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ESCENA I

En medio del campo, un sombrío cordero todo blanco atado a una estaca.
Laila, una morisca de 30 años, entra en escena y se acerca al cordero.
Ella reza y saca una daga de su cinturón.
LAILA: Juro en nombre de mi madre que nadie me detendrá.
Laila sacrifica el cordero y deja escapar un grito.
ESCENA II
El PREGUNTOR PÚBLICO entra en escena, por la izquierda.
EL PREGUNTOR: Por orden de Su Majestad, os anuncio que todos los
ciudadanos mahometanos de las Alpujarras y comarcas limítrofes deben
renunciar a su fe. A partir de ahora, sólo queda el dios de los
cristianos y no habrá más rey que el Rey de Castilla.
LAILA se da vuelta, sus manos ensangrentadas.
LAILA: Dicen que no hay guerra sin venganza. Dicen que sin venganza no
hay paz. El que mata a espada, a espada morirá.
No hay excusas ni falsas sentencias: una vez cometido el delito, ya no
hay nada más que hacer (Se limpia las manos con la ropa). Con la tormenta
de la montaña, el mirto se dobla y finalmente se rompe. En lo alto de la
encina quemada, la oropéndola bate sus alas hasta perder las plumas. Y
creen que nos vamos a resignar; que las mujeres solo lloraremos y nos
arrancaremos los ojos para no ver tanto horror. Que sepan que esas
malditas manos van a hacer otra cosa. Descuartizarán los cuerpos de
nuestros adversarios, recuperando así nuestro honor burlado. No más
indiferencia al comportamiento indigno. El despotismo será destruido.
En estas tierras donde nací y donde vivieron mi madre y mis antepasados,
gritaré hasta perder la voz, nunca dejaré de gritar hasta quedar exhausto
y nunca más se abrirá este puño para tolerar la injusticia. . Nunca más
el silencio será cómplice de tanta infamia. Maldigo mil veces la
mezquindad humana que conlleva la desgracia y maldigo aún más la sed de
venganza que me lleva a la muerte.
ESCENA III. (1499)
A la derecha del escenario espera JIMÉNEZ DE CISNEROS, sentado en su
entrenador.
JIMÉNEZ DE CISNEROS: ¡Conductor! ¡Conductor! ¿Por qué paramos?
EL CONDUCTOR DEL CARRO: Disculpe, Su Excelencia.
JIMÉNEZ DE CISNEROS: ¿Por qué diablos estamos esperando?
EL CARROERO: Un mercader cordobés fue asaltado por bandidos moriscos en
la sierra, camino de Alcalá. Te pide que le permitas viajar contigo.
JIMÉNEZ DE CISNEROS: ¿Tan tarde? ¡Eso no me inspira confianza!
EL CONDUCTOR DEL CARRO: Te ruega que le tengas compasión.
JIMÉNEZ DE CISNEROS: No viajamos con vagabundos.
EL CONDUCTOR DEL CARRO: No parece un vagabundo.
JIMÉNEZ DE CISNEROS: ¿Quién me puede certificar eso? Castilla está llena
de holgazanes y hambrientos que piden un trozo de pan.
CONDUCTOR DE CARRO: Solo puedo decirle que le robaron, pero está bien
vestido.
JIMÉNEZ DE CISNEROS: ¡Por todos los santos, maldito sea este momento!
Dile que viene. No podemos perder más tiempo.
EL CONDUCTOR DEL CARRO: Muy bien. Señor, suba, Su Ilustre quiere
conocerlo.
Un hombre bien vestido, pero con la ropa sucia, se acerca al carruaje.
COMERCIANTE: Dios le bendiga, Vuestro Ilustrísimo.
JIMÉNEZ DE CISNEROS: ¿A quién tengo el placer de conocer?
EL MERCADER: Hernando de Sevilla. Hijo de caballero, y como él, caballero
también.
JIMENEZ DE CISNEROS: Tus modales lo demuestran.
COMERCIANTE: Por favor disculpe mi condición.
JIMÉNEZ DE CISNEROS: Se disculpa. Explícame qué causó una situación tan
dolorosa.
EL MERCADER: ¡Maldita sea mi estrella! Nos dirigíamos a Granada para la
boda de mi hijo con su prometida cuando los bandidos moriscos nos
atacaron. Llevé conmigo la dote que iba a ofrecer a su familia. Su futura
familia está formada por cristianos viejos que

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