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En el laboratorio silente y lleno de misterio,

reposa una calavera, símbolo de la química,

vestida de bata blanca, eterno criterio,

guardiana del conocimiento y su alquimia.

En sus cuencas huecas, reacción tras reacción,

las fórmulas y sustancias que se transforman,

y en su cráneo vacío, la reflexión,

de científicos incansables que a la ciencia se abalanzan.

La calavera química, con átomos en su esencia,

ha sido testigo de experimentos audaces,

donde moléculas danzan con persistencia,

y se desvelan los secretos de las sustancias.

Cada matraz, cada bureta, cada destilación,

son escenas inmortales en su memoria de hueso,

y en cada resultado, una revelación,

la calavera de la química es un eterno proceso.

En su mesa llena de probetas y cristales,

sabe que la disciplina es su razón de ser,

y que la química, con sus enigmas singulares,

nos ayuda a comprender el mundo, a florecer.

La calavera química, en su pedestal,

nos recuerda que la ciencia es un viaje apasionado,

y que cada experimento es un portal,

hacia un mundo de descubrimientos, sin ser limitado.


En el rincón de las sustancias y reacciones despiadadas,

se alza una calavera, devota de la química,

con un tubo de ensayo como flor en sus mandíbulas,

guardiana de secretos, su pasión sin réplica.

En su cavidad ocular, un átomo cobra vida,

y en su calavérico cráneo, un laboratorio sin igual,

la tabla periódica es su partitura querida,

y la danza de los elementos es su ritual ancestral.

La calavera química, con bata de algodón,

ha sido espectadora de experimentos audaces,

donde las moléculas traman su conexión,

y se desvelan misterios en los frascos de cristal.

Cada matraz, cada erlenmeyer, cada reacción,

son capítulos eternos en su historia de carbono,

y en cada resultado, una nueva lección,

la calavera de la química se convierte en diario.

En su rincón lleno de probetas y mecheros Bunsen,

sabe que la química es su razón de ser,

y que cada descubrimiento, un paso hacia el olimpo,

donde los elementos crean, transforman y florecen.

La calavera química, en su pedestal de éter,

nos recuerda que la ciencia es un viaje sin final,

y que en la química, la pasión y el saber,

nos abren puertas al mundo, al conocimiento total.


En la esquina del barrio, con su gorra al revés,

y una sonrisa perenne que ilumina los cafes,

reposa la calavera, del chico del barrio,

donde el verso y la rima son su mayor desvarío.

En sus ojos sin vida, aún brillan versos ardientes,

poemas y rimas callejeras, riman siempre,

en su calavérico cráneo, versatilidad de rimas,

el chico de barrio, con sus líricas, sublima.

La calavera de versos, con su flow innato,

ha sido testigo de rimas en cada paso,

donde amigos y poetas, en un rap del barrio,

dejan rimas en las calles, sin desvarío.

Cada estrofa cantada, cada verso improvisado,

son recuerdos en sus huesos, grabados,

y en cada duelo poético, un abrazo,

la calavera del chico de barrio, un abrazo cálido.

En su rincón de rimas y letras al viento,

sabe que el barrio es su razón de talento,

y que en las esquinas, bajo el cielo abierto,

las palabras fluyen, creando su propio cuento.

La calavera rimadora, en su esquina inspirada,

nos recuerda que el arte y la poesía son vitales,

y que en el barrio, con rimas y camaradas,

el corazón late fuerte, en versos y estrofas sin finales.


En la penumbra donde lo vago y lo claro se cruzan,

descansa una calavera, casi algo, mas no del todo,

un enigma caminante, donde las palabras se difunden,

guardián de lo ambiguo, de lo incierto y del modo.

En sus ojos sin fronteras, el mundo se desdibuja,

y en su calavérico cráneo, el misterio es la guía,

casi sombra, casi luz, donde las ideas fluyen como aguas,

donde lo desconocido se abraza con el día.

La calavera ambivalente, en su esencia a medio camino,

ha sido testigo de realidades cambiantes,

donde las respuestas son un sutil remolino,

y las preguntas danzan en universos fluctuantes.

Cada quizás, cada tal vez, en su reino sin certeza,

son versos que se entrelazan, casi en un suspiro,

y en cada rincón dudoso, una belleza,

la calavera del casi algo, un misterio a suspiro.

En su rincón de ambigüedad y límites movedizos,

sabe que la dualidad es su razón de existir,

y que en la frontera de lo incierto, entre risas y abrazos,

la ambigüedad florece, en el misterio de lo por venir.

La calavera del casi algo, en su danza incierta,

nos recuerda que en lo indefinido hay un mundo por hallar,

y que en la ambigüedad, en cada puerta abierta,

el corazón late fuerte, en la danza de lo que está por desvelar.


En la dimensión donde lo cercano y lo lejano se entrelazan,

yace una calavera, casi algo, un enigma sin par,

un ser que habita en la frontera donde los sueños se abrazan,

guardián de lo difuso, del quizás y del azar.

En sus cuencas misteriosas, refleja mundos paralelos,

y en su calavérico cráneo, la incertidumbre es arte,

casi sombra, casi luz, entre versos y anhelos,

donde la imaginación se vuelve parte.

La calavera de lo ambiguo, en su esencia elástica,

ha sido testigo de realidades que se cruzan,

donde las respuestas son como espejismos de música,

y las preguntas danzan en realidades confusas.

Cada casi, cada tal vez, en su universo caleidoscópico,

son destellos que se entrelazan, como estrellas fugaces,

y en cada encrucijada, un misterio específico,

la calavera del casi algo, de los rumbos audaces.

En su rincón de ambigüedad y sueños despiertos,

sabe que la dualidad es su razón de ser,

y que en la frontera de lo incierto, entre silencios y versos,

la ambigüedad florece, en un lienzo por descubrir.

La calavera del casi algo, en su abrazo a lo incierto,

nos recuerda que en la indefinición hay un mundo que explorar,

y que en la ambigüedad, en lo que no está cubierto,

el corazón late fuerte, en la danza de lo por crear.


En el laboratorio oculto, donde las sustancias se mezclan,

yace una calavera, en su bata de alquimista,

con su cráneo compuesto por elementos que destacan,

guardiana de reacciones, una científica sin vista.

En sus cuencas vacías, se reflejan reacciones inéditas,

y en su calavérico cráneo, la química es su danza,

los átomos y enlaces, sus fuentes infinitas,

donde moléculas se entrelazan en un baile de esperanza.

La calavera química, con su tabla periódica a cuestas,

ha sido testigo de transformaciones y secretos,

donde las soluciones y precipitados son fiestas,

y el laboratorio es un mundo lleno de pretextos.

Cada experimento, cada titulación y destilación,

son recuerdos en sus huesos, grabados con precisión,

y en cada descubrimiento, una revelación,

la calavera de la química, una fuente de admiración.

En su rincón de probetas y matraces en fila,

sabe que la ciencia es su razón de ser,

y que en el laboratorio, donde todo brilla,

el conocimiento se teje con un amor que florecer.

La calavera química, en su pedestal científico,

nos recuerda que la química es una danza infinita,

y que en el mundo de reacciones, en cada químico,

el corazón late fuerte, en una búsqueda sin cinta.

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