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Los puentes en el paisaje

Juan José Arenas de Pablo

DESCRIPTORES
PUENTE
PAISAJE
CAMINO
NATURALEZA
ESTÉTICA
VALLE
ARCO
SALGINA
VACÍO
BÓVEDA
ABISMO
LADERAS
TÉCNICA
ARTE
HISTORIA

Como construcciones que se alzan en plena naturaleza, los yectado, o sea, ha sido concebido en su integridad, formas y
puentes poseen una relación privilegiada con el paisaje. Y dimensiones, por una mente humana. Y, además, más que
ello, en muchas direcciones: desde el momento en que un probablemente, ha sido proyectado con real preocupación
puente se construye en un punto álgido del territorio como es por el resultado estético de su inserción en la naturaleza.
siempre un valle profundo o el cauce extenso y sereno de un Los puentes son paisaje, con el añadido de que un puente
río remansado, influye decisivamente en la configuración del bien encajado en una topografía dada nos ayuda a percibir
paisaje. Configurar significa contribuir a lo que ese paisaje con mayor claridad los trazos de ese entorno. Por ejemplo, un
expresa, completándolo o transformándolo. viaducto insertado en una cortada marca con sus pilas repe-
Convengamos, de entrada, que la voz paisaje no se re- tidas el perfil del terreno y nos permite captar la extensión y
fiere solo a la naturaleza sino a la naturaleza modificada por la profundidad del valle que, de otro modo, quedarían ocul-
el hombre, o sea a los elementos naturales con todas las cons- tas entre los pliegues del suelo y la vegetación que lo cubre.
trucciones humanas añadidas. Ese cuadro global es el que Un puente arco que arranca decididamente de un paredón
contemplamos cuando abrimos los ojos en cualquier lugar del rocoso nos lo pone de manifiesto y hasta nos transmite una
mundo y es ese cuadro global que percibimos el que valora- idea de la orientación de ese plano. O sea, es el arco el que
mos, más o menos positivamente, como paisaje. Que el pai- nos hace ver el roquedo y el puente entero el que al final di-
saje, hasta el más natural, incluye trabajo y actividad huma- buja el valle. Si hay que buscar ejemplos, mi imaginación vue-
na se comprueba cuando se miran los campos sembrados o la sin dudarlo hasta el puente del barranco de Salgina en los
los extensos trigales que se cimbrean al viento y que con sus Grisones suizos (Fig. 1). El corte del terreno donde Maillart
tonos cambiantes llegan a ofrecer imágenes de gran belleza. construyó su famoso puente es imponente, pero es el puente
Escribo este artículo desde la verde Cantabria, cuyas dulces construido el que lo pone en valor. El vuelo que cada semiar-
praderías solo son parcialmente naturales, pues hace falta co emprende desde su arranque respectivo hasta la rótula de
una permanente actividad humana como es la ganadería pa- clave posee tal dinamismo que el paredón de roca que sus-
ra que esos prados se mantengan como alfombras verdes de tenta ese movimiento virtual adquiere un papel de inmenso
tono uniforme. Sin esa actividad productiva, volveríamos rá- macizo estático, que da estabilidad y que sirve de referencia
pidamente a los brezos, las zarzas y los matorrales. a los semiarcos voladores.
Por supuesto que un puente en campo abierto es parte del Del mismo modo, el desafío a la gravedad que esos se-
paisaje y, por tanto, con su marco natural, es verdadero pai- miarcos representan nos obliga a considerar con atención el
saje. Si los campos cargados de espigas o de olivos alinea- abismo que bajo ellos se abre. O sea, en la medida en que
dos entran en esa categoría, cómo no reconocer valor paisa- el puente es la antítesis del vacío al que colma y supera, su
jístico al puente que, a diferencia de los trigales, ha sido pro- sola presencia nos obliga a captar y contemplar el valle. Y

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Fig. 1. Puente de Salgina, vista general.

Fig. 2. Puente de Wiesen, cantón de Grisones, Suiza. Fig. 3. Puente de Langwies, FC Réticos, Grisones, Suiza.

cuanto más atrevida nos parece la construcción allí asentada, do a principios de siglo. Puesto sobre esas montañas, la es-
mayor atención prestaremos al vacío sobre el que ese puente tructura tiene en su mismo esquematismo algo de filigrana. La
pasa. La figura 2 muestra el puente arco de Wiesen, perte- nieve que lo cubre no hace más que mejorar su ambientación,
neciente a los ferrocarriles réticos, emergiendo de la bruma y insertándolo entre los abetos nevados. Una vez más, los trazos
marcando un plano transparente que viene a manifestar el decididos del puente nos hacen captar el abismo que el ferro-
vacío imponente sobre el que circula un tren turístico. Es des- carril rético atraviesa y no cuesta darse cuenta de que sin el
de luego el puente el que establece la medida del valle. Pero puente esa fotografía perdería su interés. Es la nieve caída so-
son al final los coches rojos del tren los que dan la dimensión bre los arcos y el tablero la que pone énfasis en lo invernal que
humana y, también, paisajística del conjunto. resulta esta imagen. Es el trazo de los arcos el que muestra el
La foto de la figura 3 muestra otro puente más moderno de vacío; es el plano adelantado del puente el que destaca las la-
la misma línea férrea. Se trata del viaducto de Langwies, arco deras del fondo. ¿Cómo no incluir entonces a este puente y a
elegante de hormigón armado de 100 metros de luz levanta- todos los puentes similares en el mismo concepto de paisaje?

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Ejemplos que demuestran que cuando uno contempla un abismo (Fig. 4). El sentido de gratitud que se experimenta al
buen puente, que es con seguridad un puente bien asentado comprobar que el vuelo estático de los semiarcos se mantiene
en su entorno, experimenta siempre la sensación de que ese y que la rótula que los enlaza en la clave permanece en su si-
valle o ese curso de agua sin el puente encima quedaría in- tio es inmenso. ¿Cómo no va a influirnos ese estado de ánimo
completo y desasistido. Y es que, de algún modo, el puente a la hora de valorar ese puente como paisaje? ¿Cómo no va-
crea una simbiosis con su valle, basada en que uno comple- mos a considerar que ese valle ha hermoseado con un puen-
ta al otro, algo así como si cada valle estuviera desde sus orí- te que, además de su función salvadora, posee ya de por sí
genes esperando el puente adecuado que va a ponerlo en va- una calidad estética grande?
lor. A la inversa, es bien claro que un valle importante que no Otro aspecto interesante es el del puente concebido como
hay más remedio que atravesar es lo que más motiva a un in- plataforma de contemplación del paisaje. Un puente como
geniero que construye puentes. Salgina se ha construido para pasar sobre él sin detenerse.
Poca duda hay de que el puente sirve siempre y pertene- Sin embargo, cruzarlo a pie una y otra vez nos ayuda a en-
ce a un camino. Al contemplar un puente en una carretera de tender más su significado. En esos momentos, las rocas, los
montaña constatamos que hay una traza en las laderas a am- árboles que crecen sobre el abismo, las mismas crestas neva-
bos lados del corte donde el camino, a través de rasgones en das se nos hacen próximas. Y desde esa plataforma elevada
el arbolado, o bandas de terreno excavado, se nos muestra uno se siente tan seguro que inevitablemente capta la poten-
con mayor o menor claridad. Pero es al llegar al vacío cuan- cia sustentante de la bóveda de hormigón. Sin la presencia
do, eliminada cualquier tapadera vegetal, surge rotundo el del puente podríamos mirar al vacío desde una ladera, pero
puente, o sea, aparece ante nuestros ojos, y, dibujado en el es la construcción ingenieril la que nos da la posibilidad de
aire, el camino en toda su integridad. Esta realidad geográ- movernos sobre el abismo, de situarnos en el punto que más
fica del camino enmascarado, apoyado en el suelo y abriga- nos atraiga y sentir desde allí la integridad del corte del te-
do por la vegetación, frente al camino descarnado, hecho pu- rreno que el puente supera. No solo eso: la plataforma que el
ra estructura resistente que ha de apañárselas por sí misma puente ofrece, al enlazar de modo firme ambas laderas, nos
para alcanzar la otra orilla, alimenta una metáfora, la del cambia la percepción que de ese vacío tendríamos si él no es-
puente visto como epifanía del camino, como máxima expre- tuviera. Es algo así como la satisfacción asociada al dominio
sión del mismo, que viene a conferir al primero un valor de del abismo, a la posibilidad de cruzarlo y de vernos en una
símbolo capaz de representar al camino entero. Carga sim- y otra ladera. Es, en el fondo, sentir el valor intrínseco que un
bólica que refuerza la que siempre posee el puente como puente superador de un serio obstáculo posee por ello mismo.
construcción superadora de los vacíos sobre los que estamos Pero, como no puede menos que ocurrir, no cualquier
obligados a transitar. Y poca duda cabe de que esas valora- puente completa y valoriza el entorno. He repetido varias ve-
ciones íntimas, tan asumidas por cada uno de nosotros que ni ces la expresión “puente bien encajado”, o sea, con tipología
siquiera aparecen explícitas en nuestro pensamiento, no ha- adecuada al máximo a la topografía del valle. El caso del
cen más que reforzar la apreciación como paisaje de cual- puente arco que arranca de las laderas escarpadas de una
quier bella imagen de un puente sobre un valle. garganta en V es el primer ejemplo que a uno le viene a las
Hasta ahora, me he imaginado contemplando el puente mientes. La forma del valle es aquí decisiva: Construir arcos
desde el mismo valle, bien situado en su fondo, bien aposta- en valles horizontales no resulta satisfactorio ni siquiera en el
do en una ladera, a distancia del mismo. Es una visión fron- plano estético. Pero, a la inversa, tampoco habrá que extra-
tal que nos da la imagen más parecida posible a lo que lla- ñarse de que un puente de tramo recto, suma de un tablero y
mamos el alzado de la obra. Poca duda hay de que si que- de pilas verticales, construido en un valle de roca viva y con
remos apreciar la luz que el puente salva, su configuración laderas suficientemente pendientes, capaces de dar la reac-
global que incluya los tramos de acceso, estamos en la mejor ción horizontal que un arco necesita para funcionar como tal,
posición. Pero hay otro modo de vivir y experimentar lo que resulte pobre y no termine de integrarse en ese entorno.
el puente significa en el camino que es aproximarse y acce- Desde luego que la noción de paisaje es del todo huma-
der a él circulando por la misma vía de comunicación a la na, o sea, puro producto de la cultura de los hombres. Y,
que esa estructura presta servicio. Es entonces cuando la vi- además, parece que bastante reciente en términos históricos.
vencia del puente como camino desnudo y desamparado se La admiración por los espacios abiertos nació como actitud
hace sentimiento personal. El acceso al ya citado puente de romántica ante la naturaleza y ha tenido mucho que ver con
Salgina es una experiencia que me atrevo a recomendar a el desarrollo de la civilización, con las posibilidades de via-
quien me lea. Un camino rural de no más de tres metros de jar con un mínimo de comodidad, lo que solo se hizo reali-
anchura que sube a una pequeña aldea desde el valle de dad con el ferrocarril y la revolución industrial. Lo que yo
Landquart gana altitud con suaves zigzags, asomándose a querría subrayar aquí es que, en tanto que ingeniero que
veces al borde del abismo para replegarse enseguida entre proyecta puentes, a nadie extrañará que mi apreciación del
árboles que nos ocultan el precipicio. Cuando casi nos hemos paisaje compuesto por naturaleza y puente incluya, como as-
acostumbrado a ese juego reiterado de descubierta y replie- pecto cultural, la mayor o menor satisfacción que la concep-
gue, un último viraje descubre ante nuestros ojos el gran va- ción estructural del último, por sí mismo y en relación con su
cío y el gran puente: ya no hay más juego, hay que cruzar el entorno, me produce.

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O sea, no puedo evitar que mi valoración estética de una pobrecería la escena de modo irreparable. Al revés, es seguro
de estas obras se funda y superponga con sus otros valores, que cualquier solución arco mínimamente limpia resultaría gra-
empezando por los resistentes. Eso es lo que me ha ocurrido ta en el entorno increíble de ese puente. Pero la hermosura del
en el párrafo anterior cuando he nombrado como antivalor el Salgina que conocemos nace de la coincidencia entre belleza
haber despreciado con un puente de tramo recto, en un valle del valle y adecuación del puente que lo cruza (Fig. 5). Si hu-
de forma adecuada, la reacción horizontal gratuita que un biera que expresarlo matemáticamente, el valor del Salgina
buen macizo rocoso puede suministrar a un arco. Reacción que admiramos sería algo así como el producto de ese entor-
que hace a esta solución especialmente atractiva, tanto para no extraordinario por la belleza y la calidad intrínseca de la
un ingeniero que está viendo cómo gracias a esa reacción ex- obra de Maillart.
terna las fuerzas de compresión viajan a lo largo de la direc- Hasta aquí las reflexiones sobre una obra moderna, sig-
triz curva del arco (y, en ese viaje, por virtud de la curvatura, nificativa como pocas, que en su día supuso un avance deci-
van recogiendo e integrando las fuerzas que sobre él gravi- sivo en las posibilidades resistentes y formales del hormigón
tan) como para un profano de la ingeniería que se limita a
percibir la integración visual de ese arco con su valle, de esos
arranques con las laderas rocosas.
Dicho de otro modo, en la alta valoración que puentes co-
mo Salgina reciben hoy día, valoración que suele adscribirse
al plano estético, hay poca duda de que la idoneidad técnica
de la estructura supone una parte esencial de esa calificación
positiva. ¿Sería imaginable un Salgina igual de satisfactorio
con otra tipología de puente? Desde luego, en opinión de quien
habla, solo una solución arco o pórtico arrancando de las la-
deras rocosas y conectándolas de modo mecánico a través de
una bóveda las pone de verdad en valor. Por supuesto que un
puente de tramo recto que se apoyara en una, dos o más pilas
altas nacidas del fondo del valle, desaparecida la tensión que
el arco genera y que subraya el vacío sobre el que vuela, em- Fig. 4. El puente de Salgina al final del camino.

Fig. 5. Puente de Salgina. Vista desde el fondo del valle.

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Fig. 6. Puente de Alcántara, vista general desde aguas arriba.

Porque así como el puente suizo casi no toca las paredes


y salva con total limpieza el fondo del valle, las bóvedas re-
petidas de medio punto de Alcántara, uniendo cabezas de pi-
las pétreas que nacen en las laderas de roca, ponen en valor
al Tajo no a través del vacío que el puente genera sino, justo
al revés, mediante la masa de piedra que se inscribe en el
perfil del valle y que, pese a todo, resulta suficientemente po-
rosa para que las aguas del Tajo, incluso en grandes aveni-
das, pasen por debajo.
Mientras que en Salgina no hay comparación posible en-
tre los roquedos naturales y el arco de hormigón de paredes
delgadas, no existen contactos conceptuales entre ellos, en Al-
Fig.7. Puente de Alcántara durante una gran avenida del Tajo.
Fuente: Carlos Fernández Casado, La arquitectura del ingeniero. cántara se da una relación mucho más directa entre las lade-
ras del Tajo, irregulares pero bastante limpias en su configu-
armado y que ha entrado por derecho propio en la historia ración global, con los imponentes volúmenes de las pilas del
de la técnica. De algún modo, los ingenieros veneramos el puente. La diferencia entre unas y otras masas está obvia-
Salgina (y todos los salginas que siguen sus huellas) porque mente en la geometría limpia e impecable de la obra de Ro-
es un puente que enlaza maravillosamente los planos de la ma. Lo que en Salgina era vacío y abismo, en Alcántara se
técnica y del arte, porque es una construcción que redime tan- torna volumen y masa, pero también ritmo y proporción. La
to puente sin alma como hemos levantado, porque constituye tensión visual que en el valle suizo resultaba dinámica, con
una estructura que, moviéndose en la dirección de una técni- dos semiarcos que saltan al vacío haciendo de su encuentro
ca refinada, muestra las enormes posibilidades que hoy tene- en la sección de clave un acto de fe, resulta del todo estática
mos de sublimar en cultura nuestra ciencia resistente. en el Tajo. Aquí, las bóvedas de cañón, enmarcadas por ar-
Pero, entonces, surge inevitable la pregunta: ¿podrán ex- quivoltas que establecen el contacto con los tímpanos, ofrecen
trapolarse esas conclusiones sobre enriquecimiento del paisa- una serenidad absoluta. Parece imposible que alguien pueda
je a puentes técnicamente menos avanzados, a obras históri- captar en esta imagen movimiento. Las impostas que abrazan
cas? Nada mejor para contestarla que girar nuestra mirada a las pilas sucesivas marcan planos horizontales en todas ellas
en el tiempo y en el espacio, enfocando nuestras pupilas ha- que crean un enlace visual que actúa como elemento integra-
cia el Tajo en Alcántara, donde percibiremos un puente en- dor del conjunto de la obra. Son detalles refinados que apro-
cajado en un valle recortado de puro granito (Fig. 6). Ante- ximan la obra de Lacer a un monumento clásico. Pero, enton-
rior en 19 siglos al de Maillart, su época histórica impide ces, ¿cómo es que las laderas abruptas del Tajo soportan, y
cualquier comparación con Salgina, obra de la que en algu- hasta se hermanan, con tales artificios? La respuesta o, al me-
na medida es antitético. nos, una posible respuesta es que entre la finura de las unas

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y la anfractuosidad de las otras no hay contradicción alguna, ciencia constructiva fríamente, como un fin en sí misma, a
sino contraste y tensión visual entre lo natural y lo que es pro- quienes hemos creído que toda obra de la inteligencia huma-
ducto del pensamiento y del esfuerzo manual del hombre. na está llamada no solo a mejorar las condiciones materiales
O sea, que una construcción masiva, que casi cierra el va- de vida sino que debe constituir una manifestación del espíritu
lle del Tajo, nos viene a producir sentimientos tan altos como que nos haga vibrar y nos ponga en contacto con el mundo de
los que el puente transparente e ingrávido de Maillart nos ins- las experiencias vitales profundas. A quienes creemos que la
pira. Pero si lo que valorábamos en Salgina es la limpieza indispensable racionalidad de la ingeniería no puede nunca
con que el arco enlaza las paredes rocosas y el vacío enorme constituir un obstáculo para que brille el espíritu en sus obras.
que su vuelo engendra, que son atributos inexistentes en Al- Salgina, por su perfección técnica sublimada, por su ra-
cántara, y si lo que nos satisface del último es el orden geo- cionalidad profundamente humana, significa todo eso, y de
métrico de sus volúmenes pétreos, rigurosamente contrarios a ahí que lo sintamos tan nuestro. Pero es que Alcántara, se-
las delgadeces etéreas de la bóveda de Maillart, habrá que ñoreando el Tajo desde hace dos milenios, supone un valor
convenir que los valores paisajísticos de fondo de uno y otro similar en el plano de la Historia. Si Salgina nos enorgullece
puente, los que nos llevan a considerar a ambos obras emi- y nos muestra un camino para aunar ciencia constructiva con
nentes, son más profundos de lo que sus imágenes exteriores cultura auténtica, Alcántara compone una luz potente que
nos dan a entender. Se asientan, como vamos a ver, en as- desde el fondo de la historia nos descubre la trascendencia
pectos más hondos que lo que la voz paisaje nos sugiere. humana de nuestro trabajo. Una vez más, un puente, obra
¿Qué valores comunes poseen en su absoluta diversidad de ingenieros que hablan de cimentaciones, de socavación,
Salgina y Alcántara? ¿Cómo es que, siendo obras antitéticas, de estabilidad de pilas, de bóvedas y sus empujes, de taja-
nos merecen el mismo calificativo de maestras? ¿Cómo expli- mares y de desagüe hidráulico, entra por derecho propio a
car que nuestro espíritu se sienta tan satisfecho ante el barran- formar parte de nuestra historia, en la que llega a adquirir
co suizo coronado por una bóveda ligerísima como ante un re- verdadero protagonismo. ¿Acaso no nos llena esto de satis-
cortado valle del Tajo albergando entre sus laderas un autén- facción? Y ¿no compone ese orgullo parte importante de
tico edificio de piedra sillar? Nuestra primera reflexión en pos nuestra valoración de ese puente? Cuando, en el borde del
de una explicación se refiere al contexto histórico: ¡qué duda valle granítico del Tajo, dando la espalda a la tumba de La-
cabe de que la calidad intrínseca de cada uno de estos puen- cer, pero sintiéndola próxima, contemplamos los paramentos
tes en relación con ese contexto es máxima! Salgina supuso en dorados de los tímpanos de Alcántara y cuando, aflojando
1930 un avance enorme, cuando los arcos de hormigón se- la mirada, la dejamos deslizar por sus bóvedas repetidas
guían tomando prestadas sus formas de las viejas bóvedas de hasta la otra margen, ¿no es el retumbar de la Historia el que
sillería. Alcántara, en el siglo I de nuestra era, supone la ma- se nos hace presente? ¿No llegamos a sentir el vértigo de la
yor perfección funcional y formal que era alcanzable con la vida simbolizado por las aguas perennemente fluyentes del
técnica romana de construcción de puentes. Mírense simple- río hacia el mar? ¿No es entonces el mismo puente un punto
mente los tajamares que los cuerpos de pilas incorporan en su fijo de referencia que nos ofrece seguridad y amparo? Otra
paramento de aguas arriba para comprobarlo. Contémplese vez don Carlos Fernández Casado: “Alcántara constituye un
la foto de la gran avenida del Tajo pasando bajo las claves de paso seguro que enlaza a las sucesivas generaciones de es-
sus bóvedas (esa frase feliz del Profesor Fernández Casado de pañoles”. ¿Cómo no constatar que estos valores auténticos, y
que las avenidas del río se peinan en la hilera de sus pilares) que sentimos hondos, están en la misma base de nuestra ad-
para remacharlo (Fig. 7). miración por el gran puente extremeño?
Autenticidad sería la palabra que mejor expresa otro va- Cierto que en nuestro trabajo de cada día nos enfrentamos
lor profundo que ambas obras poseen: ni Salgina ni Alcánta- a problemas que rara vez alcanzan las dimensiones de Alcán-
ra muestran barroquismo alguno en su constitución. El puen- tara o de Salgina. Salgina y Alcántara son arquetipos y como
te suizo es una manifestación rotunda de pureza estructural tales, sirviéndonos de referencia, hay que mirarlos. Puentes de
con todos y cada uno de sus elementos sirviendo a la función cualquier tamaño que resulten como ellos modélicos en su en-
de puentear con seguridad el abismo. En Alcántara no cabe caje geográfico y sean al tiempo ejemplos de calidad técnica,
esa afirmación por cuanto las bóvedas romanas eran inevita- de simplicidad geométrica, de autenticidad estructural, confi-
blemente sobreabundantes en material, pero si algo caracte- gurarán positivamente su entorno y contribuirán a dignificar y
riza a sus paramentos de piedra es una noble austeridad y ya humanizar un paisaje. Desde luego, lo mejorarán en cuanto a
hemos visto con cuánto acierto el puente resuelve su difícil lo que solemos llamar valores “paisajísticos”. Pero, como aquí
función hidráulica, ajustando la altura de sus pilas a las gran- hemos tratado de vislumbrar, serán la aportación de la inge-
des avenidas del Tajo. niería a un orden de valores más profundos, más conectados
Pero hay un tercer y último plano que, en mi opinión, en- con el fondo insondable de la vida y de la historia. ■
laza los mensajes más hondos que Alcántara y Salgina nos
transmiten, al que ya me he referido al hablar del puente sui-
zo: es el orgullo que, al trascender el plano de la técnica y al
sublimarla en arte y cultura, esa obra nos hace sentir como in- Juan José Arenas de Pablo
genieros. Al menos a quienes nos hemos negado a cultivar la Doctor Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos

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