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El Sanatorio Grüffen

Imaginemos que un día, un día como cualquier otro, te encuentras en tu cafetería, todavía
faltan unos minutos para que esta abra, mientras tanto tú te preparas, buscas tu uniforme y te
arreglas. Pero hoy en tu establecimiento hay algo distinto, algo que te molestaba, en una
esquina del establecimiento hay una caja cuadrada de gran tamaño cuyo contenido es
desconocido, una caja de cartón común y corriente, tú no recuerdas haber pedido algo por lo
que tus medidores de sospecha se disparan por los cielos.

Decides dejar la caja en donde está, al menos por el momento, todavía falta media hora para
la apertura. Miras la caja en repetidas ocasiones mientras acondicionas el lugar, tienes miedo
por lo que puedas encontrar en el interior, pero la curiosidad te está matando. Te acercas a la
ubicación de la caja, la cual parecía no estar sellada, y la abres, te preparas para lo peor y
miras el interior del contenedor. En el interior del gran contenedor hay una sola revista, —
¿Por qué una caja tan grande para una sola revista? --- es el único pensamiento que tienes.
Volteas a ver el reloj de pared y ves que solo faltan 2 minutos para abrir, parece que tu
curiosidad tendrá que esperar.

Con prisa escondes la caja detrás del mostrador y dejas la revista en la mesita, junto con las
demás. Te diriges hacia la puerta, volteas el cartel de cerrado a abierto y prendes las luces.

La jornada fue como de costumbre, con bastantes clientes, pero no demasiados. Estás
agotada. Tomas asiento en una de las mesas, no sin antes agarrar esa nueva revista, empiezas
a hojear rápidamente. Cultura pop, el horóscopo, tests, quizzes; cosas con poca relevancia.
Hasta el final de la revista se encontraban los anuncios y oportunidades de empleo. Estabas a
punto de cerrarla, cuando te das cuenta de un mensaje en letras grandes: “Se busca
Psicóloga”. El mensaje captó toda tu atención, para este punto en tu vida ya habrías buscado
empleo en alrededor de 5 hospitales, en los cuáles habrías sido rechazada, así que para este
punto no te molestaría mucho en cuál hospital trabajarías, solo no querías que esos 5 años de
esfuerzo se fueran a la basura.

Comienzas a leer el anuncio: “Se busca psicóloga de mente abierta, muy creativa, curiosa y
con disponibilidad”, la descripción encajaba perfectamente contigo, —probablemente una
coincidencia—, pensaste, pero no podías evitar sentirte sorprendida y… un poco asustada.
Continúas leyendo: “La doctora deberá permanecer en el hospital un mes y al final de este se
le pagará 100,000 pesos”, ¡era una cifra exorbitante! Tus ojos se abrieron como platos, ¡en un
mes ganarías lo que ganarías en un año! Estás increíblemente emocionada, harás algo que te
gusta y te pagarán mucho, tal vez demasiado. Ya estabas imaginando qué harías con todo el
dinero cuando pensaste —Debe de haber una trampa— así que continuaste con tu lectura:
“(nótese que la empleada también hará de conserje, lavaplatos y cualquier otro trabajo
necesario, esto es así por la falta de personal)” —ahí estaba la trampa— tu nivel de emoción
bajó un poco, pero no desapareció. Seguías leyendo: “Durante su estadía a la empleada se le
dará una habitación y tres comidas al día”. La oferta en sí no era mala, pero algo no se sentía
bien, era demasiado bueno para ser verdad: “A aquella interesada favor de dirigirse a la
siguiente dirección…”.
La dirección indicaba que era un sitio muy alejado de la ciudad, pensabas en si ir o no, pero
fuera lo que fueras a hacer lo harías en la mañana, pues ya era casi de noche. Subiste a tu
habitación y preparaste una maleta mediana, pensabas en solo ir a ver, pero si fueras a
quedarte la necesitarías.

No te diste cuenta en qué momento se hizo de noche, pero estabas muy agotada, así que te
tumbaste en la cama y en cuestión de segundos te quedaste dormida, en la mañana irás a
aquel local.

Ya era de mañana, alrededor de las 6 o 7, estabas preparada para ir a aquella locación que
encontraste en aquella revista. Las maletas ya estaban hechas desde la noche pasada, solo
faltaría subirlas al coche, encenderlo y empezar el viaje, pero algo te molestaba, generaba
disturbios en tu mente. Pues cuando buscabas aquella dirección en tu celular lo único que
apareció fue un hospital psiquiátrico, sí, aquel lugar de pesadillas que muchas películas y
libros usan de ambientación.

Empezabas a dudar seriamente en si ir o no, la combinación de miedo y estrés de solo


imaginarte a ti en ese lugar te tenía caminando de un lado a otro en tu habitación, pero esta
era una oportunidad que se presentaba una vez en la vida. Sí, tal vez sea el peor lugar en el
que podrías trabajar, pero solo será por un mes y ganarás mucho dinero.

Con esas palabras en mente te dirigiste al auto con tu maleta, decidida a tomar el trabajo, sin
darte cuenta de que estuviste pensando durante una hora.

El hospital estaba más lejos de lo que creías, según el GPS deberían ser 5 horas de viaje, pero
tú, una primeriza en viajes de carrera, tomaste varios descansos. Jamás habías conducido
durante tanto tiempo, las paradas fueron inevitables sobre todo para el desayuno y la comida.

Al llegar a tu destino pudiste ver un pilar de piedra en el cual estaba escrito el nombre del
psiquiátrico: “Sanatorio Gruffën”. Seguiste el camino de tierra que te llevaba a una gran reja
de metal gris maltratada, de pronto a un lado escuchaste una joven voz femenina.

- ¿Viene a tomar el trabajo?

La voz parecía provenir de un viejo altavoz situado a un costado de la reja, aunque esta
sonaba muy distorsionada por la antigüedad del aparato.

- Sí, vine a tomar el puesto


- Perfecto, deje le abro la puerta

La reja se empezaba a abrir lentamente, haciendo mucho ruido en el proceso.


- Perdón por el ruido
- No se preocupe

Cuando la puerta ya se había abierto completamente entraste en el amplio patio, pudiste notar
como algunas zonas de este tenían un pasto muy alto, aunque la mayoría se veía bien tratado.
En ese mismo frente pudiste ver una zona donde se encontraban estacionados al menos 7 u 8
carros más, a comparación del gran tamaño del edificio solo 8 trabajadores parecía muy poco.
Mientras pensabas en cómo sería en interior del sanatorio estacionaste tu auto.

Tan pronto terminaste de aparcarte, una mujer pelirroja de ojos marrones y con bata blanca se
acercó a tu automóvil y golpeó la ventana de este, a lo que decidiste abrir la puerta.

- Gracias al cielo alguien se presentó.


- ¿Tantos problemas tienen?
- Y que lo diga. Sígame, por favor. Mi nombre es Melisa, por cierto.
- Abigail, un gusto.

Antes de que pudieras decir nada más, Melisa salió corriendo hacia la puerta principal del
edificio. Tú, sin otra alternativa, la seguiste hasta la entrada. Al entrar se podía ver una gran
sala de espera con muchos asientos los cuales todos apuntaban hacia una mesa, la cual
parecía ser la de recepción, aunque por el momento toda la sala parecía estar desocupada. O
lo estaría por completo si no fuera por un solo enfermero que, al igual que Melisa, llevaba
una bata blanca, que le llegaba casi hasta las rodillas, y tenía su cabello recogido en una
coleta. Este hombre, de complexión delgada, rápidamente recorría la sala y los pasillos que
conectaban con esta, llevando consigo un carrito, en el cual había distintas botellas de lo que
parecía ser medicina. Tan pronto notó tu presencia se acercó a ti, mientras se aproximaba
pudiste notar como debajo de sus ojos verdes habían unas ojeras enormes, y con sudor
recorriendo su rostro te dijo.

- ¿Eres la nueva?
- Sí, ¿Por qué pregun…?
- Perfecto, ¿Me puedes ayudar? – Dijo el joven con una expresión y tono de voz
apresurado y preocupado.
- Cl-Claro.

Sin siquiera darte tiempo para preguntar su nombre, el enfermero se retiró tan rápido como se
acercó a ti.

- Perdónalo – dijo Melisa –. Ha estado así durante casi tres días, en su mayoría sin
descansos.
- ¿E-Enserio? – preguntaste un tanto nerviosa, pero más que nada preocupada por la
cantidad de trabajo que tendrías que hacer.
- Sí. Bueno, toma uno de los carritos de por allá – dijo Melisa señalando a una esquina
de la sala –. Las botellas de medicamento tienen unas etiquetas con números, a esas
habitaciones las tienes que enviar.
- Ok.

Sin más que decir, Melisa tomó un carrito utilitario, tú seguiste su ejemplo y te dirigiste a uno
de los largos pasillos. A través de los silenciosos caminos solo podías escuchar el eco de tus
pisadas y el constante chirrido de las ruedas. Te resultó un tanto interesante ver que a tu
alrededor todo estaba desolado, y las puertas de las habitaciones parecían estar hechas de
algún metal o acero, a simple vista puedes notar que son increíblemente pesadas. Más que un
hospital parecía una prisión.

Pudiste entregar las medicinas sin mayor problema, aunque la constante soledad era bastante
inquietante.

Mientras regresabas a la sala de espera, pudiste ver a aquel enfermero durmiendo en una de
las sillas de la habitación. Aunque parecía ser que su sueño era muy ligero, pues el sonido de
tus casi silenciosas pisadas fue suficiente para despertarlo.

- ¿Eres la nueva? – dijo el médico aún adormilado –. Gracias por la ayuda, ¿sabes?, no
he podido dormir desde hace 3 días.
- Eso me dijo Melisa – le contestaste –.
- Por cierto, me llamo Jacob, tengo 22 años. ¿Y tú?, ¿cómo te llamas?
- Me llamo Abigail

Poco a poco ustedes dos empezaron a tomar más confianza, hablando sobre temas triviales,
sus experiencias durante sus estudios y cómo fue que terminaron en ese lugar.

Unos minutos más tarde escucharon unos pasos viniendo de uno de los pasillos del complejo,
poco a poco estos se acercaban y ambos visualizaron una figura femenina, con un
característico cabello rojizo.

- Hola – dijo suspirando –. Perdón por la tardanza.


- No te preocupes, solo fueron 10 minutos – le respondió Jacob.
- Por cierto, ¿por qué siempre corren? – preguntaste inocentemente.

Hubieron unos segundos de silencio antes de que te respondieran.

- No sé si nos vayas a creer, pero… – Jacob tomó un profundo respiro antes de


continuar –. En este hospital, estar solo es peligroso

Como respuesta a las palabras del enfermero, Melisa asintió y agregó:

- La primera vez no pasó nada, pero mientras más tiempo pasábamos en completa
soledad, empezábamos a escuchar pasos detrás de nosotros.
- En una ocasión pude ver, por el rabillo del ojo, una sombra que me perseguía – agregó
Jacob.
- Aunque parece ser que esta sala es segura.
Sorprendida por la información dada, tu cabeza se revolvía con dudas, pero decidiste
preguntar:

- Pero hay más autos estacionados, ¿dónde están ellos?


- No sabemos – respondió Jacob –. Desde que llegamos los hemos estado buscando,
pero no los hemos encontrado
- Parece ser que solo estamos nosotros tres
- ¿Y por qué no nos vamos? Digo, viendo que hay peligros – propusiste.

Aunque la alternativa que diste sería la opción obvia Jacob y Melisa se negaron, diciendo que
necesitan ese dinero

- ¿Y quién es nuestro jefe o dueño del lugar? – preguntaste.


- Pues yo no le he visto – respondió Melisa –. Jacob fue el primero que llegó
- Sí, me dijo que cada cierto tiempo se presentaría y nos daría nuestras tareas

De repente un portazo se oyó, retumbando por todo el edificio, los tres voltearon al mismo
tiempo, dónde una vez una sólida pared de concreto ahora había una puerta de madera
barnizada. En esta se encontraba empotrada una placa de metal en la cual se encontraba
escrito: “Oficina del Doctor Albert Grüffen”, y enfrente estaba parado un hombre con una
bata blanca, pantalones negros de vestir, brillantes zapatos cafés, lentes de tres piezas y su
cabello peinado para atrás.

- ¿Alguien me llamó? – dijo con un fuerte acento alemán.

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