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Los estudiantes de cada estación, deben iniciar, después que los narradores principales hayan
concluido su participación.
I. Jesús condenado a muerte.
Reflexión:
Jesús mío, ¡qué difícil es aceptar el destino de la muerte! Qué duro es tener que renunciar a una vida
que queremos para siempre. Dios mío el miedo es grande, necesito de tu fortaleza.
Ya no soy aquel pequeño niño, he pecado mucho. Me he resistido a seguir tus mandatos, esos que
solo quieren mi bien, pero mi carne es tan débil.
Que esta vida mía no sea una vida muerta, que mientras recorro este camino, mi vida esté llena de
ti. Que este cuerpo frágil y temporal esté siempre fortalecido por tu espíritu.
Sentenciado a muerte camino junto a ti, tu eres mi fortaleza, acepta mi compañía, no quiero estar
solo. ¿Dónde están todos los que me acompañaban? Frente a la muerte vamos solos, pero yo quiero
ir contigo.
Quiero enfrentarme a ese juicio, que aún me parece lejano, de tu mano. Vamos Señor, caminemos
juntos.
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
II. Jesús carga la cruz.
Reflexión
Mi vida es hermosa Señor, es tan bueno estar vivo, contemplar tu creación, los amaneceres lentos y
los atardeceres que pintan todo de naranja.
Tanto por hacer, estar vivo es un mundo de posibilidades. Tantos caminos por seguir. ¡Cómo quiero
vivir intensamente! Recorrer el mundo, descubrir cada rincón y vivir las más grandes aventuras.
El mundo me ofrece tantas cosas, Señor. Suelo olvidarme de ti, sobre todo cuando no tengo
dificultades y todo parece ir tan bien. Discúlpame, Señor, no quiero cargar la cruz.
Tú que me lo has dado todo, lo sé. Pero, Señor, ¿por qué tiene que ser tan difícil?, ¿por qué una
cruz?
Tu amor es tan grande que, aunque yo te abandone, Tú cargas la cruz por mí, siempre fuiste Tú. Mis
dolores, los conoces. Mis debilidades, las conoces. Mis tantas miserias, Tú conoces todo de mí,
Señor.
Ayuda a este pobre corazón a volver a ti. Y mientras me caigo, tu cruz me levanta. Vamos Señor,
cargo mi cruz, caminemos Juntos.
Ave María
Gloria.
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
III. Jesús cae por 1ra. Vez.
Reflexión
Te he abandonado, Señor. Una vez más, y Tú has caído adolorido por el peso de mis pecados. Si
solo entendiera que al abandonarte soy yo el que cae, Señor.
El mundo, el mundo tiene la culpa. Hay tantas cosas que me distraen, que me gustan tanto. No puedo
rechazarlas, son más fuertes que yo. No quiero la cruz, Señor y te he abandonado.
Me pesa el abandono, pero me pesa más aún la soledad de mi vida sin ti. Nada tiene sentido, estos
atardeceres anaranjados me recuerdan a ti. Te necesito en mi vida, Señor. ¿Cómo puedo volver si te
he abandonado? No merezco ya nada de ti.
Nada ha salido como quería, Señor. Me pesa el dolor que llevo dentro, me pesan las injusticias de
este mundo. Yo también he sido injusto, Señor. El único justo eres Tú, déjame volver a tu lado,
ayúdame a levantarme. La cruz pesa. Vamos, Señor. Caminemos Juntos .
Padre Nuestro
Ave María
Gloria.
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
IV. Jesús encuentra a su madre.
Reflexión:
En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo,
gentes de buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien,
a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran,
la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de
ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y
confortados por el amor y la compasión que se transmiten.
Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y todo buen
hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de las escenas más dramática del Vía
crucis, porque aquí se añaden, al cúmulo de motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos
compartidos de una madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo su misión
de corredentora.
Padre Nuestro
Ave María
Gloria.
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Padre Nuestro
Ave María
Gloria.
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
VI. La Verónica limpia el rostro de Jesús.
Reflexión:
Dice el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos
estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante
quien se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la figura
de Jesús camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos, el
polvo, el sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la
muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como
respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su Santa Faz.
Una letrilla tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de
Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón». Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el
rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas
maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo
lo hacéis».
Padre Nuestro
Ave María
Gloria.
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Padre Nuestro
Ave María
Gloria.
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Padre Nuestro
Ave María
Gloria.
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Padre Nuestro