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CAPITULO CERO

LA PEQUEÑA LOBA corría por los jardines con alegría y entusiasmo, ella no recordaba haber
podido correr por un lugar con la libertad de no traer los abrigos y capas de pieles pesadas que la
cubrían del crudo invierno. No era que le molestara el frío, a decir verdad, ella adoraba el frío del
norte y no lo cambiaría por nada.

Detrás suyo, con unas fuertes risas, la perseguía una joven de cabellos castaños oscuros, sus ojos
grises brillaban con diversión y travesura. Cualquiera que viera la escena que no estuviera
acostumbrada a la relación de las dos doncellas estaría muy confundido, buscando a quien
estuviera a cargo de ellas para que las regañasen. Afortunadamente, la Vieja Tata no estaba por
ningún lado, ella estaba segura tras los muros de Winterfell, bastante lejos de las Tierras de los
Ríos.

—¡Jamás vas a atraparme, Lya! —le anunció con fiereza la menor, sus ojos destelleaban
fuertemente por la felicidad que sentía, el viento limpio de Aguasdulces le pegaba con fiereza en el
rostro. La pequeña Lysanne se encontraba estática, hacía muchas lunas que no se divertía con su
hermana mayor de esa manera. No desde que aquel príncipe encantador de cabellos plateados
había coronado a su hermana en aquel torneo, hacía un año ya.

Ella no entendía, claro, pero se le hacía tan tonto que se indignaran tanto por decir hechos. Su
hermana mayor, Lyanna Stark, era la doncella más hermosa en todo Poniente, al menos así era a
los ojos de la pequeña bastarda Stark que miraba hacía su hermana mayor con ojos llenos de
admiración y respeto, adorando cualquiera que fuera su movimiento y anhelando con todo su
corazón llegar a ser como ella cuando llegara a su edad.

—¿Eso es un reto, pequeñaja? —se burló la mayor con facilidad soltando una carcajada, le parecía
adorable ver que tan orgullosa llegaba a ser la pequeña dama.

—¡Por los Siete! ¿Qué es esto, niñas? —escucharon el grito que dio fin a su diversión. La matrona
de Aguasdulces las miraba con horror contorneado en sus suaves rasgos, no le entraba a la cabeza
como una señorita de 15 y 12 años corrían como salvajes por los jardines.

La pequeña Lysanne fue la primera en parar, aterrorizada del regaño que venía para ella. De golpe,
Lyanna Stark terminó arriba de su hermana menor, riéndose a carcajadas y contagiando
inevitablemente a la pequeña Lysanne, aunque la risa de la menor no duró mucho al recordar a la
matrona, ella sabía que debía de ser la mejor doncella, la mejor portada. De otra manera, su
legitimación no serviría de nada y jamás sería capaz de encontrar un esposo apropiado, jamás
estaría a la altura de un Lord y esto Lyanna lo detestaba. Su padre, a quien adoraban
profundamente, había colocado una presión desde muy pequeña en Lysanne al ser ilegitima,
obligándola a sobresalir en todo lo que la pequeña practicara. Desde costura, hasta modales,
desde el arte de la pintura y escultura, hasta la música y historia. El gran peso que había sido
colocado en la pequeña Lysanne al ser una bastarda solo creció cuando su padre logró legitimizarla
a la edad de 11 años, pero Lyanna había tomado la tarea de quitarle ese peso a su pequeña
hermana, aunque fuera solo un par de horas, justo como lo hacía ahora.

—Una sincera disculpa, matrona. No fue nuestra intención faltarles el respeto de esta manera —se
disculpó Lysanne inmediatamente después de levantarse, tomando una postura firme y elegante,
Lyanna se hubiera reído pues su delicado vestido estaba arruinado y simplemente se veía ridícula,
aunque al mismo tiempo admiraba la disciplina de la menor.

—Pues entonces deberán entrar y arreglarse, tomen un baño, por la misericordia de la Madre,
porque una doncella apropiada no debería de oler jamás como ustedes —les regañó, su dura
mirada azulada mirando a las dos con ojo crítico y nariz arrugada— andando, que la cena ya estará
lista —les avisó y aplaudió dos veces para que se pusieran en camino y la primera en moverse fue
Lysanne, después de hacer la cortesía de despedida.

—¡Espérame, Lysa! —se quejó Lyanna mientras intentaba mantener el paso apresurado de la
menor, extendiendo sus piernas con rapidez para alcanzarla, abrumada por el cambio abrupto de
actitud de su hermana.

—Lyanna, no ahora. Tenemos que arreglarnos para la cena, ya causamos muchos problemas y si
me regañan otra vez, me podrían… —se detuvo antes de continuar, pensando realmente que le
podrían hacer ahí si la volvían a regañar.

Su padre no estaba cerca, no podría reprenderla con horas extras de estudio y práctica, además
que eso ya no era un castigo para ella. Ya no corría el riesgo de ir a la calle, ahora que era una
Stark legitima y, en cuanto tuviera la edad, tendría que casarse con su prometido, el heredero a
Fuerte Desolación, Ser Robin Banefort, una casa noble sureña, leales a los Lannister. Después de
todo, ella jamás podría aspirar a un Baratheon, un Tyrell o inclusive un Targaryen, nunca siendo
una bastarda legitimada, no importase que fuera una Stark.

De hecho, era un milagro que ahora tuviera un prometido, todo era porque su padre había logrado
formar un trato con Lord Tywin Lannister, la mano del rey. Formarían una alianza con una de las
casas más leales de los Lannister y solo así pudo ser legitimada, después de años de preparación.
—Por los dioses, Lysa, no te pueden hacer nada. Eres una Stark, ¿recuerdas? —intentó animarla su
hermana mayor y en cualquier otra circunstancia habría funcionado, pero no hoy.

—Pero no siempre lo fui, ¿verdad? En cualquier momento los Banefort y Lannister pueden
mirarme y verme indigna de una alianza, y adiós a mi apellido, adiós a mi seguridad —le contestó
duramente, odiando profundamente estar en el Sur. Anhelaba el frío del norte, además de la
seguridad que las enormes murallas de Winterfell le proveían.

—Tienes que dejar de ser una pesimista, Lysanne, pensé que con todo esto estarías más tranquila,
pero pareces más tensa que nunca, ¿es por mi compromiso, acaso? —le preguntó con pesadez, un
mohín se pintó en su rostro, contorneando sus delicados pero duros rasgos norteños.

La pequeña de cabellos negros paró en seco, deteniéndose a mitad de la subida de las escaleras
que guiaban directamente a las habitaciones de las dos norteñas, su rostro estaba lleno de
confusión y se encontraban ligeramente cristalizados, como si dentro de su cabeza una batalla se
librara y la mayor lo notó fácilmente.

—Mi pequeña Lysanne, no tienes por qué preocuparte por mi matrimonio. Por favor, mírame… —
le rogó con una presión creciendo en su corazón. Detestaba ser la razón por la que su hermana era
tan dura consigo misma, siempre buscando alcanzar la tan aclamada perfección que ella veía en
todo lo que Lyanna hacía.

—Es solo que… Tú te irás… Y dices que ni siquiera sabes si tu esposo te amará y respetará… ¿Qué
puedo esperar yo, Lyanna, cuando jamás seré la mitad de mujer que tú eres? —le preguntó
desviando su mirada al suelo con vergüenza, sus ojos comenzaron a picarle, anunciándole que
estaba a un paso de llorar.

—¡Por los dioses, Lysanne! ¿Cómo puedes decir eso? Eres preciosa, eres mucho más inteligente de
lo que yo algún día seré, ¿cómo no puedes ver eso? —la reprimió inmediatamente, saltando un
par de escalones para alcanzar a su adorada hermana, fundiéndose en un amoroso abrazo que
consolaba los nervios de las dos. Ambas se encontraban bajo la gran vista de la gente vasalla a su
casa, era mucho que soportar para dos adolescentes, para dos niñas.

Un momento después, cuando el abrazo fue terminado, ambas señoritas subieron con más
tranquilidad a sus alcobas. Tuvieron un delicioso baño, después de todo tenían que limpiarse por
completo para poder cenar con el Lord Hoster y Lady Minisa Tully, junto a sus hijos Catelyn, Lysa y
Edmure. Era su última noche en Riverrun, una despedida cortes se haría con la cena intima, pues
ya tenían que partir si querían llegar a las tierras de Bastión Tormenta a tiempo para la boda de
Lyanna, por mucho que le desagradase la idea a ambas Stark, porque su honor y deber hacia la
casa debía ir antes que cualquier cosa a los ojos de Lysanne, pero Lyanna comenzaba a dudarlo
desde hace un año, cuando unos atrapantes ojos violetas se toparon con los suyos.

(…)

EL SOL RECIÉN SALÍA por el este del camino cuando el par de lobas ya estaban montadas en sus
caballos, a pesar de los regaños de sus damas de compañía y la matrona que las acompañaba, no
veían correcto que dos señoritas de una casa honorable montaran como simples
portaestandartes, aunque servía de relajante para ambas doncellas.

—¡Vamos, Lyanna! ¡Sabemos que puedes montar mejor! —le gritó Lysanne con una pequeña
sonrisa formándose en su rostro, las dos Stark a menudo eran elogiadas por su manera de montar,
aunque las mujeres tendían a criticarlas por montar demasiado norteño, pero eso solo impulsaba
a las dos seguir por dicho camino, retándose entre sí.

—¡Oh, cállate, que te voy a ganar como quiera! —le gruñó con fiereza, aunque una sonrisa
divertida merodeaba su rostro, ambas se adelantaban ligeramente al pequeño grupo de norteños
que las seguían fielmente, mientras en el carruaje en el que debían viajar se encontraban sus
damas de compañía, seguramente quejándose de lo rebeldes que solían ser las dos cuando se
juntaban.

—¡No te escucho, el camino a la victoria me impide escucharte! —se burló con facilidad la menor,
solo en estos momentos se permitía bajar su guardia, junto a su hermana montando libremente
con el viento golpeando salvajemente su rostro.

El sol ya había comenzado a bajar, el final del día se acercaba y la caravana de norteños se
encontraba extremadamente cerca de Harrenhal, la enorme fortaleza se alzaba desde las 15
lenguas que les faltaba para llegar a su descanso, donde la casa Whent se había ofrecido a dejarles
descansar en su viaje. Sin embargo, hacía muchas horas que el sol se había ocultado en el
occidente, la luna creciente brillaba divinamente en su punto más alto y sería extremadamente
descortés llegar a tales horas de la noche a la morada de sus anfitriones, por lo que los norteños
decidieron armar un pequeño campamento. Las dos Stark compartían una carpa, cerca de sus
damas de compañía y apartadas apropiadamente de los portaestandartes de su casa.

—Lyanna, ¿cómo crees que será tu vida de casada con Lord Robert? —le preguntó Lysanne
mientras terminaban de acicalarlas sus damas de compañía, no era que les gustara, pero eran las
ladys de la casa Stark. La reacción de Lyanna fue muy obvia para la menor, aunque las damas, más
ocupadas en alagar su apariencia y parlotear sobre lo preciosos que serían los hijos de Lyanna y
Robert, no se preocuparon en reconocer el mohín de fastidio. Lysanne casi se ríe al ver la
expresión exasperada de su hermana mayor, casi. Realmente le preocupaba la clase de hombre
con la que se casaría su hermana, pues hasta el norte llegaban los rumores del Valle sobre una
bastarda hija de Lord Robert Baratheon, Señor de Bastión Tormenta, y no le agradaba la idea, pero
por el deber era la muerte del amor.

—Eso sería todo, Beranne, Selene, Gilliane, muchas gracias por apoyarnos —las despidió Lysanne
al notar el claro cambio de humor en su hermana. Las tres chicas pararon sus risitas
inmediatamente, sorprendidas del súbito cambio en la carpa, hicieron una cortesía de despedida y
salieron de la carpa en susurros y murmullos apenas entendibles— Ahora, ¿Quién es la del humor
pesimista? —le preguntó retóricamente la chica de doce años a su hermana mayor, burlándose
irónicamente de como la había estado llamando últimamente.

—Oh, por los dioses, Lysanne, es que… —y se detuvo, aplanando sus labios en una mueca de
fastidio e indecisión, provocando que los ojos grisáceos de Lysanne se voltearan en su lugar.

—Es que- Nada. Tienes que dejar de buscar sobreprotegerme. Vamos a tu boda, por los siete
dioses y los antiguos —le recordó innecesariamente, su rostro mostraba su molestia al saber que
su hermana guardaba todo lo que sentía solo por querer protegerla— y en un par de años
viajaremos a la mía, así que detén esta tontería y dime que es lo que te molesta —le demandó
firmemente, su porte nunca se vio tan decisivo e imponente, logrando descolocar a Lyanna, pues
era su hermana de 12 años que le pedía entrara en razón.

—Lo siento, pequeña lobezna, es solo que… —se detuvo por un par de segundos y dejó salir un
suspiro de lo profundo de su corazón, extrañando el vaho que se provocaba en su hogar cada que
exhalaba aire— Es muy complicado, Lysanne… Mi corazón me ruega no seguir este camino, pero
mi mente… Mi mente me grita que no hay ningún otro camino —la nostalgia con la que hablaba
logró asustar a Lysanne, no recordaba a su hermana tan nostálgica, jamás había sido tan
melancólica, ella estaba llena de vida y fluía sin problema, pero todo encajó a la perfección en el
cerebro de la menor,

—Esto es por… La situación, ¿verdad? —la interrogó después de unos minutos de indecisión, ella
sabía que Lyanna entendió perfectamente cuando sus ojos brillaron y al mismo tiempo se abrían
alarmados, era un tema delicado, ni siquiera debían estar pensando en hablarlo.
—Por los dioses, Lysanne-… —antes de continuar, observo como su hermana no solo la chitaba,
callando la en su lugar, sino como se movía como si flotara por la carpa, emitiendo ningún sonido,
asomó su cabeza por la puerta, comprobando que nadie pudiera escucharlas y se introdujo
nuevamente a la carpa con rapidez.

—Puedes hablar libremente —le cedió la palabra, bajando unos cuantos decibeles su voz,
sabiendo claramente lo cuidadosas que debían ser.

—Es que es tan melancólico, ¿sabes? Y es un encanto, un sueño… Es demasiado culto y su voz
parece un regalo de los dioses —escupió rápidamente, su mirada se volvió soñadora y anhelante,
estaba enamorada— Debo de estar loca, no solo es el príncipe, sino que está casado… —murmuró
en un tono muchísimo más bajo, apenas un susurro que Lysanne alcanzó a escuchar.

—Pues entonces bórralo de tu mente, Lyanna. Porque tal cosa jamás pasará. Las dos estamos
destinadas a ser una alianza, casarnos con quien nuestro padre eligió para nosotras, no… Casarnos
por amor, por tan lindo y tentador que suene —le reprochó, intentando que su hermana mirara
aunque fuera un poco de razón. Era imposible, por supuesto, pues todos los días sin dudar, por
casi doce lunas había pedido, no, rogado a los dioses que su amado llegara a rescatarla, por más
alejado de su personalidad que sonara.

—Eres una pesimista, Lysanne. Espero que algún día encuentres el amor… Entonces no lo dejes ir,
jamás. Sin importarte el precio que debas de pagar, porque el amor es la muerte del deber —le
deseó sinceramente y, contrario a lo que Lysanne creía, pues su prometido era diez años mayor
que ella, era imposible que lo fuera amar, esas mismas palabras vendrían a perseguirla por el resto
de su vida.

(…)

La pequeña Lysanne, con su cabello oscuro como la noche, se encontraba durmiendo


intranquilamente en su catre. Su mente, o tal vez un poder superior, le jugaba una mala broma. Su
sueño, contrario a los dulces deseos de su hermana, eran todos menos dulces. Veía un campo con
un río fluyente y poderoso, cuya agua reflejaba un rojo sangre que aterrorizaba a la pequeña,
escuchaba una y otra vez un susurro melancólico, como un suspiro de despedida. Lyanna, Lyanna,
Lyanna. Un dolor teñía la voz, logrando contagiarla de un frío que le calaba los huesos, a la orilla
de río, en contraste de lo que veía, montañas de arena junto a una torre de estructura redonda en
ruinas, era lúgubre y oscura. De ella provenía el llanto distorsionado de un recién nacido, junto a
una voz temblorosa que se le hacía demasiado familiar a la lobezna. Prométemelo, Ned,
prométemelo. Lyanna. Prométemelo, Ned, prométemelo. Se entre mezclaban, como una triste
canción de despedida que tocaba los acordes más tristes, una fúnebre melodía que le congelaba
los huesos al mismo tiempo que la hacía arder en llamas, rogando que se detuviera. Fuera lo que
fuera que se viniera, no le gustaba, quería que se detuviera.

Y lo hizo, pues su hermana mayor la levantó bruscamente de su tétrico sueño. Lyanna se


encontraba delante suyo, una mueca llena de preocupación clara en su rostro. Comenzó a
acariciarle las mejillas, no, eso era mentira, le limpiaba las lágrimas que salían de sus ojos.

—Lo siento, Lyanna, no quería levantarte —se disculpó inmediatamente, su voz temblaba
visiblemente y le partía el corazón enormemente. Su hermana no sabía que era lo que tenía a su
pequeña tan alterada, pero sabía cómo remediarlo.

—No es nada, lobezna. No tienes que disculparte, mejor ven, te voy a arrullar, ¿sí? Como en los
viejos tiempos —agregó cuando vio la inseguridad de la menor, sus ojos se iluminaron por un
momento y asintió titubeante. Lyanna la tomó en brazos y con algo de dificultad se la llevó a su
catre, donde muy apenas cabían las dos. Con su brazo izquierdo comenzó a acariciar el cabello
azabache de la menor, tarareando una canción de cuna que, entre otras cosas, contaba sobre los
mitos más allá del Muro.

Lysanne casi se dormía, sus ojos pesaban y luchaban por mantenerse despiertos, volver a dormir le
daba miedo, pero su cuerpo semi desarrollado le demandaba dormir. La mayor, en cambio, se
encontraba despierta, su mente se negaba a darle un descanso, preguntándose si todo lo que
hacía era el camino correcto, dudando enormemente de la decisión que su padre había tomado no
solo para ella, sino también para su hermana menor.

La noche estaba en completa calma, a excepción del siseo de la madera que terminaba de quemar
y el sonido de la vida nocturna en el bosque, pequeños ululeos y zumbidos de insectos. Las
estrellas brillaban con calma, ignorantes a los eventos que estarían a punto de ocurrir que no solo
definirían el futuro de las pequeñas ladys, sino el futuro de reinos enteros.

Pasos extremadamente sigilosos comenzaron a escucharse cerca de la carpa de las dos Stark,
aunque la menor no se percató, las alarmas de la mayor subieron de inmediato, enderezándose en
su lugar súbitamente, logrando despertar de golpe a la menor.

—¿Lyann-? —intentó preguntarle la menor, tallándose el ojo derecho y en una voz adormilada y
ronca, claramente su hermana mayor la había despertado de su ensoñación, así como la había
callado con una mirada de advertencia, su dedo índice en sus labios en la señal universal para
guardar silencio.

Tres sombras se hicieron visibles dentro de la carpa, cuerpos claramente masculinos, altos y
musculosos, con una espada envainada al alcance de sus manos. Lyanna Stark no reaccionó
inmediatamente, no por temor, sino porque estaría en una clara desventaja contra sus adversarios
al estar desarmada. Miró su alrededor, examinando en busca de algo que pudiera servirle para
defenderse.

—Mi lady… —escuchó un susurro provenir de la entrada, aquella voz provocó un escalofrío a lo
largo de su cuerpo, aquella voz suave y profunda que había estado persiguiendo los sueños de
Lyanna.

Lyanna se levantó del catre, importándole poco encontrarse en su vestimenta de noche, aunque
fue detenida por la mano de su hermana menor en su muñeca, provocando que desviara la mirada
de la entrada a su hermana que la miraba con sus preciosos ojos grisáceos brillando con
inseguridad, rogándole que se quedara en su lugar e ignorara al intruso que venía a destruir la
seguridad de su futuro.

—Mi lady, soy su príncipe. Le aseguro que no vengo a herirla, solo deseo que me escuche —se
escuchó el susurro resonar por la carpa, aunque la menor simplemente comenzó a negar la cabeza
con desespero, aterrada por la idea que sabía que entró a la mente de su hermana mayor.

—No seas insensata, Lya, ruégale que se retire y volvamos a dormir —le rogó a su hermana con
desesperanza, sus ojos se encontraban cristalizados del temor, su voz era apenas un murmullo.

—Lo siento tanto, Lysa… —se disculpó con dolor en sus ojos, un reflejo de los ojos tan similares
que compartía con su hermana menor. Se soltó del tacto de su hermana— Un momento, por favor
—anunció un poco más alto, solo lo suficiente para que el intruso la escuchara, sintiéndose
ligeramente ridícula, aunque alejó el sentimiento de inmediato y corrió a tomar una bata para
cubrirse, lanzándole a su hermana una que, a regañadientes, se colocó. Respiró hondo,
preguntándose por un segundo si debía seguir— Adelante —murmuró, ganando la curiosidad
sobre la razón.

Por la entrada apareció un joven de largos cabellos plateados, era al menos dos cabezas más alto
que Lyanna, aunque al notar con sus profundos ojos purpuras a la pequeña Stark pareció
encogerse en su lugar, tomando nerviosamente el pomo de su espada envainada con sus
alargados y elegantes dedos, aunque pudo ser solo la vista de Lysanne, pues su porte se mantenía
alto y digno, sus ojos brillaban profundamente, tanto como los de Lyanna. En ese momento,
Lysanne comprendió el amor, mirando a dos amantes luchar contra las mareas para estar juntos,
aunque fuera por unas miradas, aun si no se podía tocar, aun si no se pudieran pertenecer jamás.

—Mi lady, no pretendo deshonrarla, ni a su hermana, pero he luchado suficiente estos


sentimientos que no solo me carcomen, si no que me tientan demasiado. En el momento en el que
he posado ojos en usted, no solo quedé embelesado, sino que he sucumbido ante sus
pensamientos y convicciones —comenzó el príncipe de plateados cabellos, acercándose apenas
una pulgada a la mayor de las Stark, cuyo rostro mostraba un atisbo de sonrisa que la menor no
lograba observar— Usted me ha hechizado y soy suyo, completamente suyo.

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