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U n a v i da d e m i e r da
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que con el mono sabes que si aguantas unos días volverás a estar bien.
Pero mi hígado nunca estará en condiciones. Lo tengo jodido. Me ha-
ría falta uno nuevo, pero, ¿qué médico va a poner en la lista de espera
de trasplantes a una exdrogadicta en tratamiento con metadona? In-
tento no pensarlo mucho, mientras no me lo recuerden los dolores. . .
Procuro salir adelante, como antes.
Desde la época en que me caí varias veces de la cama duermo en
un colchón a ras de suelo. Lo coloqué delante de la tele, y justo detrás
tengo el balcón. Hasta en invierno dejo la cristalera abierta casi todo el
tiempo, para que Leon, mi chow-chow, pueda salir, y porque suelo fu-
mar dentro de casa. Necesito aire fresco para respirar y sudar menos.
Raras veces me da frío, pero cuando eso pasa no enciendo la calefac-
ción, a la vista de los precios. No: me arrebujo bien y me preparo algo
calentito. Soy muy ahorrativa en lo que a gastos superfluos se refiere.
En invierno desenchufo el frigorífico y dejo las cosas en el balcón. Crecí
en una pobreza extrema, así que soy incapaz de despilfarrar el dinero.
No tengo armarios, y muebles, muy pocos. Pero esto ya no tiene nada
que ver con el dinero. Es porque me he mudado muchísimo, al menos
doce o quince veces a lo largo de toda mi vida. Y subir, bajar, cargar,
descargar. . . No me apetece castigarme con esas cosas, así que cada vez
me he ido desembarazando de más objetos. Puede que pronto ten-
ga que irme también de Teltow. Demasiada gente sabe dónde vivo, y
cada dos meses me encuentro en el portal con periodistas que se han
presentado sin avisar o, simplemente, con personas a las que no quie-
ro abrir las puertas de mi casa. Además, sería muy embarazoso; nor-
malmente tengo el piso patas arriba, todo tirado sin orden ni concierto
porque no tengo cajones, ni armaritos, ni siquiera fiambreras. Lo que
en cambio no falta son alfombras, para no rayar el parqué. Y es funda-
mental que todo esté limpio. Me ocupo de las tareas con regularidad,
e incluso desinfecto. No me queda otra, con un perro en casa. El de-
sorden tiene un pase, pero la mierda, no.
Una mesilla de noche, una lámpara de pie, unas gafas de aumento
que compré en una droguería, tabaco, ceniceros, y si acaso un poco de
té: casi todo lo que poseo lo dejo al alcance de la mano alrededor de la
cama para poder cogerlo si me encuentro muy mal. El cuarto de baño
no queda lejos, apenas cuatro metros, no hay pasillo. A la izquierda
del colchón está la cocina integrada, con dos sillas y una mesa. Y ten-
go muchos, muchos libros. Una estantería de dos metros por dos que
ocupa toda una pared está atestada de volúmenes sobre animales, co-
cina, y novelas del tipo El diablo viste de Prada de Lauren Weisberger,
La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón o La farmacéutica de Ingrid
Noll. Lo que más me gusta son los testimonios biográficos, ya sean no-
velados o reales, como La niña de la jungla, Zonas húmedas o La masái
blanca. Libros como el mío, en realidad, que de una manera o de otra
tienen relación conmigo. La lectura procura más placer cuando una
se reconoce y puede sacar alguna enseñanza. Con Afganistán, el lugar
donde Dios sólo viene a llorar, de Siba Shakib, por ejemplo, lloré como
una auténtica magdalena. Pero también me transmitió esperanza. Es
una historia real, y si esa mujer pudo ser tan fuerte, yo también. Trata
de una chica afgana, Shirin-Gol. Su nombre significa «dulce flor», pero
lleva una vida muy dura, espantosa. Su familia vive en la más absolu-
ta de las miserias, y su hermano, como muchos hombres de la región
del Hindu Kush, es ludópata. Un día en que no puede pagar las deu-
das que ha contraído con un amigo le entrega a su hermana a cambio.
Aunque a Shirin-Gol no le disgusta el hombre, pronto las cosas em-
peoran: después de un accidente laboral, el tipo se vuelve opiómano y
Shirin tiene que prostituirse para dar de comer a su familia. La mucha-
cha sólo conoce la guerra, la hambruna, la pobreza y la opresión. Y se
ve obligada a huir en todo momento: de los soldados rusos, de los pa-
quistaníes, de los talibanes. . . También es violada, un destino común a
muchas mujeres en Afganistán. Cuesta imaginarse la situación: llega la
onu , supuestamente para liberar al pueblo de la dictadura y del terro-
rismo, y resulta que los soldados violan a las mujeres. Es atroz. Pero,
pese a todo, Shirin no ceja en su empeño por lograr una vida mejor
y cuida de una forma conmovedora a todos sus hijos, incluso los que
son fruto de la prostitución y las violaciones.
Me meto al máximo en historias como ésta. Es como una evasión,
y luego mis problemas me parecen menos graves. Me resulta compli-
cado buscar ayuda en los demás, y eso se debe principalmente a que
me cuesta muchísimo confiar en la gente. Cualquier relación, incluso
con el doctor, entraña una responsabilidad. Tienes que acudir a con-
sulta con regularidad y tomar lo que te recetan, si no, estás perdiendo