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LA MORAL NOS ENSEÑA SOBRE TODO A RENUNCIAR

Epícteto

De las cosas. hay unas que están en nuestro dominio, y otras que no lo están. En nuestro
dominio están la opinión. la elección. la apetencia. la aversión y. en una palabra, cuantas son
acciones nuestras. No lo están el cuerpo. la riqueza, consideraciones, cargos y. en una palabra.
cuantas no son actividades nuestras. Y las cosas que están en nuestro dominio son por
naturaleza libres. sin prohibiciones ni trabas. mientras que las que no lo están son
inconsistentes. serviles, sujetas a impedimentos, ajenas.

Acuérdate por tanto de que. si consideras libres las que son por naturaleza serviles. y propias
las que son ajenas. te verás frustrado. penarás. te sentirás perturbado, harás reproches a
dioses y a hombres. pero si consideras tuyo sólo lo que es tugo, y lo demás ajeno, como que es
de otro. nadie te obligará jamás. nadie te impedirá, no reprocharás nada a nadie. ni te quejarás
de ninguno. no tendrás enemigo, nadie te dañará. pues no experimentarás ningún daño (...)

Conque. ante cualquier idea dolorosa, ejercítate en comentar en seguida: "Eres una
representación mental y no de ningún modelo real*. Después ponla a prueba y examínala con
los criterios que tienes. y sobre todo con este inmediato de si se trata de cosas que están en
nuestro dominio o de las que no lo están. y siempre que se trate de cosas que no están en
nuestro dominio, estate dispuesto a contestar: "No me concierne".

Recuerda que la pretensión manifiesta de un deseo es la obtención de lo que se desea. que la


pretensión de una repulsa es el no incurrir en lo que se repele. y el que no consigue lo que era
objeto de su deseo es infortunado. y el que incurre en lo que rechazaba es desafortunado. Por
tanto. si rechazas únicamente las cosas contrarias a la naturaleza que dependen de ti. no
incurrirás en ninguna de las cosas que rechazas. Pero. si sientes aversión por la enfermedad. la
muerte o la pobreza, serás desventurado.

Así que elimina tu aversión de todas aquellas cosas que no dependen de nosotros y transfiérela
a las que son antinaturales. contrarias. de las que están en nuestro dominio. En cuanto al
deseo. suprímelo totalmente por el momento: porque si deseas algo de lo que no está en
nuestro dominio, forzosamente serás infeliz. y si es algo de lo que está en éste. de aquello que
es noble desear, nada está lejos de tu alcance. Recurre solamente a elegir y rechazar y con todo
suavemente, con reservas y sin forzarte.

Epícteto, Manual

Nietzsche (1844 – 1900)

AL OBRAR OMITIMOS. - No me gustan las morales que dicen: “Cuidado con que hagas tal cosa.
Abstente. Véncete”. Por el contrario, me agradan aquellas otras que impulsan a hacer algo, a
repetir y soñar con ello desde por la mañana hasta por la noche sin pensar más que en esto:
quiero hacerlo bien, de manera que sólo yo sea capaz de hacerlo. Quien así vive se desprende
continuamente una tras otra de todas las cosas que no forman parte de esa vida. Te sin
repugnancia y sin odio cómo tal cosa se despide hoy de él y mañana tal otra, cual la hoja seca
que el menor viento arranca del árbol. o tal vez no advierte siguiera la separación, pues tiene
los ojos clavados en su fin y mira hacia adelante, no a los lados. hacia atrás ni hacia abajo.
«Nuestra actividad debe determinar lo que omitimos al obrar omitimos, esto me agrada, esto
aplaudo. Mas no pienso contribuir a mi empobrecimiento con los ojos abiertos, y rechazo
todas las virtudes negativas. todas aquellas cuya esencia es la negociación y la renuncia.

F. Nietzsche, La gaya ciencia


I. Kant (1724 – 1084)

Hay una tercera proposición que fluye de las precedentes, y la formularía así: el deber es la
necesidad de realizar una acción por respeto a la ley. El objeto concebido como efecto de la
acción puede indudablemente inspirarme inclinación, pero nunca respeto, precisamente
porque es un mero efecto y no el acto de una voluntad, Igualmente, no puedo tener respeto
para una inclinación en general ya sea la mía o la de otro; puedo todo lo más aprobarla en el
primer caso, y a veces gustarme en el segundo, es decir, considerarla como favorable a mi
interés. Sólo esto hay que se enlace a mi voluntad únicamente como principio, y nunca como
efecto. que pueda convertirse en objeto de mi respeto y por tanto obligación para mí, que no
es útil a mis tendencias pero que las domina e impide que las tenga en cuenta en la
deliberación y en la decisión. Ahora bien, si una acción realizada por deber elimina
completamente la influencia de la inclinación y, por consiguiente. todo objeto de la voluntad,
no queda nada entonces que pueda determinar a la voluntad, sino la ley objetiva y
subjetivamente el respeto por esta ley práctica. y por tanto la máxima de obedecer a esta ley,
incluso violentando todas mis inclinaciones.

Así el valor moral de la acción no reside en el efecto que de ella se espera, como tampoco en
algún principio de la acción que tome su móvil del resultado esperado. En efecto, todos estos
resultados (satisfacción por su estado, contribución a la felicidad de otro) podrían igualmente
proceder de otras causas: no se necesita para ello la voluntad de un ser razonable. aunque sea
sólo en esta voluntad que puede hallarse el soberano bien. el bien incondicionado, por
consiguiente, la representación de la ley en sí misma. que sin duda sólo tiene lugar en el ser
razonable. a condición de que esta representación y no el resultado esperado sea el principio
determinante de la voluntad. Esto es lo único que puede constituir el bien tan precioso que
llamamos bien moral.
I. Kant, Fundamento de la metafísica de las costumbres
Freud (1856 – 1939)

Por consiguiente, conocemos dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a
la autoridad el segundo. más reciente es el temor al super-yo. El primero obliga a renunciar a la
satisfacción de los Instintos el segundo impulsa. además, al castigo. dado que no es posible
ocultar ante el super-yo la persistencia de los deseos prohibidos. Por otra parte, ya sabemos
cómo ha de comprenderse la severidad del super-yo, es decir, el rigor de la conciencia moral.
Esta continúa simplemente la severidad de la autoridad exterior. revelándola y sustituyéndola
en parte. Advertimos ahora la relación que existe entre la renuncia a los instintos y el
sentimiento de culpabilidad. Originalmente. la renuncia instintual es una consecuencia del
temor a la autoridad exterior: se renuncia a satisfacciones para no perder el amor de ésta. Una
vez cumplida esa renuncia, se han saldado las cuentas con dicha autoridad y ya no tendría que
subsistir ningún sentimiento de culpabilidad. Pero no sucede lo mismo con el miedo al super-
yo. Aquí no basta la renuncia a la satisfacción de los instintos. pues el deseo correspondiente
persiste y no puede ser ocultado ante el super-yo.

En consecuencia, no dejará de surgir el sentimiento de culpabilidad. pese a la renuncia


cumplida, circunstancia ésta que representa una gran desventaja económica de la instauración
del super-yo. en otros términos, de la génesis de la conciencia moral. La renuncia instintual ya
no tiene pleno efecto absolvente: la virtuosa abstinencia ya no es recompensada con la
seguridad de conservar el amor. y el individuo ha trocado una catástrofe exterior amenazante
pérdida de amor y castigo por la autoridad exterior- por una desgracia interior permanente: la
tensión del sentimiento de culpabilidad.

S. Freud, El malestar en la cultura

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