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Textos Politicos - Edmund Burke
Textos Politicos - Edmund Burke
TEXTOS POLÍTICOS
I
TEXTOS
POLITICOS
ISBN 968-16-1486-0
Impreso en México
REFLEXIONES SOBRE LA REVOLUCION FRANCESA
(1790)
REFLEXIONES
SOBRE LA REVOLUCION DE FRANCIA Y SOBRE LA ACTITUD
DE CIERTAS SOCIEDADES DE LONDRES RESPECTO A
ESE ACONTECIMIENTO, EN UNA CARTA DES
TINADA A UN CABALLERO DE PARIS
Cartwright. Formaban parte de ella muchos aristócratas whig. Difundía no sólo las obras
de Sidney y Locke sino también folletos de autores contemporáneos. Entre las causas que
defendía figuraban la abolición de la esclavitud, la emancipación de Grecia y la abolición
del absolutismo en España. (T.)
2 La Revolution Society, fundada por no conformistas, estaba presidida en el momento
en que Burke escribe sus Reflections por el tercer Conde Stanhope, que escribió una
réplica a esta obra. (T.)
3 Se refiere a la revolución inglesa de 1688. (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 43
cultivan la memoria de nuestra Revolución, y quienes están ligados a la
constitución de este reino, tendrán buen cuidado de no dejarse confundir
con personas que —bajo el pretexto de un celo especial en la defensa de
la Revolución y la constitución— se apartan con demasiada frecuencia
de sus verdaderos principios y están en todo momento dispuestos a sepa
rarse del espíritu firme, pero prudente y reflexivo, que produjo la una y
preside la otra. Antes de seguir adelante y de contestar los demás puntos
importantes de vuestra carta, permitidme que os dé los datos que he po
dido obtener acerca de las dos sociedades que han estimado conveniente
mezclarse corporativamente en los problemas de Francia, asegurándolos
en primer término que no soy, ni he sido nunca, miembro de ninguna de
ambas sociedades.
Joseph Black había llamado aire fijó al anhídrido carbónico por la rapidez con que se fija
en muchos cuerpos. (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 47
las cuales quienes aparecen, a primera vista, en la escena como los cau
santes del movimiento, pueden no ser los motores reales.
Sin embargo, todas estas consideraciones estaban por debajo de la
dignidad trascendental de la Sociedad de la Revolución. Mientras estuve
en el campo, desde donde tuve el honor de escribiros, tenía una idea muy
imperfecta de sus deliberaciones. Al volver a la ciudad pedí un ejemplar
de sus actas, que ha sido publicado con su autorización y que contiene un
sermón del doctor Price juntamente con las cartas del Duque de la Ro-
chefoucault y del Arzobispo de Aix5 y otros documentos anejos. Toda
la publicación —que tiene el designio manifiesto de conectar los asuntos
de Francia con los de Inglaterra, haciéndonos imitar la conducta de la
Asamblea Nacional— me produjo un grado considerable de malestar. Los
efectos de esa conducta por lo que respecta al poder, crédito, prosperidad
y tranquilidad de Francia se están haciendo más evidentes cada día. Se
perfila con más claridad la forma de constitución que va a establecer para
su futuro gobierno. Podemos ya discernir con bastante exactitud cuál es
la verdadera naturaleza del objeto que se nos propone que imitemos. Si la
prudencia de la reserva y el decoro imponen silencio en algunas cir
cunstancias, una prudencia de orden superior puede justificar en otras
que expresemos nuestros pensamientos. Los comienzos de la confusión
en Inglaterra son, por ahora, bastante débiles; pero hemos visto entre
vosotros una infancia aún más débil que ha crecido por momentos hasta
ser capaz de amontonar montañas sobre montañas y hacer la guerra a
los mismos cielos. Es lógico que cuando se quema la casa de nuestro veci
no las bombas funcionen un poco sobre la nuestra. Es preferible ser
despreciado por manifestar aprensiones demasiado fuertes que verse arrui
nado por creerse seguro con una confianza excesiva.
Preocupado especialmente por la paz de mi país, aunque en modo
alguno indiferente a la del vuestro, deseo dar mayor difusión a lo que
intenté en un principio hacer únicamente para vuestra satisfacción perso
nal. Pero continuaré preocupándome de vuestros asuntos y dirigiéndome
a vos. Aprovechando la facilidad del intercambio epistolar, me tomaré
la libertad de expresar mis pensamientos y sentimientos tal como surgen
de mi mente sin dedicar mayor atención a la forma. He comenzado por
5 Richard Price (1723-91), sacerdote no conformista, que escribió diversas obras de
moral y economía. Amigo de Franklin, se opuso a la guerra con las colonias americanas
(1776). Su sermón “Sobre el amor de nuestro país,” apareció en una publicación que
llevaba como apéndices el informe del comité de la Revolution Society y la Declaración
de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. —La carta del duque de la Rochefoucault era
una misiva particular al Dr. Price. La del arzobispo de Aix —presidente de la Asamblea
Nacional—, una comunicación oficial al Conde Stanhope, presidente de la Sociedad de la
Revolución. (T.)
48 TEXTOS políticos: reflexiones
hablar de las deliberaciones de la Sociedad de la Revolución pero no me
limitaré a ellas ¿ Cómo podría hacerlo ? Me parece encontrarme ante una
gran crisis, no sólo de los asuntos de Francia sino de toda Europa y acaso
de más que Europa. Teniendo en cuenta todas las circunstancias, la Re
volución francesa es lo más asombroso que ha ocurrido hasta ahora en el
mundo. En muchas ocasiones las cosas más maravillosas se producen por
los medios más absurdos y ridículos; de los modos más ridículos y, apa
rentemente, por los instrumentos más despreciables: En este extraño
caos de ligereza y ferocidad todo parece extraordinario y crímenes de toda
clase se mezclan en desorden con toda clase de locuras. Contemplando
esta monstruosa escena tragicómica, se suceden necesariamente en el áni
mo las pasiones más opuestas, mezclándose a veces; alternan el desdén y
la indignación; las risas y las lágrimas; el desprecio y el horror.
No puede, sin embargo, negarse que, para algunos, esta extraña esce
na aparece desde un punto de vista totalmente opuesto. La escena no les
inspira otros sentimientos que alegría y júbilo. En lo que ha ocurrido en
Francia no ven más que un ejercicio firme y mesurado de la libertad; tan
congruente, en conjunto, con la moral y la piedad, que no sólo merece
el aplauso secular de osados políticos maquiavélicos, sino que le hace tema
adecuado para toda clase de efusiones devotas de la elocuencia sagrada.
palabra inglesa cabal de donde deriva caballers hace alusión a cinco ministros de Carlos II,
cuyas iniciales componían la misma. Fué compuesta indudablemente pensando en la cabala
hebrea. (T.)
7 Teólogo independiente (1598-1660). Vivió algún tiempo en Nueva Inglaterra, ejer
ciendo el sacerdocio en Salem, Massachusetts. Vuelto a Inglaterra se alió con las fuerzas
parlamentarias y ganó nuevos adherentes para el ejército de Cromwell. Capellán del
Consejo de Estado en 1650, predicó con regularidad en Whitehall durante el Protectorado.
Fué ejecutado en Charing Cross por haber apoyado la ejecución de Carlos I. (T.)
8 Salmos cxlix [Tomo los textos bíblicos de la traducción de Cipriano de Valera. (T.) ]
9 Pacto entre Inglaterra y Escocia, firmado el 25 de septiembre de 1643, en el que se
noviembre 1789, por el doctor Richard Price, 3?. ed. pp. 17 y 18.
12 See\ers, en inglés. Una secta mística del siglo xvii, que según Richard Baxter con
pública deberían, si no pueden encontrar juera de la iglesia que aceptan un modo de ado
ración, establecer uno separado para sí; y al hacerlo así hombres de peso por su rango y
letras —dando con ello un ejemplo de adoración racional y viril— podrían prestar a la
sociedad y al mundo el mayor de los servicios”. Pag. 18 del sermón del Doctor Price.
14 El Dr. Price había escrito bastante sobre temas económicos. (T.)
15 Mess-John: término utilizado antiguamente en Escocia para designar a los clérigos.
El adjetivo coronados hace alusión a coronas nobiliarias (coronéis) no regias (crowns). (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
los nuevos evangelistas no satisfarían las esperanzas puestas en ellos. No
llegarían a ser, ni literalmente ni en sentido figurado, teólogos polémicos,
ni estarían dispuestos a educar a sus congregaciones para que, como en
tiempos mejores, predicasen sus doctrinas a regimientos de dragones y
cuerpos de infantería y artillería. Tales arreglos, por favorables que pu
dieran resultar a la causa de la libertad obligatoria, tanto civil como reli
giosa, podrían no ser igualmente beneficiosos para la tranquilidad nacional.
Espero que estas restricciones no se interpreten como expresión de
intolerancia ni como ejercicio violento del despotismo.
Podría decir de nuestro predicador que, utinam nugis tota illa de-
disset témpora saevitiae. No todas las cosas de esta bula fulminatoria
tienen una tendencia tan inocua. Sus doctrinas afectan a nuestra consti
tución en sus partes vitales. En este sermón político dice a la Sociedad de
la Revolución que Su Majestad “es casi el único rey legítimo que hay en
el mundo porque es el único que debe su corona a la elección de su pue
blo”. Por lo que hace a los reyes del mundo, colocados todos ellos (salvo
uno) por este archipontífice de los Derechos del Hombre bajo una cláusula
de interdicto y anatema y proclamados usurpadores por toda la longitud
y latitud del globo, con la plenitud y con mayor audacia con que se utilizó
el poder papal de deposición en su esplendor meridiano del siglo xii, les
toca a ellos el decidir si deben admitir en sus territorios estos misioneros
apostólicos que van a decirles a sus súbditos que no son reyes legítimos.
Eso es cuenta de ellos. Lo que es cuenta nuestra, ya que toca a intereses
nuestros de alguna importancia, es estudiar seriamente la solidez de ese
único principio en virtud del cual estos caballeros reconocen que el rey
de la Gran Bretaña tiene derecho a exigirles fidelidad.
Aplicada al príncipe que ocupa hoy el trono británico esta doctrina, o
no tiene sentido y, por consiguiente, no es verdadera ni falsa, o, si por
el contrario lo tiene, afirma una posición totalmente infundada, peligrosa,
ilegal e inconstitucional. Según este doctor espiritual de la política, si Su
Majestad no debe su corona a la elección del pueblo, no es rey legítimo.
Pues bien, nada puede ser más falso que afirmar que Su Majestad posee
de esa forma la corona del Reino. Por ello, si seguimos su regla, el rey de
la Gran Bretaña, que no debe su alto puesto a ninguna especie de elección
popular, no es, en modo alguno, mejor que el resto de esa banda de usur
padores que reinan, o más bien detentan, en toda la faz de este nuestro
miserable mundo, sin ninguna especie de derecho o título para ello, la
fidelidad de sus pueblos. La tendencia de esta doctrina general es sufi
cientemente clara. Los propagandistas de este evangelio político esperan
que se pase por alto su principio abstracto (el principio de la magistratura
soberana) mientras ese principio no afecte al rey de la Gran Bretaña.,
52 textos políticos: reflexiones
de los siete obispos en 1688, en el año siguiente redactó el Bill de Derechos, después de
haber sostenido la virtual abdicación de Jacobo II. Fué uno de los que prepararon la unión
con Escocia en 1707. (T.)
56 TEXTOS políticos: reflexiones
el único titulo legítimo a la corona. Es el haber podido evitar la apari
ción de tal título, hasta donde ello era posible, lo que fué considerado
providencial. Cubrieron con un tupido velo político todas las circuns
tancias tendentes a debilitar los derechos que, por lo que respecta al orden
de sucesión mejorado, querían perpetuar; lo mismo hicieron con todo
lo que podía servir de procedente para cualquier futura separación de lo
que habían establecido para siempre. De acuerdo con ello, para no rela
jar los nervios de su monarquía y para mantener una conformidad es
tricta con la práctica de sus antecesores, tal como aparece en las leyes
declaratorias de la reina María 19 y la reina Isabel, en la cláusula siguiente
invisten a sus majestades de todas las prerrogativas legales de la corona
declarando que “están plena, justa y enteramente investidas, incorpora
das, unidas y anejas a ellas”. En la cláusula siguiente, y para evitar dudas
en razón de cualquier pretendido título a la corona, declaran (observando
también en ello el lenguaje tradicional juntamente con la política tra
dicional de la nación y repitiendo como una rúbrica el lenguaje de las
leyes anteriores de Isabel y Jacobo) que del mantenimiento de “una cer
teza en la sucesión, dependen enteramente, salvo la voluntad de
Dios, la unidad, paz y tranquilidad de esta nación”.
Sabían que un título sucesorio dudoso se parecería demasiado a una
elección; y que una elección destruiría totalmente la “unidad, paz y tran
quilidad de esta nación”, cosas que consideraban de alguna importancia.
Para lograrlas y para excluir con ello para siempre la doctrina de la Oíd
Jewry de “un derecho” a escoger nuestros gobernantes, hicieron seguir
a las anteriores una cláusula que contiene la promesa solemnísima —to
mada de la ley precedente de la reina Isabel—, todo lo solemne que pueda
ser o haber sido hecha, en favor de una sucesión hereditaria y una renun
cia igualmente solemne de los principios que esta Sociedad les imputa.
“Los Lores espirituales y temporales y los Comunes, en nombre de todo
el pueblo antedicho, con toda humildad y fidelidad se someten por sí,
sus herederos y su posteridad para siempre; y prometen fielmente que
defenderán, mantendrán y apoyarán a las dichas majestades, y también
la limitación de la corona aquí especificada y contenida, con todas sus
fuerzas”, etc., etc.
Lejos de ser verdad que con la revolución hayamos adquirido un de
recho a elegir nuestros reyes, caso de haberlo poseído anteriormente, la
nación inglesa lo renunció y abdicó, en aquel momento, con toda solem
nidad para sí y para sus descendientes y para siempre. Esos caballeros
pueden valorar como estimen oportuno sus principios whigf0 pero yo
19 I María, Leg. 3. cap. I.
20 Whig es el nombre dado a los partidarios de los privilegios del Parlamento fren-
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 57
no pretendo ser tenido por mejor whig que Lord Somers, ni comprender
los principios de la Revolución mejor que quienes la hicieron, ni leer en
la Declaración de Derechos ningún misterio desconocido para aquellos
cuyo estilo penetrante ha grabado en nuestras ordenanzas y nuestros
corazones las palabras y el espíritu de aquella ley inmortal.
Es cierto que, ayudada por los poderes derivados de la fuerza y la
oportunidad, la nación era en aquel momento, en cierto sentido, libre de
tomar el curso que le pareciera más oportuno para hacer ocupar el trono;
pero libre únicamente basándose en los mismos fundamentos en los cua
les hubiera podido apoyarse para abolir totalmente su monarquía o cual
quier otra parte de su Constitución. Sin embargo, los Lores y Comunes
no creyeron que cambios tan osados entraban dentro de su mandato. Es
muy difícil, acaso imposible, fijar límites a la mera competencia abstracta
del poder supremo, tal como la ejercitaba en aquel momento el Parla
mento; pero los límites de una competencia moral que somete, aun en
los poderes más indiscutiblemente soberanos, la voluntad ocasional a la
razón permanente y a las máximas sólidas de la fe, la justicia y la política
fundamental, son perfectamente inteligibles y obligatorios para quienes
ejercen toda especie de autoridad dentro del Estado, cualquiera que
sea su nombre o título. Por ejemplo, la Cámara de los Lores no es moral
mente competente para disolver la de los Comunes; ni siquiera para di
solverse a sí misma ni para abdicar, si lo quisiera, de la parte que le
corresponde en el poder legislativo del país. Aunque un rey puede abdicar
los derechos que corresponden a su persona, no puede abdicar la monar
quía. Por una razón tan fuerte o aún más, la Cámara de los Comunes
no puede renunciar su parte de autoridad. El compromiso y pacto de
sociedad que se conoce generalmente como Constitución, prohíbe tal
invasión y tal entrega. Las partes constitutivas del Estado están obliga
das a mantener los compromisos contraídos entre sí y con todos aque
llos que tienen algún interés serio derivado de aquellos compromisos, de
la misma manera que todo el Estado está obligado a mantener los que
haga con otras comunidades. En otro caso se confundirían pronto com
petencia y poder y no quedaría vigente más ley que la voluntad de la
fuerza dominante. Sobre este principio la sucesión de la corona ha sido
siempre lo que es ahora, una sucesión hereditaria con arreglo a derecho.
En la antigua dinastía era una sucesión por derecho consuetudinario co
mún (Common law); en la nueva por derecho legislado (Statute law)
actuando según los principios del derecho común y sin cambiar su subs
tancia, pero regulando el modo y describiendo las personas. Ambas
te a los defensores de las prerrogativas de la Corona (tory, pl. tories) en las luchas políticas
inglesas del siglo xvii y posteriormente al partido liberal. (T.)
58 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
especies jurídicas tienen la misma fuerza y derivan de una autoridad
igual, que emana del acuerdo común y pacto original del Estado, com-
muni sponsione reipublicae y, como tales, son igualmente obligatorios
para el rey y para el pueblo mientras se observen sus términos y continúe
el mismo cuerpo político.
Siempre que no nos enzarcemos en las redes de una metafísica sofís
tica no es, ni mucho menos, imposible reconciliar el uso de una regla
fija y una desviación ocasional de la misma; lo sagrado del principio de
sucesión hereditaria de nuestro gobierno con el poder de alterar su apli
cación en casos de extrema necesidad. Incluso en tal extremo (si toma
mos como medida de nuestros derechos el modo de su ejercicio en la
Revolución) el cambio ha de limitarse únicamente a la parte culpable;
a la parte que produjo la necesidad de desviarse de la regla; y aun
entonces ha de efectuarse sin descomponer toda la masa civil, y política
con el fin de crear un nuevo orden civil con los primeros elementos de
la sociedad.
Un Estado sin medios de efectuar algún cambio carece de medios
propios de conservación. Sin tales medios puede incluso correr el riesgo
de perder aquella parte de la Constitución que desea conservar más reli
giosamente. Ambos principios de conservación y corrección operaron
con vigor en los dos períodos críticos de la Restauración, en que Inglate
rra se encontró sin rey. En ambos períodos la nación había perdido el
lazo de unión de su antiguo edificio; sin embargo, no disolvió toda la
fábrica. Por el contrario, en ambos casos regeneró la parte deficiente de
la vieja Constitución utilizando para ello las partes no afectadas. Man
tuvo las partes antiguas exactamente como estaban para que la parte
nuevamente recobrada pudiera ser adecuada a aquéllas. Actuó por me
dio de los estamentos organizados de antiguo dentro del molde de su
vieja organización y no mediante las moléculas orgánicas de un pueblo
desbandado. Acaso en ningún momento manifestó el Parlamento sobe
rano uña atención más cuidadosa a ese principio fundamental de la po
lítica constitucional británica, que en la época de la Revolución, cuando
se desvió de la línea directa de la sucesión hereditaria. La corona fué
desviada ligeramente de la línea que hasta entonces había seguido, pero
la nueva dinastía derivaba del mismo origen. Seguía siendo una dinastía
hereditaria; la herencia seguía recayendo en la misma sangre, aunque
se cualificaba con la nota de protestantismo. Cuando el Parlamento al
teró la dirección pero mantuvo el principio, demostró que lo consideraba
inviolable.
Sobre esta misma base la ley de herencia había admitido en tiempos
anteriores algunas enmiendas, mucho antes de la era de la Revolución.
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 59-
Algún tiempo después de la conquista surgieron grandes problemas
acerca de los principios de la sucesión hereditaria. Se dudaba de si era
el heredero per capita o el heredero per stirpes quien había de suceder;
pero lo mismo cuando desapareció el heredero per capita al implantarse
la herencia per stirpes que cuando desapareció el heredero católico al ser
preferido el protestante, en cualquier caso sobrevivió el principio here
ditario, con una especie de inmortalidad en medio de todas sus transmi
graciones —multosque per annos stat fortuna domus et avi numerantur
avorum—. Este es el espíritu de nuestra Constitución, no sólo en su curso
normal, sino en todas sus revoluciones. Quienquiera que llegó a la corona
y como quiera que llegara, tanto si la obtuvo por derecho como si la
obtuvo por fuerza, continuó o adoptó la sucesión hereditaria.
Los caballeros de la Sociedad en favor de las revoluciones no ven
en la de 1688 más que la desviación de la Constitución; y toman como
principio la desviación del principio. Les importan poco las consecuen
cias evidentes de su doctrina, aunque bien pueden ver que deja autoridad
positiva en muy pocas de las instituciones positivas de este país. Una
vez establecida la inaceptable máxima de que ningún trono es legítimo
si no es electivo, ningún acto de los príncipes que precedieron a esta era
de la elección ficticia puede ser válido. ¿Quieren esos teóricos imitar
a algunos de sus predecesores que sacaron los cuerpos de nuestros antiguos
soberanos de la quietud de sus tumbas? ¿Quieren inculpar e incapaci
tar a todos los reyes que han reinado antes de la Revolución y, como con-.
secuencia, manchar el trono de Inglaterra con el borrón de una usurpa
ción continua ? ¿ Pretenden invalidar, anular o poner en duda, juntamente
con los títulos de toda la dinastía de nuestros reyes, aquel gran cuerpo
de nuestro derecho legislado (Statute law) que fué aprobado bajo quie
nes consideran usurpadores? ¿Quieren anular leyes de valor inestimable
para nuestras libertades —de un valor por lo menos tan grande, como
las que han sido aprobadas en la época de la Revolución y posteriormente
a ella—? Si los reyes que no debían su corona a la elección popular no
tenían título para hacer leyes ¿ qué quedará de la ley De tallagio non con-
cedendo,S1 de la Petición de Derechos 22 o de la ley de Habeas corpus? 13
¿Presumen estos nuevos doctores de los Derechos del Hombre que el
rey Jacobo II, que llegó a la corona por razón de la sangre, según las re
todos los hombres libres del reino. En realidad no fue una ley, pero así la denominaba la
Petición de Derechos. (T.)
22 Once artículos a los que dio su asentimiento Carlos I, en 1628. (T.)
23 Ley de 21 artículos, aprobada en 1679, bajo Carlos II, relativa a las detenciones
ilegales. (T.)
6o TEXTOS políticos: reflexiones
glas de la sucesión entonces no cualificada, no era, para todos los propó
sitos, rey legítimo de Inglaterra, antes de que realizase ninguno de aquellos
actos que fueron justamente interpretados como abdicación de su coro
na? Si no lo hubiera sido, el Parlamento de la época que estos caba
lleros conmemoran se habría ahorrado muchas preocupaciones. Pero el
rey Jacobo era un mal rey con un buen título, y no un usurpador. Los
príncipes que le sucedieron según la ley aprobada por el Parlamento que
atribuyó la corona a la Electora Sofía y a sus descendientes protestantes,
sucedieron por el mismo título hereditario que lo había hecho el rey
Jacobo. Este ascendió al trono con arreglo a la ley existente en el mo
mento de su acceso a la corona; y los príncipes de la dinastía de Brunswick
llegaron a heredar la corona, no por elección sino por la ley vigente en el
momento de sus respectivas ascensiones al trono, que establecía la he
rencia limitada a los protestantes, como creo que he demostrado sufi
cientemente.
El derecho con arreglo al cual está destinada a suceder esta real
familia, lo fija la ley del Parlamento de los años duodécimo y el décimo
tercero del reinado del rey Guillermo. Los términos de esa ley nos obli
gan “a nosotros y a nuestros herederos y nuestra posteridad, con respecto
a ellos, sus herederos y su posteridad”, siempre que sean protestantes,
hasta el final de los tiempos, con las mismas palabras con las que la De
claración de Derechos nos había ligado a los herederos del rey Guillermo
y la reina María. Por consiguiente, la ley reafirma una corona heredita
ria y una fidelidad hereditaria. ¿Sobre qué fundamento —aparte de la
política constitucional de asegurar ese tipo de sucesión que impide para
siempre la elección popular— podría el Parlamento haber rechazado
desdeñosamente las buenas y abundantes alternativas que le ofrecía
nuestro país para ir a buscar en países extraños princesas extranjeras de
cuyo vientre había de derivar la dinastía de nuestros futuros monarcas
su título para gobernar a millones de hombres por los siglos de los siglos ?
La princesa Sofía fué nombrada en el Acta de Establecimiento (12? y
13? Guillermo), como cuna y raíz de la herencia de nuestros reyes y no
en consideración a sus méritos como administradora temporal de un po
der que pudo no haber ejercido nunca y que de hecho no ejerció. Fué
adoptada por una razón y sólo por una razón: a saber, dice la ley, “la
excelentísima princesa Sofía, Electora y Duquesa viuda de Hannover
es hija de la excelentísima princesa Isabel, que fué reina de Bohemia, hija
del que fué nuestro Señor soberano el rey Jacobo I, de fausta memoria,
y es por ende declarada ser la próxima en la sucesión en la línea protes
tante”, etc., etc.; “y la corona continuará en los herederos de su cuerpo
que sean protestantes”. Esta limitación la hizo el Parlamento no sólo
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 61
25 “Que habiendo tratado el rey Jacobo II de subvertir la constitución del reino, que
brantando el contrato original entre rey y pueblo y de haber violado, por consejo de los
jesuítas y otros malvados, las leyes fundamentales y por haberse retirado juera del reino, ha
abdicado el gobierno, por lo que el trono está vacante".
64 TEXTOS políticos: reflexiones
ponsable.26 Con objeto de aligerar aún más a la corona, agravaron la
responsabilidad de los ministros de Estado. Mediante la ley denominada
Ley para declarar los derechos y libertades de los súbditos y establecer
la sucesión a la corona (I, Guillermo, 2^ legislatura) decidieron que los
ministros servirían a la corona con arreglo a los términos de tal declara
ción. Poco tiempo más tarde aseguraron las reuniones frecuentes del Par
lamento, con lo cual todo el gobierno había de estar bajo la constante
inspección y activo control de los representantes populares y los magna
tes del reino. En la siguiente gran ley constitucional (la de los años 12
y 13 del rey Guillermo), para la mayor limitación de la corona y ase
gurar mejor los derechos y libertades de los súbditos, establecieron “que
no podrá alegarse frente a un procedimiento de acusación (impeachment)
iniciado por la Cámara de los Comunes en el Parlamento, ningún per
dón otorgado bajo el gran sello de Inglaterra”. Consideraron que la
regla establecida para el gobierno en la Declaración de Derechos, la ins
pección constante del Parlamento, el derecho efectivo de acusar a los
ministros (impeachment) representaban una seguridad infinitamente me
jor —no sólo para su libertad constitucional, sino contra los vicios de la
administración— que la que hubiera podido suponer la reserva de un
derecho tan difícil en la práctica, tan incierto en el resultado y tan falaz
a menudo en sus consecuencias como el de “deponer a sus gobernantes”.
El doctor Price condena muy acertadamente en este sermón27 la
práctica de dirigir a los reyes grandes'mensajes adulatorios. En vez de
ese estilo retumbante, propone que en las ocasiones de regocijo se diga
a su majestad que “ha de considerarse más propiamente como servidor
que como soberano de su pueblo”. Como cumplido, esta nueva forma
de mensaje no parece demasiado aduladora. Quienes son servidores de
nombre a la vez que de hecho, no gustan de que se les diga cuáles son
su situación, sus deberes y sus obligaciones. En la vieja comedia el esclavo
dice a su amo Haec conmemoratio est quasi exprobatio. Como cum
plido no es agradable, como enseñanza no es suficiente. Después de todo,
no creo que si el rey hubiera de hacerse eco de este nuevo estilo de mensa
je y de adoptarlo en sus propios términos e incluso de tomar como título
regio el apelativo de Servidor del Pueblo, hubiera de servirnos mucho a
él ni a nosotros. He visto cartas muy arrogantes en las que la firma va
antecedida de las palabras “vuestro más humilde y obediente servidor”.
La dominación más orgullosa que ha existido sobre la tierra tomó un
título mucho más humilde que el propuesto ahora para los soberanos por
26 Es principio fundamental del derecho inglés que “el rey no puede obrar mal” (The
1769.
* Sir William Blackstone (1723-1780) autor de unos Comentarios a las leyes de Ingla
terra que son clásicos. (T.)
68 TEXTOS políticos: reflexiones
y reclaman sus franquicias no basándose en principios abstractos como
“los Derechos del Hombre”, sino como derechos de los ingleses y como
patrimonio derivado de sus antepasados. Selden30 y los demás eruditos
que redactaron esta Petición de Derechos conocían las teorías generales
acerca de los derechos del hombre, tan bien al menos como cualquiera
de los que discursean en nuestros pulpitos o en vuestra tribuna; tan bien
como el doctor Price o el abate Sieyés Pero por razones dignas de aque
lla prudencia práctica que se impuso a su ciencia teórica, prefirieron este
título positivo, registrado, hereditario, a todo lo que puede ser caro al
hombre y al ciudadano, a todos esos vagos derechos especulativos que ex
ponían su segura herencia a ser arrebatada y hecha pedazos por el espíritu
litigioso y violento.
La misma política impregna todas las leyes hechas desde entonces pa
ra el mantenimiento de nuestras libertades. En la famosa ley denominada
Declaración de Derechos (i Guillermo y María) ninguna de las dos
Cámaras musita una sílaba acerca de “un derecho a modelar nuestro
propio gobierno”. Veréis que todo su cuidado lo ponen en asegurar la
religión, leyes y libertades que habían poseído inmemorialmente y que
habían estado en peligro en los últimos tiempos. “Tomando31 en su
más seria consideración los mejores medios para hacer unas instituciones
tales que su religión, leyes y libertades no puedan estar en peligro ni vol
ver a ser subvertidas”, inauguran todos sus actos señalando como alguno
de esos mejores medios “en primer lugar” hacer “como sus antepasados
han hecho generalmente en casos análogos para reivindicar sus antiguos
derechos y libertades, declarar”; y entonces ruegan al rey y a la reina que
“se declare y promulgue que todos y cada uno de los derechos y libertades
afirmados y declarados son los verdaderos, antiguos e indudables dere
chos y libertades del pueblo de este reino”.
Observaréis que desde la Carta Magna hasta la Declaración de De
rechos ha sido política constante de nuestra Constitución reclamar y afir
mar nuestras libertades como herencia vinculada que nos ha sido legada
por nuestros antecesores y que debe ser transmitida a nuestra posteridad;
como una propiedad que pertenece especialmente al pueblo de este reino
sin referencia a ningún derecho más general ni anterior. Por este proce
dimiento nuestra Constitución mantiene su unidad en medio de la di
versidad tan grande de sus partes. Tenemos una corona hereditaria digni-
80 John Selden (1584-1654), famoso jurista. Escribió una Historia de los diezmos y
Sobre el Derecho Natural y de las Naciones según la enseñanza de los hebreos. En las
disputas políticas estuvo al lado del Parlamento. Las teorías a que alude Burke como cono
cidas por Selden y sus colegas pueden ser las de Hooker y Grocio. (T.)
31 I Guillermo y María.
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 69
33 Las hebillas de los zapatos figuraron entre las “donaciones patrióticas” de que se
Esta opción no forzosa, esta elección voluntaria del mal, sería per [Composición
de la
fectamente inexplicable si no conociéramos la composición de la Asam Asamblea
blea Nacional; no quiero decir su constitución formal, que tal como exis Nacional]
te es bastante discutible, sino los materiales de que se compone en gran
parte, cosa que es diez mil veces más importante que todas las formali
dades del mundo. Si no conociéramos nada de esta asamblea aparte de su
título y función, no habría colores que pudieran pintar a la imaginación
nada más venerable. A esa luz la mente de cualquier investigador, —sub
yugada por una imagen tremenda como la de la virtud y sabiduría de to
do un pueblo reunido en un foco—, se detendría y dudaría antes de
condenar incluso cosas que presentan el peor aspecto. En vez de censu
rables parecerían únicamente misteriosas. Pero ningún hombre, poder,
función, ni institución artificial cualquiera que sea, puede hacer a los
hombres de que se compone ningún sistema de autoridad, distintos de co
mo los han hecho Dios, la naturaleza, la educación y sus hábitos de
vida. El pueblo no puede dar capacidades superiores a éstas porque no las
tiene. La virtud y la prudencia pueden ser objeto de su elección; pero la
elección no confiere a aquellos sobre quienes recae ni la una ni la otra.
El pueblo no ha recibido de ninguno de tales poderes compromiso de la
naturaleza ni promesa de revelación.
plicado en asuntos turbios con el Nabab de Arcot, cuya conducta motivó uno de los más
duros e irónicos discursos de Burke. Benfield fué elegido diputado por Cricklade en
1780. (T.)
8o TEXTOS políticos: reflexiones
zones, las disposiciones que están cualificadas o que osan, no ya hacer
leyes bajo una constitución fija, sino establecer de un plumazo en un
gran reino una constitución totalmente nueva en todas y cada una de
sus partes, desde el monarca que ocupa el trono hasta el sacristán de una
parroquia? Pero los locos se lanzan allí donde los ángeles temen aden
trarse. En tal situación de poder ilimitado para propósitos indefinidos e
indefinibles, el mal de una ineptitud moral y casi física del hombre para
la función tiene que ser el mayor que puede concebirse en la dirección de
los asuntos humanos.
Para los observadores atentos tiene que haber sido claro desde el
comienzo que la mayoría del Tercer Estado, en conjunción con una
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 8l
diputación tal como la enviada por el clero que acabo de describir, aun [Papel
que persiguiera la destrucción de la nobleza llegaría a ser inevitablemente de la
servidora de los peores designios de algunos individuos de esta última nobleza
en la
clase. Con los despojos y humillación de su propio orden poseían estos
Asamblea]
individuos un fondo seguro para pagar a sus nuevos secuaces. Derro
char los objetos que hacen la felicidad de sus compañeros no había de
ser para ellos ningún sacrificio. Hombres de calidad, turbulentos y des
contentos desprecian generalmente a su propio orden en la proporción
en que se hinchan su orgullo y arrogancia personales. Uno de los prime
ros síntomas de ambición egoísta y falaz que descubren es un profun
do desprecio por una dignidad que comparten con otros. Pertenecer a la
subdivisión, amar el pequeño pelotón de la sociedad a que pertene
cemos es el primer principio (como si dijéramos el germen) de los afec
tos públicos. Es el primer eslabón de la serie mediante la cual pasamos al
amor a nuestro país y a la humanidad. El interés de esa parte de la socie
dad es un fideicomiso en manos de quienes la componen, y así como na
die más que los malvados justificarían su abuso, nadie sino los traidores
lo malbaratarían en provecho propio.
En la época de nuestros disturbios civiles, hubo en Inglaterra (no sé
si habéis tenido algo parecido en vuestra Asamblea en Francia) varias
personas, como el entonces Conde de Holland,35 que tenían odio al trono
por su prodigalidad en concederles mercedes a ellos y a sus familias,
que después se unieron a las rebeliones producidas por el descontento
de que ellos mismos eran causantes; hombres que ayudaron a subvertir el
trono al que algunos de ellos debían su existencia y otros todo el poder que
utilizaron para arruinar a su benefactor. Si se pone algún límite a las de
mandas rapaces de tales gentes o si se permite a otros que participen
en los objetos que sin esa participación les acrecerían, la venganza y la
envidia llenan en seguida el vacío existente en su avaricia. Desconcerta
dos por la complicación de sus pasiones inmoderadas, su razón está per
turbada; sus opiniones se hacen vagas y confusas; inexplicables para los
otros e inciertas para ellos. En cualquier orden fijo de cosas encuentran
en todas partes límites que cercan su ambición que no conoce principios.
Pero en la niebla y bruma de la confusión todo se amplía y parece ili
mitado.
Cuando hombres de distinción sacrifican todas las ideas de dignidad
26. “El que está asido al arado y el que se gloría en la aguijada con que pica los bueyes
y se ocupa en sus labores y su conversación es sobre los toros”.
27. “Aplicará su corazón a volver los surcos y su desvelo en engordar las vacas”.
28. “Así todo menestral y arquitecto, que pasa la noche como el día, etc”.
37. “Y no hablarán ni pasarán al Ayuntamiento.”
38. “Sobre silla de juez no se sentarán y las ordenanzas judiciales no las entenderán,
ni declararán reglas de moralidad ni de derecho, ni en proverbios serán hallados”.
39. “Más sostendrán las cosas temporales..
No entro a discutir si este libro es canónico como lo ha considerado (hasta hace poco)
la iglesia galicana o apócrifo como se le cree aquí. De lo que estoy seguro es de que contiene
mucho sentido común y verdad. *
• La Iglesia católica admite la autenticidad de este libro que figura entre los deno
minados deuterocanónicos. Las iglesias protestantes suelen considerarlo apócrifo. No figura
en la traducción de Cipriano de Valera, al menos en las ediciones modernas. Por ello he
tomado el texto castellano de la versión de Scío. La numeración de los versículos no
coincide con la indicada por Burke (24, 25, 27, 33, 34.) (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA »5
eminencia. Si se abre por la virtud recuérdese también por la virtud no
se prueba sino con alguna dificultad y lucha.
normalmente empleadas para izar los faroles como medio de ahorcar a las víctimas. (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 87
Estoy tan lejos de negar en teoría los verdaderos derechos del hom-
41 El Dr. Priestley que en su History of the Corruptions of Christianity (1782) había
Este famoso sermón de la Oíd Jewry no respira otra cosa sino ese [El 6 de
espíritu en toda la parte política. Complots, matanzas, asesinatos, les octubre
parecen a algunas gentes precio trivial para conseguir una revolución. de I78<^
Una reforma de poco coste, no sangrienta, una libertad inocente, les re
sultan insípidas e inanimadas. Necesitan un gran cambio de escena, un
efecto escénico magnífico, un gran espectáculo que excite la imagina
ción, entorpecida por el goce perezoso de sesenta años de seguridad y el
reposo tranquilo y poco emocionante de la prosperidad pública. El pre
dicador encuentra todo eso en la Revolución francesa. Esta le inspira un
calor juvenil en todos sus proyectos. Su entusiasmo se enciende a me
dida que avanza; y cuando inicia su peroración arde plenamente. En
tonces, al contemplar desde el Pisga45 de su púlpito el estado libre, moral,
feliz, floreciente y glorioso de Francia, como paisaje a vista de pájaro de
una tierra prometida, prorrumpe en el siguiente arrebato de entusiasmo:
“¡Qué período tan lleno de acontecimientos éste! Doy gracias por
haber vivido en él; casi podría decir: ahora despide Señor a tu siervo con
forme a tu palabra, en paz, porque han visto mis ojos tu salvación}s He
vivido para contemplar una difusión del conocimiento que ha minado la
superstición y el error. He vivido para ver mejor comprendidos que nun-
45 La cumbre desde la que Moisés vio, a través del Jordán, la tierra de Canáan (Deu-
los ofrecidos últimamente por París, se expresa en estos términos: "Un rey llevado en
triunfo sumiso por sus súbditos vencedores es uno de esos espectáculos de grandeza que se
producen rara vez entre las posibilidades de los asuntos humanos y del que me acordaré
todo el resto de mis días con asombro y alegría”. Los sentimientos de estos caballeros
armonizan maravillosamente.
48 State Triáis (Procesos de Estado), vol. II, pp. 360-363.
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 99
sino en las circunstancias del lugar y tiempo, pero que está en perfecto
acuerdo con el espíritu y la letra del arrebato de 1648, la Sociedad de la
Revolución, los fabricantes de gobiernos, la banda heroica de quienes de
ponen monarcas, de los electores de soberanos y conductores de soberanos
en triunfo, pavoneándose con la orgullosa conciencia de la difusión de
ese conocimiento del que cada uno de sus miembros ha obtenido una
parte tan grande en el reparto, se apresuraron a hacer una difusión gene
rosa del conocimiento gratuitamente recibido. Para hacer esta bienhe
chora comunicación suspendieron la sesión en la Old Jewry para reanu
darla en la London Tavern; donde el propio Dr. Price, en quien no se
habían evaporado totalmente los humos de su trípode de oráculo, pro
puso y logró que se aprobara la resolución o mensaje de felicitación trans
mitido por Lord Stanhope a la Asamblea Nacional de Francia.
Me parece que un predicador del Evangelio profana la bella y profè
tica jaculatoria denominada comúnmente Nunc dimittis, hecha en la
primera presentación de nuestro Salvador en el templo, al aplicarla en
un arrebato inhumano y desnaturalizado al espectáculo más horrible,
atroz y aflictivo que haya sido acaso ofrecido nunca a la piedad e indig
nación de la humanidad. Esta conducción en triunfo, que en su mejor
forma es poco viril e irreligiosa y que colma a nuestro predicador de tales
transportes de regocijo, es desagradable, a mi juicio, para el gusto moral
de todo espíritu bien nacido. Hubo varios ingleses que fueron especta
dores estupefactos e indignados de ese triunfo. Fué (a menos que nos
hayan engañado totalmente) un espectáculo que recordaba más bien un
desfile de salvajes americanos entrando en Onondaga49 después de alguna
de las matanzas que denominan victorias —llevando a sus chozas de las
que penden los cueros cabelludos de los enemigos muertos, a sus cauti
vos, expuestos a las burlas y a los golpes de mujeres tan feroces como
ellos— que a la pompa triunfal de una nación civilizada y marcial; —si
es que una nación civilizada o cualquier persona con un elemental sen
tido de generosidad puede ser capaz de un triunfo personal sobre los caí
dos y los afligidos.
Esto, mi querido amigo, no era el triunfo de Francia. Tengo que
creer que, como nación, os llenó de vergüenza y horror. Tengo que creer
que aun la Asamblea Nacional se ve muy humillada al no poder castigar
a los autores de ese triunfo ni a los actores en él; y que se encuentra en
una situación en la que cualquier investigación que pueda hacer res
pecto a este asunto tendrá necesariamente que carecer aun de la aparien-
49 Pueblo indio del actual Estado de Nueva York. Burke había escrito un libro sobre
dad, que al libertar a los reyes del miedo, libertó tanto a reyes como a
súbditos de la tiranía, los complots y los asesinatos serán anticipados por
el asesinato preventivo y la confiscación preventiva y la larga serie de
máximas temibles y sangrientas que constituyen el código político de
todo poder que no descansa en su propio honor y en el honor de quienes
le obedecen. Los reyes serán tiranos por política y los súbditos rebeldes
por principio.
No es posible calcular la pérdida que se sufre cuando se hacen des
aparecer las antiguas opiniones y reglas de vida. Desde ese momento no
tenemos brújula que nos gobierne, ni podemos saber claramente a qué
puerto dirigirnos. Es indudable que el día en que empezó vuestra revo
lución, Europa, en conjunto, estaba en una situación floreciente. No es
fácil decir en qué medida se debía ese estado de prosperidad al espíritu
de nuestras viejas reglas de conducta y opiniones; pero como tales causas,
no pueden dejar de influir en los resultados, tenemos que suponer que,
en general, su influencia era beneficiosa.
Nos inclinamos con demasiada facilidad a considerar las cosas en el
estado en que las encontramos, sin darnos cuenta suficiente de las
causas que las han producido y que pueden acaso mantenerlas. No hay
nada más seguro que el hecho de que en este nuestro mundo europeo,
nuestras reglas de conducta, nuestra civilización y todas las cosas bue
nas que tienen conexión con ellas, han descansado durante siglos en
dos principios, y que eran resultado de la combinación de ambos; aludo
al espíritu caballeresco y al espíritu religioso. La nobleza y el clero, éste
por su profesión, aquélla por su patronato, han mantenido vivo el cono
cimiento, incluso en medio de las armas y de la confusión, cuando aún
no se habían formado los gobiernos. La ciencia devolvió a la nobleza
y al clero lo que había recibido de ellos y lo devolvió con creces, am
pliando sus ideas y enriqueciendo sus mentes. ¡Ojalá que todos ellos
hubieran continuado esta unión indisoluble y que todos ellos hubieran
conocido su lugar propio! ¡Ojalá que la ciencia, sin dejarse corromper
por la ambición, hubiese seguido estando satisfecha de ser instructora, sin
querer ser ama! La ciencia será arrojada al fango y pisoteada por las
pezuñas de una multitud porcina, juntamente con sus protectores y
guardianes.58
rense las circunstancias del proceso y ejecución del primero con esta predicción.*
* Esta nota figura en las ediciones modernas que he podido consultar y en la de
Rivington. No figura en la traducción castellana de J. A. A###. Dado su contenido, no es
lógico que estuviese en la primera edición, pero no me ha sido posible averiguar si es de
Burke o de un editor posterior. (T.)
no TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
Si, como sospecho, las letras modernas deben más de lo que están
dispuestas a reconocer a las viejas reglas de conducta, lo mismo ocurre
con otros intereses que valoramos en todo lo que se merecen. Incluso el
comercio y la industria y la manufactura, dioses de nuestros economistas,
son acaso nada más que sus criaturas y nada más que afectos, aunque los
veneremos como causas primeras. Ciertamente han crecido a la misma
sombra bajo la cual floreció el conocimiento. También ellos decaerán
con la decadencia de sus principios protectores naturales. Entre vosotros,
al menos por el momento, están amenazados de desaparecer juntos. En
un pueblo donde faltan el comercio y la manufactura, pero perdura el
espíritu de la nobleza y la religión, el sentimiento ocupa —y no siempre
mal— su puesto; pero si el comercio y las artes se pierden en un experi
mento encaminado a averiguar cómo puede resistir un Estado sin esos
antiguos principios fundamentales ¿qué clase de cosa será una nación
de bárbaros groseros, estúpidos y feroces y, a la vez pobres y sórdidos,
desprovistos de religión, honor y orgullo viril y que no poseen nada en
el presente ni esperan nada para el porvenir?
Deseo que no vayáis rápidamente y por el camino más corto a esa
situación horrible y repugnante. En todos los actos de la Asamblea y de
sus instructores aparece ya una gran pobreza de concepción, grosería y
vulgaridad. Su libertad no es liberal. Su ciencia es ignorancia presun
tuosa. Su humanidad es salvaje y brutal.
No está claro si en Inglaterra aprendimos de vosotros esos grandes
y decorosos principios y reglas de conducta de los que quedan rastros
tan apreciable todavía, o si los tomáteis de nosotros. Pero me parece
más bien que los recibimos de vosotros. Me parece que sois —gentis in
cunabula nostra—. Francia ha influido siempre con mayor o menor in
tensidad en las costumbres de Inglaterra; y cuando vuestra fuente esté
obstruida y manchada, la corriente no circulará o no circulará clara hacia
nosotros ni hacia otro país. Esto da a toda Europa, a mi juicio, una
preocupación intensa y cercana por lo que ocurre en Francia. Excusad
me, pues, si me he detenido demasiado tiempo en el espectáculo atroz
del 6 de octubre de 1789, o si he dado demasiado alcance a las reflexiones
que han surgido en mi mente con ocasión de la más importante de todas
las revoluciones que pueden datar de esa fecha, es decir, una revolución
en los sentimientos, las reglas de conducta y las opiniones morales. Tal
como están las cosas, destruido fuera de aquí todo lo que hay de respe
table e intentándose destruir aquí todo principio de respeto, casi está
uno obligado a excusarse por abrigar los sentimientos comunes de los
hombres.
¿Por qué siento de modo tan distinto al del reverendo Dr. Price y
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
aquellas de sus ovejas seglares que puedan adoptar los sentimientos
su discurso? Por esta sencilla razón: porque es natural que sienta asi,
porque estamos hechos de tal manera que espectáculos tales nos afectan
con sentimientos melancólicos respecto a la condición inestable de la pros
peridad de los mortales y la incertidumbre tremenda de las grandezas
humanas; porque aprendemos grandes lecciones de esos sentimientos na
turales; porque en acontecimientos como éstos nuestras pasiones instru
yen a nuestra razón; porque cuando el Director Supremo de este gran
drama expulsa de sus tronos a los reyes, que se convierten en objetos de
insulto de los seres más bajos y de piedad de los buenos, debemos consi
derar tales desastres morales como consideraríamos un milagro en el
orden físico de las cosas. Nos alarmamos; nuestras mentes (como se
ha observado desde antiguo) se purifican por el terror y la piedad. Nues
tro orgullo débil e irreflexivo se humilla ante las manifestaciones de una
sabiduría misteriosa. Si tal espectáculo se exhibiera en escena me arranca
ría algunas lágrimas. Me avergonzaría verdaderamente de encontrar en
mí ese sentimiento teatral superficial de fingido dolor mientras podía
vivir contento en la vida real. Con una mente tan pervertida no podría
aventurarme nunca a asomar mi faz a ninguna tragedia. La gente creería
que las lágrimas que han hecho brotar de mis ojos Garrick en otro
tiempo y más recientemente la Siddons,59 eran lágrimas hipócritas; y yo
sabría que eran lágrimas de mentecatez.
El teatro es mejor escuela de sentimientos morales que las iglesias
donde los sentimientos de humanidad son ultrajados en esta forma. Los
poetas que tienen que enfrentarse con un auditorio que no se ha graduado
aún en la escuela de los Derechos del Hombre y tienen que dedicarse a la
constitución moral del corazón, no osarían presentar tal triunfo como
motivo de júbilo. Allí donde los hombres siguen sus impulsos naturales,
no soportarían las máximas odiosas de una política maquiavélica, tanto
si se aplica al logro de una tiranía monárquica como al de una tiranía
democrática. La rechazarían en la escena moderna como lo hicieron an
taño en la antigua, donde no podían soportar siquiera la proposición hipo
tética de tal maldad en boca de un tirano representado, a pesar de ser
adecuada al personaje que encarnaba el actor. Ningún público teatral
de Atenas soportaría lo que se ha soportado en medio de la tragedia real de
ese día de triunfo: un primer actor pesando en las balanzas de una tienda
de horrores —tanto crimen real contra tanta ventaja contingente— y
después de poner y quitar pesas declarar que la balanza caía del lado de
las ventajas. No soportaría el ver anotados como en el debe y haber del li-
59 David Garrick (1717-1779) uno de los más grandes actores ingleses de todos los
tiempos, amigo íntimo de Burke. — Sara Siddons (i755-l83r)> gran trágica inglesa. (T.)
112 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
bro mayor los crímenes de la nueva democracia contra los crímenes del
viejo despotismo ni que los contables de la política encontraran a la de
mocracia aún deudora, pero en modo alguno incapaz ni reacia a pagar
la diferencia. En el teatro la primera ojeada intuitiva, sin ninguna especie
de proceso elaborado de razonamiento, demostraría que este método de
cómputo político puede justificar cualquier crimen. Los espectadores verían
que basándose en esos principios, incluso cuando no se llegasen a perpe
trar los peores actos, se debería más a la fortuna de los conspiradores que
a su moderación en el uso de la traición y la sangre. Verían que, una vez
tolerados, los medios criminales se prefieren en seguida a los demás. Pre
sentan un atajo para lograr el fin perseguido, más corto que el camino real
de las virtudes morales. Al justificar la perfidia y el asesinato en interés
público, éste se convertiría en seguida en pretexto y la perfidia y el asesi
nato en fin, hasta que la rapacidad, la maldad, la venganza y el miedo
—más terrible que la venganza— pudieran saciar sus apetitos insaciables.
Tales tienen que ser las consecuencias de perder todo sentido natural de
lo bueno y de lo malo en medio del esplendor de estos triunfos de los De
rechos del Hombre.
Pero el reverendo pastor se goza de esta “conducción en triunfo”, por
que verdaderamente Luis XVI era “un monarca arbitrario”; es decir, en
otras palabras, por nada más ni por nada menos que porque era Luis XVI
y porque tuvo la desgracia de nacer rey de Francia con las prerrogativas
en cuya persona le habían puesto, sin ningún acto de su parte, una larga
serie de antecesores y una larga aquiescencia del pueblo. Y verdadera
mente el haber nacido rey de Francia ha resultado una desgracia para él.
Pero la desgracia no es un crimen, ni la indiscreción es siempre la mayor
culpa. No podré creer nunca que un príncipe, los actos de cuyo reinado
han sido una serie de concesiones a sus súbditos, que estaba dispuesto a
relajar su autoridad, a no ejercitar sus prerrogativas, a dar a su pueblo
una participación en la libertad, desconocida y acaso no deseada por sus
ascendientes, aunque estuviera sometido a las flaquezas comunes de los
hombres y de los príncipes, aunque hubiera creído alguna vez necesario
usar de la fuerza contra designios desesperados, puestos claramente de
manifiesto, contra su persona y los restos de su autoridad merezca ese
trato; aunque se tenga todo eso en cuenta, se me hace muy difícil creer
que merece el triunfo cruel e insultante de París y del Dr. Price. Ante tal
ejemplo dado a los reyes, tiemblo por la causa de la libertad. Ante los
ultrajes impunes realizados por la parte peor de los hombres, tiemblo por
la causa de la humanidad. Pero hay algunas gentes de un modo de pensar
tan bajo y degenerado, que consideran con una especie de admiración y
veneración complaciente a los reyes que saben mantenerse firmes en sus
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA “3
puestos, tener mano dura con sus súbditos, afirmar su prerrogativa y
guardarse, mediante la vigilancia despierta de un despotismo severo, con
tra los comienzos mismos de la libertad. Contra monarcas de este tipo
nunca elevan sus voces. Desertores de los principios, enrolados de fortuna,
nunca ven ningún bien en la virtud que sufre, ni ningún crimen en la
usurpación próspera.
Si se me hubiese podido demostrar que el rey y la reina de Francia
(me refiero a quienes lo eran antes del triunfo) eran tiranos crueles o
inexorables, que habían hecho un plan premeditado para hacer matanza
de los miembros de la Asamblea Nacional (me parece que he visto insi
nuado algo de esto en ciertas publicaciones), habría considerado justo su
cautiverio. De ser ello así se debería haber hecho mucho más; pero hecho,
en mi opinión, de otra manera. El castigo de los verdaderos tiranos es un
acto de justicia noble y terrible, del que se ha dicho con razón que es.
consolador para la mente humana. Pero si yo hubiera de castigar a un
rey malvado, trataría de mantener la dignidad al vengar el crimen. La
justicia es grave y decorosa y en sus castigos parece más bien someterse a
una necesidad que hacer una elección. Si Nerón, o Agripina, o Luis XI, o
Carlos IX, o Carlos XII de Suecia después del asesinato de Patkul60 o su
predecesora Cristina después del asesinato de Monaldeschi01 hubieran
caído en vuestras manos o en las mías, estoy seguro de que nuestra con
ducta hubiera sido distinta.
Si el rey francés, o el de los franceses (o como quiera que se le llame
en el nuevo vocabulario de vuestra constitución) ha merecido realmente en
su propia persona y en la de la reina estos atentados criminales, no
confesados pero no vengados y esas indignidades más crueles que el asesi
nato, mal merecería tal persona ni siquiera ese mandato ejecutivo subor
dinado del que creo se le va a encargar; ni sería apto para ser llamado
jefe por una nación a la que hubiera ultrajado y oprimido. En una comu
nidad nueva no podría hacerse peor elección para tal oficio que la de un
tirano depuesto. Pero degradar e insultar a un hombre como al peor de
los criminales y confiarle después lo que constituyen vuestras preocupa
ciones más elevadas como a un servidor fiel, honesto y celoso, no es lógico
como razonamiento, no es prudente como política, ni es seguro en la
práctica. Quienes fueran capaces de hacer tal nombramiento serían cul
pables de una traición al pueblo más flagrante que cualquiera de las
que han cometido hasta ahora. Como este es el único crimen en el que
80 Embajador ruso en Dresde. Entregado a Carlos XII por Augusto II, rey depuesto
nedas de plata son, naturalmente, las entregadas a Judas Iscariote por los judíos. (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
una comunicación extensa y variada con los habitantes de todas clases y
categorías de este reino y después de una atenta observación comenzada
en mis años mozos y continuada a lo largo de casi otros cuarenta. Me he
quedado con frecuencia asombrado, al ver lo poco que parecéis saber de
nosotros, a pesar de que estamos separados apenas por el estrecho canal
de unas veinticuatro millas y que el intercambio mutuo entre los dos
países ha sido tan grande en los últimos tiempos. Sospecho que ello se
debe a que habéis forzado un juicio acerca de este país basándoos en ciertas
publicaciones que representan —caso de representar algo— muy equivoca
damente, las opiniones y disposiciones que prevalecen generalmente en
Inglaterra. La vanidad, inquietud, petulancia y espíritu de intriga de
algunos calculistas que tratan de esconder su falta total de consecuencia
con ruido y alboroto, jactancia y citas mutuas, os hacen creer que nuestra
despreocupación despectiva hacia sus capacidades se debe tomar como sín
toma general de aquiescencia a sus opiniones. Os aseguro que no hay
tal. Porque media docena de cigarras situadas bajo un helecho hagan
resonar en todo el campo su chirrido importuno, mientras miles de reses
mayores que reposan a la sombra del roble británico, rumian en silencio
no os imaginéis que quienes hacen el ruido son los únicos habitantes del
campo; que son, desde luego, muchos en número ni que sean otra cosa
sino los pequeños, encogidos, magros —aunque saltarines, ruidosos y per
turbadores—, insectos del momento.
Casi me aventuro a afirmar que ni siquiera uno entre cien de nosotros
participa en el “triunfo” de la Sociedad de la Revolución. Si por azares
de la guerra el rey y la reina de Francia y sus hijos hubieran de caer en
nuestras manos en la más acre de todas las hostilidades (ruego al cielo
que tal acontecimiento, tal hostilidad no se produzcan), serían recibidos
en Londres con una clase distinta de entrada triunfal. Tuvimos en otro
tiempo a un rey de Francia en esa situación;64 habéis leído cómo fué tra
tado por el vencedor en el campo de batalla y de qué manera fué recibido
posteriormente en Inglaterra. Han pasado cuatrocientos años; pero creo
que no hemos cambiado materialmente desde aquel período. Gracias a
nuestra resistencia tenaz a la innovación, gracias a la pereza fría de nuestro
carácter nacional, conservamos aún el sello de nuestros antepasados. No
hemos perdido, creo, la generosidad y dignidad de pensamiento del si
glo xiv ni nos hemos convertido en salvajes a fuerza de sutilezas. No
somos conversos de Rousseau; no somos discípulos de Voltaire; Helvecio
no ha hecho progresos entre nosotros. No tenemos como predicadores a
los ateos ni a los locos como legisladores. Sabemos que no hemos hecho
descubrimientos y creemos que no hay nada qué descubrir en materia de
64 El rey Juan, hecho prisionero por el Príncipe Negro en Poitiers en 1356. (T.)
ii6 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
moralidad; ni tampoco mucho en los principios del gobierno ni en las
ideas de libertad, comprendidas ya mucho antes de que naciéramos tan
bien como lo serán después que la tumba haya amontonado su tierra
sobre nuestra presunción y de que la silenciosa losa sepulcral haya im
puesto su ley a nuestra pertinaz locuacidad. En Inglaterra no nos hemos
vaciado aún de nuestras entrañas: sentimos todavía dentro de nosotros —y
los veneramos y cultivamos— esos sentimientos innatos que son los guar
dianes fieles, los monitores activos de nuestro deber, los defensores reales
de toda moral liberal y varonil. No se nos ha destripado y empaquetado,
como pájaros disecados en museo, para rellenarnos con paja y trapos y
despreciables papeles emborronados que hablan confusamente de los De
rechos del Hombre. Conservamos aún vivos y completos la totalidad de
nuestros sentimientos, sin que la pedantería y la infidelidad los hayan
adulterado, Tenemos aún corazones reales, de sangre y carne, que laten
en nuestro interior. Tememos a Dios, miramos con veneración a los reyes;
con afecto a los Parlamentos; con sumisión a los magistrados; con reve
rencia a los sacerdotes y con respeto a la nobleza.65 ¿Por qué? Porque
cuando tales ideas aparecen ante nuestras mentes es natural que nos afec
temos así; porque todos los demás sentimientos son falsos y espúreos, y
tienden a corromper nuestras inteligencias, viciar fundamentalmente nues
tra moral, hacernos ineptos para la libertad natural y enseñarnos una in
solencia servil, licenciosa y descuidada que nos sirva de diversión baja unos
pocos días feriados, haciéndonos perfectamente aptos para la esclavitud y
merecedores de ella durante todo el resto de nuestras vidas.
Ya véis, señor, que soy suficientemente audaz para confesar en esta
edad ilustrada que somos generalmente hombres de sentimientos innatos;
que en vez de prescindir de nuestros viejos prejuicios, los fomentamos en
un grado considerable y para mayor vergüenza nuestra los fomentamos
porque son prejuicios; y cuanto más han durado y cuanto más general
mente han prevalecido, más los fomentamos. Tenemos miedo a hacer que
los hombres vivan y se relacionen basándose en su depósito personal de
razón; porque sospechamos que el depósito de cada hombre es pequeño y
que harían mejor los individuos aprovechando el banco general y el
capital común de las naciones y de los tiempos. Muchos de nuestros
especuladores, en vez de denunciar los prejuicios generales emplean su
63Un caballero que se cree sea un ministro no conformista ha publicado en uno de
los periódicos una carta que a mi juicio presentaba mal el carácter de los ingleses. Escri
biendo al Dr. Price acerca del espíritu que prevalece en París dice: “El espíritu del pueblo
de esta ciudad ha abolido todas las orgullosas distinciones usurpadas por los reyes y los
nobles; cuando hablan del rey, el noble o el sacerdote SU lenguaje es el del más ilustrado y
liberal de los ingleses". Si este señor al decir ilustrado y liberal limita los términos a un
grupo de ingleses, puede que tenga razón. Pero aplicados de modo general no la tiene.
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 117
sagacidad en descubrir la sabiduría latente que hay en ellos. Si encuentran
lo que buscan —y raras veces dejan de hacerlo— consideran más prudente
continuar con el prejuicio juntamente con la razón en él implícita, que
prescindir del abrigo del prejuicio y dejar únicamente la razón desnuda;
porque el prejuicio, con su razón, tiene un motivo que hace actuar esa
razón y un afecto que le da permanencia. El prejuicio se puede aplicar
inmediatamente caso necesario; hace que la mente emprenda previamen
te un firme curso de prudencia y virtud y no deja al hombre titubeante,
escéptico, confuso e irresoluto en el momento de la decisión. El prejuicio
convierte en hábito la virtud de un hombre y no en una serie de actos
inconexos. Mediante prejuicios justos su deber se convierte en parte de su
naturaleza.
Vuestros hombres de letras y vuestros políticos, del mismo modo que,
en general, todo el clan de “ilustrados” que hay entre nosotros, difieren
esencialmente en estos puntos. No tienen respeto por la sabiduría de los
demás; pero lo compensan con una gran cantidad de confianza en sí
mismos. Para ellos el hecho de que un sistema sea viejo es motivo sufi
ciente para destruirlo. Por lo que hace a los nuevos no tienen ningún
temor en cuanto a la duración de un edificio construido de prisa; porque
la duración no es motivo de preocupaciones para quienes piensan que
poco o nada se ha hecho antes de su época y depositan todas sus esperanzas
en los descubrimientos. Conciben, muy sistemáticamente, que todas las
cosas que dan perpetuidad son dañinas y por consiguiente están en guerra
sin cuartel contra todo lo establecido. Creen que el gobierno debería variar
como los modos de vestir y con tan pocas consecuencias lamentables como
éstos; que ninguna constitución estatal necesita ningún principio afectivo,
aparte de un sentimiento de conveniencia actual. Hablan siempre como
si opinaran que hay una especie singular de contrato entre ellos y sus ma
gistrados, que obliga al magistrado, pero que no comporta para ellos
ninguna obligación recíproca, sino que la majestad del pueblo tiene dere
cho a rescindirlo a voluntad y sin motivo expreso. Su mismo amor al país
es tal, únicamente en tanto en cuanto conviene a alguno de sus fugaces
proyectos; comienza y acaba con aquel sistema político que concuerda
con su momentánea opinión.
Estas doctrinas, o más bien sentimientos, parecen prevalecer entre
vuestros nuevos hombres de Estado. Pero son totalmente distintos de aque
llos sobre los cuales hemos actuado siempre en este país.
Me dicen que a veces se afirma en Francia que lo que está ocurriendo
entre vosotros sigue el ejemplo de Inglaterra. Séame permitido afirmar
que muy poco de lo que se ha hecho en vuestro país ha tenido su origen
en la práctica o en las opiniones que prevaleven en este pueblo, tanto por
n8 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
lo que hace a los actos, como por lo relativo al espíritu de los procedi
mientos. Quiero añadir que estamos tan poco deseosos de aprender esas
lecciones de Francia, como seguros de que nunca se las hemos enseñado a
ese país. Los cabildeadores de aquí, que sienten partícipes en vuestras
transacciones, son, hasta ahora, únicamente un puñado de hombres. Si
desgraciadamente con sus intrigas, sus sermones, sus publicaciones y
la confianza basada en una esperada unión con los consejos y fuerzas de la
nación francesa arrastraran a su facción un número considerable de gen
tes, y en consecuencia intentaran seriamente hacer aquí algo, imitando lo
hecho por vosotros, el resultado sería —me aventuro a profetizarlo— que
realizarían pronto su propia destrucción. Este pueblo se negó en épocas
remotas a cambiar su ley con respecto a la infalibilidad de los papas68 y
no la cambiaría hoy por una piadosa fe implícita en el dogmatismo de los
filósofos; por más que aquél estuviera armado con el anatema y la cru
zada y éstos actúen con el libelo y la farola.
Antiguamente vuestros asuntos constituían motivo de preocupación
únicamente para vosotros. Como hombres, los sentíamos pero nos man
teníamos apartados de ellos, porque no éramos ciudadanos franceses. Pero
cuando vemos el modelo que se nos presenta como digno de imitación
tenemos que sentir como ingleses y, al hacerlo, que actuar como ingleses.
A pesar nuestro, vuestros asuntos han llegado a constituir parte de nues
tros intereses; por lo menos para mantener alejada vuestra panacea o
vuestra plaga. Si es panacea no la queremos. Conocemos las consecuen
cias de las medicinas innecesarias Si es plaga, es una plaga contra la que
debe establecerse la cuarentena más severa.
[Importancia Me dicen por todas partes que la gloria de muchos de los últimos
de la acontecimientos corresponde a un grupo que se llama a sí mismo filosó
religión fico; y que sus opiniones y sistemas son el verdadero espíritu que informa
en la a la totalidad. No he oído de ningún partido inglés, literario o político
Sociedad
que haya sido conocido en ningún tiempo con esa denominación. ¿No
Civil]
está compuesto el vuestro de esos hombres a quienes el vulgo, con su estilo
familiar y romo, llama corrientemente ateos e infieles P Si lo estuviera, ad
mito que también nosotros tenemos escritores que cabe incluir en esa de
nominación y que hicieron algún ruido en su momento. Actualmente
duermen en un olvido perdurable. ¿Quién de entre los nacidos en los
últimos cuarenta años ha leído una palabra de Collins, o de Toland, o de
Tindal o de Chubb y de Morgan y de toda aquella raza que se intituló a
•® El Parlamento repudió la infeudación del reino al papa hecha por el rey Juan. (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 119
sí misma de librepensadores? ¿Quién lee hoy a BolingbrokeP67 ¿Quién
le leyó completo alguna vez? Preguntad a los libreros de Londres qué
ha sido de todas estas lumbreras. Dentro de pocos años sus escasos suceso
res pasarán al panteón familiar de “todos los Capuletos”. Pero cualesquie
ra que fueran o sean, entre nosotros fueron y son individuos totalmente
desconectados del resto. Entre nosotros conservaron la naturaleza común
de su especie y no fueron gregarios. Nunca actuaron en corporación, ni
se les conoció nunca como facción en el Estado, ni se supuso que influye
ran con ese nombre o carácter ni para las finalidades de tal facción, en nin
guna de nuestras preocupaciones públicas. Si debieran existir y, en
consecuencia, si se les debiera permitir actuar, es otra cuestión. Como no
han existido tales grupos en Inglaterra, su espíritu no ha tenido ninguna
influencia en el marco original de nuestra constitución, ni en ninguna de
las varias reparaciones y mejoras que ha sufrido. Todo eso se ha hecho
bajo los auspicios, y confirmado por las sanciones, de la religión y de la
piedad. El todo ha sido resultado de la simplicidad de nuestro carácter
nacional y de una especie de sencillez innata y de rectitud de entendi
miento que ha caracterizado durante largo tiempo a aquellos hombres que
han obtenido sucesivamente entre nosotros la autoridad. Esta disposición
perdura aún; al menos entre la gran mayoría del pueblo.
Sabemos y, lo que es mejor, sentimos íntimamente que la religión es
la base de la sociedad civil y la fuente de todo bien y todo consuelo.68 Esta
mos tan convencidos de esto en Inglaterra, que no existe ninguna supers
tición herrumbrosa, con todos los absurdos acumulados por la mente
humana en el curso de los siglos, que el noventa y nueve por ciento de los
ingleses no considerasen preferible a la impiedad. No seremos nunca tan
estúpidos como para pedir a un enemigo de la sustancia de un sistema que
elimine de él lo que tiene de corrompido, que subsane sus defectos o que
perfeccione su construcción. Si nuestros dogmas religiosos requieren
alguna vez mayores dilucidaciones, no recurriremos al ateísmo para ex
plicarlos. No iluminaremos nuestro templo con ese fuego profano. Se ilu
minará con otras luces. Se perfumará con un incienso distinto de esa ma
67 Recuérdese que pese a su exabrupto, Burke conocía bien a Bolingbroke, tanto que
pudo imitar su estilo con tal perfección que la “Vindication of the National Society” de
aquél, publicaba anónimamente en su primera edición, fué atribuida, con absoluta unani
midad a Bolingbroke. En esta misma obra el propio Burke cita otra vez a Bolingbroke. (T.)
68 Sit igitur hoc ab initio persuasum civibus, dominos esse omnium rerum ac modera-
tores, déos; caque, quae gerantur, eorum gen, vi, ditioni, ac numine; eosdemque optime
de genere hominum mereri; et qualis quisque sit, quid agat, quid in se admittat, qua men-
*te, qua pietate colat religiones intueri: piorum et impiorum habere rationem. His enim
rebus imbutee mentes haud sane abhorrebunt ab uti]i et a vera sentencia. Cicerón, De
Legibus, i.
120 TEXTOS políticos: reflexiones
teria infecta importada por los contrabandistas de una metafísica adultera
da. Si nuestra constitución eclesiástica exigiera una revisión, no es la ava
ricia o la capacidad, pública o privada la que utilizaremos para la
revisión de cuentas, la recaudación ni la aplicación de sus rentas. Sin
condenar violentamente al sistema religioso griego ni el armenio, ni
—una vez pasado el acaloramiento— el romano, preferimos el protes
tante; no porque creamos que tiene menos elementos de la religión
cristiana, sino porque, a nuestro juicio, tiene más. Somos protestantes
no por indiferencia sino por celo.
Sabemos, y estamos orgullosos de ello, que el hombre es, por su cons
titución, un animal religioso; que el ateísmo es no sólo contrario a la
razón, sino a los instintos humanos y que no puede perdurar mucho
tiempo. Pero si, en un momento de tumulto, en un delirio ebrio produ
cido por el espíritu ardiente destilado en el alambique del infierno, que
hierve hoy tan furiosamente en Francia, tuviéramos que cubrir nuestra
desnudez, arrojando esa religión cristiana que ha sido hasta ahora nuestro
orgullo y nuestro consuelo y una gran fuente de civilización entre nosotros
y en muchas otras naciones, creemos (porque estamos seguros de que la
mente no soporta un vacío) que ocuparía su lugar alguna superstición
extraña, perniciosa y degradante.
Por esa razón, antes de que privemos a nuestra constitución religiosa
de los medios de estimación naturales y humanos y de despreciarla como
habéis hecho en vuestro país, incurriendo con ello en las penalidades que
merecéis, deseamos que se nos presente otra en su lugar. Entonces forma
remos nuestro juicio.
Basándose en estas ideas, en lugar de luchar contra lo establecido,
como hacen algunos que han elaborado una filosofía y una religión a base
de su hostilidad a tales instituciones, nos adherimos férreamente a
ellas. Estamos decididos a mantener la religión constituida, y la monar
quía constituida, la aristocracia constituida y la democracia constituida,
cada una en el grado que existe y no en uno mayor. Voy a mostraros in
mediatamente lo que tenemos de cada una ellas.
Ha sido la desgracia de nuestra época (y no, como creen esos caba
lleros, su gloria) el que en ella se discuta todo, como si la constitución de
nuestro país hubiera de ser siempre más bien motivo de disputa que
de goce. Por esta razón, y para satisfacción de aquellos de entre vosotros
(caso de que exista alguno) que deseen aprovecharse de los ejemplos aje
nos, me aventuro a molestaros con unas pocas reflexiones acerca de estas
instituciones constituidas. No creo que fueran imprudentes en la anti
gua Roma cuando al querer buscar nuevos modelos para sus leyes envia-
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 121
70 Burke emplea las palabras “partnership in” tanto en esta frase como en las si
guientes. (T.)
126 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
de razón, orden, paz y virtud y penitencia fructífera, al mundo antagó
nico de locura, discordia, vicio, confusión y tristeza inútil.
Estos, mi querido amigo, eran, son y espero que serán por mucho
tiempo los sentimientos de las personas más ilustradas y reflexivas de este
reino. Los incluidos en este grupo basan sus opiniones en los fundamen
tos en que tales personas deben basarlos. Los menos curiosos los reciben
de una autoridad, a la que no deben avergonzarse en aceptar aquellos a
quienes la Providencia obliga a vivir basándose en la confianza. Estos dos
tipos de hombre se mueven en la misma dirección, aunque en sitios dis
tintos. Ambos se mueven conforme al orden del universo. Ambos cono
cen o sienten esta vieja y gran verdad: Quod illi principi et praepotenti
Deo qui omnem hunc mundum regit, nihil eorum quae quídam fiant in
terris acceptius quam concilia et coetus hominum jure sociati quae civita-
tes appellantur. Toman este dogma de la cabeza y el corazón, no por el
gran nombre que recuerda inmediatamente71 ni por el aún mayor de
donde deriva, sino del único que puede dar verdadero peso y sanción a
toda opinión ilustrada: la naturaleza común y la relación común de los
hombres. Convencidos de que todas las cosas deben ser hechas con refe
rencia a algo y refiriendo todas al punto de referencia a que deben serlo,
se sienten obligados, no sólo como individuos en el santuario de su cora
zón, o como congregados en esa capacidad personal, a renovar la memoria
de su alto origen y casta; sino también en su carácter corporativo para
realizar su homenaje nacional al Instituidor, Autor y Protector de la socie
dad civil, la cual sin el hombre no podría llegar de ninguna ma
nera a la perfección de que es capaz su naturaleza, ni siquiera aproxi
marse a ella de modo tenue y remoto. Conciben que Aquél que dió a
nuestra naturaleza la capacidad de perfeccionarse por la virtud, quería
también los medios necesarios de su perfección. Quería, por consiguiente,
el Estado; quería su conexión con la fuente y arquetipo original de la
perfección. Quienes están convencidos de que ésta es su voluntad, que es
la ley de leyes y soberana de los soberanos, no pueden considerar reprensi
ble que esta fidelidad corporativa nuestra, que este reconocimiento nuestro
de su señorío principal, casi diría esta obligación del Estado mismo, como
oferta valiosa, en el altar de la veneración universal, debería realizarse
como se realizan todos los actos públicos y solemnes por lo que se refiere
a edificios, música, decorado, discursos, dignidad de las personas, según
las costumbres de la humanidad, tal como las enseña su naturaleza; es
decir, con esplendor modesto, con solemnidad no afectada, con suave
majestad y sobria pompa. Creen que emplear para estos propósitos alguna
parte de la riqueza del país, es tan útil como puede serlo fomentar el lujo
71 Son palabras del sueño de Catón en la República de Cicerón (libro vi). (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 127
de los individuos. Es el adorno público. Es el consuelo público. Alimen
ta la esperanza pública. El hombre más pobre encuentra en ello su propia
importancia y dignidad; en tanto que la riqueza y el orgullo individuales
hacen que el hombre de rango y fortuna humildes sienta en todo mo
mento su inferioridad, degradando y envileciendo a la vez su condición.
Esta porción de la riqueza general del país se emplea y santifica en bene
ficio del hombre de vida humilde, para elevar su naturaleza y para poner
ante su mente un estado en el que los privilegios de la opulencia cesarán,
en el que será igual por naturaleza, y podrá ser más que igual por la
virtud.
Os aseguro que no aspiro a la singularidad. Os estoy expresando opi
niones que han sido aceptadas entre nosotros desde tiempos muy remotos
hasta este momento con aprobación general y continua, y que están tan
arraigadas en mi mente que soy incapaz de distinguir lo que he aprendido
de los otros resultados de mi propia meditación.
Fundándose en los mismos principios la mayoría del pueblo de In
glaterra, lejos de considerar ilegítima la institución de una iglesia nacio
nal, difícilmente puede considerar legítimo el que no haya una. Estáis
totalmente equivocados en Francia si no creéis que estamos unidos a esta
institución por encima de todas las cosas y de todas las naciones; y cuando
este pueblo ha actuado imprudente e injustificablemente en su favor (cosa
que ha hecho en varios casos) sin duda, podéis descubrir su celo aún
en sus mismos errores.
Este principio circula por todo nuestro sistema constitucional. Los
ingleses no consideran la institución de su iglesia nacional como conve
niente, sino como esencial a su Estado; no como algo heterogéneo y
separable; algo añadido por comodidad; que pueden conservar o eliminar
según sus ideas temporales de conveniencia. La consideran como funda
mento de toda su constitución, con la cual y con cada una de cuyas partes,
mantiene una unión indisoluble. Iglesia y Estado son, en sus mentes,
ideas inseparables, y con dificultad puede mencionarse una sin mencionar
la otra.
Nuestra educación está conformada de manera que refuerza y fija
esa impresión. Está, en cierta manera, enteramente en manos de los
eclesiásticos, en todas las etapas, desde la infancia hasta la madurez.
Cuando nuestra juventud —al dejar las escuelas y las universidades
y entrar en el período más importante de la vida, que comienza a enlazar
experiencia y estudios— visita otros países, en lugar de los viejos criados
que hemos visto actuar como custodios de los hombres principales de otros
sitios, tres cuartas partes de quienes van al extranjero con nuestros jóve
nes nobles y caballeros son eclesiásticos; van, no como maestros austeros,
128 TEXTOS políticos: reflexiones
ni como meros miembros de su séquito, sino como amigos y compañeros
de carácter más grave, y son con frecuencia personas tan bien nacidas como
aquéllos. Mantienen con ellos relaciones de amistad y una conexión ín
tima durante toda la vida. Mediante esta conexión unimos nuestros
caballeros a la Iglesia y liberalizamos a la vez la Iglesia mediante el
trato con las personalidades sobresalientes del país.
Tan tenaces somos en mantener los viejos modos eclesiásticos y las
modalidades de la institución, que desde los siglos xiv y xv se han hecho
en ellos muy pocas alteraciones: adheridos en este particular, como en
todas las demás cosas, a las máximas establecidas, nunca nos separamos
enteramente ni de modo repentino de la antigüedad. Encontramos que
esas viejas instituciones eran, en conjunto, favorables a la moralidad y la
disciplina y las creimos susceptibles de enmienda sin modificar sus fun
damentos. Las consideramos capaces de recibir y mejorar, y sobre todo
de conservar, las accesiones de la ciencia y la literatura tal como las vayan
produciendo sucesivamente los designios de la Providencia. Y después
de todo, con esta educación gótica y monástica (pues tal es su fundamen
to) podemos enorgullecemos de haber tenido una parte tan grande y
tan temprana como cualquier otra nación de Europa en todas las mejo
ras de la ciencia, el arte y la literatura que han iluminado y adornado el
mundo moderno; creemos que una de las causas principales de esta me
jora ha sido el hecho de no haber despreciado el patrimonio de conoci
mientos que nos legaron nuestros antepasados.
Por esa adhesión nuestra a la iglesia de Estado la nación inglesa no
consideró prudente confiar ese interés fundamental de la totalidad a algo
a lo que no confía ninguna parte de su servicio público, civil o militar,
es decir a la contribución inestable y precaria de los individuos. Va más
allá. No ha soportado ciertamente nunca, ni sufrirá tampoco en lo por
venir, que la propiedad de la Iglesia se convierta en una pensión depen
diente del tesoro, que se retarde, se retenga o se extinga acaso por dificul
tades fiscales; dificultades que se fingen a veces por propósitos políticos
y que de hecho se producen con frecuencia por la extravagancia, la negli
gencia y la rapacidad de los políticos. El pueblo de Inglaterra cree que
ha tenido motivos constitucionales, a la vez que religiosos, para oponerse
a todo proyecto de convertir su clero independiente en pensionistas ecle
siásticos del Estado. Tiembla por su libertad ante la influencia de un
clero dependiente de la corona; tiembla por la tranquilidad pública que
se alteraría a consecuencia de los desórdenes de un clero faccioso, caso
de depender de una autoridad distinta de la corona. Por ello ha hecho
que su Iglesia —como su rey y su nobleza— sea independiente.
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 129
sostenido que la Iglesia anglicana era una sociedad voluntaria favorecida por el Estado y
que los diezmos eran una especie de impuesto. (T.)
130 textos políticos: reflexiones
tamente con algunas otras partes acá y allá, fué insertado, al leer el manuscrito, por mi
difunto hijo.
* El hijo de Burke falleció en 1794. La nota debe, en consecuencia haberse insertado
en alguna edición posterior a la primera. (T.)
138 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
sido menos perjudicial para la literatura y el gusto que para la moral y la
verdadera filosofía. Estos padres ateos tienen un fanatismo peculiar y
han aprendido a hablar contra los monjes con espíritu de monje. Pero
en algunas cosas son hombres de mundo. Utilizan los recursos de la in
triga para suplir los defectos de la argumentación y el ingenio. A este
sistema de monopolio literario se unió una industria incesante para en
negrecer y desacreditar por todos los medios y de todas las maneras posi
bles a quienes no se adherían a su facción. Para quienes hemos observado
el espíritu de su conducta, hace mucho tiempo que era claro que no
les faltaba sino el poder para llevar la intolerancia de las lenguas y las
plumas a la persecución que destruiría la propiedad, la libertad y la vida.
La persecución inconstante y débil de que se les hizo objeto, más por
cumplir con las formas y la decencia que por un resentimiento serio, no
debilitó su fuerza, ni disminuyó la intensidad de su esfuerzo. El resultado
de todo ello fué que, en parte con la oposición y en parte con el éxito, se
apoderó por completó de sus mentes un celo violento y malvado de una
especie hasta entonces desconocida en el mundo, haciendo perfectamente
repulsiva toda su conversación, que de otro modo hubiera sido agradable
e instructiva. Un espíritu de cabildeo, intriga y proselitismo empapaba
todos sus pensamientos, palabras y acciones. Y como el celo disputador
vuelve pronto su pensamiento hacia la fuerza, comenzaron a insinuarse
en una correspondencia con príncipes extranjeros en la esperanza de que,
por medio de su autoridad, a la que en un principio adularon, podrían
llevar a cabo los cambios que tenían previstos. Para ellos era indiferente
el que los cambios hubieran de realizarse mediante la tempestad del des
potismo o mediante el terremoto de la conmoción popular. La correspon
dencia entre este grupo de intrigantes y el difunto rey de Prusia74 arro
jaría no escasa luz sobre el espíritu de todos sus actos.75 Por la misma
razón por la que intrigaron con los principios, cultivaron de la manera
más distinguida a los financieros de Francia y debido en parte a los instru
mentos que les dieron aquellos cuyos especiales puestos les proporciona
ban los medios más amplios y seguros de comunicación, ocuparon cui
dadosamente todas las avenidas que conducen a la opinión.
Los escritores, especialmente cuando actúan en corporación y bajo
una dirección, tienen una gran influencia sobre la opinión pública; por
ello la alianza de estos escritores con los financieros78 tuvo un efecto im
finanzas.
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 139
portante en la remoción del odio y la envidia populares hacia todas las
clases de riqueza. Estos escritores, como los propagandistas de todas
las novedades, aparentaban tener un gran celo por los pobres y las capas
más bajas del pueblo, a la vez que con sus sátiras hacían odiosos, utilizando
toda clase de exageraciones, los defectos de las cortes, la nobleza y el clero.
Se convirtieron en una especie de demagagos. Sirvieron como eslabón que
unió, en favor de una finalidad, la riqueza impopular con la pobreza in
quieta y desesperada.
Como estos dos tipos de hombre resultan ser los líderes principales de
todos los últimos acontecimientos, su unión y su política servirán para
explicar —no basándose en principios de derecho y de política, sino como
causa— la furia general con que ha sido atacada toda la propiedad inmue
ble de las corporaciones eclesiásticas; y el gran cuidado —contrario a sus
pretendidos principios— que se ha tenido en proteger una riqueza que
tiene su origen en la autoridad de la corona. Toda la envidia contra la
riqueza y el poder ha sido artificialmente dirigida contra otros grupos de
ricos. ¿En virtud de qué otro principio, distinto del expuesto, podemos
explicar una aparición, tan extraordinaria y antinatural como la de las
propiedades eclesiásticas —que han soportado la sucesión de tantos tiempos
y los choques de lás guerras civiles y que estaban defendidas a la vez por la
justicia y el prejuicio— para ser aplicadas al pago de deudas compara
tivas recientes, odiosas y contraídas por un gobierno al que se ha difama
do y subvertido?
¿ Era la propiedad pública garantía suficiente de las deudas públicas ?
Supongamos que no y que alguian tenía que perder algo. Cuando falla la
única propiedad legítimamente poseída y que las partes contratantes co
nocían en la época en que se hizo su contrato ¿ quién debe sufrir, con arre
glo a los principios de equidad natural y legal? Ciertamente debe ser o
la parte que confió o la que le convenció de que confiara o ambas; pero
nunca terceras partes que no tenían ninguna intervención en el asunto.
Caso de insolvencia quienes debían sufrirla eran quienes fueron suficien
temente débiles para prestar con pocas garantías o quienes exhibieron
fraudulentamente una garantía que no era válida. Las leyes no conocen
otras reglas. Pero mediante la nueva institución de los Derechos del
Hombre las únicas personas que en términos de equidad deberían sufrir
son las únicas que se salvan del daño; quienes han de responder por la
deuda son aquellos que no fueron prestamistas ni prestatarios, acreedores
ni deudores hipotecarios. \
¿ Qué tenía que ver el clero con estas transacciones ? ¿ Qué tenía que
ver con cualquier compromiso público que fuera más allá de su propia
deuda? Al pago de ésta quedaba afectado hasta el últmo acre de sus
140 TEXTOS políticos: reflexiones
propiedades. Nada puede enseñarnos mejor el verdadero espíritu de la
Asamblea —que la capacita para la confiscación pública, con esta nueva
equidad y esta nueva moralidad— que un estudio cuidadoso de su manera
de proceder en lo relativo a esta deuda del clero. Los confiscadores, fieles
a los intereses de esos financieros en pro de los cuales han sido infieles a
todos los demás, han decidido que el clero es capaz de incurrir en deudas
legales. Le han declarado naturalmente, propietario legal autorizado a
contraer deudas y a hipotecar la propiedad de que se trate; reconociendo
los derechos de estos ciudadanos perseguidos en el mismo acto en que los
violaban de modo tan grosero.
Si, como digo, alguien ha de afianzar las pérdidas del acreedor públi
co, además del pueblo en general, tendrán que ser quienes hicieron el
acuerdo. ¿Por qué, pues, no se han confiscado las propiedades de todos
los controleurs généraux?77 ¿Por qué no se han confiscado las propieda
des de esa larga serie de ministros, financieros y banqueros que se han
enriquecido en tanto que se empobrecía la nación con sus operaciones y
consejos ? ¿ Por qué no se declara embargada la propiedad de M. Labor-
de78 en vez de la del arzobispo de París que no tuvo nada que ver en la
creación y en el manejo de los fondos públicos? Y si hay que confiscar
las propiedades inmuebles antiguas en favor de los prestamistas ¿' por qué
se limita la pena a un grupo? Ño sé si los gastos del Duque de Choiseul79
han dejado algo de las infinitas sumas que obtuvo de la bondad de su
señor durante las transacciones hechas en un reinado que contribuyó con
toda clase de prodigalidades, tanto en guerra como en paz, a la actual
deuda de Francia. Si queda algo de aquello ¿' por qué no se confisca ? Re
cuerdo que estuve en París en la época del antiguo gobierno. Estuve allí
justamente después que el duque dAiguillon80 hubo sido arrebatado
(según se creía generalmente) al tajo del verdugo por la mano de un
despotismo protector. Era ministro y tuvo algo que ver en los asuntos de
aquel período pródigo ¿por qué no veo su propiedad entregada a los
municipios donde está situada? Los ministros de la noble familia de
Noailles han sido durante mucho tiempo servidores (servidores meritorios,
Familia. (T.)
80 Sucedió al de Choiseul como Ministro de Negocios Extranjeros. Era el más rico de
los nobles franceses. El despotismo protector a que alude Burke fué el de Mme. du
Barry. (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
lo confieso) de la corona de Francia y han tenido, naturalmente, alguna
parte en sus prodigalidades ¿por qué no he oído nada de aplicar sus pro
piedades al pago de la deuda pública? ¿por qué es más sagrada la
propiedad del duque de la Rochefoucault que la del Cardenal de la Ro-
chefoucault? Aquél es, no lo dudo, una persona digna, y (si no fuese
una especie de profanación hablar del uso como algo que afecta al título
de propiedad) hace buen uso de sus rentas; pero no supone falta de
respeto hacia él decir que una buena información me autoriza a decir, a
saber que el uso que hacía de una propiedad igualmente válida su herma
no81 el Cardenal arzobispo de Rouen era mucho más laudable y más lleno
de espíritu público. ¿ Es posible hablar de la proscripción de tales personas
y de la confiscación de sus propiedades, sin indignación y horror ? No es
hombre quien no sienta tales emociones en tales ocasiones. No merece el
nombre de hombre libre quien no lo expresa.
Pocos conquistadores bárbaros han hecho una revolución tan terrible
en la propiedad. Ninguno de los jefes de las facciones romanas que ponían
a subasta —crudelem illam hastam— sus rapiñas, pusieron a la venta los
bienes de los vencidos ciudadanos en una escala tan considerable. Hay
que conceder en favor de aquellos tiranos de la antigüedad que lo que
hacían difícilmente puede decirse que fuera hecho a sangre fría. Sus
pasiones estaban inflamadas, sus temperamentos excitados, su comprensión
confundida con el espíritu de venganza, con los innumerables y recíprocos
daños y represalias de sangre y de rapiña frecuentemente infligidos. El
miedo de la vuelta al poder y la devolución de la propiedad a las familias
de aquellos a quienes habían herido con una intensidad que hacía impo
sible toda esperanza de perdón, les llevaba más allá de todos los límites
que pueda fijar la moderación.
Estos confiscadores romanos que estaban aún en los elementos de la
tiranía y que no habían sido instruidos en los Derechos del Hombre para
ejercitar toda clase de crueldades no provocadas sobre los demás, creyeron
necesario cubrir su injusticia con un cierto velo. Consideraron al partido
vencido compuesto de traidores que habían puesto en peligro su propiedad
con sus crímenes. Vosotros, en cambio, con una mentalidad superior, no
habéis observado esa formalidad. Os apoderásteis de cinco millones de
libras anuales de rentas echando de sus casas a cuarenta o cincuenta mil
criaturas humanas porque “tal era vuestra voluntad”. El tirano Enrique
VIII de Inglaterra, como no era más ilustrado que los Marios y Silas roma
nos y no había estudiada en vuestras nuevas escuelas, no sabía qué instru-
81 No era hermano suyo ni pariente cercano; pero esta equivocación no afecta al
argumento. (Nota de Burke.) [El cardenal fué presidente del Orden del Clero en los Es
tados Generales. El duque un economista de nota. (T.) ]
142 TEXTOS políticos: reflexiones
mentó tan eficaz del despotismo se podía encontrar en ese gran arsenal de
armas ofensivas que se llama los Derechos del Hombre. Cuando resolvió ro
bar a las abadías, como cuando el club de los Jacobinos ha robado a todos
los eclesiásticos, comenzó por crear una comisión que examinara los críme
nes y abusos cometidos por aquellas comunidades. Como era de esperar, el
informe de la Comisión contenía verdades, exageraciones y mentiras.
Pero, verdaderos o falsos, encontró abusos y delitos. Sin embargo, como
los abusos podían ser corregidos y no todos los crímenes de las personas
implican una expropiación con respecto a las comunidades, y como en
aquella época de oscuridad no se había descubierto aún que la propiedad
era una criatura del prejuicio, todos aquellos abusos (y había asaz de
ellos) no fueron considerados fundamento suficiente para una confisca
ción como la que pensaba hacer el monarca. Por ello trató de conseguir
la entrega formal de aquellas propiedades. Todos esos procedimientos la
boriosos fueron adoptados por uno de los tiranos más declarados de que
la historia conserva recuerdo, como preliminares necesarios antes de aven
turarse a pedir una confirmación de sus procedimientos inicuos mediante
una ley aprobada por el Parlamento, contando con la complicidad de los
miembros serviles de sus dos cámaras, a los que prometió una participación
en el despojo y agitando ante su vista el espejuelo de una eterna inmunidad
con respecto a los impuestos. Si el destino le hubiera reservado para nues
tra época, cuatro términos técnicos le habrían bastado, evitándole todo
trabajo; no hubiera necesitado más que una breve fórmula de ensalmo
—Filosofía, Luz, Libertad, Derechos del Hombre.
No puedo decir nada en elogio de tales actos de tiranía, que ninguna
voz ha encomiado nunca bajo ninguno de sus falsos colores; sin embargo,
esos falsos colores eran un homenaje tributado por el despotismo a la
justicia. El poder que estaba por encima de todo temor y de todo remor
dimiento no era inmune frente a la vergüenza. Mientras la vergüenza
mantiene su vigilancia, no se ha extinguido totalmente la virtud en el
corazón de los tiranos ni está totalmente desterrada de sus mentes la
moderación.
Creo que todo hombre honrado siente con nuestro poeta político al
reflexionar sobre aquella ocasión y rogará que se aparte de él el cáliz
amargo, siempre que se presenten a su vista o a su imaginación estos actos
de despotismo rapaz:
—May no such storm
Fall on our times, where ruin must reform.
Tell me (my Muse) what monstruous dire offence,
What crimes could any Christian \ing incense
To such a rage? Was’t luxury, or lust?
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Was he so temperate, so chaste, so just?
Were these their crimes? they were his own much more,
But wealth is crime enough to him that’s poor.8*
82 El resto del pasaje es éste:
Who having spent the treasunres of his crown,
Condemns their luxury to feed his own,
And yet this act, to varnish o’er the shame
Of sacrilege, must bear devotion’s name.
No crime so bold, but would be undestood
A real, or at yeast a seeming good;
Who fears not to do ill, yet fears the name,
And, free from conscience, is a slave to fame.
Thus he the church at once protects, and spoils;
But princes’ swords are sharper than their styles.
And thus to th’ ages past he makes amends,
Their charity destroys, their faith defends.
Then did religion in a lazy cell,
In empty aery contemplation dwell
And, like the block, unmoved lay; but ours,
As much too active, like the stork devours,
Is there no temperate region can be known,
Betwixt their frigid and our torrid zone?
Could we not wake from that lethargic dream,
But to be restless in a worse extreme?
And for that lethargy was there no cure,
But to be cast into a calenture;
Can knowledge have no bound, but must advance
So far, to make us wish for ignorance?
And rather in the dark no grope our way,
Than, led by a false guide, to err by day?
Who sees theese dismal heaps, but would demand,.
What barbarous invader sacked the land?
But when he hears, no Goth, no Turk did bring
This desolation, but a Christan k‘nS>'
When nothing but the name of zeal, appears
Twixt our best actions and the worst of theirs,
What does he think our sacrilege would spare,
When such th’ effects of our devotion are-
Cooper’s Hill, por Sir John Denham.
(Quien, habiendo gastado los tesoros de la corona, condena el lujo de aquellos a
alimentar el propio. Sin embargo, este acto tiene que recibir el nombre de devoción para
encubrir la vergüenza del sacrilegio. Ningún crimen tan audaz podría ser considerado
como bien real, ni siquiera aparente. Quien no teme hacer mal teme, sin embargo, al nom ■
bre y, libre de la conciencia, es esclavo de la fama. Así protege a la iglesia a la vez que la
despoja. Pero las espadas de los príncipes son más agudas que sus estilos. Así se congracia
con los tiempos pasados: destruye su caridad y defiende su fe. Entonces la religión moraba en
una celda ociosa en contemplación vacía del espacio y yacía inmóvil como la piedra; pero
en la nuestra es demasiado activa, devora como la cigüeña. ¿No se puede encontrar ninguna
144 TEXTOS políticos: reflexiones
(Que no ocurra en nuestra época tal tormenta que la ruina tenga que
reformar. Dime (Musa) ¿qué delitos monstruosos y horribles, qué crí
menes pudieron mover a un rey cristiano a una cólera tan grande? ¿Fué
el lujo o la lujuria? ¿Era él tan moderado, tan casto, tan justo? ¿Eran
esos los crímenes de ellos ? Eran mucho más los de él, pero la riqueza es
bastante crimen para el que es pobre.)
Esta misma riqueza —que es en todas las épocas traición y lese nation
para el despotismo indigente y rapaz, cualquiera que sea la forma de la
constitución— fué la tentación que tuvisteis para violar la propiedad, el
derecho y la religión unidos en un solo objeto. Pero ¿era tan ruinosa y
tan miserable la situación del Estado francés, que no había otro recurso
sino la rapiña para mantener su existencia? Deseo recibir alguna infor
mación sobre este punto. ¿Era tal la situación de las finanzas francesas
cuando se reunieron los Estados Generales que no permitiera una restau
ración después de hacer economías en todos los Departamentos, basándose
en principios de justicia y caridad y mediante un reparto de las cargas
entre todos los órdenes del Estado? Si hubiese sido suficiente una impo
sición igual, sabéis bien que se podía haber hecho fácilmente. En el
presupuesto que presentó M. Necker ante los tres órdenes reunidos en
Versalles, hizo una exposición detallada del estado de la nación fran
cesa.83
Si creemos en él, no era necesario recurrir a ningún nuevo impuesto
para equilibrar los ingresos y los gastos de Francia. Declaraba que las
cargas permanentes de todas clases, incluido el interés de un reciente
préstamo de cuatrocientos millones, ascendían a 531.444,000 libras; la
renta fija a 475.294,000, lo que daba un déficit de 56.150,000, o sea menos
de 2.200,000 libras esterlinas. Pero para equilibrarlo propuso ahorros y
mejoras en los ingresos (considerados como absolutamente seguros) que
alcanzaban a cubrir bastante más que el saldo de ese déficit; y el informe
concluye con estas palabras, que subraya enfáticamente (P. 39): “Que!
región templada entre su zona glacial y la nuestra tórrida? ¿No podemos despertar de este
sueño letárgico más que para pasar a un extremo peor de falta de reposo? ¿No hay cura
para ese letargo sin caer en una fiebre extrema? ¿No puede tener límites el conocimiento?
¿Tienen que avanzar siempre de tal modo que nos haga desear la ignorancia y preferir
encontrar nuestro camino a tientas en la oscuridad a errar de día conducidos por un falso
guía? ¿Quién que vea este montón de ruinas dejará de preguntar qué bárbaro invasor ha
saqueado el país? Pero cuando oye que no fué godo ni turco quien produjo esa desolación,
sino un rey cristiano, cuando entre nuestras mejores acciones y las peores de ellos no apa
rece nada sino el nombre de celo ¿qué creerá que va a poderse salvar de nuestro sacrilegio
si tales son los efectos de nuestra devoción?
83 Rapport de Mons. le Directeur General des Finances, fait par ordre du Roí á Ver
comisión encargada de preparar los proyectos de ley; no podía ser aprobado ninguno sino
los previamente aceptados por la comisión. Los miembros de este recibían el nombre de
“señores de los artículos” (lords of articles).
146 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
Personas desconocedoras del estado de Francia podrán acaso imagi
nar, al oír que el clero y la nobleza tenían privilegios en materias de
impuestos, que antes de la revolución estos cuerpos no contribuían en
nada al Estado. Eso es una gran equivocación. Ciertamente que no con
tribuían de modo igual entre sí ni con el tercer estado. Sin embargo,
contribuían con mucho. Ni la nobleza ni el clero gozaban de ninguna
exención de los tributos sobre los bienes de consumo, de los derechos de
aduana o de cualquier otro de los impuestos indirectos que, tanto en
Francia como aquí, contribuyen en una proporción tan grande a los pagos
al común. La nobleza pagaba el impuesto de capitación. Pagaba también
un impuesto sobre la tierra denominado el vigésimo, que alcanzaba a veces
la proporción de tres y aun cuatro chelines por libra; ambos eran impues
tos directos no precisamente ligeros y que daban un resultado no despre
ciable. El clero de las provincias unidas a Francia por conquista (que en
cuanto a extensión forma una octava parte del total, pero que en lo
relativo a su riqueza alcanza una proporción mucho mayor), pagaba
igualmente el impuesto de capitación y el vigésimo al mismo tipo que la
nobleza. El clero de las viejas provincias no pagaba la capitación; pero
se había redimido mediante el pago de unos 25.000,000, o sea poco más
de un millón de libras esterlinas. Estaba exento del vigésimo; pero había
hecho donativos voluntarios; había contraído deudas en nombre del Es
tado y estaba sometido a otras cargas que hacían ascender su contribución
a la décimotercera parte de sus ingresos netos. Debería haber pagado
anualmente unas 40,000 libras más para estar a la par con la contribución
de la nobleza.
Cuando le amenazaron los terrores de esta tremenda proscripción, el
clero hizo, por intermedio del arzobispo de Aix, la oferta de una contri
bución que no se debió haber aceptado por lo extravagante, pero que
era evidentemente más ventajosa para el acreedor de lo que racionalmente
se podía prometer mediante la confiscación. ¿ Por qué no se aceptó ? La
razón es obvia: no se quería poner la Iglesia al servicio del Estado. El
servicio del Estado era un pretexto para destruirla. Quienes abrigaban
ese designio no tuvieron escrúpulo en destruir su país como medio para
lograrlo. Y lo han destruido. Caso de haber sido aceptado el plan de la
contribución en vez del de confiscación hubiese sido derrotada una de las
grandes finalidades del proyecto. No se hubiera podido crear la nueva
propiedad territorial, en conexión con la nueva república (conexión de
que depende su existencia misma). Esta fué una de las razones por las que
no se aceptó aquel extravagante rescate.
La locura del proyecto de confiscación en relación con el plan en que
se apoyó en un principio, quedó pronto de manifiesto. Poner de una vez
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 147
en el mercado toda esta masa ingente de propiedad territorial, aumentada
con la confiscación del vasto dominio territorial de la Corona, tenía que
destrozar evidentemente las ventajas que se pretendía sacar de la confis
cación, al depreciar el valor de esas tierras y el de todas las propiedades
territoriales de Francia. Esa repentina diversión de toda su moneda
circulante del campo del comercio al de la tierra, tenía que ser un perjuicio
adicional. ¿Qué medida se tomó? ¿Volvió la Asamblea a las ofertas del
clero, al darse cuenta de los inevitables malos efectos de su proyectada
venta ? Ningún desastre le hubiera podido obligar a emprender un camino
que estuviera afeado por una apariencia de justicia. Al abandonar toda
esperanza de una venta general inmediata, parece que se adoptó otro
proyecto. Propusieron aceptar mercancías a cambio de las tierras de la
Iglesia. Pero surgieron grandes dificultades para lograr la equivalencia
de los objetos que habían de cambiarse. Se presentaron además otros
obstáculos que obligaron a volver a tomar en consideración alguna forma
de venta. Los municipios se habían alarmado. No querían oír hablar de
transferir todo el botín del reino a los mercaderes de París. Muchos
de aquellos municipios habían sido reducidos (sistemáticamente) a la indi
gencia más deplorable. En ninguna parte se podía encontrar dinero. Los
expropiadores se vieron, pues, llevados a la situación que tan ardientemen
te deseaban. Suspiraban por una moneda de cualquier clase que pudiera
hacer revivir su industria que estaba a punto de perecer. Se admitió a las
municipalidades a participar en el despojo, cosa que hizo completamente
impracticable el primitivo plan, si es que alguna vez se pensó seriamente
en ponerlo en ejecución. Las exigencias populares se hicieron apremian
tes por todas partes. El ministro de Hacienda reiteró su petición de ingre
sos con voz ansiosa, suplicante y agorera. Así, apremiada por todas partes,
la Asamblea en vez del primer plan de convertir a sus banqueros en
obispos y abades, en vez de pagar la vieja deuda contrajo una nueva al 3%,
creando una nueva moneda papel, garantizada con la eventual venta de
las tierras de la iglesia. Emitió este papel moneda para satisfacer en primer
término las demandas hechas por el banco de descuento, la gran máquina,
o fábrica de papel de su riqueza ficticia.
El despojo de la Iglesia había llegado a ser el único recurso de todas
las operaciones financieras, principio vital de toda su política y única se
guridad de la existencia de su poder. Era necesario —por todos los medios,
aun los más violentos— poner a todos los individuos al mismo nivel y obli
gar a la nación a apoyar por un interés culpable este acto y la autoridad de
quienes lo habían realizado. Con objeto de obligar a los más recalcitrantes
a participar en su pillaje, hizo obligatoria esa moneda papel para toda
clase de pagos. Quienes se den cuenta de la tendencia general de sus
148 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
planes, encaminada a este único objeto, centro del que irradian todas las
medidas posteriores, no creerán que me he detenido demasiado en el
estudio de esta parte de la actuación de la Asamblea Nacional.
Para eliminar toda apariencia de conexión entre la corona y la jus
ticia pública y para colocar todo ello bajo la obediencia implícita a los
dictadores de París, fué totalmente abolida la vieja judicatura indepen
diente de los parlemenis, con todos su méritos y todos sus defectos. Es
evidente que mientras existieran los parlements el pueblo podía recurrir
a ellos de una manera o de otra en algún momento y unirse bajo el estan
darte de sus antiguas leyes. Sin embargo, se presentó el problema de que
los magistrados y funcionarios de los tribunales abolidos habían com
prado sus puestos a un precio muy alto, a cambio del cual, así como de la
labor en ellos realizada, no habían recibido sino un interés muy bajo. La
confiscación pura y simple era un privilegio reservado únicamente para
el clero; con los juristas hay que observar algunas apariencias de equi
dad; y van a recibir compensación en una proporción inmensa. Esta
compensación se convierte en parte de la deuda nacional para cuya liqui
dación no existe más que un fondo inagotable. Los juristas obtendrán su
compensación en el nuevo papel de la Iglesia, que ha de marchar con los
nuevos principios de la judicatura y del legislativo. Los magistrados ce
santes han de compartir el martirio con los eclesiásticos o tienen que reci
bir su propiedad de ese fondo y de un modo que quienes han sido educa
dos en los antiguos principios de la jurisprudencia y han jurado defender
la propiedad tienen que mirar con horror. Aun el clero ha de recibir su
miserable dotación en ese papel depreciado que lleva el sello indeleble
del sacrilegio y los símbolos de su propia ruina, so pena de morir de ham
bre. Rara vez se ha exhibido, en ningún momento ni país, un ultraje tan
violento al crédito, a la propiedad y a la libertad mediante la alianza de
la quiebra y la tiranía, como el que representa este papel moneda de curso
forzoso.
A lo largo de todas estas operaciones se descubre el gran arcanum;
que en realidad las tierras de la Iglesia (hasta donde se puede sacar algu
na conclusión) no van a ser vendidas. Según las últimas resoluciones de
la Asamblea Nacional, van a ser entregadas al mejor postor. Pero hay
que observar que sólo una parte del dinero de las compras se va a entregar.
Para el pago del resto se concede un plazo de doce años. Los filósofos
compradores van a entrar inmediatamente en posesión de las fincas me
diante el pago de una especie de multa. En parte se convierte en una
suerte de donación que se les hace y que van a conservar basándose en
el vínculo feudal del celo por el nuevo orden de cosas. Este proyecto tiende
evidentemente a favorecer a una serie de compradores, o más bien dona
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 149
tarios, que pagarán no sólo con el dinero de las rentas que les acrecen, que
podría igualmente recibir el Estado, sino con el despojo de materiales
de construcción, la despoblación de los bosques y con cualquier moneda
que, mediante manos habituadas a las garras de la usura, puedan extraer
del campesino miserable. Este va a ser entregado a la discreción merce
naria y arbitraria de hombres que serán estimulados a toda clase de de
mandas de expropiación por la creciente necesidad de mayores benefi
cios de una propiedad poseída sobre la base precaria del nuevo sistema
político.
88 Burke emplea la palabra “Dominions” para referirse a las partes componentes del
[La nobleza Los defensores de esta Revolución, no contentos con exagerar los
Francesa] vicios de su antiguo gobierno, atacan la fama misma de su país, pintando
como objetos de horror a todo lo que ha podido atraer la atención de los
extranjeros —me refiero a su nobleza y su clero—. Si no se tratase más
que de una calumnia no habría mucho que decir. Pero tiene consecuen
cias prácticas. Si vuestra nobleza y vuestra aristocracia, que formaban el
gran cuerpo de propietarios de tierras y la totalidad de vuestros oficiales
militares se hubiesen parecido a los alemanes en el momento en que las
ciudades hanseáticas necesitaron confederarse contra los nobles para de
fender su propiedad; si hubiesen sido como los Orsini y los Vitelli de Ita
lia, que acostumbraban a asaltar a los comerciantes y a los viajeros para
robarles, tomando como base de operaciones cuevas fortificadas; si hubie
sen sido como los mamelucos de Egipto o los naires de la costa de Mala
bar, admito que podría no ser aconsejable una investigación demasiado
escrupulosa acerca de los medios de librar al mundo de tal molestia. Las
estatuas de la equidad y de la piedad podrían velarse por un rato.
Las mentes más sensibles, confusas ante la terrible exigencia con que la
moralidad se somete a la suspensión de sus propias reglas en favor de sus
principios fundamentales, podrían apartarse, en tanto que el fraude y la
violencia se dedicaban a destruir una pretendida nobleza que deshonró
con sus persecuciones la naturaleza humana. Las personas que más abo-
Revolución. No puedo decir nada seguro acerca de este tema. El lector puede juzgar por
sí —dado el conjunto de estas inmensas cargas— acerca del estado y situación de Fran
cia y del sistema de economía pública adoptado en ese país. Estos artículos no produje
ron ninguna investigación ni discusión en la Asamblea Nacional.
■SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 159
rrecen la sangre y la traición y la ¿onfiscación arbitraria podrían seguir
siendo espectadoras silenciosas de esta guerra civil entre los vicios.
¿Pero merecía la nobleza privilegiada que se reunió, por orden del
rey, en Versalles en 1789, o sus mandantes, ser considerada como los nai-
res o mamelucos de esta época o como los Orsini y los Vitelli de las pa
sadas ? Si hubiera preguntado esto en aquel momento habría pasado por
loco. ¿Qué es lo que han hecho esas personas desde entonces para me
recer ser perseguidas, mutiladas y torturadas, dispersas sus familias, redu
cidas a cenizas sus casas y para que se haya abolido su orden y si es posible
extinguida hasta la memoria de ella, ordenándoseles cambiar incluso el
nombre con el que se les conocía? Leed las instrucciones de sus repre
sentantes. Respiran el espíritu de libertad con el mismo calor y reco
miendan las reformas con la misma firmeza que las de cualquiera de los
otros órdenes. Sus privilegios en materia tributaria fueron abandonados
voluntariamente, del mismo modo que el rey abandonó desde el principio
toda pretensión a un derecho impositivo. En toda Francia había unani
midad en favor de una Constitución libre. El monarca absoluto había
acabado. Exhaló su último aliento sin un estertor, sin lucha, sin convul
siones; toda la lucha, todas las disensiones surgieron después, cuando se
prefirió una democracia despótica a un gobierno de controles recíprocos.
Contra lo que triunfó el partido victorioso fué contra los principios que
informan la Constitución británica.
He observado la moda que ha imperado durante muchos años en
París —llegando incluso a un grado perfectamente infantil— de afectar
una idolatría por la memoria de Enrique IV. Si hay algo que pudiera
hacer desagradable el carácter de este rey, que fué un modelo de monar
cas, es ciertamente este estilo insidioso de panegírico exagerado. Las per
sonas que más se han distinguido en esta tarea son las mismas que han
acabado su panegírico destronando a su sucesor y descendiente, hombre
de tan buen natural, al menos, como Enrique IV, igualmente amante de
su pueblo, y que ha hecho por corregir los vicios antiguos del Estado infi
nitamente más de lo que hizo y de lo que intentó hacer aquel gran
monarca. Sus panegiristas han tenido la suerte de no haberlo tenido en
frente. Porque Enrique de Navarra era un príncipe resuelto, activo y
político. Poseía ciertamente gran humanidad y moderación; pero una
humanidad y una moderación que nunca se interpusieron en el camino
de sus intereses. No intentó nunca ser amado sin antes ponerse en situa
ción de ser temido. Empleó un lenguaje suave, manteniendo una con
ducta decidida. Afirmó y sostuvo su autoridad en lo fundamental y
nunca hizo concesiones más que en asuntos de detalle. Gastó noblemente
la renta de su prerrogativa, pero tuvo buen cuidado de no tocar el capital.
TEXTOS políticos: reflexiones
No abandonó por un momento ninguno de los derechos que le concedían
las leyes fundamentales, ni ahorró derramamiento de sangre de quienes
se le oponían; la hizo correr con frecuencia en el campo de batalla, y a
veces en el cadalso. Ha merecido elogios de gentes a las que de haber
sido contemporáneos suyos habría hecho encerrar en la Bastilla y a quie
nes habría castigado juntamente con los regicidas a los que hizo ahorcar
después de obligar a París a rendirse por hambre —porque supo hacer res
petar sus virtudes por los ingratos.
Es forzoso que, si estos panegiristas son consecuentes en su admira
ción por Enrique IV, recuerden que es imposible que tengan de él un
concepto más alto del que tenía el propio monarca de la nobleza de
Francia, cuya virtud, honor, valor, patriotismo y lealtad, constituían su
tema constante.
Pero la nobleza de Francia ha degenerado desde la época de Enri
que IV. Es posible, pero no puedo creer que sea cierto en una gran pro
porción. No pretendo conocer Francia tan a fondo como otros: pero
durante toda mi vida he tratado de conocer la naturaleza humana; en
otro caso sería incapaz de tomar, aun la humilde parte que tomo, en el
servicio de la humanidad. No he podido dejar de ocuparme en ese estu
dio de nuestra naturaleza tal como aparecía modificada en un país que
no está más que a veinticuatro millas de las costas de esta isla. Compa
rando los resultados de mi propia observación con las investigaciones que
he podido hacer, he encontrado que vuestra nobleza estaba compuesta
en gran parte de hombres de alto espíritu y de delicado sentimiento del
honor, tanto por lo que hace a los individuos, como con relación a toda
su corporación, sobre la que mantenían, con mucha mayor intensidad
de lo que es corriente en otros países, un ojo vigilante y censor. Los no
bles estaban tolerablemente bien educados; eran muy serviciales, leales y
hospitalarios; francos y abiertos en su conversación; de buen carácter mi
litar y bastante conocedores de la literatura, especialmente de los autores
que han escrito en su propia lengua. Muchos tenían cualidades superio
res a esta descripción general. Pero me refiero a la mayoría de los que
pude conocer.
Por lo que hace a su conducta respecto de las clases inferiores me
pareció que se comportaban con benevolencia y con alguna mayor fami
liaridad de la que se tiene generalmente entre nosotros en el trato entre
las categorías sociales. Golpear a una persona, aunque fuera de la condi
ción más abyecta, era cosa desconocida y que hubiera resultado altamente
deshonrosa. Eran raros los casos de otros malos tratos a la parte humilde
de la comunidad; y por lo que hace a ataques a la propiedad o a la liber
tad personal del pueblo, nunca oí hablar de ninguno hecho por ellos, ni
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 161
hubiera sido permitida tal tiranía sobre los súbditos mientras prevalecie
ron las leyes que estaban en vigor bajo el antiguo gobierno. En cuanto
propietarios territoriales no les encuentro falta que reprochar, aunque sí
mucho que mejorar y muchas partes en que desear cambios en una gran
parte de las viejas propiedades. Allí donde el arrendamiento de la pro
piedad era por renta, no pude descubrir que sus contratos con los gran
jeros fueran opresores; ni oí que tomasen la parte del león cuando llevaban
las tierras en aparcería con los agricultores —cosa que ocurría con fre
cuencia—. Las proporciones no parecen haber sido injustas. Ha podido
haber excepciones, pero ciertamente eran excepciones. No tengo ningún
motivo para creer que en estos aspectos la nobleza de Francia fuese peor
que la nobleza terrateniente de este país; ciertamente no era, en ningún
aspecto, más vejatoria que los terratenientes plebeyos de su propio país.
Sabéis que muchas partes esenciales del gobierno civil y de la policía no
estaban en manos de aquella nobleza que se presenta a nuestra considera
ción en primer lugar. La renta, cuyo sistema y recaudación eran los as
pectos más opresores del gobierno de Francia, no estaba administrada
por los hombres de espada, que no son responsables de los vicios de sus
principios ni de las vejaciones que ocurrieran en su administración.
Al negar, cosa que puedo hacer con autoridad, que los nobles tuvie
sen parte considerable en la opresión del pueblo, en aquellos casos en que
existía una opresión efectiva, estoy, sin embargo, dispuesto a admitir
que no dejaban de ser responsables de faltas y errores considerables. Una
estúpida imitación de las peores partes de los modales de Inglaterra, con
traria a su natural carácter, sin substituirlo por lo que acaso trataban de
copiar, les ha hecho ciertamente peores de lo que eran antaño. La habi
tual disolución de costumbres prolongada más allá del período de la vida
en que es perdonable, era más común entre ellos que entre nosotros y
reinaba con menos esperanza de remedio, aunque acaso con menos da
ños, porque estaba cubierta con mayor decoro externo. Los nobles fran
ceses favorecieron demasiado esa filosofía licenciosa que ha contribuido
a producir su ruina. Era común en ellos otro error más fatal. Aquellas
gentes del estado llano que se aproximaban o excedían a muchos nobles
en riqueza, no eran admitidos plenamente al rango y estimación que, en
términos de razón y de buena política deberían merecer la riqueza en todo
país, aunque no creo que deba llegar a la igualdad con los de la otra no
bleza. Las dos especies de aristocracia estaban separadas demasiado pun
tillosamente; menos, sin embargo, que en Alemania y en otros países.
Como ya me he tomado la libertad de sugeriros, creo que esta sepa
ración ha sido una de las principales causas de la destrucción de la vieja
nobleza. Especialmente la milicia estaba reservada con demasiada exclu-
IÓ2 TEXTOS políticos: reflexiones
sividad a los hombres de buena familia. Pero después de todo, esto no es
más que un error de opinión que otra opinión contrapuesta habría podido
rectificar. Una asamblea permanente en la que el estado llano hubiese
tenido su parte de poder, habría abolido rápidamente todo lo que hubiera
de demasiado arrogante e insultante en estas distinciones; y aun las fal
tas de moral de la nobleza se habrían corregido probablemente con las
mayores variedades de ocupación y empeños que una constitución por
órdenes hubiera hecho surgir.
Creo que toda esta violenta protesta contra la nobleza es meramente
artificial. Ser honrado y aun privilegiado por las leyes, opiniones y usos
inveterados de un país, desarrollados a consecuencia de prejuicios anti
guos, no tiene nada que pueda provocar horror e indignación en ningún
hombre. Ni siquiera es, en términos absolutos, un crimen ser demasiado
tenaz en la defensa de esos privilegios. La dura lucha que mantiene todo
individuo para conservar la posesión de lo que ha encontrado que le
pertenece y le distingue, es una de las garantías contra la injusticia y el
despotismo que existen en nuestra naturaleza. Actúa como instinto para
asegurar la propiedad y para mantener las comunidades en una situación
estable. ¿Qué hay de malo en esto? La nobleza es un adorno elegante
del orden civil. Es el capitel corintio de la sociedad civilizada. Omnes
boni nobilitate semper favemus, dijo un hombre sabio y bueno.95 Es signo
de una mente liberal y benévola inclinarse a ella con cierta propensión
parcial. Quien desea nivelar todas las instituciones artificiales que han
sido adoptadas para dar cuerpo a la opinión y permanencia a la estima
transitoria no encuentra principio ennoblecedor en su corazón. Es una
triste disposición, maligna y envidiosa, sin gusto por la realidad, ni por
ninguna especie de imagen o representación de la virtud, la que ve con
alegría la caída inmerecida de lo que ha florecido largo tiempo en el
esplendor y el honor. No me gusta ver nada destruido, ni producido en
la sociedad ningún vacío, ni ninguna ruina sobre la faz de la tierra. Por
consiguiente no sufrí ningún desencanto ni insatisfacción cuando mis
investigaciones y observaciones sobre la nobleza francesa no pusieron de
manifiesto la existencia de ningún vicio incorregible ni ningún abuso que
no se pudiera remediar mediante una reforma muy alejada de su aboli
ción. Vuestra nobleza no merecía un castigo; y degradar es castigar.
[El Clero
francés] Con la misma satisfacción encontré un resultado parecido en mis
investigaciones acerca del clero francés. La noticia de que un gran
grupo de hombres está incurablemente corrompido, no es nada agradable
95 Cicerón, Pro Sextio, ix, 21. (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
para mis oídos. No escucho con mucha credulidad a nadie cuando habla
así de aquellos a quienes va a saquear. Cuando se busca el beneficio en
su castigo sospecho más bien que los vicios son fingidos o exagerados.
Un enemigo es mal testigo. Un ladrón es peor. Había indudablemente
vicios y abusos en ese orden y tenía que haberlos. Era una institución
antigua que no había sido revisada con frecuencia. Pero no sé de críme
nes perpetrados por sus miembros que merecieran la confiscación de sus
recursos materiales, ni tampoco esos crueles insultos y degradaciones, ni
esa persecución antinatural que han empleado en vez de haberle dado
una regulación mejor.
Si hubiera alguna causa justa para esta nueva persecución religiosa,
los libelistas ateos —que actúan de trompeteros para animar al populacho
al saqueo— no aman demasiado ninguna corporación, como para no
detenerse con complacencia en los vicios existentes del clero. No lo han
hecho. Se han visto obligados a resucitar historias de épocas antiguas
(que han sacado a luz con industria maligna y desvergonzada), para
encontrar ejemplos de opresión realizados por ese cuerpo o en su favor,
con objeto de justificar como represalias sus propias persecuciones y
crueldades, basándose en principios muy inicuos por ser muy ilógicos.
Después de destruir todas las demás distinciones de familia y genealogía,
inventan una especie de árbol genealógico de crímenes. No es muy
justo castigar a los hombres por los delitos de sus antecesores naturales;
pero adoptar la ficción de un linaje en una sucesión corporativa, como
fundamento para castigar a hombres que no tienen ninguna relación
con los actos culpables, excepto por lo que hace a los nombres y las carac
terísticas generales, es un refinamiento en la injusticia que corresponde
a la filosofía de esta época ilustrada. La Asamblea castiga a unos hom
bres, muchos de los cuales, si no la mayor parte, aborrecen la conducta
violenta de eclesiásticos de épocas anteriores tanto como pueden hacerlo
sus actuales perseguidores y que, de no estar bien seguros de cuáles son
las finalidades para las que se utiliza esa declamación, serían igualmente
enérgicos en la expresión de ese sentimiento.
Las personas colectivas son inmortales en lo que favorecen a sus
miembros, pero no para su castigo. Las naciones mismas son corpora
ciones de ese tipo. Con la misma razón podríamos pensar en Inglaterra
en hacer una guerra implacable a todos los franceses por los males que
nos han hecho en las distintas épocas de nuestras hostilidades mutuas.
Por vuestra parte os podríais sentir justificados para caer sobre los ingleses
por razón de las calamidades inigualadas que produjeron al pueblo
francés las invasiones injustas de los Enriques y los Estuardos. Estaría
mos mutuamente justificados para emprender estas guerras con el mismo
164 TEXTOS políticos: reflexiones
fundamento con que lo estáis para emprender esa persecución no pro
vocada de vuestros actuales compatriotas, basándoos en la conducta de
hombres que llevaban el mismo nombre en épocas pasadas.
No sacamos de la historia las lecciones morales que deberíamos sacar.
Si, por el contrario, la utilizamos sin precauciones, puede viciar nuestra
inteligencia y destruir nuestra felicidad. Hay en la historia una gran
parte que está todavía por desarrollar y que serviría para nuestra instruc
ción, si sacáramos de los errores y debilidades que ha cometido la huma
nidad en el pasado, los materiales de la sabiduría futura. Pervertida la
historia, puede servir como arsenal que nos dé defensivas y ofensivas
para los distintos partidos de la Iglesia y el Estado y medios de mantener
vivas —o de resucitar— las disensiones y animosidades y de añadir com
bustible a la violencia civil. La historia se compone, en su mayor parte,
de las miserias que han traído al mundo el orgullo, la ambición, la
avaricia, la venganza, el deseo, la sedición, la hipocresía, el celo inmode
rado y toda la serie de apetitos desordenados que sacuden la opinión
pública con las mismas
Aquellos de entre vosotros que han robado al clero, creen que se [La
reconciliarán fácilmente con todas las naciones protestantes porque el clero expropiación
al que han saqueado, degradado y reducido a la burla y el escarnio, es el ¿el cler°
clero católico apostólico romano, es decir, el de su pretendida confesión. ‘ranC£S‘
No tengo la menor duda de que aquí, como en todas partes, se encuentran
miserables fanáticos que odian todas las sectas y partidos diferentes del
suyo más de lo que aman la sustancia de la religión y que se sienten más
encolerizados contra quienes difieren de la suya en cualquier plano sis
temático de que se trate, que molestos con aquellos que atacan el funda
mento mismo de nuestra común esperanza. Esos hombres escribirán y
hablarán acerca de esto de la manera que se puede esperar de su tempe
ramento y carácter. Burnet dice que cuando estaba en Francia en el año
de 1863, “el método que llevó al papismo a los hombres más ilustres fué
éste: llegaron a dudar de la totalidad de la religión cristiana. Una vez
hecho esto parecía cosa mucho más indiferente el saber de qué lado o
forma continuaban exteriormente”. Si ésta era entonces la política ecle
siástica de Francia, la Iglesia no ha tenido desde aquella fecha sino motivos
de arrepentimiento: prefería el ateísmo a cualquier forma de religión que
no les agradara. Me inclino a dar crédito al relato de Burnet porque he
observado entre nosotros demasiadas muestras de un espíritu semejante
(un poco de él es ya excesivo). Sin embargo, este modo de obrar no es
general.
Los maestros que reformaron nuestra religión en Inglaterra no se pare
cían en nada a los actuales doctores reformistas de París. Estaban acaso
(como aquellos a quienes se oponían) más influidos por el espíritu de
partido de lo que hubiera sido de desear, pero eran creyentes sinceros, hom
bres de la más exaltada y ferviente piedad, dispuestos a morir (como hicie-
TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
ron algunos de ellos) como verdaderos héroes en defensa de sus ideas
particulares del cristianismo; como lo harían y más alegremente por ese
tronco general de verdad por cuyas ramas lucharon con su sangre. Aque
llos hombres habrían desmentido con horror a estos malvados que pre
tenden tener semejanza con ellos, sin otro título que el de haber saqueado
a las personas con las que han mantenido controversias y haber despre
ciado a la religión común, por cuya pureza tuvieron aquellos un celo que
traduce inequívocamente su altísima reverencia por la substancia de aquel
sistema que deseaban reformar. Muchos de sus sucesores han conservado
el mismo celo, pero (como hombres menos envueltos en conflicto), con
más moderación. No olvidan que la justicia y la caridad son partes esen
ciales de la religión. Los hombres impíos no enaltecen su comunión a
los ojos de los demás mediante la iniquidad y la crueldad contra cualquier
grupo de congéneres.
Oímos constantemente a estos nuevos maestros vanagloriarse de su
espíritu de tolerancia. Que esas personas toleran todas las opiniones, nin
guna de las cuales consideran estimable, es cosa que no tiene ningún
mérito. Un igual desdén no es una amabilidad especial. La clase de
benevolencia que deriva del desprecio no es verdadera caridad. Hay en
Inglaterra muchos hombres que toleran dentro del verdadero espíritu de
tolerancia. Creen que los dogmas de su religión son todos ellos importan
tes, aunque no en el mismo grado y que hay entre ellos, como en to
das las cosas de valor, fundamentos justos de preferencia. En conse
cuencia, favorecen y toleran. Toleran, no porque desprecien las opinio
nes, sino porque respetan la justicia. Protegerían reverentemente y con
afecto todas las religiones, porque aman y veneran el gran principio en
el que todas están de acuerdo y la gran finalidad a que todas ellas aspiran.
Comienzan por distinguir, cada vez con mayor claridad, que tenemos
todos una causa común contra un enemigo común. No se dejan extraviar
por el espíritu de facción, como para no distinguir lo que se hace en favor
de su subdivisión de aquellos actos de hostilidad que van dirigidos contra
el cuerpo total a través de algún grupo particular en el que están incluidos
ellos mismos bajo otra denominación. Es imposible decir cuál pueda ser
la reacción de todos los grupos de hombres que hay entre nosotros. Pero
hablo de la mayor parte y tengo que deciros que para ellos el sacrilegio
no forma parte de la doctrina de las buenas obras; que lejos de sentirse
compañeros vuestros por tal título, si vuestros maestros fuesen admitidos
en su comunión tendrían que ocultar piadosamente su doctrina de la
legalidad de la proscripción de hombres inocentes y tendrían que restituir
todos los bienes robados. Hasta entonces no son de los nuestros.
Podéis suponer que no aprobamos la confiscación que habéis hecho
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 173
de las rentas de los obispos, deanes, cabildos y clero parroquial que poseía
propiedades independientes derivadas de la tierra, porque tenemos la
misma especie de institución en Inglaterra. Esta objeción —diréis— no
puede aplicarse a la confiscación de los bienes de frailes y monjas y la
abolición de sus órdenes. Es cierto que esa parte especial de la confisca
ción general no afecta, en cuanto precedente, a Inglaterra. Pero la razón
implica muchas más cosas y no se detiene ahí. El Parlamento Largo con
fiscó las tierras de los deanes y cabildos de Inglaterra basándose en las
mismas ideas en que vuestra Asamblea ha puesto a la venta las tierras de
las órdenes monásticas. Pero donde está el peligro es en el principio in
justo, no en la clase de personas sobre las que lo hayáis ejercitado por
primera vez. Veo que en un país muy vecino a nosotros se sigue una
política que desafía a la justicia, preocupación común de la humanidad.
Para la Asamblea Nacional de Francia la posesión no es nada, la ley y
el uso no son nada. Veo a la Asamblea Nacional reprobar abiertamente
la doctrina de la prescripción, que uno de los más grandes de sus propios
juristas98 nos dice con razón que constituye parte del Derecho Natural.
Nos dice que entre las causas por las que se instituyó la sociedad civil
figura la determinación positiva de sus límites y la seguridad contra la
invasión de los mismos. Si se quebranta la prescripción una sola vez, ya
no está segura ninguna clase de propiedad, en cuanto constituya un
objeto suficientemente grande para tentar la ambición del poder indi
gente. Me parece que es una práctica que se corresponde perfectamente
con su desprecio por esta gran parte fundamental del Derecho Natural.
Veo que los confiscadores comienzan por los obispos, cabildos y monas
terios; pero no que se detengan allí. Veo a los príncipes de la sangre,
que tenían, por los usos más viejos del reino, grandes propiedades territo
riales, privados de sus posesiones apenas con la cortesía de un debate y
reducidos a una pensión precaria y caritativa que depende de la voluntad
de una Asamblea —la cual, naturalmente, no dará gran importancia a los
derechos de los pensionistas cuando desprecia los de los propietarios lega
les— en lugar de una propiedad estable e independiente. Excitados con
la insolencia de sus primeras victorias nada gloriosas y oprimidos por los
desastres provocados por su ansia de lucro impío, defraudados en sus
esperanzas pero no descorazonados, los expropiadores se han atrevido,
finalmente, a subvertir toda la propiedad, de cualquier clase que sea, en
toda la extensión de un gran reino. Han obligado a todos los hombres a
aceptar, como pago perfecto y como buena moneda de curso legal, los
símbolos de sus especulaciones relativas a la proyectada venta de su botín,
en todas las transacciones comerciales, en la venta de las tierras, en los
98 Domat.
i74 TEXTOS políticos: reflexiones
contratos civiles y en todos los actos de la vida. ¿ Qué vestigios de libertad
o de propiedad han dejado? Los derechos del arrendatario de un huerto,
un año de aquiler de una granja, la clientela de un cervecero o panadero,
la sombra misma de una propiedad son tratados en nuestro Parlamento
con más respeto del que habéis utilizado con las posesiones territoriales
más antiguas y valiosas, en manos de las personas más respetables o con
la totalidad de los intereses financieros y comerciales de vuestro país.
Tenemos un gran concepto de la autoridad legislativa; pero no hemos
soñado nunca que los Parlamentos tengan en modo alguno derecho a
violar la propiedad, a pasar por alto la prescripción o a hacer obligatoria
la circulación de una moneda ficticia, creada por ellos, en lugar de la
real, reconocida por el derecho de las naciones. Pero vosotros, que comen-
zásteis por la negativa a someteros a las restricciones más moderadas,
habéis acabado por implantar un despotismo inaudito. A mi juicio el
argumento en que se apoyan vuestros confiscadores es éste: Que sus pro
cedimientos no pueden ser apoyados por ningún tribunal de justicia, pero
que las reglas de la prescripción no pueden obligar a una asamblea legis
lativa." Así esta asamblea legislativa de una nación libre se reúne, no
para defender la propiedad, sino para destruirla y no sólo para la destruc
ción de la propiedad, sino de toda regla y máxima que pueda darle
estabilidad y de los instrumentos que puedan darle circulación.
Cuando en el siglo xvi los anabaptistas de Münster hubieron llenado
de confusión a Alemania con su sistema nivelador y sus bárbaras opiniones
acerca de la propiedad ¿en qué país de Europa dejó de causar alarma,
con justo motivo, el progreso de su furia? A lo que más teme la prudencia
es al fanatismo epidémico, porque, de todos sus enemigos es aquél contra
el que menos probabilidades tiene de encontrar recursos. No podemos
ignorar el espíritu del fanatismo ateo que está inspirado por una multitud
de escritos, dispersos con gasto y asiduidad increíbles y por sermones pro
nunciados en todas las calles y lugares públicos de París. Esos escritos y
sermones han llenado al populacho de una terrible y bárbara atrocidad
mental que se sobrepone a los sentimientos comunes de la naturaleza, así
como a todos los sentimientos morales y religiosos; tanto más cuanto que
esos desgraciados tienen que soportar con paciencia malhumorada los
desastres intolerables que les han traído las violentas convulsiones y per-
mutuaciones que se han hecho en la propiedad.100 El espíritu de proselitis-
la han hecho pasar por tal, con objeto de animar a los demás. En una carta fechada en
Toul, publicada en uno de sus periódicos se encuentra el siguiente pasaje, que hace refe
rencia a la población de ese distrito: “Dans la Révolution actuelle, ils ont resiste á
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 175
acompaña a este espíritu de fanatismo. Tienen sociedades para intrigar
y mantener correspondencia, tanto en su país como en el extranjero, con
objeto de propagar sus dogmas. La república de Berna, una de las más
felices, prósperas y mejor gobernadas de la tierra, es uno de los grandes
objetos a cuya destrucción aspiran. Me dicen que han conseguido, en
cierta medida, éxito en la tarea de sembrar la semilla del descontento.
Trabajan activamente en Alemania. No han dejado de intentar influir
en Italia y España. Inglaterra no ha quedado fuera de este comprensivo
plan de malévola caridad y hay en Inglaterra quienes les tienden los
brazos y recomiendan desde más de un púlpito que se siga su ejemplo, y
quienes en más de una reunión periódica deciden tener con ellos corres
pondencia pública, aplaudirles y considerarles como modelos dignos de
imitación; quienes reciben de ellos emblemas de confraternidad y estan
dartes consagrados entre sus ritos y misterios;101 quienes sugieren ligas de
amistad perpetua con ellos,102 en el mismo momento en que el poder al
que nuestra constitución ha delegado de modo exclusivo la capacidad
federativa103 de este reino, puede encontrar conveniente hacerles la guerra.
No es por la confiscación de la propiedad de nuestra iglesia por lo
que temo este ejemplo de Francia, aunque ello no sería cosa baladí. La
gran fuente de mi preocupación es que algún día se pueda considerar en
Inglaterra como buena política de un Estado el recurrir a confiscaciones
de cualquier especie que sean, o que un grupo de ciudadanos pueda llegar
toutes les séductions du bigotisme, aux persécutions, et aux tracasseries des ennemis de
la Révolution. Oubliant leurs plus grands intérêts pour rendre hommage aux vues
d’ordre général qui ont déterminé l’Assemblée Nationale, ils voient, sans se plaindre,
supprimer cette foule d’établissements ecclésiastiques par lesquels ils subsistaient; et
même, en perdant leur siàge épiscopal, la seule de toutes ses ressources qui pouvoit ou
plutôt qui devoit, en toute équité, leur être conservie; condamnés à la plus effrayante
misère, sans avoir été ni pu être entendus, ils ne murmurent point, ils restent fidèles aux
principes du plus pur patriotisme; ils sont encore prêts à verser leur sang pour le main
tien de la Constitution, qui va réduire leur ville à la plus deplorable nullité". No se
supone que estas gentes hayan padecido tales sufrimientos e injusticias en una lucha
por la libertad, porque el propio artículo dice con verdad que han sido siempre libres;
su paciencia es mendicidad y ruina y sus sufrimientos, sin protesta, la injusticia más fla
grante y confesada; si es estrictamente verdad no puede ser sino efecto de este horrible
fanatismo. Hay en toda Francia una gran multitud que está en la misma situación y
con sentimientos análogos.
101 La Sociedad patriótica de Nantes regaló a la Sociedad de la Revolución de
Londres un estandarte que aquella había utilizado en uno de sus festivales. En el figu
raban las banderas de los dos países y la inscripción “Pacte Universel”. (T.)
102 Véanse las actas de la confederación de Nantes.
l°3 Burke emplea la palabra federativa en el sentido que le daba Locke, quien con
sidera el poder federativo como uno de los poderes del Estado, a cuyo cargo está la
dirección de la política exterior. (T.)
176 TEXTOS políticos: reflexiones
a considerar a otros como presa adecuada.104 Las naciones se están sumer
giendo cada vez más profundamente en un océano de deudas ilimitadas.
Es probable que al ser excesivas las deudas públicas —que en un principio
constituían una seguridad para los gobiernos, ya que interesaban a muchos
en la tranquilidad pública—, se conviertan en medios de su subversión.
Si los gobiernos hacen frente a estas deudas mediante impuestos elevados,
perecerán al hacerse odiosos al pueblo. Si no les hacen frente, los deshará
el esfuerzo del más peligroso de todos los partidos, a saber el de los
financieros insatisfechos, cuyos intereses habrán quedado lastimados pero
no destruidos. Esos hombres buscan su seguridad en primer término en
la fidelidad al gobierno; en segundo en su poder. Si encuentran que los
gobiernos existentes están exhaustos, gastados y relajados sus resortes en
tal forma que no tienen vigor suficiente para el cumplimiento de sus
fines, buscarán otros nuevos que posean más energía, energía que no
derivará de una adquisición de recursos sino de un desprecio por la justi
cia. Las revoluciones son favorables a la confiscación y es imposible saber
bajo qué nombres odiosos serán autorizadas las próximas confiscaciones.
Estoy seguro de que los principios que predominan en Francia, se extien
den a muchas personas y grupos de personas de todos los países, que creen
que su indolencia inofensiva constituye una seguridad. Esta especie de
inocencia de los propietarios puede ser considerada como inutilidad, e
inutilidad que se convierte en ineptitud para el manejo de sus propieda
des. Muchas partes de Europa están en franco desorden; en muchas otras
hay una murmuración subterránea; se siente un movimiento confuso que
amenaza un terremoto general en el mundo político. Se están formando
en varios países confederaciones y correspondencias del carácter más ex
traordinario.105 En tal estado de cosas, debemos mantenernos en guardia.
104 Si plures surtí ii quibus improbe datum est, quam illi quibus injuste ademptum est,
idcirco plus etiam valent? Non enim numero haec judicantur sed pondere. Quam autem
habet aequitatem, ut agrum multis annis, aut etiam saeculis ante possessum, qui nullum
habuit habeat; qui autem habuit amittat? Ac, propter hoc injuriae genus, Lacedaemonii
Lysandrum Ephorum expulerunt: Agin regem (quod nunquam antea apud eos acciderat)
necaverunt: exque eo tempore tantae discordiae secutae sunt, ut et tyranni existerint, et
optimates exterminarentur, et praeclarissime constituta respublica dilaberetur. Nec vero
solum ipsa cecidit, sed etiam reliquam Graeciam evertit contagoinibus malorum, quae a
Lacedaemoniis profecate manarum latius. Después de hablar de la conducta del modelo
de los verdaderos patriotas, Aratus de Sicyon, que tenía un espíritu muy distinto dice:
“Sic par est agere cum civibus; non ut bis jam vidimus, hastam in foro ponere et bona
civium voci subjicere praeconis. At Ule Graecus (id quod fuit sapientis et preastantis viri)
ómnibus consulendum esse putavit; eaque est summa ratio et sapientia boni civis, commoda
civium non divellere, sed omnes eadem aequitate continere”. Cicerón, De Officiis, I, 2.
105 Véanse dos libros titulados: Einige Originalschriften des llluminatenordens y
System und Folgen des llluminatenordens. Munich 1787.
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 177
La circunstancia que más servirá en todas las mutaciones (si es que ha
de haberlas) para embotar el filo de sus daños y para promover lo que
pueda haber de bueno en ellas, es la de que nos encuentren tenaces en la
justicia y amigos de la propiedad.
Pero se dirá que esta confiscación de Francia no debía alarmar a las
demás naciones. No se hace por rapacidad ambiciosa, sino que es una
gran medida de política nacional, que se ha adoptado para eliminar un
daño extenso, inveterado y supersticioso. Sólo con gran dificultad soy
capaz de separar la política de la justicia. La justicia es en sí la gran polí
tica permanente de la sociedad civil y cualquier desviación de ella, en
cualquier circunstancia, suscita la sospecha de no ser en absoluto política.
Es injusto que cuando las leyes existentes estimulan a los hombres a
vivir de una cierta manera y se protege ese modo de vida como ocupación
legítima —cuando han acomodado a ella todas sus ideas y hábitos, cuando
el derecho ha convertido desde hace mucho tiempo la adhesión a sus
reglas en fundamento de buena reputación y la separación de ellas es
causa de deshonor e incluso de castigo—, el parlamento, por un acto
arbitrario ofenda con repentina violencia sus mentes y sentimientos y les
degrade a la fuerza de su estado y condición estigmatizando con vergüen
za e infamia aquel modo de vida y aquellas costumbres que antes habían
sido consideradas como medida de su felicidad y su honor. Si se añade a
esto que se les expulsa de sus moradas y se confiscan todos sus bienes, no
Soy lo suficientemente sagaz para descubrir medio de que esta despótica
manera de convertir en juguete sentimientos, conciencias, prejuicios y pro
piedades de los hombres, pueda distinguirse de la tiranía más extremada.
Si la injusticia de la política desarrollada en Francia es clara, debería
ser al menos igualmente evidente e importante lo político de la medida,
es decir, el beneficio público que pueda derivarse de ella. A un hombre
que no actúa bajo la influencia de la pasión, que no tiene a la vista en sus
proyectos sino el bien público, le saltará inmediatamente a los ojos una
gran diferencia entre lo que la política puede aconsejar respecto a la in
troducción originaria de tales instituciones y el problema de su abolición
total una vez que sus raíces han penetrado tan hondo y con tanta exten
sión y que cosas más valiosas que aquéllas están tan adaptadas a ellas por
hábitos añejos y ligadas de tal manera con ellas que no se puede destruir
las unas sin poner en grave peligro las otras. Si el problema fuese real
mente tal como en su despreciable modo de argumentar lo presentan los:
sofistas, su posición podría ser embarazosa, pero en esto como en todas
las cuestiones políticas hay un término medio. Hay algo más que la mera
alternativa entre la destrucción total y la subsistencia sin reformas. Spar-
tam nactus est; hanc exorna. Esta regla está, a mi juicio, llena de buen
178 textos políticos: reflexiones
lera—: . Mas ni sabes de donde’viene ni a donde vaya” Burke no dice más que “The
winds blow as they list”, literalmente “los vientos soplan mientras ellos escuchan.” (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 179
dirección de un instrumento tal como el que existía en la riqueza, la disci
plina y los hábitos de corporaciones tales como las que habéis destruido
precipitadamente, no puede encontrar ningún medio de convertirlo en un
beneficio grande y duradero para su país. Una mente ingeniosa encuentra
un millar de usos para tal instrumento. Destruir cualquier instrumento
surgido de la fuerza creadora de la mente humana es casi equivalente —en
el mundo moral— a lo que supondría en el mundo material la destrucción
de las propiedades activas de los cuerpos. Sería como el intento de destruir
(si estuviera en nuestro poder hacerlo) la fuerza expansiva del aire fijo
en el nitro o la fuerza del vapor, de la electricidad o del magnetismo. Es
tas energías han existido siempre en la naturaleza y siempre se han podido
observar . Algunas parecían inútiles, otras perjudiciales, otras útiles nada
más como juego de niños; hasta que la capacidad contemplativa, combi
nada con la habilidad práctica subyugó su naturaleza salvaje, domesticán
dolas en forma que permite utilizarlas y convirtiéndolas a su vez en los
agentes más poderosos y manejables, obedientes a las grandes empresas y
designios de los hombres. ¿ Os parecieron demasiado grandes para vues
tra capacidad cincuenta mil personas cuyo trabajo mental y corporal po
díais dirigir y tantos cientos de años de una renta que no era ociosa ni
supersticiosa ? ¿ No teníais otro medio de utilizar a esos hombres sino con
virtiendo a los monjes en pensionistas ? ¿ No teníais otro medio de obte
ner los beneficios de la renta sino recurriendo al procedimiento ineficaz
de malvender la propiedad? Si estábais tan desprovistos de capacidad
mental, el procedimiento ha seguido su curso natural. Vuestros políticos
no entienden el oficio y por eso venden las herramientas.
Pero las instituciones de que se trata tienen sabor de superstición en
su principio mismo y lo alimentan mediante una influencia permanente y
duradera. No quiero discutir eso, pero ello no debería impediros obtener
de la superstición misma toda clase de recursos que se puedan sacar de
ella para ventaja pública. Obtenéis beneficios de muchas disposiciones y
pasiones de la mente humana que a los ojos de la moral son de un color
tan dudoso como la superstición misma. Os correspondía corregir y mi
tigar todo lo que había de perjudicial en esa pasión, como en todas las
pasiones, pero ¿ es la superstición el mayor de los vicios posibles ? En sus
posibles excesos creo que se convierte en un grandísimo mal. Sin embar
go, es un problema moral y admite toda clase de grados y modificaciones.
La superstición es la religión de las mentes débiles y en asuntos de poca
monta hay que tolerarles una mezcla de ella, de forma más o menos entu
siasta, so pena de privar a esas mentes débiles de un recurso que necesitan
incluso las más fuertes. El cuerpo de toda religión verdadera consiste,
evidentemente, en la obediencia a la voluntad del Soberano del mundo, la
i8o TEXTOS políticos: reflexiones
confianza en sus declaraciones y la imitación de sus perfecciones. El resto
es nuestro. Puede ser perjudicial para la gran finalidad o puede favore
cerla. Los hombres prudentes que, en cuanto tales, no son admiradores
(o al menos no son admiradores de los Muñera Terrae), no se adhieren
violentamente a estas cosas, ni las odian tampoco violentamente. El más
severo correctivo de la locura no es la prudencia. Son las locuras rivales
las que se hacen una guerra sin cuartel y que hacen de sus ventajas un uso
todo lo cruel que pueden en la medida en que logran atraer a un bando
o a otro al vulgo que no conoce la moderación. La prudencia debe set
neutral, pero si en la lucha entre la unión cordial y la antipatía fiera res
pecto a las cosas que en sí no están hechas para producir tales calores, un
hombre prudente se viera obligado a elegir cuáles de los errores y excesos
de entusiasmo debe condenar o soportar, acaso pensase que la superstición
que construye es más tolerable que la que destruye —que la que adorna a
un país es preferible a la que lo deforma, la que da a la que saquea, la que
se dedica a una beneficencia equivocada a la que estimula una injusticia
real, la que lleva a un hombre a negarse a sí mismo placeres legítimos a la
que priva a otros de la precaria subsistencia de su abnegación—. Tal es, a
mi juicio, aproximadamente, la diferencia que hay entre los fundadores
de la superstición monástica y la superstición de los pretendidos filósofos
actuales.
Por el momento aplazo toda consideración del supuesto beneficio pú
blico de la venta, que por otra parte, considero perfectamente ilusorio.
Lo voy a considerar aquí exclusivamente como una transferencia de pro
piedad. Voy a molestaros únicamente con unas pocas reflexiones acerca
de la conveniencia de tal transferencia.
En toda comunidad próspera se produce algo más de lo que sirve
para la subsistencia inmediata del productor. Este sobrante forma la renta
del capitalista terrateniente. Un propietario que no trabaja la gastará.
Pero esta ociosidad es en sí misma fuente de trabajo; ese reposo espolea
la industria. La única preocupación del Estado consiste en que la renta
de la tierra vuelva a la industria de donde salió y que su gasto se haga con
el menor detrimento posible de la moral de quienes lo efectúan y de aque
llos a quienes vuelve.
En todas las consideraciones de ingresos, gastos y empleo personal
un legislador desapasionado debe comparar cuidadosamente al poseedor
a quien recomienda expulsar de su propiedad con el extraño con quien se
propone ocupar su puesto. Antes de que se produzcan todos los inconve
nientes que forzosamente tienen que seguir a todas las revoluciones vio
lentas en la propiedad, producidas por una confiscación extensa, debería
mos tener la seguridad racional de que los compradores de la propiedad
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 181
confiscada serán, en grado considerable, más trabajadores, más virtuosos,
más sobrios, menos dispuestos a privar al trabajador de una proporción
excesiva de sus ganancias o a consumir en sí mismos una parte mayor que
la precisa para las necesidades de un individuo; o de que están cualifi
cados para gastar el exceso de modo más firme e igual en relación con
las finalidades de interés público que los viejos poseedores, llámense obis
pos, canónigos, abades in commendam, monjes o como queráis. Los frai
les son holgazanes. Démoslo por aceptado. Supongamos que no hacen
otra cosa sino cantar en el coro. Tienen una ocupación tan útil como la
de quienes no cantan ni hablan. Tan útil incluso como la de quienes can
tan en escena. Tienen una ocupación tan útil como si trabajasen desde el
alba hasta el oscurecer en las innumerables ocupaciones serviles, degradan
tes, indecorosas, poco viriles, a menudo insalubres y pestilentes a las que
están obligados inevitablemente por la economía social tantos desgracia
dos. Si no fuera generalmente pernicioso perturbar el curso natural de
las cosas e impedir, en cualquier grado que sea, que gire la gran rueda
de la circulación, impulsada por el trabajo de esos desgraciados, creo que
sería mucho más natural que rescatásemos a éstos de su miserable indus
tria que perturbar el tranquilo reposo de la quietud monacal. La huma
nidad y acaso la política justificarían más lo uno que lo otro. Es un tema
sobre el que he reflexionado mucho y nunca sin sentimiento. Estoy se
guro de que ninguna consideración, aparte la necesidad de someterse al
yugo del lujo y al despotismo de la fantasía que distribuirá, con sus pro
cedimientos imperativos, el exceso del producto del suelo, puede justificar
que en un Estado bien regulado se toleren tales industrias y empleos. Pero
para esta finalidad distributiva me parece que los gastos ociosos de los
monjes están tan bien empleados como los gastos ociosos de los laicos.
Si las ventajas de la posesión y las del proyecto son equiparables, no
hay motivo para cambiar. Pero en el caso presente acaso no son equipara
bles y la diferencia está en favor de la posesión. No me parece que los
gastos de aquellos a quienes vais a expulsar tengan una dirección que
lleve directa y generalmente a viciar, degradar y hacer miserables a aque
llos a través de quienes pasan, como ocurre con los gastos de esos favoritos
que estáis introduciendo en sus casas. ¿Por qué los gastos de una gran
propiedad territorial, que constituyen una dispersión del exceso del pro
ducto del suelo van a parecemos intolerables a vos o a mí, cuando se
encaminan a la acumulación de grandes bibliotecas que contienen la his
toria de la fuerza y la debilidad de la humanidad; grandes colecciones de
documentos; medallas y monedas antiguas que dan testimonio y explican
las leyes y costumbres; de grandes monumentos a los muertos que con
tinúan las consideraciones y conexiones con la vida más allá de la tumba;
182 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
colecciones de ejemplares de la naturaleza que se convierten en asamblea
representativa de todas las clases y familias del mundo que, por el hecho
de estar reunidas, facilitan y, al excitar la curiosidad, abren las avenidas de
la ciencia? Si mediante la existencia de instituciones grandes y perma
nentes se aseguran mejor estas maneras de gasto contra el juego incons
tante del capricho y la extravagancia personal ¿ son peores que si preva
leciesen los mismos gustos en individuos aislados? ¿No corren el sudor
del albañil y el carpintero tan abundante y saludablemente en la cons
trucción y reparación de los edificios majestuosos de la religión como las
mismas tareas hechas en las barracas pintadas y las pocilgas sórdidas del
vicio, y tan honorable y beneficiosamente al reparar esas obras sagradas
envejecidas a lo largo de innumerables años como al hacer los receptáculos
momentáneos de la voluptuosidad transitoria, los teatros de ópera, los
burdeles, las casas de juego, los clubes y los obeliscos del Campo de
Marte ? ¿ Está peor empleado el producto del olivo y de la viña en el sus
tento frugal de personas a quienes las ficciones de una imaginación piadosa
elevan en dignidad al dedicarlas al servicio de Dios, que en hartar a la
multitud innumerable de las gentes a las que se degrada haciéndoles cria
dos inútiles que sirven al orgullo de un hombre? ¿Son un gasto menos
digno del hombre prudente el adorno de los templos que las cintas y los
lazos, las escarapelas de los colores nacionales, las peúls maisons y los petil
soupers (sic) y todas las innumerables afectaciones y locuras en las que
la opulencia malgasta el peso de su superfluidad ?
Toleramos incluso esto, no por amor a ello, sino por miedo a algo
peor. Lo toleramos porque la propiedad y la libertad exigen en un cierto
grado esa tolerancia. Pero ¿por qué proscribir ese otro uso de las propie
dades que es más laudable desde todos los puntos de vista? ¿Por qué
obligar a la fuerza, mediante la violación de toda propiedad y el ultraje
a todo principio de libertad, a ir de lo mejor a lo peor?
Esta comparación entre los nuevos individuos y la vieja corporación
se basa en el supuesto de que no fuera posible hacer una reforma en la
última. Pero por lo que hace a reformas creo siempre que las personas
sociales (corporate bodies), tanto simples como compuestas de muchas,
son, por lo que respecta al uso de su propiedad y la regulación de los
hábitos y modo de vida de sus miembros, mucho más susceptibles de una
dirección pública por el poder del Estado, de lo que puede ser nunca el
ciudadano privado, ni siquiera de lo que debería ser; y me parece que esta
es una consideración de gran importancia para aquellos que emprenden
cualquier cosa que merezca el nombre de empresa política. Hasta aquí
por lo que hace a la propiedad de los monasterios.
Por lo que se refiere a las propiedades en poder de los obispos, cañó-
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
nigos y abades ad commendam, no puedo encontrar la razón de que
algunas propiedades territoriales no puedan ser poseídas por un título
que no sea la herencia ¿ puede cualquiera de estos expoliadores filosóficos
demostrar el mal positivo o relativo de tener una cierta parte, aunque sea
grande, de propiedad territorial pasando en sucesión a través de unas
personas, cuyo título es siempre en teoría y a menudo en la práctica un
grado eminente de piedad moral y de erudición; una propiedad que, a
su vez, dado su destino, proporciona —a base del mérito— apoyo y reno-
vación a las familias más nobles y medios de dignificarse y elevarse a las
más bajas; una propiedad cuya tenencia implica el cumplimiento de
algún deber (cualquiera que sea el valor que queráis atribuir al último)
y el carácter de cuyos propietarios exige, por lo menos decoro exterior y
gravedad de maneras; que tiene que proporcionar una hospitalidad gene
rosa, pero moderada; y parte de cuya renta han de considerar quienes la
disfrutan como un fideicomiso para finalidades caritativas y que incluso
cuando son infieles a la confianza en ellos depositada, cuando se apartan
del carácter que les es propio y degeneran en lo que es un noble o un
caballero seglar, no son, en modo alguno, peores que quienes pueden
sucederles en la posesión de sus propiedades? ¿Es mejor que posean las
propiedades quienes no tienen ninguna obligación que quienes tienen
una? ¿quienes no tienen en los gastos de su propiedad otra regla ni direc
ción sino su propia voluntad y apetitos, en vez de aquellos cuyo carácter
y destino les impelen a tener virtudes? Tampoco es cierto que estas pro
piedades tengan el carácter y los males que se suponen inherentes a las
manos muertas. Pasan de mano en mano con una circulación más rápida
que cualquier otra. Ningún exceso es bueno; por consiguiente, puede
llegar a haber una proporción demasiado grande de propiedad territorial
oficialmente poseída en forma vitalicia; pero no me parece que suponga
un daño material a ninguna comunidad el hecho de que existan algunas
propiedades que puedan ser adquiridas por medios distintos de la previa
adquisición de dinero.
Esta carta se ha hecho demasiado larga, aunque es breve en relación [La obra
con la extensión infinita de la materia. De tiempo en tiempo ha habido de la
varias ocurrencias que han distraído mi atención del tema. No lamento ¿íaTt*blea
haberme tomado tiempo para estudiar si en la actuación de la Asamblea acion ■*
Nacional podía encontrar motivos para cambiar o atenuar algunos de mis
primeros sentimientos. Pero todo me ha confirmado con más fuerza en
mis opiniones primeras. Mi propósito original era estudiar los principios
de la Asamblea Nacional con respecto a las instituciones (establishments)
184 textos políticos: reflexiones
expresado con toda la claridad posible el principio en que se basan todas las actuaciones
de aquella —nada puede ser más sencillo—: "Tous les établissements en Trance couron-
nent le malheur du peuple: pour le rendre heureux il faut les renouveler; changer ses
idées; changer ses lois; changer ses moeurs; .. .changer les hommes; changer les choses;
changer les mots; .. .tout détruire; oui, tout détruire; puisque tout est a récréer". Este
caballero fué elegido presidente de una Asamblea que no celebra sus sesiones en las
Quinze-Vingt o las Petits-Maisons; ni está compuesta de personas que afirmen no ser
seres racionales; pero ni sus ideas, ni su lenguaje, ni su conducta se diferencian* en el más
mínimo grado de los discursos, opiniones y actos de quienes, dentro y fuera de la Asam
blea, dirigen el funcionamiento de la máquina que hoy gobierna en Francia.
i88 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
modo de reforma exigiría probablemente muchos años.” Sin duda, que
podría exigirlos y que debería exigirlos además. Una de las excelencias
de un método en el cual el tiempo figura entre los ayudantes es que la
actuación es lenta y en algunos casos casi imperceptible. Si la circunspec
ción y la preocupación constituyen parte de la prudencia cuando trabaja
mos sobre materias inanimadas, tiene que ser parte también de nuestra
obligación cuando el objeto de nuestra demolición y construcción no lo
constituyen el ladrillo y la madera, sino seres sensibles, a los que la alte
ración repentina de su estado, situación y hábitos, puede hacer desgracia
dos. Pero parece como si la opinión que prevalece en París fuera la de que
un corazón insensible y una confianza sin límites son las únicas cualifica-
ciones del perfecto legislador. Mis ideas acerca de tan alto oficio son muy
distintas. El verdadero legislador debe tener el corazón lleno de sensibi
lidad. Debe amar y respetar a sus semejantes y temerse a sí mismo. Se
puede dejar a su temperamento que capte su objetivo final con una ojeada
intuitiva; pero sus movimientos hacia él deben ser deliberados. Como un
arreglo político es una tarea que persigue fines sociales, debe hacerse
únicamente por medios sociales. La inteligencia tiene que conspirar con
la inteligencia. Se requiere tiempo para conseguir esa unión de inteligen
cias que es lo único que puede producir el bien al que aspiramos. Nuestra
paciencia logrará más que nuestra fuerza. Si se me permite apelar a lo
que parece estar tan pasado de moda en París —aludo a la experiencia—,
os diría que en el curso de mi vida he conocido y, dentro de mis posibili
dades, cooperado con grandes hombres y que ño he visto aún ningún plan
que no haya sido mejorado por las observaciones de quienes eran muy
inferiores en inteligencia a la persona que asumió la dirección del asunto.
Mediante un progreso lento, pero sostenido, se vigila el efecto de cada
paso; el buen o mal éxito del primero nos ilumina para dar el segundo
y así de luz en luz, somos guiados con seguridad a lo largo de toda la
serie. Vemos así que las partes no chocan entre sí ni con el sistema. Los
males que hay latentes aun en las medidas más prometedoras se van
resolviendo conforme surgen. Se sacrifica lo menos posible una ventaja
a las demás. Compensamos, reconciliamos, contrapesamos. Podemos unir
en un todo consistente las distintas anomalías y principios contrapuestos
que se encuentran en las mentes y en los asuntos de los hombres. Y de
ahí surge una excelencia no de simplicidad, sino muy superior; una exce
lencia de composición. Allí donde están implicados los grandes intereses
de la humanidad, a través de una larga sucesión de generaciones, debería
concederse a esa sucesión alguna parte en los consejos que han de afectar
tan profundamente a los hombres. Si la justicia exige esto, la obra misma
exige la colaboración de una suma de inteligencias mayor de la que puede
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 189
darse en una sola época. Basándose en esta concepción los mejores legis
ladores se han contentado con implantar un principio director de gobier
no, sólido y seguro; una fuerza semejante a lo que han llamado algunos
filósofos naturaleza plástica; y una vez fijado el principio le han dejado
actuar por sí.
Actuar de este modo, es decir, con arreglo a un principio director y
con energía prolifica es, para mí, criterio de profunda sabiduría. Lo que
vuestros políticos consideran ser la marca de un genio audaz y osado son
únicamente pruebas de una deplorable falta de capacidad. Con su prisa
violenta y su desafío a los procesos de la naturaleza, se entregan ciega
mente a cualquier proyectista o aventurero, a cualquier alquimista o arbi
trista. Desesperan de conseguir nada de lo que es corriente. En su sistema
terapéutico la dieta no es nada. Lo peor de ello es que el desesperar de la
posibilidad de la curación de las enfermedades corrientes por métodos
regulares, no es sólo consecuencia de un defecto de comprensión, sino,
mucho me lo temo, de una disposición maligna. Vuestros legisladores
parecen haber formado sus opiniones acerca de todas las profesiones, ran
gos y cargos en las declamaciones y bufonadas de los humoristas, que se
asombrarían si se les creyera obligados a seguir al pie de la letra sus propias
descripciones. Al escucharles sólo a ellos, vuestros jefes consideran todas
las cosas únicamente desde el lado de sus vicios y defectos y ven esos
vicios y defectos con toda clase de exageraciones. Es indudablemente
cierto, aunque pueda parecer paradójico, el hecho de que, en general,
quienes se dedican habitualmente a buscar y exhibir defectos, no están
cualificados para la tarea de reformas, porque sus inteligencias no sólo
están desprovistas de patrones de lo bueno y aceptable, sino que llegan a
habituarse a no encontrar placer en la contemplación de las grandes cosas.
Por odiar demasiado los vicios acaban por amar demasiado poco a los
hombres. No es, pues, maravilla que estén mal dispuestos y sean incapa
ces de servirlos, de donde surge esa predisposición congènita de alguno
de vuestros guías a derribar todo hecho pedazos. En este juego maligno
despliegan toda la malicia de su habilidad cuadrumana. Por lo demás,
estos señores no toman las paradojas de escritores elocuentes —hechas
puramente como un juego de fantasía en que ejercitar sus talentos, para
llamar la atención y provocar la sorpresa— con el espíritu con que las
produjeron sus autores, como medios de cultivar su gusto y mejorar su
estilo; para ellos estas paradojas se convierten en métodos serios de acción,
basándose en los cuales tratan de regular los asuntos más importantes del
Estado. Cicerón describe a Catón —ridiculizándole— tratando de actuar
en la comunidad según las paradojas de escuela en que ejercitaban su
ingenio los estudiantes primerizos de la filosofía estoica. Si esto era cierto
190 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
de Catón, estos señores le copian en la misma forma que algunos de sus
contemporáneos —pede nudo Catonem—. Mr. Hume me contó que co
nocía por el propio Rousseau los secretos de sus principios de composición.
Aquel agudo, aunque excéntrico, observador se había dado cuenta de que
para intrigar e interesar el público hay que presentar lo maravilloso; que lo
maravilloso de la mitología pagana había perdido hacía mucho tiempo
su eficacia; que los gigantes, magos, hadas y los héroes de los romances
que les sucedieron, habían agotado la capacidad de credulidad correspon
diente a su época; y que al escritor actual no le quedaban más que aquellas
especies de maravillas aún por crear y que pueden tener un efecto tan
grande como las anteriores, aunque en forma distinta; esto es, lo mara
villoso de la vida, los modos de conducta, los caracteres y las situaciones
extraordinarias que dan lugar a golpes nuevos y desconocidos en la polí
tica y en la moral. Creo que si Rousseau estuviera aún vivo y en uno de
sus intervalos lúcidos, se mostraría escandalizado ante el frenesí práctico
de sus discípulos que son serviles imitadores de sus paradojas y que des
cubren en su incredulidad misma una fe implícita.
Los hombres que emprenden tareas considerables, aunque sea de
modo regular, deben darnos razones que nos hagan presumir su capacidad.
Pero el médico del Estado que, no satisfecho con curar las enfermedades,
emprende la tarea de regenerar las constituciones, debería exhibir poderes
extraordinarios. Quienes no apelan en sus proyectos a ninguna práctica,
ni copian ningún modelo, deberían dar previamente pruebas desusadas
de sabiduría. ¿Se ha puesto de manifiesto algo parecido? Voy a exami
nar (en forma demasiado breve para la importancia del tema) lo que ha
hecho la Asamblea, en primer lugar con respecto a la constitución del
legislativo; en segundo, en lo que atañe a la del poder ejecutivo; después,
en lo relativo al judicial; a continuación, en lo que se refiere al modelo de
ejército, para concluir con el sistema financiero; para ver si podemos
descubrir en alguna parte de sus planes la capacidad portentosa que pueda
justificar la superioridad que estos osados emprendedores pretenden tener
sobre la humanidad.
[/. El poder
legislativo] Deberíamos encontrar la mejor muestra de su capacidad en el mode
lo del soberano109 y en la parte directora de esta nueva república. Es aquí
donde debería demostrar el título en que se basa para hacer sus orgullosas
demandas. Por lo que se refiere al plan en su conjunto y a las razones en
l°9 Recuérdese que para Locke el poder legislativo es supremo, aunque no lo califica
de soberano. (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA I9I
que se basa, voy a referirme al Diario de la Asamblea correspondiente a
la sesión del 29 de septiembre de 1789 y a sus actos posteriores que han
introducido algunas alteraciones en el referido plan. Hasta donde puedo
ver alguna luz en una materia un tanto confusa, el sistema, en lo sustan
cial, sigue siendo tal como fué pensado originariamente. Mis escasas
observaciones van a referirse a su espíritu, su tendencia y su aptitud para
servir de esqueleto a una comunidad popular tal como afirma que es la
suya, su adecuación a los fines para los cuales se crea una comunidad
política, y particularmente para esa comunidad. A la vez pretendo consi
derar su congruencia consigo mismo y con sus propios principios.
Las instituciones viejas son juzgadas por sus efectos. Si los pueblos
son felices, unidos, ricos y poderosos, concluimos que debe ser bueno aque
llo de donde deriva lo bueno. En las instituciones antiguas se han encon
trado diversos correctivos para sus aberraciones teóricas. Son, en reali
dad, resultado de distintas necesidades y expedientes. A veces no se basan
en ellas. Vemos en ellas a menudo mejor conseguido el fin allí donde los
medios parecen no ser perfectamente conciliables con lo que podemos
presumir que era el plan original. Los medios mostrados por la expe
riencia pueden ser más adecuados a los fines políticos que los medios
imaginados en el proyecto original. Además los medios reaccionan sobre
la constitución primitiva y a veces incluso mejoran la estructura de la que
parecen haberse apartado. Creo que de todo esto se pueden encontrar
ejemplos curiosos en la constitución británica. En el peor de los casos se
descubren los errores y desviaciones de toda especie de cálculos y una vez
que se toman en cuenta el navio prosigue su rumbo. Este es el caso en las
viejas instituciones; pero en un sistema nuevo y meramente teórico se es
pera que toda invención responda a sus fines, especialmente cuando los
proyectistas no se ven embarazados con ningún intento de acomodar el
nuevo edificio a uno viejo, tanto por lo que respecta a las paredes como
en lo tocante a los cimientos.
Los constructores franceses se proponen —eliminando como meros
escombros todo lo que habían encontrado y nivelándolo todo como hacen
sus jardineros— hacer descansar todo el legislativo, local y general, sobre
tres bases de tres especies distintas: geométrica la una, aritmética otra y
financiera la tercera; denominan a la primera la base de territorio; a la
segunda la base de población y a la tercera la base de contribución. Para
cumplir el primero de estos propósitos dividen el área de su país en ochenta
y tres pedazos, regularmente cuadrados de dieciocho leguas por dieciocho.
Denominan a estas grandes divisiones Departamentos. Los subdividen,
siguiendo el procedimiento de la cuadrícula, en mil setecientos veinte dis
tritos denominados Communes. A su vez éstas son de nuevo subdivididas,
192 TEXTOS políticos: reflexiones
siguiendo siempre la medida cuadrada, en distritos más pequeños deno
minados Cantones, cuyo número asciende en total a seis mil cuatrocientos.
A primera vista esta base geométrica no presenta nada que admirar
ni que censurar. No exige grandes talentos legislativos. Para realizarla no
se requiere más que un agrimensor cuidadoso con su cadena, su mira y
su teodolito. En las antiguas divisiones del país los límites estaban deter
minados por los diversos accidentes en las diversas épocas y el flujo y re
flujo de las diversas propiedades y jurisdicciones. Tales límites no fueron
evidentemente establecidos con arreglo a un sistema fijo. Tenían algunos
inconvenientes; pero eran inconvenientes para los cuales el uso había
encontrado remedios y el hábito había dado acomodación y paciencia. En
este nuevo pavimento cuadriculado y en esta organización y semiorgani-
zación basada en el sistema de Empédocles y Buffon y no sobre ningún
principio político, es imposible que dejen de surgir innumerables incon
venientes locales, a los que los hombres no están acostumbrados. Pero no
me voy a ocupar de ellos porque especificarlos exigiría un conocimiento
preciso del país, conocimiento que no poseo.
Cuando estos medidores estatales vieron realizado su trabajo de me
dida se encontraron con que la cosa más falaz que hay en política es la
demostración geométrica. Entonces recurrieron a otra base (o más bien
contrafuerte) para cimentar el edificio que, construido sobre cimientos
tan falsos, se bamboleaba. Era evidente que la bondad del suelo, el nú
mero de la población, su riqueza y la largueza de su contribución hacían
variaciones tan infinitas entre cuadrado y cuadrado que convertían la
medida en un patrón totalmente ridículo para apreciar la fuerza de la co
munidad y la igualdad geométrica en la más desigual de todas las medi
das de la distribución de los hombres. Sin embargo, no pudieron aban
donarla. Pero dividiendo su representación civil y política en tres partes
atribuyeron una de esas partes a la medida cuadrada, sin haber hecho un
solo cálculo para averiguar si la proporción territorial de la representación
era justa y debía efectivamente ser de un tercio. Sin embargo, habiendo
dado a la geometría ese tercio de viudedad110 —como cumplido, supongo,
a su ciencia sublime— dejaron los dos tercios restantes para ser reparti
dos entre las otras dos bases: población y contribución.
Cuando trataron de proveer para la población no pudieron seguir un
camino tan llano como el que habían encontrado en el campo de la geo
metría. En ese punto fué la aritmética la que vino a apoyar su metafísica
jurídica. Si se hubiesen atenido a sus principios metafísicos, el procedi
miento aritmético húbiera sido bien sencillo. Los hombres son para ellos
estrictamente iguales y tienen iguales derechos en el gobierno. Con arre-
110 Tercio de las propiedades del marido a que tenía derecho la viuda. (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 193
glo a este sistema, cada cabeza tendría su voto y cada hombre votaría
directamente para elegir la persona que había de representarle en la
Asamblea legislativa. “Pero suavemente—por grados regulares, todavía
no.111 Este principio metafísico al que han tenido que someterse las
leyes, las costumbres, los usos, la política y la razón, tiene que someterse
a su albedrío. Tiene que haber muchos escalones y algunas etapas antes
de que el representante pueda entrar en contacto con sus representados.
Como veremos pronto estas dos personas no han de tener entre sí ninguna
clase de comunión. En primer lugar los votantes de los Cantones, que
componen lo que se denomina asambleas primarias, necesitan tener una
cualificación. ¡Cómo! ¿una cualificación para los derechos indestructi
bles del hombre? Sí. Pero una cualificación muy pequeña. Nuestra in
justicia será muy poco opresora; únicamente el pago de una contribución
equivalente al valor local de tres jornadas de trabajo. Admito que no es
demasiado en ningún aspecto, aparte la total subversión de vuestro prin
cipio nivelador. Como cualificación podría ser dejada de lado, porque
no responde a ninguno de los criterios por los cuales se establecen las cua-
lificaciones y, dentro de vuestras ideas, excluye del voto a los hombres
cuya igualdad natural necesita más la protección y la defensa; aludo al
hombre que no tiene más que su igualdad natural. Le obligáis a comprar
el derecho que le habíais dicho anteriormente que la naturaleza le había
dado gratuitamente en el momento de su nacimiento y del que ninguna
autoridad sobre la tierra podía privarle legítimamente. Con respecto a la
persona que no puede acudir a vuestro mercado se establece desde el co
mienzo una aristocracia tiránica precisamente por vosotros que pretendéis
ser enemigos jurados de aquélla.
La gradación continúa. Estas asambleas primarias del Cantón eli
gen diputados para la Commune; uno por cada doscientos habitantes cua
lificados. Aquí está el primer medio colocado entre el elector primario
y el legislador representativo y aquí se fija un segundo torniquete que
grava los derechos del hombre con una segunda cualificación: nadie
puede ser elegido para la Commune si no paga una contribución equiva
lente al importe de diez jornadas de trabajo. No hemos acabado; aún
hay otra gradación.112 Estas Communes, escogidas por el Cantón, eligen
111 Las palabras entrecomillas son una cita de Pope, Moral essays, IV, 129. (T.)
112 La Asamblea hizo algunas alteraciones al ejecutar el plan de su comisión. Ha
borrado un estadio de esas gradaciones; ello elimina una parte de la objeción; pero la
fundamental relativa a que en su plan el elector primario no tiene conexión con el
legislador representante suyo, conserva todo su vigor. Hay otras alteraciones, algunas de
las cuales posiblemente mejoren el plan, en tanto que otras lo empeoran con seguridad;
Pero a juicio del autor, el mérito o demérito de estas pequeñas alteraciones carece en
absoluto de importancia, allí donde el plan es fundamentalmente absurdo y vicioso.
194 textos políticos: reflexiones
un distrito tanto como cien de sus vecinos. No tiene contra ellos más
que un voto. Si no hubiese más que un representante de la masa, sus
vecinos pobres tendrían mayoría de cien a uno para elegir ese represen
tante. Bastante mala situación; hay que enmendarla. ¿Cómo? En virtud
de la riqueza de aquél el distrito va a escoger, pongamos por caso, diez
miembros en vez de uno; es decir, que pagando el ciudadano rico una
contribución muy grande, tiene la ventaja de que sus convecinos pobres le
derroten por una mayoría de cien a uno para elegir diez representantes,
en vez de derrotarle exactamente por la misma proporción para elegir
uno solo. En realidad, en vez de beneficiarse por esa calidad superior de
la representación, el rico está sometido a un inconveniente adicional. El
aumento de representación de su provincia envía nueve personas más —y
tantas más de nueve como candidatos democráticos pueda haber— para
intrigar y hacer cabildeos y adular al pueblo a sus expensas y para opri
mirle. Por este procedimiento las multitudes de clase inferior tienen inte
rés en obtener un sueldo de dieciocho libras diarias (para ellas una gran
finalidad) además del placer de residir en París y participar en el gobier
no del reino. Cuanto más se multiplican y se democratizan los objetos
de la ambición, más peligra —en la misma proporción— la posición
del rico.
Así tiene que ocurrir entre el pobre y el rico en las provincias que se
consideran aristocráticas, a pesar de que en su relación interna el carácter
es justamente el opuesto. Por lo que hace a su relación externa, es decir,
a su relación con las otras provincias, soy incapaz de comprender cómo
la representación desigual que, por razón de la riqueza, se da a las masas,
pueda convertirse en un medio de conservar el equilibrio y la tranquilidad
de la comunidad. Porque si (como ocurre indudablemente en toda so
ciedad) uno de los objetos de que se trata es de impedir que el débil sea
aplastado por el fuerte ¿ cómo van a salvarse los más pobres y menguados
de estas masas de la tiranía de los más ricos? ¿Añadiendo a la riqueza
nuevos y más sistemáticos medios de opresión ? Cuando nos encontramos
con el problema de equilibrar la representación entre las distintas corpo
raciones, los intereses provinciales, las emulaciones y las envidias surgen
con la misma probabilidad con que surgen entre individuos; y es probable
que sus divisiones produzcan un espíritu de disensión mucho más cálido
y capaz de llevar mucho más cerca de la guerra.
Veo que estas masas aristocráticas se crean sobre la base de lo que se
llama el principio de la contribución directa. No puede haber patrón más
desigual que éste. La contribución indirecta, que surge de los impuestos
sobre el consumo, es en realidad un patrón mucho mejor y que descubre
la riqueza más naturalmente que este de la contribución directa. Es
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 197
verdaderamente difícil fijar un patrón de preferencia local basándose en
uno, en otro o en los dos, porque algunas provincias pueden pagar más
por uno de los conceptos o por los dos, por motivos que no son causas
intrínsecas, sino que proceden de los mismos distritos sobre los cuales
han obtenido una preferencia como consecuencia de su contribución osten
sible. Si las masas fuesen cuerpos independientes y soberanos, que hubie
sen de proveer a un tesoro federal con distintos contingentes y si la renta
no tuviese (como tiene) muchos impuestos que recaen sobre el todo, que
afectan a los hombres individual y no corporativamente, y que por su
propia naturaleza confunden todos los límites territoriales, podría de
cirse algo en favor de la base de contribución fundada en las masas. Pero
en un país que considera sus distritos como miembros de un todo, esta
representación es, de todas las cosas que pueden medirse por la contribu
ción, la más difícil de decidir con arreglo a principios de equidad. Una
gran ciudad tal como Burdeos o París paga una gran cantidad de derechos,
en proporción casi imposible de comparar con otros puntos y sus masas
se consideran de acuerdo con este hecho. Pero ¿ son estas ciudades las que
verdaderamente contribuyen en esa proporción ? No. Quienes pagan los
derechos de importación recaudados en Burdeos son los consumidores de
las mercancías importadas por ese puerto, que están repartidos por toda
Francia. Lo que da a esa ciudad los medios de pagar su contribución es
el producto de la vendimia de Guienne y el Languedoc, como resultado
del comercio de exportación. Los terratenientes que gastan en París el
producto de sus propiedades, y que son, por ello, los creadores de esa ciu
dad, contribuyen en París por las provincias de donde provienen sus
rentas. Casi se podrían aplicar los mismos argumentos a la participación
representativa que se da a causa de la contribución directa, porque la con
tribución directa tiene que asentarse en la riqueza real o presunta; y esa
riqueza local surge de causas que no son locales y por consiguiente no
debería, en términos de equidad, producir una preferencia local.
Es muy notable que en esta regulación fundamental que establece
la representación de las masas sobre la base de la contribución directa,
no se haya fijado el procedimiento de imponer ni de distribuir la contri
bución. Acaso haya, latente en este procedimiento extraño, una política
encaminada a la continuación de la actual Asamblea. Sin embargo, hasta
que eso no se haga no puede haber ninguna constitución segura. Esta
tiene que depender, por lo menos, del sistema de imposición y que variar
con toda modificación del sistema. Tal como se ha regulado la materia,
no es la imposición la que depende de la constitución, sino la constitu
ción la que depende del sistema impositivo. Esto tiene que introducir
una gran confusión entre las masas, ya que, si llegan a celebrarse alguna
198 textos políticos: reflexiones
sui sujusque ordinis militibus, ut consesensu et caritate rempublicam ajjicerent; sed ignoti
inter se, diversis manipulis, sine rectore, sine ajfectibus mutuis, quasi ex alio genere
mortalium, repente in unum collecti, numeras magis quam colonia’’. (Tácito, Annal. L.
14. secc. 27). Todo esto será más aplicable aún a las asambleas nacionales bienales, rota
torias e inconexas de esta constitución absurda y sin sentido.
202 textos políticos: reflexiones*
terra en la época en que escribe Burke, no justifican el encendido panegírico que éste
hace. Por lo demás la protesta contra el sistema electoral o más bien la carencia de él,
—como no consideremos sistemática la existencia de los burgos podridos— que ya era
perceptible en la época del autor, alcanzó su primer éxito cuarenta años más tarde con la
reforma electoral de 1832. Es cierto que la protesta apuntaba más a la corrupción elec
toral que al procedimiento o a la organización territorial del sufragio, con ser ésta, a
todas luces anticuada. (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 205
dos por quienes tienen algún medio efectivo de juzgar, el más peculiar
mente inadecuado es el que se refiere a una elección personal. En caso de
abuso ese cuerpo de electores primarios no puede exigir nunca a su repre
sentante cuentas de su conducta. Está demasiado lejos de él en la cadena
de la representación. Si el representante actúa en forma indebida, al fi
nal de su mandato de dos años, no le importa nada durante los dos siguien
tes. Con la nueva constitución francesa los representantes mejores y más
prudentes van, al igual que los peores, a ese Limbus Patrum. Se supone
que sus calas están averiadas y tienen que ir a los astilleros para ser nue
vamente acondicionados. Todo hombre que ha actuado en una asamblea
deja de ser elegible por un plazo de dos años. Estos magistrados, como
los deshollinadores,117 quedan inhabilitados para ejercer su profesión en
el momento en que comienzan a aprenderla. La adquisición superficial,
reciente y petulante y el recuerdo interrumpido, vago, quebrado y defec
tuoso son las características que están destinadas a todos vuestros futuros
gobernantes. Vuestra Constitución ha dado demasiado espacio a los celos
para que quede en ella lugar para el sentido común. Creéis que el peligro
principal es el abuso de confianza por parte del representante y no os
procupáis en absoluto de considerar el problema de su aptitud para des
empeñar el cargo.
Este intervalo de purgatorio no es desfavorable para un representante
infiel, que puede ser tan buen electorero como mal gobernante. En ese
lapso de tiempo puede cabildear y lograr una posición de superioridad
sobre los más sabios y virtuosos. Finalmente, como todos los miembros
de esa constitución electiva son igualmente fugaces y no existen más que
para la elección, podrán no ser las mismas personas que le han escogido
aquellas ante las cuales será responsable cuando solicite una renovación
de su mandato. Exigir cuentas a los electores secundarios de la Commune,
es ridículo, impracticable e injusto; pueden haberse engañado en su elec
ción de la misma manera que el tercer grupo de electores, los del depar
tamento, pueden haberlo hecho en la suya. En vuestras elecciones no
puede existir responsabilidad.
Al no encontrar ninguna clase de principio de coherencia entre la
naturaleza y la constitución de las varias nuevas repúblicas de Francia,
tuve que considerar cuál era el cemento que habían creado los legislado
res para unirlas, de qué extraños materiales se habían valido para elabo
rarlo. Dejo de lado sus confederaciones, sus spectacles, sus fiestas cívicas
este trabajo. (T.)
117 En la época de Burke este oficio lo desempeñaban muchachos de pocos años, que
yecto del fomento del valle del Mississippi, lanzado en 1717, que quebró en 1720 y la
famosa “burbuja” del Mar del Sur. (South Sea Bubble) (T.)
210 TEXTOS políticos: reflexiones
prar su cena sin una especulación. Lo que recibe por la mañana no tendrá
el mismo valor por la noche. Lo que se ve obligado a aceptar como pago
de una vieja deuda, no será recibido con igual valor cuando vaya a pagar
una deuda contraída por él, ni tendrá el mismo valor cuando consiga evi
tar contraer deudas mediante el pago al contado. La industria tiene que
desaparecer. La economía será expulsada del país. No puede tener exis
tencia la previsión cuidadosa ¿Quién trabajará sin saber el monto de su
paga ? ¿ quién estudiará para aumentar lo que nadie puede valorar ? ¿ quién
acumulará sin saber el valor de lo que ahorra ? Abstracción hecha de su
uso en el juego, acumular vuestra moneda papel no será la previsión de
un hombre sino el instinto enfermizo de una corneja.
La parte verdaderamente lamentable de esa política de convertir sis
temáticamente a un país en una nación de jugadores, consiste en que aun
que se obliga a jugar a todos, son pocos los que pueden entender el juego
y menos aún los que están en situación de servirse de tal conocimiento.
La mayoría de los ciudadanos tienen que ser engañados por quienes diri
gen la máquina de estas especulaciones. Es visible el efecto que tiene que
producir sobre la población agraria. El hombre de la ciudad puede cal
cular de día en día, pero el del campo no. Cuando el campesino lleva
por primera vez su grano al mercado, el magistrado de la ciudad le obliga
a tomar el assignat a la par; cuando va a la tienda con su dinero, se en
cuentra con que en el camino ha perdido el siete por ciento de su valor.
No volverá de buena gana a ese mercado. La gente de la ciudad se indig
nará; se obligará a la del campo a llevar sus granos al mercado urbano.
Comenzará la resistencia y se reproducirán en toda Francia los asesina
tos de París y de Saint-Denis.
¿Qué significa el vacío cumplido tributado al campo al darle una
parte acaso mayor de la que le corresponde, en vuestra teoría de la repre
sentación ? ¿ Dónde habéis colocado el poder real sobre la circulación del
dinero y de la tierra? ¿Dónde los medios de hacer que suba o baje el
valor de la heredad de cada uno? Quienes pueden, con sus operaciones,
quitar o añadir un 10% a las posesiones de cualquier hombre en Fran
cia, tienen que ser los dueños de todos los hombres del país. La
totalidad del poder obtenida por esta revolución quedará en las ciuda
des, en manos de los burgueses y de los financieros que les dirigen. El
propietario de tierras, el cultivador y el campesino carecen de los hábitos,
inclinaciones y experiencia que pudieran llevarles a cualquier clase de
participación en la única fuente de poder y riqueza que queda en Francia.
La naturaleza misma de la vida rural y de la propiedad agrícola en todas
las ocupaciones y placeres que ofrece, hacen que la combinación y el arre
glo (únicos medios de procurarse y ejercer influencia) sean imposibles de
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 211
conseguir para la gente del campo. Combinadlos del modo y manera
que queráis, se disuelven siempre en individualidades. Todo tipo de aso
ciación legal es casi impracticable entre ellos. El miedo, la esperanza, la
alarma, la envidia, el rumor efímero, que hace su camino y se extingue
en una sola jornada —toda aquellas cosas que son las riendas y espuelas
mediante las cuales los líderes frenan o aceleran las mentes de los secua
ces— no pueden emplearse fácilmente —de hecho casi no se emplean—
entre gentes que viven diseminadas. Estas se reúnen, se arman y actúan,
únicamente con la. máxima dificultad y el mayor coste. Sus esfuerzos,
caso de que sea posible iniciarlos, no pueden ser sostenidos. No pueden
actuar sistemáticamente. Si los propietarios de tierras tratan de influir
por medio de la renta de sus propiedades, ¿ qué significa eso para quienes
pueden vender diez veces el valor de esas rentas y pueden arruinar esa
propiedad arrojando al mercado, contra ella, todo su botín? Si el propie
tario de tierras desea hipotecar, hacen bajar el valor de su tierra y elevan
el de los assignats. El propio terrateniente aumenta la fuerza de su ene
migo con el arma misma de que dispone para luchar contra él. Por con
siguiente el propietario de tierras, el oficial de mar o de tierra, el hombre
de opiniones y hábitos liberales no adscrito a ninguna profesión, estarán
excluidos tan completamente del gobierno de su país como lo estarían caso
de que se les hubiera proscrito mediante una medida legislativa. Es evi
dente que, en las ciudades, todas las cosas que conspiran contra el propie
tario de tierras, se combinan en favor de quienes administran y manejan
dinero. En las ciudades la combinación es natural. Los hábitos de los
burgueses, sus ocupaciones, su diversidad, sus negocios, su ociosidad, les
ponen continuamente en contacto mutuo. Sus virtudes y sus vicios son
sociables; están siempre de guarnición y se incorporan y disciplinan a me
dias en manos de quienes tratan de llevarles a la acción militar o civil.
Todas estas consideraciones no dejan, a mi juicio, lugar a dudas con
respecto al hecho de que, de poder continuar ese monstruo de constitución,
Francia estará totalmente gobernada por los agitadores de las sociedades
mercantiles, por las sociedades urbanas formadas por los directores
de los assignats y los fideicomisarios de la venta de las tierras eclesiás
ticas, procuradores, agentes, especuladores y aventureros que componen
una oligarquía innoble, fundada en la destrucción de la corona, la Igle
sia, la nobleza y el pueblo. Aquí acaban todos los sueños engañosos y
todas las visiones de igualdad y de los Derechos del Hombre. En el “pan
tano serboniano”120 de esta baja oligarquía son todos ellos absorbidos,
hundidos y perdidos para siempre.
120 Pantano de Egipto que es fama tragó ejércitos enteros. Así lo dice Milton. (Paraíso
■perdido, II, 594-24)- (T-)
212 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
[//. El poder Volvamos ahora la vista a lo que han hecho respecto a la formación
ejecutivo] de un poder ejecutivo. Han escogido para ello un rey degradado. Así, su
primer funcionario ejecutivo ha de ser una máquina sin ninguna especie
de discreción deliberante en ninguno de los actos de su función. En el
mejor de los casos no será sino un canal que acarree a la Asamblea Nacio
nal los asuntos que pueda importar conocer a este cuerpo. Si se hubiese
hecho de él el único canal, el poder no habría carecido de importancia,
aunque hubiese sido infinitamente peligroso para quienes hubiesen de
ejercerlo. Pero la información pública y la aclaración de los hechos puede
llegar a la Asamblea con igual autenticidad a través de cualesquiera otras
procedencias. Por ello ese puesto de información no tiene valor en cuanto
a los medios de dar a las-medidas la dirección que resulta de la declaración
de un informador autorizado.
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 215
Consideremos el plan francés de funcionario ejecutivo en sus dos di
visiones naturales: civil y política. Respecto a la primera hay que observar
que según la nueva Constitución, las facultades más altas de la judicatura,
en cualquiera de sus ramas, no residen en el rey. El rey de Francia no es
la fuente de la justicia, ni los jueces ordinarios, ni los de apelación son
nombrados por él. El rey no propone los candidatos ni puede oponer una
negativa a la selección. Ni siquiera actúa como cabeza del ministerio fis
cal. No sirve más que de notario que da fe de la elección de jueces hecha
en los varios distritos. Tiene que ejecutar sus sentencias, por intermedio
de los funcionarios que de él dependen. Si examinamos la verdadera
naturaleza de su autoridad, no parece ser más que un jefe de alguaciles,
ujieres, maceros, carceleros y verdugos. Es imposible colocar a la realeza
en una situación más degradante. Hubiera sido mil veces mejor para la
dignidad de este desgraciado príncipe que no tuviera nada que ver con
la administración de justicia, privado como está de todo lo que es venera
ble y consolatorio en esa función, sin facultad de iniciar un proceso y sin
poder de suspensión, mitigación o perdón de una condena. Todo lo que
hay de vil y de odioso en la justicia cae sobre él. No en vano se ha tomado
tanto trabajo la Asamblea para quitar el estigma que acompaña a ciertas
funciones, ya que estaba resuelta a colocar a la persona del que había sido
su rey, en una posición superior únicamente en un grado a la del ver
dugo y con un cargo que tiene aproximadamente la misma calidad. No
es natural que en la posición en que se encuentra actualmente el rey de
Francia pueda respetarse a sí mismo, ni ser respetado por los demás.
Consideremos a este funcionario ejecutivo desde el punto de vista de
su capacidad política, tal como actúa bajo las órdenes de la Asamblea
Nacional. Ejecutar las leyes es un oficio regio; ejecutar órdenes no es
ser rey. Sin embargo una magistratura ejecutiva política, aunque no sea
más que eso, es una función de gran confianza. Es un fideicomiso de
cuya ejecución fiel y diligente depende mucho, tanto por lo que hace a
la persona que la preside como por lo que se refiere a sus subordinados.
Se deben dar los medios necesarios para cumplir esta obligación y se
deben tomar disposiciones respecto a ella al establecer el fideicomiso.
Debe estar rodeado de dignidad, autoridad y consideración y debe llevar
a la gloria. El oficio de ejecución es un oficio que exige fuerza; no es de
la impotencia de donde debemos esperar la ejecución de las tareas del po
der. ¿Cómo va un rey a ordenar medidas ejecutivas si no tiene ningún
medio de recompensar el servicio? No puede hacerlo dando un cargo
permanente, ni entregando tierras a título de donación ni fijando una
pensión de cincuenta libras al año, ni otorgando el título más vano y
trivial. En Francia el rey no es fuente de honores, de la misma manera
216 TEXTOS políticos: reflexiones
que no es fuente de justicia. Todas las recompensas, todas las distincio
nes, están en otras manos. Quienes sirven al rey no pueden estar impe
lidos por otro motivo natural sino el miedo; miedo a todo menos a su
señor. Sus funciones de coacción interna son tan odiosas como las que
ejerce en el departamento de justicia. Si hay que acudir en ayuda de una
municipalidad, es la Asamblea quien lo hace; si hay que enviar tropas
para reducirla a la obediencia a la Asamblea, es el rey quien tiene que eje
cutar la orden y quien en todas las ocasiones se ve salpicado con la sangre
de su pueblo. No tiene posibilidad de negativa; sin embargo, se utilizan
su nombre y su autoridad para llevar a la práctica todos los decretos
crueles. Aún más, tiene que cooperar a la matanza de quienes intenten
liberarle de su prisión o muestren el más ligero afecto a su persona o a su
antigua autoridad.
La magistratura ejecutiva debe estar constituida de tal manera que
quienes la compongan estén dispuestos a amar y a venerar a aquellos
a quienes están obligados a obedecer. Un olvido intencionado, o lo que
es peor, una obediencia al pie de la letra, pero perversa y maliciosa, tienen
que ser la ruina de los consejos más prudentes. En vano intentará la ley
anticiparse a sancionar tales descuidos estudiados y tales atenciones frau
dulentas. Hacer actuar con celo no está dentro de las posibilidades de la
ley. Los reyes, aun cuando lo son verdaderamente, pueden y deben sopor
tar las libertades de los súbditos aunque a ellos les perjudiquen. Pueden
también soportar, sin desdoro, la autoridad de tales personas, si así con
viene a su servicio. Luis XIII odiaba mortalmente al cardenal Richelieu;
a pesar de ello el apoyo que dió a aquel ministro francés frente a sus
rivales, fué la fuente de toda la gloria de su reinado y el fundamento
sólido de su trono. Cuando subió al poder Luis XIV no estimaba al car
denal Mazarino; pero lo mantuvo en el poder por su propio interés. Ya
viejo, detestaba a Louvois, pero soportó muchos años a la persona de éste,
mientras sirvió fielmente a su grandeza. Cuando Jorge II hizo entrar
entre sus consejeros a Mr. Pitt, que no era ciertamente persona grata para
él, no hizo nada que fuera humillante para un soberano prudente. Pero
estos ministros, que fueron escogidos en consideración a los asuntos y no a
los efectos, actuaban en nombre y con la confianza de los reyes y no co
mo sus señores declarados, ostensibles y constitucionales. Me parece
imposible que ningún rey, una vez pasados sus primeros terrores, pueda
infundir seriamente vitalidad y vigor a medidas que no ignora han sido
dictadas por personas a las que sabe pésimamente dipuestas hacia él.
¿Obedecerá de buen grado cualquiera de los ministros que sirven a tal
rey (o como se le quiera llamar) aunque no sea más que con una apa
riencia decorosa de respeto, las órdenes de aquellos a quienes no más
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
tarde que anteayer había enviado a la Bastilla en nombre del rey ? ¿ Obe
decerá las órdenes de aquellos a quienes trataba con lenidad cuando ejer
cía una justicia despótica o las de aquellos a quienes creía haber dado un
asilo al recluirlos en una prisión? Si contáis con tal obediencia entre
vuestras innovaciones y regeneraciones, deberíais hacer una revolución
en la naturaleza y dar una nueva constitución a la mente humana. En
otro caso vuestro gobierno supremo no puede armonizar con su sistema
ejecutorio. Hay casos en los que no podemos manejarnos con nombres y
abstracciones. Podéis llamar “nación” a media docena de individuos des
tacados a quienes tenemos motivos para temer y odiar. Ello no hace
sino que les temamos y les odiemos más. De haber creído justificable y
práctico hacer una revolución como la que habéis hecho, por tales me
dios y tales personas como las que habéis utilizado, hubiera sido más
prudente haber concluido las actuaciones del 5 y el 6 de octubre.121 El
nuevo funcionario ejecutivo hubiera debido entonces su situación a quie
nes serían sus creadores a la vez que sus señores y podría estar obligado
—por el interés común de la sociedad del crimen (y, si pudiera haber
virtudes en los crímenes, por la gratitud)— a servir a quienes le habían
elevado a un puesto de gran lucro y grandes satisfacciones sensuales; y
a algo más; porque hubiera recibido aún más de quienes ciertamente no
habrían limitado a una criatura suya engrandecida del modo como lo han
hecho con un antagonista sometido.
En la situación del actual monarca, si el rey está totalmente embru
tecido por sus desgracias, hasta el punto de creer que comer y dormir sin
ninguna consideración de gloria no constituyen la necesidad, sino el
premio y el privilegio de la vida, no puede ser adecuado para tal puesto.
Si siente como suelen hacerlo los hombres, tiene que darse cuenta de que
en un puesto como el que le ha tocado no puede obtener fama ni reputa
ción. No tiene ningún interés generoso que pueda excitarle a la acción.
En el mejor de los casos, su conducta será pasiva y defensiva. Gentes
inferiores podrán considerar tal cargo como puesto de honor. Pero ser
elevado a él y descender a él son cosas diferentes y provocan sentimientos
también diferentes. ¿Nombra realmente a sus ministros? Tienen que
tenerle simpatía. ¿'Le son impuestos? Todos los tratos entre ellos y el
rey nominal tienen que ser acciones que mutuamente se contrarresten.
En todos los demás países el cargo de ministro de Estado tiene la más alta
dignidad. En Francia está lleno de peligros y es incapaz de proporcionar
121 De 1789, día en que el pueblo de París marchó sobre Versalles y regresó llevando
consigo a la familia real, al que ya se ha aludido repetidas veces. Burke piensa, como se
vé más adelante, en el destronamiento del monarca como remate lógico de esos aconteci
mientos. (T.)
2l8 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
[///. El poder Tampoco soy capaz de encontrar rastros de más genio y talento en el
judicial] pjan judicatura elaborado por la Asamblea Nacional. Siguiendo su
invariable procedimiento los autores de vuestra Constitución han comen
zado con la abolición total de los parlements. Estas venerables corpora
ciones, como el resto del antiguo gobierno, necesitaban reformas aunque
no se hubiesen hecho cambios en la monarquía. Requerían aún mayores
alteraciones para ser adecuados al sistema de una Constitución libre. Pero
había en su Constitución extremos —y no pocos— que merecían la apro
bación de los hombres prudentes. Tenían una excelencia fundamental:
eran independientes. La circunstancia más dudosa que les caracterizaba
—la de que los puestos se podían vender— contribuía, sin embargo, a esa
independencia de su carácter. Los cargos eran vitalicios. Puede incluso de
cirse que eran hereditarios. Nombrados por el monarca, estaban consi
derados como casi fuera de su poder. Las más decididas actuaciones de la
SOBRE LA REVOLUCIÓN .FRANCESA 221
autoridad regia contra ellos no hicieron sino mostrar su radical indepen
dencia. Componían cuerpos políticos permanentes, constituidos para
resistir toda innovación arbitraria. Y por esa constitución corporativa y
por la mayor parte de sus formas, estaban bien compuestos para dar a las
leyes certeza y estabilidad. En todas las revoluciones caprichosas y de
opinión han sido el asilo seguro de las leyes. Han salvado ese sagrado
depósito del país, durante los reinados de príncipes arbitrarios y en medio
de luchas de facciones también arbitrarias. Han mantenido vivos la me
moria y el recuerdo de la Constitución. Eran la gran seguridad de la pro
piedad privada, que (cuando no existía la libertad personal), podía de
cirse que estaba tan bien protegida en Francia como en cualquier otro
país. Quienquiera que sea supremo en un Estado tiene que tener, en lo
posible, su autoridad judicial constituida de tal modo, que no sólo dependa
de él, sino que le sirva, en cierto modo, de contrapeso. Debería dar a su
justicia seguridades frente a su propio poder. Debería hacer a su judica
tura, como si dijéramos, algo exterior al Estado.
Esos parlements han ofrecido, no ciertamente el mejor, pero sí un
correctivo considerable a los excesos y vicios de la monarquía. Al con
vertirse la democracia en el poder absoluto del país, era diez veces más
necesaria una judicatura independiente. En esa constitución unos jueces
electivos temporales y locales como los que habéis establecido y que ejer
cen sus funciones subordinadas en una sociedad estrecha, han de ser el
peor de los tribunales. Será vano buscar en ellos alguna apariencia de
justicia para los extraños y para el odioso rico, para la minoría de los par
tidos derrotados y para todos aquellos que han apoyado en la elección
a candidatos que no han tenido éxito. Será imposible mantener a esos
nuevos tribunales libres del peor espíritu de facción. Sabemos por expe
riencia que todas las invenciones basadas en la votación son vanas e infan
tiles cuando se trata de evitar que se descubran muestras de parcialidad.
Allí donde podrían responder mejor a los propósitos de ocultación, pro
ducen sospecha y esto es una causa aún más perturbadora de parcialidad.
Si se hubiesen conservado los parlements, en vez de habérseles di
suelto a un coste tan ruinoso para la nación, podrían haber servido en esta
nueva comunidad, acaso no para los mismos fines (no quiero hacer un
paralelo exacto) pero casi para los mismos que el tribunal y senado del
Areópago en Atenas, es decir, como uno de los contrapesos y correctivos
frente a los males de una democracia ligera e injusta. Todo el mundo sabe
que ese tribunal era la gran institución del Estado; todo el mundo sabe con
qué cuidado se mantuvo y con qué veneración religiosa estuvo consa
grado. Los parlements no estaban totalmente libres de facciones, tengo
que admitirlo; pero ese mal era exterior y accidental y no derivado de un
222 TEXTOS políticos: reflexiones
vicio de la Constitución misma, como el que tiene que existir en vuestra
nueva invención de tribunales sexenales electivos. Algunos ingleses en
comian la abolición de los viejos tribunales, suponiendo que decidían
todo mediante el cohecho y la corrupción. Pero estas instituciones han
pasado por la prueba de la fiscalización monárquica y la republicana. La
corte tenía interés en demostrar la corrupción de esas corporaciones cuan
do fueron disueltas en 1771. Quienes las han vuelto a disolver habrían
hecho la misma demostración de haber podido; y al haber fracasado
ambas inquisiciones, tengo que concluir que la corrupción pecuniaria en
gran escala tiene que haber sido en ellos bastante rara.
Habría sido prudente conservar, juntamente con los parlements, su
antiguo poder de registro y por lo menos de protesta contra todos los
decretos de la Asamblea Nacional, como lo tuvieron contra los adoptados
en la época de la monarquía. Sería un medio de encuadrar los decretos
ocasionales de una democracia dentro de algunos principios de jurispru
dencia general. El vicio de las viejas democracias y una de las causas de
su ruina fué que gobernaron como lo hacéis vosotros, por decretos oca
sionales, psephismata. Esta práctica quebró pronto el tenor y consisten
cia de las leyes; demolió el respeto que el pueblo tenía por ellos, y acabó
finalmente por destruirlas en su totalidad.
Habéis investido de esa facultad de objetar (remonstrance) que en
la época de la monarquía tenía el parlement de París, a vuestro principal
funcionario ejecutivo, a quien contra todo sentido común continuáis lla
mando rey; ello es la culminación del absurdo. No deberíais tolerar nunca*
los reproches de quien tiene que ejecutar. Ello supone un desconocimiento
total de lo que es consejo y de lo que es ejecución; de lo que es autoridad
y de lo que es obediencia. La persona a quien denomináis rey o no debe
ría tener este poder o debería tener mucho más.
Vuestra actual organización es estrictamente judicial. En vez de
imitar a vuestra monarquía y colocar a vuestros jueces en una situación
de independencia, vuestra finalidad es reducirles a la obediencia más
ciega. Como habéis cambiado todas las cosas, habéis inventado nuevos
principios de orden. Nombráis en primer lugar jueces que, supongo, han
de decidir con arreglo a derecho, y entonces les hacéis saber que un día u
•otro tenéis la intención de darles la ley con arreglo a la cual hayan de de
cidir. Cuantos estudios hayan hecho (si es que han hecho algunos) van
a serles inútiles. Pero para suplir esos estudios se les va a tomar jura
mento de obedecer todas las reglas, órdenes e instrucciones que han de
recibir en lo sucesivo de la Asamblea Nacional. Si se someten a ellas, no
queda fundamento de derecho para los súbditos. Se convierten en instru
mentos que están total y muy peligrosamente en manos del poder gober
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 223
nante, que en medio de un pleito o ante la perspectiva de él, puede
cambiar totalmente la norma con arreglo a la cual haya de decidirse
aquél. Si esas órdenes de la Asamblea Nacional resultan contrarias a
las del pueblo, que elige localmente a esos jueces, tiene que producirse la
confusión más terrible que se pueda imaginar. Porque los jueces deben
su puesto a la autoridad local y las órdenes que juran obedecer proceden
de quienes no tienen ninguna parte en su nombramiento. Entre tanto
tienen el ejemplo del tribunal de Chátelet para estimularles y guiarles en
el ejercicio de sus funciones. Este tribunal tiene por misión juzgar a los
criminales que le sean enviados por la Asamblea Nacional o a quienes
se haga comparecer ante él por otros procedimientos delatorios. Se reúne
bajo una guardia destinada a proteger las vidas de sus componentes.
Acaso esto no sea cierto ni se pueda comprobar; pero sabemos que en
casos de absolución los magistrados que lo componen han visto ahorcar
a la puerta del tribunal a las personas absueltas, todo ello gozando los
autores del hecho de una perfecta impunidad.
Promete también la Asamblea que formará un cuerpo legal que será
breve, sencillo, claro, etc. Es decir, que con esas leyes breves se dejará al
juez un gran poder discrecional; a la vez que se ha desprestigiado la auto
ridad de toda la ciencia que podía hacer de la discreción judicial —cosa
peligrosa en el mejor de los casos— merecedora del apelativo de sana.
Es curioso observar que las corporaciones administrativas son cuida
dosamente exceptuadas de la jurisdicción de esos nuevos tribunales. Esto
es, están exentas de la sumisión a las leyes aquellas personas que deberían
estar más enteramente sometidas a ellas. Quienes desempeñan los pues
tos públicos que implican manejo de fondos, deberían ser los hombres
más estrictamente ceñidos a su obligación. Pensaría uno que tendría que
haber sido uno de vuestros primeros cuidados —de no haber querido
que esos cuerpos administrativos sean Estados reales, soberanos e inde
pendientes—, formar un terrible tribunal, como vuestros antiguos parle-
ments o como nuestro Banco del Rey, donde todos los funcionarios cor
porativos pudieran obtener protección para el ejercicio de sus funciones
y encontraran coacción en el caso de que se excedieran de sus deberes
legales. Pero la causa de la exención es evidente. Esas corporaciones ad
ministrativas son los grandes instrumentos de los actuales líderes en su
progreso hacia la oligarquía a través de la democracia. Por ello ha habido
que ponerlos por encima de la ley. Se dirá que los tribunales populares que
habéis creado son ineptos para coaccionarles. Indudablemente lo
son. Son inadecuados para cualquier propósito racional. Se me dirá tam
bién que las corporaciones administrativas serán responsables ante la
Asamblea general. Me temo que eso sea hablar sin tener en cuenta la na-
224 TEXTOS POLÍTICOS: REFLEXIONES
tido su cargo.
129 Cicerón, De Senectute xxm, 83 (T.)
230 TEXTOS políticos: reflexiones
No puede ponerse de manifiesto la fatuidad de cada una de las
partes de este sistema pueril y pedantesco que denominan constitución,
sin descuidar la insuficiencia total y los males de cada una de las demás
partes con las que entra en contacto o que tienen con ella la más remota
relación. No se puede proponer ningún remedio a la incompetencia de
la corona sin exponer la debilidad de la Asamblea. No se puede delibe
rar sobre la confusión del ejército del Estado sin poner de manifiesto
los peores desórdenes de las municipalidades armadas. La anarquía
militar pone al descubierto la civil y la anarquía civil revela la militar.
Desearía que todo el mundo leyera cuidadosamente el elocuente discurso
(pues tal es) de M. de la Tour du Pin. Atribuye la salvación de las
municipalidades a la buena conducta de algunas tropas. Esas tropas han
de proteger a la parte bien dispuesta de las municipalidades, que se
confiesa que es la más débil, frente al pillaje de la peor dispuesta, que
se confiesa que es la más fuerte. Pero las municipalidades actúan como
si tuvieran soberanía y mandarán a esas tropas que son necesarias para
su protección. No pueden sino mandarlas o adularlas. Por la necesidad
misma de su situación y por los poderes republicanos que se les han
concedido, las municipalidades tienen que ser —en relación con el
ejército— los amos, los sirvientes, o los confederados o hacer una mezcla
de las tres cosas, según las circunstancias. ¿Qué gobierno hay en ellas
que pueda coaccionar al ejército sino la municipalidad y a la munici
palidad sino el ejército? Para conservar la concordia donde se ha ex
tinguido la autoridad, la Asamblea intenta, arriesgándose a todas las
consecuencias, curar los desórdenes con los desórdenes mismos y espera
evitar una democracia puramente militar dándole un interés desen
frenado en lo municipal.
Si los soldados llegasen a mezclarse en cualquier momento en los
clubes, cabildeos y confederaciones municipales, una atracción electiva
les llevaría hacia la parte más baja y desesperada. Tras ella irían sus
hábitos, sus afectos y sus simpatías. Las conspiraciones militares que
deben remediarse mediante las confederaciones cívicas; las municipa
lidades rebeldes que van a hacerse obedientes cuando se les dote de
medios de seducir a los mismos ejércitos del Estado que tienen que
mantenerlas en orden; todas estas quimeras de una política monstruosa
y ominosa, tienen que agravar las confusiones de donde aquella ha
surgido. Tiene que correr la sangre. La falta de sentido común, puesta
de manifiesto en la construcción de sus fuerzas de todas las clases y de
sus autoridades civiles y judiciales hará que corra. Puede que los des
órdenes se calmen en un sitio y en un momento determinados; pero
surgirán en otros, porque el mal es radical e intrínseco. Todos estos
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 231
no exigía nada más)- la situación de la hacienda francesa, en relación con las demandas
que se le hacen. De haber intentado hacer otra cosa, los materiales que tengo a
mano para tal tarea no son totalmente perfectos. Sobre este punto refiero al lector
a la obra de M. de Calonne y la terrible exposición que ha hecho de la destruc
ción y devastación de la propiedad pública y de todos los negocios de Francia, produci
das por las presuntuosas buenas intenciones de la ignorancia y la incapacidad. Tales cau
sas producirán siempre los mismos efectos. Examinando con ojos estrictamente imparciales
esa exposición y deduciendo, acaso con demasiado rigor, todo lo que puede ser atribuido
en el informe de M. de Cólonne al despecho de un financiero que ha perdido su puesto
y cuyos enemigos pueden suponer que está tratando de sacar el mayor partido posible
para su causa, creo que se encontrará que la humanidad no había recibido hasta
ahora una lección más saludable respecto a las precauciones que deben tomarse contra
el espíritu osado de los innovadores que la que acaba de recibir a expensas de Francia.
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 245
tiene ninguno. El crédito del antiguo gobierno no era ciertamente el
mejor, pero siempre pudo conseguir —dentro de determinadas condi
ciones— obtener dinero, no sólo en Francia, sino en la mayor parte de
los demás países de Europa donde había acumulado un excedente de
capital; y el crédito de aquel gobierno iba mejorando día a día. Hay
que suponer naturalmente, que la implantación de un sistema de liber
tad habría de darle nueva fuerza y así habría ocurrido de haberse im
plantado un sistema de libertad. ¿Qué ofertas ha recibido ese gobierno
de supuesta libertad, de Holanda, de Hamburgo, de Suiza, de Génova, de
Inglaterra, para una operación sobre su papel moneda? ¿Y por qué
habrían de entrar esas naciones de comercio y economía en tratos pecu
niarios con un pueblo que intenta invertir la naturaleza misma de las
cosas, en el que se ve al deudor prescribiendo a punta de bayoneta al
acreedor cuál ha de ser el medio de su solvencia; que se deshace, una
tras otra, de todas sus obligaciones; que convierte su penuria misma en
recurso y paga sus intereses con sus harapos ?
Su confianza fanática en la omnipotencia del despojo de la iglesia
ha inducido a esos filósofos a olvidar todo cuidado de la propiedad
pública, de la misma manera que el sueño de la piedra filosofal hace
que los ingenuos descuiden, bajo el engaño más especioso del arte her
mético, todos los medios racionales de mejorar sus fortunas. Con estos
financieros filosóficos, esta medicina universal hecha de momia de
iglesia, debe curar todos los males del Estado. Esos señores acaso no
creen demasiado en los milagros de la piedad, pero no puede negarse
que tienen una fe ciega en los prodigios del sacrilegio. ¿ Existe una
deuda que las apremia? Emiten assignats. ¿Hay que hacer compensa
ciones o decretar medios de mantener a aquellos a quienes se les ha
robado la posesión de su cargo o a quienes se ha expulsado de su profe
sión? Assignats. ¿Hay que equipar una flota? Assignats. Si dieciséis
millones de libras esterlinas de esos assignats impuestos al pueblo dejan
en el mismo estado de urgencia que antes las necesidades del Estado,
emitir —dice uno— treinta millones de libras esterlinas de asignats;
ochenta millones más de asignats —dice otro—. La única diferencia
existente entre sus facciones financieras consiste en la mayor o menor
cantidad de asignats que pretenden imponer al sufrimiento público. Son
todos ellos profesores de assignats. Incluso aquellos cuyo natural sentido
común y conocimiento del comercio, no perturbado por la filosofía,
aportan argumentos decisivos contra esta falacia, concluyen sus informes
proponiendo la emisión de assignats. Supongo que tienen que hablar de
assignats porque cualquier otro lenguaje no sería comprendido. Toda
la experiencia de su ineficacia no es bastante para descorazonarles en lo
246 TEXTOS políticos: reflexiones
más mínimo. ¿Están depreciados en el mercado los antiguo assignats?
¿Cuál es el remedio? Emitir nuevos assignats. Mais si maladia opinia-
tria, non vult se garire, quid illi facere? Asignare —postea assignare en—
suita assignare. La palabra está ligeramente cambiada.134 Puede que el
latín de vuestros actuales doctores sea mejor que el de vuestra antigua
comedia; pero su sabiduría y la variedad de sus recursos son las mismas.
No tienen en su canto más notas que el cuco; aunque lejos de la suavidad
de ese heraldo del verano y de la abundancia, su voz es tan dura y omi
nosa como la del cuervo.
¿Quién sino los aventureros más desesperados de la filosofía y la
finanza pueden haber pensado en destruir los ingresos habituales del
Estado, única seguridad del crédito público, con la esperanza de recons
truirlo con los materiales de la propiedad confiscada? Sin embargo, si
un celo excesivo por el Estado hubiera llevado a un prelado piadoso y
venerable135 padre de la Iglesia por anticipado138 a saquear a su propio
orden y aceptar después el puesto de gran financiero de la confiscación
y auditor general del sacrilegio, por el bien de la iglesia y del pueblo,
él y sus coadjutores estaban obligados, en mi opinión, a demostrar que
sabían algo acerca del cargo que habían asumido. Una vez que hubieran
resuelto destinar al Fisco una cierta proporción de la propiedad territo
rial de su conquistado país, sólo dependía de ellos convertir su banco en
fondo real de crédito hasta donde tal banco era capaz de poderlo ser.
Establecer un crédito de circulación corriente sobre la base de un
banco territorial ha sido hasta ahora difícil en sumo grado en cualquier
circunstancia. Generalmente el intento ha concluido en bancarrota. Pero
cuando la Asamblea se vió llevada, por su desprecio a los principios mo
rales, a desafiar los económicos, podía esperarse que para hacer tolerable
vuestro Banco Territorial se adoptaran todas las garantías de la franque
za y la sinceridad en los títulos; todo lo que pudiera ayudar al restable
cimiento de la demanda. Tomando las cosas desde el punto de vista
más favorable a ellas, vuestra situación era la de un hombre que tiene
una gran propiedad y desea disponer de ella para satisfacer una deuda
y subvenir a ciertas necesidades. No pudiendo venderla inmediatamente,
deseáis hipotecar. ¿Qué haría un hombre de buenas intenciones y de
entendimiento normalmente claro en tales circunstancias? ¿No debería
en primer término calcular el valor bruto de su propiedad; las cargas
de administración y disposición; los gravámenes perpetuos y temporales de
134 Parodia aquí Burke el latín macarrónico de "Le malade imaginaire" de Mo
lière. (T.)
135 Alusión irónica a Talleyrand. (T.)
qui Végarent, en lui cachant sous des gazes séduisantes le but ou ils l’entraînent. C’est à
eux que je dis; votre objet, vous n’en disconviendrez pas, c’est d’ôter tout espoir au clergé,
et de consommer sa ruine. C’est là, en ne vous supçonnant d’aucune combination de
cupidité, d’aucun regard sur le jeu des e f f e t s publics, c’est-là ce qu’on doit croire que
vous avez en vue dans la térrible opération que vous proposez; c’est ce qui doit en être
ie fruit. Mais le peuple que vous y intéressez, quel avantage peut-il trouver? En vous
servant sans cesse de lui, que faites vous pour lui? Rien, absolument rien; et au contrarire,
vous faites ce qui ne conduit qu’à l’accabler de nouvelles charges. Vous avez rejeté, à son
préjudice, une o f f r e de 400 millions, dont l’acceptation pouvoit devenir un moyen de
soulagement en sa faveur; et à cette ressource, assi profitable que légitime, vous avez subs-
tituté une injustice ruineuse, qui de votre propre aveu, charge le trésor public et par
conséquant le peuple, d’un surcroit de dépense annuelle de 50 millions au moins et d’un
remboursement de 150 millions.
Malheureux peuple! Violà ce que vous vaut en dernier résultat l’expropriation de
l’Église et la dureté des decrets vexateurs du traitement des ministres d’une réligion
bienfaisante; et désormais ils seront à votre charge; leurs charités soulageoient les pauvres;
et vous allez être imposés pour subvenir à leur entretien!’’ De l’État de la France, p. 81.
V. también pp. 92 ss.
250 TEXTOS políticos: reflexiones
déficit en esta materia se convierte en una carga que pesa sobre la hacienda
confiscada antes de que el acreedor pueda plantar sus coles en un solo
acre de la propiedad de la Iglesia. No hay otro punto de apoyo, aparte
esta confiscación, para impedir que todo el Estado se derrumbe por los
suelos. En esta situación la Asamblea ha cubierto deliberadamente con
una espesa niebla todo lo que debería haber tratado de aclarar y entonces,
ciega ella misma, como los toros que cierran los ojos al embestir, obliga
a punta de bayoneta, a sus esclavos, no menos cegados que sus amos, a
tomar sus ficciones por valuta y a tragar píldoras de papel en dosis de
treinta y cuatro millones de libras esterlinas. Entonces descansa orgullo-
sámente en su pretensión de un crédito futuro, —pretensión basada en la
quiebra de todas sus compromisos anteriores— y en un momento en
que (de haber algo claro en la materia) es evidente que el excedente de
las propiedades no podrá nunca responder de la primera hipoteca, quiero
decir de los cuatrocientos millones (o dieciseis millones de libras esterli
nas) de assignats. No puedo encontrar en todo este procedimiento ni el
sentido sólido del trato honrado, ni la destreza del fraude ingenioso. Las
objeciones hechas en el seno de la Asamblea para poner dique a esta inun
dación de fraude, no han sido contestadas; han sido en cambio refutadas
por cien mil financieros de la calle. Estos son los números con arreglo a
los cuales computan los aritméticos metafísicos. Esos son los grandes
cálculos sobre los que se funda en Francia el crédito público filosófico. No
pueden producir ingresos, pero pueden producir motines. Que se rego
cijen con los aplausos del club de Dundee, motivados por su sabiduría
y patriotismo al aplicar de este modo el bandidaje de los ciudadanos al
servicio del Estado. No conozco ningún mensaje análogo emanado de los
directores del Banco de Inglaterra, aunque su aprobación tendría en la
escala del crédito un poco más peso del que tiene la felicitación del
club de Dundee. Pero para hacer justicia a éste, creo que los señores que
lo componen son más inteligentes de lo que parece y que serán menos
liberales de su dinero138 que de sus mensajes y no darán una esquina de su
papel escocés por arrugado y roto que esté, a cambio de vuestras flamantes
assignats.
A principios de este año la Asamblea emitió papel hasta la cantidad
de dieciséis millones de libras esterlinas. ¿Cuál tiene que haber sido el
estado a que la Asamblea ha llevado vuestros asuntos, cuando el respiro
producido por tal cantidad ha sido apenas perceptible? Ese papel sufrió
una depreciación casi inmediata del 5%, que poco tiempo después llegó
alrededor del 7%. El efectivo de esos assignats sobre las rentas es ya nota
ble. M. Necker se encontró con que los recaudadores de la renta que reci-
138 Los escoceses tienen tradicionalmente en Inglaterra, reputación de tacaños. (T.)
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 251
ben el dinero en moneda, pagan al Tesoro en assignats. Los recaudadores
consiguen un beneficio del 7% al recibir dinero y rendir cuentas pagando
en papel depreciado. No era muy difícil prever que ésto había de ser
inevitable. Pero no por ello deja de ser embarazoso. M. Necker se vió obli
gado a comprar (creo que en el mercado de Londres en gran parte) oro y
plata para amonedar, que ascendió a doce mil libras por encima del valor
de la mercancía adquirida. Ese ministro pensaba que cualquiera que fue
se su secreta virtud nutritiva, el Estado no podía vivir únicamente de
assignats; que era necesario algún dinero real, especialmente para satis
facción de aquellos que teniendo el hierro en sus manos, no era probable
que se distinguiesen por su paciencia, cuando se dieran cuenta de que
aunque se les hacía un aumento de paga en dinero real se les retiraba con
la otra mano, al hacerles efectiva la paga en papel depreciado. Naturalmen
te el afligido ministro apeló a la Asamblea para que ordenase a los recau
dadores que entregasen en especie lo que en especie habían recibido. No
podia escapársele que si el tesoro pagaba el tres por ciento por utilizar una
moneda que había de volver a sus arcas empeorada en un 7%, con respecto
al momento en que el ministro la emitió, tal operación no podía tender a
enriquecer grandemente al pueblo. La Asamblea no tomó en cuenta su
recomendación. Se encontraba ante este dilema: si continuaba recibiendo
assignats, el dinero efectivo tenía que convertirse en algo desconocido
en la tesorería; si el Tesoro se negaba a recibir esos amuletos de papel o
los desprestigiaba de cualquier manera que fuera, tenía que destruir el
crédito de su único recurso. La Asamblea parece haber optado por dar
algún crédito a su papel, recibiéndolo; a la vez en los discursos pronun
ciados en su seno se ha hecho una especie de declaración fanfarrona,
--algo que me parece estar por encima de la competencia legislativa—:
decir que no hay diferencia entre la moneda metálica y sus assignats. Esto
era artículo de fé ,bueno, sólido y comprobado, pronunciado bajo anatema
por los venerables padres de este sínodo filosófico. Credat quien quiera;
ciertamente no ]udaeus Apella.
En las mentes de nuestros líderes populares se suscita una noble indig
nación al oir comparar la linterna mágica de su espectáculo financiero con
las representaciones fraudulentas de Mr. Law.139 No pueden soportar
que las arenas de su Mississippi se comparen con la roca de la iglesia sobre la
que ellos construyen. Convendría que reprimieran ese espíritu glorioso has
ta que mostrasen al mundo qué parte de fundamento sólido hay en sus
assignats, que no haya sido ocupada previamente por otras cargas. Hacen
con ello una gran injusticia a ese gran fraude madre, al compararlo con
su imitación degenerada. No es cierto que Law construyese únicamente
139 principal figura del afjaire del Mississippi. (T.)
252 TEXTOS políticos: reflexiones
a base de una especulación relativa al Misisipi; añadió el comercio de
la India Oriental; añadió el comercio africano; añadió las rentas todas
de los impuestos de Francia. Todo eso junto no pudo indiscutiblemente
soportar la estructura que el entusiasmo público —y no él— decidió
construir sobre esas bases. Pero en comparación, estos eran engaños ge
nerosos. Suponían y aspiraban a un aumento del comercio de Francia. Le
abrían de par en par los dos hemisferios. No pensaban en alimentar a
Francia con su propia substancia. Una gran imaginación encontraba en
ese vuelo del comercio algo cautivador. Era algo capaz de engañar el ojo
de un águila. No se hizo para engañar el olfato de un topo que, como
vosotros, zapa y se hunde en su madre tierra. Los hombres no estaban
■entonces totalmente alejados de sus dimensiones naturales por una filo
sofía degradante y sórdida y no eran aptos para estos engaños bajos y
vulgares. Recordad, sobre todo, que al imponerse a la imaginación, quie
nes administraban entonces el engaño, hacían un cumplido a la libertad
de los hombres. En su fraude no había mezcla de fuerza. Eso estaba reser
vado para nuestra época, para extinguir los pequeños destellos de razón
que pudieran quebrar la oscuridad total de esta era ilustrada.
Recuerdo ahora que no he dicho nada de un plan financiero que se
puede alegar en favor de las capacidades de estos señores y que ha sido
presentado con gran pompa, aunque finalmente no adoptado en la Asam
blea Nacional. Trae algo sólido en ayuda del crédito de la circulación de
papel y se ha dicho mucho acerca de su utilidad y su elegancia. Me refiero
al proyecto de acuñar como moneda las campanas de las iglesias suprimi
das. En esto consiste su alquimia. Hay algunas locuras que hacen irrisorio
todo argumento; que sobrepasan el ridículo y que no suscitan en nosotros
más sentimiento que el desdén; por consiguiente no digo nada más acerca
de ello.
Igualmente poco digno de nota es cualquiera de sus proyectos y con-
trapoyectos sobre la circulación, hechos todos ellos para alejar el día ne
fasto; el juego entre el Tesoro y la Caisse d’Escompte y todos esos viejos
y bien conocidos expedientes de fraude mercantil exaltados ahora al rango
de política de Estado. No se puede jugar con la renta. El parloteo acerca de
los Derechos del Hombre no se acepta en pago de una galleta o de una
libra de pólvora. Entonces los metafísicos descienden de sus especulacio
nes aéreas y siguen fielmente ejemplos anteriores. ¿Qué ejemplos? Los
ejemplos dados por los quebrados. Pero derrotados, escarnecidos, en des
gracia, cuando les abandonan su aliento, su fuerza, sus invenciones, sus
fantasías, sólo su confianza conserva el terreno. Pretenden encontrar
crédito para su benevolencia en el fracaso manifiesto de su capacidad.
Cuando la renta desaparece de sus manos, tienen la presunción de evaluar
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 253
poi sí mismos —en alguna de sus últimas deliberaciones—, el alivio pro-
proporcionado al pueblo. No han aliviado la situación del pueblo. Si te
nían tal intención ¿por qué ordenaron que se pagasen los impuestos one
rosos ? El pueblo se liberó solo, a pesar de la Asamblea.
Pero dejando aparte todas las discusiones acerca de qué partido pue
da enorgullecerse del mérito de esta falaz ayuda ¿ha habido efectiva
mente ayuda al pueblo en alguna forma? M. Bailly, uno de los grandes
agentes de la circulación de papel nos ilustra acerca de la naturaleza de
esta ayuda. Su discurso a la Asamblea Nacional contenía un elevado y com
plicado panegírico de los habitantes de París por la constancia y reso
lución inquebrantables con que han sufrido su miseria y su desgracia,
j Bello cuadro de felicidad pública! ¡ Cómo! ¿ Gran valor y firmeza mental
invencible para sufrir beneficios y obtener alivio? Cualquiera diría, le
yendo el discurso del ilustrado alcalde de Paris, que los parisienses han
estado sufriendo durante los doce meses pasados la tensión de algún
terrible bloqueo; que Enrique IV ha estado cerrando las avenidas de
sus abastecimientos y Sully haciendo tronar su ordenanza a las puertas
de París, cuando en realidad no están sitiados por otros enemigos que su
propia locura e insensatez y su propia credulidad, y perversidad. Pero M.
Bailly derretirá el hielo eterno de sus regiones atlánticas [sic] antes
que restaurar el calor central de París, mientras continúen heridos por
“la maza fría, seca y petrificadora”140 de una filosofía falsa y carente de
sentimientos. Algún tiempo después de este discurso, a saber, el 13 del
pasado agosto, al hacer el mismo magistrado un resumen de su gobierno,
en la barra de la Asamblea Nacional, se expresó como sigue: “En el mes
de julio de 1789 —[el período de conmemoración eterna]— las finanzas de
la ciudad de París estaban aún en buen orden; los gastos equilibrados
con los ingresos y tenía en aquella época un millón (cuarenta mil libras
esterlinas) en el Banco. Los gastos—subsiguientes a la Revolución—, que
se ha visto obligada! a realizar, ascienden a dos millones quinientas mil
libras. De estos gastos y de la gran baja en el producto de las donaciones
libres, se ha seguido una falta de dinero no solo momentánea, sino total”.
Este es el París en cuya alimentación se han gastado en el curso del año
pasado esas inmensas sumas sacadas de todas partes de Francia. Mientras
París esté en la situación de la antigua Roma, será mantenido por las
provincias súbditas. Es un daño que acompaña inevitablemente al dominio
de las repúblicas democráticas soberanas. Como ocurrió en Roma, puede
sobrevivir a la dominación republicana que le dió origen. En ese caso
el despotismo mismo tendrá que someterse a los vicios de la populari
140 El arma con que la muerte golpea el suelo en El Paraíso Perdido (X-293) (T.)
254 textos políticos: reflexiones
dad. Bajo los emperadores Roma unió los males de ambos sistemas y
esa combinación antinatural fué una de las grandes causas de su ruina.
Decir al pueblo que se alivia su suerte con la dilapidación de su
propiedad pública es una impostura cruel e insolente. Antes de envane
cerse de la ayuda dada al pueblo al destruir su renta, los hombres de Es
tado deberían haberse planteado cuidadosamente la solución de este
problema: Si es más ventajoso para el pueblo pagar considerablemente
y ganar en proporción o ganar poco o nada y verse libre de la carga de
toda contribución. Mi opinión está formada y decidida en favor de la
primera proposición. La experiencia está a mi lado y creo que la opinión
de los mejores también. Mantener un equilibrio entre el poder adquisitivo
del súbdito y las demandas estatales a que ha de responder es parte funda
mental de la habilidad de un auténtico político. Los medios de adquirir
son anteriores en el tiempo y en el plan. El buen orden es el fundamento
de todas las cosas buenas. Sin ser servil, el pueblo tiene que ser dócil y
obediente para poder adquirir. El magistrado tiene que tener su reveren
cia y las leyes su autoridad. El cuerpo del pueblo no tiene que ver desarrai
gados artificialmente de su mente los principios de subordinación natu
ral. Tiene que respetar la propiedad que no puede compartir. Tiene que
trabajar para conseguir lo que por el trabajo puede conseguirse, y cuando
encuentra, como ocurre corrientemente, que el éxito es desproporcionado
a los trabajos realizados para obtenerlo, hay que enseñarle que su con
suelo está en las proporciones finales de la justicia eterna. Quienquiera
que le prive de este consuelo mata su industria y daña la raíz de toda
adquisición y toda conservación. Quien tal hace es el opresor cruel, el
enemigo implacable de los pobres y los desgraciados; a la vez que con sus
malvadas especulaciones expone al saqueo de los negligentes, los desilu
sionados y los que que no han conseguido prosperar, los frutos de la
industria afortunada y las acumulaciones de la fortuna.
Hay entre los financieros de profesión demasiados que son incapaces
de ver en la renta otra cosa sino bancos y circulaciones y pensiones vita
licias y tontinas y rentas perpetuas y todas las pequeñas mercancías de la
tienda. Tales cosas no deben ser despreciadas en un orden estatal estable,
ni debe tenerse en estimación trivial la habilidad en ellas desplegada. Son
buenas, pero buenas únicamente cuando suponen los efectos de ese orden
establecido y están construidas sobre él. Pero cuando los hombres creen
que esas maquinaciones mendicantes pueden proporcionar un recurso
contra los males que resultan de quebrantar los fundamentos del orden
público y hacer o tolerar la subversión de los principios de la propiedad,
dejarán en la ruina de su país un monumento meláncolico y duradero
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 255
de los efectos de una política absurda y de una sabiduría presuntuosa,
miope y de gran estrechez mental.
141 “all-atoning name”. Es una cita de “Absalom and Achitophel”, de Dryden. (T.)
256 TEXTOS políticos: reflexiones
diatamente por sus competidores, que podrán presentar algo más es
pléndidamente popular. Se sospechará de su fidelidad a la causa. Se
estigmatizará la moderación como virtud de los cobardes y el compro
miso como prudencia de los traidores, hasta que, con la esperanza de
conservar el crédito que pueda servirle para templar y moderar en alguna
ocasión, el líder popular se vea obligado a tomar parte activa en la pro
pagación de doctrinas y el establecimiento de poderes que destrozarán
posteriormente todo propósito sobrio al que pudiera haber aspirado en
último término.
Pero ¿no seré poco razonable al no ver en las infatigables tareas
de la Asamblea Nacional nada que merezca encomio? No niego que,
en medio de un número infinito de actos de violencia y locura puede
haber hecho algún bien. Quienes destruyen todo, eliminarán segura
mente algún agravio. Quienes hacen todo nuevo tienen posibilidad de
implantar algo beneficioso. Para que se les pueda dar crédito por lo
que han hecho en virtud de la autoridad que han usurpado o poder
excusar los crímenes mediante los cuales han adquirido esa autoridad,
tiene que demostrarse que no se hubiesen podido realizar las mismas cosas
sin producir tal revolución. Con toda seguridad se podía; porque casi
todas las regulaciones que han hecho que no son dudosas, han consis
tido en cesiones hechas voluntariamente por el rey en la reunión de
los Estados Generales o en las instrucciones concurrentes dadas a los
órdenes de los mismos. Se han abolido justamente algunos usos; pero
eran tales que si hubiesen continuado como estaban por toda la eternidad,
habrían quitado poco a la felicidad y prosperidad de cualquier Estado.
Las mejoras introducidas por la Asamblea Nacional son superficiales;
sus errores fundamentales.
Cualesquiera que sean, me parece mejor que mis compatriotas reco
mienden a nuestros vecinos el ejemplo de la constitución británica que to
mar la de ellos como modelo para mejorar la nuestra. En esta existe un
tesoro inestimable. No deja de tener algunos motivos de temor y queja;
pero no se deben a la constitución, sino a su propia conducta. Creo que
nuestra feliz situación se debe a nuestra constitución, pero a la totalidad de
ella y no a una parte aislada; se debe en gran medida tanto a lo que hemos
dejado subsistente en nuestras varias revisiones y reformas, como a lo
que hemos alterado o añadido. Nuestro pueblo encontrará suficiente
empleo para un espíritu verdaderamente patriótico, libre e independiente,
evitando que se viole la constitución que posee. No quiero con esto
excluir la posibilidad de hacer cambios; pero incluso cuando se hacen
cambios hay algo que conservar. Debe impulsarme un gran agravio para
proponer un remedio. En lo que hubiere de hacer trataría de seguir el
SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 257
ejemplo de nuestros antepasados. Prefiero hacer la reparación en un
estilo que sea lo más aproximado posible al del edificio. Entre los prin
cipios directores de nuestros antepasados, aun en los casos de conducta
más decidida, figuraron siempre una precaución política, una circuns
pección razonable y una timidez más bien moral que natural. No estan
do iluminados con esa luz de la que, según nos dicen ellos mismos, han
conseguido una parte tan considerable esos caballeros de Francia, actua
ron bajo una fuerte impresión de la ignorancia y de la falibilidad huma
nas. Quien les había hecho falibles les recompensó por haber atendido
en su conducta a su naturaleza. Imitemos su precaución, si queremos
merecer su fortuna y conservar sus legados. Añadamos, si se quiere, pero
conservemos lo que nos han dejado y, apoyados en el suelo firme de la
constitución británica, contentémonos con admirar, sin intentar seguirles,
en sus vuelos desesperados, a los aeronautas de Francia.
Os he expuesto con toda franqueza mis sentimientos. Creo que no
es probable que alteren los vuestros. Sois joven; no podéis guiar, sino
que tenéis que seguir la fortuna de vuestro país. Pero posteriormente
pueden seros de alguna utilidad, en cualquier forma futura que pueda
tomar vuestra comunidad. En la actual, difícilmente podrá continuar;
pero antes de su solución final, puede verse obligada a pasar, como dice
uno de nuestros poetas142 “por grandes cambios de modo de ser descono
cidos” y ser purificada en todas sus transmigraciones por el fuego y por
la sangre.
Aparte de una larga observación y mucha imparcialidad, tengo po
cas cosas en apoyo de mis opiniones. Vienen de alguien que no ha sido
instrumento del poder ni adulador de la grandeza y que no quiere
desmentir en sus últimos actos el tenor general de su vida. Proceden de
un hombre cuya actividad pública ha sido casi en su totalidad una lucha
por la libertad de los demás; de un hombre cuyo pecho no se ha encen
dido nunca en cólera duradera o vehemente, salvo contra lo que conside
raba como tiranía y que suma a su parte en los intentos hechos por los
hombres buenos para desacreditar a la opresión opulenta, las horas que
ha empleado en vuestros asuntos; y que al hacerlo así está convencido
de no haberse apartado de su oficio usual. Vienen de un hombre que desea
muy poco los honores, las distinciones y los emolumentos y que no
los espera en absoluto; que no desprecia la fama y que no teme la
censura; que evita la disputa, aunque se arriesgue a dar una opinión;
que desea conservar la congruencia de sus acciones, pero que desea con
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