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PSICOTERAPIA POLÍTICAMENTE REFLEXIVA: hacia una técnica


contextualizada COLECCIÓN INDAGA

Book · January 2013

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Manuel Llorens
Universidad Católica Andrés Bello, UCAB
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PSICOTERAPIA
POLÍTICAMENTE REFLEXIVA:
hacia una técnica contextualizada

COLECCIÓN INDAGA
Manuel Llorens

PSICOTERAPIA
POLÍTICAMENTE REFLEXIVA:
hacia una técnica contextualizada
La Colección Indaga reúne estudios y trabajos de investigación
en diversas disciplinas del conocimiento.

Psicoterapia políticamente reflexiva:


hacia una técnica contextualizada
Manuel Llorens

© 2013 EDITORIAL EQUINOCCIO


Todas las obras publicadas bajo nuestro sello
han sido sometidas a un proceso de arbitraje.

Coordinación editorial
Mariana Libertad Suárez
Coordinación de producción
Evelyn Castro
Administración
Nelson González
Diseño gráfico y diagramación
Cristin Medina
Luis Müller
Corrección
Ricardo Tavares
Impresión
Switt Print
Tiraje 500 ejemplares
Fotografía de la portada
Luis Chacín, Sin título, 2010
Hecho el depósito de ley
Depósito legal lf24420131501965
ISBN 978-980-237-
Valle de Sartenejas, Baruta, estado Miranda.
Apartado postal 89000, Caracas 1080-A, Venezuela.
Teléfono: (0212) 9063162, fax 9063164
equinoccio@usb.ve
Reservados todos los derechos
RIF. G-20000063-5
Índice

AGRADECIMIENTOS 13
INTRODUCCIÓN 17
CAPÍTULO I
Para una psicoterapia políticamente reflexiva 21
CAPÍTULO II
Ciencia y política: la tradición moderna 45
CAPÍTULO III
El deseo de libertad como síntoma:
abusos psicoterapéuticos 69
CAPÍTULO IV
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes
de violencia 127
CAPÍTULO V
Fundamentos posmodernos para una
psicoterapia políticamente reflexiva 161
CAPÍTULO VI
Herramientas psicoterapéuticas 195
CAPÍTULO VII
Ejemplos clínicos 251

7
CAPÍTULO VIII
Psicoterapia, política e intimidad (hacer
consciente lo inconsciente y visible
lo invisible) 287
Referencias 297

8
There are certain technical words within every academic
discipline that soon become stereotypes and �������������
clichés. Mod�
ern psychology has a word that is probably used more
than any other word in modern psychology. It is the word
“maladjusted.” This word is the ringing cry to modern
child psychology. Certainly, we all want to avoid the mal�
adjusted life. In order to have real adjustment within our
personalities, we all want the well-adjusted life in order to
avoid neurosis, schizophrenic personalities.
But I say to you, my friends, as I move to my conclu�
sion, there are certain things in our nation and in the world
to which I am proud to be maladjusted and to which I hope
all men of good-will will be maladjusted until the good
societies realize. I say very honestly that I never intend to
become adjusted to segregation and discrimination. I nev�
er intend to become adjusted to religious bigotry. I never
intend to adjust myself to economic conditions that will
take necessities from the many to give luxuries to the few. I
never intend to adjust myself to the madness of militarism,
to self-defeating effects of physical violence.
Martin Luther King, Discurso en Western Michigan
University, 1963

El mundo público y el mundo privado están entrelazados


de manera inseparable. Las tiranías y servidumbres de
uno son las tiranías y servidumbres del otro.
Virginia Woolf, Three Guineas

No hace falta decir que una cultura que deja insatisfecho


a un núcleo tan considerable de sus partícipes y lo inci�
ta a la rebelión no puede durar mucho tiempo, ni tampoco
lo merece.
Sigmund Freud, El porvenir de una ilusión
a Deltry Musso
AGRADECIMIENTOS

En primer lugar, quisiera agradecer a las personas que han tenido


la generosidad de compartir conmigo sus vidas en el transcur-
so de nuestros encuentros psicoterapéuticos. Pocas actividades
pueden igualar el aprendizaje que ofrece compartir de cerca día
a día las maravillas, los retos y los temores de la vida, como lo
hace la psicoterapia. Probablemente pocas actividades nos acer-
can tanto a las posibilidades innumerables del vivir. La escucha
que uno va paulatinamente aprendiendo a hacer como psicotera-
peuta, el silencio que uno va aprendiendo a ofrecer es, en gran
medida, una reverencia, una forma de respeto. Esa escucha y ese
silencio es, a su manera, también un gesto de agradecimiento a
las personas que me han permitido explorar la vida en conjunto.
Sus nombres reales se han omitido, pero espero que la fuerza
de sus vivencias y sus voces se escuchen a pesar del enramado
de las voces académicas que las acompañan. Estas experiencias
nutren todo este trabajo, algunas en particular han sido utiliza-
das aquí como ejemplo. Mi más sentido agradecimiento a todas
las personas que me han permitido acompañarlas en sus proce-
sos personales.
En segundo lugar, no basta sentarse en silencio para escu-
char. Las discusiones y supervisiones con profesores y colegas
han sido invalorables para darme cuenta de algunos de mis pun-
tos ciegos y también para iluminar nuevas posibilidades. Quiero
agradecer especialmente a Pedro Rodríguez, Carolina Izquiel,

13
Geraldine Morillo, Juan Carlos Romero, María Alejandra Corre-
dor, María del Valle Westinner, Alejandra Sapene, John Souto,
Susana Medina, Teresa Machado, Maruja Fernández, Alicia Leis-
se y Luis Pulgar, así como a todos los colegas del Parque Social
Padre Manuel Aguirre, S.J., con quienes he podido discutir estos
temas a través de los años. Agradezco también a Claudia Cos,
Ana Herrera, Fernando Rísquez y Marta Llorens, quienes han
sido indispensables en mi formación psicoterapéutica. Los equi-
pos humanos de Plafam y Profam, el Instituto de Psicología de
la Universidad Central de Venezuela y Psicólogos en Acción, así
como la Sociedad Psicoanalítica de Caracas, el grupo de estudio
de Alicia Leisse y Proyección a la Comunidad de la UCAB han
sido otros de los escenarios que me han permitido intercambiar y
explorar estos temas. Con ellos estoy endeudado. Le agradezco a
Antonio Márquez la ayuda en la corrección del texto.
Tuve la oportunidad de discutir muchos de los contenidos
y algunos de los casos con Linda Young y los compañeros del
Understanding Trauma Course del Tavistock Institute en Lon-
dres, a los cuales también agradezco. Especial mención a Ian
Parker, del Discourse Unit de Manchester Metropolitan Uni-
versity, quien aportó su entusiasmo y su mirada crítica a estas
reflexiones. Así como a Dan Goodley, a Erica Burman y Caro-
lyn Kagan, quienes colaboraron con sus comentarios. Maritza
Montero, una referencia continua, ha sido generosa colaborando
con la corrección de este texto y me ha alentado a continuar
explorando estos temas. La Fundación Alban de la Comisión
Europea ofreció los fondos para mi estadía en Inglaterra, lo cual
hizo posible ampliar las investigaciones aquí ofrecidas.
Le he escuchado decir al exrector Luis Ugalde: “una uni-
versidad exitosa en una sociedad fracasada, es una universidad
fracasada”. Los años de crisis política y social se han vivido inten-
samente en la Universidad Católica Andrés Bello. Ha sido un

14
privilegio poder pertenecer a una institución que ha emergido
como fuente de resistencia en tiempos de injusticia y ha sido un
regalo tener un lugar donde las visiones críticas son aceptadas.
Principalmente debo a mis estudiantes la disposición a discutir
estas ideas, pero aun más valiosa ha sido la inspiración que a tra-
vés de sus luchas me han dado para seguir creyendo en la fuerza
de ciudadanos activos tratando de construir sociedades más jus-
tas en medio de la adversidad.
Algunas de las reflexiones presentadas fueron esbozadas
inicialmente en los artículos “Buscando conversación: nuevas
maneras de construir conversaciones terapéuticas en nuestras
comunidades”, “Hacia una psicoterapia clínica comunitaria” y
“el lugar de la política y los derechos humanos en la psicología
clínica” publicados en la Revista Venezolana de Psicología Clí�
nica Comunitaria. Agradezco la oportunidad de utilizar algo de
ese material. Asimismo a las revistas Psychotherapy and Politics
International y American Journal of Community Psychology en
donde están publicados los artículos: “Psychotherapy, Political
Resistance and Intimacy” (2009) y “The Search for a Politically
Reflective Clinical-Community Approach” (2009).
Finalmente, quisiera agradecer a mi hermano Miguel Llo-
rens, cuyas lúcidas observaciones una y otra vez alimentan mi
pensar, y a Carla DeSantis, quien ha sido mi escucha y muy
querida compañera durante este recorrido.

15
INTRODUCCIÓN

Desde los debates dentro del seno mismo de la comunidad psi-


coanalítica, que incluyeron discusiones tanto sobre el aporte de
la psicoterapia a la sociedad hasta la supervivencia misma del
psicoanálisis ante la opresión nazi, pasando por el uso del pensa-
miento clínico para intentar comprender los procesos políticos en
los escritos de la Escuela de Frankfurt, los esfuerzos para sostener
espacios libres de opresión bajo regímenes dictatoriales en Lati-
noamérica o Europa oriental, y el uso deliberado de la práctica
clínica para callar, etiquetar y hasta torturar a opositores políti-
cos en tantas latitudes, o de la psicología para intentar aplacar
consciencias y posturas críticas, llegando hasta la polémica actual
sobre la presencia de psicólogos durante la aplicación de técnicas
de tortura a los interrogados por las fuerzas de Estado norteame-
ricanas en Guantánamo, los dilemas de las condiciones sociales y
políticas sobre la psicoterapia, han sido amplios y controversiales
a lo largo de la historia. Sin embargo, cuando me formé como
psicólogo y luego cuando me especialicé como psicólogo clíni-
co, en ningún momento apareció la reflexión histórica de nuestro
oficio, ni el estudio de los condicionamientos sociales sobre las
personas y la interacción psicoterapéutica. Como si las circuns-
tancias específicas del pensamiento y la práctica psicoterapéutica
hubiesen sido cuidadosamente filtradas para intentar mostrar un
discurso “puro”, abstracto, libre de las peculiaridades y presiones
de los contextos particulares.

17
La presencia de silencios significativos en la historia de
nuestro oficio es doblemente curiosa y problemática si parti-
mos del principio de que la psicoterapia es una actividad que
pretende abrir espacio para que aquello que ha sido silenciado,
callado, reprimido, pueda recuperarse, examinarse, volverse a
enunciar. La recuperación histórica del origen de nuestro oficio,
esa “arqueología del silencio”, como la llamó Foucault (1967),
nos ha ido mostrando cómo la psicoterapia es tanto o más sus-
ceptible a la represión, a olvidarse de su propia historia, como
lo son algunas de las personas que recurren a ella para buscar
alivio. Las razones por las cuales un oficio dedicado a la reela-
boración de las historias personales tiende a olvidar su propia
historia es motivo de reflexión en sí mismo. El repaso por algu-
nas de las circunstancias y dilemas que presentaron los contextos
específicos que moldearon el pensamiento de los psicoterapeu-
tas nos protege del dogmatismo tan frecuente en la formación,
que desea elevar propuestas contextuales a verdades absolutas y
sugerencias técnicas a ritual. Quizás permita también regresar a
nuestros propios contextos particulares, reexaminarlos o hasta
escucharlos por primera vez.
Mi formación clínica comenzó a confrontarse con su ausen-
cia de historia, entre otras cosas, gracias a la obra del psicólogo
social Ignacio Martín-Baró (1986). Su llamado a pensar en una
psicología relevante para Latinoamérica que pudiese atender a
las dificultades de nuestros países y no contentarse con importar
soluciones, se unió a mi trabajo clínico que una y otra vez se
encontraba con personas que acudían a consulta con situaciones
como pobreza, violencia social y la polarización política que
han marcado a Venezuela en las últimas décadas. Dilemas
que mi formación clínica no estaba preparada para atender y
cuya discusión en supervisiones y grupos de clínicos demasiado
a menudo invitaba a poner de lado para atender a los conflictos

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intrapsíquicos. Una y otra vez encontraba que los retos propues-
tos por nuestras circunstancias históricas eran evitados e inevi-
tablemente así, silenciados.
Este trabajo es un intento por comenzar a andar por algunos
de los senderos dibujados por la obra de Martín-Baró en el terre-
no de la psicoterapia. Es un esfuerzo por reexaminar algo de la
historia de nuestra disciplina y la manera en que ha intentado
lidiar con los dilemas políticos de sus consultantes. Asimismo,
intenta describir algunas de las herramientas que considero úti-
les para traducir la comprensión que surge de una psicoterapia
contextualizada en acción, así como los dilemas éticos y prácti-
cos que tales acciones plantean.
En el primer capítulo describiré algo de las circunstancias
y retos que ha planteado practicar la psicoterapia en Venezuela
en tiempos de crisis económica y aguda confrontación política.
En el segundo, el lugar de la psicoterapia dentro del desarrollo
de la ciencia moderna y algunas de las consecuencias de surgir
bajo esta bandera. Especialmente tomando como ejemplos algo
de la historia del psicoanálisis y los orígenes de la psicometría
surgida del pensamiento de Galton. En el tercer capítulo regre-
saré a la literatura histórica examinando algunos de los abusos
que la práctica clínica ha tolerado y en algunos casos protago-
nizado, al convertirse en herramienta de gobiernos autoritarios,
describiendo algunas muestras de esto en la Venezuela actual.
En el cuarto capítulo presentaré algunas de las preguntas y giros
que la práctica psicoterapéutica se ha visto obligada a hacer al
enfrentarse con los casos de violencia tanto social como domés-
tica. Los basamentos metateóricos, así como las herramientas
técnicas para desarrollar una psicoterapia que no escurra el bulto
a las problemáticas sociales y políticas, sino que pueda abordar
tanto las dificultades que pueda producir en la vida de las perso-
nas que atendemos como los retos que plantea para la relación

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asimétrica entre el terapeuta y aquel que busca ayuda, se desa-
rrollarán entonces en los capítulos cinco y seis. En el capítulo
siete examinaré algunos ejemplos clínicos y en el capítulo final
se discutirá algunas de las posibilidades que tal revisión pueda
abrir para consolidar el lugar que la psicoterapia, en sus momen-
tos más elevados ha tenido, como resistencia para enfrentar las
situaciones de opresión, injusticia y abuso de poder que, lamen-
tablemente, siguen siendo una de las fuentes más frecuentes de
sufrimiento en nuestro mundo.
Lo presentado aquí es el producto de años de trabajo en el
desarrollo de una perspectiva psicoterapéutica que pueda abor-
dar los problemas más urgentes de nuestro contexto social: tanto
las graves tensiones políticas como la gran masa de consultantes
que lidian diariamente con pobreza y violencia en sus vidas.
Es la búsqueda de una práctica no montada sobre escenarios
artificiales y unas técnicas convertidas en fetiche, moldeadas
sobre la fantasía de unas condiciones que ni siquiera existieron
originalmente en las latitudes en que fueron concebidas. Se ha
nutrido del trabajo realizado como psicólogo clínico en el ámbi-
to privado como el que realizo en el centro comunitario llamado
Unidad de Psicología Padre Luis Azagra, S.J. del Parque Social
que atiende a las comunidades del suroeste de Caracas y en el
Programa de Especialización en Psicología Clínica Comunitaria
de la Universidad Católica Andrés Bello. Sin embargo, el texto
es apenas un primer esfuerzo por sistematizar una perspectiva;
como toda actividad psicológica, cobra sentido solo a través de
la conversación y el debate que pueda surgir a partir de él.

20
CAPÍTULO I

Para una psicoterapia políticamente reflexiva

El contexto para el desarrollo de una


psicoterapia políticamente reflexiva

Era la tarde del 6 de diciembre del año 2002: estaba en mi con-


sultorio, muchos consultantes habían faltado a su cita. Eran
días difíciles de cierre de un año difícil para toda Venezuela. El
lunes de esa misma semana, la Confederación de Trabajadores
de Venezuela, junto a Fedecámaras1 y la oposición política al
gobierno de Hugo Chávez habían convocado a un paro nacional.
Las opiniones sobre la pertinencia del paro eran encontradas,
aun dentro de las personas que se consideraban de la oposición.
En todo caso, las noticias del paro cívico impactaban a todo el
país e inevitablemente ingresaban al espacio psicoterapéutico.
Si cerraba la consulta esos días, algunas de las personas que
atendía y que se identificaban con el Gobierno, no solo iban a
tener que lidiar con la suspensión repentina del proceso, sino
además iban a considerarlo como una acción política de mi
parte que seguramente iba a entrar dentro del balance delicado

1 Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción de Venezuela.

21
Para una psicoterapia políticamente reflexiva

de una relación psicoterapéutica. Simultáneamente, algunas de


las personas identificadas con la oposición política iban a sentir
lo inverso, que compartía con ellos su posición política, perte-
necíamos a un mismo nosotros. El no cerrar la consulta tenía la
misma cantidad de implicaciones para la relación con mis con-
sultantes. El no cerrar podía ser interpretado por los opositores
como un acto de desafío al llamado al paro y quizás una muestra
de deslealtad. Al mismo tiempo que los que se asumían “cha-
vistas” lo podrían vivir como un gesto de apoyo a la causa del
Gobierno. Un gesto sencillo como ir o no a terapia, abrir o no el
consultorio, se había transformado inevitablemente, para todos
los psicólogos y psiquiatras del país, en un acto de pronuncia-
miento político, lo quisieran o no.
En todo caso, había decidido continuar atendiendo consul-
ta esos días. Tenía meses intentando desmarcarme de la aguda
polarización que había tomado al país. Sentía rechazo por el
aumento de rigidez del pensamiento colectivo que nos embar-
gaba y que comenzaba a dividir a todo en un “nosotros” y un
“ellos”, eliminando muchos matices y posibilidades. Me consi-
deraba participante activo en la oposición al gobierno chavista
y, al mismo tiempo, crítico de muchas de las posturas y estrate-
gias de la oposición.
A tres cuadras de mi consultorio, una de las plazas que había
recorrido miles de veces durante mi infancia y adolescencia se
había convertido en un lugar de reunión y símbolo de las fuerzas
de oposición que venían creciendo. Una serie de militares que
alzaron protestas en contra del Gobierno habían acampado en la
plaza Altamira desde hacía unos meses alegando su derecho a
opinar políticamente y a manifestar su “desobediencia civil”, ele-
mentos introducidos por la Constitución Nacional que el Gobier-
no había reescrito al comienzo de su gestión. El protagonismo
de militares en una protesta contra el Gobierno no me generaba

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Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

demasiada simpatía. Mientras observaba con escepticismo, unos


amigos me llamaron desde la plaza y me insistieron en que me
acercara a acompañar la protesta. No me dio tiempo de meditar
sobre si quería y debía ir o no. En eso apareció un hombre armado
que abrió fuego contra los manifestantes. Las cámaras de televi-
sión capturaron el terrible episodio y pudimos atestiguar cómo
un hombre comenzó a subir desde una de las esquinas de la plaza
disparando ciegamente sobre la masa, asesinando a cuatro perso-
nas e hiriendo a una veintena más. La escena fue escalofriante. El
horror nos había invadido una vez más.
Este y otros eventos durante la semana hicieron que la con-
frontación nacional escalara. Por un lado, se multiplicaron las
expresiones de solidaridad con todos aquellos que manifesta-
ban en contra del Gobierno y que en ya varias ocasiones habían
tenido que enfrentar la violencia caótica y desmedida de los
cuerpos de seguridad del Estado, lo que a su vez se compli-
có con el caso del pistolero de Altamira, que irrumpió en una
manifestación disparando y asesinando a varios manifestantes.
Por el otro, los simpatizantes del movimiento que representa
Chávez cerraron filas, desconfiando de un movimiento civil,
organizado alrededor de un centenar de militares de alto rango
y un paro nacional convocado por la central obrera unida con la
máxima organización de empresarios del país. Todo esto generó
aún más la impresión de un país dividido en dos bandos. El paro
cívico propuesto por los trabajadores de la empresa petrolera
del Estado aumentó, parando la producción de la fuente eco-
nómica del país. Por más de un mes vivimos una situación de
crisis política y económica aguda que amenazó seriamente al
Gobierno y que nos dejó sin gasolina y sin muchos productos de
consumo diario. Las confrontaciones políticas entre los bandos
iban incrementando cada vez más el tono. En la universidad en
que laboro como profesor comenzaron las discusiones sobre la

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Para una psicoterapia políticamente reflexiva

posición que debíamos tomar frente a los hechos. En una asam-


blea general con estudiantes, profesores, empleados, obreros se
decidió por mayoría suspender las actividades. La interpreta-
ción política del cierre de la universidad también fue discutida
acaloradamente. La universidad dirige un centro comunitario
que ofrece servicios médicos, psicológicos, educativos y legales
a las poblaciones de bajos recursos vecinas a la universidad. Se
acordó que este centro, que es donde estoy yo ubicado dentro de
la institución, debía continuar funcionando para prestar ayuda
en medio de la crisis nacional.
A pesar de la primera impresión, este libro no pretende
hacer un recuento histórico de los eventos políticos en Venezue-
la. Lo que se pretende es mostrar cómo la crisis política inundó
el espacio psicoterapéutico con preguntas, dilemas y cambios.
Pretende subrayar la manera en que estos eventos evidenciaron
claramente cómo la actividad psicoterapéutica se realiza en un
contexto histórico y político, aun cuando la psicología ha queri-
do tradicionalmente obviar este hecho. Pretende, además, mos-
trar algunas de las respuestas que la psicoterapia se ha hecho a lo
largo de la historia con respecto a los distintos cuestionamientos
políticos que el contexto social ha planteado y organizar algunas
de las reflexiones de cómo, desde Venezuela, algunos profesio-
nales han intentado encontrar caminos para enfrentar y lidiar
con estos dilemas.
El esfuerzo por articular una aproximación psicoterapéutica
capaz de afrontar las dificultades culturales, económicas y polí-
ticas de nuestro contexto específico, es anterior a la agudización
de la crisis en el año 2002. Desde mediados de los años noventa
un grupo de psicólogos de la Universidad Católica Andrés Bello
en Caracas veníamos reuniéndonos, formándonos, investigando,
debatiendo sobre cuáles eran las vías para desarrollar una psi-
coterapia que pudiese tener algún impacto sobre los problemas

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Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

sociales graves que nuestro país ha venido atravesando. Para ese


entonces, la propuesta era vista por la comunidad psicológica
con distancia, quizás con cierta condescendencia. La psicología
clínica y la psiquiatría practicada en el país se fundamentaba (y
lo sigue haciendo en gran medida) en los modelos teóricos tra-
dicionales importados de Estados Unidos y Europa. La revisión
o replanteamiento de alguna de las piezas clásicas de funcio-
namiento del trabajo clínico (como por ejemplo la revisión del
modelo médico o el uso del concepto de “neutralidad” terapéu-
tica que revisaremos más adelante) era visto con mucho recelo.
Sin embargo, varias circunstancias favorecieron la posibi-
lidad de dar unos primeros pasos en este sentido. La psicología
social venezolana tenía ya años planteándose preguntas esen-
ciales sobre las concepciones paradigmáticas y metodológicas
sobre las cuales se podía desarrollar un conocimiento pertinente
para nuestro contexto (Montero y Montenegro, 2006; Montero y
Varas-Díaz, 2007). Algunas de sus respuestas comenzaban a cir-
cular más allá de los estrechos pasillos de la academia y a des-
pertar interés en los psicólogos clínicos, curiosos sobre cómo
expandir nuestra capacidad de ayuda. Simultáneamente, en los
años ochenta hubo un incremento rápido de Organizaciones No
Gubernamentales (ONG) en el país, que comenzaron a atender
y colocar en la agenda nacional distintas situaciones de abuso
de los derechos humanos y civiles que eran poco atendidas por
el Estado. Esto supuso la visibilización de circunstancias como
la de los niños y niñas que habitan las calles de Caracas (Llo-
rens, Alvarado, Hernández, Jaramillo, Romero y Souto, 2005),
las distintas expresiones de violencia familiar, como el abuso
sexual infantil y la violencia basada en género, así como las cre-
cientes cifras de pobreza y violencia en el país (Briceño León,
2005). Estas iniciativas abrieron espacios para que numerosos
psicólogos clínicos comenzaran a tener experiencias de atención

25
Para una psicoterapia políticamente reflexiva

fuera de los cánones hospitalarios. Aquí se abrieron espacios


que obligaron y facilitaron repensar nuestras teorías y nuestras
prácticas. Nuestro país había pasado en unos diez años de ser
considerado un país latinoamericano privilegiado por la opulen-
cia que proveía las rentas petroleras y la estabilidad de nuestro
hilo constitucional a sufrir un alza continua y desmedida de la
pobreza y criminalidad, así como episodios dramáticos de pro-
testa social, saqueos, golpes de Estado y crímenes políticos. La
pobreza nos obligó a atender las necesidades de comunidades
que por mucho tiempo habían sido olímpicamente desatendidas.
A comienzos de la década de los noventa, algunos miembros de
la Escuela de Psicología de la universidad comenzaron a desa-
rrollar iniciativas de atención psicoterapéutica en zonas margi-
nales de Caracas. En el año de 1998 estas iniciativas cobraron
cuerpo en forma de un postgrado que organizamos para preparar
a especialistas en Psicología Clínica Comunitaria, desde donde
hemos podido ir pensando, discutiendo y desarrollando las ideas
que se presentan a lo largo de este trabajo.
A partir del año 2002, sin embargo, la relación entre la psi-
coterapia y la política dejó de ser un tema accesorio, interés de
algunos clínicos con interés o ‘deformación’ social, convirtién-
dose en un tema ineludible. Así por ejemplo, en el año 2003 la
Sociedad Psicoanalítica de Caracas dedicó su VIII Encuentro
Anual, al tema de la psicoterapia en medio de la crisis políti-
ca (Sociedad Psicoanalítica de Caracas, 2003). Eventos como
este han sido sumamente enriquecedores y han permitido, entre
otras cosas, evidenciar las preguntas que los terapeutas se hacen
en tiempos de convulsión política. Una de las discusiones que
me pareció ilustrativa fue la controversia que surgió sobre si un
psicoanalista podía o no asistir a las marchas y manifestaciones
políticas. Muchos defendieron la posición de que el analista es
a la vez ciudadano y por ende tiene tanto el derecho como la

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Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

obligación de manifestar su opinión. Sin embargo, también sur-


gieron múltiples dudas sobre cómo manejar la relación con la
persona analizada con quien podía coincidir durante alguna de
esas marchas multitudinarias, o que se harían preguntas de con-
tenido político cuando el analista suspendía las consultas de un
día de semana para participar en alguna de estas manifestacio-
nes. Más de un analista expresó que la obligación del rol exigía
abstenerse de cualquier pronunciamiento público de sus prefe-
rencias políticas.
Cada vez más, hasta los consultorios privados, comenzaron
a estar repletos de personas que, de una manera u otra, habían
sido afectadas por las circunstancias políticas: personas des-
pedidas por haber participado en el paro nacional, personas de
una u otra posición que han sido perseguidas en sus puestos
de trabajo por manifestar posiciones contrarias a la tendencia
política de la mayoría que trabaja en esa institución (Goncal-
ves, Gutiérrez y Rodríguez, 2009), rupturas familiares graves
por enfrentamientos ideológicos, personas con síntomas pos-
traumáticos provenientes de las agresiones vividas durante las
marchas y los enfrentamientos callejeros, familiares de personas
asesinadas durante las manifestaciones, refugiados de Colombia
que vinieron a Venezuela buscando un resguardo que se desdi-
bujó, todo tipo de angustias e incertidumbres sobre el futuro del
país y un largo etcétera. Finalmente, es indispensable mencionar
el caso de Franklin Brito, quien falleció estando recluido a la
fuerza en el Hospital Militar luego de que su huelga de hambre
frente a las oficinas de la Organización de Estados Americanos
fuese interrumpida por policías metropolitanos que se lo lleva-
ron a la fuerza para “resguardar” su salud y la fiscal general
declaró sobre la “incapacitación mental” de esta persona que
venía haciendo una protesta pacífica por sus derechos económi-
cos. El intento de utilizar el lenguaje, los procedimientos y los

27
Para una psicoterapia políticamente reflexiva

centros psiquiátricos como un arma para acallar la disidencia se


ha hecho presente de manera lamentable con este caso. Como
he repetido en otros momentos, no es que los psicoterapeutas
comenzamos a pensar sobre las relaciones de nuestro oficio con
los procesos políticos, sino que la política derrumbó la puerta
del consultorio y se instaló. No hay manera de esquivar las pre-
guntas que nos hace.
Sin embargo, estas preguntas no son nuevas, aun cuando así
lo parecen en las discusiones que se ha venido realizando. No es
la primera vez que la psicología, y específicamente la psicotera-
pia, se ha enfrentado a crisis políticas agudas que han puesto en
duda las pretensiones “apolíticas” del área. En el camino hemos
olvidado que la expansión nazi prohibió y quemó los libros de
Freud pretendiendo desarrollar un psicoanálisis no judío, pre-
sionó a muchos analistas a que expulsaran a su clientela judía
de sus consultorios y a Freud a dejar a su querida Viena para
expatriarse en Londres. El exilio de los psicoanalistas de Berlín
y Viena contribuyó a que los intereses políticos que muchos de
ellos profesaban se encubrieran para evitar persecución política
en sus nuevos países de residencia, especialmente aquellos que
emigraron a los Estados Unidos (Jacoby, 1983). La Guerra Civil
Española, como veremos, no dejó de imprimir sus marcas en la
psiquiatría de la época. La psicoterapia sufrió de graves modi-
ficaciones por los movimientos revolucionarios de la Unión
Soviética y China utilizándose como herramienta de represión
política. En Argentina, como veremos también, la dictadura
militar impactó el ejercicio del psicoanálisis y, en algunos epi-
sodios vergonzosos, se ha utilizado los conocimientos del oficio
para torturar y someter. A pesar de lo dramático de muchos de
estos eventos dentro de la historia de la disciplina, los psico-
terapeutas sufrimos, como escribe la psiquiatra especializada
en trauma Judith Herman (1997), de “amnesia episódica” con

28
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

respecto a estos eventos. Como disciplina estamos inclinados a


olvidar, dejar pasar por debajo de la mesa las adaptaciones idio-
sincrásicas que las fuerzas del poder en ocasiones han impuesto
al ejercicio de nuestra labor. Mi opinión es que esta amnesia,
como en el caso de la persona traumatizada, dificulta la elabo-
ración y prepara el terreno de la repetición ciega y compulsiva
de procesos poco adaptativos. Pero dejemos de lado la metáfora
clínica por un momento, no sería razonable pensar que el trauma
explica la insistencia apolítica de la mayoría de los clínicos del
mundo. Más bien, creo que se cimenta en las creencias profun-
das sobre las cuales fue desarrollado nuestro oficio. Las bases
paradigmáticas de la modernidad sobre las cuales construimos
nuestras teorías y los lineamientos de nuestro trabajo. Esas
bases, que intentaremos revisar, son las que nos predisponen
a una “neutralidad” y un posicionamiento “apolítico” que solo
cuando se tropieza de frente con las preguntas ineludibles de la
distribución de poder dentro de una sociedad, se muestran como
dogmáticas y limitativas.
No se está proponiendo entonces una “psicoterapia política”,
porque considero que esta sería una expresión tautológica. Toda
acción que afecta a la sociedad, tanto en su ámbito público como en
el privado, tiene un enlace con la distribución de poder de la misma,
es decir, es inherentemente una acción política. No podría serlo de
otra manera. Sin importar que el oficiante lo crea así o no, sus accio-
nes están entretejidas con la vida de la sociedad que se extiende fuera
de los dominios de su consultorio. Lo que se pretende es favorecer el
desarrollo de una psicoterapia que pueda ser reflexiva de esos aspec-
tos políticos que inevitablemente están enlazados con el ejercicio de
nuestro trabajo. Herramientas para evidenciar y revisar nuestro posi-
cionamiento, nuestra utilización del poder que la relación terapéutica
nos otorga y la articulación de este trabajo, en el escenario de las
relaciones cara a cara, con el contexto más amplio de la sociedad.

29
Para una psicoterapia políticamente reflexiva

El medio nos interroga

La misma ubicación geográfica de donde se desarrolla la con-


sulta psicoterapéutica juega un peso en el tipo de práctica que
se va a llevar a cabo. En el caso nuestro, la Universidad Cató-
lica Andrés Bello está ubicada al suroeste de Caracas. Somos
vecinos de varias barriadas grandes predominantemente pobres
que crecen hacia los picos de las montañas, formando lo que se
denominan “los cerros”, etiqueta que no solo hace alusión a las
colinas, sino a los sectores empobrecidos de la ciudad. Tres de
esos barrios, Antímano, La Vega y Caricuao, albergan aproxi-
madamente medio millón de habitantes entre ellos (INE, 2001).
Asimismo, existen vecindarios clase media y clase media baja
cercanos.
El trabajo psicoterapéutico se comenzó a desarrollar en
unas pequeñas oficinas cedidas por una escuela de la comuni-
dad de Antímano, allí se organizó una consulta externa donde
los estudiantes de quinto año de la licenciatura desarrollaban
sus prácticas clínicas. Tuvimos la suerte de en pocos años ocu-
par los espacios del Parque Social Padre Manuel Aguirre, S.J.,
un centro comunitario construido por la universidad que alber-
ga también un ambulatorio médico, una consulta jurídica, ade-
más de los proyectos de proyección a la comunidad y de la Escuela
de Educación. Desde ese centro hemos podido continuar con
la consulta externa, así como articular una serie de proyectos
insertados más directamente en las comunidades con que traba-
jamos, así como desarrollar las prácticas clínicas del programa
de Especialización en Psicología Clínica Comunitaria2.
Nuestra consulta prontamente comenzó a poblarse con las
consecuencias de la pobreza, la exclusión social, la carencia de

2 Ver: www.ucab.edu.ve/ucabnuevo/index.php

30
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

una red institucional, la violencia intrafamiliar, la discrimina-


ción, la desigualdad y la escasez de acceso a recursos legales,
médicos y educativos. Sin embargo, nuestros lenguajes teóricos
y técnicos seguían hablando de “trastornos adaptativos”, “sín-
drome de estrés postraumático”, “masoquismo”, “compulsión a
la repetición”, “psicopatía”, “resistencia”, etc. Estos lenguajes
poco hacían para mitigar la sensación de que algunas realidades
con que tenían que lidiar las personas que atendíamos eran des-
conocidas y abrumadoras, así como los sentimientos de frustra-
ción que frecuentemente las acompañaban.
Recuerdo especialmente la supervisión de una joven psi-
cóloga clínica que recién comenzaba a organizar una extensión
de nuestra unidad aún más adentrada en el barrio La Vega. Se
reunió conmigo a la semana de comenzar el trabajo y me expre-
saba la fuerte impresión que le habían dejado las primeras con-
sultas. Me contaba cómo, antes de comenzar el trabajo, había
pensado que las cosas con que iba a tener que lidiar y que más
la asustaban tenían probablemente que ver con violencia dentro
del hogar. Sin embargo, en la primera semana se había encontra-
do con algo inesperado, con que no había contado en absoluto:
“Los problemas más duros, que nunca esperé ver en la consulta,
tienen que ver con hambre”. Relató una primera sesión con una
joven veinteañera, profundamente deprimida y desesperada, que
contaba que tenía varios días sin comer porque el poco dinero
que había podido recabar esos días lo había tenido que dar para
alimentar a sus hermanitos y primos que vivían con ella. Antes
de comenzar la sesión, una de las enfermeras que trabajaba en
el centro, en gesto de amistad, le había llevado un café a la psi-
cóloga. “Cuando me comenzó a contar eso tan terrible, no pude
tomarme el café. Durante toda la sesión veía el café enfriándose
sobre el escritorio y me parecía absurdo que ni me lo iba a tomar
yo, ni se lo iba a ofrecer a la muchacha para que ella se lo toma-

31
Para una psicoterapia políticamente reflexiva

ra.” Ella sabía que ofrecerle un café a la joven hambrienta era un


gesto escasamente terapéutico, que no resolvía el problema de
fondo y solo servía para calmar el desespero de la terapeuta por
un instante. Pero al mismo tiempo, sentía que tomarse el café
mientras escuchaba a la consultante penar por hambre parecía,
por lo menos, poco empático.
Este intercambio sirve para subrayar cómo el trabajo con
personas en contextos de injusticia y pobreza ilumina áreas de la
relación terapéutica que, de otra manera, muy bien podrían pasar
desapercibidos. Nos devuelve preguntas y abre dilemas que en
otros escenarios son menos probables. La primera consulta
de mi joven colega le había generado una serie de interrogan-
tes: ¿cuál es la prioridad del psicoterapeuta bajo estas condiciones?
¿Cuál es la acción más terapéutica que se pueda ofrecer tanto
en el corto como en el largo plazo? ¿Hasta dónde llegan mis
responsabilidades? ¿Cuándo estoy siendo terapéutico y cuándo
estoy perdiendo mi lugar como psicólogo y con eso, mis posibi-
lidades de ofrecer una verdadera ayuda? ¿Existe la posibilidad
de una ayuda desde la reflexión en un lugar inundado de necesi-
dades urgentes y, si la respuesta es afirmativa, cómo hago para
abrir espacio para eso? ¿Cómo influyen las diferencias de mi
posición social y las del consultante en la relación terapéutica y
cómo hacemos para hablar de eso? ¿Cómo hago para hacerme
todas estas preguntas sin desesperarme y sentir que la realidad
rebasa las posibilidades de la psicología para comprender esce-
narios radicalmente distintos?
Este tipo de experiencias nos han obligado a repensarnos.
A detenernos largamente y revisar las preconcepciones sobre las
que descansan nuestros modelos teóricos y nuestro accionar, así
como intentar aprovechar la inmensa riqueza del legado que nos
ha brindado la psicología, pero cuestionándola (¿reinventándo-
la?) para que nos acompañe en escenarios novedosos.

32
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Pobreza, violencia y poder dentro del consultorio

Durante mi pasantía por el Servicio de Psiquiatría del Hospital


Universitario de Caracas, mientras me formaba como psicólogo
clínico, tuvimos la oportunidad de escuchar a uno de los coordi-
nadores regionales de organización de políticas en salud mental
del Ministerio de Salud para ese entonces. Era 1998, Chávez aún
no había ganado las elecciones que lo llevarían a la presidencia,
pero la crisis social y económica ya era, por supuesto, evidente.
La exposición de este funcionario presentó las altas cifras de
pobreza y desempleo que inevitablemente iban a seguir estando
ese año, intentando compartir de manera transparente la zozobra
contagiosa que esta realidad nos impregnaba. Pero lo verdade-
ramente desconcertante de la conversación fue que, al final, este
vocero de las políticas públicas en salud mental colocaba como
recomendaciones para los psiquiatras que aumentaran la admi-
nistración de antidepresivos y ansiolíticos para así “ayudar” a la
población a lidiar con estos males. Lo asombroso de la anécdota
es que, más allá de estar hablando con un funcionario simplista
y fastidioso, a nadie le generó demasiado estupor la propuesta.
La impresión reinante era: “la psiquiatría y la psicología clínica
nada pueden hacer con respecto a los problemas más amplios
como la pobreza, de manera que no nos queda más que escuchar
de brazos cruzados y regresar lo más rápido posible al mundo
nuestro de los afectos, la intimidad, lo ‘intrapsíquico’”.
Al mismo tiempo, la conversación evidencia una de las
operaciones típicas del razonamiento psicoterapéutico fundado
en la modernidad, que termina buscando clasificaciones y enfer-
medades ante algunos de los dilemas complejos de lo humano y
luego intenta dirigir estos “trastornos” a especialistas que debe-
rían “resolverlos”, sin mayor reflexión sobre las prácticas de

33
Para una psicoterapia políticamente reflexiva

poder que se entrecruzan con estos argumentos. Esto, en muchas


ocasiones, como se ha dicho repetidas veces, termina dejando a
la persona que tuvo que vivir circunstancias opresivas aún más
desprotegida y etiquetada como “el problema”. Por una opera-
ción veloz del pensamiento, el problema deja rápidamente de
ser la pobreza y pasa a ser los trastornos depresivos y ansiosos.
Siempre cabe la pregunta de si trabajamos en psicoterapia y
construimos espacios privados para abrirles lugar a los mundos
íntimos de las personas con que trabajamos o si más bien nos
atrincheramos para poder escapar de un mundo con demasiadas
aristas y complejidades como para ser abordado por nuestros
modelos de pensamiento.
La psicología clínica y la psiquiatría recibieron, hacia fina-
les del siglo pasado, una serie de críticas relacionadas con sus
dificultades para adaptar sus concepciones y prácticas a los
múltiples contextos sociales donde ellas operan (Beltrán, 2001;
Cowen, 1983; Espin, 1993; Layton, Hollander y Gutwill, 2006;
Pakman, 1997; Parker, 2007, Pérez, 1998; Sarason, 1981). Tanto
la enorme omisión que han hecho de algunos temas sociales
urgentes como la incapacidad para incluir las dimensiones
políticas de las problemáticas atendidas en la comprensión y
los consecuentes riesgos de culpabilizar, estigmatizar y dejar
aún más vulnerables a las poblaciones que sufren de entrada
por su condición social han sido una preocupación. Los autores
Anthony, Cohen y Kennard (1990) escriben:
Muchas personas con dificultades psiquiátricas no quieren los servicios
que el sistema provee porque los encuentran poco atractivos, inapropia-
dos y discriminatorios. Los grandes porcentajes de abandono no se deben
a carencias de los clientes sino a carencias de los servicios. De tal manera
que los planificadores de estos servicios deben chequear constantemente
si los servicios creados son consistentes con la filosofía y los valores de
un sistema de salud basado en la comunidad (p. 1.250).

34
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

El intento de adaptar a las personas a nuestras visiones de


mundo y nuestros modelos de atención y no viceversa reaparece
una y otra vez en el trabajo psicoterapéutico con personas en
situaciones de pobreza. Uno de los ejemplos más graciosos se
lo escuché al psicoanalista peruano Rodríguez Rabanal (1991,
1995), quien escribió una serie de trabajos basados sobre sus
experiencias intentando abrir un centro de atención psicoanalíti-
ca en comunidades pobres en Lima. En una conferencia dictada
en Caracas en 1996, compartió algunas de las dificultades:
Nosotros construimos dos ambientes, pero la mayoría de los pacientes
adultos se negaban a visitarnos en ese lugar y nos pedían que las se-
siones se llevaran a cabo en sus casas, por temor a ser estigmatizados
como enfermos mentales. La sesión era muy complicada pues cuando
algún terapeuta atiende en un consultorio y el paciente no viene, en fin,
se pone a leer, hace lo que sea. Nosotros éramos los que buscábamos a
los pobladores. Y cuando los pobres pobladores del asentamiento, ya no
digo pobres por pobreza material, sino porque nos tenían que soportar a
nosotros, cuando los pobladores se sentían urgidos a huir ¡tenían que es-
caparse de su casa! Entonces nosotros decíamos “El candadazo” porque
llegábamos y encontrábamos un candado en la puerta de la casa a la hora
de la cita y eso ocurría permanentemente.

Enfrentados a contextos económicos, culturales y políti-


cos distintos, los marcos de comprensión y aplicación de nuestros
modelos psicoterapéuticos comienzan a desdibujarse, lo que
genera sorpresas como la que relata Rodríguez Rabanal. Todos
aquellos que hemos sentido alguna vez eso que desde la pers-
pectiva tradicional llamamos “resistencia”, podemos suponer la
zozobra de los pobladores que se veían en el dilema de “huir” de
unos profesionales bien intencionados que se dirigían, intentan-
do una pirueta técnica, con diligencia psicoanalítica, a los hoga-
res de los “pacientes”. Los profesionales, a su vez, confrontados
con realidades que desafían sus marcos habituales de compren-

35
Para una psicoterapia políticamente reflexiva

sión, a menudo insisten en su visión de mundo. En palabras de


la psicóloga clínica Espín (1993), describiendo las reacciones
de profesionales tratando de trabajar en contextos culturales dis-
tintos a los suyos: “Los estudiantes en formación no lograban
trabajar con personas que no ‘creían’ en la terapia y cuyos valo-
res y experiencias de vida no coincidían con las suyas” (p. 409).
O en las palabras de Cowen (1983):
Ya que los servicios de salud mental fueron desarrollados en una tradi-
ción predominantemente blanca y de clase media, éstos venían empa-
quetados con las decoraciones de esa tradición, lo cual incluía sesiones
preprogramadas, fijas, de cincuenta minutos que se conducían en ofici-
nas atendidas por personal educado. Desafortunadamente, ya que estas
condiciones eran poco naturales para la mayoría de la sociedad, desani-
maban a muchas personas de la posible atención antes de que esos servi-
cios pudiesen realmente actuar (p. 637).

A pesar de que esas críticas han sido resonantes y han pro-


venido de lugares muy diversos, la psicología académica todavía
se muestra en su gran mayoría resistente a incluir las variables
sociales, culturales y políticas en la comprensión de las proble-
máticas emocionales. Aún más lejana se encuentra de articular
respuestas efectivas y sensibles a estos elementos. Dos ejem-
plos claros de esto han sido lo curiosamente novedoso que sigue
resultando hablar de temas como la violencia y la pobreza en
los programas de formación de especialistas, los congresos y las
publicaciones científicas (Carr y Sloan, 2003; Harper, 1991),
aun cuando existen sobradas razones y evidencias del peso de
estas problemáticas en la producción de malestar y como obstá-
culos para el desarrollo óptimo (Evans, 2004).
Layton, Hollander y Gutwill (2006) recopilan una serie
de trabajos de psicoanalistas sobre sus experiencias al abordar
temas políticos y de clase social en la consulta. En el libro dis-

36
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

tintos terapeutas relatan casos en que temas políticos como el 11


de septiembre y la guerra contra Irak aparecen en los contenidos
de las conversaciones con sus pacientes, lo que evidencia que las
circunstancias venezolanas no son únicas y que en todos lados
estos dilemas están presentes en el día a día de la consulta. En el
capítulo del analista junguiano Samuels, que ha explorado este
tema en varios escritos (1993, 2001, 2006) reporta los resulta-
dos de una encuesta que envió a 621 terapeutas de siete países
distintos en la que preguntaba sobre la presencia y manejo de
los temas políticos. En el levantamiento de datos encontró que
el 56% de los terapeutas reportaron discutir temas políticos en la
consulta con las personas que atienden. Samuels añade que en
las respuestas abiertas que tenía la encuesta los terapeutas mani-
festaron “una lucha considerable para explicar cómo hacían para
manejar estos temas” (p. 13, 2006). En otros capítulos del libro
de Layton, Hollander y Gutwill se desarrollan distintas viñetas
clínicas en que se plantea temas políticos y de desigualdad social
entre el terapeuta y la persona atendida. A través de estos reportes
se evidencia mucha ansiedad en los terapeutas sobre si deben o no
abordar estos temas y sobre todo cómo responder a las demandas
directas de las personas atendidas a entrar en una conversación
sobre posiciones políticas y económicas (Layton, 2006; Gutwill
y Hollander, 2006). En los distintos trabajos, sumamente reve-
ladores, las autoras describen estos temas como “el último tabú
del psicoanálisis”. Se registra con claridad las angustias que los y
las terapeutas reportan para abordar estos temas y las dificultades
para articular desde las propuestas teóricas el peso de estos ele-
mentos en la relación de ayuda.
Hillman (2009), quien tiene un amplísimo recorrido como
teórico y profesor de psicoterapia, se pregunta en un artícu-
lo por qué solo recientemente se dio cuenta de que durante su
larga experiencia seleccionando, supervisando y dándole cla-

37
Para una psicoterapia políticamente reflexiva

ses a futuros psicoterapeutas ha habido oportunidad de indagar


sobre las creencias religiosas, el nivel económico, la historia
familiar, el trabajo, las raíces étnicas, las emociones, los idea-
les, los recuerdos de los futuros practicantes, pero no de sus
historias y convicciones políticas. Tal omisión le resulta nota-
ble y digna de ser analizada. La omisión de estos temas y el
llamado a comenzar a incluirlos es aún más dramático en nues-
tros países latinoamericanos en que grandes porciones de la
población padecen situaciones crónicas de pobreza material y
violencia.
Muchas de las grandes problemáticas sociales que nos
aquejan destacan por su ausencia en las teorías y los manuales
clínicos. Lo relativamente poco que ha tenido que decir y ofre-
cer esta disciplina a estas problemáticas ha sido objeto de crítica
por algunos autores. El especialista Cowen escribe:
El campo de la salud mental no ha respondido a un rango de problemas
sociales destructivos como el racismo, la violencia urbana, las adiccio-
nes, los motines carcelarios y la delincuencia. Ya sea que esto se deba
a una falta de interés, a tecnología inadecuada o a la separación activa
de estos problemas de la definición que hacen los profesionales de la
salud mental de su campo de estudio, el hecho está en que este campo
ha contribuido muy poco a su resolución (1983, p. 637).

Sin embargo, la evidencia empírica ha ido acumulándose,


mostrando el peso etiológico que algunas de estas problemáti-
cas tienen en el desarrollo de trastornos psicológicos (Evans,
2004). El área de la violencia dentro del hogar es probablemen-
te el mejor ejemplo de esto. En primera instancia, la constante
omisión del peso del maltrato infantil en la comprensión de los
síntomas tratados en la psicoterapia ha sido señalado por nume-
rosos especialistas como un fenómeno a revisar. El psicoanalista
Bowlby lo ha expresado en los siguientes términos:

38
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Considero que como psicoanalistas y psicoterapeutas hemos sido asombro-


samente lentos en reconocer el predominio y las trascendentales consecuen-
cias de la conducta violenta entre miembros de una familia y sobre todo
de la violencia de los padres. Es un tema que ha brillado por su ausencia en
la literatura analítica y en los programas de especialización. Sin embargo,
en la actualidad existen pruebas suficientes no solo de que es mucho más
corriente de lo que hemos supuesto hasta ahora, sino de que es causa impor-
tante de una serie de síndromes psiquiátricos angustiosos y desconcertantes.
Además, dado que la violencia engendra violencia, la violencia en las fami-
lias tiende a perpetuarse de una generación a otra (...) Desde que Freud hizo
su famoso –y desde mi punto de vista, desastroso– cambio de opinión, en
1897, cuando decidió que las seducciones infantiles que había considerado
etiológicamente importantes no eran más que el producto de la imaginación
de sus pacientes, ha quedado totalmente pasado de moda atribuir la psicopa-
tología a las experiencias de la vida real (1989, pp. 94-95).

Los especialistas en el área se han dado a la tarea, duran-


te ya aproximadamente treinta años, de estudiar las posibles
asociaciones entre las vivencias de maltrato y los síntomas de
malestar emocional. Estos estudios han logrado comenzar a
contrarrestar la creencia comúnmente sostenida de que expe-
riencias como el abuso sexual infantil, o no es dañino o no es un
factor etiológico central (Myers, 1992). Una enorme cantidad
de estudios, tanta que ha sido descrita como una “avalancha de
investigaciones” (Salter, 1995), ha encontrado la relación entre
el maltrato infantil y el desarrollo de depresión, ansiedad, tras-
tornos disociativos, trastornos de personalidad, trastornos ali-
mentarios, tendencia a la revictimización, problemas sexuales,
problemas en las relaciones interpersonales, trastornos de estrés
postraumático, así como su lugar central en el desarrollo de
algunos cuadros como el los trastornos disociativos de la per-
sonalidad (Andrews, Brewin, Rose y Kirk, 2000; Briere, 1992;
Busby, Glenn, Steggell y Adamson, 1993; Dubner y Motta,
1999; Kernberg, 2001; Stone, 1989).

39
Para una psicoterapia políticamente reflexiva

En segundo lugar, los autores que trabajan en el área de la


violencia han sostenido que la omisión de este elemento en el
abordaje clínico no solo desatiende a esos factores perturbado-
res, sino que, además, su silencio ante las dimensiones cultura-
les y de distribución de poder en que se encuentran inmersas las
relaciones humanas contribuye a su perpetuación. La incapaci-
dad para registrar las situaciones de violencia no solo dificultan
el manejo de sus consecuencias, sino que impide que la situa-
ción de violencia sea detenida y por ende deja a la víctima en
una posición desventajosa y vulnerable (Herman, 1997; Moltz,
1992). “Lo único que el victimario les pide a los testigos es que
no hagan nada”, escribe la especialista Judith Herman, y en el
párrafo siguiente añade:
Para evitar ser imputados por sus crímenes, los perpetradores hacen todo
en su poder para promover el olvido. El secreto y el silencio son la prime-
ra línea de defensa del victimario. Si no puede silenciarla absolutamente,
intenta asegurar que nadie la escuche (...) Mientras más poderoso el vic-
timario, mayor su prerrogativa de nombrar y definir la realidad y la ma-
yor probabilidad de lograr que su argumento prevalezca. Los argumentos
del victimario demuestran ser irresistibles cuando el testigo los enfrenta
solo. Sin un ambiente social de apoyo, los testigos suelen sucumbir a la
tentación de mirar en otra dirección (1997, p. 8).

El psiquiatra especialista en trabajo con sobrevivientes de


violencia política y violencia intrafamiliar, Barudy (2000), es
aún más contundente cuando afirma:
La existencia de verdugos y de víctimas no explica por sí sola la exis-
tencia de la violencia organizada; se requieren los terceros, los otros (...)
Los terceros, los que participan del proceso del maltrato infantil son los
demás miembros de la familia, así como los miembros del entorno social,
incapaces de brindar protección a las víctimas puesto que, para ellos, el
hecho que un padre o una madre torture, descuide o abuse sexualmente a
sus hijos es parte de una violencia impensable o, simplemente no quieren

40
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

comprometerse por temor o para evitarse problemas o, lo que es peor, por


complicidad y/o concordancia ideológica con los perpetradores. Entre
estos terceros co-productores del maltrato existen todavía muchos mé-
dicos, psicólogos, profesores, magistrados, asistentes sociales, etc. que
minimizan o niegan la existencia de los malos tratos y/o no son capaces
de establecer la relación entre los signos de sufrimiento y los trastor-
nos conductuales de niños y niñas con posibilidad que sean víctimas de
la violencia de los adultos que los cuidan. Algunos profesionales son a
menudo prisioneros de sus modelos teóricos y sus roles, y necesitan ser
ayudados a sensibilizarse de la existencia de este drama (p. 24).

En otras palabras, el descuido a las variables contextuales


en la comprensión contribuye a silenciar, a no nombrar proble-
mas de poblaciones en situaciones de desventaja, como lo son
los niños y niñas en los hogares violentos, que la cultura domi-
nante mantiene invisibilizados.
Un discurso clínico, desarrollado dentro del mismo proce-
so histórico, ciego a los parámetros culturales que le subyacen,
tiende con demasiada facilidad a proponer sus “verdades” en
perfecta concordancia con y consolidando los prejuicios sociales
de su colectividad (Burman, 2000; Pérez, 1998). El movimiento
feminista ha sido precursor en la reflexión de este punto, mos-
trando cómo en numerosos contextos la mirada patriarcal tiñe
las discusiones “objetivas y científicas”, ubicando, detrás de una
lógica desigual culturalmente sostenida, la patología del lado de
las características asociadas a la feminidad y a la salud a las que
se atribuyen a lo masculino. El desarrollo de argumentos como la
envidia del pene por Freud y la protesta masculina por Adler, son
solo dos ejemplos históricos gruesos del uso de consideraciones
machistas en la identificación de la “psicopatología”.
Así pues, aquel que ha vivido en situaciones de desventaja y
opresión, corre el riesgo de ser etiquetado como enfermo y diri-
gido a los centros de tratamiento para ser “recuperado”. El uso

41
Para una psicoterapia políticamente reflexiva

del discurso médico, que intenta delimitar “patologías” con ori-


gen dentro del sujeto, oscurece la identificación de los elementos
políticos que crean las condiciones para la producción del males-
tar en una primera instancia. Además, al colocar el problema den-
tro del individuo, le asignan al individuo toda la responsabilidad
de su “mejoría”, sin considerar intervenciones para mejorar las
condiciones que produjeron el problema. Considero que el tera-
peuta de familia Michael White es de los autores más claros al
mostrar este riesgo del lenguaje clínico tradicional. Él afirma:
Son esos discursos los que nos permiten ignorar hasta qué punto los pro-
blemas de la gente tienen que ver con las estructuras de inequidad de
nuestra cultura, incluyendo a las que involucran género, raza, etnicidad,
clase social, status económico, etc. Naturalmente, si podemos ver en las
dificultades de la gente el resultado de cierta aberración y no el producto
de nuestras maneras de pensar y vivir, podremos asimismo eludir la con-
frontación con nuestra complicidad en el mantenimiento de esas formas
de vivir y de pensar (2002, p. 120).

Waldgrave (1990), proveniente de Nueva Zelandia, escribe


cómo los terapeutas pueden ser utilizados en su ingenuidad por
el Estado para limpiar la imagen de las consecuencias de las
políticas gubernamentales. Él continúa diciendo:
Hacer felices a las personas en situaciones de pobreza al tratar sus pro-
blemáticas clínicas sin hacer referencia a los contextos políticos y eco-
nómicos asegura que las personas se identifiquen a sí mismas como el
problema, dejando así al Estado libre de culpa. Es asombroso como este
tipo de terapia todavía puede ser considerado por muchas personas como
una actividad que no es política (1990, p. 26).

Es importante subrayar cómo este discurso dominante no está


nada más en las teorías psicológicas, sino que está en el discurso
cotidiano y en las mismas personas que acuden a nuestra consul-
ta. En nuestro centro comunitario encontramos a menudo que las

42
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

personas sienten vergüenza de algunas dificultades que han pade-


cido. Convencidos también de que su sufrimiento es responsabi-
lidad y culpa de ellos o ellas. Ciegos ante los enormes esfuerzos
que para ellos mismos ha representado desarrollar pautas idio-
sincrásicas de sobrevivencia para resistir el abuso que enfrentan
diariamente dentro de sus hogares. O sintiéndose despreciados
por no alcanzar las expectativas de logro y educación que exige la
misma sociedad que no ofreció las oportunidades para acceder a
ella. Michael White hace la misma observación con relación a las
personas con trastornos psicóticos con que trabaja:
Muchas personas con diagnósticos psiquiátricos terminan por perder la
exigua cuota de reconocimiento moral que se otorga en nuestras comuni-
dades a los otros. Además casi siempre lo pasan muy mal porque sienten
que no “están a la altura” que “no lo logran”. Y como si todo eso no fuera
suficientemente estresante, también sufren una gran presión por querer
construir su vida según lo que especifican los patrones de salud y norma-
lidad aceptados (2002, p. 144).

La lógica de la exclusión social, como la que produce la


pobreza, es especialmente desmoralizadora, ya que comienza no
proveyendo los recursos para el desarrollo pleno y luego remata
señalando al excluido por “ser un perdedor”, por no alcanzar las
expectativas culturales dominantes.
La tendencia de los países latinoamericanos de importar
sin digestión los modelos teóricos y prácticos desarrollados en
otros países con frecuencia conduce a aplicaciones forzadas.
Estas aplicaciones no negociadas con las comunidades con fre-
cuencia terminan tropezándose con un sentimiento de futilidad
compartido tanto en los terapeutas como en los recipientes de
esa escucha y pareciéndose a la expresión que utiliza el tera-
peuta Tom Strong para ilustrar este enredo: “déjame ayudarte
a subir al árbol para que no te ahogues, le dijo el mono al pez”.

43
CAPÍTULO II

Ciencia y política: la tradición moderna

Cuánta suerte tiene usted por poder estar sumergida en


su trabajo sin tener que enterarse de todas estas cosas
horribles que ocurren en el mundo... La gente teme que
las extravagancias nacionalistas alemanas puedan ex�
tenderse a nuestro pequeño país. Hasta me previnieron
que huyera ya mismo a Suiza o Francia. Esto es absurdo;
no creo que exista algún peligro...
Carta de Freud a Marie Bonaparte (1933)

Ciencia y política

Históricamente, las situaciones de confrontación social aguda


han dejado en estupor no solo a la psicología, sino a la ciencia
en general. Los grandes físicos del siglo pasado se llevaron las
manos a la cabeza horrorizados con el uso que los gobernantes
hicieron de sus desarrollos. Robert Oppenheimer es quizás el
personaje más dramático de la historia de la ciencia y la política.
El físico, director del proyecto que desarrolló la bomba atómica
durante la Segunda Guerra Mundial, escribió en 1947 en los
Estados Unidos:

45
Ciencia y política: la tradición moderna

Los físicos nos vimos presos de un íntimo sentimiento de responsabi-


lidad por haber propuesto, apoyado y, por último, contribuido en gran
medida a la fabricación de armas atómicas. Tampoco podemos olvidar
hasta qué punto estas armas, tal como fueron utilizadas en la práctica,
contribuyeron a agudizar la crueldad inhumana y los terribles males de la
guerra moderna. En un sentido despiadado, que ni la vulgaridad, ni el hu-
mor, ni la retórica pueden llegar a paliar, los físicos conocieron el pecado
y esta es una experiencia que no puede olvidarse (p. 222).

El Gobierno norteamericano luego le retiró toda la con-


fianza al científico, prohibiéndole el acceso a la información
de estos proyectos considerados altamente secretos. En medio de
estas discusiones un senador del Gobierno de Estados Unidos
curiosamente afirmó que los políticos nunca debieron haberles
permitido a los científicos conocer los secretos de la bomba ató-
mica (Gardner, 1986).
Del otro lado de la cortina de hierro Andrei Sakharov, el
físico más importante de la Unión Soviética durante la Guerra
Fría, renunció a la comodidad de su vida académica para conver-
tirse en uno de los opositores políticos más renombrados contra
el escalamiento de la carrera nuclear y el régimen soviético, por
lo cual fue perseguido y encarcelado. Años después de retirarse
de sus desarrollos investigativos patrocinados por el Gobierno y
relacionados con la energía nuclear escribió reflexionando sobre
ese proceso: “Esa fue, quizás, la lección más terrible de toda mi
vida. Que uno no se puede sentar en dos sillas al mismo tiempo”
(c.p. Lizhi, 1999).
Vale la pena recordar también al escritor argentino Ernesto
Sábato, quien comenzó su adultez como una promesa latinoa-
mericana de la investigación en física pura, reclutado para traba-
jar en el Laboratorio Curie de París y luego en el Massachusetts
Institute of Technology de Boston. Hasta que la Segunda Guerra
Mundial le precipitó una crisis vocacional que lo llevó a aban-

46
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

donar la física y a escribir algunos de los ensayos más lúcidos


sobre la relación entre la ciencia y la política. En 1951 publicó
Hombres y engranajes, donde registra una serie de reflexiones
sobre la ciencia que siguen vigentes. Registra ese momento de
desilusión con un proyecto que había prometido dar solución a
todos los problemas de la tierra. La decepción permitió recono-
cer que la ciencia no garantizaba el futuro y que más bien hacía
más necesaria acompañarla de una reflexión ética y política.
La ciencia moderna se ha tropezado una y otra vez con lo
político, en una relación muchas veces incómoda y compleja,
como claramente queda evidenciado en sus comienzos con la per-
secución que sufrió Galileo a manos de la Inquisición. Algunas
de las interrogantes que los profesionales de la salud mental nos
estamos haciendo ahora tienen que ver con esta relación incó-
moda y compleja, en la cual preguntamos: ¿qué lugar debemos
ocupar nosotros los profesionales al servicio de lo psicológico?
La modernidad concibió la ciencia como un conocimien-
to apolítico, objetivo, alejado de las discusiones mundanas del
poder, capaz de trascenderlas para acercarse a verdades uni-
versales, puras, no contaminadas por los intereses personales o
colectivos. En palabras de la psicóloga clínica e investigadora:
El “conocimiento científico” tenía que desligarse de cualquier
sospecha de activismo político. La ciencia se ubicó en la cima
del ideal moderno, representando el lugar donde el hombre
podía desarrollar al máximo la razón. La ciencia moderna se
concibió como un cuerpo de conocimientos objetivo, universal,
independiente de los vaivenes humanos. La actividad científica
sustituyó la actividad religiosa como guardián de las verdades
y las leyes universales. En ella el hombre podía crecer autóno-
mamente sin intermediación de dioses y pensamiento mágico.
El hombre ideal del mundo moderno pasó a ser el científico. La
tecnología, asimismo, prometía vencer todos los flagelos huma-

47
Ciencia y política: la tradición moderna

nos como las enfermedades, la guerra y la desigualdad. Con ella


la posibilidad de dominar a la naturaleza y lograr de una vez por
todas el progreso y la consolidación de un mundo mejor, pasó
a ser una aspiración común. La ciencia moderna le ofreció al
hombre del siglo xix y comienzos del siglo xx muchas razones
para ser optimista.

El caso de Freud

Sigmund Freud encarna los ideales de la modernidad. Cruzado


por discursos diversos, algunos de los cuales permitieron abrir
puertas que luego servirían para trascender el mismo discur-
so moderno, sin embargo, reiteró su adhesión al proyecto de
la ciencia moderna. En “El porvenir de una ilusión”, intenta
explicar las raíces del pensamiento mágico y religioso, a la vez
que ofrece a la ciencia como opción para la humanidad. Utiliza
inclusive la metáfora religiosa escribiendo sobre “Nuestro dios
Logos” (1927/1983, p. 2991) y afirma con convicción: “No,
nuestra ciencia no es una ilusión. En cambio, sí lo sería creer
que podemos obtener en otra parte cualquiera lo que ella no nos
pueda dar” (p. 2992).
Bien sabido es que el psicoanálisis ha sido duramente cri-
ticado por la ciencia positivista y filósofos de la ciencia como
Popper y Bunge (Bunge, 1985; García de la Hoz, 2000), pero,
por supuesto, esto no significa que Freud no haya aspirado al
desarrollo de una ciencia exacta. Las lecturas hermenéuticas
actuales son nuestras, no pertenecen al proyecto científico de
la época de Freud, él escribe de manera muy explícita: “En rea-
lidad el psicoanálisis es un método de investigación, un instru-
mento imparcial, como por ejemplo, el cálculo infinitesimal”
(1927/1983, p. 2981).

48
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

La cuantificación, el fisicalismo, el mecanicismo pertene-


cen asimismo al ideario moderno de comienzos de siglo. Regre-
sando al ideal moderno, el conocimiento científico apuntaba así
al descubrimiento de verdades universales, a la obtención de la
explicación más exacta de una realidad única, externa al sujeto
y susceptible de ser observada de manera objetiva. Concebido el
conocimiento de esta manera, se hacía plausible la posibilidad de
un acercamiento cada vez mayor a la verdad, indiscutible y libre
de perspectivas personales. Concebida la ciencia de esta manera
el científico podía tomar distancia del mundo, acceder a un lugar
de observación del mundo privilegiado, lejano de las creencias y
los puntos de vista, confiado de estar haciendo una contribución
al progreso y al bienestar futuro de la humanidad. El psicoanalista
español Coderch (2001), en su revisión de las bases epistemoló-
gicas de Freud, subraya cómo el psicoanálisis se concibió como
uno de los instrumentos para dominar la naturaleza, a través de la
razón. La insistencia de Freud en la neutralidad, la abstinencia, el
anonimato y la objetividad van todas en este sentido.
Son estas esperanzas en la ciencia las que se estrellaron
estrepitosamente contra la historia del siglo xx. A partir de las
guerras mundiales comienza a surgir el desaliento en los escritos
de muchos pensadores. Las dudas sobre la bondad y la univer-
salidad indiscutible de la ciencia comienzan a colarse a través
del optimismo original. En el mismo Freud podemos encontrar
algunos textos conmovedores, en que el pensador se muestra
sacudido por el estallido de la sinrazón justo en el momento en
que se esperaba el mayor esplendor de la razón. En 1915 escribe
un texto llamado, “Lo perecedero”, en que se refiere al comien-
zo de la Primera Guerra Mundial:
La plática con el poeta tuvo lugar durante el verano que precedió a la
guerra. Un año después se desencadenó ésta y robó al mundo todas sus

49
Ciencia y política: la tradición moderna

bellezas. No solo aniquiló el primor de los paisajes que recorrió y las


obras de arte que rozó en su camino, sino que también quebró nuestro or-
gullo por los progresos logrados en la cultura, nuestro respeto ante tantos
pensadores y artistas, las esperanzas que habíamos puesto en una supe-
ración definitiva de las diferencias que separan a pueblos y razas entre sí
(...) Nos quitó tanto de lo que amábamos y nos mostró la caducidad de
mucho de lo que creíamos estable (1915/1983, p. 219).

Pero además de la decepción de Freud y sus contemporá-


neos sobre el progreso definitivo a través de la ciencias, que no
llegó, la guerra y la confrontación colectiva dejaron en muchas
ocasiones a los pensadores perplejos y atados de manos. Duran-
te la Segunda Guerra Mundial, Albert Einstein intentó reunir
los recursos intelectuales más desarrollados de la época para
conseguir respuestas a los desafíos que evidenciaba el enfren-
tamiento bélico. Intercambió cartas con Freud, a quien le pidió
que le contestara a la pregunta ¿por qué la guerra? Freud, como
se sabe, accedió, escribiendo:
Como usted lo ve, no se consigue hacer avanzar mucho las cosas con que-
rer consultar a teóricos extraños al mundo, cuando se trata de tareas prác-
ticas y urgentes. Más vale esforzarse, en cada caso particular, para afrontar
el peligro con los medios que se tienen a mano (1934/1983, p. 256).

Freud ofrece un ejemplo claro de las dificultades del pen-


samiento moderno para abordar los acontecimientos políticos y
la velocidad de la historia. Si bien intentó ofrecer explicaciones
a fenómenos históricos a través del psicoanálisis en textos clási-
cos como el “Tótem” y “Tabú” (1913/1983), “El porvenir de una
ilusión” (1927/1983) y el “Malestar en la cultura” (1929/1983)
consideró poco la influencia de la ubicación social y política
del analista en el proceso de cura que estaba intentando y fue
ambivalente ante los temas políticos (Frosh, 2007). Destaca de
manera notoria lo cauto que fue expresando su posición con res-

50
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

pecto al auge nazi y los crecientes abusos y horrores a los que él,
como judío, tuvo que someterse y atestiguar. En una carta escri-
ta hacia el final de su vida, aparece una muestra de su parecer
sobre el lugar de su opinión en estos acontecimientos históricos.
En respuesta a la petición de un artículo de una revista inglesa
para la confección de un número especial sobre el antisemitismo
Freud contestó:
Llegué a Viena cuando tenía cuatro años, proveniente de una pequeña ciu-
dad de Moravia. Después de setenta y ocho años de asiduo trabajo, hube de
dejar mi hogar, vi disuelta la sociedad científica que había fundado, nues-
tras instituciones destruidas, nuestra editora ocupada por los invasores, los
libros que había publicado confiscados o reducidos a pulpa, mis hijos ex-
pulsados de sus ocupaciones. ¿No piensa usted que debería reservar las
columnas de su número especial para las manifestaciones de los no judíos
menos afectados personalmente que yo? (1938/1983, p. 3426).

Además de traslucir brevemente la desgraciada violencia


que tuvo que enfrentar él y su familia, también pareciera mani-
festar que alguien no afectado debería estar en una mejor posi-
ción para opinar que alguien que sí lo fue. Esto no puede menos
que llamar la atención, pero al mismo tiempo ayuda a com-
prender cómo un movimiento desarrollado como crítica social
y para colaborar con el bienestar, haya observado en silencio
el desmantelamiento de las instituciones psicoanalíticas a tra-
vés de la expansión nazi. Son conocidas las expresiones de Ana
Freud sobre el deseo de expulsar a Wilhelm Reich de las filas
psicoanalíticas, en gran parte por la peligrosa politización que
él recomendaba para el psicoanálisis en momentos en que con-
venía ser más cauto (Frosh, 2007). En esa misma línea el insti-
tuto principal de estudios de psicoanálisis de Alemania calló la
ocurrencia de sinsentidos como la prohibición de la mención del
nombre de Freud y de “conceptos judíos” como el “Complejo

51
Ciencia y política: la tradición moderna

de Edipo”, a pesar de que la eufemísticamente llamada “Sec-


ción A”, era constituida por analistas freudianos y, mucho más
grave, la expulsión de todos los colegas judíos (Totton, 2000).
En entrevistas realizadas años después a analistas alemanes que
atravesaron esta época, el investigador Totton reporta que estos
analistas creían haber continuado funcionando como psicoana-
listas durante la época de Hitler, muy a pesar de las enormes
contradicciones de sus prácticas.
No expresaban dudas de funcionar como psicoanalistas a
pesar de que, por ejemplo, la ley exigía que tuviesen que saludar
a sus analizados con el saludo nazi, hecho que lograron evadir
argumentando que en el arreglo terapéutico habitual las comu-
nicaciones personales no son permitidas.
Curiosa maniobra para evitar la imposición arbitraria y con-
tinuar intentando sostenerse como una actividad ajena al devenir
político, en que el rechazo a la posición fascista es solapado con
un argumento técnico. Los profesionales que ejercen las distin-
tas aproximaciones terapéuticas han realizado maniobras pare-
cidas una y otra vez, como se intentará mostrar a lo largo de este
libro, para esquivar los dilemas políticos con que la historia ha
confrontado sus creencias teóricas y técnicas.
Sin embargo, voces de distintas disciplinas comenzaron
a repensar la posición ajena e inocente de la ciencia moderna.
Uno de los textos precursores y claves proviene del pensamiento
de Bertrand Russell, matemático, filósofo, teórico de la ciencia
y premio Nobel de Literatura en 1950, quien pudo entrever algu-
nos de los dilemas que le aguardaban al proyecto científico en
su trabajo Ícaro o el futuro de la ciencia:
Suelen pensar los humanos que el progreso científico tiene necesaria-
mente que ser una bendición para la humanidad, pero mucho me temo
que se trate de otra confortable ilusión del siglo xix que nuestra época,
bastante más realista, debería descartar. Sirve la ciencia para que los go-

52
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

bernantes lleven a cabo sus propósitos de manera más completa y cabal.


Si esos propósitos fueran buenos, se obtendría algún beneficio, pero si
fueran perversos, estaríamos ante una amenaza (...). Por lo tanto, de mo-
mento, la ciencia es dañina por cuanto sirve para aumentar el poder de
los gobernantes. La ciencia no reemplaza a la virtud; para una buena vida
es tan necesario el corazón como la cabeza (Russell 1925/1997, p. 53).

II
Por supuesto que Freud no estuvo solo en la defensa de una
psicología alineada con los valores de la ciencia moderna. Los
investigadores positivistas más bien verán luego a Freud como
un ejemplo sumamente impuro de ese ideal. Freud, ubicado en
la bisagra entre el siglo xix y el siglo xx, representará un ejem-
plar único de la integración del pensamiento romántico de la
época precedente y el moderno (Gergen, 1991). Su pensamiento
resulta tan poblado de Darwin como de Goethe. Sus esfuerzos
por traducir a términos físicos y biológicos sus indagaciones
sobre los contenidos privilegiados por la sensibilidad román-
tica (como las pasiones y los sueños) harán de sus escritos una
combinación controvertida, ubicada a medio camino entre la
literatura y la ciencia del siglo xx. La adjudicación del Premio
Goethe en 1930 a los escritos de Freud le subraya ya en vida
la discusión sobre el valor principalmente literario o científico
(desde la mirada positivista) que representa su obra.
Sir Francis Galton (1822-1911) es otra figura clave en la
historia de la psicología científica. Primo lejano de Charles
Darwin, intentará tomar la teoría de la evolución y transformar
sus postulados en una propuesta tecnológica para la sociedad
inglesa. Apasionado defensor de la cuantificación en la ciencia,
se dedicaría en su laboratorio a medir e investigar sobre una
multitud de características humanas tanto físicas como psico-
lógicas. Desarrollaría medidas para intentar evaluar variables

53
Ciencia y política: la tradición moderna

tan distintas como la genialidad, la pesadez de los oradores y


la capacidad auditiva (Pervin, 1996). Sería precursor tanto de la
psicometría como de varios de los estadísticos con que se traba-
ja actualmente para analizar datos como el coeficiente de corre-
lación. Pero sus intenciones trascendían la simple curiosidad
descriptiva. Siguiendo una lógica darwiniana y persiguiendo la
idea de que la inteligencia estaba fundamentada sobre la heren-
cia, planteó la “eugenesia”, propuesta tecnológica para seleccio-
nar sistemáticamente a los más aptos y así asegurar, según estas
creencias, el desarrollo óptimo de la sociedad.
La eugenesia se unirá a los prejuicios de su época para
armar a los defensores de la idea de que existen “razas superio-
res” e “inferiores” de “respaldo” científico. El eminente paleon-
tólogo, Stephen Jay Gould, realizó una extensa investigación en
la que documentó la utilización del discurso científico del siglo
xix para la argumentación racista. Mostró cómo el tránsito de
los estudios de craneometría a la medición de la inteligencia en
el siglo xx se monta sobre las concepciones culturales que ser-
vían para sostener distintas versiones de discriminación. En la
introducción escribe:
Los deterministas han invocado a menudo el tradicional prestigio de la
ciencia como conocimiento objetivo, a salvo de cualquier tipo de corrup-
ción social y política. Se pintan a sí mismos como los portadores de la
cruel verdad, y a sus oponentes como personas sentimentales, ideólo-
gos y soñadores. Al defender sus tesis de que los negros constituían una
especie aparte, Louis Agassiz (1850, p. 111) escribió: “Los naturalistas
tienen derecho a considerar las cuestiones derivadas de las relaciones
físicas de los hombres como cuestiones meramente científicas y a in-
vestigarlas sin tomar en cuenta la política ni la religión”. Cuando Carl
C. Brigham (1923) propuso la exclusión de los inmigrantes del sur y del
este de Europa que habían alcanzado valores muy bajos en unos tests
que supuestamente medían la inteligencia innata, afirmó: “Desde luego,

54
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

las medidas que han de adoptarse para preservar o incrementar nuestra


actual capacidad intelectual deben estar dictadas por la ciencia y no por
razones de conveniencia política”. Por su parte Cyril Burt, invocando
datos falsos recogidos por la inexistente señorita Conway, se quejaba de
que las dudas acerca de la base genética del CI “parecen fundadas más en
los ideales sociales o en las preferencias subjetivas de los críticos que
en cualquier examen directo de las pruebas favorables a la concepción
opuesta” (en Conway, 1959, p.15) (1981/1996, p. 42).

La eugenesia prontamente se planteó como ideal la elabo-


ración de programas sociales amplios que pudieran seleccionar
adecuadamente a aquellas personas mejor dotadas física y psico-
lógicamente para facilitarles la procreación (eugenesia positiva)
y para impedir la reproducción del extremo inferior (eugenesia
negativa). Al suponer la existencia de pruebas empíricas que
pudieran demostrar la superioridad intrínseca de algún grupo
humano, los debates sobre las supuestas diferencias biológicas
se multiplicaron. Numerosos investigadores afirmaron que no
había dudas sobre la superioridad del hombre europeo sobre el
africano, el hombre blanco sobre el negro, el hombre sobre
la mujer y entre los mismos europeos entre sí, como Gratiolet,
quien afirmaba que el cerebro alemán pesaba en promedio cien
gramos más que el cerebro francés. Hitler utilizó los escritos
del director del Instituto de Antropología, Herencia humana y
eugenesia, Kaiser Wilhelm, llamado coincidencialmente Euge-
nio Fischer, para argumentar a favor de la “limpieza étnica” en
su manifiesto “Mein Kampf”. El proyecto eugenésico también
fue utilizado por psiquiatras de renombre, para elaborar planes
de “intervención” en los campos de concentración franquistas
durante la Guerra Civil Española, como detallaremos en el capí-
tulo siguiente.
En su libro, Gould muestra cómo la idea de las diferencias
entre las razas y los sexos era ampliamente compartida por la

55
Ciencia y política: la tradición moderna

Ilustración y cómo a partir de estas ideas se reclutaron los pro-


yectos científicos que sirvieron para sostener esos prejuicios.
Maniobras que se aprovecharon del lugar privilegiado de la opi-
nión de los científicos para, utilizando las palabras de Condor-
cet, “convertir a la naturaleza misma en cómplice del crimen de
la desigualdad política” (c.p. Gould, 1981/1996, p. 43).
Las citas que hace Gould de científicos reconocidos en su
época demuestran tal magnitud de estereotipos sociales que la
lectura desde nuestra época asombra. Así por ejemplo, uno de
los investigadores del equipo de Paul Broca escribió:
En las razas más inteligentes, como sucede entre los parisienses, hay
gran cantidad de mujeres cuyo cerebro presenta un tamaño más parecido
al del gorila que al del hombre, que está más desarrollado. Esta inferio-
ridad es tan obvia que nadie puede dudar ni un momento de ella; solo
tiene sentido discutir el grado de la misma. Todos los psicólogos que han
estudiado la inteligencia de la mujer, así como los poetas y novelistas,
reconocen hoy que la mujer representa la forma más baja de la evolución
humana, y que está más cerca del niño y del salvaje que del hombre
adulto y civilizado. Se destaca por su veleidad, inconstancia, carencia de
ideas y de lógica, así como por su incapacidad para razonar. Sin duda,
hay algunas mujeres destacadas, muy superiores al hombre medio, pero
son tan excepcionales como la aparición de cualquier monstruosidad,
como un gorila de dos cabezas, por ejemplo; por tanto, podemos dejarlas
totalmente de lado. (1879, pp. 60-61; c.p. Gould, 1981/1996, p. 120).

Aun cuando las nefastas consecuencias históricas hacia


donde condujeron las ideas de superioridad racial han hecho
prácticamente imposible que algún autor continúe posicionán-
dose como un promotor de la eugenesia, sus raíces se continúan
vislumbrando en los escritos de psicólogos contemporáneos de
la teoría de los rasgos. Uno de los personajes controversiales ha
sido el infatigable investigador Raymond Cattell (1905-1998).
Creador de numerosas pruebas de medición de rasgos psicoló-

56
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

gicos ampliamente utilizados como el 16PF (Cuestionario de


Personalidad de los 16 Factores), publicó varios libros en que
proponía la aplicación política de su ideario científico. En una
visión que denominó “Beyondism” publicado en 1973, propu-
so un plan mundial que incluía recomendaciones como: “1. [El
desarrollo de] una base democrática para evaluar los deseos,
pero una maquinaria tecnocrática para satisfacerlos y adminis-
trarlos por especialistas; 2. Un ministerio de la evolución que
dirija el cambio desde arriba.” (1973, p. 4)
Hacia el final de su vida y luego de recibir un reconoci-
miento de la American Psychological Association por sus con-
tribuciones vitalicias, continuó la polémica sobre el racismo
subyacente de su teorización, a lo cual contestó:
El mundo actual es sumamente distinto de aquél de los años 20 y 30 en
que yo crecí. El empleo, la vivienda y el sistema legal estaban repletos
de ideas y prácticas racistas. Las afirmaciones que hice en los años 20
pertenecen al Zeitgeist de esos tiempos y reflejan las ideas de H.G. Wells,
George Bernard Shaw, Beatrice y Stanley Webb, así como los estadísti-
cos eminentes como Ronald Fisher y Karl Pearson. Los eventos de la
década siguiente tuvieron un impacto significativo en mis ideas sobre el
racismo, la eugenesia, la guerra y el mundo.
Aún creo en una eugenesia voluntaria como una medida para contri-
buir a la evolución de la raza humana. Por ejemplo, creo que a las per-
sonas reflexivas y preocupadas se les debería estimular a tener más hijos
(independientemente de su raza) (...) (1997).

La psicología buscó una y otra vez concebirse a sí misma y


presentarse ante los demás como ajena a los debates políticos, al
mismo tiempo que tomaba posición. La misma redacción de la
historia de nuestra disciplina ha sido complaciente en dibujar un
boceto conveniente que calce coherentemente con esta visión.
Parker (2007) subraya un ejemplo muy iluminador al destacar
cómo los textos de historia de la psicología, comenzando por el

57
Ciencia y política: la tradición moderna

clásico de Boring (1929), utilizaron la figura de Wilhelm Wundt


para localizar el origen científico de la psicología moderna. Lo
que estos recuentos dejan fuera es que, además de los numero-
sos estudios experimentales sobre percepción, este investigador
también fue un teórico prolífico sobre procesos sociales escri-
biendo diez volúmenes de su Volkerpsychologie o “psicología
cultural“. “Boring”, en palabras de Parker, “tejió un linaje sin
rupturas entre Wundt y la psicología moderna y esto implicó que
muchas de las especulaciones de Wundt sobre lo social tuvie-
ron que ser filtradas” (p. 19). Las críticas a la ciencia moderna
entonces han apuntado a las preconcepciones ingenuas sobre
política y ética que los científicos han sostenido sobre su activi-
dad. Su pureza moral ha sido puesta en duda. La siguiente cita
resume esto con claridad:
Se piensa que la mente científica y el método científico aseguran la neu-
tralidad y objetividad de la indagación científica y sobre los pronuncia-
mientos de la ciencia. Lo único que los científicos tienen que hacer es
mantenerse al margen de los movimientos políticos y sociales que pu-
dieran distorsionar su objetividad (...) Sin embargo, la ciencia no ha sido
neutral. Repetidas veces en el curso de la historia, las afirmaciones de los
científicos han sido utilizadas para racionalizar, justificar y naturalizar
ideologías dominantes y el statu quo. Esclavitud, colonialismo, capitalis-
mo laissez faire, comunismo, patriarcados, sexismo y racismo han sido
apoyados todos, en algún momento u otro por el trabajo de científicos,
un patrón que persiste en el presente (...) Realmente los científicos no es-
tán más protegidos de la influencia política y cultural que cualquier otro
ciudadano. Cubriendo sus actividades científicas con el nombre de neu-
tralidad, objetividad y desapego, los científicos aumentan la importancia
percibida de sus opiniones y se absuelven de responsabilidad social de
las aplicaciones de su trabajo y dejan sus mentes (inconscientemente)
abiertas a cualquier asunción política o cultural (Namenwirth, 1986, p.
29; c.p. Guba y Lincoln 1990, p.127).

58
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Hasta a los más lúcidos y entusiastas defensores de la cien-


cia positiva no les ha quedado más que reconocer la imposibi-
lidad de un cuerpo de conocimientos neutrales provenientes de
una visión pura. Mario Bunge, uno de los filósofos de la ciencia
más importantes actualmente y estudioso de las bases epistemo-
lógicas de la psicología, ha intentado lidiar con una nueva mane-
ra de desarrollar unas ciencias humanas influidas por distintas
fuerzas sociales, a la vez que intenta sostener la posibilidad de
una investigación objetiva. En 1996 publica Ética, ciencia y téc�
nica, abriéndose al debate sobre los valores de la ciencia moder-
na. En el prólogo escribe:
Nuestro tema es de rigurosa actualidad. En casi todo el mundo la juven-
tud cuestiona la moralidad de la ciencia y, en menor medida, el carácter
acientífico de los códigos morales vigentes. Algunos critican la alianza
de la ciencia con el establishment. Otros llegan a culpar a la ciencia mis-
ma de la guerra, de la desocupación, del enajenamiento y del deterioro
de la naturaleza. Y todos se quejan de que el hombre haya puesto los
pies en la Luna sin antes haber arreglado su propia casa. En suma, ya no
se da por descontado que la ciencia sea buena ni se admite que la moral
dominante sea sabia (...) (1996, p. 7).

Más adelante continúa:


El hombre culto de nuestro tiempo ya no puede creer que la verdad pro-
venga del bien y menos aún, de un Bien con mayúscula, abstracto e inasi-
ble, por el contrario, comprende que la verdad es valiosa en sí misma y
en conjunción con ciertos desiderata, puede contribuir a producir otros
bienes o, por el contrario a destruirlos.
El hombre moderno, y en primerísimo lugar, el científico sabe que no
puede colocarse más allá del bien y del mal, porque el bien y el mal son
de factura humana. El hecho de que el técnico pueda utilizar los resultados
científicos para bien o para mal no muestra que la actividad científica y la
conducta moral sean independientes. solo muestra que son complemen-
tarias y que podemos encanallarnos y/o embrutecernos lo suficiente para

59
II. Ciencia y política: la tradición moderna

poner la verdad, que es un bien, al servicio de individuos o de grupos cuyos


desiderata son incompatibles con el bienestar, la cultura, la paz, la libertad,
el autogobierno y el progreso de la mayoría. (1996, pp. 42-43).

Las concepciones actuales de la ciencia indudablemen-


te entonces han evolucionado. Ni siquiera los defensores de
una ciencia positivista, anclada en los valores tradicionales,
argumentan ya sin recelo sobre los beneficios indudables ni la
superioridad moral incuestionable del proyecto científico. Sin
embargo, esto no significa que la polémica esté cerrada. La dis-
cusión sigue vigente entre pensadores que consideran que la
ciencia, siendo una empresa humana, está irremediablemente
situada dentro de un contexto social y político por un lado, y
por el otro aquellos que, reconociendo la influencia de las fuer-
zas sociales, consideran que no siempre sucede así y que hay
que continuar esforzándose por la construcción de una ciencia
objetiva, libre de estos condicionamientos. Como representan-
te del primer grupo podemos citar el artículo de la psicóloga
Sarason, quien hace una crítica de la psicología clínica desde su
surgimiento como disciplina a partir del modelo médico, lo cual
ha contribuido a la consolidación de concepciones que aíslan el
problema humano de sus contextos. Ella escribe:
La sustancia de la psicología no puede ser independiente del orden so-
cial. No es que no debería ser independiente, es que no puede serlo.
Pero la psicología americana nunca se ha sentido cómoda investigando
sobre la naturaleza y las consecuencias del orden social. ¡Dejemos que
las otras ciencias sociales lidien con esos asuntos! (...) ésta (la psi-
cología) opera desde la premisa de que aquello que es bueno para la
medicina es bueno para la sociedad; y tiene una ausencia casi total de
la consciencia histórica necesaria para sentir la humildad ante el hecho
de que, como individuos y colectividades, somos inevitablemente pri-
sioneros de un lugar y un tiempo (...) y que, para trascender ese tiempo
y ese espacio, aunque sea solo un poco, se necesita poner en palabras

60
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

lo que nuestro proceso de socialización, porque fue tan efectivo, hizo


innecesario nombrar (1981, p. 830).

Otro ejemplo de que la controversia continúa dentro de la


psicología se expresó a través de varios artículos publicados en
1999 y 2000 en la revista American Psychologist, en que dis-
tintos autores debatieron sobre la posibilidad o no de construir
una psicología “libre de valores” (Kendler, 1999, 2000, 2004;
Sheldon, Schmuck y Kasser, 2000; Brewer, 20001).

La influencia de estos dilemas en el mundo de la


psicoterapia

Aun cuando algunos de los representantes más destacados del


pensamiento científico positivista hayan dado un giro para inten-
tar un replanteamiento más mesurado y situado de la empresa
científica, muchas de las creencias tradicionales siguen inevita-
blemente atrincheradas dentro de las prácticas de producción de
conocimiento y desarrollo tecnológico derivadas.
La psicoterapia, heredera, en algunos casos más directa-
mente que en otros, de las elaboraciones de los estudiosos de
la conducta humana, está llena de intentos por sostener la ima-
gen de un profesional que detenta una verdad neutral, capaz de
1 Así por ejemplo Kendler escribe: “Aun cuando es fácil juntar los hechos
con los valores, admito que es difícil mantenerlos separados. Un deseo
honesto de diseñar, ejecutar e interpretar un proyecto de investigación de
manera consistente con la objetividad científica va a permitir sin embargo
avanzar hacia esa meta deseada.” (1999, p. 832). Mientras que Sheldon,
Schmuck y Kasser lo refutan escribiendo: “Los problemas con la visión
positivista fueron discutidos en detalle por Howard (1985), siendo el no
reconocimiento del inevitable sustrato valorativo, el problema más im-
portante. Los ‘hechos’ empíricos pueden apoyar muchas posiciones teó-
ricas distintas y siempre dependen de la teoría y por ende de los valores.”
(2000, p. 1152)

61
Ciencia y política: la tradición moderna

ofrecer una evaluación objetiva, no influida por factores polí-


ticos, económicos y culturales. El psicoterapeuta inglés Nick
Totton (2000) realizó un registro especialmente lúcido sobre
las pretensiones apolíticas del pensamiento psicoterapéutico,
así como de las teorías psicoterapéuticas que sí han abordado
explícitamente su impacto en el mundo de las relaciones de
poder. Él afirma que la representación que la mayoría de los
terapeutas hacen de sí mismos es la de un “psico-tecnólogo”
ajeno a las fuerzas políticas de su tiempo. Para ejemplificar
este tipo de razonamientos cita numerosos artículos como en el
fragmento siguiente:
Phyllis Greenacre afirma claramente la visión psicoanalítica tradicional
sobre la participación de los terapeutas en política:
La necesidad de evitar la violación del campo transferencial a través
del establecimiento de otros canales de relación con el paciente demanda del
analista un alto grado de restricción y sacrificio. Demanda, entre otras
cosas, del sacrificio por parte del analista de su participación pública y
conspicua en todas las “causas” sociales y políticas a las cuales de otra
manera hubiese podido prestar su nombre y su tiempo. (Greenacre, 1954)
Esta visión depende, sin embargo, de la idea de que lo “político” y
lo “personal” puede ser demarcado de manera clara. Encarna un sentido
de lo que es la política y lo que es un individuo que de alguna manera
puede separarse de ella, que en el fondo es profundamente conservador
(2000, p. 57).

El psicoterapeuta de familia Marcelo Pakman sigue los


esfuerzos de la práctica terapéutica por ser considerada por la
sociedad como una actividad enmarcada dentro de la aplicación
científica y las consecuencias para la reflexión política que esto
ha conllevado. Hace una serie de observaciones muy agudas de
las razones por las cuales los terapeutas han intentado desmar-
carse de cualquier lazo con las complejidades de la subjetividad
y la práctica social (1995).

62
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

En 1997 continúa desarrollando los efectos que el esfuerzo


de los psicoterapeutas por concebirse como apolíticos trae a la
práctica diaria:
Permítanme reseñar algunas de las estrategias que los psicoterapeutas
aplican en forma regular (...)
Una de ellas es insensibilizarse ante la dimensión política de la opre-
sión, subiendo el umbral perceptivo frente al sufrimiento causado por esa
opresión y reduciéndose a sí mismos a “sólo hacer su trabajo” o “hacer
solo lo que tengo que hacer”. Es un modo de defender su identidad pro-
fesional tal como la define un entrenamiento a menudo disociado del
contexto socioeconómico y cultural en el cual trabajan cotidianamente.
El recurso a esta solución se amplifica cuando el entrenamiento del psi-
coterapeuta ha puesto énfasis principal en teorías psicológicas centradas
en el “mundo interno”, compatibles –o aparentemente compatibles– con
verse a sí mismos o comportarse como intérpretes de determinantes cau-
sales, o cualquier otro enfoque cuyos supuestos básicos tiendan a pasar
por alto la interacción social como componente fundamental de los fenó-
menos mentales (...)
Otra estrategia, que da un paso más allá que la anterior, consiste en
limitarse a sí mismos en términos de técnica, convirtiéndose en “especia-
listas” en un área de intervención aun más estrecha, ya sea hacer tests,
evaluar familias disfuncionales, funcionar como pieza secundaria del
sistema tribunalicio o en el circuito del bienestar social. En este caso se
busca la comodidad en un papel definido por otras instituciones, raciona-
lizado como subespecialidad y apoyado por programas de entrenamien-
to, a su vez ciegos ante los parámetros contextuales (p. 252).

El terapeuta formado en esta tradición lucha así con los


temas políticos y sociales que entran en el consultorio y que
lo ubican irremediablemente en algún lugar de la red de rela-
ciones dentro de la sociedad a la que pertenece a través de
una serie inescapable de atributos que tienen pesos distintos
en la distribución de poder (género, clase social, origen étni-
co, religión, etc.).

63
Ciencia y política: la tradición moderna

El artículo del psicoanalista brasileño Kemper (1992)


ilustra con claridad esto. Comienza relatando que uno de sus
analizandos fue asesinado. La tragedia perturbó al analista al
punto de hacerle cuestionar algunas premisas psicoanalíticas.
Se preguntó sobre la banalidad de discusiones como del análisis
terminable e interminable cuando la “violencia social y la cri-
minalidad irrumpieron en el marco y el contrato psicoanalítico
destruyendo a éstos de manera irrevocable e irrecuperable” (p.
130). Tal irrupción condujo a revisar material crítico sobre el
psicoanálisis y a plantear numerosas quejas sobre el estado de su
país. Sin embargo, al final llega a la nada novedosa conclusión
de que el psicoanálisis es inevitablemente una práctica restrin-
gida a la élite, ya que la interferencia de elementos económicos
en personas más necesitadas y otros elementos de la realidad
interrumpen el marco analítico al punto de hacerlo imposible.
Kemper se contenta con sentenciar que el psicoanálisis solo
es practicable en condiciones en que los medios mínimos son
ofrecidos al individuo, donde este no sea un “lujo inaccesible”.
Recomienda al analista no perder su posición de neutralidad y
contentarse con ayudar a los pacientes que sí tienen acceso al
análisis, ya que desde allí podrá lograr que algunos sujetos estén
más libres de síntomas neuróticos y adquieran una nueva visión
de la realidad y la sociedad.
El artículo de Kemper refleja con claridad algunos de los
obstáculos que mantienen al pensamiento psicoanalítico atra-
pado dentro de sus consultorios clase-media a pesar de las con-
tinuas exigencias y preguntas que proponen las circunstancias
sociales en Latinoamérica. Su dogmatismo teórico y técnico lo
lleva a regresar una y otra vez a una dicotomía entre la sub-
jetividad y el mundo “externo”, a prescripciones técnicas de
neutralidad que recomiendan mantener fuera de la conversación
material crítico sobre la realidad social y, por ende, llegar a con-

64
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

clusiones prejuiciadas sobre la analizabilidad de poblaciones de


bajos recursos y a atrincherarse con sus pocos pacientes que
mágicamente supone estar ayudando a cuestionar una realidad
social que se empeñan en dejar fuera de sus análisis.
Gutwill y Hollander (2006) escriben sobre varias sesiones
en que el tema político apareció en la consulta, las reflexiones
de ambas son a la vez honestas y útiles. En el siguiente caso
escriben sobre una mujer en consulta que acababa de sabotear
una huelga y la inhibición que tal hecho produjo en la analista
que se privó de explorar aún más el tema y considerar sus impli-
caciones éticas:
Creo que mi decisión de callar fue una actuación mía en respuesta a la an-
siedad que me generaron los deseos trasgresores y su inhibición. Estaba
agitada, pero quería ser la “buena” terapeuta y obedecer la regla psicoa-
nalítica: no politices al paciente, no lo coerciones, no hables de política.
Mary acababa de cruzar la línea de los huelguistas y yo no me atrevía a
cruzar la línea psicoanalítica (2006, p. 99).

El ejemplo ilustra claramente las implicaciones que tiene la


regla psicoanalítica y su influencia en la disposición emocional
del terapeuta. Junto a las ideas citadas previamente de Greenacre
vemos cómo la construcción ideal del profesional psicoanalítico
moderno lo deja poco preparado para enfrentar los dilemas polí-
ticos y sociales de su contexto y los de sus consultantes.
La idea de que la psicoterapia, como la ciencia, está inevi-
tablemente atravesada por la distribución del poder dentro de la
sociedad, así como que la relación terapéutica va ser inevitable-
mente influenciada por las creencias asociadas a clase social, raza
y género, sigue siendo vista con desconfianza por la mayoría de
sus practicantes. Los ideales de neutralidad, objetividad, posicio-
namiento apolítico y universalidad siguen siendo creencias que
ocupan un terreno firme dentro del imaginario profesional.

65
Ciencia y política: la tradición moderna

Sin embargo, hay expresiones variadas que han comenzado


a plantearse estos dilemas y a explorar respuestas novedosas.
En América Latina, tanto la psicología social como el trabajo
con víctimas de violencia tanto intrafamiliar como política han
producido revisiones del pensamiento terapéutico. Un evento
realizado por la Sociedad Chilena de Psicología Clínica (2000)
titulado “Violencia en la Cultura” refleja las reflexiones que el
trabajo en esta área ha traído al ejercicio psicoterapéutico, es
una de las tantas muestras de cómo la atención a las problemáti-
cas colectivas que generan muchos de los malestares que luego
van a consulta problematiza y renueva la práctica psicoterapéu-
tica (Arón y Barudy, 2000).
En los Estados Unidos y el Reino Unido el trabajo de varios
psicoterapeutas también ha venido interrogando a la psicotera-
pia. En el libro Psicoanálisis, clase social y política (2006), que
recopila trabajos de catorce terapeutas de orientación dinámica,
las compiladoras escriben en la introducción:
Nuestra entrada al tema es como psicoanalistas interesadas en cómo los
eventos sociales entran al marco clínico cada vez con más frecuencia y
cómo entran a la relación transferencial/contratransferencial. Todos los
autores del libro han tenido un interés especial en lo que consideramos el
último tabú en el campo psicoanalítico: específicamente, cómo teorizar
la relación compleja entre psicoanálisis, clase social y política y el mane-
jo de sus manifestaciones en el escenario clínico. Los profesionales de la
salud mental están siendo retados cada vez más a considerar el lugar de
la clase social y la política en la vida consciente e inconsciente. Preguntas
aun más significativas están siendo planteadas en los casos en que encon-
tramos una aparente indiferencia por parte del paciente o del terapeuta
acerca del problemático ambiente social y político. (Layton, Hollander y
Gutwill, 2006, p. 1).

Creo que los psicólogos sociales, ligados naturalmente al


contexto histórico y social, han dejado las semillas con las cua-

66
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

les los clínicos podemos comenzar a repensar nuestro oficio.


Ignacio Martín-Baró, psicólogo social, quien durante la guerra
civil de El Salvador de los años ochenta intentó utilizar la psi-
cología para comprender así cómo influir directamente en las
barbaridades de la confrontación armada, emplazó a los psicólo-
gos latinoamericanos a revisar nuestros basamentos teóricos. Su
lucidez y valentía han dejado un legado insustituible para que la
psicología pueda reflexionar sobre sus tomas de posición ante
los acontecimientos históricos. Asimismo, lo convirtieron en un
personaje incómodo para el Gobierno salvadoreño, que en 1989
lo asesinó a través de sus fuerzas de seguridad del Estado, junto
a otros compañeros jesuitas. En uno de sus trabajos preguntaba:
¿Cuál ha sido y cuál es el aporte de la psicología al desarrollo integral de
los pueblos latinoamericanos? Pienso que, salvadas algunas excepciones
muy honrosas, la psicología y los psicólogos latinoamericanos hemos
permanecido al margen de los grandes movimientos e inquietudes de
nuestros pueblos. Y lo grave es que la marginalidad de la praxis no puede
atribuirse a un conformismo gremial de los psicólogos o a una insensibi-
lidad frente a los sufrimientos de las mayorías sino más probablemente a
una impotencia intrínseca al propio quehacer psicológico (2002, p. 73).

A pesar de que la gran mayoría de la actividad psicotera-


péutica está aferrada a los valores de la ciencia moderna, vere-
mos más adelante cómo también es cierto que ha surgido una
oleada de psicólogos y psiquiatras que han comenzado a desa-
fiar estas prácticas descontextualizadas y presuntamente apolíti-
cas proponiendo alternativas situadas y reflexivas, que intentan
dar respuestas a preguntas como las que se hace Martín-Baró
en la cita anterior y a la que le hizo Einstein a Freud, cuando le
preguntaba ansiosamente: “¿Por qué la guerra?”.

67
CAPÍTULO III

El deseo de libertad como síntoma: abusos


psicoterapéuticos

A veces pareciera como si las disciplinas clínicas no hubiesen


atravesado guerras o dictaduras y, en ocasiones, ellas mismas
hayan sido objeto de persecución política por ser consideradas
amenazantes para algún poder de turno. Herman nos recuerda que
la psicoterapia enfrenta las mismas presiones que están presen-
tes en toda la sociedad y que abrir espacios de atención y escucha,
en ocasiones puede ser una actividad peligrosa. Pero, además de
esto, argumenta con maestría los paralelos entre las situaciones
de abuso ocurridas en escenarios de la vida privada, como en el
caso de la violencia familiar y las situaciones de abuso en el esce-
nario público, como en el caso de la violencia política. En ambos
casos, los abusadores recurren a estrategias similares, entre las
cuales están tratar de negar el acceso a personas que puedan dejar
testimonio de los abusos, cuestionar la credibilidad de aquellos
que registran esos testimonios y utilizar el poder para evitar la
comunicación de los hallazgos clínicos (Herman, 1997).
Parker (2007) va más allá señalando que la psicología no
solo ha servido para colocarle etiquetas de patología al disentir

69
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

de los discursos dominantes, sino que frecuentemente reduce


todo proceso político a razonamientos psicológicos, mostran-
do sospecha ante cualquier expresión de conducta colectiva que
parezca amenazante para el statu quo.
En sus expresiones más graves la psiquiatría y la psicología
clínica han sido cómplices y agentes del abuso de poder, siendo
utilizadas como unas de las herramientas para desacreditar a las
víctimas de abuso y reprimir los reclamos de justicia. El oficio
psicoterapéutico ha vivido tanto la persecución y sometimiento
ejercido por regímenes políticos abusivos como la corrupción
lamentable de sus objetivos para convertirse en herramienta de
tortura y represión. A continuación se discuten algunos ejemplos
que no pretenden ser una lista completa, sino una ilustración de
los extremos hasta dónde puede llegar el poder a distorsionar la
práctica clínica.

China

En China quizás es donde ha ocurrido de manera más explícita


que el deseo de libertad ha sido convertido, a través de la jeri-
gonza política, en psicopatología como método de control. En
los regímenes guiados por una ideología totalitaria que aseguran
haber encontrado las últimas verdades de la existencia humana
y las respuestas a todos los problemas, el malestar, la crítica y
el desacuerdo son definidos frecuentemente como locura. Un
texto de psiquiatría forense por ejemplo, publicado en 1983 (Liu
Anqiu, c.p. Munro, 2002), afirma que:
Bajo la influencia dominante del pensamiento patológico y otros síntomas
de enfermedad psicológica, los enfermos mentales pueden participar en
conductas que sabotean la dictadura proletaria y el estado socialista. En

70
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

términos de su forma y sus consecuencias, estos son actos que constituyen


crímenes contrarrevolucionarios. Los estados patológicos más frecuentes
que involucran conductas contrarrevolucionarias realizadas por enfermos
mentales son los delirios de grandeza y los de persecución (p. 90).

Más adelante sigue el texto:


Estas personas llevan a cabo actividades contrarrevolucionarias de ma-
nera flagrante sin ninguna señal de escrúpulo o duda. De manera públi-
ca y desafiante, él o ella entregará panfletos a plena luz del día y dará
discursos en la calle principal o en las esquinas. Por supuesto, algunos
enfermos mentales actuarán de manera más encubierta, pero una vez cap-
turados admitirán la conducta de manera franca y sin reserva (p. 91).

Desde los inicios de la Revolución china todas las discipli-


nas, incluyendo la psicología, fueron revisadas y supervisadas.
En un texto que analiza los cambios de la psicología en China
desde 1949 hasta 1966, los autores (Chin y Chin, 1969) detallan
cómo todas las disciplinas tuvieron que someterse a una revi-
sión marxista-leninista y al pensamiento de Mao Tse-Tung.
La sujeción del pensamiento psicológico a los “límites de
lo ideológicamente correcto” (ibíd.) fue paulatino, llegando a su
pico durante la Revolución Cultural a partir de 1966. Sin embar-
go, ya previamente algunos autores propusieron transforma-
ciones como, por ejemplo, que los textos de psicología general
debían seguir el siguiente esquema:
La primera parte debía mostrar que el interés específico de la psicología
era el estudio de la formación y el desarrollo de los trabajadores comunis-
tas, utilizando para ello la diferenciación de los procesos de la consciencia
socialista. El método de estudio debería ser el materialismo histórico y el
análisis de clase, presentados desde el punto de vista de los obreros. La
realidad social, especialmente el trabajo productivo, forma y desarrolla
la organización psicológica del hombre y le proporciona el conocimien-
to, la tecnología, el poder de la voluntad y la conciencia (...) Las carac-
terísticas especiales del trabajador comunista calificado se describieron

71
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

en detalle y se propusieron como modelo para todos los ciudadanos de la


nueva China: es un hombre patriótico, decidido, capaz de pensar, de hablar,
de actuar, tanto calificado como to-mien shou (que puede hacer cualquier
cosa), que siente el amor al partido y al trabajo, tiene respeto y confianza
en sí mismo, es sociable y posee optimismo revolucionario y finalmente,
tiene una visión proletaria e internacionalista (Chin y Chin, 1969, p. 48).

Asimismo, las clasificaciones psicopatológicas fueron some-


tidas a la lógica comunista, lo que creó categorías psiquiátricas
que permitieron patologizar aquellas actitudes y conductas con-
trarias a los ideales propuestos del “nuevo ciudadano comunista”.
La primera muestra curiosa de este fenómeno se observa en el
incremento significativo de los diagnósticos de neurastenia. En
un estudio realizado en 1959 se reporta que el 60% de los pacien-
tes atendidos por consulta externa estaban diagnosticados como
neurasténicos. El 86,7% de estos pacientes eran trabajadores que
desempeñaban labores intelectuales, lo cual no estaba bien visto
bajo el régimen comunista chino. Los textos explicativos de esta
“patología” explicaban que:
el trabajo intelectual causaba la “tensión del sistema nervioso cerebro-
espinal”. Esto no ocurría a causa del “demasiado trabajo intelectual”, sino
por el “poco trabajo manual”. Como cura, gran cantidad de trabajadores
intelectuales fueron rebajados a trabajar como trabajadores manuales y se
apreció posteriormente mejoría en su condición (Chin y Chin, 1969, p. 74).

Los tratamientos propuestos combinaron el uso de psicofár-


macos, con trabajo grupal y arengas políticas. En palabras de los
autores: “El optimismo personal, considerado como el elemento
central de la cura, se ligó al optimismo revolucionario y a la tarea
de la construcción socialistas. Los avances nacionales se exalta-
ron para elevar el fervor revolucionario individual” (p. 77).
Hay registros de persecución política explícita a través del
abuso de la psiquiatría. Chen Lining, quien fue considerado disi-

72
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

dente político entre 1960 y 1966, y luego, con el cambio político


que representó la Revolución Cultural, pasó al poder, reportó su
clasificación como enfermo mental y su sometimiento a tortura
a través de métodos supuestamente terapéuticos:
Durante mi persecución política en el Hospital Mental Provincial de Huna-
na, fui sometido a numerosos interrogatorios, a terapia electro-convulsiva
más de cuarenta veces y a shocks insulínicos un total de veintinueve veces,
además de recibir enromes cantidades de chloropromazine. Me trataron
como un objeto experimental y todo fue una disimulada forma de tortura
física. Fue terriblemente doloroso (...) (c.p. Munro, 2002, p. 67).

Luego de más de quince años del control ideológico de la


psicología, la situación empeoró dramáticamente con el comien-
zo de la Revolución Cultural. Entre 1966 y 1970 se cerraron
todas las universidades. Durante esos años los profesores uni-
versitarios fueron enviados a instituciones especiales para su
reeducación y, según palabras de Rubén Ardila, quien prologa
en libro de Chin y Chin: “En 1970 regresaron a su trabajo ante-
rior, convencidos de las ventajas del nuevo régimen universita-
rio” (1969, p. 12).
Muchos psiquiatras fueron sacados asimismo de sus pues-
tos hospitalarios, etiquetados en su mayoría como “autoridades
académicas burguesas” y enviados al campo a realizar labores
manuales para “aprender de los campesinos”. La literatura clí-
nica fue reducida a doctrina política y muchos de los pacien-
tes psiquiátricos para 1966 fueron reevaluados y pasados a la
categoría de “lunáticos políticos”, por lo cual fueron llevados a
juicio y obligados a “confesar” que eran simuladores y culpa-
bles de crímenes “contrarrevolucionarios”. La mayoría de estos
pacientes fueron luego encarcelados o ejecutados. Estadísticas
oficiales para la época reportan que hasta el 73% del total de
pacientes atendidos por hospitales de Shangái entre 1970 y 1971

73
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

eran considerados “casos políticos”. Reportes oficiales de la


misma China registran estos descomunales excesos que rebaja-
ron la psiquiatría y psicología clínica durante diez años (Munro,
2002). Otro testimonio de un preso político registrado por una
organización de derechos humanos occidental afirma:
Verano de 1969. Después de ser arrestado como contrarrevolucionario,
fui interrogado tres veces. No quise aceptar ningún cargo por un crimen
que no había cometido ni quise dar nombres de ninguna otra persona que
haya cometido ningún crimen. Así que me enviaron a Jiangwan Número
5 (en Shangai). Este lugar era conocido como el “Instituto para el Diag-
nóstico de los Trastornos Mentales”, el escenario de las experiencias más
terroríficas que viví durante mis dieciséis años de encarcelamiento...
Las personas que enviaban a este instituto generalmente eran aquellos
que habían cometidos los crímenes contrarrevolucionarios más graves
como el gritar consignas anti-Mao en público. Para evitar ser senten-
ciados a muerte, estas personas simulaban ser mentalmente anormales
gritando tonterías, para ser entonces golpeados y drogados cruelmente.
Se les permitía salir de sus jaulas a recibir aire una vez al día (...)
Cada vez que aparecían los guardianes les decía que yo no padecía
ningún trastorno mental y que quería hablar con ellos sobre mis proble-
mas fuera de este instituto. Generalmente, las demás personas insistían
en su locura para poder recibir una sentencia reducida. Así, que como yo
insistía sobriamente que era normal, ellos creían con más seguridad que
yo estaba loco (Munro, 2002, p. 77).

Las barbaridades orwellianas de la Revolución Cultural


volvieron a absurdos más cotidianos a partir de la década de los
años ochenta; sin embargo, la contaminación de la psiquiatría y
la psicología ha persistido. A mitad de la década de los ochenta
fueron creados los Ankang, o los institutos de “Paz y Salud”.
Estos nuevos centros de atención para los “enfermos mentales”
reciben a las personas que son detenidas por la policía y luego
enviadas para recibir custodia psiquiátrica. Una enciclopedia de

74
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

trabajo policial citada por Munro (2002), que señala las catego-
rías de las personas que son detenidas, ofrece una muestra:
Los primeros son conocidos popularmente como los “maníacos román-
ticos”, quienes deambulan por las calles, le quitan comida y bebida a los
demás, se exhiben desnudos, están descuidados y sucios y tienen por lo
mismo, un efecto adverso sobre el decoro social.
Los segundos son los conocidos popularmente como los “maníacos po-
líticos” quienes gritan consignas reaccionarias, escriben cartas y carteles
reaccionarios, dan discursos en contra del gobierno en público y expresan
sus opiniones sobre asuntos domésticos e internacionales importantes.

La enciclopedia continúa:
El arresto de personas con enfermedades mentales es especialmente
importante durante los grandes festivales públicos en que los invitados
extranjeros vienen a visitar y deben ser reforzados en estos momentos
(Munro, 2002, p. 121).

Este tipo de razonamientos curiosos que intentan distinguir


“clínicamente” entre un “verdadero” disidente político, que por
ley china debe ser encarcelado, y un “enfermo mental” que requie-
re “tratamiento” han poblado el ejercicio clínico durante más de
cincuenta años. Han llevado asimismo a considerar que “la razón
por la cual la mayoría de los pacientes se enferman mentalmente
está relacionada con la lucha de clases y el factor causal fundamen-
tal en la mayoría de los casos es que aun retienen una visión del
mundo burguesa” (Análisis y Encuesta de 250 casos de enferme-
dad mental, 1972; c.p. Munro, 2002, p. 204). Estos mismos textos
afirman sin lugar a dudas que la cura estriba en la eliminación de
las ideas de propiedad privada y la implantación de ideas de pro-
piedad pública. Informes recientes de organizaciones de derechos
humanos internacionales señalan cómo en 1996 se incrementó el
uso de sesiones de adoctrinamiento político para el tratamiento de
enfermedades mentales que exhortaban a los pacientes a curarse

75
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

a sí mismos estudiando las obras de Mao y adoptando una visión


política “proletaria” (Munro, 2002).
Este registro histórico apareció en el escenario psiquiátrico
internacional apenas en 1999, cuando varios especialistas inter-
nacionales denunciaron la hospitalización de activistas religio-
sos pertenecientes al movimiento del Falun Gong. Miembros de
esta organización que practica una versión de tradiciones mís-
ticas chinas han reportado la reclusión de más de trescientos de
sus compañeros. Esta “ola de hospitalizaciones” surgió luego
de que el Falun Gong realizara una vigilia silenciosa en Pekín a
la que asistieron más de diez mil personas y que representaba la
manifestación pública más grande desde los sucesos de la plaza
Tiananmen en 1989. Entre las personas que fueron detenidas
por la policía antes de ser enviadas a las clínicas se encontra-
ban profesores universitarios, funcionarios gubernamentales,
campesinos, amas de casa y un juez, lo que creó una ola de
controversia en el mundo psiquiátrico (Lee, 2001; Lyons, 2001;
Lyons y Munro, 2002). Tres de ellos han muerto presuntamente
como consecuencia directa de los malos tratos recibidos en las
instituciones de “salud mental”. Un reporte sobre la extensión y
severidad de las violaciones de los derechos humanos contra los
miembros del Falun Gong (2000) enumera una lista de testimo-
nios de personas que han sido maltratadas en nombre de su recu-
peración. El estado lamentable de las profesiones que atienden
a la salud mental en China persiste en la actualidad (Liu, 2003).

Rusia / Unión Soviética

La relación de la psiquiatría y en específico el psicoanálisis con


la Unión Soviética fue compleja y tuvo varios capítulos, como
se relata de manera detallada en el valioso libro de Miller, Freud

76
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

y los bolcheviques (2005). Los primeros contactos de Rusia con


la obra de Freud fueron entusiastas. El ruso es la primera lengua
a la que se traduce La interpretación de los sueños (1904/1983)
y un psiquiatra, Nikolai Osipov, fue un dedicado seguidor de
Freud con quien intercambió cartas. Para 1910 ya existía una
pequeña comunidad de freudianos en Rusia, momento en el cual
Osipov viaja a Viena a visitar a Freud. Pero quizás el lazo más
significativo de Rusia y la obra freudiana se estableció de otra
manera. En 1910 un paciente aristócrata ruso, tratado inicial-
mente por el célebre psiquiatra Bekhterev, viaja a Europa acom-
pañado por Leonid Drosnés, fundador en 1911 de una sociedad
psicoanalítica en Moscú (Angelini, 2008), para ser tratado.
Pasaría luego a la historia del psicoanálisis con el sobrenombre
con que Freud publica el caso para proteger su identidad: “El
Hombre de los Lobos” (1914/1983).
La Revolución bolchevique cambiaría el curso del temprano
desarrollo psicoanalítico. Inicialmente abierta al psicoanálisis se
tornaría paulatinamente crítica hasta prohibir su difusión y prác-
tica. Osipov decidió emigrar temiendo la antipatía de la nueva
ideología a su práctica. Pero aun después de la guerra continuó
un grupo de entusiastas y en 1922 se consolidó una Sociedad
Psicoanalítica afiliada a la International Psychoanalitic Society
con quince miembros. Inclusive lograron ganar algunas indul-
gencias con el Gobierno, por lo que pudieron publicar trabajos
con la Casa Editorial Estatal y abrir una escuela para niños con
financiamiento del Estado. En 1921 se inauguró la Escuela Psi-
coanalítica de Moscú, con treinta niños, con explícita inspiración
freudiana y atendida por Vera Schmidt y Sabrina Spielrein. En
1922 se fundó el Instituto Estatal de Psicoanálisis, vinculado a
la Universidad de Moscú, que ofrecía formación especializada.
Asimismo, en Kazan, lejos de Moscú, un joven psicólogo, luego
célebre neuropsicólogo, Alejandro Luria, fundó también una

77
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

Sociedad Psicoanalítica. Sin embargo, ya para 1923 los altos cír-


culos gubernamentales comenzaron a poner en duda las prácticas
psicoanalíticas. En ese año fueron realizados varios debates en
torno a la escuela y se le recomendó “estudiar los orígenes socia-
les del desarrollo del niño y los problemas de las clases socia-
les” (Miller, 2005, p. 116). En el resto de la psicología académica
la purga intelectual también había comenzado. Este mismo año
se destituyó al director y fundador del Instituto de Psicología de
Moscú. La necesidad de cimentar cualquier reflexión psicológica
en el materialismo histórico ya comenzaba a ser proclamada por
numerosos profesionales. Según Miller, al psicoanálisis le suce-
dió lo mismo que ocurría en otras áreas del pensamiento:
Sabotear un área de potencial poder competitivo (tanto si se trataba de
una institución, de un individuo o de un conjunto de ideas), deslegiti-
marlo y luego incorporar esa área en su beneficio, se fue haciendo cada
vez más común para el gobierno. El psicoanálisis estaba experimentando
una de las tempranas olas de ese asalto, que más tarde engolfaría a otras
profesiones (p. 140).

Ante estas presiones la mayoría de los profesionales inten-


taron seguir con lo suyo y evitar los dilemas políticos. Esto, sin
embargo, no resultó una estrategia efectiva al final. El mismo
Lenin comenzó a pronunciarse en contra de las ideas de Freud,
atacándolas con la fiereza moralista con que la nueva ideología
comenzó a perseguir cualquier desviación de la más convencional
de las miradas. Según las memorias de Klara Zetkin, Lenin dijo:
Desconfío de aquellos que están siempre contemplando cuestiones
sexuales, como el santo indio su ombligo. Me parece que estas nutritivas
teorías sexuales que son principalmente hipotéticas, y a menudo hipóte-
sis bastante arbitrarias, surgen de la necesidad personal de justificar la
anormalidad personal e hipertrofia en la vida sexual (...) Por más libre
y revolucionaria que sea la conducta, es todavía bastante burguesa. Es,
principalmente, un hobby de los intelectuales y de los sectores cercanos

78
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

a ellos. No hay lugar para éste en el Partido, en el proletariado luchador y


con conciencia de clase (Zetkin, 1929, p. 145, c.p. Miller, 2005).

Simultáneamente Trostky tuvo una opinión mucho más


abierta y curiosa hacia el psicoanálisis (escribió “Sería dema-
siado simple y tosco declarar al psicoanálisis incompatible con el
marxismo y darle la espalda”2). Lo cual al comienzo permitió
proteger a estos profesionales, pero luego con la persecución de
Trotsky no hizo sino dejarlos aún más expuestos ante el poder.
La represión más brutal no llegaría sino en la década de los
treinta y permitió todavía alguna anécdota curiosa más de la
historia del psicoanálisis. Lev Vigotski y Valentin Voloshinov
(cuyo nombre se considera un seudónimo de Mikhail Bakhtin)
mostraron interés en el psicoanálisis y publicaron artículos rela-
cionados con la teoría (Angelini, 2008). Wilhelm Reich visi-
tó Moscú en 1929 durante dos meses. Sus observaciones del
país luego resultaron controversiales y simplistas molestando
no solo a los psicoanalistas extranjeros sino a los mismos cír-
culos psiquiátricos moscovitas. Unos lo criticaron por velar la
persecución a la que estaban siendo sometidos, los otros por
sobreestimar la importancia de la actividad psicoanalítica en el
país. En 1930 tuvo lugar el primer congreso sobre la conducta
humana de la unión y se proclamó la adhesión a los principios
del materialismo dialéctico (Jiménez, 1994).
A partir de esta fecha fueron perseguidos no solo los freu-
dianos, sino todas las expresiones de la psicología académica
que no comulgaran estrictamente con el marxismo. Pavlov fue
atacado por mecanicista. Ya en 1927 había renunciado a su cáte-
dra de Fisiología por la imposición de miembros del partido a la
Academia de las Ciencias y la expulsión de algunos colaborado-
res intelectuales de él. Aunque mantuvo una relación tensa con

2 c.p. Miller, 2005, p. 148.

79
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

el poder, fue tolerado y recibió financiamiento hasta su muerte


en 1936. Sin embargo, es fuertemente criticado y no es sino
hasta 1950 cuando es restituido por razones políticas como un
héroe intelectual del país. Aquel que antes había sido persegui-
do fue rescatado como emblema. El mismo Vigotski, que fue
quizás el único en desarrollar una teoría coherente derivada del
materialismo, también fue condenado y solo reconsiderado a la
muerte de Stalin.
En los años treinta comenzó a producirse legislaciones que
regulaban la vida privada, el matrimonio, el divorcio y el abor-
to. Se persiguió la prostitución, la homosexualidad y se acordó
hacer mayor vigilancia moral. Zalkind utilizó de manera torcida
las ideas freudianas para proponer la necesidad de la estricta
vigilancia sexual de los ciudadanos, publicando unos “Doce
Mandamientos”, que entre otras cosas afirmaban que el sexo
entre distintas clases sociales era un tipo de perversión sexual:
“Sentirse sexualmente atraído hacia un ser que pertenece a una
clase diferente, hostil y moralmente ajena a la propia es tan per-
verso como sentir atracción sexual por un cocodrilo o por un
orangután” (Zalkind, p. 160, c.p. Miller, 2005).
Pero el mismo Zalkind fue luego perseguido por utilizar de
base el psicoanálisis. En 1930, Stoliar publica El materialismo
dialéctico y los mecanicistas, en el que denuncia a los propul-
sores del psicoanálisis. En palabras de Miller, representó “una
clásica cacería de brujas de la era de Stalin” (2005).
Otros estudiosos coinciden en que el desarrollo de la psi-
quiatría y la psicología no fue afectado inmediatamente después
de la Revolución bolchevique de 1917 (Korolenko y Kensin,
2002; Spencer, 2000). Fue Stalin quien prohibió el psicoanáli-
sis a partir de 1936, considerándolo una ideología moralmente
depravada, que estimulaba el individualismo, la búsqueda del
placer, el erotismo y la ideología burguesa. Las obras de Freud,

80
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Adler y Jung fueron destruidas (Totton, 2000). Inclusive, una


cita directa de un escrito de Stalin expresaba que la idea de un
inconsciente era considerada peligrosa para la sociedad por
referirse a un terreno de lo humano que se escapa del control
consciente. El fragmento es un verdadero clásico de las angus-
tias del poder que desea ser omnisciente:
No hay nada en el ser humano que no pueda ser verbalizado. La idea
de que existe alguna información que no pueda ser verbalizada es igual
a la duda de que la influencia del poder sobre la gente es omnipotente.
Lo que las personas esconden de sí mismas lo esconden de la sociedad.
No hay nada en la sociedad soviética que no sea expresado en pala-
bras. No hay pensamientos desnudos. No existe nada que no esté en las
palabras. El inconsciente no existe porque no está disponible para el
control consciente. Todas las cosas importantes están bajo el control de
la consciencia, lo cual significa que están bajo el control del poder de la
sociedad (Stalin, 1949; c.p. Korolenko y Kensin, 2002).

El texto de Stalin reduce la descripción de los procesos


psicológicos a lo que se ajuste al razonamiento de la doctrina
política. Si el dogma político soviético dictamina que toda la
sociedad está bajo el control del poder, entonces no puede exis-
tir el fenómeno del inconsciente. En la misma línea de ideas, la
posibilidad de que existan trastornos emocionales en un siste-
ma supuestamente perfecto es contradictorio. Por lo tanto, los
trastornos mentales deberían ser mucho menos frecuentes en el
“paraíso” soviético que en los países occidentales. Esto llevó a
que numerosos textos psiquiátricos afirmaran la inexistencia de
adicciones a drogas y alcoholismo en la Unión Soviética. En
los pocos casos que la literatura oficial reconocía la existencia
de alcoholismo, esta se le atribuía a restos de mentalidad capi-
talista que se colaban dentro del socialismo (Korolenko y Ken-
sin, 2002). Las teorías sobre las etiologías psicológicas de los
trastornos fueron prohibidas y la psiquiatría se redujo a expli-

81
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

caciones biologicistas. Asimismo, muchos psiquiatras fueron


considerados peligrosos y enviados a ser reeducados.
Simultáneamente comenzaron a surgir razonamientos idio-
sincrásicos para explicar conductas disidentes. Por un lado, el
desinterés en las políticas del partido y el Estado fue visto como
indicador de psicopatología y, por el otro, la utilización de las
teorías de Marx y Engels para argumentar críticas contra el
Gobierno fueron catalogadas como casos de “intoxicación filo-
sófica”, de origen patológico. Se registró una serie de etiquetas
para describir distintas variaciones de pensamientos disidentes
entre los cuales está “las ideas paranoides delirantes de refor-
ma”, “la adaptación pobre al medio social” y “la sobreestima-
ción de la propia personalidad”, para aquellos que consideraban
que podían producir cambios en la sociedad (Bloch y Reddaway,
1984; Totton, 2000).
Entre 1949 y 1965 el matemático y poeta Alexander Volpin
fue hospitalizado no menos de cinco veces por sus posiciones
políticas; su última hospitalización forzada ocurrió a conse-
cuencia de haber solicitado una visa para visitar los Estados
Unidos. Este último hecho suscitó la primera protesta masiva
en el país contra estas prácticas a través de la petición realizada
por noventa y nueve de sus colegas. Sin embargo, Miller (2005)
afirma que fue en los años setenta cuando el Gobierno soviético
utilizó más sistemáticamente la psiquiatría como herramienta de
represión política. La aparición de algunos espacios de disiden-
cia en el régimen de Khruschev y la condena a la época stalinista
juntó circunstancias para que la persecución se disimulara a tra-
vés de la ciencia. Como en China, la situación fue empeorando
paulatinamente. Los diagnósticos psiquiátricos comenzaron a
ser utilizados expresamente para perseguir la conducta disiden-
te. El psiquiatra y miembro del Partido Comunista A. Snezh-
nevsky propuso el término de “Esquizofrenia de flujo lento” o

82
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

“Esquizofrenia perezosa” que permitió utilizar una categoría


amplia y difusa para etiquetar una larga lista de opositores polí-
ticos. Entre los signos y síntomas incluidos en el “trastorno”
se incluyó: la euforia, hiperactividad, optimismo, irritabilidad,
la conducta explosiva, sensibilidad, infantilidad, emociones
inadecuadas, reacciones histéricas, disociaciones, obsesividad,
estados fóbicos y terquedad. El uso del diagnóstico de “esqui-
zofrenia de flujo lento” es citado por varios autores como la
etiqueta más usada para perseguir a los disidentes (Block y
Reddaway, 1984). Su definición imprecisa, afirma Spencer
(2000): “le daba una discrecionalidad casi absoluta al psiquia-
tra” (p. 360). Según otros autores (Korolenko y Kensin, 2002):
“Gracias al criterio diagnóstico de ‘esquizofrenia de flujo lento’
prácticamente a cualquier conducta que no coincidiera con los
patrones socialmente aprobados podría atribuírsele un signifi-
cado psicopatológico” (p. 59). Spencer concluye que miles de
vidas fueron afectadas por el diagnóstico errado de esquizofre-
nia que los mantuvo en los registros psiquiátricos durante años y
los excluyó de trabajos y licencias estatales como las de manejo.
La revisión hecha por Bloch y Reddaway (1984) concluyó
que las personas sometidas a estos abusos eran, en su mayoría,
activistas a favor de los derechos humanos, junto con nacionalis-
tas, posibles emigrantes y defensores de sus creencias religiosas.
Asimismo, concluyeron que solo un grupo pequeño de psiquia-
tras participó directamente en estos abusos, probablemente por
razones ideológicas (una cuarta parte del programa de estudio de
los médicos en la Unión Soviética incluía estudios sobre temas
políticos) y como estrategia para ascender y mantenerse en las
jerarquías médicas controladas por el Estado. La gran mayoría,
sin embargo, participó indirectamente manteniendo el silencio y
ejecutando las órdenes de hospitalización forzada y medicación
aun cuando podían manifestarle al paciente no estar de acuer-

83
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

do con la decisión. Algunos disidentes luego reportaron (Block


y Reddaway, 1984) que estos médicos se excusaban con ellos
diciéndoles que así era mejor para los dos (al paciente porque
era supuestamente preferible a ser hecho preso y para el médico
porque le evitaba llevarles la contraria a las autoridades).
En 1971 el disidente político Vladimir Bukovsky denunció
la utilización de la psiquiatría para perseguir políticamente a los
opositores ante la Asociación Mundial de Psiquiatría. Esta aso-
ciación decidió no suspender a la Unión Soviética alegando que
solo lograrían aislarla más de lo que estaba. Bukovsky pasó los
próximos siete años de su vida preso y luego fue exiliado (Block y
Reddaway, 1984). La encarcelación continua de presos políticos
en instituciones psiquiátricas llevó a que la delegación británica
de la Asociación Psiquiátrica Mundial comenzara una campa-
ña de protesta que llegó hasta el congreso de la asociación en
Honolulu, que condenó estos abusos en 1977.
Estas denuncias paulatinamente iniciaron una revisión
mundial de la mala utilización de la psiquiatría como herra-
mienta de represión política. No fue sino hasta 1989 cuando los
delegados soviéticos a la Asociación Mundial reconocieron el
abuso sistemático de la psiquiatría que sucedió en su país. Estas
discusiones influyeron de manera significativa en la redacción
de la Declaración de Honolulu y la Declaración de Madrid, que
delinearon una guía de estándares éticos para el ejercicio de la
psiquiatría mundial (Munro, 2002).
Resultan útiles las observaciones de las consecuencias de
estas prácticas políticas sobre la psiquiatría resumidas por Koro-
lenko y Kensin (2002). Ellos afirman que la psiquiatría soviética
se caracterizó por: 1) aislarla de otras especialidades, sobre todo
la psicología y la sociología; 2) aislarla de los desarrollos de
otros países; 3) tener una ausencia de controles sobre los ser-
vicios psiquiátricos; 4) disminuir el conocimiento en la pobla-

84
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

ción de los problemas psiquiátricos; 5) el uso de la terminología


psiquiátrica en los medios de comunicación social para humi-
llar y ofender a los opositores políticos; 6) un uso excesivo de
diagnósticos psiquiátricos; 7) limitación de los derechos de los
pacientes mentales y 8) la explotación laboral de los pacientes
psiquiátricos bajo la consigna de “terapia ocupacional”.
En 1992, la directora Tatyana Dmitriyeva, del instituto psi-
quiátrico Serbsky, reconoció públicamente el papel que jugó
este hospital en la persecución política. Estas declaraciones apa-
recieron ligadas con el espíritu de la época de reconciliación.
Bukovsky, quien había hecho las denuncias en 1971 y que había
sido diagnosticado como “psicópata” por los médicos oficiales,
regresó entonces para el hospital como un gesto de cierre per-
sonal y social. Este relato de abusos debería concluir aquí, sin
embargo, el legado del autoritarismo es a veces tan fuerte como
el de la lucha por los derechos humanos. Luego del ascenso de
Putin al poder en el 2000, Dmitriyeva, quien actualmente es
miembro del partido de gobierno, se retractó de sus afirmacio-
nes de 1992 alegando que los reportes de abusos habían sido
enormemente exagerados. Recientemente, en agosto de 2007
comenzó a circular por los periódicos del mundo (BBC News,
Russian London Newspaper, Chicago Tribune, La Nación de
Argentina) la noticia de que la periodista y disidente política
Larissa Arap fue internada a la fuerza en una clínica psiquiátrica
luego de publicar un artículo en un periódico opositor ligado al
movimiento de Garry Kasparov en que denunciaba una situa-
ción de abuso sexual en un internado de menores. A su salida de
la hospitalización forzada el 20 de agosto afirmó que había sido
detenida y drogada sin su consentimiento3.

3 Ver artículo en la página: http://www.rferl.org/featuresarticle/2007/08/242


81020-1473-4e6c-96b1-c2c0161a39de.html

85
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

Hungría, Polonia y Checoslovaquia

Aunque más difícil de conseguir, algunas referencias sobre países


del bloque soviético de Europa oriental también reportan restric-
ciones importantes para investigar, discutir y practicar psicotera-
pia durante los años de control soviético (Ajkay y Sipos, 2000;
Kokoszka y Sitarz, 2000; Šebek, 1996). Hungría tiene una histo-
ria interesante que prela a la ocupación rusa, liderizada por la pre-
sencia de Sándor Ferenczi. Miembro del Círculo Psicoanalítico
de Freud, contribuyó a fortalecer la presencia de este pensamien-
to en Budapest, inaugurando la primera escuela de psicoanálisis
fuera de Viena en 1913. La breve República Soviética de Hungría
abrió aún más las puertas al psicoanálisis en 1918. A Ferenczi se
le ofreció, luego de años de rechazo por la comunidad médica, un
puesto en la Universidad de Budapest. Sin embargo, el llamado
terror blanco que pronto derrocó al Gobierno lo expulsó, luego de
solo ciento treinta y tres días, de la Asociación Médica de Hungría
y lo relegó a él y demás judíos de las universidades. La labor de
Ferenczi, no obstante, dejó una herencia que luego ha servido
de semilla para los esfuerzos de colegas posteriores. Asimismo,
la asociación psicoanalítica continuó funcionando inclusive en
los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de que
sus reuniones eran vigiladas estrictamente por la policía política
(Vikár, 1996). Solo la invasión nazi en 1944 prohibió las reunio-
nes y varios de los analistas judíos fueron perseguidos, enviados
a campos de concentración o asesinados ipso facto. Al finalizar
la guerra, la asociación volvió a juntarse pero en 1949, ahora el
partido comunista prohibió el psicoanálisis en Hungría y su per-
secución se mantuvo hasta 1956:
Durante los años de la dictadura la psicología fue considerada una ideolo-
gía peligrosa. En las universidades la enseñanza de la psicología fue rele-

86
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

gada. Bajo el comunismo se promovió la idea de que no había necesidad


para la exploración científica de la psique humana, ni para la psicoterapia,
ya que en la sociedad comunista en desarrollo los humanos eran considera-
dos como libres de todo problema” (Ajkay y Sipos, 2000, p. 85).

Solo en 1963 comienza el estudio formal de la psicología clí-


nica gracias en gran parte a los esfuerzos de Ferenc Mérei, quien
dedicó su vida al estudio y transmisión de la psicoterapia. En 1975
la Asociación Internacional del Psicoanálisis (IPA) aprobó como
miembros a varios analistas húngaros y en 1989 la asociación vol-
vió a ser un miembro acreditado de la IPA. En un artículo suma-
mente interesante un analista húngaro, Harmatta (1992), detalla
las dificultades de su trabajo bajo la vigilancia del Estado. Des-
cribe una pequeña comunidad de analistas que, en sus palabras,
pudieron sostener la única práctica psicoanalítica permitida en los
países comunistas de Europa oriental. Comenta cómo la práctica
era tolerada pero continuamente atacada. Aquellos que decidían
acercarse al trabajo analítico corrían el riesgo de ser tachados y
restringidos en sus posibilidades de ascender en otros ámbitos
médicos. Pero, al mismo tiempo, las actividades de estos analistas
permitieron forjar un “exilio interno” donde muchos intelectuales
acudían para construir espacios libres del discurso dominante. El
autor relata que tenían el privilegio excepcional de tener acceso
a revistas especializadas del exterior, atender pacientes y hasta
“descolgar el teléfono durante las sesiones” (p. 136). Esto generó
también una serie de peculiaridades de la alianza terapéutica, ya
que, en parte, las personas acudían a consulta para escapar del
control social y a menudo continuaban asistiendo a pesar de tener
mejorías considerables, dado que la relación analítica continua-
ba siendo un lugar percibido como libre por los consultantes y
los terapeutas. También comenta Harmatta que los temas políti-
cos eran el tabú principal y que la mayoría de las personas, tanto
analistas como consultantes, vivieron disociando las dimensiones

87
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

políticas de sus vidas. Fenómeno que sucedía aun dentro de la


consulta. Finalmente, comenta sobre sus reacciones cuando una
de las personas que acudía a su consulta le comentó que había
sido interrogado por el director médico de la clínica para investi-
garlo a él como analista, solicitándole un reporte escrito detallan-
do la terapia. Este gesto evidentemente intimidatorio revivió tanto
para el cliente como para el analista las angustias de estar siendo
vigilados por las fuerzas del Estado. El analista escribe:
Cuando escuché al paciente, me sentí tanto tenso como aliviado al mismo
tiempo. Me sorprendió la sensación de alivio. La sensación sombría, sin
embargo que había tenido de estar siendo observado secretamente había
desaparecido. Ahora sabía que estaba siendo vigilado (p. 135).

Harmatta comenta cómo decidió no presentar ningún reclamo


por este hecho. Años después le sorprendería lo natural que había
sido la decisión de mantenerse callado, sabiendo que reclamar iba a
ser tomado como un desafío a la autoridad vigilante y corría el ries-
go de ser despedido. Decidió callar y continuar trabajando lo más
inconspicuo posible. Las angustias movilizadas en este ejemplo
ayudan a pensar en las exigencias idiosincrásicas que aparecen en
la relación terapéutica bajo circunstancias de persecución política.
En Polonia la persecución nazi y comunista fue similar,
pero más cruenta. Los autores Kokoszka y Sitarz (2000) añaden
que durante la Segunda Guerra Mundial 180 de los 270 psiquia-
tras registrados murieron y luego el psicoanálisis fue prohibido
con la llegada del régimen comunista. Una herencia de retraso
e impedimento para pensar, investigar y trabajar en el área tam-
bién se reporta en este caso.
En Checoslovaquia Šebek (1996) comenta algunas de las
dificultades de la práctica clandestina que ejerció él y una comu-
nidad de psicoanalistas bajo el régimen comunista. Él comenta
que el psicoanálisis no era bien visto y la práctica privada estaba

88
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

prohibida, por lo cual se desarrolló una comunidad encubier-


ta de practicantes. Reporta cómo los analistas trabajando bajo
estas circunstancias sufrían de angustias que en ocasiones com-
plicaban el trabajo terapéutico. Por ello tomaban medidas pre-
ventivas como establecer una red de referencias clandestina y
escoger con mucho cuidado las personas que aceptaban como
clientes, evitando, según su recomendación, aquellas personas
con tendencias a la actuación impulsiva que podrían poner en
riesgo el tratamiento y al tratante. Reporta de un caso en que
un paciente denunció ante las autoridades gubernamentales a
su analista. Fuera de este caso el temor a ser denunciado apare-
cía a menudo en las relaciones de trabajo y se entrelazaban con
las vicisitudes de la relación transferencial. Asimismo, subra-
ya que la práctica del psicoanálisis bajo la dictadura soviética
tuvo correlatos similares a los reportados por algunos analistas
argentinos, especialmente con respecto a estados de confusión
producidos por el temor. Una de las tareas más difíciles que
destaca Šebek fue la de dilucidar los marcos éticos bajo los cua-
les sostener la posición analítica. En sus reflexiones utiliza las
formulaciones de Winnicott sobre el falso self para comprender
algunos de los mecanismos adaptativos que sus compatriotas
utilizaban frecuentemente para preservar un espacio privado
de pensamiento protegido de las regulaciones e imposiciones
gubernamentales. Su experiencia y sus reflexiones lo llevaron a
subrayar la importancia del establecimiento de un lugar seguro
como prioridad para entrar en el trabajo terapéutico.

Alemania

La experiencia nazi fue extrema en muchas versiones del horror


y la práctica clínica no fue una excepción. Tanto el psicoanálisis

89
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

como la práctica psiquiátrica en general se vieron trastocadas por


la llegada de Hitler al poder. Siendo Freud judío, la historia del
psicoanálisis fue directamente influida por los acontecimientos.
Luego del ascenso al poder de Hitler en 1933 se emprendió
el programa para “nazificar” toda la cultura. El Berlin Institute,
que había funcionado como pionero en la provisión de psicoa-
nálisis gratuito a las poblaciones más necesitadas, fue pues-
to bajo el mando de un activista político de derecha extrema
llamado Mathias Göring, primo de Herman Göring, ministro
de Hitler (Danto, 2005). El instituto había servido como sede
para el desarrollo del psicoanálisis gracias a la participación de
analistas como Otto Fenichel, Wilhelm Reich, Melanie Klein,
Karen Horney, Franz Alexander, Helen Deutsch y Ernst Sim-
mel. Como se mencionó anteriormente, este instituto entró en
un proceso de “nivelación”, prohibió la obra de Freud y los
conceptos “judíos” como el Complejo de Edipo. Simmel fue
arrestado y luego puesto en libertad. Los libros de Freud y
Adler fueron quemados. Se reporta que el autor comentó con
ironía: “¡Qué progresos hacemos! En la Edad Media me hubie-
ran quemado a mí, hoy se conforman con quemar mis libros”
(Freud, Freud y Grunbrich, 1998).
Algunos autores que han registrado la evolución de estos
eventos en la psicoterapia han señalado cómo el grupo de psi-
coanalistas freudianos del instituto cambiaron el nombre de su
grupo a la discreta “Sección A” y han escrito que:
Tanto los analistas como los analizados vivían el miedo potencial del otro.
Los pacientes con frecuencia tenían miedo de que sus analistas traiciona-
ran la confianza que les habían otorgado. Los psicoanalistas constantemen-
te estaban preocupados de ser denunciados por sus paciente (s..). Es difícil
concebir la continuación de un psicoanálisis bajo este encuadre que se ha
descrito. (Chrzanowski, 1975; c.p. Totton, 2000, p. 102).

90
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

La psicoanalista Marie Langer (Griffiths, 2006), quien


militaba en la izquierda en Viena durante el ascenso del Tercer
Reich, sufrió en persona las dificultades padecidas en la práctica
psicoterapéutica y nos legó un conmovedor testimonio a través
de su vida. Ella relata que en Alemania, 1934:
(...) habían arrestado a un analista, cuando un paciente que actuaba en
la oposición fue detenido por la Gestapo a la entrada de su consultorio.
Enteradas, se reunieron las autoridades de la Wiener Veriningung y de-
cidieron que, para preservar el análisis, la sociedad psicoanalítica y sus
integrantes, se prohibía a los analistas ejercer cualquier actividad política
ilegal y atender personas que estuviesen en esta situación. Esta medida
colocó a los integrantes de la Vereiningung en un grave conflicto de
lealtad, no solamente frente a su ideología política, siempre que la tu-
viesen, sino frente a su ética profesional. Quedaron en la práctica tres
callejones sin salida frente al paciente que militaba en la ilegalidad:
interrumpir su tratamiento, prohibirle seguir con su actividad, o acep-
tar, en una alianza no explicitada, que prosiguiera con ella, sin hablar
mucho de la cuestión. Estimo a mi analista didáctico que se decidió
por la última opción; se lo agradezco, y le agradezco también que poco
después diésemos por finalizado, amistosamente, mi análisis (Langer,
1972, p. 260).

La situación de Langer en el instituto de formación en


Viena muestra los desgarramientos a los que fue sometida la
actividad psicoterapéutica, las persecuciones de la libertad de
pensamiento. Su actividad política continuó siendo clandestina,
pero en 1936 es arrestada por trabajar “a favor de la paz”. Según
su propio relato, una amiga comenta el episodio en su análisis
y Langer es amonestada “paternalmente” por los didactas de la
institución: “Yo había entendido que se tenía que elegir entre
psicoanálisis y revolución social” (1972, p. 260). Este episodio
contribuye a que la analista emigre a España y luego a Argenti-
na, donde le seguiremos la pista un poco más adelante.

91
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

No olvidemos la participación de Jung en la Alemania


nazi. En 1933 fue nombrado vicepresidente del Consejo Médi-
co General de Psicoterapia por el presidente Göring (Samuels,
1993; Danto, 2005). Asimismo, fue editor de la revista de este
consejo, Zentralblatt für Psychotherapie und ihre Grenzgebie�
te, que publicó trabajos explícitamente antisemitas y pronazis,
entre los cuales se invitaba a todos los médicos a estudiar el
Mein Kampf. Él mismo publicó artículos como “El ario” en que
afirmó que el inconsciente alemán tiene más potencial que el
inconsciente judío. Jung hace críticas explícitas a Freud por
intentar reducir la comprensión del pueblo alemán a conceptos
que según él, y refiriéndose a las motivaciones sexuales plan-
teadas por Freud, solo corresponden al pueblo judío (Masson,
1997; Samuels, 1993).
La psicología practicada en las universidades fue afectada
tempranamente por el ascenso al poder de Hitler. El historia-
dor Mandler (2002) registra cómo el congreso de la Sociedad
Alemana para la Psicología fue pospuesto de abril de 1933 a
octubre luego de la elección de Hitler como canciller en enero.
En esos meses la sociedad sufrió varios cambios importantes,
principalmente a través de la renuncia de varios académicos que
rechazaron la prohibición de asistir al congreso dictada contra
los miembros judíos. Luego de estas exclusiones el congreso
no tuvo reparos en cambiar el tema central originalmente esco-
gido como el inconsciente a la experiencia alemana actual. Las
conferencias centrales, relata Mandler, hicieron numerosas refe-
rencias al nuevo gobierno alabando, entre otras cosas, al “gran
psicólogo Adolf Hitler”. Algunos psicólogos de jerarquía mos-
traron resistencia, el de mayor renombre quizás fue Wolfgang
Köhler, fundador de la psicología de la gestalt. Ante la exigen-
cia de realizar el saludo ritual de “Heil Hitler” antes de cada
clase, el profesor adoptó como opción decirles a sus estudiantes

92
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

después de cada saludo que ese acto era una exigencia de su


puesto, pero que de ninguna manera expresaba su acuerdo con
las ideas que representaba. Luchó por evitar el despido de sus
colegas judíos, entre los cuales estaba el legendario Kurt Lewin,
y aun cuando introdujo su renuncia, que fue rechazada en 1933,
logra finalmente su renuncia a la universidad en 1935.
Pero el registro más dramático está en el seno de la prácti-
ca psiquiátrica. El nazismo convirtió esta, para usar la frase de
Danto (2005), en la peor pesadilla de un paranoide. Recorde-
mos una vez más cómo las ideas de la eugenesia fundamentaron
mucha de la ideología del Holocausto. En su meticulosa revi-
sión histórica, Strous (2006) detalla el lugar central que ocupó
la psiquiatría alemana en la gestación de los asesinatos en masa.
Las primeras expresiones de abuso aparecieron mucho antes de
la Segunda Guerra Mundial. Al comienzo del régimen nazi el
psiquiatra Ernst Rudin fue elegido presidente de la Federación
Internacional de Eugenesia y la Sociedad para la Higiene Racial
en Alemania. Él ordenó la esterilización masiva de las personas
que sufrían de trastornos psiquiátricos y hereditarios. Se esteri-
lizó entre 300.000 y 400.000 personas, de las cuales se calcula
que un 60% eran pacientes psiquiátricos.
Luego surgió el proceso T4, que comenzó a implementar
la “eutanasia” masiva para pacientes mentales. A través de este
programa, mucho antes de la guerra, 70.273 pacientes psiquiátri-
cos fueron asesinados en nombre de la higiene racial. El número
exacto fue levantado por Strous gracias a los archivos médicos
que fueron clasificados cuidadosamente por los médicos que par-
ticiparon en estos procesos, lo que reveló que no representaron
asesinatos clandestinos, sino la expresión de una genuina creen-
cia en estar haciendo un bien para la sociedad. Algunos psiquia-
tras escribieron defendiendo y justificando estos asesinatos. El
Dr. Alfred Hoche publicó el libro El Permiso para destruir vida

93
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

inmerecida en 1920, en que escribió: “El derecho a vivir debe ser


ganado y justificado, no asumido dogmáticamente” (p. 33, c.p.
Strous, 2006). Este texto fue ampliamente citado por los médicos
en la época nazi. Entre los pacientes exterminados hubo una gran
cantidad de niños y niñas con problemas del desarrollo. Uno de
los métodos implementados fue dejarlos morir de hambre, que
fue preferido en muchos casos por ser el método menos costo-
so y más sencillo. Es importante señalar cómo estas atrocidades
no pueden ser atribuidas simplemente a la acción delirante de
unos pocos sujetos con poder. El asesinato de más de setenta mil
pacientes requirió necesariamente de la complicidad ideológica
o la inercia pasiva de numerosos centros hospitalarios y opera-
rios de salud. Así pues, Strous registra algunas pocas muestras
de resistencia a tales medidas mostradas por algunos profesiona-
les, decisiones de no cooperar y cartas de protesta dirigidas a los
líderes políticos. Reclamos que fueron desatendidos aunque no se
registran castigos para los médicos que las formularon.
El último de los registros del horror de esa época lo pro-
tagonizó el psiquiatra Irmfried Eberl, el único médico que
recibió la triste distinción de ser director de uno de los cam-
pos de exterminio del Holocausto. Dirigió Treblinka desde su
apertura en 1942 y los registros revelan cómo supervisó direc-
tamente las cámaras de gas, utilizando su bata blanca en sus
paseos antes de abrir el gas sobre los prisioneros, para intentar
calmar a las futuras víctimas gracias a la “presencia médica”
(Strous, 2006).

España

En España hallamos otro de los casos de abuso psiquiátrico más


notorio. Esa notoriedad consiste en que la autoría intelectual de

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Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

estos abusos surgió de un psiquiatra de reputación mundial como


lo fue Antonio Vallejo Nájera. Profesor de Psiquiatría de la Univer-
sidad de Madrid después de la Guerra Civil Española y autor de
varios textos clínicos de referencia como el Tratado de psiquiatría
(1944), condujo una serie de “investigaciones” en los campos de
concentración franquistas con los prisioneros de guerra. Durante la
guerra civil Vallejo-Nájera fue el director de los servicios psiquiá-
tricos del ejército de Franco y realizó una serie de trabajos en el
campo de concentración en San Pedro de Cárdena. Las condiciones
del campo han sido descritas como infrahumanas y como un abre-
boca a lo que luego serían los campos de concentración nazis de
Dachau y Buchenwald (Bandrés y Llavona, 1997).
Autoproclamado pensador de las corrientes eugenésicas,
sostenía que las posiciones políticas de inspiración marxista y
las ideas contrarias a la religión católica tenían un asidero en
características psicológicas constitucionales. Durante los años
de la guerra publicó dos tratados sobre la eugenesia titulados:
Eugenesia de la hispanidad y regeneración de la raza (1936)
y Eugamia (1938). Propuso que los individuos de la sociedad
española fuesen clasificados en castas, según el grado de calidad
moral que la persona demostró durante la guerra. En el campo
de San Pedro de Cárdena trabajó junto a investigadores alema-
nes intentando describir las características de los enemigos polí-
ticos. El trabajo partía de las hipótesis de la alta incidencia de
debilidad mental y psicopatía antisocial en los “fanáticos políti-
cos democráticos-comunistas” (Vallejo Nájera, 1938, c.p. Ban-
drés y Llavona, 1997). Los prisioneros fueron sometidos a una
larga lista de mediciones y pruebas psicológicas que se detalla
en el trabajo Biopsiquismo del fanatismo marxista. La evalua-
ción de los prisioneros provenientes de la brigada internacional
Abraham Lincoln llevó a Vallejo a concluir que se trataba de
personas sin espiritualidad, con historias de fracaso personal,

95
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

alcoholismo, ideas suicidas y vida sexual licenciosa. En ningún


lado considera la situación de estar apresados en un campo de
concentración como un factor explicativo de algunos hallazgos
como por ejemplo la ideación suicida. También se publicó un
reporte de una soldado española evaluada titulado: Psiquismo
del fanatismo marxista. investigaciones psicológicas en marxis�
tas femeninos delincuentes. Algunas de la citas seleccionadas
por Bandrés y Llavona, (1997) muestran claramente la utiliza-
ción de jerga psicológica para justificar una larga lista de pre-
juicios y estereotipos, en que se argumenta sobre la debilidad
psíquica esencial de las mujeres en general, equiparándolas al
funcionamiento de los animales y los niños.
Sobre la base de estas ideas Vallejo-Nájera propuso progra-
mas para la “transformación del fanático marxista” que incluyó
ponerlos a marchar, cantar canciones a favor de Franco y cursos
de religión de seis semanas que los prisioneros constantemente
reprobaban, lo que obligaba a los profesores a repetir una y otra
vez su aplicación. Asimismo, testimonios recopilados reciente-
mente han denunciado la separación de los hijos e hijas de los pri-
sioneros, que luego fueron entregados a familias profranquistas,
otra de las medidas tomadas a partir de los postulados de Vallejo-
Nájera (Vinyes, 2002; Tremlett, 2002). Este psiquiatra utilizó de
manera flagrante su oficio para perseguir a sus enemigos políticos
y realizar actos inhumanos en nombre de la ciencia.
Gónzalez Duro (2008) hizo una reconstrucción histórica
amplia de la acción psiquiátrica durante y después de la Guerra
Civil Española, en ella destaca cómo la persecución franquista
contribuyó a detener los tímidos avances que había tenido la psi-
quiatría republicana hacia la modernización del área y también
cómo contribuyó a censurar las ideas políticas contrarias una
vez terminada la guerra.

96
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Estados Unidos

En la década de los cincuenta, la CIA comenzó un proyecto


denominado MK-ULTRA, que destinaría miles de dólares a
investigar técnicas de control mental. El proyecto fue dirigido
durante veintidós años por un “científico” llamado Sydney Gott-
lieb y por un eminente psiquiatra, de nombre Ewen Cameron.
Cameron llegó a ser el presidente de la American Psychiatric
Association y la Canadian Psychiatric Association, así como
profesor de la prestigiosa Universidad de McGill. Muchas de
las investigaciones fueron llevadas a cabo en el hospital psiquiá-
trico de Montreal, el Alan Memorial Institute. Años después los
testimonios de algunas personas “tratadas” por Cameron y la
muerte en circunstancias extrañas de uno de los colaboradores
destapó una larga lista de prácticas crueles y de torturas ensaya-
das con enfermos mentales.
Gottlieb llevó a cabo exploraciones con distintas técnicas de
lavado cerebral con dinero del Estado en lugares tan prestigiosos
como los hospitales Mount Sinai, la Universidad de Columbia
de Nueva York, y la Universidad de Chicago. En estos lugares se
efectuaron estudios con LSD, cocaína y mezcalina. Por su lado,
Cameron exploró estrategias extravagantes de entrevista (como
soplarle aire constantemente a los ojos de los pacientes, colocar-
les grabaciones que repitieran de manera incesante los relatos de
los episodios dolorosos de sus vidas), electroshock, medicación,
uso de LSD para desorientar a los pacientes, provocar lagunas de
memoria e intentar implantar ideas. En los años ochenta una serie
de demandas civiles hicieron pública la difusión de las prácticas
inhumanas que se llevó a cabo en pacientes que se habían puesto
en las manos de Cameron (Thomas, 2001).
En la crónica que hace Thomas del desarrollo del proyecto
MK-ULTRA, el autor escribe:

97
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

Gottlieb vivió hasta alcanzar los ochenta años, veintidós de los cuales
transcurrieron en total oscuridad. Fue el jefe de la Technical Services
Branch de la Central Intelligence Agency, la sección de servicios técni-
cos de la CIA, departamento que en su época recibía el cariñoso apelativo
de “sección de pócimas y trucos sucios”. En realidad, Gottlieb financió
y organizó un sistema sin precedentes de torturas, realizadas por médi-
cos, que se mantuvo bajo máximo secreto durante todos los años que
trabajó en la Agencia. Para ello reunió un equipo de médicos con ideas
afines, respaldados a su vez por médicos eminentes ajenos a la CIA que
prestaron sus nombres y sus pacientes para una serie de experimentos
monstruosos. A cambio, Gottlieb los recompensaba con considerables
sumas de dinero procedentes de fondos gubernamentales reservados que
solo él controlaba (p. 16).
(...)Muchas de las víctimas de Gottlieb murieron, otras se volvieron
locas y muchas otras sufrieron daños psicológicos irreparables. Los ex-
perimentos que llevó a cabo o que ordenó realizar a otros supusieron una
burla y una perversión de la ética médica. Tanto él como los demás, en lu-
gar de curar infligieron malos tratos por una idea compartida: que lo ha-
cían para proteger a Estados Unidos del comunismo –en última instancia
al mundo libre–, y esta creencia reemplazó todo juicio moral. Sin duda,
también se deba a ellos algo de la “banalización del mal”, expresión em-
pleada para describir los actos médicos del nazismo. Tal vez lo que los
hacía más terribles era que tanto Sydney Gottlieb como sus colegas no
vieron nunca nada malo en sus actos. Muchos de ellos eran abnegados
padres de familia y estaban convencidos de que llevaban a cabo una tarea
divina (p. 22).

Más recientemente la psicología norteamericana ha vuelto


a verse afectada por enredos militares. A pesar de que las aso-
ciaciones Psiquiátrica y Médica norteamericanas han prohibido
a sus miembros participar en los interrogatorios militares en la
prisión de Guantánamo para enemigos militares, la Asociación
Americana de Psicología (APA) no lo ha hecho. En el 2002 los
psicólogos estuvieron presentes cuando prisioneros de Afganis-

98
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

tán comenzaron a llegar a la base y luego formaron parte de los


“Behavioral Science Consultation Teams”4 cuyas funciones eran
aconsejar al ejército sobre cómo construir rapport con los prisio-
neros. Sin embargo, los reportes que han salido han confirmado
que algunas de las “técnicas” empleadas han incluido “desnudar
al prisionero, inyectarle fluidos intravenosos para obligarlos a ori-
narse encima, ejercitarlos hasta que estén exhaustos, hacerlo dar
vueltas en el piso haciendo trucos como si fueran perros” (Levine,
2007), “golpizas, temperaturas extremas, violaciones encubiertas
como requisas corporales y desnudez” (Gray y Zielinski, 2006).
También surgieron denuncias de que muchos de los psicólogos de
Guantánamo provenían del programa SERE (acrónimo en inglés
de Survival, Evasion, Resistance, Escape) del ejército norteame-
ricano diseñado para entrenar a los soldados a resistir a la tortura.
Muchas de las técnicas ensayadas en el entrenamiento de los sol-
dados norteamericanos luego fueron, según las denuncias, utiliza-
das contra los prisioneros de Guantánamo. A raíz de las denuncias
se hizo una investigación en el 2005 organizada por el presidente
de la APA Ronald Levant y Gerald Koolcher, quien también había
sido presidente de la asociación y, entre otras cosas, editor de la
revista Behavior and Ethics. El grupo de investigadores que con-
formaron estuvo viciado desde el inicio al incluir, en un grupo de
diez profesionales, a seis que provenían del ejército, algunos de los
cuales eran expertos en técnicas de lavado cerebral y técnicas de
interrogación, y el mismo coronel que supuestamente introdujo las
técnicas de SERE a Guantánamo. “Un chiste de Monty Python”
llamó el profesor Steven Miles, quien les ha hecho seguimiento
a estos eventos y al grupo de “investigadores”. El informe final
ha sido ampliamente criticado por grupos de derechos humanos
y la prensa por su vaguedad y la incapacidad de tomar posición

4 Equipos de Consultoría de las Ciencias Conductuales.

99
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

sobre los actos de tortura que se han reportado. A partir de estas


discusiones se produjo una nueva visita a la base, esta vez por parte
del presidente de la APA junto al presidente de la Asociación Psi-
quiátrica Americana, quienes viajaron en octubre de 2005 como
invitados del Pentágono. La asociación psiquiátrica de nuevo se
mostró crítica y prohibió explícitamente a sus miembros partici-
par en cualquiera de los equipos de interrogación, mientras que el
presidente de la APA se mostró complaciente declarando que era
“una buena oportunidad de proveer nuestra experticia y guía para
ver cómo los psicólogos pueden jugar un papel apropiado y ético
en las investigaciones de seguridad nacional” (c.p. Levine, 2007).
Asimismo, en 2006 declaró en una conferencia sobre ética en el
siglo xxi y en la conferencia anual de la APA en Nueva Orleáns
que “el dictamen ‘no dañarás’ ha evolucionado ha ‘has el menor
daño posible’” (c.p. Levine, 2007).

Argentina

Algunas reseñas han permitido conocer algunos de los efectos de las


dictaduras sufridas por Argentina en la actividad psicoterapéutica.
La persecución política infectó las relaciones psicoterapéuticas e
invadió los consultorios. Varios autores (Puget, 1987; Totton, 2000)
relatan cómo se cerraron procesos analíticos en que los pacientes
estaban participando en actividades políticas clandestinas en un
momento en que las desapariciones llevadas a cabo por la Junta
Militar eran rampantes. Puget describe cómo el miedo y el pánico
se filtraba en las relaciones analíticas promoviendo pactos corrup-
tos entre los analistas y los analizados que, por ejemplo, acordaban
tácitamente no referirse a los temas del contexto político y social.
Los dilemas propuestos al atravesar numerosas convul-
siones políticas que afectaron a todos los argentinos aparecen

100
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

en algunos textos. Aquí nos encontramos de nuevo con Marie


Langer, quien se había mencionado al relatar la situación de la
Alemania nazi. Emigrada a Argentina se convierte en pionera
del movimiento psicoanalítico de este país. Sus intereses políti-
cos y las convulsiones que vivió en su nuevo país de residencia
la volvieron a colocar en el lugar de tener que interrogar a su
práctica y a sus colegas psicoanalistas. Abogó a favor del pro-
nunciamiento de la Asociación Psicoanalítica Argentina durante
el “Cordobazo” y criticó a las instituciones psicoanalíticas por
insistir en una posición alejada de los acontecimientos sociales:
Si a toda pretensión de crítica y cambio se la reduce a “resistencia”, el
análisis se vuelve efectivamente cómplice del establishment, adaptativo
en el peor sentido de la palabra y constituye una racionalización por parte
del analista de su anclaje en el pasado y de su apego a las ventajas que el
orden establecido le ofrece (...)
(...) “aislarse y prescindir del proceso histórico social, lejos de cons-
tituir una actitud neutral (del analista) es un modo activo de tomar po-
sición” y “en un país en crisis social y frente a episodios de conmoción
nacional, debe ser abordado en la sesión –a veces como punto de urgen-
cia– el destino del objeto común, además de tratar los hechos externos
en los planos transferenciales y de relación de los objetos internos”. La
omisión del hecho social se genera o se mantiene por complicidad in-
consciente del paciente y del analista, como resultado de las resistencias
y contrarresistencias de ambos (1972, p. 265).

Critica asimismo la reducción de toda explicación de los


eventos sociales a variables intrapsíquicas afirmando: “la inter-
pretación psicoanalítica puede complementar nuestra compren-
sión sociológica y política, pero pierde sentido si la emitimos
aisladamente” (p. 20). Como Totton, advierte sobre la tendencia
del psicoanálisis a interpretar toda reflexión sobre la realidad
política como una modalidad de resistencia y a todo activismo
como una modalidad de acting-out.

101
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

Otra psicoanalista argentina, Hollander (2006), conclu-


ye siguiendo los estudios de Staub (1993) sobre las dinámicas
que favorecen la aparición de violencia a gran escala, que los
psicoanalistas, como grandes sectores de la población fueron
reducidos al lugar del testigo silente a pesar de que la práctica
terapéutica fue “profundamente afectada por el estado de terror”
(p. 157). Asimismo, concuerda en que la idea de neutralidad
contribuyó al silencio de los analistas ante los abusos graves que
se estaban cometiendo:
Esta postura pública existió a pesar del hecho de que los psicoanalistas
y otros profesionales de la salud mental fueron específicamente victimi-
zados por la dictadura militar. Fueron considerados como receptores de
los secretos de los pacientes y por ende una fuente importante de infor-
mación potencial sobre la oposición “subversiva” al orden social. En este
clima general de intimidación, muchos psicoanalistas, como la ciudada-
nía en general, se retiraron a una vida social y profesional aislada. Apo-
yaron el liderazgo de las asociaciones psicoanalíticas que se resistieron
a tomar posiciones públicas críticas contra las violaciones graves de los
Derechos Humanos perpetradas por el Estado. Esto fue justificado sobre
la base de la “neutralidad profesional”. Se argumentó que el psicoanálisis
era una tarea científica, una profesión cuyo estudio y tratamiento de la
realidad psíquica necesitaba estar separada de las actividades y presiones
sociales y políticas (p. 157).

Puget (1987) también registra el impacto de la dictadu-


ra en las relaciones psicoterapéuticas. Afirma que la negación
fue la respuesta más frecuente, especialmente para aquellos no
afectados de manera directa. También hace una reflexión intere-
sante sobre las distintas maneras en que los individuos se adap-
taron, el impacto en las relaciones de pareja y en los grupos.
En los grupos de psicoterapia documenta cómo los miembros
más directamente involucrados con la oposición a menudo eran
silenciados o aislados por el resto de los miembros, preocupa-

102
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

dos por ser “contaminados” o expuestos a riesgo por contacto.


En sus palabras:
La práctica del psicoanálisis en un período de conmoción social causado
por terrorismo de Estado genera ciertas dificultades. Por ende propongo la
hipótesis: de que eliminamos ciertas representaciones relacionadas con la rea-
lidad social de nuestro campo perceptual, lo que nos llevó a malinterpretar
material asociado a este tipo de representaciones. En algunos casos esto fue
porque nos declaramos impotentes o “sin teoría” para conceptualizarlo. En
otros casos, el fracaso estaba más directamente ligado a miedo e irracionali-
dad. En otras palabras dejamos este material a un lado usando cierto tipo de
racionalización que justificó nuestro fracaso, como excusa (p. 29).

Jacques Derrida dictó una conferencia sobre los abusos de


derechos humanos cometidos durante la última dictadura argen-
tina y la timidez de los círculos analíticos para denunciar los
usos y abusos del psicoanálisis para tales propósitos. Habló refi-
riéndose al boletín 144 de la Asociación Internacional de Psicoa-
nálisis (IPA) y las declaraciones emanadas del trigésimo primer
congreso de la IPA celebrado en Nueva York. Esas declaracio-
nes de la asociación habían pretendido tomar posición ante los
claros abusos de derechos humanos que estaban sucediendo en
Argentina y la relación que en ocasiones tuvieron con la práctica
analítica. En la declaración la asociación expresa su oposición
al “uso de métodos psicoterapéuticos o psiquiátricos para privar
a los individuos de su libertad legítima; a la imposición de tra-
tamientos psiquiátricos o psicoterapéuticos basados en criterios
políticos y la interrupción de la confidencialidad profesional
con propósitos políticos” (c.p. Derrida, 1981). Sin embargo, el
filósofo critica la declaración por tímida y vaga, una declaración
que evita nombrar directamente a Argentina.
Nombrar”, dice, “puede ser una responsabilidad histórica y política in-
eludible, una vez redactado un comunicado. Esta es una responsabili-

103
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

dad que la IPA ha evadido en un momento particularmente grave de su


historia. Si el psicoanálisis quisiera en verdad enterarse de lo que está
sucediendo en Latinoamérica, medirse a sí misma sobre la base de lo que
los asuntos allá muestran, responder a lo que amenaza, limita, define,
desfigura o expone, entonces será necesario colocar algunos nombres.
Este es mi primer requerimiento de mi apelación: llamar aquello que
tiene nombre por su nombre (p. 89).

Además, según su opinión, el enunciado no añade nada a lo


que cualquier otra organización de salud mental pudiera decir
sobre el problema. Pero va más allá de la crítica puntual de este
documento, señalando que quizás sea sintomático de la relación
del psicoanálisis con la política. Comenta:
Mientras menos se integren los discursos éticos-políticos y los psicoana-
líticos, más fácil será que éstos sean apropiados por algunos aparatos de
Estado para que las agencias políticas o policiales manipulen a la esfera
psicoanalítica, para que el poder del psicoanálisis sea abusado, etc.
Las implicaciones de este hecho cardinal, aun cuando se solapan,
son de tres tipos. El primer tipo tiene que ver con la neutralización del
reino ético y político, una absoluta disociación de la esfera psicoana-
lítica de la esfera del ciudadano o sujeto moral en su vida privada o
pública. ¿Cómo negar que esta fractura corre a través de nuestra expe-
riencia entera, a veces apenas claramente visible, a veces menos, pero
afectando todos nuestros juicios todos los días a cada instante; y esto
independientemente de si somos analistas o no analistas interesados en
el psicoanálisis? Esta disociación increíble es una de las características
más monstruosas del homo psychoanaliticus de nuestro tiempo (...) El
segundo tipo de implicación se refiere al retroceso a posiciones éticas-
políticas cuya neutralidad solo es comparable con su aparente irrepro-
chabilidad (...) (p. 77).

Critica también al psicoanálisis por no aportar sus herra-


mientas a pensar y discutir sobre las problemáticas colectivas
que no solo afectan la convivencia, sino a menudo, como en el
caso de Argentina, involucran directamente su ejercicio.

104
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Totton (2000) cita un trabajo de Jiménez (1989) sobre difi-


cultades parecidas que surgieron al trabajar como analista bajo
la dictadura de Pinochet. Este autor habla en ocasiones de la
realidad sociopolítica como un peso contratransferencial y sus
esfuerzos por tratar de tomar distancia de los eventos históricos
para crear espacio para el análisis. Kernberg hace afirmaciones
parecidas (1998) cuando menciona de pasada los debates que
surgieron en las sociedades psicoanalíticas chilenas durante el
gobierno de Allende. Sin embargo, los acontecimientos políti-
cos no han dejado de “invadir” la tranquilidad no solo de Argen-
tina, sino de Latinoamérica. Más recientemente la psicoanalista
Silvia Bleichmar (2001) escribió un pequeño libro titulado
Dolor país, exhortando a todos los profesionales, en especial
los académicos, a tomar posturas políticas activas. Refiriéndose
a las universidades y luego de años como docente en Argentina
y España critica la tendencia a dirigirse cada vez más a la for-
mación de técnicos y no de intelectuales críticos.

Uruguay

Cajigas Segredo (2002) menciona en su artículo sobre Uru-


guay que, durante la dictadura de 1973 a 1984, a pesar de que
un grupo de psicólogos estuvieron comprometidos luchando
en contra del Gobierno, otros fueron colaboradores. El golpe
militar trajo la clausura de la Universidad de la República, así
como la quema y prohibición de libros y revistas. Profesores
universitarios fueron despedidos por ser considerados una
amenaza para el Gobierno y las universidades privadas fueron
impulsadas para enfatizar una formación tecnocrática que sus-
tituyera una universidad más involucrada con la sociedad. Una
vez reabierta la Escuela de Psicología, la enseñanza basada en

105
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

psicoanálisis fue prohibida por ser considerada subversiva y el


conductismo fue impuesto.
Citando los reportes de la Cruz Roja y artículos de Wechs-
ler, Cajigas Segredo reporta cómo la psicología fue implemen-
tada sistemáticamente en las prisiones uruguayas para buscar
nuevas maneras de intimidar y herir a los prisioneros políticos.
Se reporta que una de las cárceles cínicamente llamada Liber-
tad fue expresamente diseñada junto a psicólogos para aumentar
el malestar de los reos. Testimonios de prisioneros confirman
cómo fueron recibidos por psicólogos a su entrada a la prisión
y luego sometidos a abusos usando las mismas conversaciones
grabadas con los profesionales. Asimismo, la cárcel eliminó
cualquier forma de privacidad, los prisioneros eran llamados
por números o insultos y nunca por sus nombres, se prohibía
que nadie los tocara, ni siquiera los familiares durante las visi-
tas, se prohibía recostarse o sentarse en cualquier momento que
no fuera el de dormir haciendo así que todos los prisioneros
tuviesen que pasar el día de pie. Las visitas de la familia eran
estrictamente vigiladas prohibiendo cualquier intercambio afec-
tuoso. Si esto ocurría el prisionero era condenado a meses de
reclusión en una celda disciplinaria y sus visitas, suspendidas.
El uso experimental de drogas psicotrópicas en los detenidos
también es reportado.

Brasil

Villela (2001) escribe, en un artículo que revisa la complici-


dad de las instituciones psicoanalíticas con las dictaduras de los
años sesenta y setenta en su país, que la entrada de estos regí-
menes no amenazó la práctica analítica. En cambio, sostiene
que el psicoanálisis se había convertido en una profesión bien

106
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

remunerada y prestigiosa que atendía a las élites. Quizás estas


circunstancias hayan contribuido a la insólita sucesión de even-
tos que ocurrieron en torno a las denuncias realizadas acerca de
un analista acusado de pertenecer a los escuadrones de tortura
de la policía política.
Villela hace el recuento de los hechos públicos, anotando
como primera referencia un artículo publicado en 1973 por Marie
Langer en la revista Cuestionamos, que reveló que el doctor
Amílcar Lobo trabajaba con el ejército en los equipos cuya tarea
era sacar información de los prisioneros políticos. Lobo era un
candidato de la Sociedad Psicoanalítica de Río de Janeiro, según
se supo después, que operaba en la llamada Casa de la Muerte en
Petrópolis con el sobrenombre de Carneiro. Pero para colmo era
paciente analítico del presidente de la Sociedad, el Dr. Cabernite.
El artículo de Langer inició una larga serie de investigacio-
nes que luego no llegaron a nada. Cabernite negó las acusaciones
y en vez de investigar el caso, se comenzó a acosar a la analista
de quien se sospechó que fue la que comenzó las denuncias.
El presidente de la Sociedad Psicoanalítica recurrió inclusive a
grafólogos del Estado para confirmar si la letra de la Dra. Vian-
na era la misma que había escrito notas a Langer (Vianna, 1994,
c.p. Villela, 2001). La IPA aparentemente aceptó la tesis de que
habían sido denuncias infundadas con la intención de atacar a la
institución psicoanalítica y no hizo más alusión al caso.
Sin embargo, cuando la censura cesa en Brasil a comienzos
de los ochenta, las denuncias de prisioneros que reconocieron a
Lobo como parte de los equipos de tortura comenzaron a proli-
ferar. No es sino hasta 1995 cuando la IPA discute las investi-
gaciones que confirmaron la participación del analista en estos
aparatos de represión, sin llegar a una sanción. El mismo Lobo
concede entrevistas a la prensa en que reconoce su participación
en estas actividades, pero se excusa diciendo que su trabajo con-

107
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

sistía más bien en mantener a los prisioneros con vida, por lo cual,
según su interpretación, era médicamente ético (Villela, 2001).
Estos hechos van más allá del silencio conformista que calla
ante las atrocidades cometidas por un Estado abusivo, y colocan
a una asociación psicoterapéutica como cómplice directa de la
violación de los derechos humanos. Eventos como estos son los
que nos hacen preguntarnos sobre cuáles son las creencias y
prácticas que tan a menudo contribuyen a mantener el silencio
en profesionales cuya tarea expresa es trabajar en contra de la
represión y el olvido.

Cuba

En 1979 el American Psychologist publicó un artículo de la direc-


tora del grupo nacional de psicología del Ministerio de la
Salud cubano. El escrito surgió luego de una visita realizada
ese mismo año por psicólogos de la American Psychological
Association a la isla (García, 1979). El artículo intenta delinear
las características de la psicología cubana para ese momento
y muestra un retrato interesante tanto por lo que expone como
por lo que encubre. La autora, quien es presentada como una
de las primeras psicólogas graduadas por la Universidad de La
Habana luego de la revolución, detalla la creación de las pri-
meras escuelas de psicología en el país en 1962 y el desarrollo
de las actividades profesionales a través del Estado: 40% de los
700 psicólogos reportados para ese entonces trabajaban para el
Ministerio de la Salud. Las orientaciones teóricas son difíciles
de entrever, la autora solo escribe que las “psicoterapias occi-
dentales (incluyendo aquellas basadas en el psicoanálisis, las
teorías sistémicas y conductistas) están siendo analizadas desde
la perspectiva marxista-leninista para diseñar técnicas de inter-

108
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

vención mejor adaptadas a las condiciones cubanas y su nueva


ideología” (p. 1092). A pesar de que esa llamada “nueva” ideo-
logía tenía ya veinte años en el poder, los resultados teóricos
de esos análisis no son mencionados. Lo que sí se señala de
muchas maneras es la poca cantidad de problemas psicológicos
que la autora considera que hay en el país. Algunos problemas
conductuales “que generalmente no son severos” (p. 1093) en
la infancia son mencionados, junto a los “excepcionales” casos
de delincuencia, abuso infantil y autismo (lo cual es una lista de
por sí curiosa). La autora es enfática escribiendo que “los pro-
blemas de drogas son inexistentes” (p. 1093). Las técnicas utili-
zadas también son difíciles de entrever, aunque menciona el uso
de la “modificación de ideas, valores, actitudes y conductas” (p.
1092), que suena fuertemente a ideologización, y menciona que
la “terapia deportiva” es utilizada a menudo con jóvenes que
necesitan desarrollar habilidades de trabajo en equipo o confian-
za en sí mismos. El artículo no incluye ni una sola referencia de
libros o investigaciones que sirvan para sostener las afirmacio-
nes presentadas y los casos de utilización de la psiquiatría y la
psicología para perseguir a disidentes políticos resaltan por su
absoluta ausencia.
En 1991 Vladimir Bukovsky, el psiquiatra soviético que
había denunciado los abusos de la psiquiatría soviética, intro-
duce un libro que documenta los abusos cometidos en Cuba,
estableciendo algunas comparaciones. Si bien encuentra el uso
de las mismas estrategias para perseguir y torturar a los disi-
dentes políticos a través de las instalaciones psiquiátricas que
antes había hallado en la Unión Soviética, señala como dife-
rencia la velocidad con que la psiquiatría cubana involucionó a
tales extremos, así como la desfachatez con que se realizaron.
No parecen haber requerido inventar diagnósticos elaborados.
En algunos casos de tortura realizadas en los hospitales psi-

109
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

quiátricos cubanos, algunos detenidos ni siquiera recibieron un


diagnóstico clínico (Bukovsky, 1991). El proceso de denuncia
en Cuba ha sido más difícil aún, ya que este país se retiró de la
Asociación Mundial de Psiquiatría en 1983, como muestra
de solidaridad con la Unión Soviética en respuesta a las denun-
cias de abuso que estaban siendo investigadas.
La investigación de Brown y Lago (1991) recopila los infor-
mes de ONG como Aministía Internacional y Human Rights
Watch, así como los testimonios de treinta cubanos que han
denunciado las torturas recibidas en centros psiquiátricos luego
de ser detenidos por razones políticas. El centro denunciado es
el Hospital Psiquiátrico de La Habana, específicamente las salas
Cabó-Serviá y Castellanos. Los entrevistados reportan haber
sido detenidos por razones políticas, haber sido trasladados a
estos lugares sin explicación y sin recibir noticias del tiempo
que estarían privados de libertad. Encarcelados y hacinados con
pacientes psicóticos y criminales donde no intervenía ninguna
autoridad, por lo cual se reportan violaciones y golpizas cons-
tantes tanto a manos de otros pacientes como de algunos de los
enfermeros, el uso de terapia electro-convulsiva sin anestesia
y sin preparativos para evitar fracturas u otras lesiones, uso de
psicofármacos que mantenían a los prisioneros sedados y des-
orientados, así como pisos cubiertos de excrementos y basura
que nadie limpiaba. Durante las visitas que Amnistía Internacio-
nal intentó hacer para investigar estas denuncias, se les permitió
visitar la Sala Cabó-Serviá, pero se negó la existencia de la Sala
Castellanos a pesar de las numerosas denuncias reportadas por
personas cuyos archivos en el hospital psiquiátrico fueron con-
firmados. Amnistía Internacional señaló que llamaba la atención
la pobreza y el estado de las salas psiquiátricas que visitaron en
comparación con el resto de las instalaciones de ese hospital que
eran nuevas y cuidadas (Amnesty International, 1988).

110
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Entre los casos investigados y entrevistados por Brown


y Lago está el de Robert Bahamonde, educador y agrónomo de
la Universidad de La Habana, quien participó en la Comisión
Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional y el
Partido Pro Derechos Humanos de Cuba. Su activismo políti-
co en Cuba como crítico le ha merecido numerosas encarce-
laciones, la primera en 1971 luego de escribirle a Fidel Castro
una carta en la que sugería el uso de incentivos materiales para
mejorar la producción de la finca en que trabajaba. En varias
ocasiones lo han “hospitalizado” en la sala psiquiátrica antes
mencionada. Otro de los casos reseñados es el del psiquiatra
Samuel Martínez Lara, quien se graduó en Cuba, pero realizó
un postgrado en Salud Mental Comunitaria en la Universidad de
Berkley en California. En 1982, el jefe de Seguridad del Estado
en el hospital en que trabajaba (el Hospital Calixto García) le
pidió que le mostrara la historia médica de uno de sus pacientes.
Cuando Martínez se negó a romper con la confidencialidad de
su paciente fue arrestado y acusado de ser reclutado por la CIA
durante su estadía en California. En 1987 comenzó una publi-
cación clandestina y fue cofundador del Partido Pro Derechos
Humanos de Cuba. En 1989 fue arrestado y condenado con el
cargo de ser “una persona peligrosa para la sociedad socialista”
y por “desprecio a Fidel Castro”. Fue condenado a libertad con-
dicional hasta el año siguiente cuando fue arrestado de nuevo y
transferido al Hospital Psiquiátrico de La Habana; durante su
juicio dos psiquiatras testificaron diciendo que lo habían diag-
nosticado como “un psicópata con trastorno de su personalidad
(sic)”. En junio de 1991 fue expulsado de Cuba.
José Luis Delgado tenía dieciséis años cuando intentó buscar
asilo político en la Embajada de Colombia en Cuba. Fue arrestado
y enviado al hospital psiquiátrico donde se lo amenazó con viola-
ciones y golpizas, fue sometido a numerosas sesiones de terapia

111
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

electro-convulsiva sin anestesia ni preparativos, así como psico-


fármacos; luego fue convicto y enviado a prisión por seis años. Al
salir de la cárcel le dio una entrevista a un periodista de Reuters,
transmitiendo su experiencia y la de otros prisioneros políticos
que conoció mientras estaba detenido. Fue arrestado de nuevo y
sometido a una celda solitaria conocida como el “rectángulo de
la muerte” durante dieciocho meses. En abril de 1989 logró final-
mente escapar de la isla (Brown y Lago, 1991).
Es sumamente difícil acceder a reportes sistemáticos del
estado de la psicología en Cuba, sin embargo, entre las publi-
caciones encontramos un volumen especial de la revista inglesa
Free Associations (1989) dedicada a la ya mencionada Marie
Langer. En los artículos que permiten reconstruir algo de la
interesantísima carrera de esta psicoanalista, encontramos los
relatos de las visitas que realizó a Cuba en los ochenta antes
de fallecer. Puget relata cómo en 1985 durante un encuentro de
intelectuales en La Habana, Fidel Castro le ordenó a su ministro
de Salud Pública ponerse en contacto con Langer para poder
“introducir el psicoanálisis oficialmente a Cuba, ‘quiero un
poco de eso aquí’” (p. 41). La anécdota revela la ausencia del
psicoanálisis antes de esa fecha, pero quizás aún más revelador
es lo personalista y arbitrario del mecanismo de entrada. No fue
por vía de intercambio académico, técnico, por investigaciones
de profesionales cubanos, no, sino por la opinión y capricho
particular de Castro.
También destaca la investigación de Rossiter, Walsh-
Bowers y Prilleltensky (2002), quienes lograron conversar con
veintiocho trabajadores en salud mental cubanos como parte de
un estudio comparativo entre los esquemas éticos subyacentes
a la profesión en Cuba y Canadá. Si bien el foco del trabajo es
una reflexión sobre el peso del contexto histórico en la construc-
ción de la ética de la disciplina y una demostración de las varia-

112
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

ciones importantes que puede tener una concepción ética de un


contexto al otro, se hacen evidentes algunas de las condicio-
nes de trabajo de los psicólogos en Cuba. El artículo en general
intenta simpatizar con la situación cubana, alabando en varios
momentos la concepción colectiva del trabajo y los reportes de
los profesionales que atan su labor a la situación global de la isla
usando frases bastante repetidas de retórica comunista cubana
(por ejemplo: “somos una sociedad enraizada en una ideología
marxista-leninista (...) también la preparación político/ideológi-
ca del pueblo que nos dan desde el nacimiento, creo que eso nos
ayuda a promover estos valores”, [2002, p. 542]. Sin embargo,
la estricta vigilancia de los profesionales y el miedo se hace evi-
dente. Los autores reconocen que las entrevistas estaban afecta-
das porque “el diálogo abierto estaba truncado por la presión a
adaptarse” (p. 545). Así como:
Había algunos indicios de que los juicios de adhesión a los valores de la
revolución estaban relacionados con las jerarquías de los puestos (ejem-
plo: los jefes y supervisores) de manera que la percepción de estar en
riesgo si hablaban de manera abierta aumentaba (...) De hecho constan-
temente nos dábamos cuenta de la posibilidad de poner a nuestros entre-
vistados en peligro al invitarlos a ser abiertos (2002, p. 545).

El artículo, además de hacer un registro contemporáneo de


la vigilancia estricta a la que están sometidos los profesiona-
les de la salud mental en Cuba, es una muestra llamativa de
las percepciones contradictorias de los estudiosos que desea-
rían encontrar en Cuba una opción a los sistemas capitalistas.
Los autores se excusan en varios momentos por “no ser pobres”
como sus colegas cubanos y reconocen que quizás sus hallazgos
están un poco “romantizados” (p. 548). Lo que sí no hacen es
denunciar con la misma vehemencia que hacen en otros contextos
el abuso que la política hace del ejercicio psicológico.

113
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

Sudáfrica

Un trabajo que intenta documentar la evolución de las perspec-


tivas críticas de la psicología en Sudáfrica (Painter, Terre Blan-
che y Henderson, 2006) también permite ver una porción de las
colusiones de los psicólogos con las prácticas discriminatorias
del Apartheid en ese país. La cita con que inician el trabajo es
en sí misma reveladora mostrando cómo el ejercicio “técnico”
de los psicólogos que creen solo estar ejerciendo sus funcio-
nes, es claramente opresivo para aquellos cuyos derechos están
siendo cercenados. Es una cita de un poeta sudafricano llamado
Breyten Breytenbach, que pasó siete años preso por oponerse al
régimen. Él escribe:
Él me hizo responder una gama entera de exámenes anticuados, las man-
chas de Rorschach y varios exámenes de Cociente Intelectual. Por supues-
to, jamás me informaron de sus deducciones. Yo era la rata experimental.
Los practicantes pervertidos de su ciencia espuria de la psicología no tie-
nen como prioridad ayudar a los prisioneros que los necesitan. Son sim-
plemente lacayos del sistema. Su tarea es claramente ser el componente
psicológico de una estrategia general para desbalancear y desorientar al
prisionero político (1984, p. 90, c.p. Painter, Blanche y Henderson, 2006).

Aunque el objetivo principal de ese artículo no es denunciar


estas prácticas, sino delinear el desarrollo de la psicología críti-
ca, ellos muestran cómo los psicólogos en algunos casos colabo-
raron activamente con el Apartheid ofreciendo sus “hallazgos”
sobre la inferioridad intelectual de la raza negra y en otras oca-
siones se mantuvieron “neutrales” ante los actos de discrimi-
nación y desigualdad que observaban, sirviendo como un actor
más en los sistemas de opresión. Más que ser racistas, sostienen
estos autores, los psicólogos evitaron sistemáticamente el tema
de la raza, adoptando en cambio un modelo médico que les per-
mitió ser cómplices silentes de tan trágica historia de abusos.

114
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Venezuela

Si bien mi país ha logrado evitar en las últimas décadas dictadu-


ras cruentas y Estados totalitarios como las que han tenido que
vivir algunos de los países mencionados, estamos actualmente
atravesando el incremento de injerencia del Estado en todos los
terrenos de la sociedad y señales de atropello a la actividad clí-
nica han aparecido con claridad.
Tampoco podemos afirmar que solo con la llegada al poder
del proyecto autodenominado “Revolución bolivariana” es que ha
habido intentos de injerencia que han afectado el trabajo psico-
terapéutico. El psicoanalista Serapio Marcano (1987) escribió un
importante texto en el que relata las enormes presiones y obstá-
culos gubernamentales con las que se encontró al conducir un
proceso de replanteamiento de un hospital psiquiátrico en la déca-
da de los setenta. El escrito detalla el intento de transformar la
atención clínica tradicional a una más orientada y en relación con
la comunidad que atendía. Paralelo a una época de confrontación
política entre el Gobierno electo democráticamente y facciones
clandestinas de orientación socialista, el esfuerzo por hacer más
horizontales las estructuras del hospital fue interpretado como un
movimiento amenazante y se tropezó con la desconfianza de los
administradores de la política oficial en salud. Estos comenzaron
a torpedear los intentos de reforma institucional e impusieron un
director de Docencia con ideas más tradicionales. Asimismo, el
autor reporta el uso de las amenazas, la coerción, la grabación
secreta de conversaciones del personal, la sustitución de las perso-
nas que venían estando encargadas del hospital por otras personas
menos calificadas, el etiquetamiento de la propuesta comunitaria
como un intento de adoctrinamiento político encubierto, la sus-
pensión de toda la actividad del hospital y, finalmente, el despido
de varios profesionales.

115
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

Este tipo de circunstancias de persecución y acoso laboral


se ha multiplicado a partir del año 1999, con la subida al poder
del presidente Hugo Chávez. En estos años, ha habido un esca-
lamiento de la confrontación de varios sectores de la sociedad,
una dolorosa polarización de las posiciones políticas y la multi-
plicación de escenarios de abuso de poder para intentar controlar
e imponer una visión. Se ha recurrido a todas las herramientas
posibles para imponer un proyecto ideológico sobre otro y la
psicología también ha sido reclutada para esto. Un ejemplo que
me ha resultado útil para evidenciar claramente el uso de la psi-
cología para manipular el debate a favor de un lado, salió en la
sección de salud de un diario de circulación nacional durante los
días en que la población salió a protestar luego de la colocación
de un nuevo obstáculo más por parte del Gobierno para impedir
la solicitud de un referendo nacional que evaluara la gestión del
presidente. El artículo titulado “Presos de la ira” enumeraba las
consecuencias dañinas de la rabia para la salud y en una sección
de recomendaciones titulada: “Limpiarse del odio”, utilizaba las
declaraciones de varios profesionales reconocidos que ingenua-
mente prestaban su voz para recomendarle a la población que
utilizara técnicas de relajación, hablarse a sí mismo para evi-
tar ofuscarse, etc. La periodista, claramente identificada con el
Gobierno, pues es una de las figuras más visibles en el canal de
televisión estatal, logró hábilmente colar un artículo en la sec-
ción de salud que en resumen le recomendaba a la población que
no se molestara, que la ira era mala, que no debía protestar, que el
problema no era político, sino de salud (Davies, 20045).
Otro ejemplo ha sido el uso del diagnóstico psiquiátrico para
intentar desacreditar al oponente. De lado y lado de la confronta-
ción se ha intentado reducir el problema político a un problema

5 Más sobre el artículo en el capítulo 7.

116
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

psiquiátrico. Si bien las variables individuales de los distintos pro-


tagonistas tienen un peso, difícilmente los graves dilemas que la
población ha venido debatiendo pueden reducirse a lo intrapsíqui-
co. La descalificación que hacen los sectores de clases económicas
altas hacia los grupos que vienen reclamando más justicia social, til-
dándolos de “resentidos”, es un intento de psicologizar un problema
económico, político y social. Detrás de una calificación psicológica
se esconden las estructuras de poder e inequidad y se descalifican los
legítimos reclamos de una redistribución justa.
El Gobierno, que en mi opinión ha sido en gran parte res-
ponsable de que el debate se desviara en estas direcciones (Mon-
tero, 2002), no ha cesado en el mal uso de la psicología para
intentar avanzar en sus propósitos, también recurriendo al len-
guaje diagnóstico para intentar descalificar a sus críticos. Uno
de los casos más insólitos con que me he topado en esta revisión
del abuso de la clínica es el planteamiento de quien fue ministro
de Salud del gobierno de Chávez de un nuevo diagnóstico psi-
quiátrico que tituló: “disociación psicótica” (Ruiz Iriarte, 2003).
Este “descubrimiento” de Erik Rodríguez (2005), médico sani-
tarista, fue planteado luego de las movilizaciones masivas del
año 2002. Ante las manifestaciones en protesta por las medidas
del Gobierno, este funcionario público afirmó que se debieron
estrictamente a la manipulación de los medios de comunicación
social. Que la población estaba sufriendo de “disociación psicó-
tica”. Veamos algo del planteamiento:
Es así como se planteó crear la categoría disociación psicótica para de-
finir este comportamiento de sectores de la clase media por el efecto de
los medios de comunicación, especialmente los televisivos crearon una
ideología antichavista. Fue a partir de estos elementos que se llega a de-
finir esta categoría sociológica llamada disociación psicótica, que refleja
uno o varios componentes de las tres categorías médicas (disociación,
psicosis, trastornos de comportamiento perturbador) (p. 39).

117
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

Pero no le bastó con intentar desoír la protesta de millones


de ciudadanos con el uso impreciso de dos términos psiquiá-
tricos que en la clínica no van juntos, además de asignar como
antecedente principal de una perturbación psiquiátrica la per-
tenencia a una clase social, sino que se atrevió a publicar una
serie de documentos a través del Ministerio de Comunicación e
Información donde desarrolló la tesis de su invento. Los docu-
mentos son insólitos, por la utilización de jerga científica en un
contexto que escasamente esconde sus intentos manipulativos.
En la exposición que he hecho de estos conceptos en contextos
internacionales no ha dejado de provocar una mezcla de risa con
indignación.
El principal documento, de cincuenta y ocho páginas, titula-
do La disociación psicótica: arma ideológica de la contrarrevo�
lución venezolana, no solo fue publicada con fondos del Estado,
sino masivamente distribuido, convirtiéndose en jerga común. En
él, además de presentar consideraciones sobre los dueños y usos
de los medios de comunicación en el país, desarrolla en el segun-
do apartado la elaboración del concepto. Escribe Rodríguez:
Es cierto que no estamos ante una disociación, una psicosis, o un tras-
torno de comportamiento perturbador como tal, pero entendemos que la
sintomatología que caracteriza a estas entidades o psicopatologías sirve
para definir o construir la categoría con la cual definiremos la conducta
de algunas personas que manifestaban un comportamiento inusualmente
violento e irreflexivo a partir del año 2002.
Para intentar aproximarnos a la identificación de esta conducta co-
lectiva se define como disociación psicótica, debido a que se observa-
ban algunos componentes de esta trilogía psicopatológica (disociación,
psicosis y trastornos de comportamiento perturbador). A partir de la
definición de este comportamiento colectivo, se procedió a observar y
analizar cuál era el elemento inductor fundamental para que esta enti-
dad estuviese afectando a un importante sector de venezolanos, funda-

118
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

mentalmente a la clase media. Todos los estudios transdisciplinarios


coinciden en que los medios de comunicación social privados, sobre
todo la televisión, son el agente inoculador. Una investigación posterior
reveló que los inoculados o transfundidos resultaron ser aquéllos que
habían estado más influenciados por la estrategia publicitaria consu-
mista que difunde estos medios.
El término disociación psicótica no aparece como tal en el Manual
diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV), pero parti-
mos estableciendo que algunas identidades psicológicas como la disocia-
ción, la psicosis, los trastornos de comportamiento perturbador (trastorno
negativista desafiante y el trastorno disocial) constituían componentes de
referencia psicológicos de la denominada disociación psicótica (p. 34).

Parece innecesario enumerar las críticas que puede hacer-


se a este fragmento redactado con una prosopopeya que intenta
darle aires de ciencia, pero que hace agua por todas las esqui-
nas, basta con notar que “todos los estudios transdisciplinarios”
al que alude el fragmento no están citados en ninguna parte
del documento y desconocemos de su existencia. Pregunté-
monos simplemente qué tipo de diseños investigativos tendría
que hacerse para de alguna manera precisar que los “medios
de comunicación privados” puedan “transfundir”(?) un nuevo
sufrimiento psiquiátrico que combina una semejanza con la psi-
cosis, trastornos de comportamiento perturbado y la disociación
al mismo tiempo.
Pero el uso de este término fue solo un elemento de una
campaña realizada por el Gobierno para recurrir a la psiquia-
tría para adelantar sus propósitos. En diciembre de 2002,
comenzando la ola de protestas surgidas a partir de la convo-
catoria a un paro nacional, fui invitado por el psiquiatra Jorge
Rodríguez a participar en una reunión en las oficinas de la
Organización Panamericana de la Salud junto a una serie de
profesionales de la salud mental que representaban distintas

119
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

instituciones públicas y privadas que atendían a la población


caraqueña. La invitación había sido realizada por el Ministerio
de Salud con la consigna de juntar a distintos profesionales
con miras a pensar en posibles medidas de prevención para evi-
tar una situación de violencia descontrolada. Asistí con cierta
reserva pero comprometido a aportar los recursos personales
e institucionales necesarios si la propuesta era razonable. En
la reunión me encontré con distintos profesionales de centros
de atención psicológica de Caracas entre los cuales estaba el
director del postgrado de Psicología Clínica de la Universi-
dad Central de Venezuela, Martín Villalobos, otros profesores
universitarios, como Esther Chacón y Miguel Ángel De Lima.
Si bien la consigna inicial fue invitarnos a presentar nuestras
impresiones generales sobre la situación de tensión en el país,
pronto las preguntas comenzaron a enfocarse en un solo aspec-
to, nuestra opinión sobre si se podía afirmar que la televisión
era la causa principal de las tensiones y de si estaba causando
malestar en los niños y niñas. La insistencia en que nos pro-
nunciáramos categóricamente hizo evidente la agenda oculta
de la reunión y, unido al documento mencionado anteriormen-
te, hacen ver que hubo una propuesta sistemática de parte del
Gobierno para intentar utilizar la salud mental como un arma
para perseguir a los medios de comunicación social. Ante el
lamentable panorama de una reunión con el potencial de cons-
truir lazos de colaboración entre los distintos sectores de la
salud mental transformada en intento de tergiversación para
perseguir a los enemigos, nos paramos y nos fuimos. De más
está comentar que el psiquiatra Jorge Rodríguez curiosamente
pasó luego a presidir el Consejo Nacional Electoral que condu-
jo las elecciones que ratificaron a Chávez en el poder en 2006
y aún más curiosamente pasó de allí a ser el vicepresidente de
ese mismo Gobierno.

120
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Además, en el área de la salud en general, las institucio-


nes públicas han desplegado una serie de medidas coercitivas
que han amenazado sin lugar a dudas las bondades del espacio
psicoterapéutico. La salud se ha convertido en uno de los cam-
pos más debatidos por los distintos actores políticos. Lo cual
no es malo en sí mismo; la salud en Venezuela no solo debe ser
sometida a revisión, sino que está íntimamente relacionada con
los modelos y contextos políticos. La crítica hecha no tiene que
ver con su enlazamiento con posiciones políticas que merecen
y deben ser debatidas, sino con el abuso antiético que pone la
búsqueda de poder por delante de la atención a las necesidades
de la población (Hernández, 2003).
En hospitales públicos con postgrados clínicos hemos sabido
por reporte de los estudiantes de presiones explícitas para evitar
conversaciones en contra del Gobierno con las personas atendi-
das. Es difícil imaginar qué tipo de psicoterapia puede realizar-
se en estas condiciones persecutorias ni qué tipo de formación
se puede ofrecer. Profesionales de la salud han sido presionados
para que renuncien por tener opiniones contrarias al Gobierno,
numerosas variedades de acoso han sido registradas en las enti-
dades estatales que persiguen a las personas que opinan distinto
(Liberman, 2007; Núñez, 2003; Goncalves y Gutiérrez, 2005).
Quizás el ejemplo más público y claro fueron las declaracio-
nes del Ministro de Salud, Roger Capella. Luego de que la oposi-
ción realizara, junto con el Consejo Nacional Electoral, un proceso
de recaudación de firmas a nivel nacional para convocar un refe-
réndum para proponer la revocación del mandato del presidente en
el año 2004, el ministro declaró a los periodistas que todo el perso-
nal médico que hubiese firmado en contra del gobierno de Chávez
podía ser considerado como un conspirador y un terrorista, y que
debía ser despedido de su cargo. La declaración no sorprendió, ya
que estas prácticas de intimidación y de despidos por motivación

121
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

política se habían venido reportando durante ya varios años, pero


al mismo tiempo, no había habido una confesión explícita de un
funcionario de tan alto grado, que admitiera que la expresión de
desacuerdo con el Gobierno iba a ser perseguida y castigada (dia-
rio El Nacional, 27 de marzo y 16 de abril de 2004). Sin embargo,
desde ese entonces las presiones públicas a empleados han conti-
nuado y han incrementado el tono de violencia, como las nefas-
tas declaraciones del ministro de Energía y Petróleo, capturadas
en video, quien declaró en una reunión con el personal de Pdvsa:
“Nuestra junta directiva se indigna cuando nosotros nos encontra-
mos con gente ni-ni, que haya gente light. No señor, aquí al que se
le olvide que estamos en medio de una revolución se lo vamos a
recordar a carajazos” (Reyes, 2006).
Finalmente, a finales de 2009 estalló otro caso grotesco
del uso del lenguaje, los procedimientos y las instalaciones psi-
quiátricas para callar la protesta. El biólogo y productor agra-
rio Franklin Brito venía realizando protestas desde el año 2003
luego de que parte de sus tierras fueran confiscadas por el Insti-
tuto Nacional de Tierras al otorgarles cartas de propiedad a los
vecinos. En el año 2007 Brito ganó su pleito ante el Tribunal
Supremo de Justicia, que dictaminó que se le devolvieran sus
tierras y se anularan los títulos otorgados a terceros. Sin embar-
go, el restablecimiento de los documentos de propiedad a Brito
no se hizo formalmente y en más de una ocasión él ha denuncia-
do ofrecimientos de dinero y chantajes para que se calle, por lo
cual ha llevado a cabo varias huelgas de hambre que le han dado
atención pública a su caso. En diciembre de 2009 se encontraba
en huelga de hambre ante las oficinas de la Organización de
Estados Americanos cuando un contingente de la Policía Metro-
politana lo trasladó a la fuerza al Hospital Militar aduciendo
una orden de amparo de un tribunal para resguardar su salud.
Es decir, el Gobierno argumentó estar preservando la vida de

122
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Franklin Brito. En el Hospital Militar fue evaluado repetidas


veces, sin consentimiento del “paciente” ni de su familia, por
psiquiatras del servicio de psiquiatría, los cuales reportaron no
encontrar ningún trastorno mental en él. Sin embargo, la fis-
cal general de la República declaró públicamente que Brito está
“incapacitado mentalmente” y tiene “conductas no ajustadas a
la normalidad” (Agencia Bolivariana de Noticias, 2010). Bajo el
pretexto de “ayuda médica” Brito permaneció recluido en este
hospital. Recluido porque no tuvo permiso para salir, porque
las visitas estuvieron limitadas y porque hubo miembros de la
Guardia Nacional apostados en la entrada de su sala. Asimis-
mo Brito y su familia, con quienes he conversado, rechazaron
la “hospitalización” y, ya que el Servicio de Psiquiatría ejerció
cierta resistencia al negarse a recibirlo en su sala, lo tuvieron en
una cama de un servicio de oftalmología. Para más exabrupto,
una vez que recuperó su peso y se estabilizó fisiológicamente,
el director del hospital solicitó darlo de alta y el tribunal que
supuestamente estaba velando por su salud negó la solicitud.
Franklin Brito, tras ocho meses de permanecer incomunicado en
el Hospital Militar, falleció el 30 de agosto de 2010.
El Colegio de Psicólogos del Estado Miranda denunció en
un comunicado el mal uso de la psicología en este caso y el
grupo de organizaciones de la psicología, psiquiatría y ciencias
sociales denominado Psicólogos en Acción realizó foros y ayu-
dado a organizar protestas frente al Hospital Militar. Sin embar-
go, el único logro es que se aceptara que médicos de la Cruz
Roja entraran a monitorear el caso.
El caso ha evidenciado la disposición del Gobierno a uti-
lizar la excusa psiquiátrica para intentar descalificar a las per-
sonas críticas y para controlar la disidencia. Es preocupante no
solo el grueso abuso de los derechos políticos de Franklin Brito,
sino también el silencio cómplice de muchos médicos del Hos-

123
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

pital Militar. He hablado con algunos de ellos que dicen “no


querer saber nada del caso” y lavarse las manos asumiendo que
la reclusión de una persona en una de las salas es un acto exclu-
sivo del Gobierno que no les atañe a ellos.

Sostener la psicoterapia

Quizás el doloroso listado de circunstancias en que la clínica


psicológica ha sido utilizada como herramienta de represión y
abuso, así como aquellas en que esta ha sido blanco de la perse-
cución, ayude a hacer visibles los riesgos de una práctica clínica
deformada para servir a proyectos políticos autoritarios y no a
aliviar el sufrimiento humano. Quizás también ayude a ampliar
la discusión sobre los riesgos que entraña el desarrollo de un
oficio ajeno y ciego a las circunstancias sociales y políticas que
lo rodean. En primer lugar, lo creo riesgoso, porque tiende a
simplificar las condiciones de vida de las personas atendidas,
descuidando situaciones sociales que requieren acciones que
van más allá de la escucha tradicional. Pero en segundo lugar,
es riesgoso porque desprotege a nuestro oficio, nos prepara muy
poco para responder a los dilemas que nos seguirán haciendo
los acontecimientos políticos de nuestro entorno. Esa falta de
preparación nos hace presa fácil de las manipulaciones y abusos
del autoritarismo y, cuando eso sucede, traicionamos nuestro
compromiso principal que es con la intimidad y el sufrimiento
de las personas concretas con que trabajamos.
Aquellos que hemos tenido el honor de trabajar con perso-
nas que han enfrentado los abusos del poder, ya sea en su ámbi-
to privado como en el terreno político, sabemos del potencial
reparador de ofrecer un lugar seguro en que se pueden explorar
y experimentar de nuevo los sentimientos de terror, indefensión,

124
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

indignación, frustración que produce este tipo de circunstan-


cias. Asimismo, conocemos el potencial liberador que produce
el tener, aunque sea solo un pequeño lugar del mundo que reco-
ge el testimonio de la lucha y permite a la persona reafirmar su
lugar en el mundo. El espacio psicoterapéutico le da existencia
a las verdades íntimas que en ocasiones las fuerzas de turno no
están dispuestas a escuchar ni reconocer. Por ello su potencial es
liberador, no solo para la vida privada de las personas, sino que
también sirve de envase para recoger el potencial político de la
voz antes callada.
Una y otra vez se ha visto cómo la construcción de un
lugar íntimo pero compartido en que las voces reprimidas por
los proyectos autoritarios mantienen un lugar de resonancia, es
un proyecto para sostener la libertad individual y también para
sostener la esperanza de libertad de la colectiva. La construc-
ción del espacio terapéutico tiene el potencial de validar la expe-
riencia silenciada, de atestiguar las luchas que de otra manera
pasan desapercibidas. Ofrece contención y fortaleza al que ha
tenido que sobrevivir a la opresión. Quizás junto al listado de
horrores que se reporta en este capítulo, deberíamos escribir uno
que contraponga la enorme cantidad de esfuerzos que han hecho
los psiquiatras y psicólogos clínicos del mundo para ofrecer un
lugar protegido y una escucha a personas perseguidas, tortura-
das, oprimidas.
No hay por qué sorprenderse que los gobiernos que buscan
imponer una única manera de ver el mundo y que buscan contro-
lar todos los ámbitos de la vida privada, miren con recelo nues-
tro oficio. El esfuerzo por sostener la psicoterapia en tiempos de
crisis no es solo un esfuerzo de supervivencia profesional, sino
también el esfuerzo por defender la libertad, por abrir espacios
de reflexión en tiempos convulsionados, por proteger el valor de
la intimidad.

125
El deseo de libertad como síntoma: abusos psicoterapéuticos

En la novela 1984, en que George Orwell retrata su fantasía de


un mundo futuro sujetado por el mando totalitario, la historia nace
a partir de un par de hechos fortuitos. Un funcionario público de
bajo perfil, empleado del Ministerio de la Verdad, descubre que la
cámara colocada en su apartamento, con la cual vigilaban todas sus
acciones, como sucede con todos sus compatriotas en este horror
totalitario, fue mal colocada, dejando una pequeña esquina donde
se puede sentar sin ser visto. Este descubrimiento lo impulsa al atre-
vimiento de comprarse un cuaderno, un lápiz y comenzar a escribir
un diario personal, todo lo cual le produce una sensación impreci-
sa de amenaza y de culpa, como si estuviese traicionando algo al
abrir ese espacio íntimo. El día anterior a la compra y durante una
manifestación obligatoria a favor del gobierno del Gran Hermano,
el mismo funcionario se había tropezado con la mirada de un com-
pañero de trabajo en un instante en que pensó descubrir en aquel un
pensamiento de rechazo a la imposición ideológica que vivían. El
narrador relata: “Era como si sus dos mentes se hubieran abierto y
los pensamientos hubieran volado de la una a la otra a través de los
ojos. ‘Estoy contigo’, parecía estarle diciendo O’Brien. ‘Sé en qué
estás pensando. Conozco tu asco, tu odio, tu disgusto. Pero no te
preocupes; ¡estoy contigo!’”.
Estos dos gestos mínimos, una esquina fuera de la mirada
controladora del poder y un instante de resonancia humana con
otro que compartía el desencanto, fueron suficientes para dis-
parar en Winston Smith la capacidad de dar un paso al costado,
de tomar distancia, de abrirse a la revisión del mundo como se
lo habían vendido y la búsqueda de un mundo más personal.
A veces solo se necesita eso, un rincón mínimo para la intimi-
dad y la libertad personal, un instante de acompañamiento humano
y reflexión para abrirle la puerta a la transformación. Aquí se
encuentra la amenaza potencial que el espacio psicoterapéutico
ejerce contra el autoritarismo.

126
CAPÍTULO IV

Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes


de violencia
¿Pero puede oírse todo, imaginarse todo? ¿Podrá ha�
cerse alguna vez? ¿Tendrán la paciencia, la pasión, la
compasión, el rigor necesarios? La duda me asalta des�
de este primer momento, este primer encuentro con unos
hombres de antes, de fuera –procedentes de la vida–,
viendo la mirada espantada, desconfiada...
Jorge Semprún, La escritura o la vida

Resistencias de la psicología

La psicología ha tenido desde los comienzos, y sigue tenien-


do, dificultades para escuchar los testimonios de las víctimas de
violencia. Históricamente los clínicos que han documentado los
efectos de la violencia en las vidas de las personas que atienden,
han encontrado resistencias en sus colegas y el resto de la socie-
dad. La dificultad que ha tenido la psicología para reconocer y
atender la ocurrencia de situaciones de abuso sexual infantil es
un ejemplo clásico.
Basta recordar que en las primeras teorizaciones de Freud
sobre los síntomas que presentaban las pacientes, que luego

127
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

aparecerían en su “Estudio sobre la histeria”, la hipótesis fun-


damental era que estas mujeres habían experimentado situacio-
nes de abuso sexual en el seno de sus hogares. La facilidad con
que muchos clínicos aún descartan las hipótesis de abuso sexual
hace que valga la pena volver a citar a Freud, que escribió en
“La herencia y la etiología de las neurosis” (1896):
Así, pues, la etiología específica de la histeria está constituida por una
experiencia de pasividad sexual anterior a la pubertad. Añadiremos sin
dilación algunos hechos detallados y algunos comentarios al resul-
tado enunciado para evitar la desconfianza que sabemos han de des-
pertar nuestras afirmaciones. Hemos podido practicar el psicoanálisis
completo de trece casos de histeria, tres de los cuales eran verdaderas
combinaciones de la histeria con la neurosis obsesiva (y no histeria
con obsesiones). En ninguno de ellos faltaba el suceso antes descrito,
hallándose representado por un atentado brutal cometido por una per-
sona adulta o por una seducción menos rápida y menos repulsiva pero
conducente al mismo fin. De los trece casos, se trataba en siete de rela-
ciones entre sujetos infantiles; esto es, de relaciones sexuales entre una
niña y un niño algo mayor que ella, casi siempre su hermano, víctima
a su vez de una seducción anterior. Estas relaciones habían continuado
algunas veces durante años enteros, hasta la pubertad de los pequeños
culpables, repitiendo siempre el niño con su pareja, sin innovación al-
guna, las mismas prácticas de que antes había él sido objeto por parte
de una criada o una institutriz, y que a causa de este origen eran muchas
veces de naturaleza repugnante... La fecha de la experiencia precoz era
variable. En dos casos comenzaba la serie a los dos años del sujeto.
Pero la edad más frecuente era entre los cuatro y los cinco años... El su-
ceso sexual precoz deja una huella imperecedera en la historia del caso,
apareciendo representado en ella por una multitud de síntomas y de ras-
gos particulares que no admiten otra explicación, siendo exigido de un
modo perentorio por el encadenamiento sutil, pero sólido, de la estructura
intrínseca de la neurosis. Por último, cuando no se penetra hasta dicho
suceso, falla el efecto terapéutico del análisis (pp. 282-283).

128
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

En los historiales clínicos de estudios sobre la histeria apare-


cen relatos de las pacientes que claramente remiten a situaciones
de acoso y abuso sexual. Quizás el más evidente es el de Catalina,
una joven que Freud conoce en medio de unas vacaciones en la
montaña. Allí se dedica a escuchar el relato de cómo el tío:
(...) persiguió con fines sexuales a mi interlocutora, cuando esta tenía apenas
catorce años. Así, un día de invierno bajaron juntos al valle y pernoctaron
en una posada. El tío permaneció en el comedor hasta muy tarde, bebiendo
y jugando a las cartas. En cambio, ella se retiró temprano a la habitación
destinada a ambos en el primer piso. Cuando su tío subió a la alcoba no
había ella conciliado aun por completo el sueño y le sintió entrar. Luego
se quedó dormida, pero de repente se despertó y “sintió su cuerpo junto a
ella”. Asustada se levantó y le reprochó aquella extraña conducta: “¿Qué
hace usted, tío? ¿Por qué no se queda usted en su cama?” El tío intentó con-
vencerla: “¡Calla tonta! No sabes tú lo bueno que es eso” (...) A continuación
me contó Catalina otros sucesos de épocas posteriores, entre ellos una nueva
agresión sexual de que la hizo objeto su tío un día que se hallaba borracho
(1895/1974, p. 104).

Así aparecen varios reportes que apuntan mucho más a


vivencias de amenaza y angustia por parte de las mujeres estu-
diadas y abuso de poder por parte de los cuidadores, que de una
fantasía erótica construida por la fantasía histérica. El pudor y
angustia que provocan estos relatos en Freud también se puede
entrever en algunas ocasiones. Por ejemplo, en una de las notas
añadidas como apéndice en 1924, Freud escribe con respecto al
mismo caso de Catalina:
(...) después de tantos años me atrevo a abandonar la discreción observa-
da entonces, dejando establecido que Catalina no era la sobrina, sino la
hija de la huésped, o sea, que había caído enferma bajo la influencia de
las seducciones sexuales por el propio padre (p. 136, ibíd.).

Lo sorprendente y controversial del hallazgo de la presen-


cia de tantas historias de abuso sexual en la vida de las mujeres

129
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

contribuyó en gran medida a que Freud desechara esta hipótesis.


En los meses posteriores a la publicación de los “Estudios sobre
la histeria”, Freud comienza a mostrar un giro teórico que lo
llevaría a cambiar la hipótesis de abuso sexual por las presuntas
fantasías inconscientes de las pacientes que expresaban deseos
reprimidos. Las investigaciones posteriores demostraron cuán
difícil fue para Freud toparse con estas observaciones al comien-
zo de sus incursiones por el mundo del inconsciente y cómo se
debatió por meses con respecto al tema del abuso sexual. Al
final Freud abandonó la idea en medio de su preocupación, por
lo que implicaría que experiencias sexuales tempranas con los
cuidadores fueran ciertas. En las cartas de Freud a Fliess se evi-
dencia esta preocupación (1897).
La oscilación entre la preocupación por el tema y la ten-
dencia a considerar inverosímiles las pruebas de la extensión del
fenómeno se ha repetido en los cien años posteriores. Sirva otro
ejemplo del mundo del psicoanálisis para ilustrar lo que temo
aún ocurre diariamente en muchos consultorios psicoterapéu-
ticos. En la década de los setenta, un psicoanalista interesado
en estudiar la obra freudiana se dio a la tarea de editar una edi-
ción con el epistolario completo entre Freud y Fliess. Durante
su investigación realizada en los Archivos Freud, del cual llegó
a ser director, notó que las cartas omitidas en las ediciones ante-
riores de esta correspondencia (editadas por Ana Freud), poste-
rior a septiembre de 1897, trataban sobre la hipótesis freudiana
de abuso sexual infantil. Asimismo, fueron omitidas todas las
referencias a una de las pacientes, llamada Emma Eckstein, que
apuntaba fuertemente a considerar tal hipótesis. La presenta-
ción pública de estos hallazgos en congresos psicoanalíticos fue
recibida con rechazo. El historiador y psicoanalista, sin embar-
go, insistió y publicó sus conclusiones en el New York Times,
lo que condujo a su expulsión de los Archivos Freud. Según

130
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

reporta el autor, Ana Freud le comentó que la presentación de


estas ideas simplemente generaba confusión (Masson, 1984).
Casi cien años después de que Freud obvió la posibilidad de que
sus pacientes habían sido traumatizados por sus cuidadores, la
comunidad psicoanalítica volvió a responder de la misma mane-
ra, prefiriendo anteponer la teoría a los hallazgos y a las voces
de las personas que estaban atendiendo.
Alice Miller, psicoterapeuta formada psicoanalíticamente,
ha reseñado extensamente múltiples casos en que los analistas
dejan de lado indicios claros de situaciones de abuso sexual en
su trabajo terapéutico. Ella señala cómo la negación por parte de
los terapeutas, por el impacto emocional que produce el inces-
to, se une con las creencias ideológicas sostenidas para hacer
invisibles múltiples historias de abuso en las personas que bus-
can tratamiento (1984/1991). Lo cual solo trae de nuevo una
controversia que ha estado en el psicoanálisis desde el comien-
zo y que Ferenczi planteó en 1932, durante el XII Congreso
Internacional de Psicoanálisis, con su trabajo ya clásico titulado
“La confusión de las lenguas”, donde les reclama a sus colegas
haber descuidado por tanto tiempo los “factores traumáticos en
la patogénesis de las neurosis” (p. 156).
Los pocos clínicos que continuaron a lo largo del siglo
xx insistiendo en la importancia de atender a los eventos trau-
máticos externos para tener una comprensión más completa y
contextualizada fueron repetidas veces relegados al margen del
debate científico (Herman, 1997; Kahn, 1996; Masson, 1984;
Miller, 1997).
La resistencia a reconocer la presencia de situaciones de
violencia contra la infancia no solo ocurrió en la psiquiatría y la
psicología. En el campo médico no es sino hasta 1962 cuando
un pediatra comienza a señalar que ciertas lesiones encontradas
en su consulta no eran producto de accidentes sino de maltrato

131
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

físico infantil. Al publicar un artículo en ese año en que descri-


bió el “síndrome del niño golpeado”, se encontró con un fuerte
rechazo a sus ideas en el gremio médico (Wiehe, 1998).
Interesa mostrar estas anécdotas para ilustrar las dificulta-
des que la psicología ha tenido para cargar con el peso que trae
el reconocimiento de la extensión y gravedad de situaciones de
abuso. En ocasiones la impresión que generan estos relatos es
tan terrible que los que escuchan prefieren suponer que no son
posibles. Interesa subrayar este punto porque considero que este
mismo fenómeno continúa sucediendo en la intervención clínica
actual. A pesar de los avances en el área y a pesar de que quizás
somos de los profesionales más sensibilizados en torno al tema,
frecuentemente se suele obviar el peso de situaciones de vio-
lencia intrafamiliar en la comprensión de las dificultades de los
pacientes que tratamos.
La especialista Salter (1995) recopila una serie de textos
que a lo largo del siglo xx afirmaron que el abuso sexual o no
era lesivo para las víctimas o hasta era potencialmente benéfico.
Ella considera que la teoría psicoanalítica, con su énfasis intrap-
síquico, ha tendido a desestimar el peso de las experiencias trau-
máticas externas en la producción de síntomas clínicos. Otros
psicoanalistas han opinado igual (Bowlby, 1989), en Argentina
una psicoanalista contemporánea, Giberti, afirma:
(...) aludí al silencio alrededor de la obra de Masson por parte de los aca-
démicos psicoanalistas y docentes que tienen a su cargo la enseñanza de
las teorías psicoanalíticas; omisión o desconocimiento que mantiene en
la penumbra la discusión acerca de la responsabilidad de Freud al avan-
zar en los territorios de las fantasías como germen de psicopatologías,
eludiendo mencionar su conocimiento de hechos no fantaseados.
(...) Es el mismo mecanismo [refiriéndose a la negación] que actual-
mente practican aquellos psicoanalistas que dudan acerca de la presencia
sistemática de la violencia de diversa índole contra niños y niñas. Par-

132
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

ticularmente quienes insisten en proponer como alternativa princeps la


fantasía incestuada por parte de la niña, desconociendo la epidemiología
(Giberti, 2002).

Con el tiempo sabemos también lo difícil que resulta escu-


char los relatos de aquellos que han padecido situaciones de
persecución y abuso. Por un lado, las experiencias de desam-
paro extrema nos conmueven y desafían algunas creencias y
sensaciones básicas. Así por ejemplo, las personas que trabajan
con víctimas de violencia frecuentemente comienzan a sentirse
más vulnerables, empiezan a sentirse invadidos por los relatos
de miedo y terror. Al mismo tiempo, pueden sentirse frustra-
das por la impotencia de no poder resolver de manera inmediata
algunas situaciones de opresión o no tolerar con paciencia el
tiempo lento con que se van resolviendo los síntomas que pade-
cen las personas que sobrevivieron esos eventos. Otra reacción
muy importante es el cuestionamiento general que este tipo de
trabajo le hace al profesional sobre las creencias de la bondad
humana. Los relatos de abuso en ocasiones desafían la capaci-
dad del terapeuta de imaginar que algunas experiencias extre-
mas puedan ser posibles. Esto lleva en ocasiones a minimizar o
disociar algunos de estos relatos. No es extraño que un terapeuta
reporte que no logra recordar algunos elementos importantes de
la situación traumática que fue develada en una sesión reciente
o que empiece a dudar de la verosimilitud de los hechos, a pesar
de contar con las pruebas clínicas que sostienen claramente su
ocurrencia. En ocasiones inclusive se llega a proyectar los senti-
mientos de impotencia, miedo y desamparo que genera el relato
y se comienza a culpar a la víctima por no haber hecho suficien-
te, o por haber “provocado” el hecho, terminando una vez más
la víctima sufriendo el ostracismo de tener que cargar con una
experiencia que nadie quiere reconocer.

133
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

Estas experiencias que suceden en el mundo cercano de


la relación terapéutica suceden de la misma manera en toda la
sociedad. Los países lidian con el dilema de escuchar las voces
de las víctimas de atrocidades humanas y sostener la memoria de
los horrores de la historia, por un lado, y la tendencia a buscar
callar y olvidar eventos dolorosos y vergonzosos, tratando de
minimizar sus dimensiones. Herman (1997) nos cuenta algunos
de los dilemas de los veteranos de guerra en los Estados Unidos,
que una vez finalizada la guerra, se vuelven incómodos para
la sociedad. Las voces que han denunciado los horrores de la
historia se han encontrado con la presión del resto de la socie-
dad de olvidar esas experiencias y pasar la página. Elie Wiesel,
en su ponencia “Elogio de la Memoria” (2002) dictada durante
un foro dedicado al tema de la memoria y la historia, recorda-
ba cómo luego de regresar de los campos de concentración, las
personas le decían: “Mire, trate de olvidar, es mejor. Se sentirá
mejor. Es una pesadilla. Es mejor dar vuelta a la página”. Luego
continúa diciendo: “El olvido era, pues, un consejo pedagógi-
co y terapéutico para los jóvenes, para aquellos jóvenes que se
habían vuelto viejos; para los viejos, que en realidad no eran tan
viejos...” (p. 223). De la misma manera nuestras sociedades lati-
noamericanas han tenido enormes dificultades para asumir los
resultados de las comisiones de la verdad que han registrado la
lista de atrocidades cometidas por regímenes dictatoriales como
los de Argentina y Chile (Sábato, 1998).
Herman argumenta que el estudio del trauma psicológico
ha llegado a instalarse dentro de la psicología no gracias a los
esfuerzos de los profesionales del área, sino gracias a los movi-
mientos políticos que pusieron estos temas sobre el tapete. Ella
recuerda cómo tres de los momentos en que se ha atendido el
llamado de las víctimas han sido momentos en que un elemento
político favoreció esta toma de consciencia. El primer momento

134
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

fue cuando Charcot, en París, quería demostrar que las afeccio-


nes histéricas de las mujeres de la clínica Salpetriere no eran
afecciones espirituales cuya cura era religiosa. La lucha de pode-
res entre la Iglesia y la ciencia fue el contexto que facilitó que
se hicieran los primeros registros científicos de trauma y abuso
sexual infantil. El segundo momento fue posterior a las Guerras
Mundiales, donde las huellas del combate obligaron a los psi-
quiatras y psicólogos a repensar algunas de sus teorías. Como
por ejemplo Freud, que influido por la Primera Guerra Mun-
dial comenzó a hablar por primera vez de la pulsión de muerte
en su libro Más allá del principio del placer (1919/1983). El
tercer momento, escribe Herman, ocurre gracias al movimiento
feminista. En los años setenta del siglo pasado este movimien-
to comenzó a organizar a las mujeres en grupos que discutían
sobre sus vivencias personales. En estos grupos se hizo evidente
lo extenso que era la situación de abuso y violencia intrafamiliar
que muchas de estas mujeres habían vivido. Esto impulsó una
serie de investigaciones epidemiológicas que confirmaron la
enorme cantidad de mujeres que reportaban haber sido víctimas
de violaciones y abuso sexual infantil. Herman muestra también
una serie de estudiosos que registraron el tema, pero que luego
fueron relegados al olvido, siendo el caso más relevante quizás
el de Pierre Janet. Ella escribe que:
Los avances en este campo ocurren solo cuando están apoyados por un
movimiento político lo suficientemente poderoso como para legitimar
una alianza entre los investigadores y los pacientes y para hacerle con-
trapeso a los procesos sociales comunes que buscan el silencio y la ne-
gación. Sin estos movimientos políticos fuertes a favor de los derechos
humanos, el proceso activo de registrar el testimonio de las víctimas ine-
vitablemente se convierte en el proceso activo de olvidar. La represión,
disociación y la negación son tanto de la consciencia social como de la
individual (p. 9).

135
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

Jorge Semprún, escritor español que fue detenido en el


campo de concentración nazi de Buchenwald durante la Segun-
da Guerra Mundial, logró casi cincuenta años después registrar
parte de sus vivencias en el campo en un libro titulado: La escri�
tura o la vida. En él detalla los años posteriores y las estrategias
que utilizó para evitar el sufrimiento causado por el recuerdo de
los numerosos traumas y duelos que padeció bajo cautiverio. El
libro es un conmovedor registro de un hombre luchando entre
su deseo de no tener que regresar más nunca a los recuerdos de
esos años y la necesidad de expresarlos para intentar liberarse
de ellos. Paralelo a su propia lucha describe la mirada de aque-
llos que saben de su pasado traumático y lidian con sus propias
dificultades para escuchar tanto horror. Desde el primer momen-
to en que es liberado se topa con la mirada mitad compasiva,
mitad aterrorizada de los demás. En medio de su lucha personal
por confrontarse con la verdad de su historia, Semprún interroga
a la humanidad, que en paralelo lucha con sus propias dificul-
tades para tolerar el testimonio del horror. Sus interrogaciones
son especialmente relevantes para aquellos que nos dedicamos
a hacer psicoterapia. ¿Podremos efectivamente un día escuchar-
lo? ¿Tendremos la paciencia, la pasión, la compasión y el rigor
necesario?

Visibilización de la violencia familiar

Es entonces a partir de la década de los años setenta cuando


comienza a expandirse y consolidarse el estudio de la frecuen-
cia y efectos de la violencia familiar. El movimiento feminista
organizó una gran cantidad de grupos de reunión en el que las
mujeres se reunían a examinar sus vidas y a organizar respues-
tas conjuntas para luchar a favor de sus derechos. Dentro de

136
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

estos grupos se sorprendieron al encontrar la gran cantidad de


mujeres que venían cargando con historias silenciadas de vio-
lencia dentro de sus hogares. El movimiento feminista comenzó
a retar al público general a reconocer la presencia y extensión
de situaciones de violación, maltrato físico, abuso sexual infan-
til en la sociedad. Fueron organizadas varias actividades públi-
cas con la finalidad de hacer más visible la existencia de esta
violencia soterrada. Así por ejemplo, en 1976 se organizó un
Tribunal Internacional para juzgar crímenes contra las mujeres
en Bruselas. En Estados Unidos el movimiento impulsó refor-
mas judiciales. Varias mujeres investigadoras se dieron a la tarea
de incluir la academia en estos esfuerzos. Las primeras grandes
investigaciones epidemiológicas de violencia familiar fueron
llevadas a cabo en estos años (Horowitz, 1999). La psiquiatra
Salter (1995) muestra cómo en los últimos treinta años ha habi-
do un incremento continuo de investigaciones en el área.
Aun cuando la literatura clínica tenía años registrando los
signos y síntomas relacionados con la exposición a eventos trau-
máticos, como por ejemplo lo había hecho Freud con respecto a
la “neurosis de guerra” y las feministas con respecto al “síndrome
traumático de la violación”, no fue sino en 1980 cuando se propo-
ne el diagnóstico de trastorno de estrés postraumático (TEPT) y
se incorpora en el manual DSM-III. La creación de este diagnós-
tico influyó de manera significativa en el incremento exponen-
cial de investigaciones relacionadas con el trauma. Así pues, a partir
de 1980 se multiplicaron las investigaciones sobre prevalencia,
factores de riesgo, factores protectores, evolución, correlatos bio-
lógicos, comorbilidad y efectividad de los tratamientos del tras-
torno de estrés postraumático. Investigaciones clásicas lograron,
por ejemplo, precisar altos índices vitalicios del trastorno (entre
47% y 50%) en prisioneros de guerra y sobrevivientes de campos
de concentración (Yehuda y McFarlane, 1999).

137
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

Actualmente, numerosos investigadores han planteado que


el diagnóstico de TEPT es útil para detectar la presencia de los
efectos de exposición a una situación traumática puntual, como
por ejemplo un desastre natural o un accidente automovilísti-
co, pero que no es tan preciso para registrar los efectos de la
exposición a situaciones crónicas de victimización. Los efectos
del trauma sostenido, como el vivido en situaciones de combate
bélico, sometimiento a una red de explotación sexual o maltrato
infantil, son mucho más amplios y complejos que los encontra-
dos luego de la vivencia de una situación traumática aguda. Por
ello, actualmente se argumenta a favor de la creación de una
nueva entidad diagnóstica que algunos autores han denomina-
do “estrés postraumático complejo” o “trauma tipo II” (Herman
1997; Terr, 1991).
Junto a la ola de investigaciones sobre el TEPT, conti-
nuaron también las investigaciones sobre distintas situaciones
de abuso en el ámbito privado. Al final de los años setenta y
comienzos de los ochenta fueron hechos varios trabajos sobre
la prevalencia de historias de abuso sexual infantil en población
adulta (Haugaard, 2000). Estos estudios consiguieron cifras
alarmantes que ayudaron a aumentar la sensibilización de la
población norteamericana con respecto al tema. Las estadísticas
del Centro Nacional de Investigación Sobre la Prevención de
Abuso Infantil reflejan cómo ha aumentado la sensibilidad al
tema desde los años setenta hasta el presente. Estas estadísticas
que recopilan los reportes de abuso recogidos por los cincuen-
ta estados norteamericanos muestran que en 1976 eran reporta-
dos 10,1 casos de abuso por cada 1.000 habitantes, cifra que ha
ido subiendo sistemáticamente hasta 1996 en que se reporta 47
casos por cada 1.000 habitantes (Wiehe, 1998). En una inves-
tigación nacional de victimización infanto-juvenil realizada en
los Estados Unidos, en una muestra de 2.000 jóvenes de entre

138
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

diez y dieciséis años, un 15,3% de las niñas y un 5,9% de los


niños reportaron algún tipo de asalto sexual, para un promedio
de 10,5% entre ambos sexos o un total de 197 jóvenes. De esos
197 jóvenes, solo 64% le comunicó el evento a alguna otra per-
sona. El 48% de la muestra reportó que las situaciones de abuso
fueron repetidas (Boney-McCoy y Finkelhor, 1995). En otros
países como España, se reporta que las primeras investigaciones
sobre la incidencia del problema son hechas hacia finales de
los años ochenta (Costa, Morales y Juste, 1997). Haciendo la
acotación de que esas investigaciones también solo mostraban
“la punta del iceberg”, reportan cifras de un 1,5% de víctimas de
abuso sexual en la población menor de edad.
La investigación empírica no solo evidenció la alta preva-
lencia de situaciones de violencia familiar en la sociedad, sino
que además confirmó los efectos nocivos de estas experien-
cias. Así por ejemplo, con respecto al abuso sexual, los inves-
tigadores han recopilado una vastísima serie de observaciones
sistemáticas que permiten comprender los efectos sobre el fun-
cionamiento psicológico. Aunque sorprendentemente la litera-
tura de comienzos del siglo xx tendía a afirmar que el abuso
sexual infantil no tenía consecuencias emocionales para la víc-
tima (Bender y Blau, 1937; Weiss, Rogers, Darwin y Dutton,
1955; c.p. Salter, 1995), se ha confirmado la relación entre his-
torias de abuso sexual y una gama amplísima de diagnósticos
psiquiátricos como los trastornos disociativos, trastornos de
ansiedad, trastornos por estrés postraumático, trastornos afecti-
vos, trastornos alimenticios, trastornos por abuso de sustancias,
trastornos de personalidad limítrofe e histriónicos, episodios
psicóticos y trastornos psicosomáticos (Andrews, Brewin, Rose
y Kirk, 2000; Briere, 1992; Busby, Glenn, Steggell y Adamson,
1993; Dubner y Motta, 1999; Kernberg, 2001; Pérez de Ante-
lo, 2002, Stone, 1989). Herman afirma que con frecuencia los

139
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

adultos sobrevivientes de este tipo de historias pueden pasar


desapercibidos durante largos períodos, manteniéndose la diso-
ciación de los recuerdos traumáticos, pero algún evento activa-
dor como una pérdida o enfermedad importante puede precipitar
una crisis que “sintomáticamente puede parecerse a cualquiera
de las categorías de diagnóstico psiquiátrico” (1997, p. 114).
Estudios con población psiquiátrica han encontrado que
57% de la población atendida reporta haber sido víctima de
abuso sexual o físico infantil (Brown y Anderson, 1991). Estos
mismos autores compararon los diagnósticos psiquiátricos con
la presencia de abuso físico y sexual en las historias de pacien-
tes y encontraron que el 40% de su muestra de 96 pacientes
con historias de abuso sexual tenían diagnósticos de trastorno de
personalidad, el 29% por trastornos adaptativos, el 17% trastor-
no por abuso de alcohol y 11% trastornos por abuso de alguna
otra sustancia, además de porcentajes menores que recibieron
diagnósticos de depresión mayor, distimia, trastorno por ansie-
dad generalizada, trastorno por estrés postraumático, trastorno
alimentario, esquizofrenia y trastornos sexuales.
La investigación con trastornos por abuso de sustancias ha
encontrado consistentemente un porcentaje significativamen-
te más alto de historias de abuso en este tipo de pacientes que
en el resto de la población. Así por ejemplo, una investigación
amplia con muestreo aleatorio realizada en Los Ángeles encon-
tró que de los hombres abusados sexualmente de pequeños, el
45% tenían diagnósticos de abuso o dependencia a sustancias
ilegales, comparado con 8% del grupo control. Asimismo, 14%
de las mujeres abusadas tenían ese mismo diagnóstico y 21%
por abuso de alcohol comparado con 3% y 4% para el grupo
control (Salter, 1995). Por otro lado, el trastorno de identidad
disociada es otro diagnóstico importante en que se ha demostra-
do que entre el 83% y 95% de los casos las personas que sufren

140
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

de trastornos de identidad disociada (o personalidad múltiple)


son víctimas de historias de abuso sexual grave (Herman, 1997;
Kluft, 1991; Putnam, 1986, c.p. Putnam, 1989).
Si se analiza la literatura científica, no desde los diagnósticos
a que se asocia el abuso infantil sino desde los síntomas, encon-
tramos, por ejemplo, que sistemáticamente las personas abusadas
presentan más síntomas depresivos y ansiosos que la población
general, además de un comienzo a una edad más temprana (Boney-
McCoy y Finkelhor, 1995; Lizardi, Klein, Crosby, Riso, Anderson
y Donaldson, 1995) Asimismo, se ha encontrado tasas mucho más
altas (50%) de conductas de automutilación (Salter, 1995).
Las investigaciones que reportan los efectos del abuso en los
niños, niñas y adolescentes han encontrado el evento traumático
asociado a problemas de relación interpersonal, depresión, idea-
ción y conducta suicida, ansiedad, problemas sexuales, experien-
cias disociativas, menor autoestima, estrés postraumático, menor
competencia social, mayor agresividad, desconfianza, aneste-
sia emocional, ira y conducta sexual inapropiada para la edad,
conducta antisocial, embarazo, promiscuidad y tendencia a vivir
experiencias de revictimización (Braun, 1989; Cheperon, J., 1994;
Cosentino, Meyer-Bahlburg, Alpert, Weinberg, Gaines, 1995;
Duarte y Cortés, 2000; Kendall-Tackett, Williams y Finkelhor,
1993; Niehoff, 1999; Sanders y Giolas, 1991; Saywitz, Mannarino,
Berliner y Cohen, 2000; Stone, 1989; Terr, 1990 y 1991).
Un punto a destacar es el de la revictimización. Se ha encon-
trado de manera repetida que víctimas de maltrato infantil tie-
nen más porcentaje de estar en relaciones adultas que las pueden
revictimizar. Se ha encontrado que las víctimas de abuso sexual
infantil tienen una probabilidad incrementada de ser violadas en
la adultez, así como tienen una probabilidad mucho más alta de
dedicarse a la prostitución (Van der Kolk, 1989). Estudios han
encontrado que hasta un 41% de niños y niñas abusados sexual-

141
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

mente tienen conductas autolesivas como golpearse la cabeza,


morderse, quemarse y cortarse. Finalmente, la literatura reporta
que un alto porcentaje de delincuentes con acciones destructivas
hacia los demás tenían historias de abuso sexual infantil. Así por
ejemplo, un estudio de catorce jóvenes homicidas condenados a
muerte en los Estados Unidos mostró que doce de ellos habían
sido abusados brutalmente y cinco habían sido sodomizados por
parientes (Van der Kolk, 1989).

Lo personal es político, replanteamientos

Los hallazgos citados en el apartado anterior contribuyen a vis-


lumbrar algunas de las preguntas que el trabajo con víctimas
de violencia le hace a la clínica tradicional. En primer lugar,
el énfasis que ha vuelto a tener el pensamiento sobre el trauma
en la clínica en general, y el psicoanálisis en particular, vuelve
a colocar sobre el tapete el peso de condiciones externas en la
etiología del malestar (Kemper, 1992). Asimismo, los malesta-
res y sufrimientos que surgen a raíz del abuso son consecuencia
directa de los daños infligidos por otros. La relación opresiva en
que un abusador se aprovecha de un lugar de poder para someter
al otro es un elemento clave en los efectos en el desarrollo que
genera este tipo de trauma. Por ende, la comprensión etiológica
de los síntomas y su posterior tratamiento tiene que responder
a los efectos de la situación de desamparo. Esto hace que la
reflexión de la distribución de poder dentro de las relaciones
humanas entre a ser un factor central en la comprensión e inter-
vención clínica. Es decir, coloca lo político en el centro de las
consideraciones clínicas.
En primer lugar, las investigaciones sobre trauma, como se
vio en la sección anterior, evidenciaron ampliamente la existen-

142
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

cia de muchos más casos de violencia intrafamiliar de lo que


los especialistas habían querido reconocer. En segundo lugar,
ilustraron de manera contundente su peso en la producción de
síntomas y malestar. Debajo de muchos cuadros clínicos, apare-
cieron historias de violencia que habían pasado desapercibidas
y desatendidas. La violencia no había sido considerada como un
tema relevante dentro de la formación clínica tradicional. Ahora
se ha visto como un tema urgente.
Una vez en el escenario, la consideración del peso etiológi-
co de las relaciones violentas comienza a interrogar las concep-
ciones tradicionales de la clínica en más de un sentido. Quizás
el punto más importante es que las teorías principales surgieron
a partir de la tradición médica y por ende la búsqueda de la raíz
de los trastornos suele dirigirse a factores internos: predispo-
siciones constitucionales, factores en el desarrollo, desarreglos
neurobiológicos, etc. Si bien los elementos ambientales nunca
han sido descartados, su análisis ha sido en el ámbito indivi-
dual. Así por ejemplo, en la teoría freudiana la neurosis de gue-
rra surge luego de que una vivencia externa dispara conflictos
más tempranos que remiten a la constitución psíquica previa del
individuo. Con este tipo de razonamientos el peso de la guerra
es en alguna medida minimizada y la mirada se dirige a aspectos
constitucionales, individuales.
La tradición médica se hermana aquí con el impacto
emocional que genera trabajar con víctimas de circunstancias
violentas. El sufrimiento que albergan veteranos de guerra, refu-
giados, perseguidos políticos, víctimas de violación, de abuso
sexual o de maltrato suele ser tan agudo y crónico, los relatos
de las vivencias traumáticas pueden llegar a ser tan espantosas
que se vuelven amenazantes para aquellos que intentan escuchar
estas historias. Se ha descrito cómo las personas bien intencio-
nadas que saben de estos eventos a menudo utilizan la “hipótesis

143
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

del mundo justo” para intentar defenderse de la angustia que le


genera la posibilidad de que puedan ocurrir eventos horroro-
sos. Esta hipótesis del mundo justo, descrita por los psicólogos
sociales como la presunción defensiva de que las consecuencias
en el mundo están distribuidas de manera equitativa y justa, hace
a menudo que las personas les pregunten a las víctimas: “¿Y qué
habrás hecho tú para provocar ese tipo de violencia?”. Es difí-
cil para aquel que no ha vivido experiencias extremas tolerar la
posibilidad de que en ocasiones la crueldad puede ser dirigida a
personas inocentes (Bar-On, 1999). Este tipo de razonamientos
de nuevo saca la mirada de los elementos contextuales que pro-
vocaron la violencia y la dirigen hacia la víctima, responsabili-
zando a esta por los hechos sufridos.
Michael White (1995), psicoterapeuta de familia, hace una
crítica aguda al uso de teorías que atribuyen a causas internas
el origen de la victimización y lo aplica al trabajo con mujeres
víctimas de violencia en el hogar. Él escribe:
Toda esta psicologización de la experiencia personal y todos estos aná-
lisis formales son profundamente conservadores. Invariablemente, pato-
logizan las vidas de las personas que han sido sometidas al abuso y, al
hacerlo, desvían la atención de los aspectos políticos de la situación...
Las interpretaciones patologizantes alientan a las mujeres a hacerse
responsables del abuso que los hombres perpetran. Estas interpretaciones
alientan a las mujeres a continuar con relaciones en las cuales están sien-
do sometidas a violencia por los hombres. Las interpretaciones de esta
clase están al servicio del mantenimiento del status quo (p. 97).

El trabajo con víctimas de violencia, en cambio, comenzó a


dirigir la mirada a otros factores contextuales más amplios que
venían siendo descuidados. Así por ejemplo, las condiciones
sociales de desigualdad, las creencias culturales que colocan a
algunos subgrupos en desventaja, las distintas maneras de ejer-
cer el poder, comienzan a aparecer como factores importantes a

144
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

tomar en cuenta para comprender las dinámicas de las relacio-


nes abusivas.
De nuevo, el movimiento feminista ha tenido un papel
clave en la revisión de estas comprensiones. La reflexión de
las condiciones generales de desigualdad que han afectado la
vida de las mujeres en la mayoría de las sociedades contempo-
ráneas guió la discusión hacia los factores históricos, políticos
y sociales que han contribuido a esa subyugación. En el marco
de la violencia doméstica, se comenzó a ver que el abuso no se
explica por la presencia de un hombre sádico y una mujer maso-
quista. La cantidad de situaciones de violencia en el hogar no
parecían confirmarlo y el análisis detallado de cada uno de los
casos lo descartó. Más bien otras variables, como el machismo y
la organización patriarcal, empezaron a evidenciar su peso en la
construcción de relaciones íntimas desiguales desde un primer
momento y propicias para la aparición de estrategias de dominio
en la que la violencia es solo una de ellas.
La ilustración más aguda del giro del pensamiento clínico
en esta dirección se la escuché a la especialista costarricense
en violencia basada en género, Cecilia Claramundt. Duran-
te un congreso en Ciudad de México un psiquiatra, asistente a
uno de los talleres, emplazó a Cecilia argumentando que en su
experiencia psicoterapéutica todas las mujeres que estaban en
relaciones violentas tenían un sustrato masoquista que las hacía
continuar en la relación. Cecilia le contestó diciendo que si en
verdad la alta prevalencia en la sociedad mexicana de situacio-
nes de violencia intrafamiliar se debía exclusivamente a la pre-
sencia de factores intrapsíquicos como el masoquismo de las
mujeres, entonces parecía lógico suponer que las circunstancias de
las culturas indígenas americanas que por cientos de años fue-
ron sometidas a relaciones de abuso, esclavitud y violencia ante
el dominio español, también se debía poder explicar por la pre-

145
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

sencia de cantidades enormes de masoquismo en estas etnias. La


reacción a este argumento ilustra con claridad que si obviamos
los factores históricos, económicos, culturales y de distribución
del poder dentro de las sociedades y en cambio enfatizamos
factores psicológicos individuales, corremos el riesgo de sim-
plemente etiquetar a aquellas personas que viven situaciones
de opresión. La clínica de la violencia intenta incorporar las
dimensiones sociales en la comprensión y luego tratamiento de
estos casos.
Las teorías sistémicas de terapia familiar, aun cuando
incorporan una mirada contextual, también han sido criticadas
en su manejo de las situaciones del incesto y la violencia dentro
del hogar. La lógica sistémica que ubica en todos los miembros
la responsabilidad de las dinámicas, oscurece el diferencial de
poder y las estrategias de control, sometimiento y secreto que
utilizan los agresores. La responsabilidad del victimario queda
aquí difuminada entre la comprensión de la disfuncionalidad
familiar (Briceño, 2005).
Para la mayoría de los autores que trabajan en el área, la
consideración de la organización patriarcal, las creencias de las
expectativas de cada género, los efectos de la pobreza son fac-
tores esenciales a tomar en cuenta para poder ayudar (Jukes,
1999). La inclusión del análisis de la distribución del poder en
las relaciones de la persona que estamos atendiendo en psico-
terapia, introduce el elemento político en las consideraciones
clínicas y permite que nuestra mirada trascienda los modelos
exclusivamente intrapsíquicos. No implica el abandono de las
consideraciones sobre la personalidad, el desarrollo, los conflic-
tos particulares de la persona atendida, sino más bien permite
enlazar estas dimensiones con su ubicación en las relaciones
sociales. Nos permite ver cómo, si atendemos a alguien que está
sufriendo una situación de opresión (pongamos como ejemplo la

146
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

esclavitud), podemos ayudarla a aliviar los síntomas de males-


tar, pero se hace transparente que una labor de ayuda que pre-
tenda consolidar el bienestar y el crecimiento de esa persona no
puede dejar de ver que mientras continúe la situación de escla-
vitud, el sufrimiento va a continuar de una manera u otra. Una
crítica que va aún más allá dirá que atender solo la dimensión
individual de esta persona, contribuirá a naturalizar la condición
de esclavitud, a hacerla pasar desapercibida, a invisibilizar los
condicionamientos sociales que están produciendo malestar, a
hacer que el individuo tenga que cargar solo con la responsabi-
lidad de mejorarse de los síntomas causados por fuerzas que no
están a su alcance inmediato.
Michael White ha incorporado la influencia de Foucault en
su práctica terapéutica. Se sabe que fue Foucault quien estu-
dió las prácticas de poder que están solapadas en las relaciones
sociales cara a cara y en instituciones como la médica White
(1993) escribe:
Foucault nos expuso las operaciones de poder que se llevan a cabo a
nivel micro y en la periferia de la sociedad: en las clínicas, prisiones,
familias, etc. Según él, es en estas localidades que las prácticas de po-
der son perfeccionadas; es gracias a ellas que las prácticas de poder
pueden lograr sus efectos globales. Y argumentó, que es en estos luga-
res particulares en que las prácticas de poder se hacen más evidentes...
Así pues, argumentó que los esfuerzos para transformar las relaciones
de poder en una sociedad deben atender estas prácticas de poder en el
nivel local –en el nivel de las prácticas sociales cotidianas automáticas
que pasan desapercibidas (p. 50).

White toma esta invitación y la trata de incorporar a su


práctica terapéutica. Pero más allá de la incorporación explí-
cita de White, veamos la transformación que han implicado
estas consideraciones para todo el trabajo clínico con víctimas
de violencia.

147
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

En primer lugar, la comprensión del peso etiológico de la


violencia en muchos de los cuadros clínicos que buscan ayuda
ha llevado a incorporar a la exploración sistemática de la pre-
sencia de violencia en la vida de los consultantes dentro de la
evaluación clínica de rutina. Aun cuando muchos especialistas
todavía se resisten a preguntar directamente sobre la presencia
de episodios de abuso sexual o violencia comunitaria o familiar
en las vidas de las personas que atienden, se ha hecho mucho
más común hacer estas preguntas en muchos de los cuadros que
tienden a presentar altos índices de violencia en sus historias
como los trastornos disociativos graves, los trastornos alimen-
tarios, la farmacodependencia y el alcoholismo, los trastornos
limítrofes e histriónicos de la personalidad, trastornos de control
impulsivo, trastornos oposicionistas-desafiantes, los trastornos
antisociales de la personalidad y cualquier cuadro que presen-
ta conductas impulsivas autodestructivas, como por ejemplo la
automutilación. Algunas investigaciones han demostrado cómo
la exploración de la presencia de violencia en la vida de las
personas en una primera entrevista clínica aumenta de manera
significativa el reporte de vivencias traumáticas de los consul-
tantes. En una investigación realizada en Venezuela, la inclusión
de cuatro preguntas que exploraban sistemáticamente la violen-
cia, durante las entrevistas de triaje de mujeres que asistían a
consulta externa subió el número de detecciones de situaciones
de violencia a 38%, comparada con solo 7% cuando la detec-
ción se dejaba a criterio de cada profesional (Guedes, Stevens,
Helzner y Medina, 2002). Asimismo, sabemos que si no se les
pregunta directamente a las personas que asisten a la consul-
ta por estos eventos, muchos no lo traerán espontáneamente, a
pesar de que luego expresen que tenían deseos de hablar de esos
episodios. Las experiencias de abuso y maltrato a menudo son
tan vergonzosas para aquellos que la padecieron y las relaciones

148
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

abusivas de poder a la que estuvieron sometidas marcaron tanto


el silencio, que aun en una consulta psicoterapéutica no la trae-
rán a la exploración a menos que se abra espacio para hacerlo.
Pero además de la exploración, el trabajo con la violencia
ha permitido desarrollar y ampliar nuestra capacidad de realizar
intervenciones en crisis y resolver situaciones agudas de riesgo.
Existen ya numerosos protocolos que guían la toma de decisión
de intervención en crisis cuando detectamos que alguien está
siendo objeto de maltrato y abuso en el presente. Así como la
atención al riesgo suicida ha permitido el desarrollo de estrate-
gias sencillas pero contundentes para disminuir su probabilidad
de ocurrencia y ganar tiempo para poder atender el sufrimiento de
la persona, se han desarrollado más recientemente estrategias
para ayudar a disminuir el riesgo de lesión grave o muerte en el
caso de niños, niñas o adultos que están atravesando situaciones
de violencia extrema en sus vidas domésticas. El propósito de
este escrito, por supuesto, no es presentar las herramientas clíni-
cas para evaluar el nivel de riesgo y para intervenir en la crisis,
sino mostrar cómo estas operaciones evidencian una evolución
de nuestra área que ha incorporado algunos replanteamientos de la
clínica de la violencia al repertorio básico de cualquier clínico,
independientemente de su postura. Los protocolos de atención
en crisis en situaciones de violencia responden a una noción
básica, que es que si nos encontramos ante una persona que está
atravesando una batalla campal, la función clínica no es inter-
pretarle los síntomas, ni favorecer el insight de sus característi-
cas personales que hayan o no podido contribuir a terminar en
una situación vulnerable, sino que la función clínica es realizar
aquellas acciones que ayuden a sacar a esa persona de la batalla
lo antes posible.
Esto nos conduce a uno de los puntos centrales y quizás
más controversiales que introduce el trabajo con víctimas de

149
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

violencia, que tiene que ver con la toma de posición. Cuan-


do un terapeuta evalúa que hay una situación de riesgo con-
siderable y toma medidas concretas para intentar disminuir
ese riesgo, el terapeuta está tomando posición con respecto
al fenómeno de la violencia. En otras palabras, no está siendo
neutral, no se está quedando al margen, dejando que los acto-
res involucrados en la situación decidan exclusivamente por
ellos, mientras el terapeuta escucha atentamente y ofrece un
espacio de elaboración. No, el terapeuta está incluyendo su
voz dentro de la discusión, está ofreciendo su perspectiva y en
ocasiones, sus acciones directas, para intentar detener la situa-
ción de abuso. Esto es visto como problemático por muchos
terapeutas. Cuando la situación implica riesgo suicida, no hay
mucha controversia, se toman posiciones concretas con respec-
to a la preservación de la vida1. Sin embargo, cuando la situa-
ción es de violencia, siempre hay un victimario involucrado y
las acciones del terapeuta conducen de alguna manera a influir
en la relación. Nada más utilizar el rótulo de víctima genera
toda una lectura de la interacción. Es una palabra ciertamen-
te problemática, podría ser entendida como una interpretación
que debilita, que hace ver a la persona como pasiva (a diferen-
cia de otras como sobreviviente, por ejemplo). Sin embargo, la
palabra “víctima” también enfatiza la distribución de poder en la
lectura del fenómeno, implica que hay una parte de la relación
que tiene menos poder y está más desamparada ante las acciones
de otro más poderoso. Hay terapeutas que temen sentir que
están emitiendo juicios y, mucho más, tomando posición ante
situaciones.

1 Aunque sabemos que aún esta situación tiene múltiples dilemas y controversias
éticas, que son más complejas que lo que la práctica habitual de atención a estas emer-
gencias devela. Como por ejemplo, los dilemas con respecto al suicidio asistido
médicamente han sido puestos sobre el tapete.

150
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Los clínicos que trabajan en el área de violencia han venido


sosteniendo que no hay manera de no jugar un papel dentro de las
relaciones de poder de las vidas con las personas que trabajamos.
Aun el ejercicio pasivo, que intenta no tomar posición ante las
circunstancias relacionales de las personas que acuden a consul-
ta, influye en el devenir de esas relaciones y tienen un peso en la
distribución de poder. Cuando hay una situación desnivelada el
silencio del terapeuta contribuye a mantener inalterado ese des-
balance y por ende apoya los fines del victimario. El terapeuta
pasa a ser uno más de los testigos silentes. Si además medica o
interpreta las supuestas causas que contribuyen al lugar en que se
encuentra la víctima, entonces la explicación del desnivel pasa
a ser atribuido también a aquel que la está padeciendo. El silen-
cio de los médicos, maestros, psicólogos, trabajadores sociales,
que han pasado por las vidas de los niños, niñas y adultos que
están sometidos a situaciones de opresión, ha sido considerada
como una de las causas principales para el mantenimiento de las
situaciones de violencia intrafamiliar. El opresor busca silenciar
los actos brutales del abuso, para ello seduce, promete, amenaza
y chantajea a la víctima. El secreto se convierte en una de las
herramientas principales que utiliza el victimario para mantener
su control. Si el profesional que tiene la oportunidad de develar la
situación de violencia se mantiene en una postura “neutral” y no
devela lo que está ocurriendo, contribuye de esta forma a conso-
lidar el silencio y a dejar a la víctima aislada de las instituciones
sociales que pudieran ofrecer apoyo.
El psiquiatra chileno Jorge Barudy, quien ha trabajado
extensamente con víctimas de violencia política y de violencia
familiar, escribe:
La existencia de verdugos y víctimas no explica por sí sola la existencia
de la violencia organizada; se requieren los terceros, los otros. Estos son

151
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

los cómplices directos nacionales y/o transnacionales así como los cóm-
plices indirectos, los que por miedo o comodidad apoyan a los verdugos
y a sus instigadores...
(...) Los terceros, que participan del proceso del maltrato infantil
son los demás miembros de la familia, así como los miembros del en-
torno social, incapaces de brindar protección a las víctimas puesto que,
para ellos, el hecho que un padre o una madre torture, descuide o abuse
sexualmente a sus hijos es parte de una violencia impensable o, simple-
mente, no quieren comprometerse por temor o para evitarse problemas
o, lo que es peor, por complicidad y/o concordancia ideológica con los
perpetradores. Entre estos terceros co-productores del maltrato existen
todavía muchos médicos, psicólogos, profesores, magistrados, asistentes
sociales, etc., que minimizan o niegan la existencia de los malos tratos
y/o no son capaces de establecer la relación entre los signos de sufri-
miento y los trastornos conductuales de niños y niñas con la posibilidad
que sean víctimas de la violencia de los adultos que los cuidan. Algunos
profesionales son a menudo prisioneros de sus modelos teóricos y sus
roles, y necesitan ser ayudados a sensibilizarse a la existencia de este
drama. Para otros es mucho más difícil acceder al reconocimiento de este
drama porque protegen una imagen idealizada de los padres y la familia,
o simplemente subordinan su reflexión ética a sistemas de creencias au-
toritarias, patriarcales y/o adultistas (2000, p. 24).

Es aquí también donde la influencia de la modernidad en el


origen de nuestra ciencia se hace evidente. Los ideales apolíticos
y objetivos de la ciencia de comienzos de siglo xx empujaron
a pensadores como Freud a mantenerse en silencio con respec-
to a atrocidades como el holocausto. Pensaban que sus postu-
ras pertenecían exclusivamente al ámbito privado y que nada
tenían que ver con el ejercicio de su oficio. Que podían desligar,
separar las consideraciones sociales, económicas y políticas de
su práctica. Nunca se plantearon que su silencio, en sí mismo,
representaba un acto político. Que no había manera de escapar
de la historia y los dilemas sociales. Este tipo de razonamientos,

152
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

como hemos visto ya, han sido una y otra vez perjudiciales para
las personas sometidas al horror de la persecución política, la
guerra, las redes de explotación sexual y la opresión del maltra-
to dentro del hogar.
Finalmente, la introducción de las consideraciones en torno
a la distribución de poder en la vida de las personas atendidas ha
abierto también la puerta para tomar en cuenta las dinámicas del
poder en la relación terapéutica. La relación terapéutica de nuevo
coloca al consultante en una situación de menos poder ante un
profesional que ofrece una experticia y una palabra socialmente
validada, con un contrato de relación construido sobre las bases
de los términos que propone el profesional. Esto se vuelve un
reto cuando trabajamos con personas que han sido abusadas y
maltratadas. La persona que ha vivido situaciones de maltrato
infantil estuvo sometida a adultos que supuestamente ocupaban
el lugar del cuidador y que se aprovecharon de esa posición para
cometer los abusos. Esas figuras tempranas, con frecuencia tam-
bién ofrecieron en algunas ocasiones afecto, consuelo y apoyo,
por lo que son figuras de apego complejas y confusas para las
personas que sobreviven a la victimización. El establecimien-
to de una relación terapéutica con un profesional que prome-
te ofrecer un lugar privado, contenedor, protegido para poder
conversar sobre los afectos más íntimos, somete al consultante
de nuevo al riesgo de volver a ver su confianza traicionada, o de
tener que lidiar con la ambivalencia de una parte que ansía una
relación de apoyo protectora y otra que le aterroriza volver a ser
abusado por personas que debían ofrecer protección.
Efectivamente, la relación terapéutica vuelve a colocar a
la persona que solicita ayuda en una situación potencialmen-
te peligrosa. Lamentablemente, los psicoterapeutas no están
exentos de poder ser abusadores (Masson, 1997). Tan es así que
investigaciones empíricas han confirmado que las personas abu-

153
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

sadas sexualmente en su infancia tienen un riesgo incrementado


de ser revictimizados por sus psicoterapeutas. Un investigador
encontró que de una muestra de noventa y nueve sobrevivientes
de abuso sexual infantil, veintisiete habían sido luego abusados
por sus terapeutas, lo que coincide con otra investigación que
encontró un 30% de sobrevivientes de abuso sexual revictimiza-
dos (Gil, 1988 y Young 1983, c.p. Salter, 1995).
La literatura clínica ha advertido clásicamente sobre las difi-
cultades y los riesgos que entraña el lugar de poder que ocupa el
terapeuta. Sabemos que Freud se percató tempranamente sobre
la posibilidad de sugestionar e influir sobre los juicios de la per-
sona tratada, aprovechándose de la confianza y el afecto que
esta deposita en el médico tratante. Freud discutió abiertamente
los dilemas surgidos entre la tarea de intentar cuidar a la persona
que acudía a su ayuda y la de respetar su libertad de elección e
intentó darle una respuesta sensible. Así por ejemplo en “Los
caminos de la terapia psicoanalítica” (1919) escribe:
Por nuestra parte, rehusamos decididamente adueñarnos del paciente
que se pone en nuestras manos y estructurar su destino, imponerle nues-
tros ideales y formarle, con orgullo creador, a nuestra imagen y seme-
janza. Mi opinión continúa siendo hoy contraria a semejante conducta,
que, además de transgredir los límites de la actuación médica, carece de
toda utilidad para la obtención de nuestro fin terapéutico. Personalmen-
te he podido auxiliar con toda eficacia a sujetos con los que no me unía
comunidad alguna de raza, educación, posición social o principios, sin
perturbar para nada su idiosincrasia. De todos modos, al desarrollarse
la discusión antes citada, experimenté la impresión de que el analista
que llevaba la voz de nuestro grupo –creo que era E. Jones– procedía
con demasiada intransigencia. No podemos evitar encargarnos también
de pacientes completamente inermes ante la vida, en cuyo tratamiento
habremos de agregar al influjo analítico una influencia educadora, y
también con los demás surgirán alguna vez ocasiones en las que nos ve-
remos obligados a actuar como consejeros y educadores. Pero en estos

154
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

casos habremos de actuar siempre con máxima prudencia, tendiendo a


desarrollar y robustecer la personalidad del paciente en lugar de impo-
nerle las directrices de la nuestra propia (p. 2460).

Este texto sigue siendo lúcido con respecto al tema del


poder del terapeuta, además de que muestra a un investigador
intentando ser cuidadoso y respetuoso de las diferencias de las
personas que acuden a su consulta. Quizás muestra cierta inge-
nuidad moderna al suponer que el origen étnico, educativo y
social de las personas con que trabajó no influyó para nada en
la relación de ayuda, y que si bien su trato era deliberadamente
respetuoso hacia las diferencias, sin duda incluyeron el sello
inevitable de provenir de un hombre, intelectual, europeo, admi-
rador de la Ilustración y de origen judío, que muy bien pudo
haber tenido alguna influencia en la vida, las idiosincrasias aje-
nas y la relación psicoterapéutica.
Otros autores han subrayado los aspectos problemáticos del
lugar de poder del terapeuta. Las tácticas de poder de Jesucristo
de Jay Haley (1969) y Poder y destructividad en psicoterapia de
Adolf Guggenbhül Craig (1974), son dos de los textos clásicos
más brillantes sobre el tema. Ambos demuestran, a su manera,
que ni la regla de abstinencia, ni las mejores intenciones del
terapeuta, bastan para asegurar que la relación evite la manipu-
lación y la imposición de la visión de la realidad que sostiene la
teoría del especialista.
El trabajo con sobrevivientes de situaciones de abuso vuel-
ve a colocar en el estrado el tema del poder del terapeuta. Pro-
blematiza el lugar de este, ilumina algunos aspectos sutiles de
la relación de ayuda. Algunos autores han logrado ilustrar agu-
damente cómo el poder se transmite e impone la mayoría de las
veces a través de gestos culturalmente casi imperceptibles (Hiri-
goyen, 1999). El uso del silencio, la distribución de los muebles

155
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

en la oficina, el tono de la comunicación, las argumentaciones


que recurren a fuentes validadas, los títulos en la pared, el atuen-
do del profesional, tienen también una influencia en el desarro-
llo de la relación de ayuda. Sandor Ferenczi escribió en 1933:
La situación analítica, esa fría reserva, la hipocresía profesional y la antipa-
tía hacia el paciente que se disimula tras ella, y que el paciente siente en
todos sus miembros, no difieren esencialmente del estado de cosas que,
en otro tiempo, es decir, en la infancia, le hicieron enfermar. El silencio del
psicoanalista es como un eco de la negativa de comunicación por parte
del perverso y trae consigo una victimización secundaria (p. 159).

Si suponemos que las consecuencias que carga la persona


que ha sido víctima de relaciones violentas en su vida íntima,
además de provenir del maltrato explícito, provienen de haber
estado sometida a las exigencias y directrices de otro más pode-
roso que utilizó estrategias de poder para mantener el control de
la relación, entonces se hace evidente que la relación terapéu-
tica, si va a brindar ayuda, debe servir a la persona para cons-
truir relaciones donde no se niegue o minimice las diferencias,
sino que se las pueda reconocer y elaborar, en las cuales pueda
defender su cuota de participación, colocar libremente los lími-
tes que desea y lograr negociar los aspectos significativos de
ese intercambio. La psicoterapia debería ser un camino hacia la
independencia, la confianza y la autonomía para personas que
han sido sometidas a relación de control arbitrario y, en ocasio-
nes, totalitario. Herman (1997) escribe:
Ninguna intervención que le reste poder al sobreviviente puede posible-
mente colaborar con su recuperación, sin importar qué tanto parece ha-
cerse en función del bienestar inmediato de la persona (p. 133).

El terapeuta que trabaja con la violencia entonces no inten-


ta evadir el tema del poder que le confiere su lugar como espe-
cialista. No intenta actuar como si pudiese evitar esa cuota de

156
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

poder y administrarla “neutralmente”. Más bien reconoce esa


cuota de poder e intenta hacerla lo más transparente posible para
la persona que está atendiendo, invitándola activamente a opinar
y a negociar todos los aspectos que puedan ser significativos
para el otro2. Swartz (2005), quien ha estudiado la influencia
de las diferencias de poder de la sociedad en la relación psico-
terapéutica en un país con un pasado traumático como los es
Sudáfrica, acota que a menudo los restos traumáticos de esas
diferencias de poder se captan en lo no-dicho, lo silenciado.
Para ilustrar con un ejemplo bien concreto, la distancia entre
las sillas en que se sientan el terapeuta y el consultante puede
ser negociada. Un terapeuta atento a la desconfianza y miedo
que tiene una persona con una historia traumática provenien-
te de una relación de explotación puede preguntarle si prefiere
dejar la puerta del consultorio abierta mientras conversan y si la
distancia física entre las sillas es suficiente para sentirse cómo-
do. Fíjense cómo el terapeuta atento no solo atiende y regis-
tra la posible incomodidad en la postura física y los gestos de
la persona que asiste a consulta, sino que activamente la invita
a hablar sobre los aspectos formales de la relación de ayuda
y está abierto a la negociación de los aspectos que pueden ser
importantes para el consultante. Esto ayuda a la persona a ir

2 En palabras de Michael White (1995): “En el contexto de la terapia hay una rela-
ción de poder que no puede ser suprimida, independientemente del nivel de com-
promiso que podamos tener con las prácticas igualitarias. Si bien son muchas las
etapas que podemos recorrer para hacer más igualitaria la interacción terapéuti-
ca, si creemos que podemos arribar a un punto en el que podemos interactuar con
las personas que buscan nuestra ayuda de una manera que está totalmente fuera
de toda relación de poder, entonces transitamos terreno peligroso. Esa creencia
nos permitirá eludir las responsabilidades éticas y morales que nosotros tenemos
hacia esas personas que buscan nuestra ayuda pero que ellas no tienen hacia
nosotros. Y no creo que debamos permitirnos perder de vista todo eso. Hacerlo
serviría para abrir la posibilidad del abuso y la explotación de las personas que
buscan nuestra ayuda” (p. 170).

157
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

desarrollando la noción de que puede tener algún control sobre


las relaciones humanas, además de comunicarle de entrada que
el especialista está abierto a escuchar y negociar el trabajo
que se va a realizar. El terapeuta que trabaja con personas que
han tenido que enfrentar violencia trata de mantenerse conscien-
te del poder que le otorga la relación e intenta hacer un uso
consciente y reflexivo del mismo, mientras intenta activamen-
te de negociarlo con el otro. La inclusión de este elemento en
la relación terapéutica busca no solo construir cuidadosamente
un espacio de confianza en que la persona traumatizada pueda
establecer una relación con alguien que le permita explorar su
mundo interno, sino que simultáneamente apunta a generar el
efecto (¿podremos llamarlo en el funcionamiento político?) de
invitar a la persona a expresar sus impresiones, sus necesidades
y sus límites en las relaciones humanas.
Algunos autores van aún más lejos. Herman (1997) opina
que no existe la posibilidad de desarrollar una atención clíni-
ca efectiva si no se entrelaza con movimientos políticos que
busquen atender las situaciones de desigualdad en la sociedad
que contribuyen a producir estos escenarios. Solo en conexión
con un movimiento político global que defienda los derechos
humanos, afirma Herman, podremos sostener la posibilidad
de testimoniar eventos inefables. Esta posición es herencia del
movimiento feminista y es defendida por numerosos terapeutas.
En Venezuela conozco de un centro que ha intentado desarro-
llarse por esta vía. La Unidad de Atención a Víctimas de Vio-
lencia Basada en Género de la ONG Plafam ha construido un
centro de consulta externa para mujeres que están atravesan-
do situaciones de violencia en sus hogares y paralelamente ha
desarrollado actividades de participación política que incluyen
la asesoría legal a víctimas de violencia, el cabildeo en la Asam-
blea Nacional a favor de la creación de leyes que amparen a las

158
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

mujeres, colaboración en la discusión, redacción de esas leyes


y protestas públicas ante eventos nacionales que atentan contra
los derechos de las mujeres.
Una de las expresiones más originales de iniciativas que
conjugan la acción terapéutica con la organización política sur-
gió de la colaboración de un psiquiatra, Marius Romme, y una
de sus pacientes, Patsy Hage (Romme y Escher, 2000). Ellos
fundaron un movimiento llamado “Escuchando Voces” que
organiza a pacientes diagnosticados con esquizofrenia en gru-
pos de trabajo para retomar el control de sus vidas. El movi-
miento ha buscado repensar las atribuciones que la sociedad y
las instituciones de salud mental le adjudican a la esquizofrenia
y cómo estas con frecuencia asumen la cronicidad e imposibilidad
de recuperación de las personas que la sufren. Sobre la base de
numerosas investigaciones han retado las comprensiones tradi-
cionales de la experiencia alucinatoria y han construido una red
internacional de apoyo. Lo hacen a través de grupos de autoayu-
da en que los pacientes discuten, sin presencia de ningún profe-
sional, cómo ha hecho cada uno para lidiar y tratar de continuar
con sus vidas a pesar de estar sufriendo de síntomas psicóticos.
Asimismo, estos grupos buscan construir redes de apoyo con
recursos comunitarios (especialistas, hospitales, fuentes de tra-
bajo, centros educativos) que multipliquen la cantidad de perso-
nas sensibilizadas al problema y dispuestas a ofrecer apoyo para
ofrecer oportunidades de desarrollar a las personas que padecen
estos síntomas. Este movimiento ha recibido cierto reconoci-
miento formal: la Universidad Metropolitana de Manchester ha
organizado algunos encuentros de “Escuchadores de Voces” y
profesionales (Totton, 2000).
Estas iniciativas buscan, además de ofrecer alivio a los
malestares emocionales, proporcionar vías para la construcción
de autonomía y autodeterminación. A su vez, transforman el lugar

159
Psicoterapia con víctimas y sobrevivientes de violencia

del terapeuta, de aquel que, en un extremo se limita a aliviar sín-


tomas y atender los conflictos individuales, sin consciencia de los
determinantes contextuales relacionados, de aquel que, por otro
lado, busca favorecer la construcción de comunidades que puedan
repensar, reconstruir e influir en esos determinantes.
Estos últimos ejemplos muestran ya instancias en que la
psicoterapia se ha unido al activismo político. Eso no significa
que yo crea que una psicoterapia tiene que llegar a este tipo
de actividades para ser políticamente reflexiva y políticamente
eficaz. Estas actividades son una posibilidad que valdrá la pena
observar, estudiar y debatir sobre sus consecuencias. Sin embar-
go, mucho se puede hacer en paralelo, para entrelazar el desa-
rrollo personal con el desarrollo del contexto social y político
desde el más íntimo de los escenarios psicoterapéuticos, adop-
tando una visión reflexiva que tome en cuenta estos elementos.

160
CAPÍTULO V

Fundamentos posmodernos para una


psicoterapia políticamente reflexiva

En el capítulo II vimos cómo la psicoterapia, siendo un desarrollo


tecnológico proveniente de la psiquiatría y la psicología, heredó
las creencias, ideales y fundamentos del pensamiento moderno.
Cada una de las distintas versiones de psicoterapia importan las
concepciones del ser humano y las concepciones epistemoló-
gicas de las teorías que las sustentan. Aun cuando ha habido
numerosos esfuerzos por iluminar y discutir estas concepciones
subyacentes de las distintas corrientes psicoterapéuticas (García
de la Hoz, 2000; Kelly, 1966; Klimovsky, 1986; Rychlak, 1981),
no es frecuente que la formación clínica se detenga a examinar
y discutir estos fundamentos desde los que parte la práctica. Esa
desatención oscurece las creencias asumidas por el profesional
y dificultan la adopción de una mirada crítica.
Es curioso cómo la psicoterapia, que en muchos sentidos
puede ser considerada como una actividad centrada en la reflexión,
que busca propiciar intercambios que les permitan a las personas
regresar a sí mismas y comprender tanto intelectual como afecti-
vamente sus reacciones, preferencias, deseos, conflictos, temores,

161
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

etc., tenga a menudo tantas dificultades para verse a sí misma,


para reflexionar sobre sus propios fundamentos. A menudo los
psicoterapeutas, en la medida en que van adoptando una perspec-
tiva teórica, van teniendo mayores dificultades para ver los fun-
damentos (ontológicos, epistemológicos, metodológicos, éticos y
políticos), pasando estos mayormente desapercibidos.
En un artículo esclarecedor sobre la relación de la filosofía
de la ciencia con la psicoterapia, el autor Alvin Mahrer afirma:
Mi objetivo es defender la tesis de que, en el campo de la teoría, práctica
e investigación psicoterapéutica, las creencias fundacionales han estado y
continúan estando esencialmente escondidas, no especificadas, no explica-
das, bajo camuflaje y por ende, inmunizadas contra el estudio cuidadoso,
el análisis, el examen, el escrutinio, la explicación, el reto constructivo,
la posibilidad de mejorarlas, cambiarlas y desarrollarlas. (2000, p. 1118).

Más aún el autor afirma que estas creencias con frecuen-


cia son “contrabandeadas” en la terminología y las prácticas
clínicas. Asimismo, propone algunas preguntas para ayudar a
que cada practicante haga visibles y examine su propia serie de
creencias desde las cuales trabaja. A su vez, el psicoterapeuta y
filósofo de la ciencia, Joseph Rychlack (1981, 2000), ha reali-
zado una revisión extensa de las distintas teorías de la personali-
dad y psicoterapia, analizando los fundamentos epistemológicos
desde los cuales cada una de las distintas tradiciones parte para
organizar su discurso. Como herramienta conceptual que permi-
te ilustrar las diferencias entre las aproximaciones de tradición
positivista y las de tradición fenomenológica, propone lo que
él denomina el “modelo lockeano” y el “modelo kanteano” de
indagación. Algunas de sus ideas nutren la discusión siguiente.
Por otro lado, la estudiosa de distintas aproximaciones psico-
terapéuticas Harlene Anderson (1997) propone que las premisas
de todas las teorías psicoterapéuticas pueden ser estudiadas divi-
diéndolas en tres grandes categorías: de la posición del terapeuta,

162
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

del proceso psicoterapéutico y del sistema psicoterapéutico. En la


primera categoría se analizan: ¿Cuál considera la teoría que es el
rol del terapeuta? ¿Su intención? ¿Su responsabilidad? ¿En qué
consiste su experticia? ¿Cómo se describe y conceptualiza su rela-
ción con el consultante? En la segunda categoría se analiza lo que
ocurre en el proceso terapéutico: ¿Cuáles son los objetivos de la
relación? ¿Cómo se entiende el proceso de cambio? ¿Qué necesita
ocurrir para asegurar que ocurra el cambio? ¿Cuándo ha ocurrido
suficiente cambio? ¿Cómo se traslada lo que ocurre en el consulto-
rio a la vida de la persona? ¿Qué tipo de preguntas son considera-
das relevantes en la conversación? En la última categoría Anderson
examina quién o qué es considerado el foco del tratamiento y cómo
se define la membresía a la relación psicoterapéutica. Allí se hace
preguntas como: ¿El tratamiento es al individuo o a su familia? ¿El
sistema familiar incluye a otros? ¿Cuál es la relación del consultan-
te y el terapeuta con los contextos externos a la terapia? ¿Se incluye
o no al terapeuta en el foco del cambio?
La psicoterapia, nacida del pensamiento moderno, ofreció un
marco para responder a estas preguntas. Como se mencionó ante-
riormente, el terapeuta desde la perspectiva moderna tiende a
ser visto como un observador objetivo, que logra aplicar las ver-
dades provenientes de la ciencia y “descubrir” lo que está suce-
diendo en el paciente. Esta labor de descubrimiento se expresa
claramente a través de la famosa metáfora de Freud que asimila-
ba la labor del psicoanalista a la del arqueólogo. Aquí el analista
es un observador sistemático y perspicaz, que sobre la base de
los indicios fácticos que recopila, logra reconstruir una imagen
de lo que existió. Es decir, hace un descubrimiento de objetos
“reales” que existen en el “mundo psíquico”1. Esta concepción
1 Léase Construcciones en el análisis (1937): “Su trabajo de construcción o, si
se prefiere, de reconstrucción, se parece mucho a una excavación arqueológica
de una casa o de un antiguo edificio que han sido destruidos y enterrados. Los

163
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

de la ciencia, que considera que la realidad es única, tiene una


existencia independiente del observador que puede describirla
objetivamente y se expresa explícitamente en los escritos de
Freud, como por ejemplo en las “Nuevas lecciones introducto-
rias al psicoanálisis” (1933):

dos procesos son en realidad idénticos, excepto que el psicoanalista trabaja en


mejores condiciones y dispone de más material en cuanto que no trata con algo
destruido, sino con algo que todavía se halla vivo, y tal vez también por otra
razón. Pero así como el arqueólogo construye las paredes del edificio a partir de
los cimientos que han permanecido, determina el número y la situación de las
columnas a partir de las depresiones en el suelo y reconstruye las decoraciones y
pinturas murales partiendo de los restos encontrados en las ruinas, lo mismo hace
el psicoanalista cuando deduce sus conclusiones de los fragmentos de recuerdos,
de las asociaciones y de la conducta del sujeto. Los dos tienen un derecho inne-
gable a reconstruir, con métodos de suplementación y combinación, los restos
que sobreviven. También los dos están sujetos a comunes dificultades y fuentes
de error. Uno de los problemas más arduos que se presenta al arqueólogo es la
determinación de la antigüedad de sus hallazgos; y si un objeto aparece en algún
nivel o si ha sido llevado a él por algún trastorno posterior. Es fácil imaginar las
dudas correspondientes que surgen en el caso de las construcciones psicoanalí-
ticas. Como hemos dicho, el psicoanalista trabaja en condiciones más favorables
que el arqueólogo, puesto que dispone de un material que no tiene comparación
con el de las excavaciones; por ejemplo, de la repetición de reacciones que datan
de la infancia y todo lo que está indicado por la transferencia en conexión con
estas repeticiones. Pero además ha de tenerse en cuenta que el excavador trata
con objetos destruidos de los que se han perdido grandes e importantes frag-
mentos, por violencias mecánicas, por el fuego y por el pillaje. Ningún esfuerzo
los descubrirá ni los podrá unir con los restos que sobreviven. El único camino
que queda es el de reconstrucción, que por esta razón con frecuencia solo puede
alcanzar un cierto grado de probabilidad. Pero ocurre algo diferente con el objeto
psíquico cuya temprana historia intenta recuperar el psicoanalista. Aquí corrien-
temente nos encontramos en una situación que en la arqueología solo se presenta
en raras circunstancias, como las de Pompeya o las de la tumba de Tutankhamón.
Todo lo esencial está conservado; incluso las cosas que parecen completamente
olvidadas están presentes de alguna manera y en alguna parte y han quedado me-
ramente enterradas y hechas inaccesibles al sujeto. Realmente, como sabemos,
puede dudarse de si cualquier estructura psíquica puede ser víctima de una total
destrucción. solo depende de la técnica psicoanalítica el que tengamos el éxito de
llevar completamente a la luz lo que se halla oculto.”

164
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

El pensamiento científico (...) se esfuerza en mantener alejados los


factores individuales y las influencias afectivas; examina severamente
la garantía de las percepciones sensoriales en las que basa sus con-
clusiones; se procura nuevas percepciones imposibles de lograr con
los medios cotidianos, y aísla las condiciones de estas nuevas expe-
riencias en experimentos intencionadamente variados. Su aspiración
es alcanzar la coincidencia con la realidad; esto es, con aquello que
existe fuera e independientemente de nosotros y que, según nos lo ha
mostrado la experiencia, es decisivo para el cumplimiento o el fraca�
so de nuestros deseos. A esta coincidencia con el mundo exterior real
es a lo que llamamos verdad2. (1933/1983, p. 3198)
La concepción de realidad y de verdad que Freud propone
en estas líneas está claramente enmarcada en la tradición positi-
vista. Aun cuando podamos dudar seriamente de que haya luego
logrado desarrollar una propuesta verdaderamente positivista,
no queda mucha duda de que esa era su intención científica. El
analista entonces no debe estar influenciado por sus orígenes
étnicos, socioeconómicos ni políticos. Debe poder trascender la
mirada de su género, sus concepciones religiosas y sus preferen-
cias valorativas.
El concebir en estos términos la perspectiva del psicotera-
peuta conduce lógicamente a suponer que este tiene una mirada
privilegiada, más objetiva, más certera, sobre el mundo psíquico
de la persona en tratamiento. En reuniones clínicas he escucha-
do en distintos momentos (con desconcierto) a analistas inten-
tar calmar las angustias de los psicoterapeutas principiantes
diciéndoles que no se preocupen, porque al fin y al cabo ellos
saben más de lo que ocurre en el inconsciente del paciente que
el mismo paciente, al fin y al cabo, “¡ustedes son los especia-
listas!”. Stephen Mitchell (1993), psicoanalista norteamericano,
ilustra esta manera de pensar:
2 Cursivas son mías.

165
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

Como Charles Brenner (1987, p. 169) uno de los defensores contemporá-


neos más aguerridos de la teoría clásica escribió: “Obviamente la persona
que tiene la mejor oportunidad de comprender los conflictos del paciente
de manera correcta es el analista del paciente.” (¡No lo es el paciente!) El
analista así concebido le entrega estas verdades al paciente y éste, si es
capaz de considerarlas de manera abierta y sin resistencia, es transformado
por ellas... (p. 41)

Pero estas certidumbres sobre las Verdades descubiertas a


través de la psicoterapia se han visto problematizadas por varios
desarrollos. La posibilidad de un psicoanálisis anclado en el posi-
tivismo ha sido ampliamente revisada. En primer lugar, la mul-
tiplicidad de teorías alternativas que permiten enfocar y leer los
datos clínicos de tantas maneras distintas obligan a dudar sobre
la “veracidad” de los hallazgos del terapeuta. En segundo lugar,
la investigación empírica tradicional no ha llevado a la defensa
incuestionable de una aproximación teórica, aun cuando ha sido
inmensamente útil como insumo para repensar una serie de hipó-
tesis de trabajo. En tercer lugar, la revisión de los fundamentos
de la ciencia moderna ha impactado de lleno a la teorización psi-
coterapéutica y ha guiado a numerosos teóricos a incorporarse
a lo que Geertz (1973) denominó “el giro interpretativo”, de las
ciencias humanas (Bruner, 1990). En el psicoanálisis esto ha sido
expresado por autores como Schafer (1992), que expresa que la
concepción freudiana tradicional de una realidad externa al obser-
vador, capaz de ser conocida en su esencia, es ingenua y que la
teorización psicoanalítica parece más bien mostrar que solo pode-
mos acceder a distintas “versiones” de la realidad. En esta con-
cepción de ciencia, en palabras de Mitchell (1993): “La realidad
siempre está mediada por la narración” (p. 58).
Sin embargo, muchas de las creencias iniciales han queda-
do sembradas en el discurso psicológico. Una de las expresiones
más claras de la concepción moderna de la ciencia en el psicoa-

166
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

nálisis es la insistencia en una posición “neutral” del analista


como regla técnica fundamental3. La definición de la neutrali-
dad de uno de los textos clásicos (Diccionario de psicoanálisis,
Laplanche y Pontalis, 1994) muestra la incorporación de este
ideal científico del siglo xix a la construcción de esta disciplina.
Estos autores escriben:
El analista debe ser neutral en cuanto a los valores religiosos,
morales y sociales, es decir, no dirigir la cura en función de un
ideal cualquiera4 y abstenerse de todo consejo; neutral con res-
pecto a las manifestaciones transferenciales, lo que habitualmente
se expresa por la fórmula “no entrar en el juego del paciente”; por
último, neutral en cuanto al discurso del analizado, es decir, no
conceder a priori una importancia preferente, en virtud de prejui-
cios teóricos, a un determinado fragmento o a un determinado tipo
de significaciones (p. 256).
Esta “neutralidad” con frecuencia lleva a aconsejar al ana-
lista a no tomar posición ante dilemas éticos, políticos y sociales
en la vida de los consultantes. Solo recientemente se ha comen-
zado a considerar que intentar la “neutralidad” es, como vimos
en el capítulo anterior, un factor de riesgo para las personas que
acuden a consulta en situaciones de victimización y, en segundo
lugar, una quimera, ya que todo lo que hace o deja de hacer el
analista está inevitablemente atravesado por su posición teórica,
social y personal.
Posiciones psicoanalíticas que no se animan a repensar

3 Ver Coderch: “Freud y los científicos de su tiempo intentaban eliminar el factor


subjetivo en las investigaciones, y se afanaban por encontrar leyes universales que
lo explicaran todo de una manera objetiva, es decir, de una manera en que la pers-
pectiva particular de cada persona no interviniera para nada. La insistencia de
Freud en la neutralidad, abstinencia, anonimato, objetividad, etc., del analista era
una forma de subrayar esta rígida separación entre el observador y aquello que es
observado.” (2001, p. 33).
4 Cursivas son mías.

167
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

la aspiración a la neutralidad, como lo es el caso de Kernberg


(1998, 2004) por lo menos han reconocido que ante conflictos
políticos la posición neutral parece ser insostenible. Según la
opinión de este último autor y basado en las observaciones que
hizo en Chile en los años setenta ante los intensos debates polí-
ticos en la época de Allende y luego Pinochet, la neutralidad se
fundamenta en la suposición de que el analista y la persona que
acude a consulta comparten el mismo marco ideológico.
Ese supuesto acuerdo de Kernberg a menudo es más bien
la cuidadosa evitación de los conflictos políticos que a veces se
hace más fácil oscurecer, pero que en algunos momentos his-
tóricos se hacen tan evidentes que no hay manera de evitar. La
posición “neutral” podría ser peligrosa, porque frecuentemente
deriva en una posición conservadora que se alía con el estado
actual de las cosas, no favorece la aparición de miradas críticas
y alternativas a las condiciones imperantes, por ende, favorece
más a aquellos que detentan los lugares de mayor poder5.
A Frosh (2007), quien critica inicialmente cómo la neutra-
lidad puede fácilmente “convertirse en un tipo de no emisión
de juicios que automáticamente y hasta silenciosamente apoya
a las ideologías dominantes” (p. 29), sin embargo, le preocupa
que la transformación de la actitud neutral pueda convertirse en
el activismo inocente que hace al practicante inscribirse en cau-
sas que cree distinguir fácilmente como las correctas y que lle-
van al adoctrinamiento. Por lo cual intenta resolver los dilemas
políticos reinsertando la neutralidad como el deber “político de
5 Ante este peligro Kernberg (2004) recomienda que se preserve la “neutralidad”, pero
que al mismo tiempo se procure una actitud “no-convencional”. Qué cosas incluye o
no esa “no-convencionalidad”: desde la perspectiva de Kernberg queda vagamente
definido. Además, no parece registrar que la “no-convencionalidad” es claramente
una sugerencia moral que difícilmente pasa por “neutral”. Pareciera querer defender
una posición “neutral” conservadora y una “no-convencional” crítica al mismo tiem-
po. El problema aparece justo en el lugar donde el autor cree haberlo resuelto.

168
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

evitar distorsiones ideológicas y ver al mundo con claridad y


no tener miedo de hablar sobre lo que puede ser visto, particu-
larmente con respecto a la justicia y la injusticia, la verdad y su
supresión” (p. 35).
Pero esa “evitación de distorsiones ideológicas” o “clari-
dad” en palabras de Frosh o “coincidencia ideológica” de la que
parte Kernberg parece pasar rápidamente por encima una canti-
dad de elementos sociales bastante más complejos de jerarquías
de poder y posicionamientos dentro de la estructura social. La
claridad que recomienda Frosh parece inocente desde la misma
perspectiva psicoanalítica e imposible de imaginar desde la
perspectiva posmoderna en que el conocimiento viene inevita-
blemente desde una perspectiva. ¿Cómo asegura el analista que
está observando desde una posición que le permite distinguir
con “claridad” evitando “distorsiones ideológicas”?
La psicología, como se ha dicho, suele dirigir nuestra mira-
da hacia la ubicación de los problemas dentro del individuo y
por ende su resolución, en la cura o readaptación. En una cita
que hace Totton (2000) de Ann Kearney se expresa esto de la
siguiente forma:
Yo sugiero que los asesores, como todo el mundo, son seres políticos
con ideologías políticas (...) las cuales tienen consecuencias directas o
indirectas en sus clientes (...) El asesoramiento psicológico está infor-
mado por una serie de valores políticos y creencias que son parte de la
ideología política dominante de la sociedad en la cual ese asesoramiento
es practicado (Kearney, 1996).

Ella describe su asombro


(...) mientras leo o escucho a lo que claramente representa visiones polí-
ticas enmarcadas como formas no políticas. Cuando intentamos ser polí-
ticamente neutrales (...) terminamos siendo conservadores (en el sentido
de que no cuestionamos el statu quo) (p. 139).

169
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

Refiriéndonos al diálogo terapéutico individual, el terapeu-


ta, ya sea quedándose en silencio o interviniendo, influye en la
dirección de la conversación, subrayando y desestimando cier-
tos temas y contenidos. En palabras del psicoanalista Coderch,
inspirado en una revisión posmoderna del psicoanálisis:
(...) cada interpretación del analista dirige la atención del paciente en
una dirección precisa, dirección siempre enlazada con la personalidad
del analista y con las teorías con las que trabaja, y desanima la prosecu-
ción de otras direcciones y caminos que también serían posibles. Induda-
blemente el analista, al interpretar, invita al paciente a ver las cosas –la
situación de su mente, las relaciones entre ambos, etc.– de una manera
determinada por más que al mismo tiempo intente respetar en lo posible
su libertad, y esto no puede ser considerado como neutralidad. Frente a la
comunicación del analizado, como frente a cualquier fenómeno, siempre
son posibles diversas interpretaciones, y el hecho de elegir una entre ellas
también va en contra de nuestra neutralidad, por más que nos empeñe-
mos en ella (2001, p. 185).

Asimismo, afirma: “Perseguir la neutralidad en las relacio-


nes humanas es perseguir un espejismo.” (p. 182). A estas obser-
vaciones añaden Gergen y Warhus (2003) las consideraciones
de la imposibilidad de la neutralidad de cualquier intervención
humana:
Desde el punto de vista modernista-empírico la terapia no debería fun-
cionar como foro político, ideológico o ético. El buen terapeuta, como el
buen médico, debe observar atentamente lo que sucede, reflexionar cui-
dadosamente sobre lo que ha observado y no hacer juicios de valor. Sin
embargo, esta posición de neutralidad con respecto a los valores ha sido
criticada durante años. Szasz (1970), Laing (1967) y otros participantes
del movimiento antipsiquiátrico nos han creado consciencia sobre cómo
algunos terapeutas bien intencionados pueden contribuir a la opresión.
Conjuntamente con Foucault (1979), quien critica los efectos discipli-
narios de ciertas prácticas terapéuticas, analistas recientes han atacado

170
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

la manera en que ciertas terapias y categorías diagnósticas promueven el


sexismo, el racismo, el individualismo, la opresión de clases, etc. (Cushman,
1990; Hare-Mustin, 1994; James y MacKinnon, 1990). Desde el punto de
vista construccionista, una posición de neutralidad también tiene consecuen-
cias éticas y políticas (MacKinnon y Miller, 1987; Taggart, 1985). El trabajo
terapéutico necesariamente implica una forma de activismo político y social,
se reconozca o no. Y cualquier acto dentro de una sociedad crea su futuro,
para bien o para mal (2003, p. 23).

Marie Langer, quien se planteó estos dilemas políticos al


atravesar la Segunda Guerra Mundial y la dictadura en Argenti-
na, llegó a la misma conclusión escribiendo:
¿Y la neutralidad del analista? Ya no creemos en ella, como tiempo atrás
dejamos de creer en el “analista espejo”(...) Ellos entienden que aislarse
y prescindir del proceso histórico social, lejos de constituir una actitud
neutral (del analista) es un modo activo de tomar posición (1972, p. 265).

Sin embargo, ha existido desde sus comienzos una tensión


dentro de la práctica psicoterapéutica entre las premisas posi-
tivistas que sustentaban las principales aspiraciones científicas
y una actividad que obliga a los participantes a participar en el
mundo de la subjetividad y la interpretación. La psicoterapia
ofreció la oportunidad de comenzar a escuchar con detalle y
paciencia el mundo íntimo de la vida cotidiana. Freud abrió la
posibilidad de pensarnos de manera novedosa, de registrar durante
años las vidas privadas de las mujeres que atendió y la prolifera-
ción de la psicoterapia legitimó la indagación del mundo subjeti-
vo. La incomodidad de una técnica que aspira al reconocimiento
de la tradición científica moderna y un oficio insertado dentro de
la subjetividad, sometido a un intercambio interpretativo gene-
ró incomodidad en muchos de los teóricos principales. Freud
está claramente cruzado por una búsqueda heredada del roman-
ticismo (y que se evidencia en sus influencias literarias, como

171
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

Goethe) de las profundidades y las esencias del alma humana, y


una formación médica positivista que aspiraba al progreso a tra-
vés del descubrimiento de las leyes universales de la naturaleza.
Las revisiones críticas del positivismo comenzaron a abrir
espacio para repensar estos dilemas, especialmente con la intro-
ducción del pensamiento fenomenológico y existencialista en la
teorización clínica (May, Angel y Ellenberger, 1967; Zumbalawe,
1996). Sin embargo, hasta en los psicólogos que propusieron aproxi-
maciones fenomenológicas continuó observándose la tensión.
Asimismo, la investigación científica académica conservó
una distancia crítica de la práctica psicoterapéutica, frecuente-
mente evaluándola como poco científica, demasiado subjetiva,
demasiado influida por múltiples circunstancias locales, para
lograr extraer conclusiones objetivas. El terapeuta de familia
Marcelo Pakman escribe:
El terapeuta viciado por el pecado original de ser un actor social com-
prometido a responder a demandas de sus “clientes”, trató con frecuencia
de emular al investigador en su aspiración por acceder a esa posición de
“objetividad”, que por tanto tiempo fuera la garantía del rigor científico.
A pesar de ese intento de emulación, el mundo de la “investigación aca-
démica” suele mirar con desconfianza a ese fiel seguidor (en sus inten-
ciones) de los supuestos teóricos objetivistas que llegaba, sin embargo, al
laboratorio, manchado con el barro, la sangre y el fuego de la trinchera
clínica. La investigación pertenecía al mundo académico, más objetivo
e impersonal de las ciencias básicas: la intervención, pese a sus aspira-
ciones objetivistas, al campo encarnado, más subjetivo y personal de la
práctica social (1995, p. 360).

Las premisas ontológicas y epistemológicas del positivismo


siguen ocupando un lugar central en muchos de los esfuerzos
investigativos que se realiza actualmente en la psicoterapia. Más
aún el paquete de creencias fundacionales que proveen al ejer-
cicio científico siguen colándose en los razonamientos clínicos

172
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

de terapeutas que no se han tomado el tiempo para identificar


las premisas filosóficas desde las cuales ejercen su oficio. Sin
embargo, las revisiones posmodernas del pensamiento científico
han ido abriendo el camino para proponer fundamentos alterna-
tivos que permiten construir versiones distintas de los objetivos
y estrategias del quehacer psicoterapéutico.
Paulatinamente, a lo largo del siglo xx, numerosos pensa-
dores comenzaron a entender al psicoanálisis y otras expresio-
nes del pensamiento psicoterapéutico como un oficio anclado
en el lenguaje y por ende una corriente (o numerosas corrien-
tes) dedicada a la construcción de versiones interpretativas de
la realidad. Este giro implicó, por un lado, comenzar a conce-
bir las teorías no como un mapa que logra una correspondencia
fotográfica con la realidad, sino como una serie de herramien-
tas simbólicas y metafóricas que sirven para darle sentido a la
experiencia. Por el otro, se legitimó la posibilidad de contar con
versiones interpretativas alternativas de la realidad, cada una
con sus ventajas y desventajas, así como sus focos preferidos
de aplicación.
Concebir las teorías desde esta nueva perspectiva ha impli-
cado una serie de cambios importantes en la manera de enten-
der nuestro lugar como terapeuta, así como la naturaleza de la
relación psicoterapéutica y el cambio. El analista pasó de ser
concebido metafóricamente como un arqueólogo a comenzar a
ser caracterizado frecuentemente como un traductor. La relación
pasó de la de un experto indagador que hurga como Sherlock
Holmes entre las asociaciones libres dejadas en la escena del
crimen, a ser un hábil conversador que facilita, a través de un
diálogo construido entre las dos partes, la construcción de nuevas
perspectivas de reflexión. Estas nuevas perspectivas o narracio-
nes no “descubren” las verdaderas causas de la dinámica de la
personalidad, sino que ofrecen herramientas para explorar con

173
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

más libertad el pasado, tienden puentes desde el lenguaje para


reaprehender vivencias que no habían podido ser integradas y
construir opciones de vida menos constreñidas y más autónomas.
En palabras de uno de los revisionistas más lúcidos de las
aproximaciones modernas a la teorización psicoterapéutica,
Kenneth Gergen (1992), escribe:
Examinemos, por último, las implicaciones terapéuticas del posmodernis-
mo. Las prácticas terapéuticas tradicionales, regidas por el romanticismo
y el modernismo, situaban al terapeuta en el papel del experto que evalúa
el estado de la mente del individuo, discrimina sus represiones, conflictos,
falsas ideas o aberraciones cognitivas, y corrige tales fallos a través de la te-
rapia. Con el posmodernismo, no solo corre peligro la pericia del terapeuta
para tratar la enfermedad mental, sino que pierde credibilidad la propia
realidad de un “paciente” cuya mente debería ser “conocida y modifica-
da”. El individuo es considerado, más bien, como participante en múltiples
relaciones, y su “problema” solo es un problema a raíz de la forma en que
es construido en algunas de ellas. El desafío para el terapeuta es facilitar la
reinterpretación del sistema de significados en el cual se sitúa ese “proble-
ma”. Debe entablar un diálogo activo con los que sustentan la definición
del problema, no en calidad de clarividente, sino como copartícipe en la
construcción de nuevas realidades (p. 314).

Gergen propone igualmente que la revisión posmoderna,


además, implica la disolución de la visión moderna del sí-mis-
mo. Concepto central en muchas de las miradas clínicas, el siglo
xx produjo montones de textos y prácticas para “conocerse a
sí-mismo”, “descubrirse”, “ser más auténtico”. Toda esta mane-
ra de comprendernos implica la mayoría de las veces la creencia
de una esencia básica de nuestro ser que espera ser, finalmente,
encontrada. La visión posmoderna, que, como hemos visto, pro-
pone el acceso a múltiples versiones de la realidad, diluye por
lo tanto la posibilidad de tener acceso a una lectura definitiva
de quiénes somos y propone en cambio que lo que podemos

174
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

hacer es tener acceso a múltiples relecturas e interpretaciones


de nuestras vidas. Interpretaciones que se construyen a través de
las relaciones interpersonales, con distintos espacios culturales
y distintas consecuencias.
El psicoanalista inglés, Adam Phillips (2000) lo expresa de
esta manera:
La alternativa (a la visión moderna) es la extrañamente plausible posibi-
lidad de que no existe un texto original, un sí-mismo esencial; sino que
solo existe una serie innumerable de traducciones de traducciones, ver-
siones preferidas de nosotros mismos, pero no versiones verdaderas. De
manera que no necesitamos intentar acercarnos a nuestro yo verdadero
–o tratar de ser cada vez más auténticos– sino más bien estar disponibles
para ser retraducidos cuando sufrimos y deseamos. Y que necesitamos
no solo sufrir las redescripciones que los demás hacen de nosotros, sino
que también podemos disfrutar algunas de ellas, y estar interesados en el
hecho de que eso es lo que hacemos los unos con los otros...
No hay ningún yo original, privilegiado, verdadero con el cual con-
trastar las traducciones; pero sí me puedes preguntar qué pienso yo de
la descripción que me estás ofreciendo de mí mismo. No tengo, sin em-
bargo, el texto original frente a mí para revisar tus (o mis) descripciones.
Soy como un territorio sin mapa; o un territorio que está siempre siendo
cartografiado a través de distintas impresiones (p. 144).

Como se puede ver, la concepción del ser humano ha sufri-


do una modificación importante desde esta perspectiva. Ahora
comienza a verse al hombre como una persona insertada en una
red de relaciones, co-construida a través del diálogo, de las múl-
tiples interpretaciones que le ofrece su espacio cultural. De la
mano con lo anterior va el hecho de que el acceso a la realidad
ahora es concebido como mediado inevitablemente por la teo-
ría, de manera que esta se nos presenta múltiple y construida.
La relación entre el terapeuta y el que busca su ayuda empieza
a desplazarse de una relación entre un experto conocedor y un

175
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

objeto a ser conocido, hacia el establecimiento de un encuentro


entre dos perspectivas, una desarrollada a través del estudio sis-
temático de las teorías existentes y la práctica profesional, y la
otra a través de la vivencia personal y el grupo cultural de donde
proviene. El proceso interpretativo comienza a transformarse en
diálogo y co-construcción. Llegar a la Verdad Última comienza
a aparecer como fantasía. El crítico literario Steiner nos aclara:
Lo que todos los grupos deben recordar es esto: los juegos del significa-
do no pueden ser ganados. Ninguna pieza de trascendencia, seguridad,
espera al jugador más hábil e inspirado (...) Las Tablas de la Ley, que
Moisés rompió en un momento de lucidez deconstruccionista, no pueden
ser juntadas de nuevo (1984, p. 127).

George Kelly es quizás el pionero principal en la incorpo-


ración de revisiones epistemológicas en las teorías de la perso-
nalidad y la psicología clínica6. Con una formación académica
variada entre las que destaca sus estudios de matemática y tea-
tro, desarrolló sus ideas relativamente en aislamiento. Esta com-
binación le permitió desarrollar una mirada original sobre los
problemas de la personalidad y la clínica. En su libro Teoría
de la personalidad (1966) esbozó no solo una aproximación
novedosa a ese tema, sino que además incluyó toda una revisión
epistemológica. Habiendo revisado las aproximaciones psicoa-
nalíticas, conductistas y humanistas a la psicología, estableció
la analogía con las transformaciones que venían sucediendo en
las ciencias duras. Consideró que, usando la geometría como
ejemplo, se puede proponer teorías contrarias (como en el caso
de la geometría euclideana y no euclideana) que, sin embargo,
sirven alternativamente para atender a distintos ámbitos de los
fenómenos estudiados.

6 Larsen y Buss (2005) consideran que Kelly: “se adelantó a su tiempo. Fue posmo-
derno antes de que el posmodernismo se hiciera popular.” (p. 388).

176
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Esa revisión lo llevó a postular el “Alternativismo construc-


tivo”, una propuesta epistemológica que invita no a una aproxi-
mación ecléctica en la cual se mezclan distintas aproximaciones,
sino más bien a una aproximación alternativa. Se puede obser-
var un mismo fenómeno utilizando como apoyo ciertas premisas
que en consecuencias ofrecen una lectura del objeto de estudio,
pero luego se puede adoptar otra serie de premisas y obtener así
una lectura alternativa. Cada teoría ofrece una ventana desde la
cual podemos obtener una perspectiva del fenómeno humano.
No puedo pararme en dos ventanas a la vez, pero sí lo puedo
hacer alternativamente. En palabras de Kelly:
Partimos de la base de que siempre hay posibilidad de escoger construc-
ciones alternativas, al tratar con el mundo. Nadie necesita quedarse clavado
en un rincón; nadie necesita quedar completamente apartado por culpa de
las circunstancias; nadie necesita ser víctima de su propia biografía. A esta
posición filosófica la llamamos alternativismo constructivo (p. 29).

Otra de las áreas clínicas que propulsó estas revisiones fue


el área de la psicoterapia de familia. La oportunidad de traba-
jar simultáneamente con distintos relatos que ofrecen versiones
y perspectivas distintas a una realidad compartida, subrayó la
existencia de construcciones alternativas de un mismo hecho. El
terapeuta, enfrentado a un grupo humano con interpretaciones
diversas, no puede ya aspirar a la construcción de una versión
última y definitiva de la problemática, sino más bien conseguir
la manera de convivir con distintas visiones. Se hace eviden-
te que es ingenuo pensar que una psicoterapia familiar puede
concluir con el descubrimiento del “verdadero” relato de lo que
sucede en el grupo. En cambio, la psicoterapia puede ayudar a
ese grupo humano a “aceptar la responsabilidad epistemológi-
ca de la existencia de significados múltiples y abrirse más a la
flexibilización del sistema de construcción de significados y de
conducta” (Niemeyer, 1993, p. 228).

177
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

La revisión crítica de la concepciones de género, lo que


se consideraba la “naturaleza” de lo femenino y lo masculino,
contribuyó a estas mismas revisiones. Cuestionando la existen-
cia de una sexualidad “natural” y proponiendo, en cambio, la
existencia de diversas construcciones culturalmente ancladas
de lo que es ser hombre o ser mujer. Lo mismo sucedió con
los diagnósticos psiquiátricos. También se comenzó a compren-
der las etiquetas diagnósticas no como enfermedades, entidades
reales, externas, directamente asequibles a través de nuestras
herramientas de observación, sino más bien como construccio-
nes sociales, influidas por una visión de lo que se considera una
buena vida y una vida desviada o trastornada. Así por ejemplo,
un grupo de psicoanalistas propuso en los años ochenta al “tras-
torno de personalidad masoquista” como una entidad diagnósti-
ca a ser incluida en el DSM (Diagnostic and Statistical Manual
for Mental Disorders). Esta propuesta se topó con una serie de
críticas de los grupos feministas que argumentaron que era una
etiqueta que iba a volver a oscurecer los componentes cultura-
les, sociales y políticos responsables por la existencia de los
desequilibrios de poder en las relaciones de pareja e iba a volver
a colocar la responsabilidad de la victimización en los hombros
de las mujeres. Un debate extenso siguió, llegando al acuerdo de
cambiarle el nombre por trastorno de personalidad de autode�
rrota, estableciendo como criterio de exclusión que el diagnós-
tico no puede colocarse cuando los hallazgos clínicos aparecen
bajo una situación de abuso físico, sexual o psicológico y colo-
cando el diagnóstico en el apéndice como una etiqueta aún bajo
estudio (Fiester, 1995; Herman, 1997; Widiger, 1995).
En esta misma línea, el psicoanalista Adam Phillips (2000)
hace una crítica lúcida tanto de los conceptos de normalidad como
de desarrollo, argumentando que en ambos subyace una creencia
en la existencia de una esencia natural de lo humano desde la cual

178
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

podemos evaluar sin ambigüedad lo adecuado y lo desviado, lo


normal y lo anormal. En sus palabras, el concepto de “patolo-
gía implica la convicción de que existe una Edición Estándar” (p.
206) y propone como sustituto a los conceptos de patología el de
“mundos preferidos”. Haciendo una clara alusión a la posibilidad
de construcciones de versiones alternativas de lo que es normal y
anormal dentro de la conducta humana.
Así la psicoterapia comienza a hacerse eco del giro inter-
pretativo que venía apareciendo en las ciencias humanas. Har-
lene Anderson (1997) caracteriza las modificaciones que sufre
la concepción de la psicoterapia, a través de la incorporación de
una mirada posmoderna. Menciona, entre otras, el cambio de una
visión del terapeuta como un conocedor que está seguro de lo que
él o ella sabe a uno que no conoce y considera al conocimiento
como un proceso en desarrollo; de un terapeuta que opera desde
un conocimiento privado y privilegiado a uno que es público,
comparte y reflexiona sobre sus presunciones; de un terapeuta
que es un conocedor experto sobre cómo deberían vivir las vidas
las personas a uno que es experto en la construcción de espacios
de diálogos reflexivos; de una relación psicoterapéutica entre un
experto y alguien que no lo es a la de una relación de colabora-
ción; de un sistema de individuos, parejas o familias a un sistema
de individuos relacionados a través del lenguaje; una psicoterapia
que cree en la existencia de un sí-mismo esencial a la de una
terapia que considera que las personas poseen sí-mismos relacio-
nales, múltiples, construidos lingüísticamente.
Obsérvese cómo Schafer expresa las mismas ideas dentro
de una línea psicoanalítica de exploración, en este resumen rese-
ñado por Coderch (2001):
Leary (1994) resume los rasgos posmodernos en la obra de Schafer de la si-
guiente manera: 1) el psicoanálisis se ocupa primordialmente del lenguaje y

179
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

de sus equivalentes; 2) la experiencia subjetiva, la realidad objetiva y los selfs


son construcciones efectuadas a través del lenguaje; 3) las narraciones coti-
dianas, de aquello que acaece cada día, podrían explicarse con otras palabras
y no representan sucesos reales del mundo; 4) la noción de un self unitario
queda desplazada por la noción de que hablamos de narraciones útiles en
torno a múltiples selfs, en cuanto a conducir nuestros asuntos (p. 54).

Lo que el analista hace, en cierto sentido, cambia sutilmen-


te, y en otro, lo hace de manera radical. Por un lado, el psicote-
rapeuta continúa, como desde la perspectiva moderna, leyendo,
interpretando desde sus teorías el material que la persona que
acude a su consulta trae. Pero, por el otro, ya no es un observa-
dor neutro que tiene la posibilidad de llegar a la interpretación
“verdadera”, sino que ofrece su perspectiva, buscando a través
de esta abrir espacio para nuevas reflexiones, nuevas maneras de
sentir y enfrentar la vida. Mitchell (1993) escribe:
La naturaleza de la relación analítica y del proceso analítico cambia
profundamente cuando uno define su tarea como un colaborador en el
desarrollo de una narración personal en vez de un científico que está
descubriendo hechos (p. 75).

A su vez Phillips (2000) afirma:


Existe una gran diferencia entre un analista que le dice a su así llamado
paciente lo que su sueño significa y otro que comunica lo que el sueño le
hizo pensar a él (p. 146).

Aportes para una psicoterapia capaz de


abordar lo político

¿Cómo se enlazan estas revisiones con nuestro tema central? ¿Qué


avenidas nos ofrece esta revisión metateórica a la articulación de
herramientas psicoterapéuticas para el campo de lo político?

180
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

En primer lugar, la revisión posmoderna tiene la bondad de


restarle peso al pomposo aparato científico. Sin dejar de admi-
rar las herramientas de pensamiento y observación que nos ha
legado, podemos, sin embargo, apreciarla ahora sin adoración.
Podemos elaborar la idealización moderna del aparato científico
y utilizarla con precaución y con una visión crítica, sometiendo
sus hallazgos a debate en cada uno de los contextos en que se
pretende aplicarlos. La revisión posmoderna ha contribuido en
general a restarle peso a la gravedad de los grandes relatos de
la modernidad. Las teorías políticas que prometían predecir las
leyes de la historia y que condujeron al asesinato sistemático
sobre la base de teorías “científicas”, son miradas ahora con un
ojo más escéptico. Esto, de por sí, ya tiene un efecto político,
bajando a la ciencia del pedestal e insertándola de nuevo en un
diálogo social que obliga al debate y a la duda. En palabras del
psicoterapeuta de familia Pocock:
Algunos emperadores romanos tenían esclavos cuyo trabajo era susu-
rrarles ocasionalmente al oído “no eres un dios”, en un intento –a veces
inútil– de evitar que la autoridad absoluta de su rol los enloqueciera.
Nosotros necesitamos la crítica que representa la posmodernidad para
que cumpla la misma función ante nuestras tendencias omnipotentes y
omniscientes (1995, p. 154).

Esta mirada precavida del discurso científico se traslada


asimismo al consultorio. La lectura del terapeuta debe, desde
esta perspectiva, ser tomada con cuidado, como una perspec-
tiva, no como la última palabra. Como no es la última palabra,
entonces permite entrar en diálogo, permite invitar a la otra per-
sona a participar en la construcción conjunta de las nuevas pers-
pectivas. Se busca encontrar un terreno común, una “fusión de
horizontes”. Esto implica entonces también el intentar restarle
autoridad a la voz del terapeuta. Si bien el terapeuta sigue ejer-

181
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

ciendo un lugar privilegiado y favorecido en términos de control


y poder de la relación, este poder ahora es más consciente y se
intenta someter al diálogo y a la negociación.
El terapeuta se ve obligado a revisar sus interpretaciones,
no solo para ver si calzan coherentemente con las teorías desde
donde surgen y cuán influidas están o no por su contratrans-
ferencia, sino también para reflexionar sobre los condiciona-
mientos sociales y políticos que influyen en ella. El terapeuta
posmoderno se enfrenta con la disolución de la ansiada neutra-
lidad y se “sitúa” asumiendo no solo su biografía y sus conflic-
tos personales imbricados inevitablemente con su ejercicio, sino
también su ubicación contextual (económica, política, social).
Los psicólogos clínicos Efran y Libretto (1997) escriben:
Si hay un “mensaje” para los psicoterapeutas en la filosofía constructivis-
ta, es que la pasividad y la neutralidad son autoengaños que solo sirven
para obscurecer las pautas de influencia (Efran y Clarfield, 1992). Los
profesionales constructivistas están obligados a dar a conocer sus prefe-
rencias (al menos para sí mismos) y a asumir plena responsabilidad por
los actos resultantes (p. 71).

Asumir la influencia inevitable de estos elementos no le


hace la vida más fácil, sino más difícil. Ahora se ve obligado
a reflexionar continuamente sobre sus presunciones y a buscar
perspectivas alternativas que lo ayuden a revisar estas dimen-
siones. El terapeuta posmoderno sostiene que la relación psi-
coterapéutica implica un ejercicio de poder y por ende debe ser
atendida en las consideraciones del trabajo conjunto. En pala-
bras de Totton (2000):
Yo sugiero que en vez de intentar desesperanzadamente eliminar los con-
flictos de poder de la relación terapéutica, los coloquemos en todo el
centro: destaquemos la lucha entre el terapeuta y el cliente sobre la defi-
nición de la realidad, para desnudarla a nuestras miradas y así convertirlo

182
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

en uno de los temas centrales del trabajo. Esto es solo una manera de
trabajar la transferencia y la contratransferencia. Significa que, enfrenta-
dos con demandas conflictivas, hacemos lo que mejor se puede hacer con
eso en tales situaciones: negociamos. Esta negociación de las realidades
(en que “negociación” también implica atravesar terrenos peligrosos y
difíciles), diría yo que constituye una práctica viable y auténticamente
psico-política (p. 147).

Desde el psicoanálisis, Coderch (2001), y asumiendo explí-


citamente una perspectiva posmoderna, también insiste en la
negociación de la relación terapéutica:
Creo que todo lo que he venido diciendo nos introduce, insensiblemente,
en el despliegue de la negociación en el diálogo analítico. La mutualidad
de reconocimiento da lugar a que la relación paciente-analista sea una
relación negociada. Es bien evidente que es negociada en los aspectos
externos del setting: el espacio, los días, las horas y en la responsabilidad
económica. Y también es negociada la metodología general de las entre-
vistas, en el sentido, más formal, de que se espera que el paciente exprese
con total libertad aquello que observa en su mente y aquello que desea
comunicar. Y también se espera que el analista intentará dar un sentido a
la comunicación del paciente y promover la comprensión de aquello que
tiene lugar en la mente de este (...)
Entre lo que se negocia en un proceso analítico se halla, por ejemplo...
el clima emocional: ¿la relación será afectiva y cálida?; ¿fría y distante?;
¿de tipo modelo médico o pedagógico?; ¿autoritaria o tolerante?; ¿este
clima se desenvolverá con una actitud pasiva por parte del paciente?; o,
por el contrario, ¿será el analista quien soportará pasivamente la agresi-
vidad del analizado?; ¿predominará la reciprocidad y la colaboración, o
bien cada uno de los dos intentará imponer sus puntos de vista? Todas
estas posibilidades se van negociando sin interrupción desde el primer
contacto entre paciente y terapeuta (p. 243).

La posición del terapeuta se ha transformado. Esta pers-


pectiva exige que el terapeuta sea más reflexivo, menos auto-
ritario, más capaz de negociar los parámetros de la relación y

183
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

de los significados construidos y finalmente, más transparen-


te. Muchos han llamado a esto una posición de colaboración
(Anderson, 1997; Gergen y Warhus, 2003; Strong, 2003). Esto
no elimina los aportes del terapeuta, no lo hace igual a cual-
quier otro compañero de colaboración, lo que sí deja de ser es el
experto de cuál es el significado último de los contenidos traba-
jados7. Su experticia, en cambio, reside en la capacidad de abrir
un espacio reflexivo, de preguntar de una manera que facilite la
exploración, de escuchar con la misma sintonía emocional que
tradicionalmente se ha pedido, pero quizás con más tolerancia
a la ambigüedad de los significados y de tener la capacidad de
ofrecer perspectivas que provoquen (siguiendo a Phillips), más
que interpretaciones que informen. Gergen (2003) escribe:
Esto no significa que el terapeuta carece de habilidades valiosísimas que
aporta a la relación; significa que estas habilidades no se deben a que sea
un experto en los relatos explicativos y descriptivos que hace de la tera-
pia. Su habilidad radica más bien en saber cómo y no en saber qué (...),
en su fluidez dentro de la relación, en su capacidad de colaborar en la
creación de nuevos futuros (p. 22).

Jerome Bruner (1990) propone que esta manera de hacer


psicología implica una aproximación democrática en la con-
cepción del poder que le otorga su oficio. Esto significa que el
psicólogo está dispuesto a mantener una mente abierta a dis-
tintas perspectivas, la capacidad para negociar los significados
tomando en cuenta esas visiones distintas, sin perder el com-
promiso con las posiciones personales. Exige que nos hagamos
conscientes de cómo llegamos a saber lo que sabemos y lo más
consciente posible sobre los valores que nos llevan a construir
7 Adam Phillips (2000) critica la imposición de interpretaciones escribiendo: “Re-
describir a alguien sin necesidad de consultar la confirmación de nuestra redes-
cripción, o sin importarnos su respuesta, es claramente una estrategia de control, si
no una estrategia abierta de autoritarismo” (p. 140).

184
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

nuestras perspectivas. Finalmente, esto nos exige ser responsa-


bles y expuestos auditables por lo que sabemos.
De nuevo, no implica la búsqueda de una relación sin un
diferencial de poder, sino la construcción de vías para reflexio-
nar ese diferencial y someterlo a evaluación. Michael White
(1995) cita a Foucault para ilustrar este punto:
Yo no creo que pueda haber una sociedad sin relaciones de poder, si se las
entiende como medios por los cuales los individuos tratan de conducir, de
determinar el comportamiento de los otros. El problema no es tratar de di-
solverlas en la utopía de una comunicación perfectamente transparente, sino
darse a uno mismo las reglas de la ley, las técnicas del manejo y también la
ética, el ethos, la prácticas del yo, lo que permitiría que estos juegos de poder
fueran jugados con un mínimo de dominación (1988; c.p. White, p. 179).

En el prólogo que Lynn Hoffman escribe para el texto sobre


una aproximación posmoderna a la psicoterapia de Harlene
Anderson (1997), esta autora escribe:
Una voz terapéutica que retiene su impulso a controlar, que evita la im-
posición de una comprensión superior y permite que emerjan soluciones
mutuamente construidas me parece una práctica de naturaleza altamente
política. Tal voz asume que solo puede contribuir al fortalecimiento de
los demás traicionando su propia identidad profesional –es decir, “ce-
diendo poder” (p. xv).

En varias expresiones anteriores se ha colado no solo la dis-


minución del énfasis moderno en el saber, sino el descubrimien-
to de las bondades del no saber. Ante una realidad (psicológica)
que permite varias lecturas y relecturas, tenemos la posibili-
dad de encontrar valor en la indefinición y la duda. El lenguaje
moderno, adepto a colocar etiquetas y nombrar la realidad, se
queda en ocasiones satisfecho con ofrecer el nombre técnico
para un padecimiento, como si se hubiese “descubierto” algo
con solo nombrarlo. En el enfoque posmoderno, se ve ahora con

185
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

cierto escepticismo estos descubrimientos, que en ocasiones se


parecen más a bautismos de fe. Desde la postura posmoderna
se toma con cuidado las posiciones que aseguran tener la ver-
dad última y que tienen dificultades para plantearse alternativas.
Se prefiere maneras de conversar que permitan considerar pers-
pectivas múltiples. De nuevo, en palabras de Phillips (2000):
“Palabras que nos inspiren porque se resisten a convertirse en
fetiche, porque no se han convertido en propaganda” (p. 27)8.
Este mismo autor retoma el uso que el psicoanalista Bion hace
del pensamiento del poeta, John Keats, al considerar que el ana-
lista, como el poeta debe desarrollar la “capacidad negativa”,
es decir, la capacidad de estar en la incertidumbre, el misterio, la
duda, sin la necesidad de salir corriendo a buscar los hechos,
las teorías y la razón; la capacidad de esperar. Esta espera es
necesaria para dar espacio al proceso paulatino de construcción
de una visión novedosa y compartida. O mejor remitámonos a

8 La siguiente cita de George Kelly ilustra algunas de las intuiciones adelantadas


que se acercan mucho a las propuestas constructivistas y construccionistas so-
ciales actuales: “Las etiquetas del lenguaje, por ejemplo, una vez que se las ha
colocado en los constructos, tienden a reducir o estrechar su utilización. Las
matemáticas son un sistema particular de lenguaje que parecen tener el mayor
efecto de exactitud. Por supuesto, se supone que las matemáticas son lógicas,
también, pero este es otro asunto. La exactitud reductiva puede ser o no puede
ser una cosa buena. Lo mismo puede ser el lenguaje. Ciertamente hay momentos
en psicoterapia en los que los convencionalismos del lenguaje se entrecruzan con
los esfuerzos del paciente y hay otros momentos en los que establecen justamente
la base que necesita para ampliar su exploración de lo desconocido. Pero también
existe un constructo impreciso. La incoherencia de los sueños que uno intenta re-
cordar por la mañana es un buen ejemplo. El lenguaje puede jugar un buen papel
en tales sueños pero normalmente no consigue hacer un constructo exacto (...)
Un constructo exacto tiende a ser frágil, y se mantiene firme o es echado por tie-
rra por el resultado de las predicciones que invoca. Es imposible casi comprobar
un constructo impreciso, o para expresarlo mejor, un constructo utilizado con
imprecisión. En un sentido amplio parece aplicarse a casi todo –o a casi nada– de
lo que ocurre (...) El ciclo de la creatividad que imaginamos es el que utiliza a la
vez la exactitud y la imprecisión de una forma coordinada” (1987, p. 49).

186
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Cortázar, que en su búsqueda constante de renovar la literatura


nos recuerda que “a veces ayuda darle muchos nombres a una
entrevisión, por lo menos se evita que la noción se cierre y se
acartone” (1963, p. 404). En ocasiones el cierre de una noción
ayuda a brindar seguridad y un marco de referencia, pero en
otros casos el cierre implica la imposición de una palabra última
y el final definitivo de la conversación.
En la misma línea Mitchell (1993) escribe:
Mientras las generaciones anteriores de psicoanalistas se enorgullecían
de saber y de tener la valentía de conocer, la generación actual de autores
psicoanalíticos tienden cada vez más a subrayar el valor de no saber y del
coraje que requiere. Un coro creciente de voces de tradiciones psicoana-
líticas muy distintas enfatizan la complejidad enorme y la ambigüedad
fundamental de la experiencia (p. 42).

Una posición de no saber no significa desechar el conoci-


miento psicológico que hemos recopilado a lo largo de los años.
Más bien se refiere al rechazo de las visiones totalizadoras, a evi-
tar activamente la imposición de nuestras interpretaciones, a la
colonización teórica9. Una de las propuestas posmodernas para
mantener vivo el lenguaje y evitar su fetichización es la búsqueda
activa de incorporación de distintos discursos, la ruptura preme-
ditada de los círculos cerrados de profesionales, para evitar que
se enquisten las perspectivas y los lenguajes, para favorecer la
continua aparición de perspectivas divergentes que promuevan
la revisión de la mirada. Esto se traduce en la práctica en la incor-
poración activa de personas con distintos orígenes culturales, dis-
tintas formaciones en los equipos de trabajo, como por ejemplo,
equipos con psicólogos sociales, clínicos, psiquiatras, médicos
con otras especializaciones, abogados, trabajadores sociales; el
9 Anderson (1997) explica: “No saber, como Jacques Derrida (1978) dice, ‘no signi-
fica que no sabemos nada, sino que estamos más allá del conocimiento absoluto’”
(p. 137).

187
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

trabajo entre psicólogos con distintas orientaciones teóricas y


la incorporación activa de las personas que atendemos y de las
comunidades con que trabajamos en la discusión de casos, plani-
ficación del trabajo, revisión de las políticas institucionales, eva-
luación de la calidad del servicio, etc.
A su vez, el terapeuta Strong (2000), tomando prestada la
noción de fronteras de Jean-François Lyotard, propone que el
terapeuta debe buscar activamente colocarse en las fronteras de
distintos discursos, es decir, en aquel lugar donde “el terreno
conversacional no le pertenece a nadie” (p. 166). Las reunio-
nes clínicas son un buen ejemplo. Generalmente, en su forma-
to tradicional, se las realiza entre profesionales de una misma
corriente de pensamiento, donde hay acuerdos tácitos en ciertas
perspectivas asumidas y con frecuencia la jerarquía que existe
dentro de esa estructura organizacional invita a que ciertas inter-
pretaciones tengan más peso y funjan de última palabra con que
se suele cerrar estos intercambios. El encuentro posmoderno
invita a construir lugares en que los profesionales tienen obli-
gatoriamente que negociar sus interpretaciones. Incorporar a las
personas que atendemos en estas conversaciones siempre es una
buena manera de abrirse a nuevas perspectivas, de brindar la
oportunidad que otros nos observen en nuestro proceso de cons-
trucción de interpretaciones y también compartan su opinión.
De manera creciente se vienen incorporando los usuarios
de los servicios de salud mental y atención comunitaria en las
conversaciones de los profesionales. Esta tendencia apunta a la
incorporación de la perspectiva local, a la apertura al cuestio-
namiento y negociación de la autoridad de los profesionales y,
finalmente, a fomentar la transparencia de las intervenciones.
Los miembros de una comunidad pueden sospechar acerca de
la agenda política oculta de los profesionales que se acercan
a trabajar en esos espacios. Abrir algunas reuniones a miem-

188
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

bros de la comunidad ayuda a que se hagan ellos mismos una idea


de nuestras intenciones y, simultáneamente, sirve para que nos
señalen algunos prejuicios o simplismos que son difícilmente
reconocibles para nosotros mismos.
Dentro de esta búsqueda de transparencia, el desarrollo lle-
vado a cabo por Tom Andersen en el área de la terapia familiar
es pionero. Él propuso el “equipo de reflexión” en el que los
profesionales, después de observar una sesión de terapia fami-
liar detrás de una cámara de gessel, intercambian lugares con la
familia, para que esta pueda ahora observar a los profesionales
conversando y pensando en torno a lo que observaron durante la
sesión. Esta intervención, típicamente posmoderna, no invierte
el lugar de poder del terapeuta, pero sí lo hace más público,
más transparente, lo somete al debate y le muestra a la familia
cómo dentro de un equipo surgen varias lecturas y perspecti-
vas de la problemática familiar. Aquellos que han participado
en este tipo de grupos pueden atestiguar la potencia que este
tipo de intervención tiene para posibilitar un trabajo con múlti-
ples interpretaciones simultáneas y construir una alianza entre
los profesionales y la familia en un trabajo conjunto. Andersen
(1996) describe los razonamientos a través de los cuales planteó
este arreglo terapéutico:
(...) empezamos a preguntarnos por qué nos separábamos de la familia
durante las pausas en las sesiones. ¿Por qué les escondemos nuestras
deliberaciones? ¿No podríamos, acaso, permanecer con ellos y permitir
que vieran y oyeran lo que nosotros hacíamos y cómo trabajábamos no-
sotros sobre el tema? Tal vez si les dábamos acceso a nuestro proceso les
resultaría más fácil encontrar sus propias respuestas. Al principio no nos
atrevíamos a “hacer públicas” nuestras deliberaciones porque pensába-
mos que el lenguaje que usábamos contendría muchas ‘malas palabras’.
Bien podría suceder, por ejemplo, que un miembro del equipo dijera:
“¡Me alegro de no pertenecer a una familia con una madre tan charlata-

189
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

na!”; o bien “¿Cómo será estar casada con un hombre tan obstinado?”.
Pensábamos que era inevitable que en nuestras conversaciones aparecie-
ran expresiones de ese tipo, y que aparecerían en presencia de la familia.
Sin embargo, y a pesar de todas nuestras aprensiones, un día de marzo de
1985 pusimos en práctica la idea. Ese día, un equipo que había seguido la
conversación desde atrás del espejo de una sola dirección, les propuso a
las personas que participaban de la conversación terapéutica (una familia
y un entrevistador) que escucharan nuestra conversación. Dijimos que
hablaríamos sobre lo que habíamos pensado mientras escuchábamos la
conversación que acababa de tener lugar. Mis temores resultaron injusti-
ficados: las “malas palabras” no aparecieron, y nosotros no tuvimos que
esforzarnos para evitarlas (pp. 80-81).

Algunas propuestas de la investigación cualitativa también


apuntan a la búsqueda de la transparencia y la negociación de
las interpretaciones (McLeod, 2001). Muchas de estas propuestas
de investigación incluyen rutinariamente un proceso continuo de
devolución y de revisión de las interpretaciones construidas con
las personas investigadas que, desde esta perspectiva, dejan de ser
llamadas “sujetos de investigación” y pasan a ser denominadas
“participantes” o “colaboradores”. Muchos investigadores inclu-
sive han venido entrenando a estos participantes en técnicas de
investigación para convertirlos en miembros activos del proceso.
Es un buen ejemplo de la búsqueda de estrategias para incluir las
perspectivas locales en la producción del conocimiento, el énfa-
sis en el desarrollo de mayor transparencia y la apertura a voces
críticas externas que permitan generar diálogos reflexivos (Ethe-
rington, 2000). En Venezuela el psicólogo social Alejandro More-
no (1998, 2002) es pionero en la producción de investigaciones
cogestionadas, a través de su Centro de Investigación Popular,
que ha formado personas en comunidades de bajos recursos para
desarrollar una comprensión de la familia popular venezolana y
la construcción de género en nuestro contexto. Sus publicaciones

190
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

típicamente incluyen varios coautores, miembros a su vez de las


comunidades estudiadas.
Esta nueva manera de concebir el lugar del terapeuta per-
mite la incorporación de los aspectos sociales y políticos que
influyen en la vida de la persona atendida, desde la reflexión
misma de la relación terapéutica. Así pues, el terapeuta no solo
abre espacio para hablar sobre los condicionamientos contex-
tuales que influyen en la vida de la persona, sino además la
invita a hablar sobre cómo influyen en la relación de traba-
jo, temas como las diferencias de género, de origen étnico,
de clase social, de contextos culturales y educativos. Hemos
encontrado, en nuestro trabajo con poblaciones económica-
mente desfavorecidas en Caracas que las personas que acu-
den a nuestra consulta no van a traer de manera espontánea
las tensiones, dudas, curiosidades o conflictos que produce
asistir a consulta con un terapeuta que perciben (ya sea o no
así) de un estrato socioeconómico distinto. Asimismo, para los
terapeutas suele resultar especialmente difícil hablar sobre las
diferencias sociales, económicas y étnicas que perciben tener
con las personas que atienden. Algunos autores inclusive han
analizado las tendencias clasistas del pensamiento psicotera-
péutico (Altman, 1995; Blackwell, 2002; Cowen, 1983; Pil-
grim, 1997; Smith, 2005). Muchas veces la dificultad de hablar
sobre estos temas tiene que ver con la dificultad para imaginar
qué puede aportar el diálogo terapéutico a algunos dilemas no
resueltos de nuestra sociedad como la pobreza, la discrimi-
nación, la desigualdad y la exclusión (Kemper, 1992). Pero
también tiene que ver tanto con el temor a exponer algún pre-
juicio que se arrastra como con el temor a tocar un tema que
incluye a ambos. A menudo sucede que, si bien en la historia
de la persona atendida existen marcas claras de los efectos de
la discriminación y la injusticia en su día a día, tanto esta como

191
Fundamentos posmodernos para una psicoterapia políticamente reflexiva

el terapeuta hacen como si esos elementos no estuvieran presen-


tes en el consultorio, como si fuesen dilemas que solo existen de
manera etérea en el afuera y no en los miedos y angustias de las
dos personas que están intentando construir una alianza de traba-
jo. Trabajar desde la perspectiva posmoderna implica saber que
las alianzas deben ser forjadas y no asumidas, y que ese for-
jamiento va a ser trabajoso, aunque potencialmente liberador
para todos los miembros del proceso psicoterapéutico. Swartz
(2005) plantea que una psicoterapia liberadora requiere de un
terapeuta capaz de escuchar y explorar los silencios produci-
dos por las diferencias históricas de poder, un terapeuta capaz
de “desaprender el privilegio clínico”.
De nuevo entonces el problema no es eliminar el desequili-
brio natural en la distribución de poder que existe en la relación
de ayuda y en las diferencias sociales, sino construir vías para
negociarlo, someterlo a revisión, abrir espacio para su evalua-
ción conjunta.
Se ha examinado entonces algunas de las creencias prove-
nientes de la modernidad que influyen en las respuestas que tra-
dicionalmente les hemos dado a las preguntas de cuál es el lugar
del terapeuta, cómo comprendemos el proceso de cambio y cómo
entendemos el sistema terapéutico. Luego se han subrayado algu-
nas modificaciones centrales que la visión posmoderna ha pro-
puesto, como lo es la sustracción de peso al discurso terapéutico
omnisapiente, el desarrollo de espacio para tolerar la incertidum-
bre, la existencia simultánea de perspectivas e interpretaciones
alternativas posibles, la ubicación del tema del poder como un
elemento central a trabajar en la relación psicoterapéutica, así
como el desarrollo de estrategias para hacerlo más transparente y
abrirlo a la reflexión crítica y a la negociación.
Hasta aquí no se han inscrito estas modificaciones en nin-
guna corriente metateórica particular, aun cuando se ha men-

192
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

cionado el “alternativismo constructivo” propuesto por Kelly.


Cerremos entonces delimitando un poco más la perspectiva que
engloba de manera más coherente estas revisiones. Considero
que estas transformaciones se comprenden mejor desde lo que
Gergen (2000) ha denominado “construccionismo social” y uti-
lizo sus propias palabras para definirlo:
Podemos ver al construccionismo social como una variedad de diálogos
centrados en la génesis social de lo que entendemos como conocimiento,
razón y virtud, por un lado y por el otro, la variedad enorme de prácticas
sociales que han nacido o han sido sostenidas por estos discursos. En su
momento más crítico, el construccionismo social es una manera de suspen-
der o colocar entre paréntesis cualquier pronunciamiento sobre lo que es
real, razonable o correcto. Es su momento más creativo, el construccio-
nismo ofrece una orientación hacia la creación de nuevos futuros y un
ímpetu a la transformación social (p. 131).

193
CAPÍTULO VI

Herramientas psicoterapéuticas

A menos que logremos convertir la crítica en construcción


e ideas para la creación de nuevas prácticas, la distancia
entre el discurso y la acción continuará creciendo, de�
jando atrás la huella de practicantes doblemente descon�
tentos; descontentos por un lado con el modelo médico y
descontentos con aproximaciones críticas que no logran
sugerir alternativas convincentes para la práctica.
Isaac Prilleltensky (2007, p. 105).

Buscando conversación

La Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) queda en el


suroeste de Caracas y es vecina de dos barriadas grandes (Antí-
mano y La Vega) y un vecindario clase media bastante amplio
(Montalbán). Antímano es una barriada heterogénea que queda
justo al frente de la universidad. Como la mayoría de las barria-
das de Caracas, esta está en la ladera de una montaña, de mane-
ra que desde lejos se pueden ver las dimensiones del barrio.
Entre Antímano y la UCAB está el río Guaire, que se cruza por
una pasarela. La UCAB a su vez es una universidad privada

195
Herramientas psicoterapéuticas

y la mayoría de su población es de clase media o clase media


alta. Hace unos años se construyó un nuevo edificio de salones.
Escuché a uno de los directivos de la universidad, el padre Luis
Azagra S.J. contar cómo al revisar varios proyectos arquitec-
tónicos para construir el edificio, la mayoría de las propues-
tas diseñaban el edificio de manera que sus ventanas no dieran
a Antímano, disimulando el panorama de pobreza de nuestra
ciudad. Azagra contaba la anécdota para subrayar las dificul-
tades que tenemos los venezolanos, especialmente los sectores
de las clases pudientes, para encarar nuestra realidad, lo que la
universidad buscaba era todo lo contrario, unos edificios cuya
vista mostrara el panorama de la ciudad con la pobreza material
incluida.
A comienzos de los años noventa, varios psicólogos se die-
ron a la tarea de comenzar a construir una unidad de psicología
para Antímano. Esta permitiría realizar las prácticas clínicas
de los estudiantes y al mismo tiempo ofrecer un servicio a una
población muy carente de servicios de salud. Al comienzo del
proyecto hubo muchos detractores, psicólogos que afirmaban
que los sectores pobres no iban a psicoterapia, que “no tenían
esa cultura”.
Estas anécdotas ilustran tanto el desconocimiento que los
profesionales venezolanos tenemos de nuestra propia población,
así como el deseo deliberado que busca sacar de la vista y la
consciencia los dramáticos problemas sociales que enfrentamos.
Pensar que los profesionales que se están formando tienen este
tipo de dificultades es indudablemente preocupante si es que
pensamos que la formación universitaria puede contribuir a la
solución de los problemas de nuestros países. Esto coincide con
observaciones que se han realizado sobre la psicología en otras
latitudes que argumentan que la disciplina, insertada en el ámbi-
to profesional, se atrinchera con facilidad en su mundo, evitando

196
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

atender, considerar, tomar consciencia de los temas sociales más


amplios y trabajando más para la consolidación del statu quo
que para la transformación social (Pakman, 1997; Parker, 2008).
Smith (2005) en los Estados Unidos y Harper (1991, 2005) en
el Reino Unido coinciden al señalar la condición de disciplina
profesional como una de las limitaciones constantes para aten-
der problemas ligados a la pobreza. Instalada en su condición de
clase-media y sus convenciones culturales, Smith relata cómo
su práctica funcionaba con fluidez. Pero fuera de esos escena-
rios a menudo sentía incomodidad y dificultad para ser efectiva.
Pero para intentar ser justo con la universidad y el importan-
te legado que nos dejó Azagra, es bueno destacar que el edificio
nuevo finalmente fue construido de cara a Antímano y se fundó
una unidad de atención psicológica que tiene más de diez años
creciendo y que ha servido de cuna para desarrollar muchas de
las investigaciones y reflexiones que expongo en este libro. Las
expresiones frecuentes de simplismo, desidia e indiferencia que
existen en nuestra sociedad no nos pueden hacer perder de vista
que al mismo tiempo hay grupos nutridos de personas reflexi-
vas y comprometidas con la resolución civilizada de nuestros
dilemas. Quizás la función de las universidades podrá ser la de
potenciar y hacer resonar estas voces.
En todo caso, el desarrollo de la unidad de psicología fue
desde un principio una experiencia emocionante y retadora,
que nos ofreció la oportunidad y, al mismo tiempo, nos obligó
a repensarnos. Algunos terapeutas sintieron desconcierto, otros
desaliento, intentando ofrecer ayuda desde los modelos teóricos
tradicionales de nuestra formación. Así, por ejemplo, una colega
expresaba en una investigación que hicimos para registrar nues-
tra relación con la comunidad:

197
Herramientas psicoterapéuticas

Es posible que como en este contexto hay tanta necesidad de cosas bá-
sicas, tú siempre estás montado sobre lo urgente, sobre la crisis y tienes
muy poco espacio para trabajar cuestiones más profundas (...) Yo siento
que los pacientes acá te generan un monto importantísimo de frustración,
tú los resultados no necesariamente lo ves tan rápido como cuando la
gente come (Meneses, Pérez, Rodríguez y Westinner, 2001, p. 24).

De esta cita me llama especialmente la atención la expresión


“más profundas”. ¿A qué se refiere con más profundas? ¿Qué es,
desde su perspectiva, más profundo que el hambre que ella parece
estar encontrando? Sospecho que está evaluando el proceso psi-
coterapéutico desde los lentes de su formación y su origen social,
buscando conversar y trabajar sobre temas a los que ella les da
mayor valor al clasificarlos como “más profundos”.
Las diferencias sociales, educativas, económicas presenta-
ron entonces, desde un comienzo, un reto, así como las necesi-
dades materiales muchas veces urgentes que están directamente
relacionadas con muchos de los padecimientos emocionales que
atendemos en la consulta. Necesitábamos desarrollar herramien-
tas nuevas para pensar, comprender e intervenir, para adaptar y
aprovechar los aportes de la psicología. Algunas ideas acom-
pañaron desde el principio este proceso. En primer lugar, los
psicólogos clínicos estuvimos hermanados con los psicólogos
sociales. La psicología social en Venezuela ha tenido un creci-
miento destacado y ha sido pionera en pensar de manera con-
textualizada. En especial hemos sido acompañados por las ideas
y la pasión de Maritza Montero (2003, 2004), quien aportó la
mirada comunitaria a un programa de especialización que arran-
camos en 1998 para Psicólogos Clínicos Comunitarios (Cam-
pagnaro, 1999). En segundo lugar, se construyó una unidad de
atención psicológica que añadía, desde el inicio, a la interven-
ción, la actividad investigativa y docente. Esto ha ayudado a
desarrollar una práctica reflexiva.

198
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Desarrollo de las herramientas psicoterapéuticas

En una ocasión, unos psicoanalistas que visitaron nuestro cen-


tro, preguntándose cómo intentábamos desarrollar una psicote-
rapia vinculada con el trabajo comunitario, concluyeron, por sí
mismos, que nosotros debíamos llamarnos “Clínicos y Comuni-
tarios”, como intentando separar los dos términos y suponiendo
que los clínicos hacíamos el trabajo que siempre han realizado
los clínicos y que lo nuevo era que en un mismo espacio convi-
víamos con psicólogos sociales que desarrollaban proyectos en
la comunidad. Esa no es para nada la manera en que hemos veni-
do entendiendo nuestra actividad. Más bien consideramos que
los clínicos realizamos trabajo clínico comunitario ahí mismo,
dentro del consultorio, en los espacios conocidos, pero transfor-
mados de la psicoterapia.
En la apreciación de nuestros colegas aparecía de nuevo la
tendencia a separar lo social de lo individual, lo personal de lo
político, intentando relegar estos asuntos a distintos ámbitos.
La incomodidad reportada por la investigación realizada con
una muestra internacional de psicoterapeutas para lidiar con los
temas políticos que aparecían en las conversaciones terapéuti-
cas (Samuels, 1993) se repite una y otra vez en esta manera
de concebir el trabajo. Las herramientas psicoterapéuticas pro-
puestas siguen todas la línea de la propuesta de Totton (2000)
que propone “reinsertar la psicoterapia en su contexto histórico,
ubicándolo en el contexto político del que tan cuidadosamente
ha intentando separarse” (p. 12).
En este capítulo intentaré ilustrar algunas de las herra-
mientas que se han derivado de los fundamentos posmoder-
nos discutidos en el capítulo anterior, así como la traducción
concreta de nuestra aproximación al mundo de la intervención psi-

199
Herramientas psicoterapéuticas

coterapéutica. Debo insistir de nuevo que estas herramien-


tas no pretenden sustituir el bagaje técnico que las distintas
aproximaciones psicoterapéuticas han ido desarrollando, sino
complementarlas. Asimismo, aun cuando hay un esfuerzo por
traducir nuestra perspectiva de trabajo a ejemplos muy con-
cretos, creo que la mirada, la concepción del mundo y del
conocimiento con que se trabaja es la pieza fundamental para
organizar una aproximación psicoterapéutica capaz de atender
y lidiar con los dilemas políticos y sociales que aparecen den-
tro del consultorio.

Utilizando comprensiones contextualizadas


El primer reto ha sido encontrar una herramienta que nos per-
mita atender el malestar reportado por las personas que atende-
mos, que no aísle a este de los elementos contextuales que, en
ocasiones, lo causan directamente, y en todos los casos, ejer-
cen alguna influencia. Lo que coincide con el analista Samuels,
quien plantea que debemos atender el material político no solo
en términos de simbolismo, proceso intrapsíquico y transferen-
cia (1993). Este reto implicó la búsqueda de un marco que nos
permitiera abordar los elementos contextuales sin borrar nuestro
interés en lo individual, personal, íntimo. Desde un comienzo
la siguiente cita del psicólogo social Martín-Baró (1984/1993)
sirvió de guía:
Es importante subrayar que no pretendemos simplificar un problema tan
complejo como el de la salud mental negando su enraizamiento personal
y, por evitar un reduccionismo individual, incurrir en un reduccionismo
social. En última instancia, siempre tenemos que responder a la pregunta
de por qué éste sí y aquél no. Pero queremos enfatizar lo iluminador
que resulta cambiar la óptica y ver la salud o el trastorno mental no des-
de dentro afuera, sino de afuera dentro; no como la emanación de un

200
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

funcionamiento individual interno, sino como la materialización en una


persona o grupo del carácter humanizador o alienante de un entramado
de relaciones históricas (p. 28).

Como se propuso en el capítulo anterior, el alternativismo


constructivo parece brindarnos la oportunidad de comprender
nuestra aproximación al fenómeno humano como condicionado
por la perspectiva, como parcial, como situada y al mismo tiem-
po como una de varias alternativas. De manera que nos permite
pasar de una mirada individual que se nutre de la comprensión
de la biografía personal, los vínculos afectivos más significa-
tivos, los estilos de regulación afectiva, las motivaciones, los
conflictos principales y las maneras de defenderse de ellos, a
una mirada que incluye al contexto social.
A la propuesta de las construcciones alternativas plausibles
para tratar con el mundo, Kelly añade que cada una de ellas tiene
un ámbito y un foco. El ámbito se refiere al trozo de mundo que
una teoría abarca con utilidad y el foco son puntos de aplica-
ción particulares y especialmente desarrollados. Teniendo estas
ideas como opción de trabajo se propone que en el espacio psi-
coterapéutico el psicólogo puede nutrirse de perspectivas teó-
ricas alternativas que le permiten enfocar ya sea la dimensión
íntima e interpersonal de una problemática en un momento, y
las dimensiones sociales y políticas en otro, consciente de estar
siempre haciendo una lectura, una nueva narración interpreta-
tiva posible y nunca la enunciación definitiva, absoluta de la
verdad de la persona atendida.
Por supuesto, aun cuando no ha habido suficiente atención
a los condicionamientos sociales en la práctica clínica (Sarason,
1981), sí ha habido una lista nutrida de psicólogos y psiquiatras
que han logrado observar con agudeza no solo las dinámicas indi-
viduales, sino también su imbricación con las condiciones sociales

201
Herramientas psicoterapéuticas

más amplias. En la literatura mundial son ampliamente conoci-


das las obras como las de Erich Fromm (1980), Wilhelm Reich
(1942/1983) y Rollo May (quien en el trabajo Fuentes de la vio�
lencia, de 1974, presenta un análisis especialmente lúcido sobre
los efectos de la pobreza en las dinámicas individuales). Aquí en
Venezuela la situación es parecida; si bien son pocos los clínicos
que se han dado a la tarea de reflexionar sobre la influencia de
las condiciones sociales en la producción de malestar, tenemos una
gran deuda con las enseñanzas de José Luis Vethencourt (2002)
y David Ephraim (1999, 2001). Ephraim ha sido pionero en la
adaptación de pruebas psicológicas como el Rorschach y el Test
de Apercepción Temática en la población venezolana, y su trabajo
con el antropólogo George De Vos lo ayudó a desarrollar una mira-
da especialmente sensible a las diferencias culturales en el trabajo
psicoterapéutico.
Así pues que, utilizando como recurso de pensamiento el
alternativismo constructivo, lo primero que hacemos es incluir
una lectura contextual en la descripción de los padecimientos
con que trabajamos, así como de la comprensión del intercambio
psicoterapéutico. Martín-Baró (1984/1993) ofrece un ejemplo
muy claro de las modificaciones que nos imprime una lectura
contextual de nuestras etiquetas diagnósticas:
Las primeras veces que entré en contacto con grupos de campesinos des-
plazados por la guerra sentí que mucho de su proceder mostraba trazas
de delirio paranoide: estaban constantemente alertas, multiplicaban las
instancias de vigilancia, no se fiaban de nadie desconocido, sospechaban
de todos cuantos se acercaran a ellos, escrutaban los gestos y las palabras
en busca de posibles peligros. Y sin embargo, conocidas las circunstan-
cias por las que habían pasado, los peligros reales que aun les acechaban,
así como su indefensión e impotencia para enfrentar cualquier tipo de
ataque, uno llegaba pronto a comprender que su comportamiento de hi-
perdesconfianza y alerta no constituía un delirio persecutorio fruto de sus

202
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

ansiedades, sino el planteamiento más realista posible dada su situación


vital (p. 28).

El analista grupal Blackwell (2005), en su revisión del tra-


bajo con víctimas de tortura y refugiados, coincide con el plan-
teamiento anterior, añadiendo que las problemáticas que estas
personas traen a consulta hacen evidente lo imperativo que es
abordar los temas políticos y de abuso de derechos humanos que
están entrelazados con el sufrimiento.
Las personas cuyas vidas han sido constreñidas y dañadas por los re-
gímenes políticos, guerras, tortura u otras formas de violencia política,
no se ven a sí mismos fácilmente como enfermos. Etiquetarlos de esa
manera en vez de decir que han sufrido por la opresión política puede
aumentar su sufrimiento. Ya que el contexto principal de la tortura y la
violencia organizada es político, la medicalización en este contexto con-
lleva a la despolitización, que en el mejor de los casos es problemático y
en el peor de los casos, claramente represivo. Para aquéllos que no acep-
tan la etiqueta de enfermedad, su recuperación puede estar en desventaja
porque desde este lenguaje se hace más difícil atender al contexto polí-
tico de su sufrimiento y la intencionalidad política que lo produjo. Las
aproximaciones psicoterapéuticas que siguen este modelo de diagnóstico
y tratamiento y piensan en términos de evaluar las necesidades de los
clientes en vez de negociar con ellos lo que ellos desean, son igualmente
problemáticas (p. 315).

Blackwell va más allá al considerar que toda psicoterapia


está situada en un contexto político, a pesar de que en otros
casos esto sea menos evidente. Asimismo, piensa que si con-
sideramos que la psicoterapia políticamente reflexiva se aplica
solo en estos casos extremos, corremos el riesgo de construir
una nueva dicotomía entre la psicoterapia no-política y la psico-
terapia política, dejando así intacto el modelo médico.
Veamos ahora un ejemplo extraído de un diálogo psicote-
rapéutico. Una mujer de 47 años acude a la consulta externa de

203
Herramientas psicoterapéuticas

la unidad de psiquiatría de un hospital público del oeste de la


ciudad de Caracas referida por el Servicio de Gastroenterología
por presentar llanto fácil, ansiedad, insomnio, tristeza y la idea
de que tiene un cáncer a pesar de que los doctores, luego de
varias evaluaciones, han dicho lo contrario. Esta mujer presen-
ta una gastritis crónica que le genera malestar y por la cual no
siente que recibe suficiente atención por parte de los médicos o
de su familia. En las primeras entrevistas, que la psicólogo clí-
nico tratante trae a una discusión de casos, se considera el diag-
nóstico de un Trastorno Depresivo Mayor y se deja interrogada
la posibilidad de un cuadro hipocondríaco. La psicóloga, que
está haciendo sus pasantías de postgrado en el hospital, trans-
cribe las primeras sesiones de evaluación. En las primeras dos
sesiones la consultante habla de una visita reciente que hizo al
pueblo donde nació, a partir del cual recrudecieron los síntomas
y se agudiza su queja por la falta de atención que percibe de los
doctores, su esposo y sus hijos. La tercera sesión comienza así:
A: Me siento muy mal (llora). El fin de semana salieron todos y me de-
jaron sola.
Psicóloga: Cuéntame, ¿qué hacen ustedes los fines de semana?
A: Bueno, mis hijos salen todo el día, yo no les puedo decir que se que-
den conmigo, ya están grandes.
Psicóloga: ¿Y tu esposo?
A: Él sale todos los fines de semana a jugar caballo1... Él necesita diver-
tirse y yo no le puedo decir que se quede, yo me siento mal y ¿a dónde
voy a salir?

La psicóloga continúa preguntando sobre la situación fami-


liar hasta llegar al tema del comienzo de su relación de pareja:
Psicóloga: Cuéntame un poco de tu infancia y cómo lo conociste a él.
A: Mis padres vivían en el campo y me han tenido trabajando toda la
1 Es decir, apostar en carreras de caballos.

204
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

vida, desde que tengo más o menos seis o siete años.


Psicóloga: ¿Cómo eras tú de pequeña?
A: Desde pequeña siempre fui muy llorona, cuando tenía trece años me
escapé de la casa y me fui a vivir con mi hermana mayor.
Psicóloga: ¿Por qué te fuiste de tu casa?
A: Porque mi mamá me quería casar con un señor mucho más mayor que
yo, me había visto, yo le gustaba y le dijo a mi mamá que se quería casar
conmigo, pero a mí no me gustaba por lo que decidí escaparme, con la
ayuda de mi hermano mayor.
Psicóloga: ¿Y qué pasó después?
A: Mi madre se puso muy brava, luego se le pasó y a los catorce meses
regresé a mi casa, estuve allí algunos meses y me regresé a casa de mi
hermana, prefería estar con ella.
...
Psicóloga: ¿Cuándo conoces a tu esposo?
A: Lo conozco en Rubio.
Psicóloga: ¿Él fue tu primer novio?
A: No... (cara de pena, baja la cabeza y le cuesta mucho contarme, lo
hace lentamente, mientras yo espero). A los quince años tuve mi primer
novio... A mi hermana no le gustaba porque era moreno.
Psicóloga: ¿Qué pasó?
A: Terminamos porque lo vi en su carro con una muchacha. Y luego
conocí a mi esposo.
Psicóloga: ¿Cómo lo conociste?
A: En el pueblo, yo tenía diecisiete años, mi hermana tampoco quería a
mi esposo, yo salía escondida con él porque a mi hermana no le gustaba,
nos casamos a los diecisiete años.
Psicóloga: ¿Por qué se casaron tan jóvenes?
A: ... (muestra mucha vergüenza) Me casé porque estaba embarazada
(tono de voz muy bajo).
Psicóloga: ¿Y qué hicieron?
A: Le expliqué a mi esposo que no le podía decir nada a mi hermana
porque me iba a mandar a casa de mi mamá y que allí me iban a matar,
entonces mi esposo habló con su mamá, le explicó todo y ella le dijo que
me llevara a su casa... Mi madre conoció a mis hijos cuando el segundo

205
Herramientas psicoterapéuticas

tenía dos años, no me habló hasta ese momento, mi padre era más com-
prensivo y mi hermana me visitaba a veces... Luego tuvimos que irnos
a Caracas porque mi suegra le dijo a mi esposo que le había conseguido
trabajo en Caracas y que allí le iba a ir mejor. Mi esposo me dijo que nos
teníamos que ir, pero yo no quería.
Psicóloga: ¿Por qué?
A: Luché mucho por mi casa pero no la pude disfrutar porque nos tenía-
mos que ir a Caracas, yo estaba trabajando y él también y ya teníamos
construida nuestra casa y entonces mi suegra lo llama.
Psicóloga: ¿No había otra opción?
A: No, yo estaba casada, con dos hijos y no podía hacer nada, no me iba
a quedar sola sin esposo. Tuve que irme. Cuando llegamos yo sabía que
no había ningún trabajo para mi esposo, pasaban las semanas y él no
conseguía trabajo, así que tuve que ponerme a trabajar como camarera
en el Hospital, luego hice el curso de Enfermería por un año y comencé
a trabajar como enfermera, primero haciendo unas suplencias y luego
como fija. Mi esposo duró nueve meses sin trabajar, en el 81 me dieron el
cargo a mí y a él en el Hospital.

A partir de estos intercambios iniciales se construye, en la


reunión clínica, algunas hipótesis de desarrollo y funcionamien-
to psicológico que intentan explicar algunos de los síntomas. Las
interpretaciones que surgen en la discusión del caso, provenien-
tes de las teorías dinámicas, plantean líneas posibles de indaga-
ción relacionadas con las dificultades en torno a las demandas
de afecto tempranas no resueltas, el manejo inadecuado de la
agresión y la formación de síntomas que permiten canalizar esa
demanda, quizás castigar a los cuidadores siempre insuficientes
impotentizándolos, quizás castigarse a sí misma culposamente
por sus deseos tanto sexuales como agresivos insatisfechos y
prohibidos.
Estas líneas de razonamiento y argumentación lucen con-
sistentes con la historia que la persona nos trae, así como útiles
para ofrecer, a través de la relación terapéutica, una compren-

206
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

sión y reorganización de estos enredos afectivos. Su explora-


ción seguramente podría abrir una avenida para que esta mujer
reordene su experiencia, retome en un ambiente más contene-
dor las emociones ligadas a estas vivencias y comprenda mejor
algo de su malestar. Sin embargo, de nuevo corren el riesgo de
oscurecer los elementos de género y pobreza que están intrínse-
camente atados a la vida de esta mujer. Así como las hipótesis
dinámicas pueden abrir las puertas a exploraciones esclarece-
doras y empáticas sobre la manera en que esta mujer se vincula
afectivamente y cómo maneja su mundo emotivo, la reflexión
sobre sus concepciones de qué es ser mujer, las creencias que
giran sobre sus obligaciones y sus derechos, así como las fuen-
tes de donde obtuvo las bases para hacer esas construcciones
pueden abrir puertas alternativas. Entre otras, la posibilidad de
visibilizar las tremendas restricciones a su libertad (para esco-
ger sus parejas, su vida sexual, el lugar de residencia) y autono-
mía que ha implicado para ella ser mujer. Su historia está repleta
de situaciones de injusticia, de imposición arbitraria de criterios
ajenos a ella que están cargadas de prejuicios raciales, sexistas
y sociales. Es importante destacar cómo estas creencias no res-
ponden nada más a una dinámica familiar, sino que se fortalecen
con las creencias compartidas socialmente sobre lo que debe o
no debe hacer una mujer, tanto así que A no las cuestiona, más
bien las interioriza como verdades que le hacen sentir vergüen-
za ante su interlocutora. Creencias asumidas sin posibilidad de
protesta que han contribuido a generarle un sufrimiento inefable
e invisible que la mantienen atada.
Como escribe Waldgrave:
(...) nos dimos cuenta que los problemas que estas familias traían a nues-
tra consulta, no eran solo los síntomas de la disfunción familiar, sino los
síntomas de temas estructurales más amplios como la pobreza, el patriar-
cado y el racismo (1990, p. 5).

207
Herramientas psicoterapéuticas

Y también considera que:


Esto no implica sugerir que un tipo de terapia es más importante que
la otra. Sino que esta aproximación complementa los enfoques mo-
dernos de terapia con información y métodos que generalmente se
considera fuera de los parámetros de la práctica clínica. Ellos inclu-
yen los datos sociales, de género, culturales y políticos que vengan al
caso (p. 11).

El caso anterior no proviene de una víctima de tortura o una


persona exiliada. Su sufrimiento no parece abiertamente ligado
a lo político y, sin embargo, observamos con facilidad cómo las
distintas relaciones de poder en que ha estado insertada su vida
también son cruciales para comprender de manera completa sus
vivencias. Las creencias de género que esta mujer ha padecido e
interiorizado contribuyen a la visión devaluada y culposa que ella
tiene de sí misma. Encontramos con gran frecuencia que personas
que provienen de situaciones de privación se sienten apenadas y
culpables por las dificultades que arrastran, utilizando los mis-
mos discursos sexistas y clasistas que las han colocado en luga-
res de vulnerabilidad, para evaluarse. La valoración que A hace
de sí misma, de rebelde, impura, defectuosa, impide que pueda
apreciar la valentía que implica irse de su casa a los trece años
para defender su deseo de escoger y el esfuerzo que ha implica-
do trabajar tanto como enfermera como ama de casa para sacar
su familia adelante. ¿Con qué herramientas cuenta el diálogo
psicoterapéutico para ayudar a A a tomar distancia crítica de los
discursos que la han sujetado y colocado en lugares de desven-
taja, para así tener la oportunidad de reexaminar su vida desde
esta perspectiva y quizás ofrecer resistencia a estas imposicio-
nes? Continuemos explorándolas.

208
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Desnaturalización
Al conversar con la joven psicóloga sobre su intercambio con
A le pregunté qué sintió cuando le contó que no pudo disfrutar
su casa porque se tuvo que venir a Caracas con su esposo. Se
lo pregunté porque me llamó la atención la intervención que
ella hace: “¿No había otra opción?”. Parecía que desde la pers-
pectiva de la psicóloga sonaba insólito que la hayan obligado
a renunciar a todas las cosas por las cuales había luchado sin
poder negociar con su esposo ese cambio de residencia. La
vida de la psicóloga, como una mujer proveniente de un sector
económicamente más pudiente y con un nivel de profesiona-
lización elevado, está enmarcada probablemente con mayores
expectativas de autonomía y espacios de decisión como mujer.
Sin embargo, desde la perspectiva de A la decisión era clara,
no había ninguna opción: “No, yo estaba casada, con dos hijos,
no podía hacer nada, no me iba a quedar sola sin esposo”. La
obligatoriedad de irse a Caracas con su esposo seguramente
parte de la concepción de lo que es ser mujer y lo que es ser una
mujer casada. En nuestro país, ser esposa y ser madre general-
mente confiere una serie de responsabilidades incuestionables,
que pueden incluir, como en este caso, el tener que seguir sin
dudar las decisiones del esposo. Se observa claramente cómo
el hombre tiene mayor prerrogativa para decidir sobre el destino
de la pareja. Lo importante es que para A eso también es así, aun
cuando le genere sufrimiento, aun cuando le parezca injusto,
es incuestionable, es lo natural. Al mismo tiempo, para la tera-
peuta, que ha tenido la oportunidad de desarrollarse educativa,
económica y profesionalmente, así como otras posibilidades
de ser una mujer reconocida, resultan asombrosas unas presio-
nes sociales tan limitativas.

209
Herramientas psicoterapéuticas

La naturalización, escribe Montero (2004), es el:


Proceso mediante el cual ciertos fenómenos y pautas de comportamien-
tos son considerados como el modo de ser de las cosas en el mundo,
como parte esencial de la naturaleza de la sociedad. Es responsable del
mantenimiento y facilitación de circunstancias propias de la vida cotidia-
na y también de la aceptación de aspectos negativos que pueden hacer
difícil, cuando no insoportable la vida de las personas (p. 292).

Debo al profesor Yurman (2005) una cita de Jorge Luis Bor-


ges que creo evidencia con claridad los mecanismos de la natu-
ralización. Este escribe en “La secta del Fénix”: “La prueba de
que el Corán es árabe es que no menciona el camello”. Aque-
llo que ha adquirido el carácter de ser esencial, deja de ser regis-
trado, pasa desapercibido. Lo natural no se destaca en el relato,
porque simplemente es así. En el caso de A y su comunidad cul-
tural, se ha naturalizado una serie de maneras de ser mujer, que,
aun cuando le hacen la vida insoportable, son innombrables,
invisibles y, por ende, incuestionables. Cuando comenzamos a
examinar todas estas asunciones como construcciones sociales,
abrimos el paso para reexaminarlas, para tomar distancia, para
verlas como resultados históricos, para poder concebir la cons-
trucción de alternativas. Es lo que Montero, desde la psicología
comunitaria, ha denominado la “desnaturalización”:
Examen crítico de aquellas nociones, creencias y procedimientos que sos-
tienen los modos de hacer y de comprender en la vida cotidiana, de tal
manera que lo naturalizado sea desprovisto de su naturalidad mostrando
su carácter construido. Consiste en problematizar el carácter esencial y
natural adjudicando a ciertos hechos o relaciones, revelando sus contradic-
ciones, así como su vinculación con intereses sociales o políticos (p. 287).

En nuestro trabajo constantemente hacemos intervenciones


que buscan desnaturalizar una serie de pautas de interacción vivi-
das como dolorosas, pero cuyos sustentos, sin embargo, pasan

210
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

desapercibidos. Es el caso de la violencia dentro del hogar. En


el trabajo con padres y madres que maltratan a sus hijos, con
frecuencia hay una porción de estos que reportan que hubie-
sen deseado tener la información de cómo encontrar opciones al
castigo físico, porque hasta ese momento, y basado en sus pro-
pias experiencias infantiles, pegarles a los hijos era algo natural
e inevitable.
Esta desnaturalización se parece a lo que el psicoterapeu-
ta de familia Michael White (1993) denomina deconstrucción.
Tomando la noción del trabajo de Derrida, White escribe:
Según mi definición, más bien imprecisa, la deconstrucción tiene que ver
con procedimientos que subvierten las realidades y prácticas asumidas
como ciertas: las así llamadas “verdades” que están disociadas de las con-
diciones y los contextos que las produjeron; esas maneras descontextua-
lizadas de hablar que esconden sus prejuicios y distorsiones; y esas prác-
ticas familiares de identidad y de relación que subyugan las vidas de las
personas. Muchos de los métodos de deconstrucción hacen que se vuelvan
extrañas estas realidades y prácticas cotidianas asumidas como ciertas al
objetivizarlas. En este sentido los métodos de deconstrucción son métodos
que vuelven “exótico lo doméstico”.

La práctica psicoterapéutica siempre ha vuelto “exótico


lo doméstico” cuando una persona que entra en consulta se
comienza a preguntar cosas que antes eran consideradas natu-
rales o esenciales: “es que yo soy así”. En el lenguaje clínico
tradicional con frecuencia se escucha expresiones como “hacer
que la persona se pregunte sobre el síntoma, volver egodistó-
nico al síntoma”, etc. Me gusta también la invitación que hace
Richard Rorty:
Cualquier cosa que la filosofía pueda hacer para liberar un poco nuestra
imaginación redunda en un bien político, ya que cuando más libre es la
imaginación del presente, más posible resulta que las prácticas sociales
futuras sean diferentes de las prácticas pasadas (2003, p. 259).

211
Herramientas psicoterapéuticas

Las preguntas hacen más complejas las verdades asumidas


de entrada. El solo hecho de preguntar ya hace pensar que cierta
conducta, idea y sentimiento no sea algo dado, inevitable, sino
que quizás hay distintas opciones posibles. Al trasladar estas
preguntas al ámbito histórico, contextual, se abren aún más ave-
nidas para repreguntarse y replantearse ciertas actitudes. Ante
la afirmación de A de que era inevitable su mudanza a Caracas, la
pregunta de la terapeuta de “¿no había ninguna otra opción?”
abre un primer espacio de reconsideración. Otras como: ¿qué
te hubiesen dicho si hubieses escogido distinto? ¿Quién te lo
hubiese dicho? ¿Por qué? ¿Qué de la crianza de esas personas
le harían pensar de esa manera? ¿Conoces alguna mujer que
haya escogido algo contrario en situaciones distintas? ¿Y si tú
hubieses sido el hombre en la relación, hubiese habido opciones
distintas? ¿Por qué?; podrían también abrir un poco de espacio
para comenzar a desnaturalizar algunas pautas del rol de género
que en A pasan sin ser cuestionadas.
No solo están las mujeres subyugadas por roles estereotipa-
dos de género que limitan las opciones de vida. En nuestro traba-
jo también encontramos muchos hombres sujetados por maneras
de entender la masculinidad que terminan empobreciendo sus
vidas y sus relaciones. En particular con hombres que viven en
situaciones de pobreza, con frecuencia se viven confrontados
con expectativas que valoran la masculinidad sobre la base del
logro económico y estatus profesional, así como los marcadores
materiales de éxito. Las dificultades ambientales como la falta
de recursos económicos y de acceso a la educación, complican
el acceso a estos símbolos de estatus. La pobreza y desempleo,
que a menudo resultan como consecuencia de estas limitacio-
nes, son internalizadas e interpretadas por los hombres como
reflejo de una falla personal, son símbolos de fracaso. Veamos
a continuación una sesión de psicoterapia de familia en que el

212
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

padre, que trabaja de noche cuidando un estacionamiento, no


regresa a menudo a su hogar, tanto por el peligro que representa
regresar de madrugada a su barrio como por la vergüenza que le
produce tener que regresar muchas veces sin dinero que llevar
a la casa. Es interesante que no manifiesta rabia por tener que
someterse a la inseguridad que implica vivir en su barrio, ni por
cobrar un sueldo que no alcanza para mantener a su familia, sino
que más bien siente vergüenza y esa vergüenza además contri-
buye a su alejamiento. Siente que no está siendo buen padre por
no tener dinero y, en consecuencia, abandona. Casi como si no
fuese digno de ocupar el lugar del padre si no trae suficiente
dinero a la casa. Veamos:
Mi: La semana pasada que no subí era por eso, yo no tengo real2,
entonces, como le dije, me da cosa decirle que no tengo.
V: ¿Por qué?
Mi: Así yo quede sin nada a mí me gusta llevar algo.
V: Es decir, prefiere no verlos antes que afrontar esa situación de que le
pidan y usted tenga que decir que no y todo eso.
Mi: Exacto, que me digan necesito pasaje y yo no tengo, no me gusta,
pues.
(sesión de familia, 21/11/01).

Para este hombre termina siendo sorprendente escuchar que


sus hijos reclaman su presencia, aun cuando venga sin dinero.
Asimismo, le sorprende escuchar del terapeuta que quizás hay
otras cosas que pueden ser valiosas de su paternidad que tras-
cienden las limitaciones materiales. El comenzar a plantearse
opciones y luego comenzar a preguntarse sobre qué insumos
ha construido esta noción de la masculinidad y la paternidad,
es un primer ejercicio de desnaturalización. Igualmente es un
ejercicio político, en el sentido de que favorece comenzar a

2 Real: dinero.

213
Herramientas psicoterapéuticas

reflexionar sobre las pautas que designan qué es lo qué está bien
y que no en la sociedad, sobre qué valores están construidas
estas pautas, a qué distribución particular de poder responden,
qué influencias han contribuido a asumir esas construcciones,
de dónde se extrajo estas creencias.

Visibilización
La desnaturalización va de la mano de una herramienta heredada
de las corrientes feministas que es la visibilización (Burin y Meler,
2000; Espin, 1993; Hague y Mullender, 2005; Skinner, Hester y
Malos, 2005). A menudo se expresa cómo hacer visible las cir-
cunstancias estructurales que han pasado desapercibidas, o cómo
el proceso de darle voz a sectores que han estado silenciados o
registrar el testimonio de estos grupos. La actividad psicoterapéu-
tica y el activismo en defensa de los derechos de los ciudadanos
tienen un amplio lugar de encuentro que ha ofrecido y continúa
ofreciendo el potencial de desarrollar intercambios mutuamen-
te fortalecedores. El relato y registro de historias individuales es
central en ambas iniciativas. La psicoterapia tiene el potencial de
ofrecer un foro para las historias privadas que no solo la represión
psicológica sino la social han obligado al silencio. La intimidad
puede ser un escenario privilegiado de resistencia. Las historias
compartidas en la psicoterapia ofrecen material para, siguiendo a
las investigadoras en Derechos Humanos, Schafer y Smith (2004),
registrar el testimonio de los abusos, retar los relatos dominantes
de los opresores a través de las experiencias de los protagonistas,
hacer un llamado a la comunidad más amplia a reaccionar, obligar
a ver la humanidad de aquellos que han sido deshumanizados,
transmitir empatía o indignación, ayudar a forjar redes de apoyo,
construir esperanza, ofrecer evidencia e información, movilizar la
prensa y la acción colectiva.

214
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Ya se mencionó en el capítulo IV cómo el trabajo con per-


sonas sometidas a situaciones opresivas requiere del esfuerzo
de abrir una brecha para que estas situaciones puedan ser reco-
nocidas, registradas y transmitidas. Las fuerzas que producen
el abuso se sostienen en el control y el poder que detentan en
la relación. Ese poder se utiliza para callar a las víctimas, para
enmascarar y negar los abusos. El daño que ejerce el abusador,
tanto en la esfera política como en la doméstica, no es reconoci-
do, o si no, es minimizado y racionalizado.
Sandor Ferenczi no fue solo pionero al subrayar el peso
del abuso sexual en la producción de muchos de los males-
tares que atendía en su consulta, sino además fue quizás el
primer clínico que logró identificar que la situación abusiva no
solo genera malestar por la violencia sexual en sí misma, sino
también por la posterior negación a que se enfrenta el niño o
niña abusada. En su artículo “La confusión de las lenguas”
(1933/1994) el psicoanalista explicó cómo además del abuso
de confianza que implica que el adulto use para su propia satis-
facción sexual una relación que el niño o la niña requiere como
fuente de afecto, es doblemente problemático el hecho de que
luego “el perpetrador actúa como si nada hubiese sucedido y
se consuela pensando: ‘Sólo es un niño, no sabe nada, se olvi-
dará de todo’” (p. 163). Esta negación somete al abusado a
una realidad confusa que alterna las situaciones de abuso con
la vida familiar “normal” en que se hace como si nada hubie-
se sucedido. El trabajo clínico ha confirmado que una de las
características más frecuentes de todos aquellos que cometen
algún tipo de maltrato dentro de sus hogares es la negación
y uno de los factores de riesgo que contribuye a mantener la
situación de abuso es el secreto y el aislamiento de la víctima.
El especialista Jukes (1999) escribe:

215
Herramientas psicoterapéuticas

(...) la literatura disponible me advirtió que los hombres abusivos tendían


a ser negadores. No podía, sin embargo, haber imaginado con cuánta
intensidad sostienen esta negación, ni la creatividad que utilizan para de-
fender su posición. La mayoría de los abusadores comparten una serie
de características. La más importante por largo rato es que no aceptan
ninguna responsabilidad por su conducta, aun cuando, paradójicamente,
comparten una necesidad profunda de comprenderla. Ellos, en su mayo-
ría, además suelen estar profundamente confundidos con respecto a si
esa conducta es efectivamente incorrecta y oscilan entre explicaciones en
que culpan a las víctimas y minimizan su equivocación, y explicaciones
en que maximizan lo erróneo de esas conductas y buscan explicaciones que
le echan la culpa al alcohol, las drogas o a la enfermedad (p. 48).

El que vive en situaciones de opresión y abuso, está dia-


riamente expuesto a situaciones de malestar que además pasan
desapercibidas para los que viven alrededor. Cuando la situa-
ción se ha “naturalizado”, esta se ha vuelto invisible, innom-
brable. El dolor que produce la situación pasa desapercibido
y no es reconocido por los demás. Esto añade aislamiento al
sufrimiento de la situación de abuso. En palabras de los psicó-
logos Hardy y Laszloffy (2002):
Una cosa es perder algo que es importante para ti, pero es mucho peor
cuando nadie en tu universo reconoce que has perdido algo. El no reco-
nocer la pérdida del otro es negar la humanidad de esa persona (p. 11).

Por ende, una de las primeras acciones indispensable para


comenzar a detener las situaciones de abuso es nombrar, identi-
ficar, hacer visible lo que viene sucediendo (Hirigoyen, 1999).
El visibilizar estas situaciones de desbalance de poder y abuso
cumple una función política y terapéutica. Política porque per-
mite comenzar a cuestionar el desbalance de la relación, ayuda
a que se elimine el secreto y puedan intervenir otras personas e
instituciones que ayudan a poner los límites que han sido vul-
nerados. La visibilización permite que se rompa el control que

216
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

tiene el abusador de la relación, ayuda a que la víctima se rela-


cione con otras redes sociales, con otras personas que pueden
tomar acción para detener la situación de abuso. Terapéutica-
mente sirve para reducir el aislamiento y para que la percepción
de la realidad se reestablezca. Al nombrar el abuso, la víctima
no vive ya en una realidad disociada, en la que por un lado es
abusada y por el otro tiene que convivir con el abusador como
si no estuviera pasando nada. Al nombrar el abuso se validan
los sentimientos de miedo, rabia, dolor, confusión que susci-
ta la situación de abuso. Esto es central para que la víctima
deje de internalizar la culpa y vergüenza de la situación que
está padeciendo. Le ayuda a ver el manejo de poder dentro de
la relación familiar y cómo su posición la ha colocado en un
lugar de vulnerabilidad.
Tanto la investigación empírica como la experiencia clíni-
ca han evidenciado que el solo acto de preguntar directamente
si ha habido violencia en la vida de la persona atendida, en la
entrevista inicial de diagnóstico, es una estrategia potente de
visibilización (Guedes, Stevens, Helzner y Medina, 2002). En
ocasiones los terapeutas opinan que los temas de violencia van
a aparecer eventualmente en la consulta y que no es necesario
preguntarlo directamente. Las personas que trabajamos en esta
área opinamos que así como es importante evaluar en las prime-
ras sesiones si existe algún tipo de riesgo suicida, asimismo es
indispensable preguntar por la posible presencia de experiencias
de violencia, ya que igualmente constituye una de las principa-
les emergencias psiquiátricas. A menudo encontramos que las
personas no comentan experiencias de abuso sexual o violencia
doméstica a menos que el profesional las invite a hablar sobre
el tema, ya que sienten vergüenza y dudan sobre cuán receptiva
va a ser la persona que las está atendiendo. Así por ejemplo,
el siguiente extracto proviene de una entrevista inicial con la

217
Herramientas psicoterapéuticas

madre de una niña de nueve años que fue abusada reiteradas


veces por sus primos de quince y doce años. En esta conver-
sación se pretendía conocer la situación de abuso, la dinámica
familiar y el funcionamiento general de la niña, como paso pre-
vio al inicio de una psicoterapia de familia. A pesar de hablar
extensamente sobre el abuso ocurrido a su hija, no fue sino hasta
el final cuando se dio el siguiente intercambio:
Terapeuta: Quería revisar una última cosa que puede ser importante. ¿Ha
habido otras experiencias de abuso sexual en la familia?
M: (se pone muy seria) Bueno, a mí me parece que es importante decirlo.
Creo que si vamos a estar aquí trabajando con esto es importante que se
sepa. Yo, cuando tenía once años, fui abusada por mi hermano mayor que
me llevaba ocho años. Él no vivía con nosotros pero venía de visita y una
vez, cuando tenía once años, él abusó de mí. Y fue completo, no como a
K. Él me penetró... yo me sentí muy mal y quería decírselo a mi mamá,
pero no lo hice porque tuve mucho miedo de que no me fuera a creer así
que le escribí una carta. No se la entregué, pero más tarde una hermana
mía la leyó y me preguntó y me volví a sentir muy asustada y le dije que
yo lo había inventado (Peñalba y Llorens, 2005, p. 118).

En este intercambio se observa la duda de M a hablar sobre


el tema y cómo solo se atreve a hacerlo una vez que le pregunto
directamente. Al mismo tiempo contó que tenía mucho tiempo
queriendo hablar sobre ese episodio pero que nunca lo había
hecho. Esta conversación se trasladó a la consulta con toda la
familia y todos, incluyendo a los familiares, nos asombramos al
conocer que otros cuatro miembros de la familia extendida (los
dos primos que abusaron de la niña, la hermana de M y el esposo
de la hermana) habían vivido experiencias de abuso sexual en su
infancia. En total seis miembros de la familia lo habían sufrido
sin jamás haber hablado entre ellos de esas experiencias doloro-
sas. Si bien nos impactó la cantidad de familiares afectados por
esta situación, sabemos que es frecuente que muchas familias

218
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

carguen en silencio múltiples experiencias de victimización no


elaboradas.
Pero la visibilización no se refiere nada más a hacer públi-
cas las situaciones de maltrato, sino también en hacer visibles
las pautas de relación asentadas en la cultura que contribuyen a
mantener desniveles en las relaciones humanas. Uno de los ejem-
plos clásicos, que logra hacerlo con genialidad es el ensayo de
la escritora inglesa Virgina Woolf, titulado “Una habitación pro-
pia” (1928/1997). Invitada a dar una conferencia sobre las muje-
res y la literatura, Woolf logra sorprender a su audiencia dando
una maravillosa panorámica de la cantidad de vivencias diarias
de privación de libertad y prejuicio a que estaban expuestas las
mujeres de su época. Entre otras, relata cómo, en aras de preparar
la charla, se acercó a la biblioteca central de Cambridge, donde
le impidieron entrar a revisar los libros por ser mujer. Luego se
dirigió al British Museum, donde sí pudo tener acceso a los libros
y comenzó a revisar aquellos en que el tema central era la mujer.
Relata su sorpresa al encontrar que había miles de libros escritos
por hombres sobre el tema de las mujeres, pero ninguno escrito
por alguna mujer. Asimismo, hace un listado de la cantidad de
prejuicios inscritos en estos libros entre los cuales estaban los
ensayos sobre el sentido moral más débil, el menor tamaño cere-
bral, la inferioridad mental, moral y física, su mayor amor a los
niños, su vanidad y las discusiones entre varios catedráticos sobre
si las mujeres tenían o no alma. Continúa en su paseo, pensando
en las causas de esos juicios peyorativos (en otros casos ideali-
zados) sobre la condición femenina y va haciendo un ejercicio
contundente de observación y de visibilización:
Los profesores –hacía con todos ellos un solo paquete– estaban
furiosos. Pero ¿por qué?, me pregunté después de devolver los li-
bros. ¿Por qué?, repetí en pie bajo la columnata, entre las palomas
y las canoas prehistóricas. ¿Por qué están tan furiosos? Y hacién-

219
Herramientas psicoterapéuticas

dome esta pregunta me fui despacio en busca de un sitio donde


almorzar. ¿Cuál es la verdadera naturaleza de lo que llamo de mo-
mento cólera? Tenía allí un rompecabezas que tardaría en resolver
el rato que tardan en servirle a uno en un pequeño restaurante de
las cercanías del British Museum. El cliente anterior había dejado
en una silla la edición del mediodía del periódico de la noche y,
mientras esperaba que me sirvieran, me puse a leer distraídamente
los titulares. Un renglón de letras muy grandes iba de una punta a
otra de página. Alguien había alcanzado una puntuación muy alta
en Sudáfrica. Titulares menores anunciaban que Sir Austen Cham-
berlain se hallaba en Ginebra. Se había encontrado en una bodega
un hacha de cortar carne con cabello humano pegado. El juez X...
había comentado en el Tribunal de Divorcios la desvergüenza de
las Mujeres. Desparramadas por el periódico había otras noticias.
Habían descendido a una actriz de cine desde lo alto de un pico
de California y la habían suspendido en el aire. Iba a haber niebla.
Ni el más fugaz visitante de este planeta que cogiera el periódico,
pensé, podría dejar de ver, aun con este testimonio desperdigado,
que Inglaterra se hallaba bajo un patriarcado3. Nadie en sus cin-
co sentidos podría dejar de detectar la dominación del profesor.
Suyos eran el poder, el dinero y la influencia. Era el propietario
del periódico y su director, y su subdirector. Era el ministro de
Asuntos Exteriores y el juez. Era el jugador de críquet; era el pro-
pietario de los caballos de carreras y de los yates. Era el director
de la compañía que paga el doscientos por ciento a sus accionistas.
Dejaba millones a sociedades caritativas y colegios que él mismo
dirigía. Era él quien suspendía en el aire a la actriz de cine. Él
decidiría si el cabello pegado al hacha era humana; él absolvería o
condenaría al asesino, él le colgaría o le dejaría en libertad. Excep-
tuando la niebla, parecía controlarlo todo. Y, sin embargo, estaba
furioso (pp. 54-55).
Pero no son solo las mujeres las que se encuentran sujeta-
das por pautas de relación estereotipadas. En ocasiones también
3 Cursivas son mías.

220
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

tenemos que ayudar a los hombres a reflexionar sobre las expec-


tativas de género que les atrapan en sus malestares y les dejan
pocas opciones creativas para construir sus vidas. La prohibi-
ción a la expresión afectiva y a las necesidades de dependencia
emocional a menudo son temas centrales en el trabajo psicotera-
péutico con hombres, que requieren de una exploración detalla-
da de las figuras de referencias tempranas, así como las fuentes
culturales de donde extrajeron el material para la construcción
de ideales masculinos que en ocasiones limitan y empobrecen
su vida emocional.
El humor a menudo es un recurso muy útil para ayudar a
visibilizar y confrontar algunos de estos estereotipos. En una
consulta surgió la canción tradicional cubana de Ñico Saquito
que dice: “María Cristina me quiere gobernar, y yo le sigo le
sigo la corriente. Porque no quiero que diga la gente que María
Cristina me quiere gobernar”. A través de la canción un consul-
tante pudo sonreír recordando la letra que evidencia a un hom-
bre que no sufre porque María Cristina lo quiera gobernar, sino
porque teme lo que eso puede significar para los observadores.
Detenernos en variadas expresiones culturales nos ofrece mate-
rial para hacer visibles las preconcepciones de género.
En uno de sus maravillosos ensayos, Vaclav Havel (1987/1991)
cuenta de un amigo encarcelado por razones políticas en la
vieja Checoslovaquia sometida al control soviético, que venía
sufriendo de un asma terrible por las condiciones de su arresto.
Intentando apoyar al amigo se dirigieron a un periódico norte-
americano, que les contestó que solo podían escribir algo en
caso de que el amigo muriera. Havel continúa diciendo que todo
su país (en ese momento) sufría de asma, de un padecimien-
to crónico pero poco dramático como para llamar la atención
de la comunidad internacional: “No merecemos atención pues-
to que carecemos de historia y de muerte. Tenemos solo asma.

221
Herramientas psicoterapéuticas

¿Y quién se divertiría escuchando nuestra tos estereotipada? La


verdad es que no se puede escribir continuamente sobre alguien
que respira con dificultad” (p. 178). Su ensayo es un hermoso
alegato a favor de la búsqueda de formas nuevas para registrar
el padecimiento asfixiante de falta de libertad que tuvieron que
sufrir bajo el régimen totalitario. Su ensayo es un alegato a favor
y un ejercicio literario de visibilización.

Validación
Muy cercana a la visibilización, aparece la validación como un
complemento indispensable. Una vez nombradas e identificadas
las circunstancias sociales y culturales que producen malestar,
generalmente aparecen las emociones concomitantes. Apare-
cen las expresiones de indignación, ira, resentimiento que estas
vivencias crónicas fueron gestando. Este tránsito suele ser un
reto para la psicoterapia. A menudo nos sentimos abrumados
por la magnitud de estas emociones, a tal punto que podemos
sentir deseo de volver a callar los reclamos o de cambiar el
tema. La especialista en los efectos del trauma prolongado en
la población infantil, Lenore Terr (1991), considera que la ira es
una de las consecuencias cardinales. Ira que se expresará en el
ambiente o contra sí mismo y en ocasiones se transforma en pasivi-
dad extrema. Ella advierte: “La ira de un niño(a) repetidamente
abusado no debe ser nunca subestimada” (p. 76).
El poder tolerar y abrir espacio para esos sentimientos con-
tribuye a validar y comprender una serie de experiencias, que
por la situación de amenaza, amedrentamiento o atropello, esta-
ban disociadas y generaban confusión en la persona sometida.
Pero esto es aún más difícil cuando nosotros, como terapeu-
tas, podemos ocupar simbólicamente el lugar de aquellos que
contribuyeron con el abuso o con el silencio. Ya sea porque le

222
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

recordamos al niño abusado a otros adultos que afirmaron estar


preocupados pero no hicieron nada, o por ser otro hombre cuyas
intenciones pueden generar dudas a la mujer que ha sido gol-
peada, o por ser blanco en una sociedad racista, o un profesional
clase media en un país en que la lucha social se ha agudizado.
Todos estos dilemas reaparecen en la consulta, no solo como
una reedición transferencial que traslada el pasado a la pantalla
en blanco que es el analista, sino también con los marcadores
inevitables de sexo, educación, raza, clase social que están pre-
sentes en el consultorio. Poder tolerar y validar como terapeuta
los sentimientos de miedo, desconfianza, ira, resentimiento, etc.,
que surgieron a partir de vivencias de opresión, la existencia de
operaciones políticas y sociales que fueron opresivas y que en
ocasiones pueden poner a prueba el vínculo terapéutico es una
parte esencial del trabajo (Kagee y Naidoo, 2004).
El psicoterapeuta Ken Hardy (2006) es especialmente lúci-
do en el manejo de las diferencias raciales y de clase social que
pueden surgir en el consultorio. Veamos el relato de la siguiente
consulta que él está supervisando:
Valerie, la terapeuta que conduce la sesión, es una mujer blanca de unos
treinta años, una de mis supervisadas. Como Malik es afro-americano y
se viste con el uniforme de su generación, me preocupa que Valerie vaya
a sentirse amenazada. Mientras cierra la puerta, ya puedo percibir cómo
su incomodidad contagia al salón. A pesar de ser una terapeuta habilidosa
veo a Valerie claramente más dubitativa y resguardada de lo que jamás
la había visto. Más tarde negó que le tuviera miedo a Malik y añadió que
nunca se sentía cómoda trabajando con adolescentes. Cuando lo conver-
samos un poco más, ella comentó que temía admitir que, tenerle miedo a
un joven afro-americano de catorce años que no había hecho nada, podía
significar que ella era racista. Este es un problema que enfrentan muchos
de mis colegas blancos y supervisados con que trabajo: ¿cuándo es justi-
ficado este miedo y cuándo es una expresión nociva de racismo?

223
Herramientas psicoterapéuticas

Malik describe su infelicidad en la escuela, diciéndole a la terapeuta:


“No se puede confiar en ‘El Hombre’” y “Ellos están tratando de joder-
te”. Él habla en código, trayendo el tema que está más presente en su
mente, sin embargo, Valerie se resiste a explorarlo. Ella continúa pregun-
tándole cosas generales sobre su vida, ignorando sus repetidas alusiones
al racismo. En cierto momento, Malik hace una referencia al juicio de O.
J. Simpson: “Yo crecí escuchando que hay dos cosas que no se hacen”,
le dice a Valerie, “no te metes con el dinero del ‘Hombre’” y no te metes
con las mujeres del “Hombre”. Luego de confirmar que Malik se está
refiriendo a las personas blancas, Valerie le contesta cautelosamente: “Sí,
supongo que algunas personas tienen dificultades para aceptar parejas
interraciales”. Malik de pronto se pone muy alerta y le pregunta: “¿Y qué
piensas tú?”. Sorprendida, ella contesta: “Lo que yo piense no es impor-
tante. Las personas piensan cosas distintas.” Pero Malik insiste: “No, yo
te lo estoy preguntando a ti, ¿qué crees tú? Cuando Valerie le dice que
nunca ha pensado en eso Malik vuelve a insistir. “Es probable que no me
gustaría que una hija o un hijo salieran con alguien negro”, le contesta
finalmente. “Pero no es por lo que tú piensas, es porque la vida es muy
difícil, siendo las cosas como son con este tema”.
“Me alegra que lo hayas dicho”, le responde Malik, viéndola a los
ojos, sentándose más derecho y subiendo la voz “porque eso es lo que
sienten ustedes los blancos. solo que no quieren ser honestos sobre el
tema, así que yo tengo que andar por allí sintiéndome como si yo fuera
un maldito loco” (Hardy, 2006, p. 121).

Es un extracto elocuente sobre los retos enormes que implica


hablar sobre los temas de diferencias raciales, étnicas y socioeconó-
micas en la consulta. Ilustra cómo el evadir el tema no evita que atra-
viese de manera esencial la relación terapéutica. También muestra
la respuesta de Malik que es de enorme importancia. Él percibe que
en su entorno existen prejuicios que, sin embargo, los blancos de su
país no están dispuestos a reconocer, por lo que tiene que someterse
al doble mensaje de ser discriminado y la confusión que genera el
que nadie lo reconozca de manera abierta. Eso lo hace “andar por

224
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

allí sintiéndose como si fuera un maldito loco”. La visibilización y


la validación de las emociones generadas por la exclusión, permi-
ten la reorganización de esa vivencia y proveen alivio.
La aguda confrontación social y política que ha atravesa-
do Venezuela en estos años ha servido para agudizar la mira-
da con respecto a muchos de estos dilemas. Así por ejemplo, a
comienzos del año 2004 una porción significativa de la pobla-
ción reaccionó airadamente a una nueva demora del Gobierno
en reconocer la recolección de más de dos millones de firmas
reunidas por la ciudadanía para someter al presidente a un refe-
réndum para rechazar o aprobar su gestión, como lo establece
la Constitución de este país. Ante el listado de obstáculos que
el Gobierno colocaba antes de reconocer el derecho de los ciu-
dadanos y el retraso de más de un año del proceso, irrumpió en
el país una ola de protestas callejeras, que trancaron las vías de
tránsito, se enfrentaron a las fuerzas represivas del Estado y no
pocas veces pasaron de la rabia y la indignación a la violen-
cia. En el capítulo tres se mencionó ya un artículo publicado en
esos días por una periodista, del canal del Estado y abiertamen-
te identificada con el Gobierno, llamado “Limpiarse del odio”
(Davies, 2004). El artículo estaba repleto de consideraciones
médicas sobre los riesgos de una ira prolongada y recomenda-
ciones psicológicas para el control de la rabia, entre los cuales
no podían faltar las técnicas de relajación. El artículo parecía
un sarcasmo. Sin embargo, en él los especialistas entrevistados
no estaban identificados con el Gobierno y contestaron con la
mayor sinceridad desde una visión de un “especialista” en pro-
blemáticas emocionales, absolutamente ciegos a la interpreta-
ción contextual de la ira colectiva de la que estaban hablando.
El mensaje se leía como: “No proteste, no grite, no se indigne,
no enfrente a las arbitrariedades del poder. Eso puede ser peli-
groso para su salud. Relájese, vaya mejor a terapia, revísese. El

225
Herramientas psicoterapéuticas

que está mal es usted”. Este tipo de lógica, que por fin desde
la vivencia propia permitió que muchos psicólogos y psiquia-
tras pudiesen identificar los riesgos de un discurso que oscurece las
variables contextuales y políticos del malestar, es con demasia-
da frecuencia el que utilizamos cuando atendemos a personas
que han sido sometidas a vivencias sistemáticas de violencia,
opresión, exclusión en sus familias y comunidades.
Las “técnicas de control de la rabia” a menudo caen en las
trampas de la lectura descontextualizada. Desde mi perspectiva,
el objetivo principal de la terapia no es eliminar la rabia, ni la ira,
aun cuando para muchas personas la terapia va a ayudar a miti-
garlas. Pero el objetivo final es proporcionar alivio al sufrimiento
y ayudar a la persona a apropiarse de nuevo de su vida, de manera
que esté más preparada para escoger su camino y enfrentar sus
retos. En situaciones de opresión crónica, la rabia puede ser una
fuente necesaria para ese camino. Hay una diferencia significa-
tiva entre la ira y la violencia. A la violencia le ponemos freno,
buscamos los mecanismos para detenerla. Pero podemos validar
la ira en el consultorio al mismo tiempo que protegemos a la per-
sona atendida para que esta no se transforme en violencia. Al final
encuentro mucho más útil validar la ira de las personas sometidas
a abuso y luego pedirles que vayamos construyendo opciones para
hacer algo con esa ira, distintas a la violencia autodestructiva, que
engancharme en técnicas disuasivas que no resuelven el malestar.

Problematización
Como se puede ver, las estrategias mencionadas están ínti-
mamente entrelazadas. Después de hacer visibles las precon-
cepciones que a veces aprisionan la vida y haber validado los
sentimientos de estas circunstancias, intentamos profundizar el
espacio para la reflexión utilizando la problematización. Mon-

226
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

tero (2006) toma el concepto de la pedagogía de Freire (1970).


Tomamos el concepto de problematización de la psicología
comunitaria. Montero (2004) la define como:
Proceso de análisis crítico de las circunstancias de vida y del rol que en
ellas desempeña la persona, que cuestiona las explicaciones y las consi-
deraciones habituales acerca de esas circunstancias (p. 293).

La problematización busca generar un proceso en el cual:


(...) las respuestas trilladas, las explicaciones habituales, los lugares co-
munes dejen de cumplir la función de proveedores de respuestas adoce-
nadas y produzcan una movilización en la consciencia ante la falta de
sustentación de las explicaciones manidas y la comprensión de la con-
tradicción o de la ausencia de fundamentación (Montero, 2006, p. 230).

La explicación que Montero da de la problematización


tiene múltiples analogías con el proceso psicoterapéutico
reflexivo. Ella subraya que para que se dé es indispensable la
relación. Además, añade que requiere de las siguientes condi-
ciones: capacidad de escucha, capacidad de diálogo, apertura
a la duda, énfasis en un intercambio bilateral que no viene con
nociones preconcebidas, capacidad reflexiva, respeto, capaci-
dad crítica, enfoque en circunstancias reales concretas, énfasis
en la transformación y capacidad de tolerar y trabajar con el
silencio (2006).
La problematización abre espacio para resistir a las recetas
para la buena vida, los slogans simplificadores y ayudar a las
personas a identificar las fuentes de sus concepciones valorati-
vas, la variedad de discursos que las constituyen y para pensar
de nuevo (o por primera vez) si esas concepciones les facili-
tan o les dificultan continuar desarrollando sus vidas. Quizás
sea importante remarcar que no es esta una visión amoral, sino
todo lo contrario, que reconoce el peso del marco valorativo en
las vidas de las personas, pero que al mismo tiempo ayuda a

227
Herramientas psicoterapéuticas

comprender que este marco ni es homogéneo, ni absoluto, ni


inevitable.
El psicoterapeuta de familia White (1995) me resulta espe-
cialmente lúcido formulando preguntas que ayudan a proble-
matizar las explicaciones habituales que en ocasiones pueden
constreñir la vida. Él invita a ubicar las atribuciones explicativas
habituales y luego a hacer preguntas como: ¿cómo te reclutaron
para que defendieras esa opinión? ¿En qué círculos se sostie-
nen con más fuerza estas opiniones? ¿Todas las personas per-
tenecientes a esos círculos concuerdan con esta opinión? ¿Qué
crees que sucedería si tú discreparas en su presencia? ¿Qué tipo
de presión crees que experimentarías para que te sometieras o
te retractaras? ¿Y qué consecuencias piensas que tendrías que
afrontar si no quisieras hacerlo?
Como se puede ver, estas preguntas ayudan a encontrar
las fuentes concretas de los juicios que la persona utiliza para
interpretar su vida, así como los mecanismos de poder con que
se defienden. Asimismo, al preguntar si todos en esos círculos
concuerdan con esta opinión se abre el espacio para pensar que
hay otras alternativas y explorar las situaciones en que algunas
personas logran defender estas opciones. A menudo es útil con-
trastar distintos marcos de referencia y pedirle a la persona que
examine qué ventajas y desventajas tiene cada uno de ellos. De
esta manera no se condena ni exalta ninguna de las opciones,
sino que se examina las consecuencias a las que nos somete
concebir la vida de una manera u otra.
La exploración detenida del lenguaje cotidiano nos ha
resultado útil para la tarea de visibilizar y luego problematizar
algunas concepciones culturales. Así por ejemplo, en el trabajo
con jóvenes violentos y de prevención de la violencia escolar
(Llorens y Morillo, 2007) a menudo utilizamos las palabras de
la jerga para construir conversaciones problematizadoras. A par-

228
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

tir de los noventa comenzó a aparecer la palabra “cartelúo” en


el lenguaje juvenil para designar aquello considerado valioso,
atractivo. Al investigar sobre los orígenes de esa palabra encon-
tramos que proviene de la subcultura de los carteles de tráfico
de droga en el cual un hombre “con cartel” es aquel considerado
más peligroso, el que tiene más asesinatos a su nombre (Duque
y Muñoz, 1995). Al detenernos en estas palabras e invitar a
los jóvenes a que investiguen sobre sus orígenes y significa-
dos para luego ponderar sobre sus implicaciones, abrimos espacio
para hablar sobre los valores atribuidos a la peligrosidad y la
violencia, a preguntarnos por qué ha venido a valorarse tanto
estos aspectos, de dónde provienen estas concepciones, en qué
circunstancias utilizan esa palabra y en qué contextos escogen
alguna alternativa, qué ventajas y limitaciones ofrece, así como
abrir la mirada a pensar cómo en ocasiones importamos concep-
ciones de vida que entran camufladas pero van construyendo un
marco particular, con sus ideales y sus prohibiciones.
Así por ejemplo, un joven de una de las barriadas pobres de
Caracas, que había sido criado por una madre sustituta, estaba
estudiando el primer año de bachillerato cuando su hermano de
crianza mayor fue asesinado en una disputa entre bandas. El
hecho fue devastador para su madre, quien entró en una profun-
da depresión y él comenzó a presentar problemas de conducta en
el aula. Al hablar con él me contó que estaba molesto con una de
sus maestras que le había dicho “inepto”. A partir de allí había
comenzado a mostrarse rebelde y desafiante en clase. Indagando
un poco más nos contó la historia del asesinato hace unos meses
de su hermano. Nos dijo que estaba muy preocupado por su
mamá y que tenía enormes deseos de vengarse. La acumulación
de pérdidas e injusticias en la vida de este joven habían llegado
a un punto de quiebre. Abandonado por sus padres biológicos
había construido una sensación mínima de pertenencia y apego

229
Herramientas psicoterapéuticas

a la familia que lo recibió con la cual sentía una deuda, al mismo


tiempo que unido por un puente frágil. Asimismo, el joven había
logrado desarrollar algo de sentido de valía y propósito a través
de su avance escolar. Tenía un buen lazo con su hermano de
crianza, quien lo animaba a continuar los estudios y evitar “los
malos pasos” de la delincuencia que el mayor no había logrado
evitar, sin embargo, el asesinato de ese hermano había desata-
do los sentimientos acumulados de pérdida y todo un enredo
de precarias identificaciones. El comentario de la maestra solo
había servido para atizar su furia y dudar aún más de la posibi-
lidad de realmente ser capaz de construir una vida a través de
la educación y no de la delincuencia. La identificación con el
hermano muerto, en medio del duelo, complicaba el escenario.
Además de todas las tareas emocionales complejas que este
joven enfrentaba, tenía que hacerlo en medio de un marco cul-
tural que a menudo opina que para ser hombre hay que apren-
der a defenderse, a volverse peligroso y, sobre todo, a vengar la
muerte del hermano. En nuestras conversaciones lidiaba con los
fuertes sentimientos de odio y, los deseos de venganza. Además
de ofrecer espacio para ventilar y contener esta tormenta emo-
cional el trabajo incluyó el esfuerzo de detenerse a pensar en
las opciones que su vida parecía estarle ofreciendo, para tener
tiempo de ponderarlas. El legado del hermano mayor servía de
bisagra que en ocasiones parecía abrir el camino a las bandas
y las armas, y en otros, a través de las palabras que recordaba,
le servían de estímulo para quedarse en la escuela. La pregunta
que a menudo le hacía yo en las sesiones que tuvimos era: ¿qué
crees que tu hermano hubiese querido que hicieras? ¿Cómo será
la mejor manera de honrar su recuerdo? A través del hermano
pudimos explorar las distintas series de expectativas culturales
que pesaban sobre sus jóvenes hombros y el delicado dilema
existencial en que se hallaba. Este joven, como muchos otros

230
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

de nuestras ciudades, se hacía preguntas sobre la violencia de


su comunidad, lograba ubicar que las presiones a responder a
cualquier desafío y enfrentamiento podían tener la ventaja de
comunicar una imagen de hombre peligroso y de que no estaba
dispuesto a someterse a la imposición arbitraria de algún otro
joven abusivo. La valentía y el arrojo no son cosas malas en sí.
Pero al mismo tiempo podía entrever que esta lógica del enfren-
tamiento lo insertaba a la larga en una espiral de violencia de la
cual luego era difícil sustraerse.
White (1995) invita también a explorar lo que él denomina
“acontecimientos excepcionales”, ocasiones en que los sucesos
no cuadraron con las interpretaciones habitualmente asignadas.
La exploración de estas excepciones ayuda a problematizar las
explicaciones automáticas y a pensar en opciones interpretativas
alternativas.
A su vez, Marcelo Pakman (1997) invita a comprender la
psicoterapia como una práctica social crítica, a ayudar a exami-
nar con las personas el peso de los discursos políticos que subya-
cen a los distintos ideales personales. El trabajo que realiza con
jóvenes latinoamericanos que viven en los Estados Unidos es
ilustrativo de situaciones análogas a las nuestras. Él se pregunta
sobre el hecho de que muchos jóvenes con conductas desviadas
parecen defender con ahínco los mismos valores que contribu-
yen a excluirlos y menospreciarlos. Así encontramos a menudo,
en jóvenes con carencias graves, una gran avidez por obtener los
objetos materiales que representan los marcadores de éxito, que
precisamente fortalecen los prejuicios en su contra:
Cuando estamos en condiciones de entablar conversaciones reflexivas con
jóvenes como él y hablamos acerca de su visión de las expectativas de la “so-
ciedad blanca” respecto de ellos, a menudo se sorprenden del hecho de que
podrían estar perfectamente de acuerdo con el prejuicio acerca de ellos y de
hecho reforzándolo, en lugar de ser los rebeldes que creen que son (p. 260).

231
Herramientas psicoterapéuticas

Ubicación del terapeuta


Quizás el elemento más controversial de todo lo que se viene
planteando tiene que ver con la propuesta de que el terapeuta
está inevitablemente situado política, histórica, social y ética-
mente, y que estos elementos influyen en la relación terapéutica,
estemos o no dispuestos a incluir nuestro bagaje cultural en el
diálogo terapéutico.
La revisión posmoderna invita a reflexionar sobre las influen-
cias sociales de todas las herramientas teóricas y técnicas para
así poder flexibilizarlas, someterlas a la crítica continua y a un
diálogo más amplio. Por ende, invita al terapeuta a ubicar cuáles
son los orígenes de su sistema teórico y su práctica. Asimismo,
lo invita u obliga a someter esas prácticas a una revisión crítica
constante y a someterse a la retroalimentación de las personas con
que trabaja. En el capítulo anterior mencionamos ya el desarrollo
de los grupos reflexivos de Andersen como uno de los ejemplos
de la implementación de actividades que permiten esto.
El eje fundamental de la ubicación del terapeuta es, creo
que en cualquiera de los sistemas teóricos, el posicionamiento
ético. Incluso en aquellos terapeutas que defienden el concepto
de neutralidad, se trasluce que este mismo tiene un basamento
ético. Dicho de otra manera, se puede entender la neutralidad
como un intento de respetar la libertad de elección y pensamien-
to de las personas con que trabajan, como una actitud de acep-
tación profunda de que la otra persona se tiene que hacer cargo
de las decisiones de su vida, lo que nosotros haríamos o nos
parecería conveniente en el mejor de los casos no es relevante,
y en el peor de los casos implica el intento de reclutar al otro a
nuestro propio sistema ético.
Pero, como se ha mencionado, muchos autores han argu-
mentado que esta posición no es éticamente neutral, es en sí

232
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

misma un punto de vista. Ni siquiera es políticamente neutral,


porque lleva a decisiones sobre cómo administro el poder que
me confiere la relación terapéutica. Lo político y lo ético no es
algo externo a las relaciones humanas que tomo o dejo, las atra-
viesa a todas.
La formación terapéutica recela de las discusiones éticas
porque nuestra reflexión personal nos ha hecho ver con qué faci-
lidad estas degeneran en posiciones moralistas que constriñen
la vida. Prilleltensky (1997) ha señalado que la psicología tra-
dicional tiende a evitar conversaciones sobre posicionamientos
éticos y morales por miedo a caer en posiciones dogmáticas,
fanáticas y autoritarias.
El filósofo y psicoanalista Guyomard (1999) hace un reco-
rrido lúcido por la ética en el psicoanálisis e ilustra con claridad
cómo Freud, influido por el pensamiento científico de comien-
zos del siglo xx, intenta distanciarse del tema. En una carta de
Freud a un pastor, llamado Pfister, que acababa de publicar un
texto titulado “¿Qué le ofrece el psicoanálisis al educador?”,
escribe: “Para ser franco... la ética me es ajena, y usted es pastor
de almas. Yo no me rompo demasiado la cabeza con el tema del
bien y el mal...” (c.p. Guyomard, p. 129). Freud coloca la ética
del lado de las instancias represoras y por ende es altamente
sospechosa de ser siempre opresiva. Tanto Freud en particular
como la psicología en general han contribuido a la revisión de
muchas creencias culturales moralistas que tanto han limitado
las posibilidades creativas y expresivas de las personas. No es
extraño que temamos que el posicionamiento ético pueda con-
ducir a dogmas terapéuticos y a nuevas versiones de encarce-
lamiento. El terapeuta reflexivo evita convertir su práctica en
imposición y adoctrinamiento, en una nueva manera de robar-
le libertad a la persona que consulta. Esto sin duda constituye
siempre un riesgo. Sin embargo, evitar el adoctrinamiento no

233
Herramientas psicoterapéuticas

significa que no se esté operando con una ética. En palabras de


Guyomard (1999):
Si el analista no es un director de consciencia, si no impone su juicio más que
en la naturaleza “económica” del conflicto psíquico y del juego de las pulsio-
nes, es al paciente a quien le corresponde elegir. Las razones de la negativa a
elegir en lugar del paciente también derivan de una ética (p. 126).

Asimismo, rehuirle al tema, decir que el tema es ajeno, no


resuelve el problema, sino que deja los fundamentos éticos con
que se está operando sin ser examinados. Siguiendo a Prilleltensky
(1997):
Las consecuencias de operar sin una serie lúcida de principios guías pue-
den resultar graves. Muchas creencias asumidas y prácticas inscritas en
nuestra mentalidad profesional pueden conducir a excesos en el abuso del
poder. Estas incluyen cosas como creer que sabemos qué es lo mejor para
el cliente, minimizar la autonomía del cliente al excluirlos del proceso
de toma de decisión, estigmatización de individuos con etiquetas orien-
tadas al déficit, definir los problemas solo en términos intra-psíquicos y
dejar de considerar las injusticias sociales. La mayoría de estas prácticas
dudosas no son perpetradas por actores descaradamente inmorales. Sino
más bien son prácticas de rutina que aparecen sin ser revisadas en los es-
cenarios privados y públicos. Aun cuando una explicación clara de nuestros
valores, creencias y prácticas no nos garantiza una mejoría de los servi-
cios, es un paso importante para evaluar el impacto de nuestras prácticas
sobre los clientes, estudiantes y el público en general (p. 518).

La opción que se presenta para intentar contrarrestar este ries-


go es someter nuestro pensamiento y práctica al diálogo, ponerlo
afuera, en discusión. El mismo autor, en línea con los argumentos
que se han venido presentando a lo largo del libro, propone que a
todo terapeuta se le exija: 1) hacer explícito, articular cuál es su
visión sobre lo que representa individual y colectivamente una
buena vida; 2) formular las acciones a través de las cuales esas
visiones toman cuerpo. El psicoanalista Phillips (2000) lo expo-

234
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

ne de una manera análoga cuando considera útil interrogar cada


teoría psicoanalítica y a los terapeutas preguntándoles: ¿cómo
sería el mundo resultante si pudieras atender y curar a todas las
personas? Intentar identificar y explorar los ideales que subyacen
a cada visión de la humanidad para poder someterlos a revisión.
Lacan, dentro del psicoanálisis, ofrece una variante a esta
discusión. Su formulación contrasta con la posición moderna de
Freud sobre la ética. En ella reconoce que inevitablemente toda
acción humana implica una ética. A esta disertación dedica uno
de sus seminarios, “La ética en el psicoanálisis” (1988). Allí
Lacan busca una medida, un valor que le permita orientar el jui-
cio (Guyomard, 1999). Concluye que esa medida es: el deseo. La
medida del deseo consiste en la “búsqueda de la verdad del suje-
to” (Lander, 2004, p. 397). Esa verdad del sujeto corresponde al
descubrimiento y atrevimiento a actuar según el dictamen de sus
deseos íntimos. Ante las acciones humanas desde el psicoanálisis,
considera Lacan, debemos preguntarnos: “¿Has actuado en con-
formidad con el deseo que te habita?” (1988, p. 362).
Desde esta perspectiva el analista es ético en la medida en
que no contamina el deseo del analizado con el suyo propio,
no ofrece respuestas, en cierto sentido, no se presenta como un
experto que tiene “verdades” sobre el mundo íntimo de la per-
sona con quien trabaja, sino que contribuye a hacer preguntas
para que este siga buscando su propia verdad. Esta visión baja al
analista un poco del escalón de la experticia científica omnisa-
piente. Sin embargo, sigue siendo circular, en el sentido de que
pretende no estar influyendo al analizado con ningún sistema
ético previo y parece claro que el valor alrededor del cual se está
construyendo la relación es el de libertad individual.
Veamos un ejemplo: el psicoanalista venezolano Rómulo
Lander escribe en un libro extraordinariamente claro y preciso
llamado Experiencia subjetiva y lógica del otro (2004):

235
Herramientas psicoterapéuticas

No actuar en conformidad con el deseo, es pasar a la impostura. Es actuar


en conformidad con la exigencia familiar y social. Es como dice Lacan
“la traición a sí mismo”. Aquí la ética del Psicoanálisis, toca la ética del
Psicoanalista, ya que este podría estar fuera de una posición ética, si hace
alianza “inconsciente” con las demandas y valores “familiares y socia-
les” de su analizando (p. 397).

Este fragmento termina afirmando que existe una verdad


más elevada, que es la verdad del deseo del sujeto. Asimismo, la
exigencia familiar y social es, como en Freud, el enemigo que
conduce a la “impostura”. Desde el punto de vista del construc-
cionismo social, tanto la ética del psicoanálisis como la de la
familia y la sociedad son distintos discursos alternativos, con
cargas valorativas distintas (aunque también con puntos de con-
senso). Desde el construccionsimo social la palabra “impostu-
ra” resulta sospechosa. Impostura alude a una realidad “menos
auténtica”, a una fachada, pero ¿considerar que una manera de
estar en el mundo es más o menos impostura que otra, no es ya
una toma de posición, no es una afirmación sobre lo que con-
sidero más real, una respuesta a las interrogantes del sentido
de la vida, una manera de estar en el mundo que el analista le
está vendiendo (a su manera, con su propio estilo retórico: con
silencios, con preguntas) al analizado, no es una apuesta a la
individualidad, no es también parte del “deseo” del analista que
la humanidad camine por esos senderos?
Creo que la mayoría de los terapeutas estarían de acuerdo
en que la psicoterapia anda con más aliento cuando el terapeu-
ta deja de lado sus impulsos pedagógicos y en vez de intentar
pontificar se dedica a escuchar con asombro y a acompañar con
apertura. Además, creo que en términos generales la búsqueda
de mayor libertad personal, libre de las limitaciones neuróti-
cas que a menudo empobrecen la vida, es una de las ganancias
principales de una psicoterapia que funciona. Pero creo que son

236
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

más bien los ambientes discursivos demasiado homogéneos, las


instituciones cerradas sobre sí mismas, que van naturalmente
estableciendo una jerarquía intelectual, que van convirtiendo
sus hábitos en dogma, que van empobreciendo la aventura del
pensar. Que en algún momento sienten que siguiendo ciertas
prescripciones pueden asegurar el camino real hacia el sentido
último. Bastante se ha escrito sobre la repetición de este fenó-
meno en las instituciones psicoanalíticas:
Cuando los psicoanalistas pasan mucho tiempo juntos, ellos comien-
zan a creer en el psicoanálisis. Comienzan a hablar con certezas, como
miembros de un culto religioso. Como si ya hubiesen entendido algo. Se
olvidan, en otras palabras, que solo están contando historias sobre otras
historias; y que todas las historias están sometidas a una multiplicidad
incognoscible de interpretaciones. El mapa se convierte en el terreno de-
bajo de sus pies; y los mapas siempre tienen mucho menos espacios que
la vida (Phillips, 1995, p. xvii).

El dilema que trae el posicionamiento ético es poder iden-


tificar a qué serie de valores nos adherimos. En un mundo que
hemos descrito como múltiple, no parece sencillo defender una
serie de criterios valorativos sobre otros. En abstracto todos
podemos estar de acuerdo con la importancia del derecho a la
vida y la libertad, pero en las vicisitudes concretas de la vida,
¿debemos hacer algo para detener a la persona que acude a
nuestra consulta por depresión, cuando simultáneamente detec-
tamos que tiende a perder el control y golpear a sus hijos con
un cable todos los fines de semana? ¿Debemos intervenir para
impedir inmediatamente que estos actos se repitan aun sabiendo
que la relación terapéutica va a ser afectada y que posiblemente
estamos imponiendo un valor nuestro de protección de la vida
de los niños por encima del derecho de esta persona a escoger
las modalidades de crianza que considera culturalmente acep-

237
Herramientas psicoterapéuticas

tables? Es en preguntas concretas como estas y otras aún más


sutiles que los dilemas éticos cobran vida en el consultorio. Yo
tiendo a pensar que es muy importante que los terapeutas some-
tan a una reflexión continua y profunda este tipo de dilemas, que
los expongan en discusiones con sus colegas, con otros profe-
sionales y con las personas que atienden, para intentar construir
una mirada más compleja. Prilleltensky (1997) advierte que
intentar clarificar qué valores pueden ser útiles para los psicólo-
gos en sus intentos de contribuir a la vida es una tarea ardua que
requiere de un proceso continuo de reflexión sobre las posibles
omisiones y contradicciones. El proceso reflexivo, una vez más,
es tan importante como el resultado final.
El terapeuta también tiene el peso existencial de cargar con
su propia vida y la responsabilidad de tomar decisiones, más
allá de lo que los manuales de la técnica pueden prescribir. De
nuevo, en palabras de Phillips:
El psicoanalista no debe preguntarse a sí mismo “¿Estoy siendo buen
analista?”. Sino, “¿Qué clase de persona quiero llegar a ser?” Hay mu-
chas personas que van a poder responder la primera pregunta por ti.
Pero enfrentados a la segunda pregunta, pueden existir muchos terro-
res, pero no existe ningún experto (1995, p. xvii).

Prilleltensky viene desarrollando una serie de estrategias


para pensar y tomar decisiones sobre los marcos éticos que
acompañan la práctica psicológica (1997, 2001; Nelson y Pri-
lleltensky, 2005) que me resultan útiles. Él ubica cuatro fuentes
que proveen material para pensar en qué marco ético se debe
escoger. La primera fuente la denomina visión y se refiere a
los insumos propuestos por las miradas ideales tanto de la vida
individual como colectiva. Es aquí donde calzan los aportes de
la filosofía. La segunda fuente la considera la contextual, que
busca investigar sobre el estado actual de las cosas en el con-

238
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

texto particular en que se va a trabajar, requiere pedir el insumo


de las personas con que trabajamos para comprender sus condi-
ciones y su experiencia subjetiva. La tercera fuente se refiere a
las necesidades y busca ubicar cuáles son estas en la población,
cuáles son las carencias principales y las fuentes de sufrimiento.
Finalmente, ubica la cuarta fuente como la acción y las conside-
raciones sobre los cambios factibles, las consideraciones prácti-
cas sobre las posibilidades reales de cambio. La primera fuente
nos provee de una visión, la segunda de una comprensión de
las fuerzas sociales presentes, la tercera evidencia los deseos de las
personas y la cuarta las estrategias.
Siguiendo sus propias recomendaciones y rescatando la
influencia de distintas tradiciones dentro de la psicología, Prillel-
tensky propone cinco valores que en su opinión se complemen-
tan y nutren el trabajo de intervención. Estos son: autonomía/
libertad, salud/bienestar, crecimiento personal, justicia social,
respeto a la diversidad humana y la colaboración/participación
democrática (1997, 2001).
En mi caso, estoy de acuerdo con los psicólogos que han
utilizado la Declaración Universal de los Derechos Humanos
como el marco referencial básico para construir una ética pro-
fesional (Kinderman, 2007). Más aún considero que la psico-
terapia es una modalidad de activismo a favor de los derechos
humanos. Un activismo afectivo que se lleva a cabo en espa-
cios más íntimos, pero que, desde mi perspectiva, está ligado
a los movimientos a favor de la defensa y consolidación de los
derechos humanos universales. Creo que, aun sin estar libre de
dilemas, este texto es el consenso más amplio al que hemos lle-
gado como humanidad en el terreno de los valores. Considero
que la doctrina de los derechos humanos es una guía útil para
repensar continuamente el trabajo psicoterapéutico. Autores en
el campo de la salud pública han argumentado también a favor

239
Herramientas psicoterapéuticas

de una evolución de la ética de la salud que pase de concepcio-


nes médicas a orientaciones basadas en los derechos humanos
(Marks, 2001). Es interesante señalar, asimismo, que el Código
de Ética elaborado en 1998 por la Asociación Internacional de
Psicoanálisis (IPA) incluyó como tercer apartado a los derechos
humanos que “ningún psicoanalista participará en, ni facilitará
la violación de ninguno de los derechos humanos básicos de un
individuo, definidos por la Declaración Universal de los Dere-
chos Humanos emitida por la ONU”.
Otros autores han considerado la psicoterapia como una
modalidad de activismo a favor de los derechos humanos. Blac-
kwell (2005) cita a numerosos profesionales de distintos contex-
tos que lo han hecho, como Davidson, quien trabajó con víctimas
del holocausto; Robert Lifton, que lo hizo con sobrevivientes de
Hiroshima y veteranos de Vietnam; Cienfuegos y Monelli ,que
lo hicieron con víctimas de la represión política de Chile, y Kordon,
Edelmano, Lagos, Nicoletti y Bozzolo, que lo hicieron con víc-
timas de Argentina. Asimismo, menciona a la Medical Founda-
tion for the Care of Victims of Torture a la que pertenece y que
enfatiza el compromiso de los psicoterapeutas de la organiza-
ción del trabajo a favor de los derechos humanos. Lykes (2000,
2001) también defiende el trabajo psicológico enmarcado como
activismo en derechos humanos, aunque añade algunas conside-
raciones críticas importantes: la necesidad de mantener la dis-
cusión ética abierta y no conformarse con una serie cerrada y
definitiva de principios, así como la necesidad de considerar las
aplicaciones específicas contextuales de estos derechos.
Decir esto es al mismo tiempo decir mucho y decir poco.
Es decir mucho en el sentido de que saca a la psicoterapia del
terreno médico para llevarlo a un terreno más amplio (la medi-
cina y el derecho a la salud, siendo uno de los derechos funda-
mentales). Es decir poco en el sentido de que no nos libera de la

240
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

gran mayoría de los dilemas que se suceden regularmente dentro


del consultorio. La defensa de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos no aclara las circunstancias concretas de las
tomas de decisiones diarias. Allí el terapeuta, guiado por su estu-
dio, su experiencia, sus colegas, su autoanálisis, su supervisión,
las personas que atiende y sus capacidades, está inevitablemente
enfrentado con las preguntas difíciles de la vida. La perspectiva
posmoderna solo invita a hacerlo en conjunto y a atreverse a
incluirse en la construcción de un proceso compartido.
En el consultorio entran infinidad de situaciones humanas
atravesadas por los dilemas éticos de nuestros tiempos. Los dile-
mas de nuestras sociedades en torno a los derechos sexuales, el
racismo, el sexismo, las confrontaciones políticas, son a menu-
do foco del trabajo psicoterapéutico. En ocasiones me he encon-
trado que las personsa que traen a consulta estos temas desean
conocer mi posición sobre ellos. Creo que no hay una única
interpretación de estas peticiones ni ninguna respuesta simple
y fácil. En ocasiones estas solicitudes pueden estar más marca-
das por los deseos que ha despertado la relación transferencial.
Deseo de complacer al terapeuta, deseo de forjar una alianza,
deseo de obtener algo de su mundo íntimo, de evitar los temas
afectivamente dolorosos a través de la intelectualización, etc.
Pero a menudo considero que las personas que traen estos dile-
mas desean conocer qué tan seguro es el espacio para explayar-
se en sus cuestionamientos personales, sus contradicciones, sus
miedos. Algunas personas que han sido victimizadas necesitan
de un marco ético seguro, en el que pueden atreverse a exponer-
se sin el riesgo de volver a ser expuestos al aprovechamiento o
el desprecio.
En medio de un escenario político muy polarizado, algu-
nos consultantes me han preguntado mis opiniones políticas. A
menudo he preferido detenerme a pensar sobre el porqué de esa

241
Herramientas psicoterapéuticas

petición, muchas veces preguntándoselo directamente a la per-


sona con que estoy trabajando. Las fantasías sobre las ideas del
terapeuta son un terreno propicio para el trabajo psicoterapéu-
tico. Pero nos tropezamos aquí con la difícil circunstancia en
que el mundo interno y las condiciones establecen algún tipo de
paralelo. Desde la perspectiva ortodoxa, la abstinencia y la neu-
tralidad recomendarían el silencio o la mera exploración de las
razones de inquietud del que asiste a consulta. La abstinencia
es, sin lugar a dudas, una opción que puede ser sumamente per-
tinente en muchos casos mientras no vayamos a creer que con
ella estamos siendo neutrales, que las preguntas no contestadas
verbalmente no se comunican también a través del silencio, o
de gestos no-verbales, o vestimenta, o lugar en la ciudad en que
está colocado el consultorio. Frecuentemente he sentido que la
pregunta busca explorar el espacio terapéutico y qué tan seguro
es para traer contenidos cargados de pasiones ligadas a la his-
toria política de la familia o a la personal. Si no consideran que
el espacio es seguro, las personas guardan esa porción de sus
vidas, dejan fuera del consultorio sus opiniones y sus posiciones
políticas.
No creo que sea útil contestar aquí en abstracto si un tera-
peuta debe o no compartir sus posiciones políticas ante esta
situación hipotética. Creo que esto se tiene que contestar en el
contexto específico de cada entrevista, su motivo de consulta, su
momento en la conversación, etc. Pero sí creo que es aquí que
el posicionamiento ético resulta útil para enfrentar esta varie-
dad de situaciones. Poder compartir los valores sobre el cual
se basa el trabajo. Compartir que se tiene una posición (aunque
sea la de abstenerse) y que esa posición es inevitablemente par-
cial, incompleta y abierta a la discusión. Este posicionamiento
a menudo ha resultado útil para abrir el espacio para una con-
versación profunda y reflexiva sobre los dilemas a los que todos

242
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

nos enfrentamos. En ocasiones con preguntas difíciles que la


realidad le está planteando no solo al consultante, sino también
al terapeuta.
En las primeras sesiones de evaluación incluyo siempre
espacio para invitar a la persona que busca ayuda a que pre-
gunte lo que desee. En medio de los dilemas políticos vividos,
algunas personas muy identificadas con una posición me han
preguntando sobre mis preferencias políticas. Creo que es una
pregunta válida que las personas tienen derecho a hacer. Por eso
son sumamente útiles las sesiones iniciales de evaluación en que
aún estamos decidiendo si vamos a emprender en conjunto una
psicoterapia. Cuando estos temas surgen comparto que conside-
ro que lo político es relevante y que la psicoterapia precisamente
puede ofrecer un espacio de escucha atenta y respetuosa para
pensar en ellos. Asimismo, cada vez más siento que lo más útil y
protegido es contestar con honestidad tanto sobre mis posiciones
políticas como sobre los lineamientos éticos que guían mi tra-
bajo. También hago hincapié en detenernos en estas preguntas,
explorar con detalle las motivaciones que llevan a plantearlas e
invito a que el espacio psicoterapéutico se utilice todas las veces
que consideremos necesarias para conversar y reflexionar sobre
los dilemas políticos de nuestras vidas. Esto le da la oportunidad
a la persona a evaluar qué tan cómoda se siente conmigo y con el
espacio de conversación ofrecido. Si ambos consideramos que
los temas políticos son muy delicados y nuestras visiones muy
comprometidas, ofrezco otras opciones de terapeutas con que la
persona puede trabajar.
En diciembre de 2003, un año después de un paro nacional
que generó todo tipo de confrontaciones y agudizó la polari-
zación del país, tres psicólogas de nuestro equipo venían con-
duciendo un grupo de trabajo para apoyar a madres de jóvenes
escolares de Antímano, el sector de bajos recursos con que más

243
Herramientas psicoterapéuticas

trabaja nuestro centro. Ese grupo había comenzado a lograr un


nivel adecuado de confianza y en una de las sesiones varias
mujeres comenzaron a contar aspectos silenciados de sus histo-
rias personales, entre las cuales aparecieron relatos de violencia
extrema. Una de las participantes, por ejemplo, comentó que de
pequeña había sido vendida por su padre a otro hombre y había
tenido que escaparse para poder regresar a su hogar. Además
de todos los procesos psicológicos individuales y grupales que
venían desenvolviéndose, el grupo tenía como telón de fondo
las circunstancias políticas que generaban tensión. En ocasiones
aparecían alusiones veladas a los temas de clase social, como
idealizaciones sobre la “educación” y “buen gusto” de las tera-
peutas o como desconfianza por no provenir de “esa parte de la
ciudad” o no ser capaces de entender completamente las cuitas
de la pobreza y la desigualdad. En la última sesión del año, las
terapeutas entregaron una pequeña tarjeta navideña producida
por la Unidad de Psicología a la cual pertenecemos. La tarje-
ta había sido seleccionada deliberadamente por la unidad para
transmitir un mensaje de reconciliación y reencuentro nacional.
O así creímos nosotros. El dibujo, realizado por uno de los niños
que asistía a un grupo en la unidad, representaba a los dos sec-
tores del conflicto “los chavistas” y “los escuálidos” caminando
hacia el centro de la postal, en medio de consignas que pedían la
paz. Habíamos pensado (ingenuamente) que la postal era equili-
brada y que transmitía un mensaje esperanzador para cualquiera
de los dos sectores. Nuestra ingenuidad consistió en pensar que
cualquier intervención nuestra podía ser leída contra un fondo
neutro y no desde la impresión que pertenecemos a un centro
comunitario, financiado por una universidad privada a la que
asiste una gran porción de personas de clase media que están en
vías de profesionalizarse. En medio del conflicto político y la
polarización que impone categorías rígidas de “nosotros-ellos”,

244
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

nuestra universidad había quedado abiertamente clasificada


como “escuálida”4.
Si bien ni las mujeres asistentes al grupo ni las terapeutas
habían traído el tema a la conversación, el trasfondo político
matizaba inevitablemente las intervenciones. Todas recibieron
la postal con agradecimiento, pero al llevarlas a casa, el esposo
de una de ellas, militante político, se sintió ofendido y afirmó
(según luego relataron las mujeres) que en el fondo estaban tra-
tando de adoctrinarlas y “lavarles el cerebro”. Eso bastó para
que la pareja del hombre dejara de asistir al grupo, perdiéndose
así una oportunidad maravillosa para poner sobre la mesa las
angustias e ideas diversas sobre la situación política actual y las dife-
rencias percibidas entre todas.
Desde la perspectiva terapéutica moderna, la intervención
de la postal fue claramente errada y el camino a seguir debería
ser el de guardarse completamente cualquier alusión a la situa-
ción política actual. Como mencioné en el primer capítulo, en
esos meses se discutió en un evento psicoanalítico puntos como
si los psicoanalistas debían o no asistir a las marchas, corrien-
do así el riesgo de entrar en espacios públicos en que algunos
pacientes pudieran identificar la tendencia partidista de este. En
momentos críticos como los que hemos vivido, esta recomenda-
ción no deja de tener cierta capacidad persuasiva y quizás hasta
sea el mejor camino a seguir. En uno de los textos clásicos en
que Freud describe la actitud analítica recomendada se encuen-
tra la siguiente cita: “El médico no debe ser transparente para
el analizado, sino, como la luna de un espejo, mostrar solo lo
que es mostrado” (1912/1983, p. 1658). En ese artículo titulado
“Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico”, Freud

4 “Escuálido” es el término despectivo que se ha utilizado para nombrar a los


opositores de Chávez.

245
Herramientas psicoterapéuticas

aclara, recurriendo a una metáfora quirúrgica, las bondades de


asumir una actitud de abstinencia y neutralidad para evitar los
riesgos de utilizar la relación terapéutica para adoctrinar al otro.
Entre otros consejos recomienda a sus colegas “que procuren
tomar como modelo durante el tratamiento psicoanalítico la
conducta del cirujano, que impone silencio a todos sus afectos
e incluso a su compasión humana y concentra todas sus ener-
gías psíquicas en su único fin: practicar la operación conforme a
todas las reglas del arte” (p. 1656). Todo esto, como se ha insis-
tido, corresponde a una idealización moderna del conocimiento
científico, que se considera capaz de existir en un reino de pure-
za, sin asidero en un piso histórico y social concreto.
Sin embargo, tiendo a pensar que no hablar sobre el tema
no lo resuelve, sino que entra a ocupar el lugar de las cosas que
de manera soterrada se entienden como un tabú dentro del diálo-
go psicoterapéutico. El consultante no lo menciona y el terapeu-
ta actúa como si no tuviese importancia. Coderch (2001) cita un
maravilloso ejemplo de estas maneras desentendidas de evitar
las posiciones partidistas en el diálogo psicoanalítico:
Una anécdota ilustrativa de lo que vengo diciendo es la referida por el
conocido psicoanalista norteamericano R. Greenson (1967). Un paciente,
afín al partido republicano, le comunicó haber descubierto que él, Green-
son, era un convencido demócrata. Al preguntarle Greenson en qué basaba
esta idea, el paciente le dijo que siempre que él decía algo hostil sobre
el partido demócrata, Greenson le preguntaba por sus asociaciones y en
muchas ocasiones, acababa haciendo alguna interpretación. Pero cuando
manifestaba algo en contra del partido republicano, Greenson guardaba
silencio como mostrándose de acuerdo. Además, cuando atacaba a Roose-
velt le preguntaba a quién le recordaba, como dando por supuesto que la
agresión contra Roosevelt procedía de alguna experiencia infantil. Green-
son, sorprendido, tuvo que mostrarse de acuerdo con las apreciaciones del
paciente acerca de una realidad que a él le había pasado desapercibida has-
ta aquel momento (p. 58).

246
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

La perspectiva posmoderna libera tanto al terapeuta como


al consultante de la exigencia de conversar desde una perspec-
tiva omnisapiente, que flota en el aire puro de la objetividad e
invita, en cambio, a los participantes a atravesar juntos los dile-
mas de las diferencias personales. Esto no hace a nuestro trabajo
más fácil, ni lo libera de un terreno fangoso donde siempre exis-
te el riesgo de imponer o adoctrinar. Solo lo hace un poco más
honesto y reencuadra el diálogo terapéutico como la conversa-
ción entre dos personas con historias distintas, que a pesar de
sus diferencias, están intentando construir puentes que permitan
reflexionar sobre sus creencias, actitudes y sentimientos. Esto
sí, el diálogo se sostiene a través del esfuerzo (principalmente
del terapeuta, pero también del consultante) de buscar un espa-
cio de reflexión compartido, a pesar de los dilemas y temores
que las diferencias a menudo suscitan.
La reflexión posterior nos hizo preguntarnos si fue un error
entregar la tarjeta navideña, aun cuando el grupo no era estricta-
mente un grupo de psicoterapia. Pero mi impresión es que, más
que la entrega de la tarjeta, el hecho de que no se había abierto
el espacio para hablar sobre los temas políticos que rodeaban las
circunstancias del trabajo con las mujeres, es donde estribaba el
error. Ante lo tenso de la situación, tanto las psicólogas como
las participantes habían querido dejar fuera los temas políticos,
lo que dejaba así que las fantasías atravesaran el espacio grupal
sin ser examinadas y metabolizadas. La tarjeta parecía haber
expresado las angustias y las fantasías a que estaba sometido el
grupo por el marco político del país. Las diferencias imaginadas
operaban en la fantasía (por lo menos de las terapeutas) y en el
motivo navideño de unión de grupos en conflicto parecía actuar
el deseo de salvar estas distancias, pero sin tener que atrave-
sar el difícil camino de atender las razones y circunstancias del
enfrentamiento.

247
Herramientas psicoterapéuticas

El trabajar desde esta perspectiva no significa que el tera-


peuta tiene una visión profunda, ilustrada y definitiva sobre
temas tan amplios y complejos como el aborto, la clonación
humana, la globalización, la pena de muerte, la mutilación geni-
tal femenina, etc., ni siquiera del destino político de su propia
comunidad. El terapeuta lo que está es dispuesto a buscar mane-
ras para poder entrar a reflexionar a través del diálogo sobre
dilemas que son difíciles, y en ocasiones urgentes para todos
nosotros, al mismo tiempo que tiene la mirada colocada en
cómo esos temas se relacionan e influyen en la vida afectiva y
las relaciones interpersonales de las personas con que se está
trabajando. Además, la disposición del terapeuta a compartir su
perspectiva no significa que esto sea uno de los objetivos de la
conversación terapéutica, ni que necesariamente va a ser un tema
de conversación en todos los procesos realizados. En muchos
casos puede que no resulte relevante. De nuevo, lo que significa
es que el terapeuta está dispuesto a hacerlo con la mayor hones-
tidad posible y no va a esconder sus perspectivas y posiciona-
miento, transmitiéndole al consultante una idea de estar más allá
del bien y el mal. Al estar dispuesto a compartir y discutir sobre
sus influencias, el terapeuta contribuye a deconstruir el lugar de
poder que le otorga la posición moderna de “experto”.
De las citas de Freud se desprende que el terapeuta inspira-
do por la modernidad conduce un proceso que es jerárquico, se
considera a sí mismo como un conocedor objetivo que recolecta
información, que evita los terrenos fangosos de las posiciones
políticas, que tiene experticia sobre qué es sano y qué no lo
es (psicótico, perverso, neurótico), por ende, cómo es que se
debería vivir y que tiene certeza sobre algunas de las cosas que
llega a conocer. En cambio, el terapeuta posmoderno asume una
posición que invita a construir un proceso de colaboración, entre
personas con distintas perspectivas y experticias, en la cual la

248
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

experticia del terapeuta reside en su capacidad para construir


espacios de diálogo y reflexión, y en los que el terapeuta puede
colocarse en el lugar del no-saber, considerando que el conoci-
miento es procesual, dialógico y evolutivo.
Obsérvese cómo esta manera de concebir la terapia tam-
bién abre espacio para que el terapeuta se confronte, revise y
tome el riesgo de examinar sus propios prejuicios, enfrentado
a la mirada de la persona con que está trabajando. Muchas de
las preguntas que nos estamos haciendo los venezolanos en
estos momentos son nuevas, ninguno de los sectores tiene ya
una respuesta definitiva sobre cómo construir una nueva manera
de relacionarnos y convivir. Si el terapeuta permite concebirse
como otro actor social en proceso, tiene la oportunidad de parti-
cipar como otro miembro y quizás tenga la posibilidad de apor-
tar sus habilidades en conversación, escucha y reflexión para
ensanchar la posibilidad de diálogos constructivos. En palabras
de Pakman (1997):
Un diálogo reflexivo como ése tiene la potencialidad –y digo solo la po-
tencialidad, pero ya eso es algo– de constituir una práctica descoloni-
zadora no solo para ellos sino también para nosotros mismos (...) Una
mente colonizada es la que respeta la solidez del mundo tal como es
postulado por el colonizador (incluyendo sus valores). Y el colonizador
somos nosotros mismos siempre que perdemos una postura reflexiva,
pues aceptamos una organización social de la interacción que restringe
nuestras posibilidades de actuar y mantiene el statu quo (p. 260).

Conclusión

Las herramientas presentadas intentan utilizar los aportes del


feminismo, el construccionismo social y la psicología comuni-
taria para ampliar el espacio de la conversación terapéutica. En
el camino abren preguntas fundamentales sobre las relaciones

249
Herramientas psicoterapéuticas

de poder y las teorías del conocimiento que subyacen en las teo-


rías psicoterapéuticas, acercándose quizás más a las revisiones
posmodernas del psicoanálisis. En todos los casos, la pregunta
problematizadora subyace. Más que la afirmación o el señala-
miento, la interrogación como invitación a ampliar la explora-
ción parece ser la mejor vía tanto para la persona que asiste a
consulta como para el mismo terapeuta.

250
CAPÍTULO VII

Ejemplos clínicos

La preocupación central del pensamiento político no


corresponde ya a visiones abstractas sobre un mode�
lo “positivo” y redentor (así como prácticas políticas
oportunistas que son el reverso de la misma moneda)
sino más bien a las personas que hasta ahora han sido
esclavizadas por esos modelos y sus prácticas.
(Vaclav Havel, 1992, p. 181).

En una supervisión clínica con un equipo de terapeutas que traba-


ja con mujeres que han sufrido violencia se presentó un caso en
que la militancia política estaba íntimamente ligada a la construc-
ción de la identidad y el posicionamiento existencial de la persona
que había acudido a la consulta. Sin embargo, la psicóloga, que
hábilmente había explorado otras áreas sensibles, no había hecho
ninguna pregunta sobre sus afiliaciones y creencias en ese terre-
no. Era finales de 2006 en que de nuevo la confrontación política
en Venezuela había estado tensa y todos vivíamos sus embates.
Al preguntarle a la terapeuta por qué no había explorado un poco
más sobre la dimensión política que destacaba en la vida de esta
mujer activista, ella contestó: “Es que eso es como la religión, de

251
Ejemplos clínicos

eso no se habla”. La respuesta nos sorprendió a todos, incluso a la


terapeuta, que inmediatamente se dio cuenta de lo curioso de su
planteamiento. Ella quería decir que los terrenos personales sobre
las creencias fundamentales de las personas eran terrenos que no
estaban abiertos a discusión. La contradicción se hizo eviden-
te, ya que la invitación psicoterapéutica suele incluir algo como
que en el espacio de la consulta hay libertad para hablar de lo que
sea que la persona desee sin censurar nada. Pero la situación que
veníamos viviendo como colectivo se filtraba a nuestra experien-
cia psicoterapéutica y, así como limitábamos nuestras interaccio-
nes en el terreno público para protegernos y para evitar polémicas
dolorosas innecesarias, también se habían comenzado a limitar
los espacios psicoterapéuticos. Así como las posiciones religio-
sas irreconciliables, así estábamos sintiendo algunos aspectos de
nuestros dilemas políticos.
Este ejemplo no es una anécdota aislada, muchos espa-
cios de trabajo psicológico comenzaron a limitarse y censurarse
de manera explícita o encubierta. A unas estudiantes haciendo
su pasantía en un hospital psiquiátrico público les pidieron que
no incluyeran en sus notas clínicas el contenido político de los
delirios de algunos pacientes que estaban entrevistando. En la
sala psiquiátrica del Hospital Militar se autocensuran los pacien-
tes y los médicos para evitar complicaciones. En algunas clases
universitarias algunos profesores pedían explícitamente que se
dejaran los temas políticos fuera del salón para poder evitar
polémicas irresolubles. Conversar sobre lo político se convirtió
en algo demasiado cargado emocionalmente y amenazante para
poder permitirle entrar.
De nuevo, no creo que esta opción sea incorrecta en todos
los casos. Quizás sí hay lugares en que cabe una restricción para
facilitar la convivencia y que el objetivo de la actividad no se
pierda. Pero quisiera pensar que la psicoterapia y el salón de cla-

252
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

ses son precisamente algunos de los lugares donde deberíamos


estar intentando reflexionar sobre nuestros dilemas de conviven-
cia, donde podríamos aprovechar para hablar de manera protegi-
da sobre temas cruciales para todos. Más allá de esto, la práctica
revela que, querámoslo o no, lo político atraviesa todas nuestras
vidas y está siempre en el consultorio. El trabajo es pensar cómo
podemos incluirlo de manera ética y facilitadora.

Intervención en crisis

La contextualización de la comprensión se hace relevante desde


el primer momento de la consulta psicoterapéutica. En situacio-
nes de convulsión política y social esto se hace aun más eviden-
te. El trabajo que hemos venido realizando con personas que
han sido desplazadas de sus comunidades por la situación de
enfrentamiento bélico que arrastra nuestro vecino país colom-
biano y que buscan refugio en Venezuela, nos lo ha mostrado de
manera dramática.
En varias personas atendidas hemos encontrado niveles
sumamente altos de angustia, acompañado de mucha tristeza,
miedo constante, preocupación sobre la seguridad suya y de la
familia, reacciones de hiperalerta, hipervigilancia, insomnio
agudo, ideación suicida, desesperación, sensación de desam-
paro, imágenes intrusivas continuas de situaciones traumáticas
vividas, rabia contra los agresores y contra el mundo en gene-
ral, confusión, dificultad para reorganizar la vida e imaginar
un futuro mejor, entre otros síntomas. Muchas de estas perso-
nas han presentado síntomas que podrían categorizarse como
estrés postraumático. Así por ejemplo, un hombre de mediana
edad reportaba no haber dormido más de una o dos horas dia-
rias durante un año. Mostraba un agotamiento físico notable y

253
Ejemplos clínicos

deseos de poder dormir, pero al mismo tiempo nos relataba que


cada vez que se empezaba a quedar dormido aparecía un temor
terrible de estar descuidando a su esposa y sus hijos pequeños
y se volvía a despertar. El nivel de angustia que este hombre en
particular nos transmitía nos hizo tomar la decisión de atenderlo
con una pareja terapéutica. Los dos terapeutas que atendimos el
caso sentimos que necesitábamos el apoyo de otro profesional
dentro del consultorio para poder evitar sentirnos abrumados
por el malestar de este hombre.
Sin lugar a dudas, mostraba indicios de lo que en otro
contexto sería calificado de paranoia: continuamente pensaba
que lo estaban vigilando, no quería salir de su residencia ni
siquiera para asistir a la consulta, temía haber visto a personas
parecidas a sus agresores en varias salidas a la calle, todo esto
a pesar de encontrarse en otro país y a miles de kilómetros de
distancia de los lugares donde originalmente vivió las situacio-
nes de agresión. Pero las observaciones de Martín-Baró, men-
cionadas en el capítulo anterior, sobre los refugiados de guerra
que atendió y que mostraban altísimos niveles de hiperalerta, que
sin embargo, más que un síntoma psicótico, constituían una
reacción razonable ante las experiencias vividas y las acota-
ciones de Herman (1997), quien señala que es importante no
subestimar la evaluación del peligro que hace la persona que
atendemos por situaciones de violencia, nos hizo postergar esa
calificación. Las conversaciones posteriores con las organiza-
ciones que trabajan con refugiados en Venezuela nos confirma-
ron que si bien era bajo el riesgo de que alguna de las personas
desplazadas hasta Caracas pudiesen ser agredidas, sí se habían
reportado episodios de agresiones dentro de las fronteras de
Venezuela. Durante las semanas que lo atendimos sucedió un
renombrado secuestro en Caracas por parte de fuerzas parami-
litares no identificadas de un ciudadano colombiano, develan-

254
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

do la precaria línea entre paranoia y amenaza real en tiempos


de conflicto.
La administración de una prueba proyectiva, el Test Desi-
derativo, sirve para evidenciar la fuerte desorganización emo-
cional, especialmente ante temas relacionados con seguridad,
lesión y muerte. Al preguntarle qué quisiera ser si no pudiese ser
persona él contestó:
Yo no quisiera cambiar de lo que soy, quiero seguir siendo yo, pero vivir
en otras situaciones. Quiero seguir siendo yo. Tengo que mejorar mucho
eso sí, pero no creo en la reencarnación. Entonces no creo que se pueda
ser un animal. Si pudiera ser otra persona me gustaría ser un ángel de
Dios. Me gustaría tener la potestad sobre la muerte, el dolor, para que
nadie me pueda hacer daño...

La respuesta evidencia claramente cómo los contenidos


están tomados por la angustia de muerte, la vivencia de desam-
paro, el dolor y el terror por las agresiones presenciadas. En mi
estadía estudiando en la Clínica Tavistock en Inglaterra pude
presenciar numerosas discusiones de casos al trabajar con refu-
giados políticos. En las presentaciones se hacía evidente que,
como en Venezuela, los retos de la relación psicoterapéutica no
se limitaban a los fenómenos transferenciales en términos clási-
cos, sino que también evidenciaban los efectos de personas que
se encuentran en posiciones muy precarias, con muy poco con-
trol sobre un estatus legal que se está dirimiendo en tribunales,
relacionándose con un terapeuta, que además de presentar una
figura de ayuda, representa la puerta de entrada al país, el puente
con una cultura distinta y uno de las pocos sitios de escucha en
una red burocrática difícil de desentrañar.
Como en toda intervención en crisis, las primeras acciones
se dirigen a reestablecer un espacio de seguridad y orden en
la vida de las personas atendidas, en el cual las personas sien-

255
Ejemplos clínicos

tan que logran reestablecer cierto control sobre su ambiente. En


el caso de refugiados de guerra, en que la crisis surgió por la
acción humana, es claro que el establecimiento de un mínimo de
seguridad está íntimamente entrelazado con acciones tendientes
a recuperar una situación mínima de derechos. El trabajo con
refugiados, como con otros sobrevivientes de violencia, mues-
tra claramente un ejemplo en el cual las intervenciones en cri-
sis tienen que realizarse con algún manejo de las circunstancias
sociales que produjeron la crisis, así como en conjunto con las
organizaciones y el marco legal relacionadas con el tema (Siddi-
qui, Ismail y Allen, 2007).

Psicoterapia con personas afectadas


por la crisis política

En diciembre del año 2002 la Confederación Venezolana de Tra-


bajadores, organización que agrupa a los sindicatos laborales
del país, junto con el sindicato de trabajadores petroleros (Una-
petrol) convocó a una huelga general como medida de protesta
contra el Gobierno nacional. Las tensiones entre el Gobierno
y la oposición habían estallado ya en abril de ese mismo año.
Los trabajadores de la empresa estatal petrolera (Pdvsa) venían
protestando la progresiva toma gubernamental de la empresa y
el Gobierno venía argumentando sobre la posición opositora del
tren directivo. El domingo 8 de abril, durante el programa sema-
nal “Aló Presidente”, Chávez despidió públicamente a miembros
de la alta gerencia, con un pito, gritando luego de pronunciar
cada uno de sus nombres: “¡pa fuera!”. Este gesto contribuyó a
la exacerbación de la tensión y esa semana se produjeron mar-
chas multitudinarias en Caracas, conducidas por la oposición.
El clímax de estas marchas llegó el 11 de abril, cuando la masa

256
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

se dirigió a Miraflores (la sede del despacho presidencial) a


solicitar la renuncia del mandatario. La marcha degeneró en un
enfrentamiento armado que condujo al asesinato de 21 personas
por heridas de arma de fuego y la supuesta renuncia del manda-
tario nacional. El partido de gobierno y los seguidores de Hugo
Chávez denunciaron que se había producido un golpe de Estado
y la comunidad internacional desconoció el gobierno autopro-
clamado del empresario Pedro Carmona Estanga, quien en sus
pocas horas al mando había ordenado inconstitucionalmente
disolver la Asamblea Nacional y demás poderes públicos.
Estos hechos, muchos de los cuales no han sido aún acla-
rados para la mayoría del país (la comisión de la verdad nunca
se terminó de constituir), sirvieron de antesala para las tensio-
nes de ese diciembre. La oposición afirmó estar haciendo una
convocatoria a una huelga general y el Gobierno la denominó
un “Paro Petrolero desestabilizador y golpista”. La convocatoria
inicial que parecía ser parcial se multiplicó con varios eventos
que sucedieron en la primera semana, entre los que destacan la
represión violenta de la Guardia Nacional a una de las primeras
marchas y la aparición de un hombre que disparó contra una
concentración de opositores en la plaza Altamira, en la que ase-
sinó a tres personas.
La huelga general o paro petrolero (según la interpretación
que se le dé) condujo a la paralización de Pdvsa, lo que a su vez
produjo una rápida paralización del país por escasez de gasolina y
del transporte de todo tipo de productos alimenticios. El Gobier-
no respondió despidiendo a unos 21.000 empleados de Pdvsa
acusándolos de abandono injustificado de sus puestos de trabajo
y tildándolos públicamente de “golpistas” y “terroristas”.
Daniela fue una de las despedidas. Psicóloga del área
industrial, profesional de nivel medio dentro de la empresa,
tenía once años laborando en Pdvsa cuando decidió unirse

257
Ejemplos clínicos

al llamado a paro. Afirmaba claramente estar en contra del


Gobierno y opuesta al manejo politizado de la empresa. Luego
de su despido se comprometió con las organizaciones de ex-
empleados de Pdvsa que se unieron para desarrollar proyectos
de activismo político y defensa de sus derechos laborales. En
particular, Daniela contaba que, luego de su despido había par-
ticipado tanto en las marchas públicas en contra del Gobier-
no como en el diseño y conducción de talleres dirigidos a las
comunidades en que se le intentaba explicar a la población el
funcionamiento de la empresa estatal y el deterioro al que se la
estaba sometiendo.
Su participación en este movimiento estuvo marcado por la
continua descalificación y persecución pública que el Gobierno
ejerció contra todos los exempleados. Como en los otros casos
de despedidos de Pdvsa, a Daniela no se le pagó la liquidación
de sus prestaciones sociales, de manera que perdió todos los
beneficios que la ley le otorga a los empleados despedidos y los
ahorros que tenía a través de su trabajo, se le imposibilitó liqui-
dar la hipoteca que había negociado a través de Pdvsa, corriendo
el riesgo de perder así el hogar que había comprado. Asimismo,
vivió numerosos eventos de amedrentamiento, cuya expresión
más atemorizante fue un asalto a su hogar en el que vandaliza-
ron la casa sin robar ninguna de las pertenencias, lo que generó
una fuerte sospecha de ser por motivo político y subrayó la sen-
sación de amenaza. Finalmente, sus derechos electorales fue-
ron confiscados. Durante el proceso de recolección de firmas
para solicitar el Referéndum Revocatorio en el 2004, una serie
de firmas fueron rechazadas, ya que el CNE (Consejo Nacio-
nal Electoral) las consideró sospechosas. A los firmantes se les
pidió “reparar” las firmas en un segundo evento de recolección
de firmas. La firma de Daniela desapareció sospechosamente de
la recolección original de solicitud del referéndum y de la lista

258
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

para repararlas, perdiendo así cualquier oportunidad de ejercer


su opinión en ese evento1.
Daniela llegó a mi consulta en agosto de 2004 afirmando:
“Nunca pensé que un evento político podía afectar mi vida hasta
este extremo”. Cuando comenzamos el tratamiento ella estaba
profundamente deprimida. Había sostenido niveles muy altos
de ansiedad durante más de un año, que se manifestó de múlti-
ples maneras: pesadillas recurrentes, ansiedad flotante continua,
hiperalerta, hiperreactividad, ataques de pánico y un episodio de
desmayo. La ansiedad crónica progresivamente había dado paso
a una depresión en que el síntoma principal era una fuerte anhe-
donia en que reportaba sentirse preocupada por haber perdido el
disfrute de todas las actividades de su vida. Especialmente por
las actividades familiares. Lo que terminó de convencerla de
buscar ayuda psicoterapéutica fue la decisión de no asistir a una
reunión familiar que siempre había sido para ella de gran impor-
tancia. A pesar de haber encontrado un nuevo trabajo reporta-
ba sentirse desinteresada, ya que sentía que el nuevo trabajo de
alguna manera le llevaba a desatender la situación del país que
era más urgente y también representaba una suerte de traición
a sus excompañeros de trabajo. Más aún, Daniela expresaba
temor por la sensación de que algo en ella había cambiado irre-
mediablemente, que partes de ella se habían perdido en medio
de todo el proceso, que había sido dañada para siempre. Esto le
producía un dolor profundo.
Una de las cosas que destacó del trabajo que realizamos es
1 Daniela denunció este hecho como lo reporta un artículo publicado en un periódico
nacional que no cito para proteger la confidencialidad. En el artículo se la entre-
vista y ella dice: “Me siento profundamente frustrada, porque no puedo ejercer un
derecho constitucional”. Ciertamente estos hechos no demuestran de manera abso-
luta que Daniela haya sido perseguida y podrían responder a una serie de eventos
fortuitos aislados. Sin embargo, la coincidencia de miles de exempleados que han
sufrido la misma suerte parece confirmar el ensañamiento.

259
Ejemplos clínicos

que Daniela tenía amplios conocimientos de los procesos psi-


cológicos por su formación y también una capacidad reflexiva
avanzada por psicoterapias previas en que había estado. Lo que
a ella le sorprendía es que anteriormente, en su juventud, había
trabajado sobre aspectos familiares y de sus vínculos afectivos,
en cambio ahora se veía aún más afectada por un aspecto de su
vida completamente distinto: su posición política.
Es de por sí interesante que nos sorprenda el impacto que
puede llegar a tener el devenir político en el bienestar íntimo,
estando tan relacionados los niveles de estabilidad política,
acceso a servicios, condiciones de igualdad y libertad, acceso a
la justicia, bienestar económico, factores que facilitan o dificul-
tan la vida. Sin embargo, tanto para Daniela como para mí, como
terapeuta, se nos presentó un primer reto: intentar entender el
sufrimiento generado por la situación política en sí misma, sin
apresurarnos a referirnos a los patrones de vinculación, diná-
mica de personalidad, regulación emocional, etc., con los que
estamos acostumbrados a comprender y atender el sufrimiento
humano. Todo nuestro bagaje teórico y práctico nos empuja a
menudo a dirigirnos a los aspectos individuales para encontrar
las explicaciones del sufrimiento y dejar en segundo plano las
condiciones sociales más amplias.
Nuestras tradiciones teóricas nos halan a remitir los sínto-
mas a los elementos biográficos relacionados con las vinculacio-
nes tempranas o a los aprendizajes significativos (según nuestra
perspectiva), como le sucedió a Freud enfrentado con las neu-
rosis de guerra de su época. Y no es que estos aspectos no sean
relevantes para comprender cómo se organiza y cobra forma el
sufrimiento en la vida de Daniela, sino que irnos de entrada a
esos referentes dificulta ver los aspectos aún presentes de acoso
a la que está sometida y amenaza con desestimar la importancia
de las situaciones traumáticas recientes vividas por ella.

260
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Daniela se sentía aún más atrapada al percibir que el resto


del país, sus compañeros de estudio, los miembros de la comuni-
dad educativa a la que asistían sus hijos, las personas con que esta-
blecía conversaciones casuales, habían seguido con sus vidas,
dejando atrás los eventos de finales del 2002 y adaptándose sin
tanta dificultad a la situación actual. A menudo las personas de
su entorno le aconsejaban “dejar eso atrás”, “no pensar tanto en
eso”, “poner energía en otra cosa”. Estas recomendaciones, en
su mayoría bien intencionadas, solo contribuían a acrecentar su
sensación de haber quedado devastada por la experiencia, de ser
defectuosa, de no funcionar bien, de no poder soltar el dolor no
solo por la pérdida de su trabajo, su casa y sus proyectos profe-
sionales, sino también por la sensación de haber sido atropella-
da injustamente por defender una posición. Se sumaba además
la sensación de que la situación de amenaza no había concluido,
“lo que me pasó a mí te puede pasar a ti el día de mañana”, le
decía en ocasiones a personas cercanas, que a menudo le res-
pondían diciéndole que eso no iba a suceder. Ella dudaba entre
entender su angustia por el futuro como una reacción exagerada
como consecuencia personal por los eventos vividos o como una
interpretación fidedigna de una situación política que entendía
como caminando hacia un régimen cada vez más autoritario y
represivo.
En la consulta yo no tenía, ni pretendí, una respuesta defi-
nitiva sobre estos dilemas. Pero entre otras cosas, me remitieron
a los reportes de sufrimiento de los veteranos de guerra y vícti-
mas de persecución política en todo el mundo. Los relatos una y
otra vez reportan el rechazo que en algún momento comienzan
a percibir de su propia red social, que a su vez lucha con la exi-
gencia de sostener el recuerdo de episodios dolorosos para toda
la colectividad. Para aquellos que hemos atravesado episodios de
enfrentamiento social, de saqueos, de amenaza de guerra, de caos

261
Ejemplos clínicos

colectivo, de asesinatos masivos, sabemos lo atemorizante y dolo-


roso que suelen ser esos episodios para todos, tanto protagonistas
como testigos. Las personas que han sido traumatizadas por estos
eventos suelen ser un recordatorio incómodo de lo difícil de estos
tránsitos. No por casualidad suele aparecer una y otra vez la con-
signa “Prohibido Olvidar”, luego de episodios de crisis social y
abuso de los derechos humanos. Al mismo tiempo, por lo menos
los venezolanos, nos damos cuenta de lo rápido que olvidamos,
cómo inmediatamente empiezan a obrar fuerzas que desean dejar
eso atrás y poder retomar la vida cotidiana. Judith Herman cita a
un veterano de la guerra de Vietnam, quien decía:
La familia y las amistades se preguntaban por qué estábamos tan moles-
tos. ¿De qué lloras? nos preguntaban. ¿Por qué estás de tan mal humor
y tan afectado? Nuestros padres y abuelos habían ido a la guerra, habían
cumplido con sus deberes y habían regresado a casa a rehacer sus vidas.
¿Qué hacía a nuestra generación tan distinta? Luego nos dimos cuenta
que nada. No había absolutamente ninguna diferencia. Cuando los viejos
soldados de las “buenas” guerras son sacados de sus velos míticos y sen-
timentales, y sus historias iluminadas, vimos que ellos también estaban
llenos de cólera y alienación... Así que estábamos molestos. Nuestra ra-
bia era vieja, atávica. Estábamos bravos como todos los hombres civiliza-
dos que hayan sido enviados a cometer asesinato en nombre de la virtud
estaban bravos (Norman, p. 27, c.p. Herman, 1997).

Aunque Daniela, por supuesto, no había vivido situaciones


de combate bélico, ni sus síntomas llegaban a los niveles del
shell shock, su vivencia asemejaba esta sensación de alienación.
Asimismo, ella sentía una combinación de solidaridad, apoyo
y sosiego cuando se reunía con otros excompañeros de traba-
jo que, como ella, habían decidido irse a paro y habían sido
sometidos al despido, la descalificación pública, el acoso y la
persecución política. Algo había de la compleja experiencia de
vulnerabilidad y solidaridad que hacía que aquellos que habían

262
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

atravesado situaciones similares pudieran empatizar con algo


que hasta las personas cercanas no lograban comprender.
Creo que la comprensión del sufrimiento de Daniela se
amplía al entender la dinámica de las situaciones traumáticas
generadas por la acción de otros seres humanos. El impacto de
vivencias de desamparo y terror es distinto cuando estas son
producidas por obra humana y no, por ejemplo, por desastres
naturales. Una de las diferencias principales que genera este pri-
mer tipo de traumas tiene que ver con la distribución de poder
dentro de la relación. Es importante notar que, a pesar de lo
doloroso que puede ser sufrir una situación catastrófica impre-
vista como una inundación o un terremoto, es aún más apabu-
llante experimentar un trauma dentro de una relación en la que
el otro tiene el poder, y por ende mantiene y amenaza con volver
a utilizarlo con la intención de amilanar, amedrentar o liquidar.
En el trauma producido por la acción humana el poderoso utiliza
las estrategias de dominación para lograr sus objetivos.
Estas estrategias han sido ampliamente registradas en dis-
tintos ámbitos como en la persecución política (Amnistía Inter-
nacional, 1973), la guerra psicológica (Martín-Baró, 1990), el
maltrato doméstico (Herman, 1997) y en el acoso laboral (Hiri-
goyen, 1999).
Soy de la opinión de que el Gobierno utilizó estrategias
de acoso para aplacar la protesta de los empleados que se fue-
ron a paro y que Daniela ha sufrido el impacto de haber estado
expuesta a este acoso. Ciertamente esta es una interpretación
sujeta a discusión y que tiene lecturas distintas, en ocasiones
diametralmente opuestas, en medio de un clima de aguda pola-
rización política. Trato de recurrir a fuentes diversas para inten-
tar confrontar esta interpretación. Baso esta opinión tanto en el
registro de comunicaciones por parte del Gobierno que calzan
con las descripciones realizadas por investigadores sobre las

263
Ejemplos clínicos

estrategias para acosar a un sector, además de una investigación


empírica (Goncalves y Gutiérrez, 2005) que hizo un registro
sistemático de las medidas de acoso ejecutadas contra distintos
empleados públicos por manifestar su oposición al Gobierno,
en distintos momentos de la crisis política actual. Estas investi-
gadoras, a través de entrevistas en profundidad, documentaron
las acciones de amedrentamiento a través de descalificación
pública, amenazas veladas, intimidación, amenazas explícitas,
suspensión de beneficios, burlas, aislamiento social, degrada-
ción y, finalmente, presión para que renunciaran a distintos
empleos del sector público, despedidos por manifestar una
tendencia política. Las personas entrevistadas relataron cómo
fueron exhibidos en listas públicas por haber participado en la
convocatoria al referéndum revocatorio, con insultos colocados
al lado de sus fotos, cómo fueron amenazados por sus jefes y
chantajeados con la promesa de recuperar el empleo si retira-
ban la firma. Hay reportes de aislamiento y retiro de los benefi-
cios laborales y finalmente de despido. Asimismo, me baso en
los testimonios de Daniela y otros como ella, que en la consulta
han reportado, cada vez más, situaciones de presión, amenaza
y acoso dentro de sus espacios laborales y estudiantiles con la
finalidad de empujarlos a tomar partido a favor del Gobierno.
No queda duda de que el Gobierno ha ejercido medidas de
presión contrarias a los derechos de libertad de opinión y a la
misma Constitución del país, que pena la discriminación por
razones políticas. En varias ocasiones funcionarios de alto rango
han admitido su deseo de despedir a trabajadores simplemente
por haber ejercido su derecho a voto en contra del gobierno de
Hugo Chávez. Quizás el ejemplo más grueso dentro del área de la
salud fueron las declaraciones del entonces ministro de Salud,
Roger Capella, quien anunció que las personas que firmaran a
favor de la solicitud del referéndum revocatorio del mandato del

264
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

presidente serían considerados como “conspiradores” y “terroris-


tas” y debían ser despedidos de sus cargos. Es difícil comprender
cómo un ministro de Salud puede considerar la manifestación de
una opinión política en un proceso consagrado por las leyes del
país como un gesto terrorista y causal de despido2.
Finalmente, la Organización Internacional del Trabajo
(OIT) ha estudiado con detenimiento el caso de los trabajadores
despedidos en Venezuela a raíz de la crisis política y ha sido
muy clara en su interpretación de la violación de los derechos
de estos trabajadores3.
Herman (1997) ilustra cómo las estrategias para someter a
otro, tanto en el ámbito público como en las relaciones íntimas,
se asemejan. Estas estrategias buscan provocar el debilitamien-
to y la desconexión de las víctimas, bajo todas ellas subyace
el abuso del poder. En una primera instancia se busca generar
confusión y miedo. Más que utilizar la violencia directa, las

2 Las declaraciones del ministro suscitaron la indignación de la Federación Médica


Venezolana, que, señalando los artículos de la Constitución, la Ley Orgánica del
Trabajo, Contrato Colectivo, la Carta Democrática Interamericana y la Decla-
ración Universal de los Derechos Humanos, rechazó públicamente sus palabras
y lo decretó a través de una acta pública “persona no grata”. (Declaratoria de la
Federación Médica Venezolana, publicada en el diario El Nacional, 27 de marzo
de 2004, p. A5).
3 En su informe 337 sobre el caso 2249 (www.oit.org.pe, 2005) se puede leer: “a)
de manera general, el Comité constata con grave preocupación que el Gobierno
no ha dado cumplimiento a sus recomendaciones sobre ciertas cuestiones im-
portantes, que entrañan violaciones muy graves a los derechos sindicales...b) el
Comité pide al Gobierno que tome medidas para la puesta en libertad del Sr.
Carlos Ortega, presidente de la CTV, y para que deje sin efectos las órdenes de
detención contra los dirigentes o sindicalistas de Unapetrol...c) el Comité deplora
los despidos masivos antisindicales que se pronunciaron en la empresa estatal de
Pdvsa y sus filiales y que afectaron a más de 23.000 trabajadores y constata que
solo alrededor del 25 por ciento de estos despidos ha sido resuelto y que estos
casos resueltos lo han sido por desistimiento de los trabajadores (6.048 casos) o
por haber sido declarados sin lugar o a favor de la empresa (147 casos) muchos de
ellos por interposición de recurso de fuera de plazo.”

265
Ejemplos clínicos

estrategias de acoso buscan generar un clima de inseguridad, de


una sensación de incapacidad para predecir las intenciones del
que detenta el poder. La psicoanalista Hirigoyen (1999) hace
una descripción precisa de las estrategias comunicacionales con
las cuales se suele lograr estos propósitos: rechazar la comuni-
cación directa, deformar el lenguaje, mentir, utilizar el sarcas-
mo, la burla, el desprecio, hablar con paradojas, descalificar y
finalmente, imponer la autoridad. Aun antes de llegar al abuso
explícito de los derechos del otro, la exposición sostenida a
estas estrategias produce sufrimiento en las personas sometidas
a ellas. Las consecuencias psicológicas del abuso no se deben
nada más al acto violento en sí, sino que también tienen que ver
con haber estado expuesto de manera crónica a una situación de
amenaza y desamparo. El malestar tiene que ver con sufrir el abuso,
pero también con lo impredecible e incontrolable de estar sometido
a una relación con un otro peligroso que detenta poder sobre la
relación. El dolor de Daniela por la pérdida del empleo, su grupo
de compañeros, su casa y sus prestaciones sociales, se ha unido al
malestar por la sensación de persecución continua, ostracismo y
amenazas veladas que siguen apareciendo contra los exempleados
de Pdvsa4, haciendo más difícil dejar atrás la experiencia.
Así que, desde mi perspectiva, una de las tareas iniciales al
trabajar con alguien que ha vivido situaciones de acoso es la de
entenderlo en el amplio contexto social, validar sus sentimien-
tos, acompañar con paciencia la afectación que produce estas
vivencias y estar dispuesto a sostener la visión del mundo que
surge en consecuencia. Una de los sentimientos difíciles para
Daniela ha sido la ira y la indignación que le ha generado haber
sido sometida arbitrariamente al acoso.
4 Así por ejemplo, el informe de la OIT recoge los alegatos de que se han hecho
solicitudes por escrito de la empresa Pdvsa para que sus empresas afiliadas no
contraten a trabajadores despedidos.

266
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

En palabras de los especialistas Hardy y Laszloffy (2005):


“La exposición a las indignidades ‘benignas’ aparentemente
pequeñas de manera diaria genera un proceso lento y per-
sistente de condicionamiento que de manera silenciosa pero
metódica asalta la psique...” (p. 18). Ellos específicamente se
refieren al proceso de devaluación que se refiere a lo que ocu-
rre cuando la dignidad o valía de un grupo humano es asaltada
o denigrada. Añaden que la devaluación conduce a una “des-
humanización de la pérdida”, “la incapacidad para reconocer
la pérdida de otro implica negar la humanidad de esa persona.
De esta manera, cuando la pérdida continúa sin ser reconocida,
nos referimos a la deshumanización de la pérdida, que es la
mega-pérdida” (p. 28). Finalmente, según estos autores, el no
reconocimiento de la pérdida del otro complica la elaboración
del duelo.
Una de las consecuencias difíciles de este tipo de trauma
psicosocial es la aparición de la ira. A menudo la ira es la emo-
ción que más cuesta facilitar y tolerar dentro del consultorio.
Sin embargo, creo que la posibilidad de integrar y reordenar las
experiencias traumáticas pasa por la capacidad para acompañar
empáticamente la ira producida por estas experiencias durante
el tiempo que la persona necesite. Eso no significa evitar con-
versaciones que ayuden a reflexionar sobre las consecuencias
de esa ira en sus relaciones y cómo a menudo se puede volver
autodestructiva, sino evitar pasar a estas conversaciones como
una manera de callar las voces de indignación que nos perturban
a nosotros los que escuchamos.
Recoger el testimonio de la persecución de Daniela per-
mite paliar algo de la deshumanización a la que ha sido some-
tida, así como constituye un primer paso para poder comenzar
a nombrar las pérdidas sufridas. Las pérdidas del trauma, como
se sabe, trascienden las pérdidas tangibles. En su caso incluyen

267
Ejemplos clínicos

la pérdida de la carrera profesional, sus ingresos, su casa y los


compañeros de trabajo; pero también incluyen la pérdida de
la confianza en el otro, el proyecto futuro que venía llevando a
cabo, el orgullo de pertenecer a una empresa nacional y el sen-
tido que estos elementos servían para nutrir su vida. Daniela ha
venido lidiando con la sacudida que ha representado replantear-
se el sentido de haber dedicado once años a una empresa en la
que sentía que estaba haciendo un aporte al país. El sufrimiento
incluye sentir que sus esfuerzos honestos fueron, en medio de la
confrontación política, convertidos en blanco del ensañamiento.
La sensación de haber estado realizando una labor con sentido
no solo para su vida, sino para la colectividad, sufrió un duro
golpe y ha hecho que aparezcan preguntas sobre el sentido de
este tipo de esfuerzos. Finalmente, el impacto para su familia
ha sido notable. Sus allegados también han tenido que lidiar
con una esposa, una madre, una amiga herida, cuyo malestar en
ocasiones impacta a todos. Nombrar y atravesar las emociones
ligadas a estas pérdidas ha ayudado a generar algo de alivio y
aceptación, para así comenzar a replantearse cuáles podrían ser
los nuevos senderos.
El impacto que ha sufrido Daniela, al mismo tiempo, ha
servido también para que ella examine en profundidad sus
creencias, su visión del mundo y sus compromisos vitales. Tra-
tar de entender las circunstancias que le tocaron vivir la llevó a
estudiar, leer, conversar con personas versadas en estos temas,
sobre las condiciones sociales y políticas que propiciaron la cri-
sis en que ella se vio envuelta. El procesamiento del duelo ha
permitido paulatinamente abrir espacio para que ella revise sus
creencias, como por ejemplo la importancia de lo político en
la vida colectiva del país y la importancia de la lucha conjunta
por los derechos de todos los ciudadanos. Encaminada la terapia
decidió inscribirse en un taller sobre las condiciones sociales y

268
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

políticas de Venezuela, dictada por una serie de catedráticos. En


muchos sentidos su visión se amplió y sofisticó. En algún sen-
tido le ha tocado llevar a cabo la injusta pero quizás necesaria
tarea de intentar comprender las distintas aristas de las circuns-
tancias que la sometieron a distintos atropellos. Ha tenido, por
ejemplo, largas horas de debate interno pensando sobre la jus-
ticia distributiva que el Gobierno actual afirma defender y con
la cual justifica algunos de los atropellos que comete. En estas
preguntas se intercalan reflexiones éticas, sociales y personales.
La psicoterapia ha buscado incorporar estas preguntas a fin de
abrir espacio para considerar las distintas perspectivas por las
que ella se pasea. Hablar de esos temas, intentar pensar sobre
la tormenta social en que ella se ha visto envuelta, en un sen-
tido amplio y profundo ha sido una tarea de problematización.
Transformar el dolor, la pérdida y la ira que Daniela ha tenido
que sufrir, en reflexión, es una de las posibilidades sublimes que
permite la psicoterapia.
En una ocasión llegó a la consulta reportando que se sentía
muy deprimida. Había recibido un mensaje de correo electróni-
co de un excompañero que había sido de los dirigentes durante
los días de paro, que contaba que había sido diagnosticado con
cáncer. Así como que recientemente había recibido la noticia de
otros dos compañeros más que habían muerto en los meses pre-
cedentes producto de paros cardíacos. A continuación comenzó
a llorar y a hiperventilar, sintiendo que no tenía aire suficiente
para respirar: “¡Nos están matando, coño, nos están matando!
Es como lo que me pasó a mí cuando me desmayé. Mi cuerpo
simplemente no podía más.” La noticia de la enfermedad del
amigo trajo de nuevo la sensación de vulnerabilidad y desampa-
ro que a menudo representa una de las vivencias más difícil de
tramitar del trauma. De nuevo se sentía ante un mundo persecu-
torio del que no podía defenderse. El regreso de la ansiedad le

269
Ejemplos clínicos

hizo buscar, además de la psicoterapia, un apoyo farmacológico.


Consultó con un psiquiatra que la diagnosticó con un trastorno
de ansiedad y le recomendó medicación.
Pero la consulta psiquiátrica siguió el modelo médico. En
ella se hizo una revisión sintomática y una breve reseña his-
tórica del malestar. Daniela sintió que el doctor y su esposo,
quien fue invitado a pasar, dirigieron la mayor parte de la con-
versación. De esta concluyeron que ella sufría de ansiedad de
manera crónica. De manera que se impuso una lectura restrin-
gida y patologizante de su malestar. Le recomendaron hacerse
unos exámenes neurológicos que hizo sin que apareciera ningún
hallazgo particular. En sesiones posteriores conmigo comentó
que la consulta psiquiátrica le había resultado incómoda y había
agudizado el temor de estar dañada de manera irreparable. La
interpretación fisiológica anulaba toda la contextualización his-
tórica y biográfica, construyendo una versión de incapacidad
en vez de una de sobrevivencia. Aun haciendo un diagnóstico
acertado (ciertamente la medicación la ayudó a reducir la ansie-
dad), la comprensión centrada en lo individual colocaba toda
la responsabilidad del malestar en sus hombros. La dejaba no
como una persona que continuaba enfrentando activamente y
con dignidad situaciones injustas y amenazantes, sino como una
persona que sufría de un trastorno psiquiátrico. El marco políti-
co y social salía así de la formulación del caso.
Al pedirle a Daniela que leyera estos párrafos y me diera su
opinión, ella añadió otro elemento esencial para la asimilación
de la experiencia que creo permiten entender algo clave de la
recuperación. Ella sintió importante destacar que su convicción
de lucha también ha sido central para enfrentar lo sucedido. Este
comentario me resulta sumamente relevante, porque, en primer
lugar, permite resaltar su papel activo en su proceso psicotera-
péutico y, en segundo lugar, permite reevaluar todo lo sucedido,

270
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

a pesar de su exigencia, como una oportunidad para fortalecer


sus convicciones y compromiso vital.
Así que creo que una psicoterapia políticamente reflexiva
añadió a la aproximación psicoterapéutica tradicional la posibi-
lidad de enmarcar y detenernos en los eventos políticos y socia-
les que ayudaron a comprender la totalidad de la experiencia de
Daniela (sin negar y dejar de considerar también las influencias
personales y biográficas), la posibilidad de validar las emociones
de indignación, amenaza, solidaridad que surgieron a raíz de las
experiencias y finalmente apoyarla desde una perspectiva posi-
cionada que condenó el atropello de sus derechos ciudadanos.

El caso de Pedro

Pedro acudió a mi consulta antes de la agudización de la con-


frontación política. Había sido remitido por la terapeuta de
su pareja por dificultades que estaban teniendo en la relación.
Pedro se mostró interesado en iniciar una psicoterapia y comen-
tó que ya antes había estado más de diez años en psicoanálisis.
Tenía sesenta años y su historia abarcaba un recorrido sor-
prendente de superación y de transformación personal en que lo
político aparecía una y otra vez. Había nacido en un hogar extre-
madamente pobre. Su padre los había abandonado a él y a su
madre a los pocos años de edad. Luego se fueron a vivir con la
nueva pareja de ella. Allí sufrió viendo la violencia con que su
padrastro maltrató a su mamá. En consulta recordó muchas veces
a su mamá y sus súplicas para que se portara bien para evitar que
el padrastro se enfureciera y le pegara a ella. A los siete años de
edad muere su mamá, según Pedro, en parte como resultado de las
fuertes golpizas a la que fue sometida. Pedro quedó en el aire
sin papá ni mamá que velaran por él y fue a parar a la casa de su

271
Ejemplos clínicos

abuela materna, quien por lo relatado no estaba complacida con


este hecho. Allí Pedro vivió los peores años de maltrato y pobre-
za. Para transmitir el grado de necesidad en que vivían, Pedro
relataba cómo no usó ropa interior y pasta de dientes sino hasta
la adolescencia. Vivían en un pueblo humilde y su vida giraba
alrededor de hacer pequeñas tareas del hogar y soportar las frus-
traciones que la abuela descargaba en él.
Se las ingenió para ir a la escuela a pesar de no recibir mucho
apoyo para ello y allí encontró un nicho que le sirvió para comen-
zar a construir una imagen más favorable de sí mismo. Recuerda
el interés que le despertó el proceso de aprendizaje y sus com-
pañeros de clase. En ese entonces Pedro se describe a sí mismo
como un joven irascible, impetuoso, un rebelde sin causa. Sin
embargo, dentro del hogar la abuela le imponía castigos físicos
crueles sin mayores razones y su única posibilidad de reclamo era
velada. Cuando le pedía que hiciera alguna diligencia fuera del
hogar se tardaba muchas horas más de lo que necesitaba, hacien-
do a la abuela esperar. Pero no la confrontó jamás, no fue posible
hacerlo, estaba en una situación demasiado precaria.
En la adolescencia comenzó a interesarse por lo político.
Representantes de los movimientos de izquierda en Venezuela
estaban ligados al pueblo de Pedro y hacían algunas actividades
para los jóvenes. Él comenzó colaborando para organizar algu-
nas competencias deportivas. Allí encontró un lugar para sentir
que podía usar sus habilidades de manera útil y constructiva.
Recibió reconocimiento y pudo comenzar a verter sus expe-
riencias personales de privación e injusticia en un proyecto que
le permitía albergar esperanzas de un lugar más justo. Así fue
reclutado a militar en un partido que pronto fue prohibido en
Venezuela, lo cual le obligó a pasar a la clandestinidad.
Allí comenzó la segunda etapa de su vida, en que se cultivó
intelectualmente y aprendió un compromiso fuerte con sus com-

272
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

pañeros y con el colectivo. De esos años habla poco en consulta


pero repite constantemente que allí comenzó a disciplinarse y a
organizar su vida. La disciplina excesiva de la abuela comien-
za a cumplir un propósito distinto. Se convierte en un hombre
de una disciplina estrictísima, que lo ayuda a sobrevivir en la
clandestinidad. En tres ocasiones cayó preso como sospechoso.
En la cárcel fue golpeado y encerrado en condiciones precarias
por períodos de hasta un mes. Luego de diez años de militancia
decide salirse para rehacer su vida. Estudia en la universidad y
comienza otra vida como profesional. En paralelo había cultiva-
do una relación de pareja que, a pesar de haber atravesado con
él las dificultades de su juventud y su labor en lo político, se
había desgastado y deciden separarse. Habían tenido tres hijos.
Esta separación lo llevó a buscar ayuda y terminó acudiendo al
psicoanálisis. Así como había sido disciplinado y consecuente
en otras áreas de su vida, lo fue también con el análisis al que
asistió por más de diez años logrando entender y aliviar muchas
situaciones del pasado.
De esas experiencias había surgido un hombre con forta-
lezas importantes. Tenía una visión clara sobre lo que quería
en su vida y la confianza de saber que había logrado supe-
rar situaciones muy adversas. Asimismo, había adoptado para
sí una disciplina férrea que le había permitido mantener bajo
control muchas de las experiencias dolorosas que había atra-
vesado. Su funcionamiento se cimentaba sobre lo intelectual,
reportaba que nunca había soñado, que no sabía lo que era
esa experiencia y también que no entendía ni la música ni la
poesía. Le intrigaba eso que la gente decía sentir con el arte.
También se preguntaba si realmente había podido enamorarse
alguna vez en la vida.
Unos quince años después de haber finalizado su tratamien-
to psicoanalítico acude a mi consulta. Era el año 2001 y la polari-

273
Ejemplos clínicos

zación aún no había aparecido del todo en el escenario nacional.


Habló de su segundo matrimonio del que estaba preparándose
para separarse, de sus hijos con quien guarda un lazo estrecho y
de su pasado. Recordaba con aprecio su trabajo psicoanalítico.
En las primeras etapas del trabajo fue el único momento en que
se permitió expresar con apertura un sentimiento. El recuerdo
de su analista y su trabajo en conjunto le hizo llorar. Dijo llorar
porque se sintió acompañado por ella y además por el orgullo
personal que le generaba pensar que había sido dedicado y con-
secuente con el proceso.
Pero pronto la situación en Venezuela comenzó a hacerse
más tensa. Los acontecimientos de 2002 habían profundizado
la crisis en el país. La polarización había tomado el escena-
rio. Si bien Pedro había hablado de su pasado político, lo que
estaba ocurriendo en el presente lo conmovía profundamen-
te y estaba presente en sus pensamientos a diario. A pesar de
estar jubilado, y no estar involucrado con lo político, tenía la
sensación de que algo de sus esfuerzos pasados se veían refle-
jados, muchos años después, en el movimiento chavista y que
de alguna manera se habían alcanzado algunos de los objetivos
por los cual él había luchado. Sin embargo, era muy resistente
para traer esos pensamientos a consulta. Solo los lograba insi-
nuar indirectamente.
Más allá de la posición política que yo podría o no profesar,
mi consultorio privado queda en el este de Caracas, en una zona
clase media pero identificada como representante de la oposi-
ción a Chávez. Este hecho era inevitable y le daba una caracte-
rística particular a nuestro intercambio. Pedro venía a consulta
con el periódico abanderado del chavismo y comenzaba hacien-
do un chiste: “Yo no sé si caminar por aquí en Chacao con este
periódico bajo el brazo puede ser peligroso”. Yo le comentaba
que quizás podía estar preguntándose si era peligroso hablar de

274
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

política en el consultorio o que podía estar buscando permiso


para traer esos contenidos. En otras ocasiones comentaba que
él creía que la psicología tenía un papel importante que jugar
en el proceso político. En otra comentó: “Parece entonces que
hoy vine aquí a defender al Gobierno, como si te tuviera que con-
vencer a ti de algo, pero yo sé que tu trabajo no tiene que ver
con decir si estás de acuerdo o no. Sino de que aquí hay plena
libertad de decir todo lo que pienso y lo siento así”. En una
bocanada planteaba su deseo de hablar del tema y se respondía
rescatándome e insistiendo en que se sentía libre de hablar. El
tema político atravesaba nuestra relación. En ocasiones me sen-
tía más cauteloso antes de interpretar algo, cuidando en exceso
el que una intervención mía estuviese cargada de mis cuestiona-
mientos al Gobierno. Sin embargo, intentaba invitarlo a explorar
estos temas aún más. También intenté alguna interpretación por
la línea de que podría estar sintiendo temor de hablar de los
temas políticos que en su vida habían sido tan polémicos, al
punto de ser peligroso y que quizás temía discrepar conmigo,
que eso era vivido como peligroso por sentirse con menos poder
en la relación. Pero estas intervenciones no parecían disminuir
su cautela, contestándome que no, que por el contrario, él se
sentía muy libre en el consultorio y que sabía que podía hablar
de eso. Mi sensación era que el tema estaba frenado, solo insi-
nuado pero no abordado.
Me debatía y discutí en supervisión si debía o no abrir la
conversación. Por un lado, temía también que compartir mi
posición iba a pesar en la relación e iba a convertirse en un tema
difícil para elaborar, quizás iba a hacerlo a él cargar con una
angustia que era mía. Por otro, temía que inevitablemente eso
ya estaba ocurriendo y que negarlo no lo hacía menos complejo.
Que para él la relación psicoterapéutica era importante y que,
precisamente por eso, quería saber en qué terreno se movía,

275
Ejemplos clínicos

siendo su vida política igualmente importante. Parecía como que


ambos valorábamos la relación de trabajo que habíamos estable-
cido, nos respetábamos mutuamente y estábamos moviéndonos
con cautela para protegerla. Finalmente opté por preguntarle:
“¿A ti te gustaría saber cuáles son mis opiniones sobre estos
temas?”. Aunque la pregunta es quizás muy sencilla, introduce
la posibilidad de renegociar los términos de la relación, lo invi-
taba a opinar sobre el lugar en que prefería que yo me ubicara
como terapeuta. La respuesta de él fue interesante, se lo pensó
un rato en silencio y luego dijo: “No, yo creo que prefiero no
saber”.
Esa respuesta nos ofreció material para trabajar, pudimos
continuar explorando sus angustias por discrepar conmigo, el
temor por tener alguna diferencia, así como el temor a conocer
algo más personal de mí, temor a la intimidad. Temía que eso
abría un espacio para lo emocional y lo alejaba del terreno inte-
lectual donde él se sentía más protegido. Pero su respuesta tam-
bién me sirvió a mí para sentir que habíamos logrado redefinir el
contrato psicoterapéutico incluyendo esta nueva variable. Que
él había tenido la oportunidad de pensar y plantearse cómo que-
ría que trabajáramos dadas las circunstancias. Eso dio un nuevo
espacio de movimiento y el tema político comenzó a aparecer de
manera más abierta y profunda.
Unas semanas más tarde comenzó la sesión animado:
“Bueno, a ver, hoy creo que voy a comenzar por el tema polí-
tico. He estado atento últimamente a la visita de Chávez a la
ONU. Y pude escuchar su discurso y me emocionó. Y cuando lo
digo me emociono...”
Un par de semanas después comenzó a hablar por primera
vez de sus recuerdos como militante político, de su juventud y
de las vivencias de estar en la clandestinidad. Tenía la sensación de
que habíamos abierto espacio para hablar de temas que tanto sus

276
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

características personales como su entrenamiento político, que


recomendaba discreción y la angustia de estar trayendo un mate-
rial que no calzaba con lo que él suponía que yo esperaba, habían
hecho anteriormente que se quedaran fuera del consultorio.
Pero de nuevo nuestro trabajo volvió a recibir un sacudón
de la realidad política externa. Un fiscal que estaba llevando
la gran mayoría de los casos más polémicos desde el punto de
vista de la confrontación política fue asesinado. Una bomba
fue colocada en su camioneta y al abordarla explotó. La noti-
cia del asesinato sacudió al país, era el primer asesinato de
una figura política pública en aproximadamente dos décadas.
Algunas personas fueron arrestadas y un joven fue detenido en
la calle por la policía, presuntamente se dio un enfrentamiento
y el joven junto a dos policías resultaron muertos. El joven era
el hijo de una exdiputada. Se imputaron a varias personas como
autores intelectuales del crimen. Sin embargo, años después,
aún no hay ninguna sentencia sobre los autores intelectuales5.
Tanto el asesinato del fiscal Anderson como del joven muerto
en el enfrentamiento con la policía permanecen abiertos. El
asesinato y las acusaciones me generaban una sensación turbia
de zozobra y de no lograr distinguir con nada de claridad qué
implicaban esos hechos y dónde estaban los intereses colocados.
Pedro vino a la consulta luego de la imputación a los pri-
meros acusados y comenzó diciendo: “Estoy muy contento con
las cosas que vienen sucediendo en el país políticamente. Estoy
muy contento con los arrestos por lo del caso Anderson. Me
alegra que hayan arrestado a Poleo (una periodista abiertamente

5 Al momento de escribir este texto el testigo principal que había utilizado la fis-
calía para imputar a los acusados fue totalmente desacreditado y confesó haber
recibido dinero para forjar una historia. Los presuntos autores intelectuales de-
tenidos preventivamente fueron puestos en libertad. Años después del suceso el
caso continúa sin esclarecerse.

277
Ejemplos clínicos

opositora a Chávez). Después de que habló tanto del Gobierno,


me alegra ahora que la arresten. Esa seguro se va para EE.UU.
pero ya que se vaya va a ser suficiente”. Yo me quedé en silen-
cio, pero con una sensación de tensión y angustia inusual. El
comienzo me generó más angustia de la que habitualmente suelo
sentir y no lo relacioné claramente con lo que él está trayendo
porque, aunque no veía con la misma claridad que él las acusa-
ciones hechas por el Gobierno, tampoco tenía una posición clara
con respecto al caso. Él continuó hablando del caso y luego pasó
a hablar de varias cosas que había tenido en mente, el matrimo-
nio de su segundo hijo que venía pronto y unos exámenes médi-
cos recientes que se había hecho para hacerle el seguimiento a
un cáncer que había tenido y que había superado. Me comentó:
“Salieron bien los exámenes. Me alivia mucho y me hace sentir
orgulloso que he podido superar el cáncer”.
En ese momento la angustia se me volvió a hacer presente y
enlacé los dos temas. Le pregunto: “Y cuando estuviste en clan-
destinidad o caíste preso, ¿alguna vez tuviste miedo de que te ase-
sinaran?”. Pedro se quedó mirando como asombrado y después de
un silencio dijo: “Sí, muchas veces... pero más que miedo a que
me mataran me daba miedo a que me torturaran. Me daba mucho
miedo que me torturaran y yo fuese a hablar”. En ese momento se
puso a llorar profusamente. La emoción ligada a estas experiencias
de desamparo volvió a la consciencia. Es interesante cómo lo que
más lo conmueve es recordar el miedo que sufrió a traicionarse y
delatar a sus compañeros. Eso lo aterrorizó más que cualquier otra
cosa (este hecho ha sido reportado por otros profesionales que han
trabajado con víctimas de violencia política).
“Yo caí preso tres veces y lo más difícil eran los primeros
días, esos eran los días en que trataban de sacarte las cosas y que
había que intentar resistir. Después lo difícil era el ocio y el ham-
bre. Yo recuerdo mucho cuando estuve preso en un salón más

278
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

pequeño que este consultorio, no había ni un cuadro y recuerdo


que un par de veces me dieron un periódico y yo me lo devora-
ba, lo leía desde la primera hasta la última página6. Lo que más
temía era ir a delatar a un compañero, nunca lo hice y en parte
por eso me retiré, para no volver a pasar por ese riesgo.” Lloró
de nuevo con una profundidad que no había logrado antes en
consulta.
Lo político había entrado al consultorio, pero no solo para
incluir las vicisitudes del país, también han permitido entrar en
rincones de su biografía que habían estado sellados, prohibidos
no solo por lo traumático de la experiencia, sino también por el
tabú a lo político. Pienso que las reacciones al asesinato polí-
tico de Anderson revivieron viejas emociones, sensaciones de
vulnerabilidad, indignación, injusticia. La conversación sobre el
caso también incluía estos contenidos pasados, pero como ocu-
rre a menudo con lo traumático, solo lo podíamos registrar en lo
visceral, por eso el nivel de angustia que teníamos los dos en el
consultorio. La posibilidad de hacer conexión con las experien-

6 Es interesante que Pedro no registra esta parte de su experiencia de encarcela-


miento como tortura y, sin embargo, lo que describe son las consecuencias de
la privación sensorial que han sido investigada por los psicólogos y que se han
convertido en las nuevas técnicas reportadas contra prisioneros políticos (Levi-
ne, 2007). Pedro reporta la ausencia de cuadros, pero en las cárceles en general
no hay cuadros, de lo que sufrió fue de la ausencia absoluta de estimulación que
se aclara con el relato del periódico que “devoró”, hambriento de estimulación.
Es interesante que la alusión a la ausencia de cuadros también puede incluir
un elemento transferencial. En las paredes del consultorio en que trabajábamos
había cuadros. Cuando Pedro habla de la ausencia de cuadros echa un vistazo a
las paredes del consultorio. Como si dijera, “es distinto a otros espacios como
este”. Esta línea de asociaciones me lleva a otras asociaciones que hizo Pedro
con respecto a la experiencia de haber sido privado de su libertad y los espacios
cerrados que en ocasiones rechaza y que entran a formar parte de su vivencia de
los consultorios en que ha hecho psicoterapia. De nuevo, ni siquiera las paredes
son “neutrales”, los colores que tienen ya implican alguna elaboración de la ca-
pacidad de contener e invitar al otro o al contrario, de privarlo.

279
Ejemplos clínicos

cias de tortura nos permitieron abrir el espacio. Por un lado, traje-


ron alivio y las semanas siguientes reportó sentir un peso menos
y a mí me permitieron registrar y respetar con más profundidad
el origen de sus convicciones y sus temores.

María

Estos casos destacan por la aparición clara y explícita del mundo


de lo político en sus biografías. Sin embargo, impulsados por los
cuestionamientos hechos por el movimiento feminista, hemos
ido viendo cómo lo “personal es político” y que todas las vidas
están atravesadas por esta dimensión. No quisiera parecer estar
sugiriendo que solo en ciertos casos en que lo político es explíci-
to o en aquellas circunstancias históricas en que esta dimensión
se hace más visible, es cuando debemos utilizar una psicote-
rapia políticamente reflexiva. Esto sería sugerir un parche que
deje intacta la manera de pensar la psicoterapia. Al contrario, lo
que estos casos ofrecen es la oportunidad de ver con claridad y
pensar sobre los retos que la dimensión política trae a la consul-
ta y a hacernos más conscientes del peso de esta dimensión en
todas las relaciones.
La distribución del poder en el marco social más amplio
interactúa con la distribución de poder en las relaciones ínti-
mas y todas las personas se desarrollan intentando compren-
der y manejar esas tensiones. El caso de María nos ayudará a
pensar en algunas de estas. Ella acudió por primera vez a con-
sulta durante sus últimos años universitarios. Estudiaba Idio-
mas y vino referida por una psicoterapeuta que había tenido
unas ocho sesiones con ella, pero que tenía que culminar el
trabajo porque la institución operaba con un número máximo
preestablecido de sesiones. María quería profundizar más en

280
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

algunos asuntos, aunque no le fascinaba mucho la idea de tener


que cambiar de psicoterapeuta y menos con uno masculino.
Ella era la hermana menor de tres y había sufrido considerable
abuso por parte de su padre a lo largo de su vida. Este, prove-
niente de un hogar sumamente pobre, había tenido que salir
a la calle a muy temprana edad a trabajar. Su madre también
provenía de un hogar pobre, pero más estable, aunque suma-
mente tradicional. Había sido educada para mantenerse virgen
hasta el matrimonio y luego a mantenerse casada sin importar
las circunstancias. En la relación tuvo que soportar una serie
de abusos físicos y emocionales explícitos y otros más sutiles
que incluyeron el control estricto de todas sus actividades y
sus relaciones. María sufrió un poco menos los embates físi-
cos que fueron, según su propio reporte, más fuertes contra
sus hermanos mayores, pero igualmente tuvo que vérselas
con numerosas prohibiciones y el sometimiento a caprichos y
reglas cambiantes según el estado de ánimo de su padre. Ante
él sentía una mezcla de miedo y rabia que a su vez le generan
culpa. Estas vivencias habían contribuido a una serie de males-
tares comunes a personas que han sobrevivido maltrato, entre
los cuales estaba una constricción considerable de sus afectos,
rumiación constante de deseos de venganza que le generaban
mucha culpa, lagunas importantes en el recuerdo de su infan-
cia, así como dificultades con la concentración y memoria a
corto plazo, una imagen de sí misma disminuida que incluía
la sensación de ser completamente distinta de los demás y la
idea dolorosa de estar condenada a que las cosas salieran mal.
Su madre había intentado cuidarla de los maltratos pater-
nos, en ocasiones le inventaba historias al padre para darle la
oportunidad de salir a estudiar. Ella veía en María un gran poten-
cial intelectual y la había animado siempre a continuar avan-
zando en esa línea; asimismo, se había esforzado laboralmente

281
Ejemplos clínicos

para poder ofrecerle buenas opciones educativas. María había


destacado en varios momentos de sus estudios, pero al mismo
tiempo se sentía continuamente insatisfecha con su rendimiento,
producto tanto de la crítica feroz que había internalizado como
de las importantes dificultades que traían las múltiples manifes-
taciones disociativas que tenía a diario y que interferían con el
estudio.
En la última etapa de bachillerato, que en Venezuela es de
dos años, había pedido ser trasladada a un colegio privado de
mayor prestigio que el liceo público al que asistía. La madre con
gran esfuerzo la logró inscribir. El deseo de ambas era la supe-
ración a través del estudio. Pero aquí el proyecto sufrió un tro-
pezón. María venía de un hogar sumamente rígido y controlador
que había hecho de ella una joven obediente y sobreadaptada.
En el nuevo colegio tenía que enfrentar unos compañeros de un
poco más edad y provenientes de hogares con mejor condición
económica. Sus diferencias sociales unidas a su timidez contri-
buyeron a que fuera el blanco de la burla de sus compañeros. En
lo que ahora llamaríamos acoso escolar María fue sometida a los
insultos diarios. El buen rendimiento que comenzó a desplegar
no ayudó sino a avivar la envidia de una de sus compañeras que
se tomó la tarea de decirle a diario que sin importar los esfuerzos
que ella hiciera, ella no iba a “pertenecer” a los grupos sociales
de las otras niñas del colegio. La situación se hizo insosteni-
ble para María, que además de la situación de por sí agobiante,
no había aprendido a defenderse, a denunciar el abuso, a creer
en una autoridad que pudiera tomar riendas en el asunto. Solo
había aprendido a callar e intentar pasar desapercibida y a los
meses se enfermó y no quiso regresar al colegio. Tuvieron que
retirarla y perdió ese año de estudios, lo cual contribuyó aún
más a la sensación incierta sobre su valía y su posibilidad de
superar los obstáculos que la vida le colocaba.

282
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Unos pocos años luego de haber terminado exitosamen-


te su carrera universitaria, María reporta sentirse preocupa-
da, esta vez porque no avanza a suficiente velocidad en su
desarrollo profesional. Dice sentirse algo inhibida para bus-
car trabajo y temerosa de enfrentar posibles frustraciones
que le condenen a quedarse en casa. Al mismo tiempo siente
ambivalencia con respecto a independizarse económicamente
temiendo dejar a la mamá atrás valiéndose por sí sola. En una
sesión describe las pequeñas luchas de poder entre la mamá y
el papá. Él era ferviente seguidor del presidente y colocaba sus
frecuentes alocuciones en la televisión en la casa. La madre a
su vez era opositora y sigilosamente le bajaba el volumen a la
radio y la televisión cuando él no estaba prestando atención.
Era un buen ejemplo de la manera en que habían construido
una dinámica de imposición y resistencia. En este contexto
María fue llamada por una entidad estatal para trabajar. La
oportunidad la animó, porque ofrecía la posibilidad de dar
clases a adultos, lo cual le gustaba y una entrada económica
aparentemente estable. Sin embargo, la sesión que siguió a la
entrevista vino dubitativa y decepcionada. En una entrevista
grupal la coordinadora había afirmado que era “evidente” que
las personas que estaban seleccionando tenían que ser segui-
doras del Gobierno y que cualquiera que no lo fuera debía
abstenerse de concursar por el puesto. María se había man-
tenido callada aunque incómoda. Deseaba el trabajo y sabía
que en muchos lugares estaba ocurriendo el mismo fenóme-
no de presión política para acceder a un puesto en el sector
público. Decidió callar, al fin y al cabo había pasado toda su
vida haciéndolo dentro de su hogar, bajándole el volumen a la
imposición y el abuso de su autonomía.
Es evidente cómo la historia individual de abuso se entrelaza
aquí con el escenario colectivo. Cómo las dinámicas sociales y polí-

283
Ejemplos clínicos

ticas más amplias reeditan para María dilemas privados. En el primer


caso por los prejuicios sociales puestos en acto a través de las diná-
micas de exclusión y discriminación en un grupo de adolescentes de
un nivel socioeconómico más pudiente, y en el segundo caso por los
dilemas políticos y las prácticas coercitivas del Gobierno.
No tomar en cuenta tanto los aspectos biográficos tem-
pranos como los de su adultez en la reelaboración de su his-
toria sería descuidar elementos esenciales. Las reacciones de
María tanto al acoso escolar como al abuso político no pueden
ser reducidas y simplificadas a factores biográficos, deben ser
registradas, exploradas explícitamente para que ella pueda ver
las situaciones de desventaja que enfrenta. El descuidar esa asi-
metría en esas relaciones sería equiparable al acto de negación
e invisibilización con que se intentó minimizar las experiencias
de maltrato que tuvo que vivir en su hogar. El poder registrarlas,
hacerlas visibles, ayudar a ubicar los sentimientos de ira que
le provocan es poder trabajar en el presente con algunos de los
dilemas que también arrastra del pasado. Las dos lecturas no se
interfieren, sino que se complementan.
En la siguiente entrevista, ahora individual, a la que fue
invitada por el mismo proceso de reclutamiento de la institución
gubernamental, la coordinadora le dijo explícitamente que su
trabajo tenía un componente ideologizador. Que ella era respon-
sable por transmitir la ideología bolivariana a sus alumnos.
María ya tenía tiempo en consulta y podía ver con facilidad
las semejanzas de esta situación con algunas experiencias den-
tro del hogar. Ahora podía registrar con más facilidad su males-
tar que ya no era incomodidad, sino franca molestia. Se permitió
imprecar contra la entrevistadora y la institución, mostrar su
rabia, cosa que generalmente no hacía. Validando su frustración
y su indignación validaba también los sentimientos ante otros
abusos vividos en su vida.

284
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Al mismo tiempo no era yo quien debía decidir qué hacer


con esa oferta laboral. Al fin y al cabo existía una situación real
de exigencia económica que ella tenía que enfrentar y que el tra-
bajo podía ayudar a solucionar. Era el terrible dilema de some-
terse a una autoridad arbitraria para no perder una oportunidad
o rebelarse y continuar desempleada. La intervención terapéu-
tica solo busca problematizar mientras se acompaña, ayudar a
explorar con detalle las distintas implicaciones y pensar en vez
de actuar de manera irreflexiva. ¿Qué podría pasar si le dices a
la coordinadora lo que realmente piensas? ¿Cómo te sentirías
contigo misma luego? ¿Cómo te sentirías si callaras y aceptaras
el trato? ¿Qué consecuencias tendría una u otra salida? ¿Hay
opciones dentro de este escenario, cuáles podrían ser?
Al final María decidió no continuar aplicando para el tra-
bajo pensando que iba a ser intolerable para ella someterse a
otro espacio abusivo. Sin embargo, la triste ocurrencia del abuso
político sirvió también para alimentar su reflexión sobre su vida,
a pensar sobre sus convicciones personales y ganar confianza en
su capacidad para identificar situaciones abusivas y resistirse, lo
cual ha sido una dimensión importante de su mejoría.

285
CAPÍTULO VIII

Psicoterapia, política e intimidad (hacer consciente


lo inconsciente y visible lo invisible)

He intentado mostrar la forma en que la psicoterapia, como cual-


quier otra relación humana, está inevitablemente atravesada por
el contexto social y político. Así como ilustrar la gravedad de
los enredos y abusos en que puede verse metida la psicoterapia
cuando intenta desmentir los poderes que la enmarcan. Final-
mente, se ha intentado explorar las posibilidades que ofrece una
psicoterapia pensada desde las corrientes posmodernas para
abordar esta dimensión, las variaciones en la comprensión que
ofrecería y las técnicas que se añadiría a la caja de herramien-
tas psicoterapéuticas. Ahora, partiendo de esas consideraciones,
intentaré explorar las limitaciones y las fortalezas que puede
ofrecer la psicoterapia pensada como herramienta de resistencia
política.
En su autobiografía, La historia de mis experimentos con
la verdad, Gandhi comienza explicando el vínculo estrecho que
sus inquietudes íntimas han tenido con sus proyectos políticos.
Pareciera casi tener que justificar, o por lo menos aclarar, cómo
pudo desarrollar un proceso personal, en su caso espiritual, junto

287
Psicoterapia, política e intimidad...

a su actividad política, como si fuese extraño encontrar las dos


dimensiones sobrepuestas. Así como ha sucedido en la historia
de la psicoterapia, pareciera que Gandhi se enfrentaba a la idea de
que había algo sospechoso en la unión de ambas esferas.
Pero, ¿puede la exploración psicoterapéutica, inherente-
mente ligada a los aspectos más íntimos de la vida, estar entre-
tejida con la resistencia a contextos opresivos? ¿Tiene algo que
aportar la psicoterapia más allá de sus posibilidades de conten-
ción, reflexión y alivio?
El movimiento feminista, ya se ha dicho, ha sido central en
iluminar las dinámicas políticas de la vida íntima y la importan-
cia de apoyarse en la vida privada para adelantar la resistencia a
contextos opresivos como el patriarcal. La afirmación “lo perso-
nal es político” es una herencia directa del feminismo.
La revisión de la vida bajo opresión sirve para iluminar las
estrategias usadas por distintas personas para resistirse y quizás
ayuda a entender el potencial y las limitaciones de la psicotera-
pia. De nuevo, el poco pero valioso material que tenemos sobre
la continuación del trabajo psicoterapéutico en regímenes dic-
tatoriales y totalitarios sirve de guía (ver capítulo 3). Distintos
autores han comentado cómo, ante la vigilancia a que estaban
sometidos, los ciudadanos, así como la psicoterapia, tendían a
separar la vida privada de la vida pública, en una modalidad
de disociación de la vida cotidiana que protegía al individuo al
separar los pensamientos peligrosos del escrutinio ajeno (Con-
nolly, 2006; Harmatta, 1992; Schreuder, 2001; Šebek, 1996).
Es interesante explorar las similitudes descritas por estos
terapeutas que utilizaron su trabajo profesional como refu-
gio para ellos y las personas que acudían a sus consultas con
la resistencia psicológica en escenarios sumamente distintos.
Gilligan, Taylor y Sullivan (1995) proponen una serie intere-
santísima de lazos y matices entre los procesos de disociación

288
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

psicológica y resistencia política a través de su trabajo sobre


el desarrollo de mujeres adolescentes en situaciones de exclu-
sión en los Estados Unidos. Ellas distinguen entre resistencia
pública (o descubierta) y resistencia encubierta. La primera se
refiere a la confrontación pública con las prácticas e institucio-
nes que oprimen y la segunda con el proceso de “colocar bajo
tierra los sentimientos y los pensamientos. Consciente de las
consecuencias de la confrontación pública, ellas [las muchachas
entrevistadas] se muestran externamente como si se adaptaran
a las convenciones sociales pero como una estrategia conscien-
te de auto-protección” (p. 26). En las múltiples entrevistas que
Gilligan ha realizado a jóvenes norteamericanas, investigando
las maneras insidiosas en que la cultura supervisa, controla y
somete el desarrollo de las mujeres, ella ha identificado el uso
frecuente de la disociación de los sentimientos y pensamientos
potencialmente peligrosos, pero también ha encontrado a menudo
un uso consciente y deliberado de administrar las convenciones
y conversaciones para protegerse ante la imposición social (Gilli-
gan, Lyons y Hanmer, 1990; Gilligan, Taylor y Sullivan, 1995).
Un ejemplo de esto es ilustrado por la investigación de
Schilt (2003) sobre las revistas editadas por niñas prepúberes y
adolescentes norteamericanas. A través de entrevistas reflexiona
junto a las jóvenes sobre las presiones sociales que sufren y las
estrategias que utilizan para manejarlas. Encuentra que la edi-
ción de estas revistas que luego distribuyen entre amigas sirve
no solo para explorar y compartir su mundo íntimo, sino tam-
bién como un foro donde se permiten cuestionar algunas de las
imposiciones culturales a las que están sometidas y constituyen
también una vía por la cual muchas de ellas comienzan a tener
contacto con referencias sobre el feminismo y críticas sobre la
cultura. En esta actividad editorial adolescente Schilt encuentra
un terreno donde el mundo íntimo y el esfuerzo de lidiar con las

289
Psicoterapia, política e intimidad...

tareas evolutivas personales convergen con los primeros temas


políticos y de distribución de poder en las relaciones interper-
sonales. Ella lleva las categorías propuestas por Gilligan y sus
colaboradoras un poco más allá al proponer que algunas activi-
dades de resistencia son descubiertas o públicas y encubiertas al
mismo tiempo, lo que ella denomina c/overt resistance o resis-
tencia des/encubierta. Estas investigaciones logran reexaminar
actividades que acostumbramos más a ver en el terreno de la
psicología del desarrollo y que por nuestro foco tradicional, per-
demos de vista su dimensión y potencial político.
Un lugar protegido donde puedo reflexionar y compartir mi
intimidad puede no ser solo el espacio necesario para el desarro-
llo psicológico, sino también puede ser el foro necesario para el
desarrollo de la consciencia política. La resistencia ante la opre-
sión en escenarios interpersonales y políticos parece encontrar
aquí un primer punto de encuentro. De nuevo, el trabajo políti-
co de Vaclav Havel ha sido útil para pensar en las condiciones
interpersonales necesarias para nutrir y fortalecer la resistencia
política. Las reflexiones de su trabajo político expresan una y
otra vez conexiones con el encuadre psicoterapéutico. En parti-
cular en el ensayo La historia y la totalidad (1987/1991) Havel
muestra la importancia de escenarios alternos a aquellos domi-
nados por el discurso dominante para poder articular relatos
alternativos que logren desentrañar y resistir la opresión. Allí
analiza cómo las fuerzas totalitarias, entre otras cosas, intentan
imponer una versión de la historia y callar todas las otras alter-
nativas idiosincrásicas, muy similar con el silencio impuesto en
las familias abusivas a las vivencias de aquellos sometidos al
abuso (Ferenczi, 1933/1994). La construcción de espacios segu-
ros interpersonales donde aquellas historias personales pueden
construirse y compartirse es considerado por Havel (1987/1991)
como una herramienta política esencial. Espacios que ofrecen,

290
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

en sus palabras “grietas” para desafiar la imposición. Solo en la


prisión recuerda que le preguntaban una y otra vez el lugar espe-
cífico de Praga de donde provenía. Solo en estos escenarios era
posible recuperar la historia particular y resistir la imposición
del discurso dominante:
Estando en la cárcel, observé en repetidas ocasiones, y siempre como
algo nuevo, en que en gran medida se encontraba allí presente la historia
en comparación con la vida de afuera. Cada preso equivalía casi a un
destino único, chocante o, al contrario, conmovedor; escuchando las di-
versas narraciones, me parecía irrumpir en un mundo “pretotalitario” o,
simplemente, en el mundo de la literatura. Cualquier cosa podría pensar
sobre los cuentos animados de mis compañeros de prisión; todas menos
una: que nunca eran documentos de una anulación totalitaria. Todo lo
contrario: eran testimonios de una porfía, mediante la que se defiende la
singularidad humana ante su abolición, y de la testarudez con que ella
insiste en sí misma y es capaz de ignorar las presiones anulatorias. Sin
importar si en ese mundo predominaba el crimen o la mala suerte, era,
indudablemente, un mundo de caras particulares. Escribí en algún lugar,
después de mi retorno, que en una celda para 24 hombres era posible
encontrar más historias únicas que en una aglomeración de varios miles
de viviendas. En cuanto a hombres realmente “asmatizados” – es de-
cir, aquellos ciudadanos insípidos, humildemente obedientes, igualados
y agrupados en el rebaño del Estado totalitario– no hay muchos en las
prisiones. Es más bien un lugar de reunión de hombres sobresalientes
de una u otra forma, imposibles de ser incluidos en un cajón; personas
que sirven para algo, originales, obsesos de algún modo, incapaces de
conformarse (p. 190).

La labor política consistía en darles vida y sostener estas


historias alternativas, lo cual muestra analogías importantes con
aquello que la psicoterapia ofrece. El encuadre psicoterapéutico
puede ser aquel lugar protegido que permite articular y compar-
tir la historia personal que desafía la imposición, aquella que
logra vencer la represión (no solo interna, sino también exter-

291
Psicoterapia, política e intimidad...

na). Aquel espacio que sirve de caja de resonancia para registrar


los abusos negados, para humanizar la pérdida, para recuperar
la voz silenciada, para reconocer los sentimientos de indigna-
ción ante la injusticia. Otros autores han comentado algo simi-
lar al señalar los lazos entre la recuperación psicoterapéutica
y la construcción de testimonios ante los abusos en el trabajo
con sobrevivientes y refugiados (Cienfuegos y Monelli, 1983;
Blackwell, 1988 y 2005; Martín-Baró, 1990).
Pero exploremos un último ejemplo fuera de la literatura
psicológica. En un libro conmovedor titulado Leer Lolita en
Teherán, Azar Nafisi (2003) relata sus experiencias como profe-
sora universitaria en la instalación y transcurso de la revolución
islámica en Irán. En ella sigue su trayectoria personal desde
unos inicios esperanzados a una rápida desilusión por los abusos
a las mujeres y a su persona a la que fue sometida y, como para
protegerse, decide la progresiva instalación de un mundo cada
vez más alejado de lo público donde intentó cultivar espacios de
resistencia a través de la literatura. Como profesora universitaria
y especialista en literatura inglesa, sufrió constantes persecu-
ciones que fueron restringiendo sus espacios de acción. Por lo
cual al final decidió montar un grupo de lectura en su casa con
jóvenes mujeres interesadas en pensar en sus vidas a través de
la lectura. Curiosa, pero no azarosamente, Lolita de Nabokov
se convirtió en la guía principal de sus reflexiones sobre la vida
bajo un régimen dictatorial. El relato del pedófilo Humbert de la
novela sirve para iluminar los sutiles mecanismos a través de
los cuales las culturas patriarcales se justifican a sí mismas y
operan. Pero además del trabajo reflexivo, el seminario sirvió
como un foro donde las mujeres participantes podían alejarse
de la mirada vigilante del medio y comenzar a charlar, ironizar,
reírse, transgredir y compartir sus propias vivencias. Un lugar
donde la historia personal era desenvuelta y recuperada. Así

292
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

construyeron en sus palabras y, tomando de nuevo de Virginia


Woolf, su “Habitación Propia”. Aquello que habían guardado
en secreto podía ahora hacerse visible y la presencia de otras
testigos las fortalecía a ampliar su rechazo a la imposición. El
lugar del testimonio y la audiencia es aquí clave. Tomando de
las palabras de Nafisi:
De vez en cuando me siento en ese otro mundo que tantas veces aflo-
raba en nuestras conversaciones y vuelvo a imaginarme a mí y a mis
alumnas, mis chicas, como acabé llamándolas, leyendo Lolita en una
mal soleada habitación de Teherán. Pero, por utilizar las palabras de
Humbert, el poeta/criminal de Lolita, “te necesito, lector, para que
nos imagines, porque no existiremos de verdad si no lo haces”. Contra
la tiranía del tiempo y la política, imagínanos como ni siquiera no-
sotras nos atrevemos a imaginarnos: en los momentos más íntimos y
secretos, en los instantes de vida más extraordinariamente cotidianos,
escuchando música, enamorándonos, paseando por las calles som-
breadas o leyendo Lolita en Teherán. Y luego vuelvo a imaginarnos,
con todo esto confiscado, enterrado, arrebatado de nuestras manos.
(2003 p. 21).

Encuentro este pasaje poderosamente personal y político a la


vez. La presencia del escucha es invocada para el sostenimiento
personal, pero también como testigo para denunciar la injusticia.
Gilligan, Taylor y Sullivan (1995) concluían también que la presen-
cia de mujeres adultas dispuestas a escuchar era una de las claves
para sostener a las jóvenes entrevistadas en caminos de resistencia
y no disociación. La intimidad aparece de nuevo hermosa y profun-
damente entrelazada con el hecho político. La psicoterapia parece
desde estos ejemplos como un escenario privilegiado para desarro-
llar esta modalidad de resistencia (similar a aquello que los psicó-
logos comunitarios han llamado fortalecimiento). La psicoterapia
entonces no solo como un lugar donde se contiene, ofrece alivio, se
articula y recupera el sentido y se establece conexión, sino simultá-

293
Psicoterapia, política e intimidad...

neamente un lugar donde estas acciones tienen un paralelo político,


ya que permiten ofrecer seguridad y tomar distancia del discurso
dominante, construir testimonios del abuso dándole voz a los silen-
ciados, cuestionar las versiones impuestas y donde se puede esta-
blecer conexiones con los temas políticos más amplios que están
relacionados con el sufrimiento. Todas las cuales son acciones que
se refieren a aquello que Pakman ha llamado las “tareas micropo-
líticas” de la psicoterapia (2004). De una manera más resumida,
mientras hacemos consciente lo inconsciente, también estamos
haciendo visible lo invisible.

Críticas finales

Aunque propongo y defiendo enmarcar la psicoterapia dentro


de un modelo social y no médico, y creo que podemos hacer
mucho para potenciar sus posibilidades liberadoras, no creo que
con esto se resuelvan los dilemas éticos y políticos inherentes a
nuestro oficio. Creo que le hacemos más justicia a la psicotera-
pia si dejamos estos dilemas abiertos para profundizar el debate
y embarcarnos en la interminable tarea de reflexión.
En primer lugar, como se ha mencionado, una psicoterapia
conducida desde esta perspectiva en cierto sentido no es tan dis-
tinta de las prácticas tradicionales. Incorpora alguna herramien-
ta, pero no necesariamente transforma el ejercicio. Creo, sin
embargo, esencial que al lado de la revisión contratransferen-
cial a la cual estamos acostumbrados en nuestra preparación y
supervisión debemos incluir la reflexión de nuestro lugar social
y político. La revisión de nuestra biografía no solo interperso-
nal, sino enmarcada en las posiciones históricas que nuestra
comunidad, familia y vida individual han ocupado se convierte
en un tema esencial de revisión y comprensión.

294
Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada

Algunas críticas a la psicoterapia han llegado a la conclu-


sión de que la actividad está inevitablemente condenada a repro-
ducir los desbalances de poder presentes en la sociedad y abre
así espacio para los abusos de estos desbalances (Masson, 1997).
Pero me parecen más relevantes para la propuesta de hacer una
psicoterapia políticamente reflexiva las críticas que señalan
cómo la psicología y la psicoterapia han tendido a apropiarse
de, y, al final, reducir las luchas políticas (Jacoby, 1975/1997,
Parker, 2007). Jacoby, por ejemplo, ha hecho el seguimiento
histórico de muchos movimientos políticos de los sesenta que
coincidieron en dirigirse hacia lo personal y a la psicología para
intentar comprender las ataduras sociales que impedían la resis-
tencia. Esos esfuerzos en muchas instancias condujeron a que
los activistas políticos renunciaran a sus actividades públicas y
se retiraran a trabajar en la esfera de lo “psicológico” o privado.
Pensar en una psicoterapia que aborde lo político no es creer
que lo psicoterapéutico puede sustituir la acción colectiva. Si
las acciones de resistencia cultivadas en escenarios protegidos
descritos previamente se limitan a esos escenarios, difícilmente
se podrá cambiar las instituciones y estructuras que ayudan a
sostener la opresión. La psicoterapia es solo una herramienta
más en la resistencia al abuso de los derechos humanos.
Asimismo, atender la dimensión política corre el riesgo
de volver a reificar la dicotomía entre lo personal y lo políti-
co, reinstaurando así las paredes conceptuales que precisamente
se ha intentado derrumbar. Hacer la psicoterapia política no es
“abrir un espacio para lo político” o “discutir cosas políticas
en la consulta”, sino reconocer que tanto la vida como la rela-
ción psicoterapéutica están ineludiblemente tejidas dentro de las
relaciones de poder. Es entender nuestro quehacer como irre-
mediablemente contextualizado, consciente de las dinámicas de
poder que entreteje.

295
Psicoterapia, política e intimidad...

La psicoterapia, con mucha facilidad, se convierte en el


lugar donde envían a aquellos rebeldes incómodos para que sean
“comprendidos”, “pacificados” y “curados”. Con demasiada
facilidad se convierte en el lugar donde los problemas sociales
se individualizan y se vuelve a culpar a la víctima de los abusos.
Solo la revisión ética continua de nuestra práctica puede evitar
que en nombre de la compasión y una práctica supuestamente
progresiva seamos las más pulidas armas del aparato.

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Universidad Simón Bolívar

Autoridades
Enrique Planchart Rector
Rafael Escalona Vicerrector académico
William Colmenares Vicerrector administrativo
Cristian Puig Secretario
Consejo Editorial
de la Universidad Simón Bolívar
Servando Álvarez
Ciencias Económicas y Administrativas
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Lengua y Literatura
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Lengua y Literatura
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Formación General y Ciencias Básicas Coordinadora editorial

Consejo Consultivo Evelyn Castro


Coordinadora de producción
Edda Armas
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Katyna Henríquez Consalvi Corrector
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Antonio López Ortega Cristin Medina
Joaquín Marta Sosa Diseñadores gráficos
Carlos Pacheco Nelson González
Nelson Rivera Administrador
Oscar Rodríguez Ortiz Jorge A. Hernández
Aníbal Romero Almacenista
Este libro fue impreso
en julio de 2013
en los talleres de Switt Print,
Caracas, Venezuela.
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