Está en la página 1de 1

Néstor Julián Ríos Guzmán

Dentro de toda la orientación que realiza Pedro Sarmiento a sus hijos en lo que tiene que
ver con su desarrollo como personas de bien, surge un elemento encontrado constantemente dentro
de su narración que es utilizado de diferentes maneras dependiendo del contexto donde se menciona
o la intencionalidad de dicho nombramiento; en este caso me refiero al tema religioso y/o la
devoción constante a un dios que es transversal en toda la descripción de la vida del protagonista.

En el primer capítulo refiriéndose a la mala elección de sus padres con los padrinos de bautizo que
le correspondieron, evidencia una crítica a la forma en que se eligen estos sin tener consideración
con el papel fundamental que deben jugar los personajes escogidos y, especialmente por tratarse de
un sacramento que exige dicho compromiso: “reniego de semejantes padrinos, y más reniego de los
padres que haciendo comercio del sacramento del bautismo no solicitan padrinos virtuosos y
honrados” (de Lizardi. P. 34); así mismo una postura de como los padres eligen padrinos más por
una apariencia social que de forma concienzuda y espiritual.

Además, un maestro por el que demuestra gran admiración y un recuerdo evidentemente bello, con
el que trae también a colación el tema divino; primero como un ser superpoderoso creador de todo y
digno de respeto y agradecimiento; aunque unos renglones más adelante presente una cantidad de
castigos que podrían acarrear quienes tengan malos comportamientos, a pesar que no lo manifiesta
directamente sino, a través de una manipulación tremenda, dando a entender al niño que no serán
necesarios ya que el y los niños del lugar no son merecedores de esto por ser de buenas cunas, todo
respaldado bajo la mirada piadosa de un dios amoroso; en capítulo III en la página 51 dice: “El
azote hijo mío, se inventó para castigar afrentando al racional, y para avivar la pereza del bruto que
carece de razón” ¿Quién no se porta bien después de esa presentación?

También al principio del capítulo IX, muestra una clara crítica al estudio de las ciencias teológicas
desde una postura secular, es decir, para conseguir algo de éxito o buen porvenir en estos caminos,
es fundamental pertenecer a lo clerical, haciéndolos interventores de conciencia con discursos
llenos de iluminación, cosa que no posee un secular. Capítulo IX página 103: “pues un secular, por
buen teólogo o canonista que sea, ni podrá orar en un púlpito, ni resolver un caso de conciencia en
un confesionario.”

También podría gustarte