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Reflexiones de un insomne III

Pese a mi escepticismo inicial he encontrado a quienes me leen. Y se suma a ello, que un lector me efectuó una acertada
corrección fraterna que les comparto.
Quien lo hiciera expresó verbalmente que según su opinión, no es que en nuestra Argentina no se identifiquen objetivos o que
falten estrategias. Si hay sólidas políticas de estado pero que las mismas no obedecen al interés nacional y se animó a afirmar
que dichas políticas tampoco cuentan con el beneplácito de la parte más sana del pueblo argentino. Ejemplos de ello son: las
políticas en materia de derechos humanos, ideología de género y la temática desmalvinizadora. Esta nueva lectura democrática
que se ha consolidado en este siglo, se distingue, por ser algo así como una democracia de las minorías, ha generado una nueva
lógica que se nos impone como una tiranía de la anti-natura y una revuelta contra la realidad.
Este argumento me obliga a realizar una relectura de lo antes expuesto y diré en consecuencia que el problema radica en que
Argentina sí tiene objetivos y estrategias, pero emergen de transferencias ideológicas que le asignan a nuestra Nación, un rol
estrictamente periférico en cuanto a su perfil productivo, raquítico en relación a los atributos del poder nacional y destructivo de
nuestra cohesión social basada en principios cristianos. Ciertamente son políticas de estado que NO obedecen al interés argentino.
La clase dirigente ha adoptado libretos elaborados por los cerebros del mundialismo y actúan como si lo más apropiado consistiera
en la carencia de poder nacional y unas muy exiguas exigencias en materia internacional. Siguiendo este escueto planteo nos
trasformaríamos en un país “serio y previsible”, sin reclamos incómodos para los actores más significativos del sistema
internacional. De este modo quizás seamos vistos como serios y previsibles pero en el plano práctico nos hemos convertido en lo
que denunciara en su momento Bruno Jacovella: “un país minusválido”.
Para los políticos vernáculos, la estrategia nacional se reduce a “insertarnos inteligentemente en el proceso de la globalización”, y
ahora suman sin beneficio de inventario e irreflexivamente las exigencias de la Agenda 2030.
Todo este discurso que promueve una política exterior “de consensos” que busca sistemáticamente evitar todo conflicto con otros
actores, las más de las veces en desmedro de nuestros propios intereses; pero como sabemos que la realidad es muy terca, esta
actitud no erradica la naturaleza agonal de la praxis política. Ejemplo contundente de esta actitud anímica queda reflejada en la
desafortunada frase del ex presidente Alfonsín cuando afirmó muy suelto de cuerpo que “Argentina no tiene hipótesis de
conflicto” aserto que se convertiría en una especie de dogma para cuanto pelele se incorporara al quehacer político telúrico. Este
rol de “buen alumno” que hemos adoptado se ha venido consolidando con particular énfasis luego de la guerra de Malvinas, y por
eso creemos que la cuestión del Atlántico sur excede a la geopolítica: la causa Malvinas debe constituirse en símbolo de
nuestra recuperación nacional.
En respuesta a esta realidad, habrá que superar esa colonización mental que legitima nuestra dependencia a través de una
“pedagogía de la debilidad” que nos hace creer que no tener poder y no contrariar a los poderosos es virtuoso, recordemos aquello
de las relaciones carnales del tríptico Caballo, Di Tella y Menem, como que también es virtuoso practicar siempre y en toda
circunstancia el pacifismo, la solidaridad global y el humanitarismo. Veamos algunas consecuencias prácticas de esta mentalidad:
no tenemos una política activa en materia de defensa, porque Gran Bretaña tiene peso en los mercados financieros a los que
nuestros dirigentes suelen peregrinar a mendigar dinero; no consolidamos la unidad geopolítica de América del sur, porque esta
sería el “patio trasero” de los Estados Unidos; no producimos alimentos para una sana alimentación, porque les corta el negocio a
las transnacionales que nos envenenan con sus transgénicos y fertilizantes… y así podríamos seguir.

Para revertir esta situación habrá que cambiar de lógica: hay que entender que no vivimos en un mundo de corderos, sino en uno
donde los actores con más poder se comportan como lobos, ya que pretenden mantener su posición hegemónica, utilizando
indiscriminadamente cualquier estrategia utilizable e instrumentando los organismos internacionales en su exclusivo beneficio.
Esto siempre fue, es y será así, pero por nuestra particular ubicación geográfica alejada de los tradicionales focos de conflicto, el
mito de la Argentina “isla de paz” caló hondo en el imaginario colectivo de nuestros compatriotas. Ahora bien, ese mito ya no
puede sostenerse y es un grave error fingir que sigue existiendo, más aún en escenarios progresivamente integrados y complejos.
La respuesta a estas falencias consistiría en: construir poder nacional, potenciar adecuadamente el territorio y modernizar la
economía dando prioridad al conocimiento y a las tecnologías de vanguardia, que para disgusto de mucho suponen la recuperación
de aquellas tecnologías de usos múltiples es decir tanto para el campo civil como militar. Asimismo, habrá que proteger nuestros
recursos naturales y utilizarlos en un desarrollo autonómico que posibilite recuperar el pleno empleo productivo.
Seguramente este proyecto se evaluará como inconveniente para los intereses dominantes, en consecuencia habrá que hacerse
cargo de los potenciales conflictos que necesariamente se derivarán de este cambio de rumbo, para lo cual la sabiduría política
deberá planificar estrategias que permitan abordarlos. Si realmente queremos consolidar una nación independiente, tales son los
desafíos y riesgos que debemos asumir.

Mendoza, marzo de 2023

GFU

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