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Trabajo Final

Alumno: Andrés Tula.

Docente: Juan Ignacio Barrena.

Asignatura: Historial Social y Cultural de la Literatura II.

Fecha: 05-04-21
La Modernidad reflejada y ejemplificada en tres obras claves del siglo XIX

En un ensayo previo (TP Integrador II), se habló sobre la materialización del


racionalismo y el desarrollo tecno-científico en el cuerpo del monstruo creado por
Frankenstein, como así también de elementos (no) éticos que motorizaban parte de
ese pensamiento y ese método de desarrollo. Estos últimos dos aspectos
mencionados, son pilares de un período histórico el cual es retratado de distintas
maneras en las obras que serán trabajadas. El ser humano no tiene sólo un
encuentro frente a frente con la modernidad, es decir, ante la materialización de su
accionar, sino también una ruptura interna a partir de la misma, y una concreción
ineludible de los destinos de sus acciones. Materialización, interiorización e
imposibilidad de cambio son aspectos que tendrán su representación con el
monstruo de Frankenstein, Dr. Jekyll y Mr. Hyde y el cuento El gato negro.

Es inevitable reconocer en cada proceso histórico la imagen del ser humano en


ese período, pero no sólo de aquel que motoriza dicho proceso, como puede ser, en
este caso, los burgueses que intervinieron en la creación y desarrollo de tecnologías,
o los pensadores que orientaron la utilización de dichas tecnologías, sino también
quienes sufrieron las intenciones avasallantes tanto del burgués como del pensador.
Con una ineludible vinculación con la relación entre Dios y Adán (de hecho, el
monstruo hace mención a esta relación), el ser humano y la modernidad, o Víctor y
el monstruo, no concretan las intenciones creativas del primero, sino que se produce
un conflicto que rompe la potestad sobre el segundo, es decir, su lugar de dueño, es
transformado en un lugar de víctima. No sólo hay una materialización del
pensamiento racional y tecno-científico en el monstruo, también hay un
desprendimiento de una idea que comienza a desarrollarse, alejarse y por último
“independizarse” de su creador, al punto de convertirse en el juez que determina su
devenir.

Parte del entramado que conforma este período está vinculado con las
estructuras morales y éticas que rodean e inciden sobre los individuos, de manera
distinta según el sector de la sociedad que habitan. La mesura, la elegancia, la
rigidez o la obediencia son elementos basales de una sociedad como la victoriana
que se fue “apolineando” hasta alcanzar límites extremos, mientras que las acciones
dionisíacas, relacionadas a los placeres y las pasiones desmedidas, no sólo son
desplazadas sino también apuntadas como acciones canceladas. Un aspecto
interesante en la obra de Stevenson es la elección de transformar al personaje al
momento de llevar a cabo ataques físicos o sexuales, y no sólo mantener un costado
malvado de Jekyll; Hyde concreta las pulsiones ocultas e internas de Jekyll, pero
desde otro nombre, y sobre todo, desde otra estética, la grotesca, que tiene hasta
“permitido” ejecutar dichos pensamientos. No es Jekyll quien no podría jamás llevar
a cabo esas acciones, sino la construcción estética que lo rodea, de manera inversa
ocurre con Hyde, a quien un juicio lombrosiano ya lo ubica en el banquillo de los
acusados. El monstruo es el último suspiro de un romántico que cede ante las
exigencias de una sociedad moderna y decide buscar venganza, mientras que Hyde
es la implosión de un sujeto moderno agobiado por estructuras de las que forma
parte.

En ambos casos, se da un detalle interesante que se replica a lo largo de los


siglos. Tanto el monstruo como Jekyll, creen tener la capacidad para interrumpir lo
que representan. El primero, tras matar a Víctor, se dirige hacia el polo para
convertir en cenizas su cuerpo, y extinguir la posibilidad de una nueva creación de
ese calibre. El segundo, destruye los datos científicos necesarios para permitir su
escisión. Aún así, el progreso ilimitado y las estructuras que cercenan la mente
humana no desaparecen, se modifican, mutan, se reconstruyen, pero jamás
desaparecen. Un ejemplo que puede sumar a esta idea, es lo que sucede en la
secuela de Terminator. El robot, una vez finalizada su misión, se mete en metal
fundido para eliminar cualquier elemento que pueda permitir llevar a cabo su
creación, pero aún así, como se menciona en películas posteriores, el “juicio final” se
concreta igual.

¿Es posible terminar con el conjunto de vicios que conforman un período? Es


difícil pensar en esa posibilidad, como también encontrar una respuesta a esa
pregunta. El ser humano ha cedido ante los aparentes placeres del desarrollo, el
progreso, la acumulación, la superación, el poder, hasta ser controlados por estos
vicios, que como tales, alcanzan límites desmedidos. El gato negro imaginado por
Poe, puede ser concebido como la materialización de esos vicios, los cuales en un
principio no parecen ser dañinos, e incluso no son percibidas sus consecuencias
hasta que los hechos son irreversibles. Las acciones llevadas a cabo para culminar
con esos vicios alcanzan tintes drásticos, de hecho el protagonista decide asesinar
al gato, como si el gato fuese el único culpable, y él no tenga ningún tipo de
intervención. Pero los vicios se transforman; en el caso del cuento, en otro gato, en
el caso de la historia, en otro período y otros vicios. Si antes eran de un negro
azabache, luego iban a tener un detalle blanco sobre el cuello. Si antes era la
posesión de grandes extensiones de tierra, luego iba a ser una gran fábrica
produciendo cantidades desmesuradas de productos. Si antes era someter a los
otros bajo el designio de un ser superior, luego era convertirse en ese ser superior.

El monstruo de Frankenstein, la escisión entre Dr. Jekyll y Mr. Hyde y el gato de


Poe, conforman distintos momentos e incidencias de la modernidad. La pulsión
creadora desde aires desmedidos de poder, las consecuencias internas de una
estructura que lo agobia, y la transformación de elementos basales que no
desaparecen, mutan, constituyen un período construido y sufrido por su creador, el
ser humano.

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