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Griselda Gutiérrez Castañeda

GRISELDA GUTIÉRREZ CASTAÑEDA


Coordinadora
Coordinadora
Políticas de la masculinidad
El poder y la violencia
en la subjetividad de los varones

Políticas de la masculinidad
El poder y la violencia
en la subjetividad de los varones
POLÍTICAS DE LA MASCULINIDAD
EL PODER Y LA VIOLENCIA
EN LA SUBJETIVIDAD DE LOS VARONES
GRISELDA GUTIÉRREZ CASTAÑEDA
COORDINADORA

POLÍTICAS DE LA MASCULINIDAD
EL PODER Y LA VIOLENCIA
EN LA SUBJETIVIDAD DE LOS VARONES
Primera edición:
septiembre de 2022

DR © Universidad Nacional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, Alcaldía Coyoacán,
C. P. 04510, Ciudad de México

ISBN: 978-607-30-6495-8

Todas las propuestas para publicación, presentadas para su producción editorial


por la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, son sometidas a un riguroso
proceso de dictaminación por pares académicos, reconocidas autoridades en
la materia y, siguiendo el método de “doble ciego”, conforme a las disposiciones
de su Comité Editorial.

Prohibida la reproducción total o parcial


por cualquier medio sin autorización escrita del titular
de los derechos patrimoniales.

Editado y producido en México


Presentación

Puede haber razones teórico epistémicas que al indagar sobre la re-


levancia y productividad teórica de ciertas perspectivas de investiga-
ción para la producción de conocimiento y como herramienta para la
comprensión de ámbitos de la vida social justifiquen por sí mismas
el interés de estudiarlas y difundirlas, es el caso de los estudios de
género capaces de ampliar posibilidades interpretativas dentro del
campo de los estudios sociales y humanísticos. Pero también puede
haber razones ético políticas en que la investigación y la producción
de conocimiento implicado sea capaz de contribuir al análisis de pro-
blemáticas sociales que nos atañen y con cuya base se pueda contar
con recursos para diagnósticos pertinentes, con conceptualizaciones
y líneas interpretativas que alimenten el intercambio y el debate para
sustentar con los mejores argumentos las críticas, los posicionamientos,
los desacuerdos y con ello enriquecer la comprensión de los temas, la
comunicación y las formas de incidir en la solución de los problemas;
precisamente los conocimientos producidos por la teoría de género
aporta herramientas teóricas, nuevas perspectivas de análisis y formas
de sensibilización que permiten apreciar que las configuraciones socio-
culturales de género inciden en formas de socialización que repercuten
en relaciones de poder, desigualdad, exclusión e injusticia.
Los alcances de esa lógica de género en su transversalidad atravie-
san todos los ámbitos de la vida públicos y privados, y las institucio-
nes universitarias no son la excepción, los momentos álgidos que en
tiempos recientes ha experimentado la vida de nuestras comunidades
universitarias, a manera de un microcosmos testimonia expresiones
de violencia sexista que siendo generalizada, al ocurrir en contextos
que han de regirse por estándares académicos y éticos de probidad,
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civilidad, respeto y pluralidad, y entre sectores que no sólo tienen una


responsabilidad para con tales principios, sino además con la posibilidad
y el compromiso de hacer del conocimiento el mejor instrumento para
enfrentar los problemas, no pueden menos que actuar en consecuencia.
El desarrollo de actividades de investigación, docencia y difusión de
los estudios de género en los espacios universitarios es ya una tradición
que cuenta en su haber con sólidos productos académicos, y que en su ca-
rácter implicado se han acompañado de iniciativas capaces de trascender
en cambios normativos e institucionales que hagan de las universidades
entidades comprometidas con la igualdad sustancial de género.
Como producto de esa impronta no sólo se promovió desde los años
noventa crear espacios para impulsar estudios sobre la diversidad sexo/
genérica y sobre la masculinidad, estafeta que ha sido incorporada por
algunos individuos y grupos en pequeña proporción, que aun cuando han
hecho un esfuerzo continuo, sus alcances no acaban de arraigar; al respecto
no le falta razón a Kaufman que al referirse a las distintas posturas que
la crítica feminista ha generado entre aquellos que desarrollan estudios
sobre la masculinidad, desde posturas reactivas hasta proclives a una causa
igualitarista, señala que aun tratándose de los profeministas a favor de la
igualdad y contrarios al poder que los hombres ejercen sobre las mujeres
“éstos no son asuntos singulares ni problemas para los hombres”, y que
quizás la vía para que se involucren en producir cambios que socaven al
patriarcado sea cobrar conciencia de lo que acarrea en sus vidas las con-
tradicciones del poder, pertenecer a un sector pretendidamente detentador
del mismo implica altos costos para ejercerlo o padecer sus imposiciones
y consecuencias sin ejercerlo; lo cual exigiría, en palabras del autor, un
“análisis del impacto de una sociedad dominada por los hombres en los
propios hombres [ello abriría la posibilidad de un proyecto que se transfor-
maría] no sólo en profeminista sino en algo que es antisexista (en el sentido
que las ideas y prácticas sexistas afectan a hombres y mujeres, aunque en
forma muy diferenciada), antipatriarcal y antimasculinista (pero siendo
claramente masculino-afirmativo así como femenino-afirmativo”.1

1
Michael Kaufman, “Las experiencias contradictorias del poder entre los hom-
bres”, en Teresa Valdés y José Olavarría, eds., Masculinidad/es. Poder y crisis. San-
tiago, Isis Internacional/Flacso Chile, 1979, pp. 80-81.
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Una clara muestra de esas contradicciones del poder es que la irri-


tación que han generado las movilizaciones de protesta y denuncia de
las estudiantes organizadas dentro de la comunidad universitaria en
repudio a las expresiones de violencia sexista, ha provocado impactos
de distinta envergadura desde los daños de quienes las han padecido de
manera directa, los que han afectado a la vida de la comunidad, a la
posibilidad de comunicación y acciones coordinadas para enfrentar
la problemática, a la continuidad de las tareas académicas de la institu-
ción y, no menos relevante, a aquellos estudiantes varones que sin ser
responsables directos de tales expresiones han experimentado la des-
colocación de pertenecer a un sector que es cuestionado, de ser objeto
de exclusión dentro de las iniciativas de organización para participar
en la solución de los problemas, y de carecer, mayoritariamente, de
recursos teóricos y argumentales para participar y diseñar estrategias
que contribuyan a cimentar un diálogo democrático comprometido con
principios y políticas por la igualdad sustancial de género y por una
vida libre de violencia de género.
Con el propósito de contribuir a las tareas académicas de cultivo,
intercambio y difusión de conocimiento y de aportar recursos para abrir
un diálogo fructífero con las y los estudiantes sobre la relevancia de
involucrarnos, sin distinción de género, en el cambio de las dinámicas
de convivencia e intercambio a nivel social y, en especial, dentro de
nuestra vida universitaria, se organizó la cátedra Masculinidades. Gé-
nero, subjetividad, poder y violencia, dentro del marco de la Cátedra
Extraordinaria Maestros del Exilio Español, durante los meses de mayo a
septiembre de 2020, lo que dio ocasión para convocar a especialistas en
la materia provenientes de distintas disciplinas, y cuyas contribuciones
se compendian en este libro, el cual integra diez artículos organizados
en tres secciones:

● Discusión contemporánea sobre masculinidades, en la cual se


desarrolla una reflexión epistémica y de políticas del conocimiento.
● La política de la masculinidad. Virilidad y violencia. En ésta
se lleva a cabo una profundización sobre el papel que juega la
articulación virilidad y violencia, en la configuración social y
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prescriptiva, y en la subjetiva e interrelacional que integran las


políticas de la masculinidad.
● Crisis del sistema de género y sus repercusiones en las formas
de las masculinidades. En esta tercera sección se desarrolla un
acercamiento al cómo y para qué investigar los patrones de la
masculinidad en el interés de propiciar políticas de igualdad.

En estos textos se analizan los aportes de la perspectiva de género al


debate teórico y político, respecto a la construcción de la subjetividad
generizada, las relaciones de poder concomitantes, y su deconstruc-
ción. Se examina la relevancia del debate público sobre las críticas
y reivindicaciones del feminismo, y su contribución al campo de los
estudios de las masculinidades y de la diversidad sexual, así como la
posibilidad de pensar en la deconstrucción de un sistema de género de
carácter patriarcal y sexista.
Pero también, cómo el desarrollo de estos campos de estudio y
las realidades sociales correspondientes pueden contribuir a ampliar
perspectivas, con las que se hace viable la afirmación de valores demo-
cráticos y pluralistas, que resignifiquen la concepción de los derechos,
de los espacios, las prácticas, para la inclusión de las, los y les sujetos
sociales y políticos, sin distinción de género.
La primera sección a propósito de la “Discusión contemporánea
sobre masculinidades” está integrada por dos colaboraciones de gran
interés, la primera es una reflexión de largo alcance por cuenta de Gloria
Careaga Pérez —quien además tiene el mérito de haber promovido al
interior del Programa Universitario de Estudios de Género (pueg, ac-
tualmente cieg) de la unam las áreas de investigación sobre diversidad
sexual y sobre masculinidades—. En este artículo se abordan elementos
que nos aproximan a los debates en el marco de foros internacionales
en los años noventa sobre políticas de igualdad de género impulsadas
por el movimiento feminista, que es el contexto que, con base en una
comprensión amplia y relacional de la construcción y dinámica del
sistema de género, auspicia el diseño de políticas y proyectos que ha-
brían de incorporar a los hombres como parte de un proceso con miras
a alcanzar la igualdad de género.
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La propia investigación teórica, y particularmente la implementación


de políticas públicas, pone de manifiesto que el género en un sentido
interseccional involucra dimensiones étnico-raciales, sexuales, etarias,
de clase, entre otras, y, otro tanto, en un sentido transversal atraviesa
distintas instancias de la vida social y formas organizativas sociales
e institucionales, de manera que impulsar iniciativas que han redun-
dado en la incursión cada vez más amplia de las mujeres en actividades
y espacios otrora vedados, ha puesto de manifiesto que las estructuras
organizativas y muchos de los supuestos en que descansan, incluyendo
las de las relaciones familiares e interpersonales, no están en sintonía
con los procesos de cambio, lo cual les convierte no sólo en obstáculo
para la reconfiguración del sistema de género, sino además produce
efectos y reacciones adversas, cuando desde la perspectiva masculina
tales propuestas de cambio se interpretan como amenazantes.
Son muchos los déficits en el trabajo de incorporar a los hombres
en las políticas de igualdad, como también las resistencias, e incluso
los errores de perspectiva teórica y práctica en las iniciativas institu-
cionales, en las instancias de auto organización y en el campo de los
propios estudios de la masculinidad.
Entre otros, para Careaga, un fallo crucial es la prevalencia de una
orientación psicológica antes que interseccional en el trabajo de aten-
ción dirigido a hombres, que al focalizarse en temas como “interacción
social, violencia, salud sexual y reproductiva, paternidad”, deja fuera
ángulos cruciales de todos los factores involucrados en las estructuras y
dinámicas de desigualdad, de relaciones de poder en que los patrones de
masculinidad juegan un papel crucial, y que es menester darles su peso
para propiciar que individual y colectivamente los hombres participen
en los cambios sociales tan necesarios.
La segunda colaboración es un artículo escrito al alimón por Juan
Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero en el que tematizan el carác-
ter implicado del conocimiento que versa sobre cuestiones de género,
que remite al carácter generizado del sistema de relaciones entre los
sexos, de los patrones identitarios y la configuración de las subjeti-
vidades generizadas, todo lo cual conlleva, en un sentido reflexivo,
que los mismos presupuestos y ángulos de análisis incorporen sesgos
de género.
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Es el caso cuando al indagar sobre aspectos relevantes del sexo


masculino, sobre la construcción de la masculinidad, sus implicacio-
nes significativas y prácticas tienen como marco referente ineludible
el ángulo del pensamiento crítico feminista. De ahí el dilema ético,
pero también los entresijos epistémicos que este tipo de investigación
tiene que sortear para reconocer las implicaciones que se juegan en
un conocimiento situado de forma tal que ello no sea obstáculo para
dar cuenta de las problemáticas de las que los sujetos masculinos no
están exentos, como son los derechos a la salud, orientación sexual,
entre otros.
Pero un dilema que a su vez plantea interrogantes que desde la in-
vestigación no se pueden eludir, como los que se formulan los autores
y que aplican al campo de la investigación en su conjunto, les lleva a
preguntarse “¿será que la urgencia por acompañar a las mujeres, justi-
fica el trabajo con hombres definidos desde la lectura feminista por sí
misma?”, y otro tanto cuando la investigación engloba a sectores lgbt+,
en que surgen consideraciones sobre el riesgo de incurrir en sesgos de
“paternalismo académico” e “intervencionista”.
Se trata de una propuesta rica en posibilidades para la reflexión y
para la “construcción de una agenda de diálogo” en atención a que la
prioridad es desarrollar reflexiones éticas incluyentes y dialógicas.
El apartado dos, “La política de la masculinidad. Virilidad y vio-
lencia”, contiene un nutrido conjunto de colaboraciones. Inicia con
una sugerente reflexión que desarrolla Leonardo Olivos, sobre las
múltiples aristas que integran la conformación de los varones con
base en su condición de género, en su dimensión subjetiva y relacio-
nal, para la que los ejes de poder y la violencia resultan definitorios.
Precisamente la metáfora con que juega y da título a su texto “Un
elefante en la sala”, le permite al autor dar cuenta de aspectos de la
mayor relevancia que no sólo explican la persistencia, sino también
la eficacia de los ordenamientos jerarquizados, de las articulaciones
hegemónicas que hacen del referente genérico de la masculinidad
un núcleo en que se condensa la auto referencialidad, al punto que,
tendencialmente, sus portadores ni visualizan ni cuestionan la razón
de ser detentadores de ciertas prerrogativas o de formas de ejercicio de
poder cuyos efectos no son inocuos.
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De manera que asumir una visión analítica y crítica de tal estado


de cosas desde la mirada masculina ni es fácil ni frecuente que ocurra;
escenarios como los presentes con índices de violencia a la alza, y con
respuestas cada vez más numerosas y enérgicas por parte de las mujeres,
lleva a Olivos, en un primer balance, a registrar las eventuales reacciones
masculinas de diverso tono, pero sobre todo desarticuladas, para posi-
cionarse ante esta problemática. Lo cual le da ocasión, desde una mirada
retrospectiva, para rastrear en importantes coyunturas históricas algunos
elementos que expliquen la intervención y/o el acompañamiento de gru-
pos y personalidades que rompiendo esquemas se habrían involucrado
en causas que, en principio, serían antitéticas a su perfil identitario en
términos genéricos, de clase o ideológicos, es el caso de Poullan de la
Barre, John Stuart Mill, y el propio Engels, quienes fueron capaces de
trascender esos marcos y posicionarse críticamente frente a atavismos
y complicidades misóginas.
Este ejercicio reflexivo también remite al autor a la posibilidad de
pensar hacerse eco de lo que paradigmáticamente representan estas
figuras, y así concebir formas de resignificación y reestructuración de
las formas de masculinidad prevalecientes, para lo cual la clave que
podría ser factor desestabilizador y propiciar cambios, sería revisar
críticamente las formas de violencia prevalecientes a través de los altos
costos que mellan la vida de las mujeres y de los propios hombres, y
de la sociedad en su conjunto.
El abordaje de esta equivalencia significativa: virilidad y violencia,
que pauta la constitución de la masculinidad, da lugar a ensayos teó-
ricos que apelan a recursos interpretativos provenientes de tradiciones
teóricas diversas, así como marcos disciplinares múltiples. Es el caso
del artículo de Fernando Huerta cuyo análisis parte de la antropolo-
gía feminista y a la par incorpora recursos analíticos provenientes
de la tradición marxista en su vertiente gramsciana, para explicar la
tesitura, así como los alcances de las formas de poder instauradas
por un sistema generizado que hace de la masculinidad el eje que
hegemoniza sus significaciones y prácticas en las que prevalece el
uso de la violencia, al punto de poderle interpretar como “un bloque
histórico del patriarcado”, que tal como lo formulara la concepción
histórico-materialista, no sólo da cuenta de procesos de larga duración,
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históricamente hablando, sino del carácter transversal que hace de los


efectos de ese tipo de construcción, una marca que incide en todos
los ámbitos de la vida.
En tal sentido, el autor opta por un esquema analítico y expositivo
dividido entre escenarios, en los que se da cuenta de los alcances históri-
cos, de la dimensión ideológico cultural y de las formas de introyección
de tales configuraciones práctico-significativas que pautan las formas de
subjetivación genérica de los hombres. Y es el conjunto y complejidad
de esos planos lo que es menester considerar para desestructurar esa
praxis androcéntrica de poder y la violencia masculina con base en una
perspectiva transformadora feminista.
Por su parte Gilberto Morales Arroyo plantea un giro estratégico,
en un sentido epistémico, al abordar el eje temático de este apartado,
el cual le permite posicionarse críticamente frente a algunos de los
sesgos que están presentes en lo que tienden a llamarse estudios sobre
la masculinidad, o las masculinidades, o las nuevas masculinidades.
El hilo de Ariadna que le guía es la problemática de la transgresión
social, que particularmente en el campo de la criminología y de la so-
ciología al dar cuenta de tipos de relaciones, de patrones de conducta y
perfiles de los agentes que rompen con el orden social, incurren en sesgos
androcéntricos, lo cual no sólo atraviesa a tradiciones que atribuyen a
rasgos etológicos las causas de las conductas transgresoras y/o criminales,
sino incluso a la criminología crítica que se desmarca de determinismos
biológicos o sociales, y que junto con la sociología de la desviación,
considera tales conductas transgresoras dentro de procesos sociales,
formas organizativas, contextos, e incluso el papel de los mecanismos
de control, que tienden a operar con rigores y efectos contrastantes entre
mujeres y hombres.
Lo cual no obsta para que en una tradición y en la otra se tienda a
asociar la conducta criminal con los hombres, en el primer caso con
base en una perspectiva esencialista, en el segundo, al atribuir un peso
a controles sociales diferenciales entre los sexos. Para Morales resulta
significativo que aun cuando en esta segunda vertiente se registre el
papel de los roles sexuales, no obstante, se adolece de una perspectiva
de género sustentada en una concepción teórica y conceptual perti-
nente. Lo cual deriva en que las conductas desviadas o criminales de
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las mujeres queden fuera de foco, además de incurrir en una suerte de


profecía autocumplida en que “la masculinidad predice la conducta
desviada”, tal como atinadamente lo ha puesto de manifiesto la cri-
minología feminista.
La productividad del análisis desarrollado por el autor es que ade-
más de trazar en un sentido crítico una panorámica de los cuellos de
botella en que incurre la criminología en sus distintas variantes y no
menos la sociología de la desviación, da cuenta de la concatenación
entre este sesgo epistémico y el que se hace presente en los estudios de
las masculinidades, que tendencialmente no sólo reducen los marcajes
identitarios centrados en la masculinidad, sino además en algún sentido
naturalizan la relación entre masculinidad y transgresión.
La forma de remediar estos fallos en la investigación, llevan al au-
tor a través de un agudo y puntual análisis a destacar la pertinencia y
productividad de la perspectiva de género simbólico desarrollada por
el feminismo en el campo de la perspectiva de género. Que además
de deconstruir resabios esencialistas, profundiza en la dinámica de la
relación simbólica entre lo masculino/femenino, la forma en que se
construyen subjetividades, la dimensión imaginaria y práctica que pauta
las relaciones, las reglas y la posibilidad de su transgresión. Con lo cual
el giro que se propone es trascender la tesis de que “la transgresión hace
masculinidad” por la tesis de que como hecho social la transgresión
“ritualiza una lógica de género”.
Un claro ejemplo de cómo la transgresión ritualiza la lógica de
género es el de los jóvenes que se autoidentifican como cholos en
espacios fronterizos como el de Ciudad Juárez, que es objeto de una
investigación in situ por parte de Salvador Cruz Sierra. Se trata de
un acercamiento que de manera integral no sólo lleva al autor a posi-
cionarse teóricamente respecto a la teoría de género, que le permite
desmarcarse de concepciones monolíticas de la masculinidad, y con
base en un estudio situado mostrar cómo la construcción de la sub-
jetividad generizada implica un sistema entreverado con condiciones
simbólicas, prácticas, espaciales, temporales y socioculturales, como es
el sistema de género. A la par, da cuenta de ejes de la mayor relevancia
para comprender tendencias que por sus efectos se hacen visibles
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dados los costos individuales y sociales, en vidas, calidad de vida,


conflictividad y fragmentación social.
A la base de las cifras apabullantes de la muerte de jóvenes en forma
violenta, de su creciente participación en organizaciones delincuencia-
les, está la consideración social de lo que es ser joven, a los que además
de escamotearles su estatuto de sujetos de derechos, se les carga de
significaciones estereotipadas y estigmatizantes. Cuyo peso se deja
sentir en las condiciones adversas para contar con posibilidades de una
integración con oportunidades sociales y económicas dignas.
La precarización como una tendencia generalizada mella la vida
de la población, pero exacerba las condiciones de marginalidad en
espacios como las ciudades fronterizas y en la vida de identidades
estigmatizadas. Los jóvenes cholos condensan en sus vidas y en sus
cuerpos marcajes generizados, racializados, sexuales, clasistas, mo-
dalidades particulares de masculinidades subordinadas atravesadas
por su condición juvenil y marginal, que en sus intentos de afirmación
son a la par victimarios y víctimas. Vidas en las que dejan huella las
desigualdades estructurales, sobredeterminadas hoy día por la lógica
criminal de la delincuencia organizada.
Esta segunda sección concluye con una aguda reflexión por parte
de Fernando Salinas-Quiroz que hace patente las implicaciones de la
hegemonía de un sistema de género heterosexista, que con base en
el poder prescriptivo de sus premisas y esquemas afianza los efectos
estigmatizadores sobre individuos y grupos sociales de identidad de
género y orientaciones sexo/afectivas disidentes.
Son distintos y a cual más problemáticos los ángulos desde los
cuales abordar la investigación sobre las formas restrictivas, censo-
ras y violentas que el poder heteronormativo puede producir en los
procesos de subjetivación identitaria de los grupos sexo genéricos
disidentes, en el ámbito de oportunidades de integración social y del
derecho a afirmar sus proyectos de vida, pero Salinas-Quiroz elige un
campo que ha estudiado abundantemente como son las configuraciones
familiares disidentes, incluyendo entre otros aspectos su derecho a la
adopción, campo que como bien apunta, hace las veces de termómetro
de la apertura o cerrazón de las sociedades para reconocer más allá de
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prejuicios y atavismos las identidades, las prácticas, las relaciones y


configuraciones disidentes.
Se trata de un campo que condensa las resistencias a lo diverso, a
las posibilidades de cambio, y que se convierte en la arena en que se
juega la preservación y la imposición de patrones y valores de lo que
se juzga “normal” y “natural” para la vida y las relaciones humanas.
Al respecto el autor aporta elementos que contravienen la pretendida
sustentación de las valoraciones negativas y prejuiciadas que abru-
madoramente se hacen sobre esas experiencias, y lo hace a partir de
resultados de investigaciones que lo mismo evalúan las actitudes a nivel
social hacia las configuraciones familiares disidentes, que aquellas que
con base en conceptos como figura principal de cuidado (fpc), echa por
tierra los prejuicios sobre las posibilidades de que fpc de adscripción
lgbt* pueden brindar entornos seguros y potenciación de desarrollo
de les, las, los hijos.
Un ejercicio crítico y analítico con el que Salinas-Quiroz contribuye
a desestructurar interpretaciones y actitudes que refuerzan una lógica
de género urgida de desmantelarse.
La tercera sección del libro cuyo título es “Crisis del sistema de gé-
nero y sus repercusiones en las formas de las masculinidades” inicia con
un análisis de las repercusiones a estos efectos de los proceso de crisis
económica contemporáneos, entre otros, desarrollado por Olivia Tena,
quien incorpora una noción como la de “malestares masculinos”, que
lejos de reducirse al plano experiencial y subjetivo que puede implicar
la descolocación que en condiciones de precarización y desempleo
provoca en aquellos sujetos de condición de género masculina, y que
les expone a obstáculos para cumplir los mandatos de la masculinidad,
destaca los desajustes sociales y estructurales.
Es una noción que forma parte de lo que pueden ser tendencias de
crisis que, en su dimensión relacional, integran cambios en los roles
tradicionales de género en los que se conjugan reacomodos a las con-
diciones materiales de índole socioeconómica, reposicionamientos de
las mujeres no simplemente producto de tales condiciones, sino del
agenciamiento que en un sentido simbólico, político y cultural les abre
oportunidades y experiencias antes vedadas.
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Desde un claro posicionamiento la autora asume que la relevancia


de analizar la llamada crisis de la masculinidad y los malestares aso-
ciados tendría que responder al horizonte de la crítica feminista, lo
que entre otras cosas equivale a evaluar si estas tendencias de crisis
apuntan a la posibilidad de abrir y profundizar “fisuras al patriarcado”
y al “modelo hegemónico de masculinidad” que pudiesen contribuir
a avanzar en metas de igualdad sustantiva, o si en contraposición
acentúan riesgos de que una “masculinidad fragilizada” estimule
mecanismos de reaseguro que propicien reacomodos en su control
de poder y acentúen manifestaciones de violencia de género en todas
sus formas.
Ante tales posibilidades es fundamental la investigación y el diag-
nóstico con cuya base se puedan diseñar estrategias para incidir en que
los cambios sean positivos.
En contraste con el carácter teórico y analítico del conjunto de los
artículos que integran este volumen, se incorporan dos contribuciones
que sin ser ajenas a ese propósito teórico nos dan cuenta de investigacio-
nes de campo que aportan elementos significativos para el diagnóstico
de los problemas que conllevan patrones de conducta prioritariamente
asociados al ejercicio de distintos tipos de violencia de género ejercida
por varones, que puede ser la base para diseñar posibles formas de in-
tervención para su remediación como es el artículo de Rosalía Carrillo
Meráz, o el de programas estratégicos de intervención como el que nos
comparte Roberto Garda.
En la investigación expuesta por Carrillo Meráz el objeto de estudio
son las instituciones de educación superior (ies), espacios que en el
presente cobran gran atención pública por convertirse en escenarios en
que se protagonizan álgidos debates y movilizaciones que hacen visi-
ble una problemática generalizada a nivel social como es la violencia
de género, que no es nueva pero que ha repuntado, y que por obra del
análisis crítico y la denuncia viene generando cambios importantes en
la percepción y sensibilidad social que convierte a tales patrones de
conducta como expresiones inadmisibles, y en la misma proporción
inaceptable dentro de las ies, como inaceptable que las instituciones y
sus representantes adopten posturas omisas, cómplices e irresponsables
ante estos problemas.
Presentación 19

Se trata de una importante investigación que abarca a distintas uni-


versidades e integra ejes orientadores para el análisis de las variantes de
esta problemática, así como recomendaciones para su atención por parte
de los distintos sectores de la comunidad universitaria involucrados, de
los obstáculos que representan ciertas pautas culturales acendradas,
pero también normativas y procedimentales que obstruyen la correcta
intervención y remediación de prácticas que laceran la vida y trayecto-
ria de las personas y, en último término, la significación, valoración y
expectativas que se depositan en lo que representa como oportunidad
ser parte de la vida universitaria, y en lo que toca a la institución misma.
Por su parte, Roberto Garda comparte una importante experiencia
que desde la reflexión teórica y el posicionamiento político y profesional
sobre la gravedad del problema de la violencia masculina, ha llevado a
generar iniciativas de organización social como es el caso de Hombres
por la Equidad A. C. que como plataforma contribuye a desarrollar
investigación implicada, que crea redes de intercambio teórico, que le
da sustento al diseño de programas de intervención estratégica como
es el programa Nuevas Habilidades para los Hombres. El cual tiene
como sustento una perspectiva teórico-epistémica como es la teoría de
género que, entre otras cosas, sitúa la problemática de la violencia en
términos de relaciones de poder y no de salud mental, como bien apunta
el autor, y que conllevan entre sus premisas el carácter transversal de las
construcciones de género, que se hace presente en todos los espacios,
formas de relación, aprendizajes, emociones, prácticas y conductas.
Y a la par, una postura teórica que incorpora una perspectiva inter-
seccional que reconoce la incidencia de la articulación y sobredetermi-
nación de factores contextuales que pautan formas y grados específicos
de desigualdad y de fuentes de conflicto, pautas por marcajes de clase, de
raza, de edad, de sexo, de género, entre otros.
Tales premisas justifican un abordaje integral de la problemática de
la violencia masculina y programas de intervención de carácter multi-
dimensional y multicomponente, como les denomina Garda, que en el
primer caso supone, según sus palabras un enfoque “de las diferentes
posibles aproximaciones al fenómeno de la violencia”, en tanto que
en el segundo conlleva una aproximación a “las formas distintas de
posibilidades de intervención”.
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Formas de intervención integral que apuntan a la comprensión desde


la experiencia y la crítica del ejercicio de la violencia que, más que
a inducir reacciones culpígenas, implique una profundización en los
factores culturales, institucionales, interpersonales, y en la dimensión
de los aprendizajes de los mandatos de género que involucran una veta
cognitiva, emocional, conductual, corporal.
Intervención que abre la posibilidad de comprender, valorar y ex-
perienciar que ante la alternativa de establecer relaciones igualitarias
con los otros, y particularmente con las mujeres y las/os hijos, ello
hace que la violencia y el abuso no sea una opción, y que esté abierta
la posibilidad de deconstruir los patrones tradicionales.
Con este volumen colectivo se pretende despertar el interés por un
campo de los estudios de género, como son los debates sobre la cons-
trucción de las masculinidades, aportar algunos ejes que explican inter-
pretaciones diversas y a veces encontradas, especialmente contribuir a
la comprensión de las repercusiones sociales no deseadas del sistema
de género, así como sensibilizar a quienes se introducen en su estudio
sobre el aporte que pueden brindar para consolidar principios y normas
de convivencia de cariz democrático y pluralista. Quienes colaboramos
en este volumen confiamos que su difusión apoyará a estos fines.

Griselda Gutiérrez Castañeda


DISCUSIÓN CONTEMPORÁNEA
SOBRE MASCULINIDADES
Masculinidad e igualdad de género

GLORIA CAREAGA PÉREZ

Introducción

Los acuerdos internacionales en políticas sobre la población y el desarro-


llo han sido muy prolíficos. Los desafíos que presentan a los gobiernos
para incorporar perspectivas que impulsen la construcción de nuevas
realidades es constante. No obstante, las definiciones de desarrollo no
siempre son las más atinadas, y la comprensión de las perspectivas que
se pretenden instrumentar tampoco son claras para todos los gobiernos.
Ése es el caso del género en la inclusión de las políticas de desarrollo
hacia la igualdad.
En general, podríamos decir que los hombres han estado ausentes
en estas políticas, lo que ha dado lugar a la idea de que las políticas de
género se ocupan de las mujeres. Y aunque así fuera, éstas han estado
muy lejos de apropiarse de su amplia complejidad, al no contemplar
la interseccionalidad que posibilite alcanzar a los distintos sectores
y poblaciones. Así, los acuerdos internacionales, al tener miradas e in-
terpretaciones restringidas sobre problemas complejos, terminan siendo
sólo promesas no cumplidas y crean nuevos desafíos.
Las políticas hacia la igualdad de género se aprobaron en la Con-
ferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo que se llevó
a cabo en el Cairo en 1994. Su incorporación no fue fácil, enfrentó
la reacción de las fuerzas conservadoras que a través de la distorsión
misma de la propuesta buscaron generar un rechazo general e incluso
lo que podríamos considerar un pánico moral.1 Claramente, la idea de

1
Término acuñado por Stanley Cohen en 1972 que se refiere a la reacción fundada
en ideas falsas o exageradas sobre comportamientos o acciones de minorías y que son

23
24 Masculinidad e igualdad de género

la emancipación de las mujeres les resultaba aterrador y definitivamente


contraria a los principios2 sustentados por su ideología cristiana.
No obstante, la argumentación de la importancia de sumar de manera
masiva a las mujeres a los distintos ámbitos de la vida social con el
objeto de aprovechar sus posibilidades de contribución al desarrollo
fue efectiva, sobre todo para aquellos países con grandes capas de
la población sumidas en la pobreza y con restricciones claras para la
participación de las mujeres.
Las llamadas políticas de género pronto tuvieron un amplio eco
donde los recursos internacionales empezaron a fluir, con acciones gu-
bernamentales desde una perspectiva interinstitucional e impulsaron, de
diferentes maneras, la voluntad política de gobiernos de distintas regio-
nes. Igualmente, en América Latina se observó una amplia proliferación
de estudios de género en universidades y centros de investigación,3 ya
que la instrumentación de estas políticas exigía de un gran número de
especialistas en el campo.
El movimiento feminista veía de nuevo4 a estas formulaciones como
una respuesta clara a sus demandas, donde las mujeres podrían ampliar
sus perspectivas e incluso construir proyectos de vida propios más allá
del ámbito familiar y doméstico. Igualmente, empezaron a surgir algunas
iniciativas para incorporar a los hombres en este proceso. No obstante,
no siempre fue visto con buenos ojos, más bien se despertó inquietud
sobre las intenciones de estos grupos, así como por la posible disputa
por los recursos disponibles.

interpretados como peligrosos o amenazantes, principalmente para los valores de una


sociedad.
2
Gloria Careaga, “El lado oscuro de la Conferencia Internacional sobre Población
y Desarrollo”, en Boletín del Programa Salud Reproductiva y Sociedad. México, El
Colegio de México, 1995, vol. 4.
3
Dora Cardaci, Salud, género y programas de estudios de la mujer en México.
México, unam, pueg, 2004.
4
Hay que recordar la coincidencia que el movimiento feminista tuvo con las
propuestas de la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo de 1974 para
promover la legalización de los métodos anticonceptivos y facilitar las decisiones
reproductivas de las mujeres.
Gloria Careaga Pérez 25

Políticas de igualdad de género

Las políticas de igualdad de género adquirieron una gran relevancia en


la discusión en torno al desarrollo. Se consideró que la incorporación de la
fuerza de trabajo de las mujeres aliviaría la pobreza, y pronto se instru-
mentaron acciones para garantizar una amplia y creciente participación. Se
definieron rutas para que las mujeres alcanzaran los estudios universitarios
a través de becas en los distintos niveles educativos; se establecieron cuotas
y mecanismos para la participación de las mujeres en el ámbito laboral;
se modificaron los requisitos para el crédito y la propiedad de la tierra
para garantizar el acceso a las mujeres; se instrumentaron un sin fin de
procesos de sensibilización y capacitación en género para la administración
pública; se establecieron mecanismos de certificación de la participación
de las mujeres; se incorporó el género en el diseño de la política pública
y los programas y acciones de gobierno, entre otras muchas acciones.
A veinticinco años de políticas de género, las mujeres se han incor-
porado a las distintas esferas de la vida pública efectivamente de manera
masiva y creciente. Incluso podríamos decir de manera destacada. El
desempeño de las mujeres en la educación es sorprendente, pero tam-
bién en la mayoría de los ámbitos donde se han abierto oportunidades
para su desarrollo. Sin embargo, es importante reconocer que estos
cambios necesariamente han sido resultado de complejos procesos
históricos donde las condiciones económicas y sociales han exigido
de la participación de las mujeres en jornadas laborales asalariadas
para la aportación financiera conjunta en el sostenimiento familiar, y
la necesidad de impulsar medidas, como la capacitación e incremento
de los niveles educativos para las mujeres, para garantizar el bienestar de
la familia y la permanencia de las niñas en el sistema escolar.
Se suman a este proceso las políticas sociales impulsadas desde los
acuerdos internacionales mencionadas anteriormente, para garantizar
las decisiones en el ámbito reproductivo y apoyar la participación de
quienes han estado lejos de los beneficios sociales; acuerdos impulsados
por el movimiento feminista internacional. Es decir, los cambios han sido
producto de la intersección de factores económicos, políticos y sociales.
Pero estos procesos, como muchos donde los acuerdos internacionales
ocupan un lugar central, son respuesta a compromisos adquiridos lo que
26 Masculinidad e igualdad de género

lleva a que sucedan de manera vertiginosa y, por lo tanto, con conse-


cuencias imprevisibles e incluso detonando procesos inesperados. Más
aún cuando su aplicación no necesariamente responde puntualmente a
lo acordado, sino a distintos ajustes o interpretaciones.
Si asumimos que el género es una dimensión en la vida de las personas
que define su lugar social a partir de la diferencia sexual, las acciones
desarrolladas para impulsar la participación de las mujeres representan
cuando mucho a una mitad de la responsabilidad que habría que cumplir,
ya que no se considera a la otra mitad de la población. Implica también el
considerar al género —de todas las personas— en intersección con otras
dimensiones como la etnia, la sexualidad, la raza, la edad, los orígenes, la
clase, para garantizar la consideración real de una amplia mayoría
de la población. Pero también implica la revisión crítica de la definición de
género en las distintas instancias de la estructura social. Es decir, de las
leyes, reglamentos, formas de operación, definición de la estructura y
mecanismos de acceso y participación en cada una de las entidades de la
vida pública y privada. Entonces podemos ver que, a pesar de la inserción
masiva y creciente de las mujeres a las responsabilidades económicas y
políticas que anteriormente se consideraban propias de los hombres, la
estructura de poder que sostiene las inequidades de género y la injusticia
social, en mucho ha quedado intacta. Así las mujeres participan del es-
pacio social en calidad de intrusas y encuentran una serie de obstáculos
que les coloca en una condición de gran vulnerabilidad.
Incluso, las transformaciones de las mujeres —sociales e individua-
les— son consideradas como un atentado, por lo que se ven enfrentadas
a vivir dichos cambios sujetas a distintos tipos de agresiones. Es más,
contrario a lo que se pudiera pensar, los espacios más opresivos para
estos cambios resultan ser aquellos en donde se encuentran solas frente
al poder absoluto del otro —en las relaciones de pareja y en la familia,
por ejemplo—, es decir, en el mundo íntimo y privado en contraposición
a los ámbitos públicos donde se posibilita la participación de distintas
miradas.5 Aun así, las mujeres cada vez han ido buscando una mayor,
y muchas veces mejor, inserción.

5
Gloria Careaga, “Otras mujeres, nuevos hombres”, en M. Figueroa y M. Cayeros,
eds., Ciencias Estudios de Género. Handbook t. ii. Tepic, Nayarit -©ECORFAN, 2016.
Gloria Careaga Pérez 27

El involucramiento de las mujeres en nuevas actividades y su clara


presencia en la vida pública ha significado el llevar a cuestas una sobrecarga
de las múltiples responsabilidades —incluso más allá de la doble jornada
que en sus inicios se había planteado—. Al mismo tiempo, se ha dado
una revaloración de su papel social que ha repercutido en su autoestima
llegando a constituir una nueva identidad. Su nueva identidad se caracteriza
por la búsqueda de la realización personal, una mayor independencia y
mayores posibilidades de autonomía.6 Investigaciones al respecto señalan
que hay una voluntad de ser mujeres responsables de sí mismas y también
un deseo de reconstruir la experiencia humana en un nuevo paradigma7
en el que no solamente ocupen un lugar central, sino la figura principal
del sujeto, es decir, de la capacidad y de la voluntad de construirse como
individuo y como grupo, en su derecho de actuar libremente.

La incorporación de los hombres

Como se ha señalado, el interés de incorporar a los hombres en las


políticas de igualdad de género no fue necesariamente bien visto
por las organizaciones de mujeres. Muchas consideraban que estas
políticas era un logro de ellas y los hombres no tendrían por qué
“beneficiarse”, lo que las convirtió en un asunto de mujeres. Inclu-
so, el mismo centralismo que la política tiene en el país hizo que se
privilegiara a un sector de mujeres. Aunque poco a poco se ha ido
reconociendo la importancia de la interseccionalidad, para ampliar
su cobertura. Pero se podría afirmar que la inclusión de los hombres
en su amplia diversidad está aún pendiente. Su participación ha de-
pendido en mucho del interés propio, a veces influido por la relación
con feministas, así como del trabajo de las organizaciones promotoras
de algunas intervenciones.
Aun así, la tarea de las organizaciones dedicadas al estudio de la
masculinidad ha sido también muy variado. Los estudios de la mascu-
linidad no han sido ajenos a diversas imprecisiones por lo que su

6
Idem.
7
Cf. Alain Touraine, El mundo de las mujeres. Barcelona, Paidós, 2007.
28 Masculinidad e igualdad de género

elaboración conceptual ha mostrado ambigüedades e incluso contra-


dicciones. Su producción igualmente ha cruzado distintos ámbitos,
tanto desde la academia como de otras formas de conocimiento y de
participación social. El desarrollo de los estudios de la masculinidad
inicialmente tuvo distintos referentes,8 desde posturas conservadoras,
como los mito-poéticos y los defensores de derechos de los hombres
que de distintas maneras reivindican el ser hombre tradicional, hasta
los llamados pro-feministas, que se adhieren y apoyan las demandas
del feminismo.
No obstante, la posibilidad del desarrollo de una amplia variedad
de aproximaciones, en todas es evidente la tendencia a reducir la
masculinidad al estudio de los hombres. Y al igual que las políticas de
género se han abstraído, por lo menos en sus inicios, de la consideración
de la interseccionalidad en sus análisis.
Igualmente, las intervenciones que distintas organizaciones han rea-
lizado mantienen límites infranqueables que dificultan una contribución
real a la transformación. Como señalan Greig y Flood,9 la predominante
orientación psicológica del trabajo sobre los hombres pareciera haber
buscado incorporar metodologías feministas, sin una clara concepción
de las mismas. Los grupos de reflexión feminista posibilitaron a las
mujeres identificar su lugar en el sistema, y para muchas involucrarse
en la lucha por la igualdad. Mientras que en los grupos de atención de
los hombres se convirtieron en grupos de autoayuda, donde los hombres
compartían sus sufrimientos y se desafiaban a romper con lo aprendido,
sin una convocatoria clara a la transformación social.
Consecuentemente, los trabajos con los hombres se han centrado
en temáticas muy específicas basadas en la interacción social, como
la violencia, la salud sexual y reproductiva, la paternidad; mientras
que desde el feminismo se han abordado aspectos mucho más amplios
de la realidad —economía, justicia, medio ambiente, entre otros— y

8
Gloria Careaga y Salvador Cruz, “Introducción”, en G. Careaga y S. Cruz, coords.,
Debates sobre masculinidades. México, unam, pueg, 2006.
9
Alan Greig y Michael Flood, “Work with men and boys for gender equality: a
review of field formation, the evidence base and future directions”, en USA. Discussion
Paper, núm. 37. UN-Women, 2020.
Gloria Careaga Pérez 29

construido importantes redes temáticas que enriquecen el análisis y la


discusión. No obstante, los mayores recursos para el apoyo al trabajo
feminista se han centrado en aspectos similares a los mencionados en
el trabajo con los hombres, derechos reproductivos y violencia, donde
un sinnúmero de organizaciones se centran en estos temas.
En ese sentido, las llamadas políticas de género no han tenido el
mismo impacto en los hombres. La realidad social imperante, a partir
de la ampliación de la participación de las mujeres de manera masiva
en todas las esferas de la vida social, exige el compartir ámbitos y
obligaciones domésticas, al mismo tiempo que la necesidad de de-
sarrollar y expresar sensibilidad y afectos. Sin embargo, prevalecen
fuertes tensiones para mantener la imagen de proveedor y autoridad
familiar, de “hombre de mundo” capaz de dominio y control. Ade-
más, se pretende su inserción en las responsabilidades familiares y
domésticas, al mismo tiempo que se mantiene la devaluación de esos
espacios y responsabilidades. Al pervivir hoy concepciones contra-
dictorias (entre la tradición y la modernidad o la necesidad) y ante las
dificultades que los hombres enfrentan para la resignificación de sus
identidades de género, los temores e incertidumbres que se levantan
en mucho son resueltas a partir de la reafirmación de lo conocido, la
defensa de la tradición, y a veces, hasta la eliminación de aquello que
se perciba como insubordinación.
Es decir, estos hombres son simultáneamente víctimas de un orden
y de un modelo social que los ha confinado a la representación de un
rol, de un papel, de una biografía para la que no existen escapatorias.
Porque se aprende a ser violento como parte constitutiva del ser hombre;
se aprende a ser propietario, a pensar siempre desde la primera persona
del singular, a desplegar las conductas, frases y pensamientos que se
atribuyen al dominador.10 Pero, además, las distintas expresiones de la
masculinidad no son sancionadas socialmente de la misma forma,11 y

10
Cf. Rossana Reguillo, “Pórtico: notas introductorias a las violencias”, en Juan
Carlos Ramírez, Madejas entreveradas, violencia, masculinidad y poder. México, Plaza
y Valdés/Universidad de Guadalajara, 2005.
11
Cf. Juan Carlos Ramírez, Madejas entreveradas, violencia, masculinidad y poder.
México, Plaza y Valdés/Universidad de Guadalajara, 2005.
30 Masculinidad e igualdad de género

las contradicciones persisten, unas son aceptadas y luego sancionadas,


en similares condiciones e incluso algunas son rechazadas, generando
una gran confusión e incertidumbre.
Como señalan Greig y Flood,12 poner en primer plano la masculini-
dad de los hombres como el problema y subsumir bajo la masculinidad
las múltiples relaciones de poder dentro de las cuales se ubican los
hombres imposibilita comprender los distintos intereses involucrados.
Sólo al comprometerse con las experiencias diversas y complejas de
los hombres sobre las fuerzas que estructuran la desigualdad y la opre-
sión, el campo de “hombres por la igualdad de género” puede llamar
a los hombres a ser agentes de cambio en un trabajo verdaderamente
transformador sobre las relaciones y sistemas patriarcales.

Hacia la igualdad de género

Las conferencias internacionales de Naciones Unidas muestran precisa-


mente el lugar que los intereses políticos han jugado. La imposición de
metas demográficas para todos los países, al coincidir con el interés del
feminismo por liberar la decisión de las mujeres sobre su reproducción ha
definido una agenda y ruta por décadas. Sin embargo, resulta por lo menos
extraño que sea este eje de trabajo el central en una agenda de desarrollo.
Y en ese sentido, la institucionalización de la política de género, con
la invitación de los países más poderosos para que se incorporara a las
mujeres de manera masiva a los procesos productivos resultó prácti-
camente la línea prioritaria. Pocos de los países que tenían esa tarea
pendiente consideraron el desarrollo de una política que contemplara
a las mujeres y a los hombres, a los niños y a las niñas. La incursión
de las mujeres en todas las actividades de manera masiva, no estuvo
acompañada de un cambio en las instituciones que garantizara su
participación de manera equitativa y segura. Hoy día no sólo persisten
las desigualdades, sino que están expuestas al acoso y la violencia en
prácticamente todos los campos.

12
A. Greig y M. Flood, “Work with men and boys for gender equality: a review of
field formation, the evidence base and future directions”, en op. cit.
Gloria Careaga Pérez 31

Es entonces importante señalar la responsabilidad de los Estados y las


políticas de gobierno que han priorizado el utilizar la fuerza de trabajo de
las mujeres, abriendo espacios para su amplia y creciente participación,
pero sin tocar las estructuras institucionalizadas desde una perspecti-
va patriarcal que las coloca como intrusas en cada uno de los espacios a
los que se les ha incorporado. Y en ese mismo sentido, afectando a los
hombres que han hecho esfuerzos por cambiar sus comportamientos,
sin apoyos formales o desde los consensos sociales y a quienes más
bien se les mira como traidores.
Efectivamente, entonces creo que el trabajo con los hombres
tendría que ampliar la mirada, diseñar una estrategia de incidencia
en distintos espacios, y pensar en el análisis y trabajo de hombres de
distintos sectores. Buscar asimismo el impacto en los espacios de de-
cisión política, pero creo que es necesario un trabajo articulado que
garantice que los logros contribuyan a la transformación social y no
a la reedición del sistema.
El trabajo para cambiar las normas de género también involucra el
análisis y el desafío de las desigualdades de poder, porque la función de
tales normas es “naturalizar” las desigualdades de poder; las normas
de género sirven para normalizar el patriarcado, y es esta normalización
que las ha dejado fuera del ámbito de las ideas y prácticas que pueden
ser discutidas, debatidas o cuestionadas.
Pero sobre todo, la transformación social que se pretende hacia la
igualdad de género exige iniciar por la resignificación del concepto
mismo de género, en toda su complejidad para incorporar las distintas
expresiones e identidades de género. Exige también la voluntad política
que garantice la participación interinstitucional y de amplios sectores
de la población, y que delinee y difunda nuevos modelos de mujeres, de
hombres, de relacionamiento, capaces de impulsar profundos cambios
en todos los sectores de la población.

Conclusiones

Los cambios sociales y culturales complejos, que se han venido dando


especialmente en las últimas décadas, constituyen un importante reto
32 Masculinidad e igualdad de género

con pocos recursos para enfrentar la cotidianidad. Procesos como la


modernización, el desempleo y la profundización de la pobreza, han
impactado de forma significativa la organización de la vida cotidiana
de las personas, modificando su posición y el significado mismo de
su definición sexual.
Los acuerdos alcanzados, y las políticas y acciones de gobierno deri-
vadas de ellos, si bien han incorporado algunas de las demandas de las
mujeres y el feminismo, han resultado en mayor trabajo, mayor vul-
nerabilidad y promesas no cumplidas para la mayoría de la población.
Los niveles de pobreza siguen en aumento, y las mujeres siguen sujetas
a un sistema patriarcal.
Aun así, son pues las mujeres quienes protagonizan la invención
de un nuevo modelo cultural que va dando un giro definitivo a la con-
dición de dominación que habían sufrido. Pero este desafío plantea
transformaciones profundas y permanentes, las identidades son múlti-
ples y cambiantes, pareciera que todos intentamos hacer compatibles
la continuidad y la innovación, la unidad y la diversidad e incluso lo
permitido y lo prohibido.
No obstante, las nuevas reconfiguraciones no han estado sólo del lado
de las mujeres. Si bien la condición de inestabilidad laboral pareciera
redundar en la desigual participación de las mujeres en el mercado
laboral, al mismo tiempo reconfigura también la propia imagen de los
hombres; su condición, por ejemplo, comienza a verse exigida por una
disponibilidad horaria que antes sólo correspondía a las mujeres y no
tanto por una resignificación que lleve a su involucramiento en la vida
familiar y las tareas domésticas, sino, más bien, por la precarización
laboral. Igualmente, en el cambio de paradigma global, a los hombres se
les suman aspectos vinculados a una nueva división sexual del trabajo
donde se sienten presionados a asumir responsabilidades tradicional-
mente desconocidas.
Al mismo tiempo, la incomodidad que representan las mujeres en
los espacios públicos hoy, tiene también sus consecuencias para la vida
privada, principalmente en el plano conyugal. Si bien podríamos afirmar
que la mayoría de las mujeres asalariadas han logrado mantener un cierto
equilibrio entre su responsabilidad laboral y doméstica, significado en
una importante mayoría de hogares funcionales, pareciera, sin embar-
Gloria Careaga Pérez 33

go, que esta situación no adquiere la valoración social adecuada aún.


Para algunos hombres, los logros alcanzados por las mujeres no son
considerados como una aportación importante para la estabilidad de la
familia y la posibilidad de desarrollo para cada uno de sus integrantes,
sino más bien como una amenaza. Amenaza que esos hombres viven
como dirigida específicamente hacia ellos, significada en un deterioro
de su autoridad, de su virilidad y de su propia hombría.
Organizar a los hombres para un cambio de género radical y trans-
formador requiere que la categoría de “hombres” sea desnaturalizada y
utilizada en su lugar de manera reflexiva, crítica y en sintonía con sus
consecuencias políticas. Esto, a su vez, exige que se preste atención a
la comprensión del poder desarrollada y desplegada por el campo de
aquellos hombres pro-feministas orientados al trabajo transformador
por la igualdad de género. Crear una transformación de las normas de gé-
nero más sostenible exige que se realicen esfuerzos simultáneos de partici-
pación masculina a nivel institucional y de políticas para crear cambios
más sistemáticos y sostenibles.
Los desafíos que hoy ofrece el panorama mundial son múltiples
y complejos, pero sobre todo urgentes, y la pandemia ha venido a
profundizarlos, evidenciando los vacíos que los Estados habían dejado.
La economía, el fortalecimiento de la gobernanza y las instituciones, la
democracia, el cambio climático, el avance del conservadurismo y el
nacionalismo; todos ponen en riesgo no sólo la posibilidad de dar pasos
adelante en la construcción de una sociedad inclusiva e igualitaria, sino
incluso en tela de juicio los logros que se han alcanzado.
Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico
y político con sujetos del sexo masculino
JUAN GUILLERMO FIGUEROA
Y ALEJANDRA SALGUERO1

Introducción

El objetivo de este texto es ordenar algunas dimensiones críticas desde


un enfoque ético en el trabajo con personas del sexo masculino, dentro
de una búsqueda por la equidad de género. Esta agenda está estrecha-
mente ligada a demandas feministas de reivindicación de los derechos
de las mujeres, por lo que no es neutral el imaginario que existe sobre
los sujetos del sexo masculino, ya que suelen ser vistos como parte del
sistema que dificulta el acceso a las mujeres a su desarrollo integral
como seres humanos. Si bien la perspectiva de género propone una
aproximación relacional, emergen con frecuencia reflexiones sobre la
necesidad de acciones afirmativas que faciliten —desde una lectura de
justicia redistributiva— contrarrestar la desigualdad que como grupo
social viven las mujeres. Este planteamiento asume que los hombres
viven privilegios y, por ende, se prioriza una lectura en la que los
hombres son los victimarios y las mujeres las víctimas. Sin embargo, el
trabajo de investigación crítica nos obliga a matizar y poner en contexto
la documentación de problemáticas para acercarnos a su comprensión,
pero más todavía cuando se pretenden definir intervenciones (políticas
públicas, programas sociales, acciones afirmativas, e incluso sancio-
nes) con el propósito de generar cambios en ámbitos específicos de la
cotidianidad.

1
Le agradecemos a Adriana Ramírez su compañía para reflexionar sobre el tema
de este texto.

35
36 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

Consideraciones teóricas, lingüísticas y analíticas

De ahí la relevancia de aclarar la categoría de dilemas éticos, como eje


de estas reflexiones. Suele considerarse que la ética y la moral estudian
y norman las conductas como aceptables o sancionables, e incluso que
por eso estudian “el bien y el mal” o “la bondad y la maldad”. Sin
embargo, la moral agrupa las normas de lo aceptable y lo rechazable,
mientras que la ética es una parte de la filosofía que estudia los supues-
tos detrás de las normas que a su vez legitiman o rechazan comporta-
mientos específicos. A final de cuentas, la ética no busca decidir cuál
es la moral correcta o el código moral más recomendable, sino que
al acompañar esa sistematización de los supuestos puede brindar ele-
mentos para que quien hace la reflexión ética opte por códigos morales
específicos o bien acompañe la construcción de algunos considerando
sus particularidades. En ese contexto, se ha reconocido internacional-
mente al paradigma de los derechos humanos como un código incluyen-
te, e incluso orientador de acciones sociales que contribuyen a reparar
exclusiones y a visibilizar a sujetos titulares de derechos, quienes
por arreglos sociales previos podrían no ser reconocidos como tales.
Ejemplo de ello, son la población de mujeres, las personas menores
de edad, las pertenecientes a poblaciones indígenas, las personas con
determinadas orientaciones sexuales, con distintas discapacidades o
bien, de diferentes grupos étnicos, entre otras características identita-
rias. Los derechos humanos buscan asegurar arreglos sociales para que
toda persona tenga reconocidos los mismos derechos y, por ende, las
mismas condiciones de posibilidad para su puesta en práctica.
En ese tenor, los cuidados éticos que se sugieren para acompañar
las investigaciones y las intervenciones sobre temas y con poblaciones
específicos, pretenden asegurar que dichas formas de intercambio con
personas específicas no violenten sus derechos, ni legitimen desigual-
dades. En algunos momentos procuran visibilizar problemáticas que
quizás fueron silenciadas por las costumbres y que hacerlas evidentes
e intervenir sobre las mismas, pueden contribuir a reparar o disminuir
discriminaciones y, a través de ello, facilitar que los sujetos afectados
tengan mayores probabilidades o mejores condiciones para ejercer
sus respectivos derechos. Si bien esto es un atractivo del trabajo de
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 37

investigación y de intervención en ámbitos específicos, los cuidados


éticos alertan sobre las formas de hacerlo para no poner en riesgo a
los participantes. Es decir, a pesar de la pertinencia de ciertos fines
e intenciones, los medios para intentar lograrlos requieren de ciertos
cuidados desde el paradigma de derechos, en especial cuando puede
haber prioridades distintas para estudiar o intervenir sobre poblaciones
específicas y cuando intervenciones para acompañar a una población
pueden generar consecuencias no siempre ‘positivas’ en otras, tanto por
no tener estudios sobre ello, como porque emergen prioridades políticas
e ideológicas para reforzar a una población, pero incluso por limitan-
tes conceptuales, epistemológicas y hasta lingüísticas para visibilizar
problemas, necesidades y carencias de una población, por la urgencia
sentida e identificada de otras.
Existe la categoría de acciones afirmativas, en especial en el ámbito
de las políticas públicas, con el fin de intervenir en espacios donde se
identifican exclusiones y discriminaciones que pretenden repararse o
disminuirse. Asociada a dicha categoría se alude a discriminaciones
positivas, para hacer referencia a poblaciones a quienes se excluye
del apoyo específico de la acción afirmativa, pero no como venganza
ni con la intención de invertir el sentido de las discriminaciones, sino
con el supuesto de que por su posición y lugar en la sociedad (junto con
el acceso que tienen a cierto capital social, cultural y económico) pue-
den satisfacer o cubrir los bienes, satisfactores o derechos que otras
personas lo harían básicamente con ese apoyo especial, denominado
acción afirmativa. Ejemplos de ello son los subsidios a población en
condiciones de pobreza, así como cuotas de género, por pertenencia
étnica o bien, por orientación sexual, en todos los casos con la in-
tención de asumir una responsabilidad social sobre el origen de la
desigualdad. Teóricamente dichas acciones se reconocen como tem-
porales y, además, como estrategias de reparación y de alguna manera
de deconstrucción cultural. Es decir, se ponen en práctica para alertar
a la sociedad sobre la pertinencia de la igualdad ‘impuesta de alguna
forma’, pero con la intención de que con el tiempo dicha igualdad se
convierta en la ‘nueva costumbre’ y entonces, las cuotas o subsidios
no sean necesarios, pues las personas se encontrarían en un contexto
más igualitario en cuanto a las condiciones de posibilidad para cubrir
38 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

sus necesidades y ejercer sus derechos. Es importante destacar, en es-


pecial para el propósito de este texto, que la discriminación positiva no
supone que los derechos y necesidades de la población no subsidiada
o acompañada por acciones afirmativas resulten irrelevantes. Más
bien, es que se asume que pueden resolverlas sin un apoyo específico
institucionalizado.
Esto genera posibles precisiones a ser revisadas en el tiempo, ya
que si se subsidia comida, vivienda o servicios de salud a una persona
por razones de pobreza, puede monitorearse si otras intervenciones
le pueden haber facilitado salir de dicha condición socioeconómica,
mientras que si se subsidia políticamente cuotas de representatividad
a mujeres, grupos étnicos o personas de movimientos discriminados
por su orientación sexual, es más complejo evaluar si ya salieron de
esa categoría de discriminación para retirarles el subsidio. Ahora bien,
otro reto metodológico es cuando una persona con poder económico
para conseguir por sí misma su alimentación, vivienda y atención a
la salud, pertenece a un grupo discriminado, como el ser mujer, de
grupo étnico, o bien, de orientación sexual no hegemónica. Es decir,
podría ser apoyada desde una de sus características y no desde la otra.
Pueden encontrarse analogías con la categoría de interseccionalidad y
el lenguaje decolonial, ya que invitan a poner en contexto las diversas
pertenencias sociales de una persona o población, así como los con-
ceptos para analizarlo.2
Podrían incorporarse algunas analogías con la población de hom-
bres y mujeres, pensadas como colectivos inicialmente, para luego
pasar a desglosar su especificidad. Si se piensa que en promedio ellos
tienen privilegios y ellas desventajas y experiencia de discriminación,
emergen propuestas de acciones afirmativas, de políticas públicas y
de acciones de justicia redistributiva, pues la población de varones
podrían resolver por su cuenta sus necesidades. Es claro que, si

2
Cf. Rita Segato, “Género y colonialidad: en busca de claves de lectura y de un
vocabulario estratégico descolonial”, en Aníbal Quijano y Julio Mejía Navarrete, eds.,
La cuestión descolonial. Lima, Universidad Ricardo Palma, 2010 y Mara Viveros, “La
interseccionalidad: una aproximación situada a la dominación”, en Debate Feminista,
núm. 52, 2016, pp. 1-17.
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 39

incorporamos la condición de grupo social de pertenencia, de etnia


y de orientación sexual, entre otras, la necesidad de matices parece
emerger claramente. Si a eso le añadimos que las propuestas políticas
de cambio social no han emergido regularmente de poblaciones en
situaciones socialmente identificadas como beneficiadas, vale la pena
profundizar en que la experiencia de la otredad (incluso como origen
de la discriminación) les ha posibilitado a diferentes poblaciones
tomar conciencia de sí mismos. Esto sucede con movimientos pro-
letarios, con el feminismo desde las mujeres, con cuestionamientos
a la masculinidad desde sujetos no heterosexuales, con movimientos
indígenas por no ser la etnia hegemónica, etcétera. Al mismo tiempo,
se asume que estos movimientos son quienes tienen la posibilidad de
incidir en la desalienación de los grupos en el poder, quienes por su
posición de obviedad muchas veces no se dan cuentan de sí mismos,
incluso cuando en muchos contextos se afirme que no se quieren dar
cuenta o aun que están aferrados a sus privilegios.
Podría darse una combinación de ambas experiencias; a final de
cuentas, existe la posibilidad de proponer como interpretación dis-
cutible y objeto de investigación, que no ser parte de la otredad no
hegemónica se constituye en un obstáculo para reflexionar sobre sí
mismo, pero también para identificar necesidades, para reconocer
violencias, para justificar el statu quo y hasta para no explorar otras
formas alternativas de interacción social. A la par, puede dificultar en
la población discriminada y en quienes investigan temas específicos
(siendo incluso parte del grupo llamado ‘en el poder’), conceder que
dicha población requiera acompañamiento para documentar sus ne-
cesidades y más complicado todavía, para reconocer que pueda vivir
alguna desigualdad que pudiera requerir una acción afirmativa, una
visibilización explícita o incluso un acompañamiento emocional para
poder desarrollar experiencias reflexivas que contribuyan a recono-
cerse y superar procesos de alienación, derivados de ser el sujeto de
referencia en la organización de los arreglos de género. Por ello, vale
la pena alertar desde la ética de la investigación e intervención de las
consecuencias de no nombrar posibles puntos ciegos, los cuales se
podrían hacer más evidentes (incluso sin nombrarse) si se matizaran
los alcances del conocimiento que se acepta (explicitando que es un
40 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

conocimiento situado y permeado por quien lo genera) y de las inter-


venciones que se instrumentan.
Hay filósofos como Ortega y Gasset3 que aluden a ideas y creencias
para referirse a conocimientos con argumentos y a otros que son ‘tan
obvios’ para quien se sostiene en los mismos, que no requieren demos-
trarse. Esto se relaciona con el lenguaje, instrumento que los lingüistas
señalan que permea la forma de ver y ordenar la realidad, por lo que
autores como Carlos Lomas,4 lo interpretan como parte de una cosmo-
visión, a partir de la cual las personas se posicionan en lo cotidiano. Si
a eso le añadimos que se han propuesto las interpretaciones, según las
cuales los aprendizajes de género (combinados con diferencias fisioló-
gicas) llevan a mujeres y a hombres a construir diferentes valoraciones
morales, resulta que la lectura que se hace de nuestras respectivas nece-
sidades y formas de acceder a las mismas, así como de colocarse ante
las de alguien más, requiera de una lectura crítica de manera obligada.
No se trata de esencializar, pero sí de poner en práctica una visita a la
otredad, con el fin de evitar cierta ceguera epistemológica.
Un ámbito específico que puede acompañar la identificación de
dilemas éticos es el contraste entre ética y género, tomando como ante-
cedente la experiencia feminista y la del movimiento homosexual. Existe
literatura que alude a ética feminista y ética gay,5 con el propósito de
evidenciar que los sujetos de referencia considerados para la reflexión
ética hegemónica han sido los dominantes y, por ende, es necesario ali-
mentar reflexiones éticas más incluyentes, a partir de que se cuestionan
exclusiones de género y de estimular la conciencia de sí en sujetos que no
habían sido nombrados, ya sea por discriminación explícita o bien por
ser obvios y no necesitar reconocerse al compararse con alguien más.
Por ello, vale la pena preguntarse, al acompañar los estudios y procesos

3
José Ortega y Gasset, Ideas y creencias. Madrid, Espasa Calpe, 1968.
4
Carlos Lomas, comp., ¿Iguales o diferentes? Género, diferencia sexual, lenguaje
y educación. Barcelona, Paidós, 1999.
5
Cf. Ximena Bedregal, Ética y feminismo. México, La Correa Femenina, 1994;
Susan Sherwin, “Ética, ética femenina y ética feminista”, en Gloria Careaga, Juan
Guillermo Figueroa Perea y María Consuelo Mejía, comps., Ética y salud reproductiva.
México, unam / Miguel Ángel Porrúa, 1996, pp. 83-118; Timothy Murphy, Gay Ethics.
Nueva York, Harrington Park Press, 1999.
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 41

de intervención con población masculina, si es necesario evidenciar


exclusiones de dicha población por razones de género, pero desde un
enfoque complejo, donde no se privilegien acercamientos maniqueos
de ‘todo o nada’. Es decir, pueden estar colectivamente en una situa-
ción de dividendos patriarcales, como los llama Connell,6 pero vivir
situaciones de desventaja, de necesidades no satisfechas, de derechos
no ejercidos y de omisiones colectivas, incluso ‘a pesar de sus privi-
legios’. Una de las más intrigantes es la reflexividad y la conciencia
de sí, como parte de lo que Foucault7 denomina ‘cuidado de sí’. ¿Qué
tanto las investigaciones/intervenciones asumen prioritariamente una
lectura de los sujetos masculinos como sujetos obligados a contribuir
al empoderamiento de las mujeres, pues ellos ya tienen el camino
resuelto, pero incluso qué tanto, son ignoradas sus problemáticas por
el estigma que se les ha asociado de victimarios? De ser así y a partir
de diversificar el paraguas analítico de quiénes son sujetos de género,
¿cómo repensar una propuesta de ética desde un acercamiento integral
de género, donde los varones/hombres sean parte de dicha categoría,
pensada en términos relacionales?
Si la práctica feminista y los movimientos desde la población ahora
englobada en la experiencia lgbt+ han desarrollado experiencias de
toma de conciencia de sí y con ello han detonado nuevas experiencias
de ciudadanía como Hannah Arendt describía en términos de ‘el de-
recho a tener derechos’,8 ¿qué horizonte ético y moral se le presenta a
los sujetos del sexo masculino para resignificarse y descentrarse, en el
proceso de descubrirse y reinventarse. A la par, ¿cuáles son los retos
metodológicos, epistemológicos y políticos a ser considerados por
quienes acompañan a dicha población, a través de investigaciones y de
procesos de intervención con agendas no necesariamente discutidas ni
construidas con la población a la que van dirigidas?, ¿será que se puede

6
Robert Connell, Masculinities. Londres, Polity Press, 1995.
7
Michel Foucault, La ética del cuidado de sí como práctica de la libertad. París,
Gallimard, 1994.
8
Celso Lafer, “El juicio reflexivo como fundamento de la reconstrucción de los
derechos humanos”, en La reconstrucción de los derechos humanos: un diálogo con
el pensamiento de Hannah Arendt. México, fce, 1994, pp. 309-346.
42 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

optar por ellos, con el riesgo de incurrir en paternalismos académicos


y de índole intervencionistas?, ¿será que la urgencia por acompañar a
las mujeres, justifica el trabajo con hombres definido desde la lectura
feminista por sí misma?

Algunos dilemas éticos al abordar las experiencias de hombres

El texto busca sistematizar algunas dudas y ambivalencias derivadas


de lo que denominamos el “estado del desconocimiento” sobre esta
población, al problematizar si se espera solamente el acompañamiento
a las mujeres para empoderarse o bien, que relacionalmente se busque
una mejoría en la calidad de vida de ambos, lo que puede suponer e
incluso reivindicar derechos para los propios hombres y hasta acciones
afirmativas. Los dilemas éticos que emergen en esta segunda lectura
incluyen quién define equidad de género y desde dónde, cuáles son los
supuestos de las intervenciones que se diseñan buscando modificar com-
portamientos no deseables en una población, a diferencia de estimular
procesos reflexivos en ambas. Incluyen también una problematización
de quiénes son los tomadores de decisiones y a quiénes se les deben
compartir resultados de los estudios: ¿serán los administradores de
programas y políticas públicas o la población con la que se hacen las
investigaciones, quienes podrían empoderarse al tomar conciencia de
su entorno a través de conocer resultados de investigación y evitando
paternalismos?
Cuando se habla de estado del desconocimiento no se alude a un
mero juego de palabras, sino a que muchas investigaciones contemplan
una revisión de estudios cercanos al tema en cuestión, si bien se tiene
la costumbre en los entornos académicos de aludir a que se está siste-
matizando y conformando el estado del arte. No obstante, no siempre
es sencillo justificar la pertinencia de una nueva investigación, a partir
de lo que “ya se sabe” y menos cuando se les da poco valor a las dudas,
las contradicciones, las ambivalencias, lo no nombrado, lo investigado
de manera sesgada (pero sin reconocer los sesgos) e incluso lo que el
lenguaje no permite visibilizar. Por eso, la expresión ‘desconocimiento’
se presenta en términos socráticos, ya que Sócrates consideraba ser más
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 43

sabio que otras personas, por no pretender saber lo que no sabía. Es


decir, el criterio de su sabiduría no era la erudición sino reconocer los
límites de su conocimiento.
En este sentido, el texto prioriza las dudas, los temas menos traba-
jados o incluso silenciados por considerarse como políticamente inco-
rrectos, o no pertinentes ni urgentes, a pesar incluso de aludir a ámbitos
de derechos humanos de sujetos titulares de los mismos. Ejemplos de
ellos son el derecho a la salud de los hombres, a su autodeterminación
reproductiva, a la no violencia, al tiempo libre, entre otros. Por ello, es
relevante preguntarnos si es obvia la agenda de temas que se investigan
para mujeres y para hombres, tanto por los supuestos que ello acarrea
como problemática, como por los apoyos financieros para realizar
las investigaciones y para poner en práctica algunas acciones. A ello
podríamos añadirle la disputa teórica por las categorías y los paradig-
mas dominantes, así como por el lenguaje de referencia en estudios y
políticas de intervención.
Es frecuente encontrar lecturas teóricas y propuestas de acción que
se sustentan en una perspectiva feminista, que a la vez sirve como
criterio de evaluación de la pertinencia de un acercamiento analítico
para estudiar a hombres y mujeres, con las alertas críticas para aquellos
trabajos que no se enmarcan en dicho referente. Sin embargo, desde
hace algunas décadas ha ido adquiriendo legitimidad la categoría y
perspectiva de género, en tanto ha contribuido a desencializar la
interpretación de diferencias en comportamientos y derechos entre
personas en función de sus diferencias biológicas.
Paralelo a ello, se sugieren preguntas como las siguientes: ¿será
que las investigaciones e intervenciones deben tener una perspectiva
feminista de manera obligada o una lectura de género, que incluso
llegue a dialogar críticamente con algunas demandas de movimientos
de mujeres?; ¿qué supuestos de género se tiene sobre los sujetos del
sexo masculino y qué lugar ocupan las mujeres como referentes sim-
bólicos al estudiarlos?, ¿por qué algunos temas son más recurrentes en
la investigación y en las intervenciones con hombres y otros no?, ¿su
selección responde a una agenda de trabajo con intereses académi-
cos, políticos o ideológicos?, ¿valdría la pena documentar las condicio-
nes de desigualdad que viven sujetos del sexo masculino en algunos
44 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

ámbitos de la cotidianidad?, ¿qué sentido tendría y por qué hay tantas


resistencias a investigar la violencia de género en la experiencia de los
hombres?, ¿se podría considerar la falta de cuidado de sí como una
forma de violencia de los hombres hacia sí mismos?, ¿de qué forma se
hacen explícitos los matices en las interpretaciones sobre los hombres,
reconociendo posibles puntos ciegos al estudiarlos, entre los cuales está
la orientación sexual y diferentes condicionamientos sociales?
No es nuestro interés cuestionar el aporte del feminismo, pero nos
llama la atención la propuesta de poner a dialogar a éste con el género,
ya que existen acercamientos feministas que no necesariamente se iden-
tifican con una perspectiva de género y, a su vez, hay consideraciones
sobre los sujetos de género que no se engloban tan fácilmente en la
perspectiva feminista. Si además, incorporamos a una triada analítica
la perspectiva de derechos humanos, ésta no es sinónimo del género
ni del feminismo, pero sí es viable que se estudie el quehacer y actuar
de los hombres, desde cada una de estas lecturas. Precisamente porque
los resultados o prioridades no son necesariamente las mismas, surge
el potencial dilema ético, de si debe privilegiarse alguna serie de temas
e incluso, si existen desventajas, desigualdades o discriminaciones que
merecen ser atendidas primero.
A ello se añade, el cuestionamiento de qué se hace con los resultados
de las investigaciones, en especial cuando se piensan para intervencio-
nes. ¿Se le comparte a la población de estudio —quizás en la lógica
de acompañar ejercicios de ciudadanía y empoderamiento— o bien
se destina a quienes dirigen programas y políticas, bajo el supuesto de
que son “los tomadores de decisiones”, quienes a su vez se dedican
a diseñar acciones para ir moldeando el quehacer de la población, en
función de sus diagnósticos y de sus propuestas de cambio? No es lo
mismo trabajar violencia desde quien la recibe a hacerlo desde quien
la ejerce, tratando en cada caso de entender el contexto, pero a su vez
con la práctica más frecuente de fragmentar elementos de la cotidia-
nidad para irla moldeando. Sigue pendiente reflexionar colectivamente
sobre lo que podríamos englobar en desventajas de ser hombre, quizás
evitando con ello algunas resistencias a ‘desigualdades o discrimina-
ciones por ser tal’, en especial en una sociedad patriarcal, que los toma
como referencia.
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 45

Consideramos necesario discutir colectivamente las consecuencias


de intervenciones que se han implementado con hombres, pero sin li-
mitarnos a las de resultados positivos, sino incluso a recaídas de perso-
nas que además ya se apropiaron de un discurso, que potencialmente
podría facilitarles, o al menos permitirles, aparentar un cambio discur-
sivo con alguna dosis de potencial manipulación (tanto consigo mismos
como también con respecto a otras personas). Incluso, valdría la pena
reflexionar sobre la percepción de los hombres sobre las intervenciones
que se han implementado como acompañamiento a las mujeres, ya que
sin debate puede que pierdan fuerza las mismas o se malinterpreten.
En este sentido, es pertinente considerar que los aprendizajes de
género están permeados por la cultura, la tradición y costumbres,
pero a su vez, son vigilados y se sostienen a través de prácticas ins-
titucionales, de modelos económicos, de normatividades jurídicas y
del mismo lenguaje, por lo que pretender cambios a título individual
puede generar visiones parciales, pero a su vez que una persona se aísle
de contextos familiares, institucionales y sociales, a veces sin otros
soportes identitarios. Por ello, a pesar de su ‘convencimiento individual
y de su voluntad de hacerlo’, puede generar desequilibrio emocional.
Un primer problema al que se puede enfrentar es la falta de apoyo
grupal para construir la diferencia, incluso sentir una desventaja por falta
de reconocimiento de sus pares y, por ende, que tienda a replegarse ‘en
eso malo por conocido’, a veces hasta con argumentos para justificar
sus comportamientos ancestrales. Es decir, quizás por la urgencia de
ver resultados inmediatos y en poblaciones consideradas discrimina-
das, se impida ver un entorno amplio y más complejo, cuyo cambio
puede ser lento y que, por no planearlo así, pudieran desarrollarse hasta
‘vacunas’ y resistencias más sistemáticas para asegurar cambios más
equitativos. Es así que, por ejemplo, una acción afirmativa sin debates
y reflexiones colectivas, en especial con quienes son objeto de una
discriminación positiva, puede ser malinterpretada por ellos y perder la
riqueza de su diseño original. Algo similar sucede con investigaciones
que documentan problemáticas de una población, sin hacerles sentir
a ‘las otras’ que no es que sea intrascendente la problemática quizás
análoga vivida por ellos (como el derecho a la no violencia de género,
la salud en sus procesos reproductivos o bien sus malestares laborales,
46 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

entre otros temas), sino que tiene una lógica de acciones afirmativas,
puede generar una sobrerreacción, incluso en contra de una intervención
o investigación que potencialmente puede beneficiar a la colectividad.
Si la literatura ha mostrado falta de empatía como detonador de vio-
lencia e incluso falta de entrenamiento para conocer los propios senti-
mientos y emociones, ¿qué consecuencias tiene realizar estudios e
intervenciones en el proceso de acompañar la transformación del ser
hombre, sin privilegiar el tema de las emociones y la resignificación del
intercambio con el propio cuerpo? Es decir, si se alude a ‘inmadurez
emocional’, ¿cómo se aborda dicha problemática sin intentar ejercicios
reflexivos que potencialmente les faciliten a los hombres ‘descolocarse
históricamente’ a través de problematizarse como sujetos de referencia
y redescubrir su propio cuerpo y su conocimiento de sí?
Una de las constantes en investigaciones sobre género alude a cierta
falta de empatía emocional, en especial de hombres hacia problemá-
ticas vividas por las mujeres, pero a la par se interpreta la violencia
ejercida por los hombres como consecuencia de una ‘pedagogía de la
crueldad’.9 Se argumenta que las pautas de socialización de los hom-
bres los desvinculan del espectro potencial que como seres humanos
tienen de sus emociones, estimulando, inhibiendo y hasta presionando
para la práctica de algunas de las mismas.10 Esto se añade a posibles
disputas existenciales con las mujeres, cuyos procesos de socialización
son diversos tanto en la vida emocional como en el uso de las palabras
para dar cuenta de las mismas. Si consideramos que la racionalidad es
uno de los ejes del modelo dominante de hombres y la emocionalidad
para las mujeres, no es extraño que el lenguaje en la vida emocional
no sea homogéneo entre ambas poblaciones, lo que es otro factor de
distanciamientos y potenciales desencuentros. Sin embargo, es poca la
investigación sobre vida emocional, así como sobre lo que podríamos

9
Cf. Rita Segato, Las estructuras elementales de la violencia. Buenos Aires,
Universidad Nacional de Quilmes, 2003 y R. Segato, La guerra contra las mujeres.
Madrid, Traficantes de Sueños, 2016.
10
Luis Botello, “Análisis del ‘enojo’ del varón en el contexto de la violencia contra
las mujeres para trazar un marco de construcción de responsabilidad”, en Masculinities
and Social Change, 6(1), 2017, pp. 39-61.
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 47

denominar disidencia emocional respecto a los modelos hegemónicos.


A la par, existen pocas investigaciones para identificar estrategias entre
los hombres para no naturalizar la experiencia de la violencia, tanto la
ejercida como la vivida por ellos, a diferencia del caso de las mujeres,
donde al relacionar violencia y mujeres, se tiende a privilegiar la inci-
dencia de violencia vivida y las estrategias para denunciarla, pero no así
para tomar conciencia de la que ejercen, ya que incluso es poco lo que se
investiga en ese sentido. Tampoco es mucho lo que se investiga o trabaja
con hombres, para estimular procesos reflexivos sobre sí mismos.
Si la perspectiva de género se propone como relacional, ¿qué implica
para el replanteamiento de la otredad, e incluso qué dilemas éticos se
generan al confundir o bien, usar como sinónimos, las categorías de privi-
legios y de derechos, en especial cuando existe la constante demanda de
que los hombres renuncien a sus privilegios?, ¿cómo se recupera en las
investigaciones e intervenciones el elemento propuesto por Gilligan,11
en términos de que mujeres y hombres construyen valoraciones morales
heterogéneas, y con ello se colocan en el mundo de manera distinta,
pero más desde la ética del cuidado en la experiencia de las mujeres y
en la racional de la justicia para el caso de los hombres? ¿Será un dilema
ético la potencial ‘ceguera epistemológica’, que en algunos momentos
detona posibles puntos ciegos, lo que podría tener consecuencias éti-
camente críticas, cuando dicho conocimiento se constituye en la fuente
de algunas intervenciones para “cambiar a los sujetos”?
Trabajar teórica y políticamente la categoría de privilegios podría ser
un insumo relevante para afinar el contenido de la categoría derechos,
pero a su vez para alertar de lecturas fundamentalistas de los mismos.
El privilegio supone tomar decisiones y acceder a oportunidades sin
ninguna reciprocidad ni responsabilidad de por medio, mientras que
los derechos (en especial desde el paradigma de los derechos huma-
nos) están insertos en las responsabilidades sobre los derechos de las
demás personas. En ese tenor no basta con enunciar una renuncia a
privilegios, cuando esto pareciera ser sinónimo de ‘renunciar a ser
hombre’. Más bien, parece necesario investigar con hombres cómo

11
Carol Gilligan, Janie Victoria Ward y Jill McLean Taylor, eds., Mapping the
Moral Domain. Cambridge, Harvard University Press, 1988.
48 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

construyen e incorporan la titularidad de derechos, la propia y de las


demás personas. Esto tiene que ver con cómo valoran moralmente la
convivencia y cómo se posicionan ante la diferencia. En muchos casos
se asume que es con violencia, pero los puntos ciegos pueden legitimar
nuevamente tanto ceguera epistemológica como política e ideológica.
¿De qué manera los estudios e intervenciones con hombres invitan
a sus interlocutores a desconstruirse como proceso reflexivo, dado que
muchos de los comportamientos asociados al género se identifican
con antecedentes históricos, o bien tienden a ser más directivos como
recurso de incidencia en comportamientos que pretenden cambiarse?
¿Hasta dónde son tomados en cuenta al definir temas de investigación
y ámbitos de intervención?, ¿cómo se cuida la subjetividad de los su-
jetos ante temas que potencian la desestructuración de sus identidades?
El feminismo ha acompañado por varias generaciones a diferentes
grupos de mujeres a descentrarse respecto de lo aprendido, a des-obviar
lo que se asumía propio por naturaleza, a participar cada vez más en
agendas de investigación y de intervención, pero desde la conciencia de
la exclusión. En muchas de estas búsquedas los hombres aparecen como
victimarios o cómplices silenciosos u omisos del sistema patriarcal; sin
embargo, el ejercicio de deconstruirse desde la posición nombrada de
privilegios parece tender a promoverse desde la autorreferencia y la
descalificación, lo que suele generar procesos defensivos y, en menor
medida, acercamientos que, sin ser cómplices ni condescendientes,
sean empáticos respecto a la socialización recibida. Si bien no son
responsables de lo que la sociedad les transmitió, sí lo son de lo que
hacen con dicha influencia.
El texto no pretende dar respuestas sino ordenar una agenda de
diálogos, a partir de sistematizar dudas identificadas en experien-
cias de investigación e intervención. Un elemento relevante es poner
a dialogar el género con la ética en su doble interacción: ¿qué supone
éticamente la perspectiva de género y cómo incorporar el género a
la reflexión ética dominante? Es decir, ¿qué tipo de exclusiones de
género —sin limitarlo a mujeres— pretendería reparar y visibilizarse
desde una ética más incluyente? El trabajo concluye con reflexiones
y propuestas analíticas para problematizar éticamente algunas pre-
guntas de investigación y la búsqueda de intervenciones de cambio
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 49

en los comportamientos, sin que a veces quede claro qué lugar tienen
los procesos reflexivos que supone apropiarse “freireanamente” de los
propios aprendizajes de género.
Esbozar éticamente dudas y preguntas en este tema y con esta pobla-
ción corre el riesgo de ser considerado políticamente incorrecto y hasta
contestatario, o peor aún, antifeminista. No obstante, el conocimiento se
genera desde las dudas, y éstas son un insumo obligado para cuestionar
obviedades, dentro de las cuales se inscriben muchos aprendizajes de
género. ¿Será que los caminos andados (existencial, política y analítica-
mente) nos bastan para que los hombres (y las mujeres) se resignifiquen
conociéndose a sí mismos como sujetos sociales que pueden dialogar
crítica, solidaria y lúdicamente con las mujeres y con otros hombres?

Dilemas éticos en ámbitos específicos:


desigualdades, violencia contra sí mismo y cuidado de sí

En este apartado presentamos algunas reflexiones alrededor de tres


dimensiones temáticas derivadas de nuestras respectivas experiencias
de investigación; no pretendemos discutirlas de manera exhaustiva,
pero sí proponer ámbitos que consideramos críticos en los estudios
sobre género y cuya problematización ética para el trabajo académico
y de intervención con hombres puede identificar líneas de investigación
teórica y empírica.

¿Varones oprimidos/violentados por la masculinidad hegemónica


y el sistema patriarcal?
Iniciemos preguntándonos, ¿quiénes son los sujetos de género? Si lo
son todos los seres humanos sin excepción, necesitamos la condición
genérica en un sentido amplio en nuestras reflexiones. El acercamiento
resulta interesante, ya que, sin pretender pasar por alto el trabajo femi-
nista sobre las condiciones de desventaja y desigualdad social de las
mujeres, necesitaríamos recuperar un diálogo sobre algunos supuestos
derivados del orden de género incluyendo a los varones. El feminismo
ha significado un proceso revolucionario dentro de un sistema estruc-
50 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

tural que limita las posibilidades de reconocer múltiples problemáticas


sociales, incluyendo la opresión, segregación o dominación que viven
las mujeres, pero también algunos sujetos del sexo masculino.
En la mayoría de los estudios de género se alude al concepto de
masculinidad hegemónica. Si bien, se dice que es producto de una
construcción histórico cultural que no es únicamente opresora de las
mujeres, sino también de los hombres en condición de subordinación.12
Valdría la pena problematizarlo y reconceptualizarlo, ya que como
señala Bonino,13 la masculinidad se construye en las prácticas culturales
donde se encuentran diversas ideologías: la patriarcal donde enfatiza el
poder y dominio; la del individualismo de la modernidad, un sujeto cen-
trado en sí, autosuficiente, que se hace a sí mismo, capaz, racional, que
usa la violencia y el poder para conservar sus derechos; la de la exclusión
y subordinación de la otredad, y la del heterosexismo homofóbico. La
manera como dichas ideologías se incorporan en la subjetividad de los
individuos es a través de las instituciones, los discursos y prácticas en
los procesos de socialización y aprendizaje del ser hombre, un proceso
que inicia desde la infancia y se reproduce día con día a través de las
interacciones. Si bien se ha aludido a los privilegios en la condición
de sujetos de género masculino, también se pueden incluir los costos
y desventajas que eso representa al tratar de cumplir con los mandatos
sociales.14 Este tema es por demás cuestionable desde una lectura que
asume que la forma de democratizar los intercambios de género implica
que los varones renuncien a sus privilegios, pero dándole una lectura
centrada en beneficios y ganancias, minimizando los costos que ello
representa, o incluso no explorándolos.
¿Valdría la pena documentar las condiciones de desigualdad en
los sujetos de género masculino? Más allá de pensar que los hombres

12
Héctor Salinas, Masculinidades e identidades gay. Tres estudios sobre violencia,
mercado y sociabilidad gay en la Ciudad de México. México, Voces en Tinta, 2016.
13
Luis Bonino, “Masculinidad hegemónica e identidad masculina”, en Dossiers
Feministes, núm. 6, 2002, pp. 7-35.
14
Cf. Raywen Connell, Masculinidades. 2a. ed. México, unam, pueg, 2015 y S.
Luna, “Experiencia de la masculinidad: la visión de un grupo de hombres guatemalte-
cos”, en Salud y Sociedad, 2(3), 2011, pp. 250-266.
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 51

obtienen dividendos patriarcales por el solo hecho de ser hombres,


podríamos abordar algunas situaciones sin que esto sea visto como
desventaja para las mujeres. Seguimos pensando que reflexionar y
trabajar desde la perspectiva relacional de género es importante para
la comprensión de las diferentes posturas que pueden asumir tanto
hombres como mujeres, y de qué manera el orden de género afecta la
vida de ambos,15 desplegándose en las prácticas socioculturales en los
diversos contextos donde participan.

¿Se podría hablar de violencia de género entre los hombres?

Desde la perspectiva de Berger y Luckmann,16 las realidades sociales


se construyen y los significados forman parte del proceso sociocultu-
ral histórico. Al considerar a los varones como sujetos de género, aun
cuando desde las categorías empleadas para abordar las masculinidades
los coloque como sujetos que ejercen violencia, tendríamos que docu-
mentar situaciones en las que aun desde dicha condición son receptores
de violencia. El lenguaje en tanto significado y recurso colectivo que
ayuda a formar y articular nuestra experiencia, tendría que dar cuenta
de ello aun cuando desde el orden de género pareciera que no tiene
sentido. Aparece como uno de los temas de vanguardia la violencia
de género hacia las mujeres donde los hombres son los victimarios,
perpetradores y demás; no obstante, también se empiezan a visibilizar
y cuestionar las situaciones de violencia por cuestiones de género.17

15
Marcos Nascimento y Marcio Segundo, “Hombres, masculinidades y políticas
públicas: aportes para la equidad de género en Brasil”, en Francisco Aguayo y Michelle
Sadler, eds., Masculinidades y políticas públicas: involucrando hombres en la equidad
de género. Santiago de Chile, lom / eme / Universidad de Chile, 2011.
16
Peter Berger y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad. Buenos
Aires, Amorrortu, 1968.
17
Cf. P. Trujano, K. Martínez y J. C. Benítez, “Violencia hacia el varón”, en
Psiquis, 23(4), 2002, pp. 133-147; Michael Woods, “The rhetoric, and reality of men
and violence”, en The National Men’s Health Conference. Adelaide, octubre, 2007 y
Nadia Navarro et al., “Voces silenciadas: hombres que viven violencia en la relación
de pareja”, en La Ventana. Revista de Estudios de Género, núm. 50, julio-diciembre,
2019, pp. 136-172.
52 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

Quisiéramos acercarnos a elaborar un ejercicio compartido de reflexión,


donde si bien históricamente, el interés se dirigió a identificar a la
mujer en situaciones de vulnerabilidad, esto ha ocultado y silenciando
algunas otras formas de relación como el caso de los sujetos de género
masculino que experimentan situaciones de violencia por parte de ellos
mismos o de sus parejas femeninas, ¿se podría y valdría decir eso?, ¿se
consideraría como un tema de investigación válido?
En el caso de la violencia, se ha reconocido que es un problema
complejo, pues incluye aspectos biográficos de la persona, donde pueden
estar presentes episodios de abuso y ejercicio de poder, el que ejerce una
persona sobre otra para obtener su control, ya sea por medios persuasivos
o coercitivos en relaciones asimétricas, generalmente hacia las mujeres.
Nos preguntamos si los sujetos de género masculino no se encontrarán
a su vez en esa condición, donde es otro u otra quien doblega, anula,
controla, somete y domina, trastocando la libertad y dignidad.18 En sen-
tido amplio la violencia en cualquiera de sus manifestaciones implica
un abuso de poder, donde alguien impone su voluntad sobre la del otro;
los comportamientos violentos responden a un conjunto de pautas so-
cialmente aprendidas en contextos culturales que señalan y determinan
qué es o no válido, cuándo y cómo se ejerce, por qué y por quién.19
La Organización Panamericana de la Salud en su Informe Mundial
sobre la Violencia y la Salud,20 reconoce a la violencia como el uso
intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho, o como amenaza,
contra uno mismo, otra persona, un grupo o comunidad, que cause o tenga
probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos
del desarrollo o privaciones. En el caso de los varones, por los procesos de

18
Cf. L. M. Cantera, “Aproximación empírica a la agenda oculta en el campo de
la violencia en la pareja”, en Psychosocial Intervention, 13(2), 2004, pp. 219-230 y
H. Salinas, op. cit.
19
G. Ramírez, El acceso a una vida libre de violencia en la educación. Actuali-
zación del observatorio social y de género en la educación media superior. México,
Academia Mexicana de Derechos Humanos/Cátedra Unesco de Derechos Humanos
de la unam, 2011.
20
Organización Panamericana de la Salud, “La violencia un problema ubicuo”, en
OPS. Informe mundial sobre la violencia y salud. Washington, Organización Mundial
de la Salud, 2002.
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 53

socialización de género, aprenden generalmente a ejercer el poder no sólo


contra otros, sino contra ellos mismos, llevándolos en muchas ocasiones
a violentarse a sí mismos, en el sentido de no incorporar el cuidado de la
salud, ni asistir a revisión médica, pues eso pondría en cuestionamiento
el ser hombre. Nos preguntamos entonces si los procesos de socializa-
ción de género en el caso de los varones, incluyen formas de violencia
hacia ellos mismos, aprendiendo a distanciarse de sus necesidades y
del cuidado de su salud, no sólo física sino emocional. ¿Será que las
políticas de salud consideren que esto no sea posible, y mantengan
desigualdades, desventajas e inequidades de género, asumiendo que los
hombres por ser hombres no requieren de cuidados?
Esta cosmovisión diferencial entre los géneros respecto a la ética
del cuidado, tiene implicaciones en las trayectorias de vida de las mu-
jeres desde que son pequeñas, se les va incorporando en prácticas que
pueden llevar al cuidado de sí y de los otros, en la dimensión física y
emocional, especializándose en ocasiones en la escucha de situaciones
difíciles o conflictivas que viven otras personas. En el caso de los varo-
nes, su aprendizaje incorpora el no reconocer incluso su cuerpo, deben
resistir no solo el dolor físico sino emocional ante las situaciones que no
puedan resolver y que desde los modelos de género “deberían hacer”,
pues ellos están para “resolver”, no para quejarse. ¿Será que el tema
del cuidado se haya feminizando y los sujetos de género masculino no
tienen cabida, aun cuando los costos sociales, económicos y de salud
sean muy altos, vayan en aumento y sigan cobrando vidas?
El poco interés sobre el tema, la escasa investigación y documen-
tación bibliográfica, la ausencia en programas tanto gubernamentales
como de asociaciones civiles, siguen silenciado muchas situaciones
de desigualdad social, prevaleciendo el desconocimiento, el silencio
y la indiferencia, reproduciendo una manera de ser hombre donde los
estereotipos de género masculino como la fortaleza, el aguante y auto-
suficiencia están presentes, aunque sigan dañando vidas. Los abusos de
poder y actos de violencia hacia sujetos de género masculino, aunque
existen, es difícil que se denuncien,21 quienes llegan a reportar abusos

21
J. Moral de la Rubia et al., “Diferencias de género en afrontamiento y violencia
en la pareja”, en Revista Ces Psicología, 4(2), 2011, pp. 29-46 y C. Shuler, “Male
54 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

de poder o actos de violencia por parte de una pareja femenina son


vistos como cobardes, avergonzándolos por “atreverse a denunciar”.
Se llega a considerar una situación que debiera permanecer oculta y
en silencio, pues cuestiona el orden social de género y la estructura
hegemónica, donde más que detentar el poder, la ecuación se invierte
y alguien más lo estaría ejerciendo sobre él, y ¡eso está fuera de todo
orden! Por ende, se opta por callar, silenciar y dejarlo como algo íntimo,
del espacio privado, alejándose incluso de los servicios profesionales.22
¿Será que desde los estereotipos de género del modelo hegemónico
existan elementos culturales que impidan la denuncia de situaciones
de abuso y ejercicio de poder hacia hombres?
No queremos caer en la mirada de víctima o victimario desde un
género en particular, sino abrir un espacio de reflexión y considerar los
malestares y tensiones causados por la estructura del orden de género
donde diversos factores económicos, laborales, familiares, de salud, de
insatisfacción, forman parte de la falta de cuidado de sí de los hombres.
Esto propicia algunas afectaciones físicas, llegando a enfermeda-
des crónicas, pero también psicológicas como la depresión, ansiedad,
estrés, frustración y tristeza, pues a pesar de pertenecer al género
masculino, los hombres también se mueren. Hay organizaciones gu-
bernamentales y no gubernamentales dedicadas a la protección de los
derechos de las mujeres, pero rara vez se piensa en los derechos de
los sujetos de género masculino, ¿será que no los necesitan, que son
autosuficientes y no requieren del reconocimiento institucional ante las
situaciones de desventaja o malestar que viven? Nos llama la atención
que muchas investigaciones e intervenciones con hombres, abordan la
forma en que ejercen la violencia y las maneras de reducirla, mientras
que con las mujeres se documenta la manera en que la han padecido y
las estrategias para no aceptarla ni naturalizarla. Sin embargo, poco se

victims of intimate partner violence in the United States: An examination of the review
of literature through the critical theoretical perspective”, en International Journal of
Criminal Justice Sciences, 5, 2010, pp. 163-173.
22
C. Shule, “Male victims of intimate partner violence in the United States: An
examination of the review of literature through the critical theoretical perspective”,
en op. cit.
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 55

trabaja en sentido inverso: es decir, estrategias para que los hombres no


asuman como obvia la violencia que ellos han experimentado.
Melissa Fernández23 señala que habría que desestabilizar la lógica
de género que durante siglos ha mantenido en una posición de invul-
nerabilidad a los varones, donde aparentemente como tienen todo bajo
control y con las prerrogativas que eso supone, no requerirían de ayuda,
apoyo o atención a las múltiples necesidades que presentan. ¿Por qué no
pensar e imaginar espacios posibles, unidades de servicio que brinden
atención a los varones, generando procesos de sensibilización del per-
sonal, profesionales de la salud, investigadores, políticos y ministerio
público, con el fin de incorporar la perspectiva de género en el abordaje
de los episodios de abuso, ejercicio de poder, atención y cuidado físico
y emocional de dicha población?

¿Violencia contra sí mismos por omisión de cuidado de sí


como sujetos sociales?

Se ha documentado que los ámbitos familiares son los escenarios donde


se despliegan formas de aprendizaje, actuaciones de género y prácticas
de cuidado de sí, con un despliegue de habilidades diferencial para
mujeres y hombres; la especialización para el cuidado ha sido histó-
ricamente un terreno femenino, no así en los hombres, quienes en el
mejor de los casos serían receptores de cuidados no actores respecto de
su propio cuerpo. En relación con las prácticas de cuidado de sí, como
señala Foucault,24 son aquellas que contemplan el bien-estar, incluyen-
do el cuidado del estado de salud, la alimentación, el autocuidado, la
vida emocional, el hacerse cargo de sí mismo, de su cuerpo, su salud
física y emocional. Nos preguntamos ¿por qué se han dejado de lado
en los procesos de socialización y aprendizaje a los sujetos de género
masculino?, ¿qué se puede hacer al respecto en los diferentes espacios
de atención a los varones?

23
Melissa Fernández, ¿Hombres feministas? Activistas contra la violencia hacia
las mujeres en México. Tesis. México, uam-Xochimilco, 2014.
24
Michel Foucault, La ética del cuidado de sí como práctica de la libertad. París,
Gallimard, 1994.
56 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

Desde el ámbito psicológico, la salud es integral y visualiza a la


persona como un todo, la finalidad es identificar de manera conjunta
los procesos a través de los cuales se construyen situaciones o estados
de malestar consigo mismo(a) u otras personas. En el proceso terapéu-
tico se acompaña a las personas para lograr un estado de bien-estar. Y
esto sólo se da al establecer un posible equilibrio entre las demandas
o requerimientos sociales y las posibilidades de cumplimiento. En el
caso de algunos hombres, es realmente complicado, pues desde su
perspectiva, aun cuando ‘parecen estar bien’, experimentan sentimien-
tos de confusión, aislamiento y desesperanza, entre otros. En muchas
ocasiones se sienten alejados de sí mismos, la sensación de soledad los
acompaña, pues no pueden siquiera reconocer que las exigencias del
modelo hegemónico desde el orden social de género del que forman
parte, van más allá de su control y cumplimiento. Figueroa25 habla
de ‘la soledad en la paternidad’ para dar cuenta de las experiencias
que muchos hombres no viven porque se resisten a cuestionar ciertos
modelos dominantes de masculinidad, por lo que refiere la pérdida de
experiencias potencialmente gratificantes y lúdicas debido a la rigidez
de los aprendizajes de género excluyentes y limitantes para los hombres.
Gómez Etayo26 plantea, como conclusión de un estudio sobre extremos
interpretativos de la experiencia del ser hombre (hombres que violentan
y hombres que se identifican como feministas), el siguiente reto paradig-
mático: ¿soledad y silencio: destinos obligados de los hombres?, ¿cómo
acompañar y monitorear desde las investigaciones e intervenciones las
experiencias de ser hombre?
Por lo mismo, la posibilidad de visibilizar desventajas desde los
estereotipos de género bajo los cuales se construyen identidades, como
un compromiso social, implica poner en evidencia las construcciones
sociales sobre lo masculino/femenino, donde se acentúan dimensiones
genéricas estereotipadas —caracterizadas por ser fijas, repetitivas,

25
Juan Guillermo Figueroa, “La soledad en la paternidad”, en Revista FEM. Mé-
xico, año 25, núm. 218, mayo, 2001, pp. 15-19 y 48.
26
Elizabeth Gómez Etayo, Ni ángeles ni demonios, hombres comunes. Narrativas
sobre masculinidades y violencia de género. Cali, Universidad Autónoma de Occi-
dente, 2014.
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 57

simplificadas y generalizadas— y una inclinación para reducir las dife-


rencias. Esto es acompañado de procesos de categorización social que
maximizan las diferencias; en este sentido, los estereotipos de género
son una descripción simplificada de la realidad de un grupo, y reafirman
la dimensión normativa para regular los ideales, los cuales “prescriben”
tipos de comportamiento y actitudes donde la no-observancia o segui-
miento es socialmente desaprobada.27
La evaluación o autoevaluación de las diferencias genéricas tiene im-
plicaciones en las concepciones de realidad y del mundo de pertenencia.
Cuando alguien se atreve a ser diferente o rompe con las expectativas
estereotipadas recibe consecuencias por su conducta desviada, hombres
que cuidan de sí mismos, de sus hijos y familias, que no violentan, son
señalados como ‘no-hombres’, o incluso como ‘poco hombre’, porque
se ‘supone que los hombres no son así’. Las expectativas estereotipa-
das no son simplemente creencias y percepciones acerca de diferentes
cualidades, adquieren un valor normativo y prescriptivo que identifica
las características y conductas consideradas como “deseables” para
mujeres y hombres en el mundo social del que forman parte.
La dimensión normativa integra valores y creencias sobre cómo imagi-
nar que “puede ser” su actuación, su vida, el cuidado de sí. Esta dimensión
permea la formulación de juicios y concepciones desde donde incorpora
lo que sería correcto o deseable. Los estereotipos tienen sólo una línea
delgada con la realidad: son exageraciones, incluso ficciones o fantasías
que ayudan a justificar el orden social existente, simplifican la realidad
con fines de “adaptación” manteniendo las diferencias genéricas bajo la
idea de “naturalidad”, asignando identidades que afectan las posibilidades
de vida con consecuencias políticas en la medida que las propuestas
legislativas siguen promoviendo políticas públicas donde se mantiene
una visión estereotipada respecto al cuidado de sí y la salud.
Ahora bien, muchas veces no se tienen tan presentes los aprendizajes
de género, ya que se van incorporando en los rituales diarios de manera
naturalizada desde la infancia. De ahí la importancia de nombrarse,
observarse, descubrirse y visitar lo que se asumía como obvio, es donde

27
E. Camussi y C. Leccardi, “Stereotypes of working women: the power of expec-
tations”, en Social Science Information, 44(1), 2005, pp. 113-140.
58 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

nos vamos encontrando a nosotros mismos; ese hombre que se da cuenta


que ha vivido escindido de su cuerpo, que lo ha maltratado y del que
poco se ha ocupado a lo largo de su vida.
Esto en el caso de los varones/hombres permitiría contactar con
el cuerpo viviente, expuesto, que requiere cuidado y atención, ‘darse
cuenta de’ que forma parte de un proceso construido a través de la
relación con los otros y con ellos mismos a partir de las experiencias
de vida. Jorge Larrosa28 considera que habría que dar cierto espacio a
“la experiencia”, “eso que me pasa”. No lo que pasa, sino “eso que me
pasa”, ese descubrimiento que hago de mí a partir de lo que vivo, de
que descubro mi cuerpo, de que sé que soy responsable de su cuidado,
de su salud, de su existir.
La experiencia es un movimiento de ida y vuelta, de ida porque
supone la salida de mí mismo, que va el encuentro con el aconteci-
miento y un movimiento de vuelta porque la experiencia supone que
eso que acontece me afecta a mí, en lo que soy, en lo que pienso,
en lo que siento, en lo que sé, lo que quiero. Incorpora un principio
de subjetividad porque el lugar de la experiencia es el sujeto, de ahí
que la experiencia sea siempre subjetiva; de hecho, el sujeto hace la
experiencia de su propia transformación, me forma y me transforma.
Como señala Najmanovich,29 convertirse en sujeto incorpora todo un
proceso basado en la experiencia, no es determinado por la biología,
no es a-histórico, no tiene un carácter fijo. El sujeto y su subjetividad,
no es esencia, sino que se materializa por medio de la experiencia y el
contexto sociocultural.
¿Se podría pensar en situaciones de desventaja social en que no se
cuente con servicios de apoyo para quienes pasan por ese proceso de
de-construcción como hombres, y elaborar una posible re-construcción,

28
Jorge Larrosa, “Sobre la experiencia”, en Aloma. Barcelona, Universidad de
Barcelona, 2006, pp. 87-112. <files.practicasdesubjetivación.webnode.es/200000018-
9863d9a585/_la_experiencia_Larrosa.pdf>
29
Denise Najmanovich, “El sujeto encarnado: límites, devenir e incompletud”, en
D. Najmanovich, coord., O Sujeito Encarnado. Questões para pesquisa no/do coti-
diano. Río de Janeiro, DP&A Editora, 2001. <http://www.denisenajmanovich.com.ar/
htmls/0600_biblioteca/palabrasclaves_filtro php]>
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 59

pensando en el cuidado de sí, y de bien-estar para con él y con las de-


más personas? La necesidad de atención y apoyo a los varones se
vuelve cada vez más necesaria, revisitando la historia e identificando la
construcción de género. Las autobiografías con perspectiva de género se
presentan como una posibilidad, pues permiten cuestionar los supuestos
de género, tratando de plantear posibilidades de re-construcción de
nuestras identidades, más allá del modelo hegemónico.

Estrategias para dialogar sobre y para analizar


algunos dilemas éticos

Proponemos a continuación dos vertientes de reflexión y diálogo


constructivos.

Epistemología y ética de las intervenciones

Una primera vertiente de reflexión sugiere problematizar si lo que se


propone en estudios sobre los varones y, más todavía, en intervenciones,
implica cambiar a los sujetos masculinos o algunos de sus compor-
tamientos. Adicionalmente, si esto se deriva de una lectura directiva
o bien de una aproximación reflexiva (¿educare o educere?), sin ser
absolutamente excluyentes entre sí. Es decir, ¿se asume que se sabe
cómo deben cambiar y se trata de generar el cambio en dicho sentido,
o bien, se propone un ejercicio crítico de reflexión que sugiere/invita a
tomar una posición ante situaciones críticas de la cotidianidad, incluso
con la posibilidad de descubrir estrategias de transformación desde el
decir y hacer de los sujetos en cuestión? Es más, ¿solamente tendrían
que cambiar los sujetos del sexo masculino o ellos y las mujeres ne-
cesitarían revisitar su entorno y asegurar condiciones de posibilidad
que dignifiquen sus diferentes intercambios, una vez que se aseguran
derechos y responsabilidades de ambas partes?
Dicho de otra forma, vale la pena explicitar dentro de los estudios
sobre población masculina y en las intervenciones sobre dichos per-
60 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

sonajes, ¿qué es lo que se esperaría encontrar con los hombres?, ¿se


trata de identificar cómo los hombres pueden contribuir a disminuir las
desigualdades que viven las mujeres, o bien, cómo podrían contribuir a
que la calidad de vida de la colectividad se incremente, incluso a través
de asegurar el ejercicio de ciertos derechos de los hombres, los cuales
podrían estar limitados por el contexto patriarcal y por sus respectivos
aprendizajes de género? ¿Hace alguna diferencia la respuesta a estas
preguntas en el proceso de explicitar los supuestos éticos de una
intervención, e incluso, los enfoques desde los que se investiga el ser
y quehacer de los sujetos masculinos? La reflexión anterior invita a
dialogar sobre los recursos lingüísticos y categorías analíticas desde
donde se investigan los denominados sujetos de género y si en dicha
categoría tienen un lugar similar las mujeres y los hombres.
Un dilema paralelo alude al papel de titular de derechos que se le
puede reconocer a sujetos del sexo masculino, en especial si se identifica
un proceso de construcción de ciudadanía desde puntos de inflexión
referidos a discriminaciones, inequidades, exclusiones y en general
desventajas en el quehacer cotidiano. ¿Qué escenario viven dichos
sujetos en una sociedad patriarcal y cómo aprendieron sus guiones de
género, desde una posición denominada como de privilegio? ¿Podrían
vivir desventajas que requieren empoderamientos específicos para
remontarlas?; ¿de ser así en qué ámbitos y bajo qué condiciones?
Un acercamiento posible al planteamiento anterior sería proble-
matizar si todos los hombres están en condiciones de privilegio y, por
otro, si algunos de los denominados privilegios patriarcales pueden
convertirse en desventajas. Es decir, ámbitos como la salud, el empleo,
la violencia y los comportamientos reproductivos, sugieren presencias
y problemáticas diferenciales para poblaciones dependiendo de su
sexo, de su orientación sexual, de su grupo social de pertenencia, de
su nacionalidad y de su etnia, entre otras características. Es cierto que
las acciones afirmativas se pueden definir en el nivel global y macro,
de acuerdo al cual en una sociedad patriarcal las condiciones de las
mujeres requieren apoyos colectivos de manera prioritaria, pero es
distinto asumir y hasta negar que a los varones no les sea necesario,
que estimular una reflexión colectiva sobre la denominada “dis-
criminación positiva” y sobre el carácter temporal de las acciones
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 61

afirmativas. Teóricamente su intención es desmontar y desnaturalizar


procesos culturales institucionalizados que han legitimado la discrimi-
nación hacia la población femenina, pero puestas en práctica de manera
reduccionista ha hecho pensar que los varones viven puros privilegios,
a pesar de que, por ser sujetos de referencia de un sistema patriarcal,
algunos autores como Núñez,30 alertan que ello les dificulta reflexionar
sobre sí mismos. Esto deriva en un desconocimiento de sí y con ello
una potencial alienación que los descoloca en su capacidad de ejercer
como personas, como proponen Correa y Petchesky.31
Son múltiples las coincidencias que podrían listarse sobre necesida-
des básicas para el desarrollo integral de las personas, por ejemplo, a
partir de lo que se ha incorporado en diferentes declaraciones de dere-
chos humanos. No obstante, es probable que por diferentes niveles de
enajenación social y de desempoderamiento simbólico, algunas pobla-
ciones tengan más dificultad en reconocer obstáculos en las condiciones
para identificar y verbalizar malestares y, por ende, abordarlos para po-
der contrarrestarlos. Esta confrontación más asertiva no solamente es
una problemática de poblaciones tradicionalmente consideradas como
marginadas, sino incluso para quienes, por ser el sujeto de referencia
de los diferentes arreglos sociales, se viven como obvios y, por ende,
se enfrentan al problema de reflexionar sobre sí mismos.
En el acercamiento freireano y en el socrático de invitar a re-
flexionar sobre sí mismo/a como un recurso de cuidar de sí y ver por
sí mismo, vale la pena preguntarse si las autobiografías o autoetno-
grafías desde una perspectiva de género permitirían vernos dentro
de un espejo interactivo y con ello desalienarnos (marxistamente) y
hacernos responsables de lo que la socialización ha hecho con nosotros
(como sugería Sartre). Habría que alertar —con García Márquez—32

30
Guillermo Núñez, “Los hombres y el conocimiento. Reflexiones epistemológicas
para el estudio de los hombres como sujetos genéricos”, en Revista Desacatos, núm.
15-16, 2004, pp. 13-32.
31
Sonia Correa y Rosalynd Petchesky, “Reproductive and sexual rights: a feminist
perspective”, en G. Sen, A. Germain y L. Chen, eds., Population Policies Reconsidered
(Health, Empowerment, and Rights). Boston, Harvard University Press, 1994.
32
Gabriel García Márquez, Vivir para contarla. México, Diana, 2002.
62 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

que “una es la historia contada y otra la historia vivida”, a la par que


recordar a Paulo Freire,33 quien alertaba que en todo acto de recordar y
contar-se “existen ciertas dosis de ficción”. ¿Cómo nombrarnos desde
el conocimiento significativo?
Una dimensión más, a considerar desde la ética, es el alcance, sentido
y propósito de intervenciones, así como las consecuencias posibles de
las mismas. No es lo mismo una intervención acotada y dirigida, con
necesidad de resultados tangibles en un corto plazo, a trabajar rastrean-
do el origen cultural, estructural e institucional de comportamientos y
problemáticas específicas y, por ende, la necesidad de intervenciones
críticas en diferentes niveles (macro, micro y meso). Esto matiza la
temporalidad viable de cambios esperados, pero a la par invita a proble-
matizar el papel que juegan los actores sociales, como destinatarios de
intervenciones de política pública y de programas sociales, a diferencia
de considerarlos como sujetos reflexivos, con agencia y capacidad de
reconstruir su cotidianidad desde la introspección. Esto supondría una
variante importante en la noción de tomadores de decisiones con los
cuales compartir hallazgos de estudios y a la par, con quienes discutir
el sentido de las intervenciones.

Epistemología y ética de las investigaciones

Hemos señalado que nos interesa estimular algunas vertientes de diálogo


sobre posibles dilemas éticos (explícitos o no) asociados al estudio,
trabajo e intervención con la población masculina. Estos dilemas inician
al tratar de explicitar cómo se conceptualiza dicha población, en buena
medida en función de los temas sobre los que se investiga. Con el fin de
seguir profundizando en el carácter de sujetos de género de los varones,
vale la pena problematizar los supuestos desde los cuales se aproxima
teórica y políticamente, o bien en diferentes intervenciones al tratar de
incidir en sus comportamientos e identidades. Es decir, no es lo mismo
ver ‘al ser hombre’ desde la lógica de victimarios de las relaciones de

33
Paulo Freire, Cartas a Cristina. Reflexiones sobre mi vida y mi trabajo. México,
Siglo Veintiuno, 1996.
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 63

género o víctimas de sus aprendizajes y procesos de socialización, a


reconocerlos como actores capaces de revisar y reconstruir lo que la
sociedad ha hecho con ellos.
Otro momento del análisis ético y teórico, sin pretender una secuencia
temporal, contempla identificar posibles reduccionismos en los enfo-
ques epistemológicos a los que se recurre para un estudio determinado,
problematizando la conciencia que se tiene de posibles puntos ciegos
a propósito de lo que no se considera explícitamente por prioridades
políticas e ideológicas, o bien por no matizar el alcance del análisis.
Desde un punto de vista epistemológico, vale la pena problematizar si
se asume un enfoque constructivista o no, ya que no es lo mismo aludir
a formas de ser hombre o a la masculinidad de manera inductiva que
hacerlo deductivamente. En el segundo caso pueden estarse constatando
estereotipos o incluso caracterizaciones documentadas empíricamente
como prácticas recurrentes y hasta mayoritarias, pero sin ser clara la
forma de interpretar casos que quedan fuera de las regularidades y que
más que absorberlos en el comportamiento de las mayorías, necesita
considerarse en su particularidad, en especial cuando podría tratarse
de resistencia a una normatividad, o incluso, esbozos de proceso de
transformación. Un momento más alude a los recursos metodológicos
de los que se dispone para un estudio o intervención, los cuales están
asociados a la población de estudio que se privilegia.
Un elemento filosófico relevante es dialogar ¿qué supone éticamente
la perspectiva de género y cómo incorporar el género a la reflexión
ética dominante? Es decir, ¿qué tipo de exclusiones de género —sin
limitarlo a mujeres— pretendería reparar y visibilizarse desde una
ética más incluyente? El análisis ético incluiría una revisión de qué
temas se trabajan con diferentes poblaciones y cuáles son los criterios
para su selección, ya que ello no es independiente de cosmovisiones
sobre sus necesidades y problemáticas, e incluso sobre sus derechos y
privilegios. Es frecuente que la agenda temática responda a necesidades
identificadas para cierta población, a la par de algunas acciones afirma-
tivas, pero también a prioridades de políticas públicas. Éstas muchas
veces consideran la necesidad de incidir en “cambios tangibles” que
compensen o reduzcan discriminaciones acumuladas. Sin embargo,
la práctica de escoger/seleccionar algo concreto dentro de un sistema
64 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

complejo, puede complicar una visión integral y nuevamente dejar de


lado ámbitos de derechos básicos.
Un paso más de este ejercicio, contemplaría identificar en qué medida
la decisión de temas y prioridades de estudio o intervención, responde
a la representación social sobre la magnitud de algunas problemáticas
(estudiadas o no), o bien a la capacidad de agencia y ciudadanía di-
ferenciales, a veces por la evidencia de la problemática, pero en otras
por la enajenación de poblaciones que incluso les dificulta reconocer
las propias problemáticas. Esto tiene que ver con la conciencia de
fragilidad, asociada al sentido de la otredad. También tiene relación
con las confusiones entre derechos y privilegios,34 a partir del discurso
dominante de exclusión y discriminación, como si fuera una balanza
unívoca. En la práctica, reconocer y resignificar derechos en términos
relacionales lleva a la desaparición gradual de privilegios y por ende a
una mayor conciencia de otredad en su ejercicio.
No es tema menor, problematizar éticamente el lugar que se le re-
conoce o no a las emociones y a la empatía en las investigaciones, en
el trabajo con hombres y en el diseño de intervenciones, pues a final
de cuentas, asumimos que somos seres sociales y que la perspectiva de
género (la del feminismo y la de derechos humanos) tiene un compo-
nente relacional de manera central, por lo que “me y nos sucede” no
necesariamente es independiente de lo que les sucede a otras personas,
en especial.
En un contexto donde la categoría de género se asocia a los movi-
mientos feministas, se tiende a interpretar que la equidad y la igualdad
de género deben operacionalizarse con un balance a favor de las mujeres,
en especial porque como colectivo social ha vivido y está en condicio-
nes más desfavorables que para el caso de los varones. Si bien esto ha
justificado diferentes tipos de acciones afirmativas, se corre el riesgo de
invisibilizar problemáticas vividas por los hombres, e incluso asumir
que éstas no son relevantes. Valdría la pena contextualizar el significado

34
Juan Guillermo Figueroa, “Algunos dilemas éticos y políticos al tratar de definir
los derechos reproductivos en la experiencia de los varones”, en Perspectivas Bioéti-
cas. Buenos Aires, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, vol. 10, núm. 18,
2005, pp. 53-75.
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero 65

de la denominada discriminación positiva, la cual no supone que sean


inexistentes, sino que se asume que por la posición social de quienes
las viven, podrían encontrar estrategias para resolverlas. No obstante,
esto puede ser más complejo ante procesos de enajenación, pero a la
par cuando se considera políticamente incorrecto verbalizarlas. No es
un dilema menor reflexionar y contrastar definiciones incluyentes de
equidad de género.
Es recurrente en la literatura aludir a la dimensión relacional de la
perspectiva de género, así como de las identidades de los diferentes
sujetos de género. Sin embargo, sigue emergiendo como un dilema
ético acotar qué significa lo relacional cuando las voces son diversas;
es decir, ¿tiene más legitimidad alguna quizás por su experiencia de
exclusión? Vuelve a emerger el tema de que los derechos son prerroga-
tiva de toda persona, por lo que es necesario un esfuerzo colectivo para
no minimizarle a alguien este reconocimiento, incluso aunque tengan
una posición de poder en la cotidianidad. ¿Cómo abordarlo evitando
lecturas maniqueas, pero asegurando que se asumen compromisos y
responsabilidades con “la otredad”?
Filósofos como Sánchez Vázquez35 sugieren que somos más libres
en la medida en que tomamos conciencia de las coacciones internas y
externas a las que estamos expuestos. Por ello, un dilema ético, metodo-
lógico y político consiste en monitorear la “experiencia del sí mismo” a
la vez que se reconocen procesos de alienación que dificultan un diálogo
consigo mismo, o bien que se refuerzan a través de los silencios. Si bien
éstos son parte del lenguaje, tienden a ser interpretados como una falta
de palabras y de posicionamientos en la experiencia de los varones. Se
alude a “silencios masculinos” por complicidad, sin conceder que los hay
por miedo, por precaución, por no tener otras referencias lingüísticas
que compartir, o bien, porque no se cuenta con referencias diversas
para decodificarlos. Un dilema ético a considerar es si el habla de los
varones está recuperada en su sentido amplio en las investigaciones
sobre relaciones de género, incluyendo los silencios y el significado
de los mismos.

35
Adolfo Sánchez Vázquez, Ética. México, Grijalbo, 1982.
66 Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico y político

Por ende, otro dilema ético adicional es reflexionar sobre las formas
de dialogar con los hombres. Priego36 se pregunta ¿por qué los hom-
bres hablan tan poco de su intimidad?, pero inmediatamente matiza
“por lo menos según nosotras”, ya que, en situaciones empáticas de
entrevista con hombres, estos hablan sobre sus vidas y encuentran un
espacio de escucha que no habían identificado, por lo que construyen
acompañamiento a algunas de sus dudas, cuestionamientos, malestares
y situaciones conflictivas, las cuales desde su condición de género, los
oprime y violenta, aunque muchos no se den cuenta de ello. Por su
parte, Schawalbe y Wolkomir37 consideran la situación de entrevista
como una oportunidad para abordar la masculinidad, para que los hom-
bres puedan reconsiderar elementos que la han venido conformando
pero que son necesarios de resignificar; para ello, proponen estrategias
metodológicas para considerar la práctica de hablar en tercera persona
(impersonal) de dichos sujetos o al menos de manera indirecta para
evitar juicios de valor que pudieran interferir en el proceso de reflexión
y construcción de significados.
¿Podemos continuar este diálogo, profundizando y reflexionando
sobre cómo estamos construyendo y asumiendo en nuestros imaginarios
a los sujetos del sexo masculino, tanto para estudiarlos, para conversar
con ellos, para interpretar sus decires y silencios y para definir
intervenciones en el proceso de interactuar con los mismos?

36
Teresa Priego, “¿Por qué los hombres hablan tan poco de su intimidad..., por lo
menos según nosotras?”, en El Universal, 13 de abril, 2009.
37
Michael Schawalbe y Michelle Wolkomir, “The masculine self and resource in
interview studies of men”, en Men and Masculinities, vol. 4, núm. 1, 2001, pp. 90-103.
LA POLÍTICA
DE LA MASCULINIDAD.
VIRILIDAD Y VIOLENCIA
La violencia masculina y el elefante en la sala

LEONARDO OLIVOS

Introducción

En este trabajo plasmo algunas ideas propias y otras más retomadas de


autoras y autores diversos que me han brindado luces y con quienes
tengo un diálogo constante para reelaborar, a través de mi mirada, una
reflexión sobre la violencia de género. Uno de esos horrores que hoy en
día parecen no dar tregua ante esta crisis de salud inédita que vivimos.
A diferencia de otras expresiones de la violencia y la inseguridad que
durante estos meses parecen reducirse, la violencia contra las mujeres,
incluyendo sus formas más extremas y letales, adquieren condiciones
propicias para propagarse sin freno. Lo que ahora escribo está con-
textualizado en el encierro producto de la pandemia de covid 19 y la
crisis social y de salud que ha provocado. No puedo dejar de apuntar
esta situación que incita el ánimo del escrito, esperando que, así como
las vacunas parecen próximas, la violencia de género también tenga
sus días contados.
Quisiera iniciar compartiendo una reflexión a propósito de la última
charla que sostuve con las y los estudiantes de la Facultad de Filosofía
y Letras de nuestra Universidad. En ella, un joven cuestionó algunos
de los argumentos expuestos para comprender la condición genérica de
los hombres y su vínculo intrínseco con la violencia. Sus reservas se
dirigieron a la serie de generalizaciones en las que él particularmente
ya no se reconocía, como tampoco podía observar en ellas a los hom-
bres cercanos a su vida, de igual manera expresó su distancia respecto
aquello sancionado por la literatura referente a los vínculos entre los
hombres (la fratria juramentada, el terror de la fratria) frente a las que
hoy mantienen sus pares y los que hilvanan los afectos con su padre. Lo
69
70 La violencia masculina y el elefante en la sala

primero que pensé, como respuesta tanto para habilitar sus experiencias
como para validar también los argumentos centrales de mi exposición,
fue colocar la distancia generacional que media entre la subjetividad
y el contexto en los cuales han sido elaborados la mayor parte de los
trabajos y las vidas concretas de los jóvenes en la actualidad. Si bien, la
explicación a esa asintonía puede corresponder a las transformaciones
acontecidas en los últimos veinte años en la posición genérica de ciertos
hombres, así como también en las relaciones inter e intragenéricas, lo
que quisiera relevar es la observación realizada por la profesora titular
de la materia, la doctora Griselda Gutiérrez Castañeda, quien, en una
reflexión de carácter epistemológico, apuntó sobre las pretensiones
comprensivas de la teoría, misma que proveen de insumos para inquirir
a la realidad o a esos recortes de lo real que queremos conocer. Las
teorías ofrecen herramientas para comprender, interpretar o explicar,
en este caso, los procesos y las relaciones sociales que constituyen el
entramado genérico del mundo. En ese sentido, son instrumentos cuyas
pretensiones serán las de realizar formulaciones que engloben, más allá
de las particularidades, las formas abstractas de ser y estar en el mundo
portando un marcaje de género. Las ciencias sociales renunciarían a
ser disciplinas científicas si dejaran de procurar generalizaciones que
permitan entender condiciones y situaciones que compartimos los
agregados humanos. Sin embargo, las críticas y prácticas científicas,
entre otras, las del feminismo, han incitado a tejer fino. Bajo la sospecha
de la universalidad tanto del sujeto epistémico como del conocimien-
to que éste produce se han abierto fisuras en donde el conocimiento
situado y posicionado goza de una mayor legitimidad. Ello implica
explicitar esos recortes temporales y espaciales de los fenómenos o de
los sujetos sobre los cuales se estudia, asumir que estos últimos son
una articulación dinámica de condiciones sociales diversas, en muchos
casos, no análogas a las que forjan a otros.
Las reflexiones anteriores son parte de un diálogo con este joven y
con algunas voces más que me conminan a dejar asentada esta precau-
ción en caso de incurrir en un exceso de generalización, mismas que
impidan observar otras formas en las cuales los hombres devienen en
sujetos de género. Espero con ahínco que muchas de estas experiencias
Leonardo Olivos 71

innovadoras trastoquen las formas opresivas y violentas que hasta ahora


han sido engendradas por lo que Rita Segato denomina el mandato de
la masculinidad.1

¡Hay un elefante en la sala!

Existen numerosas experiencias de convivencias con elefantes


que incluso dormitan en nuestras habitaciones sin inquietarnos,
ni siquiera atisbar su presencia. Parecería que esa luz cuya acción
posibilitara su clara observación se encuentra impedida por una
bruma que obnubila la compresión de sus dimensiones y de su peso.
Me refiero a ciertos aspectos de la realidad que, adelanto, guardan
una posición de poder, los cuales son asumidos como un hecho y
por tanto devienen refractarios a la reflexión, especialmente cuando
ésta resulta crítica. Así como la blanquitud designa la coloración de
quienes no portamos sus tonalidades y por ese acto se asume en una
neutralidad centrada, así como la heterosexualidad nunca se interroga
por los mecanismos que la hacen posible y por ende se erige en la
norma, la masculinidad, es vivida por los hombres como un acto so-
bre la cual no media cuestión sino una asunción automática, natural,
en torno a la cual pocas veces se pregunta, se indaga y menos se
renuncia cuando se nos interpelan en los privilegios y los poderes
micro, meso y macro que ejercemos.
Paradójicamente, si bien los hombres hemos sido el sujeto del hu-
manismo y, por ende, el grueso de las elaboraciones más sofisticadas,
así como también de las más básicas que emanan de esa tradición,
guardan como centro de su proyecto heurístico, histórico y político a
los mismos, todas estas operaciones se han realizado a través de un
complejo fenómeno expropiatorio de la representación humana. Un

1
De acuerdo con Rita Segato, el mandato constituye ese imperativo y esas con-
diciones indispensables para la reproducción del género en tanto organización de las
relaciones humanas que, al mismo tiempo que marca esa diferencia de dos agregados
humanos, mutuamente excluyentes, instala la jerarquía y, por tanto, la desigualdad.
72 La violencia masculina y el elefante en la sala

universalismo sustitutorio como lo nombra la filósofa Seyla Benhabib,2


por el cual, una parte se abroga la representación del todo. El hom-
bre monopoliza la expresión de lo humano y erige sus obras en función
de intereses, necesidades y ambiciones parciales que por acto de magia
se vuelven de todo el mundo.
Por lo tanto, el hombre ha sido el sujeto y el objeto del pensamiento
mismo, no obstante, ese traslape de condiciones entre la parte y el todo,
eso ubicado bajo la categoría de pensamiento androcéntrico ha teni-
do repercusiones en nuestra conciencia genérica. Ello ha sido temati-
zado, entre otros, por Daniel Cazés, quien haciendo uso de su raigambre
marxista recurrió al concepto de enajenación para definir el estado
que guardan las relaciones de los hombres con su propia condición de
género. Un vínculo caracterizado por esa lejanía, ese extrañamiento, la
confusión de la conciencia específica con esa dimensión que de forma
gráfica se observa en el hombre de Vitrubio, centro del universo, la socie-
dad, la creación, lo trascedente. Así como en el capitalismo los obreros
han dejado de ser dueños de la producción de sus mercancías, los hom-
bres olvidamos con mucha conveniencia nuestra parcialidad genérica
y nos despojamos de toda singularidad para ungirnos en el mito de la
universalidad.
El mantenimiento de esta ilusión y de todo lo que conlleva en tér-
minos históricos y concretos, requiere, de entre otros mecanismos,
hacer de la masculinidad genérica un elefante apoltronado en el centro
de nuestros hogares, del cual se hable muy poco o apenas se balbuceen
frases inconexas, porque justamente, nombrarlo y hacerlo consciente
será despojarlo de su omnipresencia. Así, cada vez que el logos devele
la especificidad de los hombres en el concierto humano, estos fractu-
rarán el relato y la producción de la historia en las coordenadas que el
proyecto androcéntrico ha precisado hasta ahora.
La figura del elefante tiene la virtud de comprender las formas, en
que, en diversas ocasiones, los poderes se instituyen y, sobre todo, se
reproducen, haciendo uso de esos mecanismos por los cuales desa-

2
Seyla Benhabib, “El otro generalizado y el otro concreto: la controversia Kohlber-
Gilliagan y la teoría feminista”, en Seyla Benhabib y Drucilla Cornell, eds., Teoría
feminista y teoría crítica. Valencia, Alfons el Magnanim, 1990.
Leonardo Olivos 73

parecen o mejor dicho se invisibilizan. Por lo tanto, sin importar las


dimensiones o el peso de los mismos, suelen pasar inadvertidos porque
han modelado el sentido común tanto de las subjetividades a quienes
se sujeta como la de los sujetos del poder, resultando tan incontro-
vertibles como el paso del tiempo o la necesidad de saciar el hambre.
Así, el poder que ha hecho de los hombres y lo masculino el eje de la
opresión sobre lo femenino y las mujeres ha mostrado una capacidad
incomparable para sostener su legitimación, haciendo uso de una per-
tinaz lluvia de conocimientos, emociones, valores morales, ideologías
laicas y religiosas que han abonado la manera de asumir esa relación
como la más natural de todas.
A contracorriente, el feminismo ha procurado irracionalizar esta
situación, dando relevancia a las experiencias de las mujeres y con
ello revisitando esas penumbras del poder en las que el silencio y la
costumbre habían mantenido una estructura al parecer impenetrable.
Desde la perspectiva de las mujeres, esta realidad a la que nom-
braron patriarcado, hunde sus orígenes en tiempos inmemoriales y
se sostiene por la violencia, es justo esa razón por la cual ésta se
constituirá en una experiencia que recorre transversalmente la vida de
las contemporáneas, vinculando a quienes moran el presente con las
ancestras, a las del norte con el sur, a las islámicas con las cristianas
y las ateas, a las ricas de las Lomas con las de la periferia de cual-
quier ciudad. La violencia ocurre en distintos espacios sociales y suele
articular las más diversas relaciones, incluyendo las más veneradas, esas
investidas de los valores más nobles y puros. Pero quizá la violencia
se expresa en actos y omisiones cuya emergencia acontece en ciertos
momentos, justo cuando para las mujeres ese elefante resulta ya una
presencia asfixiante, cuando la luz de las palabras lo pintan de cuerpo
entero, y, sobre todo, cuando encuentran las formas para expulsarlo del
dormitorio y de sus vidas. Es decir, será cuando la estancia placentera
e inexpugnable del elefante se altere y se vea amenazada, el momento
en que esa entidad mostrará su fuerza devastadora. Mientras no se le
perturbe seguirá ahí sin emitir signos de vida, tan presente y campante
pero obviado. Kate Millet en su clásico texto de la Política sexual3

3
Kate Millet, Política sexual. Madrid, Cátedra, 1995.
74 La violencia masculina y el elefante en la sala

indicó que el éxito del patriarcado residía justo en la capacidad de


colonizar el alma y la mente de las mujeres, pero la violencia siempre
estaría presente como el recurso en caso de que el orden manifieste
algún desafío que impida su consecución.
Para quienes comparten el lugar de la exclusión, la explotación o
la subordinación, la conciencia de la opresión podría verse como un
tránsito casi inevitable. Los procesos de resistencia, de transformación,
incluyendo las revoluciones mismas mostrarán cómo ese paso entre la
carencia y la necesidad —como lo frasea Eder Sader—4 lejos de ser
automático precisa de un arduo trabajo individual y colectivo a través
del cual se socializa la experiencia de la opresión, giro sin el cual todo
proyecto de transformación es inviable. Sin embargo, reconozco que
el conocimiento de esa situación, la posibilidad de hacer descripciones
pormenorizadas de las formas en que opera el poder es una realidad
factible de ser transcrita, develada en su profundidad y en sus minu-
cias, incluyendo teorizaciones sofisticadas desde el lugar de quienes
padecen el poder. Las teóricas del punto de vista, le llamarán a ello el
privilegio epistémico.5
Si bien, se puede compartir esta postura, la pregunta que parece
poco explorada será la que corresponde al punto de vista de quie-
nes ejercen el débito patriarcal en su calidad de sujetos masculinos.
¿Cuál es esa conciencia? ¿Qué imaginarios pueblan las mentalidades
y configuran las prácticas cotidianas de esos sujetos en relación con
su poder? Se ha apuntado, la enajenación de género como un recurso

4
Eder Sader, Quando nuevos personagens entraram en cena. Esperências, falas e
lutas os trabalhadores da Grande São Paolo 1970-1980. Río de Janeiro, Paz e Terra,
1988.
5
De acuerdo con Norma Blázquez, Sandra Harding, Nancy Hartsock y Evelyn Fox
Keller son algunas de las epistemólogas que conforman la perspectiva feminista del
punto de vista. Ésta es una propuesta en torno al conocimiento situado socialmente, es
decir, no hay conocimiento neutro. Pero destacarán que las mujeres tienen una posición
específica por su lugar en las relaciones de género que hace de ellas sujetas con una
posibilidad privilegiada de reconocerlas y adentrarse en su conocimiento. Cf. Norma
Blázquez Graf, “Epistemología feminista: temas centrales”, en N. Blázquez Graf et
al., coords., Investigación feminista. Epistemología, metodología y representaciones
sociales. México, unam, ceiich / crim / Facultad de Psicología, 2010.
Leonardo Olivos 75

analítico para caracterizar la situación que guarda esa conciencia y


que le da contenido a esa otra metáfora sobre el elefante en la sala. Es
decir, la falta de habilidades y de intereses propios para percatarse del
ejercicio del poder, de los privilegios, de las grandes posibilidades y
libertades que se gozan sobre la carencia y limitaciones que marcan
la existencia de otras y otros, de las formas, al parecer inocuas, por la
cuales los hombres nos garantizamos de prerrogativas y de un estatuto
en los distintos espacios de los que participamos por el simple hecho
de ser hombres. En ese sentido, existe un doble mecanismo que en el
caso de los hombres motivan la enajenación. Por un lado, está la fuerza
de la costumbre, esto que, como en el caso de las mujeres se presenta
como una realidad que así es y así debe ser, tan normal, tan familiar que
se incorpora automáticamente. Si bien, este proceso está mediado por
una serie de insumos culturales, económicos, políticos e ideológicos,
que se reiteran a lo largo de la trayectoria de vida de los hombres. Es
decir, proceden de factura eminentemente social. Se logran asumir, tal
cual se ha insistido, como las formas adaptativas que en nuestra especie
mandata el designio de la naturaleza.
Por otra parte, el otro mecanismo que específicamente actúa entre
los hombres velando la desigualdad y las relaciones de poder, justa-
mente se producirá como efecto mismo de la posición en la jerarquía
que se establece en relación con las mujeres y se relaciona con el
privilegio. Toda persona o colectivo goza de privilegios, en la medi-
da que la posesión o el usufructo de bienes materiales o simbólicos
se realiza en menoscabo o la expropiación de la de otros, grupos o
individualidades. Se habla de privilegio porque el reparto, a diferen-
cia de los derechos, no son para todas y todos, sólo serán para unos
cuantos. De tal suerte, como mucho de lo que viene sancionado por
la doxa, el disfrute de privilegios nunca se observa como tal, forma
parte de ese diseño del mundo y para quienes, por distintos motivos,
accedemos a ellos es mejor no preguntarse por las razones de lo vi-
vido como tradiciones, costumbres milenarias o el resultado natural
de formar parte de una etnia, una comunidad religiosa, una clase o,
bien, un genérico humano.
En este caso, inquirir sobre una realidad que provee de ventajas,
tiene la función de mantenerlas intactas, porque, entre otras situaciones,
76 La violencia masculina y el elefante en la sala

indagar sobre su origen y sus razones puede conducir a develar que


ellas son factibles en la medida de que esos bienes y recursos se basan
en la desposesión o en la escasez de otras personas por motivos que no
son fortuitos ni divinos.
Algunos de los hombres que han incursionado en los estudios de
género o en espacios para procurar formas distintas de ser hombre re-
conocen el dolor y la vergüenza como algunas de las motivaciones para
emprender una postura crítica respecto a la masculinidad en general y a
la suya en particular. El dolor, la molestia y la vergüenza promueven esa
mirada capaz de atisbar los poderes y privilegios que han instituido sus
vidas. Situación que se devela, lejos de inocua, profundamente opresiva.
Así, los privilegios se vislumbrarán como efecto de la explotación, la
marginación, el estigma, el dominio, así como otras manifestaciones
del poder que se ejercen contra las mujeres. Algunas de éstas se vivirán
intrascendentes, sin repercusiones mayores, de ahí ciertos ejemplos de
lo que ahora se conoce como micromachismos, esas formas sutiles,
y condescendientes de asentar la autoridad masculina. Otras formas
romantizadas, que a través de consignas en torno al sacrificio, la
abnegación, el amor como dolor, apuntalan las formas extractivistas
que el sistema incorpora como una posibilidad de los hombres, sobre
el tiempo, el trabajo, la sexualidad y la afectividad de las mujeres.
No obstante, será la violencia la experiencia que obligue a muchos
hombres a mirar de nueva cuenta todo ese repertorio micro y macro de
poderes para, en ocasiones, significarse como punto de quiebre respecto
al mandato de su masculinidad.6
Si bien, la garantía de la reproducción de cualquier forma de poder
estará dada en buena medida por esa suerte de invisibilidad con la que
se cobija, también resulta cierto que la enunciación, la descripción
pormenorizada, incluso su impugnación no siempre proveerá de los
impulsos necesarios para la transformación del orden. Todo lo contrario,
más a menudo ocurre que los sujetos que ejercen el poder, reaccionan
con virulencia al verse descubiertos, sobre todo cuando esa develación
se ve acompañada de formas que irracionalizan y, sobre todo, definen

6
Cf. Leonardo Olivos Santoyo, Hombres, violencia y alternativas. Tesis, México,
unam, 2007.
Leonardo Olivos 77

el orden como injusto para emprender su desmontaje. En esos momen-


tos, ocurre que los pactos que vehiculan a quienes se encuentran en el
poder se estrechan frente a lo que se comprende, con mucha claridad,
amenazas a su estatuto, así, la tensión que los ligaba se torna en una
suerte de fratria juramentada,7 diría Celia Amorós, cuyo resultado será
la violencia.
Sin entrar en detalles sobre las hipótesis que explican el incremento
de la violencia contra las mujeres, tanto numéricos como por los que
refieren a la saña y la crueldad con la cual se les agrede y se les asesina
hoy en día, se desliza la idea de la existencia de un contramovimiento por
parte de los hombres que justamente reaccionan ante el avance femenino
en distintos espacios, hasta hace poco, exclusivos de una membresía
masculina. Los tradicionales dispositivos del poder patriarcal se han
desgastado: la crisis económica, los cambios históricos en la sociedad y
en específico aquellos que ocurren dentro de la organización del trabajo,
la familia y la sexualidad han provocado que las premisas y las inercias
sobre las que se asentaba el predominio de los hombres se encuentren
erosionados. A ello habrá que tomar en consideración el aculturamiento
feminista que, a través de los más disímbolos canales, ha sacudido las
mentalidades de las mujeres, generando una conciencia de la opresión
que como nunca antes encuentra formas de resistir y de transformar la
posición tradicional de éstas dentro de la sociedad.
Estos factores y otros más han tenido como uno de sus resulta-
dos la puesta en el debate público del orden de género. Sin precedentes
en la historia de la humanidad, fundamentalmente desde la perspectiva
de quienes se encuentran en la subordinación, es decir, las mujeres, se

7
Para Celia Amorós, en el patriarcado lejos de detentar un espacio en donde se
asiente constituye una suerte de realidad metaestable porque se produce a través de
los pactos que realizamos los hombres todos los días. Estos pactos guardan diferentes
grados de tensión sintética. Cuando existen amenazas contra la propia existencia de
esos pactos, la consistencia de los mismos suele convertirlos en fratrias juramentadas
que actúan, estrechando los vínculos, demandándose una lealtad absoluta a quienes
pertenecen al grupo y ubicándose un enemigo sobre quien responder, con violencia.
Histórica y comúnmente la otredad de esos grupos serán las mujeres. Cf. Celia Amorós,
“Violencia contra las mujeres y pactos patriarcales”, en Virginia Maquieira y Cristina
Sánchez, comps., Violencia y sociedad patriarcal. Madrid, Pablo Iglesias, 1990.
78 La violencia masculina y el elefante en la sala

impugnará este orden desde una reinterpretación que devela la lógica


política que subyace. Esta perspectiva parte del reconocimiento de que
el orden de las cosas no emana de leyes sancionadas por la naturaleza.
Éste ha sido una de las formas con las que se ha legitimado la repartición
injusta de lugares y recursos entre los sexos. Como nunca en la historia,
las universidades, los medios de comunicación, la intelectualidad, los
movimientos sociales y hasta en la publicidad misma se recogen y nom-
bran esas formas de poder sobre la base de que éstas no tienen por qué ser
así y más aún se tendrían que transformar. Muchas de estas reflexiones
colectivizadas pondrán el acento en la actuación de los hombres, en su
construcción, su responsabilidad y las ganancias constantes extraídas
de un orden que entroniza lo masculino y a los hombres.
Frente a estos cuestionamientos, existe una respuesta muy mas-
culina que bajo la lógica también política amigx-enemigx, investirá
ese reclamo como una afrenta y, como decíamos, una amenaza. Esto
ha sido explicado como una de las causas de la virulencia en las
agresiones contra las mujeres en la actualidad. De manera sincrónica,
igualmente mediada por una conciencia sobre la impugnación a la
supremacía masculina, otros hombres, no logran atisbar la relevancia
de las demandas que lanzan el feminismo y las mujeres concretas.
Para muchos, continúa siendo un tema de segundo orden, se asume
que son problemas que atañen a una minoría y, por tanto, no logran
concitar el interés ni develarse el peso que otros asuntos asumidos de
todos o de las mayorías sí generan atención. A pesar de que las mujeres
representan la mitad de la humanidad, el trato a los asuntos que les
son urgentes, como la violencia, sigue siendo minorizado, como si se
tratase de inconvenientes de ciertos colectivos muy localizados y, por
tanto, sin relevancia para la universalidad. Cabe ilustrar en esa direc-
ción, cómo los temas de género convocarán invariablemente auditorios
repletos de mujeres, mientras los hombres presentes se contarán, casi
siempre, con los dedos de la mano.
Precisamente entre esa minoría de hombres que, con distintos
gradientes, nos asumimos cercanos a los feminismos, no logramos
encontrar el lugar en estos cambios que las mujeres han emprendido.
Ante esta oleada multitudinaria, llena de indignación, muchos nos man-
tenemos silentes, en espera de algún signo o alguna invitación expresa
Leonardo Olivos 79

para incorporarnos a estas acciones que hoy ellas encabezan, otros


más asumimos como propias las reivindicaciones y nos apresuramos
a ponernos en la descubierta de las marchas, a desplegar argumentos
con mucho sustento racional sobre el carácter del patriarcado y las
formas para derrocarlo, otros tantos, efectivamente nos encontramos
pasmados, sin capacidad de asimilar el profundo enojo que el poder
de los hombre ha gestado entre las mujeres. Lo que es elocuente es la
falta de respuestas colectivas entre los hombres ante las movilizaciones
y las exigencias. Por tanto, cierta desconfianza y algo de desesperanza
anida entre las mujeres movilizadas para quienes nosotros parecemos
una causa perdida.
El asunto no es menor, existen corrientes feministas que convocan
al separatismo no sólo como una forma estratégica de operación del
movimiento actual, sino lo vislumbran como una solución última
ante lo que observan, con razones, la imposibilidad de un acompa-
ñamiento respetuoso y comprometido por parte de los hombres en el
desmontaje del patriarcado. Ello abre una serie de cuestionamientos
sobre el papel de quienes nos encontramos en posiciones de poder y
las posibilidades que desde ahí se empujen esas transformaciones que
justamente minen los privilegios y limiten la capacidad de gobernar el
campo de acción de las mujeres, tanto en su condición de individuas,
como en su referente genérico.

Los hombres, las mujeres y el feminismo. Razones históricas

Para responder a estos dilemas se puede echar mano de la historia y


verificar cómo, en distintos momentos, grupos o personalidades encla-
vadas en las élites políticas, culturales y económicas han optado por
apoyar las reivindicaciones de quienes han estado bajo el sometimiento
de su clase, su etnia o su nacionalidad. Existen episodios que así lo
atestiguan, por ejemplo, durante las revoluciones, esos momentos en
donde la radicalidad de los cambios se anuncia como una irrupción que
presume borrará el orden antiguo, ahí se logran vislumbrar esas ruptu-
ras en las élites que en su medida contribuyen al desencadenamiento
de los sucesos. Así, en la Revolución francesa, la rusa o la mexicana
80 La violencia masculina y el elefante en la sala

aparecen personajes vinculados con las dinastías borbónicas, la de los


Romanov, o la cúpula del porfiriato, quienes terminaron engrosando
las filas jacobinas, bolcheviques o de la División del Norte, algunas
motivadas por una genuina convicción, otras tantas por oportunismo,
pero esos episodios tránsfugas se reiterarán en otras expresiones de
transformación histórica. Burgueses del lado del movimiento obrero,
mujeres y hombres blancos en los movimientos por los derechos civiles
en Estados Unidos o en las acciones contra el Apartheid en Sudáfrica,
mestizos en el levantamiento zapatista en 1994, incluso se encontrarán
algunos hombres en etapas clave del desarrollo feminista.
Para ilustrar este último punto quisiera traer al presente a tres hombres
cuya vida y obra muestran, entre otras situaciones, cómo ese argumento
tan socorrido de “ser hombres de su tiempo” para comprender y legitimar
expresiones de androcéntricas y misóginas de algunos de esos grandes
hombres, parece toparse con la existencia de contemporáneos que optaron
por no contribuir, al menos con su pensar, a la denostación de las muje-
res y la racionalización de su inferioridad. Por el contrario, elaboraron
argumentos para dignificar su condición, comprender las claves de su
opresión y encontrar salidas a la inferiorización de la cual han sido objeto.
Quisiera referirme en primer término a François Poullain de la Barre8
(1647-1725), sacerdote jesuita convertido al calvinismo, quien además
fue un filósofo influenciado por el pensamiento de René Descartes
y traído del olvido gracias a un epígrafe que Simone de Beauvoir
inscribe en el Segundo sexo. Así, a partir de esa pista, el feminismo
se dio a la tarea de rescatarlo y descubrir la originalidad de su pen-
samiento, la suerte visionaria de muchas de las tesis, y la vieja data
de muchas de las reflexiones que el feminismo viene elaborando
una y otra vez ante estos procesos de olvido intencionado que marcan

8
Las tres obras feministas de François Poullain de la Barre son las siguientes: La
igualdad de los sexos. Discurso físico y moral en el que se destaca la importancia de
deshacerse de los prejuicios (1673), La educación de las mujeres para la formación
del espíritu en las ciencias y las costumbres (1674) y La excelencia de los hombres
contra la igualdad de los sexos (1675). Esas tres obras fueron reeditadas al español por
Daniel Cazés en una impresión a cargo del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias
en Ciencias y Humanidades (2007).
Leonardo Olivos 81

también la historia. Entre otras perlas, Poullain, a través de una de las


herramientas cartesianas, la duda metódica, se propuso desarticular el
prejuicio más ancestral de todos, el que consagró la inferioridad de las
mujeres como la verdad mejor asentada de las que existen en el mundo.
Al hacerlo, Poullain se convirtió en uno de los precursores de lo que
ahora reconocemos como el feminismo de la igualdad, así como de la
Ilustración misma, según palabras de Celia Amorós.9
Las huellas ilustradas y su prédica a favor de la igualdad se recono-
cerán en su reivindicación sobre la razón como aquella característica
que definirá la condición humana de las y los humanos, porque dirá, esta
cualidad se encuentra igualmente repartida entre mujeres y hombres,
la razón no tiene sexo, aunque sí límites que impiden su florecimiento.
En consecuencia, la veta pedagógica del filósofo aparece para pensar
de forma muy adelantada a su tiempo, la pertinencia de instruir a las
mujeres junto con los hombres en las artes y las ciencias, la aritmé-
tica y la lógica. El no ve ningún inconveniente en proceder en esta
propuesta de educación mixta dada la premisa de que ambos sexos
están dotados con la misma capacidad de razonar, de distinguir el bien
del mal, la mentira de la verdad, por tanto, el conocimiento de toda
índole puede ser adquirido sin importar el cuerpo sino la capacidad
de dudar hasta de la autoridad misma para alcanzar cualquier certeza.
Pero la visión de Poullain va más allá, piensa en un futuro en donde
las mujeres sean magistradas, generalas de un ejército o médicas, un
mundo entero donde ellas sean capaces de realizar todas las profe-
siones y actividades que para ese momento se creían exclusivas de
hombres. Es consciente de que lograr eso requiere lo que él deno-
mina leyes ventajosas, mismas que les permitan acceder a lugares y
actividades por centurias excluidas. Así, Poullain de la Barre no sólo
se pone del lado de las mujeres en eso que durante la Edad Media y
hasta el Siglo de las Luces se conoció en Europa como la querrella
de las damas, una discusión que reflotaba de tanto en tanto respecto
a la naturaleza de las mujeres; por un lado, quienes abonaron a las
ideas sobre la maldad o la inferioridad sustantiva de ellas y, del otro,

9
Celia Amorós, “Presentación”, en François Poullain de la Barre, De la educación
de las damas para la formación del espíritu y las leyes. Madrid, Cátedra, 1993.
82 La violencia masculina y el elefante en la sala

quienes argumentaron en torno a su excelencia incomprendida y poco


valorada. Más que un discurso que gire en esa lógica, Poullain en sus
tres obras feministas reivindicará la igualdad, un criterio propio de la
modernidad que posteriormente se volverá bandera fundamental de
las oleadas que se alzarán en torno a los derechos y las libertades de las
mujeres durante los siguientes siglos.
En segundo lugar, traeré a esta sintética genealogía a John Stuart
Mill (1806-1873), quien a diferencia de nuestro primer personaje goza
de las mieles del reconocimiento por ser un importante filósofo liberal,
promotor del utilitarismo, cuya obra ha tenido repercusiones en el campo
de la ética, la política y la economía. No obstante, su trabajo como un
pensador feminista suele pasar inadvertido. Pero efectivamente, Stuart
Mill se destacó por escribir y legislar insistentemente a favor de la
universalización del sufragio, negado a las mujeres por una lógica que
atentaba contra los principios emblemáticos de la edad moderna. De
acuerdo con las profundas convicciones filosóficas de Stuart Mill, la
modernidad se caracterizaba por ser el momento en la historia humana
en donde las condiciones de origen que anteriormente se significaba
como destino inobjetable, habían sido superadas por la emancipación
individual. La nueva era ostentó como signo epocal, la emergencia
del individuo, ese ser a quien sus ligas con eso que ahora llamamos,
condiciones sociales, no resultaban atávicas. Así, los tiempos modernos
se distinguirán por ser una oda a las destrezas, las habilidades y las
iniciativas individuales, en las cuales residirá, desde esta perspectiva,
la clave de los avances y el progreso de una sociedad. Sin embargo,
Stuart Mill observó la pervivencia inadmisible de un remanente del
antiguo régimen, una forma de regla estamental que, derivada del he-
cho fortuito y contingente del nacimiento, había condenado a la mitad
de la humanidad a la imposibilidad de desarrollar sus capacidades de
individuación y, por tanto, acceder a la ciudadanía.
Al igual que Poullain de la Barre, el filósofo inglés consideró que las
mujeres eran capaces de razonamiento y que aquellas ideas que habían
fundamentado su inferioridad no eran sino meros prejuicios. Por tanto,
además de considerar que los criterios que impedían a las mujeres votar
y se electas para cargos públicos eran premodernos y sin sustento sólido,
su acceso a estos lugares promovería leyes más justas que reconocerían
Leonardo Olivos 83

y atenderían aquellas problemáticas que ellas viven en lo particular. En


esa línea, Stuart Mill, un irredento defensor del liberalismo político, en el
sentido de colocar diques a la intromisión del Estado en ámbitos como
el de la economía, y aquellos concernientes a las libertades individuales,
realiza una operación teórica que lo llevarán a traspasar uno de los princi-
pios de la doctrina liberal, el reconocimiento de excesos en el espacio de la
libertad por excelencia, el espacio privado y, en consecuencia, la necesidad
de su regulación. En su libro, la Sujeción de las mujeres (1869),10 escrito
no sólo bajo la influencia sino la colaboración de su pareja, la feminista
Harriet Taylor, describe cómo el hogar puede ser un espacio en donde
el maltrato y el abuso de los hombres contra las mujeres sucede, y, por
tanto, tendrían que procurarse leyes que lo eviten. Es decir, la presencia
del Estado interviniendo en el espacio consagrado como reducto de la
privacidad y la libertad de los hombres. Al hacerlo, nuestro filósofo se
convertirá en una de las primeras plumas en identificar un problema,11
así como también los mecanismos para enfrentarle, vislumbrando un
tema crucial de la agenda feminista de los tiempos venideros.
Por último, en el recuento traigo a este memorial a Friedrich Engels
(1820-1895), contemporáneo de John Stuart Mill, aunque con posturas
teóricas y políticas en las antípodas del inglés. Aun pese a la caída del
bloque socialista y a la crisis del marxismo como paradigma explicativo
y político, Engels tiene un lugar relevante en la historia del pensa-
miento y en los acontecimientos que marcaron el devenir del siglo xx.
Pero sólo para el feminismo, para aquel de cuño marxista o socialista,
las referencias asentadas en su clásico texto, El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado (1884), se volvieron un punto de partida
fundamental para comprender, dentro de las claves del materialismo
dialéctico, la derrota histórica de las mujeres y el origen de su opresión.

10
John Stuart Mill, Sujeción de las mujeres. Madrid, Alianza, 2010.
11
El problema de la violencia contra las mujeres, tal como ahora lo entendemos,
tiene una larga historia en el pensamiento y la acción política feminista, quizá uno
de los registros más antiguos se puede observar en los cuadernos de quejas que, en
el marco de la convocatoria a los estados generales en Francia durante 1789, algunas
mujeres denunciaron. Cf. Alicia Puleo, ed., La Ilustración olvidada. La polémica de
los sexos en el siglo xviii. Barcelona, Ánthropos, 1993.
84 La violencia masculina y el elefante en la sala

Si bien, como han señalado muchas feministas, para el marxismo,


la cuestión de la mujer nunca se destacó como un asunto que ocupara
demasiado interés en las discusiones y propuestas trasformadoras y, en
tanto perspectiva teórica, se destacó por su ceguera al género. Pese a
esos límites, en tanto teoría del poder, el marxismo ofreció un método
de estudio, herramientas analíticas, así como también una energía trans-
formadora de la realidad que se volvió fuente de la que abrevaron otros
paradigmas críticos y movimientos sociales emancipatorios. En ese
sentido, más que el mismo Marx, será Engels el encargado de dedicarle
a la cuestión de la mujer algunas tesis que, en su momento, tuvieron
hondas repercusiones. Engels estableció, en el libro mencionado, que
en el comunismo primitivo, la igualdad era la condición prevalente.
Dentro de una economía de subsistencia, aun entre mujeres y hombres
imperaba el mismo valor, incluso, a través de ciertas expresiones de
la religiosidad, se ha podido comprobar el aprecio que las culturas
originarias de la humanidad tuvieron por la mujer. Todo esto cambió
con el advenimiento de la acumulación originaria y la emergencia de
la familia monogámica. El nacimiento de la primera desigualdad del
mundo, sostendrá el filósofo marxista, es aquella que, con el nacimien-
to de la riqueza y su necesidad de privatizarla, marcará el control de
las mujeres y su subordinación al padre y posteriormente al marido.
A ese proceso le denominó con elocuencia la derrota histórica de
las mujeres. Engels va explicando ese transcurrir por el cual ellas,
particularmente su sexualidad y su fecundidad, se transformaron, a
partir de la conformación de una forma de familia, la monogámica,
en objeto del dominio masculino. Con la aparición de la riqueza, los
imperativos de mantenerla dentro de un mismo linaje, obligaron a que
las formas anteriores de parentesco y sexualidad más laxas y libres
dieran paso a una que permitiera garantizar la descendencia paterna.
Por tanto, el acceso a las mujeres sólo tenía que estar permitido a un
solo hombre, el esposo, a ellas se les prescribió un estricto código de
fidelidad sancionado tanto por el Estado como por otros recursos de la
superestructura. Engels en una clara mofa a la moral victoriana, denun-
ció cómo la monogamia se midió con dos escalas distintas; una tenaz y
persecutoria esgrimida contra las mujeres y otra relajada que permitía
a los hombres la posibilidad de la prostitución o de otras mujeres, las
Leonardo Olivos 85

casas chicas, conocidas así en el caló mexicano. Lo sobresaliente


de Engels, entre otras consideraciones, será el reconocimiento de la
sexualidad y la reproducción como núcleos de la opresión femenina,
un problema que casi un siglo después se volverá el punto central de
la reflexión y la politicidad del feminismo radical.
Teóricas feministas de diverso cuño, tales como Simone de Beauvoir,
Sulamith Firestone y Gayle Rubin recuperarán críticamente las tesis de
Engels y desarrollarán sus propios caminos para explicar la condición
de las mujeres. Rubin, en el clásico artículo, “El tráfico de las mujeres:
notas sobre la economía política del sexo”12 reconocerá como Engels,
más que por sus propuestas, las preguntas sin respuesta que incentivarán
a muchas feministas a ocuparse de lo que para el marxismo fue secun-
dario: el mundo de la reproducción y la participación de las mujeres
también en el de la producción.
François Poullain de la Barre, John Stuart Mill y Friedrich Engels,
junto con otros en la historia, probarán cómo desde el poder cabe la
posibilidad de que existan atisbos e incluso esfuerzos notables por
generar empatía, solidaridad, y traducir éstos en pensamientos capaces
de contribuir a irracionalizar y desmontar un sistema oprobioso contra
las mujeres, las próximas y cercanas, pero también aquellas genéricas
que por esa contingencia de nacimiento se encuentran marcadas por el
sistema de poder más antiguo y persistente.
No obstante, parecería que los humanos, mujeres y hombres, reque-
rimos de razones propias también para involucrarnos en las acciones
destinadas a desmantelar la injusticia, resistir a los oprobios y empujar
cambios de distinta magnitud. La cuestión que aún no pudieron res-
ponder nuestros ancestros será: ¿es factible que existan motivaciones
específicas de los hombres para poner en predicamento ese mismo orden
que por otra parte también les ofrece ventajas?

12
Gayle Rubin, “El tráfico de mujeres. Notas sobre la economía política del sexo”,
en Marta Lamas, coord., El género. La construcción cultural de la diferencia. México,
unam, pueg / Miguel Ángel Porrúa, 2000.
86 La violencia masculina y el elefante en la sala

¿Puede ser la violencia de género un parteaguas?

Para responder a esta interrogación es necesario regresar a la violencia,


revisitada a través de una mirada desencantada, despojada de ese velo
de heroicidad con la cual se ha cultivado hasta la saciedad. Al mismo
tiempo, tomar precauciones para evitar caer en un victimismo mas-
culino que se emplee para subestimar la violencia contra las mujeres
y desestimar su posición dentro de un sistema de poder que extrae de
ellas recursos materiales y simbólicos.
Empezaré el argumento citando a una referencia destacada del
feminismo radical, Kate Millet, quien probablemente será la primera
voz que develó la factura de la violencia y la función de ésta dentro
de lo que ella denominó como gobierno patriarcal. Un gobierno
sostenido bajo dos principios: “el macho ha de dominar a la hembra,
y el macho de más edad ha de dominar al más joven”.13 En tanto
gobierno, como lo había señalado anteriormente, el patriarcado
goza de una capacidad inigualable para producir saberes, creencias,
emociones y símbolos que lo legitiman. Detenta una fuente inagotable
de recursos que provocan adhesiones de sus subordinadas, porque en
efecto, se incorporan con tal eficacia que colonizan la mente y el alma
de las mujeres. No obstante, dirá Millet, existen momentos en que
esta fuente se agota, los consensos se erosionan y por tanto el poder
patriarcal se ve expuesto a una fractura que puede ser definitiva. En
esas coyunturas se tendrá que recurrir a la violencia para estabilizarse
y salir de las crisis de legitimidad que como todo poder también le
son consustanciales.
En principio, lo que Millet está asentando aquí, muy probablemente
por vez primera en la historia del feminismo, es que la violencia no es
una experiencia residual ni extraordinaria. No es la mala fortuna de una
mujer a la que le tocó por marido un mal hombre u otra que no supo
elegir correctamente. No es un problema que afectase exclusivamente
a las clases populares o fuese una anomia social privativa de familias
desintegradas, acciones de hombres enloquecidos, alcohólicos o analfa-
betas. Así como el patriarcado, la violencia contra las mujeres cruzaba

13
K. Millet, op. cit., p. 70.
Leonardo Olivos 87

a todas las clases sociales, a todas las naciones, las religiones, las razas
y las etnias. Kate Millet encontró que, a diferencia de lo que eran las
explicaciones causales de estos horrores, la violencia era una práctica
perfectamente funcional al sistema. Era una suerte de emergencia,
un recurso límite que aparecía de manera intermitente, reforzando el
sistema de jerarquías y de poderes existentes tanto en las relaciones
individuales como genéricas establecidas entre mujeres y hombres.
Una de las consecuencias que dejo apuntado ahora, se relaciona
con la idea del dominio de ciertos hombres sobre otros y, por ende,
la posibilidad de aplicar la misma operación consenso-violencia para
mantener ese vínculo. Pero regresaré más adelante a esta tesis.
A partir de que la experiencia de las mujeres respecto a la violencia
cobra interés y legitimidad pública, los sistemas políticos hicieron una
traducción de esta demanda a un solo espacio, la familia o el ámbito
doméstico. Por tanto, por mucho tiempo lo que en un primer momento se
denominó violencia contra las mujeres se recuperó en los códigos civiles
y penales que la reconocieron como violencia doméstica o intrafamiliar.
Para muchas feministas, la institucionalidad de esta problemática por
parte de los diversos Estados, incluyendo el mexicano, hizo una manio-
bra que dejaba ver la falta de compromiso con las mujeres al introducir
un concepto que por una parte desconocía las dimensiones de lo que se
estaba exponiendo y, por lo tanto, dejaba sin efectos legales aquellas
expresiones que ocurrían en otros lugares como la escuela, el transporte,
el trabajo o la calle. Pero, además, sostuvieron una denominación que
silenciaba la agencia de quienes procuraban esos actos y omisiones
(al caracterizar la violencia como violencia doméstica) pero lo más
importante, invisibilizaba a quienes eran las víctimas de la misma.14
Cuando el género como categoría llega a las universidades y de ahí
se coloca como una denominación que alcanza reconocimiento más
allá del mundo académico, la violencia contra las mujeres se vuelve a
resemantizar ahora como violencia de género. Sin embargo, así como
uno de los malos usos del género equiparó género con mujeres, al ser

14
Marcela Lagarde, “El derecho humano de las mujeres a una vida libre de vio-
lencia”, en Virginia Maquieira d’Angelo, coord., Mujeres, globalización y derechos
humanos. Madrid, Cátedra, 2010.
88 La violencia masculina y el elefante en la sala

renombrada como violencia de género el mismo efecto se produjo,


incluyendo la suerte de territorio que aún seguía siendo privilegiado
en ese enfoque, es decir, el hogar.
Como el feminismo ha insistido, la violencia contra las mujeres es
un continuo de eventos que se suceden en diversos territorios e involu-
cran distintas relaciones e interacciones con los hombres. Pero si algo
podemos retomar de la categoría género es justamente su posibilidad
de leer la producción social de los sexos, trascender sus implicaciones
como si fuese una propiedad exclusiva de las mujeres y en ese sentido,
relevar sus específicas consecuencias a la hora de forjar y hacer del
macho de la especie el hombre que precisa ese sistema sexo genérico
que podemos reconocer como patriarcal. En esa dirección, cuando se
habla de violencia de género, sin negar, en primer lugar, los impactos
nocivos en la vida de las mujeres, podemos también ubicar su trascen-
dencia como eje estructurador de la condición masculina.
Cabe resaltar cómo la violencia, tanto en los estudios de la con-
dición genérica de los hombres como también en las iniciativas para
organizarnos en torno a problemáticas específicas, ha sido clave.
Junto con la paternidad, el trabajo y la sexualidad, se volverán los
ejes más socorridos para dar marcha a los ejercicios por desentrañar
cómo se hace la masculinidad. También señalado en líneas anteriores,
la violencia se ha caracterizado como un punto de inflexión, a veces
de quiebre, en las trayectorias de varios hombres cuyas parejas han
puesto límites, en ocasiones con mediación de alguna orden judicial,
para obligarles a trabajar su violencia y en consecuencia su condición
de género.
Tanto en la literatura como en las experiencias de los grupos de hom-
bres, se observa cómo la violencia se ha significado como uno de esos
mandatos que desde muy temprano se instituye y nos acompañará a lo
largo de la vida, será un intermitente recordatorio de que los hombres
lo somos en la medida que lo probamos. Contrariamente al discurso de la
naturaleza del sexo, no basta tener genitales para adquirir el estatuto
de hombre de verdad, la masculinidad es una carrera meritocrática
en la cual tendremos que demostrarles a los otros, jueces y parte del
mismo circuito, que lo somos. En esos rituales, la violencia jugará un
papel central.
Leonardo Olivos 89

Pero la práctica de la violencia no puede entenderse sin observar el


poderoso envoltorio cultural con el cual se nos presenta no sólo como
un rasgo consustancial de la historia de la humanidad, de esa que, dicho
sea de paso, se ha escrito en masculino. Batallas, revoluciones, inde-
pendencias, golpes de Estado, guerrillas, contrarrevoluciones, estos y
otros episodios más que se han escrito, literalmente con sangre, marcan
los hitos de eso que asumimos como la historia de la humanidad. Los
mismos que se rememorarán retomados para nombrar calles y avenidas,
los festejos cívicos, los monumentos y los himnos de casi todas las
naciones al rugir del cañón. La música, la pintura, la literatura y muchas
otras expresiones que se han erigido como los frutos más sublimes del
espíritu humano tienen en la violencia un caudal de inspiración que
sólo competirá con el discurso amoroso como motivador de las bellas
artes. El deporte y la política serán también expresiones elocuentes de
las batallas que, por distintos medios, enfrentarán a grupos de hombres
en pos de vencer al rival y así corroborar qué forma de hombría se
alza superior. Ese ethos guerrero está tan bien legitimado que buena
parte de los hombres recontaremos nuestras mundanas vidas en tono
épico. Como lo ha señalado Fernando Huerta,15 las conversaciones
entre hombres son una suerte de relato que nos hace protagonistas
de una aventura en donde sea por nuestra elocuencia intelectual,
nuestra fuerza muscular o el carácter ferreo siempre ponemos en su
lugar a otro hombre que se quiere pasar de listo, enseñamos y damos
lecciones aun a quienes se ostentan nuestros superiores; si alguien
ganó un premio o una carrera, el otro subirá la apuesta porque ganó
el doble y, por supuesto, dentro de la prédica heterosexual, conquis-
taremos el corazón y el cuerpo de todas las mujeres que nuestros ojos
se dignen mirar.
Frente a esas dimensiones sobre las cuales las violencias se enraizan
como algo deseable, esperable y glorificante, toda invocación a la paz

15
Fernando Huerta, colega antropólogo, estudioso del deporte y su relevancia en
la producción de los hombres, realiza esta afirmación que yo retomo como una pista
para re-escuchar las conversaciones que entre los hombres sostenemos y también para
ironizar un poco en los rituales falogocéntricos que muchas de las controversias que
hacen de las interacciones masculinas.
90 La violencia masculina y el elefante en la sala

resulta más que infructuoso, inocuo y hasta ridículo. Pese a la sensación


de navegar a contracorriente, las dimensiones que en nuestro país ha
alcanzado la brutalidad de la violencia tendrían que ayudar a desterrar
la épica heroica sobre la cual se alza la valía de los hombres.
Michael Kaufman,16 uno de los teóricos más relevantes en los estu-
dios de los hombres, ha propuesto reconocer que esas expresiones de
la violencia masculina contra las mujeres coexisten con otras manifes-
taciones que tendrán como destinatario a otros hombres, así como una
buena dosis de violencia autoinfringida, que de manera consistente se
produce como efecto del mérito masculino. A ello él lo denomina la
triada de la violencia. Veamos.
El patriarcado, como diría Kate Millet, se alza en el dominio
de unos hombres sobre otros, la edad puede ser una condición que
marque esta relación, pero igualmente se le podrían agregar otras di-
mensiones como la clase, la etnia, la preferencia u orientación sexual
o simplemente la pertenencia a otro barrio, otro equipo de futbol u
otro partido político.
A decir de Celia Amorós,17 la sociabilidad masculina erigida a
través de esas fratrias, en donde en compañía de otros hombres apren-
demos a serlo, se produce a través de una dosis severa de presiones
y violencia. En la medida en que la masculinidad es una entelequia,
pero también un ideal regulativo cuyas marcas se establecen a partir de
estándares inalcanzables. Los hombres concretos estamos sometidos
a probar ese algo que nadie es capaz de detentar plenamente ni por
siempre. Los otros, es decir, otros hombres, serán quienes al mismo
tiempo proveerán del reconocimiento y la aceptación y quienes se
volverán los que juzguen el mérito de pertenecer o en su defecto quedar
excluidos. Cada hombre será vigilante de esa masculinidad que, como
vuelvo a insistir, es sólo un ideal, por tanto, cualquier desliz, cual-
quier muestra de debilidad, cobardía o fracaso será castigada con la
feminización y, por tanto, el exilio de la fratria. Aquí será importante

16
Michael Kaufman, “La construcción de la masculinidad y la triada de la vio-
lencia masculina”, en Rosario Valdés y Patricia Huma, comps., Violencia doméstica.
Cuernavaca, 1998.
17
C. Amorós, “Violencia contra las mujeres y pactos patriarcales”, en op. cit.
Leonardo Olivos 91

mencionar que las mujeres tanto en su dimensión concreta como


simbólica fungirán como el pivote que estabiliza al grupo o bien lo
pondrán en predicamentos.
Los hombres somos hombres en la medida que nos ostentamos como
una radicalidad distinta a las mujeres, esa diferencia no es neutra, co-
mo apuntó en el célebre artículo Joan Scott,18 el género es el signifi-
cante primario del poder. Es decir, a través del género reconocemos la
diferencia, pero sobre todo incorporamos un mundo en donde existen
jerarquías. Desde muy temprano en nuestra conciencia se despierta ese
saber, por el cual, si somos hombres, automáticamente tenemos mayor
valor, importancia, libertades y derechos. Por tanto, feminizar a un
hombre es quitarle esa estatura, esos poderes y desterrarlo al mundo de
quienes detentan un papel secundario y muchas veces intrascendente.
La figura femenina es aquella que, al ser el referente que infravalora,
estabiliza y dinamiza los pactos entre varones. Pero al mismo tiempo,
su presencia cada vez más notable en los lugares y las actividades que
eran propias de los hombres colocará en entredicho el significado del
poder, antaño exclusivo del sexo fuerte. Para Celia Amorós19 de aquí
emana buena parte de las motivaciones que explican la violencia contra
las mujeres. Pero lo que aquí quiero resaltar, es justamente las conse-
cuencias de poner en riesgo la sobrevivencia de esas mismas fratrias
como un punto de ruptura en la cualidad de los pactos y su conversión
en grupos juramentados, la fratria juramentada como una figura que
al mismo tiempo explicará el continuo de batallas campales que los
hombres sostenemos entre nosotros.
Cuando se piensa en violencia de género y al mismo tiempo se trae
a la mente algún enfrentamiento entre grupos del crimen organizado,
los choques entre pandillas, la guerra entre potencias o bien las peleas
en la esquina de un semáforo o dentro de alguna cantina, se asume
que cada uno de estos fenómenos obedece a razones completamente
distintos y necesariamente distinguibles. Lo que aquí quiero sostener,

18
Joan Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Marta
Lamas, coord., El género. La construcción cultural de la diferencia. México, unam,
pueg / Miguel Ángel Porrúa, 2000.
19
C. Amorós, “Violencia contra las mujeres y pactos patriarcales”, en op. cit.
92 La violencia masculina y el elefante en la sala

junto con Kaufman, es que independientemente de la multiplicidad de


causas concretas que cada evento exprese, todos y cada uno de estos
comparte una característica que parece obviarse o naturalizarse, esto
es, la participación mayoritaria de los hombres. Si nuestra lógica expli-
cativa toma distancia de los genes y la testosterona como causa de esta
reiteración, tendríamos que indagar que esta constancia no es casual,
y por lo mismo indagar sobre el papel del género como una dimensión
constitutiva de todos esos eventos. Pero al mismo tiempo habrá que
recuperar la capacidad crítica del género, esto es, las posibilidades de
analizar la realidad sobre la base de que ésta no tiene por qué ser así,
no debe ser así. Revisitar críticamente la violencia de género im-
plicará desacralizarla, desmitificarla, volver a mirar ese rostro amargo
y encontrar motivaciones propias para dejar de aceitar esos pactos tal
como los venimos haciendo hasta ahora.
Los hombres le tememos a otros hombres, sabemos muy bien de
la capacidad dañina y letal que posicionados en relaciones amigo-
enemigo somos proclives de generar. Así como la masculinidad se forja
a través de esos pactos de lealtad-terror con nuestros pares, existen
también enseñanzas reiteradas de que con aquellos que no son los
nuestros podemos instalar fácilmente la desconfianza, la competencia
y la hostilidad. Los hombres nos aprestamos a defender la patria, el
barrio o la camiseta cuando otros pretenden arrebatarla, pero al mismo
tiempo las pruebas más veneradas de la hombría ensalzan la capacidad
de despojar a otros de su tierra, sus mujeres, su dignidad o su vida.
La guerra y la violencia resultan dispositivos de esa forma de mascu-
linidad que hoy se detenta hegemónica. Los costos de ese mandato
son incalculables y quizá en eso tendremos que insistir y documentar
con minucias. Develar que tras ese mandato perdemos partes del
cuerpo, nos lesionamos la piel y el alma, afectamos nuestros órganos
vitales y provocamos innumerables trastornos emocionales, dolores
a nuestras familias, amistades y a las de aquellos que pierden la vida
por todas las razones que palidecen ante tanta devastación. Narremos
la violencia recuperando la capacidad del miedo y su incomprensión,
el asombro y la indignación por la saña con la que se obliga a muchos
a ser hombres, desollando y decapitando, volver a humanizar a las
víctimas y así recuperar la humanidad de los victimarios.
Leonardo Olivos 93

De igual manera, habrá que dejar de cantar odas y loas a esas prue-
bas de hombría por las cuales nos embarcamos en absurdas carreras
por ser el mejor, el más rápido, el más fuerte o el más macho. La cultu-
ra del riesgo y los excesos por donde también se inscriben esas señales
de hombría nos han conducido a participar y perecer en accidentes de
tránsito, ser los consumidores excesivos de sustancias que nos alteran
y dejan huellas de destrucción, tener prácticas de cuidado y autocuidado
deficitarias, acudir al médico sólo cuando es una emergencia y la salud
mental dejarla para las mujeres y los mujercitos.
Los altos niveles de defunciones de hombres por la covid debería
sentarnos a reflexionar qué tanto esas formas de enajenación de nuestro
cuerpo y nuestra salud han jugado un papel en esta situación que seguro
tendrán explicaciones multicausales, pero que esa negligencia sobre
nuestro yo desempeñará alguna función. En síntesis, volver a observar
lo que la violencia nos ha dejado, bajo una mirada crítica y, al mismo
tiempo, empática con nosotros mismos para, quizá, florecer de razones
propias para desmarcarnos del mandato de la violencia y de ese otro
mandato que lo acuerpa, el de la masculinidad patriarcal.
Los escenarios de la violencia masculina: un enfoque crítico
desde la antropología feminista
FERNANDO HUERTA ROJAS1

En este trabajo expongo algunas de las primeras reflexiones teórico-


metodológicas en torno a la violencia masculina, en tanto una práctica
sociocultural del poder de dominio, y de las formas de resistencia
aprendidas por los hombres para erradicarla como modo de vida y
concepción del mundo, lo cual abordo desde el enfoque de la antropo-
logía feminista. En este sentido, las formas del poder de dominio de
los hombres, así como las resistencias al proceso de erradicación de la
violencia, pueden contextualizarse, analizarse y explicarse, teórica y
metodológicamente, desde tres escenarios históricos y socioculturales,
en los cuales los hombres reafirman su condición genérica, mediante el
cumplimiento de los mandatos y atributos masculinos que les definen
como sujetos del grupo juramentado.

Escenario i. La violencia masculina: un proceso de larga duración,


constituido como bloque histórico del patriarcado

Desde este escenario, es importante considerar, con base en la teoría


gramsciana, que el bloque histórico es constitutivo del proceso dia-
léctico de las relaciones entre la sociedad política, la sociedad civil,
así como de las instituciones y los grupos sociales que las conforman,
y cuya praxis sociocultural y filosófica deviene en una situación his-
tórica global dimensionada por la articulación entre los órdenes de

1
Este trabajo forma parte de las actividades programadas en el sabático que me
otorgó la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, correspondiente al periodo
escolar agosto de 2020-agosto de 2021.

95
96 Los escenarios de la violencia masculina

lo político, social, económico, cultural y de género en los que tiene


lugar la producción material y simbólica de la riqueza que posibilita
la existencia humana, en condiciones de diversidad y desigualdad.
Para que este proceso tenga lugar, es necesaria su conformación como
un sistema de valores culturales que transversaliza a las sociedades
política y civil, lo cual estructura y da contenido a la hegemonía de
la ideología y cultura de las clases dominantes, lo que le permite ser
reconocido como la realidad objetiva, única y necesaria en la vida
de las personas y los grupos a los que son adscritos, así como de las
sociedades y naciones a las que pertenecen. Por ello, para el bloque
histórico, el Estado, además de ser un aparato de dominación de una
clase sobre otra, es la síntesis del sentido histórico que define y cons-
tituye la hegemonía de la organización sociocultural de género, en la
cual, los hombres son asignados como principales actores del gobierno
sociopolítico y de la creación de contextos y realidades en las que se
desarrolla el bloque histórico. Éste, se sustenta en ideologías y culturas
patriarcales, creadas, recreadas, representadas y simbolizadas como
parte fundante de los procesos de la historia humana que la significan
en su aparecer, como un destino per se propio de la naturaleza, que
define e identifica al Hombre, como lo explicativo y representativo de
lo humano.
En este sentido, es relevante considerar al patriarcado como la
organización sociocultural que ha dado estructura, conocimiento,
sentido y simbolización a todo el complejo procesual como la hu-
manidad ha devenido en lo que es. Esto ha comprendido diferentes
momentos históricos que hemos intentando explicar, a partir de un
campo multidisciplinar conceptual y androcéntrico, con el que hemos
ubicado diversas etapas sociopolíticas, en el entramado de una dialéc-
tica constituida por la desigualdad de todo orden, como el patriarcado
se ha constituido en sistemas desiguales y opresivos para producir el
mundo y la vida, acorde a un orden sociogenérico dominante entre las
mujeres y los hombres, denominados: despótico tributario, esclavista,
feudal y capitalista.
De esta forma, es posible confirmar cómo el patriarcado ha logrado
edificarse como una profunda estructura social, dominante y hegemó-
nica que transversaliza todo lo político, lo económico, lo cultural y lo
Fernando Huerta Rojas 97

genérico, y con lo cual se ha autoinstituido como un régimen modélico


masculino, basado en la opresión, la explotación, la subordinación y la
violencia que le ha permitido la dueñidad2 de humanas y humanos, así
como de la flora y la fauna que habitan el mundo, teniendo a los hom-
bres como los principales representantes y responsables de tal empresa.
Por ello, en términos de Heidi Hartman, entendemos el patriarcado como:

[...] un conjunto de relaciones sociales entre los hombres que tie-


nen una base material y que, si bien son jerárquicas, establecen o
crean una interdependencia y solidaridad entre los hombres que les
permite dominar a las mujeres. Si bien el patriarcado es jerárquico
y los hombres de las distintas clases, razas o grupos étnicos ocupan
distintos puestos en el patriarcado, también les une su común rela-
ción de dominación sobre sus mujeres; dependen unos de otros para
mantener esta dominación. Las jerarquías “funcionan”, al menos en
parte, porque crean un interés personal en mantener el statu quo.3

Por ello, como propone Alicia Puleo,4 el patriarcado, como organi-


zación histórica de gran antigüedad que llega hasta nuestros días, cuya
organización social, cultural, política y económica se sustenta en la
dominación masculina, la cual ha elaborado conocimientos, costumbres,
representaciones, códigos, significados y simbolizaciones del orden
estructural e institucional que le han permitido decantarse como praxis
de todos los ámbitos, acciones y relaciones de las formas y condicio-
nes de vida de las y los sujetos sociales,5 tiene en el grupo juramen-
tado al espacio simbólico que confirma su cualidad como organización
verosímil y universal de lo humano.

2
Rita Segato, Contra-pedagogías de la crueldad. Buenos Aires, Prometeo Libros,
2018.
3
Heidi Hartmann, “Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva
entre marxismo y feminismo”, en https://fcampalans.cat/archivos/papers/88.pdf.
[Consulta: febrero de 2017].
4
Alicia Puleo, Filosofía, género y pensamiento crítico. Valladolid, Universidad
de Valladolid, 2000.
5
Idem.
98 Los escenarios de la violencia masculina

En este sentido, como plantea Celia Amorós,6 el grupo juramentado


es relevante en la historia del patriarcado y la violencia masculina,
debido a que congrega a los hombres como el conjunto de hombres
constituidos por pactos patriarcales que los autodesigna, social, cultu-
ral y genéricamente, y se asumen como colectivo único responsable,
práctico serializado, de mantener su condición de dominación, como
lo sine qua non de la identidad, los intereses y los objetivos de todos
sus miembros, y para ello, toman a las mujeres como la materia tran-
saccional de sus pactos.7
La autora plantea que el grupo juramentado es el espacio político
masculino al que, por condición de género, proceso filosófico, cultu-
ral, social e histórico, los hombres se integran, adscriben y generan
un sentido de pertenencia. Asimismo, es el lugar de conformación del
aprendizaje del deber ser y existir de los hombres, lo cual se realiza
en la mediación con las estructuras de la organización de la sociedad,
sus prácticas culturales y el conjunto de instituciones políticas, públi-
cas, civiles y privadas que son puestas a disposición de éstos para la
efectividad del troquelado de la unidad de los iguales. Destaca que
la unidad política juramentada de los hombres, en tanto tales, tiene
como basamento ontológico que lo ente se reúne con lo ente, esto es,
la unión de lo semejante con lo semejante, comprende una integración
sin fisuras del círculo apretado de pares mediante la cual, lo mismo no
deja paso a la alteridad —o sea las mujeres—, ya que pensamiento y
ser pactan la creación del discurso fidedigno que argumenta y justifica
que los iguales sólo son juntos, en tanto que son, y sólo son en tanto que
son-juntos y los mismos.8
En este sentido, el grupo juramentado, como heredero del patriarca-
do, otorga a los hombres el sentido de la representación de lo humano,
mediante el paradigma hombre, situándolos como principales actores
históricos de la vida humana, en escenarios y realidades sociocultu-
ralmente diversas y diferenciadas, en los que viven experiencias de

6
Celia Amorós, La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias… para las luchas
de las mujeres. Madrid, Cátedra, 2005.
7
Idem.
8
Idem.
Fernando Huerta Rojas 99

reconocimiento entre sí, a partir de conocer al otro como un alter ego


a quien no se puede negar, ni desidentificarse ni impugnarle, en tanto
concepción y vivencia de un a mí mismo.9 De esta forma, Amorós hace
una articulación del grupo juramentado con el patriarcado, en tanto
lo considera como un sistema metaestable de dominación que se ha
ido adaptando y actualizando a lo largo de su proceso histórico, y
que ha sido, y es dirigido por individuos masculinos, cuya condición
genérica, serialización universal de sus prácticas y verosimilitud pa-
radigmática de sus correspondientes concepciones del mundo, formas
y condiciones de vida, le han dado sentido a su existencia.
De esta manera, el patriarcado, señala esta autora, se solapa y articula
con otras formas de dominación de las y los sujetos sociales, signadas
por la clase, la etnia y la raza, preponderando las masculinas, por ser
consideradas las que mejor encajan, se asocian, corresponden, homolo-
gan y valoran adecuadamente al modelo humano, que es encarnado por
los hombres, y que por ello requieren de una virilidad y características
de hombría para merecerlo, demostrarlo y mantenerlo como hecho del
sentido histórico de la humanidad. Para que el patriarcado haya logrado
mantenerse por tanto tiempo como historia de la humanidad, le ha sido
necesario la práctica de la violencia, la cual, como acto constitutivo del
poder de dominio que ha ido sentando las bases del supremacismo
de los hombres, tiene en las instituciones políticas, públicas y civiles,
el aval, el permiso, la autorización y la justificación de su empleo en
sus diferentes tipos y modalidades, cuando el grupo juramentado se
considere necesario, pertinente y útil. Así, los hombres se confirman,
cultural, jurídica y políticamente, en pactos patriarcales poderosos de
dominio, desde los cuales organizan y ordenan los hechos históricos
del bloque histórico.
De ahí que la historia de la violencia esté ligada a procesos político-
económico-sociales de dominación de larga duración, es decir, como
la considera Fernand Braudel,10 la duración social de la historia en la
que sus tiempos múltiples y contradictorios data, expone y sitúa en el

9
Idem.
10
Fernand Braudel, La larga duración en la historia y las ciencias sociales. Madrid,
Alianza, 1979.
100 Los escenarios de la violencia masculina

devenir del tiempo histórico, la dinámica de las formas y condiciones de


la vida de mujeres y hombres, son la sustancia del pasado y la materia
de la vida social presente en el entramado de la práctica de la violencia.
Así, se ha podido documentar y constatar cómo distintas sociedades, en
diferentes momentos de la historia humana, han conquistado y dominado
a otras por considerarlas y ubicarlas en estadios de desarrollo cultural
inferiores a ellas, expropiando sus bienes materiales y simbólicos, así
como exterminando a una gran parte de sus poblaciones.
De esta forma, el tiempo social de la larga duración y su historia, per-
miten conocer cómo el patriarcado, constituido como bloque histórico,
tiene en los hombres, a los sujetos sociales principales de las acciones de
la violencia, como gobernantes de naciones y jefes e integrantes de los
ejércitos que declaran la guerra y se defienden de ésta; como empresarios
que financian, producen y mercantilizan todo tipo de armamento; como
miembros de los pueblos que protestan por las guerras, las invasiones, las
violaciones y muertes a mujeres, los asesinatos a la población infantil y
anciana de que son objeto; como integrantes de organismos internacio-
nales que pretenden mediar en este tipo de conflictos bélicos.
Así, tanto científicas y científicos de las disciplinas de las humani-
dades, las sociales como artistas, mediante la producción de conoci-
mientos, documentan, analizan, explican e interpretan; desde la literaria
narran y novelan, y con creaciones artísticas representan y simbolizan
la infinidad de guerras que la humanidad ha experimentado como parte
de su historia, siendo escenificadas por sociedades con ejércitos pode-
rosos como lo fueron, y lo son, los mesopotámicos, egipcios, romanos,
otomanos, mongoles, franceses, ingleses, alemanes, rusos, españoles,
chinos, japoneses, coreanos, estadounidenses, iraníes, iraquíes, por men-
cionar algunos. La singularidad de la historia de la violencia en su larga
duración, ha sido la elaboración de una cultura patriarcal, cuya sub-
jetivación y objetivación abyectas, contenidas en las concepciones
del mundo y la praxis social en la vida de los hombres y su mundo
masculino, ha devenido en elaboraciones y formas de degradación
de la condición humana y genérica de quienes violentan y a quienes
violentan, realizadas por el conjunto de acciones más atroces, depre-
dadoras, denigrantes, humillantes, devastadoras que ha representado,
y representa, el genocidio y el feminicidio.
Fernando Huerta Rojas 101

De esta manera, el conjunto de explicaciones culturales e ideológicas


de la acción de la violencia con las que se pretende avalar su existen-
cia y práctica, se basan en la hegemonía de consideraciones (coerción
y consenso) que ponderan que el fin justifica los medios. Esto es, la
aceptación de esta argumentación, en tanto parte de la voluntad popular
nacional e internacional, en términos gramscianos, de que no hay, y no
ha habido otras formas para garantizar el orden de la gobernanza del
Estado y sus instituciones, si no es mediante la práctica de las guerras, el
exterminio, el racismo, el clasismo, el sexismo, la amenaza, el dolor, la
tortura, el terror, la saña, y la dominación en extenso de todas las socie-
dades y las y los sujetos que las integran, son expresiones como la larga
duración de la violencia transversalizó y significó los acontecimientos,
sociopolíticos y culturales que la humanidad ha protagonizado, definido
y caracterizado la temporalidad de los distintos bloques históricos por
los que ha transitado, así como de su sentido histórico.
Por ello, la violencia masculina, interpretada a la manera de bloque
histórico, equivale a la historia de un proceso de colonización del mundo
de larga duración en el que los hombres, constituidos en grupo jura-
mentado, han establecido la argamasa que determina, regula y permite el
conjunto de comportamientos sociales que se desea que las y los sujetos
lleven a cabo, en el escenario, diverso y desigual, de sus sociedades y en
sus culturas, reforzado sobre la base de una organización sexo/genérica
dominante que pondera lo masculino sobre lo femenino.
Con base en esto, es que la violencia masculina puede considerarse
como un bloque histórico, en tanto es una situación histórica global, una
estructura social que depende directamente de las relaciones y desarrollo
de las fuerzas productivas y de los sujetos generizados, masculina y
femeninamente que la conforman, así como de la articulación dinámica
que la sociedad civil y política elaboran sobre la explicación y justifi-
cación de la violencia patriarcal como un sistema de valores culturales
que la aceptan y la rechazan, en una contradicción de su práctica. Se
sustenta en la hegemonía como concepción del mundo, estructurada e
institucionalizada en los marcos de la ideológica y política dominante.
Por ello, la violencia masculina, en tanto bloque histórico, así como su
contenido, los valores morales, los tipos, las modalidades, las prácticas,
los universos representacionales y simbólicos como unos sujetos y
102 Los escenarios de la violencia masculina

grupos la ejercen contra otros sujetos y grupos, ha sido pensada, con-


cebida y materializada, principalmente, por ese colectivo que Gramsci
denomina los intelectuales orgánicos, cuyos actores y representantes
principales son los hombres.

Escenario ii. La violencia masculina: un proceso cultural


e ideológico, constituido en la relación de la sociedad civil,
la sociedad política y la hegemonía del Estado

Con base en lo anterior, y siguiendo lo planteado por Gramsci y Portelli11


sobre el bloque histórico, éste debe ser entendido a partir de los siguientes
considerandos: a) como una relación dinámica, contradictoria y cam-
biante entre la sociedad política y la sociedad civil, en el marco de una
situación histórica global en la que se desarrollan las contradicciones de
una sociedad dividida en clases sociales, y cuya función de mantener el
dominio y la dirección política de unas sobre otras es responsabilidad
de los intelectuales orgánicos; b) como la dinámica interactiva que hace
que un sistema de valores culturales penetre y se expanda, la socializa-
ción e integración de una organización social deviene en posibilidad
concreta mediante el trabajo de la hegemonía, es decir, la acción eficaz
de la ideología y cultura que las clases dirigentes encargan a sus intelec-
tuales orgánicos, y que hacen que el bloque histórico sea una realidad
social reconocida y aceptada por las y los sujetos, y los grupos sociales
en condición subalterna, y c) como el proceso político mediante el cual
la hegemonía de la clase dirigente se quiebra, construyéndose un nuevo
sistema hegemónico y creándose un nuevo bloque histórico.
Desde este marco conceptual, uno de los aspectos fundamentales
es el de la relación entre la sociedad civil y la sociedad política. La
primera es considerada como la dirección intelectual y moral de una

11
Antonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado
moderno. México, Era, 1975; A. Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de
Benedetto Croce. México, Era, 1980; A. Gramsci, La literatura y vida nacional. Mé-
xico, Era, 1982; A. Gramsci, Los intelectuales y la organización de la cultura. México,
Era, 1982, y Hugues Portelli, Gramsci y el bloque histórico. México, Siglo XXI, 1977.
Fernando Huerta Rojas 103

organización social. Su importancia radica en ser caracterizada como


una totalidad compleja, cuyo campo de acción comprende la dirección
de todo el bloque histórico, así como la adaptación de sus contenidos, en
funciones de las categorías sociales que requiere, y que le son necesarias
y aplicables al sistema.
Esto logra su concreción mediante la elaboración de ideología de
las clases dominantes, y los entornos culturales en los que tiene lugar
aquello referido a las tradiciones, costumbres y usos de las socieda-
des, y que las y los sujetos arraigan mediante una serie de relaciones
y acciones articuladas con las estructuras de las distintas instituciones
que le dan soporte a la sociedad civil (como la familia, la escuela, el
trabajo, la salud, la Iglesia, las nuevas tecnologías de información y
comunicación, las artes, la diversión y el ocio, el juego y los deportes,
las fiestas, las asociaciones civiles, privadas, religiosas).
Ésta es una de las principales responsabilidades que llevan a cabo
los intelectuales orgánicos, conjunto de individuos especializados
en la elaboración de los diversos conocimientos que justifican y
argumentan el poder de las clases dominantes, y cuyas elaboraciones
conceptuales comprenden desde la filosofía, el sentido común y el folclor
desde los cuales las y los sujetos sociales entienden y se explican, cultural
e ideológicamente, su ser y estar en la vida. De ahí que se destaque la
importancia de la filosofía de la praxis como articuladora entre el pensar
y obrar humano, y que objetiva y subjetivamente, deviene como concep-
ción del mundo y la vida. Todo esto, constituye la parte del consenso de
cómo la hegemonía del bloque histórico deriva y se mantiene como una
realidad social compleja y articulada en la vida humana.
En cuanto a la sociedad política, es la responsable de la dirección
política mediante la cual se mantiene el poder de dominio del bloque
histórico. Esto es posible al papel que cumple el Estado y sus institucio-
nes para la gobernabilidad de la sociedad y de las y los sujetos sociales
que la integran. Para ello, cuentan con los aparatos jurídicos y militares,
cuyo ejercicio del derecho y la violencia garantizan el mantenimiento
del orden de las contradicciones establecidas entre las desigualdades de
clase, género, etnia, entre otras, y sus diversas expresiones en una
organización social y su situación histórica correspondiente, que en el
espacio de lo público patenta su poder de dominio.
104 Los escenarios de la violencia masculina

De esta forma, la sociedad política dirige, en gobierno, una nación


con la implementación de acciones emprendidas por el Estado, cuyo
sentido y contenido se definen como acciones de mando, que compren-
de la persuasión, la imposición, la presión, la violencia, la represión, el
castigo a aquellas manifestaciones de inconformidad, rechazo y crítica,
expresadas por una parte o la mayoría de las clases subalternas y sus
integrantes, a las políticas públicas emprendidas por el Estado y sus
instituciones. Ejemplo de ello, son el uso de los cuerpos policiacos y
militares contra algunos grupos políticos, mujeres y hombres adscritos
a la sociedad civil; los recortes presupuestales, desaparición de áreas
u oficinas responsables de programas de atención y apoyo al bienestar
social y seguridad pública para la población; la permanente austeridad
y carestía de los bienes básicos requeridos para la subsistencia de las y
los sujetos sociales; los mínimos aumentos salariales, la desaparición
de condiciones de trabajo, el deterioro de la calidad de éstos y el des-
empleo; el aumento de la pobreza extrema entre las clases sociales de
contextos urbanos y rurales; la colusión de funcionarios públicos con
grupos de la delincuencia organizada, resultado de los altos niveles
de corrupción; los altos índices de feminicidios y el incremento de la des-
igualdad genérica entre las mujeres y los hombres, así como de los
distintos tipos y modalidades de la violencia contra la población; el
cinismo y vacuidad de los argumentos justificatorios, elaborados por
los intelectuales orgánicos, sobre todos estos problemas y su poco o
nulo compromiso para resolverlos, son tan sólo algunas expresiones
de lo que constituye el otro componente de la hegemonía del bloque
histórico: la coerción.
De ahí que para que un bloque histórico sea hecho concreto, obje-
tivo y subjetivo en el mundo, y se mantenga como una realidad social,
política, económica, cultural y genérica hegemónica para las naciones
y sus poblaciones, la articulación establecida entre la sociedad civil y
la sociedad política y la intervención del Estado (consenso y coerción),
resulta fundamental para tales propósitos. De ahí la importancia del
lugar y papel de la hegemonía en este proceso, la cual es considerada:
a) como centro director para la difusión, aceptación y reconocimiento
de la concepción del mundo de las clases dirigentes sobre las clases
subalternas; b) para lograr lo anterior, requiere que se constituya como
Fernando Huerta Rojas 105

parte del proceso educativo de una nación, mediante el cual las y los
sujetos, con programas, contenidos y pedagogías acordes a la cultura
e ideología de las clases dominantes, aprendan y se les enseñe los
conocimientos explicativos de los procesos socioculturales, artísticos,
literarios, científicos, geográficos, tecnológicos, biológicos, desde pers-
pectivas disciplinares sociales, humanistas y científicas en los que han
participado, integrados en grupos, las y los sujetos en su comunidad,
ciudad, estado, país y el mundo, y que se consideran parte fundamental
de la historia humana del bloque histórico en el que viven, y de otros que
le han antecedido; c) lo anterior, deviene como dirección intelectual y
moral de las clases dirigentes, cuya producción es llevada a cabo por los
intelectuales orgánicos, y que en su elaboración como filosofía, sentido
común y folclor se constituyen en voluntad popular nacional, debido a la
praxis como las y los sujetos sociales la introyectan, en condiciones de
desigualdad de todo tipo, con una visión crítica o consensuada, mediante
la dinámica y realización de una serie de actividades socializadoras e
interactivas de carácter complejo y contradictorio, que dan sentido a
sus concepciones del mundo y de la vida.
Con base en todo lo anterior, es posible conocer y comprender cómo
es que la violencia masculina y todo el basamento que sostiene el su-
premacismo de la condición genérica de los hombres, los mandatos,
los atributos, la valoración, el sentido, significado, representación y
simbolización del mundo de lo masculino sobre el femenino, se fue
constituyendo como una cultura de las formas y condiciones de vida
de las mujeres y los hombres, y de los distintos tipos de relaciones que
han establecido, y establecen entre ellas y ellos. En este sentido, es po-
sible identificar cómo opera esta cultura de la violencia en las distintas
actividades que las y los sujetos sociales realizan como integrantes de
las sociedades civil y política, y sus respectivas instituciones.
Ello puede visualizarse en casos como el de la familia que, si bien
está constituida de formas diversas, en sociedades contemporáneas
como la nuestra y, como en la mayoría de los casos de este país, está
estructurada, genéricamente, bajo una organización sociocultural de
parentesco del orden patrilocal. Esto es, el padre es quien marca, define
y significa la consanguineidad de su descendencia, la nomenclatura
como cada integrante es nombrado y se reconoce en la familia (padre,
106 Los escenarios de la violencia masculina

madre, hija, hijo, tía, tío, abuela, abuelo, etcétera), así como la valora-
ción genérica que se asigna a cada una y cado uno de los integrantes;
la ocupación dentro del espacio del grupo doméstico, de acuerdo a
las actividades desarrolladas por cada quien, dentro y fuera de cada
familia, como la crianza, educación y cuidado de la descendencia, la
realización del trabajo doméstico, la elaboración de los alimentos, así
como la generación de los ingresos y recursos mínimos, necesarios o
en sobreabundancia vitales para la reproducción biológica y social de
este grupo emparentado. Desde esta estructura, los hombres, por con-
dición genérica, se abrogan la titularidad como jefes y/o cabezas de las
familias, lo que, desde un enfoque de la sociedad política, los sitúa como
gobernantes y miembros del grupo juramentado del espacio familiar en
el que deciden e implementan, de acuerdo a la organización sociocultu-
ral de género —la cual es desigual y dominantemente patriarcal—, las
normas, las leyes, la moral, las sanciones, las tradiciones, las costumbres,
los usos, los comportamientos, las responsabilidades, las funciones, los
roles, la permanencia o salida, lo deseado y no de cada una y uno de las
y los integrantes. Por lo tanto, para quienes no se ciñen a esta norma
institucional de la patrilinealidad familiar, los hombres están faculta-
dos para hacer uso de los diferentes tipos de violencia (física, sexual,
psicológica, verbal, feminicida, económica y patrimonial, simbólica)
y modalidades que, para este caso, se refiere a la doméstica, la cual ejer-
cen, principalmente, contra las madre-esposas-parejas, las hijas y los
hijos y otras y otros miembros que pertenezcan a ella. De esta forma,
los golpes, abusos y violaciones sexuales, insultos, abandono; con-
trol de los recursos económicos, materiales y simbólicos, amenazas,
adulterio; creación de ambientes y actos hostiles, de miedo y terror; o
el uso de persuasiones, vía el chantaje emocional y sentimental, la pro-
mesa de mejores condiciones socioeconómicas de vida, cambios de
actitudes y personalidad, son algunas de las materializaciones como
la hegemonía patriarcal (consenso y coerción), y la historia de la larga
duración de la violencia masculina, constituyen la cultura de las y los
sujetos, desde concepción estructural,12 mediante la cual los fenómenos

12
John B. Thompson, Ideología y cultura moderna. México, Universidad Autó-
noma Metropolitana, 2006.
Fernando Huerta Rojas 107

culturales pueden entenderse como formas simbólicas en contextos


sociales y procesos históricos, y su análisis puede interpretarse como
el estudio de la constitución significativa de la realidad social de estas
formas simbólicas que articulan los escenarios espacio-temporales, los
campos de interacción, las instituciones sociales y la estructura social,
como lo es la familia.
Otro de los espacios de la sociedad civil, es la escuela, lugar en el
que la hegemonía del bloque histórico y las clases dirigentes, innovan,
preservan, difunden, imponen, hacen concepción del mundo y de la
vida, su proyecto político, entre y frente al de las clases subalternas,
mediante procesos de interiorización de la cultura que, siguiendo a
Gilberto Giménez,13 cumple diferentes funciones, como a) la cog-
nitiva, mediante la cual, las y los actores sociales, en lo individual
y colectivo, comprenden y explican la realidad; b) la identificatoria,
en la que las y los sujetos sociales interiorizan selectiva, distintiva y
contrastivamente los valores y pautas de significación de sus identi-
dades y pertenencias en el mundo; c) de orientación, con la cual las
y los actores sociales y los grupos a los que se adscriben, definen lo
que es lícito y no, tolerable y no, aceptable y no, prescrito y no en el
contexto de sus realidades sociales; d) justificadora, en tanto explica,
justifica y legitima la toma de posiciones y los comportamientos de las
y los actores sociales. De esta forma, el proceso educativo, integral,
dinámico, contradictorio, pedagógico para la experiencia cognitiva de las
mujeres y los hombres, comprende el aprendizaje y enseñanza de cono-
cimientos y saberes académicos que les permitan ampliar y complejizar
la explicación y el entendimiento de las condiciones de la realidad en la
que viven, mediante la didáctica de metodologías y acciones socializa-
doras e interactivas como ellas y ellos, en diferentes momentos de su
trayectoria escolar devienen en sujetos generizados que se incorporan,
desigual y diferenciadamente, en sus mundos de vida.
Como parte de la enseñanza y del aprendizaje de las y los sujetos
sociales, la violencia masculina está contenida en una serie de formas
culturales, como todas las que se han expuesto, que comprenden:

13
Gilberto Giménez Montiel, Teoría y análisis de la cultura. México, Conaculta-
Icocult, 2005, vol. i.
108 Los escenarios de la violencia masculina

a) la capacidad que, principalmente tienen los hombres, para decidir


quién(es), por qué y qué estudiarán o no las y los integrantes de la
familia, lo cual afecta más a las mujeres, bajo la ideología machista
de argumentos relativos a que, en algún momento de su formación
escolar, contraerán matrimonio u otro tipo de relación semejante a
éste; b) hay duda de su capacidad cognitiva e intelectual, por lo cual si
existe el apoyo, será para estudiar carreras consideradas como básicas
y feminizadas; se menosprecia o desvalora sus aportes en los ámbitos
de las ciencias, las artes, la literatura y las tecnologías; c) se les niega,
condiciona y obstaculiza el acceso a puestos directivos para todos los
niveles del proceso educativo.
En cuanto a los hombres, se autoafirman como sujetos del supre-
macismo masculino educativo, mediante la creación de conocimientos
androcéntricos que los sitúa como paradigma epistémico y representati-
vo de lo humano, en su abstracción y materialización del Hombre. Así,
toda y todo ser vivo, de las diferentes especies que habitan el mundo,
queda comprendido y explicado bajo el andros de este paradigma, así
como los descubrimientos y hallazgos considerados más significativos
y de alta valoración intelectual que han beneficiado a la humanidad.
De esta forma, la historia y la cultura se han encargado de escribir
androcéntricamente la historia de las sociedades, la cual está marcada
por una constante presencia de la violencia masculina, y ha elaborado
las versiones aceptadas y convincentes sobre procesos políticos y
movimientos sociales, en los que se destaca la épica y la apología de
las hazañas de batallas de larga y corta duración, en las que grandes
héroes hipermasculinizados, con una virilidad y hombría reconocibles
e incuestionables, han luchado por la libertad e independencia contra
enemigos de similares condiciones genéricas, que agredieron y dañaron
sus naciones y sus poblaciones, invadiendo sus territorios, matando a
las mujeres y hombres, expropiando sus bienes y recursos, imponiendo
su cultura, organización social, producción económica, formas política
de gobierno y acentuando las desigualdades genéricas. Todo ello ha
quedado inscrito como parte del trabajo de investigación de los inte-
lectuales orgánicos en los libros especializados; de enseñanza escolar y
divulgación científica; novelas, obras artísticas, películas, documentales,
programas históricos de transmisión multimedia; discursos del Estado
Fernando Huerta Rojas 109

que exaltan la identidad nacional como parte del consenso hegemó-


nico en el que se pretende reafirmar la voluntad popular de las clases
subalternas como parte de una larga historia de cohorte diacrónico y
sincrónico que ha objetivado y subjetivado la cultura de la violencia en
todas sus dimensiones e integrada en todos los ámbitos de acción de la
sociedad civil y política, lo cual evidencia la eficacia, en el consenso y
la coerción, de la hegemonía del bloque histórico.
Lo anterior confirma la concepción estructural de la cultura que tienen
los hombres de la violencia y de la praxis masculina que hacen de ella,
y del proceso que conforma sus mentalidades como grupo juramentado
que, de acuerdo con Carla Pasquinelli,14 se expresa en un entretejido
colectivo de una sociedad como forma histórica de pensamiento, y
cuyo accionar colectivo se manifiesta en el conjunto de los gestos,
comportamientos, hábitos, formas de ser y estar en sus mundos sociales.
Otra dimensión como la hegemonía del bloque histórico y la prác-
tica de la violencia masculina se patenta, tiene que ver con los procesos
de comunicación y que, en sociedades como la nuestra, de contextos
históricos de modernización y globalización desiguales y diferenciados,
están contenidas en las nuevas tecnologías de información comunicación
(tic’s). Parte de ello se observa, en cómo el Estado y sus instituciones
diseñan, elaboran e implementan políticas públicas referidas, princi-
palmente a los ámbitos de la economía, la seguridad, el combate a la
delincuencia organizada, el trabajo, la obra pública, la salud, la migra-
ción y, en menor medida, a la educación, la cultura, los programas y
acciones de atención para las mujeres que son víctimas de la violencia
masculina, lo cual beneficia y afecta, desigual y diferenciadamente a la
población en general y, en especial, a las mujeres. Uno de los espacios
de difusión de esas políticas, y de los argumentos que la sustentan, son
el conjunto de medios analógicos y digitalizados que integran lo que
actualmente se denomina como las nuevas tecnologías de la informática
y la comunicación.

14
Carla Pasquinelli, “El concepto de cultura entre modernidad y posmodernidad”,
en Gilberto Giménez Montiel, Teoría y análisis de la cultura. México, Conaculta-
Icocult, 2005, vol. i, pp. 214-237.
110 Los escenarios de la violencia masculina

De esta forma, los hombres del Estado y los intelectuales orgánicos


diseñan el qué, cómo y porqué de las directrices de la economía, la
carestía, la austeridad, el desempleo o creación de éste; los recortes o
aumentos presupuestales a distintas áreas y programas consideradas
como sacrificables o prioritarias, según los intereses de ese momento
de la clase gobernante, como lo es la seguridad pública y la denomina-
da lucha contra la delincuencia organizada; el apoyo total, mediano o
nulo a instituciones referidas a la salud, educación, cultura, el deporte.
Así como el uso de los aparatos policiacos y militares para reprimir
a personas que realizan movimientos sociales de inconformidad ante
las políticas pública que les afecta, que consideran necesarias, aun
cuando se reconoce sus afectaciones y repercusiones para la población.
Para que estas acciones cuenten con la aceptación o no de los actores
sociales, los hombres del Estado y los intelectuales orgánicos, tienen
acceso a espacios, medios y tecnologías comunicacionales como lo
son los periódicos de circulación nacional y local, los noticieros ra-
diofónicos, televisivos y digitalizados; las redes sociales, la telefonía
celular, a través de los cuales buscan mantener la efectividad de la
hegemonía-coerción del bloque histórico, en tanto parte de una cultura
visual integradora y dominante, que se caracteriza por pretender homo-
geneizar los pensamientos, las ideas, las mentalidades, las prácticas, los
comportamientos de una ciudadanía que apoya o rechaza las iniciativas
del grupo juramentado adscrito en la sociedad política.
En articulación con esto, las clases dirigentes también cuentan,
desde la sociedad civil, con los mismos espacios, medios y tecnologías
comunicacionales (periódicos de circulación nacional y local, noticieros
radiofónicos, televisivos y digitalizados; internet, las redes sociales, la
telefonía celular) en los que la mediatización de la violencia masculina
es proyectada como un ente que constituye la razón, las explicaciones,
los argumentos, los análisis, las referencias, la identidad, la subjetivi-
dad, la significación, las representaciones y simbolizaciones como la
cultura de la violencia masculina es internalizada, y se hace conciencia
e inconsciencia en las concepciones del mundo y de la vida de las mu-
jeres y los hombres, así como de su praxis socializadora e interactiva.
Ejemplo de ello son algunos programas de televisión abierta y de cable
denominados reality show, en el que casos de violencia, adulterio, pro-
Fernando Huerta Rojas 111

cesos jurídicos, abandono, posesión de bienes de supuestas y supuestos


integrantes de familias de clases populares, en los que dirimen, pelean,
se insultan o intentan llegar a acuerdos, y que son utilizados como
escenarios exponenciales de una violencia masculina que se convierte
en atractiva, gustosa, morbosa, identificadora, vengativa. Otro caso es
el de las telenovelas, donde las artes escénicas son empleadas como
promotoras de la desigualdad de género entre las mujeres y los hom-
bres, en las que la violencia masculina transversaliza la trama de la
representación de la historia desarrollada, en la cual se reproducen las
desigualdades sociales, económicas, culturales, políticas que cada una
y cada uno los actores encarna, según su papel asignado, y el de las
mujeres, principalmente corresponde al de una persona con iniciativa
y cierta inteligencia, pero carente de capitales económicos, culturales y
sociales que le permitan ascender y fincar sus propios recursos, si no
es en la dependencia de un hombre con el que puede o no establecer
alguna relación sentimental, a cambio de su cuerpo y sexualidad. Para
ellas, por cumplir adecuada y satisfactoriamente con los mandatos y
atributos dominantes de género femeninos, habrá recompensa, y para
las que los contravienen, su castigo es la aplicación de los diferentes
tipos y modalidades de violencia contra las mujeres.
En este mismo sentido, todo lo relacionado con las industrias cultu-
rales, como lo son la televisión, los comics, las revistas denominadas de
la farándula y chismes del medio artístico, así como las pornográficas, el
cine, el radio y la tecnología multimedia, tienen en las series televisivas,
las películas, los denominados documentales, tanto de origen nacional
como internacional una máxima de la violencia masculina, donde los
hombres encarnan papeles de detectives de agencias policiacas y mi-
litares (cia, fbi, kgb, Interpol, o alguna combinación de todas estas),
soldados, superhéroes, científicos, narcotraficantes, asesinos seriales,
hombres con falos de grandes dimensiones que violan y violan a mu-
jeres obligadas a exhibir una sexualidad ninfómana; la representación
de personajes de la historia, la literatura, la mitología y la ciencia
ficción, por mencionar algunos, cumplen con los mandatos y atributos
dominantes de género masculinos, cuyas características de virilidad y
hombría les destaca en sus acciones para matar, torturar, desmembrar,
golpear, invadir, expropiar, atacar, defender y reivindicar a sus naciones
112 Los escenarios de la violencia masculina

poderosas, descubrir, innovar, transitar por mundos simultáneos de lo


humano y de otras características similares.
Articulado a lo anterior, las redes sociales son uno de los espacios
predilectos del mundo contemporáneo y globalizado, donde la infor-
mática y multimedia tienen en internet, el universo digitalizado por el
cual navegan la sobreproducción de imágenes de mujeres víctimas de
los diferentes tipos y modalidades de violencia masculina. De esta
forma, el imaginario de género masculino contribuye al consenso hege-
mónico del bloque histórico y se articulan como constitutivos de la cul-
tura visual de la violencia y sus creaciones iconográficas, esto es, la
cultura de la imagen es una forma de conocimiento como las mujeres
y los hombres aprenden y enseñan a mirar el mundo, sus mundos, sus
visualizaciones como sujetos género que se significan y proyectan en
representaciones de emisoras-emisores-recpetoras-receptores-interlo-
cutoras-interlocutores-intérpretes de uno de los ejes estructurales de
la condición genérica femenina y masculina, como lo es la violencia.
Otra de las instituciones de la sociedad civil que ha contribuido a la
historia, la práctica, las concepciones del mundo y la vida y sus re-
presentaciones, es la Iglesia. Para ello, es importante considerar la his-
toria de las religiones del mundo, como una de las creaciones culturales
de las primeras sociedades humanas que buscaron en ella, una de las
primeras explicaciones acerca de sus orígenes, procederes, formas de
relacionarse, la creación y reproducción de las condiciones necesarias
de sobrevivencia en su sentido y significación humano, así como las
perspectivas y prospectivas de su existencia en el mundo. De esta forma
como la humanidad devino en la actualidad como tal, es el resultado
de un proceso complejo del orden filosófico, sociológico y psicológi-
co, en el que la religión ha jugado un papel importante. Desde estas
tres dimensiones, y de acuerdo a los contextos históricos y realidades
sociales en las que cada sociedad construyó su propia organización
social, prácticas culturales, producción económica, formas políticas
de gobierno, fue elaborando las explicaciones de sus vínculos con sus
entornos de medio ambiente y ecológicos, en los que aprendió a cul-
tivar y cosechar una parte de la flora que le permitió obtener parte de
los recursos alimenticios, al igual que hizo con la caza y domesticación
de la fauna con la que convivía. Esto forma parte de las condiciones en
Fernando Huerta Rojas 113

las cuales fue imaginando, creando, materializando y dando lugar a la


invención de divinidades antropomorfas, a las que le otorgó una parte
de responsabilidad de su presencia en el mundo, y que, de acuerdo a sus
facultades y poderes fundacionales, los fue nominando, identificando,
dándoles forma, imagen, saberes, jerarquías, ubicación en sus propias
dimensiones espacio-temporales de hábitat, así como las terrenales
humanas.
De esta forma, el aprendizaje colectivo, las y los individuos en sus
sociedades, fue definiendo las particularidades de sus creencias, cuya
oralidad, primero, y luego la escritura, dieron lugar a la elaboración de
textos sagrados, cuya complejidad y precisión de aprendizajes y ense-
ñanzas están estructurados y contenidos de normas, leyes, mandatos,
valores morales, recompensas, sanciones, promesas con las cuales,
las y los creyentes son instruidos para mantener un comportamiento
acorde a los textos, así como a difundir, preservar y darle continuidad
a ese conjunto explicativo del origen y destino humanos, denominado
religión. La formación de especialistas en las religiones, fueron ade-
cuando, actualizando, manteniendo, administrando y conformando una
institución que albergara al mayor número de individuos profesantes
de cada religión. La integración de los diferentes grupos en torno a
esta última, escribieron las historias de sus divinidades en las que se
narran las distintas acciones realizadas por éstas, cuyas dimensiones,
alcance y beneficios para las poblaciones les hicieron merecedoras
de tal status sacro. Varias de las historias de las religiones coinciden
en la concepción de obligación-recompensa, que las y los individuos
tienen con éstas y las divinidades que la integran, lo cual comprende,
entre otras cosas, el sacrificio, la renuncia a los placeres prohibidos,
a la posesión de bienes que constituyan una riqueza innecesaria; a la
maldad; a asumir condiciones de vida austeras, empobrecidas, modes-
tas, que garanticen el buen comportamiento en condiciones materiales
de vida depauperadas.
Así, la narrativa de la historia de las divinidades está contenida de
violencia, porque les ha implicado morir en cruentas y tortuosas batallas
contra otras divinidades, o redimiendo los incorrectos, indeseables e
inesperados comportamientos de la humanidad, con lo cual, luego del
sufrimiento de la muerte se busca exculpar y regresar la bonhomía
114 Los escenarios de la violencia masculina

dependiente que aquella —la humanidad— debe asumir con respecto


a sus divinidades. De esta forma, el renacer de éstas es la recompensa
de su sacrificio que les confirma su calidad superior de divinidad en
lugares de un posicionamiento sagrado más poderoso, así como el
compromiso de reconocimiento y dependencia, asumido por las y los
individuos, por haberles devuelto una realidad limpia de todo acto
significativo de la maldad humana, y por brindarles la oportunidad de
renacer en esa fe.
Así, la religión, retomando a Peter Berger,15 se constituyó como la
empresa humana que estableció un cosmos sagrado, entendido como
una cualidad de poder misterioso y temible, con diferentes caracterís-
ticas a la de las y los individuos, pero relacionada con ellas y ellos, y
cuya cualidad se asocia y atribuye con seres sobrehumanos y humanos;
ciertos animales; algunas especies de la flora; objetos del orden natural
o artificial, objetivados por la dinámica de la cultura. De esta forma,
la religión y su cosmos mantienen una dialéctica entre las cualidades
sagradas y profanas, en la que la primera trasciende lo humano, pero
al mismo tiempo lo incluye, situándolo en una realidad, cuya dinámica
binaria articula las acciones de las creencias de las y los individuos,
en juego dicotómico entre lo sagrado y lo profano. De ahí que, en esta
dicotomización, se establezca una serie de relaciones contradictorias,
propias de la empresa religiosa y de la vida sociológica de las humanas
y los humanos.
Toda esta empresa religiosa vivió un proceso, desigual y diferencia-
do, de institucionalización por parte de sus profesantes. Esto dio paso,
en varias sociedades del mundo, a la creación de la Iglesia, institución
que se abrogó el derecho de comandar la dirección, la gobernabilidad,
la preparación y formación de sujetos integrados en bases comunitarias;
a la difusión de la doctrina, mediante la elaboración de relatos y textos
sagrados que han dado sentido y orientación moral e intelectual a sus
contenidos, así como a las formas de proceder de sus seguidoras y
seguidores; a la edificación de espacios arquitectónicos suntuosos por
parte de artistas con diferentes reconocimientos, siendo considerados
varios de ellos monumento de trascendencia artística, así como expre-

15
Peter Berger, El dosel sagrado. Buenos Aires, Amorrortu, 1969.
Fernando Huerta Rojas 115

siones del poderío, soberbia, jerarquía de los intelectuales orgánicos


de una empresa religiosa que generó, y ha ido generando ganancias,
riqueza, estatus, privilegios, desigualdades de todo tipo, presencia
y cercanía políticas, con matices, entre representantes masculinos
del gobierno de la Iglesia y los hombres del Estado. Una de las carac-
terísticas de varias de las Iglesias y sus religiones, como la católica,
la musulmana, la judía, es ser un espacio de exclusividad e impronta
masculinas, donde los hombres-religiosos como intermediarios entre
los mundos de lo sacro y lo profano, lo divino y lo humano, se asumen,
por su condición genérica dominante, como los únicos, verdaderos y
capacitados para dirigir y mandatar todo aquello que integra y constituye
la institucionalidad de la Iglesia.
En el cumplimiento de los mandatos y atributos masculinos, los
hombres-religiosos se han encargado de reafirmar su supremacismo
como integrantes del grupo juramentado, reproduciendo todo aquello que
conciben como necesario, indispensable, adecuado, certero y válido para
mantener el equilibro, entre lo que el relato cuenta sobre el proceso como
la divinidad o divinidades crearon el cosmos religioso, a la humanidad, a
las otras especies animales, así como los sistemas ecológicos en los que
viven. La narrativa de las historias creacionistas tiene en la mitología
la expresión subjetiva del poderío de los hombres y cómo se ha signifi-
cado, inventado y producido en esas narrativas, como se lee en algunos
de esos escritos, están hechos a imagen y semejanza de quienes son
iguales genéricamente,16 y se autorizan a conversar con los dioses en
la dicotomía de lo sagrado y profano. Esta mitología de las hazañas de
las divinidades está transversalizada por la violencia, la cual está pre-
sente en: a) en la organización política de las Iglesias, en las cuales, como
las antes mencionadas, son los hombres quienes detentan el poder, los car-
gos altos y medios de decisión, la administración, acceso y uso de los
recursos económicos, materiales y simbólicos; la exclusión permanente
o la inclusión marginal de las mujeres religiosas y las de las asociaciones
y grupos afines a las actividades directivas y de mando, pero necesarias
en los servicios requeridos para la atención, cuidado, mantenimiento
de los integrantes de la jerarquía religiosa, así como la realización del

16
C. Amorós, op. cit.
116 Los escenarios de la violencia masculina

trabajo asistencialista, protección y atención con mujeres y hombres


en condiciones de pobreza y extrema pobreza; b) en articulación con
lo anterior, se encuentra lo relativo a la práctica de la sexualidad de los
hombres jerarcas, de mandos medios y de rango inferior; se encuentran
las experiencias sexuales que algunos realizan entre ellos mismos, y
los abusos y violación que perpetran contra mujeres religiosas de rango
superior, monjas, novicias y otras mujeres integrantes de asociaciones
afines a la Iglesia. Asimismo, destacan las prácticas de pederastia que
algunos de estos hombres religiosos llevan a cabo con niños y jóvenes
congregados en torno a espacios ligados al mundo de esta institución,
en los que se desarrollan actividades formativas de sacerdocio.
En articulación con eso, la violencia masculina de este grupo jura-
mentado en religión, se patenta en la reificación de la heterosexualidad
como única y natural posibilidad de la sexualidad humana, mientras se
desarrolla toda una exacerbación discursiva, práctica y simbólica del
orden homofóbico y lésbico contra hombres y mujeres que decidieron
y eligieron otras preferencias sexuales no heteronormativas; c) las
prácticas de los sacrificios, tanto humanas, destacando el feminicidio
de mujeres en condición virginal, como de otras especies de la fauna y
flora, que se vinculan con la búsqueda de un renacimiento en el que me-
diante una metamorfosis se afirman las cualidades viriles, de hombría,
poderío, fortaleza, valentía, agresividad, violencia, bondad, humildad,
disciplina, rectitud, cabalidad, lucidez, inteligencia de quienes compar-
ten la semejanza humana-divina; también con algunos astros y planetas
del sistema solar, como pueden serlo el Sol y algunos planetas a los que
se le ha identificado con nombres de dioses y héroes guerreros, como
Marte, Júpiter, Saturno, Neptuno, así como con ciertos entornos relacio-
nados con el viento, el fuego, la lluvia, los mares, los ríos, las selvas y
los volcanes. Así, la hegemonía del bloque histórico y la práctica de la
violencia masculina delinean, mantienen y garantizan la comprensión
cultural de las concepciones y prácticas de las creencias de las y los
individuos. De ahí que, en el consenso y la coerción genérica, el cos-
mos sagrado del patriarcado de la Iglesia, mediante la religión, busque
proyectar el orden humano sobre la totalidad del ser.17

17
P. Berger, op. cit.
Fernando Huerta Rojas 117

Éstas son algunas ejemplificaciones que pretenden ilustrar, mas


no agotar, el complejo proceso como se constituye, culturalmente,
la hegemonía del bloque histórico y de la violencia masculina, en la
dinámica y contradictoria relación que establecen la sociedad civil y
la sociedad política, la cual enfatiza, tanto el sentido simbólico de los
fenómenos culturales como el hecho de que tales fenómenos se insertan
siempre en contextos sociales estructurados e históricos, cuyas expresio-
nes se objetivan y subjetivan, en su carácter intencional, convencional,
estructural, referencial y contextual.18 Con base en ello, los hombres,
como encarnación de los intelectuales orgánicos e integrantes del
grupo juramentado, elaboran permanentemente el orden conceptual y
práctico de la violencia genérica en sus caracteres: intencional, con el
que elaboran los conocimientos androcéntricos del hombre, para los
hombres, en sujetos masculinos del orden genérico; el convencional,
con el que se producen los códigos, reglas y procedimientos que legislan
y legalizan las prácticas violentas; el estructural con el que articulan la
complejidad de las relaciones sociales, en condiciones de desigualdad,
y cuyos contenidos violentos les permite ordenar y mantener el patrón
ideológico de la interacción social de las y los sujetos; el referencial, con
el que se llevan a cabo las representaciones de la violencia genérica, co-
mo algo propio de la naturaleza humana que identifica a los hombres
como más propensos a practicarla por su propia constitución biológica
y temperamental; y el contextual, con el que la propia historia de los
acontecimientos históricos refiere cómo los hombres han participado
y creado los diferentes bloques históricos, y los sitúa en contextos
institucionalizados de la heroicidad de esos hechos trascendentes.
De esta forma, el Estado mantiene, logra y es eficaz en el consenso
de la hegemonía de la violencia, porque su significación patriarcal es
cultura que se presenta a sí misma, mediante relatos controvertidos
con los cuales, las acciones y las relaciones humanas, permiten a las
mujeres y los hombres identificar lo que hacen, mediante un re-
lato de lo que ellas y ellos hacen. Esto es, la cultura de la violencia
masculina se presenta a sí misma como una serie de relatos controver-
tidos y las valoraciones que se hacen de ellos, a partir del contenido,

18
J. B. Thompson, op. cit.
118 Los escenarios de la violencia masculina

importancia e impronta que dejan los personajes que participan en


ellos y que, por estructura patriarcal, sus principales protagonistas
son los hombres, quienes merecen ser narrados en la universalidad
del campo espacio-temporal de la historia.19 De esta forma, siguiendo
a esta misma autora, poseer la cultura es estar dentro de ella, lo cual
comprende proteger sus fronteras, cuidar y actualizar sus narrativas,
así como sus ritualidades que la legitiman dentro del grupo y las insti-
tuciones que la hacen posible, como la familia, la escuela, la política,
la Iglesia, el deporte, los medios de comunicación. Esto forma parte
de la experiencia de cómo las mujeres y los hombres están dentro de
la cultura de la violencia por razones de género.

Escenario iii. La violencia masculina: uno de los ejes


que estructuran la condición genérica de los hombres
y sus prácticas socioculturales para serlo

El proceso de asunción y desiderátum de la violencia masculina es


uno de los ejes que estructuran, dan sentido y orden a la condición
genérica de los hombres, y a la organización sociocultural que la
comprende. Ello implica introyectarla como parte de la razón de ser
hombres, sus prácticas culturales y sus formas masculinas con las que
se conceptualiza asimismo el grupo juramentado, al cual, por proceso
filosófico, cultural, social e histórico, los hombres se integran, adscriben
y generan un sentido de pertenencia.
Como práctica cultural, relación social, institución política, la violen-
cia masculina es uno de los ejes que estructuran la condición genérica
y las formas de simbolización y representación que los hombres hacen
de los mandatos y atributos masculinos dominantes, en tanto procesos
que comprenden:
1. Asumirse, por elaboración universalizada del conocimiento an-
drocéntrico, como el explicativo epistémico de lo humano, a partir de
la interiorización paradigmática del logos hombre, es decir, el signo,

19
Seyla Benhabib, Las reivindicaciones de la cultura. Buenos Aires, Katz Editores,
2006.
Fernando Huerta Rojas 119

cuyo sentido y simbolización son el instrumento cultural de intervención


sobre el mundo. Ello permite entender por qué, siguiendo a Amorós,20
los hombres, conceptual y paradigmáticamente, se constituyeron como
conjuntos prácticos, lo cual comprende el devenir de los hombres
como sujetos verosímiles que se estructuran en, se encuentran entre sí,
construyen el mundo serial de la sociedad en masculino. Por ello, como
reflexiona brillantemente la autora: lo verosímil es la razón científica
del cómo teorizar es un acto de politizar. De ahí que una de las críticas
feministas a estos universales epistémicos androcéntricos, tiene que
ver con los procesos como los hombres han elaborado teorías analíticas
para conocer aspectos relacionados con el ejercicio filosófico de las
formas de pensar, razonar, abstraer, generar conceptos y metodologías
que permitieron, y permiten, que el sujeto generizado hombre haya
devenido en la encarnación y materialización como la realidad social e
histórica está contenida de una humanidad, con el simbólico masculino.
2. Este proceso comprende la conformación del Hombre de Verdad21
que, en el contexto de las sociedades contemporáneas, encarna el con-
junto de atributos masculinos, con base en la organización genérica de
éstos, en términos de la clasificación y valoración genéricas predomi-
nantes en las sociedades contemporáneas, así como las formas en que
son asumidos, expresados y vividos en diferentes tiempos y espacios
de su vida, es decir, a través del desideratum cultural y la asunción
genérica, en tanto instancias a través de las cuales los hombres cons-
truyen su masculinidad.
De lo anterior se definen como atributos masculinos: a) la capacidad
de mandar, organizar, la inteligencia (abstracta y concreta); b) llevar
las riendas familiares y de las propiedades; c) ejercer poderes públicos,
militares, civiles, definiendo las normatividades tradicional y jurídica;
d) definir el pensamiento, las creencias, la interpretación de la historia,
la educación y la moral, y e) la elaboración sistemática del pensamiento,

20
C. Amorós, op. cit.
21
Daniel Cazés, La perspectiva de género. México, Conapo-Promujer, 1998 y D.
Cazés, “La dimensión social del género: posibilidades de vida para mujeres y hombres
en el patriarcado”, en Antología de la sexualidad humana. México, Consejo Nacional
de Población, 1995, t. i, pp. 335-388.
120 Los escenarios de la violencia masculina

conocimiento, mitos, las síntesis ideológicas, la difusión de aconteci-


mientos sociales y de las verdades oficiales.
Se puede considerar que de los hombres son: a) la creatividad y los
poderes de dominio; b) la racionalidad y la violencia; c) la conducción
de otros y la decisión sobre sus propias vidas y las ajenas; d) la creación
y manejo de instituciones, y e) la invención y conducción de ritos y
rituales con los que establece comunicación con la deidad o recrean la
identidad del grupo.
Ser hombre de verdad plantea exigencias, obligaciones y responsabi-
lidades en diferentes niveles: a) ejercer dominio familiar y tener contra
quien ejercerlo, lo que implica ser cónyuge, padre, proveedor, protector,
poseedor; b) alcanzar la máxima categoría de virilidad y eficacia (po-
seer una o más mujeres); c) competir y triunfar en enfrentamientos que
implican diversos grados de violencia, y d) amasar fortunas y gobernar
a un ascendente número de subordinados y sometidos.
Con base en esto, es posible identificar cómo la universalidad,
lo paradigmático, la verosimilitud de los individuos, en su genérico
masculino hombre con el que ha construido el mundo, sus mundos, las
sociedades, las culturas, objetivándose y subjetivándose, en relación con
sus proyectos, intereses, necesidades, deseos, gustos. Así, este proyecto,
como se planteó anteriormente, va constituyendo la articulación de los
principales ejes que estructuran la condición genérica de los hombres,
como son la sexualidad, el poder de dominio y la violencia, con los
mandatos y atributos dominantes masculinos, conjuntados en una se-
rie de actividades que, como parte de la vida cotidiana, se han hecho
mundo, sociedad y cultura consensuada, al concebirse como normales,
naturales y propios de la vida de las personas. Esto ejemplifica cómo
los hombres, en lo individual y colectivo, se sitúan y son situados en: la
educación, la condición conyugal, el trabajo, la paternidad, la salud,
la posesión de bienes materiales y simbólicos, el juego y la recreación,
el ocio, las creencias, la ritualidad, la posición política, el prestigio y el
honor, el acceso y uso del espacio y tiempo.
3. En articulación con todo lo anterior, Celia Amorós plantea que la
violencia masculina contra las mujeres, las niñas y los niños, se presenta
de forma cotidiana como un conjunto de anécdotas y de experiencias que
emergen a título de noticia, los casos más espectaculares. Su frecuencia
Fernando Huerta Rojas 121

y recurrencia es tal, que el fenómeno ha cobrado relevancia suficiente


para volverse un fenómeno de atención política. Por ello, destaca que la
violencia por razones de género se enmarca en el orden estructural del
patriarcado, que acuña y ampara los pactos patriarcales de los hombres,
los cuales son expresión, representación y demostración de la obligada
participación de los atributos masculinos que conforman la condición
genérica de los hombres. Profundiza sobre el problema de la violencia
al plantearse la hipótesis de que:

[…] la misoginia patriarcal se exacerba como violencia en los grupos


juramentados. La mujer, como objeto transaccional de los pactos
entre varones, cumple aquí una función especial en los rituales de
confraternizar de los pares: sin hablar ya de las ceremonias de rapto
o de violación en grupo —los ejércitos son grupos juramentados
institucionalizados—, es decir, la mascota de los equipos deportivos
con connotaciones de exaltación sexista positiva en este caso, siem-
pre que la mascota se mantenga en su función de esa mascota, claro
está —al pendón— no es casual que se le llame así a la mujer que
comparte o creer poder compartir varios hombres —hay pasadizos
semánticos a través de toda una gama que pone de manifiesto el rol
de la mujer como sello de los pactos juramentados patriarcales.22

Por ello, al dimensionar la práctica de la violencia de los hombres


contra las mujeres, las niñas, los niños, las ancianas y los ancianos, otros
hombres y el medio ambiente; los efectos, consecuencias y repercusio-
nes la significan, en su sentido comunicativo de la vida cotidiana, de
relación personal, social, emocional, sentimental, política, cultural y
genérica como una praxis y acción anti-hermenéutica. Amorós, desde
su mirada de filósofa feminista, plantea que la interpretación paraliza
la violencia, así como la violencia paraliza la interpretación, por lo que
el pensamiento es, siempre, tregua hermenéutica. Por ello, considera
que la violencia, que es cerril y obstinada, es el anti-pensamiento, la no
comprensión de su ser y existir en el mundo, en la experiencia ontoló-

22
C. Amorós, op. cit., p. 12.
122 Los escenarios de la violencia masculina

gica de los hombres, de la sociedad, de la cultura, en su presentación y


representación como seres humanos y sujetos sociales.
De ahí que la violencia como acto comunicativo de confirmación de
los hombres, en tanto grupo juramentado, tiene en las instituciones
de la sociedad civil y la sociedad política el aval, permiso, autorización
y justificación para la práctica y ejercicio de cualquiera de las for-
mas de la violencia. Desde este ubis, los hombres acceden a los pode-
res de dominio; juegan a asumirse como poderosos, a dominar, vencer
y derrotar, con base en la cultura e ideología patriarcales, y justifican la
competición y rivalidad del juego de todo aquello que les represente
un obstáculo. Por ello, la violencia deviene y se significa concebi-
do como un atributo cuasi-innato asociado, principalmente, con lo
que constituye y define la condición genérica y representaciones
masculinas de los hombres. Este proceso es enajenado y conforma
la experiencia de los hombres que, desde las prácticas socializadoras
e interactivas de género, aprehenden la violencia como escenario ri-
tual de la naturalización, normatividad e institucionalización de esta
práctica que sustenta y expresa, por sus formalidades estructurales, las
diferencias de clase, etnia y cultura de sí mismos y con las mujeres,
desde el no-pensamiento, la no-interpretación, el no-reconocimiento
y la no-reciprocidad, como lo es el feminicidio, en tanto una de las
expresiones de la violencia extrema.
Por su parte, Marcela Lagarde23 plantea que la identidad genérica
y la subjetividad de los hombres encarnan y sintetizan la construcción
social, cultural e histórica del modelo hegemónico de masculinidad,
en un tiempo y espacio concretos. El cumplimiento correcto de los
mandatos y atributos masculinos que definen la condición genérica y
situación vital de los hombres, está delineado por los pactos patriarcales
del grupo juramentado, entre los que destacan: a) la fuerza es un atri-
buto exclusivo, natural e inherente a los hombres e integran parte de su
masculinidad; b) por sus características biológicas, todos los hombres
son más fuertes que las mujeres, lo cual confirma que la fuerza es una
ventaja genérica inaccesible a las mujeres; c) esta fortaleza masculina

23
Marcela Lagarde, Género y feminismo. Desarrollo humano y democracia.
Madrid, Horas y Horas, 1996.
Fernando Huerta Rojas 123

está contenida por una virilidad y hombría, cuya vertiente erótica


intrínseca frente a la de las mujeres va de la potencia a la violación;
d) la violación tiene en la vagina la validez de su sustento político,
jurídico, legal, es por la fuerza, por lo que el estupro, la seducción y el
engaño son puestas en tela de juicio, y e) el Estado, sus instituciones
de la sociedad civil y política, la sociedad y la cultura han construido
las concepciones, las creencias, las ideologías, las normas, las leyes,
los rituales y los espacios para que la violación ocurra con uso de la
fuerza física y con penetración vaginal.
Cada uno de estos considerandos mantiene una relación intrincada,
compleja, contradictoria, mediante la cual los hombres se constituyen
como sujetos, individuos y personas de y con poder de dominio. Estos
mandatos y atributos conforman la condición genérica de los hombres, y
su magnificencia está en relación con la manera como cada uno de ellos,
en lo individual, en lo colectivo y como integrante de los grupos juramen-
tados, hace gala de su fortaleza y, en la praxis, de una sexualidad que tiene
como sustento la virilidad y la hombría. Su sentido y significación tienen
en la violencia una de las expresiones y concreciones de su eficacia, sobre
todo, con aquello que tiene que ver con la relación de los hombres con
las mujeres, en cuanto a aspectos de emociones y sentimientos se refiere.
Destaca cómo en el amor y desamor, la seducción y la conquista,
las fantasías eróticas guían las prácticas sexuales, las cuales sirven de
argumentaciones referenciales en la mediatización de la sexualidad
entre ellas y ellos. Muchas de estas prácticas tienen como base la vio-
lencia genérica, cuya ideología, espacios de realización, ritualidades,
normatividad, códigos y representaciones se traducen en una serie de
acciones que atentan, hieren y lastiman la integralidad de las mujeres
y otras personas contra quienes ejercen la violencia.
4. En el escenario de todo lo anterior, y considerando la eficacia de la
cultura e ideología patriarcales, con respecto a cómo la hegemonía del
bloque histórico (consenso y coerción) y las instituciones de la sociedad
civil y política, integran la violencia masculina como concepción del
mundo y de la vida, creencia, tradición, uso y costumbre de las prácticas
socioculturales de las y los sujetos sociales, Alicia Puleo24 destaca dos

24
A. Puleo, op. cit.
124 Los escenarios de la violencia masculina

aspectos centrales del patriarcado: el de coerción y el de consentimiento,


y su articulación, y cómo esta organización de dominio masculino ha
mantenido una historia de larga duración. En cuanto al primero (coerción),
señala que, dentro de la organización sociocultural genérica dominante,
la cultura e ideologías más tradicionales y conservadoras del mundo de
los hombres comprenden la implementación de leyes, convenciones,
prácticas, normas, mediante sus instituciones y estructuras de lo que a
los hombres y a las mujeres les es y lo que no les es permitido hacer
como tales en sus sociedades y mundos de existencia. Esto comprende la
práctica de la violencia, en sus diferentes tipos y modalidades, la cual es
relacionada con las cualidades de fortaleza física y capacidad intelectual
que suelen desarrollar los hombres como algo propio de su naturaleza,
según los parámetros biologicistas y códigos culturales que el propio
patriarcado ha argumentado para sí, y en contra de aquellas personas,
principalmente las mujeres, menores de edad, población anciana o por
su condición étnica y racial que, según estos parámetros, requieren de
una permanente gobernanza, cuidado, protección, orden, vigilancia,
dominio, subordinación y daño, de acuerdo a las circunstancias sociales
que así lo requieran. En cuanto al segundo (consentimiento), plantea que
las acciones son más sutiles y acordes con los temas actuales y ciertas
libertades para las y los sujetos sociales, las cuales se tratan de articular,
subrepticiamente, con algunos de los derechos políticos logrados por
mujeres y hombres partícipes de movimientos sociales democráticos, y
en los que las primeras, han tenido una participación relevante para la
obtención de tales fines. De ahí que estas libertades y derechos buscan
ser paliadas con formas culturales contemporáneas y globalizadas pa-
triarcales, basadas en modelos tradicionales de la condición genérica de
las mujeres, sus mandatos y atributos femeninos, entre los que se pueden
destacar el cumplimiento de estos mandatos, mediante la creación icono-
gráfica de mujeres jóvenes dinámicas, trabajadoras, emprendedoras, exi-
tosas, activistas globalizadas, joviales, poseedoras de una sexualidad y
belleza acordes a las exigencias de los tiempos posmodernos, cualidades
que se articulan con la palabra condicionante de la vida de las mujeres:
pero, que refuerza el consentimiento ideológico de las cualidades que
definen e identifican los mandatos y atributos femeninos, como el ser
buenas madres, esposas, responsables de mantener la unión familiar y
Fernando Huerta Rojas 125

la armonía del hogar, amorosas, comprensibles, tolerantes, discretas,


instintivas y de un inquebrantable deseo de servir a otros.
De esta forma, el patriarcado, el bloque histórico y la violencia por
razones de género, en la coerción y el consentimiento, cuentan con
las condiciones, las y los sujetos, las instituciones, las estructuras, las
concepciones, las creencias y las prácticas que les ha permitido su
larga duración, en la historia humana. En este proceso, los hombres se
erigieron como los principales protagonistas de la articulación de esta
triada, instaurando basamentos masculinos sólidos del control social,
político, económico, cultural y de género sobre las poblaciones, y en
especial contra las mujeres. De ahí que, siguiendo lo expuesto por
Puleo, considere importante retomar lo que Amelia Valcárcel25 plantea
con respecto a que todo sistema de poder y jerarquía, como lo es el
patriarcado, cuando su apariencia de espontaneidad y naturalidad son
alcanzados, entonces su dominio ha sido admitido, y la humanidad,
en articulación con sus sociedades y las y los sujetos sociales que las
integran, lo reconocen como autoridad.
Para ello, Valcárcel destaca que la admisión del poder tiene que ver
con dos aspectos fundamentales: potestas y auctoritas. El primero hace
referencia a la aceptación de un conjunto de cosas que una sociedad,
una institución y un grupo de personas obliga a su población, a una
comunidad o a otra/s persona/s a realizar cosas que no desea realizar, que
le son adversas a sus condiciones de vida, o que lastiman su integridad
y dignidad humana. Para que esto tenga lugar, gobernantes, integrantes
de las instituciones y personas se respaldan en el uso de la fuerza, vía
la violencia, como una demostración que el poder de lo impuesto es la
razón conveniente, adecuada e indicada, que una nación, una sociedad,
una comunidad y las personas requieren como normativas legislativas,
costumbres y traiciones de las relaciones y comportamiento que las y
los sujetos tienen que acatar.
Así, la violencia, en tanto una de las expresiones del dominio
patriarcal, reitera su aval público de coerción-consentimiento, en el
conjunto de acciones que todo lo anterior comprende para la vida de
las y los sujetos. De ahí que para Valcárcel resulte importante destacar

25
Amelia Valcárcel, Feminismo en el mundo global. Madrid, Cátedra, 2009.
126 Los escenarios de la violencia masculina

cómo la norma jurídica, la legislación hecha literatura que la compren-


de, mediante leyes, códigos penales y las instituciones responsables de
su aplicación, así como aquellas relativas a la diversidad cultural que
dan sentido a las tradiciones y formas de convivencia humana, han
logrado hacer de la violencia el bloque histórico que las auctoritas y
potestas de su conceptualización, su creencia y su práctica lograron
sustentarse en la historia de una larga duración de toda organización
de dominio, cuya argumentación del acontecer humano, se funda
en el paradigma del Hombre. De manera que la teoría, la acción, el
significado, la representación y el símbolo han pretendido justificar
y explicar la complejidad de la organización sociocultural genérica
hegemónica y desigual en las que se encuentran inmersos mujeres y
hombres, que le dan sustento todo lo anterior.
En este sentido, como plantea Gérard Imbert,26 el proceso de
institucionalización de la violencia es parte del contrato social con-
temporáneo, el cual comprende: la imposición de normas sociales y
modelos culturales, sea por coerción y, cada vez más, por procesos de
consenso, vía la mediación, social y simbólica, que transmiten modelos
de comportamiento genéricos vigentes, gobernados por los principios
políticos del grupo juramentado. Por ello, hablar de la violencia por
razones de género, es hablar del contrato social contemporáneo: de
su vigencia y de su disolución. Tras este contrato, se encuentra la
política como modelo.
Este autor destaca la importancia de hablar y ubicar a la violencia, y
en nuestro caso, de la violencia masculina, en sus contextos concretos,
estructurados e históricos, lo cual comprende situarla no en un acto
puntual aislado, sino como un hecho global total, ligado a los órdenes
de lo político, económico, social, cultural y genérico. Su escenificación
está vinculada a: a) representaciones colectivas e individuales del
imaginario social; b) estructuras (más o menos visibles); c) razones
(paradójicamente más o menos razonables); d) motivaciones (más o
menos fundadas). Por ello, tras las manifestaciones aparentemente más
irracionales, se oculta, muchas veces, una lógica comportamental que

26
Gérard Imbert, Los escenarios de la violencia. Madrid, Icaria, 1992.
Fernando Huerta Rojas 127

las instituciones de la sociedad política del Estado, y las de la sociedad


civil, como la escuela, la familia, la salud, el trabajo, la Iglesia, las tecno-
logías de la información y la comunicación, las industrias culturales
de la diversión y el espectáculo que, en acción articulada, garantizan
la legalidad, jurisprudencia, sanción y condena de la aplicabilidad,
justificada o condenable, de la violencia masculina.
5. Esta problematización de la violencia masculina, en su compleji-
dad para situarla como parte del bloque histórico, en sus procedimien-
tos institucional, cultural e ideológico patriarcales que dan sentido a
la hegemonía de las realidades históricas (consenso y coerción), es
objetivada, subjetivada e internalizada como parte del cumplimiento,
en consentimiento y coerción, de los mandatos y atributos masculinos
dominantes de su condición genérica. En ese sentido, Celia Amorós27
plantea que la violencia masculina contra las mujeres, las niñas y los
niños, se presenta de forma cotidiana como un conjunto de anécdotas
y de experiencias que emergen a título de noticia, los casos más es-
pectaculares. Su frecuencia y recurrencia es tal, que el fenómeno ha
cobrado relevancia suficiente para volverse un fenómeno de atención
política. Por ello, destaca que la violencia masculina se enmarca en
el orden estructural del patriarcado, que acuña y ampara los pactos
patriarcales de los hombres, los cuales son expresión, representación y
demostración de la obligada participación de los atributos masculinos
que conforman la condición genérica de los hombres. De ahí que, como
plantea Rossana Reguillo,28 la vida cotidiana se constituye estratégica
para pensar la sociedad en su compleja pluralidad de simbolización e
interacción, donde el tiempo y el espacio se intersectan en las prácticas
y las estructuras de la reproducción, recreación y representación de las
simultaneidades de la innovación social. Sobre la base de la repeti-
ción, la cotidianidad es ante todo el tejido de tiempos y espacios cuyas
organizaciones posibilitan las actuaciones de las y los practicantes en
innumerables rituales que garantizan el orden constituido. Es en este

27
C. Amorós, op. cit.
28
Rossana Reguillo, “La clandestina centralidad de la vida cotidiana”, en
Alicia Lindón, coord., La vida cotidiana y su espacio-temporalidad. México,
Ánthropos / unam, 2000, pp. 77-93.
128 Los escenarios de la violencia masculina

proceso de la repetición, donde la cotidianidad se significa de naturali-


dad, alejando toda sospecha y constituyéndose en sentido inofensivo del
orden de los sentidos posibles que le confieren a sus procedimientos y
a su lógica el estatuto de la normalidad. Por ello, para las y los actores
sociales, definidos por el curso de su propia acción, la vida cotidiana
no es problemática a priori. Sin embargo, por esto mismo, es proble-
matizable en sus estrategias y lógicas de operación, las cuales revelan,
en su transcurrir, las distintas negociaciones que las y los actores deben
realizar continuamente en el orden social y genérico.
Sobre la base de estos planteamientos, y retomando algunas re-
flexiones de Agnes Heller29 sobre la vida cotidiana, y su relación con
la violencia masculina que enfoca desde una perspectiva feminista, la
cual entiende como el conjunto de actividades que caracterizan la re-
producción de las y los individuos particulares, quienes a su vez crean
las condiciones para la reproducción social. Esto es, en cada sociedad
hay una vida cotidiana, y cada individua e individuo, según el lugar
ocupado en la división social del trabajo, tiene una vida cotidiana,
cuyas formas y condiciones de vida son dinámicas, desiguales, di-
versas y contradictorias. De esta manera, la vida cotidiana de las y
los particulares proporciona el nivel de su individuación, así como la
imagen de la reproducción de la sociedad en cuestión, de sus estratos,
y del proceso de constitución genérica de las y los particulares, y de
socialización que experimentan con respecto a la violencia, lo cual
comprende el aprendizaje y enseñanza de conocimientos que conserva o
transforman, y que en el despliegue espacio-temporal de sus realidades,
entre avances y retrocesos, entienden e identifican que la vida cotidiana
también tiene una historia. Es en esta dimensión vivida, en la que se
prenden y desarrollan todas las capacidades, los afectos, los modos de
comportamientos centrales que permiten trascender los ámbitos que
cada quien objetiva en su mundo, y que las y los particulares se los van
apropiando en el curso de su vida cotidiana.
Desde estos campos de reflexión conceptual sobre la construcción
de vida cotidiana y los procesos relacionados con la violencia mas-

29
Agnes Heller, Sociología de la vida cotidiana. Barcelona, Península, 1977.
Fernando Huerta Rojas 129

culina, Juan Carlos Ramírez,30 plantea que el reconocimiento de la


superioridad de los hombres y la subordinación de las mujeres, ha sido
internalizado en un proceso denominado gobierno de sí mismo, que se
sustenta en una concepción binaria del mundo, de la vida y de pares
opuestos: día-noche; sol-luna; público-privado; salud-enfermedad;
cultura-naturaleza; hombre-mujer. Esta concepción sustenta un
conjunto de creencias y prácticas que se tienen sobre la violencia
masculina, entre las que se encuentran las siguientes: a) la violencia
masculina es un asunto familiar y no debe tratarse fuera de casa, por
lo que en el mundo privado ocurre un alto porcentaje de la violencia
masculina que no es sancionada; b) los casos de violencia masculina
son aislados, perpetrados por hombres con alguna enfermedad mental,
y, por lo tanto, no son un problema social grave, lo cual enmascara y
silencia toda denuncia; c) la violencia masculina y las violaciones
eróticas sólo ocurren en las clases sociales bajas, ya que existe la
justificación que las condiciones sociales de carencia, austeridad
y pobreza determinan el comportamiento violento de los hombres;
d) el alcoholismo y el consumo de drogas es la causa de la violencia
masculina; e) la violencia presupone ausencia de amor, por lo que,
la razón de que las mujeres permanezcan en sus hogares con cón-
yuges violentos es porque les gusta que las maltraten; f) la violencia
masculina implica necesariamente los golpes, por lo que los hombres
son violentos por naturaleza. Enfatiza en que la violencia tiene que
ser planteada y abordada desde los marcos de la complejidad teórica
y metodológica de la interdisciplinariedad, así como por las formas
como los hombres establecen relaciones violentas con las mujeres. En
este sentido, señala que la violencia de los hombres contra sus parejas
es una relación socialmente instituida, por lo que se tienen que consi-
derar los siguientes aspectos: a) la relación violenta es un continuo
y no situaciones episódicas, ya que la continuidad comprende tanto

30
Juan Carlos Ramírez, Madejas entreveradas. Violencia, masculinidad y poder.
México, Plaza y Valdés / Universidad de Guadalajara, 2005, y Juan Carlos Ramírez,
“Violencia masculina: algo más que ‘gobernarse a sí mismo’”, en La Ventana. Revista
de Estudios de Género. México, Universidad de Guadalajara, núm. 7, julio, 1998,
pp. 225-251.
130 Los escenarios de la violencia masculina

los episodios, los espacios y tiempos que median entre ellos; b) es un


proceso en dos planos: uno sincrónico, en el que la violencia no sólo
se centra en la pareja, sino puede involucrar a otras personas; y otro,
diacrónico, en el que la relación de violencia cambia en el tiempo,
debido a la influencia de diversos factores y personas que en él inter-
vienen. Aunado a lo anterior, considera que más que centrar la atención
en la acción violenta —no porque no sea importante—, hay que poner
la atención en los hombres como sujetos de la acción violenta. Hay que
argumentar y describir, de forma amplia y profunda, los motivos por los
cuales los hombres son violentos, ejercen y practican la violencia. De
ahí que resalte los aspectos de la socialización de los hombres, de sus
rituales, de los espacios y tiempos donde se desarrollan, de la expresión,
la intencionalidad y el sentido de las emociones, los sentimientos y las
creencias que, de forma real, concreta y simbólica se representan en
cada caso; así como de las instituciones que las avalan.
Por todo lo anterior, es importante retomar lo que Susana Velázquez
plantea sobre la serie de factores que deben ser considerados para poder
definir, conceptualizar y nombrar a la violencia:

a) Identifica diferentes formas de la violencia, tales como la violencia


física (uso de la fuerza física para infringir golpes con las manos,
los pies, objetos, armas, con las que se lastima, hiere, daña, y
en ocasiones, se mata a las mujeres); la violencia psicológica
(comprende sufrimiento y daño en la subjetividad y autoestima
de las mujeres); la violencia verbal (elaboración de discursos,
cuyo sentido y significación ofende, denigra y desvalora la
autopercepción de las mujeres); la violencia sexual (ataques
orientados a abusar, penetrar y perpetrar la sexualidad y el cuerpo
de las mujeres); la violencia simbólica (producción de imágenes,
cuyas formas simbólicas dañan, lastiman, hieren la identidad y
subjetividad de las mujeres); la violencia económica (control,
condicionamiento y negación de acceso al capital económico
que permite la sobrevivencia y la sustentabilidad de la calidad
de vida de las mujeres); la violencia invisible (negación, omisión
y minimización de actos orientados al control, sometimiento y
deterioro íntimo de las mujeres).
Fernando Huerta Rojas 131

b) Por ello, definir la violencia masculina contra las mujeres impli-


ca una multiplicidad de actos, hechos y omisiones que causan
daño, prejuicio sobre la totalidad de la vida de éstas, además de
constituir una de las violaciones a sus derechos humanos, por lo
que toda definición de esta violencia debe ser útil para describir
las formas de violencia, sus efectos, las repercusiones que tienen
en las mujeres, para sus vidas, su existencia, su ser. De ahí que
la violencia masculina es inseparable de la noción de género, ya
que su basamento y ejercicio, comprende la diferencia social y
subjetiva entre los sexos.
c) Plantea que, desde estas perspectivas, es posible ampliar la defini-
ción de la violencia por razones de género, la cual “abarca todos
los actos mediante los cuales se discrimina, ignora y subordina
a las mujeres en los diferentes aspectos de su existencia. Es todo
ataque material y simbólico que afecta su libertad, dignidad,
seguridad, intimidad e integridad moral y/o física”.31

Esto comprende considerar al poder como uno de los ejes centrales


que sustentan la violencia de género, ya que, al interrogar a la violencia
basada en el género, visibiliza las formas en que se articulan y rela-
cionan la violencia, el poder, los mandatos y los atributos de género
de las mujeres y los hombres, en diferentes espacios y tiempos de su
existencia en los que conviven y establecen distintos tipos de relaciones
y desarrollan actividades.
Destaca que lo anterior hay que articularlo con otra serie de aspectos
que definen, amplían y profundizan la definición y atención de la violencia
masculina, como son la elaboración de mitos, estereotipos e imaginarios,
que responden a una serie de complejos procesos sociales cuyas ideolo-
gías sustentan y privilegian determinados valores, mediante las cuales se
opacan e ilustran unos; se definen éticas que aparecen como las únicas y
mejores. Esto, en su forma de creencias, se perpetúa a través del tiempo
por consenso social y lo confirma como la verdad misma, lo cual impli-
ca la negación, minimización, normalización de los actos violentos, así

31
Susana Velázquez, Violencias cotidianas, violencia de género. Buenos Aires,
Paidós, 2002, p. 29.
132 Los escenarios de la violencia masculina

como el descrédito a las experiencias violentas vividas y narradas por las


mujeres, privilegiando el desvío de la responsabilidad de los agresores.
6. Desde estos escenarios, y retomando varios de los planteamientos
teórico-metodológicos hechos por las y los autores consultados para este
trabajo, es posible elaborar distintas propuestas y niveles conceptuales
para entender la violencia masculina.
La violencia masculina puede entenderse como un hecho del deseo de
dominio de los hombres, mediante la cual se desposee a la persona violen-
tada de toda posibilidad de existencia, y se le ubica en la dependencia,
subjetiva e identitaria, de la subordinación del mundo, al alienarle sus
bienes y capitales primordiales de vida. Por ello, su conceptualización y
práctica, es la certeza de que a quien se daña, es merecedora y merecedor
por poseer las características y cualidades que le definen como sujetas
y sujetos en condiciones socioculturales de genéricas, en precariedad.
La violencia masculina es una performatividad del grupo juramen-
tado, acerca de la sujeción de las relaciones, intra e intergenéricas, que
los hombres establecen con las mujeres, otros hombres y la naturaleza, y
cuyas dinámicas representacionales significan la dinámica de las normas
reguladoras del poder de dominio, con las cuales se asume y se apropia
la práctica reiterativa y referencial de la violencia. Sus representaciones
y simbolizaciones expresan y proyectan un sentido doloroso que, desde
la ideología y cultura patriarcales, se considerada como necesario para
el ajuste del orden político, genérico y moral de la sociedad.
La violencia masculina es la praxis de ruptura y dependencia entre
quienes la ejercen y la padecen. Esto comprende romper todo lazo origi-
nal de relación y vínculo que atente contra la autonomía de los hombres,
su capacidad de decidir y accionar sobre el conjunto de personas que
conforman sus mundos de vida. Esta socialidad de los hombres, adscrita
al grupo juramentado, comprende una percepción y aparecer estéticos,
cuya realidad situacional, presencia imaginativa, objetiva y subjetiva,
definen al sujeto merecedor de la práctica de la violencia como un ser,
cuyas condiciones genéricas, de clase y étnicas, le distingue y simboliza
como un objeto de presencia extraña, sobre el cual se elaboran narrati-
vas abyectas, que pueden ser consideradas como ajenas y amenazantes
a los pactos de colectivo masculino, y por lo cual hay que evaluar la
pertinencia o no de su existencia.
Fernando Huerta Rojas 133

La violencia masculina es la universalización de la historia del


patriarcado como los hombres devienen en individuos verosímiles,
cuyas acciones seriales de virilidad y hombría son pactadas y probadas
en y ante el grupo juramentado y que, dependiendo de la dimensión
del daño ocasionado contra las mujeres, otros hombres considerados
en situación de debilidad y desprestigio masculinas, los seres vivos y
todo lo que constituye la biodiversidad de los entornos ecológicos, son
reconocidos, avalados, premiados, sancionados, criticados, desapro-
bados y condenados, con relación a la unidad política que requieren
como iguales de universalidad agresora. De esta forma, la violencia
masculina se sustenta por acciones de miedo y terror con las cuales, los
hombres procuran ocultar y evidenciar sus temores que los sitúe como
seres de vulnerabilidad y debilidad ante ese otro abyecto (las mujeres).
La violencia masculina como hegemonía de la condición genérica
de los hombres, es la práctica histórica de larga duración como los
hombres son instruidos, en lo sincrónico y diacrónico, para mantener
al patriarcado como una organización de dominación, que estructura
a los hombres en agrupaciones de hermandad desigual y diferenciada,
denominadas fratrías. Éstas son conjuntos de iguales violentos, cuyos
procesos socializadores e interactivos, comprenden actividades físico-
cognitivas que les estructuran como individuos de pensamientos, men-
talidades, ideas que transitan entre concepciones de posmodernidad,
modernidad y premodernidad que tienen acerca de la organización
sociocultural de género, y las distintas relaciones que ahí establecen
con ellos mismo y con las mujeres.
7. Con base en este complejo sobre la construcción de violencia
masculina es imprescindible plantear lo siguiente:

i) El quehacer de la antropología feminista es una contribución


al proceso explicativo, analítico, interpretativo de las discipli-
nas sociales y de las humanidades, a través del dato etnográfico
permite profundizar, hurgar, transitar y problematizar en los co-
nocimientos sobre cómo los hombres se juramentan, en la larga
duración del bloque histórico y sus instituciones, y en la práctica
cultural de sus violencias, que objetivan y subjetivan en la cotidia-
nidad de sus vidas, tiempos, espacios y relaciones, como lo son
134 Los escenarios de la violencia masculina

la familia, el trabajo, la escuela, las emociones y sentimientos, la


sexualidad, la ritualidad, las amistades, la diversión, entre otros.
ii) Con base en lo anterior, es fundamental considerar lo que Mar-
cela Lagarde32 plantea en relación con la violencia masculina:
a) las políticas de prevención de la violencia deben considerar
los contextos de la cotidianidad política, social, económica y
cultural, tanto locales como nacionales y mundiales, así como
los marcos estructurales que los sustentan para que, en esas
mismas dimensiones, el desmontaje de la violencia masculina
tenga lugar; b) los programas de prevención y atención de
la violencia deben tener una perspectiva feminista para que la
experiencia de vida de las personas violentadas cuenten con una
alternativa de vida, basada en principios políticos de igualdad,
equidad, justicia, democracia y libertad, los cuales sirvan de refe-
rencia jurídica para que los agresores sean juzgados desde estos
marcos legales, y c) es fundamental reforzar y ampliar el trabajo
académico y la producción de conocimientos multidisciplinares
en los proyectos de investigación, los planes y programas de
estudio, las actividades de difusión científica, artísticas y lúdicas
de todos los niveles educativos, que proporcionen una visión
más integral, reflexiva, profunda y crítica sobre la complejidad
como la sociedad, la cultura y el mundo estructuran la condición
genérica de las mujeres y los hombres involucrados en el proceso
educativo. Ello requiere, entre otros aspectos, una vinculación
más transversal entre las instituciones de la sociedad civil y la
sociedad política.
iii) La potencia de la asociación de los hombres, en la experiencia
de y para la paz, requiere de un compromiso y pensamientos
críticos de renuncia a los privilegios de dominio, explotación y
violencia. Ello comprende la creación de espacios diversos en
los que se debata y se vivencie, en la cotidianidad de la vida,
a) encuentros de reconocimiento a la diversidad biológica, cul-
tural, social, económica, genérica, en ambientes de conciliación

32
Marcela Lagarde, El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías. México,
Instituto Nacional de las Mujeres, 2013.
Fernando Huerta Rojas 135

y reconciliación de las desigualdades de vida; de los aspectos


políticos de una agenda personal, colectiva y nacional; b) de
nuevas formas de producción de los bienes necesarios para la
sustentabilidad del mundo, en sus dimensiones económicas;
c) de la inclusión de las mujeres como sujetas humanas del mun-
do, de las cuales hay mucho que aprender sobre los procesos de
paz en los que trabajan y, en los que en condiciones favorables o
adversas, participan y proponen alternativas transformadoras de
todo tipo de violencia y opresión de sus relaciones con ellos, entre
ellas, y en relación con la atención y solución de los problemas
sociales que consideran importantes para la vida; d) la creación
de tradiciones acorde con el orden cultural feminista, cuyas for-
mas simbólicas estructuradas y contextualizadas se articulen con
acciones, objetivos y significaciones cuyos tiempos y espacios
del hacer humano sean de carácter antipatriarcal, creaciones que
articulen formas de socialización e interacción genéricas, cuyos
contenidos y basamentos epistémicos de la condición genérica
masculina permitan la inmersión en realidades múltiples del orden
sociocultural, en conjunción con las elaboraciones epistémicas
que la paz requiere como concepción del mundo y de la vida.
iv) Erradicar la violencia masculina, como praxis androcéntrica
del poder de dominio de los hombres sobre toda forma de vida
humana, y desmontarla como concepción del mundo que la
justifica y sustenta, es un compromiso político de vida que los
hombres debemos asumir para ampliar nuestra participación en
los diferentes espacios, lugares, acciones, tareas en los que nuestra
vida se desarrolla. Esto servirá para que en la socialización e in-
teracción cotidianas, los prejuicios, las resistencias, los temores,
los privilegios, los mandatos, los atributos, las instituciones, las
tradiciones, los usos y las costumbres patriarcales que enajenan
nuestra condición masculina, se transformen feministamente y nos
permitan, en alianza con las mujeres, crear una sociedad basada
en los principios políticos de: la igualdad, la equidad, la justica,
la democracia y la libertad.
La ritualización del género en la transgresión:
la masculinidad y feminidad en el centro
GILBERTO MORALES ARROYO

Por la tangente. A manera de introducción

La modernidad, sabemos, desencantó al mundo. Con dicha metáfora,


Weber hace alusión a los procesos de racionalización a los que, a sí
mismas, se sometieron las sociedades occidentales. Las consecuen-
cias más visibles fueron (o, hay que decir, han sido), entre otras, las
divisiones de espacios sociales, la burocratización del poder político
y el entendimiento científico de los fenómenos naturales y humanos.
La modernidad es, pues, un proyecto ético, político y epistemológico
que destrona procesos sociales tradicionales cuyas bases se cimientan
en el pensamiento simbólico, caracterizado por una lógica binaria. La
modernidad se presenta a sí misma como todo lo contrario: los procesos
de racionalidad diversifican los cimientos, los significados, la explica-
ción de las cosas y los fenómenos.
Dada la división de espacios sociales, las identidades, colectivas e
individuales, también se ven sometidas a los procesos de racionalización.
Los seres humanos no están condenados(as) a responder a características
identitarias referidas a verdades reveladas o imputadas por condiciones
sociales, económicas o biológicas:1 las identidades, en las sociedades
modernas proliferan. Asimismo, dichos procesos le permiten al ser

1
Analíticamente es posible sostener que las identidades individuales y colectivas
son finitas, flexibles, mutables o cambiantes a través del tiempo y espacio, permeables
e inestables. Sin embargo, su performatividad e interpelación hace posible que la
percepción, imaginaria y subjetiva, considere todo lo contrario, ya que se funda, como
veremos, en la necesidad de certezas en un mundo desencantado, es decir, justamente
carente de dichas certezas.

137
138 La ritualización del género en la transgresión

humano cuestionarse, como parte de un proyecto ético y reflexivo, las


contantes embestidas de individuación que, paradójicamente, le im-
ponen el poder político (el sujeto sometido a relaciones de poder que,
según Foucault lo dividen de sí y de los otros), las ciencias (el sujeto
como objeto de saber) y la sexualidad (sujeto a un dispositivo que lo
hacen sujeto de placer).2 Paradójicamente porque, como veremos a
continuación, los procesos de individuación, particularmente modernos,
establecen una lógica que, por contigüidad e inercia, suponen una lógica
binaria, tal como sucede en las sociedades modernas.
El feminismo, como movimiento social, filosófico y académico, es
producto de la reflexividad de las sociedades modernas. Planteamientos
como “el entendimiento no tiene sexo”, hasta conceptos como género
que, analíticamente permite visibilizar, explicar y comprender las diná-
micas de poder entre las identidades y desontologizar a las características
identitarias ancladas a los sujetos por los procesos de individuación.
En ese sentido, actualmente en nuestro país, el feminismo y las
feministas con diversas acciones, desde la producción académica, el
activismo que incluyen protestas colectivas en redes sociales como
#Metoo (en el que se ha exhibido el acoso y violencia sexual en distintos
espacios como el universitario, la casa, el lugar de trabajo y ejercido por
profesionistas, entre ellos, escritores, profesores, activistas, cineastas,
periodistas, abogados), manifestaciones en monumentos y toma de ins-
talaciones como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, están
cuestionando, destronando y transgrediendo las relaciones de poder
entre varones y mujeres invisibilizadas por ser consideradas naturales
(justamente, a contrapelo de los supuestos racionales de las sociedades
modernas). El feminismo y las feministas están cuestionando la supuesta
naturalidad y normalidad que hay en la transgresión de sus cuerpos,
el poco o nulo acceso a la justicia (imparcial, pronta y expedita), las
brechas salariales, educacionales y de acceso a los servicios de salud,
las dobles o triples jornadas laborales, es decir, las diferencias sociales,
políticas, económicas y culturales a las que se encuentran sujetas.

2
Michel Foucault, Historia de la sexualidad. La voluntad de saber. México, Siglo
XXI, 2009, vol. i.
Gilberto Morales Arroyo 139

Derivados de la academia, hay otro tipo de cuestionamientos y plan-


teamientos teóricos y analíticos (que no muestran el ímpetu activista
como el movimiento feminista) desde la sociología, antropología, psico-
logía, pedagogía y estudios culturales que se cobijan bajo el nombre de
estudios de las masculinidades (actualmente incluso llamados estudios
de las nuevas masculinidades). En la medida en que el concepto género
permite hacer visible, analizar y explicar las relaciones de poder que, en
un nivel, se establecen en y a partir de la pareja simbólica masculino/
femenino y, en otro nivel, entre hombres y mujeres; los estudios de las
masculinidades sostienen, como supuesto fundacional que la masculi-
nidad es una categoría socialmente construida por una red de marcajes
de identidad como la raza, la clase, la etnia, el sexo, la sexualidad, la re-
ligión y la ubicación geográfica.3 El objetivo, no sólo académico, es claro:
“desnaturalizar las ideas deterministas que normalizaban la subordina-
ción femenina y la consecuente dominación masculina”.4
El objetivo de este capítulo es, de manera tangencial, señalar que los
planteamientos básicos de los estudios de las masculinidades derivan del
mismo feminismo y de los estudios de género, por lo que resulta injusto,
epistemológicamente, no señalarlo de ese modo. Sin duda, sostenemos
que los varones deben plantearse preguntas fundamentales frente a
las críticas políticas, sociales y éticas que el feminismo ha puesto en
relevancia, particularmente, frente a la pregunta sobre la subordinación
social de las mujeres. Pero, sostenemos, lo deben hacer dentro de los
mismos marcos epistemológicos, teóricos y analíticos del feminismo,
pues, de lo contrario, al recurrir, por ejemplo, a un paraguas como
estudios de las masculinidades, se corre el riesgo de centrar, de nueva
cuenta, el debate en los varones, ahí donde, epistemológicamente, ha
estado colocado, y hacer a un lado los procesos sociales, los cuerpos,
vínculos, espacios y prácticas de las mujeres. Este tipo de estudios, por
ejemplo, carecen, justamente, de una perspectiva de género.

3
Leonor Acosta Bustamante, “Aproximación a los estudios de masculinidades.
Teoría y aplicaciones”, en F. Pattaro Amaral y M. N. González Martínez, eds., Género
y ciencias sociales. Arqueología y cartografías de fronteras. Barranquilla, Universidad
Simón Bolívar, 2015, p. 23.
4
Ibid., p. 26.
140 La ritualización del género en la transgresión

Decimos que esto se expondrá tangencialmente porque recurriremos


al análisis, con una perspectiva de género, del fenómeno de la transgre-
sión social, con una crítica derivada del feminismo, particularmente, de
la criminología feminista. El capítulo está compuesto de tres apartados.
En el primero se revisará, de manera general, la propuesta de la sociolo-
gía y la criminología crítica para analizar el fenómeno de la ruptura del
orden social con el concepto de desviación.5 Se evidenciará, por medio
de una crítica feminista, que la criminología crítica muy a pesar de sus
importantes planteamientos conceptuales para comprender la ruptura del
orden social que epistemológicamente no implica una esencialización
de los sujetos, tiene sesgos androcéntricos. En el segundo apartado, se
presentarán las propuestas que resultan ser hegemónicas con respecto
a la criminología desde los estudios de las masculinidades, las cuales,
al colocar en el centro a la masculinidad, continúan reproduciendo los
sesgos androcéntricos en sus explicaciones. Finalmente, en el último
apartado, a través de un análisis que tendrá presente las principales
propuestas teóricas y analíticas del feminismo y la perspectiva de gé-
nero como un elemento de vigilancia epistemológica, se expondrá una
propuesta diferente de observar la transgresión social, esto es, como
un fenómeno que implica ritualizar al género.
¿Por qué la transgresión social?: en el contexto mexicano, con la
violencia que le caracteriza, el homicidio de adolescentes varones
entre 20 y 24 años creció 156%, mientras que entre 25 y 29 años fue
de 152% (cifras para el 2012).6 Los varones jóvenes mexicanos forman
parte de las estadísticas del horror como las llama Reguillo: “recaderos,
sembradores, vigilantes, sicarios —soldados—, mulas —transporta-
dores—, hormigas —informantes baratos—, águilas —informantes

5
En otro lugar analizamos y proponemos el concepto de transgresión para analizar
el fenómeno de la ruptura del orden social desde el feminismo y la perspectiva de gé-
nero (Morales). Aquí haremos uso del concepto de desviación sólo ahí donde se haga
alusión a lo propuesto por la sociología. Cf. G. Morales Arroyo, “Transgresión social y
género: notas conceptuales y epistemológicas para una sociología feminista de la trans-
gresión”, en Debate Feminista, núm. 60, 2020, pp. 1-23. <https://doi.org/10.22201/
cieg.2594066xe.2020.60.01>.
6
R. Reguillo, “De las violencias: caligrafía y gramática del horror”, en Desacatos,
núm. 40, 2012, p. 38.
Gilberto Morales Arroyo 141

más preparados—, dealers —narcomenudistas—…”7 Un muestrario


de profesiones que el crimen organizado ofrece a los jóvenes varones
mexicanos. La ganancia económica parece atractiva. Pero también se
trata de una ganancia imaginaria: transgredir el orden social, a través de
formar parte de las filas del crimen organizado como una vía de construir
la masculinidad. Se establece, pues, una relación entre transgresión (en
este caso, en tanto crimen), violencia y masculinidad.
Si al final del bucle de violencia, los jóvenes mexicanos que, por
medio del crimen, ritualizan la masculinidad, engrosan las estadísticas
de homicidios, se convierten entonces en víctimas (de las fuerzas ar-
madas del Estado, de los mismos grupos criminales). ¿Cómo debemos
entender dicha relación: masculinidad-transgresión-criminalidad-
violencia-víctima-feminidad? Se trata, pues, de un capítulo teórico
analítico que recurrirá a referentes empíricos de primera mano de es-
tudios antropológicos y sociológicos acerca de la cruenta realidad que
enfrenta el país, particularmente sobre el crimen organizado. Al final,
se tratará de demostrar que dicha relación no se puede comprender sin
los planteamientos teóricos y epistemológicos propios del feminismo.

Sociología de la desviación, criminología crítica


y criminología feminista

Según Durkheim, el crimen es un hecho social normal, en la medida en


que es inherente a cualquier marco que pretenda regular el orden social.
En ese sentido, es posible decir que la transgresión, tanto como su con-
traparte, el castigo, son elementos estructurales a cualquier sociedad, no
así la definición de aquella acción que se considere como criminalidad
y el modo en que se castigue la falta, lo que en todo caso depende de
elementos contextuales, diacrónicos, culturales, sociales y políticos.
Las cifras pueden ayudar a ilustrar la realidad que vive nuestro país.
Por un lado, con respecto a la transgresión, en el sexenio en el que comen-
zó abiertamente la denominada “guerra contra el narco” (2006-2012), se
registró, con relación al periodo anterior, un aumento del 86 por ciento

7
Ibid., p. 40.
142 La ritualización del género en la transgresión

de defunciones por homicidio. En el 2010 la tasa de homicidios dolosos


fue de 17.9 por cada cien mil habitantes, cifra que en 2007 fue de 9.7
por cada cien mil habitantes, esto es, una cifra que casi se duplicó en
tan solo tres años. Si bien es cierto que los números de años recientes
representan una disminución con respecto al primer indicador (en el
2014, sólo se registraron 15 646 defunciones por homicidio, una dife-
rencia importante, pues en el 2012 la cifra fue de 25 967),8 no deja de
ser significativo que el año 2017 fue el más violento en 20 años, según
el Secretariado Ejecutivo del Sistema de Seguridad Pública.
Por otra parte, con respecto al castigo, el Estado responde con una po-
lítica criminal con tintes punitivos: el despliegue de las fuerzas armadas
en la lucha contra el narcotráfico y crimen organizado, legislaciones poco
claras al respecto o con lagunas legales (sobre todo antes de la reforma al
sistema de justicia penal, en 2016) y el uso excesivo del poder punitivo,
particularmente la masificación carcelaria: en 17 años, la población pe-
nitenciaria creció en casi el 50 por ciento, en el año 2000 había 154 762
personas internas, número que llegó a ser de 216 831 en 2017, aunque
esta última cifra representa una disminución importante con respecto a
años anteriores, ya que en 2016, el número de personas en situación de
cárcel fue de 245 356 y en el 2015, el número fue de 256 754.9
La transgresión social y los mecanismos de poder punitivo son es-
tructurantes, por ello, ponen en relieve aspectos del ordenamiento social.
Los altos índices de criminalidad, la violencia cruenta asociada a ellos
y el uso excesivo de la cárcel develan lo que nuestra sociedad considera
importante y sagrado, lo que prohíbe y castiga, expresa, por lo tanto,
la manera en que nuestra sociedad se concibe, el tipo de relaciones y
vínculos que se establecen, el funcionamiento de sus instituciones y el
tipo de subjetividades e identidades que se reproducen y participan en
dicha construcción.

8
C. Pérez Correa, “Prólogo. México 2006-2012: Una revisión de la violencia y el
sistema penal”, en C. Pérez Correa, ed., De la detención a la prisión. La justicia penal
a examen. México, cide, 2015.
9
cndh, La sobrepoblación en los centros penitenciarios de la República Mexicana.
Análisis y pronunciamiento, 2015. <http://www.cndh.org.mx/sites/all/doc/Informes/
Especiales/Pronunciamiento_20151014.pdf> [Consultado: 9 de octubre de 2020].
Gilberto Morales Arroyo 143

Es la criminología la disciplina que se encarga de comprender y


explicar las relaciones simbólicas, materiales e imaginarias, así como
las identidades y subjetividades que dichas estructuras producen. De
manera particular, la criminología crítica, en su forma epistemológica
y teórica más acabada, puede localizarse a partir de los años setenta,
particularmente con la publicación de La nueva criminología. Con-
tribución a una teoría de la conducta desviada de Taylor, Walton y
Young.10 ¿Qué la hace crítica a esta corriente del pensamiento social?,
particularmente, el abandono de las preocupaciones etiológicas, base
de la criminología positivista.11
En un principio, la criminología positivista planteó y defendió el
argumento de la existencia del criminal nato; posteriormente señaló
que existen factores que detonan o predisponen al acto delictivo, en
general, a la transgresión, las cuales se plantearon como causas (incluso
síntomas) de los comportamientos criminales. La pregunta etiológica
pretende averiguar cuáles son esas causas de la acción delictiva y que,
además, degeneran la especie humana. Aquellas son, preferentemente,
biológicas (el sexo, la raza, la etnia, la edad), aunque lo social (pobreza,
falta de educación, desempleo, los problemas de las grandes urbes)
también juega un papel importante.12
La criminología crítica, por su parte, refuta la idea del sujeto criminal
por naturaleza. Abandona la pregunta etiológica y con ello desarticula el
argumento de los factores biológicos o sociales como los determinantes
de la conducta delictiva, no se interesa por explicar las causas de lo
que llamará desviación social, se concentra, más bien, en describirla y
comprenderla como un proceso social; más que un fenómeno locali-

10
I. Taylor, P. Walton y J. Young, La nueva criminología. Contribución a una teoría
social de la conducta desviada. Buenos Aires, Amorrortu, 2001. Cf. Lola Aniyar de
Castro, “El triunfo de Lewis Carrol”, en C. A. Elbert, ed., La criminología del siglo
xxi en América Latina. Argentina, Rubinza-Culzoni, 1999, p. 165; W. S. DeKeseredy,
Contemporary Critical Criminology. Londres, Routledge, 2011, p. 16, y E. Larrauri,
La herencia de la criminología crítica. México, Siglo XXI, 2006, p. xv.
11
E. Larrauri, op. cit., p. 202.
12
Cf. R. Cleminson y T. Fuentes Peris, “ ‘La mala vida’: Source and focus of
degeneration, degeneracy and decline”, en Journal of Spanish Cultural Studies, 10:4,
2009. pp. 385-397.
144 La ritualización del género en la transgresión

zado, como una expresión e, incluso, respuesta innovadora del sujeto


frente a condicionamientos sociales, económicos o políticos, en cuya
definición la reacción social tiene un papel importante.
Asimismo, frente al paradigma etiológico, por lo tanto, esencialista,
la criminología crítica adoptó un cambio conceptual para denominar
a todo aquel comportamiento que no encaja con los marcos de acción
establecidos en una sociedad y en contextos determinados. El concepto
desviación abre el espectro de análisis para asir dicho fenómeno en
sus distintas dimensiones además del nivel jurídico al que sólo refiere
a la realidad de la ruptura del orden en términos de delito o crimen.
La desviación no sólo hace referencia a un comportamiento (acción
u omisión) que contraviene un marco legal, también significa a toda
conducta que no se rige por los modos de hacer considerados normales
o hegemónicos.
La desviación, al ser un proceso social, establece varios elementos.
Se plantea una sociedad heterogénea, compuesta por distintos grupos,
unos con mayor poder (económico, político, social), de forma que in-
fluyen, por ejemplo, en la constitución y administración de la justicia
criminal, en el control social y el castigo de la conducta desviada.
Bajo esa tesitura, la desviación (incluido el crimen o el delito) es un
comportamiento así definido porque representa intereses o valores
que entran en conflicto con aquellos que son hegemónicos, es decir,
compartidos y socializados por los grupos de mayor poder o que
logran mayores consensos.13
Desde esta perspectiva, no hay nada, ontológicamente, en el sujeto
y en su comportamiento que sea desviado. No hay una característica
social o biológica que lo predisponga a la conducta desviada. La
desviación, antes bien, se trata de un proceso que rotula al sujeto en el
cual interactúan, frente a una conducta, una reacción social negativa
y mecanismos o instancias de control social (y, eventualmente de
castigo). Se ha dicho que cualquier sociedad, al establecer los marcos
normativos que la regulan (sean estos incluso los sancionados por las

13
Cf. M. Chesney-Lind y R. G. Shelden, Girls, Delinquency and Juvenile Justice.
Wiley Blackwell, 2014, p. 127.
Gilberto Morales Arroyo 145

costumbres o tradiciones), al mismo tiempo crean, aunque sea de manera


virtual, la probabilidad de su ruptura, es decir, el crimen en particular,
la desviación, en general.
Este proceso también supone un elemento subjetivo. No basta
con que la reacción social etiquete a una persona como desviada. La
etiqueta debe, además, interpelar a la persona así rotulada. Es decir,
el proceso de desviación social existirá cuando ante la rotulación, el
sujeto actúe en consecuencia y cumpla las expectativas contenidas en
dicha etiqueta. El punto es que, estructuralmente, existen personas (los
desprovistos de status político, las clases económicamente precarias)
cuyo comportamiento, incluso marcadores de identidad como el color
de piel, la edad, el sexo, la ocupación, el lugar de residencia, la naciona-
lidad, “encajan”, con mayor facilidad, en las concepciones, socialmente
compartidas, de la desviación.14
En nuestro país, por lo menos desde el 2010, que cada vez más jóve-
nesvarones entre 15 y 29 años estén desapareciendo o siendo asesina-
dos, nos indica que la edad juega un papel importante. Pero también
el género, hecho que no pasó desapercibido por el padre de una de las
propuestas teóricas pilares de la criminología crítica, la teoría de la aso-
ciación diferenciada. Edwin Sutherland,15 reconoció que para la crimi-
nología es un hecho importante que frecuentemente se asocie la conducta
criminal con los hombres, aunque, sostuvo que la masculinidad no ex-
plica dicho comportamiento. Para el autor de Ladrones profesionales,
el clásico de la sociología y la criminología, la mayor frecuencia de
varones relacionados con la conducta criminal, se explica por los con-
troles sociales diferenciados entre ambos sexos. A las mujeres, para

14
Idem.
15
Sutherland es uno de los máximos exponentes de la Escuela de Chicago. Se le
llama así a un paradigma epistemológico y metodológico de la sociología que tiene
lugar en la Universidad de Chicago en los años veinte y treinta del siglo pasado, a veces
también llamada Escuela Ecológica por sus aportes en los estudios de la urbanidad. Esta
Escuela sienta las bases para la sociología de la desviación y la llamada perspectiva
del etiquetamiento. Para una referencia en la criminología crítica. Cf. Juan Cajas, Los
desviados. Cartografía urbana y criminalización de la vida cotidiana. México, Uni-
versidad Autónoma de Querétaro / Miguel Ángel Porrúa, 2009, pp. 59-104.
146 La ritualización del género en la transgresión

evitar el embarazo, desde la infancia, son más vigiladas y supervisadas


que los varones.16
Acorde a su teoría, para Sutherland la conducta delictiva, como cual-
quier otra, se aprende. En su estudio sobre los ladrones profesionales y
delincuentes de cuello blanco, los sujetos socializan una serie de normas,
códigos, formas de hacer que observan para llevar a cabo su trabajo.
El carterista, el ladrón, el estafador y el timador son profesionales. Por
ello, no se puede sostener que el sexo y la diferencia sexual, impidan,
por ejemplo, a las mujeres cometer o participar en actos delictivos:
ellas también pueden aprender esas conductas. Si los varones figuran
en las estadísticas delictivas más que las mujeres, en todo caso, se
debe a cuestiones sociales, como la asociación diferenciada (aprender
distintas profesiones al margen de la ley) y los mecanismos de control.
Eso es precisamente lo que propone la sociología de la desviación y la
criminología crítica.
Sin embargo, no deja de sorprender que para Sutherland (como para
Cohen) los roles sexuales, es decir, las construcciones culturales sobre
las prácticas que les corresponden a las mujeres y a los hombres, derivan
de la diferencia sexual, es decir, de las determinaciones biológicas. Por
lo tanto, la diferencia sexual determina qué delitos cometen o pueden
cometer las mujeres y cuáles son propios de los varones.17
Entonces la contradicción analítica: el sexo no puede determinar la
conducta delictiva, sostener lo contrario, resultaría en una determinación
biológica de la criminalidad, argumento contra el cual se edifican las
teorías sociológicas de la desviación y de la criminología crítica. Pero
al mismo tiempo, la diferencia sexual establece qué delitos son propios
de los hombres y de las mujeres.
Éste no es el espacio para explicar por qué Sutherland, sociólogo
cuya teoría es fundamental para desnaturalizar la conducta desviada,

16
J. W. Messerschmidt, “Masculinities and crime. Beyond a dualist criminology”,
en C. M. Renzetti, L. Goodstein y S. L. Miller, eds., Rethinking Gender, Crime, and Jus-
tice. Feminist Readings. Los Ángeles, Roxbury Publishing Company, 2006, pp. 30-31.
17
J. W. Messerschmidt y S. Tomsen, “Masculinities, crime, and criminal justice”,
en M. Tonry, ed., Oxford Handbooks Online. Nueva York, Oxford University Press,
2016, p. 2.
Gilberto Morales Arroyo 147

y por lo tanto sienta las bases de las que parten la sociología de la


desviación y la criminología crítica, sostiene que existen las diferencias
biológicas entre hombres y mujeres.18 Si bien, interesa señalar que
para estas disciplinas el género no estuvo obviado, sin embargo, no
ha estado incluido en su marco conceptual y teórico. Esto ha llevado,
consecuentemente, a la exclusión, en sus análisis y conclusiones, de
las mujeres. DeKeseredy,19 sostiene que empíricamente la criminología
ignora, por un lado, a las mujeres y niñas en conflicto con la ley (o en
todo caso, observan el sexo como una variable que debe incluirse en sus
esquemas complejos de análisis estadístico). Por otro, por los mismos
requerimientos epistemológicos de sus planteamientos teóricos, sólo
son consideradas como víctimas.
En realidad, no todas las corrientes criminológicas han marginado a
las mujeres en sus análisis. La criminología feminista no sólo ha reali-
zado investigaciones importantes sobre mujeres como transgresoras y
víctimas, por lo que han contribuido enormemente al discurso crítico
de la criminología. Bajo esta tesitura es posible plantear que esta últi-
ma ha estado en constante diálogo, a partir de los años setenta, con la
teoría feminista, la cual no es solamente una corriente más de aquélla:
la criminología crítica lo es por las discusiones que el feminismo ha
aportado a esa disciplina:
Las criminólogas feministas (por lo tanto, críticas), señalaron,
desde los años setenta, que muchos de los planteamientos de sus cole-
gas varones no explican la realidad de las mujeres con respecto: 1) al
comportamiento desviado (mujeres y niñas como transgresoras),
2) al control social (el modo en que éste opera frente a ellas y no visibili-
za las subjetividades que constituye, pues el control social es, ante todo,
un modo específico de ejercicio de poder), 3) la violencia ejercida contra
ellas (como víctimas de la delincuencia) y 4) el modo en que operan los
discursos jurídico penales frente a ellas (incluso algunas criminólogas
han sostenido que el derecho es sexista, masculino y patriarcal).

18
Una explicación, contextual y epistemológica, la ofrece Messerschmidt (J. W.
Messerschmidt, “Masculinities and crime. Beyond a dualist criminology”, en op. cit.)
19
W. S. DeKeseredy, Contemporary Critical Criminology. Londres, Routledge,
2011, p. 28.
148 La ritualización del género en la transgresión

Por lo tanto, sostiene Larrauri,20 la irrupción de las mujeres y del


feminismo en la criminología amplió su objeto de estudio a través
de planteamientos radicales. Como se sabe, la criminología crítica,
incluso en los debates recientes y en sus distintas corrientes, tales
como el idealismo y realismo, ambos con el adjetivo de “izquierda”,
ponen de manifiesto que existe una relación entre el sistema capita-
lista, los mecanismos de control social y el delito. Pero, sostendrán
las feministas, la desviación no sólo es un problema de clase, se trata
también de una realidad generizada, y por ello, cruzada por otros
marcajes de identidad. De tal modo, las criminólogas feministas lla-
maron la atención en la relación que existe entre el género, raza y el
comportamiento desviado; mostraron que la victimización y violencia
asociada a la criminalidad no es genéricamente neutral; que el derecho
tiene género, y que la situación de las mujeres, en tanto víctimas, son
invisibilizadas frente al sistema penal y de justicia o, en tanto transgre-
soras, castigadas de manera diferente que los varones en condiciones
y situaciones similares.21
La criminología coloca, en el centro de sus análisis, teorías y conclu-
siones, a los varones. Por lo tanto, señalan las feministas, dicho discurso
es, epistemológicamente hablando, androcéntrico. En ese sentido,
la criminología feminista señala que incluso la criminología crítica
establece una relación que se puede leer en términos de profecía: la
masculinidad predice la conducta desviada.22 Implícitamente, y quizá
como consecuencia no deseada, el discurso criminológico “ha contri-
buido a naturalizar la transgresión como un acto de varones. En el ima-
ginario social, los varones tendrán el monopolio de la transgresión”.23

20
E. Larrauri, op. cit., pp. 194-195.
21
Cf. D. Downes y P. Rock, Sociología de la desviación. México, Gedisa, 2007.
J. Flavin, “Feminism for the mainstream criminologist. An invitation”, en Journal
of Criminal Justice, 29, 2001, pp. 271-285; J. Flavin y A. Desautels, “Feminism and
crime”, en C. M. Renzetti, L. Goodstein y S. L. Miller, eds., Rethinking Gender, Crime,
and Justice. Feminist Readings. Los Angeles, Roxbury Publishing Company, 2006,
pp. 11-28, y E. Larrauri, op. cit.
22
J. Flavin, “Feminism for the mainstream criminologist. An invitation”, en op.
cit., p. 273.
23
G. Morales Arroyo, op. cit., p. 12.
Gilberto Morales Arroyo 149

La relación entre la masculinidad y la transgresión es retomada por los


estudios de las masculinidades aplicados a la criminología. Veamos
cuáles son sus principales argumentos.

Masculinidad hegemónica y transgresión. Los estudios


de las masculinidades en la criminología

Los llamados estudios de las masculinidades concatenan una serie


de investigaciones de disciplinas, entre otras, la sociología, la antro-
pología y la piscología, las cuales colocan en el centro del análisis
a la masculinidad con el fin de “rebatir el concepto tradicional de la
masculinidad como un todo monolítico que define a los hombres como
una identidad inamovible y única en esencia para dar paso a una visión
plural y desuniversalizadora…”24
Existe cierta unanimidad en señalar al concepto de masculinidades
hegemónicas como uno de los más importantes producidos dentro de
esos estudios. Robert W. Connell lo formuló en su libro Gender and
Power,25 claramente a partir de dos conceptos, el género (por supues-
to, derivado del feminismo) y hegemonía (concepto de la teoría de
Gramsci). Básicamente se puede definir como un patrón de prácticas,
expectativas identitarias, roles y acciones realizadas que permiten la
dominación del varón sobre las mujeres y sobre otros varones.26
El concepto de masculinidades hegemónicas ha sido aplicado, con
resultados interesantes, en diversos tópicos o campos disciplinarios: en
la medicina y la salud, en la pedagogía, en el derecho y, por supuesto,
en la criminología. Sin duda, dicho concepto representa un avance im-
portante para comprender las relaciones entre varones, y entre ellos y

24
L. Acosta Bustamante, “Aproximación a los estudios de masculinidades. Teoría
y aplicaciones”, en op. cit., p. 22.
25
R. W. Connell, Gender and Power. Stanford, Stanford University Press, 1987.
26
L. Acosta Bustamante, “Aproximación a los estudios de masculinidades. Teoría
y aplicaciones”, en op. cit., p. 20 y R. Connell y J. W. Messerschmidt, “Hegemonic
masculinity: Rethinking the concept”, en Gender & Society, 19(6), 2005, p. 832.
150 La ritualización del género en la transgresión

las mujeres, aunque esto, en realidad, ha quedado relegado a un segundo


plano en sus estudios.
Al plantear que existen diversas masculinidades, se deriva, por lo
tanto, que hay distintos modos de ser varones. Si preguntamos cuál
es la masculinidad hegemónica, se tendrá que decir que responde al
modelo normativo de una sociedad en particular: aquellos cuerpos, prác-
ticas sexuales, comportamientos, vínculos, expectativas, identidades y
espacios que se presenten, por mayores consensos, como normativos
para los varones, conformarán, entonces, la masculinidad hegemónica.
Esta última supone, por lo tanto, que hay masculinidades subordina-
das: la mayoría de hombres que no encajan en esas prácticas sexuales
esperadas (por ejemplo, la heterosexualidad), cuerpos que no corres-
ponden al modelo (de talla, de peso, de vestimenta o apariencia), de
una clase social (burguesía), varones que muestran comportamientos
excesivos o insuficientes a la norma, cuyas identidades no cubren las
expectativas del otro grupo que componen las identidades hegemónicas.
En ese sentido, todas las mujeres, en la medida en que representan todo
lo opuesto a la masculinidad hegemónica, serán consideras subordi-
nadas. Este planteamiento resultará muy interesante y fructífero en la
criminología crítica.
Messerschmidt,27 uno de los principales exponentes de las mascu-
linidades en la criminología crítica, realizó una revisión de las princi-
pales aportaciones que los estudios de las masculinidades han hecho a
dicha disciplina, las cuales, no está de más recordar, se catalogan como
estudios sobre masculinidades, porque se derivan de investigaciones,
como se ha dicho, en las que su centro epistemológico y empírico son
las masculinidades y, en este caso, tienen presente la relación entre las
que son hegemónicas y subordinadas o marginadas.
De tal suerte, Messerschmidt sostiene que la criminología más clá-
sica (incluida la criminología crítica) parte de lo que llama la norma
masculina, una perspectiva tradicional que pone énfasis en la transgre-
sión de los varones y la relación que tiene con la estructura económica
(las clases populares), la desorganización comunitaria, la asociación y

27
J. W. Messerschmidt, “Masculinities and crime. Beyond a dualist criminology”,
en op. cit.
Gilberto Morales Arroyo 151

aprendizaje social, la tensión en los lazos sociales o la falta de ellos. Las


consecuencias de esos estudios es la tendencia a normalizar la relación
entre masculinidad y transgresión (o desviación), así como en la esen-
cialización de la primera como algo violenta. Por lo tanto, el autor señala
que dicha perspectiva falla en explicar el vínculo entre la transgresión y el
género de los varones, particularmente, y esto es lo interesante, de aquellas
no patológicas y extendidas formas de la identidad masculina.28 Como
es posible observar, algo que ya habían planteado las criminólogas fe-
ministas, pero (¿curiosamente?) no son citadas en esta revisión.
Más adelante se hará puntual mención de la invisibilización, con
respecto a estas últimas ideas, de las aportaciones teóricas feministas
en la criminología. Por el momento interesa exponer el principal giro
que, se supone, dan los estudios sobre las masculinidades frente a la
llamada visión tradicional de la criminología.
Dichos estudios, en primer lugar, parten de un planteamiento general:
hegemonía no significa violencia. Sin embargo, las masculinidades
resultan una herramienta conceptual fundamental para comprender
la transgresión, tanto los crímenes violentos como aquellos que no lo
son (por ejemplo, los delitos de cuello blanco o el uso de drogas). En
segundo lugar, se ha puesto énfasis en los varones tanto delincuentes
como víctimas. Dar cuenta que los hombres también son víctimas de
transgresiones o crímenes cometidos por los mismos varones, da pie
para plantear que la transgresión es una expresión de la lucha por el
poder. Si bien es cierto que la masculinidad hegemónica no es sinónimo
de violencia, el despliegue de ella, por ejemplo, en los delitos, es una
manifestación de la lucha por la hegemonía. En ese sentido, la crimi-
nalidad o la transgresión puede ser comprendida como una lucha entre
masculinidades, entre varones cuya identidad es hegemónica y aquellos
varones con menos poder que ven la masculinidad hegemónica como
un fin en sí mismo.29 Por lo tanto, la criminalidad como una acción

28
J. W. Messerschmidt y S. Tomsen, “Masculinities, crime, and criminal justice”,
en op. cit., p. 2.
29
R. Connell y J. W. Messerschmidt, “Hegemonic masculinity: Rethinking the
concept”, en op. cit., p. 834; J. W. Messerschmidt y S. Tomsen, “Masculinities, crime,
and criminal justice”, en op. cit., p. 5.
152 La ritualización del género en la transgresión

social, muestra las inequidades del sistema social, no sólo en cuanto


a poder se refiere, también con respecto a la clase, la etnia, la raza, la
edad y la sexualidad.
Bajo esa tesitura, se puede observar una relación, por un lado, entre
masculinidad-poder-hegemonía y, por otro, masculinidad-falta de poder-
marginalidad (subordinación), donde la transgresión aparece como el
elemento pivote en torno al cual giran ambas cadenas conceptuales.
Esta relación le permitirá a los masculinistas (para nombrar a aquellos
que se dedican a los estudios de las masculinidades) establecer que
el crimen, en tanto un marco que estructura la acción social, hace
masculinidad: “el crimen es, en sí mismo, una práctica o un recurso
social que construye masculinidad”.30
Un ejemplo perfecto de lo anterior, son las bandas juveniles y, más
recientemente, los cárteles del crimen organizado. Veamos. Albert Co-
hen es uno de los máximos exponente de la sociología de la desviación
gracias a su estudio sobre las subculturas juveniles. Dicho concepto
le permite plantear, epistemológicamente al estilo de Sutherland, que
existen normas, formas de hacer, identidades, valores y, en general,
prácticas sociales de grupos que se gestan al margen de la(s) cultura(s),
si se puede decir así, hegemónica(s). Por supuesto, las subculturas no
pueden existir fuera del sistema social, forman parte del mismo, ésta
es su condición de existencia.31
Por sí mismo, el planteamiento anterior es epistemológicamente fun-
damental para desnaturalizar la desviación, el crimen y la transgresión
en general, principalmente porque muestra que, como todo grupo social,
las bandas de jóvenes, no necesariamente vinculadas a la criminalidad
o el delito (en todo caso, son jóvenes desviados de las estructuras
económicas, educativas, laborales), construyen sus vínculos en torno
a valores y códigos que, imaginariamente, no se alejan de aquellos que
operan en las sociedades en las que surgen, por ejemplo, la lealtad, el
respeto a la autoridad (o las jerarquías que establecen y mantienen),
el amor a la familia y a las amistades, respeto a la propiedad de la gente

30
J. W. Messerschmidt y S. Tomsen, “Masculinities, crime, and criminal justice”,
en op. cit.
31
J. Cajas, op. cit., pp. 215-217.
Gilberto Morales Arroyo 153

del barrio, entre otros. Valores que, si bien es cierto, provienen de la


cultura de origen pero que, en todo caso, les permiten operar y subsistir.
En efecto, la corriente de la criminología crítica denominada realismo
de izquierda (que, evidentemente, no contempla una perspectiva mascu-
linista ni mucho menos de género), sostiene que la desviación (en este
caso las subculturas juveniles, pero el argumento no se reduce a ellas
solamente), es una respuesta innovadora a los problemas de carácter
estructural: ante la marginalidad económica, la exclusión educativa, la
falta de oportunidades laborales, los varones establecen vínculos con
pares y se desvían de los parámetros normativos, por lo tanto, el Estado
capitalista neoliberal (en otrora benefactor), en un proceso social que no
es lineal, criminalizará dichos vínculos, a los jóvenes y sus identidades.32
Entonces, para la perspectiva criminología crítica, la desviación es un
problema, ante todo, de clase social.
La anterior se trata de una perspectiva estrecha, pues no se toman
en cuenta otros marcajes de identidad, y eso es precisamente lo que
señalan los estudios de las masculinidades en la criminología: no sólo
se criminaliza cierto tipo de vínculos que se establecen en el seno de
ciertas subculturas (además de las juveniles), sino también prácticas,
comportamientos, formas de ser y cuerpos que, además de ser desviados
a la clase económica, también los son en edades, preferencia sexual,
lazos étnicos o raciales. Precisamente, hablar de masculinidades, en
plural, permite señalar que la desviación, criminalidad, delincuencia,
en general, la ruptura de la ley, no se trata de un tema de clase, sino
de una cuestión que también atañe a un nivel simbólico e imaginario,
esto es, a las identidades.
Por lo tanto, para los masculinistas el problema se localiza en que el
comportamiento de los jóvenes que forman las bandas o pandillas, su
vestimenta, la música que escuchan, las actividades de recreo u ocio,
son leídas desde la cultura hegemónica (cuyo soporte son los mecanis-
mos de criminalización que tienen a la mano: el discurso jurídico, la
policía, la prisión), como una desviación, pero también como una lucha

32
J. Young, “El fracaso de la criminología: La necesidad de un realismo radical”,
en vv. aa., Criminología crítica y control social. 1. El poder punitivo del Estado.
Rosario, Juris, 1993, pp. 7-41.
154 La ritualización del género en la transgresión

por el poder, por el status (económico, político, cultural, simbólico,


social) del que se ven desposeídos. Los jóvenes sobreviven, entonces
entablando luchas y lo hacen a partir de reforzar y exigir la masculinidad
como un privilegio que, aunque subordinado, poseen. Así, con respecto
al crimen organizado, los jóvenes recurren a

[…] la búsqueda de un estatus alternativo: la subcultura criminal,


cuya materialización concreta se expresa en la pandilla, y donde los
valores de la clase media son impugnados desde una estructura de
significación simbólica, que se expresa reforzando la masculinidad a
través de la violencia, la transgresión a la normativa y el vandalismo
sin objetivos aparentes. La subcultura arropa al aprendiz en un mundo
de pares, lo protege, lo profesionaliza… y le otorga una posición,
un papel, de acuerdo con sus capacidades: vigía, golpeador, chofer,
sicario, espía o relacionista.33

La desviación hace masculinidad, y se plantea como una que es al-


ternativa a la hegemónica. Hacer referencia a la(s) masculinidad(es), es
introducir lo simbólico al fenómeno de la desviación y de la transgresión
en general. Las preguntas (im)pertinentes para los masculinistas son:
¿dónde está lo femenino en este tablero?, ¿dónde quedan las mujeres
en tanto transgresoras?, ¿actúan una masculinidad no-hegemónica? Si
eso es posible, entonces ¿hay mujeres que ejercen una masculinidad
hegemónica? Los estudios sobre las masculinidades también ponen el
ojo en los varones como víctimas, pero ¿qué significa eso? ¿Es pertinente
sostener que los desviados representan una masculinidad subordinada,
no-hegemónica, cuya pretensión es que sea reconocida como hege-
mónica? Si la masculinidad hegemónica es aquella que socialmente
ha logrado mayores consensos, por lo que se socializa su modelo de
masculinidad volviéndola normativa, ¿qué nos dice que la transgre-
sión sea una manifestación hipermasculina (sobre todo los crímenes
violentos) en contra de dicha masculinidad? ¿Se desea establecer esa
masculinidad violenta como la hegemónica?

33
J. Cajas, op. cit., p. 218.
Gilberto Morales Arroyo 155

Ritualización del género en la transgresión:


quitar del centro a la masculinidad

A finales de los años setenta del siglo pasado, Carol Smart escribió
un pequeño artículo que resultó pionero en la crítica a la criminología
(incluida la criminología crítica) y pilar de la criminología feminista,
desde el título es sugerente: Criminological Theory: Its ideology and
implications concerning women.34 En términos generales, por un lado,
Smart señala que las mujeres como transgresoras quedan fuera de las
teorías criminológicas y sociológicas. Sin embargo, señala que esta ex-
clusión es parcial. En los planteamientos más clásicos de esta disciplina,
las mujeres aparecen con una carga significante contradictoria: 1) son,
debido a su naturaleza, menos capaces de cometer crímenes, de ahí que
se “explique”, con respecto a los varones, su poca participación en actos
delictivos y que no represente una población penitenciaria importante;
2) son las transgresoras por naturaleza, pues llevan consigo una maldad
intrínseca por el hecho de ser mujeres —más bien, por cargar significados
de feminidad. Por otro lado, sostiene Smart que esta contradicción35
permite que se confunda género con sexo (categorías diferentes, aunque
interdependientes): las mujeres delincuentes, señala la criminología
clásica, tienen una falta de instinto maternal, ello, antropológica y físi-
camente, las hace “pertenecer más al sexo masculino que al femenino”.36

34
C. Smart, “Criminological Theory: Its ideology and implications concerning
women”, en The British Journal of Sociology, vol. 28, núm. 1, 1977, pp. 89-100.
35
Aquí no es el espacio para explicar profusamente que esa contradicción deriva
de una dinámica simbólica. En las sociedades modernas, la identidad de las mujeres
no deja de referirse y construirse desde el referente del género tradicional, pero al
mismo tiempo está en constante fricción con los procesos de racionalización propios
de la modernidad. Para una explicación del género y los simbólico, cf. Estela Serret, El
género y lo simbólico. La construcción imaginaria de la identidad femenina. México,
uam-Azcapotzalco, 2001. Tampoco tenemos espacio para explicar las implicaciones
teóricas y analíticas de dicha contradicción en la manera en que se comprende la
transgresión de las mujeres, para una referencia al respecto, cf. G. Morales Arroyo,
Dispositivo de género: pactos, transgresión y castigo. Estudio sociológico de mujeres
en prisión. México, Universidad Autónoma de Baja California, 2019.
36
C. Smart, “Criminological Theory: Its ideology and implications concerning
women”, en op. cit., p. 93.
156 La ritualización del género en la transgresión

No se trata de señalar quién fue la primera persona o escuela del


pensamiento en hacer un señalamiento o un planteamiento teórico con
respecto a un campo o problema sociológico específico. Sin embargo,
por cuestiones de justicia epistemológicas, en este caso para las mujeres
como sujetos productoras de conocimiento, es importante señalar que,
desde sus críticas al androcentrismo que caracteriza a las ciencias socia-
les (en este caso en particular), han realizado planteamientos teóricos,
conceptuales y analíticos que deben ser debatidos y reconocidos.
En el caso de Smart, desde una contradicción derivada de la lógica
simbólica de género (sin llamarlo de esa manera), señala que en las
criminologías hay una relación intrínseca entre transgresión, los varo-
nes y la masculinidad, lo cual resulta evidente, por ejemplo, en toda
la carga simbólica masculina que dichos discursos depositan en las
mujeres como transgresoras. En efecto, discursivamente, para Smart, tal
como los masculinistas señalaron en los noventa, la transgresión hace
masculinidad. Pero, en el caso del señalamiento de nuestra autora, de-
bemos poner el énfasis en que dicha relación es, en todo caso, discursiva,
de la cual es posible derivar cualquier observación empírica, que es
el paso analítico posterior que dan los estudios sobre masculinidades
en la criminología.
Hay que recordar que autores como Messerschmidt, realizan una
dura crítica a los pensadores de la Escuela de Chicago, fundadores de
la criminología crítica. Si bien, sociólogos como Sutherland y Cohen,
cada uno por su parte y con objetos de estudios específicos (ladrones
profesionales y las subculturas de los jóvenes, respectivamente), plan-
tearán que nada es natural con respecto a la conducta desviada o trans-
gresora, antes bien hay variables como el control social que influyen en
la poca incidencia delictiva de las mujeres. Sin embargo, no dejarán de
introducir argumentos biológicos para explicar el porqué las mujeres
no transgreden el orden social como los varones.
Ahora bien, los masculinistas evaden los planteamientos esencia-
listas o biológicos al quitar del centro analítico a los varones y colocar
a las masculinidades: la transgresión se explica como consecuencia
de relaciones sociales de poder entre distintas identidades masculinas.
Esta relación, claro está, describe un fenómeno social, por lo que, dicha
relación llevada a sus últimas consecuencias, termina por esencializar
Gilberto Morales Arroyo 157

las identidades, en este caso, de varones transgresores y no resulta útil


para explicar (ni siquiera describir) la transgresión llevada a cabo por
mujeres. Por ello, desde la criminología feminista se puede plantear que,
discursivamente los estudios sobre masculinidades siguen relacionando
el delito, la desviación o la transgresión con la masculinidad porque,
en efecto, construyen una relación conceptual que a priori describe
una relación empírica, por lo que no se escapa a la profecía que se
autocumple señalada por las feministas, pero ahora con otra variable:
la masculinidad resulta ser un predictor de la transgresión. ¿Es posible
salir de este callejón, aparentemente, sin salida? Sí, y la respuesta la
brinda el feminismo y la perspectiva de género.
Por simple que parezca la variante, desde una perspectiva del género
simbólico, sostenemos que la transgresión hace género. Es menester
quitar del centro a los varones, también a la masculinidad y colocar en
su lugar al género. La relación conceptual que describirá y explicará el
fenómeno de la ruptura del orden social no se da entre las identidades
masculinas, antes bien, se trata de una relación simbólica que opera
entre lo masculino/femenino y que tiene sus consecuencias imagina-
rias (entonces sí, donde los discursos criminológicos juegan un papel
importante) y subjetivas.
Esta operación conceptual introduce varios elementos de análisis
sobre la transgresión que, por limitaciones conceptuales, los estudios
de las masculinidades no observan. Por cuestiones de espacio, sólo po-
demos tratar uno y las consecuencias que le derivan: en las sociedades
modernas ¿quién puede contravenir el orden social?, ¿qué significa
romper el orden social? Para responder, necesariamente debemos pre-
guntar: ¿qué significa ser hombre y qué significa ser mujer en dichas
sociedades? El de la transgresión no sólo es un problema relacional entre
las masculinidades, es necesario contemplar que hay una relación entre
identidades que, lógicamente, precede a la pugna entre masculinidades
hegemónicas y subordinadas.
Para Carole Pateman, hay un contrato que es previo al contrato social
que funda imaginaria e hipotéticamente a las sociedades modernas.
Los hombres acuerdan, como iguales, crear un orden positivo capaz
de ejercer poder político legítimo. El principio que rige ese ejercicio,
es un mandato ético universal: considerar a todos los seres humanos
158 La ritualización del género en la transgresión

con la misma capacidad de ejercer la razón. El feminismo ilustrado se


encargará de señalar que dicho mandato se pretende universal, porque
en el devenir histórico de las nacientes sociedades occidentales, se
excluyó a por lo menos la mitad de la población de las prerrogativas
del naciente orden social. Las mujeres no fueron consideradas, imagina-
riamente, como sujetos del contrato social, ellas no firman ese contrato,
antes bien, son el objeto del mismo. Los varones pueden constituirse
como individuos libres al pactar a las mujeres, esto es, establecen las
reglas de acceso y apropiación de sus cuerpos, ya sea una por una a tra-
vés del matrimonio; ya sea colectivamente, a través de la prostitución.
Es necesario repetir: imaginariamente las mujeres no son sujetos del
contrato social, son objetos del mismo; son excluidas como firmantes
del contrato que funda orden civil y, como triquiñuela imaginaria, son
incluidas como sujetos que participan activamente en contratos como
el del matrimonio o de “trabajo”. Entonces, lo que funda orden civil y
es fundamento del poder político, y de todo el imaginario del proyecto
moderno es un contrato sexual/social.37
En las sociedades modernas, lo que significa ser una mujer intenta
correr en paralelo a lo que significa ser un hombre, pero no se logra
del todo, particularmente porque las mujeres están referidas, a con-
trapelo del proyecto moderno, a la simbólica de la feminidad tradi-
cional. En otras palabras: los varones, por medio de pactos fraternales
(patriarcales), se constituyen como sujetos de su propia razón y, por
ello, como autónomos, libres e iguales, lo cual crea un orden social en
tanto producto de una cofradía masculina (de pacto entre varones).
Mientras que las mujeres son definidas como género: en contra de
sus principios, la modernidad no piensa a las mujeres como sujetos
autónomas, sino a través de una serie de conceptualizaciones referidas
a una lógica simbólica tradicional de lo femenino.38 Esto se traduce
en imaginarios discursivos como los criminológicos: en efecto, la
contradicción, con respecto a las mujeres que señala Smart, incapaces,

37
C. Pateman, El contrato sexual. México, Ánthropos / uam-Iztapalapa, 1995.
38
Estela Serret, Identidad femenina y proyecto ético. México, pueg / uam-A / Mi-
guel Ángel Porrúa, 2002, pp. 50 y 61.
Gilberto Morales Arroyo 159

por naturaleza, de cometer actos delictivos y, al mismo tiempo, las


transgresoras por naturaleza.
Si se quiere poner en términos de hegemonía, en efecto, para las
sociedades modernas la masculinidad que logra mayor consenso es
aquella que interpela a todos los varones, pues en tanto individuos
(no en tanto género, ni definidos por su condición de clase, raza, etnia,
nacionalidad) imaginariamente pertenecen a la cofradía que funda el
orden social. ¿Qué problema hay con esta masculinidad hegemónica,
esa que se significa a partir del imaginario del proyecto moderno?
Nada, aparentemente.
Se trata de una masculinidad referida a la razón. Antes que el ejercicio
de la violencia,39 el conflicto se resuelve por el diálogo, la palabra o el
acuerdo mediado por un orden positivo que ellos mismos convinieron
crear. En todo caso, las disputas entre ellos se realizan por las vías
institucionales, con reglas y sanciones bien establecidas. El derecho
(penal) es el mejor ejemplo. De tal suerte, el ejercicio de la violencia
quizá esté referido a un tipo de masculinidad, pero no a la que se concibe
desde el imaginario moderno.
Ahora bien, si no es la violencia, la desviación sí está referida a esa
masculinidad. Pero pensarla en términos de conflicto entre masculinida-
des en pugna por el poder (hegemónicas vs. subordinadas), implica un
error lógico: un varón que se interpele desde la masculinidad moderna
(si se quiere hegemónica) ¿cómo podría contravenir sus reglas si no
forma parte de las llamadas masculinidades subalternas? Es como si se
pensara que en las masculinidades hegemónicas no hay transgresión.
Pero la hay. Por ejemplo, la violencia en contra de las mujeres. ¿No
acaso son todas masculinidades hegemónicas las del reportero, las del
profesor universitario, las del abogado, ministro o juez, las de senadores
o diputados, las del padre o hermano de familia que acosan, hostigan o
violentan sexualmente a sus compañeras de trabajo o mujeres con un
vínculo familiar?

39
Incluso la violencia legítima concentrada en el Estado, señala Weber, es el
último recurso al que se debe recurrir. No es el recurso preferido del Estado, pero es
el que le es propio.
160 La ritualización del género en la transgresión

Hay sujetos que se desvían del orden establecido, incluso desde la


hegemonía, y lo hacen apelando a un componente de su masculinidad,
y que no necesariamente es la falta del poder. Todo lo contrario. Inclu-
so en los mismos términos de Howard Becker,40 la desviación se produce
en tanto que un grupo de personas (por ejemplo, una cofradía fraterna
o patriarcal), establece las reglas que, eventual y virtualmente, pueden
romper. Entonces ¿quiénes pueden (en términos de tener el poder de
hacerlo) transgredir o desviarse? Sólo aquellas personas que, imagina-
riamente, forman parte de ese grupo de personas. En efecto: todos los
varones, pues, son interpelados por un modo particular de masculinidad,
la moderna: el varón racional, libre e igual a los demás.
Las mujeres también se desvían, también contravienen el orden social
y lo pueden hacer con uso de la violencia. Sin embargo, como se ha se-
ñalado, lo hacen en menor medida que los varones (aunque la incidencia,
en los últimos años, ha ido en aumento sostenido). Si se sostienen, como
lo hace la criminología crítica, que este hecho se debe al control social
diferenciado entre hombres y mujeres, implica, por un lado, sostener
que la transgresión es un hecho que se impide por los mecanismos de
control y se piensa al sujeto desviado como aquel que no tiene amarras
(en particular, los varones cuya masculinidad es desbordada, sin con-
trol). Lo cual no es posible aceptar, pues implica una esencialización,
esa misma que quiere evitar la criminología.
Por otro lado, implica desconocer totalmente el significado, con
respecto a la transgresión, de ser mujer en las sociedades modernas:
son aquellas que, imaginariamente, no pueden romper el pacto, la
transgresión les ha sido negada. Sin embargo, es necesario repetir,
empíricamente las mujeres se desvían y transgreden el orden social.
Entonces, ¿son interpretadas o referidas por los imaginarios sociales
como masculinas? Si es así, ¿se trata de una masculinidad hegemó-
nica? ¿O se trata de una masculinidad subordinada en pugna con la
hegemónica?
Smart señalaría que esas preguntas implican una confusión entre
género y sexo. Si recordamos, en su crítica, nuestra autora expone cómo

40
Howard Becker, Outsiders. Hacia una sociología de la desviación. Buenos
Aires, Siglo XXI, 2009.
Gilberto Morales Arroyo 161

se comprende a las mujeres transgresoras desde el discurso criminoló-


gico y sociológico: por su naturaleza, no son capaces de contravenir el
orden social, pero son las transgresoras por naturaleza. Es claro que
la paradoja no deja de señalar algo cierto con respecto a las mujeres y la
transgresión, pero que en todo caso se trata de una tematización discur-
siva (en este caso científica) del imaginario moderno sobre las mujeres
que, recordemos, gira en torno a la simbólica de género tradicional.
De tal modo, con una operación lógica que coloque a lo femenino
ahí donde está la mujer, es posible sostener que la desviación, la ruptura
del orden social también tiene una relación con lo femenino y no sólo
con lo masculino. En efecto, la transgresión hace género.
La transgresión hace masculinidad, quizá el planteamiento más
interesante de los estudios sobre las masculinidades en la criminolo-
gía, tiene un punto ciego: lo femenino, por lo que no pueden observar
toda la dinámica, desde lo simbólico, que establece en lo imaginario y
subjetivo el fenómeno de la ruptura del orden social.
Por nuestra parte, sostenemos que, en todo caso, la transgresión
ritualiza al género, es decir, la dinámica que simbólica y libidinalmente
se establece en el binomio masculino/femenino. Esto es: lo masculino
como una categoría centrada, bien definida, que designa al sujeto. Lo
femenino que delimita y se excluye por esa operación, es la marca y
lo que queda fuera de ella, cuya carga densa de significado y por su
relación con lo masculino se define como: a) aquello que se desea (en
tanto que es completud, posteriormente limitada), b) como aquello a lo
que se teme (pues la completud deseada significa la propia desaparición)
y c) como aquello que se desprecia (en tanto elemento delimitador, es
susceptible de ser domeñado, subordinado).41 Vemos cómo opera esto
en la transgresión.
Para evitar cualquier esencialismo, Celia Amorós42 prefiere utilizar
el concepto de patriarcado en lugar de masculinidades (y sus diferentes
modos de ejercerse). Dicho concepto le permite hacer referencia a la

41
E. Serret, “Hacia una redefinición de las identidades de género”, en GénEros,
núm. 9, época 2, año 18, 2011, pp. 71-97.
42
Celia Amorós, La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias... Para las
luchas de las mujeres. Madrid, Cátedra, 2007 y C. Amorós, Mujeres e imaginarios de
162 La ritualización del género en la transgresión

construcción de subjetividades a partir de una serie de pactos, los cuales


son múltiples y dependen de contextos sociales e históricos particula-
res. Aquí no es el lugar para exponer a detalle la radicalización que, a
partir de las principales ideas de Carole Pateman, lleva a cabo nuestra
autora, con respecto a los asesinatos de mujeres en nuestro país. Sólo
retomaremos un par de planteamientos para argumentar y exponer cómo
la transgresión ritualiza el género: la significación de las mujeres y el
Terror. Romper el orden social puede implicar al menos dos cosas.
Por un lado, la heterodesignación y circulación de las mujeres (esto
es, aquel conjunto de personas que actúan en su mayoría significados
de feminidad). Por otro lado, la feminización de aquellas personas que
osan desviarse o transgredir.
¿Por qué los varones, con todo y sus masculinidades, no son una
esencia? Porque se constituyen, como se ha dicho, por medio de pactos
patriarcales. Hemos visto que la constitución de significados como
libertad e igualdad, pasaron necesariamente por una convención en la que
cada uno se igualó con el que estaba a su lado, incluso, imaginariamente.
Para que esta operación fuera posible, necesitó el establecimiento de
reglas para la circulación de las mujeres, o bien por el matrimonio o
por la prostitución.
No es difícil suponer que esas reglas se ponen en juego cuando el
pacto se ve amenazado, por ejemplo, por un conjunto de personas,
particularmente varones que, por medio de otro contrato, cuestionan el
orden social previamente establecido. Este segundo contrato se pondrá
de manifiesto a través de cómo defina a las mujeres y establezca las
reglas para el acceso a sus cuerpos. Justamente eso sucede con respecto
al crimen organizado en México.
Es cierto que los grupos criminales en nuestro país quieren demos-
trar su valía y su status con lo único que poseen como privilegio: la
masculinidad, y lo hacen por medio de la violencia cruenta. Sin embargo,
sostener que la transgresión se reduce al ejercicio de diferentes tipos
de masculinidades, donde unas son hegemónicas y otras subordina-
das —las cuales se expresan por medio de la hipermasculinización—,

la globalización. Reflexiones para una agenda teórica global del feminismo. Buenos
Aires, Homo Sapiens, 2008.
Gilberto Morales Arroyo 163

significa invisibilizar, que lo que se pone en juego es la definición de


subjetividades y las vidas de las mujeres.
En un recorrido antropológico sobre la cultura de las drogas, con
trabajo etnográfico de por medio, Edgar Morín da cuenta que desde los
escalones más bajos de la venta de drogas, hasta los más altos mandos,
es decir, todo un crisol de transgresión, el tema del deseo y el goce
siempre aparece, ya sea a la droga, al dinero o a las mujeres (una serie
de equivalencias significantes). El exceso que siempre se juega en la
constante transgresión gira en torno a esos objetos y personas. Por ejem-
plo, mujeres jóvenes menores de edad que, a cambio de droga, ofrecen
su cuerpo. El cuerpo que da placer por otro placer. Mujeres que, como
sello de contrato, se ofrecen a uno de los contratantes. Al respecto, un
informante dealer, le cuenta a Morín:

Le gustaba decirle a un amigo: “¿ves a esa chica? Te garantizo que


puedo hacer que se acueste contigo”. “No hay forma que se quiera
acostar conmigo”, le respondía.
—¿Cuánto quieres por acostarte con este tipo?
—No lo haré.
—¿No lo harás? Te doy 500.
—No lo haré.
—Te doy mil. ¿No lo harás? Te doy 2 mil.
Al final dejaban de resistirse…43

Esta ritualización llega a su extremo, como señala Amorós,44 con el


asesinato de mujeres vinculados al crimen organizado. Lejos de de-
mostrar su forma de ejercer la masculinidad frente a otra que puede
considerase hegemónica, los varones recurren a un privilegio y prerro-
gativa que les concedió pertenecer, imaginariamente, al conjunto de
personas definidas como sujetos del contrato sexual/social: cuestionar
ese pacto, pero no lo hacen por los medios institucionales. En todo
caso, el primer movimiento es transgredir las reglas que designan

43
E. Morín, La maña. Un recorrido antropológico por la cultura de las drogas.
México, Debate, 2015, pp. 159-160.
44
Cf. C. Amorós, Mujeres e imaginarios de la globalización. Reflexiones para una
agenda teórica global del feminismo.
164 La ritualización del género en la transgresión

quiénes son las mujeres y cómo acceder a sus cuerpos: si la muerte


está prohibida, entonces las matan; si la violación está prohibida,
entonces las violan, si hay reglas para su circulación, entonces acce-
den a ellas libremente. ¿Es posible sostener, por lo tanto, que nuestro
orden social está amenazado en tanto lo está el pacto patriarcal que
lo constituyó? Ésa es una hipótesis que no puede indagar los estudios
sobre las masculinidades en la criminología, en tanto que no observan
lo que se ha señalado.
Ahora bien, la transgresión puede darse en términos de un refor-
zamiento de la masculinidad vía la violencia cruenta. Sin embargo,
para los cófrades cuyo pacto es violentado, sobre todo por varones
que forman parte de él (como es el caso de los grupos criminales en
nuestro país), el transgresor es un sujeto que no sólo será excluido,
también será mortificado por distintas vías. El terror se hace presente.
Este último es un concepto que usa Amorós para designar las conse-
cuencias de romper un pacto. Si un sujeto falta a su palabra con la que,
imaginariamente, acordó signar el contrato, será castigado, lo cual,
significa, ser tratado como mujer.45
Para el imaginario del contrato sexual/social, existen varias refe-
rencias para designar a aquel que rompe el pacto. Para Hobbes es un
irracional, pues deja de lado la razón, para actuar bajo el mandato de
sus pasiones. Para Locke es un degenerado, una bestia salvaje. Para
Rousseau, se trata de un enemigo, un malhechor, un traidor. Por ello,
los cófrades ofendidos tienen el derecho de castigarlo. El problema es
que ningún ser humano es irracional o una bestia salvaje. Definirlo
así, incluso por haber contravenido a su palabra y romper con ello el
contrato sexual/social, sería ir en contra de los mismos preceptos que
fundamentan el contrato.
Aclaremos: nadie es un desviado o transgresor por nacimiento, pero
gracias al contrato, todos los que forman parte de él lo son virtual y
potencialmente. De esto se trata el terror: gracias a la aplicación de
la ley, todos los cófrades se constituyen en sujetos de la ley y fundan
orden social, pero al mismo tiempo, generan todas esas categorías por

45
A. Howe, Punish and Critique. Towards a Feminist Analysis of Penality. Nueva
York, Routledge, 1994.
Gilberto Morales Arroyo 165

las cuales pueden ser nombrados, excluidos, o en nuestros términos,


feminizados.

El problema de la aplicación de la ley no se limita, entonces, al


respeto de la legalidad o a su representación legítima; atrás de todo
ello siempre actúa una discrecionalidad “no dicha” que incita a la
embriaguez de aquellos que la encarnan. Y es que el orden social
no se explica sólo por su función simbólica (jurídica), sino también
por este imperativo que une, en el juego de la infracción, a los grupos;
dicho con otras palabras, los grupos se organizan en torno a un
margen de transgresión compartido; de este disfrute se alimenta el
lazo entre sus integrantes que se consolida en el juramento y con su
contraparte: el castigo a la traición. El poder es un dominio sexuado,
porque precisamente los cuerpos son su soporte […]46

Ya podemos ver el terror. Se trata del castigo penal, toda vez que se
aplicó o instauró la ley, se trata de la otra cara del contrato que siempre
está mirando a los cófrades y a cada uno de ellos, si faltan a su juramento,
pueden verse reflejado en sus ojos. Precisamente, el castigo penal tiene
como función crear a todo ese crisol de transgresores, sujetos temidos,
pero despreciados por sus antes cófrades; sujetos reducidos a desviados,
anormales, animales salvajes, sujetos irracionales.
A través del ejercicio del poder punitivo, el sujeto es mortificado,
es obliterado, es reducido a los huesos. El traidor se convierte en algo
menos que ser humano, una bestia, algo que despreciar. Ahora bien,
no olvidemos que, para el castigo, como para la ley, el cuerpo es su
soporte, ahí recae, ahí se aplica, ahí se ejerce. Por ello, señala Payá,
se trata de un ejercicio de poder que está cargado de goce. En efecto:
“…el castigo contiene un exceso, un plusvalor erótico que permite
ver que lo que organiza a la comunidad carcelaria es su propia ‘ley’,
ésta se instaura desde su imperativo de goce sobre los cuerpos de los
que se aprovecha económicamente…”47 Se trata de un goce, como

46
Víctor A. Payá, “Los intestinos del Leviatán: poder, escatología y violencia en el
cautiverio forzado”, en M. A. Jiménez, ed., Subversión de la violencia. México, Casa
Juan Pablos / unam, fes Acatlán, 2007, p. 305.
47
Idem.
166 La ritualización del género en la transgresión

sostiene nuestro autor, que gira en torno al binomio pulcro/inmundo: a


los cuerpos, por ejemplo en prisión,48 se les golpea, se les viola, se les
corta (o penetra, como a una mujer, con una punta, arma punzo cortante
fabricada con diversos materiales), se les mancha (con excremento),
se les fuerza a realizar trabajos sin un fin, como limpiar las heces de
un prisionero poderoso, en un lugar previamente aseado o a realizar
aquellos trabajos que imaginariamente realizan las mujeres: limpiar la
celda, lavar la ropa y plancharla, cocinar los alimentos. Son cuerpos
que se sacian del placer por medio de las drogas, por ello una prisión,
al menos en nuestro país, no se sostiene sin las sustancias prohibidas
de las cuales se obtiene también el beneficio económico.49
Por lo tanto, en lugar de sostener que el transgresor es tratado como
mujer, debemos plantear que es feminizado y el castigo, el terror del
pacto sexual/social, se encarga de ello. El transgresor bien pudo haber
hecho uso de la violencia para demostrar su masculinidad, pero es una
demostración que lo desborda, hasta feminizarse: será visto con temor,
pero despreciado a través de todas las mortificaciones a las que se verá
sujeto; pero también saturado de goce, en su cuerpo y por el deseo del
cuerpo de aquellos que están en la misma condición.

Una reflexión por la secante (y que intenta tocar el centro


y romper el pacto). A manera de conclusión

En años recientes, en distintos entornos como el académico y el de las


instituciones políticas, se escucha hablar de las nuevas masculinidades,

48
Lo propio harán los grupos del crimen organizado con el castigo a los infractores
de su propio pacto. No es necesario hablar de todas aquellas ejecuciones violentas y su
exhibición pública una vez muertas las personas castigadas. Como vemos, ese castigo,
nos habla de que, antes hubo un pacto que se debe respetar, otro pacto entre varones.
49
Cf. G. Morales Arroyo, Dispositivo de género: pactos, transgresión y castigo.
Estudio sociológico de mujeres en prisión. México, Universidad Autónoma de Baja
California, 2019; Víctor A. Payá, “Los intestinos del Leviatán: poder, escatología y
violencia en el cautiverio forzado”, en op. cit. y Víctor A. Payá, Vida y muerte en
la cárcel. Estudios sobre la situación institucional de los prisioneros. México, fes-
Acatlán / Plaza y Valdés, 2006.
Gilberto Morales Arroyo 167

para referir a los esfuerzos y acciones de los varones para deconstruir


la masculinidad y así liberarse de las redes de poder de la hegemónica,
y con ello realizar cambios sociales, políticos y culturales del género.50
Sin duda, se trata de un cambio necesario, pero las (nuevas) masculi-
nidades, no son la vía, al menos, desde la academia.
El análisis desde el feminismo y la perspectiva de género sobre la
transgresión lo manifiesta al poner el acento en cuestiones que, por
limitaciones conceptuales, los estudios de las masculinidades no logran
hacer visibles. Si se quiere hacer algo, un cambio desde la academia,
por mínimo que parezca, particularmente con respecto a la violencia
contra las mujeres, es necesario deshacerse del argumento sobre que
la transgresión hace masculinidad.
En todo caso, la transgresión hace género. Esto significa que ritualiza
la simbólica de masculino/femenino. La transgresión es masculina,
pero sólo en un primer nivel y no por ello le corresponde a los varones
(otra cuestión distinta es que la monopolizan). En nuestras sociedades,
ellos pueden transgredir no en tanto hombres sino en tanto sujetos del
pacto que virtualmente pueden contravenir. En un segundo nivel, la
transgresión feminiza al sujeto y, es ahí donde el castigo, como el lado
terrorífico del contrato, despliega todo un performance, donde el goce
es protagonista: intenta en todo momento obliterar al sujeto, lo convierte
en lo otro, en lo salvaje, en un monstruo que es preciso readaptar.
Las mujeres también transgreden en nuestras sociedades, pero al estar
referidas como género y no como sujetos del pacto que funda orden
social, por un lado, no son pensadas como seres capaces de romper el
pacto. Por ello, las criminologías no les han prestado atención como
sujetos de análisis, de ahí que no existan tantos estudios sobre mujeres
transgresoras (salvo los feministas). Al mismo tiempo, son las trans-
gresoras por naturaleza, pues, con respecto a quienes forman el pacto
social, ya son las desviadas a priori. Entonces, para ellas sólo les está
reservado el segundo nivel de la transgresión: la feminización de quien
osa romper con el pacto. Por algo, el feminismo ha demostrado que cas-
tigar a una persona es tratarla como mujer o, mejor dicho, feminizarla.

50
L. Acosta Bustamante, “Aproximación a los estudios de masculinidades. Teoría
y aplicaciones”, en op. cit., p. 36.
168 La ritualización del género en la transgresión

El problema, entonces, no se localiza sólo en la masculinidad(es),


pues éstas son definidas por los pactos que convalida y reconoce a los
sujetos como capaces de ser interpelados por el orden social constituido
por dichas convenciones (o que, en su caso, enfrentan abiertamente):
sujetos que son constituido como iguales (el imaginario de las socie-
dades modernas) o jerarquizados mediante raceros particulares (como
suele ocurrir en los grupos del crimen organizado). Es pertinente volver
a preguntar: ¿qué de malo hay en una masculinidad del imaginario
moderno? Se trata de una que se construye desde la racionalidad, que
observa los mecanismos que establecen el orden social, por ejemplo,
para ejercer el poder político (todos, potencialmente tienen un turno pa-
ra ejercerlo) o para dirimir conflictos. Al parecer es una masculinidad
deseada y deseable.
En absoluto. La transgresión como un hecho social que ritualiza
una lógica de género, demuestra que este orden social, y por lo tanto
la masculinidad que interpela a los sujetos que lo constituye mediante
el contrato sexual/social, tiene en su centro un lado siniestro: la cons-
titución de la otredad desde lo femenino y, por otro lado, la heterode-
signación de las mujeres.
Hay que repensar pues, qué tipo de pactos constituimos y qué circula
en esas transacciones y transgresiones. Como varones no es posible
hacer nada si no cuestionamos los mecanismos sociales mediante los
cuales nos constituimos como varones y nos comprendemos como
sujetos capaces de ejercer cualquier tipo de masculinidad, con todas
las implicaciones significantes que ello conlleve, por ejemplo, concebir
a las mujeres como susceptibles de ser violentadas, acosadas, golpea-
das. Es necesario preguntarnos qué de nuestra seguridad ontológica
como varones y de nuestras masculinidades se ponen en juego cuando
convalidamos prácticas como el acoso o la violencia sexual hacia las
mujeres por parte de nuestros colegas (profesores, reporteros, activistas,
políticos). Es necesario repensar por qué descalificamos (o burlamos de)
los estudios feministas y, cuando se presenta el caso de tomar prestada
una categoría de su derrotero teórico, no lo reconocemos ni citamos a
sus autoras. Es necesario cuestionar por qué nuestras resistencias a las
leyes de paridad, al respeto de los lugares reservados, a los protocolos
para erradicar y atender la violencia sexual. Por qué siempre deseamos
Gilberto Morales Arroyo 169

ser protagonistas en discusiones que les competen o inmiscuirnos en


espacios que han construido y reservado para ellas. Es necesario pensar
por qué, ante estos señalamientos, la respuesta siempre es: “yo no soy
así”, “yo no soy machista”, “yo no acoso”, “yo dejo que ellas decidan”,
“yo no golpeo a las mujeres, yo las cuido”.
Al parecer hay algo más que la pérdida de privilegios. Quizá se
trata de miedos y ansiedades que están más allá de perder un puesto de
trabajo, de señalar y denunciar a un colega (o de ser el denunciado o
señalado), de caer en cuenta que la meritocracia no depende tanto de
los méritos, de reconocer que las producciones teóricas del feminismo
son válidas, legítimas y necesarias. Quizá nos cuesta reconocer que no
hay diferencias entre las mujeres y los hombres. Quizá se trate de un
temor a saber que aquello que nos constituye es tan frágil como nuestras
propias masculinidades, cualquiera que ésta sea, hegemónica o no. ¿Por
qué deseamos la masculinidad? ¿Por qué los medios para acceder a ella
y ejercerla está el modo en que se piensa lo femenino?
Cuerpo, masculinidades y jóvenes. El caso de los cholos
en Ciudad Juárez
SALVADOR CRUZ SIERRA

Introducción

La construcción del género masculino en jóvenes varones precarizados


compromete y entrelaza diversas categorías de distinción social; como la
clase y origen social, la orientación sexual y la etnia, pero también unidas
a otras desigualdades dinámicas como la ocupación, el capital cultural
y sexual que, en conjunto, participan en la disputa por el sentido de ser
hombres y por ocupar el mejor posicionamiento en las jerarquías que las
masculinidades dominantes imponen. Esto implica el reconocimiento
de los otros y la pugna para ocupar una posición de prestigio personal
y grupal. En esta construcción, el cuerpo no es un mero receptáculo
de las experiencias que dejan los embates que el contexto económico
y sociocultural les permite, sino también requiere su disciplinamiento,
control y performatividad que permita mostrar cuán hombres son. Las
masculinidades precarizadas viven en cuerpo propio las violencias pero
también las maneras de otorgarle goce, placer y felicidad.

Las masculinidades

Para pensar la masculinidad en los cuerpos juveniles en Ciudad


Juárez, es importante hacer un recorrido histórico-explicativo, no
extensivo, pero sí un referente con el cual partir, pues cuando se habla
de la construcción de identidades y/o subjetividades masculinas en
los cuerpos jóvenes, es fundamental situarlos en tiempo, espacio y
contexto sociocultural, ya que existe una gran diversidad de formas
de ser hombre, así como masculinidades hegemónicas y contrahe-
171
172 Cuerpo, masculinidades y jóvenes

gemónicas. Por eso la importancia de ubicar desde dónde y sobre de


quién o quiénes se habla.
En este sentido, la presente reflexión aborda el caso específico de
jóvenes que se adscriben a la identidad chola y que corresponden a
una juventud precarizada. No todas las juventudes están en las mismas
condiciones, por lo que en este caso se tomará la población más gol-
peada y afectada por la violencia generada por el crimen organizado y,
particularmente, por la narcoviolencia. Misma que en Ciudad Juárez
ha dejado por lo menos 4 000 jóvenes asesinados de manera violenta,
en el periodo 2008-2019.
Así pues, es importante hacer referencia a la categoría de juventud,
misma que los juvenólogos han trabajado desde diferentes disciplinas
de las ciencias sociales, sin embargo, siempre queda la interrogante de
por qué es importante estudiar a los jóvenes o por qué es importante
tratar el tema de la juventud. Precisamente José Manuel Valenzuela1
habla del juvenicidio, término que favorece a un proceso de aniquilación
física o moral de hombres y mujeres jóvenes pobres, excluidos de los
beneficios sociales, y en muchos casos desincorporados de la escuela, lo
que implica una condición de daño persistente que remarca su estigma
y marginalidad, llegando casi al exterminio de esta población. Así pues,
el juvenicidio consta de varios elementos que incluyen precarización,
pobreza, desigualdad, estigmatización y estereotipamiento de conduc-
tas juveniles (de maneara especial de algunos grupos y sectores). Lo
cual también genera ambientes propicios para las prácticas violentas
entre jóvenes, pero no sólo es un fenómeno que se pueda identificar en
México, sino en toda Latinoamérica.
La conceptualización de la categoría joven no deja de tener sus
complejidades. Aunque los distintos organismos internacionales han
puesto los mecanismos para determinar quién se considera joven y
quién no, esto para la implementación de políticas públicas, ha tenido
que decidir a qué población se va atender con base en un criterio de
edad. De manera que hay quienes señalan que de los 18 a los 29 años

1
J. M. Valenzuela, Juvenicidio: Ayotzinapa y las vidas precarias en América
Latina. Barcelona, Ned Ediciones, 2015.
Salvador Cruz Sierra 173

se es joven, pero también otros lo consideran entre los 16 a 24 años. Sin


embargo, tomar el criterio de edad es muy reduccionista, por lo que otras
aproximaciones han considerado más pertinente apelar a la condición
de lo juvenil, que tiene que ver con formas culturales, subculturas y
estilos de vida de las poblaciones jóvenes, aunque históricamente se
han construido imaginarios y estereotipos de lo que es ser joven. Es
decir, creencias que se construyen de estos/as jóvenes que les vincula
a la rebeldía, transgresión, inestabilidad, etcétera.
Estas concepciones y percepciones han sido muy criticadas porque
describen a los jóvenes como sujetos en construcción, en proceso
de maduración, dando pauta a negarles el reconocimiento como su-
jetos de derecho, minimizando esta cuestión aludiendo a actitudes,
comportamientos, valores, gustos musicales o vestimentas poco
comprensibles para la mirada adulta, misma que, en algunos casos,
hace reforzar el estigma sobre la persona joven. Entonces, podemos
entender que la categoría de la juventud no necesariamente se agota
en el criterio etario, sino que se suman otros elementos culturales,
sociales, económicos y simbólicos que ubican también a otros indi-
viduos en esta categoría.
El mismo Valenzuela habla de otro factor muy importante, la cul-
tura, a la que plantea como biocultura. También la autoadscripción
o heteroadscripción a la categoría joven depende de las formas de
significar la juventud en contraste con la adultez, las formas prescritas
de roles y papeles sociales, las condiciones de explotación laboral, o
el nivel de marginalidad que imposibilita el acceso a salud, alimen-
tación, educación, cultura, deporte, de niños y niñas pobres, hace que
la percepción y designación de ser joven sea muy relativa; un niño de
13 años que ya es padre, un niño de 15 que ha trabajado en el campo
o en la construcción sin cuidado alguno, hace que el proceso de ave-
jentamiento sea más rápido. En estos grupos de jóvenes es más común
que el cuerpo envejezca más rápido por todo a lo que se le somete.
Por otra parte, la categoría de la masculinidad, abordado desde los
estudios de género y de la cual se ha escrito mucho, ha priorizado el
tema del poder, del ejercicio de poder de los hombres respecto de las
mujeres. Para algunas(os) teóricas de la masculinidad, por ejemplo
174 Cuerpo, masculinidades y jóvenes

Raywen Connell,2 se trata de una posición en las relaciones de género.


Esto tiene implicaciones en el cuerpo, en lo social, en lo cultural, en
las formas de vínculo interpersonal, en las instituciones, entre otros
aspectos.
Desde este punto de vista, pensar en la masculinidad implica tener
claro que en las formas de vida y organización social, que se construyen
a partir de lo masculino y lo femenino, es inherente el eje de poder.
En este sentido, la masculinidad puede entenderse como una lógica
de reproducción de un poder asimétrico entre los géneros, habla del
patriarcado, de la dominación masculina y, por tanto, de un privilegio
del grupo de los hombres por su pertenencía a este colectivo, en de-
cremento de las mujeres. En décadas anteriores comenzó la discusión
en relación con lo que las mujeres ya habían pensado y planteado, de
que no existe “la mujer”, ni tampoco “la feminidad”, sino “las mu-
jeres”. En este sentido, también en el caso de la masculinidad se ha
remarcado la pluralidad, de que hay muchas maneras de ser hombre,
muchas formas en que se han configurado las masculinidades, no una
hegemonía sino varias hegemonías, contrahegemonías u otras formas
emergentes de ser hombre.
Pensar cómo se construye este sujeto masculino, en esas edades de la
juventud, es un tema interesante porque precisa la conjugación de
una serie de factores que, en su materialización, hacen que este sujeto
sea reconocible, adquiera un rostro, se identifique con su propio cuerpo
y con los de los otros. Estos ejercicios tienen al cuerpo como elemento
central, pues no es solamente su complexión, tamaño, posturas, formas
en sus movimientos, sino también en la emocionalidad, en la afectividad.
Porque somos cuerpo y en este cuerpo se vive y se experimenta el amor,

2
“La masculinidad como lo que-los-hombres-empíricamente-son, es tener en
mente el uso por el cual llamamos a algunas mujeres masculinas y a algunos hombres
femeninos, o a algunas acciones o actitudes masculinas o femeninas, sin considerar a
quienes las realizan. Éste no es un uso trivial de los términos. Es crucial, por ejemplo,
para el pensamiento psicoanalítico sobre las contradicciones dentro de la personali-
dad” (R. W. Connell, “La organización social de la masculinidad”, en Carlos Lomas,
coord., ¿Todos los hombres son iguales?: identidades masculinas y cambios sociales.
Barcelona, Paidós, 1997, p. 4).
Salvador Cruz Sierra 175

gozo, placer, odio, venganza, coraje, vergüenza; todos los sentimientos


y sensaciones. Todo se presenta y representa.
El cuerpo sería lo que concreta la interseccionalidad de diversos ele-
mentos, pues son cuerpos generizados, racializados, sexuados, cuerpos
que pertenecen a una clase social, de manera que no son componentes
separados, sino al contrario, son una concatenación que conjunta
todos estos elementos y, entonces, verse concretados en un individuo
específico. Dicho cuerpo se identifica a sí mismo y es identificado por
otros perteneciente a una clase social, junto a una identidad de género,
binaria o no, y hasta atreviéndose a decir mucho, identificar el deseo o
la práctica erótica simplemente con mirarle.
Ahora, es importante centrar la reflexión en un sujeto joven especí-
fico, es decir, en una categoría social específica de estas juventudes y
masculinidades jóvenes. En este caso, el análisis va dirigido al sujeto
denominado cholo. Éste, caracterizado por una carga de prejuicio y
estigma que porta su cuerpo, su forma de vestir, su actitud, sus prácticas,
sus gustos. Es pues un ejemplo donde se concretizan y materializan
corporalmente las consignas sociales y culturales de la imagen del
joven precarizado.
Hablar del cholo, es reconocer su devenir como sujeto social, en
tanto construcción histórico-sociocultural, en una sociedad de fuertes
distinciones étnicas y de clase; jóvenes que también se disputan el sen-
tido de ser hombres en el campo de significación de la masculinidad,
esto en una sociedad patriarcal y adultocéntrica. Si la disputa es por
la significación y reconocimiento de lo que se supone quién es o no
hombre, a quién se le reconoce o no en esta categoría. Esto es muy
interesante porque desde el campo de la masculinidad es ver cómo
estas masculinidades se diferencian y, a veces, se confrontan o dispu-
tan el reconocimiento de ser hombre a cabalidad. Si se habla de una
masculinidad dominante, de una masculinidad hegemónica, refiere a
hombres adultos, de clase media, heterosexuales, blancos, que les gusta
el deporte (Kimmel), cuya aceptación está dada de antemano, pero muy
pocos alcanzan a llenar estos requisitos. Por el contrario, están aquellos
que son jóvenes, pobres, desempleados, con tendencia a la violencia y
a la transgresión, representan otras masculinidades subordinadas que
no alcanzan el reconocimiento de ser un hombre acabado, pues, desde
176 Cuerpo, masculinidades y jóvenes

la mirada adultocéntrica, el joven está en proceso de pasar de niño a


hombre. Así, su ser hombre puede ser cuestionado. Tal parece que a los
jóvenes no se les reconoce un sentido de madurez, ni de derecho, ni
reconocimiento, incluso de una identidad. Por ende, se dice que están
en búsqueda de identidad, entonces ¿en qué identidad están? Y ¿a qué
identidad hay que llegar?
En el caso de los jóvenes marginados, éstos tienen que mostrar
ciertas actitudes y comportamientos para lograr aprobación, estatus
o legitimidad como hombres. Toda una serie de elementos culturales,
sociales y hasta jurídico-legales; mayoría de edad, gusto por las mu-
jeres, tener novia o ser casado, haber procreado, ser buen proveedor,
entre otras cosas.
En la construcción del género, niños y niñas desde edades muy
tempranas identifican a qué género pertenecen. Sin embargo, en el caso
de las y los jóvenes siempre se encuentran en disputa por el sentido y
reconocimiento de su identidad de género, pero de manera más sen-
sible es la disputa por ser hombre. En consecuencia, en el caso de los
“cholos” se concatenan diversos elementos; se es cholo porque se es
joven, se es joven porque se participa en el barrio, porque se defiende
el territorio, porque gusta la diversión, se disfruta del alcohol y drogas,
andar con las amigas o los amigos. Pero también se es cholo porque no
se es fresa, no se es vaquero o cualquier otra identidad juvenil. Ser cholo
es porque se es y se tira barrio, se es pobre y se vive la marginalidad en
carne propia. Pero también se es cholo porque se es ser heterosexual.
La imagen del cholo y el estigma que recae sobre éstos no han sido
las únicas en la historia de nuestro país, la representación de los jóvenes
marginados no es nueva. Samuel Ramos (1956) ya hablaba del pelado,3

3
El pelado “asocia su concepto de hombría con el de nacionalidad como si la
valentía fuera la nota peculiar del carácter mexicano ‘la frecuencia de las manifes-
taciones patrióticas y colectivas es un símbolo de que el mexicano está inseguro del
valor de su nacionalidad’. ‘El mexicano es pasional, agresivo y guerrero por debilidad’.
El deseo más fuerte e íntimo de los mexicanos es ser el hombre que predomina entre
los demás por su valentía y su poder” (G. Zabludovsky, “Samuel Ramos y su visión
sobre lo mexicano”, en Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 36(146),
1991, p. 184). Cf. Claude Fell, “Vuelta a ‘El laberinto de la soledad’: conversación
con Octavio Paz”, en Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien, núm. 25, Presses
Salvador Cruz Sierra 177

también de manera muy despectiva Octavio Paz (1975) ya mencionaba


a los pachucos. Es en la película Los olvidados, del director Luis Buñuel
(1950), donde se observaban estas juventudes precarizadas que ya se
presentaban violentas, como un problema para la comunidad y para la
sociedad en general.
Pero no es lo mismo pensar en las juventudes del sur del país, del
centro o del norte. Si bien se puede hablar de modelos hegemónicos
o formas dominantes de masculinidad, siempre es importante retomar
el contexto cultural al que corresponden. Por ejemplo, en el caso de la
Ciudad de México, existieron pandillas y fueros identificadas a finales
de los setenta y principios de los ochenta, pues ya estaban “los panchi-
tos” y muchas otras pandillas, pero el devenir de estas subjetividades
es diferente dependiendo la región y contexto cultural en que emergen.
Por lo anterior, es importante identificar las características de la po-
blación del norte del país, y es que el norte es marcadamente diferente
al centro y sur del país. Las formas y la construcción de género, desde
los primeros asentamientos humanos en esta región, fueron marcadas
por prácticas particulares, desde la disputa de los territorios tanto de es-
pañoles que llegaron al sur de Estados Unidos, como de las poblaciones
originarias, como los apaches, así como los mestizos. El mestizaje local
da una población más blanca y no de piel tan oscura, como el centro y
sur del país. Esto ha generado una distinción importante, pues hay un
clasismo y racismo ya identificado al norte del país. Y que estas formas
de construcción de identidad regional conlleva una serie de sentidos y
significados relacionados con el ser hombre o mujer norteños.
Los hombres norteños, al menos los de la Sierra de Chihuahua, desde
finales del siglo xix, van construyendo una serie de valores asociados al
ser hombres; el ser independientes, luchadores, trabajadores, valientes,
va marcando una discursiva en torno al honor masculino, que permea
en todas las capas sociales, de manera que se van construyendo toda
una serie de representaciones que perduran en la actualidad. Sin em-
bargo, se deben contemplar dos aspectos importantes: el primero, la
construcción del ser hombre en el norte de México ha tomado como

Universitaires du Midi, 1975, pp. 171-189, y Juan Hernández Luna, Samuel Ramos (su
filosofía sobre lo mexicano). México, unam, 1956.
178 Cuerpo, masculinidades y jóvenes

referentes el centro del país, que contrasta con ser hombre del sur, pues
existe cierta desvalorización a lo indígena; por otra parte, el estado o la
misma Ciudad Juárez adiciona el factor frontera. Pensar la frontera como
un agente activo que también posibilita una construcción específica de
subjetividad masculina.
Ciudad Juárez se ha visto caracterizada por distintos fenómenos
que han coadyuvado también al constructo del ser hombre. Es el caso
de la Revolución mexicana, Pancho Villa y todo lo que representa su
personaje; Pancho Villa y sus dos viejas en la orilla, es decir, esta re-
presentación de la hombría va alimentando a la cultura de género y, de
forma específica, al significado, sentido y representación de ser hombre.
Pero lo que caracteriza a esta frontera, además de la migración, la
maquiladora, es una franja de indeterminación, zona gris, donde aparece
un agujero en la ley, donde los fenómenos como el narcotráfico y la
delincuencia organizada adquirían y adquieren franca presencia y formas
claras de su hacer, justamente por la cercanía y vínculo con Estados
Unidos. En el mismo orden de ideas, lo que representa Ciudad Juárez y
Tijuana, en México, tanto para el resto de la población en el país como
para Estados Unidos, tiene que ver con que han sido imaginados como lu-
gares de vicio, de perdición, de la criminalidad. Cabe señalar que hay
particularidades que tienen que ver con esto, también hay otros mundos
que corren paralelamente, y que en esta heterogeneidad emergen formas
también diversas de masculinidad, pero las más visibles y golpeadas
por la violencia han sido las más precarizadas; por ejemplo, las de los
cholos o pandilleros.
El devenir de los jóvenes que se adscriben a esta categoría es
producto de un proceso histórico. Estamos hablando de un fenómeno
transnacional y transfronterizo que tiene que ver con esas identidades
juveniles desafiantes: del pachuco al cholo. El pachuco fue teniendo
visibilidad en los años treinta, cuarenta y cincuenta en la ciudad de Los
Ángeles y en Tijuana, es pues, que aparecen estos jóvenes mexicanos,
en algunas ocasiones ya mexicoamericanos, pero que pertenecían a los
barrios obreros, barrios de latinos, a los barrios marginados que tenían
que enfrentarse con otras poblaciones: los jóvenes centroamericanos,
afrodescendientes, en cierto sentido, tenía que ver con la disputa por
los territorios y por la masculinidad.
Salvador Cruz Sierra 179

Posterior a los pachucos, surgen los maras,4 que junto con los
pachucos representan identidades desafiantes, sus dinámicas y convi-
vencia se inscriben en la violencia, posteriormente surgen los cholos.
Los cholos tienen mayor visibilidad y presencia en los años sesenta y
setenta en Tijuana y en Ciudad Juárez en los setenta, toda esta parte
histórica de los antecedentes va construyendo toda una identidad,
toda una imagen que implica lo transnacional, lo transfronterizo; un
fenómeno que llega a tener presencia no sólo en México sino también
en Centroamérica, y recientemente se han identificado grupos simi-
lares en Barcelona, en otras ciudades de Estados Unidos y Canadá,
convirtiéndose en un fenómeno que ha trascendido las fronteras. Lo
que habría que subrayar es que a estos jóvenes se les ve o identifica
como un problema social.
Hablar del joven cholo es hablar de un sujeto en proceso de mascu-
linización, que se hace en el hacer a partir de la violencia, lo que Judith
Butler5 menciona sobre la performatividad del género,6 que refiere a que
el sujeto es el resultado del proceso de ir adquiriendo, representando y
exteriorizando prácticas corporales y culturales diversas, una de ellas es
la violencia, ello, con el fin de ir afianzando una identidad, de pertenecer
al colectivo masculino y contar con la aprobación y reconocimiento de
su ser hombre.

4
“Muchos jóvenes integrantes de las pandillas de Los Ángeles y de otras ciudades
de Estados Unidos, fueron deportados y regresaron a sus lugares de origen donde se
integraron a las pandillas locales, produciéndose una transculturización que originó
las grandes estructuras pandilleras hoy conocidas como maras” (J. M. Ventura, Maras
en El Salvador y su relación con el crimen organizado transnacional. Friedrich-Ebert-
Stiftung, Policy Paper, 31, 2010, p. 2).
5
J. Butler, El género en disputa. México, Paidós, 2001.
6
“En otras palabras, para la teoría de la performatividad de género, el/la sujeto/a
excluido/a, innombrable, abyecto/a, anormal es el efecto de la producción de una red
de dispositivos de saber/poder, que Judith Butler, en términos modernos y apoyándose
en el citado concepto lingüístico de John Austin, reelaborado por Jacques Derrida, de
enunciado performativo, caracterizará en unos de sus últimos trabajos, como sigue:
El ‘sujeto’ es el resultado del proceso de subjetivación, de interpretación, de asumir
performativamente alguna ‘posición fija del sujeto’” (C. A. D. Acosta, “Judith Butler
y la teoría de la performatividad de género”, en Revista de Educación y Pensamiento,
(17), 2010, p. 88.
180 Cuerpo, masculinidades y jóvenes

Cuando a un joven marginado se le pregunta —oye tú, qué onda


contigo, tú ¿qué te consideras? —No, yo soy un cholo. —¿Por qué
eres cholo? —Porque yo tiro barrio, porque yo soy del barrio y per-
tenezco al barrio. ¿Qué significa esto?, que el barrio y, por ende, su
territorio, constituye un componente fundamental en la construcción
de esta subjetividad que llamamos masculina. En términos de que el
niño se socializa en la calle, en el entendido de que ocupa y mora en
la esquina, conformando o construyendo formas de socialización con
otros jóvenes, estos grupos que se denominan pandillas, clicas, bandas,
etcétera. Éste es el espacio que permite los ejercicios performativos del
género masculino de los hombres, que conlleva procesos donde van
adquiriendo formas masculinas y gestos de lo juvenil que caracterizan
a este sujeto llamado cholo.
Cuando se les pregunta ¿qué es ser cholo? La respuesta es ser retador
y hacerla de bule7 a los demás sin tenerle miedo a nadie. Se puede hablar
de prácticas de violencia. Se trata de saber defenderse, saber pelear;
saben y han experimentado derrotas y victorias en muchos pleitos, pero
se trata de no dejarse vencer a la primera, y es de aprender justamente
no sólo el hecho en sí mismo de pelear, sino defender el barrio que es
saber apedrear, enfierrar, vengar a los amigos caídos. Prácticas corpora-
les de violencia y lenguajes que hacen referencia a disputas simbólicas
y materiales por el territorio, por defender su barrio.
En Ciudad Juárez, a finales de los noventa, todavía existían las fron-
teras invisibles, por ejemplo, los jóvenes que vivían en algún barrio de
determinada colonia no podían pasar por determinadas calles porque ya
era otro barrio, otra pandilla era la que dominaba ese territorio y quién
osadamente pasara por ese territorio, y no pertenecía al barrio, podía
ser golpeado y no sólo eso, sino ponía en riesgo la vida.
El sentido del territorio, y lo que implica en las formas de sociali-
zación masculinas, se inscribe en estas prácticas performativas de la
masculinidad; de sentir la adrenalina, de saber pelear, de sentir la ira, de
sentir el orgullo de defender el barrio. De estos valores que se tenían el
no permitir violentar a las mujeres o las personas viejas que pertenecían
al barrio, así como el prohibir los robos dentro de las viviendas que se

7
Bule lo refieren como provocar pleito a otros hombres, retarlos.
Salvador Cruz Sierra 181

encontraban dentro del territorio. Era como el orgullo de pertenecer


al barrio, de tirar barrio, de ser de barrio y, por lo tanto, de ser cholo.
Aunado a lo anterior, no sólo se asocia el ser cholo con ocupar el
espacio público, la esquina, la calle, la banqueta, sino también este
sentido de ser joven se da de disfrutar de la droga, el consumir droga.
En décadas pasadas prevalecía el consumo de marihuana, actualmente
toda una variedad de drogas. Pero ese consumo de droga era lo que los
jóvenes lo relacionaban con “la vida loca”, y es que cuando se refieren
a este concepto de la vida loca implica toda esta serie de elementos
que tienen que ver con otras praxis, como el ejercicio de la sexualidad,
qué consumo cultural, a qué se somete el cuerpo, a qué gustos, cómo
visto el cuerpo, etcétera. Entonces la vida loca tiene que ver con sexo,
alcohol, otras drogas, violencia, entre otros aspectos.
En lo concerniente a la apariencia chola, también lo que se tenía con
la idea del cholo, de la imagen estereotipada que quedó de los cholos
de los años sesenta y setenta, con los pantalones caídos, la ropa holgada,
el paliacate, los tatuajes, que aún en la actualidad prevalece como
reminiscencia esa imagen del cholo, ahora ha sido adaptada por otras
modas y diversificación de gustos; como por ejemplo la predilección de
ropa de marca, uso de gorras, tenis comerciales, gustos por la tendencia
vaquera, música de banda o norteña, narcocorridos, o el baile y música
pop, entre otros.
Los grupos sociales y las formas de socialidad juveniles implican
estos elementos del territorio y los ejercicios performativos de la
masculinidad para la construcción de estas subjetividades jóvenes y
masculinas, el sentido de ser varones y jóvenes. Y a pesar de que estos
modos eran vigentes hace apenas una década, lo que ha pasado en los
últimos nueve u ocho años ha generado un cambio significativo, no
solamente por los cambios culturales inherentes a la misma vida social,
sino que han sido factores estratégicos como el crimen organizado o el
narcotráfico que han venido a generar cambios muy importantes, de todo
orden, hasta de identidad, sin embargo, aún prevalece en los discursos,
en el imaginario, en las prácticas que se ven en la cotidianidad están
marcadas por esos referentes.
La imagen rancia del cholo de pantalones tumbados y camisa holgada
se ha transformado, actualmente no se puede decir que los cholos vivan
182 Cuerpo, masculinidades y jóvenes

así. Cuando no tienen esta apariencia, hacen referencia a que lo cholo lo


llevo por dentro. Porque habrá que recordar que tuvieron que quitarse
los tatuajes, ocultarlos, o tuvieron que cambiar la forma de vestimenta
por la criminalización y el hostigamiento de la policía.
En congruencia, ahora hay jóvenes que dicen yo soy un cholo renova-
do. ¿Qué es ser un cholo renovado? Es, pues, que tal vez ya no les gusta
el hip hop o lo que fue el grupo de Cártel de Santa, sino que les gusta la
música electrónica, usan pantalones ajustados, usan prendas hollister,
american eagle, flexi, entre otras. Marcas que los jóvenes están utilizando
y que les da un sentido de pertenencia y de sentido a esta categoría de ser
hombre; gustos en la música, en el modo de vestir, de actuar, en definitiva
todo va generando una transformación.
Para los que tienen treinta o más años el territorio constituía un agente
fundamental en la construcción de la identidad masculina, sin embargo,
el narcotráfico también vino a transformar lo que eran estos territorios.
Las disputas que hacían en aquellos años eran por defender el nombre
del barrio, pero con el narcotráfico, cambió la forma de administrar
estas poblaciones, pues los dirigentes de los grupos criminales ex-
plotaron las maneras de vida juveniles precarizadas, sus identidades
estigmatizadas, estos modos de la masculinidad violenta, y que ahora
se exacerba con un modo de ser masculino más cruel, en el caso de los
sicarios y descuartizadores.
En la actualidad a los jóvenes se les ha despojado de ese sentido de
territorio heredado de sus padres y abuelos, y se les controla por la terri-
torialización de la distribución de droga, se les despojó de la costumbre
de las piedras, palos, barillas y cuchillos que utilizaban para las peleas
campales que tenían en los barrios, y se les arma, se les da armas para
asesinar. Los cholos que estaban en las prisiones en Estados Unidos y
México son los que ven de manera más clara la forma de administración
de estos jóvenes y sus territorios con la estrategia que implementa el
crimen organizado. Buscan a estas poblaciones jóvenes y les invitan a
incorporarse a las filas del crimen organizado. Cabe señalar que no todos
los jóvenes tenían que ser parte de alguna pandilla catalogada como
de alta peligrosidad o criminalidad. En otros tiempos, por ejemplo, en
los años ochenta algunas pandillas llevaban a cabo robos a transeúntes,
robo a casa habitación o a negocios, pero estos robos formaban parte
Salvador Cruz Sierra 183

de esas prácticas de la masculinidad; el ser decididos, no temerosos,


responder a las exigencias del grupo.
Así pues, estos jóvenes en ese sentido de masculinidad, de ser reco-
nocidos como hombres; el ser buenos proveedores, el tener dinero para
gastar, invitar a unos compas (amigos), invitar a las morras (mujeres) a
bailar o de invitarles un helado, etcétera. Esto también forma parte de
sus modus operandi de pandilla de asaltar, algunos lo hicieron otros no
lo hicieron. Otro asunto es el crimen organizado y lo que explota de los
jóvenes, como aquellas bandas que son los brazos armados de los cár-
teles. En Ciudad Juárez tiene una presencia territorial lo que son los
doble AA (Artistas Asesinos) que surgen en un barrio específico de la
ciudad y son quienes se integran a estos grupos del crimen, a estas activi-
dades del sicariato, no todos los que formaban pandillas, al parecer, sólo
algunos del barrio. Pero quienes se integraron a estos grupos del crimen
o a estas actividades del sicariato son los que principalmente eran los
líderes. Algunos jóvenes se referían a ellos como “son los más locos”.
En este tenor, la razonabilidad como característica propia de la
masculinidad, que en algunos momentos se llega a pensar en términos
de las masculinidades occidentales, terminan difiriendo con estas otras
masculinidades precarizadas, donde la adrenalina, la emoción y el ries-
go tienen una presencia muy importante en la praxis y en el discurso de
estos jóvenes. Territorio, identidad y prácticas se ven trastocadas por
estos otros factores externos a las dinámicas de sociabilidad juvenil.
Otros elementos importantes para pensar el cuerpo juvenil lo cons-
tituyen la afectividad y sexualidad, se palpan en el cuerpo-carne. En
el sentido que adquiere la vida loca incluye, además del consumo de
drogas, las prácticas sexuales, que tiene ver con la exigencia de demos-
trar a los otros que se puede estar de novio no sólo con una mujer sino
con varias, o tener sexo con diversas mujeres.
Los cholos de ahora, en otras palabras, los cholos renovados, hablan
de sus salientes. Ser saliente no es estar de novios, sino un interés se-
xual pasajero sin compromiso afectivo, porque también el sentido del
noviazgo ha sido trastocado. Situación paradójica que se complejiza
en un querer ser un hombre no machista, pero a su vez acompañado de
prácticas en donde la mujer es demeritada en su valía por el ejercicio
de su sexualidad, sin cuestionar el privilegio masculino de la poligamia.
184 Cuerpo, masculinidades y jóvenes

Por otro lado, los jóvenes hacen alusión a que una de las razones para
salirse de la pandilla era, además de la edad, el vínculo afectivo que
les permitía comenzar una familia. Pues no solo cambia el estatus civil
sino también su identidad.
En contraste, hay una distinción entre los jóvenes y los vetera-
nos. Los veteranos, quienes ya pasaron la etapa de ser cholo, de la ju-
ventud. Los veteranos dejaron la pandilla, entre otras razones, porque
se enamoraban, conocían a una joven, que era o no de la pandilla, o
llegaba el primer hijo o hija, la paternidad era otra razón que posibilitaba
dejar la vida loca. En términos generales, la sexualidad y la afectividad
en la juventud, son y han sido aspectos complejos, pero de una alta re-
levancia para la identidad y el bienestar emocional de los jóvenes. Por
otra parte, estos jóvenes se manejan mucho con los binarismos donde
hay el bueno y el malo, el odio y el amor, lo masculino y femenino,
matar o morir. Son formas quizás más rígidas a las que pudieran tener
otras masculinidades.

A manera de cierre

Diversas formas de expresiones identitarias, prácticas socioculturales y


corporales, así como ejercicios performativos de género, envuelven a
hombres y mujeres jóvenes, en ejercicios de reconfiguración, resigni-
ficación y transformación en las maneras de concebirse como jóvenes,
pues emergen, subsisten y persisten identidades como la de los cholos
renovados, fresas, cheros, y que, junto con otras formas de expresiones,
como las identidades sexuales y de género, se amplía la gama de la di-
versidad social juvenil, como los jóvenes que luchan por sus derechos:
gays, lesbianas, bisexuales, transexuales o no binarios.
Todas estas formas de desarrollar un autoconcepto y de representarse
ante los demás, disputan su sentido de identidad como hombres o mu-
jeres jóvenes, inmersos en una sociedad donde la violencia ha impreso
en sus cuerpos los efectos lacerantes, particularmente de las formas
más cruentas, tales como discriminación, exclusión, criminalización
y muerte que, en conjunto, representan los costos de una sociedad
heteropatriarcal, adultocéntrica, clasista y racista.
Salvador Cruz Sierra 185

La condición de la población joven en condición de pobreza y, por


ende, en exclusión social, se ha visto agravada tanto por el crimen
organizado como por las políticas de seguridad. Las condiciones de
vulnerabilidad que apresan a los jóvenes, especialmente varones y
precarizados, con prácticas pandilleriles y posibles trasgresores de la
ley, usuarios de drogas y desatendidos de la política social, les ha puesto
como blanco de la violencia más cruel y letal.
Ciudad Juárez, como escenario en el que emergen estas juventudes
precarizadas y asesinables, que pertenecen a los sectores marginales,
ha suministrado las condiciones para que estos sectores de la población
crezcan y asuman la exclusión y opresión de la que han sido objeto por
décadas. A su vez, la ciudad también provee los modelos que sirven de
referente a niños, adolescentes y jóvenes para asimilarse a las maneras
más dañosas de ser hombres; como las de ser capos o sicarios.
Estas juventudes han cuestionado la dicotomía víctima-victimario,
pues son ellos mismos quienes también se posicionan como verdugos.
Con ello, muestran su vulnerabilidad y posición subalterna como jó-
venes precarizados y como masculinidades que protestan. El rostro de
esta violencia se ha centrado en los pandilleros, a los que también se
les llama “cholos”.
La violencia social, a partir de la experiencia en Ciudad Juárez,
parece basarse y caracterizarse como aquella que opera con base en
las desigualdades estructurales, pero también vinculado a ello los
estereotipos, prejuicios y distinciones de clase, origen social, de géne-
ro, de orientación sexual, de edad, de etnia, gustos de vestir o adornar
el cuerpo. Pues parte importante de estas víctimas han sido jóvenes
tatuados, con apariencia o vestimenta tipo cholo, usuarios de drogas
o disidentes de la norma heterosexual; tanto a los cuerpos asidos a la
feminidad, como los hombres gay, o bien, aquellos a quien se les niega
la ciudadanía masculina como los hombres transexuales, pues esta
ciudad no ha escapado a los crímenes por homofobia o transfobia.
La vida loca, el destrampe, el desmadre, en los jóvenes de barrio,
se recrea en la diversión homosocial masculina, el consumo de drogas,
conquistar mujeres y, en otros casos, tener sexo abasto con ellas. El
impulso sexual emana del cuerpo joven como mandato y componente
de hombre normal, de hombre a cabalidad.
186 Cuerpo, masculinidades y jóvenes

El cuerpo joven, del que emana la adrenalina y la pulsión sexual,


parece tener su causante fuera del cuerpo mismo, atribuido a un elemento
externo; la motivación a la transgresión es originada por el abandono,
desafecto o humillaciones de la madre o padre; por la dinámica de los
pleitos campales cuando se pertenecía a la pandilla y se defendía el
barrio; o en otros casos a los mismos requerimientos del jale; vender
droga, asesinar, asaltar, secuestrar o extorsionar, y del ambiente que ello
conlleva; acceso a drogas, mujeres y sexo, fiestas, y hasta privilegios
en los ambientes gansteriles y con las autoridades corruptas. Junto con
ello, sentimiento de poder, de ser alguien más que un simple joven
marginado sin educación ni futuro, poder que da seguridad y, al mismo
tiempo, presencia y reconocimiento, aunque ello le cueste la vida propia
y en muchas ocasiones la de algún familiar próximo. Pero controlar el
cuerpo no parece tarea fácil.
“Todos tenemos mamá y papá. Por nuestros hijos, el matrimonio
y la familia”:1 actitudes negativas hacia las configuraciones
familiares disidentes
FERNANDO SALINAS-QUIROZ2

Introducción

Desde que inició el siglo en curso, el matrimonio y la conformación de


familias por parte de personas que pertenecen a las minorías sexuales
y de género han formado parte de la agenda pública y de la arena po-
lítica. Dos décadas de tira y afloja sobre las políticas familiares a nivel
legislativo y judicial han impactado el bienestar de personas lesbianas,
gais, bisexuales y trans*+ (lgbt*+).3 Diversas investigaciones con-
sistentemente han encontrado que la orientación sexoafectiva y/o la
identidad de género de las personas adultas no impacta ni en la calidad

1
Este texto fue leído en el año 2016 en una de las postales que el Frente Nacional
por la Familia, coalición de organizaciones religiosas mexicanas, difundió para de-
fender a lo que llaman la familia tradicional; es decir, la conformada por un hombre
y una mujer casados y con hijos.
2
Me autodefino, aunque evito hacerlo, como una persona bastarda y marica dedi-
cada a la academia, que procura deconstruirse desde los feminismos y la teoría queer.
Twitter: @drsalinasquiroz
3
Empleo esta sigla para referirme a personas que se autoidentifican como lesbianas,
gais, bisexuales y trans*, entre otras orientaciones sexoafectivas e identidades de género.
Con su uso no pretendo invisibilizar distintas expresiones, orientaciones e identidades
abyectas. El término “trans*” con un asterisco es un concepto “paraguas” que puede
incluir diferentes expresiones e identidades de género, como son: trans, transexual,
transgénero, etcétera. Raquel (Lucas) Platero afirma que lo que el asterisco añade es
señalar la heterogeneidad a la hora de concebir el cuerpo, la identidad y las vivencias
que van más allá de las normas sociales binarias impuestas; el asterisco quiere especi-
ficar que pueden tener luchas comunes, al tiempo que reconocer que hay muchas otras
cuestiones en las que no hay consenso (Raquel (Lucas) Platero, Trans*exualidades.
Acompañamiento, factores de salud y recursos educativos. Barcelona, Bellaterra, 2014).

187
188 Todos tenemos mamá y papá

de las relaciones familiares, ni en el bienestar psicológico, social o físi-


co de las personas menores de edad. Pese a esto, muchos individuos aún
mantienen actitudes negativas y prejuicios con respecto a la capacidad
de las personas no heterosexuales para proporcionar entornos seguros
y potenciadores del desarrollo de las niñeces.4
Por medio de una breve fundamentación teórica y revisión del esta-
do del arte, pretendo abonar a la comprensión de este fenómeno. Para
poder entender mejor dichas actitudes, me detendré en el estudio de los
estigmas, particularmente en cómo operan en los machos por medio de
la devaluación del afeminamiento. También detallaré qué factores so-
ciodemográficos, psicológicos y culturales las predicen (enfatizando la
importancia de las creencias sobre el origen de la homo/bi/transexualidad
y del confort en las relaciones interpersonales con personas lgbt*+). Por
último, discutiré las implicaciones prácticas del matrimonio igualitario
y su hegemonía dentro de las demandas de algunos colectivos, así como
el enaltecimiento de la familia tradicional que en pleno siglo xxi muchas
teorías psicológicas y del desarrollo humano perpetúan.

Si ya saben cómo me pongo, ¿pa’qué me invitan?

La salida más fácil hubiera sido elegir el título “Actitudes hacia las
familias homoparentales”; no obstante, intentamos desligarnos de
las representaciones simbólicas y las exclusiones asociadas a la idea

4
Entendemos a la niñez como “…una categoría relacional en la que se pone en
juego el poder; relación que se devela históricamente en las prácticas (discursivas o
no) y en las luchas que la atraviesan. La infancia no es un sujeto a priori o un sujeto
jurídico abstracto formal sino una construcción histórica y relacional” (Eduardo Bus-
telo, “Notas sobre infancia y teoría: un enfoque latinoamericano”, en Salud Colectiva,
vol. viii, núm. 3, 2012, pp. 287-298). La palabra ‘infancia’ proviene del latín infans
que literalmente significa ‘el que no habla’. Las niñas y los niños efectivamente hablan
desde su nacimiento; empero, las personas adultas sobrevaloramos el lenguaje oral y
tenemos importantes dificultades para leer, interpretar y responder a otro tipo de co-
municaciones. Entonces, considero que hablar de niñez —y no de infancia— resulta
más adecuado. Pese a lo anterior, no existe una sola experiencia o forma de ser niña/o,
por lo que sugiero comenzar a utilizar el plural: niñeces.
Fernando Salinas-Quiroz 189

de familia creada en la época moderna. Por otro lado, hablar de homo-


parentalidad reafirma el régimen heterosexual y crea una noción dico-
tómica; maternidad lésbica/paternidad gay se convierten en oxímoron,
y agregarle una S —familiaS— no resuelve el problema de fondo:
la familia como institución de control por antonomasia.5 Finalmen-
te, colocar el apellido “diversas” me parece poco específico, pues ¿qué
configuración familiar no lo es? Además, ¿qué no la heterosexualidad
también forma parte de la diversidad?
Si bien se ha sugerido que las personas lesbianas y gais que eligen
tener hijas, hijæs6 e hijos en pareja normalizan la monogamia y apoyan/
amplían modelos normativos de familia (i. e., homonormativo),7 la
repetición de los constructos heterosexuales en otras culturas sexuales

5
Norma Mogrovejo, “Matrimonio gay, ¿familias reconfiguradas?”, en José An-
tonio Medina, comp., Familias homoparentales en México: mitos, realidades y vida
cotidiana. México, Letra S, Sida, Cultura y Vida Cotidiana, 2015, pp. 147-162; Óscar
Emilio Laguna, Vivir a contracorriente. Arreglos parentales de hombres gay en la
Ciudad de México. México, Librero de la Administración Pública, 2013; Fernando
Salinas-Quiroz y Pedro A. Costa, “Arreglos parentales de personas lesbianas, gais,
bisexuales y trans (lgbt): estado del arte”, en Adriana Leona Rosales y Margarita
Elena Tapia, Sexualidades y géneros imaginados: educación, políticas e identidades
lgbt. México, upn, 2018, pp. 215-246.
6
El 14 de octubre del 2020 el Colectivo de Cientificæs Mexicanæs en el Extranjero
emitió el comunicado “Sobre las deficiencias del castellano en una era de inclusión”.
En el mismo, se busca transgredir aquello que el latín —aún utilizado en la taxonomía
de las especies, padre de las lenguas romances, y representante del heteropatriarcado,
del colonialismo y del catolicismo— intenta imponer. Dicho Colectivo promueve el
uso del grafema ‘æ’, pues hace a un lado al género masculino como el género grama-
tical representante; simboliza la interseccionalidad, y no modifica la ortografía de las
palabras al intercambiarse por otro grafema. Adicionalmente, conserva la ‘a’, por lo
que no invisibiliza a las mujeres, y resulta fácilmente pronunciable, ya que tiene el
sonido de una ‘e’. Me parece una extraordinaria propuesta, pues, además, considero
que su carácter mixto permite representar a las personas no binarias, género fluido y
queer, por mencionar algunas.
7
Abbie E. Goldberg, Jordan B. Downing y April M. Moyer, “Why parenthood, and
why now? Gay men’s motivations for pursuing parenthood”, en Family Relations,
vol. lxi, 2012, pp. 157-174. <doi:10.1111/j.1741-3729.2011.00687.x>; Carl Rabun
y Ramona Faith Oswald, “Upholding and expanding the normal family: Future
fatherhood through the eyes of gay male emerging adults”, en Fathering, vol. vii,
2009, pp. 269-285. <doi:10.3149/fth.0703.269>.
190 Todos tenemos mamá y papá

puede representar el lugar de la desnaturalización y movilización de


las categorías de género.8 Entonces, a partir de este momento, utilizaré
el término configuraciones familiares disidentes, pues “…creo en la
vigilancia crítica y en la cooperación resistente; creo que podemos
cuestionar y no sólo reproducir; pero tampoco convertirnos en mártires,
ni en profetas; creo en la tensión entre lo instituido y lo instituyente;
creo que es posible zigzaguear…”9

Onvres y devaluación al afeminamiento

De acuerdo con Herek, un estigma “se refiere a la consideración ne-


gativa y el estatus inferior que la sociedad otorga colectivamente a las
personas que poseen una característica particular o pertenecen a un
grupo o categoría específica”.10 Por su parte, Barón, Cascone y Martí-
nez proponen el concepto de estigma de género para incluir a todos los
procesos de estigmatización que tienen su origen en el sistema ideoló-
gico heteronormativo, lo cual permite englobar y ampliar la noción de
estigma sexual, sugerido por el investigador estadounidense años atrás,
así como vislumbrar un origen común a los procesos de estigmatización
que afectan tanto a mujeres como a individuos lgbt*+: la devaluación
del afeminamiento. En sus palabras, el estigma de género se refiere a:

[...] un proceso comunicativo-performativo que persigue el control social


a través de la imposición habitual de una cosmovisión heteronormativa
naturalizada. La imposición de esta norma —el heterosexismo y el
genderismo—, se produciría a través de la evaluación de la adecuación
a la norma dominante y tendría aspectos de refuerzo hacia aquellos que
se adecuan a la norma establecida (mujeres muy femeninas y hombres

8
Judith Butler, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad.
Barcelona, Paidós Ibérica, 2007.
9
Fernando Salinas-Quiroz, Ciudadanía, democracia y sexualidad. México, Fun-
dación Arcoíris por el Respeto a la Diversidad Sexual, 2020, p. 19.
10
Gregory M. Herek, “Sexual stigma and sexual prejudice in the United States:
A conceptual framework”, en Debra. A. Hope, ed., Contemporary Perspectives on
Lesbian, Gay, and Bisexual Identities. Nueva York, Springer, 2009, p. 66.
Fernando Salinas-Quiroz 191

muy masculinos) y de desprecio/rechazo/violencia contra quienes se


alejan de la norma o rompen con ella (hombres amanerados, mujeres
masculinas, homosexuales, lesbianas o sujetos tran sexuales o queer)…
La estigmatización no se traduce solo en rechazo y exclusión de los gru-
pos de pares o de otros círculos sociales o en injurias frente al diferente,
sino que modifica las actitudes y prácticas de todos los envueltos.11

Son(mos)12 los onvres quiénes más se(nos) adecuan(mos) a la norma


establecida y quiénes más devalúan(mos) al afeminamiento. Según
Gallegos, la palabra onvre:

[...] se popularizó en internet como una narrativa para describir ciertas


conductas de hombres heterosexuales13 que además de machistas,
resultan absurdas y a veces graciosas y ridículas. Una de las mejores
explicaciones sobre el origen de este nuevo adjetivo es que al hombre
se le quita la “H” de honorable, la m cambiaría a una “N” por necio
y la “B” de bueno pasaría a ser una “V” por violento.14

El autor menciona que lo que hace onvre a un onvre es la repetición


de un modelo de masculinidad que replica conductas violentas, producto de
la interiorización de los mandatos del patriarcado. Más aún, “…ser
un onvre es un estado de la mente, es una férrea aversión al cambio,
es un estilo de vida en el que importa más discutir que escuchar”.15

11
Susana Barón, Michele Cascone y Carlos Martínez, “Estigma del sistema de género:
aprendizaje de los modelos normativos, bullying y estrategias de resiliencia”, en Política
y Sociedad, vol. l, núm. 3, 2013, p. 845. <doi:10.5209/rev_POSO.2013.v50.n3.41971>.
12
En la primera nota al pie mencioné que intento deconstruirme porque, me guste o
no, nací con un pene, fui socializado como hombre, e interioricé preceptos y privilegios
del patriarcado. Jamás me he considerado un hombre machista, pero eso no me exime de
tener expresiones o actitudes guiadas por el poder de los machos.
13
Este tipo de conductas no son exclusivas de bugas: ¡Conozco a decenas de onvres
gais! (cuenta la leyenda que en la época del porfiriato el exclusivo restaurante capitalino
“Bugambilia” prohibía el acceso a personas homosexuales, motivo por el cual estos
últimos comenzaron a llamar bugas a los hetero).
14
Enrique Gallegos, “¿Onvre?”, en Yucapost. 1 de agosto, 2019. <https://yucapost.
com/politica-y-sociedad/onvre/>.
15
Malvestida, Onvre: el significado de esta polémica palabra. 21 de agosto,
2020. <https://malvestida.com/2020/08/onvre-significado-que-es/>. Trabajo duro por
192 Todos tenemos mamá y papá

Matrimonio igualitario

El matrimonio entre personas del mismo sexo/género ha formado parte


de la agenda pública y de la arena política desde principios de siglo,
así como ocupado un lugar central en las luchas por la igualdad. Para
noviembre del 2020, el matrimonio igualitario era posible en 19 de 32
estados de la República Mexicana, así como en Argentina (2010), Brasil
(2013), Uruguay (2013), Puerto Rico (2015), Colombia (2016), Ecuador
(2019) y Costa Rica (2020). Si tenemos en consideración que la región de
América Latina y el Caribe comprende 46 países, territorios dependientes
y departamentos de ultramar, aún queda un largo camino por recorrer.
El estigma de género y los lgbt*+prejuicios16 contribuyen en gran
medida al estrés crónico de las minorías, el cual afecta negativamente
su bienestar.17 Los prejuicios sexuales a nivel individual pueden a la vez
influir y ser influidos por lo que sucede a nivel estructural (heterosexismo
y genderismo). La legislación que discrimina a las personas con sexuali-
dades abyectas refuerza el estigma estructural, mientras que aquella que

reinventarme y prestar oídos; en otras palabras, estoy buscando no ser onvre, ya que
“[l]a Teoría Queer propone que en lugar de anclarnos de por vida a… etiquetas que
configuran nuestra identidad, transitemos por ellas. Es decir, que uno pueda decir…
en estos momentos estoy… en lugar de afirmar algo tan rotundo como soy…” (C. He-
rrera, “Sexualidad queer: gente “rara” y amores diversos”, en Revista de Estudios de
Juventud, núm. 111, 2016, p. 63). Quizá ahora tienen más sentido las notas al pie 1 y
3, ya que evito autodefinirme porque en ocasiones las etiquetas dividen y separan, pero
busco reapropiarme de las injurias bastardo y marica, inmortalizadas por los onvres,
“para hacer de ellas un lugar de acción política y de resistencia a la normalización”
(Paul B. Preciado, “‘Queer’: historia de una palabra”, 2012, <http://paroledequeer.
blogspot.com/2012/04/queer-historia-de-una-palabra-por-paul.html>).
16
Olivia Tena subrayó que la palabra fobia hace referencia al miedo patológico,
desbordado e irracional, así como a una respuesta sin control por parte de las personas
para evitar al objeto de la misma. Se trata, entonces, de prejuicios socialmente reforzados
que se distinguen de los trastornos mentales por sus fundamentos ideológicos, morales y
éticos. No son lgbt*+fobias, sino lgbt*+prejuicios (Olivia Tena, “Análisis ético de la
homofobia”, en J. Muñoz, Homofobia laberinto de la ignorancia. México, unam, Centro
de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 2012, pp. 91-107).
17
Ilan H. Meyer, “Prejudice, social stress, and mental health in lesbian, gay, and
bisexual populations: Conceptual issues and research evidence”, en Psychology of Sexual
Orientation and Gender Diversity, vol. 1, 2013, pp. 3-26. <doi:10.1037/2329-0382.1.S.3>.
Fernando Salinas-Quiroz 193

amplía el reconocimiento de los derechos de todas, todæs y todos los


ciudadanos (e. g. el matrimonio igualitario) desafía el estigma de género
y reduce los prejuicios sexuales.18 Además, sabemos que lo que sucede a
nivel estructural puede ser una fuente importante de estrés de las minorías
que potencialmente conduce a problemas de salud física y emocional
entre las personas lgbt*+ y las configuraciones familiares disidentes.19
Desde una perspectiva material, el matrimonio otorga a las parejas
varios beneficios, a saber, respaldo de dependientes económicos, seguro
y cobertura de salud, licencias familiares y otras protecciones sociales a
las que las personas en unión libre no pueden acceder.20 El matrimonio
legal es particularmente importante para las configuraciones familiares
disidentes: según un análisis publicado en la revista de la Academia Esta-
dounidense de Pediatría sobre los efectos del matrimonio en el bienestar
de las niñeces, éste “proporciona un contexto para el bienestar legal,
financiero y psicosocial, un respaldo al cuidado interdependiente, y una
forma de reconocimiento y respeto público por los vínculos personales”.21
Estemos a favor o en contra, el matrimonio otorga numerosos beneficios

18
G. M. Herek, op. cit.; Eugene K. Ofosu et al., “Same-sex marriage legalization
associated with reduced implicit and explicit antigay bias”, en Proceedings of the Na-
tional Academy of Sciences, vol. cxvi, núm. 18, 2019, pp. 8 846-8 851. <doi:10.1073/
pnas.1806000116>.
19
Ignacio Lozano y Fernando Salinas-Quiroz, Conociendo nuestra diversidad:
discriminación, sexualidad, derechos, salud, familia y homofobia en la comunidad
lgbttti. México, Actúa DF, 2016; I. H. Meyer, op. cit.; Ilan H. Meyer y David M.
Frost, “Minority stress and the health of sexual minorities”, en C. J. Patterson y A.
R. D’Augelli, eds., Handbook of Psychology and Sexual Orientation. Nueva York,
Oxford University Press, 2013, pp. 252-266; Fernando Salinas-Quiroz, Pedro A. Costa
e Ignacio Lozano-Verduzco, “Parenting aspiration among diverse sexual orientations
and gender identities in Mexico, and its Association with Internalized Homo/Trans-
negativity and Connectedness to the lgbtq Community”, en Journal of Family Issues,
vol. xli, núm. 6, 2020, pp. 759-783. <doi:10.1177/0192513X19881675>.
20
Ninez A. Ponce et al., “The effects of unequal access to health insurance for
same-sex couples in California”, en Health Affairs, 29(8), 2010, pp. 1 539-1 548.
<doi:10.1377/hlthaff.2009.0583>.
21
James G. Pawelski et al., “The effects of marriage, civil union, and domestic
partnership laws on the health and well-being of children”, en Pediatrics, núm. 118,
2006, p. 356. <doi: 10.1542/peds.2006-1279>.
194 Todos tenemos mamá y papá

y protecciones necesarias para asegurar el bienestar de hijæs, hijos e


hijas de personas que forman parte de minorías sexuales y de género,
los cuales están anclados en el reconocimiento legal de ambas figuras
principales de cuidado (fpc).22 Se ha insistido en que es la falta de pro-
tección legal y social lo que socava el bienestar y la estabilidad de las
configuraciones familiares disidentes, no así su composición.23

¡A lo que te truje, Chencha! 24

La palabra actitud proviene “[d]el latín aptus —‘preparado para la


acción’— …ha estado relacionada con la acción, con la posición
y las posturas corporales”.25 De acuerdo con Briñol, Falces y Bece-
rra, “las actitudes son evaluaciones de cualquier aspecto del mundo
social. A menudo son ambivalentes —evaluamos el objeto de la actitud
tanto positiva como negativamente—”.26 Debido a lo anterior, se ha
propuesto un modelo tridimensional para explicar sus componentes,

22
Propongo este concepto para salir de la trampa del binarismo madre-padre,
pues considero que se trata de una oposición dicotómica excluyente que alimenta el
imaginario colectivo de que supuestamente existen roles y “funciones” diferenciadas
(i. e. “maternas” y “paternas”), siendo que la calidad del cuidado no es dependiente
del sexo, del género o del parentesco, ya que “[c]uidar es un conjunto de actividades
y relaciones indispensables para satisfacer necesidades básicas; es un trabajo porque
implica un desgaste de energía, así como una inversión emocional y de tiempo
‘valiosa’ por parte de quien cuida; implica una relación social (interpersonal) donde
intervienen varios actores, y trasciende el espacio de la vida privada” (Fernando
Salinas-Quiroz, Educación inicial: apego y desarrollo sociocognitivo. México, Uni-
versidad Pedagógica Nacional, 2017, p. 13).
23
Nigel Lowe, “A study into the rights and legal status of children being brought
up in various forms of marital and non-marital partnerships and cohabitations”, en
Committee of Experts on Family Law. 2009. <www.coe.int>.
24
Mexicanismo que significa “haz aquello para lo cual te traje, no perdamos el tiem-
po”, en <https://mexicochulo.com/mexicanismos/a-lo-que-te-truje-chencha-significado/>.
25
Cristina Pallí y Luz María Martínez, “Naturaleza y organización de las actitu-
des”, en T. Ibáñez, Introducción a la psicología social. Barcelona, uoc, 2013, p. 184.
26
Pablo Briñol, Carlos Falces y Alberto Becerra, “Actitudes, cambio de actitudes
y procesos de influencia”, en José F. Morales et al., coords., Psicología social. Madrid,
Mc Graw Hill, 2007, p. 130.
Fernando Salinas-Quiroz 195

esto es: afectos —sentimientos—, comportamientos —intenciones— y


cogniciones —pensamientos—.27 Para entenderlo mejor, Barragán nos
ofrece un sencillo ejemplo:

[...] podría ser que una persona tiene un amigo o amiga homosexual
a la que tiene gran afecto. Su componente afectivo… le lleva a pen-
sar que esa persona es valiosa y que no debería juzgársele por su
orientación sexual, sin embargo, en su iglesia le han dicho que los
homosexuales son malas personas que atentan contra la naturaleza
divina. Entra aquí el componente cognitivo y que le causa disonancia.
Finalmente, en una reunión social en la que se discute si un homo-
sexual debería casarse y tener hijos, esta persona hará una evaluación
de qué es lo que pesa más, si su afectividad o conocimiento, y al final
tomará una decisión de apoyar o no al matrimonio y la adopción
homosexual basada en sus experiencias afectivas y cognitivas.28

En el año 2017, publicamos la primera revisión crítica y sistemática


de la literatura respecto a las competencias parentales y los procesos
familiares al interior de configuraciones disidentes encabezadas
por fpc varones gais y bisexuales.29 Encontramos que se evalúa de
manera más negativa y se juzga con mayor dureza a las fpc gais al
ser comparadas con las fpc lesbianas debido a que la sociedad percibe
a las primeras como transgresoras de los roles de género tradicionales.
En consecuencia, se considera que los hombres gais son menos capaces
que las mujeres lesbianas de criar hijas/æs/os bien adaptados,30 lo cual
puede explicarse sobre la base del estigma de género.
Desde sus inicios, las investigaciones sobre configuraciones fa-
miliares disidentes principalmente se han centrado en el análisis de
los resultados a nivel psicológico, de desarrollo y social de niñas/æs/

27
David, G. Myers, Psicología social. Colombia, Mc Graw Hill, 2000.
28
Virginia Barragán, Actitudes de estudiantes universitarios hacia la homoparen-
talidad. Tesis. México, unam, 2018, p. 44.
29
Francis A. Carneiro et al., “Are the fathers alright? A systematic and critical
review of studies on gay and bisexual fatherhood”, en Frontiers in Psychology, núm.
8, 2017, p. 1 636. <doi:10.3389/fpsyg.2017.01636>.
30
Idem.
196 Todos tenemos mamá y papá

os criados por fpc lesbianas y gais, y, en menor grado, bisexuales y


trans*.31 Los estudios han sugerido consistentemente que la orienta-
ción sexoafectiva y/o la identidad de género de las fpc no impacta
ni la calidad de las relaciones familiares, ni el bienestar psicológico,
social o físico de las niñas, læs niñæs y los niños.32 Por esta razón,
organizaciones como la Asociación Americana de Psicología y la Aso-
ciación Americana de Pediatría, por mencionar algunas, han emitido
declaraciones a favor de que individuos con sexualidades e identidades
abyectas tengan hijæs/as/os.33
Independientemente de la evidencia científica, una gran proporción
de personas aún mantiene actitudes negativas y prejuicios con respecto
a la capacidad de las fpc lgbt*+ para proporcionar entornos seguros y
potenciadores del desarrollo de las niñeces.34 Estas creencias incluyen

31
Cf. Abbie E. Goldberg, “Lesbians and gay men as parents”, en Lesbian and
gay parents and their children: Research on the family life cycle, 2010, pp. 89-123.
<doi:10.1037/12055-004>; Charlotte J. Patterson, “Family lives of lesbian and gay
adults”, en G. W. Peterson y K. R. Bush, eds., Handbook of Marriage and the Family.
Springer Science & Business Media, 2013, pp. 659-681. <doi: 10.1007/978-1-46-14-
3887-5_27>; F. Salinas-Quiroz, P. A. Costa e I. Lozano-Verduzco, op. cit.; Fiona Tasker,
“Lesbian mothers, gay fathers, and their children: A review”, en Developmental and
Behavioral Pediatrics, vol. xxvi, núm. 3, 2005, pp. 224-240. <doi:10.1093/acprof:o-
so/9780195082319.003.0011>.
32
Cf. F. A. Carneiro et al., “Are the fathers alright? A systematic and critical review
of studies on gay and bisexual fatherhood”, en op. cit.; Alicia L. Fedewa, Whitney W.
Black y Soyeon Ahn, “Children and adolescents with same-gender parents: A meta-an-
alytic approach in assessing outcomes”, en Journal of glbt Family Studies, vol. xi,
2015, pp. 1-34. <doi:10.1080/1550428X.2013.869486>.
33
Committee on Psychological Aspects of Child and Family Health, “Coparent or
second-parent adoption by same-sex parents”, en Pediatrics, vol. cix, núm. 2, 2002, pp.
339-340. <doi:10.1542/peds.109.2.339>; Ruth, U. Paige, “Proceedings of the American
Psychological Association for the Legislative Year 2004: Minutes of the Annual Meet-
ing of the Council of Representatives, February 20-22, 2004, Washington, D. C., and
July 28 and 30, 2004, Honolulu, Hawaii, and Minutes of the February, April, June, Au-
gust, October, and December 2004 Meetings of the Board of Directors”, en American
Psychologist, vol. 60, núm. 5, 2005, pp. 436-511.<doi:10.1037/0003-066x.60.5.436>.
34
Roberto Baiocco et al., “Attitudes and beliefs of Italian educators and teachers
regarding children raised by same-sex parents”, en Sexuality Research and Social
Policy, vol. xvii, núm. 2, 2020, pp. 229-238. <doi:10.1007/s13178-019-00386-0>;
Fernando Salinas-Quiroz 197

el temor al posible aislamiento social de læs niñæs, los niños y las


niñas, el rechazo, las burlas lgbt*+prejuiciosas, así como el desarrollo
de una orientación sexual minoritaria o una identidad de género no
conforme. Otras personas consideran que la existencia de configura-
ciones disidentes desafía los valores familiares tradicionales y las
nociones culturales de parentesco,35 lo cual refleja cómo el estigma
de género opera en algunos sectores de la población. En México, el
Frente Nacional por la Familia, apoyado por la Conferencia del Epis-
copado Mexicano, representa una de las principales voces en contra
del matrimonio igualitario y de la posibilidad de que personas con
sexualidades abyectas tengan hijas/æs/os. En el año 2010, el entonces
arzobispo de la Arquidiócesis de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez
declaró lo siguiente: “Imagínate a la pobre criatura que esté ahí, ¿a
quién le dice papá y a quién le dice mamá? Y cuando los vea en sus
prácticas, pues él también se va a pervertir y va a seguir ese camino.
No sé si a ustedes les gustaría que los adoptaran un par de lesbianas
o un par de maricones”.36
El comentario anterior, de índole discriminatorio y sin fundamento
científico, se basa exclusivamente en prejuicios sexuales y refleja sus
actitudes negativas hacia las configuraciones familiares disidentes.
Además, sirve como un ejemplo muy ilustrativo sobre los onvres (en
este caso, uno con una “h” muy cuestionable, una “n” muy notoria y
una “v” desenfrenada). Si tomamos en cuenta que el 82% de la pobla-
ción mexicana crece bajo el credo católico,37 es posible afirmar que se

Pedro A. Costa et al., “University students’ attitudes toward same-sex parenting and
gay and lesbian rights in Portugal”, en Journal of Homosexuality, vol. lxi, núm. 12,
2014, pp. 1 667-1 686. <doi:10.1080/00918369.2014.951253>.
35
Claudia Fonseca, “Homoparentalidade: novas luzes sobre o parentesco”, en
Revista Estudos Feministas, vol. xvi, núm. 3, 2008, pp. 769-783. <doi:10.1590/S0104-
026X2008000300003>.
36
Declaración de Sandoval-Íñiguez obispo de Guadalajara, en agosto de 2010,
citado por Omar Granados “Antes de que se vaya… Las frases para el olvido de San-
doval-Íñiguez”, en Animal Político, 29 de junio, 2021. <https://www.animalpolitico.
com/2011/09/antes-de-que-se-vaya-las-frases-para-el-olvido-de-sandoval-iniguez/>
37
Mariana Hernández, “El país en números: población católica”, en Milenio, 1 de
abril, 2018. <https://www.milenio.com/estados/el-pais-en-numeros-poblacion-catolica>.
198 Todos tenemos mamá y papá

trata de un importante onvre líder de opinión que más allá de “expresar


su punto de vista”, promueve un discurso de odio donde se valida y
perpetua la estigmatización de género.

Más allá de los dichos de Fulano, Mengano, Zutano y Perengano

Se han realizado estudios sobre actitudes hacia las configuraciones


familiares disidentes tanto con población general38 como con grupos
específicos, concretamente: con profesionales de la psicología,39 de
la educación,40 del trabajo social41 y estudiantes universitarios.42 La

38
Stephanie N. Webb, Jill M. Chonody y Phillip S. Kavanagh, “Attitudes toward same-
sex parenting: An effect of gender”, en Journal of Homosexuality, vol. lxiv, núm. 11, 2017,
pp. 1 583-1 595. <doi:10.1080/00918369.2016.1247540>; Mara A. Yerkes, Giulia M.
Dotti Sani y Cristina Solera, “Attitudes toward parenthood, partnership, and social rights
for diverse families: Evidence from a pilot study in five countries”, en Journal of Homo-
sexuality, vol. lxv, núm. 1, 2018, pp. 80-99. <doi: 10.1080/00918369.2017.1310507>.
39
Isiaah Crawford et al., “Psychologists’ attitudes toward gay and lesbian par-
enting”, en Professional Psychology: Research and Practice, vol. xxx, núm. 4, 1999,
pp. 394-401. <doi:10.1037/0735-7028.30.4.394>; Brittany A Weiner y Leah Zinner,
“Attitudes toward straight, gay male, and transsexual parenting”, en Journal of Homo-
sexuality, vol. lxii, núm. 3, 2015, pp. 327-339. <doi:10.1080/00918369.2014.972800>.
40
R. Baiocco et al., “Attitudes and beliefs of Italian educators and teachers re-
garding children raised by same-sex parents”, en op. cit.; Archana V. Hegde et al.,
“Examining preschool teachers’ attitudes, comfort, action orientation and preparation to
work with children reared by gay and lesbian parents”, en Early Child Development and
Care, vol. clxxxiv, núm. 7, 2014, pp. 963-976. <doi:10.1080/03004430.2013.845563>;
Julie C. Herbstrith et al., “Preservice teacher attitudes toward gay and lesbian parents”,
en School Psychology Quarterly, vol. xxviii, núm. 3, 2013, pp. 183-194. <doi:10.1037/
spq0000022>; Carlos Hermosa-Bosano, Elvia Vargas-Trujillo y Karen Ripoll-Núñez,
“Actitudes, percepciones de autoeficacia y prácticas de docentes de preescolar hacia
el trabajo con familias homoparentales en Bogotá”, en Summa Psicológica UST, núm.
2, 2019, pp. 110-120. <doi:10.18774/0719-448x.2019.16.415>.
41
Paige E. Averett y Archana Hegde, “School social work and early childhood
student’s attitudes toward gay and lesbian families”, en Teaching in Higher Education,
vol. xvii, núm. 5, 2012, pp. 537-549. <doi:10.1080/13562517.2012.658564>.
42
P. A. Costa et al., “University students’ attitudes toward same-sex parenting
and gay and lesbian rights in Portugal”, en op. cit.; Pedro A. Costa y Fernando Sa-
linas-Quiroz, “A comparative study of attitudes toward same-gender parenting and
Fernando Salinas-Quiroz 199

evidencia empírica ha revelado que varios factores sociodemográficos,


psicológicos y culturales las predicen: específicamente ser hombre
buga, mayor, poco educado, religioso y tener opiniones políticas de
derecha43 se relaciona con actitudes negativas hacia fpc lgbt*+.44 En
párrafos siguientes iré desmenuzando cada uno de estos elementos; sin
embargo, para no “hacerla de jamón”,45 adelanto que otros estudios han
encontrado que concebir a la homosexualidad como algo controlable;
es decir, como algo que se elige o que se aprende,46 así como no tener
contacto con minorías sexuales y de género47 también se asocia con ac-
titudes menos favorables hacia las configuraciones familiares disidentes.
A la fecha, son pocos los esfuerzos en la región para evaluar las
actitudes hacia las configuraciones familiares disidentes; algunas
excepciones incluyen nuestro estudio en México,48 la investigación

gay and lesbian rights in Portugal and in Mexico”, en Journal of Homosexuality,


vol. lxvi, núm. 13, 2018, pp. 1909-1926. <doi:10.1080/00918369.2018.1519303>;
Oliver Vecho et al., “Attitudes toward same-sex marriage and parenting, ideologies,
and social contacts: The mediation role of sexual prejudice moderated by gender”, en
Sexuality Research and Social Policy, vol. xvi, núm. 1, 2019, pp. 44-57. <doi:10.1007/
s13178-018-0331-3>.
43
Rasgos muy de onvre…
44
Roberto Baiocco et al., “Attitudes of Italian heterosexual older adults towards
lesbian and gay parenting”, en Sexuality Research and Social Policy, vol. x, núm. 4, 2013,
pp. 285-292. <doi:10.1007/s13178-013-0129-2>; P. A. Costa et al., “University students’
attitudes toward same-sex parenting and gay and lesbian rights in Portugal”, en op. cit.;
P. A. Costa y F. Salinas-Quiroz, “A comparative study of attitudes toward same-gender
parenting and gay and lesbian rights in Portugal and in Mexico”, en op. cit.; Jessica Pis-
tella et al., “Sexism and attitudes toward same-sex parenting in a sample of heterosexuals
and sexual minorities: The mediation effect of sexual stigma”, en Sexuality Research and
Social Policy, vol. xv, núm. 2, 2018, pp. 139-150. <doi:10.1007/s13178-017-0284-y>.
45
Mexicanismo que se refiere a hacerla de emoción, dejar a alguien en suspenso.
46
P. A. Costa y F. Salinas-Quiroz, “A comparative study of attitudes toward
same-gender parenting and gay and lesbian rights in Portugal and in Mexico”, en op. cit.
47
Pedro A. Costa, Henrique Pereira e Isabel Leal, “‘The contact hypothesis’ and
attitudes toward same-sex parenting”, en Sexuality Research and Social Policy, vol. xii,
núm. 2, 2015, pp. 125-136. <doi:10.1007/s13178-014-0171-8>; O. Vecho et al., op. cit.
48
P. A. Costa y F. Salinas-Quiroz, “A comparative study of attitudes toward
same-gender parenting and gay and lesbian rights in Portugal and in Mexico”, en op. cit.
200 Todos tenemos mamá y papá

de Campo en Colombia49 y la pesquisa de Gusberti y colaboradores


en Brasil.50 Describir estas actitudes es una forma de comprender “el
entorno inmediato en el que viven las minorías sexuales, que en el peor
de los casos constituye una fuente de rechazo y estrés, y en el mejor de
los escenarios una fuente de legitimación y apoyo”.51
En cuanto a la conformación de configuraciones familiares disiden-
tes, los debates han mostrado la existencia de posiciones opuestas.52 Por
un lado, hay personas que consideran que tener fpc del mismo sexo/
género puede ser perjudicial para las/os/æs niñes, ya que carecerán de
“figuras masculinas” y “femeninas” que les enseñen los roles de género
esperados a nivel social. Estos individuos también tienden a creer que
contar con fpc lesbianas o gais puede aumentar la probabilidad de
rechazo social, lo que traería a la postre mayores problemas psicoló-
gicos.53 Por el contrario, hay personas que estiman que el bienestar de
los niños, las niñas y læs niñæs no está relacionado con la estructura,
sino con la dinámica familiar y la calidad de las relaciones al interior
de la misma, por lo que piensan que las fpc lesbianas y gais pueden ser
tan buenas como sus homólogas heterosexuales.54
Los estudios han demostrado sistemáticamente que los hombres
bugas tienden a tener actitudes más negativas hacia las configu-
raciones familiares disidentes al ser comparados con las mujeres,

49
Adalberto Campo Arias, “Aceptación de la adopción por hombres homosexuales
en estudiantes de medicina”, en Revista Colombiana de Enfermería, vol. vi, 2016,
pp. 29-34. <doi:10.18270/rce.v6i6.1431>.
50
Joana D. da Silva Gusberti et al., “Pesquisa de opinião sobre adoção homoafetiva
no Brasil”, en Brazilian Journal of Health Review, vol. 2, núm. 4, 2019, pp. 3518-3532.
<doi:10.34119/bjhrv2n4-115>.
51
O. Vecho et al., op. cit., p. 1.
52
Dolores Frias-Navarro et al., “Etiology of homosexuality and attitudes toward
same-sex parenting: A randomized study”, en The Journal of Sex Research, vol. lii,
núm. 2, 2015, pp. 151-161. <doi:10.1080/00224499.2013.802757>; Maria G. Pacilli
et al., “System justification, right-wing conservatism, and internalized homophobia:
Gay and lesbian attitudes toward same-sex parenting in Italy”, en Sex Roles, vol. lxv,
núm. 7, 2011, pp. 580-595. <doi:10.1007/s11199-011-9969-5>.
53
Dolores Frias-Navarro et al., “Creencias sobre la parentalidad de parejas del
mismo: causas de la homosexualidad”, en Interpsiquis, 2006, pp. 1-19.
54
Idem.
Fernando Salinas-Quiroz 201

particularmente cuando las fpc son varones gais.55 Tal y como lo


mencioné anteriormente, parece que se juzga con más dureza a los
padres homosexuales, pues violan las expectativas de género al de-
dicarse a cuidar —labor considerada como propia de las mujeres— y
no sólo proveer recursos económicos, lo cual los aleja del modelo de
masculinidad hegemónica (i. e. onvril). Esta “prescripción de normas
de género respalda una jerarquía entre los sexos, los roles parentales
y las obligaciones que sugieren que las mujeres son naturalmente más
hábiles para tener hij[æ]s…”56
Baiocco y colaboradores encontraron que la edad se relaciona con
actitudes negativas hacia las fpc lesbianas y gais. Es posible que los
entornos sociales de mayor prejuicio y menor contacto con personas
lgbt*+ influyan en las opiniones de las personas mayores sobre las
configuraciones familiares disidentes. Otra posibilidad es que, a me-
dida que los individuos envejecen, muestran menos habilidades para
regular sus respuestas hacia grupos y personas estigmatizadas.57 Ante
este panorama, la educación se convierte en un mecanismo para pro-
mover el respeto y la inclusión de la diversidad, así como para crear
un pensamiento crítico que cuestione los mensajes enseñados a nivel
social sobre las minorías sexuales y de género.58
Con respecto a la religión y a la religiosidad, las pesquisas han
reportado que la asiduidad de asistencia a servicios religiosos predice
significativamente las actitudes negativas hacia las configuraciones
familiares disidentes, mientras que la afiliación religiosa per se o qué
tan frecuentemente oran, no lo hace.59 Las investigaciones sugieren que

55
Cf. P. A. Costa et al., “University students’ attitudes toward same-sex parenting
and gay and lesbian rights in Portugal”, en op. cit.; S. N. Webb, J. M. Chonody y
P. S. Kavanagh, op. cit.
56
S. N. Webb, J. M. Chonody y P. S. Kavanagh, op. cit., p. 1 587.
57
R. Baiocco et al., “Attitudes of Italian heterosexual older adults towards lesbian
and gay parenting”, en op. cit.
58
Julianne Ohlander, Jeanne Batalova y Judith Treas, “Explaining educational in-
fluences on attitudes toward homosexual relations”, en Social Science Research, 2005,
vol. xxxiv, núm. 4, pp. 781-799. <doi:10.1016/j.ssresearch.2004.12.004>.
59
Andrew L. Whitehead, “Homosexuality, Religion, and the Family: The Effects of
Religion on Americans’ Appraisals of the Parenting Abilities of Same-Sex Couples”,
202 Todos tenemos mamá y papá

una mayor asistencia a los servicios religiosos refuerza los puntos de


vista tradicionales sobre las familias, enfatizando la diferenciación
de los roles de género, la importancia del matrimonio sobre la cohabi-
tación, y la concepción de læs/os/as hijas en el marco del sacramento.60
En el año 2018, encontramos que las creencias sobre la etiología
de la homosexualidad predicen significativamente las actitudes hacia
las configuraciones familiares disidentes.61 La teoría de la atribución
sugiere que los individuos juzgan a las personas en función de las explica-
ciones que ofrecen sobre el origen de sus comportamientos.62 Aquellos
que consideran que la homosexualidad es algo determinado genética
o biológicamente, tienden a atribuir su identidad a causas que residen
fuera de las personas; es decir, que no está en sus manos y que no se
trata de una “preferencia” o elección. Por el contrario, las personas que
creen que la homosexualidad es algo aprendido socialmente mediante el
modelamiento, tienden a juzgar a la homosexualidad de una manera más
negativa.63 Un ejemplo de lo anterior es la creencia popular de que “un
hijo varón de madre soltera será maricón porque se ‘sobre-identificará
con su mami’ y no tendrá una ‘figura paterna’, la cual es indispensable
para su desarrollo ‘adecuado’”.
Finalmente, el contacto interpersonal con otros individuos con
expresiones, identidades de género y sexualidades abyectas, así como
con fpc no-heterosexuales, parece ser importante cuando se desarro-
llan actitudes hacia las minorías sexuales y de género, así como a su

en Journal of Homosexuality, 2018, vol. lxv, núm. 1, pp. 42-65. <doi:10.1080/009183


69.2017.1310550>; Andrew L. Whitehead y Samuel L. Perry, “A more perfect union?
Christian nationalism and support for same-sex unions”, en Sociological Perspectives,
2015, vol. lviii, núm. 3, pp. 422–440. <doi:10.1177/0731121415577724>.
60
Martine Gross et al., “Religious affiliation, religiosity, and attitudes toward
same-sex parenting”, en Journal of GLBT Family Studies, vol. xiv, núm. 3, 2018,
pp. 238-259. <doi:10.1080/1550428X.2017.1326016>.
61
P. A. Costa y F. Salinas-Quiroz, “A comparative study of attitudes toward
same-gender parenting and gay and lesbian rights in Portugal and in Mexico”, en op. cit.
62
D. Frias-Navarro et al., “Creencias sobre la parentalidad de parejas del mismo:
causas de la homosexualidad”, en op. cit.
63
Idem; P. A. Costa y F. Salinas-Quiroz, “A comparative study of attitudes toward
same-gender parenting and gay and lesbian rights in Portugal and in Mexico”, en op. cit.
Fernando Salinas-Quiroz 203

descendencia.64 Conocer a personas con orientaciones sexuales mino-


ritarias o identidades de género no conformes aumenta la posibilidad
de reducir las concepciones lgbt*+prejuiciosas sobre éstas, así como
sobre las configuraciones familiares disidentes. Por lo tanto, el contacto
directo —particularmente el confort con él mismo— es importante para
cuestionar creencias y críticas infundadas.

Reflexiones finales

Ya lo dice el genial proverbio árabe: “La caravana avanza, por eso los
perros ladran”: poco a poco el matrimonio igualitario y la regulación de
las distintas vías de acceso a læs/os/as hijas65 van materializándose en
América Latina y el Caribe. Dentro y fuera de colectivos lgbt*+ existen
posturas a favor y en contra; no polemizaré al respecto, únicamente
quiero puntualizar tres cosas: 1. Si bien el matrimonio con hijos, hijas
e hijæs puede normalizar la monogamia y apoyar modelos normativos
de familia, a la fecha no tenemos un mejor mecanismo para proteger
y garantizar que las personas contrayentes y sus descendientes gocen y
ejerzan sus derechos; 2. Relacionado con el punto anterior, considero
que la opción debe de existir sin la necesidad de ampararse y que se
casarán quienes así lo deseen, pues “todos los derechos [son] para todas
las personas”; empero, debemos de crear leyes y figuras más sensibles
a las realidades actuales, pues el tema de la pareja está rebasado y es
cada vez más común encontrar configuraciones familiares disidentes
con tres o más fpc, y 3. La hegemonía de los onvres gais ha colocado
al matrimonio igualitario y a la adopción como puntos principales
de agenda, lo cual no sólo desestima cuestiones mucho más graves e

64
P. A. Costa, H. Pereira e I. Leal, op. cit.; Gregory M. Herek y John P Capitanio,
“‘Some of my best friends’ intergroup contact, concealable stigma, and heterosexuals’
attitudes toward gay men and lesbians”, en Personality and Social Psychology Bulletin,
vol. xxii, núm. 4, 1996, pp. 412-424. <doi:10.1177/0146167296224007>; O. Vecho
et al., op. cit.
65
Por cuestiones prácticas me enfoqué en la adopción, pero la conformación de con-
figuraciones familiares disidentes da para hablar sobre donación de gametos, gestación
subrogada, adopciones informales, m/padratrazgo y otros arreglos de coparentalidad.
204 Todos tenemos mamá y papá

importantes como los trans*feminicidios, sino que ilustra la falta de


reflexión/renuncia a nuestros privilegios patriarcales, la puesta en mar-
cha de la identificación con el agresor66 y cómo desafortunadamente
somos todo menos “comunidad”.
Considero que la utilidad de los estudios meta-analíticos, así como
de las revisiones críticas y sistemáticas de la literatura sobre el ajuste
psicológico de los miembros de las configuraciones familiares disidentes
es limitada si no los difundimos en medios no académicos, pero, sobre
todo, si no iniciamos un cambio paradigmático dentro de la psicolo-
gía misma. Me parece inaudito que en pleno año 2020 continuemos
enseñando y no cuestionemos teorías enmarcadas dentro del sistema
ideológico heteronormativo. Son varios los marcos teóricos que es-
tigmatizan al: a) alimentar la creencia de que la homosexualidad o la
transgeneridad se aprenden; b) promover y apoyar exclusivamente a
cierto tipo de familias —peor aún, al considerar que no habrá “desarrollo
normal” sin mamá-papá-hijitæs-perro-“camioneta suv”—; c) determinar
que hay roles y “funciones maternas y paternas”, cuando lo binario es
propio de las computadoras, no de las personas; d) fomentar la polari-
zación, rigidez y supuesta complementariedad de exclusivamente dos
de las distintas expresiones de género; e) considerar que la identidad
es inamovible y que debe de fijarse a más tardar en la juventud, y f)
provocar que tratemos a nuestras analizantes/clientes como personas
carentes o en falta.
Sostengo que el estudio de las actitudes hacia las configuraciones
familiares disidentes funciona como un termómetro que nos permite
evaluarnos como sociedad, pero también como un faro que nos indica
hacia dónde podemos dirigirnos. Debido a que la literatura ha demostra-
do consistentemente que los onvres poseen las actitudes más negativas
y que conocer personas lgbt*+ es importante, pero no es suficiente,

66
“Mecanismo de defensa aislado y descrito por Anna Freud (1936): el sujeto,
enfrentado a un peligro exterior (representado típicamente por una crítica procedente de
una autoridad), se identifica con su agresor, ya sea reasumiendo por su cuenta la agre-
sión en la misma forma, ya sea imitando física o moralmente a la persona del agresor,
ya sea adoptando ciertos símbolos de poder que lo designan” (Jean Laplanche y Jean-
Bertrand Pontalis, Diccionario de psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós, 2004, p. 187).
Fernando Salinas-Quiroz 205

por lo menos debemos de: i) trabajar con los varones para crear nuevas
masculinidades y ii) dejar de abordar a la diversidad familiar como
contenido curricular que, en el mejor de los casos, enlista distintas
configuraciones para promover la escucha e interacciones positivas
reales y profundas entre distintos tipos de personas y grupos. En vez
de postales con la leyenda “Todos tenemos mamá y papá. Por nuestros
hijos, el matrimonio y la familia”, creemos una contra campaña que
pregone “Porque las niñeces tengan por lo menos una fpc que les
acompañe en su desarrollo. Todas, todæs y todos merecemos crecer
dentro de una tribu”.
CRISIS EN EL SISTEMA
DE GÉNERO Y SUS
REPERCUSIONES EN LAS FORMAS
DE LAS MASCULINIDADES
El trastocamiento del modelo hegemónico de masculinidad
en un contexto de crisis económica
OLIVIA TENA GUERRERO

Introducción

Ha transcurrido ya más de una década desde que me formulé dos pre-


guntas que siguen resonando cada vez que me aproximo a los estudios
de masculinidad: ¿qué significa hablar de la masculinidad? y ¿es posible
aproximarnos a su estudio desde un marco teórico y político feminista?
Las primeras respuestas las fui elaborando acompañándome de autoras
y autores que se planteaban preguntas similares y, por supuesto, de quie-
nes habían hecho aportes relevantes a la epistemología y metodología
feministas, pero también de autores que tenían a las masculinidades
como su objeto de estudio.
Estas primeras preguntas me llevaron a escribir un texto en 2010
que titulé “Estudiar la masculinidad, ¿para qué?”, título que elegí una
vez concluido el texto y que pretendí reflejara una doble acepción del
para qué: Por un lado, planteé esta pregunta en un sentido cotidiano y
utilitario que, de entrada, desdeñaría el abordaje feminista de las mas-
culinidades bajo argumentos que, aunque en menor medida, se siguen
escuchando en nuestros grupos feministas, pero que en ese momento
eran comunes y aún son dignos de poner el foco en ellos.
Entre estos argumentos enumero, sin profundizar, los siguientes:
1) algunas interpretaciones derivadas de los estudios de masculinidad
contradicen nuestras agendas feministas o las ignoran, contrariando
años de lucha y trabajo académico de las mujeres; 2) en algunos casos
estos estudios obstaculizan o compiten por los financiamientos otrora
asignados para los avances en los estudios feministas, reproduciendo las
relaciones de poder patriarcales contra las que se ha venido luchando;
3) las mujeres llevamos siglos realizando todo tipo de trabajo que corres-
209
210 El trastocamiento del modelo hegemónico de masculinidad

pondería también a los varones y, en este rubro, no podemos permitirnos


hacer la reflexión por ellos, es decir, como postura política, hemos de
dejar que ellos solos hagan la tarea de deconstruir sus masculinidades, y
4) la mayor parte de la investigación y la teoría de las ciencias sociales
ha sido acerca de hombres. Estos argumentos los había escuchado cuan-
do, en estudios previos1 había trabajado sobre la condición masculina,
mostrando datos que, a mi juicio, fueron reveladores de su importancia
en términos empíricos, pero que no me daban suficientes herramientas
para tener respuestas sobre esos paraqués.2
Así fue que, al escribir el texto citado, descubrí y me apropié
de argumentos que daban otra acepción al para qué de los estudios de
masculinidad, poniendo en el centro un cuidado ético y político al recurrir
a éstos como un recurso metodológico: para el avance en el desarrollo
teórico y en la agenda feminista; para las mujeres como su sujeto po-
lítico y, por tanto, partiendo de la experiencia y necesidades de éstas.3
Esto me lleva hoy a tener muy claro que, siempre que nos aproximemos a
cualquier estudio o iniciativa que se denomine “de género”, pero máxime
si se tratan temas vinculados con los hombres y las masculinidades,

1
Cf. Olivia Tena, “Los malestares subjetivos de las académicas como un conflicto
de deberes”, en Margarita Favela y Julio Muñoz, coords., Jornadas Anuales de Investi-
gación, 2005. México, unam, ceiich, 2006; Olivia Tena y Paula Jiménez, “Estrategias
para mantener el modelo de masculinidad entre padres-esposos desempleados”, en La
Ventana. Revista de Estudios de Género, núm. 24, 2006; Olivia Tena, “Problemas afecti-
vos relacionados con la pérdida, disminución y riesgo de pérdida del empleo en varones”,
en Lucero Jiménez y Olivia Tena, coords., Reflexiones sobre masculinidad y empleo.
México, unam, crim, 2007; Olivia Tena y Paula Jiménez, “Rescate de la imagen del padre
ante el incumplimiento de la función de proveedor”, en Juan Carlos Ramírez y Griselda
Uribe, eds., Masculinidades: el juego de género de los hombres en el que participan
las mujeres. México, Plaza y Valdez/piege/ineser/ cucea/U. de G., 2009, pp. 231-246.
2
Olivia Tena, “Estudiar la masculinidad ¿para qué?”, en Norma Blázquez, Fátima
Flores Palacios y Maribel Ríos Everardo, coords., Investigación feminista. Epistemo-
logía, metodología y representaciones sociales. México, unam, ceiich, crim, Facultad
de Psicología, 2010, pp. 271-292.
3
Cf. Sandra Harding, “¿Existe un método feminista?”, en Eli Bartra, comp., Deba-
tes en torno a una metodología feminista. México. uam-Xochimilco, 1998, y Patricia
Castañeda, Metodología de la investigación feminista. Antigua, Guatemala, Fundación
Guatemala/unam, ceiich, 2008.
Olivia Tena Guerrero 211

debemos preguntarnos para qué y para quién se realizan y cuál es o


sería su impacto en la vida de las mujeres.
De este modo, el para qué de los estudios de masculinidad debiera
poner en el centro —concluí— los valores epistémicos, haciendo a un
lado cualquier dejo de “neutralidad valorativa” bajo una doble dimensión,
política y ética. El para qué tiene entonces como respuesta, pero también
como condición, la búsqueda de la igualdad, la equidad, la emancipación,
la libertad o la autonomía de las mujeres4 para, finalmente, lograr relacio-
nes igualitarias entre nosotras y en nuestra relación con los varones. Visto
así, el para qué de los estudios sobre varones y masculinidades tiene todo
un sentido para el feminismo si se parte de este marco epistémico. Es éste
un para qué desde el feminismo, pues sabemos que existen estudios de
varones que parten de otros referentes teóricos y políticos.
Pasado el tiempo, hoy muchos estudios sobre la condición mas-
culina han intensificado su diálogo con las teorías feministas, lo que
ha permitido nuevos análisis en torno a diferentes categorías, algunas
de éstas relacionadas con el tema de interés en este texto: las posibles
masculinidades emergentes y el trastocamiento de la masculinidad
hegemónica en un entorno de crisis económica. Algunas de estas
categorías que discuto en el texto de 2010 antes citado, las empecé
a analizar a raíz de una investigación realizada con Lucero Jiménez
sobre desempleo masculino;5 la noción de malestar masculino es una
de éstas.6 El malestar de las mujeres ya tenía una larga trayectoria de
análisis en la tradición de pensamiento feminista7 y constituía un reto
su abordaje en el caso masculino.
En efecto, el abordaje feminista de los malestares masculinos cons-
tituía —y sigue constituyendo— un desafío, porque siempre existe el

4
Marta Monasterio Martín, ¿Es el feminismo una teoría política o una ética?, en
VII Magíster en Género y Desarrollo. Madrid, Instituto Complutense de Estudios In-
ternacionales, 2005. [Consultado: 6 de septiembre de 2007] <http://www.mujereesred.
net/iberoamericanas/IMG/Feminismo_y_politica_Ensayo_Modulo_I.doc>
5
L. Jiménez y O. Tena, coords., Reflexiones sobre masculinidad y empleo.
6
O. Tena, “Problemas afectivos relacionados con la pérdida, disminución y riesgo
de pérdida del empleo en varones”, en op. cit.
7
Betty Friedan, The Feminine Mystic. Nueva York, Norton & Company, 1963, y Ma-
bel Burín, El malestar de las mujeres. La tranquilidad recetada. México, Paidós, 1991.
212 El trastocamiento del modelo hegemónico de masculinidad

riesgo de caer en la justificación de la dominación masculina a partir de


la victimización de los varones concretos, al reconocer sus malestares
sin atender al sistema sexo-género que le da contexto; como bien lo
dice Patricia Valladares,8 es necesario poner atención a la minimización
de los hechos de control y dominación masculina, conocidas como mi-
cromachismos —concepto introducido por Luis Bonino en 1995— y a
la tendencia a justificar la violencia contra las mujeres, aduciendo que
“el hombre está en ‘crisis’”.9
En mis reflexiones sobre el tema, he incorporado el análisis de la
subjetividad masculina en relación con el malestar, pero incorporando
también una mirada estructural que contempla el contexto socioeco-
nómico de precarización laboral. Esta articulación analítica multinivel
que posibilita la categoría de género, me acercó a la resignificación de
la llamada crisis de masculinidad.
Esta crisis también ha sido abordada en los estudios de varones y
ha sido central para comprender los malestares masculinos en clave
feminista. Esto último implica un análisis de los malestares masculinos
cuando se ha trastocado el orden de género, aquello a lo que Connell
prefirió denominar “tendencias de crisis” en el orden de género moder-
no.10 La llamada crisis de masculinidad y los malestares asociados, como
apuntaré más adelante, pudieran alterar los roles de género tradicionales
sólo en apariencia o bien constituir fisuras al patriarcado y al modelo
hegemónico de masculinidad adulta colectiva, por donde puedan infil-
trarse verdaderos avances hacia la igualdad sustantiva.
En este texto profundizo en la reflexión sobre algunas de las categorías
antes citadas que, desde mi experiencia y discusiones previas plasmadas
en textos anteriores, pueden ser claves para articular el estudio de las mas-
culinidades desde esta mirada y para comprender la relevancia de seguir
construyendo desde una ética feminista, con las dinámicas del poder como
hilo conductor, la noción de malestares masculinos en un contexto de crisis.

8
Patricia Valladares, “Desempleo y violencia masculina. Recuento de una relación
perversa”, en L. Jiménez y O. Tena, coords., Reflexiones sobre masculinidad y empleo.
9
Luis Bonino, “Micromachismos: la violencia invisible en la pareja”, en Jorge
Corsi, Violencia masculina en la pareja. Buenos Aires, Paidós, 1995.
10
R. Connell, Masculinities. Berkeley, University of California Press, 1995.
Olivia Tena Guerrero 213

Crisis de masculinidad

Cuando escuchamos la frase “crisis de masculinidad”, es común que


pensemos en hombres concretos, algunos de ellos incluso cercanos y
con quienes tenemos relaciones de afecto, que están padeciendo algún
malestar derivado de su propio “ser hombre”. ¿Cómo podemos entender
esta crisis?, ¿como un problema individual? o ¿como un problema de
los hombres ante situaciones críticas?
Esto puede ser cierto en algunos casos e incluso he dedicado algún
tiempo a reflexionar sobre ello para comprender desde mi perspectiva
feminista, el tipo de malestares que de manera individual pudieran pade-
cer los varones por su condición de género masculina. Debo aclarar que,
cuando digo condición de género masculina, estoy citando a Marcela
Lagarde, quien introdujo esta categoría para dar cuenta de esa condición
histórica de estar situados los varones en posiciones de privilegio por
el hecho de ser identificados socialmente como pertenecientes al sexo
masculino. Así, aunque experimenten diversas situaciones de vida,
algunas de éstas sin duda críticas, mantienen un lugar de privilegio y
de dominación respecto de las mujeres y lo femenino.11
Es decir, que las situaciones de crisis, por las que atraviesan mu-
chos varones, son vividas por ellos como una especie de masculinidad
fragilizada,12 un sentido en el que el hombre que una vez se sintió
poderoso, ajustado a los mandatos masculinos que su entorno le exige
para cumplir con su ser hombre, de pronto se exhibe ante sí y ante otros
varones, desprovisto de los recursos que le permitían ostentarse como
tal, al no poder conservar —por ejemplo— su estatus socioeconómico.
El riesgo es que esta masculinidad fragilizada busque su reafirmación
siempre parcial a través de diversas formas de violencia, pues es en
este marco donde algunos hombres sometidos a diferentes situaciones

11
Marcela Lagarde, Género y feminismo. Desarrollo humano y democracia. Ma-
drid, Horas y Horas, 1997.
12
Rita Segato, “La estructura de género y el mandato de violación”, en Alejandra
de Santiago Guzmán, Edith Caballero Borja y Gabriela González Ortuño, eds., Mujeres
intelectuales: feminismos y liberación en América Latina y el Caribe. Buenos Aires,
clacso, 2017.
214 El trastocamiento del modelo hegemónico de masculinidad

de crisis, encuentran un poder a ejercer y, comúnmente, éste se ejerce


contra las mujeres, niñas y niños. Es una crisis en que las relaciones de
género se trastocan y se reacomodan las relaciones de poder.
Entonces, y en vista de lo anterior, para comprender la crisis que
nos ocupa, es necesario preguntarnos por las relaciones de poder
que rodean y dan contexto a la crisis. Esto nos lleva a pensar, más que
en crisis individuales, en una crisis del modelo de masculinidad, es
decir, una crisis en el orden de género que ha venido imperando,
entendiendo, citando a Connell,13 que éste, el género, es un producto
de la historia y también un productor de historia. En ese sentido y
siguiendo a la autora, no debemos olvidar que la masculinidad, dentro
de dicho orden de género es histórica, dinámica y sujeta a cambios.
Sin embargo, dichos cambios siempre encuentran resistencias por
parte de quienes a sabiendas o no, tienen privilegios ante lo que ac-
tualmente está instituido.
Los privilegios de género, característicos de la condición masculina,
tienen que ver con detentar el honor, prestigio y derechos, es decir, el
poder, en todos los ámbitos, como es el económico, político, familiar,
etcétera, y el poder para dominar y ejercer violencia, ya sea como
mera disposición a la práctica o como práctica recurrente, lo cual
siempre vale la pena aclarar, pues los hombres como grupo social,
también experimentan desigualdades entre sí. Por ello, tanto hablar
de masculinidad, como de la llamada crisis en relación con ésta, no
se limita a un asunto individual o de identidades, sino a un orden
social. Si el orden de género se trastoca al grado de existir riesgo de
perder los privilegios mencionados, uno de los fenómenos que puede
emerger y que hemos venido experimentando y documentando, es el
aumento de la violencia de diferentes tipos y modalidades contra las
mujeres por razón de género o contra otros hombres como medio de
recuperar o mostrar el poder, como medio de reafirmar la masculinidad
dominante en riesgo.

13
R. Connell, op. cit.
Olivia Tena Guerrero 215

Tendencias de crisis

Como señalé en la introducción de este trabajo, Connell prefirió


hablar de tendencias de crisis del orden de género, más que de crisis de
masculinidad para analizar los factores que subyacen a las crisis
de todo un sistema. Para hablar de crisis —siguiendo a esta autora—, se
esperaría que antes de su emergencia, hubiese habido cierto equilibrio
o un sistema coherente, y la llamada masculinidad no es un sistema
como tal, sino que es una parte de un sistema o configuración mayor
de relaciones de género. Esta configuración es la que se encuentra en
crisis, mas no la masculinidad en aislado.
Lo que derivo de este razonamiento es que, cuando hay tendencia
de crisis en el orden de género como sistema, se ponen en cuestión
también de manera crítica, las diferentes expresiones, representaciones,
mandatos y prácticas vinculadas con los mandatos masculinos y, por
ende, el modelo vigente o hegemónico de masculinidad, sea cual fuere
en diferentes culturas, geografías y temporalidades, siempre en relación
con el sistema de género en su sentido amplio. Estas crisis, señala en
este mismo sentido Teresa del Valle,14 se expresan como tendencias
en diferentes niveles de la realidad, ya que el sistema de relaciones de
género involucra desde la economía hasta las relaciones interpersona-
les, y yo añadiría a la subjetividad masculina y sus malestares ante tal
tendencia de crisis del sistema.
Las tendencias de crisis son una especie de tensiones entre lo ins-
tituido —el poder masculino instituido— y lo emergente —su desle-
gitimación y posible pérdida—, generados por diversos factores, tales
como los progresos en las agendas feministas que, como señala Iván
Sambade,15 han ido avanzando a la par con cambios en los procesos de
producción y mercado en el contexto de un capitalismo global.

14
Teresa del Valle, Modelos emergentes en los sistemas y las relaciones de género.
Madrid, Narcea, 2002.
15
Iván Sambade, “Masculinidad, cambios sociales y representación en la cultura
de masas”, en Brocar. Cuadernos de Investigación Histórica. Logroño, Universidad de
La Rioja, núm. 42, 2018, pp. 293-322.
216 El trastocamiento del modelo hegemónico de masculinidad

La tendencia de crisis en el sistema de género y, por ende, del


modelo hegemónico de masculinidad y sus mandatos, representan un
resquebrajamiento de su legitimidad ante los avances de las mujeres,
las crecientes vindicaciones feministas y efectos del capitalismo global
y financiarizado como son: el aumento de mujeres en actividades
reconocidas como productivas; la pérdida de empleos, el riesgo de su
pérdida o su precarización experimentado por algunos varones; las aun
insuficientes pero crecientes políticas públicas a favor de las mujeres,
como la relativa a la paridad que ha dado mayor presencia de mujeres
en espacios de decisión política, económica o empresarial; el mayor
control de las mujeres y su exigencia activa en el ámbito de su sexualidad
y reproducción; las inagotables muestras de activismo global contra la
violencia de género, etcétera. Todo ello ha tenido como reacción una
reorganización del poder patriarcal ante la crisis de legitimidad del poder
patriarcal y, por tanto, del modelo de masculinidad antes normalizado.
Bajo estas tendencias de crisis es que emergen malestares masculinos
como una manifestación o síntoma social digno de atenderse en todos
sus niveles de determinación, bajo una ética y política feministas.

Los malestares masculinos

En un intento por explorar algunos antecedentes del estudio de los


malestares masculinos, me encontré con un texto de la socióloga esta-
dounidense Helen Hacker escrito en 1957 que me pareció fundacional.
En el artículo que lleva como título The new burdens of masculinity (Las
nuevas cargas de la masculinidad),16 la autora advierte ya el carácter
social de la masculinidad y, por tanto, la posibilidad de cambio de los
“roles masculinos”; asimismo resalta que la perpetuación de los grupos
subordinados corre en paralelo a las limitaciones en el desarrollo de los
grupos dominantes como el de varones.
Sus reflexiones fueron visionarias al hacer un esbozo de lo que
décadas después se discutiría en términos del modelo de masculinidad

16
Helen Hacker, “The new burdens of masculinity”, en Marriage & Family Living,
vol. 19, 1957, pp. 227-233.
Olivia Tena Guerrero 217

hegemónica,17 al proponer la construcción de una tipología de varones


basada en sus posiciones familiares o de clase social, subrayando que
esto permitiría comprender lo que ellos —desde diferentes posicio-
nes— interpretan como demandas de la masculinidad y su capacidad
de satisfacerlas. En este sentido, parece estar reconociendo la hete-
rogeneidad en las formas de ser varón, al advertir lo que yo llamaría
masculinidades situadas.
Aunque Hellen Hacker —quien puede considerarse una pionera en
los estudios sobre la masculinidad— les denominó “quejas masculinas”,
ella delineó en los años cincuenta, la tal vez primera configuración de
los malestares masculinos a partir de entrevistas individuales, categoría
que —hoy sabemos— sería central en los estudios sobre varones, aunque
difícilmente es ella reconocida por estas aportaciones.
Sus conclusiones acerca de las “quejas masculinas”, entendidas
como “problemas masculinos contemporáneos” —no olvidemos que
se refiere a los años cincuenta—, es que éstos provienen de tres fuentes
difíciles de separar:
Primero, las responsabilidades masculinas provenientes de tiempos
pasados y, entre éstas, el papel tradicional de proveedores que, aunque
siempre ha sido difícil de enfrentar, actualmente —decía— las estruc-
turas ocupacionales lo agravan generando tensiones; segundo, sentir
que no se está a la altura de los mandatos de la masculinidad o no estar
seguro de los requisitos para validarla, y tercero, el acomodo de algunos
varones a las nuevas libertades y responsabilidades de las mujeres; al-
gunos varones, de acuerdo con las entrevistas, superan el malestar y a la
vez culpa que les genera esta nueva situación, estableciendo relaciones
sobre bases más equitativas, mientras que otros se mantienen firmes en
mantener o recuperar las prerrogativas masculinas, o incluso, refuerzan
prácticas de dominio contra las mujeres para mantener su subordinación.
Pero con base en lo hasta ahora dicho, ¿cómo podemos entender
un malestar?, ¿cómo podemos definirlo de modo que nos atrevamos
a aplicarlo a individuos concretos en contextos de crisis? y ¿cómo si
los varones con frecuencia no se reconocen en malestar? La discusión

17
R. Connell, Gender and Power: Society, the Person, and Sexual Politics. Standford,
Standford University Press, 1987.
218 El trastocamiento del modelo hegemónico de masculinidad

sobre la noción de malestar la inicié en 2005 con la intuición de que,


pensada desde una mirada de género, podría definirlo en términos de
un “conflicto de deberes”, es decir, un conflicto entre los mandatos
de género y las posibilidades o deseos de cumplirlos.18
En el caso de las mujeres estos malestares están relacionados con la
opresión vivida como consecuencia de dichos mandatos, pero en el caso
de los hombres, dichos malestares se relacionan con sus privilegios y
poder; quizás ésta sea la razón por la que ellos tengan más dificultades
para expresarlos, excepto en condiciones particulares, como cuando
éstos se ven mermados en un contexto de tendencia de crisis del orden
de género instituido, como son las situaciones de desempleo. Los man-
datos masculinos otorgan a los varones poder y prestigio y, por ello, su
compulsión genérica para acatarlos y su dificultad para cuestionarlos.
Desde la perspectiva feminista, por tanto, es relevante identificar
diferentes formas de malestar masculino:

1. Casos en que las experiencias y expectativas de los varones no se


corresponden con los esquemas tradicionales de género: sensación
de estar siendo violentados en su identidad y subjetividad por los
códigos culturales y los estereotipos de género existentes. Ejem-
plos: malestares relacionados con presiones por su desempeño
sexual y por crisis en su papel de proveedor, entre otros.
2. Casos en que las experiencias y expectativas de los varones no
se corresponden con cambios en los papeles tradicionales de
las mujeres. Sensación de pérdida de autoridad o poder: a) por
cambios en las condiciones económico-sociales, salud u otras,
ejemplos: desempleo o empleo precario; b) por un mayor ejercicio
de derechos de las mujeres, ejemplo: creciente incorporación de
las mujeres al trabajo remunerado.
3. Malestares raramente reconocidos por los varones, consecuencia
de un cumplimiento estricto a los estereotipos de la masculinidad:
a) conductas de riesgo para la salud; b) conductas de riesgo para
la vida y c) obstrucción de sentimientos y afectos.

18
O. Tena, “Los malestares subjetivos de las académicas como un conflicto de
deberes”, en op. cit.
Olivia Tena Guerrero 219

Reconocidos o no, nombrados o no por los mismos varones, la re-


flexión sobre los malestares es un punto de partida importante en la
búsqueda de la igualdad entre los sexos, si consideramos que, en las
formas de malestar antes citadas, hay implícito un agotamiento del mo-
delo hegemónico de masculinidad que de una u otra forma las vincula.
Finalmente, cabe acotar que ante una misma situación de crisis, como
es la pérdida de los recursos para acatar el mandato de la proveeduría,
pueden generarse sensaciones de malestar que se manifiesten de
diferentes formas: con comportamiento violento, depresión, pérdida
del deseo o disminución de la capacidad sexual, sensación de derrota,
etcétera. A partir de reflexiones y datos empíricos es relevante mostrar
que, como represento en la figura 1, el poder como dominio sobre
otros y otras es el eje de la masculinidad hegemónica, mismo que se
ejerce de manera situada, es decir, de manera diferencial en virtud de
la cercanía con los mandatos o representaciones dominantes sobre el
significado de la hombría.

PODER Raza-Sexo-Clase-Orientación sexual

Trabajo remunerado

Proveeduría económica Tiempo en masculino

Paternidad Potencia sexual Salud física y mental

Figura 1. Áreas interconectadas de la masculinidad en crisis.

El actual sistema económico capitalista financiarizado, articulado con


el sistema patriarcal que se adapta a éste, funciona como dispositivo
en la construcción de los modelos idealizados y aspiracionales de la
masculinidad a nivel global, con el trabajo remunerado como espacio
simbólico del poder que legitima marcos de exigibilidad masculina que
220 El trastocamiento del modelo hegemónico de masculinidad

les posibilita, en mayor o menor medida, aproximarse al cumplimiento


de otros mandatos, vinculados con otras áreas de la vida. Las relaciones
más fuertes del trabajo remunerado se representan con las líneas más
gruesas, para mostrar, dentro de este modelo hipotético, su vínculo con
la proveeduría y la legitimación social del tiempo en masculino, pero
también con la potencia sexual y la salud física y mental de los varones.19
De este modo, ante la tendencia de crisis del orden de género ligado
con dicho sistema económico, el poder y los privilegios masculinos
se viven como crisis, e incluso áreas como la sexualidad masculina
se pueden ver alteradas, como hemos encontrado en algunos casos de
varones ante la pérdida del empleo. Ante esto, siempre cabe la posibi-
lidad de que, como se ha dicho, emerjan otras prácticas encaminadas
a subsanar las pérdidas en las áreas representadas en la figura. Estas
nuevas prácticas compensadoras de la masculinidad en riesgo pueden
emerger, desde figuras masculinas que aumentan y hacen más explícita
su violencia, hasta aquellas que, ante el malestar, intentan romper los
estereotipos y establecer vínculos más afectivos e igualitarios.

Discusión20

¿Cómo se puede seguir siendo hombre ante esta situación de crisis?


Esta pregunta se la formulaba Gloria Luz Rascón en 2007 aludiendo a la
crisis económica, en donde ella se preguntaba sobre las transformaciones

19
Olivia Tena, “Valoración retrospectiva y prospectiva del ejercicio de la paternidad
a partir de la experiencia de hijos adultos en soltería: historia de caso”, en Juan Guiller-
mo Figueroa, Lucero Jiménez y Olivia Tena, eds., Ser padres, esposos e hijos: prácticas
y valoraciones de varones mexicanos. México, El Colegio de México, 2006, y Lucero
Jiménez y Olivia Tena, “Algunos malestares de varones mexicanos ante el desempleo
y el deterioro laboral. Estudios de caso”, en Mabel Burín y María Lucero Jiménez,
coords., Precariedad laboral y crisis de masculinidad. Impacto de las crisis del trabajo
sobre varones y sobre las relaciones entre los géneros. Buenos Aires, uces, 2008.
20
Se retoman algunas reflexiones expresadas por la autora en el Preámbulo de la
segunda edición del libro citado: Lucero Jiménez y Olivia Tena, coords., ¿Cómo seguir
siendo hombre en medio de la crisis económica? México, unam, crim, 2015. [Segunda
edición a Reflexiones sobre masculinidades y empleo. México, unam, crim, 2007].
Olivia Tena Guerrero 221

que el desempleo estaba generando en el significado del trabajo y la


identidad masculina. Paradójicamente, este mismo título se decidió
poner a la segunda edición del libro en el que ella había asentado su
texto, pero ocho años después,21 lo cual sugiere que la respuesta sigue
en el aire.
En el presente capítulo traté de mostrar, poniendo en juego diversas
categorías ligadas a la condición masculina, el carácter dinámico de las
configuraciones de género y el lugar central que juega el poder como
dominación masculina en este entramado. Después de esto y ante la
tendencia de crisis del orden de género en el contexto económico
descrito, el modelo de masculinidad antes vigente adquiere tintes am-
biguos ante los mismos varones. Por ello cobra relevancia reflexionar,
para concluir este texto, el significado actual de “ser hombre” en un
entorno económico que se agrava y que tiende a una crisis mayor ante
la pandemia que vivimos hoy mismo en el año 2021, con cierres de
negocios, pérdidas de fuentes de empleo y —entendiendo la dinámica
no tendría que sorprendernos— una exacerbación de la violencia contra
las mujeres y de hombres entre sí. Pareciera que aun ante la tendencia
a la crisis del orden de género, con todo lo expuesto, los mandatos de
género de los varones siguieran incólumes ante un sistema patriarcal que
parece acomodarse a todos los rumbos y a todos los sistemas políticos
y económicos y a todas las crisis. El problema que sigue vigente es el
acomodo patriarcal a un sistema capitalista neoliberal global que se
endurece aun ante la pandemia y ante los primeros presagios optimistas
de que, por fin, las personas, los países, los organismos económicos,
cambiarían de paradigma hacia uno de mayor solidaridad y empatía.
Se sigue siendo hombre en este entorno económico, sanitario y político
devastador, me atrevería yo a decir, aunque con ello no pretendo unificar
ni mostrar como perenne a una identidad masculina unida a un cuerpo
sexuado. Más bien, me acojo a los muchos estudios sobre masculi-
nidades y también recojo la aún vigente categoría teórica y analítica

21
Gloria Luz Rascón, ¿Cómo seguir siendo hombre en medio de la crisis económi-
ca?, en L. Jiménez y O. Tena, coords., Reflexiones sobre masculinidad y empleo; L. Ji-
ménez y O. Tena, coords., Cómo seguir siendo hombre en medio de la crisis económica.
222 El trastocamiento del modelo hegemónico de masculinidad

sobre la “masculinidad hegemónica” que un día introdujo Connell22


y más tarde analizaron críticamente Connell y Messerschimdt23 que,
más que pretender señalar una identidad fija, ha permitido analizar las
dinámicas del poder masculino a partir de un modelo idealizado de lo
viril, derivado de una construcción cultural de ser hombre, a partir de
la cual se contrastan las diversas formas de expresión masculina, con el
poder como hilo conductor, como también pretendí mostrar en este texto.
La proveeduría, asociada a la realización identitaria masculina a
través del empleo, es uno de los ejes de la masculinidad hegemónica
que persiste y reproduce la división sexual del trabajo. Reconocer esta
atribución a lo masculino no significa ni que todos los hombres cum-
plan con ello ni que todos tengan los recursos para hacerlo. Diríamos
más bien que pervive una especie de pacto interclasista, interracial e
interétnico característico de un sistema patriarcal,24 que asocia el poder
político, económico y de reconocimiento social a la proveeduría como
privilegio masculino, que la mantiene como uno de los ideales de la
masculinidad, con el trabajo remunerado como centro identitario.
Ante el contexto que vivimos y considerando el carácter dinámico
de los órdenes de género locales y globales caben dos posibilidades:
1) que ante este nuevo desorden haya un reacomodo de los poderes
masculinos para mantener sus privilegios, o 2) que ante la precari-
zación laboral, derivada de este desorden,25 se esté configurando una
nueva organización sexual del trabajo con “alianzas intergenéricas”
emergentes y necesarias.26
La primera posibilidad, imagino, se expresaría a través de una
reafirmación de poderes masculinos como formas alternativas de
aproximación al modelo hegemónico de la masculinidad, como he
venido diciendo. La proveeduría es sólo uno de los mandatos de la

22
R. Connell, Masculinities.
23
R. Connell y J. W. Messerschmidt, “Hegemonic masculinity: Rethinking the
concept”, en Gender & Society, vol. 19, núm. 6, 2005, pp. 829-859.
24
Celia Amorós, Feminismo. Igualdad y diferencia. México, unam, 1994, y Rosa
Cobo, Hacia una nueva política social. Madrid, La Catarata, 2011.
25
Cf. R. Cobo, op. cit.
26
Donna Haraway, Ciencia, cyborgs y mujeres: La reinvención de la naturaleza.
Madrid, Cátedra, 1991.
Olivia Tena Guerrero 223

masculinidad y al no contar con los recursos para su cumplimiento


puede desplazar las disposiciones hacia otros mandatos relacionados
con la violencia, la sexualidad u otros medios, en búsqueda de poder
económico, aumentando con ello las condiciones de dominio y opresión
hacia las mujeres y otros hombres. Esto puede estar relacionado con los
nuevos juegos de poderes que vivimos en México y otros países, como
los que se juegan en el narcotráfico que también se ha visto mermado en
la pandemia, lo cual explica el aumento escandaloso en la explotación
sexual de mujeres y niñas, por decir sólo algunos.
La segunda posibilidad, la reorganización sexual del trabajo, es qui-
zá la más sencilla de documentar, ya que impacta en la vida cotidiana
de las personas en los hogares. A simple vista pareciera que esto está
sucediendo, es decir, que ante la actual crisis algunos varones tienden
a incorporarse a otras tareas que antes les eran ajenas, como las de cui-
dado y domésticas, en tanto las mujeres se incorporan o aumentan su
carga de trabajo remunerado. Sin embargo, este cambio va presentando
matices. Se ha documentado, por ejemplo, que la carga de trabajo de
las mujeres, tanto por trabajo doméstico como por trabajo remunerado,
aumentó en el periodo de la depresión estadounidense27 y, en España,
se ha documentado que los hombres desempleados incrementaron
únicamente en una hora el tiempo dedicado al trabajo doméstico y de
cuidados.28 Si bien están teniendo una mayor participación en el ámbito
doméstico y de los cuidados como resultado del desempleo vivido, aún
no despliegan, en términos generales, un cambio que permita vislumbrar
una reorganización de la división sexual del trabajo.
Mi posición sobre las posibilidades antes planteadas, es que ambas
se pueden estar gestando en medio de tensiones inevitables que habrá
que ir documentando, a la vez que generando estrategias para incidir
en que los cambios, producto de estas crisis no deseadas, signifiquen
un avance a través de esta especie de fisura patriarcal.

27
Ruth Milkman, “Women’s work and economic crisis. Some lessons of the great
depression”, en Review of Radical Political Economics, vol. 8, núm. 1, 1976, pp. 71-97.
28
T. Addabbo, P. Rodríguez-Modroño y L. Gálvez-Muñoz, “Gender and the Great
Recession: Changes in labour supply in Spain”, en DEMB Working Paper Series, núm.
10, 2013, pp. 1-25.
La violencia de género en las universidades públicas.
Una reflexión para su posible erradicación
ROSALÍA CARRILLO MERÁZ

Introducción

El presente capítulo describe los alcances de las investigaciones reali-


zadas por el Observatorio Nacional sobre Violencia entre Hombres y
Mujeres (onavihomu), donde se destacan las causas y efectos derivados
de las denuncias masivas en diferentes movimientos en redes sociales
que evidenciaban las prácticas de violencia sexual en las universidades
con el hashtag: #Aquítambiénpasa, #Amítambiénmepasó, #Tendede-
rodelacoso y #AcosoenlaU. Estas campañas abonaron a la visibilización
del acoso sexual en todas sus formas, pero también causaron polémica
ante el descontento de la comunidad estudiantil y de la exposición de
presuntos victimarios en medios de comunicación masiva.
Si bien, la denuncia pública ayudó a evidenciar, reflexionar, prevenir
y buscar alternativas para que las autoridades universitarias realizaran
su trabajo, estos movimientos también trajeron consigo una serie de
problemáticas ancladas en el pensamiento androcéntrico donde los actos
de denuncia eran vistos como “exagerados”. Por ello, en este trabajo se
intenta exponer las diferentes posturas de la comunidad universitaria
ante un tema tan delicado y urgente de tratar como es la violencia en con-
tra de las mujeres universitarias, así como sus posibles implicaciones.

El problema de la violencia de género en las universidades

El hablar de violencia de género en las universidades es un tema que nos


duele porque todas y todos hemos pasado por él, ya sea como víctimas
o como victimarios —aunque nos cueste trabajo aceptarlo—, y también
225
226 La violencia de género en las universidades públicas

como testigos. Hago hincapié en este punto porque muchas veces las
personas que conformamos la comunidad universitaria jugamos un papel
pasivo cuando atestiguamos algún tipo de violencia dentro de los espacios
universitarios. Por ello, el objetivo principal de este escrito es visualizar
todos los tipos de violencias que se ejercen dentro de las universidades,
haciendo énfasis en la violencia de género perpetrada en las Instituciones
de Educación Superior (ies). Dicha violencia es cada vez más visible en
todas las universidades mexicanas, y no se trata de un incremento de este
problema (pues siempre ha existido), más bien sus estudios se han diversifi-
cado en diferentes áreas de conocimiento, debido a la necesidad imperante
de reconocer, atender y disminuir la violencia a su mínima expresión.
Como sugiere Adriana Piterbarg “hay que pasar de la protesta a
la propuesta”,1 es decir, hay que tomar acciones viables como parte de
una comunidad universitaria dotada de las capacidades necesarias para
defender los derechos humanos de todas las personas, pues, muchas
veces, quienes interactuamos dentro de las universidades sólo nos que-
jamos, sin proponer soluciones a la problemática en cuestión. Por ello,
resulta indispensble que tanto estudiantes, profesoras/es, funcionarias/
os, administrativas/os y trabajadoras/res, seamos corresponsables de
la solución a una problemática que nos afecta a todas/os. Por supuesto
que las autoridades deben hacer lo propio, pero es necesario sumar
esfuerzos para disminuir realmente el problema de la violencia en las
ies y el problema de la violencia social en general.

Los alcances del onavihomu

El presente trabajo tiene como base la investigación realizada a través


del onavihomu, el cual fue fundado en 2011 con presupuesto asignado
a un proyecto de ciencia básica del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (Conacyt).
Dicho observatorio ha realizado cinco coloquios especializados en el
análisis de las violencias de género acontecidas en los espacios sociales y

1
Adriana Piterbarg, Todavía respira. Una mirada poética sobre el psicodrama.
Buenos Aires, Ediciones Nuevos Tiempos, 2003.
Rosalía Carrillo Meráz 227

universitarios, reuniendo a especialistas nacionales e internacionales que


estudian la problemática dentro de los espacios mencionados. Gracias a
estos coloquios, se han logrado diversas adhesiones institucionales con
la finalidad de posibilitar el intercambio de trabajo y la generación de
conocimiento interuniversitario. A la fecha, se cuenta con ocho adhe-
siones nacionales y dos internacionales como la de la Universidad
Complutense de Madrid y la Ryerson University.
También, como parte del trabajo de investigación, el onavihomu se
ha visto favorecido con dos proyectos de ciencia básica: el primero, Es-
tudios comparados sobre género: educación, trabajo y violencia entre
hombres y mujeres (2009-2012); el segundo, Estudio comparativo sobre
la violencia en las universidades públicas de México (2015-2016).2
El trabajo de dicho observatorio se ha realizado en quince ies del país:
Universidad Autónoma de Ciudad del Carmen, Universidad Autónoma
de Yucatán, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, Universidad
Autónoma de Ciudad Juárez, Universidad Autónoma del Estado de Mé-
xico, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Universidad Benito
Juárez de Oaxaca, Universidad Autónoma de Baja California Sur, Instituto
Tecnológico de Baja California Sur, Escuela Nacional de Antropología
e Historia, Universidad del Mar, Universidad Autónoma de Tamaulipas,
Universidad Veracruzana, Universidad Autónoma Metropolitana y Uni-
versidad de Guanajuato. En todas estas instituciones se ha contado con
el apoyo de colegas que trabajan temas afines a los que se abordan en el
onavihomu, así como coordinadores de las áreas especializadas en estu-
dios de género. Es importante señalar que en tres de estas instituciones
no se alcanzó a terminar la investigación debido a problemas ajenos al
onavihomu, tal es el caso de la Escuela Nacional de Antropología e His-
toria, la Universidad Autónoma de Tamaulipas y la Universidad del Mar.
El observatorio también cuenta con una compañía de Teatro-Inter-
vención formada por actores profesionales (estudiantes o egresados de

2
Rosalía Carrillo Meráz y Rafael Montesinos Carreta, “Diagnóstico, intervención y re-
sultados sobre la violencia de género en las ies. El proyecto del Observatorio Nacional sobre
Violencia entre Hombres y Mujeres (onavihomu)”, en Raquel Güereca, Guadalupe Huacuz
y Eugenia Martín, Estrategias de intervención ante la violencia por motivos de género
en las instituciones de educación superior. Ciudad de México, uam-Azcapotzalco, 2020.
228 La violencia de género en las universidades públicas

escuelas de arte dramático), la cual tiene un repertorio de obras de teatro


que promueven el respeto entre los géneros y la prevención de la violen-
cia. En las funciones de Teatro-Intervención, se cuenta con el apoyo de
psicólogas que ayudan a realizar la contención, en caso de ser necesaria,
después de cada función.
Asimismo, el observatorio brinda talleres de sensibilización y con-
cientización con perspectiva de género a servidores públicos, personal
administrativo, funcionarios y estudiantes de las ies, con el objetivo
de promover la participación de toda la comunidad universitaria para
resolver el problema de la violencia.
El trabajo de campo llevado a cabo en once años de investigación es
de corte mixto. En la parte cualitativa, se han realizado historias de vida,
entrevistas y grupos focales, y en la parte cuantitativa se han aplicado
cuestionarios a más de siete mil estudiantes. Es importante resaltar que
el trabajo efectuado por el observatorio no sólo se centra en el estudio
de la violencia de género, sino que busca visibilizar todas las formas de
violencia acontecidas dentro del espacio universitario, pues es importante
no sólo reconocer, sino teorizar y generar propuestas viables encaminadas
a crear una cultura de igualdad, solidaridad y respeto entre los géneros.

Los estudios sobre violencia y violencia de género en las ies

Al reflexionar sobre las múltiples violencias que acontecen dentro (y


fuera) del espacio universitario, es importante reconocer que existen
factores culturales y sociales que fomentan y legitiman la realización
de prácticas lacerantes como una forma de convivir; es decir, que
muchas de las violencias encontradas a lo largo de nuestra investiga-
ción han sido normalizadas como parte de la interacción entre las y
los universitarios.
Así, se puede reconocer que la cultura mexicana influye de manera
directa en las relaciones que se dan entre la comunidad universitaria,
pues cada integrante viene permeado de la carga cultural y los apren-
dizajes adquiridos previos a su paso por la universidad. Esto fomenta
que se siga reproduciendo la violencia de género como un reflejo de lo
dictado por la cultura patriarcal.
Rosalía Carrillo Meráz 229

UACJ

UABCS

UAT
ITLP

* UADY

*
ENAH
UG UAEH
UNACAR

* UV

*
UAM
UACM
UAEM
UABJO
Universidades donde se realizó la investigación UMAR
Universidades donde se canceló la investigación
Universidades donde actualmente se realiza la investigación

*
Universidades donde se han realizado talleres de sensibilización
a docentes y estudiantes

Alcances y limitaciones del proyecto onavihomu. Fuente: Elaboración propia.

Todas las formas de violencia dentro de las universidades son


provocadas por las relaciones de poder que se dan entre las personas
o grupos de personas que interactúan dentro de cada ies. Entre ellas
diferenciamos la violencia de la agresión. La primera es entendida
como un acto premeditado que tiene como objetivo dañar a otro u otros,
mientras que la segunda, es un acto no premeditado que se da como
defensa ante un ataque, es decir, la agresión no es planeada, sino que
surge de manera impulsiva al ser víctima de violencia. Es por ello,
que a veces encontramos personas o colectivos que se defienden con
violencia porque no encuentran otra forma asertiva de poner fin a los
actos de los que son víctimas.
Cada día es creciente la cantidad de investigaciones que se realizan
en nuestro país en torno a la violencia y sus múltiples manifestaciones
dentro de los espacios escolares. En los últimos cinco años, la pro-
ducción científica ha crecido gracias al apoyo del Conacyt y de otras
instituciones educativas que buscan disminuir la violencia a su mínima
230 La violencia de género en las universidades públicas

expresión. Así, destacan los trabajos de Saldívar, Ramos y Saltijera;3


Castro y Velázquez;4 Gutiérrez Otero;5 Torres Mora;6 Larena y Molina;7
Zamudio, Ayala y Andrade;8 Adams y Cervantes;9 Durazo y Ojeda;10
González;11 Mingo y Moreno;12 List;13 Tlalolin;14 Sorroza, Montes,

3
G. Saldívar Hernández, L. Ramos y M. T. Saltijera, “Validación de las escalas de
la aceptación de la violencia y de los mitos de violación en estudiantes universitarios”,
en Salud Mental, 27(6). México, Instituto de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz,
2004, pp. 40-49.
4
Roberto Castro y Verónica Velázquez García, “La universidad como espacio de
reproducción de la violencia de género. Un estudio de caso en la Universidad Autónoma
Chapingo”, en Estudios Sociológicos, xxvi, núm. 78, 2008, pp. 587-616.
5
Miriam Gutiérrez Otero, La violencia sexual: un problema internacional. México:
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2009.
6
M. T. Torres Mora, “El problema de la violencia entre universitarios abordado
desde el enfoque de la investigación-participación-acción”, en Investigación Univer-
sitaria Multidisciplinaria, 9(9), 2010, pp. 27-36.
7
R. Larena y S. Molina, “Violencia de género en las universidades: investigaciones y
medidas para prevenirla”, en Trabajo Social Global, 1(2). 2010, pp. 202-219. [Consulta:
15 de marzo, 2020] <https://revistaseug.ugr.es/index.php/tsg/article/view/911>
8
F. Zamudio, M. Ayala y M. Andrade, “Violencia en el alumnado de la Universi-
dad Autónoma Chapingo, según género”, en Memorias del XI Congreso Nacional de
Investigación Educativa, 7-11 de noviembre de 2011.
9
J. Adams y R. Cervantes, “Violencia pasiva en mujeres universitarias. Un estudio
exploratorio de las causas del deterioro de la autoestima”, en Psicología y Salud, 22(1),
2012, pp.133-139.
10
M. G. Durazo Bringas y B. G. Ojeda García, “Violencia y deserción de estu-
diantes de educación superior”, en Revista Internacional Administración y Finanzas,
6 (2), 2013, pp. 101-117. [Consulta: 5 de junio, 2020] <https://papers.ssrn.com/sol3/
papers.cfm?abstract_id=2156537>
11
R. M. González Jiménez, coord., “Violencia de género en instituciones de edu-
cación superior en México”, en Horizontes Educativos, México, 2013.
12
A. Mingo y H. Moreno, “El ocioso intento de tapar el sol con un dedo: violencia de
género en la universidad”, en Perfiles Educativos, 37(148), 2015, pp. 138-155. [Consul-
ta: 22 de febrero, 2019] <https://doi.org/10.22201/iisue.24486167e.2015.148.49318>
13
M. List, “Los universitarios frente a la homofobia. El caso de la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla”, en Sinéctica, 46, 2016, pp. 1-15 [Consulta: 5 de
junio, 2020] <https://www.redalyc.org/pdf/998/99843455003.pdf>
14
Fabiola Tlalolin, Violencia y actores sociales en la universidad pública: un
estudio descriptivo desde la perspectiva sistémica. Tesis. buap, 2018.
Rosalía Carrillo Meráz 231

Montes, Herrera y López;15 Peña y Fernández;16 Sieglin, Verástegui y


García;17 Barreto,18 y Sánchez, Quiñones, Aguilar, Estrada y Félix,19
quienes han sumado aportes importantes para el reconocimiento de los
factores que provocan la violencia en las ies y las manifestaciones que se
dan de este problema; algunos han aportado propuestas para disminuir
esta problemática desde diversas disciplinas, como la epidemiología,
la antropología, la psicología, la sociología y la salud.
Es importante mencionar que, en 2012, el Conacyt convocó a la
realización de proyectos de ciencia básica con el objetivo de generar
conocimiento sobre la violencia de género en las universidades. Pese
a que los recursos fueron asignados desde 2012, fue hasta el 2015 que
pudieron utilizarse. Y posterior a esta fecha, se visualiza un incremento
de investigaciones nacionales que aportan datos actualizados sobre este
tópico. (Flores, Espejel y Martell;20 Evangelista, Tinoco y Tuñón;21

15
C. Sorroza-Polo, O. J. Montes-García, N. Montes-García, S. M. Herrera-Cerque-
da e I. M. López, “Expresiones de la violencia en la uabjo. Reporte de investigación”,
en R. M. Ramírez-Martínez e I. G. González-Corso, coords., Estudios sobre violencia
en la educación: enfoques, textos y contextos. México, Universidad Autónoma de
Morelos, 2015, pp. 343-364.
16
F. Peña y S. Fernández, coords., Mobbing en la academia mexicana. México,
eon, 2016.
17
V. Sieglin, L. Verástegui y G. García, “Acoso laboral y salud. Estudio de caso
de la planta laboral de una universidad mexicana”, en F. Peña y S. Fernández, coords.,
Mobbing en la academia mexicana. México, eon, 2016.
18
M. Barreto, “Violencia de género y denuncia pública en la universidad”,
en Revista Mexicana de Sociología, 79(2), 2017, pp. 261-286. [Consulta: 11 de
diciembre, 2019] <http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid
=S0188-25032017000200262>
19
M. L. Sánchez Soto, A. M. Quiñones, M. Aguilar Durán, S. Estrada Martínez y M.
C. Félix Corral, “Significado psicológico de la violencia en estudiantes universitarios:
diferencias basadas en género”, en GénEros, 24(22), 2018, pp. 85-106. [Consulta: 8 de di-
ciembre, 2019] <http://revistasacademicas.ucol.mx/index.php/generos/article/view/1269>
20
A. Flores Hernández, A. Espejel Rodríguez y L. M. Martell Ruiz, “Dis-
criminación de género en el aula universitaria y sus contornos”, en Ra Ximhai,
12(1), 2016, pp. 49-67. [Consulta: 18 de febrero, 2019] <https://www.redalyc.org/
pdf/461/46146696004.pdf>
21
A. Evangelista-García, R. Tinoco-Ojanguren y E. Tuñón-Pablos, “Violencia
institucional hacia las mujeres en la región sur de México”, en Liminar. Estudios So-
232 La violencia de género en las universidades públicas

Casillas, Dorantes y Ortiz;22 Zapata, Ayala, Suárez, Lázaro y López;23


Acuña y Román;24 Montesinos y Carrillo,25 y Carrillo.26 En estas últi-
mas investigaciones se muestran los movimientos generados a partir de
las movilizaciones feministas y de diversas agrupaciones que buscan
visualizar la violencia en contra de las mujeres.

Las modalidades de la violencia en las ies

El teorizar acerca de la violencia ha llevado a la creación de términos


que nos ayudan a reconocer hacia qué grupo va dirigida la violencia. En
este apartado, se puntualizan las modalidades de la violencia más rele-
vantes para realizar estudios sobre esta problemática dentro de las ies.

ciales y Humanísticos, 14(2), 2016, pp. 57-69. [Consulta: 12 de enero, 2020] <http://
www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-80272016000200057>
22
Miguel Casillas, Jeysira Dorantes y Verónica Ortiz, coords., Estudios sobre la
violencia de género en la universidad. México, Universidad Veracruzana, 2017.
23
E. Zapata, R. Ayala, B. Suárez, R. Lázaro y A. López, Violencia en las univer-
sidades: sociedad, Estado, familia y educación. México, La Aldea/colpos, 2018.
24
C. Acuña y R. Román, “Juventud universitaria y desigualdad de género. Opinión
de las y los tutores”, en GénEros, 24(22), 2018, pp.107-132.
25
Rafael Montesinos Carrera y Rosalía Carrillo Meráz, “Transición y coyuntura en
las relaciones de género. Qué, dónde y cómo reconocer el cambio”, en El Cotidiano,
núm. 201, México, uam-Azcapotzalco, 2017, pp. 85-96; R. Montesinos y R. Carrillo,
Violencias comparadas en universidades públicas e instituciones de educación su-
perior. México, Tirant Lo Blanch/ Universidad Autónoma Metropolitana, 2019; R.
Montesinos y R. Carrillo, “Entre el #metoo al he for she. Violencias entre los géneros”,
en Escenarios, núm. 28, Buenos Aires, Universidad Nacional de la Plata, 2019.
26
Rosalía Carrillo Meráz, Violencia en las universidades públicas. El caso de la
Universidad Autónoma Metropolitana. México, uacm, 2015; R. Carrillo, “Entre
la simulación y la práctica institucional. Primer diagnóstico sobre violencia en la uam”,
en El Cotidiano, núm. 200, 2016, pp.169-180; R. Carrillo, “Para entender las mani-
festaciones de violencia en las ies”, en Miguel Casillas, Jeysira Dorantes y Verónica
Rodríguez, Estudios sobre la violencia de género en la universidad. México, Univer-
sidad Veracruzana, 2017; R. Carrillo, Entretejiendo fronteras entre hombres y mujeres.
Historias de violencias vividas. Universidad de Guanajuato, 2019 y R. Carrillo, “El
acoso laboral: un monstruo que acecha a docente de la Universidad de Guanajuato”,
en El Cotidiano, núm. 220, 2020, pp. 71-82.
Rosalía Carrillo Meráz 233

En primer lugar, diferenciaremos la violencia de género de la vio-


lencia contra las mujeres. La primera es toda forma de violencia que
se ejerce contra una persona por el hecho de ser hombre, ser mujer
o identificarse con un género diferente a la visión dicotómica. La
segunda es la violencia ejercida en contra de las mujeres, derivada de
los aprendizajes transmitidos por el orden patriarcal tan vigente en la
cultura mexicana.
En segundo lugar, es menester reconocer el bullying, como toda
forma de violencia o maltrato entre iguales,27 a través de actos en los
que destacan las relaciones de poder establecidas dentro del espacio
escolar.28 En esta modalidad se pueden distinguir diferentes actores: los
agresores o bullies, quienes perpetran el acto violento; los seguidores o
secuaces, quienes secundan al agresor y, en ocasiones, ejecutan por él
cualquier forma de violencia; los animadores, personas que participan
de manera pasiva en el acto violento aplaudiendo al agresor porque no
quieren ser sus próximas víctimas; las víctimas, quienes en ocasiones son
físicamente más débiles que los agresores; tienden a ser introvertidos y
no se defienden ante los ataques recibidos; los bystanders u outsiders,
testigos pasivos o espectadores, que testimonian el acto violento, pero no
hacen nada por defender a la víctima, y los defenders o testigos activos,
personas que defienden a la víctima, aun sin conocerla, enfrentándo-
se al agresor o dando consuelo a la persona que ha sido lastimada.29

27
D. Olweus, Conductas de acoso y amenaza entre escolares. Madrid, Morata, 1998.
28
Cf. A. Furlán, “Problemas de indisciplina y violencia en la escuela”, en Revista
Mexicana de Investigación Educativa, 10(26), 2005; A. Furlán, Violencia en los centros
educativos. Conceptos, diagnósticos e intervenciones. Buenos Aires, Noveduc/Ensayos
y experiencias, 2010; S. Harris y P. Garth, El acoso en la escuela. Los agresores, las
víctimas y los espectadores. Barcelona, Paidós, 2006; J. E. Palomero Pescador y M.
R. Fernández Domínguez, “La violencia escolar, un punto de vista global”, en Revista
Universitaria de Formación de Profesorado, 41. España, Universidad de Zaragoza,
2001, pp. 19-38.
29
Cf. M. A. Trautmann, “Maltrato entre pares o bullying. Una visión actual”, en
Revista Chilena de Pediatría, 79(1). Santiago de Chile, 2008; N. Albaladejo Blázquez,
Evaluación de la violencia escolar en educación infantil y primaria. Tesis. Universidad
de Alicante, 2011; R. M. Varela Garay, Violencia, victimización y cyberbulling en ado-
lescentes escolarizados/as: una perspectiva desde el trabajo social. Tesis. Facultad de
Ciencias Sociales, Departamento de Trabajo Social y Servicios Sociales, Universidad
234 La violencia de género en las universidades públicas

Si bien el bullying nos ayuda a analizar la direccionalidad horizontal de


la violencia, no permite diferenciar las múltiples formas de maltrato entre
iguales, por ello, en nuestras investigaciones pocas veces recurrimos a
este término, pues, como menciona Domenach: “actualmente existe una
moda de concebir a la violencia como una categoría donde todo cabe”,30
y esto dificulta el análisis de las causas, manifestaciones y posibles
soluciones a este gran problema que enfrenta la sociedad mexicana.
En tercer lugar, se encuentra el mobbing o acoso laboral, en el que
también encontramos algunos prototipos de personas que interactúan
en esta clase de actos. Tal es el caso de las víctimas envidiables, quienes
son personas brillantes, atractivas, especialmente talentosas, propositi-
vas, que cuestionan los liderazgos informales con su propia presencia;
las víctimas vulnerables, quienes son personas necesitadas de afecto
y aprobación constante; dan la impresión de ser inofensivas y/o de
encontrarse indefensas, y las víctimas amenazantes, quienes suelen ser
personas activas, eficaces, honestas y trabajadoras, mejoran el trabajo
de sus colegas o ponen en evidencia las malas prácticas laborales a
partir de su desempeño.31
En cuarto lugar, reconocemos la violencia docente, como toda forma
de violencia ejercida por profesores hacia la comunidad estudiantil. En
esta modalidad prevalecen las formas “sutiles” de violencia, entre las
que la violencia psicológica y sexual son las más notables.
En quinto lugar, la violencia inversa fue un hallazgo interesante y
aún poco analizado, donde las interacciones se dan de manera vertical
ascendente, es decir, los actos violentos son ejecutados por un actor
universitario con menor rango jerárquico contra otro miembro de
la comunidad escolar con una mayor jerarquía. En esta modalidad,
prevalecen las violencias ejercidas de los estudiantes hacia los profe-

de Sevilla, 2012, y Rosalía Carrillo Meráz y Nathaly Betzabee Carranza Guevara, “Bajo
la sombra del anonimato. Del muro de la denuncia al acoso y hostigamiento sexual
en las ies”, en El Cotidiano, núm. 216. México, uam-Azcapotzalco, 2019, pp. 27-38.
<http://www.elcotidianoen linea.com.mx/pdf/216.pdf>
30
Jean-Marie Domenach et al., La violencia y sus causas. París, Unesco, 1981, p. 9.
31
F. Peña Saint Martin, P. Ravelo y S. Sánchez, Cuando el trabajo nos castiga.
Debates sobre el mobbing en México. México, uam-Azcapotzalco, 2007.
Rosalía Carrillo Meráz 235

sores, aunque también encontramos actos arremetidos por profesores


o administrativos contra funcionarios, pero éstos son analizados en la
modalidad de mobbing.
En sexto lugar, y no menos importante, se encuentran las violencias
derivadas de las tecnologías de la información y la comunicación; en
ellas, se han encontrado diversas manifestaciones explícitas de conduc-
tas sexuales inapropiadas, exposición de imágenes sin el consentimiento
de la víctima y la propagación de chismes.32
Dentro de estas modalidades, nos encontramos con interacciones
en las que todas y todos los actores pueden jugar el rol de víctimas,
testigos y/o victimarios dentro de la universidad, como queda señalado
en el siguiente diagrama:

Alumnos
Profesores

Funcionarios Personal administrativo

Fuente: Elaboración propia.

Los tipos de violencia en las ies

La violencia se puede manifestar de diversas formas dentro de los


espacios universitarios, por ello, desglosamos aquellas que han sido

32
J. Dorantes, “Ciberbullying escenario de la violencia en el contexto educativo”,
en Interconectando Saberes, 4(7), 2019, pp. 119-136.
236 La violencia de género en las universidades públicas

encontradas en el trabajo de campo realizado por el onavihomu, aunque


reconocemos que no son todas las formas de violencia que se manifiestan
dentro de las ies, pues éstas son una copia fidedigna de lo que sucede en
el entorno social y no descartamos que haya muchas más formas de
ejercer violencia; sin embargo, aquí evidenciamos sólo lo encontrado
a través de poco más de una década de investigación.
La forma de violencia más recurrente en las interacciones entre
actores universitarios es la psicológica. Estos actos en su mayoría son
planificados con el fin de dañar la psique y desestabilizar, amedrentar o
minimizar al otro. Se manifiesta a través de insultos, gritos, amenazas,
descalificaciones, humillaciones, chismes, chantajes, marginación,
rechazo, discriminación, sobornos y abuso de autoridad.
También encontramos diversas manifestaciones de violencia física
como: golpes, empujones, patadas, golpes con objetos y, entre las mani-
festaciones más graves de este tipo de violencia, detectamos homicidio y
secuestro como formas derivadas del crimen organizado que ha invadido
desde hace años los espacios universitarios, además de las prácticas
porriles aún vigentes en algunas universidades del país.
La violencia sexual es un tipo de violencia que se vive de la mano
con la violencia de género, pues son mayormente las mujeres quienes
son víctimas de este tipo de actos que las dañan física y psicológica-
mente. Dentro de estas manifestaciones encontramos: hostigamiento
sexual, acoso sexual, insinuaciones sexuales, tocamientos y, tristemente,
también obtuvimos testimonios de violaciones sexuales dentro de los
espacios universitarios, lo que nos hace cuestionarnos sobre el papel de
estas instituciones como generadoras del respeto, ya que la violación
sexual ejercida dentro de los espacios universitarios denota un descuido
por parte de las autoridades y de la misma comunidad, pues quienes
debieran cuidarse entre sí terminan siendo los principales violentadores.
Y realizamos una crítica constante a la omisión de las personas que
son testigos de la violencia, pues su comportamiento pasivo también
fomenta la ejecución de diversas violencias que se han normalizado y,
en ocasiones, convertido en una práctica cotidiana dentro de las ies.
Es necesario también, reconocer las formas de violencia patrimonial
que se detectaron en el trabajo de campo: robo de pertenencias, daño
a pertenencias y retención de documentos fueron las más reconocidas
Rosalía Carrillo Meráz 237

entre la comunidad universitaria, aunque, en los últimos dos años, tam-


bién se encontraron los daños al patrimonio derivados de las protestas
feministas. Estos daños, aunque tienen un trasfondo de omisión por
parte de las autoridades, de violencia y revictimización a las mujeres
que han sido víctimas de violencia en las ies, no dejan de ser daños al
bien común. Ante esta problemática es difícil tomar una postura porque,
por un lado, las mujeres que han destruido el patrimonio tienen razones
legítimas para justificar sus actos y, por otro lado, la comunidad se
encuentra molesta por ver cómo se daña un espacio que argumentan
“es de todos”.
Para finalizar, se encontró la violencia cibernética como una forma
de denostar y lastimar a las personas que conviven día a día dentro de
la universidad. Ésta se reconoce como todas las formas de violencia
ejercidas por medio de internet, redes sociales y el uso de medios
electrónicos. Entre ellas encontramos el uso de imágenes sin consen-
timiento de la persona, propagación de chismes, memes con contenido
burlesco y de exhibición de compañeras/os y profesores en las redes
sociales y whatsapp.
Insistimos, éstas son sólo las formas de violencia manifiestas en una
década de investigación, pero no descartamos que haya muchas más
formas de ejercer dominio sobre los otros a través de diversas acciones
premeditadas y realizadas con el principal objetivo de dañar, minimizar
e, incluso, llevar a las personas a renunciar a sus estudios universitarios,
o a su empleo en el caso de trabajadores, profesores, administrativos
y funcionarios. Por ello la importancia de realizar investigaciones que
nos ayuden a visualizar y proponer estrategias viables que fomenten
una cultura de respeto en las ies y en la sociedad en general.

Las denuncias por hostigamiento y acoso sexual en las ies

De 2016 a la fecha, hemos presenciado una creciente ola de denuncias


por hostigamiento y acoso sexual dentro de las universidades. Colecti-
vos feministas, agrupaciones sociales y grupos organizados de mujeres
universitarias han hecho evidente que este problema ha sido silenciado
por años dentro de las ies y también en los hogares mexicanos.
238 La violencia de género en las universidades públicas

Esto se debe, principalmente, a la cultura machista en la que nos


desenvolvemos, donde la cosificación y objetivización del cuerpo de
las mujeres dota a los varones de derechos para agredirlas sexualmente
y a opinar sobre su apariencia física, su forma de vestir y de interactuar
con los otros.
La cultura patriarcal ha fomentado, normalizado y legitimado estas
conductas que, gracias al movimiento feminista, se han expuesto para,
poco a poco, desaparecerlas de las prácticas cotidianas en todos los
espacios sociales. Así, hay un rompimiento del rol pasivo de las mu-
jeres, quienes decidieron terminar con el silencio y exigir que toda la
comunidad universitaria repudie este tipo de actos.
También, es evidente que existe un cansancio ante la omisión de
las autoridades universitarias, pues, aunque duele aceptarlo, éstas se
han encargado de proteger y de silenciar denuncias que implicaban a
algún “amigo” o compañero de equipo de trabajo cercano, omitiendo
las voces de las víctimas para defender a sus colegas.
Ahora resulta indispensable no sólo visualizar el acoso sexual en las
universidades, sino la definición de políticas públicas que prevengan,
atiendan y creen estrategias para disminuir este problema a su mínima
expresión. Las mujeres movilizadas dentro de las universidades buscan
(buscamos) hacer un llamado a la sociedad para exigir respeto total para
las mujeres en todos los espacios sociales, rompiendo con los estereo-
tipos de género que por muchos años mantuvieron al género femenino
en un estado de opresión y victimización.
Dentro del trabajo de campo realizado, encontramos cada vez más
movimientos que defienden los derechos femeninos y exponen a los vic-
timarios por medio de escraches, tendederos, medios de comunicación
y redes sociales, como se muestra en el mapa de la página siguiente.
En la mayoría de los estados de la República Mexicana se han gestado
dentro de las universidades movimientos feministas que buscan eliminar
el problema del acoso y hostigamiento sexual. Los estados marcados
con verde, datan universidades donde tuvimos la oportunidad de entre-
vistar a estudiantes organizadas que exigían respeto y sanciones a los
acosadores. Las partes marcadas con rojo fueron encontradas a través
de noticias en periódicos on line y las moradas son las que figuran en
el movimiento nacional #Metoo.
Rosalía Carrillo Meráz 239

Trabajo de campo
Noticias Web
#Meetoo

Fuente: Elaboración propia.

Estos tipos de denuncias se hacen virales a partir de los tendederos del


acoso expuestos en la uam-Xochimilco en 2016. Si bien había ya
denuncias púbicas previas a los eventos en la uam-X, estos empezaron
a compartirse en redes sociales y a dar la vuelta en noticias nacionales
e internacionales a partir de este tendedero que luego se replicó en otras
instituciones como la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
(buap), Universidad de Sonora (Unison), Instituto Tecnológico y de
Estudios Superiores de Monterrey (itesm), Centro de Investigación
y Docencia Económicas (cide), Instituto Tecnológico Autónomo de
México (itam), Colegio de México (Colmex), Universidad Nacional
Autónoma de México (unam), Universidad Autónoma de Aguascalien-
tes (uaa) y la Universidad de Guanajuato (ug).
También encontramos diversos movimientos en redes sociales que
evidenciaban las prácticas de violencia sexual en las universidades con
el hashtag: #Aquítambiénpasa, #Amítambiénmepasó, #Tendederode-
lacoso y #AcosoenlaU. Campañas que tuvieron un tiempo de auge y
ahora sólo se reconocen como parte de los inicios de los movimientos
feministas para exigir el respeto a los derechos de todas las mujeres y
la acción propositiva y asertiva de las autoridades universitarias ante
un problema tan grave dentro de las ies.
240 La violencia de género en las universidades públicas

Estos movimientos y la escasa atención de las autoridades llevaron


a dos tomas de instalaciones universitarias que fueron ejemplo a nivel
nacional, una de ellas gestada en la Facultad de Filosofía y Letras de la
unam; la otra, llevada a cabo por estudiantes de todos los campus de
la Universidad de Guanajuato, ambas en 2019. En la segunda se en-
tregaron las instalaciones después de la firma del pliego petitorio de la
comunidad universitaria; la primera fue disipada a causa de la pandemia
provocada por el coronavirus SARS-CoV-2 (covid-19).
Para visualizar todas las formas de acoso normalizadas en las univer-
sidades, las víctimas tuvieron que idear estrategias para “hacer ruido” y
movilizar a toda la comunidad para que apoyara su causa, sin embargo,
una parte de la comunidad universitaria las apoyó, mientras otra parte las
rechazaba tildándolas de “exageradas”. Esto provocó un rompimiento
en las relaciones estudiantiles, como explicaremos más adelante.
Las acciones más comunes realizadas por las estudiantes organizadas
fueron: protestar afuera de los salones de los presuntos acosadores,
rayar las puertas de sus cubículos con mensajes como “acosador”, “te
queremos fuera de la universidad” o “nunca tendrán la comodidad de
nuestro silencio otra vez”, así como enviar mensajes “intimidatorios”
a los acosadores por medio de facebook, whatsapp, twitter y otras
redes sociales.
Un problema derivado del hartazgo, cansancio y revictimización
de estas estudiantes, también las llevó a tomar acciones en contra de
todos aquellos estudiantes que no coincidían con ellas o no apoyaban
sus exigencias. Obtuvimos testimonios de estudiantes y profesoras que
fueron atacadas por estos colectivos feministas por no haberlas apoyado
en las denuncias. Es importante destacarlo porque, si bien, esto denota
un gran dolor por parte de las estudiantes víctimas y activistas, en oca-
siones, también fue motivo del ejercicio de más violencia dentro de las
ies. Justificada o no, la violencia es el problema donde debemos centrar
nuestra atención para evitarla en la medida de lo posible, para pasar
de la protesta a la propuesta y a la defensa de los derechos humanos,
respetando las garantías individuales de todas y todos.
De hecho, llama la atención que dentro de estos movimientos es-
tudiantiles femeninos surgió el llamado “feministómetro”, que es una
forma de “medir” que tan buena feminista es una mujer. Esto, en lugar
Rosalía Carrillo Meráz 241

de generar conciencia sobre los derechos de las mujeres y de fomentar


la sororidad, ha provocado el rechazo entre colectivos feministas que
luchan por el mismo fin. Por lo que cuestionamos estas formas de medi-
ción que, pareciera, le están haciendo el trabajo sucio al patriarcado en
lugar de promover una verdadera unión femenina —y masculina— en
pos de la erradicación de toda forma de violencia contra las mujeres y
contra la comunidad en general.

Los presuntos victimarios

Siguiendo con el análisis de la problemática del acoso sexual en las


ies, encontramos un rechazo a la versión de las víctimas por parte de
la comunidad, es decir, éstas eran revictimizadas al momento en que
sus pares ponían en duda sus dichos. Eso llevó nuestra atención a un
grupo que no había sido entrevistado: los victimarios.
Si bien habíamos analizado las formas de violencia, la percepción de
la comunidad, el punto de vista de las víctimas y de los funcionarios,
habíamos ignorado la voz de quienes eran señalados por acoso y hos-
tigamiento sexual. Por ello, nos dimos a la tarea de buscar y entrevistar
a profesores que fueron expuestos en medios de comunicación locales,
estatales, nacionales e internacionales para conocer los motivos de sus
actos, así como su versión de los hechos, pues en la investigación todas
las voces son importantes.
Fue difícil lograr que los profesores nos dieran entrevistas; varios
de ellos se encontraban encerrados u ocultos porque algunos, al ser
exhibidos públicamente, habían recibido amenazas de muerte y temían
por su vida.
Quienes accedieron a la entrevista, nos comunicaron que habían
sido víctimas de ataques en la vía pública porque sus fotografías fueron
compartidas en redes sociales y la gente los reconocía como violadores
sexuales, no como acosadores. Esta desinformación por parte de la
sociedad se vuelve un arma de doble filo al intentar erradicar el acoso
y el hostigamiento sexual. Si bien requerimos denunciar y exigir que
se sancione a los acosadores, también debemos tomar en cuenta
que el uso de redes sociales puede ser perjudicial si no se utiliza de
242 La violencia de género en las universidades públicas

manera adecuada, pues las noticias apócrifas son comunes y la sociedad,


incluyendo a la comunidad universitaria, pocas veces investiga si la
información es verídica o no, sólo la comparten y generan esta serie de
confusiones, como el confundir a un acosador sexual (que dijo “guapa”
a la estudiante) con un violador sexual. Si bien, tanto el acoso como
la violación son formas de violencia, el nivel de gravedad es distinto.
Entrevistamos a un abogado encargado de atender casos de acoso
sexual en una ies y nos compartió que no se explicaba que cuando
detienen a un sicario o a un narcotraficante peligroso lo exhiben en
las noticias como Manuel “N” o Pedro “N”, y su rostro es expuesto
con los ojos cubiertos para proteger su identidad, pero a los profesores
señalados por acoso se les exhibía completamente en redes sociales
con fotografía, nombre, apellido e, incluso, se daba su domicilio, y
encontramos que varios profesores fueron víctimas de ataques en contra
suya y de su familia.
Otros profesores también comentaron que eran rechazados en los
pasillos universitarios, algunos escuchaban burlas o comentarios de
repudio hacia su persona y otros fueron escupidos por estudiantes
mientras caminaban por la universidad. Estos actos llevaron a algunos
de ellos a daños severos a su salud, como depresión, ataques de ansie-
dad, hipertensión, y uno de ellos nos compartió que intentó suicidarse
porque sentía que no podía resistir los ataques en su contra, los cuales,
argumentaba, eran injustificados.
Mientras las mujeres que protestaban contaban como logros los
daños a los presuntos acosadores, los varones exhibidos eran víctimas
de múltiples violencias no visibles ante la comunidad porque todos los
ataques eran justificados por el presunto daño cometido.
Esto nos hizo reflexionar acerca de cómo se llevan a cabo los
procesos de denuncia en las ies, donde, al parecer, todos los actores
universitarios resultan ser víctimas de autoridades ineficientes que no
saben tratar la problemática desde el inicio. Por una parte, tenemos a
las víctimas, quienes alzaron la voz después de ser acalladas en sus
intentos de denuncia, lo que las llevó a hacer pública la problemática.
Los presuntos acosadores (a quienes seguiremos llamando “presuntos”
porque no todos han sido reconocidos como tales o no se han aportado
las pruebas suficientes para reconocerlos como violentadores), ellos
Rosalía Carrillo Meráz 243

han sido víctimas del escarnio público y el rechazo, y han sido vetados
de eventos públicos bajo el argumento de que en la academia no hay
espacio para los acosadores, y otros más ni siquiera pueden permanecer
en las instalaciones universitarias. También, la comunidad universitaria
es víctima de un ambiente hostil en el que se dan disputas por el poder,
donde el apoyar a las víctimas, a los presuntos victimarios o hasta el
ser omiso a la problemática implica diversos ataques por el resto de sus
pares. Todo esto, se debe al mal manejo de las autoridades para resol-
ver el problema de manera asertiva. Si no hubiera compadrazgos que
protegen a los acosadores y se tomaran medidas para prevenir, atender
y sancionar el acoso, quizá los movimientos feministas gestados en
las universidades nunca hubieran existido. Pero gracias a la cultura de
la simulación que existe en todas las ies, donde las autoridades firman
convenios, se jactan de ser eficientes y en la realidad no atienden las
exigencias de las víctimas (que en un inicio sólo piden atención a su
caso), han hecho que la problemática crezca y que se les salga de las ma-
nos, a tal punto que, ahora, las autoridades universitarias son percibidas
por la comunidad como personas ineficientes y carentes de perspectiva
de género incapaces de resolver cualquier problemática derivada de la
violencia sexual ejercida dentro del espacio universitario.

La polarización de la comunidad estudiantil

Otro problema que ha sido encontrado en las investigaciones realizadas


por el onavihomu, es la división que existe entre la comunidad estu-
diantil. Dicha división es un proceso normal que se da dentro de las
interacciones entre pares, pues estos forman grupos afines con los que
generan convivencia y se comparten intereses. Sin embargo, debido a
las crecientes denuncias púbicas sobre acoso y hostigamiento sexual, la
comunidad universitaria ha generado subgrupos que apoyan o rechazan
este movimiento. Y es importante destacarlo porque en la defensa de los
derechos de las mujeres, también hay diferentes posturas al respecto.
Por un lado, y como hemos venido mencionando a lo largo de este
escrito, se encuentran los colectivos de mujeres o frentes feministas que
nos han ayudado a vislumbrar la magnitud del problema de la violencia
244 La violencia de género en las universidades públicas

hacia las mujeres, y también han fomentado a la reflexión y a la toma


de una postura activa ante esta problemática. Estas estudiantes y pro-
fesoras han sido muy valientes al dar la cara y exponer las violencias
de que son víctimas ellas y las compañeras universitarias, pero se han
convertido no sólo en víctimas de la violencia vivida, sino también
han experimentado el rechazo del resto de la comunidad que pone en
duda sus palabras.
También encontramos subgrupos denominados anticolectivas o
antifeministas. Estos grupos, formados por varones, pero también por
muchas mujeres, ponen en duda la versión de las víctimas y, a veces,
defienden a los presuntos victimarios. Aquí llamó nuestra atención la
postura machista, pues algunas/os estudiantes argumentaban que “vio-
lentaban a sus compañeras porque ellas se lo buscaban” o “que primero
les coqueteaban a los profesores y luego los exhibían”. Esto responde
a costumbres y prácticas normalizadas en la cultura patriarcal, donde
las mujeres somos culpabilizadas hasta de la violencia de la que somos
víctimas, quitando total responsabilidad a los varones que ejercen la
violencia en nuestra contra.
Encontramos otra parte de la comunidad que apoya, pero “que no
se mezcla”, es decir, en su discurso apoyan al movimiento de respeto
a los derechos de las mujeres y apoyan a las víctimas, pero en la prác-
tica intentan que no se les relacione con las estudiantes y profesoras
activistas porque piensan que serán atacados por sus pares.
Por supuesto, también encontramos estudiantes que no conocían mu-
cho sobre la problemática y que preferían evadir el tema como una forma
de negarlo. Éstos reprobaban los actos de las víctimas argumentando
que eran unas “exageradas” y sostenían que el acoso no era tan grave.
Esta parte de la comunidad estudiantil contribuía a la desinformación y
difamaba a las víctimas, lo que ocasionaba, también, una polarización
entre estudiantes, principalmente.
Llamó nuestra atención el encontrar a estudiantes que pensaban
darse de baja de la universidad porque consideraban que el ambiente
era hostil y lo relacionaban con las crecientes denuncias por acoso.
Incluso, en los talleres sobre sensibilización y concientización de la
violencia, detectamos casos de riesgo suicida por la depresión ligada al
complicado ambiente en la universidad. Al acercarnos a estas/os jóvenes
Rosalía Carrillo Meráz 245

con pensamiento suicida, pudimos comprobar que la idealización de la


universidad como un espacio seguro provocaba que las/los estudiantes se
sintieran vulnerables en la escuela, pues, muchas veces, el espacio univer-
sitario significa un lugar donde las y los jóvenes evaden los problemas
familiares y donde depositan sus esperanzas de pronto alejarse del
ambiente violento en que han crecido y, al encontrarse en una situación
como la que se describe, las esperanzas de desarrollo y alejamiento de la
violencia se ven coartadas por la realidad de vivir dentro de una cultura
que perpetúa, normaliza y legitima diversos actos de violencia dentro
y fuera del espacio escolar.

¿Cómo apoyar a las víctimas de violencia de género en las ies?

Como hemos apuntado anteriormente, la violencia de género es aquella


que se ejerce por el hecho de ser hombre, mujer o contar con cualquier
identidad lgbtttiq, es decir, es la violencia ejercida por la identidad
genérica. Sin embargo, debemos reconocer que dentro de las ies, el acoso
y hostigamiento sexual es una violencia de género en tanto las víctimas
son principalmente mujeres y se ejerce esta modalidad de la violencia
por el hecho de cumplir con el estereotipo femenino. Aunque detectamos
algunos casos de acoso a varones, son mínimos y casi insignificantes
si los comparamos con el preocupante número de mujeres que se han
sentido vulneradas sexualmente dentro del espacio universitario.
Por ello, hacemos una serie de recomendaciones para el apoyo a
las víctimas de violencia sexual dentro de las ies, como una forma de
aportar a la generación de una cultura de respeto.
El primer punto es no juzgar a las víctimas, si ellas sienten que se
les ha violentado, aunque para nosotros sea una expresión leve o sin
sentido, si para ellas significa una vulneración de sus derechos debe ser
tratada como tal, pues en la historia de vida de cada víctima existen fac-
tores que las hacen más vulnerables a todo tipo de expresiones sexistas,
misóginas y con dejos de violencia sexual. Por ejemplo, encontramos
estudiantes que disfrutan el que hagan comentarios sobre su apariencia
física, incluso, ellas mismas deseaban que tanto compañeros como
profesores les dijeran que se veían guapas, sin embargo, el desear que
246 La violencia de género en las universidades públicas

se les reconocieran sus atributos corporales o alusivos a su vestimenta,


no deja de lado la cultura machista donde los varones aún piensan que
pueden hacer este tipo de comentarios sobre el cuerpo de las mujeres
sin su consentimiento. Si bien respetamos a las estudiantes que disfrutan
de estos comentarios, también debemos respetar a aquellas que están en
total desacuerdo con dichos que objetivizan y sexualizan el cuerpo de las
mujeres.
También es importante respetar la decisión de cada víctima de de-
nunciar o no. Hemos encontrado agrupaciones o colectivos que intentan
obligar a las víctimas a denunciar las violencias que han vivido para
sumar a la pila de acusaciones que tienen que atender las autoridades
universitarias y, muchas veces, han exhibido a las víctimas bajo el
argumento de que “todo debe salir a la luz”. Pero si una joven que ha
experimentado la violencia decide no denunciar, debemos respetar su
proceso hasta que ésta se sienta lista para hacerlo. De hecho, encontra-
mos testimonios donde las estudiantes se quejaban porque no querían
ser defendidas por los colectivos feministas o porque habían exhibido
su caso sin previo consentimiento. Esto, como anotamos en líneas ante-
riores, revela la violación de los derechos humanos en nombre de la
defensa de los derechos humanos y lo que tenemos que buscar es la balan-
za donde se puedan defender las garantías de las mujeres sin vulnerar
las de otras personas.
Otra acción que es de gran ayuda, es que la comunidad sea una
comunidad informada, que tanto profesores como estudiantes y demás
personal universitario conozcan las rutas a seguir para interponer una
denuncia y que cualquier compañero universitario pueda apoyar a las
víctimas para que acudan a las instancias correspondientes a denunciar
los hechos violentos. Hemos encontrado que, en ocasiones, las estudian-
tes no saben a quién acudir, dirigen oficios al director o coordinador de
carrera y éstos se escudan diciendo que no era a ellos a quienes debían
acudir, sino a otras instancias universitarias. Por esta razón, recomen-
damos que los procesos para interponer una denuncia sean públicos y
de fácil acceso con el fin de proteger a las víctimas de inmediato y de
ofrecer alternativas de solución a la problemática.
Por ejemplo, encontramos como una medida precautoria el separar
a las estudiantes víctimas del profesor que las violentaba, es decir, eran
Rosalía Carrillo Meráz 247

las víctimas quienes debían abandonar la clase y no quien ejercía la


violencia. En estos casos, notamos la doble violación a las garantías
de las estudiantes al privarlas de su derecho a la educación por haber
denunciado. Una opción alternativa sería que los profesores fueran
separados de su clase mientras se esclarece la denuncia correspondien-
te. No obstante, esto no es posible en muchas universidades debido al
contrato colectivo de trabajo, el cual no tiene estipulado qué hacer con
los profesores en caso de ser presuntos violentadores; esta normatividad
les protege, incluso, cuando es conocido a voces que sus prácticas son
misóginas, clasistas y discriminatorias.
Igualmente, podemos apoyar a las víctimas acompañándolas en el
proceso de la denuncia. Muchas veces, las estudiantes tienen miedo a
hacerlo porque saben que no serán escuchadas, porque sus denuncias
pararán en la pila de documentos empolvados de la oficina de algún
funcionario o porque tienen miedo a las represalias y a la forma en
que serán criticadas por sus pares. Por ello, consideramos importante
el proceso empático en el que las estudiantes se sientan acompañadas
por el resto del grupo. Es cierto que en estos procesos se han detectado
algunas personas que no expresan la verdad en sus declaraciones, pero
son los menos en comparación con todas las mujeres universitarias
que muchas veces deben callar y soportar agresiones físicas y verbales
hacia su persona.
Por esta razón, consideramos importante que las víctimas cuenten
con redes de apoyo que no las juzguen y las hagan sentir seguras al
momento en que deciden denunciar a su agresor. Es importante generar
redes de apoyo solidarias, y soridarias, que generen un ambiente donde
las víctimas se sientan seguras y cobijadas por la universidad, pues,
insistimos en que el espacio universitario debe ser un lugar donde las
juventudes se sientan albergadas y donde se genere sentido de perte-
nencia y, por tanto, de identidad.

¿Cómo tratar a los victimarios?

Cuando pensamos en una persona que ejerce violencia sexual dentro de


la universidad, por lo regular nos causa repudio o enojo, pero ¿qué pasa
248 La violencia de género en las universidades públicas

cuando la persona acusada es nuestro amigo, nuestro familiar, nuestro


profesor querido? Nos parece sencillo opinar sobre las personas lejanas,
pero cuando el problema se vuelve cercano, regularmente tendemos a
negar lo sucedido, argumentando que la persona que conocemos tiene
una rectitud intachable. Sin embargo, el que la persona sea respetable,
no impide que pueda emitir un comentario o ejercer alguna acción que
vulnere a alguna mujer. A veces, se justifican estas acciones lacerantes
como involuntarias, pero a pesar de no ser premeditadas, deben ser co-
rregidas para que no se repitan, pues, como hemos venido mencionando
a lo largo de este capítulo, la cultura ha legitimado diversas formas de
interacción social, al grado de pasar desapercibidas ciertas manifesta-
ciones de violencia consideradas como “normales”.
Por ello, cuando un conocido es señalado como victimario, antes
de negar lo sucedido debemos escucharle tanto a él como a la víctima,
intentando mantener una postura neutra. A veces, duele aceptar que
una persona que para nosotros era intachable sea señalada como vio-
lentadora, pero, insistimos, en ocasiones no se piensan las acciones o
comentarios expresados y éstos constituyen diversas formas de violencia
dentro del aula.
Para esto, es necesario reconocer y evidenciar que las conductas
inapropiadas no deben darse dentro de las universidades. En este pro-
ceso, se torna difícil, mas no imposible, reconocer todas las formas de
violencia para evitar ejercerlas en las ies. Asimismo, tendríamos que
ofrecer opciones para deconstruir y reconstruir las masculinidades de la
comunidad universitaria. No justificamos la violencia, pero sí recono-
cemos que la cultura patriarcal se mantiene en las acciones y actitudes
de muchos varones que son parte de la comunidad universitaria, por lo
que sería óptimo diseñar talleres, campañas de sensibilización, espacios
de expresión, entre otras actividades que permitan no sólo reconocer la
violencia, sino mostrar la ruta para generar masculinidades propositivas,
participativas en la defensa de los derechos humanos y conscientes de
que sus actitudes machistas pueden modificarse.
Además, sería importante brindar la oportunidad de pedir perdón y
resarcir el daño ocasionado. En la rabia y el dolor de las mujeres que han
alzado la voz dentro de las universidades, a veces no cabe la posibilidad
del perdón, pero siendo conscientes del panorama actual, no podemos
Rosalía Carrillo Meráz 249

aspirar a que se rescinda el contrato y se corra a todos aquellos varones


que ejercen violencia sexual en las universidades. Debemos encontrar
los mecanismos que nos permitan mediar, escuchar y proponer solucio-
nes asertivas a este problema. En ocasiones, el pedir perdón de manera
pública, puede ser más significativo que ser descansado algunos días
sin goce de sueldo, pues la exposición pública es un escarmiento que
invita a no volver a ejercer violencia dentro de las ies.
En algunos espacios, las estudiantes se inquietaban argumentando
que una disculpa no soluciona el problema y que los profesores pueden
reincidir en sus actos de hostigamiento si sólo se les presenta como op-
ción el disculparse. Y tienen toda la razón, aunada a la disculpa pública,
debe haber una amonestación por escrito, donde si el profesor o estudian-
te reincide, se tomen las medidas necesarias para su sanción correspon-
diente, incluyendo la opción de separarle de su cargo si se comprueba
su reincidencia en conductas inapropiadas dentro de la universidad.
Esto sólo aplica, si, como ya indicamos, el hostigamiento u acoso es
reiterado y existen previas llamadas de atención o amonestaciones en
el expediente de los posibles violentadores.
Es muy difícil aceptar que una persona conocida sea expuesta en
redes sociales y en tendederos del acoso, pero es más lamentable que
haya tantas estudiantes con miedo a asistir a sus clases, con bajo des-
empeño académico y con severos daños a su salud que han tenido que
callar por miedo a ser juzgadas al momento de interponer una denuncia
por acoso u hostigamiento sexual. Quizá, si atendemos bien esta pro-
blemática desde sus inicios, los escraches y los tendederos se vuelvan
innecesarios, pues las víctimas serán tratadas con dignidad y respeto en
el proceso de denuncia y no se verán obligadas a tomar medidas más
severas para ser escuchadas por las autoridades correspondientes y por
la misma comunidad universitaria.

Los sesgos en el tratamiento de las violencias de género


en las universidades

Para finalizar, puntualizamos algunos sesgos detectados en el trata-


miento de la violencia sexual dentro de las universidades analizadas:
250 La violencia de género en las universidades públicas

● La cultura de la simulación. Existe una forma ya practicada


por muchos funcionarios universitarios que es el simular que
se atiende el problema mediante la firma de acuerdos con otras
universidades o con organismos nacionales e internacionales
que promueven los espacios libres de violencia, sin embargo,
el que se firmen acuerdos no acredita que se atiendan los casos
de violencia detectados en las ies. Encontramos que muchos
directivos argumentaban que “no había llegado a ellos ninguna
denuncia por acoso u hostigamiento, y que si no había denuncia,
no podían proceder contra los presuntos acosadores”. Aunque en
parte es cierto que si no hay una denuncia formal no se puede
proceder, también es cierto que los papeles se han hecho perde-
dizos o que las víctimas, al momento de denunciar, no pidieron
un acuse de recibo de su denuncia, por lo que es muy fácil decir
que éstas no fueron llevadas a cabo y que si no hay denuncias,
la violencia parece no existir.
● Falta de campañas de prevención. Pese a que sí detectamos va-
rias campañas de prevención de la violencia, éstas siguen siendo
escasas ante la magnitud del problema al que nos enfrentamos.
Además, las campañas vienen a ser placebos para acallar los mo-
vimientos estudiantiles femeninos, pero no proponen soluciones al
problema, entonces, se convierten en meras prácticas que abonan
a la cultura de simulación y no son tomadas como una verdadera
necesidad para crear una cultura de paz y de respeto al interior
de las universidades.
● Falta de compromiso de la comunidad universitaria. Como su-
cede con la sociedad mexicana, muchas y muchos estudiantes se
conforman con “exigir” que las autoridades resuelvan el problema
adquiriendo una actitud pasiva ante la violencia. Requerimos estu-
diantes universitarios comprometidos y que se responsabilicen de
generar un ambiente sano. Pero a veces estamos tan acostumbrados
a exigir, que se nos olvida que también debemos colaborar para
la solución de la problemática de la violencia en las ies.
● Sólo se cuidan los derechos de las víctimas. Otro problema grave
que encontramos, es que las autoridades, preocupadas por no ser
Rosalía Carrillo Meráz 251

expuestas en los medios de comunicación o redes sociales, han


centrado su atención en las víctimas, olvidando completamente a
la demás comunidad universitaria. Al tratar la violencia de género,
no podemos dejar de ver que se atiende a una comunidad com-
pleta, por lo que, si bien las víctimas requieren mayor atención,
no se puede dejar de lado al resto de la comunidad universitaria,
ni se pueden, ni deben, omitir sus derechos humanos.
● Se niega la presunción de inocencia. Algo que hemos visto de
manera reiterada es que se niega la presunción de inocencia
a los presuntos violentadores. Esto responde al coraje y dolor
de las víctimas y están en su total derecho a no querer aceptar
que sus violentadores son inocentes; sin embargo, las auto-
ridades universitarias debieran actuar de manera imparcial,
otorgando el beneficio de la duda al presunto victimario hasta
que éste compruebe que no ha ejercido violencia en contra de
su denunciante. Sin embargo, la negación de la presunción
de inocencia se ha ligado con el asesinato de la reputación,
en el que alumnos o profesores aprovechan las denuncias para
perjudicar a sus colegas por intereses personales o políticos
dentro de la universidad.
● Desconocimiento de la perspectiva de género por las personas
que imparten justicia en las universidades. Un problema grave
al asunto de las denuncias por acoso y hostigamiento sexual es
que las personas encargadas de analizar este tipo de casos, e
imponer las sanciones correspondientes, no cuentan con una
perspectiva de género que les aleje de los prejuicios sociales
donde todavía se sigue responsabilizando a las mujeres víctimas,
argumentando que ellas provocan la violencia ejercida en su con-
tra. Por lo tanto, es indispensable que toda persona encargada de
atender cualquier cuestión relacionada con la violencia de género,
tenga la mínima información y sensiblidad para tratar este tipo
de casos, pues, encontramos que algunos “interrogatorios” a las
víctimas se volvían revictimizantes y las acusaban a ellas de la
violencia vivida por su forma de vestir o actuar.
● Falta de proporcionalidad entre la sanción y la falta cometida.
Existe un gran descontento entre las denunciantes porque los aco-
252 La violencia de género en las universidades públicas

sadores no son retirados de la universidad, sin embargo, debemos


reconocer que la sanción es proporcional a la falta cometida. Por
ello, si la falta es leve o menor, la sanción deberá ser proporcional
y no extrema.33

Si bien estos son sólo algunos sesgos de los muchos que encontra-
mos en el tratamiento de la violencia de género dentro de las ies, los
consideramos los más importantes para generar una reflexión que nos
ayude a actuar de manera asertiva y generar mecanismos viables para
proteger los derechos humanos de toda la comunidad universitaria.

A manera de conclusión

La violencia de género en las universidades es un problema que ya no


puede permanecer silenciado. Día a día, las estudiantes se convencen
de que deben exigir sus derechos y para ello han echado mano de
diversas acciones que evidencian este problema. No obstante, a veces
las acciones no resultan lo esperado por una comunidad universitaria
responsable, racional y propositiva, sino que se vuelven expresiones
de coraje y de dolor ante tantos años de silenciamiento.
Por esta razón, resulta indispensable empezar a generar estrategias
de denuncia, de prevención, atención, seguimiento y sanción a cualquier
forma de violencia dentro de las ies. Para esto, se necesita la participa-
ción de la comunidad en general, no basta con exigir a las autoridades
en turno, se requiere compromiso de las y los estudiantes, profesores,
administrativos, trabajadores y funcionarios para hacer que el sistema
de justicia universitaria deje de ser una pesadilla para quienes desean
denunciar y se convierta en una alternativa viable para exigir el respeto
en todas sus formas, sin justificar los actos que laceran o dañan a algún
o alguna integrante de la comunidad.

33
Rosalía Carrillo Meráz y Nathaly Betzabee Carranza Guevara, “Bajo la sombra
del anonimato. Del muro de la denuncia al acoso y hostigamiento sexual en las ies”,
en El Cotidiano, núm. 216. Ciudad de México, uam-Azcapotzalco, 2019, pp. 27-38.
<http://www.elcotidianoen linea.com.mx/pdf/216.pdf>
Rosalía Carrillo Meráz 253

También es importante reconocer que los “daños colaterales” de la


violencia y de las denuncias públicas son un hecho real, pues muchas
personas se han visto afectadas sin tener injerencia en los actos de
violencia; tal es el caso de las parejas de los presuntos victimarios,
quienes han sido agredidas por seguir manteniendo una relación sen-
timental con la persona expuesta. Sin embargo, como entes racionales
y pensantes, no podemos anular los derechos humanos de las personas
cercanas al presunto victimario, aunque éstas le den la razón a él y
no a las víctimas, pues, recordemos, la perspectiva con que se analiza
la violencia depende de la historia de vida de cada persona, por lo
que tenemos que apostar al reconocimiento de dichas violencias para
terminar con su normalización y dejar de considerarlas como hechos
anormales dentro y fuera de las universidades. Por ello, hacemos la
invitación a toda la comunidad universitaria a comprometerse, buscar
alternativas de solución y proponerlas con el fin de generar una cultura
de igualdad, respeto y solidaridad en todas las ies mexicanas. Esto, a
mediano y largo plazo, generará un impacto positivo en la sociedad en
que cada universidad se encuentra inserta.
Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo
con hombres que asisten a grupos de reflexión del programa
Nuevas Habilidades para los Hombres de México1
ROBERTO GARDA SALAS

Introducción

El presente ensayo tiene el objetivo de compartir el trabajo con hombres


que ejercen violencia con el programa Nuevas Habilidades para los
Hombres de Hombres por la Equidad, A. C. La intervención comenzó
aproximadamente en marzo del 2020, al inicio de la pandemia en la
Ciudad de México, y continúa hasta la fecha (febrero del 2021). Éste
es un proceso de intervención en línea en sesiones de Zoom donde
puede asistir cualquier hombre que cumpla los requisitos. Este trabajo
tiene varias secciones, en la primera, “La estrategia de intervención del
programa Nuevas Habilidades para los Hombres”, se ofrecen las carac-
terísticas de la intervención en el trabajo con varones, su marco teórico
y los presupuestos que tiene. Asimismo, se reflexiona brevemente sobre
su importancia en el contexto de otros programas de intervención de
corte cognitivo, conductual y multinivel, y multicomponente con en-
foque de género. En la sección “El programa Nuevas Habilidades para
los Hombres” se señalan las características generales de las sesiones
de trabajo y la agenda que usualmente se sigue. En los apartados “El
ingreso a los grupos de reflexión” y “Características de los hombres que
ingresan a grupo” se comentan diversas características socioeconómicas

1
Intervención en línea durante la pandemia del covid 19. Nombre de la investiga-
ción: “Características de la violencia de los hombres contra las mujeres en la Ciudad de
México”. Investigación financiada por la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología
e Innovación del Gobierno de la Ciudad de México (Folio SECTEI/255/2019).

255
256 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

de los que ingresan al grupo, la forma de ingreso y las motivaciones


que éstos dan para ingresar.
En la sección “La pandemia y la asistencia a grupos de reflexión”
se ofrecen algunas reflexiones preliminares sobre la relevancia de la
pandemia en la atención. Se señala que fue importante porque exacerba
las desigualdades que ya existían previamente en la casa, pero además
incrementa los niveles de conflicto y reduce las salidas tradicionales para
evitarlo que tenían los hombres (como salirse de la casa). Asimismo, en
el apartado “El proceso de intervención en línea” se comparten algunos
aprendizajes sobre el trabajo en línea con hombres. Por otro lado, en la
sección “El proceso de cambio en los grupos de reflexión” se señalan
cómo funciona el programa durante las sesiones, haciendo énfasis en
el trabajo de los componentes que se abordan. A saber, el componente
cognitivo, el emocional, el conductual, el comunicacional, el corporal,
el de historia de vida y el de la presión de la sociedad. Se señala que
cada uno tiene diversas características y problemáticas que los hom-
bres trabajan en grupo, y que reflexionan buscando dejar conductas de
violencia y acercándose a situaciones de equidad.
Finalmente, en la sección “La integración de los componentes” se se-
ñala el aspecto central del trabajo que se está realizando desde Hombres
por la Equidad, A. C., que es la comprensión compleja y dinámica de la
intervención, y se sugiere la ausencia de un método único para el trabajo
con hombres. En lugar de una única metodología de trabajo —donde los
hombres llegan a repetir lo que el autor del modelo quiere que repitan
con mayores o menores grados de éxito—, la metodología de Hombres
por la Equidad propone dar principios metodológicos, reflexivos y edu-
cativos para que los hombres se apropien del método y con base en él
construyan una propia comprensión del ejercicio de la violencia. Con
ello se evitan las miradas causísticas sobre la intervención y se propone
la apropiación de los hombres sobre el ejercicio de su violencia. En las
“Conclusiones” se señala que de alguna forma cada hombre construye
de manera dinámica la comprensión del ejercicio de violencia, pero con
un lenguaje común sustentado en el grupo y la metodología. Se concluye
señalando que ése es el reto de los programas de intervención, alejarse
de posturas positivas que dicen a los hombres qué hacer y así llevarlos
a moralismos que sólo impulsan algunos cambios desde la culpa, hacia
Roberto Garda Salas 257

posturas críticas y comprensivas donde la experiencia es el elemento


relevante de la intervención.

La estrategia de intervención del programa Nuevas Habilidades


para los Hombres

La violencia masculina es un problema social grave. Los modelos nor-


mativos de masculinidad actúan como mandatos de género, es decir,
como marco de referencia socialmente compartido. Por su parte, Bosch y
Ferrer2 señalan que los mandatos de género son prescripciones dirigidas
a hombres y mujeres, para determinar lo que se espera de un hombre para
considerarlo masculino y de una mujer para ser considerada femenina.
De la mano de esta noción se encuentran las prohibiciones, a las cuales
se les denomina cautiverios. Para Bosch y Ferrer ser hombre implica ser
para sí mismo. Las autoras, afirman que los mandatos de género para el
hombre implican evitar lo relacionado con lo femenino, además de: “ser
racional, autosuficiente, controlador y proveedor, tener poder y éxito,
ser audaz y resolutivo, ser seguro y confiado en sí mismo, no cuestio-
narse a sí mismo o las normas e ideales grupales”. A su vez, Gerardo
Macías Valadez Márquez y María Gabriela Luna Lara,3 destacan la
virilidad y potencia sexual como mandatos de género masculinos.
La violencia ejercida por los hombres requiere de una aproximación
multidimensional y multicomponente que puede iniciarse desde el
modelo de Bronferbrenner,4 también retomado en Garda,5 enfocado

2
Victoria Ferrer Pérez y Esperanza Bosch Fiol, “Del amor romántico a la violen-
cia de género. Para una coeducación emocional en la agenda educativa”, en Revista
Profesorado. Revista de Currículum y Formación Profesional, vol. 17, núm. 1, enero-
abril, 2013.
3
Gerardo Macías Valadez Márquez y María Gabriela Luna Lara, “Validación de
una escala de mandatos de género en universitarios de México”, en Revista Ciencia
UAT [online], vol.12, núm. 2, 2018.
4
U. Bronfenbrenner, “Ecology of the family as a context for human development:
research perspectives”, en Developmental Psychology, 22(6), 1986.
5
Roberto Garda, “Caminando hacia la equidad: aprendizajes de la intervención
con hombres que ejercen violencia en México”, s.p.i.
258 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

a programas de intervención con hombres, en los cuales se toma en


cuenta el exosistema, la experiencia de violencia en la pareja (micro-
sistema). Así como la propuesta de que se identifique la complejidad de
lo social y cada una de las características de los hombres que ejercen
violencia. Como el implícito en la misma de las prácticas culturales, las
políticas públicas, los ejercicios de poder e ideas machistas. Que en la
vida íntima (microsistema) se enfatizará “la capacidad para reconocer
y manejar positivamente más sentimientos que el enojo; la capacidad
para reconocer aprendizajes de vida, y resignificarlos; la capacidad de
cambiar en la manera de concebir el conflicto, reconocer la diferen-
cia y detener la construcción social de la desigualdad en la pareja” y
como apunta Garda,6 lo multidimensional son las diferentes posibles
aproximaciones al fenómeno de la violencia y lo multinivel las formas
distintas de posibilidades de intervención.
Garda7 considera que es necesario abordar los mandatos sociales, de
género —también explorados por Bosch y Ferrer— y ubicar los con-
textos, características de las personas (ejemplos: preferencia sexual,
color de piel, nivel socioeconómico, etcétera), así como el análisis
de las competencias que se implican en cada una de las personas y
encaminar esto a una reeducación que permita el autocuidado y la
aceptación de la diversidad. Dicha reeducación va enfocada a dife-
rentes ámbitos: sociales, individuales, sexuales de salud emocional
y sexual. Bajo un proceso de deconstrucción y construcción de nuevas
formas de interacción que desechen los elementos dañinos aprendidos
en las familias de origen. Las estrategias de trabajo deben implicar
el análisis de las relaciones de poder, buscar la seguridad de las mu-
jeres, considerar la voluntariedad de los participantes a fin de que se
genere una genuina reflexión del ejercicio de la violencia e implicar
elementos prácticos desde una comprensión profunda de la misma para
su disminución y combate.

6
Idem.
7
R. Garda, Nuevas habilidades para los hombres. Para varones que desean
construir la equidad y la igualdad en sus relaciones de pareja y familiares. Ciudad
de México, Secretaría de Desarrollo Social de la Ciudad de México/Hombres por la
Equidad, 2018.
Roberto Garda Salas 259

Los programas de intervención con hombres que ejercen violencia


han pasado por diversos enfoques con el afán de atender la conducta
de violencia de los hombres. Los programas han pasado de grupos de
control de ira a grupos de intervención cognitivo conductual con enfoque
de género o intervenciones psicoterapéuticas individuales, y de ahí a
programas multidimensionales y multicomponentes con perspectiva
intersectorial, pues pretenden incorporar en sus estrategias de trabajo
las reflexiones que surgen de las desigualdades de raza, edad, clase
social, además de las de género. Los programas de intervención más
frecuentes en México son los de corte psicoterapéutico breve (no más de
12 sesiones) donde se propone reflexionar sobre las ideas que justifican
las conductas de violencia hacia las mujeres. La apuesta de este tipo
de programas es que al generarse conciencia y/o comprensión de las
conductas de abuso se les podrá disminuir. Los recursos que usan las y
los psicólogos/as en esta intervención son técnicas de reestructuración
cognitiva y conductual como diálogo socrático, juego de roles, entrena-
miento asertivo y autorregistros, entre otras técnicas.8 Estas propuestas
se basan en las de Dutton y Welland y Wexler9 que nos hablan que hubo
en la infancia de los hombres un daño o trauma, y que éstos la reviven
cuando hay conflictos con la pareja.
Por otro lado, están los programas de corte narrativo, que se usan
mucho en Brasil y en México es el Instituto Latinoamericano de la
familia quien más lo ha empleado, proponen que al sostener un diálogo
más profundo con los hombres, éstos pueden resignificar no sólo sus
experiencias de abuso y comprender los motivos profundos de por
qué sienten ira, enojo e incluso odio hacia su pareja cuando tienen un
conflicto con ella. Para esta propuesta, al partir de una mirada sistémica
centrada en el diálogo, se pueden también comprender y resignificar los
mandatos sociales. Esta propuesta y su enfoque teórico-metodológico
surge de la teoría sistémica y construccionista con enfoque narrativo.

8
R. Garda, Intervención integral con hombres que ejercen violencia contra su
pareja. México, Indesol/Hombres por la Equidad, 2008, p. 111.
9
Cf. Donald G. Dutton, El golpeador, un perfil psicológico. México, Paidós, 1997,
y Christauria Welland y David Wexler, Sin golpes: cómo transformar la respuesta
violenta de los hombres en la pareja y la familia. México, Pax, 2007.
260 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

Asimismo, se analiza la teoría de grupos y se tiene una profunda re-


visión de la perspectiva de género que ha sido incorporada al proceso
de intervención.
La diferencia fundamental entre una propuesta cognitivo conduc-
tual y una sistémica es la centralidad que la segunda da al diálogo y
al proceso de resignificación de la experiencia de trauma y el mensaje
social, y la reducción que hace la primera de este hecho enfocando la
disminución de la conducta de violencia en el cambio cognitivo. Ambas
corrientes se han visto fuertemente influenciadas por la perspectiva de
género, y al atender a mujeres que viven violencia y después a hom-
bres que la ejercen han dejado de ser perspectivas “puras” para pasar
a integrar en sus enfoques las propuestas ecológicas que explican los
distintos niveles de presión social sobre los individuos, principalmente
—como ya señalamos— de la masculinidad sobre los hombres.
Debido a ello no fue de extrañar que a mediados de la primera
década del siglo xxi, Bonino10 impulsara una propuesta multinivel
y multicomponente que a diferencia de las anteriores coloca en las
relaciones de poder el centro de su atención, y ya no en la salud
mental que tanto la propuesta cognitivo conductual como la sistémica
mantenían. Este autor señala que la intervención con hombres que
ejercen violencia debería basarse en un corpus teórico derivado de las
investigaciones especialmente diseñadas en el campo de la violencia
de género, y adoptar una metodología acorde con el objetivo primario de
preservar la integridad física y psíquica de las víctimas, anteponién-
dolo a cualquier otra consideración de orden teórico o técnico. Así,
establece la necesidad de adoptar la perspectiva de género como eje
transversal de cualquier procedimiento destinado a intervenir sobre
estos casos, partiendo del conocimiento de la construcción de los
géneros en nuestra cultura y su papel fundamental en la génesis de la
violencia hacia las mujeres.

10
Andrés Montero y Luis Bonino, “Criterios de calidad para intervenciones con
hombres que ejercen violencia en la pareja”, en Cuaderno de Reflexión, núm. 1. Madrid,
Grupo 25, 2006.
Roberto Garda Salas 261

La propuesta multinivel y multicomponente propone que los hom-


bres reconozcan en los aspectos macro social (la cultura), exosocial
(las instituciones) y microsocial (las relaciones interpersonales y con
uno mismo) aprendizajes de género que han llevado a una educación
“cruel”,11 donde los hombres ejercen la opresión de las mujeres. Ello
deriva en que los varones han articulado su forma de pensar, sus emo-
ciones, sus conductas y sus cuerpos a la demanda de que las mujeres
les sirvan y sean atentas con ellos, a sus necesidades y órdenes. Tanto
Bonino como Segato sostienen que en la intervención con hombres
hay que abordar mediante diversas técnicas y niveles de aprendizajes
opresivos culturales, comunitarios, familiares y personales, y atender
a cada varón en su especificidad, reconociendo que la violencia mas-
culina es algo común.
Más recientemente, la Red del Retem de Argentina (@retem2011,
cuenta en facebook) y en México Hombres por la Equidad, A. C. hemos
reconocido que este enfoque es más dinámico que el sistémico y el
cognitivo conductual, pues si bien se retoman la intervención con las
ideas y aprendizajes de los hombres, y desde ahí se busca el cambio de
la conducta, un programa multicomponente y multinivel permite pro-
fundizar en las ideas y conductas crueles de los hombres. En la forma en
la que dicotomiza la realidad, la jerarquiza, con una estrategia de opre-
sión y realiza prácticas de castigo. Ello es así porque la conducta violenta
y/o el pensamiento opresivo son relacionados con aspectos sociales y
multidimensionales que permiten comprender la dimensión social de la
violencia de un hombre en un contexto de desigualdad por clase, raza,
edad, etcétera. Asimismo, estas ideas opresivas y prácticas de severo
daño hacia las mujeres (como los feminicidios) son analizados con
relación a diversos componentes: el emocional, el corporal, la historia
de vida, los aprendizajes en la comunidad, la formas de comunicación,
entre otros. Garda reconoce los siguientes componentes en el programa
Caminando Hacia la Equidad, y señala que todos son susceptibles de
ser intervenidos en un programa con estas características:

11
Rita Laura Segato, La guerra contra las mujeres. Madrid, Traficantes de Sueños,
2016.
262 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

• Cognitivo: busca identificar las ideas y/o pensamientos que


promuevan la violencia hacia las mujeres ante situaciones de
conflictos con la pareja.
• Emocional: es el manejo emocional machista que refuerza el
control y el poder sobre la pareja. Abarca el enojo, que es el sen-
timiento más permitido para los hombres y que desencadena la
violencia.
• Comunicación: se refiere a las formas de comunicación no asertiva
y violenta con la pareja y la familia. El uso de palabras ofensivas,
la expresión inadecuada de sentimientos, ideas y necesidades,
etcétera.
• Historia de vida: este componente permite identificar a actores
que en su historia de vida, como papá, mamá o algún cuidador,
tenían conductas de abuso hacia él o algún ser querido (la madre,
el hermano/a u otro familiar), las cuales “marcaron” o le enseña-
ron la violencia.
• Cuerpo y sexualidad: referido a la concepción machista que tienen
los hombres sobre el propio cuerpo y la mirada sexista sobre el
cuerpo de las mujeres durante todo su ciclo de vida. De esta for-
ma, los hombres miran sus cuerpos como máquinas de producir
y no acuden al médico a cuidarse, esta percepción también puede
condicionar el ejercicio de la violencia sexual contra las mujeres,
su participación en la trata de personas, así como en el ejercicio
de conductas homofóbicas hacia los gays, lesbianas, transgéneros,
transexuales y travestis.
• Conductual: comprende las conductas de violencia de género
que tienen los hombres hacia sus parejas (los tipos de violencia
física, psicológica sexual, económica o patrimonial).
• Presión social: son los mandatos sociales de la cultura y de la
comunidad que presionan de forma directa y/o simbólica a los
hombres para que mantengan la desigualdad con las mujeres.
Particularmente para que permanezcan fieles a la masculinidad,
al ideal de la burguesía, al racismo y al adultocentrismo. Gracias
a este componente esta propuesta se aproxima más a una mirada
interseccional como propone el feminismo y a una empatía por las
y los jóvenes y niños y niñas que viven violencia en las familias.
interseccional como propone el feminismo y a una empatía por las y los jóvenes y niño
viven violencia en las familias. Roberto Garda Salas 263
Si queremos ilustrar esta propuesta podemos ver el siguiente esquema:
Si queremos ilustrar esta propuesta podemos ver el siguiente es-
quema:

Componente
Componente
cognitivo
cognitivo

Componente
Componente Componente
componente
de
de presión
presión
social conductual
conductual
social

Conductas
Conductas
de violencia
de violencia
contra la
contra la pareja
Componente
Componente pareja
Componente
Componente
de
dehistoria de
historia de
narrativo
narrativo
vida
vida

Componente
Componente Componente
Componente
emocional
emocional coporal
corporal

En este esquema ilustramos cómo la violencia contra la pareja refleja


problemáticas en siete componentes, seis de esos componentes son del
En este esquema ilustramos
ámbito microsocial, y unocómo
del exola violencia Cada
y macrosocial. contra la pareja
aspecto influye refleja problemá
de forma compleja en la violencia del hombre hacia su pareja. A algunos
componentes, seis de esos componentes son del ámbito microsocial, y uno del exo y
hombres les afecta más aspectos emocionales, otros conductuales o
cognitivos,
Cada aspecto influye deotros corporales
forma o comunicacionales.
compleja No haydel
en la violencia una relación
hombre hacia su parej
lineal, sino a su vez cada aspecto se relaciona con otros aspectos so-
hombres les afecta
ciales,más aspectos relacionales
institucionales, emocionales, otros conductuales
e individuales o cognitivos, otros
que influyen en las
relaciones de violencia.
comunicacionales.DeNo hay una relación lineal, sino a su vez cada aspecto se relacio
esta forma ha habido un cambio de modelos cognitivo y conduc-
tualesinstitucionales,
aspectos sociales, con enfoque de género a sistémicosedeindividuales
relacionales corte narrativo. Ambos
que influyen en las r
sostienen en sus intervenciones su raíz con la psicoterapia, debido a ello
violencia. quien lo aplica es un psicólogo o psicóloga, quienes mantienen habilidades
de comunicación y empatía con los hombres y el ejercicio de su violencia.
De ésta forma ha habido
Posteriormente, un cambio
con el arribo de multinivel
de propuestas modelosy multicomponente
cognitivo y conductuales con
se propuso
género a sistémicos de que quienes
corte intervinieran
narrativo. fueran personas
Ambos con una
sostienen enempatía
sus intervenciones su
política con las mujeres y trabajo personal en terapia y/o en grupos de
psicoterapia, debido a ello quien lo aplica es un psicólogo o psicóloga, quienes mantiene
de comunicación y empatía con los hombres y el ejercicio de su violencia. Posterior
arribo de propuestas multinivel y multicomponente se propuso que quienes intervin
264 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

reflexión. Si bien la nueva propuesta multinivel y muticomponente apoya


que sean psicólogos/as quienes intervengan con hombres, redes como el
Retem de Argentina y/o organizaciones como Coriac en su momento, que
sean trabajadores sociales, sociólogos/as, otros y otras trabajadores/as de
la salud, así como hombres que han pasado por un proceso de reflexión,
quienes también puedan dirigir los procesos de intervención.
La propuesta que hacemos parte de una mirada multidimensional
y multicomponente, pero debido a que la solicitud que se hace es de
un enfoque cognitivo conductual se ha dado énfasis al trabajo con las
ideas de los hombres que refuerzan las conductas de violencia de gé-
nero. Sin embargo, las dinámicas y técnicas que se proponen recorren
aspectos narrativos, de historia de vida, así como sociales y culturales
con la idea de que el análisis de las experiencias de violencia, y la
búsqueda de alternativas sea enriquecida mediante una reflexión más
amplia y compleja.

El programa Nuevas Habilidades para los Hombres

Los objetivos de los grupos de reflexión del programa Nuevas Habilida-


des para los Hombres consiste en que los hombres que asistan aprendan
a identificar las creencias, sentimientos, problemas de comunicación,
sensaciones corporales, experiencias de vida y presiones sociales que
sustentan sus conductas de violencia de género en el ámbito doméstico,
y ejerciten técnicas y habilidades que les permitan formular y llevar a
cabo creencias y conductas igualitarias con sus parejas e hijos e hijas
en el ámbito familiar.

De forma particular se pretende:

• Que los asistentes identifiquen las creencias y conductas que


sustentan la violencia de género con su pareja, hijos e hijas y
otros miembros de la familia.
• Que los asistentes identifiquen el impacto de las violencias de
género en sus parejas, hijos e hijas y otras personas del ámbito
familiar y en ellos mismos.
Roberto Garda Salas 265

• Que los asistentes aprendan habilidades que detengan las creen-


cias y conductas que justifican la violencia de género hacia su
pareja, sus hijos e hijas y hacia ellos mismos.
• Que los asistentes aprendan habilidades para construir creencias
y conductas igualitarias en los conflictos con su pareja, hijas e
hijos en su ámbito familiar.

Las sesiones son conducidas por un facilitador experto de Hombres


por la Equidad, A. C. Los hombres que facilitan identifican sus con-
ductas de violencia hacia sus parejas, y se pretende que tengan trabajo
en espacios terapéuticos, experiencias de dolor y malestar en diversas
experiencias de su vida. Asimismo, para las facilitadoras se sugiere
que tengan una reflexión profunda sobre su experiencia de violencia de
género, así como que hayan identificado las problemáticas que tienen
en la relación con los hombres y otras mujeres. Se pide a ambos interés
y/o afinidad por el feminismo y un genuino interés por el ejercicio de
los derechos humanos de las mujeres.

Para las sesiones virtuales se requiere:

• Plataforma Zoom u otra que se acuerde con la Fiscalía General


de la República.
• Horario de acceso de al menos dos horas y media.
• Coordinarse con los asistentes en los días y horas de acceso.
• Se solicita a los usuarios tener cuaderno, el manual, lápiz y pluma
a la mano.
• Que al acceder a la reunión virtual no se encuentren en compañía
de otra persona.
• Que puedan estar en un cuarto, espacio, salón que les permita
concentrarse en la sesión.
• Que la pareja, hijos e hijas u otra persona del trabajo no se en-
cuentre presente.

La propuesta contempla un programa de al menos 28 sesiones de


trabajo. En la primera y última sesión los asistentes llenarán un pretest y
un postest, respectivamente. De esta manera sabremos en que aspectos
266 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

disminuyen su violencia los hombres que asistan. Cada sesión durará


dos horas a dos horas y media con la siguiente agenda:

Tiempo Actividades
5 minutos Dinámica de integración grupal
50 minutos Dinámica de sensibilización
5 minutos Receso
50 minutos Dinámica de sensibilización o
Dinámica de integración de la experiencia
10 minutos Dinámica de cierre

Independientemente de los acuerdos a los que llegue el grupo en la


dinámica e integración grupal, el facilitador/a deben de tener en cuenta
las siguientes reglas del trabajo grupal:

• Hablar en primera persona.


• Hablar de la experiencia de violencia en caso de que las dinámicas
lo requieran. No emitir juicios, descalificativos o sugerencias
sobre la experiencia de otro compañero.
• Participar de forma colaborativa en las dinámicas de las sesiones.
• Apagar celulares antes de iniciar la sesión.
• Si por algún motivo de emergencia se tiene un celular encendido,
se puede contestar afuera del salón virtual del trabajo para no
distraer al grupo.
• Respetar a los facilitadores. En caso de amenazas o agresión se
le pedirá al asistente que se retire y se cerrará su sesión en Zoom.
• No mostrar ni ostentar armas.

Se propone que durante las 28 sesiones y las 2 horas de trabajo se


realicen las siguientes dinámicas:

1. Dinámica de integración grupal. Tiene el objetivo de generar


integración grupal por medio de la presentación de los integrantes
del grupo. Duración 10 minutos.
Roberto Garda Salas 267

2. Dinámicas de sensibilización. Tienen el objetivo de ofrecer in-


formación a los usuarios y generar en ellos interés, conciencia o
preocupación sobre la problemática de violencia de género en el
trabajo y la familia. Asimismo, se muestran recursos para detener
las conductas de abuso y construir conductas igualitarias en estos
espacios y respeto a los derechos humanos de las mujeres y de
los hijos e hijas. Duración 60 minutos.
3. Dinámicas de integración de la experiencia individual o grupal.
Son dinámicas que profundizan en uno o más hechos de violencia
hacia las mujeres. En ellos se refuerza lo aprendido en las sesiones
de sensibilización: identificar conductas de violencia de género
en el hogar y el trabajo, y aprender y ejercitar habilidades para
identificar y parar las conductas de violencia. Duración 60 minutos.
4. Dinámica de evaluación. Es una dinámica que se aplica dos ve-
ces, al principio y al final del ciclo de 16 sesiones. Consiste en la
aplicación de un cuestionario donde los usuarios pueden observar
avances, estancamientos o retrocesos en sus conductas de violencia
hacia su pareja y/o compañeras de trabajo. Dura 60 minutos.
5. Dinámicas de contención. Son dinámicas que pueden usarse en
cualquier momento en las sesiones de trabajo. Pretenden disminuir
la tensión en una situación, y generar disposición corporal, anímica
e interés en los asistentes para iniciar una nueva etapa de trabajo
y/o profundizar en la que se está desarrollando. Duran 15 minutos.
6. Dinámica de cierre. Es la dinámica que se aplica al final de cada
sesión, en ella se recapitula lo aprendido y se revisa el estado
emocional de cada usuario y su compromiso para detener la
violencia hacia las mujeres de acuerdo a lo visto en la sesión.
Duración 10 minutos.

El ingreso a los grupos de reflexión

Los grupos de reflexión para hombres que se han abierto en el proyecto


buscan comprender la experiencia de los hombres en el ejercicio de su
violencia. Hombres por la Equidad, A. C. tiene una larga experiencia
en la atención a hombres que ejercen violencia, desde 1994 cuando el
268 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

director fundó otra asociación civil denominada Coriac (Colectivo de


Hombres por Relaciones Igualitarias, A. C.) hasta la creación de Hom-
bres por la Equidad, A. C., en el año 2005, hemos realizados investiga-
ciones sobre la violencia de los hombres en las relaciones de pareja en
diversas regiones del país y la Ciudad de México. Asimismo, a la par
de estas investigaciones, hemos creado estrategias de intervención con
hombres que ejercen violencia. En este camino, investigación y atención
han ido de la mano, iniciamos con procesos de intervención cognitivo
conductuales más cargados a una perspectiva psicologisista, y ahora
estamos caminando hacia estrategias de atención más comprensivas y
cualitativas. Iniciamos con propuestas de corte estructuralista, donde
de alguna forma veíamos la conducta de violencia como resultado de
“algo” que la provocaba (historia de abuso del hombre, pensamien-
tos opresivos sobre la pareja, o alguna situación socioeconómica u
emocional que le afectaba), a la comprensión de que la conducta de
violencia se encuentra inscrita en un continum de conductas abusivas e
igualitarias donde significan, junto con otros aspectos como el cuerpo,
los pensamientos, las emociones, etcétera, así como el contexto y las
características de la relación con ella.
De ésta forma, llegamos a esta nueva comprensión de la interven-
ción por medio de la investigación, pues en éstas escuchábamos a los
hombres a través de aplicar técnicas de investigación cualitativa como
entrevistas a profundidad, grupos focales, etcétera, y comprendíamos
que en sus experiencias no existían una causa, sino la suma de distintos
factores que se articulaban de una forma tal que el hombre ante un con-
flicto con su pareja ejercía la violencia. Las narrativas de los hombres
entremezclan emociones y pensamientos, conductas con formas de
comunicarse, historias de vida dolorosas y con formas de presión social
y enseñanzas de estereotipo de género, raza, edad, adultez, etcétera,
que les exige mostrar de alguna manera ser la autoridad. La autoridad
la entenderemos como una autoimagen en donde el hombre tiene una
mezcla de decisión personal y de presión social en donde cree que
debe demostrar una superioridad sobre la persona con la que tiene el
conflicto. En el caso del maltrato a la pareja, es hacia ella contra la que
cree que debe expresar jerarquía, y al hacerlo decide reproducir, ya sea
por aprendizaje y/o por decisión personal, mandatos masculinos que
Roberto Garda Salas 269

indican que un varón viril debe diferenciarse de una mujer femenina


por medio de la jerarquía, el sometimiento y el control.
Hemos aprendido que el ejercicio de violencia hacia la pareja no
sólo se da por la reproducción de ideas masculinas, además interviene
el adultocentrismo donde él piensa que ante un conflicto con sus hi-
jos o la pareja debe ser “la voz madura” o “sensata”, y de esa forma
“chamaquea” o “infantiliza” al resto de su familia. Lo mismo ocurre
cuando activa jerarquías por raza, cuando muestra preferencia hacia
su hijo o hija con rasgos más “blancos” y descalifica a la otra u otro
por ser “moreno/a” o “negrito/a”. O cuando desprecia a su esposa por
ser indígena, morena o tener origen en un grupo cultural socialmente
desvalorizado (no es lo mismo para un hombre decir que se ha casado
con una mujer europea, que casarse con una mujer indígena, aunque
ambas sean igual de capaces). De la misma manera, los hombres suman
a su ejercicio de autoridad, además del género, el adultocentrismo y/o
el racismo, el clasismo. Un hombre maltrata cuando considera que
ella es inferior por no tener riqueza en su familia, o no tener estudios
profesionales, o ser en general una persona de origen “humilde”. Todos
estos elementos estructurales influyen en la decisión de los hombres para
violentarla. Las explicaciones estructurales se narran con las explica-
ciones coyunturales que tienen que ver con el momento del conflicto.
De esa manera, un hombre explica que golpeó a su pareja porque
“ella le contestó muy feo” y él se sentía deprimido en ese momento y al
escucharla se enojó. Y/o también puede señalar que “estaba cansado” por
trabajar todo el día, o que se encontraba tenso por problemas con los hijos
e hijas. Esto es, los hombres explican su conducta de abuso por lo primero
que experimentan en el conflicto, y aparentemente se muestran como una
serie de situaciones que él “no podía controlar” y que “lo obligaron” a
gritar, pegar, etcétera. Al analizar estas explicaciones en los grupos de
hombres hemos encontrado que hay muchos conflictos con las parejas,
pero sólo se ejerce violencia ahí donde el malestar personal y relacional,
y el mal momento de la situación —tensión, depresión, desempleo, eno-
jo, etcétera— se articula con las creencias de autoridad estructurales en
donde los hombres ven validadas ideas de superioridad sobre ellos, de
inferioridad y cosificación hacia ella (u otros) y justificadas sus respuestas
de violencia física, emocional, sexual, económica y/o emocional.
270 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

La pandemia y el confinamiento han hecho que se encuentren


más tiempo en su casa, y esa situación ha exacerbado los conflictos
que éstos tienen con otros miembros de la familia, particularmente la
pareja. Si hay en los hombres prácticas igualitarias y de equidad antes
de la pandemia, seguramente éstas continuarán aunque posiblemente
aumenten situaciones donde el abuso esté presente, pero habilidades
como hablar, escuchar, negociar, reflexionar, etcétera, no son elimi-
nadas por el encierro, al contrario, se fortalecen. Y al contrario, si los
hombres ya tenían conflictos con sus parejas e hijos e hijas y había de
su parte imposiciones, abusos, y diversos tipos de violencias, entonces
seguramente el maltrato se impondrá en la situación de confinamiento.
Los hombres llegan a las sesiones por medio de escribir un correo
electrónico en donde solicitan entrar a grupos de reflexión. Al recibir
el correo se les envía el siguiente cuadro:

Hola, buenos días Everardo. Con gusto te damos información de los grupos
de reflexión. La idea es vernos al menos un día a la semana en dos opciones
de horarios en sesiones de 2 a 2:30 hrs. Nos reunimos el miércoles de 20:00
a 22:00 hrs. y el sábado de 8:00 a 10:00 hrs. am. Las reuniones son con base
en el manual que les enviaría por PDF denominado Nuevas Habilidades para
los Hombres, que hemos creado.
En todas las sesiones siempre habrá dos facilitadores que, por supuesto,
estamos para apoyarles en su proceso de reflexión. Además, requerimos de
ustedes algunos datos y unos consentimientos, pues así podremos mejorar el
servicio que les ofrecemos:
Datos:
1. Nombre completo:
2. Actividad laboral y/o profesión:
3. Estado civil:
4. Número de hijos e hijas:
5. ¿Vives con ellos/as?
6. ¿Has asistido a otro tipo de grupo de hombres y/o terapia personal, a
dónde?
7. Motivo por el cual deseas asistir a grupo:
Cabe señalar que esta información personal es confidencial, y no la comparti-
remos con nadie. Sólo se usa para conocer el perfil de los asistentes al Programa.
Roberto Garda Salas 271

Consentimientos:
Todo grupo presencial o virtual funciona con reglas. Para los grupos de Hombres
por la Equidad éstas son:
1. Tratar de forma respetuosa a los facilitadores y a otros miembros de
grupos.
2. Hacer uso breve de la palabra.
3. No hacer contacto externo con los facilitadores a menos que éstos lo
autoricen.
4. Las sesiones duran de 2 a 2:30 horas, se acepta participar en las mismas
y sólo ausentarse en caso de fuerza mayor y avisando previamente a los
facilitadores.
5. La información que se comenta en el grupo se queda en el mismo, no
se difunde ni se usa para compartir con nadie. Hombres por la Equidad,
A. C. asegura la total confidencialidad de la misma.
7. Si algún compañero amenaza a otro o a algún facilitador se le dará de
baja.
8. Se acepta moderar o dejar el consumo de alcohol o drogas durante la
asistencia a grupo. Asimismo dejar el uso de las armas (a menos que
éstas sean para el trabajo).
9. Se acepta revisar el manual de usuario y avanzar en sus ejercicios durante
la asistencia al grupo.
10. Se manifiesta aceptar disposición de trabajar en el grupo y participar en
el uso de técnicas que ahí se dejen.
11. Se acepta llenar el número que sean solicitadas el cuestionario del grupo
con la finalidad de que el usuario conozca mejor su proceso y podamos
mejorar el servicio que le ofrecemos.
12. El usuario acepta compartir el correo de su pareja –cuando se le solicite–
con la finalidad de que ella pueda opinar sobre el trabajo de Hombres por
la Equidad a través de un cuestionario y mejorar el servicio que ofrecemos.
13. Se puede compartir de forma verbal lo que algún compañero dijo en la
sesión con la pareja o la familia si ésta lo acepta, pero sin mencionar
nombres de quienes estuvieron involucrados.
14. Se acepta que la asistencia a grupo es para encontrar la propia responsa-
bilidad sobre las conductas.

Acepto las reglas del grupo: Si ( ) No ( )


272 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

Sobre la grabación de las sesiones:


Las grabaciones se hacen en la nube de Zoom con la idea de revisarlas durante
la semana y poder retroalimentar el día sábado cuando se da sesión de apoyo y
orientación. Ello permite profundizar en algunas experiencias que son comen-
tadas y poder mejorar las sugerencias. Por supuesto, no se usará el material para
difundirlo. Ese es un compromiso que asume Hombres por la Equidad, A. C.
Sin embargo, sí es importante señalar que una o dos sesiones (de más de 100
sesiones que tenemos videograbadas) llega a usarse en clases que Hombres por
la Equidad, A. C. ofrece en su diplomado o en la formación de profesionistas de
otras instituciones que trabajan con hombres. Con estas instituciones y estudian-
tes se establece previamente un acuerdo de confidencialidad y no difusión de la
información que llegan a conocer de la sesión del grupo. Los videos que se han
mostrado sólo se pueden mirar, nunca se ha dado el archivo de una grabación.
Acepto que se graben las sesiones: Si ( ) No ( )

Sobre el cuestionario a la pareja:


Es frecuente en el trabajo en grupos de reflexión que haya acercamiento a las
parejas o ex parejas para conocer su punto de vista sobre el trabajo realizado en
los grupos. A veces, los hombres se sienten temerosos de que nos acerquemos
a la pareja, pero te invitamos a que no lo veas de esa forma. Para mejorar las
estrategias y técnicas de trabajo requerimos tu punto de vista, pero también el
de la pareja. Al hacerlo logramos mejorar nuestro trabajo y los usuarios y sus
parejas salen ganando. Además del cuestionario no estableceremos con ella otro
tipo de comunicación y tampoco le pediremos alguna información tuya, ni de
la pareja. Tampoco compartiremos con ella información tuya ni del grupo. Las
respuestas de ella a los cuestionarios son confidenciales y no será dada a conocer
por ningún medio a nadie.
Acepto que se aplique un cuestionario a mi pareja: Si ( ) No ( )

Desafortunadamente si no aceptas las condiciones del grupo, no se podrá


participar en él. En caso de que eso ocurra dinos cual es el motivo que te preocupa
y con gusto podemos conversar. Si los aceptas con gusto te enviamos el manual,
el link del cuestionario y los links de los días miércoles y sábado. Espero tus
amables comentarios. Este servicio es gratuito.

Atentamente, Roberto Garda


Roberto Garda Salas 273

Los hombres que aceptan las condiciones se les envían los links de
las sesiones junto con el manual denominado “Nuevas Habilidades para
los Hombres”, que es el documento guía del trabajo grupal. De esta
manera ingresan a la primera sesión del grupo.

Características de los hombres que ingresan a grupo

Los hombres tienen las siguientes características al ingresar al grupo.


De abril a octubre de 2020 se han acercado a la Asociación 98 hombres
preguntando y/o solicitando información sobre los grupos de reflexión.
De éstos, 65 han asistido al menos una vez a los grupos de reflexión, tie-
nen una edad entre 25 y 70 años, y el siguiente perfil de trabajo:

Estudiante, 5% Desempleado, 4%

Técnico, 25%

Profesionista, 66%

––––– Gráfica 1. Empleo de hombres que han asistido a grupos de reflexión.

Como podemos ver, de los 65 hombres que asisten el 66% tienen


nivel profesionista, y laboran en alguna actividad relacionada con ella.
El 25% tiene trabajo de técnico, 5% estudiante y sólo 4% señala que
es desempleado. Con relación a su estado civil en la gráfica 2 podemos
ver que 65% tiene relación de pareja en el momento de ingresar al
grupo y 35% no.
274 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

Unión libre, 28%

Soltero, 35%

Casado, 37%

Gráfica 2. Estado civil de los hombres que han asistido a grupos de reflexión.

Casi el 50% de los asistentes a los grupos no tienen hijos. De los


que tienen, la mayoría tiene un hijo o hija (25%), y el segundo grupo
tiene dos hijos e hijas (21%) como se ve en la gráfica 3. Con relación
a si viven con ellas y ellos en la gráfica 4 vemos que el 78% (28 hom-
bres) de los que tienen hijos o hijas señalan que sí, y 22% (8 hombres)
indican que no (gráficas 3 y 4).
¿Han asistido los hombres a algún tipo de apoyo antes de ingresar
a grupos de reflexión? De los 65 asistentes el 42% señala que ha ido a
terapia individual o grupal, el 8% a grupos de reflexión y el 5% tanto
a terapia individual como a grupos de reflexión. El 6% a grupos de
masculinidades. De ésta forma el 62% ya tiene experiencia previa
de solicitar apoyo, y el 38% señala que no han asistido a algún espacio
previamente (gráfica 5).
Finalmente, ¿cuáles son los motivos para asistir a grupo? Los hom-
bres señalan —como se ve en la gráfica 6— que desean recuperar a
su pareja e hijos, o mantener una relación estable con ellas y ellos. En
segundo lugar, reconocen que ejercen violencia hacia la pareja, y, en
tercer lugar, que quieren mejorar su vida emocional.
¿Qué dicen en particular los hombres que hablan de reconocer su
violencia? En primer lugar, el 31% de los hombres indica que desea
Roberto Garda Salas 275

4 hijos/as
3 hijos/as 5%
6%

2 hijos/as Sin hijos/as


21% 43%

1 hijo/a
25%

Gráfica 3. Número de hijos e hijas que tienen los hombres


que han asistido a grupos de reflexión.

No, 22%

Sí, 78%

Gráfica 4. Hombres que viven con sus hijos e hijas al ingresar a grupo.
276 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

Ambos grupos y terapias, 5%

Terapia individual
o grupal, 42%

No, 38%

Otro, 1% Grupo de reflexión, 8%


Grupo masculinidades, 6%

Gráfica 5. Apoyo recibido por los hombres antes de ingresar


a grupos de reflexión.

Por trabajo/estudios Reconocer


9% violencia
21%

Para recuperar Por mi


o mejorar agresividad
relación con 3%
pareja, hijos/as
y relaciones
familiares Mejorar mi
31% masculinidad
11%

Paraaprender
Para aprendery ypor
por
motivos emocionales
motivos emocionales
25%
25%

Gráfica 6. Motivos para asistir a grupos de reflexión.


Roberto Garda Salas 277

asistir a grupo por la familia, pareja y los hijos e hijas. Hay varones
que dan una versión corta de sus motivos: “para mejorar la calidad de
mis relaciones interpersonales”, “mejorar mis relaciones”, “encontrar
la forma de mejorar mis relaciones…”, “por los míos”, “recuperar a
mi familia”, “mejorar la relación de pareja” y “mejorar mis relaciones
familiares y personales”. Otros explican un poco más y señalan que
quieren asistir porque “…no soy bueno para mí ni para las personas
que me rodean” y “quiero construir relaciones más amorosas, equitativas
y armoniosas”. Pero otros hombres mencionan de forma más clara
a la pareja (esposa, novia, etcétera) como el principal motivo de su
asistencia: “como hombre en la relación con las mujeres”, “problemas
de pareja”, “quiero aprender cómo mejorar mis relaciones de pareja”
y “mejorar mis relaciones interpersonales de pareja, familiares”. Otros
dan más explicaciones en torno a la pareja:

• “Quisiera poder tener una mejor comunicación en mi relación


con mi pareja, derivado que en varias ocasiones no siento ser
muy empático respecto a diversos temas”.
• “Mi motivo surge a raíz de la relación que tengo con mi actual
pareja, con la cual vivo en unión libre hace un año. Mi interés es
poder iniciar un cambio en mis esquemas de pensamientos y en
mi comportamiento, para poder mejorar mi relación de pareja,
además por consecuencia, transformar mis relaciones con los
otros. Para eso considero importante empezar a tomar medidas
para obtener dichos cambios”.
• “Reconocer, comprender y retroalimentar a partir de la experien-
cia con otros hombres que trabajan por mejorar las relaciones de
pareja”.
• “Deseo participar porque sé que tengo problemas en el aspecto
de machismo que es activado con el alcohol. Y quiero ser mejor
pareja con mi mujer”.
• “Me comporto demasiado agresivo en la más mínima discusión
de nuestra relación con mi novia”.

Algunos hombres identifican que los problemas con la pareja se


derivan de esquemas mentales propios, otros que es el machismo y para
278 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

algunos se debe a problemas de comunicación y otros reconocen que no


la comprenden. Por otro lado, hay quienes desean asistir por sus hijos e
hijas: “reflexión sobre el ejercicio de mi vida en pareja y paternidad”,
“para ser mejor persona, esposo y padre” y “quiero crecer como persona
para poder establecer una relación sana con mi hija”. Después, y de
forma más amplia —y siguiendo en torno a la pareja, los hijos e hijas
y la familia— señalan que desean asistir porque:

• “…no quiero que esto siga pasando y seguir fastidiando a mi


esposa, hijos y familiares por mi actitud, quiero que mi familia
viva bien, por eso requiero ayuda”.
• “Deseo adquirir nuevas habilidades para poder relacionarme más
sanamente con mi pareja y mis hijos (sin violencia)”.
• “Porque es la primera vez que soy padre, en mi caso mi esposa
tenía bebé y estamos esperando un nuevo bebé y tengo una forma
de educar a los niños (como me educaron), pero mi esposa no está
de acuerdo con esa educación, ya que en mi caso fueron gritos,
golpes y castigos, yo les expongo que en algunos situaciones
tienes que poner límites y en ocasiones una nalgada, pero no está
de acuerdo, ya que ella es abogada de lo familiar y me dice que
así no se educa a los niños. Por otro lado, soy de las personas
que para no tener problemas se queda callado. Me hace falta más
comunicación con mi esposa y por eso busco ayuda. Espero me
pudieran ayudar”.
• “Hace unos días mi hijo me dijo que a los hijos no se les grita, eso
me hizo reflexionar sobre el tipo de padre que soy, pregunté a mi
pareja y yo mismo me he dado cuenta que suelo levantar mucho
la voz con mi hijos y me gustaría ser mejor ejemplo y padre”.

Finalmente, en este orden de ideas, hay quienes comentan los aspec-


tos de pareja, de las hijas e hijos y de la familia de manera conjunta,
y señalando que les preocupan esos aspectos, más otros particulares.
Veamos:
Roberto Garda Salas 279

• “Quiero mejorar y reflexionar los tratos que tengo con algunos


de mis familiares y con mi pareja para tener una buena y sana
comunicación”.
• “…lo cual me permite sentirme seguro de que podré aprender
nuevas alternativas que me permitan reaccionar de otras formas
hacia mi pareja e hijo y que esto me lleve a la congruencia en mi
comportamiento en todos los sentidos”.
• He tenido varios conflictos de pareja y gran parte son relacionados
porque mi pareja menciona poca cooperación de mi parte en tareas
del hogar y con mi hija, me interesa la terapia porque espero me
sirva para poder entender mejor y darme cuenta si en verdad soy
poco participativo como menciona ella.

Sólo un caso asiste por motivos más amplios, además de la pareja,


señala que es por su comunidad en la escuela donde ha sido señalado
en un tendedero por grupos de mujeres:

• A principios de año hubo varios señalamientos en mi contra, pu-


blicados en redes sociales, por violencia sexual, y aunque puedo
decir que la mayoría de lo que se publicó no es verídico, me hizo
replantearme mi forma de relacionarme sexoafectivamente con
mis parejas y en general con las mujeres de mi entorno, es por eso
que quiero llevar a cabo un proceso personal de deconstrucción.

De esta forma, los hombres que solicitan asistir a los grupos lo hacen
porque desean mejorar su relación de pareja y con sus hijos e hijas. Esto
es, les preocupa sus vínculos. Eso es lo que indica aproximadamente
una tercera parte de los asistentes. En segundo lugar, hay hombres que
hablan que quieren asistir por ellos, no por la pareja o por los hijos e
hijas. En un caso se menciona una por situaciones de carácter emocional
como “no quiero seguir controlado por mis emociones”.
En varios casos se menciona por requerir un tipo de ayuda o fortalecer
otro espacio al que ya se está asistiendo: “inicio de proceso psicotera-
péutico” o “porque necesito ayuda”. También por motivos generales
como “calidad de vida” y “compartir experiencias”. Pero la mayoría
comenta —en lo que a una motivación personal se refiere— asistir por
una necesidad de hacer conciencia, manejar situaciones o conocimientos:
280 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

“me gustaría trabajar y hacer consciente actitudes que creo, aún no logro
concientizar”, “seguir sumando conocimientos para poder aplicarlos en
mi vida” o “mejorar mi forma de manejar mis decisiones”. Otro aspecto
importante para estos hombres es el motivo personal emocional, ello
se ve en expresiones breves donde explican algún motivo afectivo a
narrativas más amplias donde reconocen dificultades con sus emociones:

• “…vínculos afectivos”.
• “En momentos me da depresión y ansiedad, y algo de poca tolerancia”.
• “Quiero conocerme más y ser más dueño de mis emociones,
entender qué más puedo cuestionarme y trabajar a nivel personal
para mejorar la calidad de mis relaciones interpersonales”.
• “Crecimiento personal, búsqueda de aprendizajes para el trabajo
de mi regulación emocional y poder incidir socialmente en mi
comunidad”.
• “Generar mayor conciencia como hombre, padre y compañero.
Reconozco la falta de expresión de emociones y deseo mejorar a
desarrollar mi desempeño en el convivio con mis hijas y pareja”.

En un sentido de aprender y mejorar:

• “Me gustaría poder ser mejor hombre con respecto a no sólo


aceptar mis errores, sino de poder hacer algo y trabajar sobre
ellos para entender algunas conductas que no son de mi gusto”.
• “Quiero aclarar percepciones, escuchar las vivencias de otras
personas, saber qué experimentan y concomitantemente expresar
mi sentir, aportar y mejorar mis relaciones”.
• “Quiero aprender a relacionarme con mayor amor propio, amor
maduro y no de alta velocidad, y mejorar mis relaciones familiares
y personales, aprender resiliencia”.
• “Porque quiero romper patrones con los que crecí y que no son
buenos para mí ni para las personas que me rodean”.

Entonces, los hombres que piden asistir a los grupos ven en motiva-
ciones personales la necesidad para ingresar. Una breve mayoría (60%)
señala motivaciones ubicadas más en el ámbito cognitivo y racional
Roberto Garda Salas 281

donde consideran que quieren aprender algo para comprender lo que está
ocurriendo en su relación. Y otro grupo señala motivaciones cercanas a
las emociones y algún malestar en ese ámbito. Así, en lo que a motivos
personales para ir, los hombres asisten por aspectos más racionales y
otro más emocionales, en el orden del 60% y 40%, respectivamente.
Así, los hombres asisten en, primer lugar, porque les preocupa su
familia, pareja e hijos. En segundo lugar, por motivos personales, ya sea
que no comprenden problemáticas que viven o porque hay un malestar
emocional. En tercer lugar, hay hombres que al solicitar ingresar a grupo
de forma directa señalan que tienen problemas de violencia, por ejemplo,
dicen que buscan ingresar porque “seguir trabajando para no ejercer mi
violencia”, “trabajar sobre el ejercicio de mi violencia”, “…trabajar mis
violencias”, “…reconozco que he ejercido violencia emocional contra mi
pareja y contra mi hija…” y “quiero reflexionar sobre las violencias que
he ejercido y ejerzo en contra de mi pareja”. Otros reconocen su violencia
pero ofrecen una explicación un poco más amplia de su situación:

• “Buscar reiniciarme —en el contexto de la pandemia— en mi


proceso de deconstrucción al reconocer mis ejercicios de violencia
y buscar erradicar y renunciar a mis violencias”, “estos meses
en casa con la cuarentena han sido difíciles, reconozco que he
ejercido violencia emocional contra mi pareja y contra mi hija…”
• “He tenido reacciones violentas con mi esposa por arranques de
ira, y quiero evitar este tipo de situaciones”.
• “El motivo es que he ejercido violencia verbal, y algunas oca-
siones empujones o amedrentar a mi esposa, lo peor es que mis
hijos lo han presenciado, he recibido reclamos de familiares
cercanos del sexo opuesto haciendo la observación de que no
les gusta mis actitudes de como las miro, no lo hago intencional
y jamás he faltado al respeto, pero hay rupturas familiares por
esa situación”.

El 21% de estos hombres, reconocen que sí ejercen violencia, pero la


mayoría no identifica sus consecuencias y las distintas implicaciones de
ese hecho. Al igual que los anteriores, la mayoría sí mira su violencia,
pero pocos la dimensión de sus conductas. Finalmente, un 11% de los
282 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

asistentes señala que van por su masculinidad, los cuales comentan que
desean: “reflexionar y cuestionar mi propia masculinidad para aprender
nuevas habilidades”, “para replantear la masculinidad o masculinidades,
reflexionar escuchando a otros hombres y sus experiencias” y “participar
de encuentros con varones que estén dispuestos a reflexionar y debatir
sobre nuestras masculinidades”. De ésta forma, 31% es por motivos de
la familia, pareja e hijos e hijas, el 25% para mejorar y por motivos
emocionales, el 21% por el ejercicio de su violencia, y el 11% por su
masculinidad. Éstos son los motivos por los que que desean asistir a
grupo el 88% de los asistentes.

La pandemia y la asistencia a grupos de reflexión

La pandemia generó en los hombres los siguientes aspectos:

• Incertidumbre laboral y/o desempleo.


• Convivir más tiempo con la familia y cooperación en el trabajo
doméstico.
• Incremento de conflictos familiares.
• Vulnerabilidad ante la posibilidad de enfermarse.
• Imposibilidad de convivir con amigos y/o compañeros de trabajo.

Paradójicamente, ésta en sí misma no era mencionada como “la


causa” del ejercicio de su violencia (como vimos arriba), más bien era
vista como un factor que desencadenaba los conflictos. Por ejemplo, la
incertidumbre laboral o el desempleo para muchos hombres significó
quedarse sin la posibilidad de ser el proveedor dentro del hogar, y ello
dio más fuerza a la pareja ante su estabilidad laboral. También hubo
casos de hombres donde el ingreso era cíclico, o se podía trabajar a
costa de que pusieran en riesgo su salud (contraer el covid 19) y ello
los llevo al dilema de no trabajar para no contagiarse y poner en riesgo
a su familia. Pero el malestar por el dinero perduraba.
Otro aspecto común era que al estar en sus casas tenían más con-
vivencia con sus hijos, hijas y pareja, y eran frecuentes los choques
y conflictos. Varios hombres se dieron cuenta de su intolerancia a la
Roberto Garda Salas 283

diferencia cuando veían que querían controlar más a sus familiares:


cómo hacer las cosas, qué decir, cómo comportarse, etcétera. Y veían
cómo las diferencias cotidianas eran para ellos conflictivas. Pero lo
eran no porque en sí mismo lo fueran, sino porque ellos observaban
que querían imponer una manera de decir las cosas, o de hacerlas o de
expresarse y eso chocaba contra lo que habitualmente se hacía en casa,
que era ignorar lo que algún miembro de la familia hiciera o acordar
formas comunes de actuar. Entonces el problema no es —como señalan
los hombres— el que los otros hicieran las cosas —o dijeran algo— de
una u otra forma, sino la interpretación de ellos y la forma de abordar.
Y las reacciones de ellos era usualmente controlar.
También se señaló el miedo como un sentimiento que les preocupaba
ante el covid. El miedo de enfermarse o de que alguien se enfermara.
Y ver la vulnerabilidad de vecinos, familiares y otras personas cerca-
nas al enfermarse y caer enfermos e incluso morir. Muchos hombres
manifestaban franco estrés al no ceder la pandemia, nerviosismo,
muchos choques con familiares, diferencias y conflictos en el trabajo
por sobrecargas laborales en casa, faltas de hábitos para cuidarse, y,
en no pocos casos, era frecuente que dijeran “no tengo un lugar en
la casa”. La falta de espacio personal y el miedo a la pandemia les
provocaba dificultades para realizar conductas íntimas que usualmente
hacían en un café, en un parque, en el trabajo o el restaurante, etcétera.
Conductas íntimas que les ayudan a los hombres son escribir, leer, ver
algún programa o distraerse en la computadora, no hacer nada, hacer
ejercicio, platicar con alguien cercano, etcétera. De alguna forma mu-
chos señalaban que se “sentían vigilados”, cuando en no pocos casos se
daban cuenta que eran ellos los que usualmente vigilaban a los otros/
as y ellos creían que los demás hacían lo mismo.
Finalmente, otro espacio que los hombres identificaron como fuente
de estrés fue el no poder salir a la calle y a todos sus espacios públicos.
La dificultad para ir con amigos, ir a trabajar, estar afuera, y de alguna
forma evitar las diferencias y conflictos domésticos llevó a los
hombres a aprender a enfrentarlos, aunque al principio la mayoría
los llevaba padeciéndolos. No era solamente “el hacer cosas” lo que
se extrañaba, además era —como lo comentaron varios asistentes
al grupo— “el sentirse en su espacio”. Una vez que se comenzó a
284 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

trabajar en esas sensaciones y creencias no pocos varones concluían


que extrañaban el espacio masculino, aquel donde “ocurrían cosas
interesantes”. Algunos compañeros comentaban que les costaba “es-
tar tranquilos”, “convivir en paz” o “pasársela bien”. Al reflexionar
sobre estos aspectos era frecuente que dijeran: “estamos mal, si de
lo que se trata es de estar bien con la familia”. De alguna forma se
daban cuenta que no había una educación para la convivencia, y que
de alguna manera ello influía en el hábito de hacer conflictos en donde
en realidad no los había. O de construir situaciones de violencia en
donde había la posibilidad de equidad.
Varios hombres como una alternativa a las dificultades que planteó
la pandemia comenzaron a vivir solos. Uno debido a que ella decidió
separarse, y otros debido a que ellos decidieron separarse. Los hombres
que viven solos en el grupo fueron los que más cambios comenzaron a
tener. Las separaciones fueron en algunos casos rompimientos matri-
moniales, pero no del vínculo familiar con los hijos e hijas. De alguna
forma, mantener el diálogo con la ex pareja y con las hijas e hijos, les
dio estabilidad a los hombres pese a la pandemia y a los rompimientos.
Lo más notorio era que tenían espacio para poder realizar ejercicios del
grupo, reflexionar sobre su vida y la dirección que quisieran darle a
su vida profesional. En la mayoría de estos casos no tuvieron proble-
mas económicos y por ello podían solventar el apoyo a sus familias
y además pagar un nuevo lugar para vivir. En otros casos no fue así, y
los hombres buscaban pequeños cuartos, espacios en la casa, el carro
u otros espacios para poder estar solos y entrar al grupo y hacer los
ejercicios que se dejaran.
Así, la pandemia exacerba las desigualdades de género que ya hay
en la familia. Incrementa las ideas cercanas a la violencia que algunos
de estos hombres ya traen, elevan el nivel de intolerancia de algunos
hombres ante los problemas del Gobierno para atender las demandas de
las empresas para que sigan dando resultados, y los problemas cotidianos
con la pareja. Pero paradójicamente —al menos los hombres que han
llegado a grupo— implosionan, y el grupo les sirve para no escalar en el
ejercicio de su violencia. Es ese giro reflexivo el que aborda el programa
con ellos. El grupo de alguna forma fue un resultado “positivo” de la
pandemia, porque debido a la metodología usada los hombres podían
Roberto Garda Salas 285

darle diversos significados a las situaciones que estaban viviendo.


Algunos lo lograban más en unos aspectos, y otros menos, pero de
alguna forma el hecho de que se mantenga prácticamente constante la
asistencia al grupo por más de seis meses habla de una fuerte adherencia
al método a pesar de la pandemia.

El proceso de intervención en línea

¿Qué hemos observado y aprendido sobre la intervención en línea?


Hasta este año, sólo habíamos realizado trabajo presencial con
hombres. Los grupos se realizaban en salones con sillas y con acceso
a un baño y una cafetera para el intermedio. Las reuniones usualmente
las realizábamos después de las 18:00 o 19:00 hasta las 21 o 21:30
hrs. Se realizaban con uno o dos facilitadores. A raíz de la pandemia
suspendimos el trabajo presencial, y no tuvimos la idea de hacerlo en
línea porque —como todos/as— nunca imaginamos que duraría la
pandemia. Sin embargo, duró, pero además vino de la mano con una
demanda de “hacer algo” con la violencia que los hombres estaban
ejerciendo contra las mujeres. Fue en ese instante que comprendimos
que tendríamos que reabrir el servicio en línea. No conocíamos la
plataforma Zoom, nos habían hablado de ella para hacer reuniones,
pero no para intervenir.
Antes de la apertura de los grupos dimos unos talleres de capacitación
a personas profesionistas para orientarlas sobre la intervención con hom-
bres. Observamos varias virtudes de la plataforma que usamos (Zoom):

• Era relativamente accesible para la Asociación, y no requería


equipo especial de los asistentes para poder ingresar a las sesiones
(con celular se puede hacer).
• Se podía usar un pizarrón electrónico para representar e ilustrar
las ideas que ofrecíamos.
• El número de asistentes es amplio, pero también se pueden hacer
sesiones con número reducido.
286 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

• Se puede establecer una comunicación con los asistentes, pero si


éste es un número grande se dificulta el diálogo y se vuelve más
expositivo el trabajo grupal.
• Se pueden comunicar entre asistentes con el chat.
• Se puede hacer exposición al grupo de videos y presentaciones.
Así como se pueden mostrar las imágenes que se tienen en la
computadora.
• Los asistentes pueden ir a grupo pequeño para hacer trabajo más
íntimo.

Todas estas características nos facilitaron el trabajo en las sesiones


de capacitación a los profesionistas, y nos dimos cuenta que podíamos
implementar la metodología en línea.
¿Qué aprendimos? En primer lugar, nos dimos cuenta que la vía de
comunicación pasa a segundo plano si la metodología es robusta y clara.
Porque se pueden adaptar las técnicas al entorno virtual de una u otra
manera, pero si la perspectiva teórica no es clara, las mejores técnicas
no llevan a ningún lado. En segundo lugar, nos dimos cuenta de la
importancia de voluntariedad y el encuadre. Esto es, si bien los hombres
podían tener la voluntad de buscar ayuda, sí es importante informarles
sobre los contenidos, objetivos y formas de trabajo, y evaluación
antes de que ingresen. Así, los usuarios potenciales podrían decidir no
ingresar si los objetivos del grupo no generan algún tipo de interés. Ese
principio de decisión es importante para muchos hombres, entendemos,
sin embargo, que debido a cuestiones judiciales hay hombres que no van
voluntariamente, sino que asisten mandados por una orden judicial. En
esos casos sugerimos una reunión motivacional y/o informativa previa,
para que sepan bien de qué trata el grupo.
En tercer lugar, nos dimos cuenta que si bien las técnicas no permiten
visualizar a todo el cuerpo del asistente, el hecho de que se vea al menos
de los hombros para arriba, permite establecer una comunicación con
ellos. Dificulta el que apaguen sus pantallas, pero nos dimos cuenta
que en momentos en que las sesiones son especialmente interesantes
los usuarios abren sus cámaras. De hecho, el acercamiento es —en un
sentido— mayor a los hombres, pues están éstos mostrando el rostro y
con micrófono la voz se aumenta. Usualmente en momentos especial-
Roberto Garda Salas 287

mente significativos de las sesiones los hombres abren sus ventanas,


se vuelven más expresivos y comentan algunos aspectos con tono de
voz realmente entusiasmado.
En general, el acercamiento en pantalla invita más al diálogo, a la
expresión de opiniones, al mirar a los otros y conocer sus reacciones,
y escuchar su punto de vista. A veces en sesiones presenciales ellos
volteaban para otro lado, llegaban a dormirse si estaban muy cansados,
revisaban celulares, conversaban entre ellos, etcétera. De una forma
u otra el grupo no implicaba la atención suficiente para estar en una
actividad grupal. Consideramos que, paradójicamente, las pantallas
pequeñas y el verse unos a otros de la forma en que lo he señalado,
ha significado mayor acercamiento, y ello ha propiciado que se hagan
mayores diálogos entre los usuarios o sobre los temas en el grupo.
Este último es el principal aspecto que se puede rescatar de la
intervención en línea: al menos nosotros hemos sostenido mayores
conversaciones con los hombres. Éstos están más receptivos a lo que
se pregunta y observamos mayor escucha a las opiniones y comentarios
de los compañeros y facilitadores.
Posiblemente algunas técnicas se han visto debilitadas con esta
modalidad, por ejemplo, técnicas de tocamientos corporales o de au-
toexploración se pueden ver reducidas, pues no puede haber contacto
entre los asistentes del grupo. Sin embargo, el dibujo de cuadernos, el
movimiento del cuerpo en pantalla, y el uso de música pueden usarse
en lugar del contacto. Otro aspecto que hace visible el trabajo en línea
son las condiciones socioeconómicas personales de cada asistente,
desde espacios más sencillos y precarios hasta espacios domésticos de
clase media pueden verse en el escenario de los usuarios. También hay
quienes están solos en casa —porque viven solos— o en un estudio u
otro lugar de la casa de forma cómoda y espaciosa, hasta quienes no
abren sus cámaras porque no desean que se conozcan sus entornos
y/o quienes entran desde el auto o un rincón de la casa. Finalmente, la
marca del aparato celular y el tiempo aire contratado son importantes,
pues cuando la sesión se alarga hay quienes comentan que tendrán que
salir porque se están quedando sin datos o, en algunos casos, porque
hubo cortes de energía eléctrica.
288 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

El proceso de cambio en los grupos de reflexión

Los grupos inicialmente se presentan y exponen su malestar que los mo-


tivó a ingresar. Algunos hablan de que ejercen violencia con su pareja,
y otros hablan de “problemas de pareja” de forma más general. Pocos
señalan que van por alguna situación de malestar emocional individual.
Después de esa dinámica inicial que existe en todas las sesiones se
realizan una o dos técnicas donde abordan uno de los componentes que
se indicó arriba, o se desarrollan una o dos sesiones donde se integran
todos los componentes para tener una comprensión más dinámica y de
conjunto de cómo se construye la conducta de violencia en cada hom-
bre. Con ello se hacen 3 o 4 sesiones más específicas sobre aspectos
cognitivos, comunicacionales, conductuales corporales, emocionales,
de historia de vida o presión social, respectivamente. Y al terminar se
hacen una o dos sesiones para integrar.
¿Qué podemos destacar de cada uno de estos aspectos? Existen dos
tipos de técnicas a través de las cuales se analizan los componentes, las
que profundizan en un componente, y las que los integran. Las primeras
ven un aspecto o parte de la violencia, y la segunda la visión general de
la violencia. La metodología es del todo a la parte y viceversa. Veamos
a continuación aspectos generales a destacar en cada componente y la
presentación breve de alguna técnica que la represente.
Componente cognitivo. En el aspecto cognitivo los usuarios inicial-
mente se muestran sorprendidos por cómo son dominados por los peores
pensamientos hacia la pareja en el momento del conflicto. Y más cuando
identifican los servicios que les demandan a ella para mantener el control.
Gradualmente identifican y comienzan a formular pensamientos que no
reproduzcan las ideas machistas acerca de sus parejas. En general hay
disposición para cambiar las ideas machistas, pero hemos notado que de
cada cinco hombres, dos son los que avanzan con mayor rapidez (debido
a que ya hay un convencimiento), los otros tres al entrar al grupo tienen
una idea de que la pareja es la responsable de todos sus males, y quitarle
la responsabilidad a ella lleva varias sesiones de trabajo, incluso meses.
Una vez que lo hacen, los hombres comienzan a identificar sus pensa-
mientos distorsionados, los opresivos, las formas de no compromiso, los
servicios y las formas de autoridad y control que adquieren.
Roberto Garda Salas 289

El obstáculo principal en este componente es que los hombres dejen


de pedir servicios. Esto es, que los hombres modifiquen las expectativas
que tienen sobre la pareja, renuncien a los servicios que les piden y
ellos mismos se hagan responsables de sus necesidades. En el Programa
trabajamos de acuerdo a las expectativas que Montoya12 identifica con
grupos de hombres sobre sus parejas, que ella lo comprenda, lo atienda,
tenga hijos para él y ella los cuide, lo deje dirigir la relación y dependa
económica y emocionalmente de él. Los hombres usualmente piensan
que ellas los provocan, y que causan sus enojos, no identifican que ellos
imponen estas expectativas y ellas rechazan obedecerlos. Para él, “ella
me insulta”, para ella, él la oprime. Llamamos “pensamientos distorsio-
nados” a las ideas que fuerzan las ideas de él de que ella lo ataca y él es
la víctima, e ideas opresivas a las que él genera para atacarla, justificar
su violencia y tener el control sobre ella. El que ellos dejen de pensar
en pedirles servicios, dejen sus ideas distorsionadas y opresivas son los
retos que este componente tiene.
Componente conductual. Muchos hombres reconocen la violencia
que ejercen, pero en la mayoría de los casos —como señalé arriba—
comentan que ella es la responsable de que actúen violentamente. Los
hombres identifican sin problemas conductas de abuso físico, sexual,
económico, patrimonial y emocional —las trabajamos de acuerdo a los
tipos de violencia que establece la Ley de Acceso de las Mujeres a una
Vida Libre de Violencia de México—.13 Lo que llama la atención a los
hombres son dos aspectos: la dimensión personal de la violencia, donde
se sorprenden de que la violencia sea una conducta de control y opresión,
pues ellos la ven como una donde expresan su estado emocional y su
malestar. Esto es, tienen una lectura emocional de la violencia, pero en
el grupo identifican una política. Al dar ese giro identifican una estrategia
de dominación hacia ellas. Esa dimensión de poder y no emocional es
central para asumir su responsabilidad. También les llama la atención las

12
Oswaldo Montoya, “Nadando contra corriente. Buscando pistas para prevenir la
violencia masculina en las relaciones de pareja”, en Puntos de Encuentro. Nicaragua,
1998.
13
Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia de México, 2007.
<[https://www.cndh.org.mx/sites/default/files/documentos/2019-04/Ley_GAMVLV.pdf]>
290 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

diversas variables, sutilezas y formas en que pueden maltratar. Por eso


no es raro que muchos digan “ahora todo es violencia”, a lo que decimos
en el grupo: “el pez no ve que está en el agua, hasta que sale de ella”. El
otro aspecto es la dimensión relacional de su violencia. Éste les llama
la atención porque las voces de “los otros/as” (pareja, hijas e hijos) co-
mienzan a adquirir sentido, “me estás lastimando”, “me está doliendo”,
“me duele que me hables así”, etcétera, son voces que les refuerzan el
primer aspecto: la dimensión política de su conducta de abuso.
De hecho, el aspecto más significativo para algunos hombres de la
dimensión relacional de la violencia es el daño que generan en la otra
persona. Éste era minimizado o negado, y comienza una comprensión
amplia de él. Y llegado a este punto los hombres comienzan a mirar las
formas de resistencia de ella. Se dan cuenta que muchas de las conductas
de violencia de ellos generan esas resistencias en ella, pero que además
ella lo hace porque es lastimada, porque él lastima. Dado este punto
la comprensión de poder de la conducta, del daño y la resistencia de
ella comienzan a ser incentivos para que los usuarios puedan parar. En
algunos casos, la violencia física y sexual es la primera que se detiene,
pero la emocional, económica y patrimonial llegan a continuar a veces
peor, en otras ocasiones iguales o disminuidas.
Componente comunicacional. Los asistentes a los grupos reconocen
que al comunicarse con la pareja usualmente buscan el ataque. Usan
frases hirientes, comentan de forma sarcástica aspectos o situaciones
que la lastiman, maximizan los errores de ella, la ignoran, le cambian
la conversación, y en general, establecen una narrativa que la mantiene
a ella sometida a él. Es muy raro —comentan los hombres— que escu-
chen. Ellos no le prestan atención usualmente a la pareja. Ella les habla,
les comenta, les reclama, les argumenta y cuestiona de por qué ellos
actúan de forma abusiva, pero la mayoría de los varones señalan que no
la escuchan, la ignoran. En el conflicto la mayoría de los hombres tiene
una rumia mental, un diálogo interno que ya comentamos entre ideas
distorsionadas y pensamientos opresivos que hacen que él no la escuche.
Debido a esta frecuente actitud de los hombres, reconocen que la
pareja se desgasta. Cuando ello ocurre ella comienza a perder confianza
y credibilidad en ellos. Entonces, se voltean los papeles. Ella se aleja
como consecuencia del maltrato que recibió, la ausencia de escucha, y
Roberto Garda Salas 291

pierde interés en él y la relación. Es frecuente que ellas se vayan con los


hijos e hijas a casas de los padres, y que pierdan el interés en conversar
o hablar con ellos. Entonces ellos piden hablar, suplican, demandan y
exigen una explicación. En el grupo, los hombres narran frecuentemente
esta historia: “al principio la ignoraba, no la escuchaba. Ahora que quiero
hablar, ella no quiere”. Los hombres sabían que algún día ello iba a
ocurrir, pero a pesar de que veían ese escenario, continuaron atacando.
Así, los asistentes comprenden que la comunicación ha sido conver-
tida en un instrumento de poder, y en el grupo se hacen ejercicio para
revalorar el diálogo. Pero comienzan dialogando con ellos mismos, entre
pares, porque se dan cuenta que no dialogan con ella porque nunca lo
han hecho ni siquiera con ellos. En ese diálogo personal y entre pares
hay momentos de victimización y reconocimiento de situaciones de
mucho dolor —que han vivido o generado— y momentos de abuso
que han cometido. Entonces descubren que la palabra tiene el poder de
deconstruir narrativas que tenían muy aceptadas, y que incluso escuchar
implica acceder al cuerpo “para realmente oír”. Gradualmente identi-
fican el poder de la palabra como recurso de dominación —y buscan
detener esas formas de comunicarse—, o de cambio y buscan nuevas
palabras y nuevos entendimientos de ellos mismos y de la pareja e hijos
e hijas. Para algunos hombres ya es tarde, pues la relación de pareja
ha terminado, pero todos se dan cuenta de que es la única manera de
cuestionar sus pensamientos opresivos y las conductas de abuso. Cuando
ocurre esto último inician un diálogo muy profundo con ellos mismos
y entre los miembros del grupo.
El componente corporal. El cuerpo es el lugar donde “habitan” todas
las contradicciones de los hombres. Estos identifican que el trato que le
dan a su propio cuerpo, y ven que es usualmente de descuido: no hacen
ejercicio, trabajan horas de forma exagerada, ni van con el médico. Los
hombres saben que sus cuerpos no son hechos para cuidarse sino para
trabajar. Y es en la jornada laboral donde hay pleitos con otras personas,
donde hay excesos en —por ejemplo— el alcohol o consumo de drogas.
Muchos hombres llegan con estos hábitos.
Una vez que los hombres reconocen estas dificultades que tienen
con sus cuerpos, se analiza otro aspecto del mismo. El cuerpo es una
vía para violentar, en la sociedad capitalista no es sólo un instrumento
292 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

de trabajo, además en la violencia de género se convierte en un arma.


En una para dañar, lastimar e incluso matar a la pareja y a los hijos e
hijas. Así, los hombres aprenden con diversas técnicas cómo el cuerpo
comienza a prepararse para este ataque. Identifican lo que llamamos “las
señales del cuerpo” ante el inminente enojo, ira o vulgarmente llamado
“encabronamiento”. E inicialmente aprenden a identificar esas señales
y cómo deben “retirarse” o salir de la situación de conflicto. Pero pos-
teriormente identifican que deben de relajarse, respirar, pensar distinto,
caminar. En la propia identificación los hombres usan la comunicación
con ellos mismos: aprenden a escucharse, a observarse, a estar atentos a
sus gestos, a su tono de voz, a sus ademanes o a malestares que surgen por
el enojo. Asimismo, identifican que muchas de sus reacciones corporales
se deben a que ellas no responden a las demandas de servicios que ellos
esperan. Entonces, al trabajar el cuerpo se dan cuenta que deben de
dirigirlo hacia la satisfacción de sus necesidades, el cuerpo del hombre
atendiendo sus propias necesidades.
El principal obstáculo es la socialización que ha tenido de su cuer-
po. Éste es o invisibilizado en sus sensibilidad y vulnerabilidades, y/o
sobredimensionado, donde se ha construido una narrativa que lo sobre-
dimensiona e instituye como una máquina de trabajar, de tener sexo,
de aguantar situaciones extremas, etcétera. Cuando los hombres logran
superar esos mandatos entonces dicen “me canso de ser hombre”.
Componente emocional. Los hombres identifican qué sienten en
los conflictos con las parejas. Inicialmente reconocen que se sienten
enojados, molestos o con ira. Pero cuando se relacionan éstos con las
creencias sociales, con las formas de comunicación y las conductas, e
incluso con el cuerpo, se dan cuenta que esa expresión emocional es
un aprendizaje social, un condicionamiento para que actúen así ante la
resistencia de ellas ante el abuso de ellos. Entonces identifican que no
han sido educados para comprender el conflicto, no se diga cognitiva-
mente, sino además emocionalmente. Entonces, los hombres comienzan
a ejercitar lo que sienten en los conflictos, e identifican que sienten
tristeza, enojo, miedo, vulnerabilidad, etcétera, ante ella. E identifican
que la ira, y la violencia que genera, es sólo una máscara para expresar
algo más profundo.
Roberto Garda Salas 293

Algunos hombres tienen una comprensión relativamente rápida de


su mundo emocional, usualmente los que ya han asistido a servicios
de terapia y/o a otros grupos de hombres. Los que no han hecho nin-
gún trabajo personal en estos espacios se sorprenden de lo que hay
detrás del enojo. Algunos rápidamente identifican otras emociones, y
gradualmente aprenden a hablarlas y compartirlas, primero con ellos
mismos, después con la pareja y otras personas. Del paso a reconocer,
al verbalizar y a la comprensión hay un tiempo que cada hombre recorre
de forma distinta. Avanzan más rápidos quienes a su vez trabajan los
otros componentes, pero si hay pocas asistencias, los hombres tardan en
reconocer sus vivencias de violencia. Finalmente, una vez que se han
recorrido los diversos momentos, los hombres pueden reconocer lo que
ella también siente con la violencia de ellos. Esa función social de las
emociones en los hechos de violencia en la pareja, es muy importante.
El principal obstáculo en este aspecto es el manejo del enojo, ira o el
momento en sí mismo de conflicto. Lo es porque los hombres han sido
educados para pensar antes que sentir, y al pensar usualmente elaboran
ideas distorsionadas y opresivas que, a su vez, requieren enojo como si
fuera gasolina que aviva el fuego. Esa educación es un obstáculo. El reto
es que en el conflicto no elaboren, o lo hagan de forma más comprensiva
con ideas de empatía y/o solidaridad con la pareja, y después sientan.
Entonces —ya será con la no elaboración cognitiva y/o la elaboración
de pensamientos más afectivos— los hombres pueden sentir tristeza,
miedo, solidaridad, etcétera.
Otro aspecto que impide este proceso —el de sentir emociones li-
gadas a la vulnerabilidad y/o no elaborar ideas— es la creencia de que
existe un determinismo inevitable: el conflicto sólo puede ser enfrentado
con enojo o ira, y no pueden generarse otras emociones. De fondo lo que
muchos hombres aprendieron es que “es inevitable el enojo”, pues esa
emoción los elige, y no éstos a las emociones. Esta idea de que siempre
hay una ausencia de control y de autoría de la vida emocional impide
a los varones ver que son ellos quienes construyen sus emociones, y
que pueden elegir qué sentir ante cualquier conflicto. Éste es el reto,
construir esta habilidad.
Componente historia de vida. La historia de vida de los hombres es
abordada principalmente en las técnicas que denominamos de interven-
294 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

ción. En éstas los hombres trascienden lo inmediato, y hacen un recorri-


do profundo en sus historias personales identificando momentos en su
infancia o adolescencia donde llegaron a vivir situaciones traumáticas
que les dejó no sólo una huella emocional profunda, sino además un
aprendizaje sobre los roles de género. Particularmente las experiencias
de trauma dejan —además del daño emocional— enseñanzas de género.
Los hombres al explorar esas experiencias reconocen tíos que los
han maltratado, la violencia dentro de su casa entre sus padres, y, sobre
todo, aquella que el papá ejercía hacia su madre y otros miembros de la
familia. Hablan del hermano abusivo, del abandono que algunos tuvie-
ron en la escuela, en el precoz trabajo que realizan para sobrevivir. Re-
cuerdan cómo no recibieron una orientación igualitaria, una educación
afectiva, unas palabras o un ejemplo que les hiciera ver que la relación
de igualdad con las mujeres era posible. Identifican cómo la violencia
fue una pedagogía constante, transmitida además por las personas que
más amaban y quienes supuestamente los cuidaban. Además, identifican
roles que les enseñaban cómo tenían que actuar un hombre y una mujer
ante los conflictos. Muchos identifican ahí sus primeros ejemplos de
cómo callar, someter y silenciar a las mujeres. Aprendieron el rol que
debería de jugar un hombre: imponerse, pegar, violentar. Cualquier
hombre puede profundizar en la comprensión de esas situaciones,
pero son más significativas en los asistentes que llevan más tiempo,
pues el abordar la historia de vida les permite integrar el trabajo de
los otros componentes. En éste identifican cómo la forma en la que se
comunican, la manera en la que actúan, la manera de sentir emocional
y corporalmente, y la forma en la que piensan fueron formados en esos
momentos de su vida, y pareciera que es muy difícil cambiarlos, pero
al reconocerlos se abre la posibilidad de hacer lo opuesto.
El principal obstáculo en relación con estas experiencias dolorosas
es la permanencia de los sentimientos de malestar. Y más allá de
éste es la preeminencia del niño o adolescentes maltratados, humilla-
dos y en algunos casos violados en la vida de los hombres adultos.
Ese niño abusa o ese adolescente dañado surge en el momento del
conflicto con la pareja. Y muchos hombres reconocen que al estar en
éste actúan como actuaron en esa edad, con saña, demanda, exigiendo,
sin empatía y pensando sólo en ellos. La lucha de los hombres que han
Roberto Garda Salas 295

vivido mucha violencia en la infancia y/o adolescencia (la mayoría)


es que al tener un conflicto con la pareja se abren dos frentes: donde
han sido lastimados en su infancia, y donde viven un conflicto con la
pareja como adultos.
El primer frente requiere resignificar la experiencia de trauma como
dice Dutton,14 pero el segundo requiere escucha y diálogo con la pareja.
Gradualmente los hombres trabajan el primer aspecto y se preparan para
el segundo. Pero muchos sólo se quedan en el primero con poco éxito,
y al tener problemas de pareja nuevamente violentan y maltratan. En
estos puntos es cuando les sugerimos a los hombres terapia y trabajo
personal en espacios de salud. Pues debido a que es en grupo la atención
no puede profundizarse en las vivencias de forma frecuente. Quienes
asisten a terapia y además continúan su trabajo en grupo son los que
tienen cambios significativos.
Componente presión social. Así como el componente de historia de
vida integra todos otros componentes, éste también lo hace. La diferen-
cia es que el primero va hacia el mundo interior del hombre, mientras
que el segundo se dirige al aspecto cultural, institucional y comunitario
de los hombres. La historia de vida influye de forma compleja en los
hombres —como ya señalé—, pero no lo hacen menos la presión
de los pares y de otros hombres en los distintos espacios sociales
donde éstos interactúan como la escuela, el trabajo, los espacios de
esparcimientos, la familia, etcétera.
Al principio, los hombres ven como “normal” lo que otros hom-
bres le dicen, aun y cuando vaya en contra de su pareja, familia y las
mujeres en general. Incluso ven “normal” el discurso y las prácticas
que justifican la violencia que se ejerce contra ella. Cuando los hom-
bres comienzan a trabajar estas experiencias se dan cuenta de que la
influencia de otros en ellos es muy grande, y se sorprenden que llegan
a validar esas opiniones aun y cuando atentan contra sus familias. Se
reflexiona sobre la presión social, los aspectos simbólicos y jerárquicos
de la relación entre hombres y los pactos patriarcales. Al empezar a
cuestionar la relación con otros hombres comienzan a rechazar la pre-
sión de éstos, y entonces a descubrir que ellos no deciden en muchas

14
D. G. Dutton, op. cit.
296 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

cosas de sus vidas, sino que es la misma dinámica que los hombres
han impuesto desde la historia.
Los hombres empiezan a formular una crítica a los comentarios de
los varones. Miran que la grupalidad masculina se reproduce en muchos
espacios sociales y siempre les exigen lealtades que en muchos casos ellos
no comparten como individuos. Desde la individualidad seleccionan con
quienes y con quienes no relacionarse, y comienza a haber un acercamien-
to a la pareja, a las y los hijos y a ellos mismos. Los hombres aceleran
ese proceso cuando identifican que muchas de las ideas que tienen en el
conflicto con sus parejas, de las conductas que realizan —incluyendo la
violencia—, las palabras y frases que dicen, la manera en la que manejan
sus sentimientos en el conflicto, y a la forma en la que usan y sienten en
sus cuerpos al ejercer violencia, en realidad responden a los mandatos
sociales, y que ello no actúa como quisieran, sino como la masculinidad
les ha dicho que lo hagan. Entonces, como decía un hombre, se dan
cuenta que han sido títeres de los mandatos sociales del ser hombre.

La integración de los componentes

Alrededor de cada conducta de violencia hay aspectos cognitivos, emo-


cionales, conductuales, de comunicación, corporales, de historia de vida
y aspectos de presión social. Asimismo, alrededor de cada conducta de
equidad existen los mismos elementos que pueden fomentar conductas
igualitarias. La imagen de la página siguiente ilustra esta idea.
Los hombres debieran en los grupos cambiar cada componente a
aspectos más igualitarios para poder ejercer conductas de igualdad con
la pareja. Pero no consideramos este aspecto ni de forma moralizante ni
libre de contradicciones, sino como un proceso de ida y vuelta que
no acaba en toda la vida, pues no depende solamente de la voluntad de
los hombres pensar “positivamente” cuando tiene un conflicto con la
pareja, ni resignificar la experiencia de trauma en la infancia, ni tampo-
co regular sus sensaciones corporales desagradables o sus emociones.
Tampoco apostamos porque sólo sea la voluntad lo que les permita, ante
un conflicto, decir palabras no hirientes y sí empáticas. Lo que hemos
aprendido es que cada hombre tiene un camino personal para llegar a
Componente
cognitivo
Componente
cognitivo
Componente
componente
de presión
conductual Componente
social componente
de presión
conductual
social

Conductas
de Igualdad
con la pareja Conductas
Componente de Igualdad
Componente
de historia de con la pareja
narrativo Componente
vida Componente
de historia de
narrativo
vida

Componente Componente
emocional corporal
Componente Componente
emocional corporal
298 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

la igualdad de género con su pareja e hijas e hijos. Algunos refuerzan


más las habilidades cognitivas y parten de ahí para actuar, pero ello no
se hace sin contradicciones en lo que sienten o en la lucha interior que
libran con su experiencia de trauma.
Otros resignifican sus experiencias de dolor, pero no las señales
corporales y continúan comunicándose de forma intimidante y amena-
zadora. Entonces el método trata de que cada hombre identifique qué
aspectos pueden llevarlo hacia relaciones igualitarias, y qué aspectos
los dejan en conductas de abuso y violencia. El método es que no hay
un único camino, que no hay una relación causística entre los com-
ponentes y las conductas de violencia e igualdad, sino una relación
contradictoria, donde cada aspecto puede ser modificado a veces con
mucho entrenamiento en grupo, pero a veces —a otros hombres— les
ha servido más la terapia para avanzar en otros componentes.
La idea central es que los hombres asuman la responsabilidad sobre
la complejidad de sus conductas de violencia. Que aprendan a identificar
qué conductas son mejor atendidas en el grupo y cuales experiencias
mejor abordadas en otros espacios como la terapia, actividades de me-
ditación, actividades artísticas, deportivas, etcétera. El método es que
no hay un método, sino múltiples caminos que el grupo va apoyando y
fomentando. Asimismo, siempre hay una comprensión de que una cosa
es la experiencia de violencia y aprenden a parar las conductas de abuso,
y otra es tomar la vida en las manos de uno, dejar de pedir a la pareja,
hijos, hijas y otras personas que lo sostengan a uno, y que los hombres
se hagan responsables de su vida en un sentido muy amplio, y no en
uno egoísta y de individualismo. Más bien el aceptar la responsabilidad
de las propias emociones, las heridas de la vida, el propio cuerpo, los
pensamientos y las conductas, así como la soberanía sobre la forma en
que se comunican y con quiénes y cómo convivir, es el reto que al final
enfrentan los hombres.
Cuando estos comienzan a trabajar más cómo ejercer la equidad en
lugar de cómo disminuir la violencia, comienzan a darse cuenta que
esta última ya no es ni necesaria, ni útil, ni un recurso deseable, pues
complica o destruye todo lo que han construido. En los grupos —y con
el programa Nuevas Habilidades para los Hombres— hemos aprendido
que de alguna manera la violencia “se extingue”, no definitivamente
Roberto Garda Salas 299

—pues siempre hay un mandato de que se use— pero para los hombres
deja de ser algo atractivo hacerlo. Podría decirse así: la erótica que
construyeron los mandatos de género, raza, edad, orientación sexual,
adultos, etcétera, que de alguna manera hacían de la violencia no sólo
algo “útil” sino además “deseable”, acaban por desactivarse. Las posi-
bilidades de usarse continúan presenten, las herramientas para abusar
siguen estando ahí. Pero ya no hay un sujeto que decida usarlas. O lo
hace cada vez menos, al principio lo dejan de hacer por culpa con
la pareja, después con los hijos. Después dejan de usar la violencia por
convencimiento y una firme convicción. Pero después algo más “li-
gera” esta convicción. Simplemente lo dejan de hacer porque en su vida
cotidiana ya no se encuentra necesario hacerlo. La violencia se con-
vierte en zapatos viejos, en desuso, pasados de moda, y fuera de contex-
tos para los hombres. Es un traje que queda chico. Son colores que ya
no son del agrado de quien los usaba. Pero sobre todo se sabe que usar
esos zapatos genera cayos, ponerse ese traje demerita la imagen, usar esas
viejas frases alejan a quienes unos se dirigen, conectarse con esos pa-
trones de comportamiento llevan a los hombres a una sensación de tí-
teres y ser para otros: grupos opresores, grupos de machos, de clasistas,
racistas y adultocéntricos, misóginos y homofóbicos, y los hombres
aprenden a decir “no gracias, ya no”.
Las técnicas de integración tienen la virtud de mostrar este camino.
Los hombres se dan cuenta que no es un solo aspecto, son todos relacio-
nados como en su vida le enseñaron a hacerlo. Y que tiene la oportunidad
de darles otro orden para obtener resultados distintos. Pero que tiene la
libertad de regresar al viejo orden y repetir la misma historia de abuso y
dolor. Pero quien decide es él, quien deconstruye es él, pero sabe que hay
una sociedad que lo está mirando porque comprende que no está aislado.
Reiteramos, no es algo voluntarista, es con voluntad efectivamente, pero
es con comprensión de lo que significa vivir en sociedad de derechos
humanos y con normas legales, económicas y culturales que influyen
de forma compleja. Como lo dijo un compañero: “…ahora entiendo que
el piso está disparejo para las mujeres, y he decidido no jugar con ese
tablero ni con esas reglas. Puedo hacer mi juego, puedo con mi pareja
establecer nuevas reglas y con los miembros de mi familia hacer un
juego que realmente nos divierta y permita crecer, y que no nos lastime”.
300 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

Conclusiones

Los programas de intervención con hombres que ejercen violencia han


recorrido un camino largo, desde el trabajo con la ira y visiones indi-
vidualistas hasta intervenciones estructuralistas que buscan una com-
prensión social y estructural del fenómeno, además de intervenciones
de deconstrucción que pretenden comprender la relación del sujeto con
la estructura que lo lleva a justificar el ejercicio de su abuso. Siempre
han estado vigentes las mismas preguntas ¿Es la violencia lo mismo que
la agresividad? ¿Hay sujetos con perfiles abusivos e inherentemente lo
son y el medio sólo facilita el ejercicio de su violencia? ¿O es la vio-
lencia causada por la cultura, el Estado y otras instituciones sociales y
los individuos son una especie de víctimas de éstas? Lo fascinante del
trabajo de intervención con hombres consiste en que puedes dialogar
con quienes son señalados como perpetradores de estos actos con las
mujeres. Y al hacerlo y realizar distintas técnicas y procesos reflexivos lo
que se encuentra es que no hay una respuesta al fenómeno de violencia,
y tampoco a la que se ejerce contra las mujeres y la pareja en particular.
Algunos hombres han sido educados en patrones profundamente
rígidos, y ello les genera cicatrices que reproducen en la conducta de
abuso con distintas parejas que tienen en la vida. Otros no han vivido
esa educación ni tienen esas experiencias de maltrato en la infancia o
adolescencia, pero lo mismo abusan de sus hijos, hijas y parejas. Hay
quienes son muy permeables a los comentarios de los grupos de pares,
a las ideas machistas y misóginas y las reproducen tal en sus hogares,
pero hay quienes son críticos a ellas, tienen trabajo personal y político
para rechazar a la masculinidad y buscar espacios de deconstrucción
y cambio personal... pero ante algunos conflictos se dan cuenta que
violentan. Entonces podemos decir que no hay una respuesta a la vio-
lencia contra las mujeres. Hay múltiples respuestas y explicaciones. Y
de hecho no hay una violencia sino múltiples violencias contra ellas
derivadas de las circunstancias, los recursos con los que se cuenta, las
características de la interacción y sus conflictos, las ideas del sujeto que
abusa, la forma en la que maneja sus sentimientos, la forma en la que se
concibe como hombre y lo que cree de ella como mujer, más un sinfín
de situaciones que podrían dar explicaciones de su forma de reaccionar.
Roberto Garda Salas 301

Entonces sugiero a quienes trabajan con hombres que ejercen violen-


cia, y a quienes desean comprender las complejidades de la violencia
masculina, que renunciemos a la idea de que hay una explicación, y
de que somos nosotros/as —quienes decimos investigar y trabajar
con los hombres— los que definiríamos “las causas” de la violencia
de los hombres con base en la investigación. No, no seremos nosotras
ni nosotros, ni serán posturas positivistas, objetivas y con una supuesta
neutralidad las que expliquen las motivaciones más profundas de su-
puestas “mentes criminales”. No, realmente no creo que sea así. Les
propongo que miremos que la violencia es una posibilidad cotidiana
en nuestras sociedades y en cualquier interacción social. Donde haya
diferencia, habrá siempre alguien o alguna institución o cultura que la
señala en un sentido estigmatizador y con la finalidad de construir una
jerarquía e incluso un sistema de opresión.
Quien realiza esa construcción hacia la desigualdad y el abuso tiene
motivaciones y explicaciones que debieran de ser escuchadas y com-
prendidas. Escuchar al racista, al fascista, al machista, al adultocéntrico,
al homofóbico y comprender las explicaciones y cosmovisión del mundo
es muy importante para saber cómo se erigen los totalitarismos y las
dictaduras, tanto en los Estados que someten a sus ciudadanos, como
en las casas donde se somete a la familia. Comprender cómo ocurre es
muy relevante para las políticas públicas y para los programas de inter-
vención. Pero aún más relevante es que quienes se dicen afiliados a esas
ideologías comprendan lo que están construyendo, que se den cuenta
sobre las consecuencias de lo que están decidiendo creer. Requerimos
programas que faciliten que el opresor comprenda que está decidiendo
oprimir, que se sensibilice sobre su insensibilidad.
Considero que los programas de intervención debieran de caminar en
ese sentido: que los opresores se den cuenta de sus propias ideologías
opresivas, y que la sociedad los mire y acompañe en sus decisiones con
la claridad de cuándo esas conductas rompen el sistema legal y destruyen
los pactos solidarios que implicaría convivir en democracia. Pero ello
cuestiona en sí mismo la idea de democracia, debido a que una demo-
cracia no es tal si entre sus ciudadanos hay quienes justifican de distintas
maneras el odio y la violencia hacia mujeres, inmigrantes o indígenas y
de “color”, jóvenes y niños/as, personas de la comunidad lésbico, gay,
302 Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo

transgénero, bisexual, intersexual y queer. La democracia que permite la


desigualdad inevitablemente va a llevar a sujetos que las justifiquen y
las adopten como una identidad y una característica personal: el racista,
el masculino, el capitalista, el adulto, el heterosexual, etcétera, siempre
van a tomar narrativas que defienden una idea de sí contra otros grupos
sociales que ellos consideran que los quieren destruir. Los programas
de intervención debieran de dialogar con estos hombres (porque en la
mayoría de los casos son hombres) y facilitar procesos reflexivos donde
identifiquen que la diferencia no es desigualdad, que toda situación
social que es desigualdad debiera de terminar porque viola e impide el
ejercicio de los derechos humanos de las demás personas. Y que el fin
de la desigualdad no es el fin de ellos como personas, pero sí el fin de
identidades que justificaban esas desigualdades.
El trabajo con los hombres en línea nos permitió diálogos en este
sentido. Uno más profundo para comprender la violencia hacia las
mujeres y la pareja, y la situación de desigualdad que generalizó la
sensación de opresión en grupos que usualmente no se habían identi-
ficado con el lugar del oprimido. La pandemia enseña a los hombres
su vulnerabilidad, si tenemos programas listos para que éstos hablen
sobre estas experiencias podremos no sólo traducir la preocupación
de “lo mal que me está yendo” a “cómo yo hago que le vaya mal a mi
esposa e hijos e hijas”. Esto es, de la sensación de víctima a la realidad
de ejercer el abuso del poder. Y ese tránsito resulta liberador para los
hombres, pues el ubicarse en el abuso del poder les permite identificar
que al pararlo las relaciones con las personas cercanas mejoran en
muchos sentidos y se generan dinámicas de bienestar a pesar de que
efectivamente existe una situación de pandemia que lo amenaza a él,
pero también a toda la familia.
Pero con o sin pandemia, considero que esa debiera ser la dirección
de los programas de intervención, identificar las tendencias de muchos
varones a verse como víctimas de las mujeres, el patriarcado o la pan-
demia, y hacerles ver que ellos son sujetos que de alguna manera no
sólo han construido ese sistema (patriarcal, neoliberal, clasista, racista,
adultocéntrico, etcétera), sino que además lo reproducen (o deciden
ejercerlo) con sus familias y otras personas cercanas a ellos con menos
poder (como empleados, niños/as, estudiantes, etcétera). La idea es
Roberto Garda Salas 303

pasar de programas de intervención que buscan encontrar “causas de la


violencia” en los usuarios, a programas de intervención que reeduquen
para que los mismos hombres comprendan las distintas motivaciones
que han aprendido para maltratar como esposo, marido, amante, jefe,
padre, etcétera, y hacer ver que esas identidades están ligadas al abuso
del poder, y que por ello habría que deconstruirlas y terminarlas. Y que
al hacerlo habría que crear espacios vacíos para sentirse y pensarse nue-
vamente y construir nuevas identidades vinculadas a la democracia, la
igualdad, la diversidad y el ejercicio de derechos de todas y todos. Los
nuevos programas que hagamos para hombres no pueden ser moralistas
(“pórtate bien”) ni aspirar a la neutralidad política. No, los programas
debieran ser políticos, complejos y deconstructivos, como lo son las
violencias que ejercen los usuarios que asisten a los grupos.
Notas sobre los autores

Gloria Careaga Pérez. Licenciada en Psicología por el iteso, maestra


en Psicología Social por la unam. Profesora en la Facultad de Psico-
logía, unam, especializada en estudios de la sexualidad y la sociedad
y cuestiones de género, y autora de múltiples publicaciones en dichos
campos. Secretaria académica del Programa Universitario de Estudios
de Género (pueg, 1992-2004), en donde estableció el Área de Estu-
dios de la Diversidad Sexual y nuevas perspectivas de análisis de la
masculinidad. Co-secretaria general de la Asociación Internacional de
Gays y Lesbianas (ilga, 2008-2014). Defensora de los derechos de las
personas lgbt en México, fundadora de El clóset de sor Juana (1992)
y de la Fundación Arcoíris, de la que es la actual directora.

Rosalía Carrillo Meráz. Licenciada en Teatro, maestra en Investiga-


ción Educativa, doctora en Ciencias Sociales y posdoctora en Inves-
tigación Educativa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores
(nivel i). Profesora-investigadora en la Maestría de Trabajo Social de
la Universidad Autónoma de Tlaxcala y de la Maestría en Género del
Centro Internacional de Posgrado y secretaria ejecutiva y directora tea-
tral del Observatorio Nacional sobre Violencia entre Hombres y Mujeres
(onavihomu). Promotora de una cultura para la paz y la no violencia me-
diante talleres y obras de teatro-intervención para diversas instituciones
de educación superior y Organizaciones No-Gubernamentales. Auto-
ra de múltiples publicaciones especializadas y de difusión sobre género,
cambio cultural, masculinidades y violencia.

Salvador Cruz Sierra. Licenciado en Psicología, maestro en Psicología


Social por la unam y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad
305
306 Notas sobre los autores

Autónoma Metropolitana-Xochimilco, posdoctorado de investigación


en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud. Miembro del Sistema Nacional
de Investigadores (nivel ii). Profesor-investigador en el departamen-
to de Estudios Culturales del Colegio de la Frontera Norte, sede Ciudad
Juárez. Especializado en estudios de género, masculinidad y sexualidad.
Desarrolla investigación sobre violencia social, jóvenes y masculinidad
y sobre diversidad sexual. Autor de múltiples publicaciones en dichos
campos.

Juan Guillermo Figueroa. Doctor en Sociología y Demografía por


la Universidad de París X Nanterre. Miembro del Sistema Nacional
de Investigadores (nivel iii). Profesor-investigador en El Colegio de
México y profesor de asignatura en la unam. Especializado en familia
y reproducción. Sus líneas de investigación son: comportamiento repro-
ductivo de los varones; derechos reproductivos; políticas públicas, salud
y comportamientos reproductivos; ética e investigación en ciencias
sociales; discurso religioso y la reproducción. Es autor de múltiples
publicaciones especializadas en dichos campos.

Roberto Garda Salas. Licenciado en Economía y maestro en Sociolo-


gía por la unam, doctorante en teoría crítica, director de Hombres por
la Equidad. Centro de Intervención con Hombres e Investigación sobre
Género y Masculinidades, A. C. (1994-2005). Codirector y coordinador
del Programa de Hombres y Violencia Doméstica. Colectivo de Hom-
bres por Relaciones Igualitarias, A. C. (Coriac). Asesor de instituciones
públicas gubernamentales y académicas que atienden violencia de géne-
ro en el país, Colima, Ciudad de México, Guerrero y Querétaro, y en el
extranjero, Brasil y Perú. Especializado en violencia de género, desarrollo
social, derechos humanos y prevención de la violencia, líneas de trabajo
que ha plasmado en múltiples publicaciones y programas de radio co-
mo conductor y co-conductor en el Instituto Mexicano de la Radio y
en Radio Educación.

Griselda Gutiérrez Castañeda. Doctora en Filosofía por la unam,


profesora titular en la Facultad de Filosofía y Letras, unam. Miembro
del Sistema Nacional de Investigadores (nivel iii). Especializada en
Notas sobre los autores 307

filosofía política clásica y contemporánea, y filosofía política con pers-


pectiva de género. Autora de libros y numerosos capítulos y artículos
especializados en dichos campos. Creó y coordinó el Área de Filosofía
Política con Perspectiva de Género en el Programa Universitario de
Estudios de Género (pueg, 1998-2004). Coordinadora y participante
de múltiples proyectos de investigación nacionales e internacionales.
Sus líneas de investigación son: las transformaciones de la política
en los escenarios de complejidad e indeterminación contemporáneos, y
los retos para revitalizar la política y la cultura política democrática,
y las problemáticas sistémicas de desigualdad, exclusión y violencia,
analizadas desde un enfoque de género.

Fernando Huerta Rojas. Maestro en Antropología y con estudios


de doctorado en Antropología por la unam. Profesor-investigador del
Centro de Estudios Interdisciplinarios de Género y de la Academia de
Arte y Patrimonio Cultural de la Universidad Autónoma de la Ciudad
de México. Profesor en el Posgrado en Antropología del Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, en la
línea de investigación y docencia en violencias, géneros, sexualidades,
migraciones. Integrante y miembro fundador de la Academia Mexicana
de Estudios de Género de los Hombres, A. C. Sus líneas de investiga-
ción son: la conformación identitaria de género de los hombres en las
prácticas socioculturales del deporte y sus configuraciones estéticas
del género; violencia de género masculina; sexualidad masculina, y
creencias y prácticas culturales de la paternidad. Autor de múltiples
publicaciones especializadas en estos campos.

Gilberto Morales Arroyo. Doctor en Sociología Política y Estudios de


Género. Profesor-investigador visitante de la Universidad Autónoma
Metropolitana-Azcapotzalco. Fue investigador en el Instituto de Inves-
tigaciones Sociales de la Universidad Autónoma de Baja California. Ha
realizado intervención sociológica en prisiones y hospitales psiquiátri-
cos. Consultor para organismos internacionales como la Oficina de las
Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, y dependencias públicas
como la Fiscalía General de la República. Es integrante de Congenia,
Centro de Estudios de Género, A. C. Sus líneas de investigación son:
308 Notas sobre los autores

transgresión social y castigo penal; subjetividades e identidades de


género; feminismo y perspectiva de género. Es autor de múltiples pu-
blicaciones especializadas en dichos campos.

Leonardo Olivos. Licenciado en Ciencia Política y Administración


Pública, maestro en Estudios Políticos y Sociales y doctor en Estudios
Latinoamericanos por la unam. Académico del Programa de Investi-
gación Feminista del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en
Ciencias y Humanidades (ceiich). Profesor en la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales (unam) y del diplomado El Feminismo en Amé-
rica Latina, Aportes y Retos. Integrante de la Comisión de Ética del
Subsistema de Investigación en Humanidades de la unam. Sus líneas
de investigación son: ciudades seguras para mujeres; género, violencia
y varones, sida y homoerotismo. Autor de múltiples publicaciones en
dichos campos.

Alejandra Salguero. Licenciada y maestra en Psicología, doctora


en Sociología. Profesora titular de la Carrera de Psicología de la fes-
Iztacala, unam. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel
ii). Sus líneas de investigación son: identidades de género masculino
y paternidades. Obtuvo el reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz,
otorgado por la unam (2019), y el premio Estatal de Ciencia y Tecno-
logía en el Área de Ciencias Sociales (2019). Es autora de múltiples
publicaciones especializadas en estos campos.

Fernando Salinas-Quiroz. Doctor en Psicología por la unam. Profesor


de tiempo completo de la Universidad Pedagógica Nacional (upn-
Ajusco). Tutor del Doctorado de Psicología (unam) y de la Universidad
de la República de Uruguay. Responsable de la Especialización en
Educación Integral de la Sexualidad, upn (2019). Miembro del Sistema
Nacional de Investigadores (nivel i). Fundador y tesorero de la Inter-
national Academy for lgbt Psychology and Related Fields. Miembro
del Comité Directivo del Sexual Orientattion and Gender Identity/
Expression Caucus, de la Society for Research in Child Development.
Vicepresidente de la Red Iberoamericana de Apego. Coordinador de
distintos proyectos de investigación transculturales con Colombia,
Notas sobre los autores 309

Estados Unidos, Perú, Portugal y Uruguay. Autor de múltiples publi-


caciones especializadas en estos campos.

Olivia Tena Guerrero. Licenciada y maestra en Psicología y doctora


en Sociología por la unam. Investigadora en el Programa de Investi-
gación Feminista del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en
Ciencias y Humanidades (ceiich). Fue coordinadora del Diplomado
en Feminismo en América Latina del ceiich. Docente y tutora en los
posgrados de Ciencias Políticas y Sociales y de la Facultad de Psico-
logía (unam). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel
ii). Responsable de una investigación de largo aliento sobre Empode-
ramiento de las Mujeres Policía de la Ciudad de México (2009-2017).
Actualmente coordina el Grupo Interdisciplinario de Investigación
Feminista en Formación Policial (giiffpol). Es autora de múltiples
publicaciones especializadas en feminismo, género y masculinidades.
Índice

Presentación
Griselda Gutiérrez Castañeda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Discusión contemporánea sobre masculinidades

Masculinidad e igualdad de género


Gloria Careaga Pérez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

Algunos dilemas éticos en el trabajo teórico, metodológico


y político con sujetos del sexo masculino
Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero . . . . . . . . . . 35

La política de la masculinidad. Virilidad y violencia

La violencia masculina y el elefante en la sala


Leonardo Olivos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69

Los escenarios de la violencia masculina: un enfoque crítico


desde la antropología feminista
Fernando Huerta Rojas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

La ritualización del género en la transgresión:


la masculinidad y feminidad en el centro
Gilberto Morales Arroyo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137

311
312 Índice

Cuerpo, masculinidades y jóvenes. El caso de los cholos


en Ciudad Juárez
Salvador Cruz Sierra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171

“Todos tenemos mamá y papá. Por nuestros hijos,


el matrimonio y la familia”: actitudes negativas hacia
las configuraciones familiares disidentes
Fernando Salinas-Quiroz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187

Crisis en el sistema de género y sus repercusiones


en las formas de las masculinidades

El trastocamiento del modelo hegemónico de masculinidad


en un contexto de crisis económica
Olivia Tena Guerrero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209

La violencia de género en las universidades públicas.


Una reflexión para su posible erradicación
Rosalía Carrillo Meráz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225

Características, motivos de asistencia y estrategias de trabajo


con hombres que asisten a grupos de reflexión del programa
Nuevas Habilidades para los Hombres de México
Roberto Garda Salas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255

Notas sobre los autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 305


Políticas de la masculinidad. El poder y la violencia en la subje-
tividad de los varones fue realizado por la Facultad de Filosofía
y Letras de la unam, se terminó de producir en septiembre de 2022.
Tiene formato de publicación electrónica y corresponde a la co-
lección Jornadas con salida a impresión por demanda. Se utilizó
en la composición, elaborada por F1 Servicios Editoriales, la fuente
tipográfica Times New Roman en 11:13, 10:12 y 9:11 puntos. La
totalidad del contenido de la presente publicación es responsa-
bilidad del autor y, en su caso, corresponsabilidad de los coauto-
res y del coordinador o coordinadores de la misma. Diseño de la
cubierta de Liliana Hernández Vázquez. Cuidado de la edición
de Miguel Barragán Vargas.
as configuraciones socioculturales pautadas por una
lógica de género inciden en formas de socialización que
repercuten en relaciones de poder, desigualdad, exclusión y
violencia, en su transversalidad atraviesan todos los ámbitos
de la vida públicos y privados, y las instituciones universi-

Griselda Gutiérrez Castañeda


tarias no son la excepción.
Si bien, estas instituciones son el espacio para desarrollar
conocimientos que abren la posibilidad de interpretar y de
cuestionar de manera sustentada realidades sociales defici-
tarias e injustas y, en tal sentido, tienen el compromiso de
hacer del conocimiento el mejor instrumento para enfrentar

Coordinadora
los problemas, y el espacio idóneo para propiciar debates
encaminados a construir soluciones que permitan consolidar
principios y normas de convivencia de cariz democrático y
pluralista.
Por ello, el estudio y el debate sobre las formas de
construcción de las masculinidades encaminados a consoli-
dar políticas de igualdad sustancial de género es de la mayor
pertinencia, a ese propósito responde este libro conforme a

Políticas de la masculinidad
El poder y la violencia
en la subjetividad de los varones
C
una propuesta de M. Kaufman: antisexista, antimasculinista
M y antipatriarcal.
Y

CM

MY

CY

CMY

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