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Historia de la Iglesia Moderna

Cuaderno de textos

1. Marsilio de Padua y el concilio universal................................... 4


2. El decreto «Frequens» del Concilio de Constanza..................... 4
3. El individualismo en la Italia del Quattrocento ......................... 5
4. Erasmo de Rotterdam ............................................................... 6
5. Errores de Martín Lutero ........................................................... 7
6. Zwinglio y la Disputa de Zúrich, 29 de enero de 1523 ............. 10
7. Doctrina tridentina sobre la comunión ................................... 15
8. Constituciones del Colegio de San Vicente de Salamanca ...... 17
9. La encomienda, de servicio a tributo ...................................... 19
10. Carta apologética de Martín de Azpilcueta al Gobernador de
Milán ....................................................................................... 20
11. Concepción escolástica de la teología y su gestión ................. 23
12. El alumbradismo ...................................................................... 24
13. La experiencia Ignaciana ......................................................... 25
14. Carlos V a Felipe II sobre la asistencia de Vitoria al Concilio de
Trento ...................................................................................... 27
15. Melchor Cano al emperador Carlos V, sobre la asistencia a
Trento ...................................................................................... 29
16. El concordato de Bolonia......................................................... 29
17. Edicto de Nantes (1598) .......................................................... 30
18. Fray Luis de León y la lectura de la Escritura y la Teología ...... 32
19. La encomienda, de servicio a tributo ...................................... 33
20. El Patronato Real de las Indias ................................................ 34
21. La Universidad de Salamanca y el juramento de seguir a santo
Tomás ...................................................................................... 35
22. La exposición de Pascal en Port-Royal (1658) ......................... 36
23. Los turcos y la invasión de Europa .......................................... 37
24. Religión y fines del Estado ....................................................... 40
25. Dificultades de la monarquía católica en su relación con Roma
................................................................................................. 42

1
26. La necesidad de elegir libremente la carrera eclesiástica ....... 43
27. Los jesuitas y la espiritualidad-devoción juvenil ...................... 43
28. La devoción popular ................................................................ 46
29. El Rey al arzobispo de Burgos sobre abusos en Semana Santa47
30. Misión simbólica celebrativa del triunfo sobre los protestantes
................................................................................................. 47
31. Expresión barroca de la fe ....................................................... 48
32. La religión como bien de la nación .......................................... 49
33. La tolerancia religiosa .............................................................. 52
34. Elogio de la tolerancia religiosa ............................................... 52
35. La Roma de Sixto V .................................................................. 56
36. La expulsión de los jesuitas ..................................................... 56

0. Pautas orientativas para la elaboración de un comentario de texto

1. Lectura del texto.


2. Clasificación del texto. Naturaleza según el tema: narrativa (crónicas,
biografías...), epistolar, legislativa, acta-diploma de tipo cancilleresco,
política, fiscal… Lugar de origen. Datación. Finalidad y destinatarios del
texto.
3. Autor. Personalidad. Circunstancias del momento histórico. Circunstan-
cias personales…
4. Resumen del texto.
5. Análisis del texto. División del texto. Definición y explicación de térmi-
nos, conceptos, Instituciones, datos, referencias, etc. Enmarcar los con-
ceptos en su contexto histórico.
6. Comentario del texto. Causalidad y antecedentes que expliquen el
texto. Situación del texto dentro del proceso histórico: exposición, sir-
viéndose del texto, del momento, fenómeno o período histórico a que
se haga referencia. Consecuencias históricas que puedan deducirse del
texto.
7. Valoración crítica del texto. Autenticidad y exactitud. Posibles errores.
Cotejo o comparación con otros documentos análogos o con lo que se
sepa sobre el tema. Autor y sus circunstancias. Posturas de los historia-
dores sobre el tema a que se refiere el texto. Valoración del texto en
función de un mejor conocimiento y esclarecimiento del tema. Compa-
ración con la situación de la Iglesia en el momento presente. Valoración
y opinión personal.

2
3
1. Marsilio de Padua y el concilio universal

Marsilio de Padua, Le defenseur de la Paix, J. Quillet (ed.), Paris, 1968, pp. 396-397. To-
mado de: A. Lozano - E. Mitre, Análisis y comentarios de textos históricos. I. Edad Antigua y Media,
Madrid, 1978, p. 215.

Voy a mostrar a continuación como la autoridad principal, mediata o inme-


diata, para efectuar tal determinación (definiciones en cuestiones de fe), descansa
solamente o bien en el concilio general de los cristianos o bien en su parte prepon-
derante, o aquellos en los cuales tal autoridad les ha sido conferida por el conjunto
de los fieles cristianos; de tal manera que todas las provincias o comunidades no-
tables del mundo de acuerdo con la determinación de su legislador humano, bien
uno bien varios, y de acuerdo con su proporción en calidad y en cantidad de perso-
nas, eligen hombres fieles, sacerdotes, primero y no sacerdotes, después, pero
siempre personas idóneas, por ejemplo, hombres que hayan dado buenas pruebas
de su conducta en su vida y los más expertos en materia de ley divina que, en tanto
que jueces en el primer sentido del término, representantes del conjunto de los
fieles, en virtud de la autoridad susodicha que les ha sido conferida por el conjunto
de los fieles, se reúnan en un lugar determinado del mundo, que sea, sin embargo,
el más conveniente según la decisión de la mayor parte de ellos; en este lugar, de-
finirán al mismo tiempo todo aquello que, tocando a la ley divina, les parezca du-
doso, útil, expediente o necesario para determinar; y también pondrán en orden
todo aquello que, concerniente al rito de la iglesia o al culto divino, conduzca tam-
bién al descanso o a la tranquilidad de los fieles.
Es, en efecto, vano e inútil que la multitud de los creyentes, inexpertos, se
reúnan para tal asamblea; es inútil, por cuanto sería distraído para las tareas nece-
sarias a la subsistencia de la vida corporal aquello que sería una carga y, tal vez,
algo insoportable.

2. El decreto «Frequens» del Concilio de Constanza

J. Gill, Constance et Balê-Florence, Paris, 1965, pp. 338-329 (1417). Tomado de: M.A. La-
dero Quesada, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, pp. 810-811.

La frecuente celebración de concilios generales es uno de los mejores me-


dios para cultivar el campo del Señor, porque arranca las malas hierbas, las espinas
y los cardos de la herejía, del error y del cisma, corrige los excesos, reforma lo que
ha sido deformado y lleva a la viña del Señor hacia la abundante cosecha que per-
mite una tierra fértil, mientras que despreciar estos medios sólo sirve para exten-
der y favorecer todos los males susodichos, desgracias que traen ante nuestra vista

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el recuerdo de los tiempos pasados y la consideración de los presentes. En conse-
cuencia, por el presente edicto decidimos, decretamos, y ordenamos que se cele-
bren en los sucesivos concilios generales, de tal manera que el primero que siga a
la terminación del presente concilio se celebre dentro de cinco años, el segundo
siete años después del anterior, y a continuación de diez en diez años, en el lugar
en que [...] el mismo concilio ha de fijar y designar.
Así, sin solución de continuidad, o bien el concilio estará en el ejercicio de
su poder o bien se estará en su espera dentro del plazo fijado. El Soberano Pontí-
fice, con consejo de sus hermanos cardenales de la Santa Iglesia Romana, puede
abreviar los plazos de convocatoria si circunstancias fortuitas lo hacen preciso, pero
de ningún modo alargarlos [...] El Soberano Pontífice está obligado a publicar y dar
a conocer legítima y solemnemente cualquier cambio de lugar de celebración o
acortamiento de plazos, con antelación de un año, a fin de que las personas suso-
dichas puedan reunirse en la fecha fijada para la celebración del concilio.

3. El individualismo en la Italia del Quattrocento

Pico della Mirandola, Heptaplus (1489). Tomado de: M. Artola, Textos fundamentales para
la Historia, Madrid, 1968, p. 197.

Hállanse los hombres en superior condición que los restantes mortales,


pues así por su naturaleza, como por la felicidad natural, sácanles grandes ventajas,
por estar dotados de la inteligencia y libre arbitrio, condiciones las más adecuadas
para conducirnos al estado de beatitud.
Suprema entre todas las criaturas es la mente angélica, así por la nobleza
de su sustancia, como por su capacidad para alcanzar el fin, del que participa en
modo particular, por estarle unida de manera más cercana. Pues cierto es ver, como
arriba dejamos dicho, que con tal felicidad, ni las plantas, ni los brutos, ni el hom-
bre, ni el ángel pueden alcanzar a Dios que es el bien supremo en su misma esencia,
sino sólo en sí mismos.
Por donde vemos el grado beatitud variar relativamente a la capacidad na-
tural. Así los filósofos que sólo hablaron de ella, dijeron estar la felicidad de cada
cosa, en la perfección alcanzada en su obrar, según su naturaleza. Y los mismos
ángeles, a los que llaman mentes e inteligencias, incluso reconociendo hallarse en
ellos mayor perfección, por tener conocimiento de Dios, no admitieron sin embargo
que posean otro conocimiento de Él, sino en cuanto a sí mismos se conocen: de
modo que comprenden de Dios aquella porción que se halla impresa en su propia
sustancia. Acerca del hombre, aunque sustentaron opiniones diversas, todos se
contuvieron en las lindes de las humanas facultades, diciendo hallarse la felicidad
del hombre, ora en su misma búsqueda de la verdad —opinión que mantuvieron

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los Académicos—, ora en su misma conquista, mediante los estudios filosóficos,
como afirmó Alfarabi.

4. Erasmo de Rotterdam

Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, Capítulo LIII

Quizá sería mejor pasar en silencio por los teólogos y no remover esta cié-
naga ni tocar esta hierba pestilente, no sea que, como gente tan sumamente severa
e iracunda, caigan en turba sobre mí con mil conclusiones forzándome a una re-
tractación y, caso de que no accediese, me declaren en seguida hereje. Con este
rayo suelen confundir a todo el que no se les somete. No hay, ciertamente, otros
protegidos míos que de peor gana reconozcan mis favores, a pesar de serme deu-
dores de grandes beneficios, pues lisonjeándose con su amor propio puede decirse
que habitan en el tercer cielo, desde cuya altura consideran a los demás mortales
como un ganado despreciable y digno de lástima que se arrastra sobre la tierra. Se
hallan tan fortificados con definiciones magistrales, conclusiones, corolarios, pro-
posiciones explícitas e implícitas y tan bien surtidos de subterfugios, que no serían
capaces de prenderles ni las mismas redes de Vulcano, pues lograrían escurrirse a
fuerza de estos distingos que cortan los nudos con la misma facilidad que el acero
de Tenedos; hasta tal punto están provistos de palabras recién acuñadas y de vo-
cablos prodigiosos. Además son capaces de explicar a su capricho los misterios más
profundos: cómo y por qué fue creado el mundo; por qué conducto se ha transmi-
tido la mancha del pecado a la descendencia de Adán; cómo concibió la Virgen a
Cristo, en qué medida y cuánto tiempo le llevó en su seno; y de qué manera en la
Eucaristía subsisten los accidentes sin sustancia.

Estas sutilezas sutilísimas se convierten en doblemente sutiles con tantos
sistemas escolásticos, de suerte que es más fácil salir del Laberinto que de la con-
fusión de realistas, nominalistas, tomistas, albertistas, occamistas, escotistas, y aún
no he dicho sino unas cuantas sectas, sólo las principales. En todas ellas es tan pro-
funda la doctrina y tanta la dificultad, que tengo para mí que los Apóstoles precisa-
rían una nueva venida del Espíritu Santo si tuvieran que habérselas con estos teó-
logos de hoy.
San Pablo pudo ser un admirable defensor de la Fe, pero mostrose poco
magistral al definirla diciendo solamente que «La Fe es el fundamento de las cosas
que se esperan y la convicción de las que no se ven». Así como practicó la caridad
de modo admirable, acreditó ser poco dialéctico en la división y en la definición que
hace de ella en el capítulo XIII de su primera Epístola a los corintios. Los Apóstoles,
que sin duda consagraban con devoción, si se les hubiera interrogado acerca de los

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términos «a quo» y «ad quem», o sobre la Transustanciación, o de cómo el mismo
cuerpo puede a la vez ocupar dos lugares distintos, o de las diferencias que pueden
hallarse en el cuerpo de Cristo, ora cuando está en el cielo, ora en la cruz, ora en el
sacramento de la Eucaristía, o en qué momento preciso se verifica la Transustan-
ciación –ya que las palabras en cuya virtud se realiza, como cantidad discreta, se
pronuncian sucesivamente–, no es posible que sus respuestas alcanzasen a la agu-
deza de los escotistas en la definición y explicación de todo lo que he dicho. Cono-
cieron a la Madre de Cristo, pero ¿cuál de ellos hubiera demostrado tan filosófica-
mente como nuestros teólogos de qué modo la Virgen fue preservada del pecado
original? Pedro recibió las llaves y las recibió de Aquel que no las hubiera confiado
a indigno, pero no sé, empero, si entendió y, desde luego, no llegó a la sutileza de
saber cómo un hombre puede llevar las llaves de la Ciencia careciendo en absoluto
de ella. Estos Apóstoles bautizaban por todas partes y, sin embargo, jamás explica-
ron la causa formal, material, eficiente y final del bautismo, ni hay mención alguna
de ellos de su carácter deleble e indeleble. Adoraban a Dios en espíritu, sin atender
más que a las palabras del Evangelio: «Dios es espíritu y en espíritu y en verdad se
le debe adorar», pero no consta que les fuese revelado entonces que se deba ado-
rar del mismo modo una mala imagen de Cristo pintada con carbón en una pared,
a condición de que tenga dos dedos extendidos, larga cabellera y una aureola con
tres rayas sobre el occipucio. ¿Quién podrá darse cuenta de ello sin haber pasado
por lo menos treinta y seis años estudiando la física y la metafísica de Aristóteles y
Escoto?

5. Errores de Martín Lutero

Bula «Exsurge Domine» (15 junio 1520), por la que se condenan los errores de Martín Lu-
tero. Tomado de: H. Denzinger - P. Hünermann, El Magisterio de la Iglesia. Enchiridion symbolorum
definitonum et declarationu de rebus fidei et morum, Barcelona, Herder, 2000, pp. 473-478, nn.
1451-1492.

1. Es sentencia herética, pero muy al uso, que los sacramentos de la Nueva


Ley, dan la gracia santificante a los que no ponen óbice.
2. Decir que en el niño después del bautismo no permanece el pecado, es
conculcar juntamente a Pablo y a Cristo.
3. El incentivo del pecado [fomes peccati], aun cuando no exista pecado
alguno actual, retarda al alma que sale del cuerpo la entrada en el cielo.
4. La caridad imperfecta del moribundo lleva necesariamente consigo un
gran temor, que por sí solo es capaz de atraer la pena del purgatorio e impide la
entrada en el reino.

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5. Que las partes de la penitencia sean tres: contrición, confesión y satis-
facción, no está fundado en la Sagrada Escritura ni en los antiguos santos doctores
cristianos.
6. La contrición que se adquiere por el examen, la consideración y detesta-
ción de los pecados, por la que une repasa sus años con amargura de su alma, pon-
derando la gravedad de sus pecados, su muchedumbre, su fealdad, la pérdida de la
eterna bienaventuranza y adquisición de la eterna condenación; esta contrición
hace al hombre hipócrita y hasta más pecador.
7. Muy veraz es el proverbio y superior a la doctrina hasta ahora por todos
enseñada sobre las contriciones: “La suma penitencia es no hacerlo en adelante; la
mejor penitencia, la vida nueva”.
8. En modo alguno presumas confesar los pecados veniales; pero ni siquiera
todos los mortales, porque es imposible que los conozcas todos. De ahí que en la
primitiva Iglesia sólo se confesaban los pecados mortales manifiestos (o públicos).
9. Al querer confesarlo absolutamente todo, no hacemos otra cosa que no
querer dejar nada a la misericordia de Dios para que nos lo perdone.
10. A nadie le son perdonados los pecados, si, al perdonárselos el sacer-
dote, no cree que le son perdonados; muy al contrario, el pecado permanecería, si
no lo creyera perdonado. Porque no basta la remisión del pecado y la donación de
la gracia, sino que es también necesario creer que está perdonado.
11. En modo alguno confíes ser absuelto a causa de tu contrición, sino a
causa de la palabra de Cristo: Cuanto desatares, etc. [Mt 16,19]. Por ello, digo, ten
confianza, si obtuvieres la absolución del sacerdote y cree fuertemente que estás
absuelto, y estarás verdaderamente absuelto, sea lo que fuere de la contrición.
12. Si, por imposible, el que se confiesa no estuviera contrito o el sacerdote
no lo absolviera en serio, sino por juego; si cree, sin embargo, que está absuelto,
está con toda verdad absuelto.
13. En el sacramento de la penitencia y en la remisión de la culpa no hace
más el Papa o el obispo que el ínfimo sacerdote; es más, donde no hay sacerdote,
lo mismo hace cualquier cristiano, aunque fuere una mujer o un niño.
14. Nadie debe responder al sacerdote si está contrito, ni el sacerdote debe
preguntarlo.
15. Grande es el error de aquellos que se acercan al sacramento de la Eu-
caristía confiados en que se han confesado, en que no tienen conciencia de pecado
mortal alguno, en que han previamente hecho sus oraciones y actos preparatorios:
todos ellos comen y beben su propio juicio. Mas si creen y confían que allí han de
conseguir la gracia, esta sola fe los hace puros y dignos.

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16. Oportuno parece que la Iglesia estableciera en general Concilio que los
laicos recibieran la Comunión bajo las dos especies; y los bohemios que comulgan
bajo las dos especies, no son herejes, sino cismáticos.
17. Los tesoros de la Iglesia, de donde el Papa da indulgencias, no son los
méritos de Cristo y de los Santos.
18. Las indulgencias son piadosos engaños de los fieles y abandonos de las
buenas obras; y son del número de aquellas cosas que son lícitas, pero no del nú-
mero de las que convienen.
19. Las indulgencias no sirven, a aquellos que verdaderamente las ganan,
para la remisión de la pena debida a la divina justicia por los pecados actuales.
20. Se engañan los que creen que las indulgencias son saludables y útiles
para provecho del espíritu.
21. Las indulgencias sólo son necesarias para los crímenes públicos y pro-
piamente sólo se conceden a los duros e impacientes.
22. A seis géneros de hombres no son necesarias ni útiles las indulgencias,
a saber: a los muertos o moribundos, a los enfermos, a los legítimamente impedi-
dos, a los que no cometieron crímenes, a los que los cometieron, pero no públicos,
a los que obran cosas mejores.
23. Las excomuniones son sólo penas externas y no privan al hombre de las
comunes oraciones espirituales de la Iglesia.
24. Hay que enseñar a los cristianos más a amar la excomunión que a te-
merla.
25. El Romano Pontífice, sucesor de Pedro, no fue instituido por Cristo en
el bienaventurado Pedro vicario del mismo Cristo sobre todas las Iglesias de todo
el mundo.
26. La palabra de Cristo a Pedro: Todo lo que desatares sobre la tierra etc.
[Mt 16], se extiende sólo a lo atado por el mismo Pedro.
21. Es cierto que no está absolutamente en manos de la Iglesia o del Papa,
establecer artículos de fe, mucho menos leyes de costumbres o de buenas obras.
28. Si el Papa con gran parte de la Iglesia sintiera de este o de otro modo, y
aunque no errara; todavía no es pecado o herejía sentir lo contrario, particular-
mente en materia no necesaria para la salvación, hasta que por un Concilio univer-
sal fuere aprobado lo uno, y reprobado lo otro.
29. Tenemos camino abierto para enervar la autoridad de los Concilios y
contradecir libremente sus actas y juzgar sus decretos y confesar confiadamente lo
que nos parezca verdad, ora haya sido aprobado, ora reprobado por cualquier con-
cilio.

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30. Algunos artículos de Juan Hus, condenados en el Concilio de Constanza,
son cristianísimos, veracísimos y evangélicos, y ni la Iglesia universal podría conde-
narlos.
31. El justo peca en toda obra buena.
32. Una obra buena, hecha de la mejor manera, es pecado venial.
33. Que los herejes sean quemados es contra la voluntad del Espíritu.
34. Batallar contra los turcos es contrariar la voluntad de Dios, que se sirve
de ellos para visitar nuestra iniquidad.
35. Nadie está cierto de no pecar siempre mortalmente por el ocultísimo vi-
cio de la soberbia.
36. El libre albedrío después del pecado es cosa de mero nombre; y mien-
tras hace lo que está de su parte, peca mortalmente.
37. El purgatorio no puede probarse por Escritura Sagrada que esté en el
canon.
38. Las almas en el purgatorio no están seguras de su salvación, por lo me-
nos todas; y no está probado, ni por razón, ni por Escritura alguna, que se hallen
fuera del estado de merecer o de aumentar la caridad.
39. Las almas en el purgatorio pecan sin intermisión, mientras buscan el
descanso y sienten horror de las penas.
40. Las almas libradas del purgatorio por los sufragios de los vivientes, son
menos bienaventuradas que si hubiesen satisfecho por sí mismas.
41. Los prelados eclesiásticos y príncipes seculares no harían mal si destru-
yeran todos los sacos de la mendicidad.
Censura del Sumo Pontífice: Condenamos, reprobamos y de todo punto re-
chazamos todos y cada uno de los antedichos artículos o errores, respectivamente,
según se previene, como heréticos, escandalosos, falsos u ofensivos de los oídos
piadosos o bien engañosos de las mentes sencillas, y opuestos a la verdad católica.

6. Zwinglio y la Disputa de Zúrich, 29 de enero de 1523

Las LXVII tesis de Ulrico Zwinglio. Tomado de: Zwingli. Scritti teologici e politici, E. Genre -
E. Campi (curs.), Torino, Claudiana, 1985, pp. 114-120.

Yo, Ulrico Zwinglio, confieso haber predicado en la muy noble ciudad de


Zürich los artículos y pensamientos que luego pasaré a exponer. Se basan en la Sa-
grada Escritura, la “theopneustos”, o sea, la inspirada por Dios.
Me ofrezco a defender dichos artículos y estoy dispuesto a dejarme alec-
cionar en el caso de que yo no haya comprendido bien la Sagrada Escritura; pero

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cualquier corrección que se me haga ha de estar basada exclusivamente en la Sa-
grada Escritura.
1. Yerran y ofenden a Dios todos los que dicen que nada vale el Evangelio
si no es confirmado por la Iglesia.
2. He aquí resumido el Evangelio: Nuestro Señor Cristo Jesús, el verdadero
Hijo de Dios, nos ha dado a conocer la voluntad de su Padre celestial y con su
muerte inocente nos ha redimido y reconciliado con Dios.
3. Por eso es Cristo el único camino de salvación para todos los hombres
que fueron, son y serán.
4. Cualquiera que busque o indique otra puerta yerra e incluso es un ase-
sino de las almas y un ladrón.
5. Por consiguiente, todos cuantos enseñan falsas doctrinas diciendo que
son iguales al Evangelio o que valen más que éste ignoran lo que es el Evangelio.
6. Porque Cristo Jesús es el jefe y capitán por Dios prometido a los hombres
y por Dios enviado,
7. Para que él fuese la salvación eterna y la cabeza de todos los creyentes.
Estos son su cuerpo que, sin Él, sería un cuerpo muerto, incapaz de emprender
nada.
8. De aquí se colige: Primero: Todos los que viven en Cristo como cabeza
son sus miembros e hijos de Dios, o sea, la Iglesia o comunión de los santos, la
esposa de Cristo, la “Ecclesia Catholica”, es decir, universal.
9. Segundo: Así como los miembros corporales nada pueden si no son regi-
dos por la cabeza, tampoco puede nadie nada si está en el cuerpo de Cristo sin su
cabeza, que es Cristo.
10. Si ya actúan los hombres neciamente cuando sus miembros obran sin
contar con la cabeza y en consecuencia se hieren entre sí y salen perjudicados,
igualmente obran neciamente los miembros de Cristo si intentan emprender algo
sin su cabeza: Cristo. Lo que hacen es herirse a sí mismos y sobrecargarse con leyes
imprudentes.
11. De aquí procede el que veamos cómo los preceptos promulgados por
gente que llamamos «clérigos», referentes a su boato, sus riquezas, su rango, sus
títulos y leyes son la causa de toda necedad; porque no concuerdan con la cabeza.
12. Por eso obran neciamente, aunque no por causa de la cabeza (ya se
realizan esfuerzos, mediante la gracia divina, para restablecer el valor de la cabeza),
sino que decimos del obrar necio porque ya no estamos dispuestos a soportarlo,
sino que deseamos escuchar solamente lo que la cabeza dice.
13. Oyéndola, se aprende a conocer la voluntad de Dios en forma clara y
precisa, y gracias al Espíritu de Dios el hombre es atraído hacia Dios y transformado
en Él.

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14. Por esta razón todos los cristianos deberían poner su máxima atención
en que en todo el mundo sea predicado únicamente el Evangelio.
15. Porque nuestra salvación consiste en creer en el Evangelio y, por el con-
trario, nuestra condenación consiste en la incredulidad. Y es que el Evangelio con-
tiene claramente toda la verdad.
16. En el Evangelio y del Evangelio se aprende que las doctrinas y los pre-
ceptos humanos no ayudan en absoluto para salvación.
17. Cristo es el eterno y único Sumo Sacerdote. De esto colegimos que quie-
nes se han proclamado “Sumos Sacerdotes” no solamente se oponen a la gloria y
el poder de Cristo, sino que incluso le desechan.
18. Cristo se sacrificó a sí mismo una vez y su sacrificio vale eternamente
como actuante y expiatorio y acontecido por los pecados de todos los creyentes.
Esto permite reconocer que la misma misa no es ningún sacrificio, sino un memorial
del sacrificio y, a la vez, la confirmación de la redención que Cristo ha realizado en
bien nuestro.
19. Cristo es el único mediador entre Dios y nosotros.
20. Dios quiere concedernos todas las cosas en el nombre de Cristo y de
esto se deduce que tampoco necesitamos de otro mediador en el más allá.
21. Si aquí, en este mundo, oramos los unos por los otros, lo hacemos con-
fiando en que solamente por Cristo todo nos será concedido.
22. Cristo es nuestra justificación. Por eso colegimos que nuestras obras,
siempre que sean buenas, es decir, realizadas en Cristo, son buenas obras; pero no
lo son si las realizamos por cuenta propia.
23. Cristo dejó a un lado el provecho y las glorias de este mundo y de ello
deducimos que aquellos que en nombre de Cristo atesoran riquezas, le perjudican
sobremanera; porque le invocan como pretexto de su avaricia y arbitrariedad.
24. Como ningún cristiano está obligado a hacer obras no ordenadas por
Dios, puede tomar en cualquier tiempo los alimentos que le plazcan. Y de esto de-
ducimos que el permiso del gustar del queso y la mantequilla son un engaño pa-
pista.
25. El cristiano no depende de fechas o lugares determinados, sino al con-
trario. Por consiguiente, quienes señalan fechas y lugares privan al cristiano de su
libertad.
26. Lo que más desagrada a Dios es la hipocresía. Por lo tanto, todo cuanto
el hombre haga para aparentar ser mejor que los demás es pura hipocresía y me-
rece ser puesto en entredicho. En esto van incluidos los hábitos o ropajes, los signos
(cruces, etcétera) cosidos a la vestimenta, la tonsura, etc.
27. Todos los cristianos son hermanos de Cristo y hermanos entre sí y nin-
guno debe considerarse superior a otros delante de Dios. Esto quiere decir que las

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Órdenes Religiosas, las sectas y los movimientos revolucionarios cristianos no tie-
nen razón de ser.
28. Justo es todo lo que Dios ha permitido y no ha prohibido. Por consi-
guiente, el matrimonio es cosa lícita para todos los hombres.
29. y de aquí colegimos que aquellos que se denominan «clérigos» pecan si
habiendo advertido que Dios no admite su continencia no la remedian casándose.
30. Quienes hacen voto de castidad realizan una promesa ingenua o necia-
mente. Y por eso los que tales votos hacen obran alevosamente para con los hom-
bres piadosos.
31. La excomunión no puede ser dictada por una sola persona, sino por la
Iglesia, es decir, por la comunión de aquellos con quienes convive el posible exco-
mulgado juntamente con el que vigila, o sea, el pastor.
32. Solamente puede ser castigado con la excomunión quien cause escán-
dalo pública y notoriamente.
33. Si alguien ha acumulado bienes de fortuna por medios injustos, dichos
bienes no deben servir para beneficio de los templos, los conventos, los frailes o las
monjas, sino que deben ser destinados a personas indigentes, o sea, necesitadas.
34. El boato que ostentan las “autoridades eclesiásticas”, como suele de-
cirse, no tiene ningún fundamento en la doctrina de Cristo;
35. pero, por el contrario, las autoridades civiles y seculares tienen poder y
fundamento en la doctrina y los hechos de Cristo.
36. Ese poder autoritativo que pretende ejercer la autoridad eclesiástica le
pertenece, en realidad, a las autoridades seculares, siempre que éstas sean cristia-
nas.
37. Todos los cristianos sin excepción deben obediencia a la autoridad se-
cular,
38. mientras ella no ordene cosas que vayan contra Dios.
39. Por eso, las leyes de la autoridad secular en su totalidad han de estar
en conformidad con la voluntad de Dios, de modo que protejan al oprimido, aunque
éste no levante la voz.
40. Solamente la autoridad civil tiene el derecho de condenar a muerte sin
provocar la ira de Dios. Pero puede sentenciar a muerte únicamente a aquellos que
pública y notoriamente escandalicen contra lo que Dios ha ordenado.
41. Si en forma justa la autoridad civil aconseja y ayuda, consejo y ayuda de
que rendirá cuentas ante Dios, está también obligada a proporcionar el sustento
corporal de quienes hayan sido por ella juzgados.
42. Mas si, por el contrario, las autoridades civiles actúan al margen de la
regla de Cristo es la voluntad de Dios que sean destituidas.

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43. Resumiendo: El mejor y más firme gobierno legislativo es el que rige
conforme a la voluntad de Dios, mientras que el peor y más débil gobierno es el
que actúa sólo conforme a su propio arbitrio.
44. Los verdaderos adoradores invocan a Dios en espíritu y en verdad sin
jactarse delante de los hombres.
45. Los hipócritas realizan sus obras para que los hombres las vean; pero
ahora ya reciben su recompensa.
46. Así pues, los cánticos en el templo y el predicar mucho, pero sin devo-
ción y solamente para ganar dinero, son cosas hechas buscando la alabanza de los
hombres o por mero afán de lucro.
47. Todo hombre debe preferir dejarse matar antes que escandalizar al cris-
tiano o hacerle caer en desgracia.
48. Si alguien por debilidad o ignorancia se siente escandalizado, no se le
debe dejar en su debilidad o ignorancia, sino que es preciso fortalecerle, a fin de
que no considere pecado lo que no es pecado.
49. El mayor escándalo que conozco es que se prohíba casarse a los clérigos
y, en cambio, se les permita, si abonan dinero, tener trato con rameras.
50. Sola y exclusivamente Dios mismo perdona los pecados por Cristo Jesús,
nuestro Señor.
51. Quien permita a la criatura humana perdonar pecados despoja a Dios
de su gloria para dársela a lo que no es Dios. Esto es en el fondo pura idolatría.
52. De aquí que la confesión de los pecados hecha ante un sacerdote o sim-
plemente ante el prójimo no deba considerarse como perdón de los pecados, sino
como solicitar prudente y buen consejo.
53. Menos la excomunión, los actos de penitencia impuestos son conse-
cuencia del juicio u opinión puramente humanos. Dichos actos tampoco borran los
pecados, sino que solamente han de ser impuestos para que los demás se atemo-
ricen.
54. Cristo ha soportado todos nuestros dolores y padecimientos. Quien
atribuya a los actos de penitencia lo que sólo es de Cristo yerra y ofende a Dios.
55. Quien diga que al hombre arrepentido no le es perdonado este o aquel
pecado; quien tal cosa diga no obra en lugar de Dios ni de Pedro, sino de Satanás.
56. Quien solamente por dinero perdone ciertos pecados hace causa co-
mún con Simón y Balaam y es un verdadero apóstol del diablo.
57. La verdadera Sagrada Escritura nada sabe de un Purgatorio después de
la muerte.
58. El juzgar sobre los muertos le corresponde exclusivamente a Dios.

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59. Cuanto menos Dios nos ha dado a conocer de estas cosas tanto más
hemos de guardarnos de intentar saber algo acerca de ellas.
60. No considero sea malo el que una persona atribulada ruegue por los
muertos la gracia de Dios. Pero determinar que se ruegue en determinada fecha y
con afán de lucro no es humano, sino diabólico.
61. La Sagrada Escritura nada sabe de ese carácter especial que finalmente
se han apropiado los sacerdotes.
62. La Sagrada Escritura tampoco reconoce otros sacerdotes fuera de aque-
llos que predican el Evangelio.
63. Acerca de estos últimos ordena que se les honre, o sea, que se les pro-
porcione lo necesario para su sustento.
64. A todos cuantos reconozcan sus errores no hay que castigarles, sino
dejarlos que vivan y mueran en paz, y por lo que respecta a los ingresos que como
sacerdotes venían disfrutando, mírese esta cuestión con cristiana caridad.
65. Por lo que atañe a aquellos que no reconozcan sus errores, ya Dios los
juzgará conforme a su justicia divina. En consecuencia, no deben aplicárseles casti-
gos corporales, a no ser que se comporten tan desconsideradamente que no haya
modo de tratarlos de otra forma.
66. Ahora ya han de humillarse todos los jerarcas eclesiásticos y levantar la
cruz de Cristo en lugar de alzar el arca del dinero. Si así no lo hacen, se hundirán;
porque el hacha ya está puesta junto a las raíces del árbol.
67. Si alguno desea discutir conmigo acerca de los intereses sobre el prés-
tamo, el diezmo, los niños sin bautizar o la Confirmación, me ofrezco gustoso a dar
respuesta. Pero que nadie intente discutir conmigo esgrimiendo argumentos sofís-
ticos o aduciendo charlatanerías humanas, sino que de antemano reconozca la Sa-
grada Escritura por único juez, a fin de que se encuentre la verdad o se mantenga
en pie, si, como espero, ya ha sido hallada. Amén.
¡Que Dios sea con nosotros!

7. Doctrina tridentina sobre la comunión

Concilio de Trento, Sesión XXI (16 julio 1562). Tomado de: H. Denzinger - P. Hünermann, El
Magisterio de la Iglesia. Enchiridion symbolorum definitonum et declarationu de rebus fidei et mo-
rum, Barcelona, Herder, 2000, pp.535-538, nn. 1725-1734.

Proemio
El sacrosanto, ecuménico y universal Concilio de Trento, legítimamente
reunido en el Espíritu Santo, presidiendo en él los mismos Legados de la Sede Apos-
tólica; como quiera que en diversos lugares corran por arte del demonio perversí-
simos monstruos de errores acerca del tremendo y santísimo sacramento de la Eu-
caristía, por los que en alguna provincia muchos parecen haberse apartado de la fe

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y obediencia de la Iglesia Católica; creyó que debía ser expuesto en este lugar lo
que atañe a la comunión bajo las dos especies y a la de los párvulos. Por ello prohíbe
a todos los fieles de Cristo que no sean en adelante osados a creer, enseñar o pre-
dicar de modo distinto a como por estos decretos queda explicado y definido.
Cap. 1. Que los laicos y los clérigos que no celebran, no están obligados por
derecho divino a la comunión bajo las dos especies
Así, pues, el mismo santo Concilio, enseñado por el Espíritu Santo que es Es-
píritu de sabiduría y de entendimiento, Espíritu de consejo y de piedad [Is 11,2], y
siguiendo el juicio y costumbre de la misma Iglesia, declara y enseña que por ningún
precepto divino están obligados los laicos y los clérigos que no celebran a recibir el
sacramento de la Eucaristía bajo las dos especies, y en manera alguna puede du-
darse, salva la fe, que no les baste para la salvación la comunión bajo una de las dos
especies. Porque, si bien es cierto que Cristo Señor instituyó en la última cena este
venerable sacramento y se lo dio a los Apóstoles bajo las especies de pan y de vino
[cf. Mt 26,26ss; Mc 14,22ss; Lc 22,19s; 1Cor 11,24s]; sin embargo, aquella institu-
ción y don no significa que todos los fieles de Cristo, por estatuto del Señor, estén
obligados a recibir ambas especies [Can 1 y 2]. Mas ni tampoco por el discurso del
capítulo sexto de Juan se colige rectamente que la comunión bajo las dos especies
fuera mandada por el Señor, como quiera que se entienda, según las varias inter-
pretaciones de los santos Padres y Doctores. Porque el que dijo: Si no comiereis la
carne del Hijo del hombre y no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros
[Ioh 6,54], dijo también: Si alguno comiere de este pan, vivirá eternamente [Ioh
6,5a]. Y el que dijo: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna [Ioh
6,55], dijo también: El pan que yo daré, es mi carne por la vida del mundo [Ioh 6,52];
y, finalmente, el que dijo: El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en
mí y yo en él [Ioh 6,57], no menos dijo: El que come este pan, vivirá para siempre
[Ioh 6,58].
Cap. 2. De la potestad de la Iglesia acerca de la administración del sacra-
mento de la Eucaristía
Declara además el santo Concilio que perpetuamente tuvo la Iglesia poder
para estatuir o mudar en la administración de los sacramentos, salva la sustancia
de ellos, aquello que según la variedad de las circunstancias, tiempos y lugares, juz-
gara que convenía más a la utilidad de los que los reciben o a la veneración de los
mismos sacramentos. Y eso es lo que no oscuramente parece haber insinuado el
Apóstol cuando dijo: Así nos considere el hombre, como ministros de Cristo y dis-
pensadores de los misterios de Dios [1Cor 4,1]; y que él mismo hizo uso de esa
potestad, bastantemente consta, ora en otros muchos casos, ora en este mismo
sacramento, cuando ordenados algunos puntos acerca de su uso: Lo demás –dice–
lo dispondré cuando viniere [1Cor 11,34]. Por eso, reconociendo la santa Madre
Iglesia esta autoridad suya en la administración de los sacramentos, si bien desde
el principio de la religión cristiana no fue infrecuente el uso de las dos especies; mas
amplísimamente cambiada aquella costumbre con el progreso del tiempo, llevada
de graves y justas causas, aprobó esta otra de comulgar bajo una sola de las espe-
cies y decretó fuera tenida por ley, que no es lícito rechazar o a su arbitrio cambiar,
sin la autoridad de la misma Iglesia.
Cap. 3. Bajo cualquiera de las especies se recibe a Cristo, todo e íntegro, y el
verdadero sacramento

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Además declara que, si bien, como antes fue dicho, nuestro Redentor, en la
última cena, instituyó y dio a sus Apóstoles este sacramento en las dos especies;
debe, sin embargo, confesarse que también bajo una sola de las dos se recibe a
Cristo, todo y entero y el verdadero sacramento y que, por tanto, en lo que a su
fruto atañe, de ninguna gracia necesaria para la salvación quedan defraudados
aquellos que reciben una sola especie [Can 3].
Cap. 4. Los párvulos no están obligados a la comunión sacramental
Finalmente, el mismo santo Concilio enseña que los niños que carecen del
uso de la razón, por ninguna necesidad están obligados a la comunión sacramental
de la Eucaristía [Can 4], como quiera que regenerados por el lavatorio del bautismo
[Tit 8,5] e incorporados a Cristo, no pueden en aquella edad perder la gracia ya
recibida de hijos de Dios. Pero no debe por esto ser condenada la antigüedad, si
alguna vez en algunos lugares guardó aquella costumbre. Porque, así como aque-
llos santísimos Padres tuvieron causa aprobable de su hecho según razón de aquel
tiempo; así ciertamente hay que creer sin controversia que no lo hicieron por ne-
cesidad alguna de la salvación.
Cánones acerca de la comunión bajo las dos especies y la comunión de los párvu-
los
Can. 1. Si alguno dijere que, por mandato de Dios o por necesidad de la sal-
vación, todos y cada uno de los fieles de Cristo deben recibir ambas especies del
santísimo sacramento de la Eucaristía, sea anatema.
Can. 2. Si alguno dijere que la santa Iglesia Católica no fue movida por justas
causas y razones para comulgar bajo la sola especie del pan a los laicos y a los clé-
rigos que no celebran, o que en eso ha errado, sea anatema.
Can. 3. Si alguno negare que bajo la sola especie de pan se recibe a todo e
integro Cristo, fuente y autor de todas las gracias, porque, como falsamente afir-
man algunos, no se recibe bajo las dos especies, conforme a la institución del mismo
Cristo, sea anatema.
Can. 4. Si alguno dijere que la comunión de la Eucaristía es necesaria a los
párvulos antes de que lleguen a los años de la discreción, sea anatema.

8. Constituciones del Colegio de San Vicente de Salamanca

Constituciones de la Congregación de San Benito de Valladolid, Burgos 1521, cap. 30, ff.
43-47. Tomado de: M.A. Pena González, La Escuela de Salamanca. De la Monarquía hispánica al
Orbe católico, Madrid, BAC, 2009, pp. 499-500.

Porque por el exercicio de la leción es aquirida la piedra preciosa de la


sciencia, y por el estudio de la Sagrada Escriptura más familiarmente viene quien-
quiera al conoscimiento de la divina excellencia, y por la scíencia del. derecho hu-
mano el coraçón del hombre es fecho más razonable e informado más copiosa-
mente en la justicia, paréscenos ser cosa muy provechosa y necesaria dar orden
cómo los monges de nuestra Congregación sean en ella con grande diligencia doc-
trinados y enseñados; pues veemos por experiencia que por no haver entre noso-
tros estudios (según el derecho común y las constituciones del papa Benedicto duo-
décimo lo disponen), la dicha nuestra Congregación es venida en mucha falta de

17
personas doctas, por las quales nuestra sacra religión al principio de su observancia
floresció ansí por merescimiento de vida como de doctrina; porque venían a ella
del siglo varones doctos y enseñados, de lo qual agora (a causa de nuestro voto de
inclusión) muchos se retraen. Por ende, desseándolo remediar para en lo venidero
mediante la gracia del Espíritu Sancto,, queremos, establescemos y ordenamos que
en el priorato de Sanct Vicente de Salamanca, de nuestra Congregación, haya para
siempre Estudio General en que las Sciencias Primitivas y la Sagrada Theología con
toda vigilancia sean enseñadas; al qual, de necessidad y sin ninguna escusación,
sean embiados de cada monasterio de la dicha, congregación ciertos monges ele-
gidos y proveídos, y al tiempo y so las penas que adelante se contienen; los quales
monges sean honestos y hábiles para estudiar en las facultades para que cada uno
fuere elegido y diputado. Sea hecha en el dicho priorato casa de general con su
cáthedra y assentamientos para el tal exercicio, dispuestos y convenibles. La qual
casa sea dividida en dos repartimientos: el uno en que estén los monges estudian-
tes sin que puedan ser vistos de otras personas seglares; el otro donde estén los
estudiantes seglares que quieran oýr las dichas sciencias; y la cáthedra sea puesta
en medio de los dichos apartamientos. Los preceptores y maestros que hovieren
de leer y enseñar las dichas sciencias (si en la Congregación no los hoviere, que sean
honestos y sufficientes), sean elegidos cada vez que fueren menester por el padre
abbad de la Congregación y salariados por los monasterios della; y las expensas de
los salarios que les hovieren de dar sean repartidas a los dichos monasterios en el
Capítulo General por los padres diffinídores, haviendo respecto a las facultades de
cada uno dellos y al número de los monges que cada monasterio embiare. Y porque
los tales monges collegiales puedan mejor aprovechar, por la auctoridad apostólica
a nos en este caso otorgada permitimos y dispensamos que, no obstante nuestro
voto de inclusión, puedan salir a las escuelas mayores a oýr solamente leciones de
artes y theología. Pero quando salieren, vayan honestísimamente de dos en dos,
acompañando un junior con un anciano según la facultad que hovieren de oýr, y
vayan vía recta sin divertirse a parte alguna; y no puedan yr por la ciudad a cosa
alguna por ardua que sea, ni entren en casa alguna por la calle que fueren; y si
hovieren menester libros de los libreros que están junto con las escuelas, demán-
denlos de fuera de la tienda. Y el padre prior no les pueda dar licencia para lo con-
trario; y el que a otra parte fuere sin licencia o con ella, ipso facto sea privado del
Collegio. En las escuelas oyan la doctrina de sancto Thomás, y la misma doctrina les
lea en casa el lector que tovieren; y ansímismo tengan en casa con su maestro con-
clusiones de theología y artes a lo menos una vez en la semana. Y al padre prior
mandamos que les haga seguir todas sus leciones, ansí en las escuelas como en
casa, y que castigue los que no las siguieren. Sea otrosí diputada en el dicho Collegio
alguna cámara donde los dichos estudiantes se puedan recolegir a estudiar y plati-
car después que salieren de oýr las leciones; pero no puedan de noche dormir en
ella. E porque las qualidades de las personas son diversas, que los unos son hábiles

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para la vida activa y otros para la contemplativa, y unos son más inclinados a la
honestidad y disciplina que los otros, y otros, aunque son agudos de ingenio, no
son graves en las costumbres, no todos los monges son sufficientes para embiar al
estudio: por ende, y porque nuestra religión, observancia y clausura es fundada
sobre mucha mortificación y graveza, queremos que los monges que hovieren de
ser elegidos para el dicho estudio (en quanto nuestra flaqueza lo pudiere conoscer),
sean humildes, pacientes, obedientes, honestos, graves, mortificados en sus cos-
tumbres y apostados de toda virtud, religión y honestidad. Y queremos que no sea
embiado al dicho estudio monge alguno si no fuere primeramente buen gramático
y enseñado copiosamente en todas las, cosas de nuestras cerimonias, costumbres,
leer y cantar, según nuestra manera de bivir. Y después que estas cosas supieren y
en ellos fuere visto lo que dicho havemos, podrán ser embiados al dicho Collegio.
Pero queremos que si algún monge procurare por sí o por tercera persona de ser
embiado al dicho estudio, por esse mismo hecho no pueda ser embiado a él.

9. La encomienda, de servicio a tributo

R. Konetzke, Colección de documentos, vol. I, pp. 131-132. Consulta del Consejo de In-
dias.

Madrid, 10 de diciembre de 1529


V. M. por una su cédula desde Génova, vistas las cartas y relacio-
nes que de la Nueva España le vinieron, envió a mandar que nos juntásemos los del
Consejo Real y de la Hacienda, o los que dellos pareciesen, con el presidente y los
del Consejo de las Indias, y todos viésemos las dichas cartas y relaciones, y ansimismo
todas las provisiones e instrucciones que estaban hechas para el buen tratamiento
y libertad de los indios y su conversión a nuestra santa fe católica, y ansimismo
para la administración de la justicia, y para todo ello se hiciesen las más provisio-
nes que pareciere convenir al descargo de su conciencia y buena gobernación de
aquellas provincias. Y en cumplimiento dello nos juntamos algunas veces todo el Con-
sejo Real [de Castilla], y el de las Indias, y ansimismo el Consejo de la Hacienda,
donde fueron vistas todas las ordenanzas, provisiones e instrucciones que hasta
agora están hechas en favor de la libertad de los dichos indios y de su buen tra-
tamiento y conversión a nuestra sancta fe católica, que están en los libros del
secretario, que son muy buenas y santas, aunque las personas a quien[es] estaba
sometida la ejecución dellas han tenido en ello mucho descuido; y ansimismo se vie-
ron los pareceres que aquí estaban, que por mandado de V. M. Se tomaron en
la Nueva España del gobernador y religiosos de ambas las órdenes, y otras per-
sonas honradas; y después de habernos juntado muchas veces todos, tomado el
parecer de todos, ha parecido que al servicio de V. M. y descargo de su Real

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conciencia, y para la conservación de la dicha Nueva España, y para que los natu-
rales della no se consuman por malos tratamientos, como lo han hecho en las otras
islas conviene que, pues Dios los creó libres, que se les debe desde luego dar entera
libertad como parece que V. M. otra vez lo había mandado ansí hacer, y que
para ello desde luego se quiten todas las encomiendas que están hechas dellos a los
españoles que las han conquistado y poblado, porque en la verdad esto parece
que ha sido y es dañoso para la conciencia de V. M., y estorbo para la instruc-
ción y conversión de los indios a nuestra santa fe católica, que es la principal in-
tención de V. M., y ansimismo para su conservación y aumento; y porque parece
que si ansí de golpe se hubiese de efectuar sin dar recompensa o satisfacción a
los españoles que los tienen encomendados, sería poner en condición de perder
la tierra, porque se afirma que todos la desampararían y se irían a buscar tie-
rras nuevas, o moverían otras alteraciones con desesperación de verse despojados
de lo que a su pensamiento tenían por suyo, y como V. M. allí no tiene otra fuerza
más de los españoles que con esta esperanza la pueblan, aunque hubiese más de
desamparalla ellos, parece que sería un muy gran inconveniente para llevar ade-
lante lo que se ha comenzado en aumento de nuestra religión cristiana en aquellas
partes; porque los indios, no teniendo quien los atrayese a ello, se volverían a sus
ritos y bestialidades que solían tener, y con gran dificultad se podrían tornar a so-
juzgar [...]; para remedio desto ha parecido que luego se señale a los indios un
tributo moderado que paguen a V. M. cada uno según la tierra y posibilidad
que tuviere y buenamente pudiere pagar, y que la mitad de lo que ansí diera[n]
de tributo en el primero año se dé a la persona que los tiene encomendados, y de-
más desto se les diere tierras para sus heredamientos y casas, y oficios y otras
cosas de la tierra; y en este año los indios comenzarán a gustar de la libertad,
y los españoles perderán algo de la mala costumbre que tienen de servirse de-
llos desmoderadamente, y después podrá V. M. a los que lo merecieren dalles va-
sallos, que ansí parece que converná, tomando V. M. para sí las cabeceras y puer-
tos y cosas principales, poniendo mucho recaudo en que los señores a quien se
diere no lleven ni se sirvan dellos en cosa alguna más de aquel tributo que se
pusiere. El traslado de lo decretado en esto, va dentro desta [...].

10. Carta apologética de Martín de Azpilcueta al Gobernador de Milán

M. Azpilcueta, “Tenor Epistolae praefatae apologeticae”. Tomado de: Id., Comentario reso-
lutorio de cambios, Madrid, CSIC, 1965, pp. XLIII-XLVII.

Al cuarto, he de responder lo siguiente: Blasono y me alegro muchísimo de


ello, de haber estudiado y enseñado Derecho canónico y civil durante largo tiempo
en Francia. Alcancé con ello tanto renombre que varones prestigiosos me invitaron,
y aun rogaron, que aceptase ejercer de consejero en el Supremo Parlamento pari-
sino, gestionando ellos el cargo, a su costa e iniciativa, ya que entonces semejantes

20
destinos se vendían a quienes habían adquirido fama de peritos en derecho. Digo,
pues, que lo admito. Pero admitan ellos también que antes de mi marcha a Francia,
estudié en Navarra y en la renombrada Universidad de Alcalá (que está en Castilla
la Nueva) Filosofía y Teología escolástica. Y también que al regresar de Francia a
España enseñé Derecho canónico alrededor de treinta años, a saber, en Salamanca
catorce, y dieciséis en Coímbra a donde, fui por orden (cinco veces reiterada) de los
padres de Su Majestad.
Nadie niega que yo traje desde Tolosa, en Francia, a la Universidad de Sa-
lamanca (la más antigua de Castilla la Vieja y la principal entre todas las del mundo
cristiano) una ciencia sólida y útil del Derecho Canónico. Del mismo modo, un año
después, Fray Francisco de Vitoria, tan sabio como piadoso, introdujo una elabo-
rada Teología, estudiada en la Universidad de París. A su vez y antes que nosotros
dos, aquél integérrimo Silíceo, que el César escogería para preceptor del rey y luego
sería elevado a la sede Arzobispal de Toledo, junto con otros varios educados en
París, también Francia, acrecentaron mucho en ella el caudal de estudios filosóficos
y de las artes liberales. Ahora bien, si todos esos no son censurados sino alabados,
y algunos permanecieron estudiando y enseñando en Francia aún más tiempo que
yo, ¿por qué se me reprueba a mí? ¿Por haber defendido con justicia al Reverendí-
simo Arzobispo de Toledo, obedeciendo los mandatos reales? ¿Quizá porque el
Sumo Pontífice Pío V, los Padres purpurados y toda Roma me aprecian más de lo
que algunos. quisieran?
Yo confieso que hablo un ,poco el francés, pero acepten esos tales que los
sabios citados lo usaron a la perfección y aquel Emperador tres veces grande, padre
del rey, con la máxima elegancia. Confieso además que suelo alabar a Francia y sus
dominios, de la cual forman parte Flandes y otros once territorios según creo. Pero
es que aquel que la desprecie, ni la visitó, ni conoce su geografía ni ha entendido
cosa alguna de su historia. No niego tener, dentro del límite justo, amor a Francia.
La amo por estar sujeta en gran parte a su Majestad Católica. La amo porque allí
aprendí, a Dios gracias, lo que por obra suya había de enseñar después fielmente
entre nosotros.
La amo porque cuando allí residí eran sus hijos dados a la religión, fieles a
sus monarcas, atentos, sencillos y corteses entre ellos, con trato suave y modesto,
ajeno a la vanidad y la soberbia tan frecuentes en otras partes. La amo, porque, son
prójimos nuestros, y por el mandato de Cristo estoy obligado a amarles y ya desde
niño discrepo de quienes odian a otros por el único motivo de que pertenezcan a
una u otra nación o partido.
Por este motivo muy frecuentemente he censurado en la misma Navarra a
aquellos navarros que detestaban a otros nada más por estar vinculados a grupo
distinto; en la misma Francia a los franceses que aborrecían a los castellanos sólo
porque estos lo fuesen, (no ocurría, lo mismo con los navarros y catalanes que
abundaban en Tolosa, aunque no eran conocidos de todos como españoles); en la

21
misma Castilla a los castellanos que tenían adversión a los franceses por la exclusiva
razón de que eran tales franceses, o despreciaban y ponían en ridículo fácilmente
a los portugueses tanto con razón como sin ella. En el mismo Portugal, en fin, a los
portugueses que, justificada o injustificadamente, execraban rápidamente a los
castellanos.
Ahora aprecio profundamente a los romanos que nos tratan con humani-
dad a todos nosotros, sea cualquiera la nación a la que pertenezcamos. Si algunos
son dignos de respeto, los acogen y ensalzan, y apenas se ocupan de los que no lo
merecen, y nunca los injurian si estos no se adelantan a ofenderles. Esa conducta
es la propia de los cristianos, pues según la doctrina de Cristo es grato a Dios y debe
ser amado quien obre rectamente, en cualquier nación o partido. Y a la inversa, en
todo país y grupo aquel que actúe inicuamente es discípulo del demonio y a quien
tal sea debe detestársele.
Por otra parte en todo país y nación, encontramos buenos, mejores y exce-
lentes; malos, peores y pésimos. A todos sin excepción estamos obligados a amar,
al menos por Dios, y a rechazarlos en la medida en que sean malos, así como acep-
tarlos por la parte que tengan de buenos.
Es justo también que ame a Francia porque, hace ya tiempo hacia 1520,
pronuncié una prelección cuaresmal en Tolosa (de las llamadas repeticiones) con
ánimo prudente y pacificador en contraste con las sediciosas y emponzoñadas que
eran entonces habituales, para glosar el proemio de las Decretales: “El Rey pacífico
con piadosa misericordia quiso para sí, súbditos virtuosos, pacíficos y humildes”.
Concurrieron muchos a escucharla, atraídos por la novedad y, entre otras cosas,
logré convencer a muchos que sólo hay dos naciones en el mundo cristiano; una
que combate por Cristo, otra que defiende a Satanás. Consecuentemente deduje
que aquellos franceses que quisiesen ser considerados como amantes de la virtud
y de las letras, deberían estimar y amar a los españoles, vascos, bretones y otros de
diversas naciones que deseaban consagrarse en Tolosa a la virtud y al estudio. Pa-
ralelamente, nosotros los españoles y los de otros países, que tratábamos de ser
tenidos por amantes del trabajo y la conducta honrada, teníamos que reverenciar
y apreciar a los franceses que aspirasen a idénticos ideales. Con todo ello se logró
que creciese la cordialidad entre las personas honradas y disminuyese hacia las que
no lo eran, y todo sin discriminación de naciones.
Es justo en fin mi amor a otros países, porque si bien todos los cristianos
deben reputarse transeúntes y extranjeros y no hacer asiento definitivo en este
mundo, sino buscar el venidero, yo debo hacerlo el primero, pues Navarra me en-
gendró, Castilla la Nueva me educó en Alcalá, Francia me hizo hombre, Castilla la
Vieja me ensalzó en Salamanca, Portugal me honró, esclareció y aún me habría
exaltado muy por encima de mis merecimientos, si no (como he dicho) me hubiera
guiado a otra parte el buen espíritu (así creía yo) y aun ahora, únicamente gracias
a Lusitania, vivo decorosamente con la amplia y perpetua renta de mi cátedra.

22
Cuando retomé de allí, ambas Castillas y Navarra me acogieron y trataron
muy benignamente, usando gratuitamente alrededor de doce años de mis consejos
y trabajos, uno de los cuales fue (y lo tengo a gran honor) ser el confesor durante
algún tiempo de la citada hermana carnal del Rey, nuestra Señora la incomparable
princesa de Portugal y de sus sobrinos, los príncipes de Bohemia, hijos de su her-
mana, eminentísimos no sólo por los títulos heredados de su abuelo, sino también
por sus propias cualidades de fortaleza de ánimo y cuerpo. Finalmente, a través de
las múltiples incidencias y situaciones de la vida vine a Italia la más escogida tierra
del mundo entero, y resido en la madre y maestra del orbe, Roma, hace ya unos
tres años, frisando. mi edad en los 78 años.
Luego si yo debo considerarme extranjero, y en mayor grado todavía que
otro de mi condición, ¿cómo no he de imitar a aquel que hecho extranjero por no-
sotros, ama a todos los hombres de todos los países, no discrimina entre personas,
sólo ensalza a los que profesan fe, esperanza, caridad y demás virtudes, y sólo re-
crimina a aquellos que le presentan impiedad y toda suerte de pecados? ¿Porqué,
a su ejemplo, y al menos en su nombre, no he de amar a todos los hombres de
cualesquiera países, y a los honrados por su misma rectitud? ¿Por qué no he de
rechazar a los perversos en la medida en que los sean? ¿Por qué no he de favorecer
o intentar favorecer a todos, sin causar daño a nadie? ¿Por qué no he de evitar
perjudicar a otro aun cuando fuese para beneficiar a algún navarro, a otro español,
o a mí mismo? Aléjese de mí, Príncipe eminente, la creencia de que yo complacería
a nadie, ni aun al benignísimo Rey de mi patria con daño injusto para otro, contra
los divinos preceptos de Cristo, pues estoy bastante lejos de halagar a nadie valién-
dome de la injuria de otro.
Con todo esto he demostrado más que satisfactoriamente que no es creíble
lo que sostenía la cuarta acusación de mis adversarios, el que tan benigna Majestad
me tenga animadversión por haber yo estudiado y enseñado durante largo tiempo
en Francia y ensalce este país en la medida correcta.

11. Concepción escolástica de la teología y su gestión

Francisco de Vitoria, Relectio de Potestate Civili. Estudios sobre su Filosofía Política, J. Cor-
dero Pando (ed.), Madrid, CSIC, 2008, p. 7.

El oficio y cometido del teólogo abarca tanto que ningún argumento, nin-
guna controversia, ningún asunto parecen quedar fuera de la profesión y objeto de
atención del teólogo.
Ésta tal vez sea la causa, como del orador decía Cicerón, de que sea tan
grande –por no decir mayor– la escasez de buenos y sólidos teólogos, dado que hay
tan pocos varones preclaros y excelentes en todo género de disciplinas y en todas
las artes. Pues, ciertamente, la teología es la primera de todas las disciplinas y

23
estudios del mundo, aquélla a la que los griegos llamaban Tratado de Dios. Por lo
cual no debe parecer nada extraño que no haya muchos del todo competentes en
materia tan difícil.
En ubérrimo terreno y anchuroso campo de artes, de escritos y de doctri-
nas, en el que se acumulan infinitos asuntos, escogí una cuestión importantísima,
que, a no dudarlo, si acertara a tratarla como se merece, será digna de vuestra
atención, doctísimos e ilustrísimos señores.
Mi discurso versará sobre la República, cuestión acerca de la cual han di-
sertado con amplitud muy serios y muy eruditos autores, pero, en torno a la cual,
no obstante, quedan pendientes numerosos problemas. Dado que el argumento es
demasiado amplio para poder agotarlo en una única disertación, hoy me propongo
tratar sobre el poder público y el privado, por el que las repúblicas se gobiernan.

12. El alumbradismo

Censura de los Maestros Fr. Melchor Cano y Fr. Domingo de Cuevas sobre los Comentarios
y otros escritos de D. Fr. Bartolomé de Carranza, 1559. Tomado de: A.L. Cortés Peña (coord.), Historia
del Cristianismo. III. El mundo moderno, Madrid-Granada, Trotta-Universidad de Granada, 2006, 88-
89.

Esta proposición, declarada e repetida en tantos lugares, tiene sabor de la


heregia de los alumbrados, los quales en todas las cosas humanas e diuinas consul-
tando por sí mesmos a Dios, por el don de consejo que todos los justos tienen,
pensauan seer alumbrados de el Espíritu Sancto en todas sus consultas; E assí en
efecto excluyan el consejo de los hombres doctos, o a lo menos teníanlo por inper-
tinente [...] en todos los negocios diuinos, E humanos, para acertar no ay otro ca-
mino que cierto sea sino consultar a Dios, que alumbre nuestra razón. E también
do dize, que la mas cierta Regla es la inspiración interior de el Espíritu Sancto [...] E
no se puede negar, sino que esta doctrina es escandalosa e dañosa al pueblo, ma-
yormente en tiempos tan peligrosos [...] e consultándolo [al Espíritu Santo] por sí
mesmo luego excluye el magisterio de los hombres doctos e prudentes, quanto mas
que luego se persuaden los que pretenden esta lumbre e respuestas de el Espíritu
Sancto, que los theólogos scholasticos no son prophetas por quien han de consultar
a Dios, sino los barones espirituales, que ellos dizen, que por experiencia e gusto
saben las cosas diuinas e humanas [...] Ca si alguno porfiase que el hombre a de
consultar al Espíritu Sancto por sí mesmo, sin auer necesidad de acudir al magiste-
rio de la Iglesia, e a los Doctores, que Dios por ella nos tiene dados, ese tal seria
herege; [...] esta proposición tiene magnifiesto de alumbramiento, porque significa
que a quien se da a la oración Dios le da noticia de el cielo e de la tierra, E aun
prudencia para obrar mas que por ninguna escuela ni trauajo, ni exercicio de letras,
ni consejo de hombres se puede aprender; E si esto es verdad, como alguno a mi

24
me aconsejo que lo hiziese, cerremos los libros, E aun ciérrense los generales, pe-
rezcan las uniuersidades, mueran los estudios, E démonos todos a la oración.

13. La experiencia Ignaciana

San Ignacio de Loyola, Autobiografía [cap. III, nn. 22-27], Madrid, BAC, 1992, pp. 76-80.

Mas en esto vino a tener muchos trabajos de escrúpulos. Porque, aunque


la confesión general, que había hecho en Monserrate, había sido con asaz diligen-
cia, y toda por escrito, como está dicho, todavía le parescía a las veces que algunas
cosas no había confesado, y esto le daba mucha aflicción; porque, aunque confe-
saba aquello, no quedaba satisfecho. Y así empezó a buscar algunos hombres espi-
rituales, que le remediasen destos escrúpulos; mas ninguna cosa le ayudaba. Y en
fin un doctor de la Seo, hombre muy espiritual, que allí predicaba, le dijo un día en
la confesión, que escribiese todo lo que se podia acordar. Hízolo así; y después de
confesado, todavía le tornaban los escrúpulos, adelgazándose cada vez las cosas,
de modo que él se hallaba muy atribulado; y aunque casi conocía que aquellos es-
crúpulos le hacían mucho daño, que sería bueno quitarse dellos, mas no lo podía
acabar consigo. Pensaba algunas veces que le sería remedio mandarle su confesor
en nombre de Jesu Cristo que no confesase ninguna de las cosas pasadas, y así
deseaba que el confesor se lo mandase, mas no tenía osadía para decírselo al con-
fesor.
Mas, sin que él se lo dijese, el confesor vino a mandarle que no confesase
ninguna cosa de las pasadas, si no fuese alguna cosa tan clara. Mas como él tenía
todas aquellas cosas por muy claras, no aprovechaba nada este mandamiento, y así
siempre quedaba con trabajo. A este tiempo estaba el dicho en una camarilla, que
le habían dado los dominicanos en su monasterio, y perseveraba en sus siete horas
de oración de rodillas, levantándose a media noche continuamente, y en todos los
más ejercicios ya dichos; mas en todos ellos no hallaba ningún remedio para sus
escrúpulos, siendo pasados muchos meses que le atormentaban; y una vez, de muy
atribulado dellos, se puso en oración, con el fervor de la cual comenzó a dar gritos
a Dios vocalmente, diciendo: “socórreme, Señor, que no hallo ningún remedio en
los hombres, ni en ninguna criatura; que si yo pensase de poderlo hallar, ningún
trabajo me sería grande. Muéstrame tú, Señor, dónde lo halle; que aunque sea me-
nester ir en pos de un perrillo para que me dé el remedio, yo lo haré”.
Estando en estos pensamientos, le venían muchas veces tentaciones con
grande ímpetu para echarse de un agujero grande que aquella su cámara tenía, y
estaba junto del lugar donde hacía oración. Mas conociendo que era pecado ma-
tarse, tornaba a gritar: “Señor, no haré cosa que te ofenda”; replicando estas pala-
bras, así como las primeras, muchas veces. Y así le vino al pensamiento la historia
de un santo, el cual, para alcanzar de Dios una cosa que mucho deseaba, estuvo sin

25
comer muchos días hasta que la alcanzó. Y estando pensando en esto un buen rato,
al fin se determinó de hacello, diciendo consigo mismo que ni comería ni bebería
hasta que Dios le proveyese o que se viese ya del todo cercana la muerte; porque
si le acaeciese verse in extremis, de modo que, si no comiese, se hubiese de morir
luego, entonces determinaba de pedir pan y comer (cuasi vero lo pudiera él en
aquel extremo pedir, ni comer).
Esto acaeció un domingo después de haberse comulgado; y toda la semana
perseveró sin meter en la boca ninguna cosa, no dejando de hacer los sólitos ejer-
cicios, etiam de ir a los oficios divinos, y de hacer su oración de rodillas, etiam a
media noche, etc. Mas venido el otro domingo, que era menester ir a confesarse,
como a su confesor solía decir lo que hacía muy menudamente, le dijo también
cómo en aquella semana no había comido nada. El confesor le mandó que rompiese
aquella abstinencia; y aunque él se hallaba con fuerzas todavía obedesció al confe-
sor, y se halló aquel día y el otro libre de los escrúpulos; mas el tercero día, que era
el martes, estando en oración, se comenzó acordar de los pecados; y así como una
cosa que se iba enhilando, iba pensando de pecado en pecado del tiempo pasado,
pareciéndole que era obligado otra vez a confesallos. Mas en la fin destos pensa-
mientos le vinieron unos desgustos de la vida que hacía, con algunos ímpetus de
dejalla; y con esto quiso el Señor que despertó como de sueño. Y como ya tenía
alguna experiencia de la diversidad de espíritus con las liciones que Dios le había
dado, empezó a mirar por los medios con que aquel espíritu era venido, y así se
determinó con grande claridad de no confesar más ninguna cosa de las pasadas; y
así de aquel día adelante quedó libre de aquellos escrúpulos, teniendo por cierto
que nuestro Señor le había querido librar por su misericordia.
Ultra de sus siete horas de oración, se ocupaba en ayudar algunas almas,
que allí le venían a buscar, en cosas espirituales, y todo lo más del día que le vacaba,
daba a pensar en cosas de Dios, de lo que había aquel día meditado o leído. Mas
cuando se iba acostar, muchas veces le venían grandes noticias, grandes consola-
ciones espirituales, de modo que le hacían perder mucho del tiempo que él tenía
destinado para dormir, que no era mucho; y mirando él algunas veces por esto,
vino a pensar consigo que tenía tanto tiempo determinado para tratar con Dios, y
después todo el resto del día; y por aquí empezó a dubdar si venían de buen espíritu
aquellas noticias, y vino a concluir consigo que era mejor dejallas, y dormir el
tiempo destinado, y lo hizo así.
Y perseverando en la abstinencia de no comer carne, y estando firme en
ella, que por ningún modo pensaba mudarse, un día a la mañana, cuando fue le-
vantado, se le representó delante carne para comer, como que la viese con ojos
corporales, sin haber precedido ningún deseo della; y le vino también juntamente
un grande asenso de la voluntad para que de allí adelante la comiese; y aunque se
acordaba de su propósito de antes, no podía dudar en ello, sino determinarse que
debía comer carne. Y contándolo después a su confesor, el confesor le decía que

26
mirase por ventura si era aquello tentación; mas él, examinándolo bien, nunca
pudo dudar dello. En este tiempo le trataba Dios de la misma manera que trata un
maestro de escuela a un niño, enseñandole; y ora esto fuese por su rudeza y grueso
ingenio, o porque no tenía quien le enseñase, o por la firme voluntad que el mismo
Dios le había dado para servirle, claramente él juzgaba y siempre ha juzgado que
Dios le trataba desta manera; antes si dudase en esto, pensaría ofender a su divina
majestad: y algo desto se puede ver por los cinco puntos siguientes.

14. Carlos V a Felipe II sobre la asistencia de Vitoria al Concilio de Trento

AGS, Estado, leg. 501, fol. 12; original. Tomado de: M.A. Pena González, La Escuela de Sala-
manca. De la Monarquía hispánica al Orbe católico, Madrid, bac, 2009, pp. 503-505.

Serenísimo Príncipe, nuestro muy caro y muy amado hijo: Con algunos de
los correos que hauemos mandado despachar y con lo que estaua scripto con don
Bernaldino se ha respondido a los negocios que se nos han scripto que se nos han
scripto y a los que después han ocurrido se satisfará en ésta. […]
Quanto a lo del Concilio, con la instançia que de nuestra parte se ha hecho
a su Santidad por cumplir y satisfazer con todos, y también por esto de la Dieta,
temiendo no resulte della algo que le, pueda dañar, ha determinado la conuocasión
dél en la ciudad de Trento, haziendo las diligencias necessarias y proueyendo que
de su parte vayan algunos cardenales. Y también el rey de Francia envía otras per-
sonas de su reyno; y hauiendo visto el memorial que de allá se nos envió de las que
parecían al propósito y de lo que çerca desto se nos ha scripto, presuponiendo que
el obispo de Coria ha de venir por su dignidad, hauemos elegido y nombrado para
que vengan densos Reynos de Castilla y de Aragón, los obispos D. Pedro Pacheco,
episcopus de Jaen, el de Segovia, el de Málága, el de Astorga, el de Lérida, el epis-
copus de Huesca y al arzobispo de Santiago screuimos dándole a entender quánto
holgaríamos que viniese, aunque por su hedad gelo remitimos para que elija lo que
le paresciere, y a los arriua declarados que en todo caso partan luego, y vengan por
Françia y Italia y pasen a Trento, trayendo poderes bastantes de los otros perlados
para que assistan en nombre de todos, encargándoles procuren de traer en su com-
pañía buenos y doctos theólogos como confiamos lo harán. Y de más desto, porque
de todos nuestros Reynos y señoríos assistan en el dicho Conçilio como es razón,
hauemos mandado que vengan de Nápoles quatro perlados, de Seçilia otros dos, y
destos Estados de Flandes yrán los que paresciere. Y todos los otros perlados, ab-
bades dignidades y personas, a quien tocare venir al dicho Conçilio, han de quedar
y ser preuenidos desde luego para que en siendo llamados puedan partir y venir a
hallarse en él, según le será hordenado, y para este efecto se prouea allá lo que
conueniere.

27
Por ser, como es, nescessario que vengan otros algunos teólogo particula-
res y por la buena relación que tenemos del prouincial fray Antonio de la Cruz, y del
maestro fray Francisco de Vitoria, catedrático de Prima en Salamanca, les screui-
mos partan y vengan al dicho Conçilio, y porque podría ser que el dicho fray Fran-
cisco por sus yndispusiçiones se excusase, en tal caso, conuerná que venga otro en
su lugar, y que sea fray Domingo de Soto, catedrático de Bísperas y prior en Sala-
manca, y hordenamos que qualquier dellos que sea, que trayga por su compañero,
o a fray Bartolomé de Miranda, que está en el collegio de S. Pablo de Valladolid, o
a fray Domingo de la Cruz que reside en Hita o en Auila.
Assy mismo hemos acordado que para informar y entender en lo que nos
conuiniere vengan el licenciado Vargas, fiscal de mi Consejo, quedando otro en su
lugar para que entienda en los negocios durante su ausencia y aún para lo de la
nueva premática hecha sobre lo de los pensiones, y beneficios, sy se huuiere de
satisfazer y tratar dello, por estar como está tan informado y hauer scripto en de-
recho y que también vengan el Doctor Velasco, oydor de la Chancillería de Vallado-
lid, y Micer Juan Quintana, que reside en Barcelona. Y para otro letrado que con-
verná que venga embiamos vna carta en blanco, para que allá se elija y nombre, y
a estos letrados en Derecho Canónico y Ceuil, y a los dichos frayles, mandaréys que
se les señale lo que paresciere para su entretenimiento por el tiempo que se ocu-
paren en lo sobredicho y que se les consigne en parte cierta, y que en cuenta dello
sean socorridos con que se puedan poner en orden para el camino, y a los vnos y a
los otros screuiréys conforme a lo que está dicho, dándoles prisa a que partan sin
detenerse, porque puedan llegar a tiempo. […] De Bruselas 17 de Hebrero 1545.
[P.D. autógrafa de Carlos V]: Hijo, vos veréys lo que arriba digo y creed que
sy a esta vez no se haze de lo imposible pusible, que es impusible poder sostener
los negocios que tengo en manos y que no puedo soltar ny escusar y no piense
nadye que con faltarme en ello y en tal tiempo fuesse esso remedyable, antes serya
dar conmigo y con la carga tan redonda en el suelo que nunca nos levantaryamos.
Tomen todos exemplo en lo que haze un reyno comido de amigos y enemigos y que
ha sostenydo tantos exércytos en él. Y pues los míos no son comidos ny passan
estos trabajos, no me la den mayor que mis enemigos me lo han podydo dar. Esfo-
rçaos, hijo, y mandad a todos que se esfuerçen porque no cayamos todos en tan
grande inconvenyente en el qual verdaderamente cayese sy no soy socorrido y bien
y presto y no lo haziendo no solamente me dan forma como buelua allá, más
hazerse ha de manera que será cerrarme el passo de poder bolver y el modo de
poder estar ny acá ny en ninguna parte. Vos veréys lo que he mandado añadir sobre
la venyda de Juanetín Dorya y la paga y entretenymiento de las galeras del príncipe
Dorya. Esto es cosa tan necessarya que no se puede en ninguna manera del mondo
[sic] escusar, y por esto hazed y mandad a todos que entiendan en ello de manera
que no haya falta. | Yo el Rey

28
15. Melchor Cano al emperador Carlos V, sobre la asistencia a Trento

AGS, Estado, leg. 84, fol. 140; original. Tomado de: M.A. Pena González, La Escuela de Sala-
manca. De la Monarquía hispánica al Orbe católico, Madrid, bac, 2009, pp. 506-507.

Sacra Cesárea Católica Magestad


Yo reçebí la carta de Vuestra Magestad, en que me manda vaya a Trento y
sea allá para mediado el mes de abril con vn compañero letrado y de las qualidades
que conuengan. De mi persona no tengo que dezir, porque, aunque yo quisiera de-
sengañar a Vuestra Magestad de la opinión que al presente tiene por la relaçión
que le an hecho, no seré yo creýdo. Plega a Dios que supla las faltas que en mí ay
el zelo que Vuestra Magestad tiene al bien público de la yglesia. Para que el com-
pañero sea tal, y para yr yo con bendiçión de mi perlado, avré de yr al reyno de
Toledo a buscarle, y de aý verné a Valladolid a besar las manos de la reyna nuestra
señora, para me partir lo más presto que fuere possible y llegar a Trento al tiempo
que Vuestra Magestad manda. Nuestro Señor conserve a Vuestra Sacra Cesárea
Católica Magestad en su seruiçio como la yglesia de Jesuchristo lo a menester. De
Salamanca a veynte y çinco de enero.
Siervo de Vuestra Cesárea Católica Magestad.
Fray Melchor Cano

16. El concordato de Bolonia

Extracto del Concordato de Bolonia (1516). Tomado de: A.L. Cortés Peña (coord.), Historia
del Cristianismo. III. El mundo moderno, Madrid-Granada, Trotta-Universidad de Granada, 2006, p.
410.

El obispo León [papa León X], servidor de los servidores de Dios, para la
perpetua memoria de la Iglesia. Con la aprobación del sagrado Concilio y la ayuda
de la clemencia divina [...]
Con el consejo de nuestros hermanos y el unánime consentimiento de
nuestra ciencia verdadera y del plenario poder. Estatuimos y ordenamos que,
desde ahora en adelante y perpetuamente para los tiempos venideros en lugar de
la anterior Pragmática Sanción [...] se observará [este establecimiento]:
A saber, que a partir de ahora en las iglesias catedrales y metropolitanas en
los dichos reinos, Delfinado, y condado de Valentinois [y Diois], vacantes en el pre-
sente y en el tiempo futuro –dado que esto fue dejado, por cesión voluntaria, en
nuestras manos y de nuestros sucesores obispos romanos, canónicamente entran-
tes–, los capítulos y canonjías de aquellas iglesias, no podrán proceder a la elección
o postulación del futuro prelado. Por tanto, cuando se produzca la vacante, el rey
de Francia que en ese momento lo sea, designará un solemne e igualmente idóneo

29
maestro o licenciado en teología, o doctor, o licenciado en todos o en alguno de los
derechos en una universidad famosa, con los rigores de un examen y teniendo vein-
tisiete años al menos; y dentro de seis meses, a contar desde el día en que las dichas
iglesias queden vacantes, será considerado por nosotros (o por nuestros sucesores
obispos romanos, o por la mencionada Sede apostólica provista por nosotros) para
presentarle y nombrarlo; y si por caso el rey no nos propugnara personas cualifica-
das a las dichas iglesias, nosotros ni la Sede ni nuestros sucesores estarán capacita-
dos para proveer tal persona. Así, será consultado el rey dentro de los tres meses
siguientes, a contar desde el día de la recusación hecha consistorialmente al solici-
tador demandante de la dicha nominación por persona no cualificada para que se
sirva nombrar otro candidato en la manera citada más arriba. De lo contrario, la
perjudicial vacante de las iglesias será provista con celeridad. Y paralelamente, las
iglesias de la corte romana, vacantes por muerte, sin atender a ninguna nominación
del dicho Rey, podrán ser provistas por nosotros, extendiendo y declarando que
todas las elecciones provistas contra lo que se ha dicho antes y contra las provisio-
nes hechas por nosotros y nuestros sucesores (y la mencionada sede) serán nulas
e inválidas [...].

17. Edicto de Nantes (1598)

Dumont, Corps universel diplomatique du droit des gens. Tomado de: M.A. Artola, Textos
fundamentales para la historia, Madrid, Revista de Occidente, 1968, pp. 309-310.

3. Ordenamos que la religión católica apostólica y romana quede restau-


rada y restablecida en todos los lugares y los distritos de nuestro reino y de las
tierras que están bajo nuestro dominio, en las que su práctica se interrumpió, y que
en todos estos sitios se profese en paz y libremente, sin desorden ni oposición.
Prohibimos expresamente a cualquier persona del rango o condición que sea, bajo
pena del susodicho castigo, turbar, importunar o causar molestias a los sacerdotes
en la celebración de los oficios divinos, en la recepción o goce de los diezmos, bie-
nes y rentas de sus beneficios, y de todos los restantes derechos y deberes que a
ellos competen, y ordenamos a todos los que, durante los desórdenes, se apodera-
ron de iglesias, bienes y rentas, pertenecientes a tales eclesiásticos, y que en la ac-
tualidad los retienen y ocupan, que restituyan su posesión y goce completos con
todos los antiguos derechos, privilegios y garantías inherentes a ellos. Y prohibimos
también, expresamente, que los miembros de la religión reformada tengan reunio-
nes religiosas u otras devociones en iglesias, habitaciones y casas de los referidos
eclesiásticos.
6. A fin de eliminar toda causa de discordia y enfrentamiento entre nues-
tros súbditos, permitimos a los miembros de la susodicha religión reformada vivir
y residir en todas las ciudades y distritos de nuestro reino y nuestros dominios, sin

30
que se les importune, perturbe, moleste u obligue a cumplir ninguna cosa contraria
a su conciencia en materia de religión, y sin que se les persiga por tal causa en las
casas y distritos donde deseen vivir, siempre que ellos por su parte se comporten
según las cláusulas de nuestro presente edicto.
9. Concedemos también a los miembros de la susodicha religión permiso
para continuar su práctica en cualquier ciudad y distrito de nuestro reino, en los
que se hubiera instituido y reconocido públicamente en los años 1596 y 1597, hasta
fines del mes de agosto, a pesar de cualquier decreto o sentencia contrarios.
13. Prohibimos expresamente a todos los miembros, de la referida religión
profesarla en nuestros dominios en lo que respecta al ministerio, disciplina, o ins-
trucción pública de los jóvenes, en materias religiosas fuera de los lugares permiti-
dos por el presente edicto…
21. Queda prohibida la impresión y venta al público de libros referentes a
dicha religión reformada, excepto en aquella ciudad y distrito en que esté permitida
su profesión pública. En cuanto a los demás textos impresos en las restantes ciuda-
des, serán sometidos al examen de nuestros oficiales y teólogos, como queda dis-
puesto en nuestra ordenanza; prohibimos concretamente la impresión, publicación
y venta de cualquier libro, opúsculo y escrito difamatorio, bajo pena de los castigos
prescritos en nuestra ordenanza, cuya aplicación rigurosa se exigirá a todos nues-
tros jueces y oficiales.
23. Ordenamos que no se establezca diferencia ni distinción alguna por
causa de la referida religión en la admisión de estudiantes en cualquier universidad,
colegio y escuela, o de los enfermos y pobres en los hospitales, enfermerías o ins-
tituciones públicas de caridad…
27. A fin de acomodar más eficazmente la voluntad de nuestros súbditos,
como es nuestra intención, y de evitar futuras quejas, declaramos que todos los
que profesen la religión reformada, pueden tener y ejercer funciones públicas, car-
gos y servicios cualesquiera, reales, feudales, u otros de cualquier tipo en las ciuda-
des de nuestro reino, países, tierras y señoríos sometidos a nosotros, no obstante
cualquier juramento contrario, debiendo admitírseles sin distinción; será suficiente
para nuestro parlamento y demás jueces, indagar e informarse sobre su vida, cos-
tumbres, religión y honesto comportamiento de quienes sean destinados a las car-
gos públicos, sean de una religión o de otra, sin exigir de ellos ningún juramento
que no sea el de servir bien y fielmente al rey en el ejercicio de sus funciones y en
el mantenimiento de las disposiciones, según el uso acostumbrado. Cuando queden
vacantes los referidos puestos, funciones y cargos, nombraremos nosotros –te-
niendo en cuenta las disponibilidades– sin prejuicio ni discriminación de las perso-
nas capaces, como requiere la unión de nuestros súbditos. Declaramos también
que pueden ser acogidos y admitidos en todos los consejos los miembros de la su-
sodicha religión reformada, así como en todas las reuniones, asambleas y juntas,

31
relacionadas con los cargos en cuestión; no podrán ser rechazados ni se les impe-
dirá gozar de estos derechos a causa de su credo religioso.

18. Fray Luis de León y la lectura de la Escritura y la Teología

Fr. Luis de León, De los nombres de Christo en dos libros, Salamanca 1583, ff. 2r-3r. To-
mado de: M.A. Pena González, La Escuela de Salamanca. De la Monarquía hispánica al Orbe católico,
Madrid, BAC, 2009, p. 524.

Pero, como dezía, esto que de suyo es tan bueno, y que fue tan útil en aquel
tiempo, la condición triste de nuestros siglos, y la experiencia de nuestra grande
desventura nos enseñan, que nos es ocasión agora de muchos daños. Y assí los que
goviernan la Iglesia con maduro consejo, y como forçados de la misma necessidad,
han puesto una cierta y devida tassa en este negocio: ordenando que los libros de
la Sagrada Escriptura no anden en lenguas vulgares, de manera que los ignorantes
los puedan leer: y como a gente animal y tosca, que, o no conocen estas riquezas,
o si las conocen, no usan bien dellas, se las han quitado al vulgo de entre las manos.
Y si alguno se maravilla, como a la verdad es cosa que haze maravillar, que en gen-
tes que professavan una misma religión aya podido acontecer, que lo que antes les
aprovechava, les dañó agora, y mayormente en cosas tan substanciales: y si dessea
penetrar a la origen de aqueste mal, conosciendo sus fuentes, digo, que a lo que yo
alcanço, las causas desto son dos, ignorancia, y sobervia, y más sobervia que igno-
rancia: en los quales males ha venido a dar poco a poco el pueblo Christiano, des-
cayendo de su primera virtud. La ignorancia ha estado de parte de aquellos a quien
incumbe el saber y el declarar estos libros: y la sobervia de parte de los mismos, y
de los demás todos, aunque en differente manera. Porque en estos la sobervia, y
el pundonor de su presumpción, y el título de maestros que se arrogan sin mere-
cerlo, les cegava los ojos, para que, ni conociessen sus faltas, ni se persuadiessen a
que les estava bien poner estudio, y cuydado en aprender, lo que no sabían, y se
prometían saber. Y a los otros aqueste humor mismo, no solo les quitava la volun-
tad de ser enseñados en estos libros y letras, mas les persuadía también, que ellos
las podían saber y entender por sí mismos. Y assí presumiendo el pueblo de ser
maestro, y no pudiendo como convenía serlo los que lo eran, o devían de ser, con-
vertíase la luz en tinieblas, y leer las escripturas el vulgo, le era occasión de concebir
muchos y muy perniciosos errores, que brotavan, y se yvan descubriendo por ho-
ras. Mas si como los prelados ecclesiásticos pudieron quitar a los indoctos las es-
cripturas, pudieran también ponerlas y assentarlas en el desseo, y en el entendi-
miento, y en la noticia de los que las han de enseñar, fuera menos de llorar aquesta
miseria. Porque estando estos, que son como cielos, llenos y ricos con la virtud de
aqueste thesoro, derivara dellos necessariamente gran bien en los menores, que
son el suelo sobre quien ellos influyen. Pero en muchos es esto tan al revés, que no
solo no saben aquestas letras, pero desprecian, o a lo menos muestran preciarse

32
poco, y no juzgar bien de los que las saben. Y con un pequeño gusto de ciertas
questiones contentos, e hinchados, tienen título de maestros Theólogos, y no tie-
nen la Theología: de la qual, como se entiende, el principio son las questiones de la
escuela, y el crecimiento la doctrina, que escriven los sanctos, y el colmo y perfec-
tión, y lo más alto de ella las letras sagradas: a cuyo entendimiento todo lo de antes,
como a fin necessario, se ordena.

19. La encomienda, de servicio a tributo

R. Konetzke, Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoa-


mérica: 1493-1810, t. I, Madrid, Instituto Jaime Balmes, 1953, pp. 131-132.

Madrid, 10 de diciembre de 1529


V. M. por una su cédula desde Génova, vistas las cartas y relacio-
nes que de la Nueva España le vinieron, envió a mandar que nos juntásemos los
del Consejo Real y de la Hacienda, o los que dellos pareciesen, con el presidente
y los del Consejo de las Indias, y todos viésemos las dichas cartas y relaciones, y
ansimismo todas las provisiones e instrucciones que estaban hechas para el buen
tratamiento y libertad de los indios y su conversión a nuestra santa fe católica, y
ansimismo para la administración de la justicia, y para todo ello se hiciesen las
más provisiones que pareciere convenir al descargo de su conciencia y buena go-
bernación de aquellas provincias. Y en cumplimiento dello nos juntamos algunas
veces todo el Consejo Real [de Castilla], y el de las Indias, y ansimismo el Consejo
de la Hacienda, donde fueron vistas todas las ordenanzas, provisiones e instruccio-
nes que hasta agora están hechas en favor de la libertad de los dichos indios y de
su buen tratamiento y conversión a nuestra sancta fe católica, que están en los
libros del secretario, que son muy buenas y santas, aunque las personas a quien[es]
estaba sometida la ejecución dellas han tenido en ello mucho descuido; y ansi-
mismo se vieron los pareceres que aquí estaban, que por mandado de V. M. Se
tomaron en la Nueva España del gobernador y religiosos de ambas las órdenes,
y otras personas honradas; y después de habernos juntado muchas veces todos,
tomado el parecer de todos, ha parecido que al servicio de V. M. y descargo de su
Real conciencia, y para la conservación de la dicha Nueva España, y para que los
naturales della no se consuman por malos tratamientos, como lo han hecho en las
otras islas conviene que, pues Dios los creó libres, que se les debe desde luego dar
entera libertad como parece que V. M. otra vez lo había mandado ansí hacer, y
que para ello desde luego se quiten todas las encomiendas que están hechas dellos
a los españoles que las han conquistado y poblado, porque en la verdad esto
parece que ha sido y es dañoso para la conciencia de V. M., y estorbo para la
instrucción y conversión de los indios a nuestra santa fe católica, que es la princi-
pal intención de V. M., y ansimismo para su conservación y aumento; y porque

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parece que si ansí de golpe se hubiese de efectuar sin dar recompensa o satisfac-
ción a los españoles que los tienen encomendados, sería poner en condición de
perder la tierra, porque se afirma que todos la desampararían y se irían a bus-
car tierras nuevas, o moverían otras alteraciones con desesperación de verse des-
pojados de lo que a su pensamiento tenían por suyo, y como V. M. allí no tiene
otra fuerza más de los españoles que con esta esperanza la pueblan, aunque hu-
biese más de desamparalla ellos, parece que sería un muy gran inconveniente
para llevar adelante lo que se ha comenzado en aumento de nuestra religión cris-
tiana en aquellas partes; porque los indios, no teniendo quien los atrayese a ello,
se volverían a sus ritos y bestialidades que solían tener, y con gran dificultad se
podrían tornar a sojuzgar [...]; para remedio desto ha parecido que luego se se-
ñale a los indios un tributo moderado que paguen a V. M. cada uno según la
tierra y posibilidad que tuviere y buenamente pudiere pagar, y que la mitad de
lo que ansí diera[n] de tributo en el primero año se dé a la persona que los tiene
encomendados, y demás desto se les diere tierras para sus heredamientos y casas,
y oficios y otras cosas de la tierra; y en este año los indios comenzarán a gustar
de la libertad, y los españoles perderán algo de la mala costumbre que tienen
de servirse dellos desmoderadamente, y después podrá V. M. a los que lo mere-
cieren dalles vasallos, que ansí parece que converná, tomando V. M. para sí las
cabeceras y puertos y cosas principales, poniendo mucho recaudo en que los se-
ñores a quien se diere no lleven ni se sirvan dellos en cosa alguna más de aquel
tributo que se pusiere. El traslado de lo decretado en esto, va dentro desta [...].

20. El Patronato Real de las Indias

Felipe II sobre el derecho de patronazgo eclesiástico (1 junio 1574). Tomado de: Recopila-
ción de las leyes de de los Reynos de las Indias [Lib. I, tit. VI], Madrid, Antonio Balbas, 1756, 2 ed., pp.
21-22.

Por quanto el derecho de el Patronazgo Eclesiástico nos pertenece en todo


el Estado de las Indias, así por haberse descubierto y adquirido aquel Nuevo
Mundo, edificado y dotado en él las iglesias y monasterios, a nuestra costa, y de los
señores Reyes Católicos nuestros antecesores, como por habérsenos concedido por
bulas de los Sumos Pontífices de su propio motu, para su conservación y de la jus-
ticia que a él tenemos. Ordenamos y mandamos, que este derecho de Patronazgo
de las Indias, único e in solidum, siempre sea reservado a Nos y a nuestra Real Co-
rona, y no pueda salir de ella en todo, ni en parte, y por gracia, merced, privilegio o
qualquiera otra disposición que Nos o los Reyes nuestros Sucesores hiciéremos, o
considiéremos no sea visto que concedemos cesión de Patronazgo a persona al-
guna, iglesia, ni monasterio, ni perjudicarnos en el dicho nuestro derecho de Patro-
nazgo. Otrosí por costumbre, prescripción, ni otro título ninguna persona o perso-
nas, comunidad eclesiástica, ni seglar, iglesia, ni monasterio puedan usar de

34
derecho de Patronazgo, si no fuere la persona que en nuestro nombre, y con nues-
tra autoridad y poder lo exerciere; y que ninguna persona secular, ni eclesiástica,
orden, ni convento, religión, o comunidad, de qualquier estado, condición, calidad
y preeminencia, judicial o extrajudicialmente, por qualquier ocasión o causa, sea
osado a entrometerse en cosa tocante al dicho Patronazgo Real, ni a Nos perjudicar
en él, ni a proveer Iglesia, ni beneficio, ni oficio eclesiástico, ni a recibirlo, siendo
proveído en todo el Estado de las Indias, sin nuestra presentación, o de la persona
a quien Nos por ley, o provisión patente lo cometiéremos; y el que lo contrario
hiciere, siendo persona secular, incurra en perdimiento de las mercedes que de Nos
tuviere en todo el Estado de las indias, y sea inhábil para tener y obtener otras, y
desterrado perpetuamente de todos nuestros Reynos; y siendo eclesiástico sea ha-
bido y tenido por extraño de ellos, y no pueda tener ni obtener beneficio, ni oficio
eclesiástico en los dichos nuestros Reynos, y unos y otros incurran en las demás
penas establecidas por leyes de estos Reynos; y nuestros Vireyes, Audiencias y Jus-
ticias Reales procedan con todo rigor contra los que faltaren a la observancia y fir-
meza de nuestro derecho de Patronazgo, procediendo de oficio, o a pedimento de
nuestros Fiscales, o de qualquier parte que lo pida, y en la execución de ello pongan
la diligencia necesaria.

21. La Universidad de Salamanca y el juramento de seguir a santo Tomás

AUSA, Libro de Claustros, lib. 96 (19-6-1627) f. 76v-77r. Tomado de: M.A. Pena González, La
Escuela de Salamanca. De la Monarquía hispánica al Orbe católico, Madrid, BAC, 2009, pp. 555-556.

Juramos a Dios Todopoderoso de que en las lectiones que leyéremos en las


cáthedras que tenemos y tuviéremos en esta Universidad de Salamanca, o en las
extraordinarias y voluntarias que leyéremos en la dicha Universidad, leeremos y
enseñaremos en la teología scholástica la doctrina de San Agustín y las conclusiones
de Sancto Thomás que se contienen en la Suma de Theología, que comúnmente se
llaman Partes, en todo aquello en que fuere clara la mente de estos santos. Y donde
estuviese dudosa y que admitiere varias inteligencias, no leeremos ni enseñaremos
cosa alguna que sintamos ser contraria a su Doctrina, sino la que, o según nuestro
entendimiento o según la mente de aquellos que comúnmente están tenidos por
discípulos de los sanctos Agustino y Thomás. Juzgáremos ques más conforme al
sentido de los sanctos doctores, excepto la opinión de la Concepción de la Virgen
sin peccado original, y en las cosas que están ya mudadas por derecho eclesiástico
y que aquí adelante se mudaren, y las opiniones que siendo controbersas en tiempo
destos sanctos, ya están determinadas por constituciones aposthólicas; y si en al-
gún tiempo los que son y fueren cathedráticos de Escoto y Durando, por el tiempo
que tuviéremos las dichas cáthedras queremos que nos sea lícito, sin contrabenir a
este juramento, seguir, si quisiéremos, las opiniones probables de Escoto y Du-
rando.

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22. La exposición de Pascal en Port-Royal (1658)

B. Pascal, Pensamientos, Barcelona, 1986, pp. 123-125. Tomado de: A.L. Cortés Peña
(coord.), Historia del Cristianismo. III. El mundo moderno, Madrid-Granada, Trotta-Universidad de
Granada, 2006, pp. 584-585.

Las grandezas y las miserias del hombre son tan visibles que es necesario
que la verdadera religión nos enseñe que hay algún principio de grandeza en el
hombre y que hay en él un gran principio de miserias. Tiene además que dar razón
de estas sorprendentes contradicciones.
Para hacer feliz al hombre, tiene que enseñarle que hay un solo Dios; que
estamos obligados a amarle; que nuestra única felicidad es estar con Él, y nuestro
único mal estar separados de Él; que reconozca que estamos llenos de tinieblas que
nos impiden conocerle y amarle; y que como nuestros deberes nos obligan a amar
a Dios y nuestras concupiscencias nos apartan de Él, estamos llenos de injusticia.
Tiene que explicar nuestra oposición a Dios y a nuestro propio bien. Tiene que mos-
trarnos los remedios para estas incapacidades, y los medios de obtener tales reme-
dios. Que se examinen según lo dicho todas las religiones del mundo, y se verá que
no hay ninguna, salvo la cristiana, que satisfaga estas exigencias.
¿Qué decir de los filósofos que nos proponen por todo bien los bienes que
están en nosotros? ¿Es éste el verdadero bien? ¿Han descubierto el remedio para
nuestros males? ¿Es haber curado la presunción del hombre haberlo igualado a
Dios? Los que nos han igualado a las bestias, y los mahometanos, que nos han dado
por todo bien los placeres de la tierra, incluso en la eternidad, ¿han proporcionado
el remedio a nuestras concupiscencias? ¿Qué religión nos enseñará, pues, a curar
el orgullo y la concupiscencia? En fin, ¿qué religión nos enseñará nuestro bien,
nuestros deberes, las debilidades que nos apartan de ellos, la causa de éstas fla-
quezas, los remedios que las pueden curar y el medio de obtener estos remedios?
Todas las demás religiones no lo han conseguido. Veamos lo que hará la
Sabiduría de Dios.
“No esperéis”, dice, “ni verdad ni consuelo de los hombres. Yo soy la que
os ha formado y sólo yo puedo enseñaros quién sois. Pero ahora ya no os encontráis
en el estado en que yo os formé. Yo creé al hombre santo, inocente, perfecto; lo
llené de luz y de inteligencia; le comuniqué mi gloria y mis maravillas. Entonces el
ojo del hombre veía la majestad de Dios. Entonces no vivía en las tinieblas que le
ciegan, ni en la mortalidad ni en las miserias que le afligen. Pero no pudo soportar
tanta gloria sin caer en la presunción. Quiso hacerse centro de sí mismo e indepen-
diente de mi ayuda. Se sustrajo a mi dominio; y al igualarse a mí por el deseo de
encontrar la felicidad en sí mismo, yo le abandoné a sí mismo; y sublevando a las
criaturas que le estaban sometidas, hice que fueran enemigas suyas; de tal modo
que ahora el hombre se ha convertido en semejante a los anima les, y está en tal

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alejamiento de mí, que apenas le queda una luz confusa de su autor, ¡hasta tal
punto que sus conocimientos están ya extinguidos u alterados! Los sentidos, inde-
pendientes de la razón, y a menudo dueños de la razón, la han arrastrado a la bús-
queda de los placeres. Todas las criaturas o lo afligen o lo tientan, y tienen dominio
sobre él o sometiéndolo por su fuerza o embelesándolo por su dulzura, lo cual es
aún un dominio más terrible y más imperioso.
“Este es el estado en el que los hombres se encuentran ahora. De su pri-
mera naturaleza les queda algún instinto impotente de felicidad, y se ven sumidos
en las miserias de su ceguera y de su concupiscencia, que se ha convertido en su
segunda naturaleza.
“En este principio que os revelo podéis reconocer la causa de tantas con-
tradicciones que han asombrado a todos los hombres y que los han dividido en
opiniones tan distintas. Observad ahora todos los impulsos de grandeza y de gloria
que la prueba de tantas miserias no consigue ahogar, y ved si no es forzoso que su
causa resida en otra naturaleza”.

23. Los turcos y la invasión de Europa

R. Cirelli, La batalla de Viena de 1683. Tomado de: http://www.alleanzacatto-


lica.org/idis_dpf/spanish/b_batalla_viena_1683.htm [consultado 25.5.2012]

El escenario político-militar en la segunda mitad del siglo XVII, el siglo terri-


ble que trastornó y cambió para siempre a Europa, se presenta todo menos pací-
fico. La Guerra de los Treinta Años (1618-1648), iniciada como guerra de religión,
prosiguió como conflicto entre la Casa reinante francesa de los Borbones y los Habs-
burgo para quitar a estos últimos la hegemonía sobre Alemania, derivada de la au-
toridad imperial. Para alcanzar este objetivo el primer ministro francés Armand du
Plessis, cardenal duque de Richelieu (1585-1642), inaugurando una política funda-
mentada en el sólo interés nacional en detrimento de los intereses de la Europa
católica, se alía con los príncipes protestantes.
Los Tratados de Westfalia de 1648 sancionan el debilitamiento definitivo
del Sacro Imperio Romano en Alemania, asolada y dividida entre católicos y protes-
tantes y fraccionada políticamente, y establece la hegemonía del rey de Francia Luis
XIV (1638-1715). El papel predominante alcanzado en Europa empuja al Rey Sol a
aspirar a la misma corona imperial y, con esta perspectiva, no duda en buscar la
alianza con los otomanos, mostrándose indiferente a todo ideal cristiano y euro-
peo. En las postrimerías del siglo la Europa cristiana está abatida y replegada en sí
misma entre divisiones religiosas y luchas dinásticas, mientras la crisis económica y
el descenso demográfico, consecuencias de la guerra, completan el cuadro y lo
vuelven especialmente vulnerable.

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La ofensiva turca. El imperio otomano, que ya había conquistado los países
balcánicos hasta la llanura húngara, fue detenido el 1 de agosto de 1664 en su
avance por los ejércitos imperiales guiados por Raimundo Montecuccoli (1609-
1680) en la batalla de San Gotardo, en Hungría.
Poco tiempo después, empero, bajo la enérgica guía del Gran Visir Kara
Mustafá (1634-1683), la ofensiva turca se reanuda, alentada inconscientemente
por Luis XIV en su desaprensiva política anti-Habsburgo, y se aprovecha de la debi-
lidad en que se hallan Europa y el Imperio.
Sólo la República de Venecia entabla combate con los turcos a lo largo de
la costa del Egeo y por cada metro de Grecia y Dalmacia, combatiendo orgullosa-
mente en la que fue su última y gloriosa guerra como estado independiente, que
culmina en la caída de Candia en 1669, defendida heroicamente por Francisco Mo-
rosini el Peloponesiaco (1618-1694).
Tras Creta, en 1672 la Podolia –parte de la actual Ucrania– es sustraída a
Polonia y en enero de 1683, en Estambul, los estandartes de guerra son orientados
hacia Hungría y un inmenso ejército se pone en marcha hacia el corazón de Europa,
bajo la guía de Kara Mustafá y del sultán Mehmet IV (1642-1693), con la intención
de crear una gran Turquía europea y musulmana con capital en Viena.
Las pocas fuerzas imperiales –apoyadas por milicias húngaras guiadas por
el duque Carlos V de Lorena (1643-1690)– tratan inútilmente de resistir. El gran
caudillo al servicio de los Habsburgo toma el mando a pesar de estar todavía con-
valeciente de una grave enfermedad que lo había llevado al umbral de la muerte,
de la cual –se dice– lo salvaron las oraciones de un padre capuchino, el venerable
Marco de Aviano (1631-1699). El religioso italiano, enviado por el Papa ante el Em-
perador e infatigable predicador de la cruzada anti-turca, aconseja que todas las
insignias imperiales lleven la imagen de la Madre de Dios. Desde entonces las ban-
deras militares austriacas mantendrán la efigie de la Virgen a lo largo de dos siglos
y medio, hasta el momento en que Adolfo Hitler (1889-1945) las hizo retirar.
Las “campanas de los turcos”. El 8 de julio de 1683 el ejército otomano se
desplaza de Hungría a Viena, llegando el 13 de julio e iniciando su sitio. Durante el
recorrido fueron asoladas las regiones por las que pasó dicho ejército, que saqueó
ciudades y aldeas, destruyendo iglesias y conventos, masacrando y esclavizando a
las poblaciones cristianas.
El emperador Leopoldo I (1640-1705), tras haber confiado el mando militar
al conde Ernst Rüdiger von Starhemberg (1638-1701), decide abandonar la ciudad
y alcanzar Linz para organizar desde allí la resistencia de los pueblos germánicos
contra el tremendo peligro que se cernía sobre ella.
En el imperio tocan a rebato las “campanas de los turcos”, como ya había
ocurrido en 1664 y en la centuria anterior, y comienza la movilización de los recur-
sos imperiales, mientras el emperador teje febrilmente negociaciones para

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convocar a todos los príncipes, católicos y protestantes, iniciativa que fue torpe-
deada por Luis XIV y por Federico Guillermo de Brandenburgo (1620-1688), y soli-
cita la inmediata intervención del ejército polaco, invocando el supremo interés de
la salvación de la Cristiandad.
El Papa Inocencio XI. En este trance dramático da sus frutos la política eu-
ropea y oriental alentada desde hacía años por la Santa Sede, sobre todo gracias al
cardenal Benedetto Odescalchi (1611-1689), elegido Papa con el nombre de
Inocencio XI en 1676 y beatificado en 1956 por el Papa Pío XII (1939-1958).
Custodio convencido del gran espíritu cruzado, el Pontífice, que como car-
denal gobernador de Ferrara se había ganado el título de “padre de los pobres”,
promueve una política previsora orientada a crear un sistema de equilibrios entre
los príncipes cristianos para encauzar su política exterior contra el imperio oto-
mano. Sirviéndose de hábiles y decididos ejecutores, como los nuncios Obizzo Pa-
llavicini (1632-1700) y Francisco Buonvisi (1626-1700), el venerable Marcos de
Aviano y otros, la diplomacia pontificia media y concilia entre las diferencias euro-
peas, logrando la paz entre Polonia y Austria, favoreciendo la aproximación con el
Brandenburgo protestante y con la Rusia ortodoxa, e incluso defendiendo los in-
tereses de los protestantes húngaros frente al episcopado local, dado que todas las
divisiones de la Cristiandad tenían que desvanecerse frente a la defensa frente al
Islam. No obstante los fracasos e incomprensiones, en el «año de los turcos”, 1683,
el Papa consigue ser el alma de la gran coalición cristiana, consiguiendo dinero en
toda Europa para financiar a las tropas de los grandes y pequeños príncipes y pa-
gando personalmente un destacamento de cosacos del ejército de Polonia.
El cerco. Mientras tanto, en Viena, invadida por los exiliados, se consuma
el vía crucis del cerco, que la ciudad soporta heróicamente. 6.000 soldados y 5.000
hombres de la defensa cívica se oponen, aislados del resto del mundo, al inmenso
ejército otomano, armado con 300 cañones. Todas las campanas de la ciudad son
reducidas al silencio excepto la de San Esteban, llamada Angstern, “angustia”, que
con sus incesantes tañidos convoca a los defensores. Los asaltos contra los baluar-
tes y los enfrentamientos cuerpo a cuerpo son diarios y cada día puede ser el úl-
timo, mientras los socorros están todavía lejos. Inducido por el Papa y por el empe-
rador, a la cabeza de un ejército, se desplaza a marchas forzadas hacia la ciudad
sitiada el rey de Polonia Juan III Sobieski (1624-1696), que ya por dos veces había
salvado Polonia de los turcos. Finalmente, el 31 de agosto se une con el duque Car-
los de Lorena, que le otorga el mando supremo y, cuando se le reúnen todos los
contingentes del imperio, el ejército cristiano se pone en marcha hacia Viena,
donde la situación es extremadamente dramática. Los turcos han abierto brechas
en las murallas y los defensores supervivientes, tras haber rechazado dieciocho ata-
ques y realizado veinticuatro salidas, están exhaustos, mientras los jenízaros ata-
can, encendidos por sus predicadores y los jinetes tártaros recorren Austria y Mo-
ravia. El 11 de septiembre Viena vive con angustia la que parece su última noche y

39
von Starhemberg envía a Carlos de Lorena su último mensaje desesperado: “No
perdáis más tiempo, clementísimo Señor, no perdáis más tiempo”.
La batalla. Al amanecer del 12 de septiembre de 1683 el venerable Marcos
de Aviano, tras haber celebrado Misa ayudado por el rey de Polonia, bendice al
ejército en Kalhenberg, cerca de Viena: 65.000 cristianos se enfrentan en una bata-
lla campal contra 200.000 otomanos.
Están presentes con sus tropas los príncipes del Baden y de Sajonia, los Wit-
telsbach de Baviera, los señores de Turingia y de Holstein, los polacos y los húnga-
ros, el general italiano conde Enea Silvio Caprara (1631-1701), además del joven
príncipe Eugenio de Saboya (1663-1736), que recibe su bautismo de fuego.
La batalla dura todo el día y termina con una terrible carga al arma blanca,
guiada por Sobieski en persona, que pone en fuga a los otomanos y concede la vic-
toria al ejército cristiano: éste sufre solamente 2.000 pérdidas contra las más de
20.000 del adversario. El ejército otomano se da a la fuga en desorden, abando-
nando todo el botín y la artillería y tras haber masacrado a centenares de prisione-
ros y esclavos cristianos. El rey de Polonia envía al Papa las banderas capturadas
acompañándolas con estas palabras: “Veni, vidi, Deus vincit”. Todavía hoy, por de-
cisión del Papa Inocencio XI, el 12 de septiembre está dedicado al Santísimo Nom-
bre de María, en recuerdo y en agradecimiento por la victoria.
Al día siguiente el emperador entra en Viena, alegre y liberada, a la cabeza
de los príncipes del Imperio y de las tropas confederadas y asiste al Te Deum en
acción de gracias, oficiado en la catedral de San Esteban por el obispo de Viena-
Neustadt, luego cardenal, el conde Leopoldo Carlos Kollonic (1631-1707), alma es-
piritual de la resistencia.

24. Religión y fines del Estado

Recopilación de Leyes de… Indias, 1680, t. I, pp. 217-218. Tomado de: G. Céspedes del Cas-
tillo (ed.), Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898), Madrid, Labor, 1988, pp. 128-
130.

Lib. I, tit. I, ley I. – Dios nuestro Señor por su infinita Misericordia y bondad
se ha servido de darnos sin merecimientos nuestros tan grande parte en el Señorío
de este mundo que, demás de juntar en nuestra Real persona muchos y grandes
Reynos que nuestros gloriosos progenitores tuvieron, siendo cada uno por sí
poderoso Rey y Señor, ha dilatado nuestra Real Corona en grandes provincias y tie-
rras por Nos descubiertas y señoreadas hacia las partes del Mediodía y Poniente de
estos nuestros Reynos. Y teniéndonos por más obligado que otro ningún príncipe
del mundo a procurar su servicio y la gloria de su Santo Nombre, y emplear todas
las fuerzas y poder que nos ha dado en trabajar que sea conocido y adorado en
todo el mundo por verdadero Dios, como lo es, y Criador de todo lo visible e

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invisible; y deseando esta gloria de nuestro Dios y Señor, felizmente hemos conse-
guido traer al Gremio de la Santa Iglesia Católica Romana las innumerables Gentes
y Naciones que habitan las Indias Occidentales, Islas y Tierra Firme del Mar Océano,
y otras partes sujetas a nuestro dominio. Y para que todos universalmente gocen
el admirable beneficio de la Redención por la Sangre de Christo nuestro Señor, ro-
gamos y encargamos a los naturales de nuestras Indias que no hubieren recibido la
Santa Fe, pues nuestro fin en prevenir y enviarles maestros y predicadores es el
provecho de su conversión y salvación, que los reciban y oygan benignamente y
den entero crédito a su doctrina.
Y mandamos a los Naturales y Españoles y otros qualesquier Christianos de
diferentes provincias o naciones, estantes o habitantes en los dichos nuestros Rey-
nos y señoríos, Islas y Tierra firme, que regenerados por el Santo Sacramento del
Bautismo hubieren recibido la Santa Fe, que firmemente crean y simplemente con-
fiesen el Misterio de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Perso-
nas distintas y un solo Dios verdadero, los artículos de la Santa Fe y todo lo que
tiene, enseña y predica la Santa Madre Iglesia Católica Romana; y si con ánimo per-
tinaz y obstinado erraren y fueren endurecidos en no tener y creer lo que la Santa
Madre Iglesia tiene y enseña, sean castigados con las penas nos ha negado lo que
se nos debía. Hijo de fieles vasallos tuyos en tierra impuestas por derecho, según y
en los casos que en él se contienen [...].
Lib. II, tit. I, ley I. – Habiendo considerado quanto importa que las leyes da-
das para el buen gobierno de nuestras Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano,
Norte y Sur, que en diferentes cédulas, provisiones, instrucciones y cartas se han
despachado, se juntasen y reduxesen a este cuerpo y forma de derecho, y que sean
guardadas, cumplidas y executadas: Ordenamos y mandamos que todas las leyes
en él contenidas se guarden, cumplan y executen como leyes nuestras, según y en
la forma dada en la ley que va puesta al principio de esta Recopilación, y que solas
éstas tengan fuerza de ley y pragmática sanción en lo que decidieren y determina-
ren; y si conviene que se hagan algunas demás de las contenidas en este libro, los
vireyes, presidentes, audiencias, gobernadores y alcaldes mayores nos den aviso e
informen por el Consejo de Indias, con los motivos y razones que para esto se les
ofrecieren, para que reconocidos se tome la resolución que más convenga , y se
añadan por Quaderno aparte. Y mandamos que no se haga novedad en las orde-
nanzas y leyes municipales de cada ciudad, y las que estuvieren hechas por quales-
quier comunidades y universidades, y las ordenanzas para el bien y utilidad de los
Indios hechas o confirmadas por nuestros virreyes o audiencias reales para el buen
gobierno, que no sean contrarias a las de este libro, las quales han de quedar en
vigor y observancia que tuvieren siendo confirmadas por las audiencias, entre tanto
que vistas por el Consejo de Indias las aprueba o revoca; y en lo que no estuviere
decidido por las leyes de esta Recopilación, para las decisiones de las causas y su

41
determinación se guarden las leyes de la Recopilación y Partidas de estos Reynos
de Castilla.

25. Dificultades de la monarquía católica en su relación con Roma

Consulta del Consejo de Castilla, 29 de octubre de 1630. A.H.N. Consejo, Leg. 51.351, exp. 5.
Tomado de: A.L. Cortés Peña (coord.), Historia del Cristianismo. III. El mundo moderno, Madrid-Gra-
nada, Trotta-Universidad de Granada, 2006, 411.

El Consejo de Estado me ha hecho la consulta inclusa sobre una carta del


conde de Monterrey en que muestra el poco afecto que conoce en Su Santidad para
todo lo que me toca y, juntamente con remitiros la dicha consulta para que la veáis,
me ha parecido deciros que echo menos no tener noticia de lo que ha obrado el
consejo en virtud de mi resolución en cosas de reformaciones de la casa del nuncio.
Lo que se ofrece que responder a V. Md. en la materia es que, habiendo
propuesto el consejo, en cinco de julio de este año a V. Md., diferentes puntos y
muy sustanciales tocantes a la nunciatura y a los despachos, provisiones y gracias
de Su Santidad con que se hallan estos reinos muy gravados, fue servido V. Md. de
mandar que por ahora sólo se tratase del exceso que había en casa del nuncio, así
en la paga de los derechos, como en la calidad de cobrarse en plata, y que sobre
esto hablase al nuncio el fiscal por la buena correspondencia que era justo tener
con él. Esta diligencia se cometió luego al licenciado don Luis Gudiel y, con deseo
de juntar papeles con que instruirse, se ha dilatado y el consejo no ha apretado
mucho, así por ser este punto de los de menos consideración y de más dificultoso
remedio, como por haber reconocido en diferentes consultas y decretos de V. Md.
cuanto embaraza el remedio de las cosas la dependencia que V. Md. tiene de Su
Santidad para efectos mayores; y, aunque con los nuevos accidentes de Roma y los
desabrimientos que los embajadores pasan, se repiten de ordinario dos veces al
año estas materias y vienen al consejo cuando vuelven de él a V. Md. y se proponen
los excesos y el modo de reformarse, se suspende la execución acaso por razones
superiores de estado que gobiernan el real pecho de V. Md. [...]
Otro punto se ofrece de esta calidad al consejo en que sin ofensa, antes con
mucha conveniencia de las iglesias de estos reinos y de los naturales, y usando V.
Md. de su derecho, puede impedir mucha saca de dinero del reino, que en estos
tiempos no es la que menos guerra hace a V. Md. y es excusar las vacantes de igle-
sias, proponiendo V. Md. personas con toda la brevedad que fuere posible porque
es gran suma la que a este título sale en cada un año de España. Y sola la de Sevilla,
con no haber durado el tiempo que otras, se dice importó sesenta mil ducados. V.
Md. lo mandará ver y ordenará lo que más fuere de su real servicio.

42
26. La necesidad de elegir libremente la carrera eclesiástica

A. Arbiol [Obs.], La familia regulada con doctrina de la Sagrada Escritura y Santos Padres
de la Iglesia Católica para todos los que regularmente componen una casa seglar, a fin de que cada
uno en su estado y en su grado sirva a Dios Nuestro Señor con toda perfección y salve su alma, Zara-
goza: Herederos de Manuel Román, 1715, pp. 506-509.

Muchos padres que violentan a sus hijos para que tomen el estado contra
su voluntad decente y honesta pecan mortalmente y en esto no hay duda. Los pa-
dres que violentan a sus hijas para ser monjas […] están descomulgados y malditos
[…] no es la potestad de los padres para ruina y perdición de sus hijos sino para su
mejor conveniencia temporal y edificación de sus almas […] deben atender los pa-
drea a la vocación de sus hijos, y dándoles el estado contrario a su propia vocación,
de ese mal principio se originan los desconsuelos, se agravan las impaciente amar-
guras, se repiten los arrepentimientos, se multiplican los pecados […] muchos esta-
rán en el infierno por haber sido eclesiásticos que estarían en el cielo si hubieran
sido seculares y sacados, otros se perderán en el estado secular que consagrados a
Dios hubieran vivido como unos ángeles, muchos casados arderán en eternas lla-
mas que si hubieran sido religiosos estarían en inmensas glorias. En todos los esta-
dos de la Iglesia católica se pueden salvar los hombres […] no es pecado sino virtud
y prudencia el encaminar los padres a los hijos al estado más perfecto dejándoles
siempre en su libertad cumplida para que sigan la vocación santa que Dios les diere.
Esto no es pecado pero sí lo será cuando el padre por sus propias conveniencias y
por su interés particular tuerce la voluntad decente de sus hijos […] otros padres
indignos encaminan sus hijos espúreos y bastardos a la Iglesia y a las religiones […]
otros padres temerarios les quitan la santa vocación a sus hijos embarazándoles
que no sean religiosos y aun los sacan de los noviciados de las religiones con varias
astucias.

27. Los jesuitas y la espiritualidad-devoción juvenil

La juventud triunfante, San Miguel, 1727. Tomado de: M.A. Pena González, La Escuela de
Salamanca. De la Monarquía hispánica al Orbe católico, Madrid, BAC, 2009, pp. 585-587.

Al serenísimo Señor D. Fernando, Príncipe de Asturias


Señor. Esta obra, que tiene por título, La Juventud triunfante, tiene muchos
títulos para que V. A., no sólo por su Real Cuna Príncipe de Asturias, heredero del
Cetro, y Corona Imperial de las Españas, sino también por las sublimes qualidades
y soberanas prendas, que amenizan sus florecientes años, Príncipe de la Juventud,
y de lo que en ella cabe de más bello, más culto, más noble y generoso. La edad
juvenil, que en otros, aun de los más felizes, suele ser un jardín, donde sólo se ven
esperanzas verdes, y promessas floridas, en V. A. es un paraíso, donde a la amenidad

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de las flores se juntan a las delicias de preciosos frutos. Los deseos de sus leales y
amantes vasallos ya están más allá de las esperanzas, ya no temen la contingencia
de las promessas. Frutos son preciosísimos, y efectivos en la florida edad de V. A.,
una rara advertencia y perspicacia, que todo lo observa, y lo previene; una firmeza
de ánimo varonil, vinculada al nombre de Fernando en el Solio de España. Un can-
dor de vida, que es el blanco de nuestras admiraciones, una piedad tan nativa y
genial, que no dexó que hazer a la Real Cathólica educación, y otras reales prendas
y virtudes, que brillan en la juventud de V. A. y hechizan nuestro amor.
Siendo, pues, V. A. en este sentido dos vezes Príncipe, alega este libro mu-
chos títulos, para prometerse el benigno agrado de V. A. alega el ser una descripción
de fiestas juveniles, ya por su doble objeto de dos santos príncipes jesuitas, los más
jóvenes, que de la classe de santos confessores adornan los altares. Ya también por
la gran parte, que han tenido en su idea y execución los jóvenes, así jesuitas, como
seculares de varios países. Alega el estar su contexto sembrado o esmaltado de
muchos expresivos elogios de la edad juvenil, y de sus ambles atributos, capaces de
evitar la odiosidad del vicio, y para hazerla lucir más con la oposición del extremo
contrario, dize tal vez sus gracias sobre la desgracia de la vejez, y aún por eso la
alegría de sus expressiones estaría contristada en manos de mi ancianidad, sino
esperara la dicha de passar luego a las de V. A. Alega lo sagrado de su assunto, pro-
prio enteramente de la piedad, a cuyo sueldo militaron en todo el discurso de las
fiestas la magnificencia, el ingenio, la discreción, puesta siempre la mira en el Cielo.
Alega el ser obra de un escritor sabio, ingenioso, discreto, y eloquente, cuya diestra
elegante festiva pluma, es justamente la que pedían los méritos del assunto, para
volar a la más alta esfera del aplauso. Sugeto por otra parte de tan generosa condi-
ción, que sin querer descubrir su nombre a los elogios, que le merece su limado y
excelente escrito, me ha cedido la acción de dedicarle a gusto mío. Aunque yo no
tengo más parte en esta obra, que el empeño de que salga a luz, y que no se ciña
al recinto de Salamanca el gusto de tan grandes fiestas. Y esto, porque la fortuna,
que logro, de ser hermano de la Compañía de Jesús, me haze interesado en sus
lucimientos y glorias. Alega finalmente el ser descripción de fiestas propias del Co-
legio Real de la Compañía de Jesús, que es la perla y la joya de Salamanca, y alhaja
muy de V. A., por ser fundación de sus augustos predecessores, que aligaron su pa-
tronato a la Real Corona con circunstancias de singular benevolencia y honor. Y no
menos, por ser uno de los más insignes domicilios y seminarios de una religión tan
benemérita de la Iglesia y del bien público, y por eso tan amada y favorecida de V.
A., a exemplo de su augusto padre el Rey nuestro Señor, que Dios guarde.

Por todos estos títulos, tiene esta obra la obra la noble ambición de pre-
sentarse a los sereníssimos ojos de V. A., y besar sus elevadas plantas. Y a mi me
queda la vanidad de aver acertado con el destino más proprio de este libro, y de
aver logrado la oportunidad de expressar por este medio a V. A. mi profundo rendi-
miento de vassallo y el amor leal, con que ruego al Altíssimo nos guarde y prospere

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a V. A., para gran bien de la Monarquía, de la Iglesia y del Mundo. Señor. Está a los
pies de V. A. Su rendidíssimo vassallo y criado. D. Rodrigo Cavallero y Llanes.
Dictamen del RR. Padre Joseph Antonio Buron y Múxica de la Compañía de
Jesús.
Dezir, que este papel intitulado: La Juventud triunfante en las Fiestas, etc.
que V. A. me manda ver con orden de expressar mi dictamen, es digno de que salga
a luz, para dar mucha luz a los ingenios, es poco dezir. Ensancharé un poco más el
ruedo a la censura, aunque siendo descripción reflexa de otra descripción la mía,
congoxaré con la opressión de los moldes la obra del author, y mi nombre mismo.
Si la pluma ha de ser pincel de lo que escribe, yo arrojo sombras sobre el
culto quadro, que me manda ver V. A. No acierto a pintarlo; porque passando mis
colores por los suyos, lo borro, copiándolo. El author dio luzes, yo sombras, además
de que pintura de pintura pierde mucha estimación. Testigo pudo ser Phelipe II. que
no quiso admitir un retrato, que hizo un pintor diestro, sólo porque es traslado.
Aquí veo al Real Colegio de Salamanca, que excede a los de nuestra Provin-
cia quantum lenta solent inter viburna cupressi, empeñado, y desempeñado cele-
brando a dos humanos ángeles no sólo con laureola, sino con aureola de príncipes
del cielo, Gonzaga y Kostka. Que he de dezir yo de estas fiestas y de esta pluma?
Sólo diré que fueron como de aquella esfera de letras, y de el zelo de la Compañía
en un Colegio todo Regio. […]
Es la Compañía tan noble, que aun lo que le costó tanto para celebrar dig-
namente el canonizado honor de estos sus dos jóvenes héroes celestiales, en tantos
colegios como ay de Roma al último mundo, lo trata como ayre de gracejo, versos,
agudezas, sales, como quien se ríe de sus gastos proprios azia el Cielo, son su gloria.
La gran Fábrica del Real Colegio está aquí muy en su lugar. Aquella labrada
soberbia de el arte, y de el ayre, que parece, que el Espíritu Santo su Tutelar (fuego
en fin) la va levantando a su elemento, y apartándola del mundo, para que sólo se
entienda con el Cielo, deberá desde oy a esta pluma, que rize otra la altivez de sus
aguilas.
La articulación de el Altar está en todo propria. No parece. Que se deshizo
su cuerpo. Se acabó, y dura, como aquel cadaver real, que desatado en fragmentos,
y dos vezes cadáver se truxo de Flandes a vista de el Rey su hermano. Atando pe-
dazos de muerte salió toda la entereza de una muerte viva. Ahora se ve mejor, que
entones con nueva alma. Allí se vio lo hecho, aquí el motivo; y haziéndose a un lado
los ojos, la comprehende más bien el discurso. Assí sucede en el Cielo, que feriando
la vista azia Dios, se convierte en ojos del entendimiento.
Los versos a vezes son boladores, y a vezes buscapieses (algo se me avía de
pegar de estilo de este ingenio) pero con lucimiento ruidoso todo, y lo que debe
repararse mucho es, quan a tiempo trahe las musas latinas agenas a que no lo sean
para cantar sus designios.

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Su agradecimiento a quantos conspiraron a la celebridad de esta dicha es
muy como suyo. Que pluma bien nacida pudo dexar sin gratitud a espíritus nobles,
que sólo por serlo salieron a honrar a una Órden, que parece, que solamente la
puso Dios en el mundo para hazerla más semejante al JESÚS de su divisa? In signum
cui contradicetur.
El honor, que Su Santidad añade a la canonización de el ángel Gonzaga para
la Compañía, es como de Ursinos. De Ursinos, digo, es esclarecidíssimo en todo alto
como el Polo Breal, y más en virtud. Hácelo patrón de las escuelas de nuestra Or-
den. Serálo el Santo, y atenderá a una Religión, que de ciento en ciento embía sin
parar sus hijos a instruir en la fe con su doctrina bárbaros del otro mundo. Asistirá
a una Gerarquía de letras de quien dixo un ingenio nuestro, y con gran verdad, lo
que Virgilio de la fortaleza más célebre de la historia poética: Non anni domuere
decem, non mille carinae.
Digníssimo es este favor de Su Santidad por cierto, de que la Compañía lo
junte a los que ha recibido de diez y siete antecessores suyos, peoniéndolo en sitio,
sino más alto, más visible, por de otra esfera, y de otro diferente orden. Assí lo
executa el author.
No sólo juzgo, pues, que es debida la licencia, que para esta obra se pide,
sino que si se descubre quien la ha escrito, se le agradezca mucho; porque trabajos
(y como que lo son) tan estudiosos y de tan piadosas plumas no han de contentarse
con la tinta, y el humo en la pesadez del plomo, y con el favor de la fama en las
ratidades del ayre. No es bien, que se salga con la suya el Satýrico: Virtus laudatur,
et alget. Este es mi sentir, y lo será siempre, salvo, etc. Segovia, y Noviembre 27. de
1727. IHS Joseph Antonio Butrón y Múxica.

28. La devoción popular

Ordenanzas de la Cofradía Sacramental de la parroquia de Santa Cruz de Madrid (1557).


Biblioteca Nacional [Madrid], Ms. 13366. Tomado de: A.L. Cortés Peña (coord.), Historia del Cristia-
nismo. III. El mundo moderno, Madrid-Granada, Trotta-Universidad de Granada, 2006, p. 456.

Capítulo primero, que habla de quando saliere el Corpus Domini a visitar


algún doliente.
Primeramente queremos y ordenamos que cada y quando que el Corpus
Domini saliere de la Iglesia a visitar algún enfermo, todos seamos obligados de ir a
la Iglesia, oyendo la señal que nuestro maiordomo hiciere o por su mandado, esta
señal con voluntad del cura o su theniente de la dicha Iglesia para que todos vamos
acompañando el Cuerpo de Nuestro Señor, el Redemptor Jesuchristo, con nuestros
cirios encendidos en las manos, e si el dicho maiordomo no viniere a hacer la dicha
señal e dar la cera no teniendo justa escusa, y el cofrade sea obligado a venir so la
dicha pena de cinco maravedís como dicho es, no teniendo justa causa.

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Otro sí, ordenamos que porque nuestro Señor Jesuchristo sea servido e
loado, todos seamos obligados de tener candelas encendidas en las manos el Jue-
ves de la Cena al cerrar el Sto. Cuerpo de Nuestro Redemptor Jesuchristo, para le
adorar e dar gracias, y el que faltare que no viniere estando en la villa, si no se
despidiere de los quatro que el cavildo rigieren e no diere razón muy lexítima, no
le sea dada licencia, e que pague de pena por cada una de estas tres cosas que
faltare media libra de cera.

29. El Rey al arzobispo de Burgos sobre abusos en Semana Santa

Biblioteca Nacional [Madrid], Ms. 6371 (1575). Tomado de: A.L. Cortés Peña (coord.), His-
toria del Cristianismo. III. El mundo moderno, Madrid-Granada, Trotta-Universidad de Granada,
2006, pp. 456-457.

Hemos sido informado que en la Semana Santa en encerrando el Santísimo


Sacramento, se ponen, a las puertas de las iglesias y en las calles y placas donde
acude más gente, tablas de golosinas y cosas dulces para los que van a las estacio-
nes, para que si quisieren quebrantar el ayuno no les falte la ocasión y así hay pocos
que guarden el ayuno de aquellos días. Y que fuera de esto, en las tiendas de con-
fitería y de otras comidas regaladas, se vende más aquellas noches que en algunos
meses, y hay tanta priesa al vender y comprar como la suele haver al pan en tiempo
de hambre, y que desto se lleva a las iglesias para las mujeres rebotadas y se da
como ferias. Y que la noche que se quedan a ver lass procesiones de los disciplinan-
tes, y otras que suele haver en esa ciudad, son grandes las disoluciones y maldades
sensuales que se hacen, sin perdonar los templos ni el tiempo santo ni a las indul-
gencias, y que todo anda turbado de la oscuridad de la noche y debaxo del título de
religión se suelta tanto la licencia de los perdidos y mundanos que son es tos días y
noches las que más indignan y ofenden a Dios nuestro Señor, por ser los pecados
cometidos en esta sarcón en tiempo donde mayor obligación tenemos todos de
servirle y en que mayor reverencia se le deve. Y que así sé le haría por servicio y
mandar proveer esto de manera que pues la raíz de todo este daño toma fuerças
de andar de noche en esta turbación de tiempo las mujeres, que ellas se estuviesen
en sus casas y de día visitasen los templos en forma honesta y de noche se recogie-
sen a sus casas y que no hiciesen madrugadas a las estaciones, y que juntamente
se prohiviese que estos días no se vendiesen estas golosinas y regalos ni huviese
tienda abierta dellos.

30. Misión simbólica celebrativa del triunfo sobre los protestantes

El estandarte de la Santísima Cruz de Nuestro Redentor Jesu-Christo, compuesto por el glo-


rioso San Francisco de Sales, obispo y príncipe de Ginebra, Imp. del Convento de la Merced, Madrid,
1738, pp. 13-14. Tomado de: A.L. Cortés Peña (coord.), Historia del Cristianismo. III. El mundo mo-
derno, Madrid-Granada, Trotta-Universidad de Granada, 2006, p. 457.

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Habla de las Quarenta Horas que se celebraron en el lugar de Ennemassé
en el año de 1597, a las quales acudió número increíble de personas y, entre otras,
la Cofradía de los Penitentes de Annesi, la más antigua de todas las de Saboya; la
qual aunque distaba una jornada, teniendo noticia de que se avía de erigir una Cruz
alta en la eminencia de un camino real que va a Ginebra, en la cercanía de Enne-
massé, hallándose muy temprano en la iglesia, en la qual aviendo los cofrades co-
mulgado por mano del Ilustrísimo Señor Obispo, le acompañó también asimismo
en la procesión, para dar principio a las dichas Quarenta Horas, con la procesión del
lugar de Chablais, en la qual avía ya grande número de nuevos convertidos, que
fueron como las primicias de la grande cosecha que se ha hecho en este mismo país
y el de Ternier.
Y al anochecer los cofrades de Annesi, bolviendo devotamente al oratorio,
cargaron en sus ombros la Santa Cruz, la qual desde la mañana estaba compuesta
y bendita, y caminaron con ella un largo trecho hasta el sitio en donde se avía de
plantar, cantando con esta dulce carga, con voz muy devota, el hymno Vexilla Regis
prodeunt, teniendo siempre a su lado a el Ilustrísimo Señor Obispo, seguido de una
multitud innumerable de pueblo [...] Y enarbolado el Santo Estandarte [...], después
todos los cofrades, aviendo recibido la bendición del Ilustrísimo Señor Obispo y, a
su imitación, venerado con mucha devoción la Santa Cruz, tomaron con muy buen
orden y silencio el camino de buelta a Annesi. Santo y devoto expectáculo, que hizo
llorar a muchos de los más endurecidos que le vieron.

31. Expresión barroca de la fe

Nueva relación en que se declaran y explican por menor los principales misterios y alusio-
nes con que adorna su magnífica anual procesión del Corpus la M. N. y L. Ciudad de Valencia, el or-
den y disposición que tienen y demás noticias relativas al asunto, Valencia, 1786. Tomado de: A.L.
Cortés Peña (coord.), Historia del Cristianismo. III. El mundo moderno, Madrid-Granada, Trotta-Uni-
versidad de Granada, 2006, pp. 632-633.

Mandó Felipe Tercero se librase algún subsidio para ayuda de la fiesta, y


todos dieron benignas muestras de su real agrado en este culto festivo. El origen
de este día fue aquel excelso prodigio de seis Formas consagradas, que dexó en el
Sacrificio cuando el sitio de Luchente por Don Jaime, Rey invicto, el sacerdote es-
condidas, esperando al Moro altivo, que presentaba batalla entre los ásperos riscos
de aquellas agrias montañas. De su ardiente fe movido dio Don Jaime la batalla que
ganó, y volviendo al sitio, tintos en púrpura sacra con las Formas escondidos se
hallaron los Corporales, víctima del sacrificio, para que la fe constante no negase
sus prodigios. A Daroca a parar fueron testimonios tan divinos, y desde aquel
tiempo Urbano cuarto, en general edicto hizo esta Fiesta solemne en todo el cris-
tiano Aprisco [...]

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Sabidas estas noticias tan precisas, proseguimos a explicar de dicha Fiesta
todos los puntos precisos. La víspera ya del Corpus las Danzas, según estilo y la De-
golla que dicen en su idioma (humor nativo, que con máscara y disfraz, anuncia el
día festivo, dando ya temor, ya gusto a las mujeres y niños) corren toda la ciudad,
y con sumo regocijo de la destreza hacen gala, unos, y otros dan indicio de querer
con lo aparente ocultar otro capricho. En diferentes parajes representan expresivos
los dichos de la Degolla en su idioma, y en su estilo algunos de los Misterios en
cierto modo alusivos. También se sacan las Rocas, que gigantes obeliscos son
blanco de los extraños, y de todos, regocijo. Estas seis Rocas o Carros por la orden
construidos, y junta de la ciudad fueron en tiempos distintos, según deliberaciones
[...] luego, a la hora precisa comienza el místico giro de la noble procesión, y éste
es su formal principio.
Anticípanse las Rocas aquel tiempo más preciso para dar toda la vuelta, y
volver al propio sitio de la plaza de la Seo, cada carro conducido por cuatro briosas
mulas, y despejando el gentío con la ayuda de la tropa, los Miñones y Ministros,
antes que la procesión de la iglesia haya salido. Van las Danzas en los Carros, y a
compases repetidos de su ordinario instrumento forman sus bailes festivos. [...] tras
las Custodias con libro, un verde ramo y también de la mano el tierno Niño, símbolo
es de profesía, a que la iglesia de Cristo da su fe, como nacidas de aquel saber infi-
nito, y los veinte y cuatro ancianos con albas y estolas ricos, con coronas y con luces,
aquellos que vio rendidos Juan en Patmos desterrado ante el Cordero Divino tribu-
tando adoraciones, símbolo y compendio digno de este Augusto Sacramento en
que el león cordero se hizo.
Ahora, bajo costoso, adornado palio, rico, va conducido de doce del Santo
Templo Ministros el Sacramento, en memoria del suceso peregrino de la Arca del
Testamento que llevaban hombros píos de los antiguos Levitas. [...] aquí cierra todo
el orden de Granaderos altivos una armada compañía, que al compás del parche
herido marcha, conteniendo al Vulgo en tropeles divididos. Van por diferentes ca-
lles, en donde el primor nativo se esmera en curiosidad de los pisos y edificios, ro-
pajes y colgaduras, adornos tan exquisitos, que hacen vistoso teatro su primor sin
artificio.

32. La religión como bien de la nación

J.B. Bossuet, Política sacada de las Sagradas Escrituras, Madrid, Tecnos, 1974, pp. 148-151.

Artículo segundo
Sobre la religión considerada como un bien de la nación y de la sociedad civil
Proposición I: Las principios religiosos se han mantenido siempre a pesar de
la ignorancia y corrupción del genera humano
San Pablo hablando a los pueblos de Licaonia, les dice que “Dios, en las

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pasadas generaciones, permitió que todas las naciones siguieran su camino” (Act
XIV,15). Con ello parecería que les había dejado enteramente abandonados a sí
mismos y a sus propios pensamientos, en lo que respecta al culto divino, sin haber-
les revelado ningún principio religioso. Pero San Pablo, en el mismo lugar, añade:
“Aunque no las dejó sin testimonio de sí, haciendo el bien y dispensando desde el
cielo las lluvias y las estaciones fructíferas, llenando de alimentos y de alegría vues-
tros corazones” (Act XIV,16; 17). Lo que nunca hubiese dicho a estos pueblos igno-
rantes si, a pesar de su barbarie, no les hubiese quedado alguna idea del poder y
de la bondad divina.
Hallamos de este modo entre los bárbaros un conocimiento de la divinidad,
a la que están dispuestos a ofrecer sacrificios (Act XIV,10-12). Y esta especie de tra-
dición de la divinidad, del sacrificio y de la veneración instituida para reconocerla
se encuentra desde los primeros tiempos tan universalmente extendida entre las
naciones, que su procedencia ha de ser situada necesariamente en. Noé y en sus
hijos.
Cuando el mismo San Pablo, al dirigirse a los gentiles convertidos a la fe, les
dice: “Estuvisteis entonces sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef II,12), no
quiere decir con ello que careciesen par completo de conocimiento de la divinidad,
puesto que en otro lugar les reprocha que «se dejasen arrastrar ciegamente hacia
los ídolos mudos” (I Cor XII,2).
Cuando también reprocha a los atenienses sus tiempos de ignorancia (Act
XVII,30), en los que vivían sin conocimiento de Dios, lo hace solamente para decirles
que no tenían de Dios mas que conocimientos llenos de errores y confusión, aun-
que no estuviesen totalmente desprovistos del conocimiento, divino, puesto que le
adoraban, aunque, desconocido, y le rendían, dentro de su ignorancia, una especie
de culto (Act XVII,23).
Ideas semejantes de la divinidad se encuentran en toda la tierra desde los
más tempranos tiempos, no habiéndose encontrado ningún pueblo, a no ser que
fuese absolutamente bárbara e incivilizado, que no haya tenido alguna religión.
Proposición II: Las ideas religiosas de estos pueblos tenían ciertos aspectos
de firmeza e inviolabilidad
“Id hasta las islas de los quititas y ved; mandad a Cedar e informaos bien, a
ver si jamás sucedió cosa como ésta. ¿Hubo jamás pueblo alguno que cambiase de
dios con no ser dioses ésos?” (Jer II,10-11). Los principios religiosos eran considera-
dos como inviolables por estos pueblos paganos, y fue ésa la razón de que costase
tanto esfuerzo cambiarlos.
PROPOSICIÓN III: Estos principias religiosos, aunque idolátricos y erróneos,
bastaron para dar una constitución estable a la nación y al gobierno
De otra manera llegaríamos a la conclusión de que no existe verdadera y
legítima autoridad fuera de la verdadera religión y de la verdadera Iglesia, lo que
estaría en contradicción con los pasajes ya analizados, en los que el gobierno de las
naciones era sagrado, inviolable, instituido por Dios y obligatorio en conciencia, por
muy idolátricas e infieles que fuesen.
La religiosidad del juramento, reconocida por todas las naciones, demues-
tra la verdad de este aserto.
San Pablo señala dos aspectos importantes en la religiosidad del juramento
(Heb VI,13,16-18). El primero, que se jura siempre por algo superior a uno mismo;

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el segundo, que se jura por algo a lo que se tiene por inmutable. De donde el mismo
apóstol saca la conclusión de que “el juramento pone entre los hombres fin a toda
controversia y les sirve de garantía”.
Tenemos que añadir una tercera condición; la de que se ha de jurar por un
poder capaz de penetrar hasta el mismo trasfondo de la conciencia, de forma que
no se le puede engañar, ni escapar a su castigo en caso de perjuicio.
AI aclarar este punto, sabemos que el juramenta era una institución de to-
das las naciones. Su compromiso establecía la seguridad mas grande que podía exis-
tir entre los hombres, comprometiéndoles por algo que consideraban superior, ina-
movible y que les responsabilizaba en conciencia.
Se estableció sobre todo para ser utilizado en dos casos donde la justicia
humana resulta impotente: el primero, cuando se ha de tratar entre potencias igua-
les que no reconocen ninguna otra potencia sobre ellas; y el segundo, cuando hay
que tratar de asuntos secretos, sin más testigos ni árbitro que la propia conciencia,
no habiendo otro medio de asegurar las cosas que el de la religiosidad del jura-
mento. Por consiguiente, no es absolutamente necesario que se jure por el Dios
verdadero, sino que basta con que cada una de las partes jure por el dios que reco-
noce. Por San Agustín sabemos que los tratados que se hacían con los bárbaros
eran concertados por el juramento hecho ante sus dioses, y les da el nombre de
Juratione barbárica (Aug Epist XLVII ad Public n. 2). San Agustín lo demuestra por
medio del juramento que concertó la paz entre Jacob y Labán, en el que cada uno
de ellos juró por su Dios: Jacob, por el Dios verdadero, “al que su padre Isaac había
temido y reverenciado”; y Labán, que era idólatra, por sus, dioses (Gen XXXI,53,
etc.).
Así pues, queda demostrado que la religión, sea verdadera o sea falsa, es-
tablece la buena fe entre los hombres, ya que, aunque sea una impiedad que los
idólatras juren por dioses falsos, la buena fe del juramento que concierta el tratado
no tiene nada de impía, siendo, por el contrario, inviolable y sagrada en si misma,
como San Agustín lo demuestra en el mismo pasaje. Por este motivo. Dios ha casti-
gado siempre el perjurio entre los infieles, puesto que aunque jurar por falsos dio-
ses sea un pecado ante sus ojos, no deja par ello de seguir siendo el protector de la
buena fe que se establece por este medio.
Ya hemos visto que las naciones que desconocían al verdadero Dios, no de-
jaron de fundamentar sus leyes en los oráculos de sus dioses, buscando el estable-
cimiento de la justicia y de la autoridad, es decir, del orden y la paz, por los medios
mas seguros que pudiesen hallarse entre los hombres.
Con ello pretendía que sus magistrados y sus leyes fuesen considerados
santos y sagradas. El mismo Dios no ha desdeñado castigar la irreligiosidad de los
pueblos que profanaban los templos tenidos entre ellos por sagrados, y las religio-
nes que creían verdaderas, ya que juzga siempre a cada uno según su conciencia.
Si se nos preguntase qué se podría decir de un Estado en el que la autoridad
pública estuviese establecida sin ninguna base religiosa, lo primero que contesta-
ríamos sería que no vemos ninguna necesidad de responder a preguntas ociosas.
Tales Estados no han existido nunca. Los pueblos que han carecido por completo
de religión, se han visto privados al mismo tiempo de constitución política y de
subordinación, conservándose en estado salvaje. Los hombres, al no responsabili-
zarse en conciencia, tampoco pueden darse seguridades. Las naciones cuya historia
nos dice que sus sabios y magistrados han despreciado la religión y no han creído

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en Dios, han sido gobernadas con otros principios, y poseído un culto público.
Si llegara a encontrarse alguna nación cuyo gobierno hubiese sido estable-
cido sin ninguna base religiosa (lo que no ha existido nunca ni parece que pueda
existir), sus dignatarios se verían obligados a inventar algún medio para conservar
el orden público. Y este Estado sería preferible al de la anarquía absoluta, que es el
estado de guerra de todos contra todos.

33. La tolerancia religiosa

Fragmento de J. Locke, Carta sobre la tolerancia, 1689. Tomado de: A.L. Cortés Peña
(coord.), Historia del Cristianismo. III. El mundo moderno, Madrid-Granada, Trotta-Universidad de
Granada, 2006, p. 872.

[...] Puesto que me preguntáis mi opinión sobre la tolerancia recíproca en-


tre los cristianos, responderé en pocas palabras que éste es el principal criterio de
la verdadera Iglesia. En efecto, hay gente que se ufana de la antigüedad de los lu-
gares y de los nombres de su culto o de su esplendor [...] y todos, en general, de la
ortodoxia de su fe (pues todo el mundo se cree ortodoxo); todas estas cosas y otras
semejantes son más bien signos de la lucha de los hombres por el poder que signos
de la Iglesia de Cristo. Quien posee todo eso pero está falto de caridad, de manse-
dumbre o de benevolencia hacia todos los hombres en general, incluso hacia los
que no profesan la religión cristiana, no es aún cristiano [pues] la verdadera religión
[...] no ha nacido para la pompa exterior o para la dominación eclesiástica o, en fin,
para la violencia, sino para ordenar la vida de los hombres según la rectitud y la
piedad. [...]

34. Elogio de la tolerancia religiosa

D. Diderot, Carta a mi hermano (29 diciembre 1760), en Id., Escritos filosóficos, Madrid,
Editora Nacional, 1981, pp. 251-256.

He aquí, querido hermano, lo que los cristianos débiles y perseguidos de-


cían a los idólatras que les arrastraban al pie de sus altares.
Es impío exponer la religión a las imputaciones odiosas de tiranía, de du-
reza, de injusticia, de insociabilidad, incluso con el propósito de volver a traer a ella
a los que desdichadamente se hubiesen apartado.
El espíritu no puede dar aquiescencia más que a lo que le parece verdadero;
el corazón no puede amar más que lo que le parece bueno. La coerción hará del
hombre un hipócrita si es débil, y un mártir si es valeroso. Débil o valeroso, sentirá
la injusticia de la persecución y se indignará por ella.
La instrucción, la persuasión y la oración, tales son los únicos medios de
extender la religión.

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Todo medio que excite el odio, la indignación y el desprecio es impío. Todo
medio que despierte las pasiones y que se encamine a objetivos interesados, es
impío.
Todo medio que afloje los lazos naturales y aleje a los padres de los hijos, a
los hermanos de los hermanos y a las hermanas de las hermanas, es impío.
Todo medio que tendiese a sublevar a los hombres, a armar a las naciones
y a empapar la tierra de sangre, es impío.
Es impío querer imponer leyes a la conciencia, regla universal de las accio-
nes. Hay que iluminarla y no constreñirla.
Los hombres que se engañan de buena fe deben ser compadecidos, nunca
castigados.
No hay que atormentar ni a los hombres de buena fe ni a los hombres de
mala fe, sino abandonarlos al juicio de Dios.
Si se rompen los lazos con el llamado impío, se romperán los lazos con el
llamado vicioso. Se aconsejará esta ruptura a otros y tres o cuatro santos persona-
jes bastarán para desgarrar la sociedad.
Si se puede arrancar un cabello a quien piensa de distinto modo que noso-
tros, también se podrá disponer de su cabeza, porque no hay límites a la injusticia.
Será o el interés, o el fanatismo, o el momento o la circunstancia lo que decidirá el
más o el menos.
Si un príncipe infiel preguntase a los misioneros de una religión intolerante
cómo tratan a los que no creen, sería preciso que confesasen una cosa odiosa, o
que mintiesen, o que guardasen un vergonzoso silencio.
¿Qué es lo que Cristo ha recomendado a sus discípulos al enviarlos a las
naciones? ¿Fue morir o matar, perseguir o padecer?
San Pablo escribía a los Tesalonicenses: “Si alguien viene a anunciaros otro
Cristo, a proponeros otro espíritu, a predicaros otro evangelio, le soportaréis”. ¿Es
eso lo que habéis hecho con el que no anuncia nada, no propone nada, no predica
nada?
También escribía: “No tratéis como enemigo al que no tiene los mismos
sentimientos que vosotros; sino advertirle como hermano”. ¿Es eso lo que habéis
hecho conmigo?
Si vuestras opiniones os autorizan a odiarme, ¿por qué mis opiniones no
me autorizarían a odiaros también?
Si gritáis: soy yo quien tiene la verdad de su lado, gritaré tan alto como vos:
soy yo quien tiene la verdad de su lado; pero añadiré: ¡Y bien! ¿Qué importa quién
se equivoca si vos o yo, con tal de que la paz reine entre nosotros? Si soy un ciego,
¿es preciso que golpeéis a un ciego en la cara?

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Si un intolerante se explicase claramente sobre lo que él es, ¿qué rincón de
la tierra no se le cerraría?
Leemos en Orígenes, en Minucio Félix, en los padres de los tres primeros
siglos: “La religión se persuade y no se ordena. El hombre debe ser libre en la elec-
ción de su culto. El perseguidor calumnia su religión”. Decidme: ¿es la ignorancia o
la impostura, la que ha hecho estas máximas?
En un estado intolerante, el príncipe no será más que un verdugo a sueldo
del sacerdote.
Si bastase publicar una ley para tener el derecho de reprimir ferozmente,
no habría tiranos.
Hay circunstancias en las que se está tan fuertemente convencido del error
como de la verdad. Esto no puede ser recusado más que por quien nunca haya es-
tado sinceramente en el error.
Si vuestra verdad me proscribe, mi error, que yo tomo por la verdad, os
proscribirá.
Dejad de ser violento o dejad de reprochar la violencia a los paganos y a los
musulmanes.
Cuando odiáis a vuestro hermano y predicáis el odio a vuestra hermana,
¿es el espíritu de Dios el que os inspira?
Cristo dijo: “Mi reino no es de este mundo”; y vos, su discípulo, queréis
tiranizar a este mundo.
Él dijo: “Soy dulce y humilde de corazón”. ¿Sois vos dulce y humilde de co-
razón?
Él dijo: “¡Felices los mansos, los pacíficos, los misericordiosos!”. En concien-
cia, ¿merecéis esa bendición? ¿Sois manso, pacífico y misericordioso?
Él dijo: “Soy el cordero que es llevado sin quejarme al matadero”. Y vos
estáis preparados para coger el cuchillo del carnicero y degollar a aquél por quien
la sangre del cordero fue vertida.
Él dijo: “Si os persiguen, huir”. Y vos expulsáis a quienes os dejan hablar, y
no piden nada mejor que pastar suavemente a vuestro lado.
Él dijo: “Quisiérais que hiciese caer fuego del cielo sobre vuestros enemi-
gos”. Vos sabéis qué espíritu os anima.
Escuchad a San Juan: “Hijitos míos, amaos los unos a los otros”.
San Atanasio: “Si os persiguen, sólo eso es ya una prueba manifiesta de que
no tienen ni piedad ni temor de Dios. Lo propio de la piedad no es obligar, sino
persuadir a imitación del Salvador, que dejaba a cada cual la libertad de seguirle. El
diablo, como para él no hay verdad, viene con hachas y estacas”.

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San Juan Crisóstomo: “Jesucristo también pregunta a sus discípulos si quie-
ren irse, porque tal deben ser las palabras de quien no hace violencia”.
Salviano: “Esos hombres están en el error; pero lo están sin saberlo. Se en-
gañan para nosotros; pero no se engañan para ellos. Se estiman tan buenos católi-
cos que nos llaman herejes. Lo que ellos son para nosotros, nosotros lo somos para
ellos. Yerran, pero tienen buena intención. ¿Cuál será su suerte en el futuro? Sólo
el juez lo sabe; entre tanto, les tolera”.
San Agustín: “Que os maltraten los que ignoran con qué dificultad se halla
la verdad, y qué difícil es precaverse del error. Que os maltraten los que no saben
cuán raro y penoso es superar los fantasmas de la carne. Que os maltraten los que
no saben cuánto hay que gemir y suspirar para comprender algo de Dios. Que os
maltraten los que nunca hayan caído en el error”.
San Hilario: “Os servís de la coerción en una causa en la que no se precisa
más que la razón. Empleáis la fuerza donde no hace falta más que la luz”.
Las constituciones del papa San Clemente: “El Salvador ha dejado a los
hombres el uso de su libre arbitrio, no castigándoles con una muerte temporal, sino
emplazándoles en el otro mundo para dar cuenta de sus acciones”.
Los Padres de un Concilio de Toledo: “No hagáis a nadie ningún tipo de vio-
lencia para atraerle a la fe; pues Dios es misericordioso con quien quiere y endurece
a quien le place”.
Se llenarían volúmenes con citas olvidadas.
San Martín se arrepintió toda su vida de haberse relacionado con persegui-
dores de herejes.
Todos los hombres sabios han desaprobado la violencia que el emperador
Justiniano empleó con los samaritanos.
Los escritores que han aconsejado leyes penales contra la incredulidad han
sido detestados.
En estos últimos tiempos, el apologista de la revocación del Edicto de Nan-
tes ha pasado por un hombre sanguinario, con el que no había que compartir el
mismo techo.
¿Cuál es la voz de la humanidad? Es la del perseguidor que golpea, o la del
perseguido que se queja?
Si un príncipe infiel tiene un derecho incontestable a la obediencia de su
súbdito, un súbdito incrédulo tiene un derecho incontestable a la protección de su
príncipe: es una obligación recíproca.
Si la autoridad se ceba contra un particular cuya conducta oscura no signi-
fica nada, ¿qué no emprenderá el fanatismo contra un soberano, cuyo ejemplo es
tan potente?

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¿Ordena la caridad atormentar a los pequeños y respetar a los grandes? Si
el príncipe dice que el súbdito incrédulo es indigno de vivir, ¿no es de temer que el
súbdito diga que el príncipe incrédulo es indigno de reinar?
Ved las consecuencias de vuestros principios y temblad.
Ved, querido hermano, qué ideas he recogido y os envío como regalo de
Navidad. Meditadlas y abdicaréis de un sistema atroz que no conviene ni a la recti-
tud de vuestro espíritu, ni a la bondad de vuestro corazón.
Operad vuestra salvación, rezad por la mía y creed que todo lo que os per-
mitáis más allá es una injusticia abominable a los ojos de Dios y de los hombres.

35. La Roma de Sixto V

D. Fontana, Della trasportazione dell’Obelisco Vaticano, Roma, 1590. Tomado de: A.L. Cor-
tés Peña (coord.), Historia del Cristianismo. III. El mundo moderno, Madrid-Granada, Trotta-Universi-
dad de Granada, 2006, pp. 735-736.

Queriendo además Nuestro Señor facilitar el camino a aquellos que, movi-


dos por la devoción o por los votos, suelen visitar con, frecuencia los más santos
lugares de la ciudad de Roma [...] ha abierto en muchos lugares muchas calles muy
amplias y muy derechas: de modo que cada cual pueda, a pie, a caballo o en ca-
rroza, partir de cualquier lugar de Roma y llegar casi directamente a los más famo-
sos sitios de devoción, lo cual sirve además para completar la ciudad: porque siendo
estas calles frecuentadas por el pueblo, se construyen allí casas y tiendas en gran
número [...]. Y con gastos verdaderamente increíbles ha trazado dichas calles de un
lado a otro de la ciudad sin importar los montes o los valles que allí se cruzaban:
sino que haciendo explanar aquéllos y rellenar éstos los ha reducido a agradables
llanuras y hermosos sitios, descubriéndose en muchos lugares por los que pasan las
partes más bajas de la ciudad con variadas y diversas perspectivas, de modo que
además de las devociones se alimentan ahora con su hermosura los sentidos del
cuerpo.

36. La expulsión de los jesuitas

“Diario de un jesuita desterrado”, en Ramón Vargas Ugarte (comp.), Relaciones de viajes,


pp. 122-141. Tomado de Guillermo Céspedes del Castillo (ed.), Textos y documentos de la América
Hispánica (1492-1898), Madrid, Labor, 1988, pp. 356-358.

Lo cierto es que el Señor Virrey D. Manuel Amat seguía por entonces el aire
de la Corte, y obraba conforme a las instrucciones que de allá mucho antes había
recibido. Y conforme a éstas atribuía a los Jesuitas cuanto de malo se oía y sucedía
[...]. La tempestad contra los Jesuitas se aumentó de tal suerte que muchos señores
no comparecían en nuestras casas [...]; los mismos oidores a cada paso decían: la

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compañía se extingue en este Reino; y como juzgaban que los Jesuitas permanece-
rían de seculares en Lima, les convidaban con sus casas si tal cosa sobreviniese.
En 20 de agosto de año del 1767 llegó a Lima por la vía de Buenos Aires la
providencia de extrañamiento [...]. En 22 de dicho mes ordenó el virrey por decreto
que se habilitase el navío de guerra llamado el San José para un viaje que debía
hacer hacia el golfo de México que podía tardar 9 meses [...]. Entretanto que el
navío habilitado se provenía de los víveres necesarios para el incógnito viaje, el vi-
rrey Amat tomaba las providencias con mucha cautela y disimulo [...]. El día 8 de
septiembre asistían los Virreyes con los Oidores [...] a la fiesta [...] que se celebraba
en Monserrate, pequeña iglesia perteneciente a los benedictinos. Para que la fiesta
pareciese más brillante, juntó el Virrey todas las tropas, y con ellas se fue a celebrar
dicha solemnidad. Acabadas las vísperas, cuando al salir de la iglesia subía a la ca-
rroza, llamó al general y le ordenó condujese las tropas a su Palacio, porque quería
obsequiarlas con un refresco, y que al mismo tiempo gozarían de una bellísima di-
versión que les había preparado [...]. A las dos de la mañana intimó el Virrey se
ordenasen las tropas en escuadrones con sus respectivos jefes, y [...] salió S. E. en
persona a la plaza y fue distribuyendo los soldados con orden severa de obedecer
a los jueces. Señaló para el Colegio Máximo de San Pablo al oidor don Domingo
Orrantia [...]; antes de empezar la marcha fue prevenido cada uno de los soldados
–eran 80– con diez cartuchos por barba, para descargar luego les fuese ordenado.
Empezó a marchar la tropa, ignorante de la empresa, con un sumo silencio,
y el señor Virrey desde la plaza se enderezó al Palacio del señor Arzobispo [...] para
darle parte de las órdenes [...] y pedirle el allanamiento de lo sagrado [...]. Al sonar
las cuatro de la mañana tocó uno de ellos la campanilla de la portería. Acudió pron-
tamente el portero preguntando qué se ofrecía. Respondiósele: un Padre para una
confesión muy urgente. Voy a llamarle, dijo el Hermano portero [...]. Apenas abrió
la puerta para que el P. Luis Oteiza saliese con su compañero, cuando éste se halló
con una bayoneta al pecho, que le detuvo, y orden que volviese a entrar. Obedeció,
y con él fue entrando [...] la tropa [...]. Cerraron los jueces la puerta, cuya llave tomó
el oidor [...]. Mientras los soldados detuvieron a los individuos en sus cuartos, un
Alcalde con 100 hombres se enderezó al patio donde los PP. Procuradores tenían
su habitación [...]. Pidiéronles las llaves de las cajas y oficinas, y en medio de solda-
dos fueron conducidos a la puerta de la capilla interior, en donde se hallaron con el
P. Provincial [...] y el P. Rector [...], quienes tenían ya entregados al juez sus apo-
sentos con las llaves de casa, archivo, iglesia y sacristía.
Cuando al señor Oidor [...] se le antojó, mandó que toda la comunidad ba-
jase a la capilla con presteza. Salí de mi cuarto [...]. Ángulos, escaleras, patios y el
Colegio todo lleno de soldados con sable en mano y fusil con bayoneta: salía el re-
ligioso de su aposento, pedíale la llave uno de los cabos, y con dos soldados lo con-
ducían a la capilla [...]. Fueron llamados [...] los sujetos que habitaban el Real Cole-
gio de Nobles de San Martín, poco distante del Máximo. Conducidos éstos en medio

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de la tropa con solo su Breviario, porque ni más ropa que la precisa para cubrir el
cuerpo se les permitió sacar [...], quiso el juez leer el decreto [de expulsión], pero
fue tanto lo que se conmovió su corazón al ver todos los Jesuitas en aquel lugar, en
el cual años antes –como él dijo– había como discípulo defendido sus funciones
escolásticas, por donde había respetado a los Jesuitas como los mejores maestros
en todas las ciencias, que no se pudo resolver a sacar el decreto. Dejó pasar algún
tiempo, y para consolar a los sujetos dijo en medias palabras: a nadie sucederá cosa
mayor; y tomando algo de respiro y serenándose, dio al escribano el decreto [...],
venciendo al cariño la obligación que se le había cometido [...]. Leído el cual, el P.
Provincial dio con toda sumisión su obediencia en nombre de todos sus súbditos
[...]. El mayor sentimiento de los Jesuitas no fue el ver despojar de libros sus estan-
tes, ni el ver cargar con sus papeles, en que tanto habían trabajado, ni el verse des-
pojados de las otras religiosas alhajas que poseían, ni el ver que se les entabicaban
las escaleras [...], ni el ruido de los martillos al enclavar las ventanas que caían a la
calle [...], ni los juegos de naipes y otros entretenimientos en que los soldados se
empleaban, ni el [no] poder ir a las necesidades de la naturaleza sin dos soldados
con bayoneta calada al lado [...]. Su sentimiento mayor fue el oír un decreto del
virrey en que se ordenaba que el Sacramento, tanto de la iglesia como de la capilla
interior, se consumiera, no por uno de los Jesuitas, porque a estos les fue prohibido
celebrar, sino por medio de un clérigo secular.
Ya es tiempo que hablemos de los imaginados tesoros jesuíticos. Puesto en
este plan el Colegio, y registrados con prolijidad los aposentos [...], el caudal que en
dicha procuración se encontró fueron 700 ps., de 2.500 que cuatro días antes había
pedido prestados al Colegio de San Javier el Procurador [...] para el gasto ordinario
y deudas urgentes [...]. El silencio que en la ocasión mostraron los presentes fue la
mejor retórica que puso en claro sus errados pensamientos, y también los del señor
Virrey, que esperaba sacar de solo el Colegio de San Pablo 30 millones [...].
Este sentimiento lo sabía y conocía con toda evidencia el virrey, porque se
ausentó de la Alameda [...] toda la nobleza; por cuyo motivo envió S. E. a un guardia
de a caballo con un billete en el cual se ordenaba que todos los caballeros y señoras
continuasen el acostumbrado paseo si no querían ser declarados parciales de los
Jesuitas y tumultuantes contra S. M. [...]. Unidos caballeros y señoras, con ánimo
resuelto determinaron no comparecer al dicho paseo mientras los Jesuitas se ha-
llaban arrestados en San Pablo. Temeroso el Virrey de algún tumulto, ordenó con
pena de la vida –que duró por seis días– a cualquiera que dadas las cuatro horas
después de puesto el sol caminase por las calles de Lima, y el haber cerrado todas
las bocacalles que rodeaban el Colegio con guardia doble, cuya distribución duró
hasta que el navío se hizo a la vela [...].

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