El capítulo 11, la autora habla y parte sobre una investigación realizada en la Universidad de Lomas de Zamora, con un grupo de pedagogos; llegan a la conclusión de que los alumnos, carecían de competencias lectoescritoras. Este deterioro, parte de la investigación hacia los chicos y notan que, la escritura estaba en completo deterioro; muy pocos alumnos podían escribir de manera coherente, y que, pocos podían argumentar y comprender una consigna, que las respuestas a ellas, eran temáticas y no cognitivas. Fue un punto decisivo, esta imposibilidad de comprender el sentido de la consigna, entonces se dedujo que, no estaba producida la subjetividad que el discurso requería. Existía falta de disciplina por parte de los alumnos, entraban y salían a cualquier hora, sin pedir disculpas o permiso; existían comportamientos que tenían que ver con el uso mediático que al uso universitario. Se implanta una categoría de “Desacople” y la idea del psicoanálisis del “Síntoma”, el desacople tiene que ver con el desfondamiento, o sea, la destitución de las instituciones. El síntoma era el que mostraba el fracaso del discurso universitario, que los alumnos escribieran mal, era el síntoma de una falla en la producción de la subjetividad universitaria. Es decir, que no producía ni la subjetividad de los estudiantes, ni la de los docentes. Cristina Corea propone la idea que se le ocurrió en su experiencia aúlica: trabajar mucho antes del parcial sobre el sentido de las consignas, trabajar con parciales modelos, no tanto para repasar contenidos si no para familiarizarse con la estructura misma del parcial y las consignas. También se trabajaba con la devolución de los parciales, comparando varias respuestas a la consigna, es una propuesta interesante que la misma autora afirma que no duró mucho. El discurso universitario no puede ver a ese habitante como tal, solo lo puede ver como el síntoma que emerge en el funcionamiento universitario: los chicos no saben leer, escribir, comportarse en los exámenes y hablan mal; son rasgos que, desde otro punto de vista, se puede empezar a cuestionarse si no es el aburrimiento de los alumnos que no tienen una cultura de la letra y que, esta generación tiene una experiencia de lectura de imágenes más que de la letra. En unas entrevistas para una investigación de Lugano, se les preguntó a los alumnos que leen, a lo que respondían, “leemos las revistas, leemos la tele”. Leen imágenes. La lectoescritura de esta era, no es lectoescritura; la lectura se da, por un lado, y la escritura por otro, se trata de lecturas y escrituras de distintos soportes. Se habla de una escritura del chateo, que es muy distinta a la escritura universitaria; se habla de chatear, cuando los chicos mantienen un contacto con otra persona, no piensan un discurso en el mismo, sino que, escriben lo que les “va saliendo en el momento” no piensan en redacción, o en corregir si se escribió mal. La idea que se plantea en “Pedagogía del aburrido”, era la de insistir en enseñar a un sujeto que tiene como síntoma el aburrimiento, comenta la autora; se pensaron estrategias que tenían que ver con las tecnologías, ya que se empezó a ver que los chicos tenían destrezas para relacionarse con las mismas. Se empezó a ver a la televisión como una experiencia en la cual los chicos se constituían, y que quizá la televisión podía ser una vía de conexión y de cohesión con la fluidez. La televisión es un nodo que opera múltiples conexiones, que, para los chicos, es un operador que hace red. Se habla de la televisión, verla desde un punto de vista relacionado con el entorno mediático y no pedagógico, y no pensar en el sentido que la misma tiene que educar; idea que se tiene generalmente respecto de los chicos, cualquier cosa que se ponga en frente a un niño, tiene que educarlo, porque si no lo educa, lo malogra.