sólido y redondeado. Palmira con sus
rra, de parias cuyo amor nadie había querido, ellos largos brazos delgados echó las últimas gárvas, y
no supieron cómo había sucedido la cosa: una
LA TIERRA.
180

reír, diciendo que no se había hecho daño. Pero al


Francisca, de pie en lo alto, parecía entonces sentirla sudorosa y ardiente contra su rostro, él la
agrandarse sobre el pálido cielo, sofocada toda vi- sujetó. Aquel olor de mujer, aquel violento per-
brante por sus esfuerzos, inundada de sudor, con fume de paja batida por un fuerte viento, le em-
los cabellos pegados á la piel, y tan en desorden, briagaba, estremeciendo todos sus músculos en
que su corpino bailaba sóbre sus duros pechos, y una rabia brusca de deseos. Además había allí otra
la saya, suelta, colgaba de sus caderas. cosa: uua pasión oculta por aquella niña, y que
- • O h , q u é alto está esto!..... Se me va la ca- estallaba de pronto; una ternura de los sentidos y
del alma, que venía de atrás, y aumentada con sus
Y reía estremeciéndose, vacilando, no atrevién- miradas y con sus risas, haciendo nacer el deseo
dose á bajar, adelantando un pie para retirarlo en de gozarla allí, sobre la hierba.
—¡Oh, J u a n , basta! ¡que me ahogas!
está muy alto. Vé á buscar una esca- Y reía siempre creyendo que él jugaba. Y él,
habiendo encontrado las miradas de Pal mi ra, se
¡Pero, tonta!—dijo Juan;—¡siéntate y déjate estremeció y se levantó con el aire de un borracho
resbalar! á quien despeja el borde de un precipicio. ¿Qué?
—¡No, no, me da miedo; no puedo! ¡No era á Elisa á quien quería, sino á aquella chi-
Y hubo gritos, consejos y bromas picantes, \¡so quilla! Jamás había hecho palpitar su corazón la
sobre la tripa, porque se podría hinchar: ¡Sobre el idea de la piel de Elisa rozando contra la suya,
trasero, á menos que tenga » S e r r a n a s > mientras que toda su sangre se alborotaba al, solo
Y él abajo se excitaba con los ojos levantado^ pe usan, i en to de abrazar á Francisca. Ahora ya sa-
para verla las piernas, exasperado de verla tan bía por qué le gustaba tanto visitar y ser útil á
alta, fuera de su alcance, acometido inconsciente- las dos hermanas. ¡Pero la niña era tan joven!
Quedó desesperado y vergonzoso.
mente de um deseó de macho de atrapar,a y po-
Se
Precisamente Elisa volvía de casa de los Fouan.
- ' ¡ C u a n d o yo te digo que no te romperás Por el camino había reflexionado. Ella habría pre-
nada! Déjate rodar, que caerás en mis brazos, ferido á Buteau, porque al menos era el padre de
-—¡No, no! , , su hijo. Los viejos tenían razón; ¿por qué luchar?
J u a n se había colocado delante del pajar, ex- El día en que Buteau dijera que no, allí estaría
tendiendo los brazos y ofreciéndole su pecho para siempre Jnan que diría que sí.
que se tirase. Y c u a n d o , Decidiéndose de pronto y Abordó á éste diciéndole:
cerrando los ojos, ella se dejó caer su caula fué —No hay contestación; el tío no sabe nada.....
tan rápida por la resbaladiza pendiente de paja esperemos.
que le tiró por tierra, casi estrangulandole entre Trastornado, estremeciéndose todavía , J u a n la
sus muslos. E n tierra ya, se ahogaba a fuerza de
era el mentidero del p a í s ; los menores aconteci-
miraba sin comprender. Pero en seguida recordó: mientos encontraban allí un eco, y se entregaban
el matrimonio, el consentimiento de Buteáu, todo- allí á comentarios sin fin sobre que éstos habían
aquel asunto que consideraba dos horas antes como comido un jigote, acerca de la hija de aquéllos,
ventajoso para ella y para él. Apresuróse á decir: embarazada desde la Candelaria; y durante aque-
—Sí, sí, esperemos; eso es mejor. llos dos años habían rodado los mismos chismes,
Venía la uo-clie, y en el cielo brillaba ya una es- volviendo y repitiéndose, siempre de niños hechos
t i l l a color de violeta. E n el crepúsculo creciente mny pronto, de hombres borrachos, de mujeres
no se distinguían más que los vagos contornos de abofeteadas, mucho trabajo y mucha miseria. ¡Ha-
los primeros pajares que salpicaban la extensión bían sucedido tantas cosas, y siempre lo mismo!
rasa de las praderas. Pero los olores de la tierra Los Fouan, cuya donación de bienes había apa-
caliente se esparcían con más fuerza en la sereni- sionado mucho, vegetaban tan escondidos, qne se
dad del aire, y los ruidos se oían mejor, prolonga- les olvidaba. E l negocio había quedado en tal
dos con una limpidez musical. Eran voces de hom- estado; Buteau se obstinaba y no se casaba con
bres y de mujeres, risas que se apagaban, el relin- la mayor de las Mouche, que criaba á su hijo. A
cho de un animal, el choque de una herramienta, Juan se le había acusado de dormir con Elisa,
mientras que los segadores trabajaban siempre aunque acaso ya no dormía; ¿pero por qué enton-
sin descansar, agrupándose en un rincón de prado; ces continuaba visitando la casa de las dos her-
y lleno, regular, subía t o d p í a el Silbido de las manas? L a chismografía de la fuente había lan-
hoces, de aquel trabajo que ya n o se veía. guidecido algunos días sin la rivalidad de Celina
Macqueron y de Flora Lengaigne, que la Becú
lanzaba una contra otra con el pretexto de recon-
V. • ciliarlas. Luego, cuando había más calma, acaba-
ban de estallar grandes acontecimientos: las próxi-
mas elecciones y la cuestión del famoso ferrocarril
Habían transcurrido dos años en aquella vida de Chateaudun que avivaron la chismografía. Las
activa y monótona de los campos, y Bognes había vasijas ya llenas estaban en fila y las mujeres no
visto, con la vuelta fatal de las estaciones y el se ibau. E r a un sábado.
eterno audar de las cosas, los mismos trabajos, los Precisamente al día siguiente, el señor de Che-
mismos descansos. , deville, diputado saliente, almorzaba en la granja
Había allá abajo, en el camino, en el rincón de de la Borderie con Hourdequin. Haeía su expedi-
la escuela, una fuente de agua viva, adonde baja- ción electoral y trataba de conquistar á éste, muy
ban todas las mujeres por el agua para la comida, influyente en el distrito, aunque estuviese casi
pues en las casas no tenían más' que para las bes- cierto de ser reelegido, gracias á su título de can-
tias v para el riego. A las seis de la tarde, aquel
era el mentidero del p a í s ; los menores aconteci-
miraba sin comprender. Pero en seguida recordó: mientos encontraban allí un eco, y se entregaban
el matrimonio, el consentimiento de Buteáu, todo- allí á comentarios sin fin sobre que éstos habían
aquel asunto que consideraba dos.-horas antes como comido un jigote, acerca de la hija de aquéllos,
ventajoso para ella y para él. Apresuróse á decir: embarazada desde la Candelaria; y durante aque-
—Sí, sí, esperemos; eso es mejor. llos dos años habían rodado los mismos chismes,
Venía la no-che, y en el cielo brillaba ya una es- volviendo y repitiéndose, siempre de niños hechos
t i l l a color de violeta. E n el crepúsculo creciente mny pronto, de hombres borrachos, de mujeres
no se distinguían más que los vagos contornos de abofeteadas, mucho trabajo y mucha miseria. ¡Ha-
los primeros pajares que salpicaban la extensión bían sucedido tantas cosas, y siempre lo mismo!
rasa de las praderas. Pero los olores de la tierra Los Fouan, cuya donación de bienes había apa-
caliente se esparcían con más fuerza en la sereni- sionado mucho, vegetaban tan escondidos, que se
dad del aire, y los ruidos se oían mejor, prolonga- les olvidaba. E l negocio había quedado en tal
dos con una limpidez musical. Eran voces de hom- estado; Buteau se obstinaba y no se casaba con
bres y de mujeres, risas que se apagaban, el relin- la mayor de las Mouche, que criaba á su hijo. A
cho de un animal, el choque de una herramienta, Juan se le había acusado de dormir con Elisa,
mieutras que los segadores trabajaban siempre aunque acaso ya no dormía; ¿pero por qué enton-
sin descansar, agrupándose en un rincón de prado; ces continuaba visitando la casa de las dos her-
y lleno, regular, subía t o d p í a el silbido de las manas? L a chismografía de la fuente había lan-
hoces, de aquel trabajo que ya no se veía. guidecido algunos días sin la rivalidad de Celina
Macqueron y de Flora Lengaigne, que la Becú
lanzaba una contra otra con el pretexto de recon-
V. • ciliarlas. Luego, cuando había más calma, acaba-
ban de estallar grandes acontecimientos: las próxi-
mas elecciones y la cuestión del famoso ferrocarril
Habían transcurrido dos años en aquella vida de Chateaudun que avivaron la chismografía. Las
activa y monótona de los campos, y Bognes había vasijas ya llenas estaban en fila y las mujeres no
visto, con la vuelta fatal de las estaciones y el se ibau. E r a un sábado.
eterno audar de las cosas, los mismos trabajos, los Precisamente al día siguiente, el señor de Che-
mismos descansos. , deville, diputado saliente, almorzaba en la granja
Había allá abajo, en el camino, en el rincón de de la Borderie con Hourdequin. Haeía su expedi-
la escuela, una fuente de agua viva, adonde baja- ción electoral y trataba de conquistar á éste, muy
ban todas las mujeres por el agua para la comida, influyente en el distrito, aunque estuviese casi
pues en las casas no tenían más' que para las bes- cierto de ser reelegido, gracias á su título de can-
tias v para el riego. A las seis de la tarde, aquel
EMILIO ZOLA. 18 o

didató oficial. Había ido a n a vez á Compiegne, | rador se h a enamorado. Sin duda las cosas han
todo el país le llamaba «el amigo del Emperador», 1 marchado bien después de los tratados de 1861, y
y esto bastaba; se le consideraba como si viviese 5 se ha creíd< • en un milagro. Pero hoy los verda-
en las Tullecías. Este señor (le Chedeville era un j deros efectos se dejan sentir; ya veis cómo los
anticuo elegante, la flor del reinado de Luís Fe-••*! precios bajan. Yo estoy por Ja protección; es
lipe,Aguardando en el fondo del corazón afecciones j preciso que se nos defienda contra el extran-
orleánistas, y que se había arrumado con las mu- i jero.
jeres. No poseía más que su granja d é l a Chama- j Hourdeqnin, reclinado en su silla, sin comer y
de. donde'jamás poníalos pies más que en tiempo ^ e;m la mirada vaga, habló lentamente.
de'elecciones, descontento por otra parte de los ] —El trigo, que está á diez y ocho francos el hec-
productos que bajaban, y Heno de una ambición v tolitro, cuesta diez y seis producirlo. Como baje
política, con una vaga idea de rehacer su fortuna í más, esto será la ruina Y todos los años, según
en los negocios. Alto, todavía elegante, el busto 1 ge dice, América aumenta sus exportaciones de
apretado V los cabellos teñidos , se conmovía al j cereales, que amenazan nuestros mercados con una
al ver una saya, por modesta que fuera, y prepara- • verdadera inundación. ¿Qué va á pasar?..... Mi-
b a , según se decía, importantes discursos sobre ; rad, yo he estado siempre por el progreso, por !a
las cuestiones agrícolas. ciencia, por la libertad. ¡Pues bien; vacilo, pala-
L a víspera, Hourdeqnin había tenido una vio- | bra de honor! ¡Sí, por mi f e , no podemos morir
lenta cuestión con Santiaguilla que quería tam- > de hambre : que se nos proteja!
Volvió á Sti alón de pichón y continuó:
bién tomar parte en el almuerzo.
. —¿Sabéis que nuestro contrincante, el señor
—¡Tu diputado! ¡tu diputado! ¿Crees q u e m e
Rochefontaine, el propietario de los talleres de
le voy á comer? ¿ 0 es qué te avergüenzas ,
construcciones de Chateaudun, es un librecam-
de mí? i
Pero él se mantuvo firme y no hnbo más que bista rabioso?
dos cubiertos, v ella rabiaba á pesar del aire ga- ' Hablaron un instante de este industrial, que
laute del señor de Chedeville, que habiéndola visto, = ocupaba de mil á mil doscientos obreros; un mozo
lo había comprendido todo, y volvía sin cesar los Í inteligente y activo, muy rico, dispuesto á servir
ojos hacia la cocina, adonde ella había ido á en- v al Imperio; pero herido por no haber podido ob-
cerrarse dignamente. tener el apoyo del prefecto, y que se había obsti-
E l almuerzo tocaba á su fin, una truclia del nado en presentarse como candidato independien-
te. Pero los electores de los campos le trataban
Aigre después de una chuleta y dos pichones asa-
como enemigo público desde el momento en que
d
° ! l L o qne nos pierde—dijo el señor de Chede- no estaba con el más fuerte.
; —¡Diablo!—añadió el señor de Chedeville—él
ville—es esa libertad comercial de que el Empe-
no pide más sino que el pan esté barato, para vos y os roban: ¡nada más natural! Además,
pagar menos á sus obreros. hay en vuestra ruina una razón más sencilla: es
E l dueño de la granja, que iba á llenar un vaso que nos arruinamos todos; r es que la Beauce se
de Burdeos, dejó la botella sobre la mesa. agota, sí, ¡la fértil Beauce, la nodriza, la madre!
— ¡ E s o es lo malo!—exclamó.—De un lado iw Continuó: En su juventud, la Perche^ del otro
otros los campesinos, que tenemos necesidad de lado del Loir, era un país pobre, de escaso cultivo,
vender nuestros granos á un precio que compensé casi sin cereales, y cuyos habitantes venían á se-
nuestros trabajos; y del otro la industria que luer- gar á Gloyes, á Chateaudun, á Bonneval; y hoy,
za la baja para disminuir los salarios. Esto es una gracias á la subida constante de la mano de obra,
guerra encarnizada que no sé cómo va á concluir. he aquí que la Perche prospera, que bien pronto
¿Lo sabéis vos? valdrá más que la Beauce, sin contar que se en-
E n efecto, era el terrible problema de estos riquecía con la alza, pues los mercados de Mon-
tiempos,'el antagonismo que mina el cuerpo s dubleau, de Saint-Calais y de Gourtalain proveían
cial. La cuestión era muy superior á los conoci- al país de caballos, de bueyes y de cerdos. La
mientos del antiguo elegante, que se contento con Beauce no vivía más que de los carneros. Dos
mover la cabeza, haciendo un gesto evasivo. años antes, cuando la roña los había diezmado,
Hourdequin, que había llenado su vaso, lo vacr atravesó una crisis terrible, hasta el punto de que
de un trago. si esto continúa morirá.
— E s t o tiene que acabar Si el campesino, Y refirió sus luchas, su historia, sus treinta
vende bien su trigo, el obrero se muere de ham- años de batalla con la tierra, de la cual salía más
b r e ; si el obrero come, el campesino se muere. i)e pobre. Siempre le habían faltado los capitales; no
modo que tenemos que devorarnos los unos a los había podido trabajar ciertos campos como habría
otros. . , querido. Siempre la historia de los abonos; no se
Después, con los codos sobre la mesa, se a¡ empleaba más que el de las granjas, que era in-
ahogó violentamente, y su oculto desprecio por suficiente; todos sus vecinos se burlaban de verle
aquel propietario que no cultivaba la tierra qu~ emplear abonos químicos, cuya mala calidad daba,
le alimentaba, advertíase en cierta vibración cró- por otra parte, la razóu muchas veces á los que
se reían. U n a sola máquina, la de trillar, iba sien- '
nica de su voz.
do aceptada. Aquello era el enmohecimiento mor-
—Me habéis pedido hechos para vuestros dis
tal, iuevitable, de, la rutina; y si él, progresista,
cursos Pues bien, el primero es que vos tenéis
inteligente, se dejaba invadir por ella, ¿qué. suce-
la culpa si se pierde la Ghamade. E l colono que
dería á los campesinos, cabezas duras, hostiles á
tenéis allí se abandona, porque su arrendamiento
las novedades? U n campesino se moriría de ham-"
está para terminar y sospecha vuestra intención
bre antes que tomar un puñado de su tierra y
de aumentarlo. No se os ve nunca, se burlan de
EMILIO ZOLA.

llevársela á un químico para que la analizase. N o , . | j dición á sus discípulos, cuando todos los días los
el campesino tomaba siempre al suelo sin pensaría j trata de salvajes, de brutos, y los envía al ester-
en devolverle nada, no conociendo más estiércol)! colero paternal con el desprecio de un letrado?
que el de sus dos vacas y el de su caballo; luego • ¡El remedio, Dios mío, el remedio sería segura-
lo demás iba como Dios quería; se echaba la se-J* mente tener otras esguelas, una enseñanza prác-
milla á la tierra, germinaba al azar, y s i no g e r - 1 tica, cursos graduados dé agricultura!..... H e aquí,
minaba sé injuriaba al cielo. E l día en que i n s - - j señor diputado, un hecho que os señalo. Insis-
traído al fin se decidiera á emplear un cultivó 1 tid allá arriba, la salvación está eu las escuelas, si
racional y científico, la producción se duplicaría. | todavía es tiempo.
Pero hasta allí, ignorante, obstinado, sin u n J : El señor de Chedeville, distraído, lleno de mal-
cuarto, mataría la tierra. Así era como la Beauce, j estar bajo aquella masa de documentos, se apre-
el antiguo granero de la Francia; la Beauce, llana 1 suró á responder:
y sin agua, que no tenía más que sus granos, se J —Sin eluda, sin duda.
moría poco á poco de agotamiento, cansada de ser j Y como la criada llevase los postres, queso y
.sangrada y de alimentar á uu pueblo imbécil. 1 frutas, dejando abierta la puerta de la cocina,
-Ah! iodo daña al campo—esclamó.—Sí, -1 apareció el lindo perfil de Santiaguilla, y se inclinó
nuestros hijos verán la quiebra de la tierra. Sabéis | guiñando los ojos y moviéndose para llamar la
que nuestros campesinos, que antes arrojaban 1 atención de la amable muchacha; luego añadió
sueldo á sueldo el precio de unos terrones, hoy 5 con su voz dulzona de antiguo conquistador :
compran valores financieros, españoles, portngue- | ¿ —Pero no me habláis de la pequeña propiedad.
ses, hasta mejicanos. ¡Y no arriesgarán ni cien J Expresaba las ideas corrientes: la pequeña pro-
francos para mejorar una hectárea! No tienen con- j piedad, creada en el 89, favorecida por el Código,
fianza; los padres sé revuelven en su rutina c o m o | estaba llamada á regenerar la •agricultura; en fin,
bestias, y las hijas y los hijos no piensan más que i todo el mundo propietario, cada cual poniendo su
en ordeñar las vacas y en verse libres del t r a b a j o ! inteligencia y su fuerza en cultivar su tierra.
para irse a láá poblaciones Pero lo peor es q u e ! —¡Dejadme eu paz!—declaró Hourdequin. L a
la instrucción, ya sabéis, la famosa instrucción'! pequeña propiedad existía antes del 89, y en gran
que debía Calvarlo todo, activa esa emigración,! proporción. Además, hay mucho que decir sobre
esa despoblación de los campos, dando á los hijos | la repartición, bueno y malo.
vanidad y el gusto del falso bienestar..... ¡MiradSJ De nuevo, con los codos en la mesa, comiendo
E n Bognes tienen un profesor, ese Lequeu, m j j cerezas, entró en detalles. En Beauce, la pequeña
mocetón escapado de la carreta, devorado deren- J propiedad, la herencia por bajo de veinte hectá-
cor contra la tierra que ha tenido que cultivar; ¡ reas, era dé ochenta por ciento. Desde hacía algán
pues bien, ¿cómo queréis que él h a g a amar su con-á tiempo, casi todos los jornaleros, los que se en-
I .
gauchan en las granjas, compraban parcelas, lotes den y cultivando aparte cada planta en estufa
de grandes propiedades desmembradas, que culti- ' ¿Cuál de las dos vencerá? ¡ Al diablo si lo sospe-
vaban á ratos perdidos. Esto, ciertamente, era ex- cho! Sé bien, como decíais, que todos los años
celente, porque así el jornalero se ligaba á la t.ie-r i grandes granjas arruinadas se desmembran alre-
rra. Se podía añadir en favor de la pequeña prodj dedor mío en manos de bandas negras, y que la
piedad, que bacía á los hombres más dignos, más pequeña propiedad gana ciertamente terreno. Co-
orgullosos, más instruidos. En fiu, ella producía nozco además en Rognes un ejemplo bien cu-
proporcionalmente más y de mejor calidad. Perora rioso: una vieja que saca de menos de una taha lia
¡qué inconvenientes por otra parte! Desde luego para ella y para su hombre, un verdadero bienes-
aquella superioridad era debida á un trabajo ex- ¡ : tar, hasta regalo; si, la tía Caca, como la llaman,
cesivo: el padre, la madre, los hijos, se mataban á precisamente á causa de que vierte sus excremen-
trabajar para vivir; y hasta era tan duro aquel tos y los de su marido en sus legumbres, según
trabajo, que acababa por despoblar los campóla el método de los chinos, á lo que parece, Pero
Después la distribución, multiplicando los trans-" esto no sirve para los cereales; y si para bastarse
portes, deterioraba los caminos, aumentaba los el campesino debe producir de todo, ¿qué sería de
gastos de producción, sin hablar del tiempo per- nuestros beaucerones con sus cereales únicamen-
dido. Cnanto al empleo de las máquinas, era im- te? En fin, el que viva verá
posible para las propiedades pequeñas. E n uua Y se interrumpió gritando:
palabra: la división á todo trance de tal modo po-a — Y ese café, ¿para cuándo es?
día ser un peligro, qne después de haberla favo- Luego, encendiendo su pipa, concluyó:
recido legalmente, al día siguiente de la revolu- i- — A menos que no se mate á la una y á*la otra
ción, por temor á la reconstitución de los grandes en seguida; y esto es lo que se va en camino de
dominios, había qne facilitar el cambio. hacer Decid que la agricultura agoniza, señor
— ¡Escuchad bien—continuó;-r-se entabla y diputado; que está muerta si no se la socorre,
se agrava la lucha entre la grande y la pequeña , t Todo contribuye á ello: los impuestos, la compe-
propiedad.....' Los unos, como yo, están por la tencia extranjera, el alza continua de la mano de
grande, porque parece ir en el mismo sentido de ¿- obra, la evolución del dinero que va hacia la in-
la ciencia y el progreso, con el empleo de las má- B dustria y hacia los valores financieros. ¡Ah! cier-
quinas', con el rodar de los granaes capitales..... tamente, no se escasean las promesas, todos las
Los otros, al contrario, no creen más que en el es- prodigan, los prefectos, los ministros, el empera-
fuerzo individual y preconizan la pequeña y sue- dor, y lüego, nada ¿Queréis la verdad desnu-
ñan con no sé qué cultivo, produciendo sus abo- • da? Hoy un labrador, para sostenerse, se come su
nos cada cual y cuidando sns terrones, echando* l dinero ó el de los demás. Yo tengo algunos suel-
sus semillas una á una, dándoles la tierra que pi- dos de reserva, y esto va bien. Pero conozco á
quien toma préstamos al cinco cuando las tierras | do, no se apresuraba á tomar el café; vertía co- '
no dan más del tres: fatalmente viene la ruina, i ñac en su taza por la tercera vez, cuando habien-
Un campesino que toma dinero á préstamo e s l . ;do sacado su reloj, se levantó sobresaltado.
hombre perdido: perderá hasta la camisa. La o t r a ! : í- —¡Diablo! ¡las dos, y tengo sesión en el Ayun-
semana se ha expulsado á uuu de mis vecinos: el 1 ? tamlento! Trátase de un camino. Consentimos
padre, la madre y cuatro hijos echados á la cal Se, 1 ¡Ten pagar la mitad, pero querríamos una subven-
después que los curiales se comieron los animales,* ción del Estado para lo demás.
la casa y las tierras. Sin embargo, hace anos q i i e | | E l señor de Cbedeville se había levantado con-
se nos promete la creación de un crédito agrícola j | tentó al verse libre.
cou intereses razonables. ¡Sí, si, ya llega! ¡Y -sto | f — Y o puedo seros útil, yo os conseguiré la
disgusta hasta á los buenos trabajadores que segi [ subvención. ¿Queréis que os lleve á Ilognes en
miran mucho antes^de hacer Un hijo á sus m u j e - | p i i cabriolé, puesto que tenéis prisa?
K — j Perfectamente!
res! ¡Gracias! ¡Una boca más, uno que se morirá I
de hambre y renegará de la vida! Guando no hay a Y Hourdequin salió para hacer enganchar .el
para todos no se tienen hijos y la nación p e r e c e j j 'carruaje, que estaba en medio del patio. Cuando
E l señor de Chedeville, decididamente molest >, | volvió no encontró al diputado, y luego lo vió en
arriesgó una sonrisa inquieta murmurando: la cocina. Allí estaba sonriente delante de San-
— N o véis las cosas muy bien. | | • tiaguilla, y tan cerca, que casi se rozaban los ros-
— E s verdad, hay días en que vo lo echaría todo j I tros; los dos se habían gustado, se habían com-
árodar—respondió alegremente Hourdequin.—Así! p r e Cn udaiod(oí o y se lo decían con elocuentes miradas.
hace treinta años que duran estas tonterías Yol I r . Chedeville hubo subido al carruaje, la
no sé por qué me he obstinado de este modo; de-jj i Coguette retuvo un momento á Hourdequin' para
bía hacer otra cosa. Sin duda las costumbres, y1 decirle al oído :
luego la pasión, ¿por qué no decirlo? Esa maldita ] | — E s más amable que t ú , y no le parece bien
tierra, cuando os coge, ya no suelta Mirad sobre ; que yo me oculte.
ese mueble, será una tontería, pero me consuelo En el camino, mientras que el carruaje rodaba
cuando veo eso. • JL por entre los sembrados,^! agricultor volvió á la
Con la mano extendida señalaba una copa del |tierra, su eterno cuidado. Presentaba ahora notas
plata, protegida contra las moscas por nua gasa: i sesentas, cifras, porque él, desde hacía algunos
el premio de honor ganado en un certámen agrí-> años, llevaba una contabilidad. En la Beauce no
cola. Aquellos certámenes donde triunfaba, eran! ahí a tres que hicieran otro tanto, y los pequeños
el aguijón de su vanidad, una de las causas de 1 '^pietarios, ios campesinos, se encogían de hom-
obstinación. . •! aros sin comprenderlo siquiera. Sin embargo, úni-
A pesar del evidente cansancio de su convida-J -mente la contabilidad establecía la situación é
EMILIO ZOLA.

sobre el asiento.—Ya habéis visto..... Se diría que


indicaba qué productos dejaban ganancias y cuá- j
nuestras herramientas perfeccionadas les queman
Ies pérdidas: además daba los precios de venta. J las manos. Por otra parte me tratan de burgués.
En su casa, cada criado, cada animal, cada culti- |
Él cabriolet, al acabar la cuesta, entraba en
vo, basta cada herramienta, tenía su página, sos
Rognes por la calle de Bazoches-le-Doyen, cuando
dos columnas, el Debe y el Haber.
el diputado apercibió al abate Godard que salía
—Al menos—dijo con su ruidosa risa—sé cómo M de casa de Macqueron, donde había almorzado
me arruino. aquel domingo después de la misa. Volvióse á
Pero se interrumpió para jurar entre dientes. | acordar de su reelección, y preguntó:
Desde un minuto antes, á medida que el cabriolet J —¿Y el espíritu religioso en nuestros campos?
avanzaba, intentaba darse cuenta de una escena | , —¡Oh! ¡prácticas, pero en el fondo nada!—res-
que se desarrollabaá lo lejos, á orillas del camino.;!' pondió negligentemente Hourdequin, que no prac-
A pesar de ser domingo, había enviado allí para • ticaba.
aventar una parva que corría prisa, una aventa- | . Hizo parar el carruaje delante de la taberna de
dora mecánica de un nuevo sistema, comprada re- 1 Macqueron, que estaba en la puerta con el abate,
cientemente. Y el mozo, no conociendo á su amo 1 y presentó á su acompañante. Celina, muy limpia,
en aquel carruaje desconocido, continuaba burlan- J con su traje de percal, acudía llevando delante á
dose de la máquina con tres campesinos que había I su hija Berta, la gloria de la familia, vestida de
detenido al pasar. _ 1 señorita con su traje de seda. Durante aquel
Estos examinaban la máquina como si fuera un 1 tiempo, la aldea, que parecía muerta, como empe-
animal falso, y uno de ellos declaró: rezada por aquel hermoso domingo, se despertaba
Todas estas son invenciones del diablo contra c sorprendida por aquella visita extraordinaria. Por
el pobre mundo..... ¿Qué van á hacerse nuestras todas las puertas asomabau campesinos, y los ni-
mujeres si se prescinde de ellas? | ños salían cogidos á las faldas de sus madres. So-
— j Anda y que se fastidien los araos!—anadio 1 bre todo en casa de Lengaigne había mucho dis-
el criado dando una patada á la máquina.—¡Toma, : gusto: él alargaba la cabeza con su navaja en la
mano, y su mujer, Flora, deteníase al pesar cuatro
^ ííJurdequin había oído. Sacó violentamente el
sueldos de tabaco, llenos de rabia al ver que aque-
cuerpo fuera del carruaje y gritó: | llos señores bajaban á la puerta de su rival. Y
—Vuélvete á la granja, Cefermo, y que te dea poco á poco acercábanse las gentes, se formaban
tu cuenta. ' grupos, y Rognes sabía ya de u n extremo á otro
E l criado se quedó estupefacto, y los tres cam- . el gran acontecimiento.
pesinos se fueron riendo de un modo insultante y —Señor diputado repetía Macqueron muy
burlándose en voz alta. . turbado—es verdaderamente un honor.....
—Ahí tenéis—dijo Hourdequin dejándose caer
LA TIÈI5ÈA.

Pero el señor de Chedeville no le escuchaba, % Cuando Hourdequin y Macqueron llegaron á la


encantado de la linda cara de Berta, cuyos claros | sala de la alcaldía, encoutraron allí tres conceja-
ojos ojerosos le miraban atrevidamente. Su madre j les, Delhomme y otros dos. La sala, una vasta
decía su edad, contaba dónde había hecho sus es- 4 pieza blanqueada con cal, no tenía más muebles
ludios, y ella misma, semiente, saludando, invita- | que una gran mesa de pino y doce sillas de paja;
ba á entrar al caballero, si es que se dignaba. entre las dos- ventanas que daban á la calle había
—¡Cómo no, bija mía!—exclamó éste. | un armario que servía de archivo, y alrededor de
Durante todo esto, el abate Godard suplicaba á J los muros, y sobre tablas, apilábanse mangas para
Hourdequin uua vez más que decidiese al Ayunta- | incendios, regalo de un vecino que no sabía dón-
de colocarlas, y que sólo servían de estorbo, por-
mieuto á votar una consignación para que Rognes •
que no había bomba.
tuviera un cura fijo. Cada seis meses hablaba de, J
ello y daba sus razones: su fatiga, sus continuas —Señores—dijo cortésmente Hourdequin—os
cuestiones con el pueblo, sin contar el interés del ? ruego que me dispenséis, porque he tenido que al-
culto. . . : morzar con el señor de Chedeville.
—¡No me digáis que no!—anadio vivamente al j Nadie contestó, y no se supo si aceptaban aque-
ver al dueño de la granja hacer un gesto e v a s i - | lla excusa. Sin embargo, habían visto por la ven-
v 0 . — H a b l a d ; espero la contestación.
tana llegar al diputado, y la elección próxima les
Y en el momento en que Chedeville iba a s e - J interesaba; pero no había por qué hablar de prisa.
guir á Berta, se precipitó hacia él y le detuvo. í | —¡ Diablo!—declaró Hourdequin—Si no somos
Perdón, señor diputado. ¡La pobre iglesia está j más que cinco, no vamos á poder tomar ninguna
aquí en tal estado!.... Quiero que la veáis, porqueíl resolución.
es menester que me consigáis algunas reparacio-j ' Felizmente entró Lengaigne. E n un principio
nes. No me hacen caso Yenid, venid; os lo , había resuelto no ir á la sesión, porque no le inte-
ruego. , , * "1 resaba la cuestión del camino y esperaba que su
Muy aburrido el antiguo elegante resistía, ausencia impediría la solución. Pero llenándole de
curiosidad la llegada de Chedeville, se decidió á
cuando Hourdequin, sabiendo por Macqueron •
subir para saber.
que muchos de los concejales estaban en el Ayun- j
tamiento esperando hacía media hora, dijo: .—Bueno, ya somos seis y podremos votar—
- E s o es, id á ver la iglesia Así mataréis el I P y o el alcalde.
tiempo mientras yo despacho, y me volveréis a Y habiendo entrado Lequeu, que hacía de se-
cretario, con el libro de actas debajo del brazo,
llevar á mi casa.
nada se oponía ya á que se abriera la sesión. P e r o
Chedeville tuvo que seguir al„abate. Los grupos ; Delhomme se había puesto á hablar con su vecino
habían aumentado, y muchos sé pusieron en mar- • Clon, el albéitar, un hombre alto, seco y moreno.
e t a detrás de él. Todos tenían que pedirle algo/ j
i 0,8 KM II. i o 20LA.

mentó de treinta francos al año, fundándose en la


Como les escuchaban, se callaron. Sin embargo, les actividad que desplegaba. Todos los rostros se
habían oído un nombre, el del candidato indepen- contrajeron: mostrábanse avaros del dinero del
diente, el señor Rochefontaine. Estaban por el Municipio, como si ellos tuvieran que sacarlo de
orden, por la obediencia á las autoridades que ase- sus bolsillos, sobre todo en lo que se refería á la
guraban las rentas. ¿Se creía aquel señor mas escuela. Sin discusión fué denegada.
fuerte que el Gobierno? ¿Es que él iba a hacer • —Bueno, le diremos que espere. Tiene mucha
que el trigo subiera á treinta francos el hectolitro? prisa ese joven Y ahora hablemos del camino.
E r a mucho aplomo enviar programas, prometer —Dispensad, señor alcalde—interrumpió Mae-
más manteca que pan. Llegaban hasta á tratarle, queron;—yo quería decir algo acerca de la parro-
de aventurero, de mal hombre, que quena robar- : quia.....
les sus votos como si quisiera robarles sus dine- Hourdequin, sorprendido, comprendió entonces
ros. Hourdequin, que habría podido explicarles por qué el abate había almorzado en casa del ta-
que Rochefontaine. librecambista, profesaba en el bernero. Por lo demás, aquella proposición tuvo la
ion do las ideas del Emperador, dejaba á .»lacque- misma suerte que la del maestro de eseuela. No se
ron mostrar su celo bonapartista y á Delhomme era bastante ricos para pagar un cura propio, y
hablar con su buen sentido de hombre de pocos; verdaderamente no era honroso contentarse con las
alcances, mientras que Lengaigne apuntaba, gru- sobras de Bazoches-le-Doyen. Todos se encogían de
ñendo en un rincón, sus raras ideas republicanas. í hombros y preguntaban si por ello sería mejor la
Aunque no hubiera sido nombrado ni una vez | misa. ¡No, no! había que hacer reparaciones en el
Cheleville, todo lo que se decía lo señalaba, y era presbiterio, y un cura propio costaría muy caro;
como bajar la cabeza ante su título de candidato I media hora de otro, los domingos, bastaba.
oficial. , , ., 5 E l alcalde, disgustado por la iniciativa de su
—'Vamos, señores — dijo el alcalde—comen- teniente, concluyó:
—No ha l u g a r ; el Ayuntamiento ha decidido
cemos. -ii'
ya Y ahora á nuestro camino; es preciso aca-
Estaba sentado delante.de la mesa, en su sillón bar Delhomme, l l a m a d á Lequeu. ¡Si creerá ese
de presidente, una silla de respaldo más ancho, animal que vamos á estar deliberando sobre, su
con brazos. Sólo el teniente se sentó a su bulo. carta hasta la noche!
Los cuatro concejales permanecieron en pie, dos Lequeu, que esperaba en la escalera, entró
de ellos junto á una ventana. gravemente, y como no le hicieran saber el resul-
Lequeu había pasado al alcalde un papel y le tado de su petición, se quedó inquieto, murmu-
habló al oído; después salió dignamente. rando sordos insultos: ¡ah! ¡aquellos campesinos,
—Señores—dijo Hourdequin — he aquí una qué raza más mala! Fué al armario á coger el
instancia que nos dirige el maestro de escuela.
Fué leída. E r a una solicitud pidiendo un au-
plano del camino y lo estendió sobre la mesa- quin estaba inquieto. A l fin comenzó la discusión.
E l Ayuntamiento conocía muy bien aquel pla- m m i 1 u é sirve> P a r a sirve?—repetía
no, que andaba rodando hacía algunos años. Pero Lengaigne.—Ya tenemos un camino. Y es g a n a de
no por esto dejaron de aproximarse todos, exami- gastar el dinero, tomándolo del bolsillo de J u a n
nándole una vez más. E l alcalde enumeraba las para meterlo en el bolsillo de Pedro Además,
ventajas que tenía para Rognes: una pendiente- tú has prometido regalar tu terreno
suave que permitiría á los carruajes llegar á la Aquella ironía iba dirigida á Macqueron. Pero
iglesia; se ganaban dos leguas sobre el actual éste, que sentía amargamente su acceso de libera-
camino de Chateaudun, que pasaba por Cloyes, lidad, mintió con mucha frescura:
y el pueblo no tendría más que tres kilómetros á —Yo no he prometido nada ¿Quién te ha
su cargo, pues los vecinos de Blangv habían vota- dicho eso?
do ya el otro trozo hasta el empalme con el cami- —¿Quién?
no real de Chateaudun á Orleans. Escuchábanle ¡pues tú!..¿.. Y delante de gente.
con los ojos fijos en el papel y sin que se abriese Mira, que lo diga Lequeu que estaba presente
una boca. Lo que había impedido que no fracasara ¿Verdad, Lequeu?
el asunto había sido la cuestión de las expropia- El maestro de escuela, que estaba lleno de
ciones. Cada Cual veía en ello su fortuna, inquié- rabia, hizo un gesto de brutal desdén. ¿Qué le
importaban á él aquellas historias? .
tándoles saber si tocaría á sus tierras. Lo demás
< —De modo—continuó Lengaigne—que ya no
les importaba poco. Se burlaban de la pendiente
hay honradez en la - tierra No, yo no quiero
suave y del camino más corto. ¡Aquello era cuenta vuestro camino. ¡Eso es un robo!
de sus caballos! Viendo cómo se ponían las cosas, el alcalde se
Así, Hourdequin no tenia necesidad de hacerles : apresuró á intervenir.
hablar para conocer sns opiniones. El no deseaba —Todo esto son habladurías. ¿Vamos á entrar
tan vivamente aquel camino sino porque pasaba en cuestiones personales? Sólo debe guiarnos el
por delante de la granja y beneficiaba'! gran parte interés público, el interés común.
de sus tierras. Por la misma razón, Delhomme y —Ciertamente—declaró prudentemente Del-
Macqueron, cuyos terrenos quedaban á la orilla, homme.—El nuevo camino prestará grandes ser-
trabajabau porque se votase. Ya eran tres; pero vicios á todo el término municipal..... Sólo que
ni Clou ni el otro concejal tenían interés en el habría necesidad de saber El prefecto nos dice
asuuto;y en cuanto á Lengaigne, se oponía vio- siempre: «Votad una suma, y ya veremos lo que
lentamente al proyecto, no -»teniendo nada que el Gobierno puede hacer por vosotros.» Y si no
ganar en él, desesperado porque su rival el te- hace nada,¿á qué perder el tiempo en votaciones?
niente ganaba algo. Si Clou y el otro dudoso De
votaban encontra, serían tres contra tres. Hourde pronto Hourdequin creyó deber lanzar la
gran noticia que terna en reserva.
— A propósito, señores, os auuncio que el señor tamente, sin saludarse, sin darse las mauos, sepa-
de Chedevilie se compromete á conseguir del Go- rándose en la escalera.
bierno una subvención de la mitad de los gas- —;Ah! se me olvidaba—dijo Hourdequin á Le-
tos Ya sabéis que es amigo del Emperador. .No queu que seguía esperando;—vuestra solicitud de
tendrá más que hablarle de nosotros a los pos- aumento de sueldo ha sido negada E l Ayunta-
miento encuentra que ya se gasta mucho en la es-
^ E l mismo Lengaigne quedó veucido, y todos los cuela.
rostros tomaron una expresión de respeto como si —¡ Brutos!—exclamó el joven cuando se quedó
pasara el viático. Y la reelección del diputado es- solo. Idos á vivir con vuestros cerdos.
taba asegurada; el amigo del Emperador era el La sesión había durado dos horas, y Hourde-
bueno, el que se encontraba en la fuente de los quin encontró en la puerta de la alcaldía al señor de
empleos y del dinero; el hombre conocido, hono- Chedevilie, que volvía de su paseo por el pueblo.
rable, poderoso, el amo. Desde entouces todo el El cura no le había hecho gracia de ninguna de
mundo bajó la cabeza. las miserias de la iglesia; el techo abierto, los vi-
Sin embargo, Hourdequin seguía en cuidado drios rotos, las paredes desnudas. Luego, cuando
por la actitud reservada de Clou. Levantóse y miro se escapó al fin de la sacristía, que necesitaba ser
hacia afuera, y habiendo visto al guarda de cam- repintada, los vecinos, envalentonados, se le ha-
po le ordenó que fuera á buscar al tío Loiseau y bían disputado teniendo todos alguna reclamación
que le llevase muerto ó vivo. Este Loiseau era un que hacerle ó algún favor que pedirle; hasta una
vieio campesino sordo, á quien habían nombrado vieja después de haber arrastrado al diputado á su
concejal y que no iba nunca á las sesiones porque casa, le enseñó sus piernas hinchadas, preguntán-
decía que le daban dolores de cabeza. Su hijo tra- dole si en París conocía algún remedio para aque-
bajaba en la Borderie y era afecto por completo al llo. Mareado, sofocado, sonreía, prometiendo siem-
alcalde. Así que apareció, éste se contento con gri- pre. ¡ Ak! ¡era un buen hombre que no era orgulloso
tarle al oído que se trataba del camino. Ya cada con la pobre gente!
uno escribía su papelito. Después se procedió a la —Y qué,¿nos vamos?—-preguntó Hourdequin.—
votación de la mitad de los gastos en una cajita Me esperan eu la granja.
de madera blanca, parecida á un cepillo de iglesia. • Pero precisamente Celina y su hija Berta acu-
L a m a v o r í a fué soberbia; de seis votos contra u n m dían de nuevo á su puerta Suplicando al señor de
el de Lengaigne. Aquel animal de Clou también; Chedevilie que entrase un momento; éste no ha-
había votado. Y se levantó la sesión después que; bría deseado Otra cosa, respirando al fin consolado
todos firmaron el acta que el maestro de escuela al volver á encontrar* los lindos ojos de la joven.
h a b í a redactado de antemano, dejando en blanco el —No, no—dijo el dueño de la granja;—no te-
resultado de la votación. Todos se marcharon lesa nemos tiempo; otro día.
H un cántaro en la mano. Cuando estuvo allí, tan
Y le obligó á subir al cabriolet, mientras que á | gorda, tan floja, tan oronda como siempre, Celina,
una pregunta del cura, que seguía allí, respondía i. qüe fácilmente salía de sus casillas, puso los bra-
que el Ayuntamiento había dejado en el mismo es- zos en jarras y empezó á soltar sapos y culebras
tado la cuestión de la parroquia.. E l cochero arreó;.. por su boca, poniéndola de vuelta y media, echán-
al caballo. dole en cara las puterías de su hija y acusándola á
Quince días después el señor de Chedeville re-., ' ella también de meterse en la cama con sus parro-
sultaba elegido por gran mayoría, y á fines de quianos ; y la otra en cambio arrastraba las chan-
Agosto ya había cumplido su promesa y el Ayun- clas, y llorando y gimiendo se contentaba con
tamiento recibía una subvención del Estado para decir;
las obras de la carretera nueva. Los trabajos co- ¡ Vaya una cochina! ¡vaya una cochina!
menzaron en seguida. La mujer de Becú se interpuso entre las dos,
L a noche del primer día de trabajo, Celina, tan/ quiso obligarlas á que hicieran las paces, á que se
flaca y tan negra com> de costumbre, estaba en la diesen un beso, cosa* que por poco hace que se
fuente, ocupada en escuchar á la mujer de Becú arrancaran el pelo. Luego dió otra noticia:
que, con las manos metidas debajo del delantal,
— ¡ E h ! ¿no sabéis que las hijas de Mouche van
charlaba como una cotorra. Desde hacía una se-
á recibir quinientos francos?
mana la fuente estaba en sublevación perpetua á
- — ¡Imposible!
causa del negocio de la carretera; n o se hablaba
Y en el instante olvidaron sus rencillas y sus
más que del dinero que se había dado á algunos y
insultos, y todas las mujeres se agruparon, dejan-
de la rabia terrible que pasaban otros. Y la mujer
do los cántaros, unos ya llenos, otros vacíos, al pie
de Becú tenía día por día al corriente á Celina de
de la fuente. ¡Pues si señor! la carretera pasaba
cuanto hablaba Flora Lengaigne; no por mortifi-
por junto á las tierras de las hijas de Mouche y
carla ciertamente, sino por el contrario, para con-
Ies tomaba cinco metros de huerta; á veinte fran-
seguir que se explicase y porque era la mejor ma-
cos de indemnización, la cuenta era bien clara,
nera de hacerla hablar y de oiría. U n a porción de
quinientos francos; y además~la otra tierra adqui-
mujeres escuchaban también, olvidando sus que-
ría mayor valor. ¡Qué suerte!
haceres, con la boca abierta y los cántaros en el
, —Pues entonces, Elisa se ha convertido en un
suele.
buen partido, á pesar del chiquillo que tiene El
—Yamos, os aseguro que ha dicho que eso ha
demonio de Caporal ha tenido buena nariz y h a
sido un arreglo entre el alcalde y el secretario
hecho bien en insistir.
para robar unos terrenos, y ha dicho también que
— A menos—añadió malévolamente Celina—
vuestro marido tenía dos palabras y hacía dos ca-
que Buteau no ocupe otra vez su sitio Su parte
ras
de huerta gana también mucho con esa carretera.
En aquel momento Flora salía de su casa con
L a mujer de Becú se volvió, y dándoles nn co- pequeña. Luego se deja uno ir. ¡Sé hacen tantas
dazo para que callasen, les dijo: cosas sin saber por qué, cuando se lia dicho uno
—¡Chist! ¡callad! algún día que las haría de buena ganá!
Era que Elisa llegaba á la fuente, alegre como ; A la entrada de Cloyes apretó el torno y lanzó
unas castañuelas, con su cántaro debajo del brazo. el caballo al galope por la empinada cuesta del
Entonces comenzó el desfile por delante de la cementerio; y cuando desembocaba en la esquina
fuente. donde se reunían la calle Mayor y la de Gronaise,
con objeto de ir á parar y desenganchar el carro en
la posada del Buen Labrador, designó brusca-
VI. mente la espalda de un hombre que iba por la
calle de Gronaise.
Elisa y Francisca, que se habían deshecho de la . -—¡Mira, parece Buteau!
vaca rubia porque estaba demasiado gorda y no —Y lo es—declaró Elisa.—Sin duda irá á casa
daba ya leche, decidieron ir aquel sábado al mer- . del señor Baillehache ¿Si por fiu aceptará su
cado de Cloyes con el objeto de comprar otra vaca, i parte?
J u a n se ofreció á llevarlas en un carrillo de la Juan empezó á sacudir el látigo y se echó á
granja. Estaba libre aquella tarde, y el amo le reir.
autorizó para usar el carro, sin duda por conside- —Tal vez; ¡es tan galopín y tan listo!
ración á los rumores de que J u a n se casaba con la Buteau había hecho como que no los veía, aun
mayor de las hijas de Mouche. Y en efecto, la boda cuando los vió llegar desde muy lejos. Se fué sin
estaba decidida; por lo menos J u a n había prome- hacer caso, en tanto que los otros lo veían alejarse,
tido ir á ver personalmente á Buteau á la semana , pensando, sin decírselo unos á otros, que había lle-
siguiente, para plantearle el asunto. Uno de losrj gado el momento en que pudieran explicarse. E n
dos; era necesario concluir. | el patio del Buen Labrador, Francisca que ya no
Salieron, pues, del pueblo á eso de las dos, él ? había vuelto á decir palabra, bajó la primera por
en la delantera con Elisa, y Francisca sola en el i una rueda del carro. E l patio estaba yá lleno de
otro baneo. De cuando en cuando el joven volvía ' carros desuncidos, apoyados en sus varas ó en
la cabeza para mirar y sonreír á esta líltiina, cu- ; sus lanzas, y el edificio entero de la antigua po-
y as rodillas, apoyadas en sus ríñones, le daban.; sada hallábase animado por el bullicio y la acti-
calor. E r a una lástima que tuviese quince años-í vidad propios de un día de feria y de mercado.
menos que él; y sí se resignaba á casarse con la —¿Vamonos por ahí?—preguntó cuando volvió
mayor después de mucho reflexionar y de muchas ', de la cuadra, á donde había ido á llevar su ca-
vacilaciones, debía ser, allá en el fondo, sólo por el ; ballo.
gusto de vivir como pariente y al lado de la más i i- —Pues es claro; ahora mismo.
L a mujer de Becú se volvió, y dándoles un co- pequeña. Luego se deja uno ir. ¡Sé hacen tantas
dazo para que callasen, les dijo: cosas sin saber por qué, cuando se lia dicho uno
—¡Chist! ¡callad! algún día que las haría de buena ganá!
Era que Elisa llegaba á la fuente, alegre como ; A la entrada de Cloyes apretó el torno y lanzó
unas castañuelas, con su cántaro debajo del brazo. el caballo al galope por la empinada cuesta del
Entonces comenzó el desfile por delante de la cementerio; y cuando desembocaba en la esquina
fuente. donde se reunían la calle Mayor y la de Gronaise,
con objeto de ir á parar y desenganchar el carro en
la posada del Buen Labrador, designó brusca-
VI. mente la espalda de un hombre que iba por la
calle de Gronaise.
Elisa y Francisca, que se habían deshecho de la . -—¡Mira, parece Buteau!
vaca rubia porque estaba demasiado gorda y no —Y lo es—declaró Elisa.—Sin duda irá á casa
daba ya leche, decidieron ir aquel sábado al mer- . del señor Baillehache ¿Si por fin aceptará su
cado de Cloyes con el objeto de comprar otra vaca, i parte?
J u a n se ofreció á llevarlas en un carrillo de la Juan empezó á sacudir el látigo y se echó á
granja. Estaba libre aquella tarde, y el amo le reir.
autorizó para usar el carro, sin duda por conside- —Tal vez; ¡es tan galopín y tan listo!
ración á los rumores de que J u a n se casaba con la Buteau había hecho como que no los veía, aun
mayor de las hijas de Mouche. Y en efecto, la boda cuando los vió llegar desde muy lejos. Se fué sin
estaba decidida; por lo menos J u a n había prome- hacer caso, en tanto que los otros lo veían alejarse,
tido ir á ver personalmente á Buteau á la semana , pensando, sin decírselo unos á otros, que había lle-
siguiente, para plantearle el asunto. Uno de losrj gado el momento en que pudieran explicarse. E n
dos; era necesario concluir. | el patio del Buen Labrador, Francisca que ya no
Salieron, pues, del pueblo á eso de las dos, él ? había vuelto á decir palabra, bajó la primera por
en la delantera con Elisa, y Francisca sola en el i una rueda del carro. E l patio estaba yá lleno de
otro baneo. De cuando en cuando el joven volvía ' carros desuncidos, apoyados en sus varas ó en
la cabeza para mirar y sonreír á esta líltima, cu-; sus lanzas, y el edificio entero de la antigua po-
y as rodillas, apoyadas en sus ríñones, le daban.; sada hallábase animado por el bullicio y la acti-
calor. E r a una lástima que tuviese quince años-í vidad propios de un día de feria y de mercado.
menos que él; y sí se resignaba á casarse con la —¿Vamonos por ahí?—preguntó cuando volvió
mayor después de mucho reflexionar y de muchas ', de la cuadra, á donde había ido á llevar su ca-
vacilaciones, debía ser, allá en el fondo, sólo por el ; ballo.
gusto de vivir como pariente y al lado de la más i i- —Pues es claro; ahora mismo.
208 EMILIO ZOLA. LA TIERRA. 209

Al salir, en vez de encaminarse directamente des parisienses, el bazar de Lambourdieu, resut-


por la calle del Temple al mercado de bestias que - taba estrecha aquel sábado, como todos los sába-
estaba en la-plaza de San Jorge, el joven y las dos": i dos, y las tiendas se veían llenas, y los carros no
muchachas se detuvieron y pasearon como quien I podían circular, y por las aceras atestadas de ces-
nada tiene que hacer, por la calle Mayor, por en- ; tas no se podía dar un paso.
tre los puestos de hortalizas y f r u t a instalados á ; i"'. Elisa y, Francisca, seguidas de J u a n , llegaron
un lado y otro del arroyo. El, con una gorra de j , aáí muy despacito hasta el mercado de aves, que
seda, llevaba una blusa azul sobre su pantalón de ¡ estaba en la calle de Beaudonniere. Allí habían
paño negro; ellas, igualmente endomingadas, con enviado grandes canastos llenos de pollos y galli-
el pelo encerrado en sus sombrerillos redondos; \ nas, por entre las cabezas de ios cuales salían
llevaban vestidos iguales, una chaqueta de lana | también los enormes cuellos de algunos gansos.
obscura sobre una falda gris, y encima de ésta - Pollos y gallinas muertos y desplumados cuida-
un delantal de percal rayado; y no iban del brazo, . ~ dosamente se alineaban en ias tablas de los pues-
sino uno detrás de otro y defendiéndose como po-;| r tos. Luego veíanse por a ü í otras mujeres del cam-
dían de los apretones y empujones de la gente. po que habían llevado, quién cuatro ó cinco libras
Alli había un gentío inmenso, pelotones apretados | de manteca, quién sus dos docenitas de huevos,
ífeSSlf de criadas y de burguesas que pasaban por de- j aquélla sus quesos, éstas otra cosa, procedentes
lante de las mujeres del campo agachadas, que¡¿ todas de los corrales de los •pueblecillos vecinos.
llegaban desde lejos con una ó dos cestas, las po- * Algunas habían acudido con un par de capones
nían en el suelo, las abrían, y nada más. Vieron á vivos atados por las patas. Varias señoras rega-
la Frimat, que tenía las manos amoratadas de ha- teaban á grito pelado para hacerse oir, una mag-
ber ido desde Rognes cargada como un burro, con nífica partida de huevos que estaban descargando
dos cestas enormes donde había de todo, ensala^ á l a puerta de una posada, que se llama «Posada
das, alcachofas, cirnelas, y hasta tres conejos vi- de los Polleros .)> Precisamente allí, descargando
vos. Un viejo al lado suyo acababa de descargar los huevos, se hallaba Palmira, porque los sáha-
un carro de patatas que vendía al por menor. Dos _ despenando'no tenía trabajo en Rognes, se ajustaba
mujeres, madre é hija, esta última llamada No- en Cloyes para cargar y descargar fardos que le
rina y célebre por su mala vida, colocaban encima destrozaban los ríñones.
de una mesa coja pedazos de bacalao, arenques, 1 -—¡Ahí hay una que sabe ganarse el pan!—ob-
servó Juan.

:¡ u.
sardinas saladas y otra multitud de pescados en
conserva que sacaban de unos barriles que echa- La muchedumbre iba en aumento por instantes.
ban un olor insufrible. Y la calle Mayor, tan soli- Por la carretera de Mondoubleau seguían llegando
taria durante la semana á pesar de sus bonitas carros que desfilaban por delante del puente. A
tiendas, su farmacia, su quincallería, sus novedad- derecha c izquierda corría el Loir formando sua-
ves curvas, corriendo á nivel de los prados, bor- —¡Oh! ¡La tía Rosa!
deado á la izquierda por los jardines del pueblo, Con efecto, era la vieja Fouan, á quien su bija
cuyas lilas y enredaderas dejaban caer sus ramas banny había llevado en su carruajillo, sólo por
en algunos sitios hasta tocar el agua. A lo lejos, proporcionarle esa distracción. Las dos esperaban
por aquella parte, se veía un molino de aceite, y de pie junto á la rueda de un amolador, al cual
más acá otro gran molino de trigo, edificio gran- había entregado la vieja unas tijeras para que las
aíilase. Las usaba desde hacía treinta años.
dísimo, del cual se desprendía un ruido infernal
—¡Hola! ¿sois vosotras?
de ruedas y los cantares alegres de los molineros,
Fanny se volvió, y al ver á J u a n añadió:
que de vez en cuando aparecían en la puerta ó en —¿Conque venís de paseo?
una ventana, completamente blancos de harina. Pero cuando ellas supieron que las primas iban
—¿Conque vamos á ver si vemos á ése?—pre- íi comprar una vaca para reemplazar á la rubia
guntó J u a n otra vez. que tenían, se interesaron en la compra y las
—Sí, sí, vamos. acompañaron: así como así, ellas habían vendido
Y volvieron á pasar por la calle Mayor, volvie- ya Jo que llevaron al mercado. E l joven echó á
ron á detenerse en la plaza S a i n t - L u b i n , enfrente andar detrás délas cuatro mujeres, que caminaban
del Ayuntamiento, donde se hallaba situado el muy espaciadas y en fila. Así llegaron á la plaza
mercado de granos Lengaigne, que había llevado cíe San Jorge.
cuatro sacos de trigo, estaba allí de pie con las
manos en los bolsillos. E n medio de un grupo de Esta plaza, un vasto cuadrado de cién metros
labriegos silenciosos y cabizbajos, hablaba Hour- se extendía por detrás del pretil de la iglesia, la
dequin con gesto colérico. Habían esperado su cual con su elevada torre, donde debajo del campa-
alza en los precios; pero lejos de eso, el precio de nario se veía un reloj, la dominaba por completo.
diez y ocho francos había estado oscilando hasta •tLUas de copudos árboles cerraban los cuatro lados
b a j a r veinticinco céntimos. Pasó por allí Macque-
c ^ d r a d o , de los cuales había dos protegidos
ron, que llevaba del brazo á su hija Berta, él con por cadenas cerradas con candado, y los otros dos
un paletó grasiento y raído, y ella en cambio con con palos y estacas de madera donde ataban las
un vestido de muselina y con un sombrerito muy bestias Por el lado de la plaza donde se hallaban
coquetón y adornado con flores. Jos jardines, crecía la hierba de tal suerte, que
Cuando Elisa y Francisca, después de haber cualquiera se hubiese creído en medio del campo
doblado la esquina do la calle del Temple, pasaban en tanto que e otro lado hallábase limitado por
por delante de la iglesia de San Jorge, en la «os mas de tabernas con letreros como éstos- A
puerta de la cual habíanse instalado una porción A l mCÍm0 de Um A l S b w e n o S cose
de mercaderes ambulantes, las dos hicieron una ckwos*' ' ° ~
exclamación de sorpresa al mismo tiempo. Elisa y Francisca, seguidas por las otras, tu-
vieron que trabajar mucho para cruzar la. plaza, ,j vendida por una muchacha, casi una niña, m u y
donde bullía una muchedumbre inmensa. Entre]; i. bonita y graciosa.
la masa de hombres de blusa, confusa y de todos;; Después hicieron otras siete ú ocho estaciones,
los tonos de azul, desde el azul fuerte de la tela I \ lo mismo de largas, lo mismo de silenciosas, pa-
nueva hasta el azul pálido y descolorido de las sando revista á toda la. línea de vacas á la venta.
telas viejas v muy lavadas, no se veían más que j Por fin las cuatro mujeres volvieron donde estaba
las manchas redondas y blancas de los sombreros la primera vaca y de nuevo se absorbieron en su
de las mujeres. Algunas señoras paseaban el moi- " contemplación.
té de sus sombrillas. Oíanse risas, gritos roncosS;|
Pero esta vez la cosa fué más seria. Habíanse
que se perdían en el colosal murmullo viviente ; puesto en fila y escudriñaban los remos y la piel
que á veces era entrecortado por el relincho de un í de la vaca con mirada fija y penetrante. La vende--
caballo ó el mügido de una vaca. U n asno rebuz- : | dora, por su parte, no decía tampoco palabra y
naba con toda la fuerza de sus pulmones. :
: miraba á otra parte, como si no las hubiera visto
— P o r aquí—dijo Elisa sin volver la cabeza. llegar y colocarse en fila. Al fin Fanny se inclinó
Los caballos estaban en el fondo atados á unas y dijo una palabra al oído de Elisa, una observa-
estacas, sin más aparejo que una cuerda atada al | ción sobre el animal. L a vieja Fouan y Francisca
cuello y otra á la cola. A la izquierda las vacas, se se comunicaron lo mismo sns impresiones. Luego
hallaban en libertad al lado de los vendedores, qué todas volvieron á su silencio é inmovilidad; °el
las volvían hacia todas partes para enseñarlas me- exámen continuó.
jor. Grupos de personas se detenían á mirarlas, y
allí ya no se reía ni se hablaba más que alguna —¿Cuánto?—preguntó Elisa de pronto.
palabra que otra de cuando en cuando. —Cuarenta pistolas—respondió la campesina.
Inmediatamente las cuatro mujeres se queda- Í- Todas fingieron asustarse y disponerse á huir; y
ron en contemplación delante de una vaca blanca al volverse para buscar á J u á n , tuvieron la sor-
y negra, la cual habían ido á vender un matrimonio,j presa de encontrarlo detrás de ellas con Buteau y
un hombre y una mujer; ella, que estaba delante pt?s dos charlando como buenos amigos antiguos.
y era muy morena, con la frente muy pequeña y Buteau, gue había ido desde la Chamade para
mal encarada, sujetaba la vaca; él estaba detrás comprar un cerdo, estaba allí regateando uno que
inmóvil y silencioso. Aquello fué un examen dete- le gustaba. Los cerdos, metidos entre cuatro t a -
nido, profundo, mudo, que duró diez minutos,, blas dispuestas al efecto detrás del carro que los
pero entre las cuatro n o se cambió ni una palabra, había llevado, se mordían y gruñían de un modo
ni una mirada; se fueron de allí é hicieron lo mis- capaz de romper el tímpano á cualquiera.
mo delante de otra vaca que estaba veinté pasos —¿Quiéres veinte francos?—preguntó Buteau.
más allá! Ésta, que era enorme y muy negra, era , —¡No, treinta!
—¡Pues anda á paseo y guárdatelo!
— — — '

Rusa y Fanny aprobaban con la cabeza, porque


Y muy contento y satisfecho se dirigió baci-
sabían que el muchacho era feroz, terco como él
las mujeres, riendo y tan fresco delante de su
solo para regatear, insolente, embustero, ladrón,
madre, de su hermana y de sus primas, como si
capaz de vender las cosas por tres veces su precio
nada sucediera entre ellos y como si las liubier:
y de comprarlo todo por poco más de nada. Las
visto el día antes. Ellas, por su parte, conservare
mujeres, pues, dejaron que se acercara con J u a n ,
su placidez también como si nada les hubiera
en tanto que ellas se hacían las distraídas á cierta
quedado de aquellos dos años continuos de riñ,
distancia para que no pareciese que iba con ellas.
y querellas. Solamente su madre, á q u i e n l e habí
El gentío aumentaba por el lado de los ganados;
dicho que le habían visto por la calle de Gronais"
los grupos se apartaban del centro de la plaza para
le miraba con fijeza como si quisiera averiguar qu
acercarse á los árboles. Había un vaivén continuo.
había ido á hacer á casa del notario. Pero no 1
Nadie compraba todavía, ni siquiera una venta se
adivinaba. Ninguno de los dos abrieron la bo
había verificado, aunque el mercado estaba abierto
para dirigirse la palabra.
hacía ya más de una hora. La gente se recogía y
—¿l)e modo prima, que estás comprando un
se espiaba una á otra con miradas de reojo. Los
vaca? J u a n me lo ha dicho ¡Pues mirad, ali paseos lentos y las largas contemplaciones delante
precisamente hay una muy hermosa! ¡Oh! ¡la n r de las vacas menudeaban. Pero por encima de las
jor que hay en el mercado; un buen animal! cabezas, las ráfagas de aire llevaron los ecos de un
Y designaba precisamente á la negra y blau tumulto. E r a n dos caballos que estaban atados
—¡ Cuarenta pistolas! ¡ muchas gracias! mur-; juntos, que se empinaban y se mordían, relin-
muró Francisca. ;fi chando furiosamente y golpeando con fuerza el
—¡Cuarenta pistolas para tí, tonta!—dijo dan^ suelo con el hierro de sus herraduras. Hubo miedo;
dolé una palmada en el hombro. — Eso es una! las mujeres huían, en tanto que unos latigazos
broma. t J enormes, mezclados de juramentos furiosos, resta-
Pero la muchacha se enfadó; le devolvio la pal-
blecían la calma. Y en el suelo, en el espacio que
mada y'contestó con aire rencoroso: j
—Déjame en paz, ¿eh? Yo no juego con los. el pánico había dejado, una bandada de pichones
correteaba, picoteando lo que encontraban entre
hombres. , :]
las piedras.
É l se echó á reir con toda su alma, y volvién-
dose hacia Elisa, que permanecía seria y un poco —Vamos á ver, buena mujer; ¿en cuánto la
vendéis?—preguntó Buteau á la de la vaca.
pálida. -|
Ésta, que había visto toda la maniobra de la3
—¿Y tú? ¿quieres que intervenga? Apuesto aj
mujeres, contestó tranquilamente:
que me la dan por treinta pistolas ¿Te apuestas
— E n cuarenta pistolas.
cien sueldos?
Primero tomó la cosa á broma y se dirigió al
—No tengo inconveniente en que pruebes.
hombre, que permanecía apartado de allí y silen- No estaba bien formada ni tenía ríñones; en fin,
era un animal mal cuidado, que había que mante-
cioso.
ner, perdiendo dinero, durante dos años lo menos.
—¡Eh, tft, amigo! ¡tu mujer estará loca cuando En seguida pretendió que estaba lastimada de una
pide ese precio! pata, lo cual no era verdad. Mentía por mentir,
Y mientras bromeaba y reía, examinaba de cerca, con manifiesta mala fe, con la esperanza de enfa-
la vaca; encontraba que tenía mnv buenas condi- dar y de aturdir á la vendedora. Pero ésta se enco-
ciones para dar leche abundante ; que la cabeza era gía de hombros,
delgada; que los cuernos eran finos y los ojos muy v —Treinta pistolas.
grandes, el vientre surcado por grandes venas, los —No; treinta y citíco.
remos delgados, la cola pequeña y arrancando de Esta vez le dejó marcharse. Buteau se reunió
muy arriba. Se bajó, estuvo reconociendo las tetas: con las mujeres y dijo que aquélla estaba dura de
y estirando los pezones, y levantándose luego, pelar y que era necesario buscar otra. Y el grupo
apoyó una mano en el lomo del animal y continuó- se paró delante de la enormé vaca negra que suje-
su regateo. taba la muchacha bonita. E s a costaba precisamen-
—Cuarenta pistolas, ¿eh? ¡Yaya una broma! te trescientos francos. Pareció que no la encontraba
¿Queréis treinta? muy cara; se extasió contemplándote,, y brusca-
Y su mano entre tanto se aseguraba de la fuer-: mente volvió hacia donde estaba la primera.
za de los huesos. E n seguida la bajó, metiéndola —¿Es decir qne me voy á llevar mi dinero á otra
entre las dos ancas, en ese sitio en que la piel des- parte?
nuda y de un hermoso color anunciaba una leche —¡Caramba! si hubiese posibilidad pero no
abundante. puede ser Es menester que cedáis un poquito.
—¿Hacen las treinta pistolas? Y bajándose y cogiendo las tetas,
— N o ; cuarenta—respondió la campesina. •—¡Mirad qué hermosas son!
É l volvio
á hablar. . la espalda, y ella entonces se. decidió —No me conviene— volvió á decir Buteau.—
Ah! es un hermoso animal, ya lo veis. Cum- Treinta pistolas.
ple dos años por la Trinidad, y dentro de quince; K. —No ; treinta y cinco.
días veréis como estáis contento. Y todo pareció concluido. Buteau había cogido
—Treinta pistolas—repitió Buteau. á Juan del brazo para demostrar que desistía del
Entonces, al ver que se alejaba, la mujer dirigió negocio. Las mujeres se les reunieron emociona-
u n a mirada á su marido y gritó: das , opinando que la vaca valía en efecto los
—Vamos, andad; con tal de irme pronto trescientos cincuenta francos. Francisca, sobre
¿Queréis treinta y cinco ahora mismo? todo, á quien le había gustado mucho, hablaba de
Buteau se había detenido y despreciaba la vaca. comprarla en aquel precio. Pero Buteau se irritó.
¡Pues no faltaba más que dejarse robar de aquel donde los eampesiuos aprovechaban el mercado
modo! Y darante media hora larga se defendió, eii para herrar sus caballerías.
medio de la ansiedad de las primas, que se estre- —¡Eh, treinta!—repitió Bateau sin cansarse y
mecían cada vez que un comprador se paraba de- acercándose á la campesina.
lante de la vaca. E l tampoco dejaba de mirarla de —¡No; treinta y cinco!
reojo; pero era necesario ser fuerte y seguir ade- Entonces, como había allí otro comprador que
lante el juego. Nadie sacaría el dinero tan pronto, también regateaba, se acercó al animal y le abrió
y ya veríamos si había algún imbécil capaz de pa- á la fuerza la boca para mirarle los dientes. Luego
gar por ella más de los trescientos francos. Y en la soltó, haciendo un gesto expresivo. Precisamen-
efecto, nadie soltaba el dinero, y eso que se iba \ te en aquel momento la vaca se puso á estercolar;
aproximando la hora de que se terminase el m e r - | él siguió con mirada de sorna la caída del estiér-
cado. col y meneó la cabeza con tal expresión, que el com-
E n la carretera estaban probando caballos. Uno, prador, que era un paleto, impresionado, se mar-
blanco del todo, corría excitado por los gritos gu- chó sin decir palabra,
turales de un hombre que sujetaba el ronzal y que r- —Ya no la quiero. Tiene mala sangre.
galopa á su lado, en tanto que Patoir, él veterina-j Esta vez la vendedora cometió la tontería de
rio, colorado y sudoroso, colocado con el compra-1 enfadarse, que era precisamente lo que él buscaba,
dor en una esquina de la plaza, con las dos manos | porque le contestó con una serie interminable de
en el bolsillo, miraba y daba consejos en voz ] insultos y porquerías. La gente iba juntándose y
alta. reía de lo lindo. Detrás de la mujer, el marido
Las tabernas estaban constantemente llenas de continuaba inmóvil y silencioso. Al fin la tocó con
bebedores, que entraban y salían y volvían á en- el codo, y ella dijo:
trar, en medio de las discusiones interminables —¿La queréis por treinta y dos-pistolas?
que se suscitaban para cada compra. E r a el colmó —¡No; treinta!
del estrépito y de los empujones, en medio de loa Y se marchaba de nuevo; entonces ella le llamó
cuales no había manera de entenderse: un becerro con voz entrecortada por la rabia.
;
separado de su madre mugía sin cesar; los perros,j —¡Bueno, condenado, lleváosla! ¡Pero por
atropellados por la muchedumbre, huían aullando vida de Dins que si esto se repitiera, preferiría pe-
y cojeando; luego, en medio de algún que otro si- garos con la mano en la cara!
lencio brusco, no se oía más que el vuelo de los La pobre mujer estaba fuera de sí, temblando
cuervos, que, molestados por el ruido, revolotea-: de furor. El reía alegremente y se mostraba ga-
ban atontados alrededor del campanario de la igle-i lante, y hasta se ofrecía á dormir con ella.
sia. Y dominando el olor acre de los ganados, es- \ Elisa se aproximó, se llevó aparte á la campe-
capábase un fuertísimo olor de la herrería vecina, sina y le dió sus trescientos francos detrás del
tronco de un árbol. Y Francisca había cogido la ya más que paja y plumas. Muchos carros se
cnerda de la vaca; pero fué preciso que J u a n la : marchaban; en las posadas todos enganchaban,
empujase por detrás, porque se negaba á moverse. preparándose á salir. Hacia todas las carreteras,
Estaba allí desde hacía dos horas. Rosa y Fanny i en dirección á todas partes desfilaban multitud de
habían esperado el desenlace, silenciosas y sin can- gentes llevando sus bestias del ronzal.
sarse. Por fin al marcharse buscaron á Buteau, También Lengaigne pasó por allí al trote de su
que-estaba dando golpecitos en la barriga al ven- caballejo negro, después de haber aprovechado e l
dedor de cerdos. Acababa de adquirir el lechóu que día y la molestia de! viaje comprando una hoz.
necesitaba por los veinte francos; y para pagar,; Macqueron y su hija Berta se entretenían en las
contó primero el dinero sin sacarlo del bolsillo; tiendas.
sacó la cantidad justa y la volvió á contar en la La Frimat regresaba á pie y cargada como á la
palma de la mano, que mantenía medio cerrada. í ida, porque había llenado sus banastas de una por-
Luego fué una verdadera obra de romanos al que- ción de objetos. En casa del boticario, y en medio
rer meter el cochinillo en un saco que llevaba d e - del salón lleno de dorados, Palmira, destrozada
bajo de la blusa. La tela, que estaba vieja, se" de cansancio, esperaba á pie á que le hicieran una
rompió, y las patas del animal salieron por los receta para su hermano que estaba enfermo hacía
agujeros. Y así se lo cargó á la espalda y se lo \ una semana: una picara droga que se le llevaba
llevó, gruñendo, chillando y dando unos gritos veinte sueldos de los cuarenta que había ganado
atroces. ' con tanto trabajo. Pero lo que hizo apresurar el
—Di, tú, Elisa, ¿y mis eien sueldos? Porque he , paso á las hijas de Mouche y á las que las acom-
ganado. pañaban, fué el ver á Jesucristo borracho como, una
Ella, por seguir la broma, se los dió, creyendo . Cuba, que iba dando tumbos de una acera á otra
que no los tomaría. Pero los tomó y los hizo des-íj de la calle. Se sabía que había tomado dinero
aparecer en el bolsillo. Todos echaron á andar len- aquel día hipotecando el iiltimo pedazo de tierra
tamente con dirección al Buen Labrador. que le quedaba. Iba riendo solo y sonando los pa-
Se acababa el mercado. E l dinero brillaba al tacones que llevaba en el bolsillo.
sol, desparramado por encima de las mesas de las •> Al llegar al Buen Labrador, Buteau dijo con la
tabernas. A última hora todo se abarataba. E n la mayor tranquilidad:
esquin'a de la plaza de San Jorge no quedaban i —¿Conque os váis? Oye, Elisa, ¿per qué
más que algunos animales sin vender. Poco á poco i nc te quedas tú y tu hermana y tomaríamos un
la muchedumbre afluía hacia la calle Mayor, don- \ bocado?
de los vendedores de frutas y hortalizas iban de- j La joven pareció sorprendida, y al ver su pri-
jando libres las aceras y recogiendo sus banastas. | mo que se volvía hacia J u a n , añadió en seguida:
E n el sitio del mercado de aves tampoco quedaban j —Tambiénme alegraría de que se quedase Juan.
Rosa y Fanny cambiaron nna mirada. De segu- nejo. Entretanto Elisa había obligado á Jiíari á
ro el mucbacbo tenia alguna idea: ¿sería que se que se explicase , para concluir de una vez y para
decidía á casarse después de haber aceptado en | evitarse un viaje. Pero estaban concluyendo de
casa del notario la escritura de las particiones? Su comer la tortilla y se preparaban á emprenderla
cara no decía nada. ¡No imporLa! E s menester no con el estofado, y aun no había encontrado el mu-
estorbar nunca. chacho medio de decir una palabra.
—Bueno; quedaos, y yo me voy con madre, El otro no parecía ocuparse en lo más mínimo
porque nos están esperando. de todo aquello. Comía bien, reía á carcajadas, y
Francisca, que no había soltado la cuerda de la daba rodillazos por debajo de la mesa á la prima
vaca, declaró secamente: y al amigo en prueba de buena amistad Luego se
•—Yo también me voy. habló más seriamente, y cayó la conversación so-
Y se empeñó en marcharse, porque se aburría bre Rognes y sobre la nueva carretera; y si bien
en la posada y estaba deseando llevarse la vaca. no fué pronunciada ni una sola palabra sobre la
De tal suerte se puso fastidiosa y desagradable, indemnización de los quinientos francos, del ma-
que tuvieron los otros que ceder. En seguida que yor valor de los terrenos, en el fondo de la con-
hubieron enganchado el carro, ataron la vaca á la versación latían aquellas dos noticias. Buteau
trasera y .montaron en él las tres mujeres. volvió á las bromas y brindó, en tanto que visi-
Sólo en aquel instante, Rosa, que aguardaba blemente se retrataba en sus ojos la idea de un
una confidencia de su hijo, se atrevió á pregun- buen negocio; la consideración de aquel terreno
tarle : mejorado de precio, el recuerdo de aquella anti-
— ¿ N o tienes nada que decirle á t u padre? gua novia, con quien debía casarse ahora que era
— N o , nada—respondió Buteau. más rica.
Ella lo miró con fijeza, é insistió: —¡Diablos!—dijo-—¿no vamos á tomar café?
— ¿ E s que no hay nada de nuevo? —¡Tres cafés!—pidió Juan.
— Sí hay algo nuevo, ya lo sabréis cuando Y pasó otra hora sin que Buteau acabase de
debáis saberlo. declarar su pensamiento. Avanzaba, retrocedía,
Fanny fustigó al caballo, que salió al paso, en vacilaba, ni más ni menos que cuando algunas
tanto que la vaca, detrás , se dejaba arrastrar alar- horas antes regateaba la vaca. En el fondo estaba
gando el cuello, y Elisa se quedó sola entre J u a n decidido; pero de todas suertes era necesario mirar
y Buteau. las cosas despacio. De pronto se volvió brusca-
Cuando dieron las seis, los tres se sentaron á la mente hacia Elisa, y le dijo:
mesa del comedor de la posada que daba al café. — ¿ P o r qué no has traído al chico?
Buteau, sin que nadie supiera si iba á convidar, Ella se echó á reir, comprendiendo que al fin
se fué á la cocina á encargar una tortilla y un CO- habían llegado á la explicación, y le dió un, n^l-
EMILIO ZOLA. LA TIEBBA.

notón por toda respuesta y una sonrisa indulgen- surgir una disputa á propósito de la última jugada
te, diciendo: entre Jesucristo y su compañero, que mantenía lo
— ¡ A h ! ¡qué animal es este Buteau! que había dicho con aire de tranquila obstinación.
Y se acabó. É l bromeó también un momento. Parecía, sin embargo, que no tenía razón. La cosa
L a boda estaba resuelta. no acababa. Jesucristo, furioso, llegó á chillar
J u a n , turbado basta entonces, se alegró tam- tanto, que intervino el dueño del establecimiento.
bién como aquel á quien le quitan de encima un j Entonces se levantó, fué de una mesa á otra con
pesado fardo. Por fin habló y lo dijo todo terquedad de borracho, paseando las cartas, para
— l í a s hecho bien en volver, porque iba yo á poner por testigo á todo el mundo de la legalidad
tomar tu sitio. de su jugada. Cada vez iba estando más furioso;
---Sí, me lo han dicho...., ¡Oh! pero yo estaba 1 por fin volvió hacia donde estaba el viejo, que de-
tranquilo, porque supuse que me avisaríais. cidido á d e f e n d e r á n mal derecho, permanecía
— ¡ P u e s ya lo creo! —aunquesólo fuese por-; tranquilo y < yendo estoicamente todas las injurias.
que es mejor contigo á causa del chiquillo. ¿No ha' —¡Cobarde! ¡bribón! Sal de ahí un poco, y yo
sido eso lo que hemos dicho siempre, Elisa? te ajustaré las cuentas.
— S i e m p r e ; esa es la verdad. Luego de pronto Jesucristo volvió á tomar
E l enternecimiento se retrataba en la fisonomía asiento enfrente de su compañero, y ya con calma
d é l o s t r e s ; verdaderamente fraternizaban; J u a n le dijo:
sobre todo, sin envidia, sin celos, admirado de ; — P e r o , en fin, estoy e n j u e g o Hay que j u -
haberse visto á punto de casarse; y él fué quien'J gar ¿eh? ¿cuánto vas?
pidió que les dieran cerveza, porque Buteau ¡vive ¿ Había sacado un puñado de monedas de cien
Dios! se empeñaba en que bebiesen algo más. Con | sueldos, quince ó veinte, y las colocó delante de sí.
los codos apoyados en la mesa, Elisa entre los ¿| — Ya estoy..... Yé tú otro tanto.
dos, variaron de conversación y empezaron á char- El viejo, interesado, sacó su bolsá sin decir
lar sobre las últimas lluvias que habían perjudi- una palabra, y puso una pila igual de monedas.
cado á los' trigos. —Bueno; ¡pues ahora cojo yo nna de t u mon-
Pero en la sala del café, al lado de ellos, Jesu- tón y mira.
cristo, en la misma mesa que un campesino vi.jo Cogió la moneda, se la puso con mucha serie-
borracho como él, armaban uu escándalo espantoso: dad en la lengua, como si fuese una hostia, y la
é intolerable. Todos los concurrentes, de blusa, tragó.
bebiendo, fumando, escupiendo, envueltos en el • | —Ahora tú coge otra del montón mío y el
humo de los quinqués , no podían hablar ni gritar, 1 que más coma se las guarda. Ahí tienes el juego
y las voces, de los dos borrachos dominaban todas nuevo que he discurrido.
las demás. Estaban jugando á las cartas;acababa de Con los ojos extraviados el viejo aceptó, y con
trabajo bizo desaparecer por en tragadero la pri- á su tranquilidad y tristeza de siempre, alumbrado
mera moneda, Pero Jesucristo, diciendo que no por las amarillentas estrellas de los reverberos ; y
necesitaba apresurarse, iba tragándose tranquila- de todo el estruendo y animación de las horas del
mente las monedas como si^fuesen ciruela.«. A la mercado, sólo quedaba el paso vacilante de algún
quinta vez hubo un gran rumor en el café, y la campesino borracho que se había retrasado. Luego
gente, levantándose de las mesas, empezó á hacer apareció la carretera obscura y silenciosa. Juan
corro alrededor de los dos viejos. ¡ Ah condenado! àcabó por distinguir á lo lejos el otr^ carro, el que
¡qué garganta tendría, para tragar monedas de llevaba al matrimonio. La cósase había arreglado
aquel modo! El viejo se tragó la cuarta, cuando bien ; así era mejor. Y el bueno del antiguo solda-
de pronto cayó hacia atrás, con la cara amoratada, do silbaba tranquilamente en su carro, satisfecho
aletargándose sin poder respirar ; por un momento de verse libre de un peso extraño.
lo creyeron muerto. Jesucristo se había levantado
muy tranquilo y risueño: llevaba diez en el estó-
mago, según su cuenta, y eso hacía treinta francos. VII.
Buteau, inquieto, temeroso de verse compro-
metido si el viejo no salía del mil paso, se le- Estaban en la época de la recolección, disfru-
vantó de la mesa y mandó que engancharan el ca- tando de nn cielo muy azul y de una temperatura
rro; y al mismo tiempo contemplaba las paredes muy calurosa ; pero refrescada por las brisas; ha-
con aire distraído, sin hablar de pagar, aunque él bían fijado la boda para el día de San J u a n , que
había sido quien convidara; pero no tuvo más re- aquel año caía en sábado.
medio que pedir la cuenta al camarero y pagarla, £ Los Fouan habían recomendado mucho á B u -
Esto acabó de poner á Buteau de muy buen hu- teau que empezaran las invitaciones por la Gran-
mor. En el patio, donde les esperaban los dos ca-1 de, hermana mayor de la familia, que exigía con-
rros, cogió á su camarada por los hombros. sideraciones y miramientos, como reina rica y te-
—Mira, J u a n , que quiero que vengas. La boda mida. Así es que una tarde Buteau y Elisa se
será dentro de tres semanas H e estado en casa fueron á casa de la'vieja, los dos vestidos con sus
¡ del notario y he firmado*el acta ; todos los pape-j trajecitos de cristianar para rogarle qne asistiera
les están corrientes. á la boda, es decir, á l a ceremonia, y luego á la
Y haciendo subir á Elisa al carro: comida que se celebraría en casa d é l a novia.
—-Vamos, anda; yo te llevaré..... Pasaré por La Grande estaba haciendo mediaj sola en su
Bogues, aunque tenga que alargar un poco el ca- cocina, y sin disminuir Ja velocidad de las agujas
mino. i los miró con fijeza; dejó que se explicaran, que
Juan se volvió solo en su carro. Encontraba todo repitieran dos veces las mismas frases, y por fin
aquello natural, y les siguió. Cloyes dormía, vuelto les contestó con voz agria:
trabajo hizo desaparecer por so tragadero la pri- á su tranquilidad y tristeza de siempre, alumbrado
mera moneda, Pero Jesucristo. diciendo que no por las amarillentas estrellas de los reverberos ; y
necesitaba apresurarse, iba tragándose tranquila- de todo el estruendo y animación de las horas del
mente las monedas como si^fuesen ciruelas. A la mercado, sólo quedaba el paso vacilante de algún
quinta vez hubo un gran rumor en el café, y la campesino borracho que se había retrasado. Luego
gente, levantándose de las mesas, empezó á hacer apareció la carretera obscura y silenciosa. Juan
corro alrededor de los dos viejos. ¡ Ah condenado! acabó por distinguir á lo lejos el o t i * carro, el que
¡qué garganta tendría, para tragar monedas de llevaba al matrimonio. La cósase había arreglado
aquel modo! El viejo se tragó la cuarta, cuando bien ; así era mejor. Y el bueno del antiguo solda-
de pronto cayó hacia atrás, con la cara amoratada, do silbaba tranquilamente en su carro, satisfecho
aletargándose sin poder respirar ; por un momento de verse libre de un peso extraño.
lo creyeron muerto. Jesucristo se había levantado
muy tranquilo y risueño: llevaba diez en el estó-
mago, según su dienta, y eso hacía treinta francos. VII.
Buteau, inquieto, temeroso de verse compro-
metido si el viejo no salía del mil paso, se le- Estaban en la época de la recolección, disfru-
vantó de la mesa y mandó que engancharan el ca- tando de un cielo muy azul y de una temperatura
rro; y al mismo tiempo contemplaba las paredes muy calurosa , pero refrescada por las brisas; ha-
con aire distraído, sin hablar de pagar, aunque é l bían fijado la boda para el día de San J u a n , que
había sido quien convidara; pero no tuvo más re- aquel año caía en sábado.
medio que pedir la cuenta al camarero y pagarla.* Los Fouan habían recomendado mucho á B u -
Esto acabó de poner á Buteau de muy buen hu- teau que empezaran las invitaciones por la Gran-
mor. En el patio, donde les esperaban los dos ca-1 de, hermana mayor de la familia, que exigía con-
rros, cogió á su camarada por los hombros. sideraciones y miramientos, como reina rica y te-
—Mira, J u a n , que quiero que vengas. La boda mida. Así es que una tarde Buteau y Elisa se
será dentro de tres semanas H e estado en casa fueron á casa de la'vieja, los dos vestidos con sus
¡ del notario y he firmado*el acta ; todos los pape-j trajecitos de cristianar para rogarle qne asistiera
les están corrientes. á la boda, es decir, á-la ceremonia, y luego á la
Y haciendo subir á Elisa al carro: comida que se celebraría en casa d é l a novia.
— V a m o s , anda; yo te llevaré..... Pasaré por La Grande estaba haciendo mediaj sola en su
Bogues, aunque tenga que alargar un poco el ca- cocina, y sin disminuir Ja velocidad de las agujas
mino. i les miró con fijeza; dejó que se explicaran, que
Juan se volvió solo en su carro. Encontraba todo repitieran dos veces las mismas frases, y por fin
aquello natural, y les siguió. Cloyes dormía, vuelto les contestó con voz agria:
223 EMILIO ZOLA.

experimentar una sensación violenta en el mo-


—¿A la boda? ¡ A b ! ¡ no por cierto! ¿Qué be mento de podar una enredadera, porque aun es-
dé ir á hacer yo á la boda?..... Eso es bueno pai taba con las tijeras en la mano y la escalera apo-
los que se divierten. yada contra la pared por donde trepaba la enreda-
Habían visto colorearse su cara de pergamino dera. Se contuvo sin embargo, y les hizo entrar en
á la idea de aquel convite que no iba á costarle el salón donde se hallaba Elodia bordando con su
nada: estaban seguros de que aceptaría, pero el modesto aire de siempre.
uso exigía que^se lo rogaran todo mucho. ¡ —¡ Ah! ¿conque os casáis dentro de ocho días?
—¡Tía, la verdad es que no podemos pasar sin ¡Muy bien hecho, hijos míos!..... Pero no podre-
que vayáis! r A mos ir á la boda, porque la señora de Charles se
—No, no, esas cosas no son ya para mí. m halla en Ohartres, y estará allí lo menos dos se-
tengo tiempo, ni tengo qué ponerme. Siempre_son manas.
gastos y la verdad, nadie se muere por no ir á Levantó sus pesados párpados para dirigir una
una boda. mirada á la joven.
Tuvieron que repetir veinte veces la invitación,-;
ji —Sí, en los momentos de más prisa, en las
y acabó por decir con tono malhumorado:
grandes ferias, la señora de Charles se va para
—Bueno; puesto que no hay más remedio, i r é |
ayudar á su hija...... Ya sabéis que el comercio
Pe«) os aseguro que sólo por ser vosotros _ tiene sus exigencias, y hay días que la tienda está
Luego, viendo que no se marchaban, empezó á completamente i lena de gente á todas horas. Por
librarse una batalla dentro de sí misma, porque, más que Estrella ha cogido el aire, necesita, sin
la costumbre exigía que en tales casos se ofreciese; embargo, á su madre en esas ocasiones, sobretodo
una copa de vino. Por fin se decidió; bajó á la desde que mi yerno Vancogóe no hace nada..... Y
cueva aunque había allí una botella de vino co además, á la señora de Charles le gusta ver de
menzada;y es que tenía para tales ocasiones un cuando en cuando la casa. ¿Qué queréis? Hemos
poco de vino que se le había agriado, y que lla- vivido treinta años en ella, y eso siempre tira.
maba el.de despedir huéspedes. Llenó dos vasos,| El viejo se estremecía, sus ojos se arrasaban en
y sirvió á su sobrino y á su sobrina de una ma- lágrimas al recuerdo del pasado. Y era verdad;
nera tal, que no tuvieron más remedio que bebér- su mujer sentía á veces la nostalgia de su casita
selo de un trago para no ofenderla. Se despidieron; déla calle délos Judíos, á pesar de hallarse en su
con Ia»garganta ardiendo. i agradable retiro burgués, lleno de comodidades,
Aquella" misma noche Buteau y Elisa se diri- de flores, de pájaros y de sol. Cerraba los ojos y
g i e r o n á Rosa Blanca, á casa de los de Charles.;-
veía al antiguo^ Chartres desde la plaza de la ca-
Pero llegaran en ocasión de una trágica aventura. tedral hasta las orillas del Eure, y con la imagi-
El | r . Charles se hallaba en su jardín muy nación llegaba allí, tomaba la calle P í a , la de
agitado y pesaroso. Indudablemente acababa" d
Puerta Cenicienta, luego la de los Caballeros, puro del campo parecía contribuir á la anemia.
para ir cortando camino; bajaba la ttscalinata del —¡Oh, no!—murmuró la joven—la abuela me
Pied-Pla, y en el último escalón, al llegar al que i dijo que lo menos tendría que estar allí dos sema-
hacía esquina á la calle de los Judíos, se le apare- nas para la confección de bombones. Hasta me
cía su casita, con su blanca fachada y sus persia-1 ha dicho que me traería un saco si era buena.
ñas verdes siempre cerradas. Las dos calles eran j _ —Pues entonces—propuso al fin Elisa—venid
muy malas; durante treinta años había podido j sin ella, venid con la pequeña.
ver las habitaciones y los habitantes miserables^; Pero e! señor Charles ya no escuchaba; había
de aquel barrio y el arroyo de la calle arrastrando | vuelto á su agitación, y ni oía ni entendía. Iba á
arroyuelos de agua sucia y negra y mal oliente. ; la ventana, parecía espiar á alguien y ahogaba en
¡Pero cuántas semanas no había pasado dentro de la garganta su cólera pronta á estallar. Hasta que
su casita sin salir á la calle, sin ver á nadie! Y al fin, sin poderse Contener más, despidió á la jo-
estaba orgullosa de los divanes y de los espejos;] ven con una palabra.
del salón, del palo santo y de la caoba de las al- >. -Ve á jugar un poco por ahí, hija mía.
cobas, del roble del comedor, de todo aquel lujo, ; Luego, cuando Elodia se hubo marchado, acos-
de aquella confortable severidad, que era creación tumbrada á salir siempre que las personas mayo-
de ellos, obra suya, á la cual debían su fortuna. res empezaban á hablar algo serio, se colocó en el
U n desfallecimiento melancólico se apoderaba d a centro de la habitación, y con los brazos cruza-
ella al recuerdo de ciertos rincones íntimos, del ; dos, con una irritación que hacia temblar todas
perfume persistente de las aguas de tocador, de ; las facciones de su correcto rostro de antiguó ma-
aquel olor especial de toda la casa, que había con-- | gistrado:
servado en la piel. Así es que esperaba las tempo-a —¡Podéis creerlo! ¡Háse visto jamás una abo-
radas de mucho trabajo extraordinario, y se iba, minación semejante!.... Estaba podando el rosal,
rejuvenecida, alegre, después de haber»recibido de me subo en el último escalón; me iuclino hacia el
su nieta dos besos muy apretados que prometía j otro lado de la tapia maquinalmeñte: y ¿qné di-
transmitir á la madre aquella misma noche. réis que he visto? A Honorina, sí, á mi criada
—¡Ah! es ¡una contrariedad, es nna contrarié-: ^Honorina, con un hombre el uno encima del otro,
dad!—repetía Butcau, verdaderamente mortificado con las piernas al aire haciendo porquerías ¡ Ah,
al pensar que no estarían los señores de Charles cochinos! ¡infames! ¡al pie d é l a s tapias de m i
en la boda.—¿Y si la prima escribiese á nuestra casa!
tía que viniese? El viejo, que se ahogaba, se puso á pasear,
Elodia, que iba á cumplir quince años, levantó haciendo gestos de noble maldición,
su cara de virgen hinchada y clorótica, de cabello j —¡La espero para echarla á la calle á la muy
escaso y de sangre tan pobre, que hasta el aire bribona! ¡Miserable!..... No podemos tener criada;
nos las empreñan á todas. Al cabo de seis meses ' dentro de su casa tuviera un foco constante de in-
de estar en casa, ya se sabe, porque es una regla i-ioralidad
general, ya se hallan en un estado que no les per- | —Aquí viene ya—dijfj bruscamente.—Ahora
mite servir en una casa honrada y ésta la lie veréis.
visto yo mismo..,., y de- una manera!..... Decidi- Tiró de 1%campanilla y recibió á Honorina sen-
damente, este es el fin del mundo. tad«!, severo, y después de lograr por un gran es-
Buteau y Elisa, asombrados, participaban de j fuerzo de voluntad recobrar la calma,
su indignación por deferencia. —Señorita, haced vuestro baúl y marchaos en-
—¡Es verdad, eso no está bien!..... ¡No, no está seguida de esta casa; os pagaré los ocho días que
bien! I lleváis en casa:
Pero de nuevo Citó ríes se detenía delante de La criada, asustada, balbueieute, tartamudeó
ellos. algunas excusas.
—¡Imaginaos que Elodia se sube en esa escalera - . |—¡ Es inútil, todo lo que puedo hacer es no en-
por casualidad y descubre esa escena! ¡Ella tan tregaros á los tribunales por atentado á la moral.
inocente, que no sabe nada de nada, y á la cual vi- j Entonces ella se sublevó.
gi lames constantemente hasta en sus pensamien- —Oid: ¿es que se me ha olvidado pagar la
tos! ¡Se echa uno á temblar de pensarlo!.... cama?
¡Qué golpe para mi mujer si estuviese aquí! : El viejo se levantó erguido y la despidió con un
Precisamente en aquel momento, al mirar hacia , gesto soberano, señalando con el dedo hacia la
la ventana, vió á la niña que sin duda cedía á la puerta. Luego, cuando se hubo marchado, se des-
curiosidad, con un pie puesto en el primer escalón. abogó brutalmente.
:
El viejo¿se precipitó y le gritó con voz ahogada^ —¡Habráse visto una puta semejante! ¡Deshon-
por la angustia, como si la viera al borde de uu rar así mi casa!
precipicio: -¡j p —¡ Ah ! sí lo es, verdaderamente lo es, dijeron
—¡Elodia! ¡Elodia! baja, aléjate, por el amor de: "á una Elisa y Buteau.
Dios! Y este último añadió:
Sentía que le flaqueaban las piernas, y dejándose —¿No es verdad que hemos convenido en que
caer en una butaca, siguió gritando y quejándose iréis con la niña ?
de la impúdica desvergüenza délas criadas. ¡Pues El señor Charles seguía tembloroso. Había icio
no había sorprendido á una enseñándole á la niña á mirarse al espejo y volvía satisfecho de sí
cómo tienen hecho el culo las gallinas! Bastante mismo..
tenía él con cuidarse en la calle de libertarla de —¿Adónde? ¡Ah! sí, á vuestra boda Hacéis
las groserías y atrevimientos de los labriegos y muy bien, hijos míos, en casaros Contad con-
del cinismo de los animales, para que también migo; iré, pero no os prometo llevar á Elodia, por-
que ya sabéis que en las bodas snelen decirse bro-i sencillez, en familia, á causa de la situación de J a
mas..... ¿eh?.... ¡Habéis visto cómo be plantado novia, que tenía un chiquillo de cerca de tres años.
de patitas en la calle á esa bribona! Lo que es á Sin embargo, habían ido á la mejor pastelería de
mí no me fastidia ninguna.... Hasta la vista; con- Cloyes á encargar una tortada para el postre, re-
tad conmigo. ; signándose á hacer todo el gasto en ella para de-
, Los Dethomme, á casa de quienes se dirigieron . v mostrar que se sabía tirar el dinero cuando llegaba
desde allí Elisa y Buteau, aceptaron también des-1 el caso; babía, como en la boda de la hija mayor
pués de los ruegos de costumbre. Ya no faltaba ; de Bordier, los ricos cangrejos de Mailleville, un
nadie de la familia más que Jesucristo, á quien iu- : <: pastel, dos fuentes de natillas y cuatro bandejas de
vitar. Pero verdaderamente se bacía insoportable, dulces y bombones. E n casa comerían una buena
reñido con todos, inventando las mayores porque-c 7 sopa, cuatro pollos asados, cuatro conejos en esto-
rías para desconsiderar á los suyos; y se decidie- ' i, fado, carne asada y pajaritos. Comida para quince
ron á prescindir de él, temblando, sin embargo, j ¿K ó veinte personas; aun no se sabía el número fijo.
de que se vengase con alguna nueva maldad. 8i quedaba algo aquel día, al siguiente se Comerían
Bogues en masa esperaba, porque aquella bodas r las sobras.
tanto tiempo aguardada era un verdadero aconte-! . El cielo, algo cubierto aquella mañana, se había
cimiento. Honrdequin, el alcalde, asistid á ella;. | desencapotado, y el día terminaba con un calor
péro invitado á la comida, tuvo que excusarse, por- i agradable. Habían puesto la mesa en el centro de
que tenía necesariamente que dormir aquella noche K' la anchurosa cocina, enfrente del fogón donde se
en Chartres para asistir á l a vista de un proceso, y ' - asaban las carnes y donde hervían las marmitas
prometió que la señora Santiaguilla asistiría, pues- ¿ . encima de buenas horniliadas de leña. Y aquello
to que tenían la amabilidad de convidarla también. I caldeaba de tal suerte la habitación, que tuvieron
Se pensó al principio en invitar al padre Godard, J I que dejar abiertas de par en par las dos ventanas
con objeto dé tener en la boda gen te de viso; pero ; | y la puerta, por las cuales penetraba el buen olor
el cura se indignó porque fijaban para la ceremo- \ V de los trigos recién segados.
nia el día de San Juan. Había misa mayor, una Desde el día antes las hijas de Mouehe se hacían
gran fiesta de iglesia en Bazoches-le-Doyen. [. ayudar por Rosa y Panny. A las tres tuvieron una
¿Cómo había de estar en Itógnes por la mañana? ^ emoción cuando apareció el coche de la pastelería,
Entonces las mujeres, Elisa, Rosa, Panny, se em- | que hacía salir á las puertas de sus casas á todas
peñaron tanto, que no tuvo más remedio que ceder, : las comadres del pueblo. En seguida colocaron el
y fué á mediodía tan furioso, que les soltó la misa"-] ; postre encima de la mesa para estar viéndolo. P r e -
en un santiamén, lo cual les ofendió muchísimo. í cisamente la Grande llegaba con alguna anticipa-
Además, y después de largas discusiones, se ? Üeión: se sentó, colocó el bastón entre las rodillas,
convino en que la boda se celebraría con mucha 1 y ya no quitó de los platos sus ojos, de mirada
EMILIO ZOLA.

dura y aviesa. ¿Cómo se permitían gastar tanto? nido el buen gusto de vestirse como soltera con un
Ella no había tomado nada por la mañana, para] trajeeillo de percal blanco con pintas coloradas, y
comer más. sin ninguna joya, la carne sin más adornos que
Los hombres, Buteau, J u a n que le había Servi- unos brillan titos en las orejas, un regalo de Hour-
do de testigo, el viejo Fouan, Delhomme, acom-j dequin que había puesto ea revolución á las muje-
pañado de su hijo Ernesto, todos de levitón y pan- res de las cercanías. Pero todos se quedaron sor-
talón negro, con grandes sombreros de copa altálij prendidas al ver que no despedía al criado que la
que no se quitaban, jugaban al canet en el eorrah| había llevado, después que le ayudaron á desen-
E l Sr. Charles llegó solo, después de haber llevado ganchar el coche. Era un hombre llamado Trou,
el día autes á Elodia á su colegio de Chateaudun, una especie de gigante, con la piel blanca, el pelo
y sin tomar parte en el juego se interesó en la par-i rubio y un aspecto muy animado. Era de Perche
tida y emitió juiciosas observaciones. y estaba en la Borderie como criado desde hacía
Pero á las seis, cuando todo estuvo dispuesto,, un par de semanas.
fué necesario esperar á Santiaguilla, Las mujeres;] —Trou se quedará, ¿sabéis?—dijo ella alegre-
bajaban sus sayas que habían subido sujetándose-! mente.—Me acompañará luego.
las con alfileres para no ensuciarse con el íogónJ En Beauce no agradan mucho los percherones,
Elisa estaba vestida de azul; Francisca de rosa,® á los cuales se acusa de falsos é hipócritas. Todos
vestidos de seda fuerte y fuera de moda, que Lam-| se miraron: ¿aquel tonto tan alto y tan rubio sería
bourdieu les había vendido por el doble de su va?J otro querido de la Santiaguilla? Buteau, que des-
lor, dándoselos c <mo última novedad de P a r í s J de por la mañana estaba muy contento y compla-
L a abuela Fouan había -acado del fondo del cofre; ciente y bromista, respondió:
la falda de popliu color violeta, que desde hacía] ' — ¡ Pues ya lo creo que se queda! ¡ Basta que
cuarenta años lucía en todas las bodas del pueblo;': venga con vos!
y Fanuy, vestida de verde, llevaba todjis sus-; Y cuando Elisa dijo que la comida aguardaba,
alhajas, su reloj y su cadena, J p alfiler, sortijas y todos se sentaron á la mesa, dándose empujgnes
pendientes. Cada minuto salía una de las mujeres?! y riendo á carcajadas. Faltaban tres sillas, y fuerou
á la puerta, corría hasta la esquina de la iglesia: á buscar dos taburetes de paja, encima de los cua-
para ver si la señora de i J granja llegaba al fina les colocaron unas tablas. Ya las cucharas gol-
Las salsas estaban hechas, la sopa se enfriaba era peaban en firme el fondo de los platos.
los platos, donde habían tenido la imprudencia de La sopa estaba fría y cubierta de grandes ojos
servirla ya. Por fin se oyó una exclamación gene-: formados por la grasa, que se agarraba á la gar-
ral:—¡Aquí está! ¡aquí estál ganta, E s t o no importaba; el viejo Fouan mani-
Y apareció el cochecillo. Santiaguilla saltó de él festó la idea de que y a se derretiría en la barriga,
prontamente. Ella estaba contentísima y había lo cual despertó una verdadera tempestad de risa.
Desde aquel momento aquello fué un ataque for- —; Caramba, si le pusieran á uno eso en el tra-
midable: la gente tragaba sin cesar: los pollos, los; sero, pronto se curarían las almorranas!
conejos, la carne, desfilaron, desaparecieron en Todos les comensales se retorcieron de risa,
medio de un rnido terrible de mandíbulas que mas- sobre todo la Santiaguilla, á quien se le saltaron
ticaban. Aquella gente ton sobria en sn casa comía las lágrimas. Y chillaba y añadía multitud de co-
á reventar en la del vecino. La Grande, que no sas subidas de color que se perdían en medio de
hablaba para comer más, no percb'a ripio, v e r a las risotadas de los demás.
horrible, parecía mentira lo que tragaba aquel Los novios estaban colocados uno enfrente de
cuerpo seco de octogenaria, sin que se hinchase otro, Buteau entre su madre y la Grande, Elisa
siquiera. Estaba convenido que Fanny y Fran- entre el tío Fouan y él Sr. Charles; y los otros
cisca se ocuparían del servicio, para que la novia convidados se hallaban á su gusto, cada cual donde
no tuviese que levantarse; pero ésta no podía con- quiso sentarse; Santiaguilla al lado de Trou, que la
tenerse; dejaba el asiento cada cinco minutos, se acariciaba con sus dulces V mortecinos ojos; Juan
remangaba las mangas del vestido y procuraba junto á Francisca, separado de ella solamente por
que éste no se le manchara con el fogón ó con al- Julio, el pequeñuelo de su hermana, del cual los
gún plato. Pronto cada cual en la mesa pensó en dos habían prometido cuidar; pero al llegar á la
servirse á sí mismo, v siempre había alguno de
ftirta se declaró en él una indigestión y fué nece-
pie cortándose pan ó buscando un plato limpio.
sario que la novia fuese á acostar a su hijo. Enton-
Buteau, que se había encargado de poner el vino,
no daba abasto ; había tenido buen cuidado, para ces Francisca y J u a n quedaron uno al lado del
no entretenerse luego en destapar botellas, de po- ; otro. Ella estaba muy inquieta, colorada del calor
ner allí cerca un tonel ; pero tanto v tanto le pe- de la lumbre, rendida de cansancio y sobreexcita-
dían, que no le dejaban, y fué preciso que Juan le da por lo tanto. Él, amable y complaciente, quería
sustituyese en sus funciones. Delhomme, sentado levantarse para servirla cada vez que necesitaba
m u j tranquilamente, declaraba con imperturbabi- algo; pero ella se escapaba y se ocupaba en defen-
lidad inalterable que era necesario líquido para no derse contra Buteau, que muy animado y risueño
ahogarse. Cuando presentaron «ja tortada, tan todo el día, no paraba de hacerla rabiar desde que
grande como la rneda de un carro, hubo un mo- se sentaron á la mesa. É l la pellizcaba al pasar
mento de recogimiento como si todos se impresio- por su lado, y ella le devolvía un manotón tre-
naran ; y el Sr. Charles llevó su buena educación mendo; Inego ella se levantaba con cualquier pre-
hasta jurar por su felicidad, que jamás, ni en texto. como'atraída para ser pellizcada y para pe-
Chartres, había visto ninguna tan grande. Enton- gar de nuevo. Se qnejaba ya de tener los muslos
ces el viejo Fouan, que estabg. muy animado, ex- .hechos un puro cardenal.
clamó: | —¡Estate quieta aquí entonces!—repetía J u a n .
—¡Ah! no; es menester que no crea que por
sér mi cuñado va á ser mi marido también. ¡ perado; solamente la vieja Rosa, con la faz abo-
Guando se hizo de noche encendieron seis velas. tagada, seguía tarareando una cancioncilla del
Hacía tres horas que estaban comiendo, cuando; siglo pasado, una reminiscencia de su juventud,
al fin. á eso de las diez llegaron á los postres.» que se iba acompañando con un acompasado mo-
Luego bebieron café, pero no una taza, sin « dos é l vimiento de cabeza. Tampoco había ganas de bai-
t r e s . á discreción. Las bromas iban acentuándose;? lar; los hombres preferían beber aguardiente y
y subiéndose de color; el café daba nervio y era fumar en pipas que golpeaban sobre la mesa para
muy bueno para los hombres que dormían dema- quitarles la ceniza. En un rincón Fanny y Delhom-
siada, y cada vez que alguno de loa comensales ca me calculaban al céntimo, delante de J u a n y de
sadns bebía un sorbo, la gente se desternillaba! Tron cuál iba á ser la situación económica de los
de risa. recién casados y cuáles eran sus esperanzas: aque-
—Tienes razón para tomar tanto—dijo Fanny llo duró una eternidad, porque iban estimando uno
á Delhomme, muy risueña y olvidando su ac á uno cada centímetro cuadrado dé tierra, porque >
lumbrada reserva. conocían todas las fortunas de Rognes, hasta en
El se puso colorado, alegó como excusa el exce-i las cantidades representadas por la ropa blanca.
so de trabajo, en tanto que su hijo Ernesto, con la ; En el otro extremo la Santiaguilla se había apode-
boca abiérta, reía, en medio de la explosión ite ¡ rado del señor Charles, al cual contemplaba con
gritos y de puñetazos sobre las rodillas que había; invencible sonrisa y con l a curiosidad retratada
producido aquella confidencia conyugal. El mu- en sus bellísimos y picarescos ojos. Le estaba ha-

m chacho había comido tanto, que parecía que iba ¡1 ciendo preguntas.
ii §§ reventar. Poco después desapareció y ya no lo en-; | —¿De modo que es bonito Chartres y que tie-
c;miraron hasta la hora de marcharse, durmiendo ne muchas diversiones?
entre las dos vacas. Y él respondía haciendo el elogio de la ciudad,
1 »
S MB
fin
La Grande fué la que resistió más tiempo. A las .
doce de la noche auu arremetía .contra los pasteli-
de la línea de sus paseos plantados de rrboles her-
mosísimos, que forman á Chartres un cinturón de
ÍS U¡'."QWm-
.' • llos con .la muda desesperación de quien no piieii sombra. Abajo sobre todo, á la orilla del Bure,los
concluir con ellos. Se habían lamido los {datos del bulevares estaban muy frescos en verano. Luego
natillas V recogido cuidadosamente las migajas de i había que ver la catedral, y el anciano se extendía
los pasteles, y en el abandono de la creciente em-1 hablando de la catedral, como hombre bien ente-
briaguez, los corchetes dé los corpinos desabro-] rado y respetuoso con la religión. Sí, uño de los
diados, ios botones de los pantalones sueltos, se más hermosos monumentos, demasiado grande
variaba de sitio, se formaban pequeños grupos. para la presente época de malos cristianos, casi
alrededor de la mesa, llena de pringue y mancha' siempre vacío, edificado en una plaza siempre de-
da de vino. Los ensayos de canto no habían pros sierta que durante los días de la semana sólo se
veía cruzada por algunas sombras devotas; y ese ; interrumpía y se animaba: Sí, sí, conocía aquella
aspecto de gran ruina había tenido ocasión de ob- casa: dos mujeres feas y estropeadas, y ni siquiera
servarlo uu domingo que había entrado al pasar espejos en el cuarto bajo. Esas eran las que des-
casualmente por alíí á la hora de vísperas; allí honraban el oficio.
dentro se tiritaba, no se veía claro á causa de los f —¿Pero qué queréis hacer en una capital de
vidrios de colores, tauto que sólo logró distinguir cuarto orden?—dijo por fin calmado y como ce-
las muchachas de. dos colegios de niñas, perdidas í diendo á una filosófica tolerancia propia de un
allí como si fuesen dos puñados de hormigas, can- hombre superior.
tando con voz chillona debajo de aquellas vastísi- Era la una de la madrugada, y se habló de ir á
mas bóvedas. ¡ A h ! ¡ verdaderamente entristecía acostarse. Cuando se había tenido ya un hijo, era
que se abandonaran así los templos por las ta- inútil ¿no es verdad? andarse con remilgos para
bernas ! meterse debajo de las sábanas. Para ellos no ha-
San ti agu illa, asombrada, seguía mirándolo y son- bía misterios y lo mejor era dejarse de historias,
riendo. Al fin acabó por murmurar en voz baja: beber otro trago y..... á la cama!
—Bueno, pero las mujeres de Chartres— En aquel momento Elisa y Francisca dieron un
El comprendió; se puso m u y grave; pero se ex- grito. Por la ventana abierta acababa de penetrar
pausió, sin embargo, influido por la general em- un puñado de basura, estiércol de vaca lanzado
briaguez. Ella, muy sonrosada, temblorosa, risue- con fuerza; y los vestidos de aquellas señoras es-
ña, se acercaba A él como para entrar en el mis- taban perdidos, llenos de arriba abajo. ¿Quién
terio del roce de muchos hombres cada noche. sería el puerco que había hecho aquello? Echaron
Pero aquello no era lo que ella creía, y él le habla- á correr, miraron en la calle, en la plaza, en la
ba de lo duro del trabajo, porque tenía el vino carretera, detrás de la tapia de la huerta. Nadie.
melancólico y paternal. Luego se animó cuando Además, todos estuvieron acordes en decir que era
Jesucristo que se vengaba de que no lo hubiesen
ella le dijo que se había entretenido en pasar, por
convidado.
el gusto de ver, por delante de una casa que había
en Chateandnn, esquina á la calle Davignon y á la Los Fouan y los Delhomme se marcharon; el
calle Loireau, una casita muy mal cuidada, siem- señor Charles también. L a Grande daba una vuel-
pre con las persianas caídas cuidadosamente. Por ta á la mesa á ver si quedaba algo que comer, y
detrás, en un jardín muy mal cuidado también , se decidió á marcharse después de decir á J u a n
una gran bola de cristal que había encima de la que los Butean se morirían de hambre sobre un
fuente reflejaba la casa. El día en que ella estuvo,, montón de paja. Por la carretera, mientras los
los chiquillos jugaban á la puerta de la casa, y por otros muy borrachos se alejaban dando traspiés,
encima de las tapias del cuarte 1 de caballería^ que se oyó su paso firme y seguro que se 'alejaba al
está contiguo se oían las voces de mando. É l la compás de los golpecitos que daba con su bastón.
Trou enganchaba el carruajillo para la señora Ella se despertó sobresaltada.
Santiagnilía. Esta, ya en el estribo,se detuvo y vol- I —¡Toma! pues es verdad que mejor estará una
vió la cabeza. ® en su cama Hasta la vista, J u a n .
:
|—¿Os venís con nosotros J u a n ? ¿"No, eh? — H a s t a la vista,, Francisca.
E l muchacho ; que se preparaba á subir, se detu-
vo, contento de dejársela á Trou, puesto que ella
parecía desearlo. Juan la vio colocarse muy pegada
al cuerpo de su nuevo galanteador, y no pudo re-
primir la risa viendo el carruaje que se alejaba. El
volvió á pié á la granja y fué á sentarse un mo-
mento e n el banco de piedra que había en el co-
rral, al lado de Francisca, que se había puesto allí
mientras la gente se iba aturdida por el calor y
por el cansancio. Los Bnteau estaban ya en su
cuarto, y ella había prometido cerrarlo todo antes
de acostarse.
— ¡ A h ! qué hermoso está esto!—suspiró la jo- ;
ven después de cinco minutos de silencio.
Y el silencio reinó otra vez. L a noche estaba,
estrellada, fresca,, deliciosa. E l olor campestre de
los trigos subía con tal fuerza desde las praderas
del Aigre, que embalsamaba el aire como un p e r - j
fume de flores.
— ¡ A h ! sí, muy hermoso—repitió J u a n por/
fin.—Esto alegra el corazón.
Ella no respondió, y él advirtió que dormía escn-
rriéndose del banco y apoyándose en su hombro. !
J u a n permaneció allí una hora todavía, pensando a
en una porción de cosas confusas. Malos p e n s a - í
mientos le asaltaron, pero se disiparon luego. Ella j
era demasiado joven y á él le parecía que espe-J
rando, Francisca envejecería y se le iría acercando. |
—Oye, tu, Francisca, hay que acostarse. Te vas
á poner mala.
TERCERA PARTE.

¡Por fiu Buteau había conseguido ya apoderarse


de aquellas tierras tan codiciadas, que h a b í a l e -
chazado durante dos años y medio con rabia mez-
clada de deseo, de rencor y de obstinación! E l
mismo no sabía por qué se había empeñado en
hacerse el desdeñoso cuando estaba rabiando por
firmar el acta de las particiones, teniendo sin du-
da que lo engañasen y no pudiendo encontrar con-
suelo al ver que no era 4nico poseedor de la he-
rencia, de las primitivas diez y nueve tahullas que
ahora se hallabau repartidas entre tantos posee-
dores. Desde que había aceptado su parte sentía
la satisfacción de una gran pasión, la feroz alegría
de poseerla; y una cosa duplicaba ese gozo: la
idea de que su hermano y su hermana resultaban
robados ahora, puesto que su lote había alcanzado
mayor valor por la construcción de la nueva ca-
rretera. No se los encontraba en ninguna paría
E M I L I O ZOLA.

sin burlarse de ellos y sonreír entre maliciosos y en echar al suelo, considerándose feliz si no lo
gritos diciendo: . encontraba ni demasiado seco ni demasiado hú-
•—¡La verdad es que los he fastidiado l ú e n ! medo y lleno de promesas de una buena recolec-
Y no era eso todo. Triunfaba también á causa,;' ción.
de su boda, tanto tiempo aplazada, porque su mu- Así la Beauce exhibía su verdura á sus ojos
jer le aportaba otras dos hectáreas de tierra que desde Noviembre á J u l i o ; desde el momento en
estaban junto á su lote; porqué ni siquiera se le que aparecían ios primeros frutos verdes hasta
ocurríp. la idea de necesaria partición de lo que era que lucían las mieses sus dorados reflejos.
de las dos hermanas, ó por lo menos la imaginaba Sin salir de su casa podía gozar de aquel es-
en una época tan lejana, que esperaba encontrar pectáculo, porque había quitado las maderas y los
antes de entonces la manera de sustraerse á esa, cristales á la ventana de la cocina que daba á la
obligación. Tema, contando la parte de Francisca, llanura, y allí se colocaba, porque sus ojos distin-
ocho tahullas de tierra de labor, cuatro de prado y guían diez leguas de campo, una sabana inmensa.
unas dos y media de viña, y las conservaría: antes; Ni un árbol, nada más que los postes telegráficos
que quitárselas le arrancarían el corazón, y sobre : de la carretería de Chateaudun á Orleans, alinea-
todo, no soltaría el pedazo que lindaba con la ca- : dos á lo lejos hasta perderse de vista. Primera-
rrgtera que tenía ahora unas tres tahullas. N i su mente, en los grandes cuadros de obscura tierra,
hermano ni su hermana tenían nada semejante, y no se veía más que una sombra verdosa apenas
hablaba de ello henchido de orgullo y de satisfac- perceptible. Luego, de verde, se acentuaban los
ción. tonos casi uniformes. Después los tallos subían y se
Pasó un año, y todo él, como primero de la po- espesaban; cada planta tomaba un tinté distinto;
sesión , fué para Buteau un goce no interrumpido. Buteau distinguía á lo lejos el verde amarillento
J a m á s cuando había trabajado en haciendas de' del trigo, el verde azulado de la avena, el verde
otro, había labrado tan á conciencia y tan hondo gris del maíz, multitud de manchas extendidas en
porque ahora la tierrS'era suya y quería profun- todas direcciones hasta el infinito.
dizarla y fecundarla hasta el corazón. Por las E r a la época en que la Beauce muestra toda su
noches volvía á su casa rendido. E n Marzo escar- belleza juveuil, vestida con su traje de primavera,
daba sus trigos*, en Abril las avenas, multipli- rizada y fresca á la vista., á pesar de su monoto-
cando sus cuidados y prodigándose verdadera- - nía. Los tallos crecieron más, y entonces fué aque-
mente. Cuando la tierra no exigía ya más trabajo, llo la m a r , la mar de cereales, inmensa, profunda,
iba á ella sólo para contemplarla como un enamo- sin límites. Por las mañanas, cuando hacía buen
rado contempla á la mujer objeto de su pasión. tiempo, todo lo envolvía una ligera neblina. A
Daba una vuelta, se agachaba y cogía un puñado medida que el sol subía, con la atmósfera límpida
de tierra, un terrón que se complacía en deshacer soplaban ráfagas regulares, una brisa deliciosa-
mente refrescante para los campos, que arrancaba de del piso bajo, y Francisca se contentaba con el
del horizonte y se prolongaba hasta morir en el antiguo cuarto de su padre, blanqueado de nuevo
otro extremo. Continuamente una ondulación de y provisto de una cama, de una cómoda vieja, de
los trigos y los maíces sucedía á otra ondulación; una mesa y de dos sillas, Francisca seguía cuidan-
aquello era un eterno flujo y reflujo sin interrup- do las vacas y haciendo la misma vida de antes.
ción. Sin embargo, em^nedio de aquella calma aparente
Buteau durante el mal tiempo contemplaba dormitaba una causa de disgusto: la partición de
también aquella inmensa Beauce que se extendía los bienes de las dos hermanas, que había quedado
á sus piés, de la misma manera que el pescador en suspenso.
contempla desde la orilla del mar revuelto la Al día siguiente del matrimonio de la mayor,
tempestad que le roba el pan. Veía una terrible el viejo Fouan, qne era el tutor de la menor, ha-
tormenta; y un día vió llegar una tromba de ag bía insistido para que se hiciese la partición, á
á seis leguas de distancia; al principio una nub fin evitar después inconvenientes. Pero Buteau se
cilla ligera, luego una masa bramadora que se había opuesto: ¿para qué? Francisca era muy jo-
acercaba á un galope de monstruo; luego detrás el \ ven y no tema necesidad de su tierra. ¿Había cam-
destrozo de las cosechas, una huella de tres kiló- ¡j biado algo? Ella vivía en casa de su hermana
metros de anchura de destrozos sin cuento. Sus : como a n t e s ; la alimentaban, la vestían; en fin,
tierras no habían sufrido nada, y lamentaba el de- que no podía quejarse. A todas estas razones el
sastre de los otros eon estremecimientos de ínti- viejo movía la cabeza: nunca se sabía lo que podía
m a alegría, y á medida que iba subiendo el trigoíl suceder; lo mejor era tenerlo todo arreglado; y la
iba aumentando sn placer. Ya había desaparecido | misma jóven insistía, quería saber cuál era su
de la vista el islote que formaba á lo lejos un parte, aunque la dejase al cuidado de su cufiado.
pueblecillo próximo. Ya no se veían más que los | Este, sin embargo, venció al fin. No se habló más
techos de la Borderie, que á su vez fueron sumer- de ello, y reinó la alegría, viviendo muy unida la
gidos poco después. Sólo se veía un molino con familia.
sus aspas que permanecía en pie como si fuese En los primeros diez meses no hubo cuestión
una ruina. Por todas partes trigo, la mar de trigo,. entre las dos hermanas ni en el matrimonio; pero
invasora, desbordada, cubriendo la tierra con la al cabo se rompió la buena armonía. Primero ma-
inmensidad de su verdor. los humores, luego las palabras duras: lo tuyo y
— ¡Ah! ¡demonio!—decía todas las tardes al,, lo mío rompió al fin la amistad.
sentarse á la mesa;—si el verano no es muy seco,; Verdaderamente Elisa y Francisca no se querían
vamos á tener mucho pan. con la gran ternura de otros tiempos. Nadie las
E n la casa ya se habían instalado definitiva-' encontraba ahora enlazadas por la cintura, en-
mente. El matrimonio había tomado la sala gran- vueltas en el mismo mantón, paseaudo al obscu-
recer. Había entre ellas una frialdad creciente. | Lo peor era que Buteau, al verla tan preocupada
Desde que había allí un hombre, le parecía á F r a n - j con estas cosas, le gastaba ciertas bromas. Y bien:
cisca que le habían robado á su hermana. Ella,.! ¿qué es lo que ella haría cuando se encontrara en
que antes participaba de todo con su hermana, no | aquel caso? Elisa también se reía, no encontrando
tenía su parte en aquei hombre, que había venido | en ello ningúu mal. Y él entonces explanaba sus
á ser la cosa extraña, el obstáculo que llenaba el 1 ideas sobre el asunto: puesto que Dios había pro-
corazón donde antes había vivido sola. Por lo d e - | porcionado á todos este placer que no costaba nada,
más, cuando Buteau besaba á s u hermana, ella se j era permitido apurarlo hasta saciarse. ¡Pero nada
alejaba sin besarla, como si alguien hubiera bebido de chiquillos! ¡De esto no había necesidad! Cuando
en su vaso. En materia de propiedad tenia ideas! no se estaba casado se hacían muchas touterías.
de niña, muy apasionadas: esto es mío, esto es Eso es lo que había pasado con Julio, una verda-
tuyo; y pues que su hermana era de otro, ella la dera, sorpresa que no habían tenido más remedio
abandonaba y quería lo que era suyo, la mitad de que tragar. Pero al casarse se hacía uno serio y
la tierra y de la casa. se castraría antes que hacer otro. ¡ Gracias! ¡para
En aquella cólera de Francisca había otra causaa que haya otra boca más en la casa, ahora que hay
que ni ella misma habría podido decir. Hasta e n - | poco pan! Así andaba con mucho cuidado con su
tonces, helada por la viudez del tío Mouche, la mujer, porque, añadía riendo, que él trabajaría mu-
casa, donde no se a m a b a , no había tenido para cho, pero nada de sembrar. Trigo, sí; mucho tri-
ella ningún aliento de pasión. Y he aquí que la go , todo el que el vientre de la tierra pudiera pa-
habitaba un macho, un macho brutal, habituado? rir; pero nada de chiquillos ; esto había concluido
á atrepellar á las muchachas en cualquier parte. J para siempre.
Ella lo sabía todo, enseñada por los animales, y] Y en medio de estos coutinuos detalles, de to-
estaba irritada. Durante el día prefería salir paral das aquellas cosas que ella veía y oía, las turba-
dejarlos hacer sus porquerías á sus anchas. Por la ciones de Francisca iban en aumento. Pretendíase
noche, si comenzaban á bromear al concluir ded que su carácter cambiaba, que cedía á humores
cenar, gritábales que esperasen á que ella hubiese! inexplicables,con cambios continuos de la alegría
fregado la vajilla. Y se iba á su alcoba, fuera de sí,, á la tristeza. Por la mañana seguía á Buteau con
cerrándolas puertas violentamente y murmurando^ una sombría mirada cuando él, sin preocuparse
entre dientes:—¡Cochinos, cochinos!—A pesar de' de nada, atravesaba la cocina medio desnudo. E n -
todo, creía oir y comprender todo lo que sucedía | tre ella y su hermana estallabau frecuentes dispu-
debajo de ella. Con la cabeza metida entre las al- tas por tonterías, porque acababa de romper una
mohadas y la sábana subida hasta los ojos, ardía;? taza: ¿qué, no tenia ellala mitad.en aquélla taza
de fiebre, con los oídos y la vista llenos de aluci- como en todo? Estas disputas sobre propiedad
naciones, sufriendo sublevaciones de sü pubertad^ producían odios que duraban muchos días.
-r.-ís-'r Jt;.-

254 EMILIO ZOLA.

Lo peor fué que Buteau cedió también á un hu- — Y a estamos salvados, pues que el buen Dios
mor execrable. L a tierra experimentaba una ho- trabaja para nosotros. Estos días de holgazanería
rrible sequía; hacía seis semanas que no había valen más que aquellos en que se rompe uno el
caído ni una gota de agua, y volvía á su casa con alma sin provecho.
los puños apretados, malo, al ver las Cosechas Lenta, suave, interminable, la lluvia seguía
comprometidas, el maíz enfermizo, la avena ra- cayendo, y él oía á la Beauce beber, aquella Beau-
quítica, los trigos estropeados antes de espigar. ce sin ríos y sin fuentes. E r a un gran murmurio,
Sufría positivamente, como los mismos trigos, nn gorgoteo universal que producía bienestar.
lleno de malestar y rabia. Así , una mañana se e n » Todo absorbía y se mojaba, todo reverdecía. Los
redó con Francisca. Hacía calor y se había dejado ; trigos recobraban una salud de juventud , irguien-
la camisa abierta y el calzón desabrochado , des- do sus espigas, que iban á henchirse rebosando
pués de haberse lavado en la pila; y como se sen- harina. Y él, como la tierra, como las mieses, be-
tase para comer la sopa, Francisca, que le servía, bía por todos sus poros refrescado, curado, vol-
exclamó muy colorada: viéndoá plantarse delante delaventanapara gritar:
—Métete esa camisa; esto es asqueroso. — ¡ A n d a , anda! ¡Caen monedas de cien
El estaba de mal humor y se arrebató : sueldos!
—Qué, ¿has acabado ya de examinarme? No De pronto oyó que alguien abría la puerta; vol-
mires, si esto no te gusta ¿Tantas ganas tieues, vióse, V tuvo la sorpresa de reconocer al viejo
que siempre estás pensando en lo mismo? Fouan.
Francisca se puso más colorada y comenzó á — ¡Calla, padre! ¡sois vos! ¿Venís de coger
murmurar, mientras que Elisa añadía: caracoles?
—Tiene razón; ya nos estás fastidiando El viejo, después de cerrar un gran paraguas
Véte, si es que no ha de poder uno estar con liber- azul, entró, dejando los zuecos en la puerta.
tad en su casa. , —¡Famoso chaparrón!—dijo sencillamente.—
— S í , me iré—dijo airadamente Francisca, sa- Falta hacía.
liendo y dando un portazo. Hacía un año que la partición había sido de-
Pero al día siguiente Buteau se tornó concilia- finitivamente concluida, firmada y registrada, y
dor y amable. Durante la noche el cielo se había no tenía otra ocupación que la de ir á ver sus an-
encapotado, y desde las doce caía una lluvia fina, tiguas tierras. Encontrabásele siempre rondando
tibia, penetrante, una de esas lluvias que regeneran alrededor de ellas, interesándose, triste ó alegre,
los campos: Buteau había abierto las ventanas, y según el estado de las cosechas. Aquella lluvia
estuvo allí desde la madrugada mirando caer el también le alegraba á él.
agua, radiante de alegría, con las manos en los —¿Venís á vernos, al p a s a r ? — p r e g u n t ó Bu-
bolsillos, repitiendo: teau.
Francisca, callada hasta entonces, se adelantó como hacía con frecuencia, no había echado más
y dijo con voz muy clara : que un saco sobre sus hombros para defenderse, y
— No, es que yo he rogado á mi tío que venga. venía chorreando, pero riéndose. Mientras que se
Elisa, de pie delante de la mesa, dejó el trabajo sacudía, Buteau, que había vuelto á la ventana,
que estaba haciendo y esperó como frunciendo el se alegraba más á cada momento ante aquella llu-
entrecejo. Buteau, que al pronto había apretado via interminable.
los puños, volvió á sonreírse, resuelto á uo inco- —¡ Oh! ¡ cae que es una bendición!
modarse. Después, volviéndose:
— Sí— dijo lentamente el v i e j o — l a pequeña —Llegas á tiempo. Estas dos se iban á comer
ha hablado ayer conmigo Ya véis si yo tenía Francisca quiere hacer las particiones para aban-
razón al querer arreglar los asuntos en seguida. donarnos.
Cada uno lo suyo, sin incomodarse; al contrario, —¡Cómo! ¡esta chiquilla!—exclamó J u a n so-
esto impide las cuestiones Ahora hay que ha- brecogido.
cerlo. Está en su derecho al querer saber qué es lo Su deseo se había convertido en una violenta
que le pertenece De modo que vamos á fijar un pasión oculta, y no tenía otra satisfacción que
día é iremos todos juntos á casa del señor Baille- verla en aquella casa donde era recibido como
hache. amigo._ Veinte veces la hubiera pedido en ma-
Pero Elisa no pudo contenerse más. trimonio, si no se hubiera considerado muy viejo
—¿Por qué no llama á los gendarmes? Cual- para ella; pero aunque esperaba, no desaparecía
quiera diría que la robamos ¿He contado yo' aquella diferencia de quince años; en los campos
acaso, por ahí fuera, que no tiene por dónde co- aquello era un obstáculo tal, que nadie parecía
gerla? sospechar que él pensase en ella; ni ella misma,
Francisca iba á contestar en el mismo tono, m su hermana, ni su cuñado. Por esto le recibía
ésta tan cordialmente, sin temor á las consecuen-
cuando Buteau, que la había cogido por detrás
cias.
como para jugar, exclamó:
— ¡Vaya, tonterías! Se disputa, pero no deja Chiquilla! esta es la verdadera palabra—
uno de quererse ¿verdad? Entre hermanas no hay dijo encogiéndose de hombros de un modo pa-
cuestiones. ternal.
La joven se había desprendido con una sacudida, Pero Francisca, con la vista en el suelo, se obs-
y la disputa iba á comenzar de nuevo, cuando to- tinaba.
dos lanzaron una exclamación al ver" abrirse la —Yo quiero mi parte.
puerta. Foñ~ ES ° 8eríalomás
P r u d e Q t e — m u r m u r ó el viejo
— ¡ J u a n ! ¡Y viene hecho una sopa! E n efecto,
Juan que había venido de la granja á la carrera,
Entonces J u a n la cogió dulcemente por las mu-
ñecas y la atrajo hacia sí; y teniéndola asi, con — E s bueno el vino—exclamó Buteau, dejando
las manos temblorosas al contacto de su piel, Sobre la mesa ruidosamente el vaso,—todo lo que
hablaba con voz alterada, á medida qne la supli- queráis; pero es mejor ese agua que cae..... Miradla
caba que se quedase. ¿Adonde iba á ir? ¿á casa de Cómo sigue cayendo..... ¡Qué hermosa!
algunos extraños, á Cloyes ó á Chateaudun? ¿No Y todos delante de la ventana, desvanecidos en
estaba mejor en aquella casa donde se había nna especie de éxtasis religioso, miraban caer la
criado, entre gentes que la amaban? Ella escu- lluvia, lenta, interminable, como si hubieran visto
chaba y se enternecía á su vez, porque aunque no bajo aquella agua bienhechora crecer los hermo-
pensaba en ver en él un amante, acostumbraba a sos trigos verdes.
obedecerle gustosa, parte por amistad y parte por j
respeto, encontrándole mny serio.
—Yo quiero mi parte—repetía ella algo q u e - | H.
brantada;—solamente que no digo que me iré. J
—Pues bien, tonta—intervino B u t e a u , — ¿ q n e j U n día de aquel verano, la vieja Rosa, que se
vas á hacer con tu parte si te quedas? Lo tienes! sentía débil, y cuyas piernas Saqueaban, hizo ve-
todo como tu h e r m a n a , como yo; ¿por que qme-.| nir á su sobrina Pal mi ra para fregar la casa. Fouan
res la mitad? ¡Vamos, es cosa para morirse d e j había salido, como de costumbre, á dar una vuelta
risa! Oye bien. L a partición se hara el día que.J por los sembrados, y mientras que la miserable,
te cases. „ I de rodillas, calada de agua, se reventaba frotando',
Los ojos de J u a n , fijos en ella , vacdaron comof la otra la seguía, hablando siempre de las mismas
si su corazón hubiera desfallecido. historias.
¿ Lo oyes? E l día de t u matrimonio. Hablóse de la desgracia de Palmira, á la que
Ella no contestaba, turbada. pegaba ahora su hermano Hilario. Sí, aquel ino-
Y ahora, mi pequeña Francisca, vé a abrazar- cente, aquel enfermo se había vuelto malo; y
á t u hermana. Esto será lo mejor. I como no conocía las fuerzas de sus puños, capa-
Elisa no era mala, y lloró cuando Francisca s&; |ces de romper las piedras, temía ella siempre que
colgó á su cuello. Buteau, encantado de haber la matase cuando la cogía. Pero ella no quería que
arreglado el asunto, dijo que había que beber u j se metiera nadie en ello, y llegaba á calmarle con
tra°"o. Traio cinco vasos, destapo una botella y t q la ternura infinita que guardaba para él. L a se-
á buscar otra. La faz curtida del viejo se haba Kinana anterior había habido un escándalo del cual
coloreado, mientras que explicaba que para él lo hablaba todavía todo Rognes; un estrépito tal,
primero era el buen orden y el deber. Todos be- que los vecinos habían acudido y le habían encon-
bieron, mujeres y hombres, á la salud de todo» trado sobre ella haciendo atrocidades.
los presentes. —Díme, hija mía—preguntó Rosa para pro-
ñecas y la atrajo hacia sí; y teniéndola asi, con — E s bueno el vino—exclamó Buteau, dejando
las manos temblorosas al contacto de su piel, Sobre la mesa ruidosamente el vaso,—todo lo que
hablaba con voz alterada, á medida que la supli- queráis; pero es mejor ese agua que cae..... Miradla
caba que se quedase. ¿Adonde iba á ir? ¿á casa de cómo sigue cayendo..... ¡Qué hermosa!
algunos extraños, a Cloyes ó á ChateaudunP ¿No Y todos delante de la ventana, desvanecidos en
estaba mejor en aquella casa donde se había nna especie de éxtasis religioso, miraban caer la
criado, entre gentes que la amaban? Ella escu- lluvia, lenta, interminable, como si hubieran visto
chaba y se enternecía á su vez, porque aunque no bajo aquella agua bienhechora crecer los hermo-
pensaba en ver en él un amante, acostumbraba a sos trigos verdes.
obedecerle gustosa, parte por amistad y parte por j
respeto, encontrándole muy serio.
—Yo quiero mi parte—repetía ella algo q u e - | H.
brantada;—solamente que no digo que me iré. J
—Pues bien, tonta—intervino B u t e a n , — ¿ q u e j U n día de aquel verano, la vieja Rosa, que se
-vas á hacer con tu parte si te quedas? Lo tienes! sentía débil, y cuyas piernas Saqueaban, hizo ve-
todo como tu h e r m a n a , como yo; ¿por que qme-.| nir á su sobrina Pal mi ra para fregar la casa. Fouan
res la mitad? ¡Vamos, es cosa para morirse d e j había salido, como de costumbre, á dar una vuelta
risa! Oye bien. L a partición se hara el día que.J por los sembrados, y mientras que la miserable,
te cases. „ I de rodillas, calada de agua, se reventaba frotando',
Los ojos de J u a n , fijos en ella , vacdaron comof la otra la seguía, hablando siempre de las mismas
si su corazón hubiera desfallecido. historias.
¿ Lo oyes? E l día de t u matrimonio. Hablóse de la desgracia de Palmira, á la que
Ella no contestaba, turbada. pegaba ahora su hermano Hilario. Sí, aquel ino-
Y ahora, mi pequeña Francisca, vé a abrazar- cente, aquel enfermo se había vuelto malo; y
á t u hermana. Esto Será lo mejor. I como no conocía las fuerzas de sus puños, capa-
Elisa no era mala, y lloró cuando Francisca s&; |ces de romper las piedras, temía ella siempre que
colgó á su cuello. Butean, encantado de haber la matase cuando la cogía. Pero ella no quería que
arreglado el asunto, dijo que había que beber u j se metiera nadie en ello, y llegaba á calmarle con
tra«-o. Traio cinco vasos, destapo una botella y t q la ternura infinita que guardaba para él. L a se-
á buscar otra. La faz curtida del viejo se había Kinana anterior había habido un escándalo del cual
coloreado, mientras que explicaba que para él lo hablaba todavía todo Rognes; un estrépito tal,
priméro era el buen orden y el deber. Todos be- que los vecinos habían acudido y le habían encon-
bieron, mujeres y hombres, á la salud de todo» trado sobre ella haciendo atrocidades.
los presentes. —Díme, hija mía—preguntó Rosa para pro-
— ¡Dios mío! Cuando los hijos son malos, son
vocar sns confidencias ,—¿es verdad que te quería
- malos..... Si siquiera pagaran la renta
forzar el bruto?
Y explicó por la vigésima vez que Sólo Del-
Palmira, dejando de frotar, se quedó sin con-
homme llevaba sus trimestres de cincuenta fran-
testar al pronto.
cos. ¡Oh! m u y puntualmente. Buteau, siempre
—¿Y qué les importa á los demás? ¿Qué necesi-
atrasado, trataba de no pagar dando largas. Cuanto
dad tenían de entrar á nuestra casa á espiarnos?
á Jesucristo, la cosa era más sencilla, no daba
No robamos á nadie.
nada. ¡Pues no había tenido aquella mañana el
—¡Demonio!—añadió la vieja;—sin embargo, :
tupé de enviar á la Trouville á pedir prestados
si como se dice, dormís juntos, eso está muy mal. ¡
cien sueldos para hacer un puchero á su padre en-
Por un momento la infortunada quedó muda,
fermo! ¡Buena estaba la enfermedad: un gran agu-
con rostro de pena y la mirada vaga; después si-
jero debajo de la nariz! Así había recibido á aque-
guió fregando, y marcando sus frases con el movi-
lla andrajosa, encargándola que dijera á su padre
miento de Sus brazos, dijo:
que si aquella noche no Uevaba sus cincuenta
—¡ A b ! ¡muy mal! ¿y quién lo sabe? El cura
francos, le enviaría un alguacil.
me ha llamado para decirme que iríamos al in-V
—Sólo para asustarlo, porque el pobre mucha-
fierno, y yo he contestado que es un niño que no
cho no es malo—añadió Rosa, que se enternecía
sabe más que si sólo tuviera tres días, y que se
ya en su predilección por su hijo mayor.
habría muerto si yo no lo hubiera alimentado, y
Al obscurecer, habiendo venido Fouan á comer,
que apenas h a tenido otra dicha..... Pero ero es :
volvió ella á su tema en la mesa, mientras que él co-
cuenta mia. E l día en que me estrangule en uno
mía con la cabeza baja y sin hablar. ¿Sería posible
de los accesos de rabia que le acometen en esos.
que de sus seiscientos francos cogiesen sólo los dos-
momentos, ya veré-si el buen Dios quiere perdo-
cientos de Belhomme, apenas ciento de Buteau y
narme.
nada del otro, lo que apenas sumaba la mitad de
Rosa, que sabía la verdad hacía mucho tiempo, j
la renta?
viendo que no sacaría ningún detalle nuevo, con-
Palmira que en la obscuridad acababa de fregar
cluyó discretamente:
la cocina, respondía la misma frase á cada lamen-
—Seguramente, cuando las cosas son de un
tación, como un estribillo de la miseria:
modo no son de otro No importa; no es vida
—¡Ah! seguramente, cada cual tiene su des-
esa que tú llevas, hija mía.
gracia.
Y se lamentó de que todo el mundo tenía su
Decidióse al fin Rosa á encender luz, cuando la
desgracia. Así, ella y su marido pasaban grandes
Grande entró coa su calceta. E n aquellas noches
miserias desde que habían tenido el buen corazón
cortas apenas había velada; pero para no gastar
de sacrificarse por sus hijos. E n este punto ya no
luz, venía á pasar á casa de su hermano una hora
se detuvo. Era el eterno asunto de sus quejas.
antes de ir á acostarse á tientas. Instalóse en se- tiana aunque no pasara por entre las manos del
guida, y Falmira, que todavía tenía sin fregar pu- cura. Cuanto á los huevos, los encargarían expre-
cheros y cacerolas, no habló más, sobrecogida de- samente á las gallinas, porque no se encuentran
lante de su abuela. más pequeños en todo el mercado de Cloyes: sí,
— S i tienes necesidad de agua caliente, hija una verdadera curiosidad, y dados de tan mala
mía, pon un tronco. gana, que tienen tiempo de podrirse en el camino.
Se contnvo un instante, esforzándose por hablar ¿Y los quesos? Rosa tenía un cólico siempre
de otra cosa; porque delante de la Grande los que los comía. Fué á buscar uno y se empeñó en
Fouan evitaban el quejarse, sabiendo que le pro- que lo probase Palmira. ¡ Uf! aquello era un horror.
porcionaban un placer; pero la pasión le arrebató. ¿Pues y la harina?..... Pero ya Fouan se lamen-
— Y puedes echar un tronco entero, si es que pue- taba de verse reducido á no poder fumar, más que
de llamarse así esto. Astillas nada más..... Se está un sueldo de tabaco por día; pero en seguid*á ella
portando Fanny recordó su café que había tenido que suprimir; y
Fouan, que se había quedado en la mesa, delante los ¡dos á la vez los acusaron de la muerte del
de un vaso lleno, salió entonces del silencio en pobre perro, que habían tenido que echar al río la
que parecía querer encerrarse. víspera, porque ahora les resul taba muy caro man-
—¿Has concluido ya con tu tronco? ¡Ya sabe- tenerlo.
mos que es una porquería!..... ¿Y qué diré yo de —Se lo he dado todo, absolutamente todo—
esta porquería de vino que me envía Delhomme? .grifó el viejo,—y los muy canallas se burlan de
Y alzando el vaso lo miró á la luz. mí ¡Ah!¡esto nos matará de seguro, porque no
—¡Heiu! ¿qué demonios hay aquí dentro? Será podemos soportar esta miseria!
cosa del tonel..... ¡Y él es el honrado! Los otros Al fin callaron, y la Grande, que no había des-
nos dejarían morir de sed sin ir á buscar n n a bo- plegado los labios, los miró primero á uno, luego
tella de agua al río. á otro, con sus ojazos redondos y mortecinos como
Decidióse al fin á beber el vino de un trago. los de un mochuelo.
Pero lo escupió violentamente. —¡Bien hecho!—dijo.
—¡ Oh! ¡el veneno! ¡Será para hacerme morir más Pero precisamente en aquel instante entró Bn-
pronto! teau. Palmira, que había concluido su trabajo, apro-
Desde aquel momento Fouan y Rosa se aban- vechó la oportunidad para escapar, escurriéndose
donaron á su rencor sin reparar en nada. Sus co- por la puerta entreabierta, con los quince sueldos
razones ulcerados se consolaban alternando las que Rosa acababa de ponerle en la mano. Y Bn-
letanías de sus recriminaciones. Así, de los diez teau, de pie en medio de la habitación, se mau-
litros de leche por serñana no recibían apenas seis; tuvo inmóvil, encerrado en ese prudente silencio
y luego aquella leche debía ser muy buena cris- del labriego, que nunca quiere ser el primero en
E M I L I O ZOLA.

hablar. Transcurrieron dos minuto?. El padre se i —Una—dijo, poniéndola sobre la mesa.


vió obligado á abordar el asunto. Las otras salieron cada cual más lentamei te
—De modo que al fin te decides no está I que la anterior. Buteau seguía contándolas en voz
mal después de diez días de estarte haciendo ;! alta y cada vez más débil. Después de la quinta
esperar..... ' se detuvo y necesitó hacer grandes esfuerzos para
E l otro tardó en hablar, y al fíu contestó: encontrar otra; luego gritó con voz firme y muy
' -—Cuando no se puede, no se puede. Cada cual z-, alta:
sabe lo que se pesca. I —¡Y seis!
- •—Es posible; pero por esa cuenta, si eso du- ;J Los Fouan seguían esperando, pero ya no sacó
rase, mientras t ú comerías bien, nosotros nos mo- más.
riríamos de hambre Tú has firmado y debes:;! — ¿Cómo seis?—acabó por decir el padre.—
pagar con escrupulosa puntualidad. Son diez..... ¿Te estás burlando de nosotros? ¡El
Al ver que su padre se enfadaba, Buteau se ;] trimestre pasado cuarenta francos, y éste treinta!
echó á r e i r . Buteau adoptó en seguida un tono compun-
— : Vamos, pues si llego tarde, me volveré á mar- _ gido. ¡Ah ! todo iba muy mal. E l trigo estaba cada
cbar, y en paz. No creáis que pagar es cosa agrada- 1 vez más barato, las avenas eran muy mediauejas.
ble, y por eso sé yo de alguno que no paga nunca. Hasta el caballo lo tenía enfermo, y había tenido
Esta alusión á Jesucristo puso con cuidado á .1 que llamar dos veces al Sr. Patoir. En fin, aquello
Rosa, que sin atreverse á intervenir, sólo se per- 1 era una ruina, y se tiraba de una oreja sin poder
mitió tirar de la blusa á su marido que estaba fu- alcanzarse la otra.
rioso, y el cual se calmó en efecto. I —Eso no me importa—repetía el viejo furioso.
— ¡Bueno, bueno! vengan tus cincuenta francos, .^ —Da los cincuenta francos, ó te llevo á los tribu-
que aquí tengo el recibo preparado. anales.
Buteau, sin apresurarse, se metió la mano en el | Pero se calmó con la idea de no recibir las seis
bolsillo. Había mirado á la Grande con cierto aire monedas más que en calidad de adelanto á cuen-
que demostraba que la presencia de su tía lo con- ta, y habló de rehacer el recibo.
trariaba. La vieja soltaba la media que estaba ha- i —De modo que me darás los veinte francos la
ciendo y miraba con fijeza, esperando á ver salir f semana que viene, y lo diremos así en el recibo.
el dinero. E l padre y la madre también se habían ? Pero ya con mano pronta Buteau había recogido
aproximado y no perdían de vista la mano del | el dinero de encima de la mesa.
muchacho. —¡No, no; nada de eso! Quiero estar liqui-
Y bajo las miradas de aquellos trés pares de dado. Dejad el recibo, ó me voy ¡Toma! no val-
ojos desmesuradamente abiertos, se resignó á sa- dría la pena de sacrificarme, para seguir debiéndoos
car una primera moneda de cien sueldos, también!
Y aquello fué terrible; el padre y el hijo se obs- su mirada, vió el dinero y se sobresaltó. Rápida-
tinaron, repitiendo incesantemente las mismas- mente colocó nn plato encima de él para ocultarlo.
m
palabras, uno exasperado por no recibir el dinero I ¡Era demasiado tarde!
en seguida, el otro apretándole los puños para no —¡Animal, bestia!—pensó el viejo irritado con-
• tra sí mismo por su inadvertencia. L a Grande
dar el dinero sino á toma y daca con el recibo.
Por segunda vez la madre tuvo que tirar á su ma- '.tiene razón.
rido de la blusa, y de nuevo cedió. Luego dijo en voz alta y tono b r u t a l :
le | —Haces bien en venir ¿"pagarnos, porque tau
—¡Toma, maldito ladrón! ¡Ahí está el papel!
Debería hacértelo tragar Trae el dinero. cierto como que esta luz nos está alumbrando, iba
Verificóse el canje con todas las precauciones,; á enviarte el alguacil mañana por la mañana.
y cuando esto estuvo hecho, Buteau se echó áreir. —Sí, ya me lo dijo la Trouille—-gimió Jesu-
S B ! ! |8SSS| Se fué alegre y satisfecho, dando las buenas tar- > . cristo con tono humilde,—y he venido precisa-
1 1m
des á l o s presentes. Fouan se había sentado junto : | mente porque quería deciros que no podéis desear
á la mesa con aire abatido y cansado. Entonces la i mi muerte, ¿no es verdad? ¡ Dios mío, pagar!
Pa ar Venid á verl
Grande, antes de empezar de nuevo á hacer me- ¿ S > fgÉ¡f ° vos mismo y os
¡2 -••:* dia se encogió de hombros y le lanzó al rostro convenceréis de que tengo razón. Yo no terfgo ni
' ° * 3 Y sábanas
R a h í i n f i a en la cama, ni muebles,
u n o n o m o n > m n n l l T , ni
, nada
A.-. y
estos epítetos :
l-además estoy enfermo.
—¡Animal, mala bestia!
Hubo un momento de silencio ; la puerta volvió i Un gruñido de incredulidad lo interrumpió. É l
á ser abierta y apareció Jesucristo. Había sabido |¿iguió hablando sin hacer caso.
por la Trouille que su hermano iba á pagar a q u e - —Tal vez no lo parezca; pero os aseguro que
lla tarde, y se estuvo esperando su salida para , tengo algo muy malo por dentro. Toso, y creo que
entrar él. La voy á morirme..... ¡Siquiera tuviera uno caldo!
C U U M EI. JJU, expresión
CA.IJICAIUI± de
VIE su
OU semblante
O T M U U I U W era
W « dulce, T>_ . ,
aunque llevaba impreso un resto de la borrachera® bó...., M c Glaro ° f d o está
n e s o s e tieDe
; , que os pagaría> « ^ l e n t a y se aca-
_ _ i. „*- . ... . , , j IH) I líirn etara nnano nair-inasi01tuviese (nmmn dinero.
del día anterior. Desde el dintel de la puerta sus Decidme dónde hay para que os dé y para que
miradas se dirigieron á las monedas de cien suel- empiece yo por encender lumbre en mi casa. ¡ Hace
dos que Fouan había tenido la imprudencia de] quince días que no he visto la carne! [Palabra de
volver á colocar encima de la mesa, ¿'honor!
—¡Ah! ¡es Jacinto!—exclamó Rosa, muy con-
tenta de verlo. r ~ Rosa comenzaba á conmoverse, mientras su ma-
rido se enfadaba cada vez más.
_ —Sí, soy yo Salud á todos.
—¡Te lo has bebido todo, haragán, tunante!
Y avanzó sin apartar la vista de las blancas |
1 1 *N 1 Í 1 >,N r\ I IL I
monedas que brillaban'como cristal á la luz de la I ¡ M t e n g o yo! ¡Peor para tí! ¡Tierras her-
vela. E l padre, que había vuelto la cabeza, siguió« tusísimas que eran de nuestra famdiadesde tiern-

_
2G8 ' UMILIO ZOLA. LA TIBRRA. 269

po inmemorial, las has hipotecado! ¡Sí; hace meses paró el plato. ¿ A qué tenerlo allí, si el muy pillo
que tú y la puta de tu hija os estáis dando la gran los veía y los contaba de todos modos?
vida, y si ya se os ha concluido todo, revienta! —Lo quieres todo, Dios mío. ¿ Es esto razona-
Jesucristo ya no vaciló y comenzó á sollozar. ble? ¡Toma! nos matas sin remedio; llévate la mi-
—Eso que decís no lo dice ningún padre. Es tad y véte; ¡que no te volvamos á ver!
menester ser muy desnaturalizado para renegar de Jesucristo, curado de repente, pareció consultar
un hijo Yo tengo buen corazón y eso me per- consigo mismo, y luego declaró:
derá ¡Encima de no tener dinero! Y cuando —Quince francos no, porque es muy poco y no
un padre lo tiene, ¡le niega una limosna á un me saca del apuro Dadme veinte y os dejo.
hijo! ¡Iré á mendigar á otra parte ! Luego, cuando tuvo en su mano las cuatro mo-
Y á cada frase entrecortada por el llanto miraba nedas de cien sueldos, los alegró á todos contándo-
de reojo al plato que ocultaba el dinero. Luego, les lo que le había hecho á Becú por reirse de él;
fingiendo que se ahogaba, no hizo más que dar colar unas cuerdas tan disimuladamente á la orilla
lamentos como hombre que ya no puede resis- del Aigre, que el bueno del guarda tropezó con
tir más. ellas y se cayó al río. Por fin se fué después de
Rosa, trastornada, convencida por las lágri- haberse bebido un vaso del vinejo de Delhomme,
mas y sollozos, cruzó las manos para suplicar á al cual trató de canalla por su atrevimiento de
Fouan. darle á su padre aquella droga infernal.
—Vamos, marido —De todos modos, es muy bueno y simpático—
Pero éste se defendía, negándose aún. dijo Rosa cuando hubo cerrado la puerta.
— N o — d i j o ; — s e ríe de nosotros ¿Quieres La Grande se había puesto de pie, recogiendo su
callarte, animal? ¿Tiene sentido común eso de llo- media y disponiéndose á marchar. Miró á su cuña-
rar así? Van á venir los vecinos y nos van á poner da, luego á su hermano, y por fin salió después de
enfermos. haberles gritado, con voz que delataba la cólera,
Esto no hizo más que redoblar los gritos del que había estado conteniendo largo rato:
borracho, que chilló: —¡Ni un céntimo, animales! ¡No me pidáis ja-
—No lo he dicho todo. El alguacil va mañana más ni nn céntimo! ¡ J a m á s , jamás!
á mi casa para embargar. S í , por un recibo que le E n la calle se encontró á Buteau que volvía de
firmé á Lambourdieu Soy un canalla que os casa de Macqneron, asombrado de haber visto en-
deshonra, y es preciso que esto acabe. ¡ A h , ca- trar allí á Jesucristo con la cara más alegre que
nalla! Lo que merezco es tirarme al-Aigre y aho- unas pascuas y sonando el dinero que llevaba en
garme ¡Si siquiera tuviese treinta francos! el bolsillo.
Fouan, aterrado, vencido por aquella escena, —¡Sí; ese grandísimo canalla se lleva tu dinero
se estremeció al oir eso de los treinta francos. Se- y hace gárgaras con él riéndose de t í !
EMILIO ZOLA.

Buteau, fuera de sí, llamó con los dos puños á puede pasar que uno se sangre; pero por mau tener
la puerta de los Fouan. Si no le hubiesen abierto, los vicios de ese granuja ¡ a h ! preferiría que-
habría echado la puerta abajo. Los dos viejos esta- darme manco.
ban acostándose; la madre se había quitado la Al fin el padre acabó por enfadarse también,
cofia y el vestido y se hallaba en enaguas con el i -—¡Yaya, vaya, basta! Esto no se puede sufrir.
escaso cabello gris caído á la cara. Y cuando se? ¿Qué te importa á tí lo que nosotros hagamos?
decidieron á abrir, su hijo cayó entre ellos como Ese dinero que tú me traes es-mío y muy mío, y
una avalancha, gritando cpn voz rabiosa: puedo hacer con él lo qne me dé la real gana.
—¡Mi dinero! ¡mi dinero! | —¿Qué estáis diciendo?—replicó Buteau furio-
Los dos tuvieron miedo, se separaron aturdidos; so, acercándose á él, pálido y con los puños apreta-
sin saber qué era aquello. dos.^—Queréis que yo lo suelte todo..... Pues sabed
—¿Creéis que yo reviento trabajando para el que me parece una cochinería qne le saquéis los
tumbón de mi hermano? ¿No hace nada y voy yo á cuartos á vuestros hijos cuando estamos convenci-
mantenerle sus vicios?..... ¡Ah, no! ¡ah, no! dos de que tenéis de sobra para vivir sin^necesidad
Fouan quiso negar, pero el Otro le interrumpió de eso»... ¡Oh ! Ya podéis negar cuanto os dé la
brutalmente. gana; estoy seguro de que tenéis una hucha escon-
— ¡ E h ! ¿qué? ¿vais á meutir ahora? Os digo. dida en alguna parte.
que tiene mi dinero, que lo he oído yo sonar en el E l viejo, sorprendido, se enfurecía y tartamu-
bolsillo de ese granuja. ¡El dinero que tanto sudor deaba, juntando las manos con desesperación, ha-
me ha costado ganar, se lo va á beber él! Y si blando en voz entrecortada, furioso al ver que ha-
no es verdad, á ver, enseñádmelo. Sí; si aun lo bía perdido la autoridad que tenía en otro tiempo
tenéis, enseñadme las monedas Yo las conozco,: para echarlo de allí.
sé cuáles son..... Enseñadme las monedas..... f —¡Mientes, mientes!—gritó;—no tengo ni un
E insistió con terquedad, repitiendo veinte ve ochavo. ¡A ver! ¡fuera dé aquí! ¡véte!
la misma frase, como si con ella ptfdiera mantener —¡Ah ! ¡si yo lo buscasel—repetía Buteau, que
viva su cólera. Llegó á dar furiosos puñetazos en- ya había empezado á abrir los cajones y á golpear
cima de la mesa, exigiendo que le enseñasen las las paredes.
monedas, diciendo que ya no las quería, pero que Entonces Rosa, aterrada, temerosa de que h u -
era preciso que las viese. Luego , al ver que los biese una riña entre el padre y el hijo, se colgó de
viejos temblando balbuceaban de miedo, estalló un hombro de este último, murmurando:
de nuevo en injurias. 1—Desgraciado, ¿quieres matarnos?
—¡Es claro que no podéis enseñármelas, porque Bruscamente el hijo se volvió hacia ella, la co-
las tiene él! ¡ El diablo me lleve si vuelvo á gió por las muñecas y le gritó furioso sin reparar
traeros un céntimo! Por vosotros al fin y al cabo en su blanca cabeza abatida y gastada:
—¡Vuestra, vuestra es la culpa de todo! ¡Vos
habéis dado el dinero á Jacinto. ¡A mí no me ha-
béis querido nunca, picara vieja!
Y la dio un empujón tan violento, que la infe-;-
ni.
liz, desfalleciente, fué á Caer sentada en el suelo.j
Había dado un sordo quejido. E l la miró un mo-; Durante un año entero Fouan vivió así silen-
mentó con los ojos fuera de las órbitas, y lüego, cioso y solo en aquella casa que parecía abandona-
con ademanes de loco, se marchó, dando un por-, j da. Sin cesar se le encontraba de pie, yendo y vi-
tazo tremendo y blasfemando. niendo de una parte á otra, tembloroso y triste,
Al día siguiente Rosa no pudo levantarse de la siu hacer nada. Permanecía las horas enteras de-
cama. Llamaron al doctor Einet, que fué tres veces lante de los pesebres del establo; volvía á pararse
sin conseguir aliviarla. A la tercera visita la eneon-, á la puerta de la granja, y á menudo pasaba otras
tró en la agonía; llamó aparte á Fouan y le rogé cuantas horas allí, como si lo hubieran clavado en
como un favor especial que le dejase extender la eer- , el Suelo. E l jardín lo ocupaba á ratos; pero cada
tificación de muerta, para evitarse un nuevo viaje, vez se inclinaba más V más hacia la tierra, como
cosa que solía hacer cuando se trataba de gente;, si oyese que la tierra le llamaba, y más de una vez
que vivía muy lejos de su casa. Esto no obstante,; le habían encontrado sin sentido y boca abajo en
duró todavía treinta y seis horas más. El á las el suelo.
preguntas de todos había contestado que eran los 5 Desde el día en que le dieron los veinte francos
años los que la mataban, que había trabajado mu- á Jesucristo, sólo Delhomme pagaba la renta, pues
cho y que estaba gastadísima. Pero en Rognes,; Buteau se empeñaba en no devolver ni un céntimo
donde todos sabían la historia, se dijo que había más, declarando que prefería ir á los tribunales á
sido un ataque á la cabeza. Hubo mucha gente en ver que su dinero iba á parar al bolsillo del! cana-
el entierro, y Buteau y el resto de la familia se lla de su hermano. Este último, en efecto, arran-
portaron muy bien. caba aún de vez en cuando una limosna forzada á
Y cuando hubieron tapado aquel agujero en el su padre, á quien enternecían sus lágrimas y la-
cementerio, Fouan se vol vió solo á la casa donde mentaciones.
habían vivido y sufrido juntos durante cincuenta; Entoncesfué cuando Delhomme,conmovido ante
años. Comió de pie un poco de pan y queso. Lue- aquel creciente martirio del pobre viejo-, achacoso,
go vagó por las habitaciones y por el jardín de- débil, explotado, enfermo y solitario, pensó en lle-
siertos, sin saber cómo matar el tiempo ni su pena. várselo consigo. ¿Por qué no había de vender la
Y a no tenía nada que hacer y se fué á la colina,^ casa y marcharse á vivir con 'su hija? -El no care-
para contemplar desde allí sus antiguas tierras y cería de nada y ellos no tendrían que devolver di-
ver si crecía el trigo. nero alguno. Al día siguiente, Buteau, que supo
—¡Vuestra, vuestra es la culpa de todo! ¡Vos
habéis dado el dinero á Jacinto. ¡A mí no me ha-
béis querido nnnca, picara vieja!
Y la dio un empujón tan violento, que la infe-;-
ni.
liz, desfalleciente, fué á caer sentada en el suelo.j
Había dado un sordo quejido. E l la miró un mo-; Dnrante un año entero Fouan vivió así silen-
mentó con los ojos fuera de las órbitas, y lüego, cioso y solo en aquella casa que parecía abandona-
con ademanes de loco, se marchó, dando un por-, j da. Sin cesar se le encontraba de pie, yendo y vi-
tazo tremendo y blasfemando. niendo de una parte á otra, tembloroso y triste,
Al día siguiente Rosa no pudo levantarse de la siu hacer nada. Permanecía las horas enteras de-
cama. Llamaron al doctor Einet, que fué tres veces lante de los pesebres del establo; volvía á pararse
sin conseguir aliviarla. A la tercera visita la eneon-. á la puerta de la granja, y á menudo pasaba otras
tró en la agonía; llamó aparte á Fouan y le rogé cuantas horas allí, como si lo hubieran clavado en
como un favor especial que le dejase extender la eer- , el suelo. E l jardín lo ocupaba á ratos; pero cada
tificación de muerta, para evitarse un nuevo viaje, vez se inclinaba más V más hacia la tierra, como
cosa que solía hacer cuando se trataba de gente;, si oyese que la tierra le llamaba, y más de una vez
qne vivía muy lejos de su casa. Esto no obstante,; le habían encontrado sin sentido y boca abajo en
duró todavía treinta y seis horas más. El á las el suelo.
preguntas de todos había contestado que eran los 5 Desde el día en que le dieron los veinte francos
años los qne la mataban, que había trabajado mu- á Jesucristo, sólo Delhomme pagaba la renta, pues
cho y que estaba gastadísima. Pero en Rognes¿ Buteau se empeñaba en no devolver ni un céntimo
donde todos sabían la historia, se dijo que había máS, declarando que prefería ir á los tribunales á
sido un ataque á la cabeza. Hubo mucha gente en ver que su dinero iba á parar al bolsillo del! cana-
el entierro, y Buteau y el resto de la familia se lla de su hermano. Este último, en efecto, arran-
portaron muy bien. caba aún de vez en cuando una limosna forzada á
Y cuando hubieron tapado aquel agujero en el su padre, á quien enternecían sus lágrimas y la-
cementerio, Fouan se vol vió solo á la casa donde mentaciones.
habían vivido y sufrido juntos durante cincuenta; Entoncesfué cuando Delhomme,conmovido ante
años. Comió de pie un poco de pan y queso. Lue- aquel creciente martirio del pobre viejo-, achacoso,
go vagó por las habitaciones y por el jardín de- débil, explotado, enfermo y solitario, pensó en lle-
siertos, sin saber cómo matar el tiempo ni su pena. várselo consigo. ¿Por qué no había de vender la
Y a no tenía nada que hacer y se fué á la colina,-3 casa y marcharse á vivir con 'su hija? -El no care-
para contemplar desde allí sus antiguas tierras y cería de nada y ellos no tendrían que devolver di-
ver si crecía el trigo. nero alguno. Al día siguiente, Buteau, que supo
EMILIO ZÓLA.

aquel ofrecimiento, acudióá su casa é hizo también me, el cual le rogó que le acompañase á casa de
lo mismo, invocando todos sus debefes y sus de- Fouan, á ver si lo convencía. Desde la muerte de
rechos de hijo. Dinero para que lo tirase, no; pero Rosa, el notario aconsejaba continuamente al an-
desde el momento en que se trataba de que su pa-ji ciano que vendiera la casa y se retirase á vivir con
dre no viviese solo, podía el viejo ir á su casa, y su hija tranquilamente y sin cuidados. La casa
comer y dormir y vivir tranquilo, porque nada- suya valía muy bien tres mil francos, y hasta se
había de faltarle. En el fondo, la verdad era que. ofrecía á conservar el dinero é irle dando lo que
pcDSÓ que su hermana quería llevarse al anciano rentase en pequeñas cantidades á medida que las
con el propósito de apoderarse del dinero que tu- necesitase.
viese escondido, por más que hasta él mismo co- Encontraron al viejo como de costumbre pa-
menzaba á desconfiar de la existencia de aquellos seando y sin hacer nada, hecho un pobre idiota.
:
ahorros que había buscado por todas partes. Y es- Aquella mañana sus descarnadas manos esta-
taba muy interesado en el asunto, y ofrecía su casa hau más temblorosas que de costumbre, porque el
por puro orgullo, esperando que su padre la rehu- día antes había tenido que sufrir un ataque rudo
sase y exasperándose á la idea de que acaso acep- con Jesucristo, que para sacarle veinte francos
tara la hospitalidad de su cuñado y de su hermana. para divertirse en la fiesta del pueblo había repre-
La verdad es que Fouan mostró gran repugnancia sentado una comedia, berreando y llorando como
para aceptar cualquiera de los dos ofrecimientos. | un loco, arrastrándose por el suelo, amenazándole
¡No, no! mejor era un pedazo de pan seco en su con matarle con una navaja que ex profeso llevaba
casa, quá" carne en la de los otros: lo que comiera en el bolsillo. Y él le había dado los veinte fran-
le sabría menos amargo. Allí había vivido y allí cos, según confesó el infeliz al notario con tono an-
moriría. gustioso.
Así fueron las cosas hasta mediados de Julio, H—¡Decidme si haríais vos otra cosa! Porque yo
hasta el día de San Enrique, que era la fiesta del ya no puedo más.
patrón de Bognes. U n barracón con nu toldo de Entonces el señor Baillehache aprovechó la co-
tela, para dar un baile, solía ser instalado todos yuntura.
los años á orillas del Aigre; había además en la | —Precisamente venía á hablaros de eso. Esto
• carretera, enfrente del Ayuntamiento, tres barra- no se puede resistir, y os va á costar el pellejo. A
cas, un tiro al blanco, un bazar ambulante donde vuestra edad es una imprudencia vivir solo, y si
se vendía de todo, desde zapatos hasta sombreros no queréis que se os coman por los pies, debéis oír
y cintas, un Tío-Vivo y una lotería en la cual eran los consejos de vuestra hija, venderlo todo é ir á
los premios dulces y buñuelos. Aquel día el señor vivir con ella.
Baillehache, que estaba convidado á almorzar en 2 — ¡Ah! ¿es ese vuestro consejo también?—mur-
la Borderie, se detuvo un rato en casa de Delhom- muró Fouan, dirigiendo una mirada de reojo á
Delhomme, que permanecía callado, haciendo como dió una alegría enorme, escupiendo ya á la idea
que no se mezclaba en nada. Pero cuando observó de gastárselas en casa de Lengaigne: ¡el día d e la
aquella mirada de desconfianza, ya habló. !• - fiesta del pueblo, era un cochino el que volvía á su
— Y a sabéis, padre, que yo no digo nada, por-"J , casa con dinerol E n vano anduvo sondeándolo la

mi
K
que tal vez creáis que tengo algún interés en que f
viváis con nosotros..... ¡Diablo, no! para nosotros 1
Trouille toda la mañana para lograr que le diese
una moneda, siquiera una, aunque fuera muy pe-
era un desarreglo Pero claro estaque me f a s t i - l queña, decía ella. Jesucristo 1a rechazaba y ni si-
dia y m e enfada veros tan mal arreglado, cuando | quiera le agradeció una rica-tortilla de huevos fres-
viviendo con nosotros podíais vivir tan ricamente..'! cos que le hizo, á ver si lograba conquistarlo. ¡No,
—Bueno, bueno—replicó el viejo;—es menester J • no! no bastaba que quisiera mucho ásu padre, por-
pensarlo bien y despacio..... Cuando me decida, ya 1 | que el dinero se había hecho para los hombres.
lo diré; i Entonces ella se vistió, se puso su traje de percal
Y ni el notario su yerno lograron arrancar- 1 azul, un regalo de los buenos tiempos de su padre,
le una palabra más. Se quejaba de que no le d e j a - 1 V y salió de su casa diciendo que también ella iba á
sen en paz; su autoridad moribunda se refugiaba j divertirse. Y cuando se hallaba á veinte metros
en esa obstinación de los viejos, que se empeñan ; de la puerta, se volvió para gritar:
muchas veces en cosas que no les convienen. —¡Padre, padre, mira!
Apartesu vago terror á l a idea de encontrarse sin ; I ? Y con la mano en alto, enseñaba en la punta
casa, ya que tanto sufría viéndose sin tierras, se de sús delgados dedos una hermosa moneda de •:
empeñaba en decir que no, por lo mismo que to- J | £ cien sueldos que brillaba á l sol.
dos se o b ^ i n a n en que dijese que sí. ¡ Aquellos mal- j ; Creyó que le había robado, y se registró, ponién-
ditos algo irían ganando cuando tanto lo deseaban! dose muy pálido. Pero tenía en el bolsillo los vein-
Diría que sí cuando le diese la gana. | | te francos justos, y por lo visto la bribona había
E l día antes Jesucristo, qne estaba loco dé con- 3 | comerciado con sus gansos. E l ardid le pareció
tentó y que había tenido la debilidad de enseñar á J gracioso, y disimulando una sonrisa de padre ca-
la Trouille las cuatro monedas de cien sueldos, no T riñoso, la dejó escapar,
había podido dormirse más que con eUas en la "a íj Jesucristo no era severo más que en un punto:
mano; porque la iiltima vez la chicuela le había 1 ¿ ¡a moral. Así es (fue media hora después estaba f u -
escondido una en el jergón, aprovechando la cir-,3 riosísimo. Salía de casa, iba ácerrar su puerta, cuan-
cnnstancia de que estaba borracho para tratar de 8 do un campesino, vestido con el traje délos domin-
convencerle de que la había perdido. Al despertar | V gos, que pasaba por allí, le gritó:
tuvo un gran susto porque durmiendo se le habían | —¡Eh, Jesucristo!
escapado las monedas de la mano; pero Se las en- | B K — ¿Qné?
contró debajo de las nalgas, muy calientes y esto le J —Tu hija está ahí boca arriba.
i
ÉlI 1
Se?*
7¡S
EHÍLIG ZOLA. LA TIERRA. 279

—¿Y qué? E n su rabia, cuaudo reconoció al hijo del guar-


— Y que tiene un hombre encima. da de campo, dióle un latigazo que no le alcanzó,
—¿Dónde? mientras que el chicuelo, con los calzones auu sin
—Allí, en el foso, al otro lado de la huerta de abrochar, eorría á cuatro patas por entre las rocas.
Guillermo. Ella, con las ropas por alto y el vientre todavía al
Entonces levantó las dos manos al cielo muy aire, no podía negar. De u n latigazo que le ciñó
furiosamente. las caderas la puso en pié y la echó fuera del foso.
—¡Bueno, gracias, voy por el látigo! ¡Ah Y comenzó la caza.
mala pécora que me deshonra! —¡Toma, hija de puta! Á ver si esto te gusta!
Volvió á entrar en su casa para descolgar de L a Trouille, sin decir una palabra, habituada
detrás de la puerta, á la izquierda, un látigo, del á aquellas carreras, saltaba como una cabra. La
cual se servía en esas ocasiones; y se fué con táctica ordinaria de su padre era llevarla de aquel
tralla en la mano, agachándose detrás de la male-| modo hasta la casa, donde la encerraba. Por eso
za como si fuera cazando, con objeto de caer sobre; trataba ella de escapar hacia la llanura, esperando
los enamorados sin que éstos pudieran verlo. cansarle. Pero aquella vez le salieron mal las
Pero cuando desembocó á la vuelta de la calle, j cuentas á consecuencia de un encuentro. Hacía un
Ernesto, que estaba en acecho desde lo alto de un|J momento que el señor Carlos y Elodia, á la cual
montón de piedras, lo vió. E r a Delfín el que esta- llevaba á la fiesta, estaban allí plantados en medio
ba sobre la Trouille, y cada cual á su vez hacía; del camino. Lo habían visto todo; la pequeña con
centinela mientras el otro se divertía. los ojos desencajados de inocente estupefacción;
—¡Alberto!—grifó Ernesto—ahí está Jesu- él rojo de vergüenza, lleno de indignación bur-
cristo. guesa. Y fué lo peor que aquella desvergonzada
Había visto el látigo, y escapó como una liebre Trouille, al reconocerlos, quiso acogerse á su pro-
á través de los campos. tección. Rechazóla; pero el látigo llegaba, y para
De una sacudida se quitó de encima la Trouille escapar á él se puso á dar vueltas alrededor de su
» á Delfín. ¡Yaya una suerte! ¡su padre! Tuvo, s i n j tío y de su prima, mientras que su padre juraba
embargo, serenidad bastante para dar al chicuelo | - más alto, reprochándole su conducta en términos
i la moneda de cien sueld< s. crudos, dando también vueltas y restallando el
—¡Toma! ocúltala en tu camisa; ya me la devol- látigo con toda la fuerza de su brazo. E l señor
verás ¡Pronto, mueve los pies! Carlos, aprisionado en aquel abominable círculo,
Jesucristo llegaba como un huracán, estreme- y aturdido, tuvo que resignarse á tapar la cabeza
ciendo la tierra con sus pasos y chascando su lá- de Elodia con su levita para que no viera ni oyera.
tigo. Y perdió la cabeza hasta el punto de tornarse tam-
—; Ah cochina! ahora verás. bién grosero.
—¡Pero queréis dejarnos, perdidos! ¿Quién me ! bajo de cerrar la puerta: ¡ buen chasco se llevarían
habrá metido entre esta gentuza de familia, en los ladróne^ si entraban! Sabía dónde encontrar á
este burdel de país? Ernesto y a Delfín: en un bosquecillo á orillas del
Descubierta la Trouille, sintió que estaba per- Aigre. E n efecto, allí la esperaban,^ y entonces
dida. Un latigazo la hizo dar vueltas como un tocó el turno á su primo Ernesto. É l tenía tres
trompo; otro la cogió la cabeza, arrancándola un francos y el otro seis sueldos. L a Trouille, que se
mechón de cabellos. Desde entonces, traída al había hecho devolver su moneda, decidió que lo
buen camino, no tuvo más idea que entrar en su gastarían todo como buenos hermanos. Volvieron
cueva lo más pronto posible. Saltó setos, franqueó 1 á la fiesta y compraron macarrones, después de
fosos, atajó á través de las viñas, sin temor á ma- haberse comprado ella un lazo rojo que se puso
tarse. Pero sus piernecillas no podían luchar; los- en la cabeza.
golpes llovían siempre sobre sus hombros, sobre Al llegar Jesucristo á casa de Lengaigne, encon-
sus caderas todavía palpitantes á consecuencia del tróse á Becú y lo apostrofó violentamente:
placer prohibido, sobre todo aquel cuerpo de mu-
—Oye, ¿es así como ejerces tu vigilancia?
chacha precoz, que se burlaba por otra parte y ¿Sabes dónde he encontrado al cochino de t u hijo?
que acababa por encontrar gracioso aquel castigo —¿Dónde?1
tan fuerte. Riendo, con una risa nerviosa, entró 1 —Encima de mi hija ¡Voy á escribir al pre-
de un salto, yendo á refugiarse en un rincón donde ¡¡ fecto para que te deje cesante, padre de cochino;
no podía alcanzarla el látigo. cochino tú mismo!
— D á m e l o s cien sueldos—dijo su padre.—Eso Becú se incomodó. ,,
para castigarte. —¡Tu hija! siempre está con las piernas al
Ella juró que los había perdido en la carrera. aire Ella es la que ha pervertido á Delfín
Pero él, no creyéndola, la registró, y como no e n - Yo sí que voy á hacer que la agarren los gen-
contrase nada, se enfureció de nuevo. darmes.....
—¡Necia! los has dado á t u galán ¡Pero qué 3 —¡Atrévete, bandido!
bestia! ¡Les proporciona el placer y encima Ies paga! Los dos hombres se comían con los ojos, pero
Y se marchó fuera de sí, encerrándola y gritán- de pronto se calmó su furor.
dola que estaría sola hasta el día siguiente, por- —Entremos á beber una copa y hablaremos—
que él no contaba volver. dijo áfesucristo.
L a Trouille, así que él salió, se examinó el cuer- —No tengo un cuarto—contestó Becú.
po, señalado sólo con dos ó tres cardenales, y se I Entonces el otro muy alegre sacó una moneda
volvió á peinar y á componerse. E n seguida, tran- de cinco francos, la hizo saltar y se la colocó en
quilamente forzó la cerradura, trabajo que hacía | un ojo.
con suma destreza, y escapó sin tomarse el tra- 1 —¡Hein! ¡vamos á cambiarla «aquí, tío Ale-
gría! ¡Entra, tripa vieja! Ahora me toca á mí; países! Al final, y entre frases cariñosas, pedía
bastantes veces pagas tú. doce francos para reemplazar unos zapatos per-
Y entraron en. casa de Lengaigne bromeando y didos.
dándose golpecitos muy afectuosos. Aquel año - — ¡Ah, ah! ¡el tunante!—repitió el guarda de
Lengaigne había tenido una idea: como el dueño campo.—¡He ahí todo un hombre, voto á !
del baile de la feria no había querido instalar su Después de los dos litros, Jesucristo pidió otros
barraca, porque el año anterior no había sacado ñij dos de vino seco de veinte sueldos ; pagaba cada
los gastos, el tabernero se había decidido á insta- 1 vez para asombrar sonando el dinero en la mesa y
lar un baile en su huerta, contigua á la taberna, revolucionando la taberna; y cuando se hubieron
y cuya puerta daba al camino: las dos salas se bebido la primera moneda de cinco francos, sacó
comunicaban. Y aquella idea le atraía la concu- otra, poniéndola también en el ojo, gritando que
rrencia de todo el pueblo, haciendo rabiar á sn cuaudo se acabase había más todavía. Toda la
rival Macqueron, que no veía entrar en su casa á tarde transcurrió de aquel modo, entre el oleaje
nadie. de los bebedores que entraban y salían, en medio
-—¡Dos litros en seguida; uno para cada uno! de la borrachera creciente. iTodos, tan prudentes
gritó Jesucristo. durante la semana, gritaban y daban puñetazos
Pero cuando les servía Plora, radiante de alegría^ disputando violentamente. Uno tuvo la idea de
al mirar tanta gente, apercibióse de que había hacerse afeitar, y Lengaigne en seguida le desolló
interrumpido la lectura de una carta que Lengaigr la piel tan rudamente, que se oía el ruido de la
ne declamaba en medio de un grupo de campesi- navaja como si hubieran desollado á un cerdo.
nos. Preguntado, contestó dándose importancia, Ocupó luego otro el sitio, y aquello fné un escán-
que aquella carta era de su hijo Víctor, escrita dalo. Y las lenguas seguían moviéndose á costa
desde el regimiento. de Macqueron que no se atrevía á salir. No tenía
—i Ah! ¡ah! ¡el tunante!—dijo Becú con interés. la cnlpa aquel teniente de alcalde fracasado, si el
—¿Y qué cuenta? Comienza otra vez. baile no se había establecido. Con seguridad que
Langaigne volvió á.comenzar su lectura. más le gustaba votar caminos para hacerse pagar
—«Mis queridos padres,,ésta se dirige para de- en tres veces su valor los terrenos que cedía.
ciros que estoy en Lilla, en Flandes, hace un mes Aquella alusión levantó una tempestad de risas.
menos siete días. El país no es malo, pero el vino La gorda Flora, que aquel día debía quedar triun-
está caro: á diez y seis el litro...... fante, corría á la puerta á pesar del despacho,
Y la carta, á pesar de sus cuatro carillas, ape- mostrando una alegría insultante cada vez que
nas decía más. El mismo detalle se repetía hasta veía pasar á través de los cristales de enfrente el
el infinito. Por lo demás, todos hacían grand verdoso rostro de Celina.
exclamaciones-sobre el precio del vino: ¡vaya unos —¡Cigarros, señora Lengaigne!—dijo Jesucristo
con voz tenante.—¡De los buenos! ¡de diez qué tocaba el violin. L a entrada era libre y se pa-
timos! gaba dos sueldos por cada baile. E l piso acababa
Cuando había ya cerrado la noche y encendían de ser regado para que no se levantara polvo.
las luces, entró la mujer de Becú á buscar á su Cuando los instrumentos callaban, oíanse los tiros
marido. Pero se había enredado una partida de que sonaban fuera secos y regulares. Y el camino,
juego. tan sombrío de ordinario, estaba iluminado por las
—¿Vienes?—le dijo.—Son más de las ocho,y luces de otras dos barracas,
hay que comer. ír — ¡Calle! ¡laputuela!—exclámó Jesucristo.
Su marido la miró fijamente, y con aire maje Era la Trouille, que entraba en el baile seguida
tuoso de borracho contestó: de Ernesto y de Delfín; su padre no parecía sor-
—¡Véte al cuerno! prenderse de verla allí á pesar de haberla ence-
Entonces Jesucristo, rebosando una inmen rrado. Además del lazo rojo qne lucía en su cabe-
alegría, gritó: za, llevaba al cuello u n collar de corales falsos
—Señora Becú, yo os convido..... Vamos á dar-. qne parecían gotas de sangre sobre su piel morena.
nos u n atracón los tres ¿Oís, señora Lengaigne?; Los tres, de tanto picar en todos los puestos, esta-
traed lo mejor que tengáis, jamón, conejo, pos- ban amagados de una indigestión de dulces ; Del-
tres Y no tengáis cuidado ¡Mirad! fín, en blusa, llevaba la cabeza desnuda, una ca-
Y comenzó á registrarse los bolsillos, de los que beza redonda é inculta de salvajillo. Ernesto, al
sacó nna tercera moneda que enseñó. contrario, atormentado ya por aspiraciones de ele-
—¡Cucú! ¡ah! ¡vedla! gancia burguesa, llevaba un terno comprado en
Todos se echaron á reir. ¡ Qué gracioso era aquel casa de Lambonrdieu y un sombrero hongo.
Jesucristo! . —¡Putuela!—llamó Jesucristo.—¡Putuela!ven á
—Oid, señora Becú—dijo coa trabajo, — si su probar esto, que es de lo bueno.
marido quiere, dormiremos juntos ¿Qué os pa- Y la hizo beber en su vaso, mientras que la
rece? Becú preguntaba severamente á su hijo:
Ella iba muy sucia, porque decía qne nopensá i —¿Qué has hecho de tu gorra?
ir á la fiesta, y se reía mientras que Jesucristo la —La he perdido.
tentaba las pantorrillas por debajo de la mesa. El] —¡Perdido! Ven, que te voy á abofetear.
marido, borracho perdido, bromeaba diciendo que Pero intervino Becú, halagado por las truhane-
la muy puta no tenía bastante con los dos. rías precoces de su hijo.
A las diez comenzó el baile. Por la puerta de. —¡Déjale!..... ¿Conque os divertís juntos, tunan-
comunicación veíase flamear las cuatro lámparas tes? ¡Los cochinos!
colgadas de alambres. Clon, el veterinario, estaba ? — I d o s á jugar—dijo paternalmente Jesucristo,
allí con su trombón, acompañado de un muchacho —y tened juicio.
—Están sucios como unos cerdos—murmuró encerraba por prudencia ó por desdén. Habiéndose
Ernesto con disgusto, volviendo al baile. acercado Lengaigne le pinchó Jesucristo. ¿Qué tal
La Trouille se echó á reir. las pretensiones de aquel tizna-papeles? ¡Buscaba
Animábase el baile, y no se oía más que al trom- ] las muchachas ricas! Y no le importaba que no tu-
bón acompañando al violío. viesen pelos más que en la cabeza, como aquélla.
L a tierra, removida y muy rociada, se pouía fan- Y aseguraba la cosa como si lo hubiera visto. Esto
gosa bajo los pesados zapatones; y bien pronto, de,| se decía de Cloyes á Chateandun, ¡Ni un pelo, pa-
todas partes y de las blusas y de los corpinos em- 1 labra de honor! Aquel sitio estaba como la cara
papados en sudor, desprendíase un fuerte olor de un cura. Asombrados todos de aquel fenómeno,
nauseabundo, aumentado por el tufo de las lám- seempinaban para contemplar á Berta, siguiéndola
paras. con un ligero gesto de asco.
Entre dos cuadrillas produjo emoción una en- —Picaro viejo — añadía Jesucristo tuteando á
trada, la de Berta, la bija de los Macqueron, ves- Lengaigne,—á tu hija no le sucede lo mismo.
tida lo mismo que las bijas del recaudador de Este respondió cou aire de vanidad:
Cloyes el día de San Lubín. ¿Cómo? ¿La habían j —¡Ah! seguramente.
permitido venir sus padres, ó es que se había esca Según se decía, Susana estaba ahora en París
pado? Notóse que bailaba siempre con un mozo ) muy en grande. É l se mostraba discreto, hablando
que su padre le había prohibido ver por odios d e | de una buena colocación. Pero seguían entrando
familia. campesinos, y uno de ellos pidió noticias de Víc-
Se comenzó á murmurar: á lo que parecía, no le tor. Lengaigne sacó de nuevo la carta: «Mis que-
gustaba destruirse la salud á solas. ridos padres: ésta se dirige para deciros que esta-
Hacía un instante que Jesucristo, á pesar d e | mos en Lilla, en Flaudes » Y le escuchaban
estar muy borracho, miraba á Lequeu, que planta- gentes que habían oído aquello cinco ó seis veces
do en la puerta de comunicación no quitaba la aquello de ¡diez y seis el litro! Sí, ¡diez y seis
vista de Berta saltando en brazos de su amante. : sueldos!
No pudo contenerse. —¡Vaya un país!—repitió Becú.
—Decid, señor Lequeu, ¿cómo no bailáis con En aquel momento apareció Juan. F u é en se-
vuestra novia? guida á dar un vistazo al baile, como si buscase á
—¿Quién es m i novia?—preguntó el maestro de; alguien. Luego volvió disgustado é inquieto. Ha-
escuela con el rostro verdoso de bilis. cía dos meses que no se atrevía á hacer tan fre-
—Aquellos ojos pícamelos que hay allá abajo.. cuentes visitas á casa de Buteau, porque advertía
m :i E Furioso Lequeu por haber sido adivinado, vol- que estaba con él frío, casi hostil. Sin duda no
: había sabido ocultar sus sentimientos por Fran-
. - >i "Efe vió la espalda y permaneció allí inmóvil en uno
'•1 1 de aquellos silencios de hombre superior en que se cisca, aquella amistad creciente que le pxodifiSá
; • -

E M I L I O ZOLA. LA TIERRA.

fiebre ahora, y el compañero se había apercibido. , —¡ Mira mis mocos cuando estoy constipado!
Esto debía disgustarle, porque trastornaba sus Una aclamación conmovió las paredes, y Flora,
cálculos. subyugada, le llevó el litro de ron y azúcar. Aquel
—Buenas noches—dijo J u a n , acercándose á una -.•perdido de Jesucristo atrajo hacia sí la- atención de
mesa donde Fouan y Delhomme bebían una bote-' toda la concurrencia, que le miraba removiendo el
lia de cerveza. [ ponche con los codos en alto, su cara roja ilumi-
—¿Queréis, Caporal?—ofreció cortésmente Del- nada por las llamas que caldeaban más la atmós-
homme. fera, la opaca niebla de las lámparas y de las pi-
J u a n aceptó, y después de haber bebido, dijo: mpas. Pero Buteau, á quien la vista del dinero había
— E s chocante que no haya venido Buteau. ^ exasperado, exclamó de repente:

m —Justamente entra ahora—contestó Fouan.


E n efecto, Buteau entraba, pero solo, y el rostro
—Gran marrano, ¿no te da vergüenza beberte
así el dinero que robas á nuestro padre?
de J u a n se puso más sombrío. E l otro lentamente El otro lo tomó á broma.
dió una vuelta por la taberna estrechando manos; —¡Ah! ¿qué es eso, pequeño? ¿Acaso estás
luego, al llegar á la mesa de su padre y de su c u - i tú en ayunas para decir esas cosas?
.¿i •• ñado, se quedó en pie, rehusando sentarse y ño —Lo que digo es que eres un borracho que mo-
sil '-' -la ' queriendo tomar nada. rirás en presidio. Tú eres el que vas á matar á dis-
•|¡*íi
i 1: —¿Elisa y Francisca no bailan?—acabó por pre-
guntar J u a n con voz temblorosa.
gastos á nuestra madre
.'• El borracho soltó la carcajada.
Buteau le miró fijamente con sus ojillos grises.
11 §11 —Francisca está acostada, que es lo mejor para
[. -—¡Eso está bueno!..... ¿Conque soy yo y no
tú?
m
1 | las jóvenes.
Pero una escena que se desarrollaba al lado les
; —Y añado que tragones como tú no merecen más
que paja ¡Cuando se piensa que nuestro bien,
interrumpió. Era que Jesucristo se peleaba con Flo- sí, esta tierra que nuestros viejos nos han dejado
ra, que no quería llevarle un litro de ron que le con tanta pena, tú la has hipotecado! ¡Canalla!
Sil había pedido para hacer un ponche.
—No, ya no más; bastante borracho estáis.
¿qué has hecho dé la tierra?
f. De repente se animó Jesucristo. Su ponche se
Ili¡H
§-r —¿Qué? ¿qué es lo que rezas? ¿Es que crees, co- apagaba, y se irguió en su silla, viendo que todos
china, que no te voy á pagar? ¿Quieres que te los bebedores se callaban y escuchaban.
¡ft compre tu barraca? ¡Si no tengo más que sonar-
me! ¡Mira!
—¡La tierra—gruñó,—la tierra se burla de tí!
¡Tú eres su esclavo, y ella goza tus fuerzas y t u
Había ocultado en su mano la cuarta moneda *ida, imbécil, y ni siquiera te hace rico!..... Mien-
de cien sueldos, y cogiendo la nariz haciendo como tras que á mí, que la desprecio, que me cruzo de
que se sonaba, mostró la moneda. brazos y que me contento con darle puntapiés, ya
19

M
é.,...! se les obligará a devoivc: ;y quo un
me ves que soy un rentista y que me doy buena 1 hombre no vale lo que cualquiera otro? ¿Es que es
vida..... justo, por ejemplo, que tenga tanta tie/ra ese ca-
Los campesinos reían, mientras que Butean, 1 nalla de la Borderie, y yo nada? Yo quiero'mis
sorprendido por la rudeza del ataque, se conten- ; derechos, quiero mi parte; todo el mundo tendrá
taba con murmurar: su parte.
—¡No sirve para nada el holgazán, y aun se va-1 i Becú, muy borracho para defender la autoridad,
nagloría de ello! aprobaba sin comprender. Pero tuvo un relámpa-
— L a tierra, ¡vaya una papa! — continuó J e s u - I ; go de buen sentido é hizo restricciones.
cristo ya disparado.— ¡Verdaderamente que estás | '.•—Eso sí, eso sí...;>'Siu embargo, el rey es el rey.
aviado! ¿Es que existe la tierra? Es tuya, es mía, i Lo que es mío no es tuyo.
y no es de nadie. ¿No era de los viejos? ¿Y no has : Un murmullo de aprobación acogió estas pala-
sido preciso hacerla pedazos para dárnosla? ¿Y tú ; - bras, que eran como la revancha de Buteau.
no la harás pedazos para tus hijos? Entonces, ¿qué?l —No le hagáis caso.
Va y viene, aumenta y disminuye, disminuye so-3 Volvieron á comenzar las risas, y Jesucristo,
bre todo; te crees un gran señor con tus seis tahu- í descompuesto, púsose en pie y agitando los puños
lias, cuando el padre tenía diez y nueve A mil exclamó:
no me servía de nada tampoco, y me lo he comido j Aguarda á que llegue la gorda Y a habla-
todo. Además, yo quiero las posiciones sólidas, y i r remos entonces, ¡ cobarde.....! ¡Galleas ahora por-
la tierra, ya lo ves, pequeño, cómo se deshace! No J que estás con el alcalde y el teniente y con tu
quiero fundar nada en ella, porque presiento la i diputado de cuatro sueldos! Le limpias las botas,
catástrofe que nos va á coger á todos ¡ L a ban- j ¡¡y eres bastante animal, que él es el más fuerte, y
carrota! ¡Todos miserables! que te ayuda á vender t u s cosechas. Pues bien; yo
U n silencio de muerte invadía poco á poco la] que no tengo nada que vender, os paso por debajo
taberna. Nadie reía ya; los rostros inquietos de los| j de la pierna á tí; al alcalde, al teniente, al diputa-
campesinos volvíanse hacia aquel demonio queí 1
do y á los gendarmes..... Mañana llegará la nues-
dejaba ver en su borrachera la mezcla confusa de ; tra, y seremos los más fuertes los pobres..... ¡Abajo
sus opiniones, del guerrillero de Africa, del vago| | los propietarios! Les cortaremos el cuello,y la tierra
de las ciudades, del político de taberna. Lo que" será dei qué la coja. ¡ Ya lo oyes , pequeño! Te co-
flotaba en todo ello era el hombre de 1848, el geré tu tierra y me la pasaré también por debajo
comunista humanitario puesto de rodillas ante de la pierna.
1789. —Ven cuando quieras, y de un tiro t e mataré
—¡Libertad, igualdad, fraternidad! ¡Hay que Como á uu perro,—exclamó Buteau fuera de sí,
volver á la revolución! Se nos ha robado en el re-i yéndose y dando un gran portazo.
parto; los burgueses lo han tomado todo, y ¡voto
EMILIO ZOLA.
LA TÍEKBA. 293

Ames se hubíá' marchado Loquea, después de jóvenes á quienes había desairado: ¡diablo! hacía
haber oído con aire reservado como funcionario bien en no soltarlo, porque á pesar de su dinero,
que no podía comprometerse. no encontraría otro que quisiera casarse con ella.
Fouan y Delhomme, con la nariz metida en su —¡Vamos á dormir! — dijo Fouan á J u a n y á
vaso, no decían ni una palabra, avergonzados, Delhomme.
comprendiendo que si intervenían, el borracho gri- Ya fuera, cuando Juan se separó de ellos, el
taría más alto. viejo andaba en silencio, como rumiando t o d ) lo
E n las mesas vecinas los campesinos se disgus- que acababa de oir; y bruscamente, como si todo
taban ya. ¡Cómo! ¿sus bienes no eran suyos y se aquello le hubiera decidido, se volvió hacia su
los quitarían? Y murmurando sordamente, iban á yerno.
caer ya sobre el «comunista» para echarlo á pu- ¡¿—Voy á vender la casa y me iré á vivir con
ñ e t a z o ^ cuando se levantó Juan. No le había qui- vosotros. E s cosa resuelta ¡Adiós!
tado la vista, no perdiendo ni una de sus palabras, Y se dirigió á su casa lentamente. Pero su co-
con el rostro serio, como si pensara en lo que po- razón estaba lleno de pena, y andaba vacilante
día haber de razonable en todo aquello. como si estuviera borracho. Ya no tenía tierras, y
—Jesucristo — dijo tranquilamente, — haríais * bien pronto no tendría casa. Le parecía que las
bien en callaros Todo eso no es para dicho, y si J viejas paredes se derrumbaban v que las tejas
por casualidad tenéis razón, os puede costar caro. caían sobre su cabeza. Ya no tenía dónde guare-
Aquel muchacho t a n frío, aquella advertencia cerse, y erraba por los caminos como un mendigo,
tan prudente, calmaron súbitamente á Jesucristo. día y noche, constantemente; cnando lloviese, la
Volvió á caer en su silla, declarando que después ' lluvia fría, interminable, caería sobre él.
de todo, todo le tenía sin cuidado. Y comenzó otra
vez sus bromas, abrazando á la Becú, cnyo ma-
rido dormía sobre la mesa, y acabó el ponche be- IV.
biendo en la ensaladera. La concurrencia volvió á
reir celebrando sus gracias. El hermoso sol de Agosto asomaba á las cinco
El baile continuaba. Clon seguía soplando en su por el horizonte, y la Beauce ofrecía sus mieses
trombón, cuyos trompetazos ahogaban los gemi- maduras bajo un cielo inflamado. Después de las
dos del violín. E l sudor bañaba los cuerpos, con- últimas lluvias del estío, la verde superficie, siem-
fundiéndose su olor con el vapor de las laces. No pre creciente, había tomado tonos amarillos. E r a
se veía más que el lazo rojo de la Trouille, que iba ahora un mar rubio con reflejos de incendio, que
de los brazos de Ernesto á los de Delfín, y de éstos parecía un mar cuyas olas de fuego se movían al
á aquéllos. Berta, fiel á su amante, no bailaba más menor soplo. Nada más <jue mieses, sin qne se
que con éste. E n un rincón murmuraban algunos apercibiese ni una casa ni un árbol; el infinito de

fe.
EMILIO ZOLA.
I.A TIEKRA. 293

Ames se había' marchado Leq.ueu,, después de jóvenes á quienes había desairado: ¡diablo! hacía
haber oído con aire reservado como funcionario bien en no soltarlo, porque á pesar de su dinero,
que no podía comprometerse. no encontraría otro que quisiera casarse con ella.
Fouan y Delhomme, con la nariz metida en su —¡Vamos á dormir! — dijo Fouan á J u a n y á
vaso, no decían ni una palabra, avergonzados, Delhomme.
comprendiendo que si intervenían, el borracho gri- Ya fuera, cuando Juan se separó de ellos, el
taría más alto. viejo andaba en silencio, como rumiando t o d ) lo
E n las mesas vecinas los campesinos se disgus- que acababa de oir; y bruscamente, como si todo
taban ya. ¡Cómo! ¿sus bienes no eran suyos y se i aquello le hubiera decidido, se volvió hacia su
los quitarían? Y murmurando sordamente, iban á yerno.
caer ya sobre el «comunista» para echarlo á pu- ¡¿—Voy á vender la casa y me iré á vivir con
ñ e t a z o ^ cuando se levantó Juan. No le había qui- vosotros. E s cosa resuelta ¡Adiós!
tado la vista, no perdiendo ni una de sus palabras, Y se dirigió á su casa lentamente. Pero su co-
con el rostro serio, como si pensara en lo que po- razón estaba lleno de pena, y andaba vacilante
día haber de razonable en todo aquello. como si estuviera borracho. Ya no tenía tierras, y
—Jesucristo — dijo tranquilamente, — h a r í a i s ! bien pronto no tendría casa. Le parecía que las
bien en callaros Todo eso no es para dicho, y s i | viejas paredes se derrumbaban v que las tejas
por casualidad tenéis razón, os puede costar caro. caían sobre su cabeza. Ya no tenía dónde guare-
Aquel muchacho t a n frío, aquella advertencia cerse, y erraba por los caminos como un mendigo,
tan prudente, calmaron súbitamente á Jesucristo. día y noche, constantemente; cuando lloviese, la
Volvió á caer en su silla, declarando que después ' lluvia fría, interminable, caería sobre él.
de todo, todo le tenía sin cuidado. Y comenzó otra
vez sus bromas, abrazando á la Becú, cnyo ma-
rido dormía sobre la mesa, y acabó el ponche be- IV.
biendo en la ensaladera. La concurrencia volvió á
reir celebrando sus gracias. El hermoso sol de Agosto asomaba á las cinco
El baile continuaba. Clon seguía soplando en su por el horizonte, y la Beauce ofrecía sus mieses
trombón, cuyos trompetazos ahogaban los gemi- maduras bajo un cielo inflamado. Después de las
dos del violín. E l sudor bañaba los cuerpos, con- últimas lluvias del estío, la verde superficie, siem-
fundiéndose su olor con el vapor de las luces. No pre creciente, había tomado tonos amarillos. E r a
se veía más que el lazo rojo de la Trouille, que iba ahora un mar rubio con reflejos de incendio, que
de los brazos de Ernesto á los de Delfín, y de éstos parecía un mar cuyas olas de fuego se movían al
á aquéllos. Berta, fiel á su amante, no bailaba más menor soplo. Nada más que mieses, sin que se
que con éste. E n un rincón murmuraban algunos apercibiese ni una casa ni un árbol; el infinito de

fe.
abundantes, rociadas de vino y de sidra, porque
las mieses. De cuando en cuando en aquella cali- los segadores, que trabajan mucho, son exigentes.
ginosa atmósfera una pesada calma adormecía las Pero ella no sentía la fatiga.; en su finura de gata
espigas y humeaba, exhalándose de la tierra un tenía músculos de acero; y era tanto más sorpren-
olor de fecundidad. Sentíase cómo la hinchada se- dente aquella resistencia, cuanto que entonces se
milla salía de la matriz común en granos tibios y entregaba con verdadera furia al amor con Trou,
pesados. Y ante aquella llanura acometía al hom- aquel brutazo de vaquero, cuyas ternuras de coloso
bre una gran inquietud al mirarse tan pequeño en- la volvían loca. Lo había convertido en su esclavo,
frente de aquella inmensidad. y se lo llevaba á las granjas, al pajar, á la lechería,
En la Borderie, Hourdequin hacía una semana ahora que el pastor, cuyo espionaje temía, dormía
que había atacado á las .mieses. El año anterior su fuera con sus carneros. Allí tenían, sobre todo por
segadora mecánica se había descompuesto; y de- la noche, sus encuentros, de los cuales salía más
sesperado por la mala voluntad de sus servidores, elástica y más fina y más activa. Hourdequin no
llegando hasta á dudar él mismo de la eficacia de veía ni sabía nada. Estaba entregado á la fiebre de
sus máquinas, había contratado, para precaverse, la siega, una fiebre especial, la gran crisis anual
nna banda de segadores desde la Ascensión. Según de su pasión por la tierra, produciéndole la vista de
costumbre, los había contratado de la Perche, de las maduras espigas que caían, un temblor inte-
Mondoubleau: el capataz, otros cinco segadores y rior, ardores de cabeza, palpitaciones de corazón y
seis gavilladoras, cuatro mujeres y dos muchachas. sacudimientos de todo su ser.
Habían llegado en una carreta á Cloyes, donde fué
Aquel año eran las noches tan calurosas, que
á tomarlos el carro de la granja. Toda aquella gente
Juan no podía pasarlas en la cuadra. Salíase de
dormía en la lechería, desocupada en aquella épo-
ésta y prefería tenderse vestido sobre las piedras
ca, mezclados todos entre la paja, las solteras, las
del corral. Y no era solamente el calor vivo é in-
mujeres casadas y los hombres, medio desnudos á
tolerable de los caballos y las emanaciones del
causa del gran calor.
establo lo que le arrojaba afuera: era también el
Aquella era la época en que Santiaguilla tenía insomnio, la eterna imagen de Francisca, la idea
más que hacer. Se trabajaba desde la salida hasta fija de que ella venía y de que la cogía y se la co-
la puesta del sol: á las tres de la madrugada todo mía en un abrazo. Ahora que Santiaguilla, ocu-
el mundo estaba en pie, y se volvía á las pajas á pada cou otro. le dejaba tranquilo, su amistad
las diez de la noche. Era menester que ella se le- por aquella chicuela convertíase en rabioso deseo.
vantase la primera para la sopa de las cuatro, y Veinte veces en aquel sufrimiento de un sueño
que se acostase la última cuando ya había servida agitado, había jurado que iría á buscarla al día
la cena de las nueve. Entre estas dos comidas ha- siguiente y que la poseería; luego, al despertarse,
bía otras tres, el pan y queso de las ocho, la del, cuando se había refrescado la cabeza en un cubo
mediodía y la merienda: en junto cinco comidas
EMII.IO ZOLA. L.A T I E R R A . 297

de agua fría, encontraba aquello repugnante, por- en medio de aquella actividad de hormiguero,
que era muy viejo para ella; y á la noche siguien- perdía su áureo manto de corte, aquella única
te volvía á comenzar el suplicio. Cuando llegaron vestidura de su verano que la dejaba de pronto
los segadores, reconoció á uua mujer casada con desolada y desnuda.
uno de ellos, y á la cual había poseído dos años Los últimos días fueron de un calor sofocante;
antés, siendo todavía soltera. Una noche, era tal srtbre todo uno eu que J u a n , con su carro de dos
su tormento, que deslizándose en la lechería, fué caballos , acarreaba las garbas, cerca del campo de
á tirarla de los pies entre el marido y un herma- los Bnteau, á una pieza de la granja, donde debía
no que roncaban con la boca abierta. Ella accedió elevarse u n gran pajar de ocho metros de altura.
en seguida allí mismo. Aquello fué una glotonería Sobre las mieses todavía en pie, inmóviles, el calor
muda, abrazados en las tinieblas, sobre el suelo flameaba: se habría dicho que ardían con una llama
removido, que aun conservaba un olor amoniacal invisible en las vibraciones del Sol. Y ni la sombra
tan pronunciado, que irritaba los ojos. Hacía ya de una hoja, nada más que la que los hombres
veinte días que, estaban allí los segadores, y él iba proyectaban sobre la tierra. Desde por la maña-
todas las noches. na, bajo el fuego del cielo, J u a n , inundado de su-
En la segunda semana del mes de Agosto el dor, cargaba y descargaba su carro sin hablar,
trabajo estaba muy adelantado. Los segadores echando ima mirada á cada viaje hacia la pieza
habían comenzado por la piezas del Norte, bajan- donde, detrás de Bnteau, que segaba, Francisca
do háeia las que bordeaban el valle del Aigre, y hacía gavillas lentamente, doblada por la cintura.
espiga á espiga iba cayendo aquella masa inmen-i Buteautuvo que tomar á Palmira para que ayu-
sa. Detrás de ellos, en marcha lenta, iba reapare- dase. Francisca no era bastante, y no podía con-
ciendo la tierra rasa, y sobre los rastrojos iban de tar con Elisa, que estaba embarazada de ocho me-
acá para allá las gavilladoras con el talle encor- ses. Aquel embarazo lo había exasperado. ¡Él que
vado. Aquella era la época en que la triste sole- tomaba tantas precauciones! ¿Cómo había podido
dad de la Beauee se interrumpía un poco, llena* formarse aquel chiquillo? Y martirizaba á su mu-
de gente, animada por el continuo movimiento jer, acusándola de haberlo hecho exprofeso, gru-
de trabajadores, carros y caballos. Hasta donde ñendo horas enteras, como si un pobre, un ani-
alcanzaba la vista, maniobraban las cuadrillas mal errante se hubiera introducido en su casa
con el mismo movimiento obbcuo, el mismo ba- para comérselo todo; y desde hacía ocho meses
lanceo de brazos: los unos tan próximos, que se no podía mirar el vientre de Elisa sin insultarla:
oía el silbido del hierro; los otros en filas negras, ¡maldita tripa! ¡ruina de la casa! Por la mañana
parecidos á hormigas, llegando hasta el horizon- había venido ella á gavillar, pero él la había des-
te. Y por todas partes abríanse claros como en pedido furioso por su torpe pesadez. Ella debía
nna tela mordida. L a Beauce, pedazo á pedazo,. volver para traer la merienda.
EMILIO ZOLA.

— ¡Voto al demonio!—dijo Buteau que se em- garbas bajo el pretexto de que ella ya no era m u y
peñaba en acabar un trozo; tengo la espalda coci- fuerte, de que estaba muy vieja y muy cansada y
da y la lengua seca. perdería si la pagara treinta sueldos como á una
Irguióse, con los pies desnudos en los grandes | joven. Y aun tuvo ella que suplicarle; y él no se
zuecos, vestido sólo con una camisa y unos cal- i había decidido á tomarla sino como resignándose
zoncillos y dejando ver basta el ombligo el vello ' á hacer una buena obra. L a miserable levantaba
del pecho sudoroso. tres, cuatro gavillas, todo lo que sus débiles bra-
— ¡ Necesito beber más! zos podían coger; y luego, con una cuerda ya
Y fué á coger de debajo de su blusa un frasco^ preparada, ataba la garba fuertemente. Este tra-
de sidra que había escondido allí. Después que se bajo tan duro que de ordinario se lo reservan los
hubo echado dos tragos de aquella bebida tem- hombres, la fatigaba. Había llevado por la ma-
plada, pensó en la muchacha. ñana una botella que iba á llenar de cuando en
—-;No tienes sed? cuando á una charca próxima, fangosa y pesti-
lente, y bebía con ansia, á pesar de la diarrea que
Francisca cogió la botella y bebió largamente;^ le producían aquellos calores y el exceso de tra-
y mientras que se inclinaba, doblándose de cad&-| bajo.
ras, el pecho en tensión haciendo casi estallar el; El azul del cielo había palidecido con una pali-
delgado lienzo, él la miró de reojo. Ella tambiénJ dez de rojo, y el sol parecía que despedía brasas.
sudaba, mostrando sus blancas carnes por entre E r a , después del almuerzo, la hora pesada de la
su corpino desabrochado. Bajo el pañuelo azul siesta. Ya Delhomme y su cuadrilla, que traba-
que cubría su cabeza y su nuca, sus ojos parecían jaban allí cerca, habían "desaparecido, yendo á acos-
más grandes en su rostro mudo y ardiente. tarse en la umbría de algún repliegue del terreno.
Sin añadir una palabra volvió á su trabajo, y Todavía un instante después se veía al viejo
ella le seguía haciendo sus gavillas con toda regu- Fouan de pie; hacia quince díns que había vendido
laridad á cada tres pasos. Cuando se enderezaba su casa y vivía con su yerno, á quien seguía en
para enjugarse la frente con el revés de la mano, los trabajos de la siega; después debía haberse
y la veía detrás con las nalgas en alto, la cabeza acostado, porque ya no se le vió más. No quedó
casi rozando el suelo, en aquella postura de hem- en el horizonte vacío, sobre el fondo de los abrasa-
bra que se ofrece, parecía que se le secaba más la dos pajares, á lo lejos, más que la delgada silueta
lengua. de la Grande examinando el trabajo de su cuadri-
Palmira, en la pieza próxima, donde desde ha- lla. Parecía un árbol endurecido por la edad, que
cía tres días estaba ya seca la paja de las gavillas, no tiene que temer nada del sol, erguida, sin una
estaba ocupada en atar garbas; y Buteau no la vi- gota de sudor, indignada contra aquellas gentes
gilaba porque la había ajustado por cientos de que dormían.
—i Ah ! me arde la piel—dijo Batean. fingiendo que dormía.
Y volviéndose hacia Francisca: oiu que él ia hubiera dicho
— Vamos á dormir. nada todavía, ella .comprendía muy bien lo que él
Bascó con la vista un poco de sombra, pero no quería, ahora que y a era toda una mujer. Aquella
la encontró. E l sol caía á plomo, y no había allí idea la ponía fuera de s í : ¿se atrevería aquel co-
nada que los resguardase. Al fin vió una especie chino, á quien todas las noches oía divertirse con
de pequeño foso, donde la mies todavía en pie su hermana? Jamás la había exasperado hasta
proyectaba una línea obscura. aquel punto. ¿Se atrevería? Lo esperaba, lo de-
- - D i , P a l m i r a — g r i t ó , — ¿ y tú no te acuestas? seaba sin saberlo, decidida, si la tocaba, á estran-
gularlo.
E s t a , que estaba á unos cincuenta pasos, con-
De pronto, como ella cerrase los ojos, la cogió
testó con una voz apagada que parecía un soplo:
Buteau.
— N o , no tengo tiempo.
—¡Cochino, cochino!—gritaba ella rechazán-
Y en toda la abrasada llanura no quedó traba-
dolo.
jando nadie más que ella. Si no llevaba sus trein-
t a sueldos, la pegaría Hilario, que no sólo seguía Pero él, enloquecido, decía muy bajo:
matándola con sus brutales apetitos, sino que —¡Tonta, déjate hacer! Te digo que todos
también la robaba ahora para beber aguardiente. duermen y nadie nos oye.
Pero sus últimas fuerzas la hacían traición. Su Eu aquel momento apareció por encima de las
cuerpo aplastado, sin pecho ni caderas, crujía mieses la cabeza agonizante de Palmira, atraída
como una tabla cada vez que se inclinaba para por el ruido. Pero como si nadie viera. Volvióse,
levantar una hierba. Y con el rostro de color de eu efecto, á sus garbas, indiferente, y se oyó de
ceniza, vieja de sesenta años á los treinta y cinco, nuevo el crugido de sus caderas.
dejaba que el sol acabara de evaporar su vida en | —¡Tonta, anda! Elisa no sabrá nada.
aquel esfuerzo desesperado de bestia de carga que Pero al nombre de su hermana, Francisca, á
va á morir. quien ya iba venciendo el deseo, cobró nuevos
alientos. Y desde entonces no cedió, dando puña-
Uno al lado del otro,, se habían tendido Buteau
das y agitando sus piernas desnudas, que él había
y Francisca. Silenciosos, sin moverse, con los ojos
ya destapado hasta los muslos. ¿Era para ella
cerrados, estaban inundados de sudor. Apode-
aquel hombre? ¿Es que se iba á contentar con las
róse de ellos al fin un pesado sueño y durmieron
sobras de otra?
una hora, y el sudor no cesaba de correr por sus
—¡Vete con mi hermana, cochino! Hazla un
miembros en aquella atmósfera pesada. Cuando
hijo todas las noches!
Francisca abrió los ojós, vió á Buteau que
Buteau comenzaba á incomodarse, y creía que
Ja miraba con aquella mirada que la turbaba
sólo temía ella á las consecuencias.
desde hacía algún tiempo. Volvió á cerrar los ojos
, —¡Pero tonta! ¡cuando yo te juro que me qui-
EMILIO ZOLA.
LA TIERRA. 303

taré á tiempo y que uo te haré niágú'i ehiqü¡iio!| sar del calor todavía sofocante, la Beauce había
Dióle ella patadas entre las piernas y tuvo que vuelto á su actividad, y los pequeños puntos ne-
soltarla; pero la rechazó tan bruscamente, que la gros de las cuadrillas reaparecían, moviéndose
hizo lanzar un grito de dolor. hasta el infinito. Delhumme segaba otra vez con
Ya era tiempo de acabar, porque Buteau, cuan- sus dos criados, mientras que la Grande miraba
do se puso en pie, apercibió á Elisa, que venía á cómo subía su pajar, apoyada en su caña, dis-
traer la merienda. F u é á su encuentro y la de- i puesta á pegar con ella á los perezosos. Fouan
tuvo para dar tiempo á que Francisca se bajase / iba á dar también un vistazo, y absorto en el tra-
las ropas. La idea de que ella se lo iba á decir bajo de su yerno, andaba de acá para allá con el
todo le hizo sentir no haberla matado de u n a pa- ; paso.vacilante de uu viejo entregado á sus recuer-
tada. Pero Francisca no habló, y se contentó con dos y á sus tristezas. Francisca, aturdida, no re-
sentarse sobre unas gavillas con aire insolente. Y puesta todavía de la emoción, seguía su camino,
aunque él se había puesto otra vez á segar, ella cuando una voz la llamó,
siguió ociosa como una princesa. f —¡ Por aquí! ¡ ven!
—¿Qué?—le preguntó Elisa, sentándose también " E r a J u a n , medio oculto detrás de las garbas
á descansar de su carrera,—¿no trabajas? que desde por la mañana acarreaba de las piezas
—¡No; eso me aburre!—contestó con furia. vecinas. Acababa de descargar u n a vez más su
Entonces Buteau, no atreviéndose á irritarla carro, y los dos caballos esperaban inmóviles al
más, la emprendió con su mujer. ¿Qué hacía allí sol. No debían comenzar el gran pajar hasta el día
tendida, con la tripa al sol? Parecía que la había ' siguiente, y no había becho más que finos senci-
puesto á madurar. A Elisa le hizo gracia aquella llos montones, tres especies de m u r o s entre los
f r a s e : acaso fuera verdad que el sol la madurase; cuales se encontraba como en nna habitación, un
y sacaba al sol aquel vientre que parecía la expío-; agujero de p a j a , profundo y oculto á las miradas.
sión de un germen levantando la tierra fecunda. —¡ Ven a q u í ! ¡ Soy yo!
Pero Buteau no se reía. L a hizo levantarse bru- Francisca obedeció maquinalmente á aquel lla-
talmente , pretendiendo que le ayudase. Embara-; mamiento. Ni siquiera tuvo la desconfianza de mi-
da por aquella masa que la caía sobre los muslos, rar hacia atrás. Si se hubiera vuelto, habría visto
tuvo que ponerse de rodillas y reunía las espigas á Buteau que se empinaba, sorprendido al verla
con un movimiento oblicuo, sofocada y monstruo-' abandonar el camino.
sa, con el vientre fuera de su sitio, inclinado al Juan comenzó bromeando.
lado derecho. —Eres tan orgullosa, que pasas sin saludar á
— Y a que no haces n a d a — l e dijo á su herma- los amigos.
n a , — v é t e á casa á hacer la cena. —¡Caramba!—respondió ella;—estás tan oculto
Francisca se alejó sin hablar una palabra. A pe- que no te se ve.
una idea: ¿era el otro que volvía? Encontraba la
Eutoiices éi se quejó de lo mal que lo acogían
misma rudeza, el mismo olor á macho, inundado
en casa de Buteau. Pero Francisca uo fijaba la
de sudor por el trabajo al sol. Fué tal su confusión,
atención en lo que él d e c í a ; callábase ó sólo cantes-
en la ardiente noche de sus ojos obstinadamente
taba por monosílabos. Habíase dejado caer tam-
cerrados, que se le escaparou involuntariamente
bién sobre la paja, en el fondo del agujero, como
estas palabras:
rendida de fatiga. Sólo pensaba en una cosa: el
—No me bagas un hijo quítate
ataque de aquel hombre, cuyas manos ardorosas
J u a u se hizo bruscamente á un lado, y aquella
sentía todavía en sus muslos, y parecía como que
semilla humana, de aquel modo desviada y perdi-
la seguía su olor, aquel olor á macho, esperado
da, cayó en la madura mies, sobre la tierra que
siempre por ella, el aliento entrecortado por las
nada rehusa y que, eternamente fecunda, abre sus
angustias del deseo combatido. Francisca cerraba
entrañas á todos los gérmenes.
los ojos, se ahogaba.
Francisca abrió los ojos sin hablar, sin mover-
J u a n , entonces, no habló más. Al verla así, en
se, como pasmada. ¿Qué? ¡se había acabado ya y
el suelo, en aquel abandono, sintió latir con fuerza
ella no había experimentado placer! De aquello
la sangre de sus venas. No había pensado en aquel
sólo la quedaba una sensación de dolor. Y pensó
encuentro, y resistía todavía en su idea de que no
en el otro, con el sentimiento inconsciente de su
estaba bien abusar de aquella niña. Pero los lati-
deseo engañado. J u a u , á su lado, le disgustaba.
dos de su corazón le aturdían: ¡la había deseado
¿Por qué había cedido? Ella no amaba á aquel
tanto! Y la imagen de la posesión le enloquecía
viejo que estaba allí inmóvil, como avergonzado
como en sus noches de fiebre. Tendióse al lado de
de la aventura. J u a n hizo al fin un gesto de dis-
ella, y se contentó primero con cogerla una mano
gusto y buscó algo que decir, pero no encontró
y luego las dos, estrechándolas y no atreviéndose
nada. Cada vez más embarazado se decidió á abra-
á llevarlas á la boca. Ella no las retiraba, y abrien-
zarla; pero ella retrocedía, no queriendo ni aun que
do sus ojos de mirar vago, los fijó en él sin una
la tocara.
sonrisa, sin ruborizarse y contraído nerviosa-
— E s menester que yo me vaya—dijo J u a n . —
mente el rostro. Y aquella mirada muda, casi do-
Tú, espera un momento.
lorosa, lo echó todo por tierra de un modo brutal.
J u a n la levantó las ropas y la cogió los muslos Ella 110 contestó, con las miradas perdidas en el
como el otro. vacío.
—¿No es esto? Espera cinco miuutos para que
—No, no, balbuceó Francisca; yo te lo ruego
no te vean salir al mismo tiempo que á mí.
es una porquería Sólo entonces se decidió Francisca á desplegar
Pero no se defendió. No tuvo más que un grito los labios.
de dolor. Parecióle que el suelo desaparecía de de- —¡Bueno, véte! -
bajo de ella, y en aquel vértigo no tuvo más que
EMILIO ZOLA.
LA TIERRA. 307

Y aquello fué todo. J u a n restalló su látigo,; una crudeza sin i g u a l Francisca, pálida-de rabia,
gritó á sus caballos y se fué cou su carro, con la afectaba una gran calma, y á cada desvergüenza
cabeza baja. contestaba secamente:
Buteau se asombraba de haber perdido de vista —¿Y á tí qué te importa? ¿No soy libre para
á Francisca detrás de las garbas, y cuando vio 4 hacer lo que me dé la gana?
J u a n alejarse tuvo uua sospecha. Sin decir una —¡Pues bien, te voy á echar á la calle!.... Sí,
palabra á Elisa, partió, agachándose Como cazador en seguida, cuando volvamos á casa Yo se lo
en acecho. Luego de pronto cayó en medio de las diré todo á Elisa, cómo te he encontrado con la
mieses en el agujero. Francisca no. se había movi- camisa por la cabeza; y te irás á que te hagan eso
do, sumida en un gran entorpecimiento, con las á otra parte, pues que te divierte.
miradas perdidas en el espacio y las piernas toda- Ahora la empujaba llevándola hacia donde
vía destapadas. No era posible negar, y no lo in- esperaba su mujer.
tentó. —Puedes decirle á Elisa que yo haré lo que me
—¡Ah puta! ¡ah indecente! ¡conque duerm dé la gana y que me iré si quiero.
con ese miserable y á mí me das nn puntapié en —¡Si tú quieres! ¡Eso ya lo veremos! ¡A
la barriga, á nií! Vamos, á vernos las caras. puntapiés!
L a cogió, y ella leyó claramente en su rostro Para llegar más pronto, la hizo atravesar la
congestionado que quería aprovecharse de la o pieza que pertenecía á ella y á su mujer, aquella
sióu. ¿Por qué no había de hacer A1 ahora lo qu pieza cuya partición iba retrasando; y bruscamen-
acababa de hacer el otro? Desde que ella sintió di te ocurriósele una idea: vió como en un relámpago
nuevo la quemadura de sus manos, indignóse como; aquel cuerpo hecho dos, una de cuyas partes se
antes. El estaba allí, y á ella no le importaba, no llevaba el amante. Aquella idea lo dejó helado,
teniendo ni aun conciencia de los movimientos de haciendo caer sus exasperados deseos. No, era una
su voluntad, en la rebelión de todo su ser. tontería echarlo todo á rodar porque una mucha-
—¿Quieres dejarme, cochino?..... ¡O te muerdo! cha os despreciase una vez. Esto puede remediar-
Por segunda vez tuvo que dejarla. Pero apenas - se, y la tierra, cuando se la posee hay que con-
podía hablar, furioso por aquel placer que se había servarla.
tomado sin él. No decía nada y andaba muy despacio, no sa-
— ¡ A h ! ¡ya sospechaba yo todas estas porqu biendo cómo recoger sus violencias antes de
rías vuestras! ¡Hace ya mucho tiempo que yo reunirse á su mujer. Al fin se decidió á hablar:
debí echarte á la calle! ¡Y que te dejes sobar ? —A m í no me gustan las cuestiones, y me mo-
la piel por ese perdido! lesta que tengas el aire de estar disgustada con-
Y continuó lanzando por aquella boca todas las migo Además, no quiero dar un disgusto á
palabras más abominables, hablando del acto con Elisa en su estado
Francisca se imaginó que él temía ser dela-
tado. —Yo la he visto caer desde allá abajo.
—Puedes estar seguro—le dijo—de que si tú —¡ Ah, Dios mío!
hablas, yo también hablaré. Y todos, rodeándola' con el misterioso temor
que la enfermedad inspira al campesino, la mi-
— ¡ O h ! ¡no temo nada! Diré que mientes
raban sin atreverse á acercarse. E s t a b a tendida
para vengarte porque te he sorprendido.
boca arriba, con los brazos en cruz, como crucifi-
Como ya llegaran, concluyó con rapidez : cada sobre aquella tierra que la había gastado tan
—Quede por ahora esto entre los dos Es pronto en su dura labor y que la mataba. Debía
menester que volvamos á hablar. habérsele roto algún vaso, porque de su boca salía
Elisa quedó asombrada al ver á- Francisca vol- un hilo de sangre. Pero se encontraba tan agotada
ver con Buteau. É s t e contó, que aquella perezosa por sus trabajos de bestia atareada y tan reducida
había ido á descansar á la sombra de un pajar. De á la n a d a , que parecía un guiñapo, sin carnes, sin
pronto un grito ronco les interrumpió haciéndoles sexo, exhalando su último suspiro en medio de
olvidarse de todo. aquella fecundidad de la siega.
-r-¿ Qué pasa? ¿Quién h a gritado?
F u é un grito horrible, un suspiro cortado, pa- Sin embargo, la Grande, la abuela que había
recido al gemido de uno que se ahoga, y se desva- renegado de ella y que jamás l a hablaba, se ade-
lantó al fin.
neció en la inflamada atmósfera.
—¿Qué será eso? A l g ú n caballo que se ha roto —Creo que está muerta.
los huesos. Y la tocó con su caña. Aquel cuerpo, con los
ojos abiertos y vacíos en la viva luz y l a boca
Volviéronse y vieron á Palmira todavía de pie
dilatada como rteeogiendo uu soplo de aire, no se
en medio de las gavillas y oprimiendo Contra su
.movió. Sobre la barba se coagulaba él hilo de san-
pecho una garba que se empeñaba en atar. Lanzó gre. Entonces la abuela añadió:
un nuevo grito de agonía, y soltándolo todo y
girando sobre sí misma, cayó sobre la mies, como f y—Seguramente está muerta Mejor es esto
herida por aquel s o l que la abrasaba hacía doce, que ser una carga p a r a los demás.
horas. Todos, sobrecogidos, no se movían. ¿Acaso po-
Elisa y Francisca corrieron, y Buteau las siguió dían tocarla antes de que llegase el alcalde? H a -
con paso indolente, mientras que de todas partes blaban en voz baja al principio, y luego se pu-
sieron á dar gritos para entenderse.
acudían t a m b i é n : Delhomme, Fouan que andaba
por allí, y la Grande, que iba apartando las pie- —Voy á buscar mi escalera, que está allá abajo,
contra el pajar—acabó por decir Delhomme.—
dras con su caña.
Esto servirá de camilla. No está bien dejar á un
— ¿ Q u é sucede?1
muerto en el suelo.
Í—Que le h a dado un ataque á Palmira.
Pero cuando volvió con la escalera y quisieron
montones de mieses parecían agrandarse desme-
coger garbas para hacer con ellas nn lecho al suradamente, brillando por uu lado, oscuros por
cadáver, Buteau gruñó. el otro, proyectando sombras que se prolongaban
—; Se te devolverá tu mies! hasta el otro extremo de la llanura. Llenólo todo
—¡ Eso por supuesto! una gran calma, interrumpida sólo por el canto
filíJj un poco avergonzada por aquella ruiuda de alguna alondra. Nadie hablaba entre los traba-
añadió dos gavillas para almohada y depositaron jadores, que marchaban como un rebaño con la
en ellas el cuerpo de Pal mira, mientras que Fran- cabeza baja. No se oía más que el débil chirrido
cisca, en una especie de sueño, aturdida por aque- de la escalera bajo el peso de la muerta.
lla muerte que sobrevenía en medio de su primer Aquella noche Hourdequin ajustó la cuenta á
choque con el hombre, no podía apartar los ojos? los segadores que habían terminado el trabajo
del cadáver, llena de tristeza, asombrada sobre convenido. Los hombres habían ganado ciento
todo de que aquello hubiera podido ser una mu- veinte francos, las mujeres, sesenta, por un mes
jer. Fouan también la miraba, como pensando en de trabajo. Aquel había sido un buen año de siega
lo dichosos que son los que se van. i sin muchas espigas dobladas, donde se enreda la
A la puesta del sol, á la hora de abandonar el hoz, y sin una tormenta. E n medio de grandes
trabajo, vinieron dos hombres á llevarse la cami- gritos, el capataz, acompañado de su cuadrilla,
lla: la carga no era pesada, y no tenían necesidad presentó la tradicional garba, espigas trenzadas
de que los relevaran. Sin embargo, los acomp en cruz, á Santiaguilla, tratada como ama d é l a
pañaron otros, formándose como un cortejo. casa, y la ceua de despedida fué muy alegre; se
Fueron campo atraviesa para evitar las vuel- comió y se bebió mucho, y todos se fueron á acos-
tas del camino. E l cuerpo se ponía rígido so- tar borrachos. Santiaguilla, bastante alegre tam-
bre las garbas, y por detrás de la cabeza las bién, casi fué sorprendida por Hourdequin abra-
espigas colgaban y se balanceaban al movimiento zadá á Trou. Juan, aturdido, se había ido á ten-
cadencioso de los pasos. Ya no quedaba en el der en la paja de la cuadra, A pesar de su fatiga
cielo más que un calor bochornoso, opaco y pe-; no pudo dormir, atormentado por la imagen de
sadoen la azulada atmósfera. En el horizonte, al| Francisca. Esto le sorprendía y casi sentía cólera,
otro lado del valle del Loir, el sol, envuelto en porque había experimentado tan poco placer con
vapores, ya no lanzaba sobre la Beauce más que aquella muchacha después de haberla deseado
unus rayos amarillos al ras del suelo. Todo parecía tantas noches! Luego se sentía como vacío, y j u -
amarillo, con ese dorado suave de las hermosa^ raba que no volvería á comenzar. Y he aquí que
tardes de siega. Laírmieses no segadas todavía, te apenas acostado, volvía á verla y la deseaba toda-
nürn tonos de llama rosada; los pajares se erizab vía en una furiosa evocación c a r n a l ; reproducíase
de briznas de un rojo brillante; y por todas partes en su memoria el acto de aquella tarde, aquel
hasta el infinito, manchando aquel rubio mar, loa
EMILIO ZOLA LA TÍKftfiA. Í51 ;>

acto en qne no había gozado nada, y cuyos metió- J Y arrastrando su enorme tripa, Elisa se pasaba
res detalles ahora estremecían su cuerpo. ¿Como I horas enteras en el establo mirando con inquie-
volverla á ver, dónde cogerla al día siguiente y | tud á la vaca, cuya barriga había crecido tam-
todos? Estremecióle el roce de una mujer que se J bién desmesuradamente. Jamás animal alguno se
deslizaba junto á él; era la percherona, la gavi- ^ había inflado hasta aquel punto. Los nueve me-
lladora, asombrada de que no fuese á buscarla J ses cumplían precisamente el día de San Fiaero,
aquella última noche. Al principio la rechazó; A porque Francisca había tenido el cuidado de apun-
luego la sofocó en un abrazo; si Rubiera sido la 1 tar la fecha en que la había llevado al toro. Des-
otra, la habría apretado de aquel modo, pegándose« graciadamente Elisa no estaba tan segura de su
á ella hasta el desvanecimiento. cuenta. Aquel hijo había sido engendrado tan ton-
tamente, sin querer, que e l l a ^ n o podía saber
A aquella misma hora, Francisca despertándose 1
cuándo. Pero vendría á nacer por los alrededores
sobresaltada, se levantó y abrió la ventana de sü 1
de San Fiacro, tal vez la víspera, tal vez el día si-
cuarto para respirar. Había soñado que allá abajo 5 guiente. Y repetía desolada:
se peleaban. Guando el aire la serenó un poco, le -
acudió la idea de aquellos dos hombres, el uno que —¡Con tal que la Coliche no para al mismo
la quería, el otro que la había cogido; y sus ^ I tiempo que yo!.... ¡ Sería una extorsión! ¡Bueno
pensamientos, sin ir más lejos, no salían de esta I estaría!. ...
idea, sin que ella juzgase ni decidiese nada. Pero ; Querían mucho á la Coliche, que estaba en la
aplicó el oído, y ¿ aquello no era u n sueño? : casa hacía diez años. Habíase acabado por consi-
Ladraba un perro en la orilla del Aigre. Pero ;| derarla como una persona de la familia, y los Bu-
luego se acordó; era Hilario, que desde el obscu- • teau se refugiaban cerca de ella en invierno, no
recer andaba dando gritos alrededor del cadáver; I teniendo otra estufa para calentarse que el calor
de Palmira. Habían intentado quitarlo de allí; que se desprendía de ella. Y ella misma se mos-
pero él se había resistido, mordiendo á los que se a traba muy afectuosa, sobre todo con Francisca, á la
le acercaban, rehusando abandonar aquellos res- « que no podía mirar sin que los ojos se le pusieran
tos, su hermana, su mujer, su todo, y no acababa I tiernos. Lamíala con su áspera lengua, y le cogía
s u s gritos, que turbaban el silencio de la noche. con sus dientes suavemente las ropas para atraer-
41 Francisca, temblando, escuchó mucho tiempo. 1 la. Y no se la amaba sólo por ella, sino también
por el dinero que representaba, por la leche, por
la manteca, los quesos ; una verdadera fortuna
qne se perdería perdiendo á la vaca.
Había transcurrido una quincena después de la
—¡Con tal que la Coliche no pára al mismo siega. Francisca había vuelto á emprender su vida
tiempo que yo!—decía Elisa todas las mañanas. habitual, como si nada hubiera pasado entre ella
EMILIO ZOLA LA TÍKftfiA. i51 ;>

acto en qne no había gozado nada, y cnyos metió- J Y arrastrando su enorme tripa, Elisa se pasaba
res detalles ahora estremecían su cuerpo. ¿Como I horas enteras en el establo mirando con inquie-
volverla á ver, dónde cogerla al día siguiente y | tud á la vaca, cuya barriga había crecido tam-
todos? Estremecióle el roce de una mujer que se J bién desmesuradamente. Jamás animal alguno se
deslizaba junto á él; era la percberona, la gavi- ^ había inflado hasta aquel punto. Los nueve me-
lladora, asombrada de que no fuese á buscarla J ses cumplían precisamente el día de San Fiacro,
aquella última noche. Al principio la rechazó; A porque Francisca había tenido el cuidado de apun-
luego la sofocó en un abrazo; si Rubiera sido la 1 tar la fecha en que la había llevado al toro. Des-
otra, la habría apretado de aquel modo, pegándose« graciadamente Elisa no estaba tan segura de su
á ella hasta el desvanecimiento. cuenta. Aquel hijo había sido engendrado tan ton-
tamente, sin querer, que e l l a ^ n o podía saber
A aquella misma hora, Francisca despertándose 1
cuándo. Pero vendría á nacer por los alrededores
sobresaltada, se levantó y abrió la ventana de sü 1
de San Fiacro, tal vez la víspera, tal vez el día si-
cuarto para respirar. Había soñado que allá abajo 5 guiente. Y repetía desolada:
se peleaban. Guando el aire la serenó un poco, le -
acudió la idea de aquellos dos hombres, el uno que —¡Con tal que la Coliche no para al mismo
la quería, el otro que la había cogido; y sus ^ I tiempo que yo!.... ¡ Sería una extorsión! ¡Bueno
pensamientos, sin ir más lejos, no salían de esta I estaría!. ...
idea, sin qne ella juzgase ni decidiese nada. Pero ; Querían mucho á la Coliche, que estaba en la
aplicó el oído, y ¿ aquello no era u n sueño? : casa hacía diez años. Habíase acabado por consi-
Ladraba un perro en la orilla del Aigre. Pero ;| derarla como una persona de la familia, y los Bu-
luego se acordó; era Hilario, que desde el obscu- • teau se refugiaban cerca de ella en invierno, no
recer andaba dando gritos alrededor del cadáver.j I teniendo otra estufa para calentarse que el calor
de Palmira, Habían intentado quitarlo de allí; que se desprendía de ella, Y ella misma se mos-
pero él se había resistido, mordiendo á los que se a traba mnv afectuosa, sobre todo con Francisca, á la
le acercaban, rehusando abandonar aquellos r e s - a que no podía mirar sin que los ojos se le pusieran
tos, su hermana, su mujer, su todo, y no acababa I tiernos. Lamíala con su áspera lengua, y le cogía
s u s gritos, que turbaban el silencio de la neche. con sus dientes suavemente las ropas para atraer-
41 Francisca, temblando, escuchó mucho tiempo. 1 la. Y no se la amaba sólo por ella, sino también
por el dinero qne representaba, por la leche, por
la manteca, los quesos ; una verdadera fortuna
que se perdería perdiendo á la vaca.
Había transcurrido una quincena después de la
—¡Gou tal que la Coliche no para al mismo siega, Francisca había vuelto á emprender su vida
tiempo que yo! — decía Elisa todas las mañanas. habitual, como si nada hubiera pasado entre ella
todos cogidos á la cnerda, primero Buteau, luego
—Pero—hizo notar Francisca—el señor Pa-í
la Frimat, la Becú, Francisca y la misma Elisa,
toir prohibe que se rompa. Dice que el agua de-
acurrucada la última para que no le hiciesen daño
que está llena ayuda.
en el enorme vientre, que le llegada á la boca como
La Frimat se encogió de hombros. ¡Buen animal
se suele decir.
estaba P a t o i r ! s Y de una cuchillada rompió la
—¡Eh, tira!—gritaba Buteau:—¡todos á una!.....
bolsa. Las aguas cayeron con un ruido de exclusa. .
¡Ab! el muy camello no se ha movido siquiera.
Un momento la Coliche respiró con más facilidad
¡Ayuda, ayuda, condenado!
y la vieja triunfó. Se había frotado la mano dere-l
Las mujeres, sudorosas y siu poder respirar, re-
cha con manteca, y la introdujo, tratando de reco-
petían :
nocer la posición'del feto, maniobrando sin apré- j
—¡Eh tiraa! ¡Ayuda, condenado!
surarse. Elisa y Francisca la miraban llenas de.
Pero hubo una catástrofe. La cuerda, que era
ansiedad. Buteau mismo, que no se había vuelto;
vieja y estaba medio podrida, se rompió, y todos
al campo, esperaba inmóvil y sin respirar.
fueron rodando por el suelo entre el estiércol, dan-
—Siento las patas—murmuró la vieja,—pero
do gritos y juramentos.
no encuentro la cabeza. Mala señal cuando no se
—¡Esto no es nada, no hay cuidado!—declaró
encuentra la cabeza.....
Elisa, que había rodado hasta la pared, y á quien
Tuvo que sacar la mano. La Coliche experimen-
ayudaban á levantarse.
tó una violenta sacudida é hizo un esfuerzo tan.
Sin embargo, apenas se vió de pie, tuvo un des-
violento, que asomaron las pezuñas. Los Buteau
vanecimiento y se vió obligada á sentarse un
respiraron: les pareció que ya tenían parte de su
cuarto de hora; después se sujetaba el vientre;
becerro al ver salir las pata?:, y desde aquel m o |
sentía de uuevo los mismos dolores que el día
mentó le vieron trabajados por su pensamiento i
autes, profundos y acentuados á intervalos regu-
único: tirar para tenerlo eu seguida, como sí
lares. ¡Y ella que creía que se había aplazado!
tuvieran miedo de que se volviera hacia adentro y
¡Qué maldita casualidad, que la vaca no hubiese
no saliese más.
ido más de prisa y que se viera ella ahora con los
—Mejor sería no /precipitarlo—dijo prudente--]
dolores como si fuera á salir del paso antes que el
meute la Frimat.—El'acabará por salir.
animal! E n fin, no había más remedio; estaba
Francisca era de la misma opinión. Pero Ba-
visto que las dos iban á parir al mismo tiempo.
tean se agitaba, iba á tocar las patas cada tres j
Elisa daba grandes'suspiros que motivaron una
minutos, enfadándose porque no sé alargaban. Del
cuestión entre ella y su marido. ¿Por qué demonios
pronto cogió una cuerda larga que ató fuertemente
se había puesto á tirar también de la cuerda? ¿Qué
ayudado por su mujer, tan impaciente y tembló- :
fenía que ver con la barriga de las otras? Bien
rosa como él; y como en aquel momento llegaba. la f
podía ocuparse solamente de desocupar la suya.
mujer de Becú, atraída por la curiosidad, tiraron ;
LA TIEBRA. 319

Ella respondía con injurias y groserías, porque su-


vaca desde el momento en que hablaron de la vi-
fría mucho: ¡Cochino! ¡indecente! si no le hubiera
sita del veterinario, pensó entonces en Elisa. Tam-
llenado el saco, no tendría ahora ella que va-
bién era buena para partos, y todas las vecinas
ciarlo.
pasaban por sus manos. Y parecía tomarse mucho
—Todo eso—observó la Frimat—son palabras interés; no ocultaba sus temores á la mujer de
y tonterías que no conducen á nada. Becú , la cual llamó á Buteau, que ya se disponía
Y la mujer de Becú añadió: á montar en el carro.
—Pero consuelan.
¿ — Escuchad Vuestra mujer no va bien. De-
Eran las tres; esperaron hasta las siete. No se
beríais traer también al médico.
adelantó nada. La casa era un infierno. Por un .
Él permaneció mudo, con los ojos fuera de las
lado Elisa, que se retorcía en una silla, dando
órbitas. ¿Cómo? ¡Otra que quería morirse! ¡Pues
gritos y apretándose la barriga. Por el otro la
él no tenía dinero para todo!
Coliche, que no mugía, pero que se veía acometida
— P e r o si yo no quiero, no quiero—gritó Elisa
cada vez con más frecuencia, de temblores y su-
entre dolores tremendos.—Yo iré adelante. ¡No te-
dores verdaderamente alarmantes. La otra vaca
nemos dinero para tirar por la ventana!
se había puesto á mugir de miedo. Francisca en-
Buteau se apresuró á fustigar el caballo, y el
tonces perdió la cabeza, y Buteau, jurando y
carro desapareció á lo lejos por la carretera de
blasfemando, se empeñó en tirar otra vez. Fue
Cloves, entre las tinieblas del anochecer.
en busca de dos vecinos y se pusieron á tirar los
Cuando dos horas después llegó por fin P a -
seis como si fuesen á echar abajo un árbol, y coa
toir, lo encontró todo en el mismo sitio, la Coliche
una cuerda nueva que uo había miedo de que
echada de costado y dando resoplidos, y Elisa re-
se rompiese. Pero la Coliche, destrozada, cayó de
torciéndose como un gusano, medio en la silla, m e -
costado encima de la p a j a , estirada, dando reso-
dio en el suelo. Hacía veinticuatro horas que du-
plidos y en un estado lamentable.
raba aquella situación.
—¡No sacaremos este maldito becerro!—excla- — Vamos á ver, ¿para cuál de las dos me lla-
mó Buteau, que estaba como loco. man ? — d i j o el veterinario, que tenía siempre buen
Francisca cruzaba las manos en ademán supli- humor y ganas de broma.
cante. Y en seguida, tuteando á Elisa,
— ¡ O h , ve á llamar al señor Patoir! ¡cueste — Vamos, m u c h a c h a — d i j o — s i no es para tí,
lo que cueste, que vayan á buscar al señor Patoir! hazme el favor de ir á meterte en la cama, que
Ya estaba obscuro. Después de otro combate buena falta te hace.
inútil salió de la cuadra, sin decir padabra y en- | Ella no contestó ni se fué. E l veterinario estaba
ganchó el carro. ya examinando la vaca.
La F r i m a t , que parecía no ocuparse ya de la — ¡Demonio! este animal se halla en un estado
EMILIO ZOLA. XiÁ TIEP.T5A. 321

endiablado. Siempre vais á llamarme demasiado — ¡Ah! bueno; ya tendrá otro..... ¡Pero sal-
tarde..... y habéis tirado, según veo. ¡ Eh ! ¡ Siem- vad nuestra vaca, señor P a t o i r , salvadla!
pre lo mismo, condenados! preferís tener el bece-J Entonces el veterinario, que había llevado un
rro en dos pedazos, á esperar que venga natural- gran delantal azul, hizo que le prestasen un pan-
mente y como Dios manda. ¡Torpes! talón de t e l a ; se desnudó por completo en un
Todos escachaban con cara triste, la cabezal rincón detrás de la otra vaca, y se puso luego el
baja, con ademán respetuoso y desesperado; sola-' pantalón y el mandil encima, atado á la cintura.
mente la Frimat se mordía los labios con aire des-, Cuando se presentó, con su cara de dogo, gordo y
deñoso y despreciativo. El veterinario se quitó el pequeñuelo y en aquel traje ligerísimo, la Coliche
g a b á n , se remangó las mangas de la camisa, nie-;| levantó la cabeza, dejó de quejarse y lo contempló,
tió los piés del becerro, después de haberlos atado; admirada sin duda. Pero nadie sonrió siquiera; de
con un cordel para poder sacarlos cuando con vi-1 tal manera la impaciencia y el temor encogían los
niese, y metió la mano derecha. corazones.
—¡Demonio! —replicó al cabo de un momento:? i — ¡Encended velas!
— ¡lo mismo que suponía yo! La cabeza está do Hizo que colocasen cuatro en el suelo, se echó
blada hacia la izquierda, y aunque hubieseis esta-1 : boca abajo, en la paja, detrás de la vaca que ya
do tirando hasta mañana no hubierais lograd ) | no podía levantarse. Por un instante permaneció
nada Y sabed, hijos míos, que ésta muy malo \ inmóvil, con la nariz metida entre las ancas d é l a
vuestro beeerro. No tengo ganas de romperme los 1 i-bestia. Luego se decidió á tirar del cordel y sacar
dedos volviéndolo, porque además no conseguiría I de nuevo las patas del becerro, las cuales examinó
nada y lastimaría á la madre. ' atentamente. A su lado había puesto una pequeña
Francisca se echó á llorar. paja larga y estrecha; se apoyó sobre su codo, y
— Señor Patoir, ¡por Dios, salv^I nuestra ya tocaba el bisturí cuando un gemido angustioso
vaca! ¡Pobrecilla Coliche, que me quiere y profundo le asombró y le hizo sentarse.
tanto! 3 ' —¡Cómo! ¿todavía estás abí? Bien decía yo
Y Elisa en medio de sus dolores, y B u t e a u a que no é r a l a vaca—exclamó dirigiéndose á Elisa.
bueno y sano y tan sensible al mal ajeno, sela-s E Esta, acometida por los dolores grandes, hacía
mentaba, se enternecía, formulando la misma sú-'> fuerzas y empujaba, con las caderas destroza-
plica. das ya.
—¡Salvad nuestra vaca, nuestra vaca vieja, que 1 — ¡Demonio! ¡Yéte de aquí, sal como puedas
nos da tan buena leche desde hace no sabemos cuán-1 del paso , y déjame que salga yo como Dios m e dé
tos años! ¡Salvadla, señor Patoir! á entender del mío! ¡Me estorbas porque me po-
Pero entendámonos; porque no tengo más : nes nervioso; palabra de honor! No des gritos ahí
remedio que destrozar el becerro. detrás. ¡Vamos, juicio ¡Lleváosla vosotros de aquí.
La F r i m a t y la mujer de Becú se decidieron á Francisca, sin dejar de correr, había ido á sen-
coger á Elisa cada nna por debajo de un brazo y tarse en una silla en el cuarto donde paría su her-
á llevársela á so cuarto. Ella se abandonaba, por- m a n a , cuyos dolores y quejidos no la extrañaban,
que ya no le quedaban fuerzas para resistir. Pero como si fuesen la cosa más natural del mundo
al pasar por la cocina, donde ardía una sola vela, después de lo que acababa.de ver. Con un gesto
exigió que dejaran todas las puertas abiertas para rechazó l a visión de aquellas carnes desgarradas,
estar así más cerca. y contó tartamudeando lo que le estaban haciendo
Ya la Frimai babía preparado la cama para el á la vaca.
parto, siguiéndola costumbre del campo: una sá- — Eso no puede ser, es necesario que yo vaya
bana en medio de la babitación sobre un montón | —dijo de repente E l i s a , — quien, á pesar de sus
de paja y tres sillas boca abajo. Elisa se echó, se dolores, hizo un esfuerzo para levantarse de entre
espatarró acompañándose en una de las sillas, con las tres sillas.
un pie en la otra y otro en la tercera. Ni siquiera Pero la Frimat y la Becú enfadadas la tenían
se había desnudado; sus pies se retorcían dentro á la fuerza en su sitio.
de los zuecos, sus medias azules subían hasta las — V a m o s , ¿queréis estaros quieta? ¿quédemo-
rodillas, y las sayas remangadas hasta la cabeza, • nios tenéis en el cuerpo?
no descubrían más que un vientre monstruoso y Y la Frimat añadió :
sus muslos gordos y blancos. — ¡Bien ! también vos vais á romperos ahora.
E n el establo Buteau y Francisca alumbraban Y en efecto, las aguas habían salido con vio-
al veterinario en cuclillas, en tanto que Patoir. lencia, y empaparon en un momento la sábana y
tendido otra vez en la p a j a , practicaba con el bis-' la paja, y los últimos dolores expulsivos comenza-
turí unasección en el costado izquierdo. Desprendió r ron á ser furiosos. E l vientre, desnudo, empujaba
la piel y tiró, dejando aquel sitio en carne viva. á pesar suyo la hinchazón como si fuera á romperse,
Pero Francisca, pálida, desfalleciente, dejó caer - en tanto que las piernas, metidas en sus medias
la vela y escapó gritando: 7
azules, se replegaban y se abrían con un movi-
—¡Pobrecilla Coliche! ¡No quiero ver eso! miento inconsciente, parecido al de la rana cuando
jno quiero ver eso! va á zambullirse en el agua.
Patoir se puso furioso, tanto más cuanto qne —Vamos—replicó la Becú,—para tranquiliza-
tuvo que levantarse para evitar un principio d e ros iré yo á ver qué pasa y os traeré noticias.
incendio determinada en la paja por la caída déla , Desde aquel momento no hizo más que correr
vela. j) de la alcoba al establo, y hasta para ahorrarse
•—-¡Maldita muchacha! ¡es nerviosa como una fe carreras daba las noticias á grito pelado desde la
princesa! ¡Nos va á ahumar como si fuésemos puerta de la cocina. E l veterinario continuaba 'su
jamones! : operación en medio del estiércol empapado en san-
viendo al establo con él;—pero, en fin, la verdad
gre;una operación penosa y sucia, de la qne saldría! es que vos lo habéis hecho pedazos.
endiabladamente manchado desde los pies á la En el suelo, Elisa, tendida entre las tres sillas,
cabeza. sentíase por todo el cuerpo un escalofrío que le
—Esto va bien, Elisa—gritaba la Becú.—Em- arrancaba de los costados y recorría sus muslos
pujad sin miedo Ya va saliendo: ahora van á incesantemente y como si se le fueran á abrir las
arrancar la cabeza Ya la tiene ¡anda, anda, carnes.
qué cabeza tenía el demonio del becerro! Ya se Y Francisca, que en su desolación no había visto
acaba ahora sale todo el cuerpo como si fue* ¡ nada hasta entonces, se quedó bruscamente estu-
una masa pefacta, en pie delante de su hermana, cuya des-
Elisa acogía cada frase relatando la operación, nudez le parecía recrudecida y monstruosa por la
con un suspiro desgarrador, y no se sabía si sufría figura que hacían las piernas abiertas y en medio
por ella misma ó por el becerro. la enorme bola del vientre hinchado. Todo aquello
De pronto apareció Buteau con la cabeza que le era tan inesperado, tan desfigurado, tan enorme,
quería enseñar. Aquello fué una exclamación ge- que ni siquiera le dió rubor. J a m á s se hubiera po-
neral. dido imaginar una cosa semejante; parecía la boca
—¡Oh! ¡qué becerro tan hermoso! de un enorme tonel desfondado, la ventana abierta
Ella, sin cesar de trabajar, empujando cada v<aj de un pajjfr sombreado por una maleza espesa y
con más fuerza, con los músculos en tensión, los . muy negra. Luego, cuando observó que otra bola
muslos hinchados, parecía presa de una desespe- más pequeña, la cabeza de la criatura , salía y en-
ración inconsolable. traba á cada nuevo esfuerzo, en un perpétuo juego
— ¡ Dios mío! ¡qué desgracia! ¡Oh! ¡qué de escondite, se sintió acometida de unas ganas de
hermoso becerro, Dios mío! ¡Qué desgracia! reir tan violentas que tuvo que toser para que no
¡un becerro tan hermoso como nunca habíamos - sospecharan que tenía mal corazón.
visto! . —Un poco de paciencia todavía—declaró la Fri-
Francisca se lamentaba igualmente, y las la-| mat.—Esto ya viene.
mentaciones se volvieron tan agresivas, tan llenas ; Se había arrodillado entre las piernas, obser-
de reticencias hostiles, que Patoir se ofeúdió. Acu- vando á la criatura y dispúesta á recibirla. Pero
dió á la alcoba, aunque por decencia se detuvo en andaba bromeando, como decía la Becú; hubo un
la puerta. momento en que se marchó del todo como si no
—Oid, yo os lo advertí á tiempo Me supli- pensara volver á salir. Entonces solamente se
casteis que salvara la vaca ¡Yo os conozco mu- arrancó Francisca á la fascinación de aquel agu-
cho, bribones! ¡No vayáis á contar por ahí que yo jero que tanto la intrigaba, y sintió cierta turba-
os he matado el becerro, eh! ción extraña que le hizo acercarse á su hermana y
— N o , no por cierto—murmuró Buteau, vol-
• W g f p f
LA T I E R R A . 327

cogerle la mano y compadecerse y volver su vista beza de la criatura había recobrado su movimiento
á otra parte. de adentro á afuera como una pelota que rebota,
—¡Pobre Elisa! ¡cuílnto sufres! disponiéndose á partir como un rayo lanzado con-
—Sí, sí, y nadie me compadece Si me com- tra la pared.
padecieran ¡Ay! ¡ay! ¡otra vez! ¿No acabará de Pero el colmo fué cuando el veterinario, después
salir nunca? de colocar el becerro delante de sí, quiso secarse
La cosa podía durar largo rato todavía, y en eso con el revés de la mano el sudor que le inundaba
estaban pensando cuando se oyeron voces que sa- la frente. Se llenó todo de un rastro de estiércol y
lían del establo. Era Patoir que asombrado de ver sangre; todos se desternillaban de risa, y la partu-
que la Coliche se agitaba y se quejaba todavía, ha- r riente se sofocaba dejando escapar gritos agudos
bía sospechado la presencia de un segundo bece- parecidos al cacarear de una gallina al poner un
rro; y en efecto, metiendo bien la mano había sa- huevo.
cado uno, sin dificultad ninguna esta vez, como i —¡Me muero, acabad! ¡Maldito bufón, que me
quien saca un pañuelo del bolsillo. Su alegría de i hace reir como una loca!.... ¡Ah! ¡Dios mío, Dios
hombre gordo y bromista fué tan grande que, olvi- mío, voy á reventar!
d ó la decencia y acudió á la alcoba de la parturiente El agujero obscuro se agrandó todavía más-,
llevando al becerro en brazos y seguido de Buteau hasta el punto de que la Frimat, que seguía arro-
que también bromeaba, dillada, parecía en peligro de desaparecer por él; y
| —¡Eh, amigas! ¿queríaisuno, no es verdad? Pues i de un golpe,comosi aquella fuese una mujer-cañón,
aquí está ya. la criatura salió, roja, con las extremidades muy
Y reventaba de risa, envuelto en su delantal y" pálidas. Oyóse solamente el ruido de agua que
casi desnudo, con el cuerpo lleno de estiércol y produce al vaciarse una gran tinaja. Luego el re-
llevando en los brazos al becerro mojado todavía. cién nacido empezó á chillar, en tanto que la ma-
E l bueno del veterinario parecía borracho. dre con sacudimientos i erviosos reía cada vez
E n medio de la aclamación general, Elisa al más. Por un lado chillidos y por el otro risotadas.
verlo fué acometida de-un acceso de risa irresisti- Y Buteau se golpeaba los muslos, la Becú se su-
ble, interminable. jetaba los costados, Patoir reía como un loco, y
—¡ Oh! ¡que raro está! ¡oh! ¡qué barbaridad ha- hasta la misma Francisca, á quien su hermana ha-
cerme reir así! ¡Oh! ¡ay! ¡ay! ¡Cómo me duele!.... bía destrozado la mano en su último esfuerzo, sa-
¡Me muero!,.... ¡No, no me hagáis reir más, ó me tisfacía á su antojo la contenida curiosidad con-
muero! templando aquello que le parecía una verdadera
La risa hervía en el fondo de su abultado pecho, catedral donde debía caber todo el cuerpo del ma-
descendía al vientre y allí rujia como un viento rido.
de tempestad. Estaba sin poderse mover, y la ca- — E s una niña—declaró la Fimat.
E M I L I O ÍFOLA. LA TIERRA. 329

No, no—dijo Elisa,—no quiero, quiero un detrás. Ella se volvió y lo comprendió todo en un
muchacho. instante, al ver su cara enrojecida y descom-
—Pues entonces, t e l a vuelvo á meter y mañana puesta.
haces un chico. Sentíase acometido de los mismos deseos otra
Las risotadas volvieron á comenzar. Luego la vez; no había renunciado á poseerla, y era preciso
parturiente, que poco á poco iba calmándose al que sus deseos fueran bien vehementes para que
ver allí al becerrillo, dijo: se acordase de ellos allí, al pie mismo de la cama
—¡El otro era muy hermoso y además hu- de su mujer, después de escenas nada halagüeñas
biéramos tenido dos! por cierto. Ella le rechazó y le hizo caer al suelo.
Patoir se marchó después de hacer beber á la Hubo una lucha sorda, jadeante.
Coliche dos litros de vino con azúcar. En la alcoba É l con la voz entrecortada murmuraba:
la Fimat desnudó y acostó á Elisa, en tanto que la —Yamos, ¿qué te importa? ¿Acaso no sirvo
Beeú, ayudada por Francisca, quitaba la paja con para las dos?
una escoba. E n diez minutos todo quedó en orden, La conocía bien y sabía que no gritaría. Y en
nadie hubiese sospechado que acababa de haber ; efecto, Francisca se resistía sin hablar palabra, de-
un parto, á no ser por los lloros de la recién na- masiado orgullosa para llamar á su hermana, no
cida, á la cual estaban lavando con agua templada. queriendo que nadie, ni aun ella, se mezclase en
Poco después de metida en su envoltura fué poco sus cosas. E l la ahogaba y estaba á punto de ven-
á poco calmándose, y la madre, rendida, se dur- cerla.
mió con pesado sueño, con la cara congestionada, —¡Sería eso tan bueno! Puesto que vivían
casi negra, resaltando sobre el embozo de la sába- juntos, no habría que separarse nunca más
na de tela morena. Pero se oyó un grito de dolor. Silenciosamente
A eso de la media noche, cuando las dos vecinas ella le había clavado las uñas en el cuello; él, fu-
se hubieron marchado, Francisca dijo á Buteau rioso entonces, hizo alusiones á J u a n .
que lo mejor que podía hacer era ir á descansar un —¡Si te has creído que te vas á casar con ese
rato al pajar. Ella había echado un colchón en el cochino, te equivocas mientras no seas mayor
suelo con objeto de pasar la noche en la alcoba de í de edad!
su hermana. E l no contestó, y acabó de fumar si- Esta vez, como él la violentaba por debajo del
lenciosamente la pipa. Beiuó una profunda calma, vestido con mano brutal, ella le dió un puntapié
en medio de la cual sólo se oía la fatigosa respi- tal en el bajo vientre, que Buteau rugió de dolor.
ración de Elisa. Luego, cuando Francisca se arro- De un salto se puso en pie, asustado, mirando á la
dillaba en el colchón al pie mismo de la cama en cama. Su mujer dormía tan profundamente que m A
un rincón, Buteau, que continuaba silencioso, se siquiera se hábia movido. E l se marchó h^eieMó.- :
levantó y la derribó violentamente, cogiéndola por un gesto terriblemente amenazador. . . ,. .. • - ' . , 1
EMILIO ZOLA. LA TIERRA. §31

Cuando Francisca se hubo echado en el colchón, tensible y definitiva. Los saludaba al pasar por la
en medio de la tranquilidad que reinaba en la al- casa, y si dejaba de entrar era obedeciendo á un
coba, permaneció con los ojos muy abiertos. No simple escrúpulo de muchacho cogido en falta.
quería; jamás dejaría que se lo hiciesen, aunque Tan pronto como esa idea del matrimonio se le
tuviese deseos. Y se admiraba, porque la idea de apareció como único medio de poseer á la mucha-
que se podía casar con Juan no se le había ocurri- cha, se persuadió de que aquel era su deber y de
do nunca. qne sería un mal hombre si no se casaba con ella.
Sin embargo, al día siguiente, cuando J u a n vol-
vió al trabajo, le acometió el miedo. Jamás se hu-
biera atrevido á dar aquel paso si no hubiese visto
á Francisca y á Buteau que se iban juntos á tra-
Desde hacía dos días J u a n estaba ocupado tra- bajar en el campo. Pensó que Elisa siempre le ha-
bajando eu las parcelas que tenía Hourdequin bía estimado y que temblaría menos delante de
cerca de Bognes, y donde éste había instalado cier- ella, y se escapó un momento, después de haber
ta máquina agrícola de vapor, alquilada á un in- confiado las caballerías á su compañero.
dustrial de Chateaudun que la paseaba desde —¡Hola! ¡sois vos Juan!—exclamó Elisa, que
Bonneval á Cloyes. Con su carro y sus dos caba- ya estaba levantada después del parto. Ya no se
llos e! joven llevaba las gavillas á las eras cerca- os ye. ¿Qué pasa?
nas, y luego llevaba el trigo á la granja, en tanto É l se ex.cusó. Luego, apresuradamente, con la
que la máquina, dando resoplidos desde por la brutalidad propia, abordó el asunto; y tan torpe-
mañana hasta por la noche, llenaba el campo de mente, que al principio pudo creer que se trataba
enormes y continuos ronquidos. de una declaración á ella, porque empezó á recor-
J u a n estaba malo, rompiéndose la cabeza bus- darle que la había amado y que de buena gana la
cando cómo volver á poseer á Francisca. Hacía hubiese hecho su esposa. Pero en seguida añadió:
precisamente un mes que la había conseguido allí — P o r lo cualjambién me casaría con Francisca
mismo, entre aquellos trigos que estaban segando, si me la diesen.
y siempre se escapaba llena de miedo. Juan des- Elisa le miró tan sorprendida, que él, turbado,
esperaba de conseguirla nunca más, y por lo mis- enlpezó á tartamudear.
mo era el suyo un deseo creciente, una pasión —¡Oh! Ya sé yo que estas cosa» no se hacen
avasalladora, enloquecedora. Mientras guiaba las así..... Por eso no quería más que hablar de ello.
caballerías, se preguntaba que por qué no había de ¡I—¡Diablo!—respondió ella;—me sorprende á
ir derecho á casa de los Buteau para pedir sin am- causa de la diferencia de edades que hay entre
bajes á Francisca en matrimonio. Nada todavía le vosotros, y por eso no me lo esperaba En primer
había hecho romper con ellos de una manera OS- lugar, habría que saber lo que piensa Francisca.
EMILIO ZOLA. LA TIERRA. §31

Cuando Francisca se hubo echado en el colchón, tensible y definitiva. Los saludaba al pasar por la
en medio de la tranquilidad que reinaba en la al- casa, y si dejaba de entrar era obedeciendo á un
coba, permaneció con los ojos muy abiertos. No simple escrúpulo de muchacho cogido en falta.
quería; jamás dejaría que se lo hiciesen, aunque Tan pronto como esa idea del matrimonio se le
tuviese deseos. Y se admiraba, porque la idea de apareció como único medio de poseer á la mucha-
que se podía casar con Juan no se le había ocurri- cha, se persuadió de que aquel era su deber y de
do nunca. que sería un mal hombre si no se casaba con ella.
Sin embargo, al día siguiente, cuando J u a n vol-
vió al trabajo, le acometió el miedo. Jamás se hu-
biera atrevido á dar aquel paso si no hubiese visto
á Francisca y á Buteau que se iban juntos á tra-
Desde hacía dos días J u a n estaba ocupado tra- bajar en el campo. Pensó que Elisa siempre le ha-
bajando eu las parcelas que tenía Hourdequin bía estimado y que temblaría menos delante de
cerca de Bognes, y donde éste había instalado cier- ella, y se escapó un momento, después de haber
ta máquina agrícola de vapor, alquilada á un in- confiado las caballerías á su compañero.
dustrial de Chateaudun que la paseaba desde —¡Hola! ¡sois vos Juan!—exclamó Elisa, que
BonneVal á Cloyes. Con su carro y sus dos caba- ya estaba levantada después del parto. Ya no se
llos e! joven llevaba las gavillas á las eras cerca- os ye. ¿Qué pasa?
nas, y luego llevaba el trigo á la granja, en tanto É l se excusó. Luego, apresuradamente, con la
que la máquina, dando resoplidos desde por la brutalidad propia, abordó el asunto; y tan torpe-
mañana hasta por la noche, llenaba el campo de mente, que al principio pudo creer que se trataba
enormes y continuos ronquidos. de una declaración á ella, porque empezó á recor-
J u a n estaba malo, rompiéndose la cabeza bus- darle que la había amado y que de buena gana la
cando cómo volver á poseer á Francisca. Hacía hubiese hecho su esposa. Pero en seguida añadió:
precisamente un mes que la había conseguido allí — P o r lo eualjambién me casaría con Francisca
mismo, eutre aquellos trigos que estaban segando, si me la diesen.
y siempre se escapaba llena de miedo. Juau des- Elisa le miró tan sorprendida, que él, turbado,
esperaba de conseguirla nunca más, y por lo mis- enipezó á tartamudear.
mo era el suyo un deseo creciente, una pasión —¡Oh! Ya sé yo que estas cosa» no se hacen
avasalladora, enloquecedora. Mientras guiaba las así..... Por eso no quería más que hablar de ello.
caballerías, se preguntaba que por qué no había de ¡I—¡Diablo!—respondió ella;—me sorprende á
ir derecho á casa de los Buteau para pedir sin am- causa de la diferencia de edades que hay entre
bajes á Francisca en matrimonio. Nada todavía le vosotros, y por eso no me lo esperaba En primer
había hecho romper con ellos de una manera OS- lugar, habría que saber lo que piensa Francisca.
J o a n había ido firmemente resuelto á contar todo hombre con sus voluntades y sus apetitos de
lo que había sucedido, á fin de hacer indispensa-
macho.
ble la boda; pero en el momento preciso tuvo es-
crúpulos y no se atrevió. Si Francisca no se había ' J u a n , muy contento, la abrazó y le dió un beso
confesado á su hermana, si nadie sabía una pala- sonoro en cada mejilla, cuando Elisa añadió:
bra, ¿tendría él derecho á ser el primero en ha- —Precisamente hoy es el bautizo de mi niña, y
blar? Esto le desanimó, porque empezó á conside- tendremos aquí la familia á comer .... Os convido,
rarse en ridículo á causa de sus treinta y tres años. y la pediréis al tío Fouan, que es el tutor, si F r a n -
cisca acepta vuestras proposiciones.
—Claro está—murmuró Juan-—que tendríamos
—¡Convenido!—contestó él;—¡hasta la tarde!
que hablarle de ello, porque no la íbamos á obli-
Y fué á reunirse con sus caballerías á paso li-
gar á la fuerza.
gero, y las hizo trabajar todo el día á latigazo
Cuando hubo pasado el asombro de Elisa, ésta
limpio, como si estuviese impaciente y creyera que
le miró con aire alegre y amistoso como siempre,
de aquel modo iba á durar menos la jornada,
porque evidentemente la cosa no le desagradaba;
Los Batean, con efecto, bautizaban aquel día á
por lo mismo estuvo eon él muy amable.
su hija, después de muchos retrasos y aplazamien-
|¡,;S-Ello ha de ser como la muchacha quiera,
tos. E n primer l u g a r , Elisa había exigido que no
Juan Yo no soy de la opiuión de mi marido,
se hiciese hasta que ella estuviese fuerte del todo,
que se empeña en decir que es demasiado joven
porque quería despacharse á su gusto en la comi-
todavía. Va para los diez y ocho años, y está tan
da. Luego, trabajada por una idea de ambición, se
desarrollada, que bien podría con dos maridos en
había obstinado en que el Sr. Charles y su mujer
vez de uno..... Y además, por mucho que se quie-
fuesen el padrino y la madrina, y como éstos por
ran los hermanos, la verdad es que ahora que ya
condescendencia habían aceptado, fué necesario
es una mujer preferiría tener en casa una criada y
esperar á la señora de Charles, que acababa de
que ella estuviese siempre con un marido..... Si
marcharse á Chai-tres á dar una vuelta al estable-
diee que sí, casaos con ella. Sois un buen sujeto, y
cimiento de su h i j a ; estaban en la feria de Sep-
además, los gallos suelen ser mejor que los muy
tiembre, y la-tienda de la calle de los Judíos se
pollos para maridos.
veía constantemente llena de gente. A d e m á s , se-
E r a aquello un eco que se le escapaba á sU pesar,
gún Elisa había dicho á J u a n , iban á estar entera-
de la desunión leuta, pero creciente é invencible,
mente en familia: Fouan, la Grande, los de Del-
que iba cundiendo entre ella y su hermana menor;
homme, además del padrino y la madrina.
esa hostilidad agravada por los pequeños roza-
Pero en el momento preciso se presentaron se-
mientos diarios de la vida en c o m ú n ; un sordo
rias dificultades con el cura, el padre Godard, que
fermento de celos y de odio que laboraba en el in-
estaba ya cansado de Bognes. Habíase resignado
terior de aquella casa desde que había allí un
á todo con paciencia: al paseo de seis kilómetros
LA TIERRA.

que le costaba cada m i s a , á las inaguantables exi- naba en celebrarla en su parroquia, y los cinco
gencias de un pueblo que no tenía verdaderos sen- ) chicos podían ir si querían, y si no, que lo dejasen.
timientos religiosos, en tanto que había esperado Durante quince días, en la fuente, todas las muje-
que el Ayuntamiento se decidiría á permitirse el | res chismorrearon de lo lindo á propósito de esto:
lujo de tener parroquia. Pero ya no podía tener —¡Cómo! ¡los bautizaba, los casaba, los enterra-
más paciencia, en vista de que el Ayuntamiento se ba en su pueblo, y luego no podía darles la comu-
obstinaba en no hacer obra en la iglesia, y de que J nión como Dios manda y como debe hacerse!—
el alcalde Hourdequin declaraba sin cesar que el El cura se obstinó; no dijo más que una misa re-
presupuesto municipal estaba harto recargado. So- zada, y despachó á los cinco nuevos comulgantes,
lamente el secretario Macqueron transigía cou los' sin añadir ni una flor, ni un Oremus de consuelo;
curas, con sus sordas miras ambiciosas. Y el aba- y cuando las mujeres, llorosas de rabia al ver de
te, que ya no tenía para qué guardar consideracio- qué modo se las trataba, le suplicaron que por lo
nes ni disimulos, trataba á Bogues con mucha menos cantase las vísperas por la tarde, el padre
dureza, np le concedía más culto que el estricta- Godard se puso furioso.—¡No por cierto! les da-
mente necesario, sin gangas de oraciones demás, ría lo que les debía: hubieran tenido misa mayor
ni funciones extraordinarias, ni velas ni incienso y vísperas y todo en Bazoches, si STTs malas cabe-
quemados sin precisión. Así es que vivía en per- zas no les hubieran puesto en rebelión contra el
petua guerra con las mujeres del pueblo. E n J u - mismo Dios.—Después de estos incidentes era in-
nio, sobre todo, había sido librada una verdadera minente eLrompimiento entre el padre Godard y
batalla reñidísima á propósito de la primera co- el pueblo de Bogues; el rozamiento más insigni-
munión. ficante determinaría la catástrofe.
Cinco chicos, dos niñas y tres muchachos asis- Cuando Elisa fué á ver al cura para lo del bau-
tían á la clase de catecismo que él explicaba los tizo de su hija, él habló de hacerlo el domingo
domingos después de m i s a ; y en vez de haber ido ^ despnés de misa. Pero ella le suplicó que volviese
él mismo á confesarlos como era natural, se em- el martes á las dos, porque la madrina no estaría
peñó en que los muchaehos fueran á Bazoches-le-| de vuelta de Chartres hasta ese día por la maña-
Doyen. Aquello fué motivo para el primer levan- na, y el cura aeabó por consentir, recomendando
tamiento femenino: ¡muchas gracias! ¡tres cuar-1: mucho que fuesen muy exactos, porque estaba de-
tos de hora para ir y otro tanto para volver! ¿quién cidido á no esperar ni un segundo.
sabe lo que podía suceder dejando ir así solos af E l martes, á los dos de la tarde en punto, el pa-
los chicos con las chicas? Luego surgió la revolu- dre Godard estaba en la iglesia, sofocado por la
ción tempestuosa, terrible, cuando se negó termi- carrera que había dado, y hecho una sopa á causa
nantemente á celebrar en Rognes la ceremonia de de la lluvia que le había sorprendido en el camino.
la misa mayor cantada y todo lo demás. Se empe- Nadie había llegado todavía. No se veía más que
EMILIO Z6T.A.

á Hilarlo á la entrada de la nave principal, ba-


tan derecha y seca como un palo, á pesar de sus
rriendo nn rincón de la capilla bautismal que es-
ochenta y cinco años. La familia tenía Un verda-
taba lleno de basuras y de pedazos de madera vie-
dero disgusto : todos los convidados estaban allí,
ja. Desde la muerte de su hermana el enfermo
á excepción de la madrina, á quien desde por la
vivía de la caridad pública, y el cura, que de vez
mañana estaban esperando inútilmente, y el señor
en cuando le daba monedas de veinte sueldos, ha-
Charles, confuso y turbado, repetía sin cesar que
bía tenido la idea de ocuparlo en aquella limpieza,
era aquello muy extraño; que había tenido carta
cien veces decidida y otras tantas aplazada. Du-
precisamente la noche antes, y que de seguro la
rante algunos minutos estuvo viendo con interés
señora de Charles, que sin duda se habría dete-
aquel trabajo. Luego sintió los primeros síntomas
nido sabe Dios por qué en Cluyes, debía llegar
de mal humor, después se puso furioso.
por fuerza de un momento á otro.
—¡Ah! ¿qué es eso? ¿se estarán burlando de mí?
Elisa, inquieta, sabiendo que al cura no le gus-
Ya son las dos y diez.
taba esperar á nadie, había tenido la idea de en-
Al asomarse á la puerta para mirar á la casa de
viarle á la Grande para conseguir que tuviese un
los Buteau, silenciosa y cerrada, vióal guarda de
poco de paciencia.
campo que esperaba bajo el porche fumando tran-
'—¿Qué pasa?—le preguntó él desde lejos.—¿Ya
quilamente su pipa.
á ser hoy, ó mañana?..... Sin duda os habéis figu-
—¡Tocad, Becú!—gritó el cura.—Eso les hará _
rado que Dios está á vuestras órdenes.
venir á esos tunantes.
; — Y a vienen, señor cura, ya vienen—respondió ¿
Y Becú, borracho como siempre, se .colgó de la
la anciana con calma impasible.
cuerda de la campana. El cura había ido á ponerse
Precisamente Hilario sacaba en aquel momento
la sobrepelliz. Desde el domingo antes tenía pre-
la última espuerta de basura. Balanceábase sobre
parada el acta en el libro de registro, y pensaba
sus piernas temblonas, pero no se doblaba á pesar
despachar la ceremonia él solo, sin ayuda de mo-
de ir tan cargado, porque era más sólido que una
naguillos, que le hacían siempre rabiar. Cuaudo
peña y tenía una fuerza muscular capaz de vencer
todo estuvo dispuesto, se impacientó de nuevo.
la de un toro. Su hocico de conejo salivaba sin
Habían transcurrido otros diez minutos: la cam-
qne ni una sola gota de sudor mojara su piel ne-
pana seguía tocando monótona, terca, desesperan-
gruzca.
te, en medio del silencio profundo que reinaba en
El padre Godard, indignado por la flema de l a
la aldea.
Grande, cayó sobre ella.
—¿Pero qué demonios hacen? ¡Es cosa de ir á
—Vamos á ver, Grande; ahora que os tengo
buscarlos con nn palo!
aquí, decidme si es caritativo que vos que sois rica
Al fin vió salir de casa de Buteau á la Grande,
y no tenéis más que ese nieto le dejéis pidiendo
que caminaba con su aspecto majestuoso de Beina,
limosna por esos caminos de Dios.
Ella replicó con dureza: zar á través de la plaza desierta una mirada f u -
— L a madre me desobedeció, y su hijo no me riosa á la casa de los Buteau.
toca nada por lo tanto. —¡Tocad otra vez, Becú!—gritó de repente.—
—Pues bien; ya os he dicho, y os lo repito ¡Si dentro de tres minutos no están aquí, me voy!
ahora, que iréis al infierno si tenéis tan mal cora- Entonces, en el volteo enloquecedor de la cam-
zón E l otro día, á no ser por mí, se hubiese pana, que hizo salir volando precipitadamente á
muerto de hambre, y hoy me he visto obligado á los cuervos que cuidaban en el campanario, vanse
inventar un trabajo para él. á los Buteau que salían uno á uno y empezaban
Al oir la palabra infierno, la Grande hizo una á cruzar la plaza. Elisa estaba consternada por-
mueca desdeñosa. Como ella decía siempre, el in- que la madrina no llegaba, y habían decidido en-
fierno está en este mundo para los pobres. Pero caminarse poquito á poco á la iglesia, con la espe-
la vista de Hilario llevando espuertas de escom- ranza de que mientras tanto llegaría. No había
bro la hacía reflexionar mucho más que las ame- más que cien metros de distancia, y el padre Go-
nazas del cura. L a vieja estaba sorprendida, por- dard les metió prisa.
que nunca hubiera creído que aquel patizambo —¡Preguntadles si se están burlando de mí,' Soj
tuviese tanta fuerza. demasiado complaciente, y hace media hora qu'
—Si quiere trabajo—replicó la vieja por fin,— estoy aquí ¡Vamos, pronto, pronto!
puede ser que se lo encontremos. Y como ya habían llegado, á empujones los me-
tió en la iglesia, á la madre que llevaba en brazos
—Su sitio está en vuestra casa; lleváoslo,
á la recién nacida, al padre, al abuelo Fouan, al
Grande. tio Delhomme, á la tía Fanny y hasta al Sr. Char-
— Y a veremos-, que vaya mañana. les, que iba muy digno y vestido de levita negra,
Hilario, que había comprendido, se puso á tem- cual corresponde á un padrino.
blar tan terriblemeute, que por poco se rompe los —Señor cura—dijo Buteau con un tono de h u -
dos pies al dejar caer un escombro enorme que se mildad exagerada, en el cual se transparentaba
salió d é l a espuerta. Al marcharse dirigió una mi- cierta malicia,—si fueseis tan amable que nos hi-
rada furtiva á su abuela, una mirada de animal | cieseis la bondad de esperar un poquito
castigado, medroso y sometido. —Esperar, ¿á quién?
Pasó otra media hora. Becú, cansado de tocar, ' —Pues á la madrina, señor cura.
fumaba otra vez al sol. Y la Grande, silenciosa, ' El padre Godard se puso colorado como una
imperturbable, permanecía allí como si con su amapola, y ahogado por la rabia balbuceó:
presencia estuviesen cumplidos los deberes de cor- i.- —¡Buscad otra!
tesía que todos tenían con el cura; en tanto que J Todos sé miraron; Delhomme y Fanny menea-
éste, cada vez más exasperado, iba á cada rao-" ron la cabeza, en tanto que Fouan declaró:
mentó á la puerta de la iglesia con objeto de lan-
amo vengador? Todo eso era perder tiempo; mejor
—Eso no puede ser; sería una tontería. era guardar sus respetos y sus temores para los
—Mil perdones, señor cura—dijo el señor Char- gendarmes del Gobierno, que eran los más fuertes.
les, que creyó deber intervenir, explicando las co- El padre Godard vió á Buteau burlón, á la
sas como hombre de buena educación,—tenemos Grande desdeñosa, Delhomme y Fouan muy
la culpa y no la tenemos Mi mujer nos había fríos, y se enfureció al considerar que aquella
escrito formalmente que vendría anoche ó esta gente no tenía temor de Dios.
mañana. Está en Chartres..... —¡Ya sé yo que vuestras vacas tienen más re-
El padre G-odard tuvo un sobresalto, j fuera de ligión que vosotros! ¡Adiós! y meted al chiqui-
sí, olvidándose por completo de todas las conve- llo en el rio si queréis bautizarlo, salvajes!
niencias: Corrió á la sacristía á arrancarse rápidamente
— ¡ E n Chartres, en Chartres!—exclamo. — la sobrepelliz, volvió á cruzar la iglesia'y se f u é
Siento por vos que intervengáis en esto, señor hecho una l u r i a y tan bestialmente, que las gentes
Charles. Pero así no podemos continuar; no, no que estaba allí para asistir al bautizo no tuvieron
he de tolerar por más tiempo..... tiempo de decir una palabra y se quedaron con la
Y se puso cada vez más furioso. boca abierta y los ojos espantados.
—Aquí no se sabe cómo ofender á Dios en mi Pero lo peor fué que en aquel momento, mien-
persona; esto es un nuevo bofetón como los que tras el cura se encontraba en la calle Nueva con
llevo cada vez que vengo á Rognes..... Pero ahora Macqueron, vióse llegar por la carretera un coche-
voy á cumplir las amenazas que he formulado cillo donde venían la señora de Charles y Elodia.
otros días, y me voy para no volver jamás. Dé: La primera dijo que se había detenido en Chatean-
cidle eso al alcalde; buscad un cura y pagadlo si dem deseosa de abrazar á su nieta y que la habían
queréis tenerlo Yo por mi parte hablaré á Mon- permitido salir del colegio para pasar dos días con
señor, le contaré quién sois vosotros, y estoy se- ella. La buena señora se mostraba desolada por
guro que me dará la razón Sí, ya veremos haber hecho esperar con su tardanza, y declaró que
quién será el castigado.. Yais á vivir sin cura com ni siquiera había querido pasar por Boseblanche
los animales • á dejar su maleta.
Todos le escuchaban con curiosidad, pero en el — E s menester alcanzar al cura, dijo Elisa,
fondo con la perfecta indiferencia de las gentes • porque solamente á los perros no se les bautiza.
prácticas que maldito si creen en el Dios de las Buteau echó á correr; pero el padre Godard le
cóleras y de los castigos. ¿A qué venía apurarse llevaba mucha delantera, había pasado el puente
ni abatirse, ni comprar el perdón de sus pecados, y subido la colina, y ya no se le veía más que en lo
puesto que la idea del diablo sólo les hacía reír, y alto del montecillo.
puesto que habían dejado de creer que el viento y —¡Señor cura, señor cura!
el granizo y el rayo estuviesen en manos de un
Éste acabó por volver la cabeza y detenerse. encima de la mesa de la cocina, la señora de Char-
les se empeñó en que le llevasen su maleta para
—¿Qué?
—Abí está la madrina E l bautismo no se le distribuir los regalos. La abrió y sacó la envol-
niega á nadie. tura y la gorrita, que llegaban un poco tarde, y
Por un instante permaneció inmóvil. Luego, con después sacó las seis cajas de dulces que destinaba
el mismo paso precipitado, comenzó á bajar la; á la madre.
falda de la colina siguiendo al labrador, y así lle- —¿Es esto de la confitería de mamá?—preguntó
garon los dos á la iglesia sin haber cruzado una Elodia que los miraba con curiosidad.
sola palabra. La ceremonia fué muy precipitada; La señora de Charles tuvo un momento de tur-
el cura no dejó concluir el Credo á los padrinos, bación. Después, tranquila ya, contestó:
ungió á la criatura, le aplicó la sal y le echó el —No, hija mía; tu madre no tiene esta especia-
agua con ademán violento. Ya estaba haciendo lidad.
l ú e firmasen en el libro del registro, cuando la se- Y volviéndose hacia Elisa:
ñora de Charles le dijo: —Sabes que también he pensado en tí para
Señor cura, os traigo una caja de dulces, pero ropa blanca No hay cosa más lítil en una casa
! que la ropa blanca vieja Se la he pedido á mi
la traigo en la maleta.
hija y he desvalijado el fondo de sus armarios.
É l hizo un gesto para dar las gracias y se fué
Al oir hablar de ropa blanca todos se habían
después de repetir, volviéndose hacia todos:
acercado: Francisca, la Grande, el matrimonio
—¡Y adiós para siempre! |
Delhomme, hasta el-mismo Fouan, y formando
E l matrimonio Buteau y su familia, sofocados
círculo alrededor de la maleta, vieron á la anciana
por las prisas con que les habían hecho hacer
sacar un lío tremendo de trapos recién lavados
todo, le vieron desaparecer por la esquina de la
que exhalaban, á pesar del olor de la lejía, marca-
plaza envuelto en su negra sotana. Toda la gente;
do aroma de almizcle. Primero salieron sábanas
de la aldea estaba en el campo; en la plaza sólo se
finas hechas jirones, luego camisas, casi todas de
veían tres chiquillos jugando, y á lo lejos oíase sin
mujer, desgarradas, y á las cuales evidentemente
cesar el resoplido de la trilladora de vapor, que no
había arrancado los encajes y bordados del canesú
cesaba de trabajar un momento.
y de las mangas.
Cuando se encontraron en casa de Buteau, a la
puerta de la cual esperaba el cochecillo con la La señora de Charles las desdoblaba, las sacu-
maleta de la señora de Charles, todos convinieron día y daba explicaciones.
en beber una copa y volver á la tarde para comer , — ¡ Caramba! Las sábanas no están nuevas, por-
reunidos. No eran más que las cuatro, y ¿qué se que tienen cinco años de uso, y al fin y al cabo el
iban á hacer hasta que diesen las siete? Entoñces, roce del cuerpo las rompe. Ya veis, todas tienen
cuando las copas y los jarros de á litro estuvieron un agujero muy grande en medio; pero los lados
están muy buenos y se puede cortar de ellas una Cuando Elisa lo hubo guardado todo en su ar-
multitud de cosas. mario con ayuda de Francisca, se brindó por fin,
Todos se acercaban para verlas y tentarlas, ha- bebiendo á la salud de la chiquilla bautizada, á la
ciendo movimientos de cabeza aprobatorios, las cual la madrina había puesto de nombre Laura,
mujeres sobre todo, la Grande y Fanny, cuyos la- que era el suyo también. Luego, charlaron un rato
bios apretados delataban claramente4a envidia y oyeron al señor Charles sentado en la maleta
que sentían. Buteau sonreía en silencio en tanto interrogando á su mujer sin esperar á verse sólo
que Fouan y Delbomme denotaban con su actitud con ella, á causa de la impaciencia que sentía por
el respeto que les merecíala ropa blanca, que para saber cómo iban las cosas en Chateaudun. Á u n
ellos era la mayor riqueza del^ mundo, después de se apasionaba con los negocios, aun pensaba en
la tierra. aquella casa, fundada á fuerza de energía y de
— C u a n t o á las camisas—siguió diciendo la se- trabajo y jamás olvidada. Las noticias no eran
ñora de Chaíles desdoblándolas á su vez,—mirad- buenas. Ciertamente su hija Estrella terna manos
las; no están viejas del todo ¡ Ab! eso sí, desga- y buena cabeza; pero decididamente su yerno Van-
rrones no faltan, ¡ un verdadero destrozo! y como cogne no lo secundaba. Pasaba el día fumando y de-
no siempre se las puede zurcir, porque los zurcidos jaba que todo se marchase y que todo se rompiera:
molestan y además les quitan mérito, las tiran á la así las cortinas del número 3 tenían muchas man-
ropa vieja Pero tú, Elisa, puedes componerlas chas, el espejo del saloncito rojo se hallaba con el
muy bien azogue corrido, todas las cubetas y jarros de los
— Y a lo creo que me las,pondré,—dijo la cam- lavabos se salían, y ni siquiera se ocupaba en esas
cosas;*;y era tan necesario el brazo de un hombre
I pesina;—á mí no me importa llevar camisas zur-
para que se respetase el mobiliario de la casa!
cidas.
A cada nuevo destrozo de que el señor Charles
_ y yo—contestó Buteau con su aire malicioso tenía noticia, daba un suspiro, sus brazos caían y
da siempre y guiñándole el ojo,—me alegraré mu- su rostro se ponía más pálido. Una última queja,
cho que me bagas algunos pañuelos con ellas. murmurada en voz baja ol oído fué para él el
Esta vez todos rieron mucho cuando la joven colmo.
Elodia, que había seguido con la vista cada sábana
— E n fin, el mismo se ocupa con la del núme-
y cada camisa, exclamó:
ro 5, una gorda....
— ¡ O h ! ¡qué olor más raro echa esta ropa y
—¿Qué estás diciendo?
qué fuerte!! ¿ E s que toda esta ropa es de mamá?
: ,—Sí, estoy segura, porque los he visto.
L a señora <le Charles no titubeó.
E l señor Charles temblando cerró los puños en
—Pues es claro, hija mía..... E s decir, es la ro-
un momento de exasperada indignación.
pa de sus oficialas. Tienen que tenerla así las que
se dedican al comercio. —¡Miserable! ¡cansar así á su personal! ¡co-
merse de ese modo el establecimiento!..... ¡Ah! por miedo á coger manchas en el vestido, tuvo que
eso es lo último! obedecer, y uno y otro se pusieron á trabajar afa-
Con un gesto, la señora de Charles le hizo ca- i nosos. Al cabo de un cuarto de hora, Francisca
llar, porque Elodia volvía del corral donde había estaba con las mejillas muy coloradas, las muñe-
ido á ver las gallinas. Bebieron otro poco de vino, V cas hinchadas, toda la piel ardorosa y por entre
cargaron la maleta en el cochecillo, y el matrimo- .' sus labios salía fatigosa y jadeante la respiración.
nio Charles y su nieta siguieron á pie hasta su Y á cada golpe de maza su rodilla derecha esti-
casa. Los demás se fueron cada cual á dar una : raba el refajo; la cadera y el seno se hinchaban
vuelta por su casa, esperando la hora para volver í como si fueran á romper la tela; todas sus líneas
á comer. se marcaban rudamente como para enseñar la des-
Cuando se vió solo Buteau, descontento de aque- \ nudez de su cuerpo de mujer robusta. Se arrancó
lia tarde perdida, se quitó la americana y se puso 3 un botón del corpiño, y Buteau vió la carne blanca
á machacar trigo en un rincón en el patio, porque a bajo la correcta línea del cuello que subía y baja-
necesitaba un saco para el día siguiente. Pero •• ba acompasadamente cada vez que jugaban los
pronto se cansó de hacerlo solo, sin duda porque U músculos del brazo.
para animarse necesitaba la acostumbrada cadencia 5 Á las siete menos cuarto, cuando comenzaba á
del golpeteo de las dos mazas y llamó á Francisca, ¡¡ obscurecer, se presentaron Fouan y el matrimonio
quien á menudo le ayudaba en esa tarea, porque " Delhomme.
tenía los ríñones fuertes y^ los puños tan duros • — ¡ E s menester que acabemos antes de co-
como los de un muchacho. A pesar de la lentitud mer!—les gritó Buteau.—¡Allá vamos! ¡Anda
y de la fatiga de aquel sistema primitivo ve había Francisca, valiente!
negado siempre á emplear las trillas ordinarias, j Trabajando, pues, con ardor les encontró Juan,
diciendo como todosdos pequeños propietarios, que : que á su vez llegaba después de haber pedido per-
prefería hacerlo todosdos días, sin atender más que ; miso en la granja para comer fuera. Sintió celos al
á sus necesidades cotidianas. verlos ocupados en aquella operación, tan acompa-
— ¡ E h Francisca! ¿.Vienes? sados, tan iguales en levantar y bajar las mazas,
Elisa, ocupada en otras cosas de la cocina, quiso que cualquiera les hubiese creído ocupados más en
impedir que su hermana obedeciese; pero Buteau plantar un hijo que en machacar trigo.
se enfadó y habló de pegarlas á las dos. —¿Qué vienes tú á hacer aquí?
—¡Maldivas hembras! Si voy ahí, salen rodando Pero precisamente bajaba Elisa con Fouan y los
todas las cazuelas, y vosotras con una patada en Delhomme, con los cuales se acercó, diciendo son-
el trasero! E s preciso ganarse el pan, puesto riente:
que también sabéis coméroslo! —¡ Toma, pues si es verdad que no te lo he di-
Francisca, que se había quedado ya en refajo cbo !..... Le vi esta mañana y le convidé á comer.
La cara de su marido adquirió una expresión cir que no, y no decía tampoco que sí sin embar-
tal de ferocidad, que Elisa se apresuró á añadir: 'go. Buteau la miraba como si con la energía de
' :—¡ Creo, tío Fouan, que tiene que pediros algo! sus ojos quisiera meterle el sí dentro del cuerpo,
S I — ¿ E l qué?—preguntó el viejo. para que sus labios no lo pronunciaran. Si se ca-
J u a u se ponía colorado y balbuciente, muy con- saba la perdía, y perdía además sus ti<rras. La
trariado al ver que la cosa se planteaba así, tan idea brusca de esta consecuencia acabó de sulfu-
de prisa y delante de todos. Además Buteau le in- rarle.
terrumpió violentamente, porque la mirada mali- — ¡ Vamos á ver, padre—exclamó,—vamos a
ciosa que su mujer dirigía á Francisca se lo bizo ver, Delhorame, si esto no es asqueroso! ¿Cómo
comprender todo. hemos de darle esta chiquilla á ese viejo de col- ,
—¡ Quieres no fastidiarnos! ¡ No se ba hecho millo retorcido que ni siquera es de aquí, y que
esta miel para tu boca de asno, animal! ha venido al pueblo sabe Dios cómo ni en dónde?
Esta acogida brutal devolvió á J u a n su valor ¿ Y qué más?—interrumpió J u a n , — Si ella
acostumbrado. Volvió la espalda, y dirigiéndose al me quiere y yo la quiero ? Vamos Francisca, ha-
viejo: bla t ú , mujer.
— L a cosa—dijo—es muy sencilla, tío Fouan Pues es verdad—interrumpió Elisa, que de-
Como sois el tutor de Francisca, tengo que pedí- seaba que su hermana se casase por no verla en su
rosla para casarme con ella, ¿no es verdad? Si - c a s a — S i s e convienen, ¿á nosotros qué nos im-
ella me quiere, yo á ella también. Quiero casarme. porta? Ella no necesita de tu consentimiento y
Francisca, que aun tenía la maza en la mano, bastante hace con no mandarte á p a s e o ¡ Vaya
la dejó caer sorprendida y asombrada. Debía, sin una ocurrencia la t u y a !
embargo, esperárselo, pero no creía que J u a n se Entonces Buteau comprendió que' la cosa se
atreviese á pedirla así, tan de prisa y tan de pronto. lucía si la joven hablaba, porque estaba temero-
Buteau no dió tiempo á que contestase Fouan. so de que si sabía lo ocurrido entre ellos, todos
—¡ Bah! ¡ Vaya un tupé que tienes! dijo Un encontraran razonable la boda. Precisamente en
viejo de treinta y tres años casarse con una chi- aquél momento entraba la Grande en el corral,
quilla de diez y ocho! ¡Vaya, hombre, pues no y detrás el matrimonio Charles con Elodia. Bu-
faltaba m á s ! teau los llamó por señas, sin saber aún lo que iba
J u a n comenzaba á enfadarse. á decirles. Luego, con la c a r a apoplética, furioso,
— ¿ A tí qué te importa si ella me quiere y yo con el puño amenazando á su mujer y á su cu-
la quiero á ella? ñada,
Y miraba á Francisca para que le ayudase; pero —¡Malditas vacas! Sí, las dos sois dos va-
la muchacha continuaba sorprendida, asustada, cas, cochinas ¿Queréis saber lo que sucede?
sin atreverse á desplegar los labios. No podía de- Pues que me acuesto con las dos y por eso se bur-
lan de mí las muy puercas ¡ Con las dos! ca, y defenderse con ella. Hubo gritos, quisieron
¡Sí, os digo que son unas putas! interponerse, pero estaban tan terribles que to-
Charles y su m u j e r , con la boca abierta, reci- dos retrocedieron. E n medio del corral quedó un
bieron aquél chaparrón de injurias sin saber por gran espacio vacío; los dos combatientes ensan-
dónde les venía. Laura se precipitó hacia Elodia, chaban cada vez el círculo que formaban con sus
que escuchaba, como si quisierasescudarla con su terribles molinetes. Ninguno de los dos hablaba;
cuerpo; luego la empujó hacia la huerta gritán- los dos tenían los dientes apretados y las faccio-
dole: nes contraídas. No se oía más que el golpear seco
V — ¡Vé á ver las lechugas y las coles! ¡Oh de las mazas cada vez que chocaban en una para-
qué coles tan hermosas! da en firme. La lucha no podía durar; el primer
Buteau seguía inventando horrores y diciendo golpe sería por fuerza mortal.
cuantas infamias se le vem'an á la boca. Delhomme, Fouan, se precipitaron hacia ellos
Elisa, sorprendida sencillamente de aquel ac- al oir gritar á las mujeres. J u a n acababa de ro-
ceso brusco, se contentaba con encogerse de hom- dar por la paja, acometido traidoramente por Bu-
bros repitiendo: teau, que bajando la maza á nivel del suelo, le
— ¡ E s t á loco! ¡Hay que dejarlo! ¡Está loco! había dado en las piernas. J u a n se levantó en se-
-—¡ Díle que miente!—gritó J u a n á Francisca. guida sin hablar uua palabra, sin soltar la maza
— ¡ P u e s es claro que miente!—contestó la jo- de la mano y blandióndola con más furor que
ven con perfecta tranquilidad. nunca. E l arma describió un ancho círculo y cayó
— ¡ A h ! ¡ conque miento!..... ¡Ahora veréis có- á la derecha, cuando el otro la esperaba por la iz-
mo os echo de aquí á las dos, bribonas! quierda. Unas líneas más, y el cráneo hubiera sal-
Aquella audacia furiosa paralizaba á Juan que tado hecho pedazos. No tuvo más que una roza-
no sabía qué hacer. ¿Cómo había de Gonfesar dura en la oreja, pero el golpe fué á dar en el
ahora que Francisca se le había entregado? brazo, que quedó roto. Oyóse el ruido de un cris-
Buteau se sintió victorioso por esa indecisión tal cuando se rompe. La mano quedó como muer-
y por la actitud reservada de los demás, y vol- ta y soltó la maza.
viéndose hacia Juan, — ¡ A y ! ¡asesino, me ha m a t a d o ! — g r i t ó Bu-
— ¡ Y t ú , tunante, cuidado con volver á fasti- teau.
diarme en mi casa!..... Ahora lo primero que h a - Ju%n, con los ojos inyectados en s a n g r e , dejó
ces es plantarte en la calle ¿oyes? ¿Que no? el arma también. Luego los miró á todos como si
¡Pues espera, espera!.... se hubiera vuelto idiota por las cosas que aca-
Y recogió la maza del suelo y la levantó en el baban de suceder tan rápidamente allí, y se fué
aire con tanta rapidez, que J u a n no tuvo tiempo cojeando y con un gesto de furiosa desespera-
más que para coger la otra maza, la de Francis- ción.
Cuando salió de la casa vió á la Trouille, que
había presenciado el combate por encima de la ta-
pia dél corral. Aun se reía de ver en lo que acaba-
ba aquel bautizo, al que ni ella ni su padre ha-
bían sido invitados. ¡Cómo se divertiría Jesucristo
al saberlo, al saber que á su hermano le habían
roto una pata!
J u a n , desesperado, se alejaba pensando en que
ya era imposible Francisca para él.
La Trouille, oseando sus gansos, caminaba de-
trás de él sin hablar una palabra.

F I N D E L TOMO PEIMERT).

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