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El odio y las pruebas

Ernesto Salas

El odio es pariente de la sinrazón. Un impulso.


El odio indignado de una parte de la población contra Perón y su gobierno
inundó las calles en septiembre de 1955. El tirano había sido depuesto. La noticia se
extendió desde el norte al sur de la ciudad. Los más decididos salieron a las calles para
arrasar la simbología peronista con el odio eufórico de los vencedores. No se salvó
nada, bustos, banderas, escudos, retratos, carteles, quemados en hogueras de San Juan
antiperonistas. El día 23 aplaudieron con fervor en la Plaza de Mayo. Al mes siguiente
el nuevo gobierno encargó la investigación de aquello que de antemano sabían: que
Perón dirigía una asociación ilícita para cometer todo tipo de delitos económicos y
llenar las arcas de funcionarios venales y corruptos.
Para ello se creó la Comisión Nacional de Investigaciones, con el propósito del
“esclarecimiento de los hechos ilícitos e irregularidades cometidos durante el régimen
depuesto”. El nuevo organismo dependía directamente del vicepresidente de facto, o sea
del Almirante Isaac Rojas, y estaba integrada por cinco miembros, tres de los cuales
eran oficiales superiores de cada una de las fuerzas armadas. El único motivo para
suplantar a la justicia fue que desconfiaban de los jueces nombrados por el parlamento
tras nueve años de peronismo. A las comisiones específicas que se formaron para la
investigación de hechos particulares (60 aproximadamente) se les otorgó amplias
facultades represivas. En el ejercicio de sus funciones les era permitido allanar
domicilios y practicar detenciones con auxilio de la fuerza pública, secuestrar pruebas,
intervenir libros y contabilidades, solicitar registros bancarios, entre otras “legales”
atribuciones. Centenares de personas fueron arrancadas de sus domicilios por la policía
y llevadas a declarar frente a las comisiones. Miles quedaron cesantes. Otros tantos
fueron encarcelados sin proceso. El presidio de Ushuaia, que había sido clausurado por
las atrocidades del pasado, cometidas contra radicales y anarquistas, fue reabierto para
los peronistas. Pese a todo, las comisiones no duraron tanto. En mayo de 1956 se dio
por cumplida su misión y cada una de las subcomisiones elevó un informe que luego se
resumió en el “Libro Negro de la Segunda Tiranía”. Se le decía la segunda, porque la
primera —un sentimiento común que compartían los antiperonistas— había sido la de
Juan Manuel de Rosas.
La Comisión N° 16 se ocupó de las obras, contrataciones y compras del
ministerio de Salud Pública que había conducido Ramón Carrillo. Se trataba del
ministerio peronista que mayor cantidad de gastos había hecho en los últimos años.
Amparado por una ley del Congreso, el ministro había podido alivianar la burocracia
estatal y realizar la construcción de centenares de edificios en los rincones más alejados
del país. Era seguro que allí encontrarían todo tipo de maniobras delictivas que probaran
la dirección corrupta de Perón.
En los breves meses de su duración la comisión cambió cinco veces de dirección
por renuncia de sus presidentes. Según sus propios informes, recibió 316 denuncias,
muchas de las cuales fueron dejadas de lado pues “en muchos casos son productos de la
imaginación o vehículo para venganzas personales”; en otros casos “se comprobó lo
infundado de la denuncia y la imposibilidad material de acreditar los hechos que se
referían, por cuyo motivo se ordenó el archivo de las actuaciones”. En su informe del
mes de febrero de 1956 el presidente de la comisión, Julio Martínez Vivot, explica que
la comprobación de delitos no es numerosa y que hay pocos detenidos a pesar de que
975 personas fueron citadas a declarar. Pero el presidente se sentía obligado por la
función que le habían conferido que era la de descubrir la corrupción, no la de declarar
su inexistencia. Entonces recurrió al absurdo para alimentar el odio. Casi a punto de
integrar la antología del ridículo político, la comisión informó que:
“las investigaciones no son simples y se tropieza con dificultades para acreditar
realmente lo acontecido. La clásica táctica del delincuente de hacer múltiples
cómplices, para todos ellos ocultarse entre sí, por su interés común, ha sido
usada con frecuencia, perturbando así el propósito de comprobación que se
persigue”.
O sea, que el hecho de no encontrar delito luego de varios meses de buscarlo, es
la viva comprobación de que el delito existe. Es que son tan delincuentes que no dejan
pruebas. La siguiente cita es extensa pero necesaria (las negritas son mías):
“La mayoría de los grandes negociados denunciados, especialmente para
mencionar concretos los relativos a construcciones sanitarias y a especialidades
medicinales y antibióticos, presentan gravísimas dificultades de prueba, pues
se han realizado guardando todas las apariencias legales y, sobre todo, porque
las empresas o personas que han tenido que ceder a la coima del funcionario,
o que en muchos casos la buscaron para lograr sus propósitos, no podrán de
manifiesto tal circunstancia pues bien saben que son partícipes en el cohecho.
Además, no existiendo, como es natural, constancia documentada al respecto. El
inconveniente se torna prácticamente insuperable. En múltiples casos se
vislumbra que el procedimiento, la concesión o la franquicia debe haber
tenido un trámite irregular, una presión o una dádiva, pero generalmente
también, no deja de ser una simple presunción que no alcanza a reunir los
requisitos conocidos de grave, precisa y concordante. Si aún agregamos, como en
materia de construcciones, la existencia de una ley especial, que permite
apartarse de las normas precisas de la ley de contabilidad, admitiendo
contratos sin concursos ni licitaciones, dentro de un importe general que
alcanza a los mil millones de pesos, observamos que fueron los propios
legisladores (peronistas) los que facilitaron las posibles irregularidades, y que
por eso pienso que, en última instancia, a ellos habrá que responsabilizar por el
perjuicio patrimonial del Estado, a quien comprometieron en obras fabulosas de
gran imaginación pero de imposible realización total”.
Los grandes negociados denunciados [¿por quién?] no se pueden probar porque
han guardado todas las apariencias legales; los que pusieron la coima no confiesan
porque son parte del cohecho [les faltó un fiscal que los apretara como corresponde];
cuando se vislumbra que algo debe haber tenido un trámite irregular [el sentido común
de algunos fiscales del presente] igual no alcanza la prueba. Y si encima la mayoría
parlamentaria los ampara con leyes constitucionales, la cosa resulta imposible. No
importa. Pese a todo, la comisión viene a declarar que han habido gravísimas
irregularidades y que tiene optimismo que en el futuro “podrá hacer la luz necesaria
para esclarecer los delitos que se han denunciado o bien por lo menos, para poner de
manifiesto las irregularidades que eran la práctica frecuente del régimen peronista
depuesto”. Aunque lo único que hayan podido probar son pequeñas fallas
administrativas (vales de nafta, el uso de una ambulancia para hacer una donación,
hacer trabajar a enfermos mentales de manera terapéutica, etc.) el odio puede más. Las
pruebas son lo de menos porque todo el mundo con sano juicio ya sabe de lo que el
régimen ha sido capaz. Así que:
“Si por lo menos no puede mandarse a todos los culpables donde lo merecen,
lograremos señalarlos e individualizarlos para el futuro. Mostremos sus lacras
para los que creyeron y aún creen en ellos observando la verdadera piel de estos
falsos corderos. Especialmente para que las generaciones futuras no se dejen
impresionar por cantos de sirenas y recuerden una época nefasta y oprobiosa por
la que el país ha pasado y que nunca ha de volver a repetirse, Dios mediante.”
En el informe de mayo, al momento de cerrar las comisiones, se explicitan los
delitos cometidos por Ramón Carrillo con las mismas salvedades de obtención de
resultados que en el anterior:
“Se han acreditado fallas a la ética e incumplimiento a las obligaciones
administrativas, así también actividades políticas aprovechando la función pública,
arbitrariedades en el ejercicio de funciones directivas, acumulación indebida de
cargos o ejercicio de los mismos sin títulos habilitantes. También se ha
comprobado en otros casos la atención irregular de enfermos, la desaparición de
efectos de propiedad del Ministerio, traslados y cesantías injustas, motivo de
persecuciones políticas o fruto de delaciones; utilización de influencias políticas
para obtener beneficios, favoritismo en las designaciones, uso indebido de
automotores”.
Nótense los crímenes de Carrillo, que incluyen el gravísimo uso indebido de
automotores, luego de ocho meses de investigar con la suma del poder público. Ramón
Carrillo murió en el exilio, con pedido de captura y todos sus bienes interdictos. Le
allanaron la casa, se robaron sus pertenencias. Como ahora, el odio les sobraba, les
faltaban las pruebas.

Fuente: Documentación Autores y Cómplices de las Irregularidades Cometidas durante


la Segunda Tiranía – Comisión Nacional de Investigaciones Vicepresidencia de la
Nación - Tomo 1 – año 1958 – páginas 991 a 997).

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asistencia.html#ixzz7dT99sMKa

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