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En el imaginario colectivo, el término “caballería” evoca un código de conducta honorable

con efectos civilizadores sobre los guerreros de la Edad Media. La imagen paradigmática
que acude a la mente cuando pensamos en los caballeros del medievo es la de un séquito de
guerreros al servicio de un monarca perfecto cuyas virtudes garantizan la armonía al
interior de la sociedad; sin embargo, esta representación idealizada de la caballería deriva
en gran medida de fuentes literarias elaboradas por autores interesados en ofrecer un
modelo didáctico-moral prescriptivo a guerreros que raramente se conducían de acuerdo
con los preceptos sugeridos. Esta tensión entre el carácter prescriptivo o descriptivo de los
modelos literarios o jurídicos de la caballería ha dominado el debate sobre el ejercicio de la
violencia por parte de los caballeros durante la Edad Media.
Mathew Strickland (1966) es uno de los primeros especialistas que cuestionaron el
carácter descriptivo de las representaciones idealizadas de la caballería. El autor reconoce
el agresivo desdén que los miembros del orden caballeresco mostraban por los laboratores
agrícolas y el artesanado urbano durante la destrucción sistemática de los dominios del
enemigo, práctica que conformaba una parte integral y ubicua de la guerra durante la Edad
Media. La crueldad de los caballeros era especialmente grande contra los contingentes de
infantería, arqueros y ballesteros, quienes —a decir de los caballeros— tenían una ventaja
‘injusta’, puesto que sus proyectiles eran capaces de penetrar armaduras, aumentando
enormemente la tasa de letalidad entre los combatientes nobles. Strickland sostiene,
además, que la conquista normanda trajo consigo el desarrollo de un sentido de “hermandad
de armas” (notitia contubernu) inexistente entre los anglosajones de la época precedente.
Por su parte, John Gillingham (2000) retomó los argumentos de Strickland. De
acuerdo con el autor, la introducción de la caballería a partir de la conquista normanda
conlleva una significativa restricción de la violencia ejercida sobre el oponente derrotado;
aunque esta protección se limita exclusivamente a los miembros de la aristocracia, quienes
—en caso de ser capturados— poseen bienes económicos estratégicos que pueden entregar
como pago por su liberación (villas agrícolas y castillos). Por otra parte, los plebeyos que
participan en el combate tienen nulas probabilidades de evitar la muerte o la mutilación. No
obstante, el autor considera que bajo la dominación normanda incluso la población no
combatiente estaba expuesta a un menor riesgo de muerte o esclavitud a comparación de la
época precedente de las invasiones danesas. Con gran acierto, Gillingham señala que el
funcionamiento social del código de la caballería depende de un estado de desarrollo
particular de los medios económicos1.
Por su parte, Richard Kaeuper (2016) concede que el final del periodo germánico
temprano trajo consigo un efecto civilizador sobre los guerreros medievales, pero considera
que Strickland atribuye erróneamente el declive en la ejecución de los prisioneros
capturados, la violación y la práctica de la esclavitud a las virtudes morales del
Conquistador. El autor afirma que la causa de estas transformaciones en el comportamiento
de los combatientes debe buscarse en “amplias alteraciones societales”, más que en
cualquier sentido abstracto de benevolencia de la élite gobernante. 2 Sin embargo, Kaeuper
considera que, incluso tomando en cuenta los cambios señalados por Strickland y
Gillingham, es necesario reconocer que la práctica de la guerra en la Edad media continuó
siendo una realidad brutal que raramente se ajustaba a las prescripciones de los tratados
sobre caballería o a los límites estipulados por la legislación; lo cual no implica que la
caballería fuera letra muerta, puesto que sus principios eran intensamente discutidos,
debatidos y practicados.3
En el ámbito hispano, el trabajo reciente de Samuel Claussen (2020) sobre Castilla
es una espléndida contribución que integra muchas de las ideas desarrolladas por Kaeuper
para un contexto en el que prevalece una visión de la caballería como una fuerza
constructiva para el orden político en los comienzos de la Modernidad.

1
Por ejemplo, en el contexto celta, la ausencia relativa de fortalezas de piedra y villas agrícolas productivas
explica la aniquilación sistemática de los prisioneros tras una batalla —incluso los miembros de la aristocracia
—; en contraste, diversos cronistas que escriben en la época inmediatamente posterior a la conquista
normanda (William de Malmesbury, Henry de Huntingdon, Geoffrey Gaimar, etc.) perciben el periodo de los
reyes anglosajones como menos pacífico, menos organizado y menos misericordioso que su propio tiempo.
2
Kaeuper, Medieval Chivalry, p. 165.
3
Ibid., p. 176.

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