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EL ARTE DE LA ORACIÓN

Teófano el Recluso
EL ARTE DE LA ORACIÓN

COMPILACIÓN EFECTUADA POR EL HIGÚMENO


CHARITON DE VALAMO
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servicio de la Nueva Evangelización queriendo hacer llegar este
texto a quienes tengan dificultad para obtenerlo en su versión
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NOTICIA
ACERCA DE LOS AUTORES CUYOS
TEXTOS FIGURAN EN ESTA
ANTOLOGÍA
1. Teófano el Recluso, Obispo de Vladimir y
Tambov (1815- 1894)

TEÓFANO el Recluso, conocido en el mundo bajo el nombre de


Georges Govorov, nació en Chernavks, cerca de Orlov, en la
provincia central de Viatka. Su padre era sacerdote de parroquia y,
como muchos hijos de sacerdote en la Rusia pre-revolucionaria, fue
también destinado al sacerdocio y enviado a un seminario para
realizar sus estudios. Las disposiciones de su carácter se hacían
sentir ya en esa época. Sus maestros lo describen como atraído por
la soledad, dulce y silencioso. Después del seminario, pasó cuatro
años en la academia de teología de Kiev (1837-1841). Es allí donde
conoció la vida monástica gracias a la laura (monasterio griego) de
Petcherky, cuna del monaquismo ruso, y se colocó bajo la dirección
de uno de los starets de la comunidad, el Padre Parteno. Cuando
obtuvo su diploma, Teófano pronunció los votos monásticos y fue
ordenado sacerdote: Inteligente, amante del estudio, llegó a ser
profesor en el seminario de Clonezt, y más tarde en la Academia de
San Petersburgo. Luego pasó siete años, de 1847 a 1854, en el
Cercano Oriente, y particularmente en Palestina, donde sirvió en la
Misión espiritual rusa. Aprovechó para adquirir un perfecto dominio
de la lengua griega y se familiarizó con los Padres, conocimiento del
que debía hacer buen uso más tarde.
De retorno a Rusia, es nombrado rector de la Academia de San
Petersburgo. En 1859, fue promovido al Episcopado y sirvió corno
obispo, primero en Tambov y luego en Vladimir.
Sin embargo, Teófano se sentía mucho más atraído por una vida
de oración y de soledad que por la existencia activa que exigía la
administración de una diócesis. Es así como en 1866, siete años
después de su ordenación al Episcopado dimitió de su cargo, se
retiró a un pequeño monasterio provincial, en Vyschen y permaneció
allí hasta su muerte, que sobrevino veintiocho años más tarde. Al
principio, tomaba parte en los servicios en la iglesia del monasterio
pero, a partir de 1872, permaneció estrictamente enclaustrado, no
saliendo jamás, no viendo a nadie, salvo a su confesor y al superior
del monasterio. Vivía con la mayor simplicidad en dos piezas
pobremente amuebladas mientras que, en su pequeña capilla
doméstica, todo se reducía a lo esencial: no existía tampoco el
Iconostasio¹. Después de su reclusión celebró la Divina Liturgia², en
primer lugar los sábados y domingos, luego, durante los once
últimos años de su vida, cada día. Hacía por sí mismo todo el
servicio, sin ayuda de un acólito, sin lector para las respuestas y,
según la palabra de un biógrafo, "totalmente solo, en silencio,
celebrando con los ángeles".
Recluido, Teófano dividía su tiempo entre la oración y el trabajo
literario: en particular, pasaba varias horas cada día respondiendo la
vasta correspondencia que le llegaba desde todos los rincones de
Rusia, principalmente de parte de las mujeres; para distraerse
pintaba iconos y hacía un poco de carpintería. Su régimen era de lo
más austero: por la mañana un vaso de té con pan; hacia las dos,
un huevo (salvo los días de ayuno) y otro vaso de té; por la tarde,
nuevamente té y pan.
Entre todos los autores monásticos que escribieron en Rusia,
Teófano es probablemente el más cultivado. Cuando se retiró a
Vychen, llevó una biblioteca bien provista, en la que se encontraban
las obras de filósofos occidentales contemporáneos, pero que
consistía, ante todo, en las obras de los Padres. Entre sus libros se
encontraba toda la patrología de Migne. Su respeto por los Padres
aparece evidenciado en todo lo que ha escrito: aunque las citas
sean extremadamente raras, es siempre exactamente fiel a su
enseñanza. El monumento visible que Teófano nos ha dejado de
esos tres decenios pasados en la reclusión está constituido por una
obra literaria sustancial. Preparó la edición en ruso de numerosas
obras espirituales griegas y compuso varios volúmenes de
comentarios sobre las Epístolas de Pablo; sin embargo, su principal
herencia es su correspondencia, publicada parcialmente en diez
volúmenes: es de allí de donde se han tomado los textos que acá se
dan a conocer. El fue, además, quien publicó, después que el
starets Paisij Velichkovsky lo hiciera en eslavo, una edición
ampliada, esta vez en ruso, de "La Folicalía" (Amor de la Belleza),
bajo el título "Dobrotoljubie" (Amor de la Bondad), 5 vol, 1876-1890.
A pesar de su formación intelectual, Teófano tenía un don
particular para expresarse en un lenguaje vivo y directo. Escribía
para responder a cuestiones prácticas y a problemas personales
bien específicos; es por ello que lo hacía simplemente, en términos
que pudieran penetrar directamente hasta el corazón de sus hijos
espirituales, que no había conocido nunca, pero que sin embargo
comprendía tan bien. Profundamente enraizado en las tradiciones
del pasado, y, al mismo tiempo, gracias a su correspondencia,
habiendo permanecido tan cercano a los problemas
contemporáneos, representa lo que hay de mejor en la enseñanza
ascética y espiritual de la Iglesia ortodoxa. Se ha dicho de él: "Es
imposible comprender la Ortodoxia rusa a menos de conocer al
célebre recluso"³.

2. Obispo Ignacio Brianchaninov (1807-1867)


Su carrera fue paralela a la de Teófano en muchos aspectos.
Como éste, Ignacio llegó a ser obispo pero no cumplió las funciones
correspondientes más que durante un período muy breve; se retiró
voluntariamente a la soledad a fin de consagrar todas sus energías
a escribir y a ejercitar la dirección espiritual. Ambos procedían de
medios sociales diferentes. Mientras que el padre de Teófano era
sacerdote, Dimitri, como se llamaba Ignacio antes de hacerse
monje, pertenecía a la nobleza y era hijo de un propietario territorial.
En la Rusia del siglo XIX, era muy raro ver a un miembro de la
aristocracia acceder al sacerdocio y hacerse monje. El padre de
Dimitri quería que su hijo siguiera la carrera normal para un
muchacho de su rango: es así que en 1822 lo envió a la Escuela
Militar de los Exploradores de San Petersburgo. Dimitri se mostró
allí alumno ejemplar, muy dedicado y trabajador y fue señalado, en
el curso de una inspección, por el Gran Duque Nicolás Pavlovitch
(que debía muy pronto subir al trono bajo el nombre de Nicolás I).
Sin embargo, el corazón de Dimitri no estaba en esos estudios.
Desde su más tierna edad, se sentía atraído por la vida monástica y,
en un momento dado, durante su estadía en la Escuela de
Exploradores, pidió su baja; el Emperador la rehusó. En 1827 fue
nombrado oficial pero, a fines de ese año cayó gravemente enfermo
atravesando una crisis física y espiritual, siendo autorizado a dejar el
ejército. Muy pronto se hizo novicio, y pasó los cuatro años
siguientes en diferentes monasterios, pronunció sus votos, y recibió
el sacerdocio en una pequeña comunidad de los alrededores de
Vologda.
Sin embargo, el Padre Ignacio, como se le llamaba entonces, no
pudo permanecer allí mucho tiempo. Hacia esa época, el zar visitó
la Escuela Militar e, ignorando que Ignacio había dejado el ejército
preguntó al director qué había pasado con Brianchaninov.
"Actualmente, él es monje", fue la respuesta. "¿Dónde?", preguntó
Nicolás. Pero el director lo ignoraba. Después de una investigación,
Nicolás conoció el retiro de Ignacio cerca de Vologda y dio órdenes
inmediatas para que volviera a la capital. Convencido de que un
buen oficial no podía ser un mal monje, Nicolás lo hizo nombrar, a la
edad de apenas veintiséis años, Archimandrita del importante
monasterio de San Sergio en San Petersburgo. Ese lugar no estaba
alejado de su palacio y gozaba del patronazgo imperial El zar confió
a Ignacio la misión de organizar allí una comunidad modelo donde
los visitantes de la Corte pudieran conocer lo que debe ser un
verdadero monasterio. Ignacio permaneció allí veinticuatro años. En
1857, fue consagrado obispo de Stavropol, pero dimito de sus
funciones en 1861 y se retiró durante los seis últimos años de su
vida al monasterio Nicolás Babaevsky, en la diócesis de Kostroma.
Ignacio, igual que Teófano, fue un escritor prolífico, y la colección
completa de sus obras llena cinco gruesos volúmenes. La mayoría
De sus escritos se dirigen, ante todo, a los monjes. Entre otras
cosas, compuso un tratado sobre la Oración de Jesús. Estaba,
como Teófano, enraizado en la tradición de los Padres. El uno, como
el otro, no buscaban ser "originales", sino que se consideraban
simplemente encargados de transmitir la herencia ascética y
espiritual que habían recibido del pasado. Hicieron, sin embargo,
mucho más que repetir mecánicamente a sus predecesores. En
efecto, esa tradición recibida de los Padres era algo que ellos
habían experimentado por sí mismos en su vida anterior. Esa
mezcla de tradición y de experiencia personal da a sus escritos un
valor y una autoridad particulares.

3. Otros textos
Además de Teófano y de Ignacio, el Padre Chariton cita a San
Dimitri, Metropolitano de Rostov (1651-1709), uno de los más
célebres predicadores de la Iglesia Rusa, cuya principal obra
literaria consiste en una importante colección de vidas de santos. En
ocasiones, cita igualmente a otros autores de fines del siglo XIX,
tales como el obispo Justino, Nikon y San Juan de Kronstadt.
Incluye también en su antología numerosos textos griegos,
especialmente extractos de Marco el Ermitaño y de las homilías de
San Macario (siglo V), de los Santos Barsanufio y Juan (siglo VI), de
Simeón el Nuevo Teólogo (siglo XI), de San Gregorio el Sinaíta y de
San Gregorio Palamas (siglo XIV). Se encuentran además en ella,
los nombres de algunos Padres sirios, tales como San Efrén (siglo
IV) y San Isaac (siglo VI).
La mayoría de las citas de estos autores no rusos fueron
tomadas de la gran colección denominada Folicalía (amor a la
Belleza), que fue por primera vez editada en griego por San
Nicodemo de la Santa Montaña, en 1782. Una versión en eslavo fue
hecha diez años más tarde por el starets ruso Paisij Velichkovsky,
mientras que una edición mucho más vasta era publicada por
Teófano el Recluso, en cinco volúmenes, en 1876-1890, bajo el
título de Dobrotoljoubié (amor de la Bondad), Es esta última edición
la que consultó Chariton. En el conjunto, sin embargo, su obra no
contiene más que algunas referencias y extractos de la Folicalía; tal
vez a causa de su deseo de mantener su antología lo más simple y
accesible que fuera posible temiendo que la Folicalía fuera
demasiado ardua para la mayoría de sus lectores. Prefirió, por
consiguiente las obras de Teófano y de Ignacio, que contienen
precisamente las mismas enseñanzas de base que los textos
griegos de la Folicalía, pero las presentan bajo una forma más
fácilmente asimilable para los cristianos del siglo XX. Según las
palabras del mismo obispo Ignacio (no habla evidentemente de sus
propias obras, pero lo que dice se aplica tanto a él como a Teófano):
"los escritos de los Padres rusos nos resultan más accesibles que
los de autores griegos, a causa de la claridad y simplicidad de sus
exposiciones, y también porque se encuentran más cercanos a
nosotros en el tiempo".
PROLOGO
Cuando un monje pronuncia los votos monásticos, se le entrega
un rosario, que es llamado su "espada espiritual" y él aprende a
practicar la Oración de Jesús noche y día.
Cuando ingresé al monasterio, estaba ávido por seguir esta
tradición y era guiado en ella por mi starets, el Padre A., que
resolvía constantemente para mí todas las dificultades que
encontraba en la práctica de esta oración A su muerte, debí recurrir
a los escritos de los Padres experimentados. Sacando de sus obras
lo esencial respecto de la Oración de Jesús, lo anotaba en un
cuaderno de apuntes y, de esa manera, compuse, a la larga, una
antología sobre la oración.
El material de esta antología se acumulaba de año en año y, es
por ello, que los temas no estaban allí clasificados en un orden
sistemático, pues sólo habían sido destinados a servirme
personalmente, como recopilación de referencias.
Finalmente, tuve la idea de publicar esta antología con la
esperanza de que ella pudiera ayudar a otros en la búsqueda de
una guía para su vida espiritual. Los sabios consejos de los santos
Padres y algunos ascetas contemporáneos citados aquí, podrán
cooperar a la realización de su buena intención.
Si este libro contiene frecuentes repeticiones del mismo tema,
ello surge de mi deseo sincero de imprimirlos profundamente en el
espíritu del lector. Todo lo que aquí se encuentra, siendo la
expresión de las convicciones profundas de hombres espirituales,
tiene para nosotros un interés vital. Existe, actualmente, particular
necesidad de esa enseñanza, ya que se constata una disminución
general del esfuerzo en el dominio de la vida espiritual. Nuestro fin,
publicando esta antología, es explicar por todos los medios y
mediante frecuentes repeticiones, cómo debe ser practicada la
Oración de Jesús, y así mostrar claramente cuánta necesidad
tenemos de ella y de qué modo es necesaria para sostenernos en
nuestro deseo de servir a Dios.
En una palabra, quisiéramos recordar a aquellos entre nuestros
contemporáneos, ya sean monjes o laicos, que se esfuerzan en
trabajar por su salvación, las instrucciones que nos dejaron los
santos Padres en lo que concierne a la obra interior y a la lucha
contra las pasiones.
Lo deseamos tanto más cuando vemos que, como dice el obispo
Ignacio: "Las gentes sólo tienen una idea muy confusa y muy vaga
de la Oración de Jesús. Algunos, que se consideran y son
considerados por los demás, poseedores de un buen juicio en
materia de espiritualidad, temen a esta oración como a una especie
de contagio, dando como razón de su temor, el peligro de la ilusión4
que ellos suponen debe siempre acompañar a la Oración de Jesús.
La rechazan, por consiguiente, y aconsejan a los demás hacer lo
mismo".
El obispo Ignacio dice más adelante: "El autor original de esta
teoría es, en mi opinión, el demonio, que odia el nombre del Señor
porque le quita todo su poder. Tiembla ante ese nombre
todopoderoso y lo ha difamado ante numerosos cristianos para
hacerles abandonar esta arma, temible para su enemigo, pero
gracia salvadora para los hombres".
Es por ello que experimenté la necesidad de recoger todos los
documentos susceptibles de arrojar una luz más abundante sobre
los misterios de esta obra espiritual. No tengo, por mi parte, ninguna
pretensión de haber alcanzado la oración interior; tampoco tengo
nada que agregar por mí mismo; solamente extraje, del tesoro de
las obras de los santos Padres, sus sabios consejos respecto de la
oración incesante, consejos que son también necesarios para todos
aquellos que se preocupan por su salvación tanto como por el aire
que es necesario para la respiración.
Valamo, 27 de julio de 1936
Higumeno Chariton
I. TEOFANO EL RECLUSO,
OBISPO DE VLADIMIR Y TAMBOV
(1815- 1894)
1. QUE ES LA ORACIÓN
a) LA PRUEBA DECISIVA

Cuestiones fundamentales5

¿QUÉ es la oración? ¿Cuál es su esencia? ¿Cómo se puede


aprender a orar? ¿Qué experimenta el espíritu del cristiano que ora
con un corazón apacible?
Todas estas cuestiones deberían ocupar constantemente el
intelecto y el corazón del creyente, pues en la oración el hombre
conversa con Dios, entra en comunión con él mediante la gracia y
vive en Dios. Los Santos Padres y los maestros espirituales de la
Iglesia dan respuesta a todas estas cuestiones, respuestas
fundamentadas sobre la iluminación, fruto de la gracia que se
adquiere por la experiencia práctica de la oración; y esta experiencia
es idénticamente accesible a los simples y a los sabios.

La prueba decisiva
La oración es la prueba decisiva y la fuente de todo bien; la
oración es la fuerza que conduce todas las cosas, la oración dirige
todas las cosas. Cuando la oración está bien hecha todo va bien,
pues la oración no permite que nada vaya mal.

Grados de la oración
Existen diferentes grados en la oración. El primero consiste en la
oración corporal, hecha principalmente de lecturas, de estaciones de
pie y de postraciones. En todo esto, es necesario paciencia, trabajo
y esfuerzos, pues la atención se nos escapa, el corazón no siente
nada y no tenemos ningún deseo de orar, A pesar de esto, es
necesario imponerse una regla sabiamente medida y permanecer
fiel. En esto consiste la oración activa.
El segundo grado es la oración hecha con atención: el intelecto
toma el hábito de recogerse a determinadas horas, y ora
concienzudamente sin dejarse distraer. El intelecto es cautivado por
la palabra escrita al punto de pronunciarla como si fuera suya.
El tercer grado es la oración sentida: el corazón está cálido por la
concentración, de modo que lo que había sido hasta ese momento
sólo un pensamiento, llega a ser un sentimiento. Allí donde sólo
había en principio una fórmula de contrición, se desarrolla ahora la
contrición en sí misma; y lo que no era más que una demanda
hecha con palabras, se transforma en la sensación de una
necesidad radical. Todo lo que haya pasado por la acción y por el
sentimiento verdadero, ora sin palabras, pues Dios es el Dios del
corazón. Así, el aprendizaje puede considerarse terminado cuando,
en nuestra oración, no hacemos más que pasar de un sentimiento a
otro. En ese estadio, la lectura puede cesar, lo mismo que el
pensamiento deliberado; sólo queda el hecho de permanecer en un
sentimiento con los signos específicos de oración.
Cuando el sentimiento de la oración ha llegado a ser continuo se
puede decir que la oración espiritual comienza. Es el don del
Espíritu Santo que ora en nosotros, el último grado de oración que el
intelecto pueda alcanzar.
Sin embargo, los santos Padres hablan todavía de otro tipo de
oración, que sobrepasa la capacidad de nuestro intelecto y los
límites de la conciencia. Para saber de qué se trata, es necesario
leer a Isaac el Sirio6.

La esencia de la oración
"Sin oración espiritual interior, no hay oración en absoluto, pues
sólo ella es la oración real, verdaderamente agradable para Dios. Lo
que importa es que el alma esté presente en el interior de las
palabras de la oración. Sea la oración hecha en casa o en la iglesia,
si la oración interior está ausente, las palabras no tienen más que la
apariencia, y no la realidad de la oración.
¿Qué es, por consiguiente, la oración? La oración es la elevación
del intelecto y del corazón hacia Dios, por la alabanza y la acción de
gracias, por la súplica también, para obtenerlas cosas buenas que
necesitamos, ya se trate de cosas espirituales o de cosas
materiales.
La esencia de la oración consiste, entonces, en la elevación
espiritual del corazón hacia Dios. El intelecto, encerrado en el
corazón, permanece totalmente consciente ante la faz de Dios,
colmado de adoración, y expande ante él su amor. Esa es la oración
espiritual, y toda oración debiera ser de tal naturaleza. La oración
exterior se haga en casa o en la iglesia, no es más que la expresión
verbal y la forma de la oración; la esencia del alma de la oración
está en el interior del intelecto y del corazón del hombre. Todo el
orden de oraciones establecida por la Iglesia, todas las oraciones
compuestas para el uso individual, están llenas de un movimiento de
amor hacia Dios. Aquél que ora con sólo un poco de atención no
puede evitar dirigirse hacia Dios, a menos que esté completamente
desatento a lo que hace.

La oración interior es una necesidad de todos


Nadie puede dispensarse de la oración interior. No sabríamos
vivir espiritualmente a menos de elevarnos hacia Dios por la oración;
pero el único medio que tenemos de elevarnos así es la actividad
espiritual, pues Dios es espíritu. Hay una oración espiritual que
acompaña la oración vocal o exterior, ya sea en la casa o en la
iglesia, hay también una oración espiritual que existe por sí misma,
sin ninguna forma exterior y sin postura corporal; sin embargo, en
uno y otro caso, la esencia es la misma. Esas dos formas de oración
son obligatorias, tanto para el laico como para el monje. El Salvador
nos ha recomendado entrar en nuestra celda secreta y, allí, orar al
Padre en secreto. "Esa celda secreta, dice San Dimitri de Rostov,
significa el corazón". Por consiguiente, para obedecer al mandato de
Dios, debemos orar a Dios secretamente con el intelecto en el
corazón. Ese mandamiento se dirige a todos los cristianos. El
apóstol Pablo da, también, el mismo consejo cuando dice: "Orad sin
cesar, dirigiendo todas vuestras súplicas en el Espíritu" (Ef, 6, 18).
Entiende por ello la oración espiritual del intelecto y recomienda a
todos los cristianos sin distinción orar de esta manera. Recomienda
también a todos los cristianos orar sin cesar (1 Tes., 5, 17). Sin
embargo, la oración incesante sólo es posible cuando se ora con el
intelecto en el corazón.
Cuando os levantéis por la mañana, permaneced con la mayor
firmeza posible ante Dios en vuestro corazón, mientras ofrecéis
vuestras oraciones; luego, id al trabajo, que es la voluntad del Señor
respecto a vosotros, sin que vuestros sentimientos ni vuestra
conciencia se alejen de él. De esta manera, cumpliréis vuestro
trabajo con las facultades de vuestro cuerpo y de vuestra alma, pero
en vuestro intelecto y en vuestro corazón, permaneceréis con Dios.

La oración exterior no es suficiente7


La oración exterior, por sí sola, no basta. Dios mira el intelecto y
no son verdaderos monjes los que no unen la oración interior a la
oración exterior. En su estricto sentido, la palabra "monje" significa
un recluso, un solitario. Aquél que no ha entrado en sí mismo no es
todavía un recluso, no es todavía un monje, aunque viva en el más
aislado de los monasterios. El intelecto del asceta que no está
recogido y encerrado en sí mismo habita, necesariamente, en el
tumulto y la agitación. Esto sucede porque él deja entrar libremente
una multitud de pensamientos. Su intelecto yerra, sin fin ni
necesidad, a través del mundo en su detrimento. El retiro del
hombre al interior de sí mismo no puede hacerse sin la ayuda de
una oración atenta y, en particular, la práctica atenta de la Oración
de Jesús.
Alcanzar la apatheia8 y la santidad - es decir, la perfección
cristiana -, es algo imposible para quien no ha adquirido la oración
interior. Todos los Padres están de acuerdo sobre ese punto.
El sendero de la oración auténtica se hace mucho más estrecho
cuando el asceta comienza a penetrar en él, gracias a la actividad
del hombre interior. Sin embargo, cuando él entra en ese camino
estrecho y siente hasta qué punto ese camino es necesario para la
salvación, y llega a amar su actividad en la celda interior, entonces
llega también a amar la estrechez de su vida exterior, porque ella le
sirve de claustro y es el lugar de la actividad interior.

Oración vocal
"Mediante salmos e himnos, cantad con acción de gracias al
Señor" (Col 3,16) Las palabras: "mediante salmos, himnos, cánticos
espirituales", describen la oración vocal, la oración que consiste en
palabras, mientras que las palabras: "cantad con acción de gracias
en vuestros corazones al Señor", describen la oración interior, la del
intelecto en el corazón.
Salmos, cánticos, himnos y odas, son nombres diferentes para
designar los cantos religiosos. Es difícil señalar las diferencias que
hay entre ellos, porque su forma y contenidos son bastante
similares. Todos son manifestaciones del espíritu de oración.
Cuando el espíritu es llevado hacia la oración, glorifica a Dios, le
agradece y hace ascender hasta él las súplicas. Todas esas
manifestaciones del espíritu de oración son esencialmente
indivisibles, no teniendo existencia separada. Cuando la oración
comienza en su obra, pasa de una a otra de tales manifestaciones, y
esto más de una vez. Expresada por medio de palabras, es la
oración vocal, ya se llame salmo, himno u oda. No intentaremos
definir la diferencia entre esos vocablos. El apóstol quería, por
medio de esta frase, abrazar todos los tipos de oración expresada
por palabras. Todas las oraciones que utilizamos hoy, pueden estar
colocadas bajo esta rúbrica. Además del salterio tenemos los
cánticos de Iglesia, los sticheres, los tropaires, los cánones, los
acathistes9 y las diferentes oraciones contenidas en nuestros libros
de oración. Por consiguiente, no os equivocaréis si, leyendo las
palabras del apóstol referentes a la oración vocal, las comprendéis
en el sentido de la oración vocal tal como la practicamos
actualmente. El poder de la oración no reside en tal o cual oración,
sino en la manera en la que oramos.
Empleando la palabra "espiritual", el apóstol nos indica cómo
debemos orar vocalmente. Las oraciones son espirituales porque
tienen su origen en el espíritu y allí han madurado, y porque es
mediante el espíritu que ellas son pronunciadas. Su naturaleza
espiritual es todavía más acentuada por el hecho de que ellas
nacieron y maduraron bajo la influencia de la gracia del Espíritu
Santo. Los salmos y las otras oraciones vocales no lo eran en su
origen. Eran puramente espirituales, y es sólo posteriormente que
fueron revestidas de palabras y llegaron, así, a asumir una forma
vocal. Sin embargo, esto no les ha quitado su carácter espiritual,
incluso, actualmente, no son vocales más que según su apariencia
exterior, pero son espirituales en cuanto a su poder.
La consecuencia de todo esto es que, si deseáis aprender de
esas palabras del apóstol algo respecto a la oración vocal, deberéis
actuar así: entrad en el espíritu de las oraciones que escucháis y
leéis, y reproducidlas en vuestro corazón. Y de esta manera
ofrecedlas a Dios como si hubieran nacido en vuestro propio
corazón por la acción de la gracia del Espíritu Santo. Entonces, y
sólo entonces, vuestra oración será agradable a Dios. ¿Cómo
podréis realizar una oración semejante? Estad atentos a las
oraciones que habéis leído en vuestro libro, tratad de daros cuenta
profundamente de su contenido, aprendedlas de memoria. Así,
cuando oréis, expresaréis lo que ya sentís profundamente dentro
vuestro.
¿Por qué los himnos de la Iglesia?
"Recitando entre vosotros, salmos, himnos y cantos espirituales,
cantad y celebrad al Señor en vuestros corazones" (Ef. 5, 19)
¿Cómo interpretar estas palabras? ¿Significan que cuando estáis
colmados del Espíritu Santo, debéis cantar con vuestra boca y con
vuestro corazón? O bien que, ¿si deseáis estar colmados del
Espíritu Santo debéis comenzar por cantar? ¿Es que el hecho de
cantar con la boca y el corazón, que menciona el apóstol, es la
consecuencia del hecho de que se está colmado del Espíritu Santo,
o bien se trata de un medio de llegar a estarlo? No está en nuestro
poder provocar en nosotros la infusión del Espíritu. Eso sólo
depende de la voluntad del Espíritu Santo mismo. Y cuando ella
llega, esta infusión anima las potencias de nuestro espíritu con tal
fuerza que el canto brota por sí mismo hacia Dios. No tenemos otra
elección que decidir si vamos a cantar en silencio en nuestro
corazón o nos expresaremos en alta voz a fin de que todos puedan
escucharlo.
Las palabras del apóstol deben ser tomadas en el segundo
sentido más que en el primero. Desead ser colmados por el Espíritu
Santo y orad teniendo siempre en vista ese fin. El hecho de cantar
encenderá en vosotros el Espíritu, o bien atraerá hacia vosotros al
Espíritu, e incluso revelará su acción. Según el bienaventurado
Teodoro, el apóstol habla de un éxtasis espiritual cuando dice: "Sed
colmados del Espíritu Santo" (Efe. 5, 18) y nos muestra cómo
alcanzar ese estado: en particular, "cantando sin cesar las
alabanzas del Señor", entrando profundamente en sí mismo y
estimulando siempre el pensamiento, es decir, cantando con la
lengua y con el corazón.
Es fácil comprender que lo más importante aquí no es la armonía
musical, sino el contenido del canto. Este tiene el mismo efecto que
un texto escrito con un sentimiento caluroso, y capaz, por ese
hecho, de animar con el mismo ardor a cualquiera que lo lea… El
sentimiento, expresado por las palabras, es llevado por las palabras
hacia el alma de aquellos que los escuchan o las leen. Se puede
decir lo mismo de los cánticos de la Iglesia. Los salmos, los himnos
y los cánticos, son como explosiones de sentimientos hacia Dios,
inspirados por el Espíritu de Dios han colmado a aquellos a quienes
ha elegido, y ellos expresan por medió de cantos la plenitud de sus
sentimientos. Aquél que los recita como se debe, entra a su vez en
los sentimientos que el autor experimentaba al escribirlos y los hace
suyos. Colmado por tales sentimientos, se acerca al estado que lo
vuelve capaz de recibir la gracia del Espíritu Santo y de ajustarse a
ella. El fin de los cantos de la Iglesia es precisamente hacer arder en
nosotros, con más calor y luz, la chispa de gracia oculta en nuestras
almas. Esa chispa nos es otorgada en los sacramentos. Los salmos
los himnos y las odas espirituales, han sido instituidos para soplar
sobre ella a fin de transformarla en llama. Actúan sobre la chispa de
la gracia como el viento sobre una brasa oculta en un trozo de
madera.
Pero recordemos que sólo producirán ese efecto si el uso que de
ellos hacemos está acompañado de la purificación del corazón. San
Juan Crisóstomo nos lo recomienda, guiado por la enseñanza de
San Pablo, y agrega que nuestros cánticos deben ser, ante todo,
espirituales, cantados no solamente con la lengua, sino también con
el corazón.
Así pues, para que los cánticos de la Iglesia nos lleven a ser
colmados por el Espíritu, el apóstol insiste en que dichos cantos
sean espirituales. Por esas palabras, se debe entender que no sólo
tienen que ser espirituales por su contenido, sino que también
deben ser suscitados por el Espíritu. Deben ser el fruto del Espíritu
Santo y brotar de corazones plenos de él. Sin esto, no nos
convertirán jamás en poseídos por el Espíritu. Este se ajusta a la ley
que quiere que al que canta le sea dado lo que ha sido puesto en
ese canto.
La segunda condición requerida por el apóstol es que los cantos
sean entonados, no solamente por la lengua, sino también por el
corazón. Es necesario no sólo comprender el canto, sino estar como
en simpatía con él, recibir en el corazón el contenido del canto y
cantarlo como si surgiera de nuestro propio corazón. Comparando
ese texto con otros, se constata que en el tiempo de los apóstoles,
sólo aquéllos que estaban en ese estado podían cantar; los otros
entraban poco a poco en el mismo sentimiento, y toda la asamblea
cantaba y glorificaba a Dios solamente con el corazón. No es
sorprendente pues, que la asamblea toda entera haya sido colmada
por el Espíritu Santo. ¡Cuántos tesoros están escondidos en los
cánticos de la Iglesia, si nosotros los cantamos tal como se debe!
San Juan Crisóstomo escribía: "¿Qué significan estas palabras:
Aquellos que cantan al Señor en su corazón?” Esto significa:
emprended esta obra con atención, pues aquéllos que están
desatentos cantan en vano, pronunciando sólo las palabras,
mientras su corazón vagabundea en otra parte". El bienaventurado
Teodoro agrega: "Canta en su corazón aquél que no se contenta
con mover la lengua, sino que aplica su intelecto a comprender lo
que dice". Otros santos Padres escribiendo respecto a la oración,
dicen que ella es mejor cuando es ofrecida por el intelecto
establecido en el corazón.
Lo que el apóstol dice aquí respecto a las asambleas de Iglesia,
puede aplicarse igualmente a la salmodia privada. Esta puede ser
cumplida por cada uno en particular, y el fruto será el mismo si ella
es hecha como se debe, es decir con atención, comprensión y
sentimiento, desde el fondo del corazón.
Notamos incluso que, aunque las palabras del apóstol se refieren
directamente al canto, su pensamiento vale para toda oración hecha
a Dios. Es esto lo que despierta en nosotros el Espíritu Santo.

La oración del intelecto en el corazón


Podemos orar usando oraciones ya compuestas; pero a veces la
oración nace directamente en nuestro corazón y, desde allí se eleva
hacia Dios. Tal era la oración de Moisés ante el Mar Rojo. El apóstol
se refiere a ese tipo de oración cuando dice: "Mediante la gracia,
cantad en vuestro corazón al Señor". Explicando este texto, San
Juan Crisóstomo escribe: "Cantad por la gracia del Espíritu, no es
simplemente con los labios, sino con atención, permaneciendo en
pensamiento ante Dios en vuestro corazón. He aquí lo que significa
la expresión: cantando al Señor; de otro modo, el canto no sirve
para nada y las palabras se desvanecen en el aire. No se canta para
la asistencia. Incluso sobre la plaza pública, es posible dirigirnos a
Dios en el interior de nosotros mismos, y cantar, sin ser escuchados
por nadie. Es bueno orar en el corazón, incluso cuando se está en
viaje, y ser elevado a las alturas por la oración". Solamente una
oración semejante es una oración verdadera. La oración vocal no es
una oración si tanto el intelecto como el corazón no oran igualmente.
Esta oración está formada en el corazón por la gracia del Espíritu
Santo. Aquél que se vuelve hacia Dios y es santificado por los
sacramentos, recibe al mismo tiempo un sentimiento de amor por
Dios en el interior de sí mismo; desde ese momento, comienzan a
construirse en su corazón los fundamentos del edificio que le
permitirá elevarse hacia las alturas. Si no lo destruye por medio de
una conducta indigna, ese sentimiento llegará a ser, con el tiempo,
la perseverancia y el trabajo, una llama; pero si él lo destruye por su
indignidad, aunque el camino del retorno y de la reconciliación con
Dios no esté cerrado para él, ese sentimiento no le será ya otorgado
en forma inmediata y gratuitamente. Tendrá ante él un largo y
penoso esfuerzo para cumplir, para reencontrarlo a fuerza de
oración. Pero Dios no rechaza a nadie.
Puesto que todos tienen la gracia, una sola cosa es necesaria:
dejar a esta gracia en libertad de actuar cuando el yo se encuentra
desleído y las pasiones desarraigadas. Cuanto más purificado está
nuestro corazón, más vivo llega a ser nuestro sentimiento hacia
Dios. Y cuando nuestro corazón está enteramente purificado,
entonces ese sentimiento de calor hacia Dios llega a ser un fuego.
Incluso en aquéllos que han cesado por un tiempo de experimentar
la obra de la gracia, este calor hacia Dios se reanima largo tiempo
antes de que ellos hayan alcanzado una completa purificación de
sus pasiones. No es todavía más que una semilla o una chispa, pero
si se vela sobre ella con cuidado, brilla y comienza a llamear. Pero
ella no es sin embargo todavía permanente; a veces se eleva y a
veces vuelve a caer y, cuando brilla, no es siempre con la misma
intensidad. Poco importa, por otra parte, con qué fuerza arde; esa
llama de amor se eleva siempre hacia Dios y le canta su cántico. Es
sobre ella que la gracia construye todo su edificio, pues está
siempre presente en los creyentes. Aquéllos que se dan sin retorno
a la gracia son guiados por ella; ella los forma y los educa de una
manera que sólo ella conoce.

Sentimientos y palabras
El sentimiento que se experimenta hacia Dios, incluso si no está
acompañado de palabras, es una oración. Las palabras sostienen y
a veces profundizan el sentimiento.

El don del sentimiento


Conservad con cuidado ese don del sentimiento, que os es
acordado por la misericordia de Dios. ¿Cómo? En primer lugar por
la humildad, atribuyendo todo a la gracia y nada a vosotros mismos.
Desde que vosotros confiéis en vosotros mismos, la gracia
disminuirá en vosotros y, si no os recuperáis, ella cesará por
completo su obra Entonces sólo os restará lamentaros y gemir. Por
lo tanto, considerándoos como polvo y ceniza, permaneced en la
gracia y no volquéis vuestro corazón ni vuestro pensamiento hacia
ninguna otra cosa, salvo por necesidad. Permaneced sin cesar con
el Señor. Si la llama interior comienza a debilitarse un poco,
inmediatamente esforzaos para que retome vigor. El Señor está
cerca. Si os dirigís hacia Él con temor y contrición, inmediatamente
recibiréis sus dones.

El cuerpo, el alma y el espíritu


El cuerpo está hecho de tierra; sin embargo, no es algo muerto
sino viviente, y dotado de un alma viviente. En esa alma se ha
insuflado un espíritu, el Espíritu de Dios, hecho para conocer a Dios,
venerarlo, buscarlo, gustarlo y encontrar la alegría en él y no en
otro.

El intelecto en el corazón
Volveos hacia el Señor, haciendo descender la atención del
intelecto en el corazón y allí, invocadlo. Estando el intelecto
firmemente establecido en el corazón, manteneos ante el Señor con
temor, reverencia y devoción. Si cumplís sin desfallecimiento esta
breve regla, los deseos y los sentimientos apasionados no se
elevarán jamás en vosotros, y tampoco, por otra parte, ningún otro
pensamiento.

La obra esencial de nuestra vida


La oración es obra esencial de nuestra vida moral y religiosa. La
raíz de esta vida consiste en una relación libre y consciente con
Dios que, entonces, dirige todas las cosas en nosotros. Es la
práctica de la oración la que expresa esta actitud hacia Dios, lo
mismo que los contactos sociales de nuestra vida cotidiana
expresan nuestra actitud moral hacia nuestro prójimo, y nuestro
combate ascético y nuestras luchas espirituales son la expresión de
nuestra actitud moral hacia nosotros mismos. Nuestra oración refleja
nuestra actitud hacia Dios, y nuestra actitud hacia Dios se refleja en
nuestra oración. Y puesto que esta actitud no es idéntica en todos,
la manera de orar no lo es tampoco. Aquél que no se preocupa de
su salvación no tiene, hacia Dios, la misma actitud que aquél que ha
renunciado al pecado y tiene celo por la virtud, pero que todavía no
ha entrado en el interior de sí mismo y no trabaja por el Señor más
que exteriormente.
Aquél que ha entrado en sí mismo, que lleva en él al Señor y
permanece en su presencia, tiene una actitud también diferente. El
primero es negligente en la oración como lo es en la vida, sólo ora
en la Iglesia y en la casa según la costumbre establecida, sin
atención ni sentimiento. El segundo lee muchas oraciones y va a
menudo a la iglesia; al mismo tiempo, intenta impedir a su espíritu
vagabundear, y hace lo que puede por colocar sus sentimientos
conforme a lo que lee; pero, a pesar de sus esfuerzos sólo lo
consigue muy raramente. El tercero, que está totalmente recogido
en sí mismo, permanece con su intelecto ante Dios, y le ora en su
corazón sin distracción, sin largas oraciones verbales, incluso
cuando permanece largo tiempo en oración en su casa o en la
Iglesia. Si vosotros quitáis al segundo la oración vocal, le quitáis
toda oración; si vosotros imponéis al tercero la oración vocal,
extinguiréis en él la oración por medio del viento de excesivas
palabras. Pues cada categoría de personas, cada grado de
ascensión hacia Dios, tiene su propia forma de oración y sus propias
reglas. ¡Qué importante es aquí ser instruido por aquéllos que tienen
experiencia, y qué peligroso querer guiarse y dirigirse uno mismo!

Oración en alta voz y oración silenciosa


¿Qué es mejor? ¿Orar con los labios u orar con el espíritu? Es
necesario usar las dos fórmulas; a veces orar con los labios, a veces
con el espíritu. Es, sin embargo, necesario explicar aquí que la
oración mental también supone el empleo de palabras que, en ese
caso no se escuchan desde afuera, sino que son solamente
pronunciadas en el interior del corazón. Mejor valdría decir esto:
Orad a veces con palabras sonoras, a veces silenciosamente con
palabras que no se escuchan. Pero es necesario velar para que la
oración, en alta voz o silenciosa, llegue del corazón.

El poder de la oración no está en la palabra


Orar es lo más simple de todo lo que existe. Manteneos con el
intelecto en el corazón ante la faz del Señor y decid: "Jesucristo,
Hijo de Dios, ten piedad de mí", o solamente: "Señor, ten piedad".
"Muy misericordioso Señor, ten piedad de mí pecador", o cualquier
otra palabra. El poder de la oración no está en las palabras, sino en
los pensamientos y los sentimientos.

Una actitud corporal firme


No es contradecir la enseñanza de los Santos Padres decir:
"Comportaos como lo entendáis, desde el momento en que
aprendéis a manteneros ante el Señor con el intelecto en el corazón,
pues ésa es la esencia misma de la oración". Entre las actitudes
corporales, hay algunas, sin embargo, que parecen particularmente
propias para armonizarse con la oración interior y le son
inseparables. Nuestro objetivo debe ser permanecer con la atención
en el corazón, y conservar todo el cuerpo en una vigilante tensión de
los músculos, sin permitir que nuestra atención sea influenciada y
distraída por las impresiones exteriores de los sentidos

La oración del corazón


Toda oración debe venir del corazón. Cualquier otra oración no
es tal. Las oraciones de los manuales, vuestras propias oraciones,
las oraciones muy breves, todas deben brotar de nuestro corazón
para ir hacia Dios ante quien nos presentamos. Y esto es tanto más
cierto para la Oración de Jesús.

Lo fundamental
Lo fundamental, es permanecer ante Dios con el intelecto en el
corazón, y continuar manteniéndose así ante él, sin cesar, día y
noche, hasta el fin de la vida.
b) LAS ETAPAS EN LA ORACIÓN

Tres etapas en la oración


Podemos distinguir tres etapas:
1. el hábito de la oración vocal común, en la iglesia o en la casa.
2. la unión de los pensamientos y de los sentimientos de piedad
con el intelecto y el corazón.
3. la oración continua.
La Oración de Jesús puede ir a la par con la primera o la
segunda de esas etapas, pero su verdadero lugar se encuentra con
la oración continua La condición principal para tener éxito en la
oración es purificar al corazón de todas las pasiones y de toda
ligazón con las realidades sensibles; a falta de ello, la oración
permanecerá siempre en el primer grado, es decir, vocal. Cuanto
más purificado esté el corazón, en mayor medida la oración vocal
llegará a ser oración del intelecto en el corazón, y cuando el corazón
haya llegado a ser totalmente puro, entonces la plegaria continua se
establecerá en él ¿Cómo puede llegarse a esto? En la iglesia,
seguid los oficios y retened los pensamientos y los sentimientos que
allí experimentáis. En vuestra casa, despertad en vosotros el
pensamiento y el sentimiento de la oración, y conservadlo en
vuestra alma con la ayuda de la Oración de Jesús.

Otras distinciones
La oración comporta diferentes grados. Al comienzo es sólo una
oración en palabras pronunciadas, pero debe acompañarse de la
oración del intelecto y del corazón que le da calor y estabilidad. Más
tarde, la oración del intelecto en el corazón conquista su
independencia; es a veces activa; estimulada por el esfuerzo
personal, y a veces actúa por sí misma y es otorgada como un don.
La oración en tanto que don es la misma cosa que la atracción
interior hacia Dios y se desarrolla a partir de dicha atracción. Más
tarde, cuando el estado del alma se ha estabilizado bajo la influencia
de esa atracción, la oración del intelecto en el corazón llega a ser
constantemente activa. Todas las atracciones pasajeras,
experimentadas anteriormente, son transformadas en estado de
contemplación; y es allí que comienza la oración contemplativa. El
estado de contemplación es una captación del espíritu, y de la visión
toda entera, por un objeto espiritual tan cautivante que todas las
cosas exteriores son olvidadas y permanecen enteramente ausentes
de la conciencia. El espíritu y la conciencia se sumergen tan
totalmente en el objeto contemplado que es como si nosotros no lo
poseyéramos más10.

Oración del hombre, don de la oración, oración


de éxtasis
Existe la oración que el hombre realiza, y existe la oración que
Dios mismo otorga a aquél que ora (I. Sam. 2,9)¹¹. ¿Quién no
conoce la primera?. Debéis conocer también la segunda, al menos
en su comienzo. Quien desea acercarse al Señor comienza a
hacerlo por medio de la oración. Comienza a ir a la iglesia, a orar en
su casa, con la ayuda de un libro de oraciones o no. Sin embargo,
sus pensamientos continúan vagabundeando. No llega a
dominarlos. A pesar de todo, cuanto más se sostiene en la oración,
en mayor medida sus pensamientos se calman y su oración llega a
ser pura. Pero la atmósfera del alma no está verdaderamente
purificada hasta que una pequeña llama espiritual no se haya
encendido allí. Esa llama es la obra de la gracia, no de una gracia
especial, sino de la gracia común a todos. Esta llama aparece
cuando el hombre alcanza un cierto grado de pureza en el orden de
su vida moral. Cuando se enciende esa pequeña llama, o cuando un
calor permanente se forma en el corazón, el torbellino de los
pensamientos se aplaca. Sucede al alma la misma cosa que a la
mujer que padecía flujo de sangre: "El flujo cesó" (Luc 8, 44).
Cuando se llega a ese estado, la oración llega a ser más o menos
continua; y es aquí que la Oración de Jesús sirve de intermediario.
Este es el límite que puede alcanzar la oración realizada por el
hombre. Creo que esto está bien claro para vosotros.
Más allá de ese estado, nos puede ser acordado otro tipo de
oración, que es dada al hombre en lugar de ser realizada por él. El
espíritu de oración se expande en el hombre y lo conduce hacia las
profundidades del corazón, como si fuera tomado de la mano y
conducido por la fuerza de un lugar a otro. El alma es mantenida
cautiva por una fuerza que la invade, y ella prefiere permanecer así
en el interior, tanto tiempo como esa fuerza irresistible de la oración
mantenga sobre ella su dominio. Este "desvanecimiento" se hace en
dos etapas. En el curso de la primera, el alma ve todo y permanece
consciente de sí misma y de todo lo que la rodea; permanece capaz
de razonar y de gobernarse, puede poner fin a ese estado si lo
quiere. Esto también debe quedar bien claro para vosotros.
Sin embargo, los Santos Padres, y especialmente San Isaac el
Sirio, mencionan un segundo grado de oración que es dado al
hombre y desciende sobre él. Isaac considera que esta oración, que
él llama éxtasis o arrobamiento, es más elevada que la descrita más
arriba. En ésta también el espíritu de oración desciende sobre el
hombre; pero el alma llevada por él, entra en tal estado de
contemplación que olvida todo lo que la rodea, cesa de razonar y se
contenta con contemplar. No tiene ya el poder de controlarse ni de
poner fin a ese estado. Recordad aquello que los santos Padres
relatan sobre un hermano que entró en oración antes de la comida
de la tarde y no volvió en sí hasta el día siguiente por la mañana.
Esa es la oración de contemplación, o de arrobamiento. Esta
oración es acompañada, entre algunos, por una iluminación del
rostro, o una luz que los envuelve ¹² o incluso, por la levitación. El
apóstol San Pablo estaba en ese estado cuando fue arrebatado
hasta el paraíso, y los santos profetas estaban también en ese
estado cuando fueron arrebatados por el Espíritu.
Admirad la inmensa misericordia de Dios hacia nosotros,
pecadores. Hacemos un pequeño esfuerzo y he aquí en qué
maravillas culmina. Se puede, entonces, decir con derecho a
aquéllos que luchan: continuad, pues vale la pena.

Oración de los labios, del intelecto, del corazón


Vosotros habéis sin duda escuchado expresiones tales como
"oración vocal", "oración mental", "oración del corazón". Es posible
que hayáis, igualmente, oído hablar de alguna de ellas
separadamente. ¿Por qué esas categorías? Lo que sucede, a causa
de nuestra negligencia, es que nuestra lengua recita las palabras
santas de la oración, mientras nuestro espíritu vagabundea por otros
lugares o bien que el espíritu comprende las palabras de la oración,
pero el corazón no responde por tales sentimientos. En el primer
caso, la oración es solamente vocal y no constituye totalmente una
oración; en el segundo caso, la oración mental se une a la oración
vocal, pero esta, oración es todavía imperfecta e incompleta. La
oración perfecta y real existe solamente cuando, a las palabras y a
los pensamientos, viene a unirse el sentimiento.
La oración interior, o espiritual, comienza cuando aquél que ora,
habiendo recogido su intelecto en su corazón, dirige desde allí su
oración hacia Dios, usando palabras que no son en adelante
pronunciadas por la boca, sino silenciosas, dándole gracias y
glorificándolo, confesando sus pecados con contrición e implorando
los bienes materiales y espirituales de los que tiene necesidad.
Debéis orar, no solamente con palabras, sino con el intelecto, y no
solamente con el intelecto, sino también con el corazón, de tal modo
que el intelecto comprenda y vea claramente lo que significan las
palabras, y que el corazón sienta lo que el espíritu piensa. Todos
esos elementos reunidos constituyen la oración real, y si uno de
entre ellos está ausente, vuestra oración no es perfecta, e incluso no
es realmente una oración.

El fuego de la oración y el paraíso en el alma


Cuando la oración interior se desarrolla, viene a dejar su señal
sobre la oración vocal; ella rige la oración exterior, e incluso la
absorbe. De allí resulta que el gusto por la oración se inflama, pues
entonces el paraíso se establece en el alma. Si os contentáis sólo
con la oración exterior os arriesgáis a enfriar vuestro esfuerzo,
incluso si la practicáis con atención y comprensión. La cosa principal
en la oración es el sentimiento del corazón.

Encerrad vuestro espíritu en las palabras de la


oración
Ya me he referido varias veces a la forma cómo esto se logra. No
debéis permitir a vuestros pensamientos vagabundear aquí y allí,
sino tan pronto como escapen, es necesario volverlos a recoger
inmediatamente, haceros reproches, lamentar y deplorar ese
vagabundaje del intelecto. San Juan Clímaco dijo: "Debéis hacer un
gran esfuerzo para encerrar el intelecto en las palabras de la
oración".

Oración de la imaginación, del intelecto y del


corazón
Cuando se pasa de lo exterior a lo interior, se comienza por
reencontrar la imaginación y sus fatasmagorías¹³. Muchos se
detienen allí, no hacen lo necesario para sobrepasar esta primera
etapa. En efecto, si oramos solamente por medio de nuestra
imaginación, no oramos como es debido. Tal es, por consiguiente, la
primera manera de orar, y es mala. La segunda etapa sobre el
camino que lleva al interior de sí mismo está representada por la
razón, el intelecto y el espíritu; de una manera general, por la
facultad racional y pensante del alma. Es necesario no demorarse
aquí, sino ir más adelante y, reuniendo esta potencia racional,
hacerla descender en el corazón; pues si permanecemos allí, nos
habremos introducido en una segunda manera de orar igualmente
mala, y cuyo rasgo característico es que el intelecto permanece en
la cabeza y quiere gobernar y regir por sí mismo todo lo que existe
en el alma. Ningún beneficio resulta de ello; el intelecto se interesa
en todo pero no puede dominar nada y así va de fracaso en fracaso.
Esta debilidad que sufre nuestro intelecto está largamente descrita
por San Simeón el Nuevo Teólogo14. Esta segunda manera de orar
podría llamarse oración del intelecto en la cabeza, por oposición a la
tercera manera, que es la oración del intelecto en el corazón.
Durante esta segunda etapa, mientras esta fermentación intelectual
se instala en la cabeza, el corazón, por su parte, hace su camino;
nadie se preocupa por él, se encuentra invadido de preocupaciones
y pasiones, sólo vuelve a sí mismo con la mayor dificultad.
Quisiera agregar a esta descripción de la segunda manera de
orar algunas palabras sacadas de la introducción a las obras de
Gregorio el Sinaíta 15, escrita por el starets Basilio16 monje de gran
hábito17 amigo y compañero de Paisij Velichkovsky18.
Después de haber citado a Simeón el Nuevo Teólogo, el starets
Basilio agrega: "Cómo esperar que se pueda conservar el intelecto
intacto velando solamente sobre los sentidos exteriores, mientras
que los pensamientos vagabundean de un lado a otro y se dejan
atraer hacia las cosas materiales? Es esencial, para el intelecto, a la
hora de la oración, refugiarse lo más pronto posible en el corazón y
permanecer allí, sordo y mudo a todos los pensamientos. Aquél que
sólo busca exteriormente no ver más, no escuchar más, no hablar
más, no obtiene casi resultados. Encerrad vuestro intelecto en la
celda de vuestro corazón y allí gozaréis de reposo, os abandonarán
los pensamientos malos y experimentaréis la alegría espiritual que
procuran la oración interior y la atención del corazón".
San Hesiquio de Batos19 dice: "Nuestro intelecto no puede evitar,
por sí mismo, los ensueños malos, y es necesario no esperar que lo
logre jamás. Cuidad, entonces, de no tener una elevada idea de
vosotros mismos, como hizo el antiguo Israel por temor de ser
vosotros también librados a vuestro enemigo invisible. Cuando el
Dios de toda criatura liberó a Israel del yugo de los Egipcios, los
Israelitas fabricaron una imagen esculpida para que los ayudara.
Ved en esta imagen esculpida vuestro débil intelecto: cuando él
invoca a Jesucristo contra los espíritus malos, los arroja fácilmente,
pero cuando en su locura, confía en sí mismo, sólo puede caer en
una falta repetida y grave”.

Deseo y sed de Dios


¿Qué sucede a aquél que desea ardientemente orar, o que es
atraído por la oración y qué debe hacer?
Cada uno tiene experiencia de ese deseo, en mayor o menor
grado mientras avanza en el camino de la vida cristiana, - si es que
ha comenzado a buscar a Dios mediante un esfuerzo personal -, y
hasta que alcanza finalmente el fin deseado, la comunión viviente
con Él. Esta experiencia se continúa, por otra parte, cuando el fin ha
sido alcanzado. Es un estado que recuerda el de un hombre
sumergido en profundos pensamientos, encerrado en sí mismo,
concentrado en su alma, no prestando atención a lo que lo rodea, a
las gentes, a las cosas, a los acontecimientos. Sin embargo, cuando
un hombre está sumergido en sus pensamientos, es el intelecto el
que actúa, mientras que aquí es el corazón. Cuando sobreviene la
sed de Dios, el alma está recogida en sí misma y permanece ante la
faz de Dios; a veces, ella despliega, ante él, las esperanzas y los
sufrimientos de su corazón, como Ana, la madre de Samuel; a
veces, ella le rinde gloria, como la muy santa Virgen María; o
incluso, permanece ante él en la admiración, como lo hizo a menudo
San Pablo. En ese estado, toda actividad personal, todo
pensamiento y todo proyecto se detiene; la atención deja de
aplicarse a las cosas exteriores. El alma en sí misma no quiere ya
interesarse en nada. Esto puede suceder cuando se está en la
iglesia o durante la oración, durante una lectura o una meditación,
incluso durante alguna ocupación exterior o mientras uno se
encuentra acompañado. Pero en ningún caso depende de nuestra
voluntad. Aquél que ha experimentado alguna vez esta sed no
puede olvidarla y busca volverla a sentir; la busca, pero no logrará
jamás hacerla volver mediante sus propios esfuerzos; ella viene por
sí misma. Una sola cosa depende de nuestra libre voluntad: cuando
ese estado de deseo sobreviene, no permitáis que cese, sino poned
la mayor atención en darle la posibilidad de permanecer en vosotros
durante el mayor tiempo posible.

Dos clases de oración interior


La oración interior consiste en permanecer ante Dios con el
intelecto en el corazón, sea que se viva simplemente en su
presencia, sea que se expresen súplicas, acciones de gracia y
alabanzas. Es necesario adquirir el hábito de mantenerse
constantemente en comunión con Dios, sin ninguna imagen, ningún
razonamiento, ningún movimiento perceptible en el pensamiento. Tal
es la expresión auténtica de la oración La esencia de la oración
interior, o sea mantenerse ante Dios con el intelecto en el corazón,
consiste precisamente en esto.
La oración interior comporta dos estados. El primero es arduo, es
el de aquél que se esfuerza en alcanzarlo por sí mismo; en el otro,
la oración brota y actúa por sí misma; se es involuntariamente
arrastrado a él, mientras que el primero debe ser objeto de un
esfuerzo constante. En verdad, por sí mismo, ese esfuerzo está
destinado al fracaso, pues nuestros pensamientos están siempre
dispersos; sin embargo, testimonia nuestro deseo de alcanzar la
oración incesante, y es por ello que atrae sobre nosotros la
misericordia del Señor; es por su causa que Dios, de tiempo en
tiempo, colma nuestro corazón de un impulso irresistible a través del
cual la oración espiritual se revela a nosotros bajo su verdadera
forma.

La oración que actúa por sí misma


En ese caso, cuando el espíritu de oración se vuelca sobre un
hombre, éste no puede, de ninguna manera, elegir qué forma de
oración le será acordada; ésas son las distintas corrientes de una
sola y misma gracia. Sin embargo, esas oraciones "infusas" son, de
hecho, de dos tipos. En el primero, se tiene la posibilidad de
obedecer o desobedecer a ese espíritu; se le puede ayudar o
separarse de él. En la segunda, no se puede hacer absolutamente
nada, se está sumergido en la oración y se permanece bajo el
imperio de una fuerza exterior que no deja libertad para actuar de
otro modo. La ausencia total de libertad de elección no existe, por
consiguiente, más que en esta última clase de oración. En todas las
otras, continúa existiendo la posibilidad de hacer una elección.

La oración del Espíritu


"El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables"
(Rom. 8, 26).
Estas palabras serán más fáciles de comprender si podemos
relacionarlas con algo que hayamos experimentado. El Espíritu se
mueve en nosotros a través de la oración que sobreviene por sí
misma. Habitualmente, para orar, utilizamos un libro de oraciones o
nuestras propias palabras. La oración puede estar acompañada de
sentimientos y de suspiros, pero nos es imposible provocarlos
deliberadamente. Fuera de esos sentimientos y de esos suspiros,
sucede a veces que la inspiración de orar sobreviene por sí misma,
forzándonos a orar y no dejándonos en paz en tanto que la oración
no se ha expresado enteramente. Es esto lo que describe el apóstol.
Es raro que se pueda precisar claramente el contenido de esta
oración, pero ella es, casi siempre, inspirada por un total abandono
a la voluntad divina y una entera confianza en la guía de Dios, ya
que él sabe, mejor que nosotros, lo que conviene a nuestro interior y
a nuestro exterior, desea nuestro bien más que nosotros mismos, y
está listo para procurarnos todo lo que es bueno y a disponerlo todo
para nuestro bien durante todo el tiempo en que nosotros mismos
no le opongamos resistencia Todas las oraciones compuestas por
los Santos Padres que han llegado hasta nosotros, son de este
origen y han sido inspiradas por el Espíritu; ésa es la razón por la
cual siguen siendo eficaces, de una manera tan permanente.

El acercamiento a la oración contemplativa


En la oración puramente contemplativa, las palabras y los
pensamientos desaparecen, no por nuestra voluntad, sino por
impulso previo. La oración del intelecto se transforma en oración del
corazón, o mejor, en oración del intelecto en el corazón; su aparición
coincide con la del calor en el corazón. A partir de ese momento, en
el curso normal de la vida espiritual, no hay ninguna otra. Esta
oración, profundamente arraigada en el corazón, puede prescindir
de palabras y de pensamientos; puede consistir únicamente en
permanecer en presencia de Dios, abriéndole nuestro corazón en la
adoración y el amor. Es un estado en el cual se es irresistiblemente
empujado a permanecer interiormente en presencia de Dios; o bien
es la visita del espíritu de oración. Pero todo esto no constituye
todavía la verdadera oración contemplativa, que es el estado de
oración más elevado, y que sólo aparece de tiempo en tiempo entre
los elegidos por Dios.

Oración activa y oración contemplativa


La acción de la oración en el corazón puede realizarse de dos
maneras. A veces es el intelecto el que actúa primero, uniéndose al
Señor por un continuo recuerdo suyo en el corazón; otras veces es
la oración que actúa por sí misma cuando, movida por el fuego de la
alegría, atrae el intelecto hacia el corazón y lo mantiene allí,
ocupado en invocar al Señor Jesús, sosteniéndose ante él con
respeto.
La primera clase de oración requiere un esfuerzo, la segunda
actúa por sí misma. En el primer caso, cuando la fiebre de las
pasiones se ha calmado, la acción de la oración comienza a
manifestarse en el cumplimiento de los mandamientos y el calor del
corazón como consecuencia de la invocación perseverante del
Señor Jesús.
En el segundo caso, el Espíritu atrae al intelecto hacia el corazón
y lo establece en sus profundidades, impidiendo su vagabundaje
habitual. En ese caso, no se está como prisionero llevado de
Jerusalén a Asiria, sino, por el contrario, como un repatriado que
vuelve de Babilonia a Sión, diciendo con el profeta: "Eres alabado,
oh Dios, en Sión. y se cumplirán en Jerusalén los votos que te han
hecho" (Salmo 64, 2).
Además de esos dos tipos de oración, es posible encontrar, a
veces el intelecto activo, y otras el intelecto contemplativo. El
intelecto activo destruye las pasiones con ayuda de Dios. El
intelecto contemplativo ve a Dios, en la medida en que esto es
posible para el hombre.

El peregrinaje interior del intelecto y el corazón


Aquél que se ha arrepentido, se pone en camino hacia el Señor.
Ese viaje es un peregrinaje cumplido en el intelecto y en el corazón.
Es necesario poner los pensamientos en el intelecto de acuerdo con
las disposiciones del corazón, de tal modo que el espíritu del
hombre esté sin cesar con el Señor, como si estuviera ligado a él
Aquél que está así unificado, y constantemente iluminado por la luz
interior, recibe en sí mismo los rayos de la iluminación espiritual,
como Moisés cuyo rostro fue glorificado sobre la montaña porque
estaba iluminado por Dios. David alude éste cuando dice: "La luz de
tu rostro ha sido impresa sobre nosotros" (Salmo 4, 7). El medio de
alcanzar este estado es orar con el intelecto en el corazón. Sólo
cuando esto comienza a realizarse la visión del intelecto se hace
clara, y el espíritu, contemplando a Dios en la luz, recibe de él la
facultad de ver y de arrojar todo lo que podría hacernos avergonzar
delante suyo. Muchos buscan aproximarse a Dios a través,
simplemente, de palabras y actos exteriores. Pasan su vida con la
esperanza de lograrlo, pero no lo alcanzarán jamás, pues no siguen
el buen camino. Es a ellos a quienes decimos: Venid a Dios con el
intelecto en el corazón y seréis iluminados; no tendréis ya que sufrir
derrotas por parte del enemigo que, hasta ahora, a pesar de nuestra
corrección exterior, os ha dominado constantemente y puesto
vergüenza en vuestros pensamientos y en los sentimientos de
vuestro corazón. El os dará poder sobre todos los otros movimientos
del alma y os hará capaces de confundir al enemigo cada vez que él
intente confundiros.

Orad como si lo hicierais por primera vez


No consideréis jamás una obra espiritual firmemente establecida,
y esto es particularmente verdadero respecto a la oración, orad
siempre como si lo hicierais por primera vez. Cuando hacemos algo
por primera vez comenzamos con entusiasmo nuevo y voluntad
ardiente. Cuando comenzáis a orar, si lo hacéis siempre como si
jamás hubierais orado como es debido, y ahora, por primera vez,
desearais hacerlo; entonces oraréis siempre con un ardor renovado
y viviente. Y todo irá bien.
Si no lográis éxito en la oración, no esperéis alcanzarlo en otra
cosa. Pues la oración es la raíz de todo.
2. LA ORACIÓN DE JESÚS
a) LA MEDITACIÓN SECRETA20
La meditación interior debe comenzar lo antes
posible

RECOGEOS en vuestro corazón y allí practicad la meditación


secreta. Por ese medio, con la ayuda y la gracia de Dios, el espíritu
de celo conservará en vosotros su verdadero carácter, ardiendo a
veces menos, a veces más. La meditación secreta nos coloca sobre
el camino de la oración interior, que es el camino más directo hacia
la salvación. Podemos abandonar todo lo demás y consagrarnos
únicamente a esta obra, y todo irá bien. Por el contrario, si
cumplimos todos nuestros deberes, pero desdeñamos esta
ocupación jamás lograremos fruto.
Aquél que no entra en sí mismo y menosprecia esta tarea
espiritual no hará ningún progreso. Es necesario reconocer, sin
embargo, que esta tarea es extremadamente difícil, en particular al
comienzo. Sin embargo, ella da resultados abundantes y rápidos.
Un Padre espiritual debería, entonces, iniciar a sus discípulos en la
práctica de la oración interior lo antes posible, y afirmarlos en
seguida sobre dicha práctica. Se puede, incluso, hacerlos comenzar
con ella antes que con las observancias exteriores, o al mismo
tiempo: de todos modos, es esencial no desdeñar esta iniciación,
por temor a que luego sea demasiado tarde. En efecto, la semilla
misma del crecimiento espiritual está escondida en esta oración
interior. Lo único necesario es subrayar su importancia y explicar la
manera de iniciarla. Si esta oración está bien implantada en
nosotros, todas las obras exteriores serán, ellas también, cumplidas
en buena gracia y con fruto; sin ella, toda la actividad exterior
semeja a una cuerda podrida que se parte a cada instante. Notad
bien que esta práctica debe desarrollarse progresivamente,
lentamente, con una gran sobriedad, pues, si no se adopta
progresivamente, se corre el riesgo de que pierda su carácter
fundamental, y no sea más, al cabo de algún tiempo, que una simple
observancia exterior. Por consiguiente, aunque existen
efectivamente personas que, a partir de una regla exterior arriban a
la vida interior, el principio inalterable debe ser: volverse, en lo
posible, hacia el interior y encender allí el espíritu de celo.
Esto parece muy simple, pero si no sois bien informados sobre la
oración interior, podéis encadenaros largo tiempo sin recoger nada.
Esto sucede porque la actitud exterior es, por naturaleza, más fácil y
por lo tanto más atrayente; la actividad interior, por el contrario, es
difícil y, por consiguiente, desalienta. Aquél que se liga a la primera,
considerándola esencial, llegará a ser, él mismo, poco a poco,
material; su celo se enfriará, su corazón se emocionará raramente,
se alejará cada vez más dé la obra interior y creerá que debe dejarla
de lado hasta el momento en que esté maduro para emprenderla.
Cuando más tarde mire hacia atrás, comprenderá que ha dejado
escapar el momento favorable. En lugar de esforzarse por adquirir
gradualmente una vida interior más sólida, se habrá hecho incapaz
de dedicarse a ella. No es que debamos abandonar la obra exterior;
por el contrario, ella es el sostén de la obra interior y ambas deben
ser llevadas a la par. Es necesario, sin embargo, dar prioridad a la
adoración interior, pues debemos servir a Dios en espíritu, adorarlo
en espíritu y en verdad. Las dos actividades dependen una de la
otra; pero es preciso recordar su valor respectivo e impedir que la
una excluya a la otra para que no se introduzca una separación en
nuestra consagración a Dios.

Permaneced en el interior y adorad en el secreto


Lo que los santos Padres consideran más importante, lo que
recomiendan en mayor medida a sus discípulos, es comprender
bien el estado espiritual y el arte de mantenerse en sí. No hay más
que una regla para aquél que quiere alcanzar ese estado:
Permaneced en su interior y allí adorad en el secreto del
corazón, meditad sobre el pensamiento de Dios, recordad la muerte
y considerad con contrición los pecados cometidos. Tened
conciencia de estas cosas y repasadlas en vosotros mismos.
Preguntaos, por ejemplo: "¿Dónde voy?". O bien, decíos: "Soy un
gusano y no un hombre". La meditación secreta consiste en rumiar
tales palabras en el corazón, con atención, esforzándonos por
comprender el sentido.
Se puede resumir en una corta fórmula los medios de despertar
y preservar en sí, el espíritu de celo: No bien despertéis, entrad en
vosotros mismos, permaneced encerrados en vuestro corazón,
considerad todas las actividades de la vida espiritual, consagraos a
algunas que de entre ellas hayáis elegido y manteneos en esto. O,
más brevemente aún: Recogeos y orad secretamente en vuestro
corazón.

Evitar el embotamiento
Cada día rumiad en vuestro espíritu un pensamiento que os haya
impresionado profundamente y que haya caído en vuestro
conocimiento. Si no ejercitáis vuestra aptitud para pensar, vuestra
alma se embotará.

b) LA ORACIÓN INCESANTE

Cómo adquirir la oración incesante


Algunos pensamientos espirituales se imprimen más
profundamente que otros en el corazón. Cuando se ha terminado
con las oraciones es necesario continuar rumiando esos
pensamientos y alimentarse de ellos. Es el camino para llegar a la
oración incesante.

La oración incesante sin palabras


Elevar el corazón hacia Dios y decir con contrición: "Señor, ten
piedad; Señor, otórgame tu bendición! Señor, ven en mi ayuda!",
esto se llama orar a Dios. Sin embargo, si un sentimiento hacia Dios
ha nacido y vive en vuestro corazón, entonces poseéis la oración
incesante, aunque vuestros labios no pronuncien palabras y vuestro
cuerpo no esté en actitud de oración.

Es necesario orar siempre y en todo lugar


"Haced en todo tiempo, en el espíritu, toda clase de oraciones y
súplicas". (E f. 6, 18)
Hablando de la necesidad de la oración, el apóstol nos muestra
cómo debemos orar si queremos ser escuchados: "Haced toda
clase de oraciones y súplicas"-, dice, en otros términos: "Orad con
ardor, con dolor en el corazón, con un ardiente deseo de amar a
Dios". Luego agrega: "Orad sin cesar", en todo tiempo. Por medio de
esas palabras nos invita a orar con perseverancia e
infatigablemente. La oración no debe ser una ocupación limitada a
cierto tiempo sino un estado permanente del espíritu. "Tened
cuidado, dice San Juan Crisóstomo, de no limitar vuestra oración a
un momento particular de la jornada". Es necesario orar en todo
tiempo. El apóstol recomienda: "Orad sin cesar" (1 Tes. 5, 17) y,
finalmente, nos invita a orar "en el espíritu"; en otros términos, la
oración no debe ser solamente exterior, sino también interior, una
actividad del intelecto en el corazón. Es en esto donde reside la
esencia de la oración, en elevar el intelecto y el corazón hacia Dios.
Los santos Padres hacen, sin embargo, una distinción entre la
oración del intelecto en el corazón y la oración suscitada por el
Espíritu. La primera es una actividad consciente del hombre en
oración, mientras que la segunda es dada al hombre; y aunque él no
sea consciente de ello, ella actúa por sí misma, independientemente
de sus esfuerzos. Este segundo tipo de oración, suscitada por el
Espíritu, no es algo de lo que se pueda recomendar la práctica, pues
no está en nuestras posibilidades realizarla. Podemos desearla,
buscarla y recibirla con gratitud, pero no podemos alcanzarla
cuando queremos. Sin embargo, en aquéllos cuyo corazón está
purificado, la oración es, generalmente, movida por el Espíritu.
Tenemos, por consiguiente, razón para suponer que el apóstol se
refiere a la oración del intelecto en el corazón cuando dice: "Orad en
el espíritu". Se puede agregar: Orad con el intelecto en el corazón,
con el deseo de alcanzar la oración movida por el Espíritu. Una
oración semejante conserva al alma consciente ante el rostro de
Dios omnipresente. Atrayendo hacia sí el rayo divino y reflejando a
partir de sí ese mismo rayo, ella dispersa los enemigos. Se puede
decir con certitud que ningún demonio puede aproximarse al alma
que ha llegado a un estado semejante. Es sólo de esta manera que
podemos orar siempre y en todas partes.

¿El secreto de la oración incesante? El amor


"Orad sin cesar" dice San Pablo a los Tesalónicos (5, 17). Y en
otro lugar recomienda: "Orad sin cesar, con toda aplicación, en el
Espíritu" (Ef. 6, 18), "Perseverad en la oración y velad" (Col. 4, 2),
"Continuad vuestras instancias en la oración" (Rom. 12, 12). El
Salvador también enseña la necesidad de la constancia y de la
perseverancia en la oración en la parábola de la viuda importuna
que consiguió ganar su causa ante el juez inicuo mediante la
perseverancia en sus súplicas (Lúe. 18, 1-18). Aparece pues,
claramente, que la oración incesante no es una prescripción
accesoria, sino la característica esencial del espíritu cristiano. Según
el apóstol, la vida de un cristiano está "oculta con Cristo en Dios"
(Col. 3, 3). El cristiano debe, por consiguiente, vivir continuamente
en Dios, con atención y sentimiento; hacer esto, es orar sin cesar.
San Pablo nos enseña, también, que todo cristiano es "el templo de
Dios", en el cual "permanece el Espíritu de Dios" (1 Co. 3, 16; 6, 19;
Rom. 8, 9). Es ese Espíritu, siempre presente, el que ora en él "con
gemidos inefables" (Rom. 8, 26), y el que le enseña cómo orar sin
cesar.
La primera manifestación de la gracia, cuando ella se emplea en
la conversión de un pecador, es volver su intelecto y su corazón
hacia Dios. Más tarde, después que el pecador se ha arrepentido y
consagrado su vida a Dios, la gracia, que no actúa en él más que
exteriormente, desciende sobre él y permanece allí por medio de los
sacramentos; entonces, el hecho de tener el intelecto y el corazón
vueltos hacia Dios, que constituye la esencia de La oración, llega a
ser en él un estado permanente. Esto sólo se hace por grados y,
corno sucede con cualquier otro don, ese don debe ser conservado.
Ello se logra mediante el esfuerzo en la oración y, en particular, por
una práctica paciente y atenta de las oraciones de la Iglesia. Orad
sin cesar, ejercitaos en orar, y llegaréis a la oración continua, que
actuará por sí misma en vuestro corazón sin que haga falta un
esfuerzo especial.
Es evidente que no basta, para observar el consejo del apóstol,
practicar simplemente ciertas oraciones prescriptas a horas fijas; es
necesario que se marche continuamente ante Dios, que se le
consagren todas las actividades a aquél que ve todo y que está
presente en todas partes, que se eleve un llamado cada vez más
ferviente hacia el cielo, con el intelecto en el corazón. La vida
entera, en todas sus manifestaciones, debe estar impregnada por la
oración. Pero el secreto de esta vida es el amor del Señor. Corno la
novia que ama a su prometido está siempre con él por el recuerdo y
por el pensamiento, así, el alma unida a Dios por el amor,
permanece constantemente con él y le dirige ardientes súplicas
desde el fondo de su corazón. "Aquél que está unido al Señor forma
un solo espíritu con El" (1, Co. 6, 17).

La práctica de los apóstoles


Recuerdo que San Basilio el Grande²¹ había resuelto de la
manera siguiente la cuestión de saber cómo los apóstoles podían
orar sin cesar: en todo lo que ellos hacían, decía él, pensaban en
Dios, y su vida le estaba totalmente dedicada. Ese estado espiritual
era su oración incesante.
Una oración implícita
Lamentáis que la Oración de Jesús no sea incesante en
vosotros, que no la recitáis constantemente, pero la repetición
constante no es requerida. Lo que se requiere, es vivir
constantemente con Dios, tenerlo presente en vuestro corazón
cuando habléis, leáis, veléis, y reflexionéis sobre cualquier cosa.
Como por otra parte, vosotros practicáis la Oración de Jesús de
manera correcta, continuad como lo habéis hecho hasta el presente
y, cuando llegue el momento, la Oración extenderá su dominio.

Mantenerse ante Dios en adoración


Podemos a veces consagrar todo el tiempo previsto por nuestra
regla de oración a recitar un salmo, a componer nuestra propia
oración a partir de cada versículo. O podemos pasar este tiempo
recitando la Oración de Jesús con postraciones. Incluso, podemos
hacer un poco de cada una de estas cosas. Pero lo que Dios nos
pide, es nuestro corazón (Prov. 23, 26); y es suficiente que éste
permanezca en su presencia en la adoración. Mantenerse siempre
ante Dios en adoración, esto es la oración continua; ésa es su
exacta descripción. Y, a este respecto, la regla de la oración no es
más que el aceite para la llama, o la madera en el hogar.

He colocado al Señor ante mí


Mediante la gracia de Dios se desarrolla, finalmente, una oración
solo del corazón, una oración espiritual, suscitada allí por el Espíritu
Santo. Aquél que ora está consciente de ello, aunque no sea él el
que hace la oración, pues ella se desarrolla por sí misma en él. Una
oración semejante es el atributo de aquéllos que son perfectos. Pero
la oración accesible a todos, y que es requerida de todos, es la
oración en la cual el pensamiento y los sentimientos están siempre
unidos a las palabras.
Existe también otra clase de oración que se denomina
"permanecer ante Dios"; consiste en que, aquél que ora
enteramente concentrado en su corazón, contempla mentalmente a
Dios, presente ante él y en él. Al mismo tiempo, experimenta
sentimientos que corresponden a ese estado: temor de Dios y
admiración adorante ante su grandeza infinita, fe y esperanza, amor
y abandono de la voluntad, contrición y disposición a aceptar todos
los sacrificios. Ese estado es acordado a aquél que se absorbe
profundamente en la oración ordinaria, de los labios, del intelecto y
del corazón; aquél que ora así durante un tiempo bastante largo y
de la manera conveniente, conocerá ese estado cada vez con
mayor frecuencia, hasta que llegue a ser permanente; entonces se
podrá decir que él marcha en presencia de Dios y, esto, constituye
la oración incesante. David estaba en ese estado cuando decía de
sí mismo: "He colocado al Señor ante mí para siempre. Puesto que
El está a mi derecha, no seré confundido" (Salmo, 15, 18).

La oración que se repite por sí misma


Sucede a menudo que una persona, mientras se dedica a sus
obligaciones exteriores, no se ocupa de ninguna actividad interior,
de modo que su vida permanece sin llama. ¿Cómo podemos evitar
esto?. En cualquier tarea que se deba cumplir, es necesario colocar
un corazón lleno de temor de Dios, un corazón constantemente
impregnado del pensamiento de Dios; y es por esta puerta que el
alma entrará en la vida activa. Todos nuestros esfuerzos deben
tender a conservar el pensamiento incesante de Dios, a permanecer
continuamente conscientes de su presencia: "Buscad al Señor…
Buscad continuamente su rostro" (Sal. 54, 4). La sobriedad y la
oración interior reposan sobre esta base.
Dios está en todas partes: velad para que vuestros
pensamientos estén igualmente siempre con Dios. ¿Cómo puede
hacerse esto? Los pensamientos se empujan unos a otros como
moscardones en un enjambre, y las emociones siguen a los
pensamientos. A fin de ligar su pensamiento a un objeto único, los
Padres tomaban el hábito de repetir constantemente una corta
oración: gracias a esa repetición constante, ella terminaba por
adherirse a la lengua y a repetirse merced a su propio movimiento.
De esta manera, su pensamiento se adhería a la oración y,
mediante la oración, al recuerdo continuo de Dios. Una vez que este
hábito se adquiere, la oración nos mantiene en el recuerdo de Dios y
el recuerdo de Dios nos mantiene en la oración; ambos se sostienen
mutuamente. He aquí pues, un camino para llegar a marchar ante
Dios.
La oración interior comienza cuando establecemos nuestra
atención en el corazón y cuando es una oración brotada del corazón
la que ofrecemos a Dios. La actividad espiritual comienza cuando
permanecemos ante Dios en el recogimiento, guardando nuestra
atención y rechazando todo pensamiento que intente entrar en
nosotros.

¡Oh Dios mío, qué rigor!


La regla monástica fundamental es permanecer constantemente
con Dios en el intelecto y el corazón, es decir orar sin cesar. Para
conservar calor y vida en nuestro esfuerzo por lograrlo, se han
establecido oraciones definidas, o sea el ciclo de oficios cotidianos
en la Iglesia y ciertas oraciones que se dicen en la celda. Sin
embargo, lo principal es tener, constantemente, un sentimiento de
amor hacia Dios. Ese sentimiento nos da la fuerza necesaria para
llevar una vida espiritual y conservar en nuestro corazón su calor. Es
ese sentimiento el que constituye nuestra regla. Durante el tiempo
que permanece, él reemplaza todas las otras reglas. Si está
ausente, no existen lecturas, por asiduas y numerosas que sean,
que puedan suplirlo. Las oraciones son hechas para alimentar ese
sentimiento, y si no lo hacen no tienen razón de ser. No son más
que un trabajo estéril, semejan a un vestido que no cubre ningún
cuerpo, o a un cuerpo sin alma. ¡Oh Dios mío, qué rigor! Pero no se
pueden decir tales cosas distintas de lo que son.
c) LA ORACIÓN DE JESÚS

La simplicidad de la Oración de Jesús


La práctica de la Oración de Jesús es simple. Permaneced ante
el Señor con la atención en el corazón y decidle: "¡Señor Jesucristo.
Hijo de Dios, ten piedad de mí!" El aspecto esencial de esta oración
no se encuentra en las palabras, sino en la fe, la contrición, el
abandono al Señor. Con tales sentimientos, se puede incluso
permanecer ante el Señor sin ninguna palabra, y estar, sin embargo,
en oración.

Bajo la mirada de Dios


Trabajad recitando la Oración de Jesús. Que Dios os bendiga.
Sin embargo, al hábito de recitar esta oración oralmente, agregad el
recuerdo del Señor, acompañado de temor y piedad. Lo principal es
marchar ante Dios, o bajo la mirada de Dios, conscientes de que
Dios nos mira, que busca nuestra alma y nuestro corazón, que ve
todo lo que pasa. Esta conciencia es la palanca más poderosa que
existe en el mecanismo de la vida espiritual.

Un refugio para los indolentes


La experiencia de la vida espiritual muestra que aquél que tiene
celo por la oración no necesita que se le enseñe cómo llegar a la
perfección en ese dominio. Proseguido con paciencia, el esfuerzo en
la oración conducirá por sí mismo a la más alta cumbre de la
oración.
Pero, ¿qué deben hacer las personas débiles o indolentes, en
particular aquéllos que, antes de haber comprendido la verdadera
naturaleza de la oración, se han endurecido en la rutina y enfriado
por una lectura formalista de las oraciones obligatorias? La técnica
de la oración de Jesús puede ser para ellos un refugio y una fuente
de fuerza. ¿No es acaso, ante todo para ellos, que ha sido
inventada esa técnica, con el solo fin de incorporar la oración interior
en su corazón?

Un remedio contra la somnolencia


Está escrito en los libros que, cuando la Oración de Jesús
adquiere fuerza y se establece en el corazón, nos colma de energía
y expulsa la somnolencia. ¡Pero, una cosa es decir que ella viene
habitualmente a la lengua y, otra, que se ha establecido en el
corazón!

Penetrar profundamente en la Oración de Jesús


Penetrad profundamente en la Oración de Jesús con toda la
fuerza de que seáis capaces. Ella realizará la unidad en vosotros, os
comunicará un sentimiento de fuerza en el Señor y tendrá por
resultado que permanezcáis sin cesar con él, ya sea que estéis
solos o con otros, que os dediquéis a los cuidados de la casa, que
leáis u oréis. Solamente, no atribuyáis el poder de esta oración a la
repetición de ciertas palabras, sino al hecho de que conserváis el
intelecto y el corazón vueltos hacia el Señor, repitiendo esas
palabras. Dicho de otro modo, a la actividad que acompaña esa
repetición.

Una luz para nuestros pasos


Aprended a practicar la oración del intelecto en el corazón, pues
la Oración de Jesús es una lámpara sobre nuestros pasos y una
estrella que nos guía en nuestra ruta hacia el cielo, así como lo
enseñan los Santos Padres en La Folicalía. La Oración de Jesús,
brillando sin cesar en el intelecto y en el corazón, es una espada
contra las debilidades de la carne, contra los malos deseos de la
gula y la lujuria. Después de las primeras palabras: "Señor
Jesucristo, Hijo de Dios", podéis continuar así: "¡Mediante la
intercesión de tu Madre, ten piedad de mí, pecador!”.
La oración exterior, por sí sola, es insuficiente. Dios mira el
intelecto, y esos monjes que no unen la oración interior a la oración
exterior no son monjes, sino que semejan madera seca, buena para
el fuego. El monje que no conoce, el monje que ha olvidado la
práctica de la Oración de Jesús, no lleva sobre sí el sello de Cristo.
Los libros no pueden enseñarnos la oración interior, sólo pueden
hacernos conocer métodos exteriores para ayudarnos a practicarla.
Es necesario permanecer fiel con perseverancia.

Por las mañanas, al trabajo con el intelecto y el


corazón en Dios
Habéis ya leído algo respecto de la Oración de Jesús, ¿no es
así? Y sabéis por la experiencia de la práctica lo que ella es. Es
únicamente por esta oración que el buen orden del alma puede ser
mantenido con firmeza. Es únicamente gracias a esta oración que
podemos conservar sin turbación nuestra paz interior, incluso
cuando somos distraídos por las preocupaciones exteriores. Es
únicamente mediante esta oración que es posible cumplir el
mandato de los Padres: "Las manos al trabajo, el intelecto y el
corazón con Dios". Cuando esta oración es incorporada en nuestro
corazón, no se interrumpe más y corre apaciblemente, con un
movimiento siempre igual.
El sendero que lleva a la realización de un orden interior riguroso
es muy rudo, pero es posible preservar esta disposición de espíritu
(o una semejante) durante las tareas diversas e inevitables que
tenéis que cumplir y, lo que lo hace posible, es la Oración de Jesús,
cuando ella está injertada en el corazón. ¿Cómo se injerta en el
corazón? Todo lo que se puede responder, es que eso se hace.
Todo el que realiza esfuerzos en ese sentido llega a ser cada vez
más consciente de ello, pero sin saber cómo tal cosa ha podido
producirse. Para adquirir ese orden interior, nos es necesario
marchar siempre en la presencia de Dios, repitiendo la Oración de
Jesús tan frecuentemente como sea posible. Siempre que tengamos
un momento libre, volvamos a comenzar y, poco a poco, la oración
se injertará en nosotros.
La lectura es uno de los mejores medios para dar vida a la
oración, pero es mejor leer principalmente lo que se relaciona con la
oración.

Sobre la Oración de Jesús y el calor que la


acompaña
Orar consiste en mantenerse espiritualmente ante Dios en
nuestro corazón, en la adoración, la acción de gracias, la súplica y la
contrición. Todo esto debe ser espiritual. La raíz de toda oración es
el temor de Dios; es de ella que nace la fe en Dios, la sumisión a su
voluntad, la esperanza y la ligazón con él en un sentimiento de
amor, en el olvido de todas las cosas creadas.
Cuando la oración es poderosa, todos esos sentimientos
coexisten en el corazón con la misma intensidad. ¿Cómo puede
ayudarnos en esto la Oración de Jesús? Por el calor que se
desarrolla en el corazón y a su alrededor.
El hábito de orar no se adquiere de inmediato; requiere una larga
práctica y muchos esfuerzos.
La Oración de Jesús, y el calor que la acompaña, son la mejor
ayuda que se pueda tener para formar en sí mismo el hábito de la
oración. Notad, sin embargo, que solo se trata de medios, no de
cosa en sí misma.
Es posible que, careciendo de la oración real, se tenga a la vez
la Oración de Jesús y la sensación de calor. Esto sucede, por
extraño que parezca.
Cuando oramos, debemos permanecer en nuestro intelecto ante
el Señor y pensar sólo en él. Sin embargo, los pensamientos
diversos van y vienen en el intelecto y le llevan lejos de Dios. Para
enseñar al intelecto a fijarse sobre un solo objeto, los santos Padres
hacían uso de cortas oraciones, habituándose a recitarlas sin cesar.
Esta repetición incesante de una oración breve mantiene al intelecto
en el pensamiento de Dios y dispersa todos los otros pensamientos.
Ellos utilizaban diferentes fórmulas, pero es la Oración de Jesús la
que se ha impuesto, particularmente entre nosotros, y la que se
emplea más generalmente: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten
piedad de mí pecador".
He aquí, pues, lo que es la Oración de Jesús. Es una de esas
numerosas oraciones breves; es vocal, como todas las otras
oraciones de ese tipo. Su fin es mantener el intelecto en el simple
pensamiento de Dios.
Todos aquéllos que adquirieron el hábito de esta oración y lo
utilizan correctamente, mantienen efectivamente el recuerdo
incesante de Dios.
Puesto que el recuerdo de Dios en un corazón sinceramente
creyente está naturalmente acompañado por un sentimiento de
piedad, de esperanza, de acción de gracias, de abandono a la
voluntad de Dios, y por otros sentimientos espirituales, la Oración de
Jesús, que produce y salvaguarda ese recuerdo de Dios, es llamada
oración espiritual. Ella sólo puede llevar legítimamente ese nombre
cuando está acompañada por tales sentimientos. Si no, sólo es una
oración vocal, como cualquier otra invocación del mismo tipo.
He aquí, pues, lo que se debe pensar de la Oración de Jesús.
Veamos ahora lo que significa el calor que acompaña la práctica de
esta oración.
Si se desea que el uso de una oración breve favorezca la
concentración del intelecto, es necesario velar sobre la atención y
hacerla descender en el corazón; pues, durante todo el tiempo que
el intelecto permanezca en la cabeza, donde los pensamientos van
y vienen, le será imposible consagrarse sobre un objeto único. Pero,
cuando la atención desciende en el corazón, atrae allí a todas las
potencias del alma y del cuerpo, en un solo hogar. Esta
concentración de toda la vida del hombre en un solo lugar, tiene
como consecuencia inmediata el despertar, en el corazón, de una
sensación especial, que es el comienzo del calor que llegará. Esta
sensación, ligera al principio, se hace poco a poco más fuerte, más
firme, más profunda. En primer lugar no es más que una tibieza,
pero desarrolla poco a poco una sensación de calor que concentra
sobre sí toda la atención.
Así pues, mientras que en el curso de las etapas iniciales la
atención será mantenida en el corazón por un esfuerzo de voluntad,
a la larga esta atención, por su propio vigor, da nacimiento al calor
del corazón. Este calor retiene la atención sin que haya necesidad
de esforzarse. Ambos se acompañan y se fortifican mutuamente;
deben permanecer inseparables, porque la dispersión de la atención
pronto hace enfriar ese calor, y ese enfriamiento del corazón debilita
la atención.
Una regla de vida espiritual se establece, pues, a partir de allí: "si
mantenéis vuestro corazón viviente ante Dios, os acordaréis
constantemente de él". Estas palabras pertenecen a San Juan
Clímaco.
Una cuestión se plantea ahora: ¿es este calor espiritual? No, no
es espiritual. Es un calor físico común. Pero, puesto que mantiene la
atención del intelecto en el corazón y, por ese hecho, ayuda al
desarrollo de los movimientos espirituales que hemos descrito más
arriba, se le llama espiritual, - a condición, sin embargo de que no se
transforme en un placer sensual, incluso ligero, sino que mantenga
al alma y al cuerpo en paz -.
Concluyamos, por consiguiente, que cuando el calor que
acompaña a la Oración de Jesús no incluye sentimientos
espirituales, no debe llamarse espiritual, ya que se trata solamente
del calor de la sangre. Nada malo hay, sin embargo, en esta
sensación desde el momento que no se acompaña de placer
sensual, ni siquiera ligero, pues en ese caso, sería peligroso y se
haría necesario suprimirlo.
Las cosas comienzan a andar mal cuando la sensación de calor
desciende a las partes del cuerpo colocadas por debajo del corazón,
y van peor aún cuando, gozando de ese calor, imaginamos que es
todo lo que importa, sin preocuparnos de sentimientos espirituales ni
tampoco del recuerdo de Dios; y no tenemos otra preocupación que
sentir ese calor.
Este error se encuentra a veces, aunque no en todos ni siempre.
Debe ser discernido y corregido, de lo contrario, el calor físico
permanecerá solo, y se correrá el riesgo de confundirlo con una
impresión espiritual comunicada por la gracia de Dios. El calor no es
espiritual más que cuando está acompañado del impulso espiritual
de la oración. Todos aquéllos que lo llaman espiritual cuando no
contiene ese movimiento íntimo están en un error, y aquéllos que
creen deberlo a la gracia, se equivocan en mayor medida.
El calor que viene de la gracia, y está impregnado de ella, es de
una naturaleza especial, y es ese sentimiento el que es
verdaderamente espiritual. Es diferente del calor de la carne, no
produce ningún cambio notable en el cuerpo, sino que se manifiesta
por un sentimiento sutil de dulzura. Se puede fácilmente identificarlo
y reconocerlo por ese sentimiento particular. Cada uno debe hacerlo
por sí mismo; no se necesita a nadie para ello.

El camino más fácil para llegar a la oración


continua
Adquirir el hábito de la Oración de Jesús, de tal modo que ella
arraigue en nosotros, es el camino más fácil para alcanzar la oración
incesante. Hombres de gran experiencia han descubierto, por una
iluminación divina, que esta forma de oración es un medio simple,
pero muy eficaz, para establecer y sostener toda la vida espiritual y
ascética; y en las reglas que escribieron sobre la oración, han
dejado instrucciones detalladas sobre ese tema.
Lo que buscamos, mediante todos nuestros esfuerzos y nuestras
luchas ascéticas, es la purificación del corazón y la restauración del
espíritu. Hay dos caminos para lograrlo: el camino de la actividad, es
decir la práctica de obras ascéticas, y el camino contemplativo, que
consiste en mantener el intelecto orientado hacia Dios. Por el primer
camino, el alma se purifica y recibe así a Dios; por el segundo, Dios,
de quien el alma llega a ser cada vez más consciente, quema por sí
misma toda impureza y viene a permanecer en el alma así
purificada.
Este segundo camino está enteramente resumido en la Oración
de Jesús. San Gregorio el Sinaíta ha dicho: "Se conquista a Dios
por las obras, o bien por la invocación constante del nombre de
Jesús". Agrega que el primer camino es más largo que el segundo,
siendo éste último más rápido y eficaz. Es por esta razón que los
Santos Padres han colocado en primera fila, entre las diversas
formas de ejercicios espirituales, a la Oración de Jesús. Ella ilumina,
fortifica y vivifica, ella destruye a los enemigos visibles o invisibles y
conduce directamente a Dios. ¡Ved qué poderosa y eficaz es! El
nombre del Señor Jesús es el tesoro de todas las cosas buenas, el
tesoro de fuerza y de vida en el espíritu.
De allí se deduce que debemos, desde el principio, dar todas las
indicaciones sobre la Oración de Jesús a quien se arrepiente o
comienza a buscar al Señor. Solamente después iniciaremos al
debutante en otras prácticas, pues es necesario, ante todo, que se
afirme, que llegue a ser espiritualmente consciente y alcance la paz
interior. Muchas personas, que ignoran todo esto pierden su tiempo,
no superando las actividades formalistas y exteriores del alma y del
cuerpo.
La práctica de la Oración es llamada un "arte", y es un arte en
verdad muy simple. Manteniéndonos conscientes y con atención en
el corazón, repitamos sin cesar: "¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten
piedad de mí, pecador!", sin tener en el intelecto ninguna noción
sensible, ninguna imagen, creyendo simplemente que el Señor nos
ve y nos escucha.
Es importante mantener la atención en el corazón y, mientras lo
hacemos, debemos dominar nuestra respiración para que tome el
ritmo de las palabras; pero, lo más importante, es creer que Dios
está cerca y nos escucha. No debemos pronunciar la oración más
que para él solo.
Al principio, y a veces durante largo tiempo, esta oración no es
más que una oración como las otras; pero, con el tiempo, pasa al
intelecto y, finalmente, se arraiga en el corazón.
Es posible desviarse de este camino; es necesario entonces
colocarse bajo la dirección de alguien que conozca todos los
aspectos. Los errores surgen, principalmente, porque la atención
permanece en la cabeza y no en el corazón. Aquél que mantiene su
atención en el corazón está a salvo. Más seguro todavía es el
camino de aquél que sin cesar se dirige hacia Dios con contrición y
le pide que lo libre de la ilusión.

Un pensamiento único o el solo pensamiento del


Único
La corta invocación dirigida a Jesús tiene un fin muy elevado,
como es el de profundizar y hacer permanecer el recuerdo de Dios y
nuestros sentimientos hacia él. Los llamados que dirigimos a Dios
son demasiado fácilmente interrumpidos por la primera impresión
que sobreviene; y a pesar de esos llamados, los pensamientos
continúan bullendo en la cabeza a la manera de un enjambre de
mosquitos. Para hacer cesar ese vagabundaje, hemos de ligar
nuestro intelecto a un pensamiento único, o al solo pensamiento del
Único. Una oración breve ayuda a realizar eso y a tornar el intelecto
simple y unificado; ella desarrolla un sentimiento de amor hacia Dios
y lo injerta en el corazón.
Cuando el sentimiento se despierta en nosotros la conciencia del
alma se establece en Dios, y el alma comienza a hacer todas las
cosas según la voluntad de Dios.
Al mismo tiempo que recitamos la oración, debemos mantener
nuestro pensamiento y nuestra atención vuelta hacia Dios; si
reducimos nuestra oración sólo a las palabras, seremos como un
bronce que suena.

Técnicas y métodos carecen de importancia sólo


una cosa es lo esencial
La Oración de Jesús es una oración vocal como todas las otras.
No tiene en sí misma nada de particular, todo su poder reside en el
espíritu con el cual es dicha.
Las diferencias técnicas descritas por los Padres: sentarse,
hacer postraciones²² y las otras técnicas que se usan recitando esta
oración, no convienen a todos; son incluso peligrosas si no se tiene
una dirección espiritual. Es mejor no intentar utilizarlas. El único
método indispensable para todos, es permanecer con la atención en
el corazón. Todo lo demás es accesorio y no conduce a lo esencial.
Sobre el fruto de esta oración, se dice que no hay nada más
elevado en el mundo. Es falso. ¡La oración de Jesús no es un
talismán! Nada en las palabras de la Oración, ni en su recitado,
puede, por sí mismo, dar fruto. Todos los frutos pueden obtenerse
sin esta oración, e incluso sin ninguna oración vocal, mientras se
mantenga simplemente el intelecto y el corazón dirigidos hacia Dios.
La esencia de la oración consiste en permanecer establecido en
el recuerdo de Dios y marchar en su presencia. Podéis decir
cualquier cosa. "Seguid el método que queráis, recitad la Oración de
Jesús, haced inclinaciones y postraciones, id a la iglesia, haced lo
que queráis; solamente, recordad constantemente a Dios".
Recuerdo haber encontrado en Kiev a un hombre que decía: "No he
empleado ningún método, no conocía la Oración de Jesús, sin
embargo, por la misericordia de Dios marcho continuamente en su
presencia; cómo ha sucedido esto, no lo sé. Dios me ha otorgado
ese don".
Es particularmente importante comprender que la oración es
siempre un don de Dios: de otro modo se correría el riesgo de
confundir el don de la gracia con cualquier otra realización
proveniente de nosotros.
Muchos dicen: "Ejercitaos en la Oración de Jesús; ésa es la
oración interior". Eso no es exacto. La Oración de Jesús es un buen
medio para llegar a la oración interior, pero, en sí misma, no es una
oración interior sino una oración exterior. Aquéllos que adquieren el
hábito de recitarla hacen bien, pero si se detienen allí y no van más
lejos, se detienen a mitad de camino.
Incluso cuando recitamos la Oración de Jesús debemos
continuar conservando el pensamiento de Dios; de lo contrario, la
oración será sólo un alimento desechado. Es bueno que el nombre
de Jesús se ligue a nuestra lengua, pero esto no nos impedirá
forzosamente dejar de recordar a Dios, ni tampoco nos preservará
de los pensamientos que se le oponen. Todo depende, pues, de la
constancia de la mirada dirigida hacia Dios, consciente y libremente,
y del esfuerzo realizado para permanecer en ese estado.

Porqué la Oración de Jesús es más eficaz que


cualquier otra oración
La Oración de Jesús es como cualquier otra oración. Si es más
poderosa que ninguna otra es, únicamente, en virtud del nombre de
Jesús, nuestro Señor y Salvador. Pero es necesario invocar ese
nombre con una fe total y sin hesitación, con una certidumbre
profunda de la proximidad de Dios, sabiendo que él ve, que él
entiende, que él escucha con extrema atención nuestra demanda y
que se mantiene listo para responder a ella y acordarnos lo que
buscamos. Semejante esperanza no es jamás defraudada. Si lo que
pedimos no nos es otorgado inmediatamente, esto puede provenir
de que no estamos listos para recibirlo.

Esto no es un talismán
La Oración de Jesús no es un talismán. Su poder proviene de
nuestra fe en el Señor, y de una unión profunda de nuestro espíritu y
de nuestro corazón con él. Si estamos en esas disposiciones, la
invocación del nombre de Jesús será verdaderamente eficaz; pero
la simple repetición de las palabras no significa absolutamente nada.

Una repetición mecánica no conduce a nada


No olvidéis, sobre todo, que no debéis limitaros a una repetición
mecánica de las palabras de la Oración de Jesús. Esto no os
conduciría a nada, salvo al hábito de repetir mecánicamente la
oración con la lengua, sin pensar en lo que decís. No hay
evidentemente nada de malo en esto, pero no constituye más que el
extremo límite exterior de la obra. Lo esencial es permanecer
conscientemente en presencia del Señor, con temor, fe y amor.

Oración vocal y oración interior


Se puede recitar la Oración de Jesús con el intelecto en el
corazón, sin hacer ningún movimiento con los labios. Esto es mejor
que la oración vocal. Emplear la oración vocal como un soporte para
la oración interior es a veces necesario para sostener la oración.

Evitad las representaciones imaginativas


No coloquéis ninguna imagen entre el intelecto y el Señor
cuando practiquéis la Oración de Jesús. Las palabras pronunciadas
no son más que una ayuda, no son lo esencial. Lo principal es
permanecer en presencia de Dios con el intelecto en el corazón. Es
esto y no las palabras lo que constituye la oración espiritual. Las
palabras no son allí nada más ni nada menos de lo que son en las
otras oraciones. Lo que importa es marchar ante Dios, es decir vivir,
siempre, plenamente consciente de que Dios está en vosotros,
como en todas las cosas, teniendo la constante certidumbre de que
Dios ve todo lo que está en vosotros y que os conoce mejor de lo
que os conocéis vosotros mismos. Esta certidumbre de que Dios
mira vuestro interior no debe estar acompañada de ninguna imagen
visual, no ser más que una simple convicción o un sentimiento. El
que se encuentra en una habitación calentada siente el calor que lo
envuelve y lo penetra. La presencia envolvente y penetrante de Dios
debe producir el mismo efecto sobre nuestra naturaleza espiritual.
Las palabras "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí",
sólo son el instrumento y no la esencia de la oración; pero son un
instrumento muy poderoso y muy eficaz, pues el nombre de nuestro
Señor Jesucristo es temible para los enemigos de nuestra salvación
y una bendición para todos aquéllos que lo buscan. No olvidemos
que esta práctica es simple y que no admite ninguna construcción
imaginativa. En todas las circunstancias, implorad a Dios, nuestro
muy puro Soberano, y a vuestro ángel guardián, y ellos os
enseñarán todas las cosas, sea por sí mismos, sea por otros.

Rechazad toda imagen


Me preguntáis respecto de la oración. He visto en los escritos de
los Santos Padres que, cuando se ora, se debe rechazar toda
imagen. Es lo que yo también me esfuerzo por hacer, obligándome a
recordar que Dios está en todas partes y, por consiguiente, está
aquí, donde están mis pensamientos y mis sentimientos. Yo no
puedo liberarme enteramente de toda imagen, pero ellas se
evaporan gradualmente. Un tiempo llegará en que habrán
desaparecido completamente.

El rosario, o bien el ritmo respiratorio


Existe una técnica sugerida por los antiguos Padres, que
consiste en utilizar la respiración, en lugar del rosario, para ritmar la
oración.
Técnicas respiratorias: ilusión y lujuria
Practicar la Oración de Jesús como intentamos hacerlo todos es
una cosa excelente. En los monasterios, ella es una de las tareas
del monje. ¿Se habría constituido en un deber para los monjes si
ella presentara algún peligro? Lo único peligroso en la Oración de
Jesús son las técnicas mecánicas que le fueron agregadas
tardíamente²³. Ellas son peligrosas, porque pueden hundirnos en un
mundo de sueño y de ilusión, e incluso a veces, por extraño que
parezca, en un estado constante de lujuria. Es por esta razón que
nos oponemos a tales técnicas y las prohibimos. Por el contrario,
apelar al muy dulce nombre del Señor en toda simplicidad de
corazón, puede ser aconsejado y recomendado a todo el mundo.

El lugar de las técnicas respiratorias


En el tratado de Simeón el Nuevo Teólogo sobre las tres formas
de la oración, en las obras de Nicéforo el monje24, o en las Centurias
de Caliste e Ignacio Xanthopoulos, todas contenidas en la Folicalía,
el lector encontrará instrucciones respecto de la técnica por la cual
el intelecto puede ser introducido en el corazón con ayuda de la
respiración. En otros términos, se trata allí de un método mecánico,
que se cree nos permite realizar la oración interior. Esa enseñanza
de los Padres ha planteado y continúa planteando algunos
problemas a sus lectores, aunque no haya allí nada difícil.
Nosotros aconsejamos a nuestros bien amados hermanos no
intentar practicar ese método, a menos que él se establezca por sí
mismo en ellos. Muchos de aquéllos que han querido hacerlo han
dañado sus pulmones y no han conseguido nada. Lo esencial es
que el intelecto esté unido al corazón en la oración, y esto se logra
por la gracia divina, en el tiempo determinado por Dios. Los métodos
mecánicos descritos en esas obras son perfectamente
reemplazados por una lenta repetición de la oración, con una breve
pausa después de cada invocación, una respiración calma y lenta, y
el hecho de mantener el intelecto encerrado en las palabras de la
oración. Con ayuda de estos medios es fácil progresar en la
atención. Con el tiempo, el corazón comienza a vivir "en simpatía"
con el intelecto que ora. Poco a poco esta simpatía se cambia en
unión del intelecto con el corazón; y entonces las técnicas
mecánicas sugeridas por los Padres aparecen por sí mismas. Todos
los métodos de carácter técnico sólo son propuestos por los Padres
como una ayuda para llegar más rápido y más fácilmente a la
atención durante la oración y no como algo esencial. El elemento
esencial, indispensable, en la oración, es la atención. Sin atención,
no hay oración. La verdadera atención, fruto de la gracia, no llega
más que cuando nuestro corazón está realmente muerto para el
mundo. Los medios para lograrlo no son más que medios. La unión
del intelecto con el corazón es una unión entre los pensamientos
espirituales de la inteligencia y los sentimientos espirituales del
corazón.

Todavía más sobre el rol de las técnicas


respiratorias
San Simeón25, y otros autores de la Folicalía describen métodos
físicos destinados a ser utilizados conjuntamente con la Oración de
Jesús. Ciertas personas están tan absortas por esos métodos
exteriores que olvidan la oración en sí misma; en otras, la oración es
desnaturalizada por esas prácticas. Así, esas técnicas aplicadas sin
control de un maestro espiritual pueden presentar peligros. No las
describiremos, pues no son más que una ayuda exterior para la
realización de la obra interior, sin ser, en absoluto, esenciales. Lo
que es esencial es adquirir el hábito de mantenerse con el intelecto
en el corazón y permanecer en interior de nuestro corazón físico,
aunque no físicamente.
Es necesario hacer descender el intelecto, de la cabeza al
corazón, y establecerlo allí; o, según la expresión de un Padre, unir
el intelecto al corazón. Pero ¿cómo lograrlo?
Buscad y encontraréis. El medio más seguro es marchar en
presencia de Dios, dedicarse a la oración y, sobre todo, frecuentar la
Iglesia.
Recordemos, sin embargo, que el esfuerzo es la única cosa que
nos pertenece; el objeto mismo, es decir, la unión del intelecto y del
corazón, es un don de la gracia que el Señor acuerda cuando y
como quiere. El mejor ejemplo de esto es Máximo de
Kapsokalyvia26.

Hijos que hablan a su padre


No os dejéis arrastrar por métodos exteriores mientras practicáis
la Oración de Jesús. Ellos pueden ser necesarios para algunos, no
lo son para vosotros. Para vosotros el tiempo de esos métodos ha
pasado. Debéis ya conocer, por experiencia, el lugar del corazón del
que ellos hablan, no os preocupéis por lo demás. La obra de Dios es
simple: es la oración, es decir, hijos que hablan a su Padre, sin
ninguna sutileza. Que Dios os otorgue la sabiduría para vuestra
salvación.
Para aquél que todavía no ha encontrado cómo entrar en sí
mismo, los peregrinajes hacia los lugares santos constituyen una
ayuda. Pero para aquél que conoce el camino de la oración interior,
ellos sólo son ocasiones de disipación, pues obligan a la energía a
salir de ese lugar íntimo donde ella se dedica a buscar a Dios. Es
tiempo para vosotros, ahora, de aprender a permanecer más
perfectamente en vosotros mismos. Abandonad todos vuestros
proyectos exteriores.

El progreso en la oración no tiene fin


¿Habéis leído la Folicalía? Bien. No os dejéis inducir en error por
los escritos de Ignacio y Calisto Xantopoulos, de Gregorio el Sinaíta
o de Nicéforo. Tratad de encontrar alguien que os preste la "Vida del
starets Paisij Velichkovsky". Contiene prefacios escritos por el
starets Basilio para ciertos textos de la Folicalía, y dichos prefacios
dan explicaciones sobre el papel de las técnicas mecánicas que
acompañan la recitación de la Oración de Jesús. Os ayudarán,
también a vosotros, a comprenderlo todo correctamente. Ya os he
dicho que, en vuestro caso, esas técnicas no son necesarias. Ya
poseéis, desde el momento en que habéis escuchado el llamado a
practicar la Oración, lo que ellas deberían producir en vosotros. No
saquéis en conclusión que ya habéis llegado a destino en el camino
de la oración. El progreso en la oración no tiene fin. Cuando ese
progreso se detiene es porque la vida se ha cortado. Que el Señor
os salve y tenga piedad de vosotros, pues se puede perder la
oración y contentarse con su recuerdo, tomándolo por la oración
misma. ¡Dios no quiera que eso suceda jamás!
Sufrís el vagabundaje de vuestros pensamientos. Tened cuidado,
pues eso es muy peligroso. El enemigo busca conduciros hacia una
trampa, a fin de mataros. Los pensamientos aparecen cuando el
temor de Dios disminuye y el corazón se enfría. Ese enfriamiento es
debido a diversas causas, en particular, a la suficiencia y al orgullo.
Esto pertenece a vuestra naturaleza. Velad pues, y apresuraos a
reencontrar el temor de Dios y el sentimiento de calor en vuestra
alma.

Lectura espiritual. Cómo hacernos un plan de


lecturas
En lo que concierne a la lectura, debemos conservar en el
espíritu el fin principal de nuestra vida y elegir conforme a él. De allí
resultará algo ordenado, coherente y, por consiguiente, eficaz. Esa
solidez en el conocimiento y la convicción fortificará también nuestro
carácter en su totalidad.

Lo que cuenta no son las palabras, sino nuestro


amor por Dios
Si vuestro corazón toma calor con la lectura de las oraciones
ordinarias y ellas os abrasan de amor por Dios, entonces manteneos
en ellas.
La Oración de Jesús carece de valor si se dice mecánicamente.
No es más útil, entonces, que cualquier otra oración recitada por la
lengua y los labios. Recitando la Oración de Jesús, intentad daros
cuenta, al mismo tiempo, de que nuestro Señor está próximo, que él
permanece en vuestra alma y sabe todo lo que pasa en vosotros.
Despertad en vosotros la sed de vuestra salvación y la certidumbre
de que sólo nuestro Señor puede otorgárosla. Entonces, recurrid a
aquél a quien veis ante vosotros en pensamiento y decidle: "Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí", o bien: "Oh
misericordioso Señor, sálvame por el medio que conoces". No son
las palabras lo que cuenta, sino vuestros sentimientos hacia el
Señor.
La llama espiritual que hace arder nuestro corazón por Dios,
nace del amor que sentimos hacia él. Como él es enteramente
Amor, cuando toca el corazón, lo enciende e inmediatamente el
corazón se abrasa de amor por él. Es esto lo que debéis buscar.
Que la Oración de Jesús esté sobre vuestra lengua, que Dios
esté presente en vuestro intelecto, y que en vuestro corazón esté la
sed de Dios, de la comunión con el Señor. Cuando todo esto haya
llegado a ser permanente, el Señor, viendo vuestros esfuerzos, os
acordará lo que le pedís.

La chispa de Dios
¿Qué deseamos y buscamos mediante la Oración de Jesús?.
Deseamos que el fuego de la gracia se encienda en nuestro
corazón, y buscamos el comienzo de la oración incesante que pone
de manifiesto el estado de gracia. Cuando la chispa divina cae en el
corazón, la Oración de Jesús sopla sobre ella y hace brotar la llama.
La oración no produce por sí misma la chispa, sino que nos ayuda a
recibirla; ¿cómo lo hace? Recogiendo nuestros pensamientos y
volviendo nuestra alma capaz de permanecer ante el Señor y de
marchar en su presencia. Eso es lo más importante: permanecer y
marchar ante Dios, llamarlo desde el fondo del corazón. Es lo que
hacía Máximo de Kapsokalyvia, y todos los que buscan el fuego de
la gracia deben hacer lo mismo. No deben preocuparse de palabras
ni de actitudes corporales, pues Dios ve el corazón.
Os digo esto porque demasiadas personas olvidan que la
oración debe brotar del corazón. Todas sus preocupaciones se
dirigen a las palabras y a las posturas del cuerpo, y cuando han
recitado la Oración de Jesús un cierto número de veces en su
postura preferida, o con postraciones, se muestran satisfechos y
contentos de sí mismos, y están inclinados a criticar a aquéllos que
van a la iglesia para participar, allí, en la oración común. Algunos
pasan así toda su vida, y están vacíos de la gracia.
Si alguien pregunta cómo llevar a buen término la obra de la
oración, le respondería: "Tomad el hábito de marchar en presencia
de Dios, recordadlo y permaneced en adoración. Para mantener ese
recuerdo, elegid algunas oraciones breves de San Juan
Crisóstomo27 y repetidlas a menudo con los sentimientos y los
pensamientos que corresponden. Mientras os acostumbráis a esto,
el recuerdo de Dios iluminará vuestro espíritu y dará calor a vuestro
corazón; y cuando hayáis alcanzado ese estado la chispa de Dios,
el rayo de la gracia, terminará por llegar a vuestro corazón. No
existe medio por el que vosotros mismos impulséis la oración, eso
sólo puede venir directamente de Dios. Cuando la chispa haya
llegado, dedicaos solo a la Oración de Jesús y, por su intermedio,
convertid esa chispa en una llama. Es el camino más directo.

Una pequeña chispa


Cuando vosotros notéis que alguien comienza a entrar más
profundamente en la oración, podréis sugerirle hacer sin cesar uso
de la Oración de Jesús y conservar siempre el recuerdo de Dios con
temor y respeto. Lo que debemos buscar, principalmente, en la
oración, es la recepción de una pequeña chispa, como la que fue
otorgada a Máximo de Kapsokalyvia. Esa chispa no puede
adquirirse por ningún artificio, sino que es otorgada libremente por la
gracia de Dios. Para ello, es necesario un esfuerzo incansable en la
oración; como dice San Macario: "Si queréis obtener la verdadera
oración, continuad orando con constancia, y Dios, viendo con qué
ardor la buscáis, os la dará".

Un hilo de agua que murmura


Me preguntáis qué es necesario cuando se reza la Oración de
Jesús. Lo que habéis hecho está bien. Recordad cómo fue y
continuad en el mismo camino. Solo os recuerdo una cosa: se debe
descender con el intelecto en el corazón, y allí permanecer ante la
faz del Señor omnipresente, que todo lo ve, que permanece en
vosotros. La obra de la oración llega a ser firme e inquebrantable
cuando un pequeño fuego comienza a arder en el corazón.
No dejéis extinguir ese fuego, y él se establecerá en vosotros de
tal modo que la oración se repetirá por sí misma; habrá entonces, en
vosotros, como el murmullo de un pequeño arroyo, para emplear la
expresión del starets Parteno de la Laura de Kiev28. Uno de los
primeros Padres decía: "Cuando los ladrones se acercan a una casa
para deslizarse en ella y apoderarse de lo que se encuentra allí, y
oyen a alguien hablar en el interior, no se atreven a entrar.
Igualmente cuando nuestros enemigos intentan penetrar en el alma
y tomar posesión de ella, ellos rondan alrededor, pero no se atreven
a entrar cuando escuchan sonar esta pequeña oración".

Los esfuerzos del hombre y la gracia de Dios


La Oración de Jesús contiene pocas palabras, pero esas
palabras lo contienen todo. Desde los tiempos antiguos se ha
reconocido que esta Oración, cuando se ha convertido en un hábito,
podía reemplazar toda otra oración vocal. Aquéllos que buscan la
salvación no deben ignorar este Método. Si es utilizado de la
manera descrita por los santos Padres, esta oración tiene un gran
poder; pero entre aquéllos que adquirieron el hábito de recitarla, no
todos alcanzan a descubrir ese poder, no todos alcanzan su fruto.
¿Por qué? Porque quieren adquirir por sí mismos lo que es un don
gratuito de Dios y solo puede venir de la gracia.
No tenemos necesidad de ninguna ayuda particular de Dios para
comenzar la obra que consiste en recitar esta oración por la
mañana, por la tarde, sentados, caminando, acostados, trabajando,
descansando. Actuando siempre de esa manera, podemos habituar
nuestra lengua a repetir la oración, incluso sin esfuerzo consciente.
Una cierta tranquilidad de espíritu puede nacer de este hábito y
también una especie de calor en el corazón. "Pero todo esto no es
más que la acción y el fruto de nuestros propios esfuerzos" dice el
monje Nicéforo, en la Filocalía.
Detenerse allí, satisfecho de la facilidad con que se repite, como
un loro, las palabras "Señor, ten piedad", es imaginar que se ha
llegado a algo, cuando en realidad no se ha llegado a nada. Es lo
que sucede cuando se adquiere el hábito de repetir esta oración
maquinalmente, sin comprender lo que ella es realmente. El
resultado es que uno se contenta con esos efectos naturales que la
oración produce en los debutantes, sin ir más lejos. Pero aquél que
ha comprendido verdaderamente la naturaleza de la oración
continúa buscando; se da cuenta de que, cualquiera sea la
diligencia en seguir las indicaciones de los antiguos, la verdadera
recompensa de la oración se le escapará siempre; cesará entonces
de esperarla de su esfuerzo personal y pondrá toda su esperanza
en Dios. Desde entonces, la gracia puede actuar en él y, en un
cierto momento, conocido sólo por ella, implantará la oración en su
corazón. Todo, tal como lo enseñan los antiguos, permanecerá
exteriormente igual, la diferencia se hallará en la fuerza interior.
Lo que es verdad de esta oración, lo es igualmente de toda otra
forma de progreso espiritual. Un hombre de temperamento violento
puede ser sorprendido por el deseo de superar su irritabilidad y
adquirir la dulzura. Se encuentra en los libros que tratan de la
ascesis instrucciones precisas sobre los medios de llevar a cabo
esta transformación mediante una seria auto-disciplina. Este hombre
puede leer esas instrucciones y seguirlas, ¿pero, hasta dónde
llegará por sus propias fuerzas? No más allá de un silencio exterior
durante sus accesos de cólera. Jamás llegará, por sí mismo, a
extinguir completamente la cólera ni a establecer la dulzura en su
corazón. Eso solo se puede hacer cuando la gracia invade el
corazón y lo colma de dulzura.
Esto es verdad para toda cualidad espiritual. Lo que buscáis
buscadlo con todas vuestras fuerzas, pero no esperéis que vuestra
búsqueda y vuestros esfuerzos alcancen el fruto por ellos mismos.
Poned vuestra confianza en el Señor, no atribuyéndoos nada a
vosotros mismos, y él cumplirá el deseo de vuestro corazón (Salmo
36, 3-4).
Orad así: "Lo que deseo y busco, es que tú me vivifiques
mediante tu justicia". El Señor ha dicho: "Sin mí, nada podéis hacer"
(Juan 15, 5) y esta ley se cumple exactamente en la vida espiritual.
Si alguien os pregunta:- "¿Qué debo hacer para adquirir tal o cual
virtud? ", sólo podéis dar esta respuesta: "Volveos hacia el Señor y
él os lo acordará. No hay otro medio de encontrar lo que buscáis".

Una fuente que murmura en el corazón


Mientras os acostumbráis a orar como es debido, con oraciones
escritas por otros, vuestras propias oraciones y llamados a Dios
comenzarán a sonar en vosotros. No desdeñéis jamás esas
aspiraciones hacia Dios que, por sí mismas, nacen en vuestra alma.
Cada vez que se levanten en vosotros, haced silencio y orad con
vuestras propias palabras; no creáis que haciendo así perjudicáis a
la oración en sí misma. No, es precisamente entonces cuando oráis
como es debido, y esta oración se eleva hacia Dios más
rápidamente que cualquier otra. Por eso hay una regla que vale por
todas: "Ya estéis en la iglesia o en casa si sentís que vuestra alma
desea orar a su manera y no con las palabras de los otros, dejadle
toda libertad…"
Estas dos formas de oración son agradables a Dios: la oración
sacada de un libro, recitada con atención y acompañada por los
sentimientos correspondientes, y la oración sin libro, que brota por
nuestra inspiración personal. La única oración que desagrada a Dios
es la que consiste en leer fórmulas, en casa o en los servicios en la
Iglesia, sin poner atención al sentido de las palabras. La lengua
pronuncia, o el oído escucha, mientras los pensamientos
vagabundean Dios sabe dónde. No hay allí oración interior. Pero, si
bien esas dos formas de oración son agradables a Dios, la oración
que viene de vosotros, que no está sacada de un libro, está más
cerca de lo esencial y es más fructuosa.
No basta, sin embargo, esperar que nazca el deseo de la
oración. Para llegar a la oración espontánea, debemos obligarnos a
orar de una cierta manera, con la Oración de Jesús, no solamente
durante los servicios litúrgicos o en el tiempo reservado a la oración
en la casa, sino en todo tiempo. Hombres experimentados han
elegido esta sola oración, dirigida a nuestro Señor y Salvador, y han
establecido reglas para su recitado, de manera que, gracias a ello,
adquiramos el hábito de una oración personal y espontánea. Esas
reglas son simples. Manteneos, con la inteligencia encerrada en el
corazón, ante el Señor y oradle: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten
piedad de mí" Haced así en vuestra casa antes de comenzar a orar,
en los intervalos entre las oraciones y al final de la oración; haced lo
mismo en la iglesia, y a lo largo de todo el día, de manera de llenar
así cada instante con la oración.
Al comienzo, esta oración salvadora es habitualmente objeto de
un esfuerzo penoso y de un rudo trabajo. Pero si uno se dedica a
ella con celo, brotará por sí misma, como una fuente que murmura
en el fondo del corazón. Hay allí un bien muy grande, que vale la
pena que uno se esfuerce por obtener.
Aquéllos que, después de un largo esfuerzo han tenido éxito en
este camino, aconsejan un ejercicio fácil que nos permitirá llegar
rápidamente al fin. Antes o después de vuestra oración cotidiana, a
la tarde, la mañana o durante la jornada, consagrad un tiempo fijado
a la recitación de esta sola oración. Haced esto: Sentaos, o mejor,
permaneced de pie en actitud de oración, concentrad vuestra
atención en el corazón con la certidumbre absoluta de que el Señor
está allí y os escucha, y gritad hacia él: "¡Señor Jesucristo, Hijo de
Dios, ten piedad de mí!" Si queréis, haced de vez en cuando
inclinaciones del busto o postraciones. Hacedlo durante un cuarto o
una media hora, según lo que os convenga. Cuanto más ardientes
sean vuestros esfuerzos, más rápidamente la oración se instalará en
vuestro corazón. Es mejor comenzar con ardor y no deteneros antes
de haber alcanzado lo que se deseaba, es decir, que la oración haya
comenzado a moverse por sí misma en el corazón. Después, sólo
hay que conservarla.
El calor del corazón y la luz del espíritu, de lo que acabamos de
hablar, se adquieren exactamente de la misma manera. Cuanto más
la Oración de Jesús penetra en el corazón, en mayor medida éste
entra en calor y más espontánea llega a ser la oración; de ese
modo, el fuego de la vida espiritual es encendido en el corazón y no
cesa de arder. Al mismo tiempo, la Oración de Jesús llena todo el
corazón y no cesa de moverse en él. Es por esto que, aquéllos en
quienes ha nacido la perfecta vida espiritual, oran casi
exclusivamente con esta sola oración, que viene a reemplazar en
ellos toda regla de oración.

Conservar siempre una gran humildad: sobre la


necesidad de tener un guía espiritual
Esta oración es llamada Oración de Jesús porque ella se dirige
al Señor Jesús y como cualquier otra invocación de ese tipo, es
verbal en cuanto a su forma exterior. Llega a ser una oración interior,
y merece ese nombre, cuando se ofrece, no solamente por la boca,
sino con el intelecto y el corazón, con sentimiento y atención a su
contenido, y cuando, por una larga práctica se ha llegado a unir los
movimientos del espíritu hasta tal punto que sólo permanecen estos
últimos, mientras las palabras comienzan a desvanecerse. Toda
oración breve puede alcanzar ese nivel. Se acuerda preferencia a la
Oración de Jesús porque ella une el alma al Señor Jesús; y él es la
única puerta hacia la comunión con Dios, que es el fin de toda
oración. Jesús mismo ha dicho: "Nadie llega al Padre, si no es a
través mío" (Juan 14, 6). Quien ha llegado a esta oración adquiere
todas las riquezas de la divina Economía de la Encarnación, en la
cual se encuentra nuestra salvación.
Sabiendo esto, no debéis sorprenderos de que aquéllos que
desean vivamente la salvación no ahorren ningún esfuerzo por
adquirir el hábito de esta oración haciendo suya su fuerza. Seguid
su ejemplo.
El hábito de la Oración de Jesús se ha adquirido exteriormente
cuando las palabras comienzan a venir, por sí mismas,
constantemente a los labios. Se ha adquirido interiormente cuando
la atención del intelecto en el corazón ha llegado, también, a ser
permanente, cuando el ser todo entero permanece en presencia de
Dios, cuando se experimenta una sensación de calor (cuyo grado
puede variar) en el corazón, cuando se rechaza todo otro
pensamiento y, sobre todo, cuando se está ligado, con un corazón
humilde y contrito, a nuestro Señor y Salvador. Ese estado espiritual
se adquiere por una repetición tan frecuente como sea posible de la
Oración, encontrándose la atención firmemente establecida en el
corazón.
Perseverando en esta atención continua se llega a unificar el
intelecto, de tal modo que permanece todo entero ante el Señor.
Cuando ese orden se establece en nosotros, aparece acompañado
de una impresión de calor en el corazón que arroja todos los
pensamientos, los comunes e inofensivos tanto como los
apasionados. Cuando la llama del deseo de Dios comienza a arder
sin interrupción en el corazón se experimenta un sentimiento de paz
interior en el alma, mientras que el intelecto se acerca a Dios con
humildad y contrición.
Nuestros esfuerzos personales, sostenidos por la gracia de Dios,
no pueden ir más lejos. Toda oración más alta que ésta es un don
de la gracia. Los santos Padres han establecido, para aquéllos que
alcanzaron el estado que acabo de describir, que desechen la idea
de que ya no deben esperar nada más, y que no se imaginen que
han llegado a la cumbre de la oración o de la perfección espiritual.
No precipitéis las invocaciones, recitadlas más bien, de una
manera calma y regular, como si os dirigierais a un gran personaje
del que queréis obtener un favor. No os contentéis con poner
atención en las palabras, sino cuidad que el intelecto esté en el
corazón, y permaneced ante el Señor en plena conciencia de su
presencia, de su grandeza, de su misericordia y de su justicia.
Para evitar los errores, tomad consejo de alguien experimentado,
un Padre espiritual o un confesor, un hermano que tenga las mismas
disposiciones y tenedlo al corriente de todo lo que suceda en
vuestra vida de oración. En cuanto a vosotros, actuad siempre con
una gran humildad, y una perfecta simplicidad, sin atribuiros ningún
triunfo. Sabed que el verdadero triunfo es totalmente interior,
inconsciente, y se produce tan imperceptiblemente como el
crecimiento del cuerpo humano. Si escucháis, pues, una voz interior
deciros: "¡Allí está!", comprended que es la voz del enemigo, que os
muestra un espejismo y no la realidad. Es el comienzo de una
ilusión. Haced callar esa voz inmediatamente, de lo contrario
resonará en vosotros como una trompeta, inflándoos de vanagloria.

No hay progreso sin sufrimiento


Es necesario comprender que el signo auténtico del esfuerzo
espiritual y el precio del éxito es el sufrimiento. El que adelante sin
sufrir no llevará fruto. La pena del corazón y el esfuerzo del cuerpo
sacan a la luz el don del Espíritu Santo, acordado a cada creyente
en el momento del santo bautismo, enterrado bajo las pasiones en
razón de nuestra negligencia para cumplir los mandamientos,
devuelto a la vida por el arrepentimiento, gracias a la misericordia
infinita de Dios. No ceséis de hacer esfuerzos asiduos, - aunque
estén acompañados de sufrimiento -, por temor a ser condenado por
vuestra esterilidad y escuchar estas palabras: "Quitadle su talento"
(Mateo, 25, 28).
Toda lucha, ya sea física o espiritual, que no esté acompañada
de sufrimiento, que no requiera el mayor esfuerzo, permanecerá
infructífera. "El Reino de los Cielos sufre violencia y los violentos lo
arrebatan" (Mateo, 11, 12).
Muchas personas han trabajado y trabajan todavía sin esfuerzo,
pero, a falta de esfuerzo, no conocen la pureza y no están en
comunión con el Espíritu Santo, pues se han separado de la
austeridad del sufrimiento. Aquéllos que trabajan mediocremente y
con negligencia, pueden aparentar grandes esfuerzos, pero no
recogerán fruto pues no han asumido el sufrimiento. Según la
palabra del profeta, a menos que nuestros riñones se hayan
quebrado extenuados por el trabajo de los ayunos, que pasemos por
una agonía de contrición, que suframos como una mujer en el parto,
no llegaremos a hacer germinar el espíritu de salvación, a dar la
salvación a la tierra de nuestro corazón (cf. Is. 26, 18).

d) EL RECUERDO DE DIOS

En el corazón y en la cabeza
Cuando el recuerdo de Dios vive en el corazón y mantiene allí el
temor de Dios, entonces todo va bien; pero cuando ese recuerdo se
debilita, o no subsiste más que en la cabeza, entonces todo va a la
deriva.

Manteneos en paz y silencio


A menudo os hablé, mi querida hermana, del recuerdo de Dios, y
os lo repito todavía una vez: si no trabajáis con todas vuestras
fuerzas para imprimir en vuestro corazón y en vuestro pensamiento
ese nombre temible, vuestro callar es vano, vana vuestra salmodia,
inútiles vuestro ayuno y vuestras vigilias. En una palabra, toda la
vida de una monja es inútil sin el recogimiento en Dios, que es el
comienzo del silencio mantenido por amor a Dios y es también el fin.
Ese nombre muy deseable es el alma de la quietud y del silencio. Su
recuerdo nos da alegría y felicidad, por él obtenemos el perdón de
nuestros pecados y la abundancia de virtudes. Sólo se puede
encontrar ese nombre muy glorioso en el silencio y la calma No se
puede llegar a él de ninguna otra manera, ni siquiera mediante un
gran sufrimiento. Es por ello que, conociendo el poder de este
consejo, yo os pido insistentemente, por el amor de Dios, que estéis
siempre en paz y silencio, pues esas virtudes alimentan en nosotros
el recuerdo de Dios.

Una conversación secreta con el Señor


En todas partes, y siempre, Dios está con nosotros, cerca de
nosotros y en nosotros. Pero nosotros no estamos siempre con él,
puesto que lo olvidamos; y porque lo olvidamos nos permitimos
muchas cosas que no haríamos bajo su mirada. Tomad esto a
pecho, haced un hábito de vivir en ese recogimiento.
Que vuestra regla sea estar siempre con el Señor, manteniendo
el intelecto en el corazón, sin dejar vagabundear vuestros
pensamientos; volved a traerlos cuantas veces se extravíen,
mantenedlos encerrados en el secreto de vuestro corazón, y haced
vuestras delicias de esta conversación con el Señor.

Llegad a ser verdaderamente hombre


Cuanto más firmemente estéis establecidos en el recogimiento
en Dios, manteniéndoos siempre ante él en vuestro corazón, más
vuestros pensamientos se calmarán y menos intentarán
vagabundear. El orden interior y el progreso en la oración van a la
par.
De esta manera, el espíritu es restaurado en sus justos
privilegios. Cuando es así restablecido, comienza una
transformación activa y vital del alma, del cuerpo y de las relaciones
exteriores hasta que todo esté, finalmente, completamente
purificado. Entonces se llega a ser verdaderamente un hombre.

Una entrada rápida al Paraíso


Cuando os establecéis en el hombre interior por el recuerdo de
Dios, Cristo Señor llega a vosotros y hace allí su morada. Las dos
cosas van a la par.
He aquí un signo en el que reconoceréis que esta obra radiante
ha comenzado en vosotros: sentiréis un cierto sentimiento de amor
cálido hacia el Señor. Si hacéis todo lo que os ha sido indicado, ese
sentimiento aparecerá cada vez más a menudo y, a su tiempo,
llegará a ser continuo. Ese sentimiento es dulce y beatífico y, desde
su primera manifestación, nos incita a desearlo y buscarlo, por
temor a que abandone el corazón, pues en él se encuentra el
Paraíso.
¿Queréis entrar lo más rápido posible en ese Paraíso? Entonces,
he aquí lo que debéis hacer. Cuando oréis, no terminéis vuestra
oración sin haber despertado en vosotros un sentimiento hacia Dios:
adoración, devoción, acción de gracias, alabanzas, humildad y
contrición, esperanza y confianza. Cuando, después de la oración,
os pongáis a leer, no terminéis vuestra lectura sin haber sentido en
vuestro corazón la verdad de lo que habéis leído. Esos dos
sentimientos, uno inspirado por la oración, el otro por la lectura, se
darán calor mutuamente; y si veláis sobre vosotros mismos, os
mantendrán bajo su influencia durante toda la jornada.
Aplicaos en practicar con exactitud este doble método, y veréis lo
que resultará.
El recuerdo incesante de Dios es un don de la
gracia
El recuerdo de Dios es algo que Dios mismo injerta en el alma.
Pero el alma debe también obligarse a perseverar. Penad, haced
todo lo que podáis para llegar al recuerdo incesante de Dios. Y Dios,
viendo el fervor de vuestro deseo, os dará esa memoria constante.

Postraciones frecuentes
Desde el levantarse al acostarse, marchad en el recuerdo de la
omnipresencia de Dios, teniendo siempre en el espíritu que el Señor
os ve y pesa cada movimiento de vuestros pensamientos y de
vuestro corazón. Con ese fin, orad continuamente con la Oración de
Jesús y, aproximándoos frecuentemente a los iconos, inclinaos o
posternaos, según la tendencia o la demanda de vuestro corazón.
Así, toda vuestra jornada estará jalonada por esas postraciones y
transcurrirá en el recuerdo incesante de Dios y la recitación de la
Oración de Jesús, cualquiera sea vuestra ocupación.

El pensamiento de Dios y la Oración de Jesús


Es posible reemplazar el pensamiento de Dios por la Oración de
Jesús, pero ¿dónde está la necesidad, puesto que se trata de una
sola y misma cosa? El pensamiento de Dios, es mantener en el
espíritu, sin ningún concepto deliberadamente impuesto, alguna
verdad, como la Encarnación, la muerte en la cruz, la Resurrección,
la omnipresencia de Dios, etc.

La proximidad de Dios y su presencia en el


corazón
"Buscad y encontraréis". Pero, ¿qué es necesario buscar?. Una
comunión consciente y viva con el Señor. Esto es dado por la gracia
de Dios, pero es esencial también que trabajemos en ello, que
vayamos a su encuentro. ¿Cómo? Manteniendo el recuerdo de
Dios, que es cercano al corazón, que está incluso presente en él.
Para llegar a ese recuerdo es oportuno habituarse a repetir
constantemente la Oración de Jesús: "Señor Jesucristo, Hijo de
Dios, ten piedad de mí, pecador", sosteniendo en el espíritu el
pensamiento de la proximidad de Dios, de su presencia en el
corazón. Pero es necesario comprender también que, en sí misma,
la Oración de Jesús no es más que una oración vocal exterior, la
oración interior es permanecer ante Dios, gritando hacia él sin
palabras.
Por ese medio, el recuerdo de Dios se establecerá en el intelecto
y la presencia de Dios brillará en vuestra alma como el sol. Si
exponéis al sol algún objeto frío, se calienta; del mismo modo,
vuestra alma será calentada por el recuerdo de Dios, que es el sol
espiritual. Veréis lo que sucederá luego.
La primera cosa a hacer es adquirir el hábito de repetir sin cesar
la Oración de Jesús. Comenzad y luego repetidla sin cesar, pero
mantened siempre ante los ojos el pensamiento de nuestro Señor.
Todo está allí.

Abandonaos al Señor
Vuestra única preocupación debe ser adquirir el hábito de fijar
vuestra atención sobre el Señor, que está presente en todas partes
y todo lo ve, que desea nuestra salvación y está listo para
ayudarnos.
Este hábito os impedirá entristeceros, ya sea vuestra pena
interior o exterior; pues ella colma al alma de un sentimiento de
felicidad perfecta, que no deja lugar a ningún sentimiento de falta o
necesidad. Ella hace que nos pongamos nosotros mismos, y todo lo
que poseemos, con confianza, en las manos del Señor, y hace
nacer en nosotros la certidumbre de su protección y su asistencia
continuas.

Los peligros del olvido


Orar no significa solamente pronunciarla oración. Conservar el
espíritu y el corazón dirigidos hacia Dios, y centrados en él, es ya
una oración, cualquiera sea la posición que uno adopte. Practicar
una regla de oración es una cosa, el estado de oración es otra
diferente. El medio de llegar a él es adquirir el hábito del recuerdo
constante de Dios, de la muerte y del juicio que le seguirá.
Habituaos a esto y todo irá bien. Cada paso que deis estará
interiormente consagrado a Dios. Debéis conduciros según sus
mandamientos, entonces sabréis qué son los mandamientos. Es
posible aplicar esos mandamientos a cada acontecimiento,
consagrando interiormente todas vuestras actividades a Dios; así
vuestra vida le estará dedicada. ¿Se necesita algo más? Nada. Ya
veis qué simple es.
¿Tenéis preocupación por vuestra salvación? Cuando tenéis ese
celo, el Señor se manifiesta por una preocupación ferviente por ella.
Es necesario, absolutamente, evitar la tibieza. La tibieza comienza
por el olvido. Se olvidan primero los dones de Dios, luego Dios
mismo y el recuerdo de la muerte; en una palabra, todo el dominio
espiritual se cierra para nosotros. Esto proviene del enemigo, y es la
dispersión de los pensamientos causada por las preocupaciones
profesionales o los contactos sociales demasiado numerosos.
Cuando todo se ha olvidado, el corazón se enfría y pierde su
sensibilidad hacia las cosas espirituales, caemos en un estado de
indiferencia, de negligencia y despreocupación. Como consecuencia
de ello las ocupaciones espirituales son dejadas para más tarde,
luego enteramente abandonadas. Luego, comenzamos a vivir
nuestra manera, en la despreocupación y la negligencia, en el olvido
de Dios, no buscando más que nuestra satisfacción personal.
Incluso si no vivimos nada verdaderamente desordenado, no
buscamos tampoco nada divino.
Si no queréis caer en ese precipicio, poned atención en el primer
paso, es decir en el olvido. Permaneced, pues, constantemente en
el recogimiento en Dios, en el recuerdo de Dios y de las cosas
divinas. Así conservaréis vuestra sensibilidad para esas cosas y,
juntos, recuerdo y sensibilidad os inflamarán de celo. Y allí estará
verdaderamente la vida.
3. LOS FRUTOS DE LA ORACIÓN
a) LA ATENCIÓN Y EL TEMOR DE DIOS

Las primicias de la oración: atención y cálida


ternura del corazón29

TODA regla de oración, fielmente observada, produce como


primicias la atención y. una cálida ternura del corazón30; pero esos
sentimientos nacen muy especialmente de la Oración de Jesús, que
está en un nivel más elevado que la salmodia y las otras formas de
oración. La atención da nacimiento a la cálida ternura del corazón, y
ésta, a su vez, aumenta la atención. Juntas ganan en poder, se
sostienen mutuamente. Dan profundidad a la oración, estimulan
poco a poco el corazón, alejan la distracción y los pensamientos
alocados; otorgan a la oración su pureza. La verdadera oración es
un don de Dios; del mismo modo lo son también la atención y la
cálida ternura del corazón.

La oración del corazón no llega jamás antes de


tiempo
Debéis saber que la atención no debe abandonar jamás el
corazón. La actividad del corazón, sin embargo, es algunas veces
únicamente mental, cumplida por el intelecto, en tanto que otras, ella
no es solamente en el corazón, sino del corazón; en otros términos,
es realizada con un sentimiento de calor. Esto no se aplica sólo a los
eremitas, sino a todos los cristianos, a todos aquellos que se
colocan ante Dios en toda pureza de corazón y obran bajo su
mirada. Si vuestro espíritu se agota por decir las palabras de la
oración, entonces orad sin palabras, posternándoos interiormente
desde el fondo de vuestro corazón ante el Señor y dándoos a él.
Esta es la verdadera oración. Las palabras son solamente la
expresión de la oración, tiene siempre menos valor a los ojos de
Dios que la oración en sí misma.
La oración del corazón no llega jamás antes de tiempo. Cuando
ella llega, Dios comienza a trabajar dentro nuestro; a medida que
ella se establece más firmemente en nosotros, ese trabajo de Dios
alcanza, poco a poco, su plenitud. Es necesario buscar la gracia de
esta oración sin escatimar esfuerzo, y Dios, que ve nuestro trabajo,
acordará lo que anhelamos. La oración auténtica no puede ser fruto
de esfuerzos humanos; es un don de Dios. Buscad y encontraréis.
No habéis perdido nada orando sin utilizar técnicas artificiales
para injertar la oración en vuestro corazón, pues esas técnicas no
son de ningún modo indispensables. Lo que importa, no es la
posición del cuerpo, sino la disposición interior. Nuestra
preocupación debe ser la de permanecer atentos en nuestro
corazón, mirar hacia Dios e implorarle.
No he encontrado nunca nadie que otorgara importancia a las
técnicas respiratorias. Ni el Obispo Ignacio, ni el Padre Macario de
Optino³¹ las aprueban.

Frutos naturales y frutos de la gracia


Nuestra tarea es el arte de la Oración de Jesús. Debemos
esforzarnos por cumplirla con toda simplicidad, con un corazón
atento, manteniendo siempre el recuerdo de Dios. Esto lleva por sí
mismo sus propios frutos: el recogimiento del intelecto, la devoción y
el temor de Dios, el recuerdo de la muerte, el apaciguamiento de los
pensamientos y un cierto calor del corazón. Esos son los frutos
naturales de la oración del corazón y no el fruto de la gracia. Es
necesario tener esto en el espíritu, de lo contrario se fanfarronea
ante sí y ante los demás, y se cae en el orgullo.
Nuestra oración sólo adquiere verdadero valor cuando la gracia
interviene. Mientras no recojamos los frutos naturales de la oración,
lo que estamos haciendo carece de valor, tanto en sí como según el
juicio de Dios. Pues la llegada a nosotros de la gracia prueba que
Dios nos ha mirado en su misericordia.
Yo no puedo deciros cómo se manifestará esta acción de la
gracia, pero lo cierto es que la gracia no puede venir antes de que
hayan aparecido los frutos naturales de la oración.

Los frutos naturales son accesibles a todos


El fruto natural de la oración es la concentración de la atención
en el corazón, acompañada por un sentimiento de calor. Es un
efecto natural. Cada uno puede realizarlo; y todos, no solamente los
monjes, sino también los laicos pueden llegar a ello.
Esta actividad es simple y no tiene nada de superior. La Oración
de Jesús no es milagrosa en sí misma. Como cualquier otra oración
breve, es vocal y, en consecuencia, exterior. Puede, sin embargo,
llegar a ser la oración del intelecto en el corazón de una manera
totalmente natural. En lo referente a lo que debe venir por la gracia,
por otra parte, sólo es posible esperarlo; ninguna técnica puede
obtenerlo por la fuerza.
Si se desea llegar a la oración verdaderamente contemplativa, se
debe comenzar por purificarse de todas las pasiones. Pero aquí,
sólo se trata de la oración simple, aunque ella pueda conducir a una
oración más elevada.
Si se quiere tener éxito en la oración, lo primero que se debe
hacer es dejar todo lo demás de lado, de modo que el corazón esté
completamente libre de toda distracción. Nada debe imponerse al
pensamiento: ni rostro, ni actividad, ni objeto. En el momento de la
oración, todo debe ser descartado. Mantened bien esta regla, no
será jamás necesario renunciar a esta oración, que se puede decir a
todo momento. Ni bien estéis libres, volved a ella inmediatamente.
Durante los oficios litúrgicos, es necesario prestar atención al
oficio, pero si se lo dice o canta de manera indistinta, remitíos a la
Oración de Jesús.

El peligro de las distracciones


Os habéis acordado un pequeño favor, os habéis permitido una
pequeña distracción y no habéis velado bastante de cerca sobre
vuestros ojos, vuestra lengua y vuestros pensamientos. También el
calor os ha abandonado y os ha dejado vacíos. Eso es malo.
Apresuraos a restablecer el orden interior, o a recibirlo de nuevo en
respuesta a vuestras oraciones. Encerraos y no hagáis más que
orar y leer lo relativo a la oración, hasta que vuestra atención se una
a Dios en vuestro corazón y se restablezca en él un espíritu de
contrición y una cálida ternura. Ese espíritu os mostrará claramente
si estáis en el buen camino o si os habéis desviado. Parecéis
considerar la atención como una austeridad excesiva, mientras que
ella es, en realidad, la raíz de toda nuestra vida espiritual. Es por
eso que el enemigo se dedica particularmente a atacarla, y se sirve
de todos los medios para apilar imágenes seductoras ante los ojos
del alma y despertar el pensamiento de distracciones y
frecuentaciones agradables.

Sufrimiento del corazón


Es bueno tener siempre sobre los labios la Oración de Jesús o
alguna otra oración breve. Solamente, tened cuidado de que vuestra
atención esté en el corazón y no en la cabeza, y mantened esto no
sólo cuando estéis en oración sino igualmente en todo otro tiempo.
Esforzaos por adquirir una especie de sufrimiento del corazón. Con
un esfuerzo perseverante lo lograréis muy rápido. No hay en ello
nada de particular, pues la aparición de este sufrimiento es un efecto
natural. Os ayudará a recogeros mejor. Pero lo principal es que el
Señor, viendo vuestros esfuerzos, os acordará su ayuda y su gracia
en la oración. Un orden diferente se establecerá entonces en
vuestro corazón.

La restauración interior comienza


Continuad practicando esta regla, y poco a poco vuestros
pensamientos se calmarán, mientras que la debilidad que habéis
constatado en vosotros curará. Si perseveráis en este camino, un
sufrimiento aparecerá en vuestro corazón, y este sufrimiento hará
que vuestros pensamientos se liguen sólo a Dios; así su
vagabundaje se detendrá. A partir de allí, si Dios os lo otorga, la
restauración en todo vuestro ser interior habrá comenzado y no
cesaréis ya de marchar en presencia de Dios.

La seducción de delicias espirituales


Decís que teméis la seducción de delicias espirituales. Pero ¡no
se trata seguramente de caer en esta ilusión! No es porque ella es
dulce que se practica la oración, sino porque es nuestro deber servir
a Dios de esta manera, aunque la dulzura vaya siempre a la par con
un servicio auténtico. En la oración, lo más importante es
permanecer en presencia de Dios, en adoración y temor, con el
intelecto encerrado en el corazón; tal es el medio de aplacar y
dispersar todos los pensamientos alocados y reemplazarlos por la
contrición.
Esos sentimientos de temor y arrepentimiento en presencia de
Dios, ese corazón quebrado y contrito, son los rasgos principales de
la verdadera oración interior que nos permite juzgar si nuestra
oración está bien hecha o no. Si esos sentimientos están presentes,
es que la oración está en orden, si está ausente, la oración no va
por el buen camino y debe ser reconducida a su verdadera
naturaleza. Si esos sentimientos de contrición y de tristeza faltan, la
dulzura y el calor espirituales producirán en nosotros el amor propio;
el orgullo espiritual que conduce a perniciosas ilusiones. Entonces,
las delicias y el calor espiritual se desvanecerán, dejando sólo su
recuerdo, y el alma continuará imaginándose que todavía goza de
ellas. Temed esto y velad, para encender en vuestro corazón, cada
vez más vivos, el temor de Dios, el sentimiento de vuestra nada y
una humilde contrición, marchando sin cesar en presencia de Dios.
Eso es lo esencial.

La sobriedad del intelecto y el calor del corazón


Conservad la sobriedad del intelecto y el calor del corazón
cumpliendo vuestra regla con celo. Si sentís disminuir el calor,
apresuraos a reanimarlo en vosotros, convencidos de que su
desaparición prueba que os estáis alejando de Dios en gran medida.
El temor de Dios conserva y vivifica el calor interior, pero la humildad
es igualmente necesaria, junto con la paciencia, la fidelidad a las
reglas y, por encima de todo, la sobriedad. Velad atentamente sobre
vosotros mismos, por amor a Dios. Despertaos si estáis
adormilados. Sacudíos de todas las formas posibles, a fin de no
volver a dormiros.

La sobriedad y el discernimiento
Los combatientes de Cristo deben montar una guardia atenta
sobre dos puntos en particular: la sobriedad y el discernimiento La
primera se dirige hacia el interior y la segunda hacia el exterior. Por
la sobriedad, velamos sobre los movimientos que parten del mismo
corazón; por el discernimiento, vemos venir los movimientos que
podría nacer allí bajo el impulso de influencias exteriores.
La regla de la sobriedad es la siguiente: después que cada
pensamiento ha sido arrojado del alma por el recuerdo de la
presencia de Dios, es necesario colocarse a la puerta del corazón y
vigilar atentamente todo lo que entra allí y todo lo que sale. No os
dejéis arrastrar por la emoción o por el deseo, pues todo mal viene
de allí.
Sed sobrios y vigilantes
Ser sobrio significa no dejar que el corazón se ligue a cualquier
otra cosa, sino a Dios. Toda otra ligazón embriaga el alma, que se
entrega, entonces, a cosas totalmente extrañas. Ser vigilante quiere
decir que se vela con preocupación, por temor a que algo malo surja
en el corazón.

La humildad y el calor del corazón


¿Habéis logrado preservar en vosotros el calor espiritual? Es
necesario. El fundamento de este calor es la humildad. Cada vez
que la humildad decrece, el frío penetra. Cuando uno comienza a
darse importancia, el Señor se aleja y, abandonada a sí misma, el
alma se enfría. Es necesario no contentarse con repetir solamente
con la boca que no somos nada, es necesario sentir la propia nada
desde el fondo del corazón. Entonces, el Señor estará siempre allí,
el que crea y ha creado todas las cosas de la nada. El Señor
calentará vuestra alma, pero a condición de que hayáis cumplido
vuestra parte. ¿Cuál es esta contribución?: la humildad y la
atención, y una sumisión total a Dios en las profundidades de
vuestro corazón. Esos sentimientos deben mantenerse
incesantemente en vosotros, ya sea que hagáis o digáis cualquier
cosa, que estéis sentados o en movimiento, en casa o en la iglesia.
Que el Señor os otorgue la sabiduría. Leed los escritos de los
santos, reflexionad sobre ellos, y absorbed todo lo que es útil a
vuestra alma y a vuestra vida.

La lectura espiritual El temor de Dios


¿Tenéis un libro? Leedlo, reflexionad en lo que os enseña y
aplicaos sus enseñanzas. Esta aplicación, por sí misma, es el fin y
el fruto de la lectura. Si leéis sin aplicar a vosotros mismos lo que
leéis, no obtendréis nada bueno, y os arriesgaréis incluso a
perjudicaros. Las teorías se acumularán en vuestra cabeza y
llegaréis a criticar a los demás en lugar de mejorar vuestra propia
vida. Tened oídos y escuchad.
Si tenéis ya la Folicalía, buscad los escritos de Hesiquio y leed lo
que él dice acerca de la sobriedad. Explica exactamente lo que es
necesario hacer para controlar y ordenar los pensamientos. Leed
atentamente, haced penetrar esas palabras en vuestro corazón y
luego obrad como él lo aconseja.
Debéis siempre guardar firmemente en vosotros el temor de
Dios. El es la raíz del conocimiento espiritual y de toda obra buena.
Cuando el temor de Dios gobierna el alma todo va bien, tanto en el
interior como en el exterior. Esforzaos por encender en vosotros ese
sentimiento de temor cada mañana antes de iniciar cualquier otra
cosa. Luego continuará actuando por sí mismo, como un reloj al que
se le ha dado cuerda.

El fruto principal de la oración


El fruto principal de la oración no es el calor y la dulzura, sino el
temor de Dios y la contrición.

La raíz del orden interior


La raíz de un buen orden interior, es el temor de Dios. Mantened
constantemente en vosotros ese temor y él os hará firmes, impedirá
a vuestros miembros debilitarse tanto como a vuestro pensamiento,
os dará un corazón vigilante y un espíritu sobrio y no permitirá ni a la
torpeza invadir vuestro cuerpo ni a la confusión introducirse en
vuestros pensamientos. Pero es necesario, siempre, recordar que
todo éxito en la vida espiritual es fruto de la gracia de Dios. La vida
espiritual toda entera viene de su muy Santo Espíritu. Nosotros
tenemos nuestro propio espíritu, pero carece de poder. Sólo
comienza a adquirir un poco de fuerza cuando es invadido por el
Espíritu de Dios.
Éxtasis
Lo que debéis buscar en la oración, es establecer en vuestro
corazón un sentimiento apacible, pero constante y cálido, respecto a
Dios; no esperéis ni el éxtasis ni algún estado extraordinario. Pero si
Dios os hace experimentar alguna cosa de ese tipo en la oración,
dadle gracias y no imaginéis que eso os es debido, ni lamentéis su
desaparición, como si se tratara de una gran pérdida. Por el
contrario, descended de esas alturas hacia la humildad y la
sobriedad de sentimientos hacia el Señor.

b) LA GRACIA DE DIOS Y EL ESFUERZO


DEL HOMBRE

El llamado de la gracia y la libre respuesta del


hombre
El primer llamado de la gracia, su primera venida, abren ante
nuestros ojos el reino espiritual y nos dan la visión de otro mundo, lo
queramos o no. Sin embargo, a continuación, esta visión, al igual
que el poder de permanecer constantemente en el interior del
corazón, es remitida a la libre elección del hombre, y nos es
necesario trabajar para alcanzarlo.

Nada se obtiene sin esfuerzo


Que el Señor os otorgue un ardiente deseo de permanecer
interiormente en su presencia. Buscad y encontraréis. Buscad a
Dios: es la regla inmutable de todo adelanto espiritual. Nada se
obtiene sin esfuerzo. La ayuda de Dios está siempre lista y siempre
cercana, .pero no es otorgada más que aquellos que buscan y
trabajan, a aquellos que, después de haber puesto en acción todas
sus fuerzas, gritan hacia Dios con todo su corazón: "¡Señor,
ayúdanos!" Durante todo el tiempo que conserváis aunque sea una
ligera esperanza de llegar a algo por vuestros propios medios, el
Señor se cuida bien de intervenir Es como si él dijera: "¿Esperas
triunfar por ti mismo? Muy bien, intenta. Intenta siempre, y no
llegarás a nada". Que el Señor os otorgue un espíritu contrito, un
corazón humilde y respetuoso.

El árbol de la vida
La disposición fundamental del penitente debe ser esta: "De la
manera que tú quieras. Señor, sálvame. Por mi parte, quiero trabajar
sin hipocresía, lealmente y sin desviarme, con una conciencia pura,
haciendo todo lo que entiendo, todo lo que está en mi poder". Quien
sienta realmente esto en su corazón, es agradable al Señor, que
viene a reinar sobre él como un rey. Es Dios quien lo instruye, es
Dios quién ora en él, es Dios quien opera en él el querer y el hacer,
es Dios quien pone en él el fruto, es Dios quien lo gobierna. Ese
estado es la semilla y el corazón del celeste árbol de la vida
plantado en él.

Dependencia respecto de la gracia


La primera semilla de la vida nueva nace de la unión de!a gracia
y de la libertad. Su crecimiento y su maduración provienen del
desarrollo de los mismos elementos. Cuando el penitente hace el
voto de vivir en adelante según la voluntad de Dios, para su gloria,
debe decir: "Sólo tú puedes confirmar y fortificar mi resolución". Y
desde entonces, debe colocarse a cada instante en las manos de
Dios, repitiendo esta oración: "Cumple tú mismo en mí lo que plazca
a tu voluntad". De este modo, ya se trate de movimientos interiores
o de actos exteriores, será siempre Dios quien actuará en él y lo
hará vivir según su divino buen placer.
Pero cuando el hombre espera realizar cualquier cosa por sí
mismo, en virtud de su propio poder, entonces, inmediatamente, la
verdadera vida espiritual, animada por la gracia divina, se extingue
en él. En ese estado, a pesar de los más grandes esfuerzos, ningún
fruto espiritual puede llegar a la madurez.

Una serenidad perfecta


La perfecta serenidad del espíritu es un don de Dios, pero ella no
es otorgada sin un esfuerzo considerable por nuestra parte. No
llegaréis jamás a nada por vuestro esfuerzo únicamente; pero Dios
no os otorgará jamás nada si no trabajáis con todas vuestras
fuerzas. Esta ley no conoce excepción.

La unión de la gracia y de la libertad


San Macario de Egipto dijo (Primer Tratado sobre la Guarda del
Corazón, cap. 12) que la gracia que es otorgada al hombre "no liga
su voluntad por fuerza de la necesidad, ni le hace, de buen o mal
grado, inmutablemente bueno. Por el contrario, el poder de Dios,
viviendo en el hombre, se inclina ante su libre voluntad a fin de que
se revele si la voluntad del hombre está o no de acuerdo con la
gracia". A partir de allí comienza la unión de la gracia y de la
libertad. Al comienzo, la gracia permanece fuera y actúa desde
afuera. Luego, ella penetra en el interior y comienza a tomar
posesión de algunas partes del espíritu; pero ella sólo lo hace
cuando el hombre, de buen grado le abre la puerta, abre la puerta
para recibirla. La gracia está siempre lista para venir en ayuda del
hombre que la desea. Por sí mismo, el hombre no puede hacer el
bien, ni hacerlo reinar en él, pero puede desearlo y esforzarse por
alcanzarlo. A causa de ese deseo, la gracia consolida en él lo que
es bueno, aquello hacia lo que tiende. Y esto continúa así hasta que
el hombre adquiere finalmente el dominio de sí mismo y llega a ser
capaz de cumplir con lo que es bueno y agradable a Dios.

Pobre, indigno, ciego y desnudo


Es necesario no tener miedo de la ilusión. Sólo se arriesgan a
convertirse en su presa aquellos que se abandonan a la vanidad y
que, cuando sienten un pequeño calor en el corazón, se imaginan
haber alcanzado la cumbre de la perfección. En realidad, ese calor
no es más que un comienzo, y no es forzosamente estable. Ese
calor y esa paz del corazón pueden ser algo natural, el fruto de la
concentración y de la atención. Necesitamos trabajar mucho y
durante mucho tiempo, esperar pacientemente hasta que aquello
que es natural sea finalmente reemplazado por lo que constituye un
don de la gracia. Es mejor no pensar jamás que se ha logrado
cualquier cosa, sino siempre considerarse pobre, indigno, ciego y
desnudo.

Cooperadores de Dios
El Señor ve vuestras necesidades y vuestros esfuerzos y os
tenderá una mano segura; os fortificará y hará de vosotros soldados
bien armados y listos para la batalla. Ningún apoyo es mejor que el
suyo. El mayor peligro es creer que se puede encontrar en sí mismo
ese apoyo; entonces se pierde todo. El mal dominará el alma
nuevamente, eclipsando la luz que temblaba todavía en ella, aunque
débilmente, y extinguiendo la pequeña llama que apenas ardía. El
alma debe comprender hasta qué punto carece de fuerzas por sí
sola. No esperando nada de vosotros mismos, posternaos ante Dios
y, en vuestro corazón, reconoced que no sois nada. Entonces la
gracia todopoderosa creará todas las cosas de esa nada. Aquél que,
con una humildad perfecta, se coloca entre las manos del Dios de
misericordia, atrae hacia él al Señor, y llega a ser fuerte con su
fuerza.
Aunque esperando todo de Dios y nada de nosotros mismos,
debemos sin embargo obligarnos a actuar, a desplegar toda nuestra
fuerza, para crear en nosotros alguna cosa a la que Dios pueda
venir en ayuda y a la que la fuerza divina pueda finalmente penetrar.
La gracia está ya presente en nosotros, pero ella no actuará hasta
que el hombre no lo haya hecho por sí mismo, llenando con su
poder su debilidad. Haced pues, a Dios, firme y humildemente, el
sacrificio de vuestra voluntad, y luego actuad sin la menor hesitación
y no a medias.

El espíritu de la gracia y el espíritu farisaico


Cuando emprendáis un esfuerzo particular, no concentréis sobre
él toda vuestra atención y todo vuestro corazón, sino consideradlo
como secundario. Abandonándoos enteramente a Dios, abríos a su
gracia, y manteneos listos para recibirla como un vaso vacío. Quien
encuentra la gracia, la encuentra por la fe y el celo, dice Gregorio el
Sinaíta, y no por el celo solamente. En tanto que dejemos de
remitirnos a Dios dejaremos de atraer la gracia divina, y nuestro
esfuerzo construirá en nosotros, no un espíritu movido por la gracia
de Dios, sino el espíritu de un fariseo. Esa gracia es el alma del
combate. Nuestros esfuerzos son bien llevados mientras
preservamos en nosotros la humildad, la contrición, el temor de Dios
y la devoción; y todo eso en la medida en que comprendemos
cuánto necesitamos su ayuda. Estar satisfechos de nosotros
mismos y contentos con nuestros esfuerzos, es signo de que
nuestra obra no se realiza como es necesario o bien de que nos
falta sabiduría.

La verdadera vida cristiana es la vida de la gracia


La vida es la fuerza para actuar. La vida espiritual es la fuerza
para actuar espiritualmente, de acuerdo con la voluntad de Dios. El
hombre ha perdido esta fuerza, y hasta que ella no le sea devuelta,
le es imposible vivir espiritualmente por más que lo desee. He aquí
por qué el don de la gracia es esencial para que el creyente pueda
llevar una vida cristiana auténtica. La verdadera vida cristiana es la
vida de la gracia. Un hombre puede tomar buenas resoluciones
pero, para ponerlas en práctica, es necesario que la gracia se una a
su espíritu. Cuando se realiza esta unión, la fuerza moral que, hasta
ese momento, sólo se manifestaba temporariamente bajo el efecto
de un entusiasmo de debutante, se imprime en el espíritu y
permanece allí sin cesar. Esta restauración de la fuerza moral del
espíritu es efectuada por la acción regeneradora del bautismo, en el
cual el hombre recibe su justificación y la fuerza para actuar "según
Dios, en la justicia y la santidad" (Ef. 4, 24).

Las verdades escritas por el dedo de Dios


Me escribís que a veces, durante la oración, la solución de
algunos problemas de la vida espiritual que os preocupan aparece
por sí misma, brotando de una fuente desconocida. Esto es bueno.
Es la manera verdaderamente cristiana de ser enseñado por Dios.
La promesa: "Y todos ellos serán enseñados por Dios" (Juan 6, 45),
se cumple. Verdaderamente, está bien así. Las verdades están
inscriptas en el corazón por el dedo de Dios, y ellas permanecen allí
firmes e indelebles. No desdeñéis esas verdades que Dios inscribe
en vuestro corazón….

Purificando la fuente
Para purificar y curar al hombre, la gracia divina comienza, en
primer lugar, por consagrar a Dios la fuente de todas las actividades
humanas. En otros términos, la gracia orienta hacia Dios la
conciencia y la voluntad libre del hombre, sirviéndose de ellas como
punto de partida, para curar poco a poco, por su acción, todas las
potencias del hombre. Habiendo sido curada y santificada la fuente,
todas las facultades que de ella dependen se purifican
progresivamente.

Progreso en la vida de la gracia


He aquí un resumen de las prácticas que pueden ayudar a
afirmar las potencias del alma y del cuerpo en el bien, y que
permiten brillar con un resplandor cada vez más vivo, en el espíritu,
a la vida de la gracia.
Según la medida del celo y de los esfuerzos que el hombre
realice dándose a Dios, la gracia entrará y penetrará en él cada vez
más profundamente con su poder, santificándolo y haciéndolo suyo.
Pero todo esto no puede, ni debe, detenerse allí. Todavía no se trata
más que de una semilla, de un punto de partida. Esta luz de vida
debe ir más lejos e impregnar toda la sustancia del alma y del
cuerpo, santificándolas, haciéndolas suyas y desarraigando las
pasiones extrañas y contra natura que nos dominan actualmente,
volviendo a traer el alma y el cuerpo a su estado puro y natural. La
luz no debe permanecer encerrada en sí misma, sino expandirse en
nuestro ser entero con todo su poder.
Pero, puesto que todas esas potencias están infectadas por las
pasiones extrañas a la naturaleza, el espíritu puro de la gracia,
llegando al corazón, no puede penetrarlas directa e inmediatamente,
pues esa impureza le cierra la entrada. Es por ello que debemos
establecer una especie de canal entre el espíritu de la gracia que
vive en nosotros y nuestras propias potencias, para que él pueda
penetrar en ellas y curarlas, como los apósitos desinfectan las llagas
sobre las que son aplicados.
Es evidente que, para ser eficaces, los medios que constituyen
este canal deben, por una parte, poseer los caracteres y las
cualidades que denotan un origen divino y celeste y, por la otra,
estar perfectamente adaptadas a nuestras potencias, a su orden
natural y a su destino. Sin esto, no podrían cumplir eficazmente su
rol de canal, y nuestras potencias no podrían recibir la cura. Tales
deben ser, por consiguiente, el origen y las cualidades propias de
esos medios de curación. En lo que concierne a su forma exterior,
sólo pueden ser actividades, ejercicios, trabajos, pues son aplicados
a las potencias y facultades humanas cuya cualidad distintiva es el
actuar.
He aquí, pues, cuáles son los ejercicios y las actividades que
deben servir como medios para curar nuestras potencias y
devolverles su pureza perdida y su primitiva integridad: son los
ayunos, el trabajo, las vigilias, la soledad, la huida del mundo, el
dominio de los sentidos, la lectura de las Escrituras y de los Santos
Padres, la participación en los servicios de la Iglesia, la confesión y
la comunión frecuentes.

Los dos movimientos de la voluntad libre


Cuando estamos inspirados por la gracia es imposible no tener
conciencia de ello, pero es posible no otorgarle suficiente atención.
Y así, después de haber vivido durante un tiempo en ese estado,
volvemos a la rutina habitual del alma y el cuerpo. La introducción
de la gracia en la vida de un pecador no determina su conversión,
no hace más que comenzarla; falta trabajar sobre sí mismo, y ese
trabajo es arduo. Sin embargo, todo lo que se refiere a ese trabajo
puede realizarse por dos movimientos de la voluntad libre. El
primero consiste en separarse del mundo exterior para entrar en sí
mismo y el segundo en volverse hacia Dios. Por el primer
movimiento el hombre reconquista el poder sobre sí mismo que
había perdido y, por el segundo, se ofrece a sí mismo a Dios en
holocausto voluntario. Por el primero se decide a separarse del
pecado y por el segundo se acerca a Dios y emite el voto de
pertenecer sólo a él todos los días de su vida.

La gracia de Dios separa al hombre en dos


La gracia de Dios, manifestándose al hombre en su primer
despertar espiritual y visitándolo luego durante todo el tiempo de su
conversión, lo separa en dos. Le hace tomar conciencia de la
existencia de una dualidad en sí mismo y le enseña a distinguir
entre lo que está contra su naturaleza y lo que debería serle natural.
De ese modo le inspira la voluntad de rechazar todo lo que está
contra su naturaleza, de modo que su verdadero ser, creado a la
imagen de Dios, salga a la luz. Pero, evidentemente, semejante
decisión no es más que el comienzo de la empresa. Ya que es sólo
de intención y de voluntad que el hombre abandona aquello que, en
él, es contra su naturaleza, que él lo rechaza deseando reencontrar
su naturaleza inicial. De hecho, toda su estructura interior
permanece tal como era anteriormente, es decir, saturada de
pecado; las pasiones dominan a su alma y a todas sus facultades, a
su cuerpo y a todas sus funciones igual que antes, con una
diferencia sin embargo: anteriormente él elegía y abrazaba todo eso
con ardor y placer, al presente lo odia, lo arroja a los pies y lo
rechaza. Aquél que ha llegado a ese estado sale de sí mismo como
de un cadáver en descomposición. Ve en qué medida, a pesar suyo,
el olor infecto de las pasiones se exhala desde las diferentes partes
de su ser, y llega a sentir ese hedor con tanto realismo que su
espíritu resulta sofocado.
La verdadera vida de la gracia no está, por consiguiente, en el
hombre, más que como una semilla y como una chispa; pero semilla
sembrada en la mala hierba y chispa recubierta sin cesar por las
cenizas. No es todavía más que una pequeña luz que brilla
débilmente en la más espesa bruma. Por su voluntad y por su
conciencia el hombre se ha ligado a Dios, y Dios ha aceptado esta
ofrenda y se ha unido a él en ese lugar de percepción de sí, de libre
elección, en el interior de sí mismo, que San Antonio de Egipto³² y
San Macario el Grande llaman espíritu. Y ése es el único lugar en él
que es santo, agradable a Dios y salvado.
Todas, las otras partes de su ser son todavía prisioneras, no
quieren ni pueden obedecer a las exigencias de la vida nueva; el
intelecto no sabe todavía pensar de esa manera nueva, sino que
continúa pensando como anteriormente; la voluntad no sabe todavía
desear correctamente, desea como siempre lo ha hecho; el corazón
no siente de la manera nueva, sino como anteriormente. Lo mismo
sucede con el cuerpo y todas sus funciones. El hombre es, por
consiguiente, todavía enteramente impuro, salvo en ese punto único
que constituye en él el poder consciente de elegir libremente, en su
interior, y que llamamos el espíritu.
Dios, que es la pureza misma, sólo entra en comunicación con
esta parte única, mientras todas las otras, todavía impuras le son
extrañas y permanecen fuera de esta comunión. Dios está siempre
listo para unirse al hombre todo entero, pero no lo hace porque el
hombre es impuro. Tan pronto el hombre está enteramente
purificado, Dios le hace sentir que lo habita íntegramente.

La acción de la gracia lo abraza todo


Ante el nacimiento de la vida interior, ante la manifestación
sensible de la acción de la gracia y de la unión con Dios, es
frecuente que el hombre actúe todavía por su propia iniciativa, en
tanto que sus fuerzas se lo permiten. Pero cuando está agotado por
el fracaso de sus esfuerzos, renuncia finalmente a su propia
actividad y se abandona con todo su corazón a la acción
todopoderosa de la gracia. Entonces el Señor lo visita en su
misericordia y enciende la llama de la vida espiritual; aprende por su
propia experiencia que no son sus esfuerzos los que realizaron en él
esta gran transformación; por otra parte, las retiradas más o menos
frecuentes de la gracia le enseñan que el mantenimiento de esa
llama de vida no depende ya de él.
La aparición frecuente de buenos pensamientos y de buenas
inspiraciones, su invasión por el espíritu de oración, que viene no se
sabe de dónde ni cómo, todo esto lo convence, por experiencia, de
que todo ese bien no es posible para, él más que por la acción de la
gracia divina, siempre presente por la misericordia de Dios, que
salva a todos aquéllos que buscan la salvación. El se da al Señor, y
solo el Señor actúa en él. La experiencia le muestra que no tiene
éxito más que cuando se entrega enteramente a Dios. Entonces, ya
no vuelve hacia atrás, sino preserva esa gracia por todos los medios
posibles.
Los amantes de teorías están muy preocupados por la cuestión
de las relaciones entre la gracia y la libertad. Para cualquiera que
posea en sí la gracia, la cuestión está resuelta por la experiencia
práctica. Aquél que lleva la gracia en su corazón, se abandona
íntegramente a la acción de la gracia y es la gracia la que actúa por
él. Esta verdad es más evidente para él que cualquier verdad
matemática y que cualquier otra experiencia de la vida exterior,
porque ha cesado de vivir en la superficie de sí mismo y está
enteramente concentrado en el interior. No hay más que una sola
preocupación: ser siempre fiel a la gracia que está en él. La
infidelidad ofende a la gracia, hace que ella se aleje o reduzca su
acción. El hombre testimonia su fidelidad a la gracia —o al Señor—
no permitiéndose nada, ya sea pensamiento, sentimiento, acción o
palabra, que sea contraria a la voluntad del Señor. Por el contrario,
no desdeña ninguna obra, ninguna empresa, desde que sabe que
Dios quiere que la cumpla, discerniendo esta voluntad según las
circunstancias y las indicaciones que provienen de sus deseos y
movimientos interiores. Esto exige a veces muchos esfuerzos, de
renunciamiento de sí mismo y de resistencia a sus instintos, pero él
es feliz de sacrificarlo todo al Señor pues, después de cada uno de
estos sacrificios, recibe una recompensa interior: la paz, la alegría y
un espíritu de oración más audazmente confiado.
Esa fidelidad a la gracia, que va a la par con la oración (la cual,
en ese estadio, es continua), hace que el don de la gracia crezca en
fervor y en calor. Cuando se enciende un fuego es necesario que el
movimiento del aire mantenga la llama y la fortifique. Igualmente,
cuando el fuego de la gracia está encendido en el corazón, la
oración es necesaria, pues actúa corno una corriente de aire
espiritual en el corazón. ¿Qué es esta oración?. Es el incesante
movimiento del intelecto hacia el Señor en el corazón, es
permanecer constantemente en presencia de Dios, con el intelecto
en el corazón, ya sea que esté acompañado o no de oración vocal,
pero con sentimientos de devoción, de abandono y de
arrepentimiento en el corazón. Es esta actividad, esta disposición
del intelecto, lo que constituye el mejor medio para conservar el
calor del corazón y todo el orden interior, para dispersar los
pensamientos y las actividades malas o simplemente inútiles y para
fortificar los buenos pensamientos y las buenas empresas. Los
pensamientos y las intenciones buenas vienen; el hombre se hunde
más en la oración, y entonces, según esas intenciones se fortifiquen
o debiliten, sabe si ellas son agradables o no a Dios. Cuando vienen
los malos pensamientos, cuando algo comienza a turbarlo, se hunde
nuevamente en la oración sin prestar atención a lo que pasa en él, y
los pensamientos turbadores se desvanecen. De esta manera, la
oración interior se establece en él como la principal fuerza que
conduce y regula la vida espiritual. Es necesario no sorprenderse si
todas las instrucciones de los Santos Padres tienden principalmente
a enseñarnos a orar interiormente.

La gracia conduce todo a la unidad


Mientras los esfuerzos del espíritu broten en nosotros de manera
esporádica, a veces de un lado, a veces del otro, no hay vida en
ellos. Pero cuando la fuerza más alta de la gracia divina, penetrando
en el espíritu, consuma la unidad de todos esos esfuerzos
dispersos, entonces se enciende finalmente la llama de la vida
espiritual.

Serpientes y nubes oscuras


Mientras la gracia no habita el corazón del hombre, los demonios
se arrastran como serpientes en las profundidades del corazón e
impiden al alma desear el bien; pero cuando ella penetra en el alma,
esos demonios son barridos, como sombrías nubes arrastradas por
el viento.

Tres tipos de deseo: mental, sensible, activo


Aquél que ha buscado la ayuda de la gracia y siente ahora su
presencia, debe estar firmemente resuelto, no sólo a corregirse, sino
a hacerlo inmediatamente. Ese deseo de corregirse ha orientado ya
todos sus esfuerzos precedentes, pero queda algo para hacer para
llevarlo a su fin. En efecto, existen muchos tipos de deseo. Existe el
deseo mental: el intelecto desea alguna cosa y el hombre hace el
esfuerzo correspondiente, es el deseo que orienta el trabajo
preparatorio; existe el deseo sensible, que nace bajo la influencia de
los afectos y de los sentimientos producidos por la gracia y,
finalmente, existe el deseo activo, que está presente cuando la
voluntad consiente en comenzar inmediatamente a salir de su
estado de decadencia.
Con la ayuda de la gracia, vosotros debéis comenzar ahora.

c) EL FUEGO DEL ESPÍRITU

No extingáis el Espíritu
"No extingáis el Espíritu" (I Tess. 5, 19). El hombre vive
habitualmente sin preocuparse de rendir culto a Dios, sin ocuparse
de su salvación personal. La gracia despierta al pecador dormido y
lo llama a la salvación. Si él escucha ese llamado con espíritu de
arrepentimiento, decide consagrar el resto de su vida a obras
agradables a Dios para, así, llegar a la salvación. Esta resolución se
manifiesta por el celo y el ardor; y éstos, a su vez, llegan a ser
efectivos cuando la gracia divina los fortifica por medio de los
sacramentos. Desde entonces, el cristiano comienza a arder en
espíritu, es decir que es presa de un ardiente celo para el
cumplimiento de todo lo que su conciencia le revela como la
voluntad de Dios.
Puede entonces, o bien mantener en él ese ardor espiritual, o
bien extinguirlo. Se mantiene, sobre todo, por los actos de amor
hacia Dios y el prójimo - lo que es, en verdad, la esencia misma de
la vida espiritual - por la fidelidad a los mandamientos en general,
con una conciencia apacible, por una generosidad que permanece
sorda a los reclamos del cuerpo y el alma, y por la oración y el
pensamiento de Dios. Por el contrario, esta llama se extingue por la
distracción en la atención a Dios y a sus voluntades, por la ansiedad
excesiva en relación a las cosas de este mundo, por la indulgencia
con los placeres sensuales, por el abandono a los deseos de la
carne y por el esclavizamiento respecto a las cosas materiales. Si
ese ardor espiritual se extingue, la vida cristiana no tardará también
en extinguirse.
San Juan Crisóstomo habla muy largamente de este ardor del
espíritu. He aquí, en resumen, lo que dice: "Una bruma, una
oscuridad y nubes espesas se han expandido sobre la tierra. Es al
respecto que el Apóstol dice: 'Pues vosotros erais tinieblas' (Ef. 5,
8). Estamos sumergidos en la noche y no tenemos la claridad de la
luna para mostrarnos el camino; ahora bien, es en esa noche que
debemos marchar. Pero Dios nos ha dado una lámpara brillante
encendiendo en nuestras almas la gracia del Espíritu Santo.
Algunos, después de haber recibido esa luz, la han hecho más
brillante y más clara; tales fueron Pablo, Pedro y todos los santos.
Pero otros la extinguieron; tales fueron las cinco vírgenes
imprudentes, aquellos que naufragaron en la fe, los fornicadores de
Corinto y los Gálatas separados de su fidelidad primera. San Pablo
dice 'No extingáis el Espíritu', es decir, el don del Espíritu, pues es
habitualmente de ese don, de lo que quiere hablar cuando dice 'el
Espíritu'. Ahora bien, lo que extingue al Espíritu, es una vida impura.
Pues si alguien vierte o arroja tierra sobre la luz de una lámpara,
ésta se extingue; y lo mismo se produce si, más simplemente, se
saca el aceite. Es de la misma manera que se extingue en nosotros
el don de la gracia. Si tenéis la cabeza llena de cosas terrestres, si
os habéis dejado absorber por las preocupaciones cotidianas ya
habéis extinguido en vosotros el Espíritu. La llama muere también
cuando no hay suficiente aceite en la lámpara, es decir, cuando no
mostramos bastante caridad. El Espíritu ha venido a nosotros por la
misericordia de Dios, y si no encuentra en nosotros frutos de
misericordia, se alejará, pues el Espíritu no hace su morada en un
alma sin misericordia.
"Tened, pues, cuidado de no extinguir el Espíritu. Toda mala
acción extingue esa luz; la murmuración, las ofensas, o cualquier
otra cosa análoga. La naturaleza del fuego es tal que, a todo lo que
le es extraño, lo destruye, mientras que a todo lo que le está
emparentado, lo fortifica. Esta luz del Espíritu actúa de la misma
manera".
Tal es la manera en que el espíritu de la gracia se manifiesta en
los cristianos. Por el arrepentimiento y la fe, la gracia desciende en
el alma del hombre con el sacramento del bautismo, o le es devuelta
por el sacramento de la penitencia. El fuego del celo es su esencia,
pero puede tomar direcciones diferentes según las personas. El
espíritu de la gracia conduce a algunos a concentrar todos sus
esfuerzos sobre su propia santificación sometiéndose a una ascesis
severa; otros se orientan principalmente hacia las obras de caridad,
mientras hay quienes se sienten impulsados a consagrar su vida a
la buena organización de la sociedad cristiana. También hay algunos
que se dedican a hacer conocer el Evangelio por la predicación,
como fue el caso de Apolos quien, ardiendo en espíritu, predicó y
enseñó a Cristo (Hechos, 18, 25).

La fuerza estimulante de la gracia


Trabajad y ejercitaos, buscad y encontraréis, golpead y se os
abrirá. No os debilitéis, no os desaniméis. Pero, al mismo tiempo,
recordad que esos esfuerzos no son, por nuestra parte, nada más
que tentativas para atraer la gracia; no son la gracia en sí misma,
debemos continuar buscándola. Lo que más nos falta es,
precisamente, esa fuerza estimulante de la gracia. Notad bien que,
cuando reflexionamos u oramos, o hacemos alguna otra cosa de
esta naturaleza, es como si introdujéramos por la fuerza en nuestro
corazón alguna cosa que le es extraña. Entonces, he aquí lo que
sucede a veces: cuando nuestros pensamientos y nuestras
oraciones nos producen una impresión, sus efectos descienden en
nuestro corazón hasta una cierta profundidad según la intensidad de
nuestros esfuerzos; pero enseguida, después de un cierto tiempo,
esta impresión es rechazada —como un bastón arrojado
verticalmente en el agua está forzado a salir de ella—, en razón de
una especie de resistencia del corazón, que es desobediente y poco
habituado a esta clase de cosas. Inmediatamente después, la
frialdad y la dureza se apoderan de nuevo del alma como signo
seguro de que lo que habíamos experimentado no era la acción de
la gracia, sino solamente el efecto de nuestros propios esfuerzos y
de nuestro trabajo. No os contentéis con esos solos esfuerzos, no
permanezcáis en ese nivel como si fuera eso lo que debíais
encontrar. Sería una peligrosa ilusión. Sería igualmente peligroso
imaginaros que hay mérito en todo ese trabajo, y que ese mérito
debe necesariamente ser recompensado. En absoluto: esos
esfuerzos son solamente una preparación para recibir la gracia; pero
el don en sí mismo depende únicamente de la voluntad del Donante.
Es por ello que, haciendo uso cuidadoso de todos los medios que
acabamos de describir, debemos continuar viviendo en la espera de
la visita divina, que llega de improviso y no se sabe de dónde.
Es solamente cuando esta fuerza estimulante de la gracia está
allí, que comienza realmente la obra interior que transforma nuestra
vida y nuestro carácter. Sin la gracia es inútil esperar el éxito; no
puede haber más que una serie de vanas tentativas. San Agustín³³
lo testimonia, pues hizo largos y violentos esfuerzos para
dominarse, mas no lo consiguió sino cuando se encontró colmado
por la gracia. Trabajad con una confiada esperanza; la gracia llegará
y pondrá todo en orden.

Los signos del abrasamiento del espíritu


"Felices en la esperanza, pacientes en la prueba, perseverantes
en la oración" (Rom. 12, 12). Tales son los signos del abrasamiento
del espíritu. "Aquél que arde en espíritu trabaja con celo por el
Señor. Espera de él la realización de sus esperanzas, supera las
tentaciones que encuentra afrontando pacientemente sus ataques y
llamando sin cesar en su ayuda a la gracia divina" (Ex Teodoreto).
"Todas esas cosas sirven para mantener ese fuego, la llama del
Espíritu" (San Juan Crisóstomo).
"Felices en la esperanza". Desde el primer momento del
despertar del espíritu por la gracia, el pensamiento consciente del
hombre, y sus aspiraciones, pasan de la criatura al Creador, de lo
que es terrestre a lo que es celeste, de lo que es temporario a lo que
es eterno. Es allí donde se encuentra su tesoro y allí también su
corazón. No espera nada de aquí abajo, todas sus esperanzas
están en el mundo por venir. Su corazón renuncia a todo lo que
pertenece a este mundo, nada en él lo atrae ya, y él no espera ya
ninguna alegría. Se regocija en los bienes que vendrán; ellos son los
que espera firmemente poseer algún día. Este trasplante de los
tesoros del hombre y de los deseos de su corazón, es uno de los
rasgos esenciales del espíritu despierto y ardiente. Hace del hombre
un peregrino que, sobre la tierra, busca su patria, la Jerusalén
celeste. Tales deben ser las características de todos los cristianos
que recibieron la gracia. Es por ello que el Apóstol prescribe también
en otro lugar: "Si habéis resucitado con Cristo, (es decir si habéis
sido despertados en el espíritu por la gracia de Cristo) buscad las
cosas de lo alto, allí donde se encuentra Cristo, sentado a la diestra
de Dios. Poned vuestro afecto en las cosas de lo alto, no en las de
la tierra, pues estáis muertos y vuestra vida está oculta con Cristo
en Dios" (Col. 3, 1—3). El Apóstol quiere decir, aquí, que vosotros
estáis muertos para todas las cosas terrestres, creadas,
temporarias.

¿Por qué no ardemos en espíritu?


"Arder en espíritu…" Todos hemos recibido la gracia en el
bautismo y la confirmación. Por consiguiente, deberíamos arder en
nuestro espíritu, que está animado por la gracia del Espíritu Santo.
¿Por qué entonces, no ardemos en espíritu? Porque estarnos
ocupados en una gran medida, y a veces exclusivamente, con
nuestros propios asuntos, en asuntos de este mundo y de la vida
exterior, de tal modo que el espíritu, aunque se haga sentir aún,
tiene su actividad limitada. Si queremos inflamar el espíritu,
debemos tomar conciencia de la mala orientación de nuestras
actividades, sobre todo de su orientación hacia las cosas mundanas
y terrestres; y debemos entrar más profundamente en la
contemplación de lo que es divino, santo, celeste y eterno. Lo más
importante es comenzar a actuar de una manera verdaderamente
espiritual. Entonces el espíritu comenzará a arder en nosotros, y el
don de la gracia que permanece en nosotros se desarrollará y
llegará a ser un calor en nuestro corazón.
Tal es la enseñanza de nuestros Santos Padres y de nuestros
guías espirituales. San Juan Crisóstomo, después de haber descrito
diferentes maneras de actuar con firmeza y decisión, agrega: "Si
hacéis esto, alcanzaréis el Espíritu; y cuando el Espíritu permanezca
en vosotros, os hará fervientes en todo aquello a lo que me he
referido. Y cuando estéis inflamados por el Espíritu y por el amor,
entonces, todo será fácil. ¿No habéis nunca constatado de qué
modo el toro llega a ser terrible cuando siente el fuego sobre su
espalda? Vosotros seréis igualmente insoportables para el demonio
si conserváis en vosotros estas dos antorchas inflamadas: la gracia
del Espíritu y el amor". El bienaventurado Teodoreto habla con más
detalles: "El Apóstol llama al Espíritu un don (es decir un don de la
gracia que anima nuestro espíritu), y nos ordena alimentar ese don
por nuestro celo como se alimenta el fuego con madera, es decir,
alimentar lo por la meditación de las cosas divinas y de las acciones
espirituales. Dice también en otro lugar: "No extingáis el Espíritu" (1
Tes. 5, 19). Los que extinguen el Espíritu son aquéllos indignos de la
gracia, porque no mantienen puro el ojo de su espíritu, y que por
ese hecho no perciben los rayos de la gracia. Es así que la luz es
tinieblas para los ciegos físicos; en pleno día, están en la noche. Es
por ello que el Apóstol nos recomienda arder en espíritu y tener un
ardiente amor por las cosas divinas".

Soledad, oración, meditación


Rechazad todo lo que podría extinguir esa pequeña llama que
comienza a arder en vosotros, y rodeaos de todo lo que pueda
alimentarla y transformarla en un fuego ardiente. Permaneced en la
soledad, orad, reflexionad en lo que debéis hacer. La regla de vida,
la ocupación, el trabajo que habéis adoptado cuando os
encontrabais en la búsqueda de la gracia, son también ayudas
poderosas para desarrollar en vosotros la acción de la gracia que
comienza ahora a hacerse sentir.
Lo que más necesitáis en vuestro estado actual es soledad,
oración y meditación. Vuestra soledad debe ser más recogida,
vuestra oración más profunda, vuestra meditación más intensa.

Un corazón ardiente
¿Cómo hicieron nuestros grandes ascetas, nuestros Padres y
nuestros maestros para encender en sí mismos el espíritu de
oración, y establecerse firmemente en la oración? Todo su objetivo
era volver su corazón ardiente de amor solo por el Señor. Dios
quiere el corazón, pues es en él que se encuentra la fuente de vida.
Allí donde está el corazón, allí están la conciencia, la atención, el
intelecto; allí se encuentra el alma toda entera. Cuando el corazón
está en Dios, todo el hombre está en Dios y permanece
constantemente ante él en adoración, en espíritu y en verdad.
Esto llega rápida y fácilmente en algunos, pues tal es la
misericordia de Dios. El temor de Dios los ha penetrado
profundamente, su conciencia ha sido estimulada con gran fuerza, y
su celo rápidamente inflamado los ha puesto sobre el camino de la
salvación, puros y sin tacha ante Dios. Su ardor por serle gratos ha
llegado a ser en poco tiempo un fuego devorador. Se trata de las
almas seráficas, ardientes, rápidas en sus movimientos,
soberanamente activas.
En otros, por el contrario, todo se hace con lentitud. Tal vez ello
proviene de una indolencia natural, o bien la intención de Dios a su
respecto es diferente. Sus corazones no se calientan sino con
lentitud. Tienen todos los hábitos de la piedad y sus vidas aparecen
exteriormente santas; pero todo ello no es para mejor, pues su
corazón está vacío de lo que debería tener. Esto no sucede sólo a
los laicos, sino también a quienes viven en los monasterios e incluso
a los eremitas.

Cómo encender en el corazón una llama continua


Ahora os explicaré cómo encender en vuestro corazón un
continuo rogar de calor. Recordad cómo se puede producir el calor
en el mundo físico: se frotan dos trozos de madera uno contra otro y
el calor viene, luego el fuego; o bien se expone un objeto al sol: se
calienta, y si se concentran suficientemente los rayos sobre él,
terminará por inflamarse. De la misma manera se produce el calor
espiritual. La fricción necesaria es la lucha y la tensión de la vida
ascética; la exposición a los rayos del sol es la oración interior
hecha a Dios.
El fuego puede ser encendido en el corazón por el esfuerzo
ascético, pero este esfuerzo por sí solo no inflama fácilmente el
corazón. Muchos obstáculos cierran el camino. Esa es la razón por
la cual, hace tiempo, los hombres, deseando ser salvados y
experimentados en la vida espiritual, deseando ser movidos por la
inspiración divina y sin abandonar su combate ascético,
descubrieron otro medio de calentar el corazón. Nos han transmitido
su experiencia. Ese medio parece simple y fácil, pero de hecho, no
es sin dificultades que se llega al fin. Ese recurso, para alcanzar
nuestro fin, es la oración interior que dirigimos, de todo corazón, a
nuestro Señor y Salvador. He aquí cómo se la debe practicar:
permaneced con vuestro intelecto y vuestra atención en el corazón,
persuadidos de que el Señor está cerca y os escucha, y suplicadle
con fervor: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí,
pecador". Haced esto constantemente, ya sea que estéis en la
iglesia, en casa, en viaje, en el trabajo, en la mesa o en el lecho, en
una palabra, desde el momento en que abrís los ojos hasta que los
cerréis para dormir. Será exactamente como si mantuvierais un
objeto bajo el sol, pues se trata de manteneros vosotros mismos
ante la faz del Señor que es el sol del mundo espiritual. Al principio
deberéis fijar un momento bien determinado, por la mañana o la
tarde, para consagrarlo exclusivamente a esta oración. Luego
descubriréis que la oración comienza a dar su fruto, ella se
apoderará de vuestro corazón y se arraigará profundamente en él.
Cuando todo esto se hace con celo, sin negligencia ni omisión, el
Señor mira a su servidor con misericordia y enciende un fuego en su
corazón; ese fuego demuestra con certeza que la vida espiritual se
ha despertado en lo más secreto de vuestro ser y que el Señor reina
en vosotros.
El rasgo distintivo de ese estado, en el cual el Reino de Dios nos
es revelado, o bien -lo que es igual- en el cual la llama espiritual
arde incesantemente en el corazón, es que el ser todo entero se
concentra en su vida interior. Toda la conciencia se recoge en el
corazón y permanece allí en presencia de Dios. Esparcimos ante él
todos nuestros sentimientos, nos prosternamos en su presencia con
un humilde arrepentimiento, listos para consagrar toda nuestra vida
a su solo servicio. El alma permanece en ese estado día tras día,
desde el despertar hasta el momento de acostarse; ello se continúa
a través de las diversas actividades de la jornada, hasta que el
sueño cierra nuestros ojos. Una vez que este orden se estableció en
nosotros, los desórdenes que dominaban nuestra vida en el pasado,
cesan.
La impresión de insatisfacción y de frustración que nos turbaba
antes de qué esta llama espiritual fuera encendida en nuestro
corazón, el vagabundaje del espíritu que debíamos soportar, todo
ello cesa. La atmósfera del alma se aclara, se libera de nubes. Solo
permanece un único pensamiento y un solo recuerdo, el
pensamiento y el recuerdo de Dios. La claridad reina en nosotros y,
en esta claridad, cada movimiento es necesario y apreciado según
su valor en la luz espiritual que emana del Señor al que se
contempla. Todo pensamiento malo, todo sentimiento malo que
asalta el corazón, es perseguido victoriosamente desde su
aparición. Si algo opuesto a Dios se desliza en nosotros a pesar
nuestro, es rápidamente confesado con humildad al Señor, y lavado
por el arrepentimiento interior o por la confesión exterior, de modo
que la conciencia permanece siempre pura en presencia de Dios.
En recompensa por toda esta lucha interior, obtenemos la audacia
de aproximarnos a Dios en una oración que arde incesantemente en
nuestro corazón. Ese calor constante de la oración es la verdadera
respiración de esta vida, de tal modo que el progreso en nuestro
peregrinaje espiritual se detiene cuando se extingue ese calor
interior, igual que la vida del cuerpo se extingue cuando cesa la
respiración natural.

La transfiguración del alma y del cuerpo


Yo no pretendo que todo se cumpla desde el momento en que
alcanzamos ese estado de comunión consciente con el Señor. No
se trata más que del comienzo de la etapa siguiente, del comienzo
de un nuevo capítulo de nuestra vida en Cristo. A partir de ahora, la
transfiguración o la espiritualización del alma y del cuerpo comienza,
mientras participamos cada vez más en el espíritu de vida que está
en Jesucristo.
Habiendo adquirido el dominio de sí mismo, el hombre comienza
a hacer penetrar en él todo lo que es verdadero, sano y puro, y a
rechazar todo lo que es falso, malo y carnal. Hasta el .presente, esto
exigía de él los esfuerzos más encarnizados, cuyo fruto siempre se
le escapaba; todo lo que conseguía realizar era internamente
destruido inmediatamente. Ahora todo es diferente; se mantiene
sólidamente de pie, no cede jamás ante las dificultades, y realiza
todo lo necesario para alcanzar la finalidad de su vida.
Según San Barsanufio34, cuando recibimos en nuestro corazón el
fuego que el Señor arroja sobre la tierra (Lúe. 12, 49), todas
nuestras facultades comienzan a arder en nosotros. Cuando, por un
largo frotamiento, el fuego es finalmente encendido y la leña
comienza a arder, crepita y arroja humo hasta que está bien
encendida; pero, cuando lo está, parece enteramente penetrada por
el fuego y proporciona dulce calor y una agradable luz, sin humo ni
crujidos. Lo mismo se produce en nosotros. Recibimos el fuego y
comenzamos a arder. Pero en medio de humo y de crujidos, ¡solo
aquéllos que han hecho la experiencia lo saben! Pero cuando el
fuego está bien encendido, el humo y los crujidos cesan, y solo la
luz continúa reinando. Ese estado es un estado de pureza y el
camino que a él conduce es largo, pero el Señor es muy
misericordioso y todopoderoso. Ello pone de manifiesto que, cuando
un hombre ha recibido en él el fuego de, una constante comunión
con Dios, debe esperar el esfuerzo y no la paz, pero luego, ese
esfuerzo será dulce y fructuoso, mientras que, anteriormente era
amargo y estéril.

Desorden interior o luz interior


El problema que, más que cualquier otro, debe preocupar a
aquél que quiere encontrar a Dios, es el desorden de sus
pensamientos y de sus deseos. Debe poner todo su celo en eliminar
ese desorden. Sólo existe un medio para lograrlo: adquirir el
sentimiento espiritual, es decir el calor del corazón unido al recuerdo
de Dios.
Cuando ese calor se encienda en vosotros, vuestros
pensamientos se calmarán, vuestra atmósfera interior se aclarará,
los primeros movimientos de vuestra alma, buenos o malos, os
aparecerán con toda claridad desde su nacimiento y tendréis el
poder de eliminar inmediatamente lo que sea malo. Esa luz interior
se extiende igualmente a las cosas exteriores y revela lo que hay de
bueno o malo en ellas; ella proporciona la fuerza de elegir lo que es
bueno, a pesar de todos los obstáculos. En una palabra, a partir de
ese momento comenzará para vosotros esa vida espiritual auténtica
y efectiva que buscasteis hasta ese momento, y que sólo se
manifestaba en vosotros de manera esporádica.
Ese deseo de Dios del que os hablaba más arriba trae también
un calor, pero un calor temporario que cesa cuando cesa el deseo.
Pero el calor del que ahora se trata, por el contrario, es permanente
y mantiene la atención del intelecto constantemente fijada en el
corazón.
Cuando el intelecto está en el corazón esa unión del intelecto y
del corazón realiza de hecho la restauración de nuestro organismo
espiritual.

El calor interior constante y la venida del Señor


en el corazón
El Señor vendrá a esparcir su luz .en vuestro entendimiento,
para purificar vuestras emociones y guiar vuestras actividades.
Sentiréis en vosotros fuerzas que no conocíais. Esa luz vendrá,
imperceptible a los sentidos y a la vista, invisible y espiritual,
soberanamente eficaz. El signo de este acontecimiento es el
nacimiento de un calor constante en el corazón. Cuando el intelecto
permanece en el corazón, este calor constante infunde allí el
recuerdo de Dios, os da el poder de permanecer en el interior de
vosotros mismos; entonces todas vuestras potencialidades interiores
llegan a ser realidades. Aceptáis lo que es agradable a Dios y
rechazáis lo que le disgusta. Todas vuestras acciones son cumplidas
con una conciencia precisa de lo que Dios quiere que ellas sean;
recibís la fuerza de gobernar el curso de vuestra vida, tanto interior
como exterior, y os convertís en amo de vosotros mismos. El
hombre, en ese estado, es habitualmente más pasivo que activo.
Cuando el corazón experimenta conciencia de la presencia de Dios
en él, alcanza su plena libertad de acción. Es entonces que se
cumple la promesa: "Si el hijo os libera, seréis verdaderamente
libres" (Juan 8, 36). Es esto, y no algo totalmente desconocido lo
que el Señor os da.

No intentéis medir vuestro progreso


El calor del corazón, del que me habláis en vuestra carta, es algo
bueno, algo que es necesario preservar y mantener. Cuando se
debilita, debéis reavivarlo, recogiéndoos en vosotros mismos con
todas vuestras fuerzas e invocando al Señor. Para impedir que ella
os abandone debéis evitar la dispersión de los pensamientos y las
impresiones sensibles incompatibles con ese estado. Evitad que
vuestro corazón se ligue a algún objeto visible, que vuestra atención
se absorba en una preocupación terrestre. Que vuestra atención
esté orientada hacia Dios sin desfallecer; que la firmeza de vuestro
cuerpo no se debilite jamás, como la cuerda de un arco, como un
soldado en la guardia. Pero lo más importante es orar a Dios y
pedirle que conserve esa gracia del calor en vuestro corazón.
Cuando la pregunta: "¿Es esto?", os llega al espíritu, tomad por
regla, de una vez por todas, arrojarla sin compasión desde su
aparición. Tales pensamientos provienen del enemigo. Si jugáis con
esa pregunta, el enemigo os dará sin demora la respuesta:
"Ciertamente, es así, ¡lo has logrado!". A partir de ese momento,
estaréis sobre una cuerda tensa, os pondréis a alimentar ilusiones y
pensaréis que los demás no son buenos para nada. La gracia se
desvanecerá, pero el enemigo os hará creer que ella está todavía en
vosotros. Esto significa que creeréis poseer algo, cuando, en
realidad, no poseeréis absolutamente nada. Los santos Padres han
escrito: "No os midáis". Si creéis poder evaluar vuestro progreso, es
que comenzáis a querer conocer cuánto habéis crecido. Os lo
ruego, evitad esto como el fuego.

Dos tipos de calor


El verdadero calor es un don de Dios, pero hay también un calor
natural, fruto de vuestros propios esfuerzos y de vuestras
disposiciones pasajeras. Esos dos tipos de calor están tan lejos uno
del otro como la tierra alejada del cielo. Al principio no se puede
saber claramente de qué tipo de calor se trata; éste se revela
solamente más tarde.
Decís que vuestros pensamientos os exceden, que ellos no os
permiten permanecer de manera estable en presencia de Dios. Ese
es un signo de que el calor no viene de Dios, sino de vosotros
mismos. El primer fruto del calor que viene de Dios es reunir todos
los pensamientos en uno solo y concentrarlo indefectiblemente
sobre Dios, Pensad en la mujer cuyo flujo de sangre cesó
repentinamente; igualmente, cuando recibimos de Dios el calor
interior, el flujo de nuestros pensamientos se detiene.
¿Qué es necesario hacer entonces? Mantened ese calor natural,
pero no le atribuyáis importancia, y ved en él solo una especie de
preparación para recibir el calor divino. Luego, sufriendo por la débil
resonancia que encuentra en vosotros el calor divino, orad sin cesar
y dolorosamente: "¡Ten piedad, no separes de mí tu rostro, haz
brillar sobre mí la luz de tu faz!" Al mismo tiempo, limitad el alimento,
el sueño, trabajad más, etc. Luego poned todo en las manos de
Dios.

El calor del cuerpo. El calor de la concupiscencia


carnal. El calor del Espíritu
Según Speransky35 aquéllos que tienen celo por la vida espiritual
comienzan por repetir: "¡Señor, ten piedad!" pero sobrepasan
rápidamente esa etapa. Es también lo que hemos experimentado
nosotros mismos. El fuego, una vez encendido, arde por sí mismo y
nadie sabe de qué se alimenta. Ese es el misterio. Pero cuando
entramos en nosotros mismos encontramos el "Señor, ten piedad"
en nuestros pensamientos.
Las palabras de esta invocación son: "Señor Jesucristo, Hijo de
Dios, ten piedad de mí", o "Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí".
La llama de la que hablo no se enciende inmediatamente, sino
solamente después de mucho trabajo, cuando se hace sentir en el
corazón un cierto calor que aumenta continuamente y arde, cada
vez más vivo, durante la oración interior. La oración ofrecida al
Señor desde el fondo de nuestro ser, enciende en nosotros ese
calor espiritual.
Los Padres hacen una distinción muy neta sobre tres tipos de
calor: el calor físico, que es inocente y viene de la concentración de
las potencias en la región del corazón por la atención y el esfuerzo;
el calor de la concupiscencia carnal, que a veces se produce en
nosotros por obra del enemigo; y el calor espiritual, que es sobrio y
puro. Este último puede ser de dos tipos: natural, resultante de la
unión operada entre el intelecto y el corazón, o producido por la
gracia. La experiencia enseña a reconocerlos. Este calor está lleno
de delicias, deseamos conservarlo a causa de esta misma dulzura y
porque ella establece la armonía en nosotros. Sin embargo, quien
se esfuerce por mantener y por acrecentar en sí este calor a causa
únicamente de su dulzura, desarrolla en sí mismo una especie de
hedonismo espiritual. Es por ello que aquéllos que practican la
sobriedad no prestan atención a esta dulzura, sino que se
esfuerzan, simplemente, por permanecer firmemente en presencia
de Dios, abandonándose a él por completo, poniéndose totalmente
en sus manos. No descansan sobre la dulzura nacida de este calor,
no ponen en ella su atención. Pero puede suceder que se dedique
toda la atención a ese sentimiento de dulzura y de calor y que se
obtenga de él un placer análogo al que se siente con una vestimenta
o en una habitación muy cálida y que uno se detenga allí, sin tratar
de subir más alto. Algunos místicos no van más lejos y consideran
que un estado semejante es el más elevado que un hombre pueda
alcanzar; los sumerge en una especie de nada, en una suspensión
completa de todo pensamiento. Ese es el "estado de contemplación"
de algunos místicos.

Interioridad y calor del corazón


El mundo espiritual está abierto para aquél que vive en su
interior. Permaneciendo en el interior de sí mismo, y contemplando
ese otro mundo, se despierta poco a poco, un calor espiritual, que
se hace sentir en el corazón y que nos incita a vivir en adelante en
el interior y nos hace tomar conciencia cada vez más neta de la
existencia de ese reino interior y espiritual. La vida espiritual madura
bajo la acción recíproca de estas dos cosas: la interioridad y el calor
del corazón. Aquél que vive en ese sentimiento interior de calor del
corazón tiene su intelecto ligado y atado; pero el intelecto de aquél a
quien falta ese calor, vagabundeará. Es por ello que, si se quiere
vivir en el interior, se debe buscar ese calor del corazón; pero es
necesario esforzarse también, mediante un intenso esfuerzo, por
entrar y permanecer en el interior. He aquí por qué, aquél que busca
permanecer recogido solamente en su cabeza, sin calor del
corazón, trabaja en vano. Todo se dispersa en un instante.
Es necesario, pues, no sorprenderse si los hombres de ciencia, a
pesar de todos sus conocimientos, pasan al lado de la verdad: ellos
sólo trabajan con su cabeza.

El calor interior y la celda del corazón


Es muy importante en la vida espiritual experimentar una cierta
sensación de calor. Aquél que experimenta esta sensación está
siempre en el interior de sí mismo, en la celda de su corazón.
Nuestra atención está siempre retenida por la parte más activa de
nosotros mismos; y si el corazón es activo, y lo manifiesta por medio
de esta sensación de calor, entonces nosotros permanecemos en
nuestro corazón.

Conservar el calor del corazón y el recogimiento


Tan pronto como os despertáis por la mañana, cuidad de
recogeros interiormente y despertar en vosotros una sensación de
calor. Considerad este calor como vuestra condición normal. Tan
pronto como ella cesa, podéis estar seguros de que vuestro ser
interior no está en orden. Cuando desde la mañana habéis
despertado en vosotros este calor y os habéis establecido en el
recogimiento, debéis cumplir todos vuestros otros deberes de
manera de no destruir ese orden interior y, cuando podáis elegir,
haced lo que, por su naturaleza, puede favorecerlo. No hagáis
jamás nada que pueda destruirlo, pues sería actuar como si fuerais
vuestro propio enemigo. Haceos simplemente un deber el mantener
en vosotros el recogimiento y el calor interior, permaneciendo en
pensamiento ante Dios. Esta atención, por sí sola, os revelará lo que
debéis hacer y lo que debéis evitar.
Encontraréis una ayuda todopoderosa en la Oración de Jesús.
Su práctica debería llegar a ser para vosotros tan habitual como
para que ella brote continuamente desde lo más profundo de
vuestro corazón. Ese hábito no se establecerá en vosotros sin un
trabajo asiduo. Si esta práctica todavía no es habitual, debéis
comenzar inmediatamente. Tengo la impresión de que no la
practicáis fuera de vuestra regla de oración. Ella tiene ciertamente
su lugar allí, pero debéis también practicarla constantemente,
sentados o en marcha, en la mesa o en el trabajo. Si la Oración de
Jesús no está firmemente arraigada en vuestro corazón, dejad todo
los demás y no hagáis nada hasta que ella se establezca allí. Esta
tarea es muy simple.
Permaneced en una actitud de oración, sentados o de pie ante
los iconos, y llevad vuestra atención allí donde se encuentra vuestro
corazón. Hecho esto, sin prisa, poneos a recitar la Oración de
Jesús, recordando sin cesar la presencia de Dios. Haced esto
durante una media hora, una hora, o más. Será penoso al principio,
pero una vez que se tiene el hábito, llega a ser tan natural como la
respiración.
Cuando hayáis restaurado así el orden en vosotros mismos, la
vida espiritual —o, como se dice, la obra espiritual— comenzará a
desarrollarse en vosotros. Lo primero que exige es una conciencia
pura, irreprochable no solamente respecto a Dios, sino también de
los hombres y de vosotros mismos, e incluso frente a las cosas
inanimadas. Si una falta mínima se desliza en vuestros
pensamientos o en vuestras palabras y turba vuestra conciencia,
debéis inmediatamente arrepentiros ante Dios, que lo ve todo y que
os devolverá la paz.
Entonces quedará la lucha con los pensamientos, que
continuarán bullendo en vosotros como una nube de mosquitos.
Deberéis aprender por vosotros mismos a dominarlos; la experiencia
os enseñará. Sólo os digo una cosa al respecto: es normal que los
pensamientos bullan alrededor de la cabeza, y esto no tiene casi
importancia; velad solamente sobre aquellos que os traspasan el
corazón como una flecha y dejan allí una marca, como una herida
deja una cicatriz. Poneos al trabajo inmediatamente y borrad esa
marca con la oración, restableciendo en su lugar el sentimiento
contrario. Pero, cuando el calor es preservado, esos casos son raros
y sin gravedad.

Todo está en las manos de Dios


Cuando existe celo en el alma, la gracia del Espíritu Santo, como
una llama, está también presente. Una llama se alimenta con aceite,
y el aceite espiritual es la oración. Tan pronto como la gracia toca el
corazón, la semilla de la oración es depositada allí, e
inmediatamente el intelecto y el corazón se vuelven hacia Dios. Los
pensamientos divinos aparecen con total naturalidad.
La gracia de Dios orienta la atención del intelecto y del corazón
hacia Dios y las conserva fijadas sobre él. Como el intelecto no
permanece inactivo un instante cuando está orientado hacia Dios,
piensa en él. Es por ello que el recuerdo continuo de Dios es el fiel
compañero del estado de gracia. El recuerdo de Dios no está jamás
ocioso en nosotros, por el contrario, nos lleva irremisiblemente a
meditar sobre la perfección de Dios, sobre su bondad, su verdad, su
creación, su providencia, sobre la redención, el juicio y la
recompensa. Todo este conjunto constituye el universo de Dios, o el
reino del espíritu. Aquél que tiene celo permanece siempre en ese
reino; a la vez, permanecer en ese reino sostiene y anima su celo.
Si queréis permanecer llenos de celo, conservad el estado que he
descrito más arriba. Cada elemento de ese reino es como leña para
el fuego espiritual. Tenedlo siempre a vuestro alcance y tan pronto
como percibáis que el fuego del celo comienza a declinar, tomad
madera en vuestra provisión espiritual, reavivad el fuego y todo irá
bien. De todos esos movimientos espirituales se desprenderá el
temor de Dios y permaneceréis con respeto en la presencia de Dios
en vuestro corazón. El temor de Dios es el guardián y el defensor de
ese estado de gracia. Mantened en vosotros ese temor divino,
reflexionad sobre él e imprimidlo profundamente en vuestra
conciencia y en vuestro corazón. Vivificadlo constantemente en
vosotros y, en cambio, él os dará la vida.
Vuestra buhardilla es exactamente como una celda en el
desierto. Os es posible no ver ni escuchar nada. Podéis leer un poco
y pensar, podéis pensar un poco y luego orar nuevamente. Eso
basta. ¡Si solamente Dios quisiera otorgarnos el calor del corazón y
establecerlo en nosotros! Una conciencia pura y un movimiento
incesante hacia Dios en la oración, deberían normalmente
producirlo. Pero todo está en las manos de Dios.
4. EL REINO DEL CORAZÓN
a) EL REINO INTERIOR

La esencia de la vida cristiana

LAS personas se preocupan de la educación cristiana pero la


dejan incompleta. Desdeñan el aspecto más esencial y más difícil y
permanecen en lo que es más fácil, lo visible y lo exterior.
Esta educación imperfecta y mal dirigida, forma cristianos que
observan lo más correctamente posible todas las reglas y las formas
exteriores de una vida devota, pero que se interesan poco o nada en
los movimientos interiores del corazón y en el progreso verdadero
de la vida interior. Evitan pecar gravemente, pero no velan sobre los
pensamientos de su corazón. Se permiten a veces juzgar a los
demás, se dejan llevar por el orgullo o la vanagloria, entran en
cólera (como si ese sentimiento pudiera ser justificado por una
buena causa), se dejan distraer por la belleza o los placeres,
ofenden a los demás en sus momentos de irritación, son demasiado
perezosos para orar, o se pierden en pensamientos vanos en el
momento de la oración. No se turban por tales cosas,
considerándolas insignificantes. Van a la iglesia y oran en sus
hogares según una regla establecida, se dedican a sus ocupaciones
habituales y están perfectamente satisfechos de sí mismos y en paz.
Pero no se preocupan casi de lo que pasa en su corazón. Es posible
que, durante todo ese tiempo, cultiven malos pensamientos,
quitando a su vida, honesta y piadosa, todo el valor que ella pudiera
tener.
Tenemos ahora el caso de alguien que conoció algunas
debilidades en su vida cristiana. Toma conciencia de sus
insuficiencias, constata la imperfección del camino que sigue y la
inestabilidad de sus esfuerzos. Se separa entonces de lo que su
piedad tenía de formalista para esforzarse en alcanzar una vida
interior. Es llevado a ello por la lectura de libros espirituales, por
conversaciones con aquellos que conocen la esencia de la vida
espiritual o incluso por la insatisfacción que le producen sus propios
esfuerzos, por cierta intuición de que algo le falta y que no todo está
como debiera.
A pesar de la aparente honestidad de su vida, no ha encontrado
la paz. Le falta lo que ha sido prometido a los verdaderos cristianos:
"paz y alegría en el Espíritu Santo" (Rom. 14, 17). Una vez que este
pensamiento turbador se introduce en él, sus conversaciones con
personas experimentadas, o sus lecturas, le revelan lo que no anda
bien. Ve el defecto esencial de su vida: su falta de atención a los
movimientos interiores de su corazón y su falta de dominio de sí.
Comprende entonces que la esencia de la vida cristiana consiste
en permanecer ante Dios con el intelecto unido al corazón, en Cristo
Jesús, por la gracia del Espíritu Santo. Llega a ser, entonces, capaz
de controlar todos sus movimientos interiores y todas sus acciones
exteriores, a fin de ponerlo todo al servicio de la Santa Trinidad,
haciendo consciente y libremente una ofrenda de todo su ser a Dios.

Intelecto, corazón, sentimientos


Una vez que se ha tomado conciencia de lo que es
verdaderamente la esencia de la vida cristiana y cuando se ha
descubierto que se trata de algo que todavía no se posee, el
intelecto se pone a trabajar en la esperanza de adquirirlo. Se
comienza a leer, a reflexionar y a hablar. Se llega a comprender que
la vida cristiana depende de la unión con el Señor. Pero, mientras se
reflexiona en esta verdad solamente con la inteligencia, ella
permanece lejos del corazón, y no es de ningún modo "sentida". Y,
por ese hecho, no da fruto.

Mirad hacia el interior; ¿qué encontráis allí?


En ese momento, el hombre, preocupado, mira hacia el interior
de sí mismo: ¿Qué descubre allí? Un vagabundaje de pensamientos
y pasiones en incesante movimiento, un corazón frío y duro, la
obstinación y la desobediencia, el deseo de hacer todo según la
propia voluntad. En una palabra, se descubre interiormente en muy
mal estado. Viendo esto, su celo se inflama y pone esfuerzos
encarnizados para desarrollar su vida interior, para controlar sus
pensamientos y las disposiciones de su corazón.
Los consejos que recibe le demuestran la necesidad de velar
sobre sí mismo, de vigilar los movimientos interiores del corazón.
Para no aceptar nada malo, es necesario conservar el recuerdo de
Dios. Se pone entonces a la obra para llegar a ese recuerdo, para
detener tanto el viento como la marea de sus pensamientos. No
puede evitar sus malos sentimientos y sus impulsos malvados, del
mismo modo que no se puede evitar el mal olor de un cadáver. Su
intelecto, tal como un pájaro mojado y transido, no puede elevarse
hasta el recuerdo de Dios.
¿Qué hacer entonces? Sed paciente, se le dice, y continuad
vuestros esfuerzos. Continúa pues, pero en su corazón todo
permanece idéntico. Finalmente, encuentra a alguien experimentado
que le explica que todo ese desorden proviene de que sus fuerzas
íntimas están divididas. El intelecto y el corazón deben estar unidos,
entonces, el vagabundaje de los pensamientos se detendrá y habrá
encontrado un timonel para dirigir la barca, una palanca gracias a la
cual podrá poner en movimiento todo ese mundo interior.
¿Pero, cómo unir el intelecto y el corazón? Tomad el hábito de
pronunciar esta oración: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad
de mí", poniendo cuidado en mantener siempre la atención del
intelecto en el corazón. Y esta oración, si aprendéis a hacerla bien,
o mejor, cuando ella esté injertada en vuestro corazón, os conducirá
al fin que deseáis. Unirá en vosotros el intelecto y el corazón,
arrancará vuestros pensamientos de su vagabundaje habitual y os
dará el poder de dirigir los movimientos de vuestra alma.
De la impotencia a la fuerza. Un autócrata sobre
el trono del corazón
Si todo va bien, aquél que busca a Dios se decide, después de
reflexionar, a abandonar sus distracciones y a vivir en la
mortificación, inspirado en esto por el temor de Dios y por su propia
conciencia. En respuesta a esta resolución, la gracia de Dios que,
hasta ese momento no había actuado en él más que desde el
exterior, entra en su alma por los sacramentos, y el espíritu de ese
hombre, antes débil, está ahora lleno de fuerza.
A partir de entonces, adquiere el discernimiento y la libertad
interior; comienza a llevar una vida interior en presencia de Dios,
una vida verdaderamente libre, conforme a la razón y dirigida desde
el interior. Las importunidades del alma y del cuerpo, y la presión de
los acontecimientos exteriores, no lo distraen ya; por el contrario,
llega a dominarlos bajo la conducción del Espíritu Santo. Gobierna
como un autócrata sobre el trono de su corazón y, desde allí, ordena
como deben ser organizadas y realizadas las cosas. Esta soberanía
comienza desde el instante de su transformación interior, desde la
entrada en él de la gracia, pero ella no alcanza inmediatamente toda
su perfección. Sus antiguos amos se introducen por la fuerza y, no
solamente provocan desorden en la ciudad, sino que a veces
reducen al soberano a la cautividad. Al principio, esto sucede a
menudo; pero, un celo lleno de vigor, una atención constante en sí
mismo y en su obra espiritual, una sabia paciencia ayudada por la
gracia divina, hacen esos desastres cada vez más raros.
Finalmente, el espíritu se hace tan fuerte que los ataques de
aquellos que anteriormente lo dominaban llegan a ser como un
grano de polvo arrojado contra un muro de granito. El espíritu
permanece constantemente en sí mismo y en presencia de Dios y,
por el poder de Dios, su reino es firme y sin turbación.

La teoría y la práctica; peligroso leer y hablar


demasiado
Aquél que busca el reino interior de Dios y una viva comunión
con él, trata, naturalmente, de permanecer constantemente en el
pensamiento de Dios. Volviendo hacia él todas las potencias de su
intelecto, su único deseo es no leer más que lo que le concierne,
hablar sólo de él. Sin embargo, todo esto no podría darle lo que
busca, a menos de estar acompañado de otras actividades de orden
más práctico. Existe un cierto tipo de místicos que se contentan con
hablar de esas cosas; son personas de teoría, no de práctica.
La lectura y las conversaciones sobre Dios crean fácilmente un
hábito: es más fácil filosofar que orar y velar sobre sí mismo; pero,
no se trata más que de una obra intelectual y como el intelecto es
particularmente sensible al orgullo, se llega a la estima de sí mismo.
Este hábito crea el riesgo de enfriar el deseo de hacer un
esfuerzo práctico y trabar el verdadero progreso por la satisfacción
que causa esta actividad mental.
Esa es la razón por la cual los maestros espirituales serios
previenen a sus discípulos contra ese peligro y les aconsejan no
ocuparse excesivamente de lecturas y conversaciones, en
detrimento de otras actividades.

No estéis demasiado ligados a la lectura


Es malo ligarse excesivamente a la lectura. Esto no trae ningún
bien, y se corre el riesgo de levantar un muro entre el corazón y
Dios, de desarrollar una curiosidad y una sofística igualmente
peligrosas.

Encontrar el lugar del corazón


El tiempo de las búsquedas infructuosas termina por pasar, y el
feliz buscador encuentra lo que buscaba. Descubre el lugar del
corazón y se instala allí con su intelecto en presencia de Dios.
Permanece allí como súbdito fiel ante su rey y recibe, de este último,
el poder de gobernar su vida interior y exterior, según el buen placer
de Dios. En ese momento, el reino de Dios entró en él y comienza a
manifestarse en su fuerza natural.

El reino de Dios en nosotros. La espiritualización


del alma y del cuerpo
Ahora es necesario comenzar a habituarnos a la oración
espiritual. Las primicias de esta oración estimulan nuestra fe, la fe
vivifica nuestros esfuerzos y los hace fructuosos; y así la obra se
desarrolla con éxito.
Si llegamos al hábito de la oración espiritual, descubriremos que,
por la misericordia de Dios, el deseo interior que tenemos de él se
hace más frecuente. Sucede finalmente que esta atracción íntima no
cesa, y entonces se comienza a vivir interiormente en presencia de
Dios de una manera continua. Esto es el advenimiento, en nosotros,
del reino de Dios. Agreguemos, sin embargo, que al mismo tiempo
comienza un nuevo ciclo de transformaciones en nuestra vida
interior, que puede ser llamado la espiritualización del alma y del
cuerpo.
Desde el punto de vista psicológico se puede decir esto: el reino
de Dios ha nacido en nosotros cuando el intelecto está unido al
corazón y ambos adhieren fervientemente al recuerdo de Dios. El
hombre, entonces, se dedica a Dios con todas sus facultades y su
libertad, como un sacrificio agradable a Dios, y recibe de él el
dominio sobre sus pasiones; gracias a esta fuerza que Dios le
comunica, gobierna toda su vida interior y exterior en nombre de
Dios.

Un amo interior
En vez de concentrar toda la atención sobre su conducta
exterior, el asceta debe fijarse, como fin, estar atento y vigilante, y
marchar en presencia de Dios. Si Dios lo otorga, experimentaréis
enseguida una especie de herida en el corazón; y entonces, lo que
deseáis, o algo todavía mejor, vendrá por sí mismo. Un cierto ritmo
se pondrá en movimiento y hará progresar todo correctamente, de
una manera coherente y apropiada, sin que tengáis siquiera que
pensar en ello. Entonces llevaréis vuestro amo en vosotros mismos,
más sabio que ningún otro amo de la tierra.

Tres tipos de comunión con Dios


Puede parecer extraño que la comunión con Dios esté todavía
por llevarse a cabo, cuando ya se ha recibido el sacramento del
bautismo y renovado el sacramento de la penitencia. Además, se ha
dicho: "Todos aquellos que han sido bautizados en Cristo han
revestido a Cristo" (Ga. 3, 27); "Vosotros estáis muertos (es decir,
muertes para el pecado por el bautismo y la penitencia) y vuestra
vida está oculta en Dios con Cristo" (Col. 3, 3), Sabemos también
que Dios está en todas partes y no lejos de cada uno de nosotros
"…si solamente lo buscan como a tientas" (Hechos 17, 27), y que
está listo para venir a permanecer en todos aquellos que están
preparados para recibirlo. La mala voluntad, la negligencia, el
pecado, son los únicos que pueden separarlos de él. Si alguien está
arrepentido, ha repudiado sus pecados pasados y se ha entregado
enteramente a Dios, ¿qué puede impedir que Dios habite en él?
Para evitar todo malentendido, es necesario distinguir netamente
entre los diferentes tipos de unión con Dios. La comunión con Dios
comienza desde que nace la esperanza de llegar a ello; se
manifiesta en el hombre por el deseo y la esperanza y, de parte de
Dios, por la benevolencia, la ayuda y la protección. Pero entonces,
Dios es todavía exterior al hombre y el hombre exterior a Dios. No
hay compenetración de uno y otro. En los sacramentos del bautismo
y de la penitencia, el Señor entra en el hombre por su gracia,
establece con él una comunión viviente y le da a gustar toda la
dulzura de la divinidad, tan abundantemente y tan intensamente
como la experimentan aquellos que han alcanzado la perfección;
pero enseguida vela nuevamente esa manifestación de su
comunión, no renovándola más que de tiempo en tiempo,
ligeramente, sólo como un reflejo, no como el original. Esto deja al
hombre en la ignorancia respecto de Dios y de su presencia en él,
hasta que no haya alcanzado un cierto grado de madurez, de
formación, bajo su dirección plena de sabiduría. Después de esto,
Dios revela de manera perceptible su presencia en el espíritu del
hombre, que llega a ser, entonces, un templo donde residen las tres
Personas de la Santa Trinidad.
Existen de hecho tres tipos de comunión con Dios; la primera, de
pensamiento y de intención, se realiza en el momento de la
conversión, las otras dos pertenecen al presente; una está oculta, es
invisible para los demás y desconocida para nosotros; la otra es
evidente tanto para nosotros como para los demás.
Toda nuestra vida espiritual consiste en pasar del primer tipo de
comunión de pensamiento y de intención, a la tercera, que es
viviente, real y consciente.

La comunión con Dios debería ser nuestro


estado permanente
Sería un error creer que, siendo la comunión con Dios el fin
supremo del hombre, sólo nos será acordada tardíamente, por
ejemplo, al término de nuestros esfuerzos. No, es aquí y ahora que
ella debe constituir nuestro estado constante e incesante. Cuando
no estamos en comunión con Dios, cuando no lo sentimos en
nuestro interior, debemos reconocer que nos hemos separado de
nuestro fin y del camino elegido por nosotros.

La gracia penetra en nosotros por el sacramento


de la iniciación
Una comunión mística con nuestro Señor Jesucristo es acordada
a los creyentes en el sacramento del bautismo. Mediante los
sacramentos del bautismo y la confirmación36, la gracia penetra en
el corazón y permanece luego constantemente en él, ayudándole a
vivir como cristiano y a avanzar en la vida espiritual.
Nosotros, que hemos sido bautizados y hemos recibido el
sacramento de la confirmación, por ello somos receptores del don
del Espíritu Santo. El está en cada uno de nosotros, sin embargo, no
es igualmente activo en cada uno de nosotros.

La gracia y el pecado no habitan juntos


El pecado ha sido arrojado de la fortaleza y la bondad reina en
su lugar. La fuerza del mal ha sido quebrada y dispersada.
"La gracia y el pecado no habitan juntos, dice san Diádoco, pero,
antes del bautismo, la gracia solicita al hombre desde el exterior,
mientras que Satán reina todavía en las profundidades del alma y se
esfuerza por cegar todas las salidas del intelecto para impedir que
entre allí la justicia; pero desde el momento en que nacemos a la
vida nueva, el demonio permanece afuera y la gracia reina en el
interior".

Cristo vive en nosotros por los sacramentos


Hacéis esfuerzos encarnizados para habituaros a la oración de
Jesús. Que Dios os bendiga. Creed que el Señor Jesucristo está en
vosotros, por el poder del bautismo y por la santa comunión,
conforme a lo que él mismo prometió. Aquellos que están
bautizados han revestido a Cristo, y aquellos que reciben la santa
comunión reciben al Señor. "Aquél que come mi carne y bebe mi
sangre permanece en mí y yo en él" (Juan, 6, 56), dice el Señor.
Sólo el pecado mortal nos priva de esta gracia; pero, incluso
entonces, podemos recuperarla por el arrepentimiento y la confesión
y recibir luego la santa comunión. Debéis creer esto. Si vuestra fe es
demasiado débil, orad a Dios para que la acreciente, la haga firme e
inquebrantable.

Sed colmados por el Espíritu Santo


El espíritu de la gracia vive en los cristianos desde el momento
en que han sido bautizados y recibido el crisma. Y la participación
en los sacramentos del arrepentimiento y la comunión ¿no es
también el medio de recibir torrentes de gracia?
Aquellos que ya recibieron el Espíritu, es útil que recuerden
estas palabras: "No extingáis el Espíritu" (I. Tes. 5, 19). Pero, cómo
se puede además, decirles: "Sed colmados del Espíritu Santo?"37.
La gracia del Espíritu Santo es en verdad, comunicada a todos los
cristianos, pues tal es el poder de la fe. Pero el Espíritu Santo,
viviendo en los cristianos, no realiza por sí mismo su salvación;
colabora con la libre determinación de cada uno. Es en ese sentido
que el cristiano puede ofender o extinguir al Espíritu, o contribuir por
el contrario a la manifestación perceptible de su acción en él.
Cuando esto sucede, el cristiano se siente en un estado
extraordinario, que se expresa por una alegría profunda, apacible y
dulce, elevándose a veces hasta el alborozo del espíritu: es decir la
exultación espiritual. Oponiéndolo a la ebriedad producida por el
vino, el Apóstol dice que no debemos buscar esta última, sino la
exultación que llama "estar colmado por el Espíritu Santo". El
mandato: "Sed colmados del Espíritu Santo" nos exhorta,
simplemente, a conducirnos de manera de cooperar con el Espíritu,
o bien, de permitirle obrar libremente en nosotros, de manifestarse
en nosotros por medio de un toque perceptible.
En sus escritos, los hombres de Dios que fueron favorecidos por
esta gracia y que estaban permanentemente bajo la influencia del
Espíritu, insisten, sobre todo, en dos cosas que, afirman, son
particularmente necesarias para el que quiere alcanzar esas alturas:
es necesario purificar el corazón de pasiones y volverse hacia Dios
en la oración. El apóstol Pablo subraya esas dos cosas, como lo
hace igualmente San Juan Crisóstomo: la oración, dice, permite al
Espíritu Santo actuar en el corazón con toda libertad. "Aquellos que
cantan salmos se llenan del Espíritu Santo". Más adelante habla de
la purificación de las pasiones que conduce al mismo fin: "¿Está en
nuestro poder ser colmados del Espíritu Santo? Si, está en nuestro
poder. Cuando purificamos nuestra alma de las mentiras, de la
crueldad, de la fornicación, de la impureza y de la codicia; cuando
nos hemos hecho buenos, compasivos, disciplinados, cuando ya no
hay en nosotros blasfemia, ni movimientos desviados, cuando
hemos llegado a ser dignos de la gracia, ¿qué puede impedir al
Espíritu Santo acercarse a nosotros y posarse en nosotros? Y no
solamente se acercará a nosotros, sino que llenará nuestros
corazones".

Cada cosa a su tiempo. Hay un orden en el


progreso
El Señor, una vez que ha entrado en comunión con el espíritu del
hombre, no lo llena completamente en forma inmediata, ni lo habita
enteramente. Esto no proviene de una vacilación de su parte, pues
él está siempre listo a llenarlo todo si no surge de nosotros, porque
en nosotros las pasiones todavía están mezcladas con las potencias
de nuestra naturaleza, todavía no fueron ni separadas de ellas ni
reemplazadas por las virtudes que se les oponen.
Mientras cada uno pone todo su celo en combatir a sus
pasiones, es necesario mantener el ojo del intelecto dirigido hacia
Dios. Ese es un principio fundamental que debemos recordar sin
cesar si queremos llevar una vida agradable a Dios. Nos servirá
para discernir la rectitud o la perversión de las reglas y obras
ascéticas que pensamos emprender.
Debemos tener viva conciencia de esta necesidad de estar
incesantemente orientados hacia Dios, pues parece que todos los
errores cometidos en la vida activa provienen de la ignorancia de
ese principio. Por no ver esa necesidad, unos se detienen en lo que
constituye el exterior de los ejercicios de devoción y de los
esfuerzos ascéticos y otros en la práctica habitual de buenas obras,
sin elevarse más alto. Otros, incluso, buscan pasar directamente a
la contemplación. Todo esto nos es pedido, pero cada cosa debe ser
cumplida en su tiempo. Al comienzo, sólo hay una semilla que luego
se desarrolla, no exclusivamente, sino según su tendencia general,
según una u otra forma de vida. Es necesario ir progresivamente de
las obras exteriores a las obras interiores, y de éstas a la
contemplación. Tal es el orden natural y jamás en sentido inverso.

La parábola de la levadura
Recordad la parábola de la levadura oculta en tres medidas de
harina. La presencia de la levadura en la pasta no es visible
inmediatamente, permanece oculta durante cierto tiempo; más tarde
su acción se hace visible; finalmente, penetra toda la pasta. De la
misma manera, el reino interior comienza por ser secreto; luego se
revela y, finalmente, se abre y aparece en todo su poder. Se revela,
como hemos dicho más arriba, por la aspiración espontánea de
retirarnos en nosotros mismos y permanecer en presencia de Dios.
El alma no actúa ya por sus propias fuerzas, es movida por una
influencia exterior. Alguien la toma a su cargo y la guía
interiormente. Es Dios, la gracia del Espíritu Santo, el Señor y
Salvador; poco importa como lo nombréis, el sentido es siempre el
mismo. Dios muestra de ese modo que acepta la ofrenda del alma y
desea llegar a ser el amo; al mismo tiempo acostumbra al alma a su
dominación, revelándole su verdadera naturaleza. Hasta que siente
en él esta aspiración —y ello no se produce de golpe— el hombre
parece actuar por sus propias fuerzas, aunque en realidad esté
sostenido por la gracia; pero la acción de la gracia permanece
oculta. Pone toda su atención y su buena voluntad en recogerse en
sí mismo y recordar a Dios, en rechazar los pensamientos malos o
inútiles y realizar todos sus deberes de una manera que sea
agradable a Dios. Se ejercita y se aplica hasta quedar agotado, pero
no consigue nada; sus pensamientos lo distraen, los movimientos de
sus pasiones lo dominan, hay desorden y errores en su trabajo.
Todo ello se produce porque Dios todavía no ha tomado las cosas
en su mano. Pero, tan pronto como lo hace (lo que sucede cuando
se es presa de un deseo no deliberado de permanecer en el interior
de sí mismo, en su presencia), todo vuelve al orden. Es el signo de
que el rey está allí.

La habitación de Cristo en el alma, y la muerte de


las pasiones carnales
San Juan Crisóstomo escribió: "Preguntáis: ¿Qué sucederá si
Cristo está en nosotros? 'Si Cristo está en vosotros, vuestro cuerpo
está muerto al pecado, mientras vuestro espíritu vive para la justicia”
(Rom. 8, 10)"38.
Si no tenéis en vosotros el Espíritu Santo, ya veis el mal que de
ello resulta: la muerte, la enemistad respecto a Dios, la imposibilidad
de serle grato sometiéndoos a su ley y de pertenecer a Cristo y
poseerlo en vosotros. Ved también qué dulce es ser el templo del
Espíritu, pertenecer a Cristo, llevarlo en sí con los ángeles; pues
tener un cuerpo muerto al pecado significa el comienzo de la vida
eterna, la posesión, en esta vida, de la garantía de la resurrección y
la fuerza para avanzar por el camino de la virtud. Notad que el
Apóstol no dice solamente "el cuerpo está muerto"; él agrega "al
pecado"; comprended bien que es el pecado de la carne el que está
muerto, no el cuerpo mismo. No es el cuerpo en tanto tal, al que se
refiere el Apóstol. Por el contrario, quiere que el cuerpo, aunque
muerto, esté siempre vivo. Cuando nuestro cuerpo, en lo que se
refiere a las reacciones carnales, no difiere de aquellos que yacen
en la tumba, se trata de un signo seguro de que poseemos en
nosotros al Hijo y que el Espíritu permanece en nosotros.
Igual que las tinieblas no pueden habitar con la luz, todo lo que
es carnal, apasionado y malo, no puede permanecer en presencia
de nuestro Señor Jesucristo y de su Espíritu; pero, igual que la
existencia del sol no excluye la de las tinieblas, la presencia del Hijo
y del Espíritu no destruye inmediatamente todo lo que es malo y
apasionado en nosotros; ella, simplemente, despoja al pecado del
poder que ejercía sobre nuestra voluntad. Cuando una ocasión se
presenta, los elementos apasionados e inclinados al mal que
llevamos en nosotros se manifiestan y solicitan nuestra conciencia y
nuestra voluntad. Si nuestra conciencia les presta atención existe un
gran riesgo de que nuestra voluntad se vuelva igualmente hacia
ellos. Pero si, en ese momento, nuestra conciencia y nuestra
voluntad vigilan esas inclinaciones y se alinean del lado del espíritu,
si ellas se vuelven hacia nuestro Señor y su Espíritu, todo lo que
existía en nosotros de carnal y apasionado será inmediatamente
llevado como el humo por el viento. Esto muestra que la carne está
muerta y no tiene fuerzas.
He aquí pues una regla general para todos los cristianos
cualquiera sea la etapa de la vida espiritual en que se encuentren: si
alguien permanece firmemente con su conciencia y su voluntad, del
lado del espíritu, en una unión viviente y consciente con nuestro
Señor y su Espíritu, nada carnal o apasionado podrá subsistir en él,
no más que las tinieblas ante el sol o el frío frente al fuego. En ese
caso, la carne está completamente muerta y sin movimiento. Es de
ese estado del que habla San Pablo en el texto citado por San Juan
Crisóstomo. San Macario de Egipto, por su parte, también lo
describe más de una vez.
La regla que debemos seguir en la vida espiritual está bien
descrita por San Hesiquio. La esencia de su enseñanza es esta:
"Cuando la carne y las pasiones se levantan, separaos de ellas con
desprecio y disgusto y volveos en la oración hacia nuestro Señor
Jesucristo que está en vosotros. Entonces, lo que es carnal y
apasionado desaparecerá inmediatamente”.

Tres tipos de actividad: del intelecto, de la


voluntad, del corazón
Existen tres tipos de actividades practicadas por las potencias
del alma. Cada una de ellas se adapta al mismo tiempo a los
movimientos del espíritu y conduce a un tipo particular de
sentimiento espiritual. Cada una consolida también las condiciones
iniciales del recogimiento incesante. Esas actividades son: la
actividad intelectual, que conduce a la concentración de la atención;
la actividad de la voluntad, que conduce a la vigilancia; y la actividad
del corazón, que conduce a la sobriedad. La oración abraza todas
esas actividades y las unifica, pues ella no es, en sí misma nada
más que actividad interior. Son las distintas actividades las que,
penetradas de elementos espirituales, ligan el alma al espíritu y los
unen. Todo esto muestra hasta qué punto todas ellas son
fundamentalmente necesarias, y hasta qué punto aquellos que las
desprecian están en el error. Ellos son responsables de la esterilidad
de sus esfuerzos; luchan, pero no ven los frutos de esa lucha,
entonces pierden su fervor y ese es el fin de todo.

Habitar el mundo de Dios


Cuando hemos alcanzado esa interioridad continua, llegamos a
ser capaces de habitar el mundo de Dios. Lo contrario es, por otra
parte, igualmente verdadero: cuando esta habitación en otro mundo
se hace constante, la interioridad es también permanente.

Dos condiciones previas: la interioridad y la


visión
Si queremos que nuestro intelecto y nuestro corazón sean bien
dirigidos sobre el camino de la salvación, hay dos condiciones
previas, esencial y absolutamente necesarias: la interioridad y la
visión del mundo espiritual. La primera nos introduce en una cierta
atmósfera espiritual y la segunda nos implanta allí más firmemente,
en un clima favorable al mantenimiento de esa trama de vida. Se
puede entonces decir que nuestra única preocupación debería ser
cumplir esos dos estados preparatorios y que la continuación vendrá
por sí misma. Se escucha a menudo a ciertas personas quejarse de
que su corazón es duro, y esto no tiene nada de sorprendente. Ellos
no se recogen, y no están, por lo tanto, habituados a la percepción
interior de sí mismos. No llegan a establecerse allí donde deberían
estar, no conocen el lugar del corazón; ¿cómo podrían dirigir su vida
y sus actividades como conviene? Es como arrancar el corazón y
exigir al mismo tiempo que la vida continúe.

El ojo del espíritu


El fin del espíritu, como lo muestran sus manifestaciones, es
mantener al hombre en contacto con Dios y con las realidades
divinas, independientemente de todos los fenómenos visibles que lo
rodean. Para poder alcanzar ese fin, es necesario que el espíritu
tenga naturalmente un conocimiento de Dios y de las realidades
divinas, así como la aspiración a una forma de vida bienaventurada,
revelándose por la imposibilidad de encontrar su felicidad en las
cosas materiales.
Esta visión espiritual existía, se debe pensar, en el primer
hombre hasta el momento de la caída. Su espíritu veía clara mente
a Dios y a todas las cosas divinas, tan claramente como vemos hoy
un objeto colocado frente nuestro. Pero después de la caída, los
ojos del espíritu fueron cegados, y el hombre cesó de ver lo que
anteriormente veía con tanta naturalidad. El espíritu permanece, sin
embargo, y tiene ojos, pero estos están cerrados; es como un
hombre cuyos párpados estuvieran soldados: el ojo está intacto, él
quisiera ver la luz y aspira a ello, siente que ella existe, pero sus
párpados sellados no le permiten entrar en contacto directo con ella.
Tal es el estado del espíritu del hombre después de la caída. El
hombre ha intentado reemplazar la visión del espíritu por la visión
del intelecto, por construcciones mentales abstractas, por
ideologías, pero esto ha sido sin resultado, como lo prueban todas
las teorías metafísicas de los filósofos.
El paraíso perdido y el paraíso recuperado
Finalmente, ¡habéis comenzado a comprender lo que significa la
verdadera paz! Dios sea bendecido. ¿Qué os falta ahora? Debéis
continuar avanzando hacia ese reino donde habita la paz. Buscad el
paraíso perdido, a fin de poder cantar el himno de alegría del
paraíso recuperado. He aquí todo lo que debe ocuparos. Todo lo
que existe, afuera y al lado de esta paz, está vacío. Esta paz no está
lejos, está casi a vuestro alcance, pero debéis desearla, y desearla
no es algo fácil. Que la Madre de Dios y vuestro ángel guardián os
ayuden.

La regla interior de Cristo Rey


El reino de Dios está en nosotros cuando Dios reina en nosotros,
cuando, muy en el fondo de sí misma, el alma confiesa que el Señor
es su amo y le somete todas sus potencias. Entonces, él actúa en
ella según su buen placer (Fil, 2, 13). Ese reino comienza desde el
momento en que decidimos servir a nuestro Creador en nuestro
Señor Jesucristo, por la gracia del Espíritu Santo. Entonces, el
cristiano ofrece a Dios su conciencia y su libertad, lo que constituye
la substancia esencial de nuestra vida humana, y Dios acepta ese
sacrificio. De esa manera la alianza del hombre con Dios se cumple,
y también aquella de Dios con el hombre. La unión que fue
quebrada por la caída, y continúa siéndolo por nuestros pecados
voluntarios, es finalmente restablecida. Esa alianza interior que es
sellada y confirmada, recibe, en el sacramento del bautismo - y para
aquellos que han pecado después del bautismo, en el de la
penitencia - la fuerza de mantenerse por el poder de la gracia. A
continuación, ella es constantemente fortalecida por la santa
comunión.
Todos los cristianos viven así y, por consiguiente, todos llevan en
sí mismos el reino de Dios. Esto quiere decir que obedecen a Dios
como su rey y están gobernados por Dios como por un rey.
Cuando se habla del reino de Dios en el interior de sí mismo, se
debe siempre agregar: "en el Señor Jesucristo, por la gracia del
Espíritu Santo". Es este el signo del cristiano: el reino de Dios está
en su interior. Dios es rey sobre todas las cosas, es el creador de
todas las cosas, y en su providencia vela sobre todas las cosas;
pero reina verdaderamente en las almas y es verdaderamente
reconocido como rey cuando se encuentra restablecida esta unión
entre el alma y él, que había sido rota por la caída. Y esta unión es
realizada por el Santo Espíritu, en el Señor Jesucristo, nuestro
salvador.

b) UNION DEL INTELECTO Y EL CORAZÓN

Granos de polvo
Recogeos en vuestro corazón y permaneced ante el Señor. Y
señalad el menor grano de polvo. Orad, y que Dios acoja vuestra
oración.

Velar sobre el corazón con discernimiento


La atención a lo que sucede en el corazón y a lo que llega a él,
es la obra esencial de una vida cristiana bien ordenada. Gracias a
esta atención se establece una relación normal entre el mundo
interior y el mundo exterior. Pero es necesario, siempre, que esta
atención esté acompañada de discernimiento, para que sea posible
comprender qué pasa en nuestro interior y que es lo que las
circunstancias exteriores requieren. La atención sin el
discernimiento no sirve para nada.

Velad sobre la imaginación


En el orden natural, cuando se busca adquirir el control de las
fuerzas espirituales, el camino que va desde el exterior hacia el
interior está bloqueado por la imaginación. Para alcanzar nuestro
objetivo interior, debemos sobrepasar la imaginación. Si no
ponemos cuidado en esto, nos arriesgamos a atascarnos en la
imaginación y permanecer allí, teniendo la impresión de haber
entrado en nosotros mismos mientras que, en realidad, estaremos
siempre afuera, es decir en el pórtico de los Gentiles. En sí mismo,
esto no sería demasiado grave si no fuera porque ese estado se
encuentra casi siempre acompañado por la ilusión.
Es inútil repetir que todo el fin de aquellos que tienen celo en la
vida espiritual es entrar en relación verdadera con Dios; ahora bien,
esta relación se realiza y se manifiesta por la oración. Es por la
oración que nos elevamos a Dios, y las etapas de la oración son las
etapas por las cuales pasa nuestro espíritu en su búsqueda de Dios.
La regla más simple es no formarse ninguna imagen cuando se
quiere orar, recoger el intelecto en el corazón, y permanecer ante
Dios con la convicción de que está allí, muy cerca; que nos ve y nos
escucha, y esta convicción nos arrojará a tierra ante aquél que es
terrible en su majestad y al mismo tiempo tan cercano en su amor.
Las imágenes, por sagradas que puedan ser, retienen la atención
afuera, siendo que, en el momento de la oración, ella debe estar en
el corazón. La concentración de la atención en el corazón, he aquí el
punto de partida de toda verdadera oración. Y puesto que la oración
es el camino de acceso a Dios, si nuestra atención se desvía y sale
del corazón, ello significa que ya no estarnos en el buen camino y
que hemos dejado de subir hacia Dios.

Descended de vuestra cabeza a vuestro corazón


Debéis descender de vuestra cabeza a vuestro corazón. Por el
momento, vuestros pensamientos están en vuestra cabeza; Dios
parece estar fuera de vosotros; también vuestra oración y todos
vuestros ejercicios espirituales permanecen siendo exteriores. En
tanto que estéis en vuestra cabeza, no podréis dominar vuestros
pensamientos, que continuarán bullendo como la nieve bajo el
viento del invierno o como los mosquitos durante los calores del
verano. En el estadio en que estáis, la soledad y la lectura son dos
poderosas ayudas.

Un mercado bien surtido


Cuando oráis con sentimiento, ¿dónde se encuentra vuestra
atención, sino en el corazón? Obtened el sentimiento y adquiriréis
también la atención. La cabeza es un mercado de pulgas llenado
por la multitud. No se puede orar a Dios en ese lugar. Si en ciertos
momentos la oración va bien y se prosigue como por propio impulso,
es un buen signo, ello quiere decir que comienza a injertarse en el
corazón. Tened cuidado de no dejar que vuestro corazón se ate y
esforzaos por mantener a Dios en la memoria, por verlo ante
vosotros y trabajar en su presencia.

En el corazón se encuentra la vida, y es allí


donde es necesario vivir
Recuerdo que me habéis escrito que sufríais cuando tratabais de
mantener vuestra atención. Eso es lo que sucede cuando sólo se
trabaja con la cabeza; pero si descendéis en el corazón, no tendréis
ninguna dificultad. Vuestra cabeza se vaciará y vuestros
pensamientos callarán. Ellos están siempre en la cabeza, se
persiguen los unos a los otros y no se llega a controlarlos. Pero si
entráis en vuestro corazón, y sois capaces de permanecer allí,
entonces cada vez que los pensamientos os invadan, no tendréis
más que descender a vuestro corazón y los pensamientos huirán.
Os encontraréis en un abra reconfortante y segura. No seáis
perezosos, descended. Es en el corazón donde se encuéntrala vida,
es allí donde debéis vivir. No imaginéis que se trata de algo que se
refiere sólo a los perfectos. No, ello concierne a todos aquellos que
han comenzado a buscar al Señor.

Todo el misterio secreto de la vida espiritual


¿Cómo se debe interpretar la expresión "concentrar el intelecto
en el corazón?" El intelecto está allí donde se encuentra la atención.
Concentrar el intelecto en el corazón quiere decir establecer la
atención en el corazón y ver mentalmente ante sí al Dios invisible y
siempre presente. Esto significa volverse hacia él en la alabanza, la
acción de gracias y la súplica mientras se vela para que nada
exterior penetre en el corazón. Ese es todo el secreto de la vida
espiritual.
El principal esfuerzo ascético consiste en separar el corazón de
todo movimiento pasional y al intelecto de todo pensamiento
apasionado. Debéis mirar en vuestro corazón y arrojar de allí todo lo
malo. Haced todo lo que está proscripto y entonces seréis casi una
monja y tal vez, lo seréis totalmente. Se puede ser monja sin vivir en
un convento, mientras que, viviendo en un convento, una monja
puede ser mundana.

La ermita del corazón. Diferentes tipos de


sentimientos en la oración
Soñáis con una ermita pero ya la tenéis, pues vuestra ermita
está allí donde estéis. Sentaos en silencio y decid: "¡Señor, ten
piedad!". ¿Si os aisláis del resto del mundo, cómo cumpliréis la
voluntad de Dios? Simplemente preservando en vosotros el estado
interior que debe ser el vuestro. ¿Y cuál es? Es el recuerdo
incesante de Dios, mantenido con temor y piedad, y acompañado
por el pensamiento de la muerte. El hábito de marchar en presencia
de Dios y recordarlo es el aire que se respira en la vida espiritual.
Puesto que somos creados a imagen de Dios, ese hábito nos
debería resultar totalmente natural; si está ausente, es porque
hemos caído lejos de Dios. Esa caída nos obliga a luchar por
adquirir el hábito de vivir en su presencia. Todo nuestro esfuerzo
ascético debe consistir en permanecer conscientemente a la
presencia de Dios. Sin embargo, hay, además, otras actividades
secundarias que son, también, parte de la vida espiritual, y es
necesario esforzarse por dirigir esas actividades hacia su verdadero
fin. Ya sea la lectura, la meditación o la oración, todas nuestras
actividades, todas nuestras ocupaciones y nuestros contactos,
deben ser conducidos de tal manera que no nos distraigan de la
presencia de Dios. El fondo de nuestra conciencia y de nuestra
atención debe estar siempre concentrada en el recuerdo de Dios. El
intelecto está en la cabeza y los intelectuales viven siempre en la
cabeza. Viven cerebralmente y sufren una incesante turbulencia de
pensamientos. Esa turbulencia no permite a la atención
concentrarse sobre un solo pensamiento. El intelecto no puede, en
tanto está en la cabeza, concentrarse únicamente en el recuerdo de
Dios. Es necesario volver a traerlo a cada instante. Esa es la razón
por la cual aquellos que desean establecer en sí mismos ese
pensamiento único de Dios deben abandonar su cabeza, descender
con el intelecto en el corazón, y permanecer allí en una atención
continua. Es, entonces, solamente cuando el intelecto está unido al
corazón, que es posible esperar tener éxito en mantener el recuerdo
de Dios.
He aquí el fin que debéis tener constantemente ante los ojos y
hacia el cual debéis avanzar. No penséis que esta tarea sobrepasa
vuestras fuerzas, pero no os la figuréis tampoco tan fácil que os
bastará desearla para obtenerla. La primera cosa que se debe hacer
es atraer el intelecto hacia el corazón recitando vuestras oraciones
con el sentimiento que corresponde a su sentido, pues son los
sentimientos del corazón los que, habitualmente, gobiernan al
intelecto. Si hacéis bien ese primer paso vuestros sentimientos se
adaptarán al contenido de vuestra oración. Pero, además de esa
primera clase de sentimientos, existen otros, mucho más fuertes y
más dominantes, sentimientos que cautivan a la vez nuestra
conciencia y nuestro corazón, sentimientos que encadenan el alma
y no le dejan ninguna libertad porque retienen toda la atención. Ellos
son de un género particular y, tan pronto como hacen su aparición,
el alma comienza a orar por sí misma con sus propias palabras y
sus propios sentimientos. Es necesario no interrumpir jamás esta
efusión de sentimientos y de oraciones que nacen en el corazón; no
intentéis continuar, sino deteneos inmediatamente, pues debéis
dejarlos en total libertad para expresarse, hasta que se hayan
agotado y vuestras emociones hayan retornado a su nivel habitual.
Esta segunda forma de oración es más poderosa que la primera y
sumerge el intelecto en el corazón más rápidamente. Sin embargo,
ella no puede manifestarse más que después de la primera, o al
mismo tiempo.

Mi corazón estará inquieto hasta el día de su


reposo en ti
Dios os pide, tal vez, la rendición final de vuestro corazón, y
vuestro corazón languidece ante él. Sin Dios, jamás estará
satisfecho. Examinaos desde ese punto de vista. Tal vez
encontraréis allí la puerta de la casa de Dios.

La sala de recepción del Señor


¿Buscáis al Señor? Buscad, pero buscad en vosotros. No está
lejos de cada uno de nosotros. El Señor está cerca de todos
aquellos que lo buscan sinceramente. Encontrad un lugar en vuestro
corazón y, allí, hablad con el Señor. Es vuestro corazón el que
constituye la sala de recepción del Señor. Quien encuentra al Señor,
lo encuentra allí. El no ha elegido otro lugar para encontrarse con
las almas.

La atención interior y la soledad del corazón


Preserváis la atención interior y la soledad del corazón. Que Dios
os ayude a permanecer siempre así, pues es lo más importante en
nuestra vida espiritual. Cuando la conciencia está en el corazón, allí
también se encuentra el Señor. Ambos se unen entonces, y la obra
de la salvación avanza con éxito. La entrada del corazón se
encuentra cerrada para los malos pensamientos, las impresiones y
las emociones mundanas. El nombre del Señor, por sí mismo,
dispersa todo lo que le es extraño y atrae todo lo que le está
emparentado.
¿Qué tenéis que temer por encima de todo? La estima de sí, la
satisfacción de sí, la infatuación de sí, y todo lo que gira alrededor
del yo.
Trabajad para vuestra salvación, con temor y temblando.
Encended en vosotros y conservadlo, un espíritu contrito y un
corazón humilde y arrepentido.

Cómo llegar al discernimiento de los


pensamientos
El camino de la salvación os parece todavía oscuro. Leed el
primer parágrafo de Piloteo el Sinaíta en la Folicalía, y ved lo que él
aconseja. El pide una cosa, y sólo una, pues esta única cosa reúne
y ordena todo. Intentad organizaras como recomienda Piloteo y el
orden divino se establecerá en vosotros, lo comprenderéis
claramente. Esta cosa única consiste en recogeros con atención en
vuestro corazón y permanecer allí ante Dios, en adoración. Ese es
el comienzo de la sabiduría espiritual.
Deseáis llegar a ser más expertos en el discernimiento de los
pensamientos? Descended de vuestra cabeza a vuestro corazón.
Entonces veréis claramente todos vuestros pensamientos a medida
que aparezcan ante los ojos de vuestro intelecto, cuya clarividencia
estará agudizada. Pero, en tanto no hayáis descendido en vuestro
corazón, es inútil esperar alcanzar el verdadero discernimiento de
los pensamientos.

¿Qué significa estar con el intelecto en el


corazón?
Me preguntáis que quiere decir "estar con el intelecto en el
corazón". Significa lo siguiente: ¿Sabéis dónde se encuentra vuestro
corazón? ¿Cómo podríais no saberlo, habiéndolo ya aprendido?
Entonces, manteneos allí con atención, permaneced allí con
firmeza; así vuestro intelecto estará en vuestro corazón. El intelecto
es inseparable de la atención. Allí donde se encuentra uno, el otro
se encuentra también.
Me habéis escrito que sentís a menudo un fuego en vuestro
corazón cuando leéis el Acathiste de nuestro muy dulce Señor
Jesucristo. Que vuestra atención esté allí donde sentís ese fuego;
permaneced allí, no solamente durante la oración, sino en todo
tiempo. No basta simplemente orar, es necesario que estéis
plenamente consciente de estar frente a Dios, bajo su mirada que
todo lo ve, que penetra en las profundidades secretas de vuestro
corazón; y para permanecer así, esforzaos en despertar en vosotros
cálidos sentimientos de temor de Dios, de amor, de esperanza, de
devoción, de contrición. Allí se encuentra el principio fundamental
del orden interior. Velad, y tan pronto como veáis ese orden un poco
turbado, apresuraos a corregir ese estado.

El corazón es el hombre profundo


El corazón es el hombre profundo, el espíritu. En él se
encuentran la conciencia, la idea de Dios y de nuestra dependencia
total respecto de él, y todos los tesoros eternos de la vida espiritual.

No preguntéis cómo
¿Dónde está el corazón? Allá donde sentís tristeza, alegría,
cólera, y las demás emociones. Permaneced allí con atención. El
corazón físico es un músculo de carne; pero no es la carne quien
siente, sino el alma. El corazón carnal no es más que el instrumento
de esos sentimientos, como el cerebro lo es de la inteligencia.
Permaneced en el corazón, creyendo firmemente que Dios también
está allí, pero no preguntéis cómo es eso. Orad y estad seguros que
en el tiempo señalado, el amor será despertado en vosotros por la
gracia de Dios.

El hombre oculto del corazón


El espíritu de sabiduría y de revelación, y un corazón purificado,
son dos cosas diferentes. El primero viene de lo alto, de Dios; el
segundo viene de nosotros. Sin embargo, sobre el camino que
conduce al conocimiento cristiano, están inseparablemente unidos, y
ese conocimiento no puede adquirirse si ambos no están juntos. El
corazón sólo, a pesar de todas las purificaciones —si la purificación
fuere posible sin la gracia—, nos dará la sabiduría y, a su vez, el
espíritu de sabiduría no vendrá a nosotros si no tenemos un corazón
puro para recibirlo.
Lo que se entiende aquí por "el corazón", es el hombre interior.
Tenemos en nosotros, un "hombre interior" según San Pablo o,
según San Pedro, "el hombre oculto del corazón". Se trata del
espíritu, a la imagen de Dios, que fue insuflado en el primer hombre
y que permanece en nosotros, incluso después de la caída. Se
manifiesta por el temor de Dios, que está fundado sobre la
certidumbre de su existencia y la conciencia de nuestra total
dependencia respecto de él, por las aspiraciones de nuestra
conciencia y la insatisfacción que nos produce todo lo que es
material.

Una palanca que todo lo dirige


La palanca que dirige todas nuestras actividades es el corazón.
Es en él donde se forman las convicciones y las simpatías que
determinan nuestra voluntad y le dan fuerza.

La vida del corazón


Nadie puede comandar al corazón. Tiene su propia vida, sus
alegrías y sus penas, y nadie puede nada al respecto. Sólo el Amo
de todo, que tiene todas las cosas en su mano, tiene el poder de
entrar en el corazón, de despertar allí sentimientos
independientemente de sus móviles naturales.

En casa: en el corazón
¡Mis felicitaciones por vuestro feliz retorno a vuestra casa!
Después de una ausencia, la casa es un paraíso. Todo el mundo
siente esto de la misma manera. Experimentamos exactamente lo
mismo cuando, después de una distracción, volvemos a la atención
y a la vida interior. Cuando estamos en el corazón estamos en
nuestra casa; cuando no estamos allí, estamos sin domicilio. Y es
de esto, por sobre todo, que debemos preocuparnos.

Porqué ha sido creado el hombre


No se debe permanecer sin trabajar, ni siquiera un momento.
Pero existe el trabajo del cuerpo, que es visible, y existe el trabajo
mental, que es invisible. Es esta segunda forma de trabajo la que
constituye el verdadero trabajo. Consiste esencialmente en un
recuerdo incesante de Dios, unido a la oración del intelecto en el
corazón. Nadie lo ve, y, sin embargo, trabaja con una energía sin
desfallecimiento. Eso es lo único necesario. Una vez que se está
allí, ningún trabajo debe preocuparnos.
El primer decreto divino ordena al hombre vivir en una unión vital
con Dios; y ella consiste en vivir en Dios con el intelecto en el
corazón: así, quien se propone alcanzar esta vida, - y más todavía
aquél que participa en ella en una cierta medida -, puede
considerarse que ha encontrado el fin para el cual fue creado.
Aquellos que buscan estar unión vital deben comprender la
naturaleza de lo que intentan y no sentirse turbados si no logran
cosas importantes en el dominio exterior. Esta obra encierra en sí
misma todas las otras actividades.

Alguien que está siempre allí


"Intento tomar coraje". Que Dios os ayude. Sin embargo, no
olvidéis lo más importante: recogeros con el intelecto en el corazón.
Dirigid todos vuestros esfuerzos en ese sentido. El único medio de
lograrlo es intentar permanecer con la atención en el corazón,
recordando que Dios está en todas partes y que su mirada penetra
en vuestro corazón. Creed firmemente que, aunque estéis solos hay
siempre, no solamente cerca de vosotros, sino en vosotros, alguien
que os mira y sabe todo lo que sucede en vuestro interior. Lo que os
escribí concerniente a la recitación frecuente de la Oración de Jesús
durante la jornada se revelará como un medio muy poderoso para
alcanzar ese fin. Orad pues, durante diez o quince minutos cada
vez; es mejor poneros en actitud de oración, haciendo inclinaciones
o no, según lo que os parezca mejor. Trabajad así y orad a Dios
para que vele a fin de acordaros la gracia de saber lo que significa
'"tener una herida en el corazón", como dice el Padre Partheno. Esto
no sucede al primer intento. Os será necesario, tal vez un año o más
de trabajo asiduo, antes de que se manifieste alguna cosa. Que
Dios os bendiga en esta obra y sobre esta ruta. No veáis en esto
algo secundario, sino la tarea principal de vuestra vida.

Permanecer en presencia del Señor invisible


Velar sobre el corazón, mantenerse con el intelecto en el
corazón, descender de la cabeza al corazón, todo esto es lo mismo.
El núcleo de ese trabajo es reunir la atención y permanecer en
presencia del Señor invisible, no en la cabeza sino en el pecho,
cerca del corazón y en el corazón. Cuando llegue el calor divino,
todo esto estará claro para vosotros.
Reuníos en vosotros mismos
Reuníos en vosotros mismos y tratad de no abandonar el
corazón, pues el Señor se encuentra allí. Intentad arribar a ello,
trabajad en ello. Cuando hayáis alcanzado ese estado,
comprenderéis cuan precioso es.

Un bebé en los brazos de su madre


El hecho de que seáis conducidos por el sentimiento, o que
experimentéis sentimientos espirituales, no significa que estéis
firmemente establecidos con la atención en el corazón pues, cuando
se alcanza ese estado, el intelecto permanece constantemente en el
corazón, en presencia del Señor, con temor y temblando, y no
experimenta ningún deseo de andar por allí, lo mismo que un bebé
no desea moverse cuando descansa en los brazos de su madre.
Que Dios os ayude a lograrlo.

La Oración de Jesús une el intelecto al corazón


Todo vuestro desorden interior proviene de la disociación de
vuestras potencias; el intelecto y el corazón van cada uno por su
lado. Debéis reunidos; entonces el tumulto de vuestros
pensamientos cesará y tendréis un piloto para dirigir vuestra barca,
una palanca que pondrá en movimiento vuestro mundo interior.
¿Cómo se puede lograr esta unión? Tomad el hábito de pronunciar
estas palabras con el intelecto en el corazón: "Señor Jesucristo, Hijo
de Dios, ten piedad de mí", y esta oración, cuando hayáis aprendido
a decirla como conviene o, mejor dicho, cuando esté injertada en
vuestro corazón, os conducirá al fin deseado; unirá vuestro intelecto
y vuestro corazón', detendrá la turbulencia de vuestros
pensamientos y os dará el poder de gobernar todos los movimientos
de vuestra alma.
La piscina de Bethesda
Tanto tiempo como dura vuestro desorden interior, incluso si
oráis, vuestro corazón permanece frío, es movido raramente por un
sentimiento de calor y una oración ferviente. Cuando esta confusión
interior es dominada, el calor de la oración llega a ser constante y el
corazón se enfría sólo raramente, siendo además, este estado,
rápidamente superado al volver pacientemente a la regla de vida y a
las ocupaciones que despiertan ese sentimiento de calor. La actitud
del corazón hacia los ataques de la vanidad y de las pasiones, será
también muy diferente. ¿Quién puede dejar de sentir dichos
ataques? Sólo que, anteriormente, ellos penetraban en el corazón,
tomaban posesión de él y lo cautivaban por la fuerza, de tal modo
que él estaba constantemente sucio por el placer que obtenía de los
malos pensamientos, aún si ellos no lo llevaban al pecado. Ahora,
cuando el ataque se prepara, el guardián, la atención, se mantiene
permanentemente a la entrada del corazón y, por el nombre de
Nuestro Señor Jesucristo, rechaza al enemigo. Sólo muy raramente
el enemigo logra introducir en el alma alguna tentación, esta es, por
otra parte, inmediatamente notada, rechazada, purificada por el
arrepentimiento, y no queda de ella ningún rastro.
Durante el período de búsqueda, antes que se alcance este
estadio, se pasa años sentado al borde del agua, como el enfermo
de la piscina de Bethesda, implorando "No tengo a nadie para que
me arroje al agua (Juan, 5, 7). ¿Cuándo llegará el Salvador de
Israel, él, que puede arrojarnos en la piscina de aguas vivificantes?
¿Cómo es posible que él, que hemos acogido en nosotros, nos haga
languidecer así? Es nuestra propia falta, él está en nosotros, pero
nosotros no estamos en su presencia. Es por ello que debemos
volver a entrar en nosotros mismos para encontrarlo. Hemos leído
bastante, ahora nos es necesario actuar; bastante hemos mirado
como los otros avanzan, nos es necesario marchar.

La manera de respirar
Hacer descender el intelecto en el corazón por medio de la
respiración, se propone a aquellos que no saben donde concentrar
su atención, ni donde se encuentra el corazón; pero si sabéis, sin
este método, encontrar el corazón, id por vuestro propio camino.
Una sola cosa cuenta: estableceros en el corazón.

El tesoro oculto
Que Dios os ayude a estar plenamente vivos y a conservar la
sobriedad. Pero no olvidéis lo principal: unir la atención y el intelecto
al corazón y permanecer allí, constantemente en presencia del
Señor. Todo esfuerzo que hagáis en la oración debe ser dirigido
hacia ese lado. Orad al Señor para que os otorgue esta gracia; es el
tesoro escondido, la perla inapreciable.
II. OBISPO IGNACIO BRIANCHANINOV
(1807- 1867)
DE LA ORACIÓN Y DEL COMBATE
ESPIRITUAL
Los frutos de la oración incesante

ES por la oración incesante que el asceta alcanza una pobreza


espiritual auténtica. Aprendiendo a pedir sin cesar la ayuda de Dios,
pierde poco a poco su confianza en sí mismo. Si hace algo con
éxito, no ve allí su propio logro, sino que lo atribuye a la misericordia
divina que él implora sin cesar. La oración incesante lleva a la
adquisición de la fe, pues aquél que ora continuamente comienza
gradualmente a sentir la presencia de Dios. Ese sentimiento se
desarrolla poco a poco, de tal modo que el ojo espiritual llega a
reconocer a Dios en su Providencia mejor de lo que el ojo natural ve
los objetos materiales; y entonces el corazón conoce la presencia de
Dios por una experiencia inmediata. Aquél que ha visto a Dios de
esta manera y ha sentido así su presencia, no puede dejar de creer
en él con una fe viviente que se manifestará en sus actos.
La oración incesante vence al mal mediante la esperanza en
Dios; conduce al hombre a una santa simplicidad, separando su
intelecto del hábito de dispersarse en pensamientos distintos y
hacer planes sobre sí mismo y sobre su prójimo, y manteniéndolo
siempre en una pobreza y una humildad de pensamientos. Es en
esto que consiste la formación del hombre de oración. Aquél que ora
sin cesar pierde gradualmente el hábito de dejar vagar sus
pensamientos, de estar distraído, de estar colmado de vanas
preocupaciones, y cuanto más profundamente se arraiga en el alma
ese impulso hacia la santidad y hacia la humildad, más se pierden
los hábitos precedentes. Finalmente, llega a ser como un niño, tal
como lo recomienda Cristo en el Evangelio; llega a ser loco por
amor de Cristo, es decir, pierde la falsa sabiduría del mundo y recibe
de Dios una inteligencia espiritual. La curiosidad, la desconfianza y
la sospecha son igualmente destruidas por la oración incesante; a
partir de allí, los otros comienzan a parecemos buenos, y de esta
transformación del corazón nace el amor por los hombres. Aquél
que ora sin cesar permanece constantemente en el Señor, reconoce
al Señor como Dios, adquiere el temor de Dios del cual nace la
pureza, y ésta da nacimiento al amor divino. El amor de Dios lo
colma con los dones del Espíritu Santo, del que es el templo.

Dos etapas en la oración; el martirio interior


Cuando se inicia la vida de oración se ora únicamente por
esfuerzo personal. Sin ninguna duda, la gracia de Dios viene en
ayuda de cualquiera que ora con sinceridad, pero no revela su
presencia. Durante este período las pasiones ocultas en el corazón
entran en juego y conducen al que ora a un verdadero martirio en el
cual victorias y derrotas se alternan sin detenerse, y tanto la libre
voluntad como la debilidad del hombre son claramente puestas en
evidencia.
En el segundo período, la gracia de Dios hace sentir su acción y
su presencia de manera sensible, uniendo el intelecto al corazón y
haciendo posible una oración sin ensueños ni distracciones, hecha
con un corazón pleno de calor y de lágrimas. En ese estadio, los
pensamientos malos pierden su fuerza y cesan de dominar al
espíritu.
La primera etapa en la vida de oración puede ser comparada a
los árboles desecados por el invierno; la segunda, a esos mismos
árboles cubiertos de hojas y de brotes por el calor de la primavera.
En los dos casos, el arrepentimiento debe ser el alma y el fin de la
oración. En recompensa por el arrepentimiento que el hombre le
ofrece mientras avanza todavía por su propio esfuerzo, Dios le
acuerda, cuando le place, un arrepentimiento lleno de la gracia
divina. Y el Espíritu Santo, una vez que ha penetrado en el hombre,
intercede en él con gemidos inefables… Intercede en favor de los
santos según la voluntad de Dios" que sólo él conoce (Romanos 8,
26—27).
De todo esto, resalta claramente que las tentativas del debutante
por alcanzar el lugar del corazón, es decir encender en sí mismo,
prematuramente, la acción sensible de la gracia, constituye un grave
error que invierte el orden requerido y la estructura lógica de la
ciencia de la oración. Una tentativa semejante es orgullo y locura.
No es bueno para un debutante utilizar las prácticas que los santos
Padres aconsejan para los monjes experimentados y para los
hesicastas.

Las ilusiones del demonio y la gracia de Dios.


Cómo se las distingue
Que nadie, escuchando a un pecador hacer el relato de las
grandes cosas realizadas por la acción del Espíritu, vacile ni se
turbe, pensando que la acción de la que oye hablar es obra de los
demonios, una ilusión. El debe rechazar esos pensamientos
blasfemos. ¡No y no! La acción de la ilusión no se manifiesta de ese
modo. Decidme: ¿es posible al demonio, el enemigo, el asesino de
nuestra raza, convertirse en su médico? ¿Podría el demonio rehacer
la unidad entre las partes y las potencias del hombre que han sido
dispersadas por el pecado, liberarlo de su dominación y hacerlo salir
del estado de contradicción y de guerra intestina para llevarlo a la
santa paz de Dios? ¿Podría el demonio liberar al hombre del abismo
de su ignorancia y comunicarle un conocimiento vivo de Dios
fundado sobre la experiencia y no sobre las pruebas venidas del
exterior? ¿Podría el demonio predicar y enseñar en detalle lo que
concierne al Salvador; predicar y enseñar cómo, por el
arrepentimiento, podemos acercarnos a Él? ¿Podría el demonio
rehacer en el hombre la imagen original y restablecer su semejanza
con Dios, la que el pecado ha turbado? ¿Podría hacerle sentir el
sabor de la pobreza espiritual, de la resurrección, de la renovación y
de la unión con Dios? ¿Podría elevar al hombre hasta la comunión
con Dios, una comunión en la cual él llega a ser como si no
existiera, sin pensamientos, sin deseos, enteramente sumergido en
un silencio maravilloso? Ese silencio es la absorción de todas las
potencias del ser humano que son, entonces, enteramente volcadas
hacia Dios y desaparecen, de algún modo, ante su eterna majestad.
La ilusión actúa de una manera, y Dios de otra diferente. El Amo
todopoderoso del hombre ha sido y sigue siendo su creador. El que
ha creado y crea nuevamente ¿no conserva todo su poder?
Escuchad, hermano bien amado, cómo se distingue la ilusión de la
acción divina. La ilusión, cuando se acerca al hombre, ya sea en
pensamiento o en sueño, por alguna idea sutil o por alguna
aparición perceptible a los ojos del cuerpo, o por alguna voz en alto,
perceptible a los oídos del cuerpo, no se presenta jamás como un
amo absoluto, sino como un encantador que busca hacerse aceptar
por el hombre, para ejercer sobre él su dominio. La acción de la
ilusión, ya sea que se manifieste por fuera o en el interior del
hombre, viene siempre del exterior; el hombre puede rechazarla. La
ilusión deja siempre subsistir al principio una cierta duda en el
corazón; sólo aquéllos a quienes ella ha conquistado enteramente la
aceptan sin vacilación. La ilusión no rehace jamás la unidad en el
hombre dividido por el pecado, no detiene las rebeliones de la
sangre, no conduce al asceta al arrepentimiento ni lo empequeñece
ante sus propios ojos; por el contrario, inflama su imaginación,
refuerza los impulsos de las pasiones, le aporta una alegría insípida
y emponzoñada y lo adula insidiosamente, inspirándole el
contentamiento de sí mismo e instalando en su alma un ídolo, el
"Yo".

La unión del intelecto y del corazón y su


inmersión en Dios
La acción divina no es algo material; ella es invisible, inaudible,
inesperada, inimaginable e inexplicable por medio de analogías
tomadas de este mundo. Su llegada y su trabajo en nosotros son un
misterio. Comienza por revelar al hombre su estado de pecado y le
pone delante de los ojos el horror al mal; lo lleva a condenarse a sí
mismo, le muestra su decadencia, ese terrible y sombrío abismo de
destrucción en el cual ha caído por efecto del pecado de nuestro
primer padre. Enseguida, poco a poco, la acción divina produce en
él una atención acrecentada y la contrición del corazón en la
oración. Habiendo preparado así el corazón del hombre, torna las
partes divididas y, con un acto repentino, inesperado e inmaterial,
las restablece en la unidad. ¿Qué es lo que las ha tocado? No
podría explicarlo. Yo no veo nada ni escucho nada, pero sé y siento
en mí una transformación repentina, debida a una acción
todopoderosa. El Creador acaba de actuar, para renovar, como
actuó una primera vez para crear. Decidme si el cuerpo de Adán,
formado de polvo, yaciendo ante su Creador y todavía inanimado,
podía tener una noción de la vida y sentirla de algún modo. Cuando
fue repentinamente vivificado por el soplo de vida, ¿habría podido
preguntarse si iba a aceptar ese don? Adán creado, se sintió
repentinamente viviente, pensante, deseante. La recreación del
hombre se produce de la misma manera repentina. El Creador ha
sido y sigue siendo el amo absoluto; actúa con autoridad, de una
manera sobrenatural, más allá de toda concepción y de todo
pensamiento, con una sutileza infinita. Actúa espiritualmente y no
materialmente.
Ha tocado con su mano mi ser todo entero, y mi espíritu, mi
corazón y mi cuerpo han sido unidos, componiendo un todo único y
simple. Han sido sumergidos en Dios y permanecen en él mientras
una mano invisible, incomprensible y todopoderosa los retiene allí.

La unión con el Señor


Todo verdadero cristiano debe recordar siempre, y no olvidar
jamás, que lo más necesario para él es estar unido a nuestro Señor
y Salvador Jesucristo, con todo su ser. Que el Señor habite su
intelecto y su corazón, y que así comience a vivir la vida de Cristo.
El Señor tomó nuestra carne y nosotros debemos a nuestro turno
tomar su carne y su Espíritu muy santo, haciéndolos nuestros y
adhiriéndonos a ellos para siempre. Sólo una unión semejante con
nuestro Señor nos dará esta paz y esta buena voluntad, esta luz y
esta vida que hemos perdido en el primer Adán y que son
renovadas actualmente por el segundo Adán, el Señor Jesucristo. El
medio más seguro de llegar a esta unión con Nuestro Señor es,
después de la comunión de su carne y de su sangre, la Oración
interior de Jesús.

El papel de los métodos mecánicos


Lo que es esencial e indispensable en la oración es la atención.
No puede haber oración sin atención. La verdadera atención,
vivificada por la gracia, viene de la mortificación del corazón que
rechaza al mundo. Los métodos mecánicos son siempre
secundarios; son medios, no un fin. Los mismos Padres que
recomiendan introducir la atención en el corazón uniéndola a la
respiración dicen que, cuando el intelecto tomó el hábito de estar
unido al corazón, - o, más exactamente, cuando esta unión se
cumple por el don y la acción de la gracia -, el intelecto no tiene ya
ninguna necesidad del auxilio de esos métodos mecánicos, sino que
se une al corazón por sí mismo, por su propio movimiento.

Encontrar el lugar del corazón


Cuando leemos en los escritos de los Padres algo que se refiere
al lugar del corazón, que el intelecto descubre por la oración,
debemos comprender que hablan de la facultad espiritual que existe
en el corazón. Colocada por el Creador en la parte superior del
corazón, esta facultad espiritual es lo que distingue al corazón del
hombre de aquél de los animales. Estos tienen, en efecto, como el
hombre, la facultad de querer y desear, de experimentar celos o
cólera. La facultad espiritual que está en el corazón se manifiesta, -
independientemente del intelecto-, en la conciencia de nuestro
espíritu, en los sentimientos de arrepentimiento, de humildad, de
dulzura, en la contrición del espíritu, o la profunda lamentación por
nuestros pecados y en otros sentimientos de orden espiritual; ahora
bien, todo esto es extraño a los animales. La facultad intelectual en
el alma del hombre, aunque espiritual, se encuentra en el cerebro,
es decir, en la cabeza; igualmente, la facultad espiritual que
llamamos el espíritu del hombre, aunque sea espiritual, se
encuentra en la parte superior del corazón, cerca de la tetilla
izquierda y un poco por encima. Así, la unión del intelecto y del
corazón es la unión de los pensamientos espirituales de la
inteligencia con los sentimientos espirituales del corazón.

Un sentimiento de cálida ternura


Es esencial que en el momento ríe la oración, el intelecto esté
unido al espíritu y que ambos reciten juntos la oración; pero
mientras el intelecto trabaja con palabras, pronunciadas
mentalmente o en voz alta, el espíritu actúa por un sentimiento de
cálida ternura o por las lágrimas. La unión de ambos está regulada
según el tiempo señalado por la gracia divina; pero para el
principiante basta que el espíritu simpatice y actúe con el intelecto.
Si la atención es mantenida por el intelecto, el espíritu sentirá muy
pronto un verdadero calor y ternura. El espíritu es a veces llamado
el corazón, como el espíritu es a veces llamado la cabeza.

Oración del intelecto, del corazón y del alma


La oración es llamada "del intelecto", cuando es recitada por el
intelecto con una profunda atención y la simpatía del corazón. Es
llamada "oración del corazón" cuando es recitada por el intelecto
unido al corazón, cuando el intelecto desciende en el corazón y ora
en sus profundidades. La oración es llamada "oración del alma",
cuando surge del alma toda entera, con la participación del mismo
cuerpo, cuando es ofrecida por el ser entero que se convierte, por
así decirlo, en el medio de expresión de la oración.
En sus escritos, los santos Padres incluyen a menudo, bajo el
nombre de "oración del intelecto" u "oración mental", a la vez la
oración del corazón y la del alma. Sin embargo, a veces los
distinguen. Es así como San Gregorio, el Sinaíta dijo: "Llamada Dios
sin cesar con el intelecto o con el alma". Pero en nuestros días, en
que hay poca enseñanza oral sobre ese tema, conviene conocer las
diferentes definiciones. Para algunos, es la oración del intelecto la
que se revela como más activa; para otros la del corazón; para
algunos otros, la del alma. Todo esto depende del don otorgado a
cada uno, por naturaleza o gracia, por el Donador de todo bien.
Sucede también que, en el mismo asceta, prevalece primero una
forma de oración y luego otra. Muy a menudo, e incluso en la
mayoría de los casos, esta oración está acompañada de lágrimas.

Cumplir los mandamientos. Antes y después de


la unión del intelecto y del corazón
No se cumple con los mandamientos, antes de la unión del
intelecto y el corazón, como se los cumple después. Antes de esta
unión, el asceta sólo cumple los mandamientos con mucho
esfuerzo, pues le es necesario forzar y vencer su naturaleza caída;
pero una vez que esta unión se realizó, la fuerza espiritual que une
el intelecto al corazón lo impulsa por sí mismo a cumplirlos y vuelve
el esfuerzo fácil y agradable: "Corro por el camino de tus
mandamientos, pues tú mi corazón dilatas" (Salmo 118,32).

Lo esencial en la oración
Lo que es esencial durante la oración, es unir el intelecto al
corazón. Esto no puede lograrse más que por la gracia de Dios y en
el tiempo señalado por él. Las técnicas son ventajosamente
reemplazadas por una recitación apacible de la Oración. Es
necesario hacer una breve pausa entre cada invocación, la
respiración debe ser calma y apacible, y el intelecto debe
permanecer encerrado en las palabras de la oración. Por ese medio,
se puede fácilmente alcanzar cierto grado de atención. Muy
rápidamente el corazón comienza a sentirse en simpatía con la
atención del intelecto mientras ora; comienza entonces a existir
acuerdo entre el corazón y el intelecto y, poco a poco, ese acuerdo
se transformará en unión del intelecto y del corazón: de ese modo,
la manera de orar recomendada por los Padres se establecerá por
sí misma. Los métodos mecánicos y corporales nos han sido
propuestos, únicamente, como medios de lograr fácil y rápidamente
la atención en la oración, jamás como algo esencial.

Lectura espiritual: Los autores rusos son más


accesibles que los griegos
Todos los escritos de los Padres griegos son dignos del mayor
respeto a causa de la gracia abundante y de la sabiduría espiritual
que contienen y exhalan. Sin embargo, los escritos de los Padres
rusos nos son más accesibles a causa de la claridad y de la
simplicidad de sus exposiciones, y también porque son más
cercanos a nosotros en el tiempo. Los escritos del starets Basilio
son lo primero que deberían leer aquéllos que desean practicar con
éxito la oración. Es además, para eso, que el starets los compuso, y
es por ello que se los llama "introducciones" o "estudios
preliminares" a la lectura de los Padres griegos.

La otra ribera del Jordán


La práctica de la Oración de Jesús alcanza su cumbre cuando se
llega a la oración pura, la que es coronada por la apátheia o
perfección cristiana, don de Dios, que él acuerda a esos luchadores
espirituales cuando le place.
San Isaac el Sirio dijo: "Pocos reciben el don de la oración pura.
Apenas se encuentra en cada generación una sola persona que
alcanza el misterio cumplido en la oración pura y que, por la gracia y
el amor de Dios, alcanza la otra ribera del Jordán".

Los adversarios de la Oración de Jesús


Algunas personas han desparramado un desdichado prejuicio
contra la Oración de Jesús, aunque carecen de conocimiento
personal que provenga de una correcta y larga práctica de la
Oración. Para esas personas, hubiera resultado más seguro y más
sensato abstenerse de pronunciar un juicio sobre el tema: habrían
medido su ignorancia completa acerca de esta tarea sagrada, en
lugar de tomar sobre sí la misión de predicar contra la práctica de la
Oración de Jesús y denunciar esa santa Oración como causa de
ilusión diabólica y perdición del alma. Debo decir, a manera de
advertencia, que condenar la Oración que utiliza el nombre de Jesús
y atribuir a ese nombre un efecto perjudicial es tan violento como la
condenación de los milagros de nuestro Señor pronunciada por los
fariseos. Esa teoría ignorante y blasfema contra la Oración de
Jesús, tiene todas las características de una pseudo-filosofía
herética.

¿Conduce a la ilusión la práctica de la Oración de


Jesús?
Hay personas que afirman que la Oración de Jesús es seguida
de ilusiones, siempre, o casi siempre, y por lo tanto prohíben su
práctica.
Admitir semejante idea y defenderla constituye una terrible
blasfemia, una ilusión de un carácter totalmente deplorable. Nuestro
Señor Jesucristo es la fuente única de nuestra salvación, el único
medio por el cual podemos ser salvados, y su Nombre humano ha
recibido de su divinidad un poder santo e ilimitado para salvarnos.
¿Cómo podría, ese poder que opera nuestra salvación, el único
poder que da la salvación, ser desnaturalizado y actuar para nuestra
perdición? Semejante sugestión es absurda. Es un triste sinsentido,
blasfemo y destructor. Aquellos que siguen este razonamiento están
verdaderamente embaucados por el demonio y abusan de una
dialéctica falsa que proviene de Satanás.
Examinad las Santas Escrituras: encontraréis por todas partes el
nombre del Señor Jesucristo glorificado y a su poder de salvación
exaltado. Estudiad los escritos de los Santos Padres y veréis que
todos, sin excepción, proponen y aconsejan la práctica de la Oración
de Jesús, designándola como un arma más poderosa que ninguna
otra en el cielo y sobre la tierra, un don de Dios, una herencia
inalienable, uno de los legados más preciosos y más elevados del
Dios-Hombre, un consuelo muy dulce y lleno de amor, una prenda
segura. En fin, id a los decretos canónigos de la Iglesia Ortodoxa
Oriental, y veréis que, para sus hijos iletrados, monjes o laicos, la
Iglesia ha establecido la recitación de la Oración de Jesús, como
supletoria de la lectura de los salmos y de las oraciones que se
deben decir en la celda o la habitación de cada uno. ¿Qué peso,
entonces, se puede acordar a los consejos de algunas personas
ciegas, llevadas hasta las nubes y aplaudidas por otras también
ciegas, en comparación con el testimonio unánime de las Santas
Escrituras, de todos los Santos Padres y de los decretos canónigos
de la Iglesia respecto de la Oración de Jesús?

La ilusión, es de aquellos que no practican la


Oración de Jesús
Existen buenas razones para mirar como error o ilusión el estado
interior de esos monjes que, habiendo rechazado la práctica de la
Oración de Jesús y el trabajo interior en general, se contentan con
oraciones exteriores, - asistencia asidua a los servicios de la iglesia
y observancia estricta de una regla de oraciones privadas
consistente exclusivamente en la recitación de salmos y oraciones
vocales-. No pueden dejar de estar imbuidos de sí mismos, como lo
explica el starets Basilio. Esa es precisamente la señal del espíritu
imbuido de sí mismo: aquéllos que tienen ese defecto llegan a
considerarse que llevan una vida de celo, y a menudo, por orgullo,
desprecian a los demás. La oración verbal y vocal es ciertamente
útil cuando está ligada a la atención, pero esto sólo sucede muy
ocasionalmente, pues es sobre todo la Oración de Jesús la que nos
enseña a conservar nuestra atención.
III. OTROS TEXTOS

Las hojas y el fruto


Un hermano preguntaba al abad Agathón: "Decidme, Padre,
¿qué es más grande, la ascesis corporal o la vigilancia interior?" El
replicó: "El hombre es como un árbol, la ascesis corporal son las
hojas y la vigilancia interior es el fruto. Dice el Evangelio: 'Todo árbol
que no lleva fruto será cortado y arrojado al fuego (Mat. 3, 10).
Resulta entonces claro que todo nuestro esfuerzo se dirige al fruto,
es decir, al cuidado del intelecto, sin embargo, también necesitamos
de la protección y el abrigo de las hojas, es decir, de la ascesis
corporal".
Apotegmas de los Padres del Desierto - Ed. Lumen, Bs. As.,
1979.
Colección de sentencias y hechos de los primeros solitarios y
monjes de Egipto (En especial Escete, Nuria y Las Celdas) de los
siglos IV y V.

Es necesario combatir a Satán en el corazón


La tarea más importante de un luchador espiritual es entrar en su
corazón y combatir allí a Satán, odiar y rechazar los pensamientos
que inspira, y hacer la guerra contra él.

Esfuerzos del hombre y frutos del Espíritu


Si no estamos colmados interiormente de bondad y simplicidad,
nuestras actitudes exteriores de oración no nos darán ningún
beneficio. Esto es verdad no sólo para la oración, sino para
cualquier trabajo y cualquier esfuerzo, tales como la continencia, el
ayuno, o toda obra emprendida por amor de la virtud. Si no
percibimos en nosotros frutos abundantes de amor, de paz, de
alegría y de dulzura, de humildad y simplicidad, de sinceridad, de fe
y de generosidad, es que hemos trabajado en vano y sin provecho,
pues todo el fin de nuestros esfuerzos y de nuestro trabajo era
adquirir esos frutos. Si los frutos de amor y paz no están en
nosotros, entonces nuestro trabajo íntegro es inútil y vano. Aquéllos
que trabajan de esta manera serán en el día del juicio como las
cinco vírgenes imprudentes, que son así llamadas porque no tenían,
en las lámparas de su corazón, el aceite espiritual, es decir las
virtudes que terminamos de mencionar; a causa de ello fueron
dejadas afuera de la sala de bodas, y su virginidad no les fue de
ningún beneficio.
Los propietarios que trabajan en sus viñedos emprenden su
trabajo con la esperanza de verlo producir fruto, y si no recogen
fruto, todo su trabajo carece de valor. De la misma manera, si no
vemos en nosotros mismos, por la acción del Espíritu, los frutos de
amor, de paz, de alegría, de humildad y de todas las otras virtudes
enumeradas por el Apóstol (Ga. 5, 22), si no sentimos con plena
seguridad y una especie de percepción espiritual que ellos están
presentes en nosotros, entonces todo el trabajo de la castidad, de la
oración, de la salmodia, del ayuno, de la vigilia, habrá sido vano y
sin beneficios. Pues esos trabajos del alma y del cuerpo deben ser
practicados en la esperanza de adquirir frutos espirituales; y el fruto
del Espíritu que traen las virtudes, es la alegría espiritual, una
alegría sin corrupción, conferida por el Espíritu en el corazón de los
fieles. Los esfuerzos y las tentativas no deben pues, ser
consideradas, más que por lo que son en verdad, es decir,
esfuerzos y tentativas y nada más, y el fruto por lo que él es, es
decir, el fruto. Sin embargo, sucede que, por ignorancia, alguien
llega a considerar su esfuerzo como el fruto del Espíritu; de ese
modo se equivocan gravemente, y este error lo priva de los
verdaderos frutos del Espíritu, que son de grandeza incomparable.

Los esfuerzos del hombre y la oración otorgada


por la gracia
Sucede que, en respuesta a su pedido, el hombre recibe el don
de la oración al mismo tiempo que un sentimiento, al menos parcial,
de paz y de alegría en el Espíritu. Esto puede serle acordado a
pesar de su falta de vida interior, porque él se ha obligado a orar, no
teniendo en vista más que la obtención de esta gracia, sin haber
adquirido la dulzura, la humildad y el amor, y sin haber cumplido los
otros mandamientos del Señor. Pero su carácter permanecerá tal
como era anteriormente, pues no ha hecho nada para adquirir la
dulzura y no se ha preparado para recibirla. No tiene humildad, pues
él no ha pedido, ni se ha esforzado por ser humilde. No tiene ningún
amor por los hombres, pues no se ha preocupado de ello y no ha
orado ardientemente para que ese amor le fuera dado. En efecto,
aquéllos que se esfuerzan en orar, incluso contra el deseo de su
corazón, deben igualmente obligarse a amar, a ser dulces, inocentes
y generosos. Deben también esforzarse por ser humildes,
considerándose como los más miserables y los más indignos entre
los hombres. Deben refrenar la charla inútil, meditando sin cesar las
palabras del Señor, guardándolas en su corazón y sobre sus labios.
Deben también esforzarse por evitar la irritación y los propósitos
violentos, según la palabra de la Escritura: "Que toda amargura,
indignación o cólera, que todo clamor, toda palabra mala, sean
rechazados, así como toda malicia" (Ef. 4, 31).
En respuesta a esos esfuerzos, el Señor, que ve el deseo
ardiente del hombre, le otorgará el poder de cumplir sin pena y
espontáneamente todas las cosas que anteriormente realizaba con
gran trabajo, a pesar de todos sus esfuerzos, por causa del pecado
que reinaba en él. Todas esas prácticas de virtud llegarán a ser en él
como una segunda naturaleza, pues finalmente el Señor viene hacia
el hombre y permanece en él, y él en el Señor; y el Señor mismo
cumple en él, sin esfuerzo, sus propios mandamientos colmándolo
con los frutos del Espíritu Santo.
San Macario de Egipto (300—390), uno de los más grandes
maestros del monaquismo primitivo, fundador de Escete en el
desierto de Egipto. Los diferentes escritos que le fueron atribuidos
tradicionalmente no son actualmente considerados como obra suya.
Su origen exacto permanece oscuro, pero parece que podrían haber
sido compuestos en Egipto o en Siria hacia fines del siglo IV o
comienzos del V.

Afuera, está la muerte; adentro, el reino


El reino de Dios está dentro vuestro. Si el Hijo de Dios
permanece en vosotros, el reino de Dios también está allí. En el
interior se encuentran las riquezas del cielo, si las deseáis. El Reino
está en vosotros, pecadores, si lo queréis. Entrad en vosotros
mismos, buscad con más ardor y lo encontraréis sin mucho
esfuerzo. Afuera está la muerte, y la puerta de la muerte es el
pecado. Entrad en vosotros mismos y permaneced en vuestro
corazón, pues Dios se encuentra allí.
San Efrén el Sirio (306-373), autor ascético y dogmático. Escribió
varios himnos y comentarios sobre la Biblia. Sus obras, escritas en
sirio, fueron muy tempranamente traducidas al griego

Los tres gigantes espirituales


Si quieres triunfar sobre las pasiones, entra en ti mismo por la
oración y con la ayuda de Dios; luego, desciende en las
profundidades de tu corazón y allí destruye a esos tres temibles
gigantes: el olvido, la pereza y la ignorancia. Ellos son los tres
principales auxiliares de nuestros enemigos espirituales. Todas las
demás pasiones, sostenidas por ellos, llegan al corazón, actúan,
viven y se fortifican en las almas que se dejan ir o a las que falta
formación. Pero si, por medio de una atención sostenida y
perseverante, y con la ayuda de lo alto, encuentras esos gigantes, -
a quienes muchos no saben reconocer -, los arrojarás fácilmente
con las armas de la justicia, que son el pensamiento de lo que es
bueno, la prisa por llegar a la salvación, y el conocimiento que viene
del cielo.

Los ladrones espirituales


Los ladrones no atacan una plaza donde ven que las armas del
rey han sido preparadas para combatirlos; igualmente, aquél que
implantó la oración en el corazón, no es fácilmente atacado por los
ladrones espirituales.
Marco el Ermitaño, o el Asceta, o el Eremita: autor ascético
griego que vivió en Egipto o en Palestina a comienzos del siglo V.

Los frutos de la meditación secreta


El sabio que posee abundantes riquezas las oculta en el interior
de su casa, pues los terceros que aparecen ante los ojos de los
hombres excitan su codicia, y los poderosos de la tierra los desean.
Es así que el monje humilde y virtuoso oculta sus virtudes y no sigue
sus propias voluntades. Por el contrario, él se censura a toda hora, y
emplea todas sus energías en la meditación secreta, según las
palabras de la Santa Escritura: "Mi corazón no se ha engreído
dentro mío, y un fuego se ha encendido en la meditación" (Salmo
38, 4). ¿De qué fuego se trata? El fuego del que la Escritura nos
habla aquí, es Dios: "Nuestro Dios es un fuego que consume" (Heb.
12, 29). El fuego hace fundir la cera y seca la madera; del mismo
modo, la meditación secreta hace fundir los malos pensamientos y
colma de alegría nuestro corazón. La meditación secreta hiere a los
demonios y arroja los malos pensamientos. Aquél que se arma con
esta meditación secreta haciendo resplandecer así al hombre
interior, es fortificado por Dios y por los ángeles y glorificado por los
hombres.
La meditación secreta y la lectura hacen al hombre semejante a
una fortaleza inexpugnable, a una plaza fuerte invencible, a un abra
de paz que permanece sin turbación y sin desfallecimientos. Los
demonios son confundidos cuando el monje se arma de esta
meditación secreta y de esta lectura. La meditación secreta es un
espejo para el alma y una luz para la conciencia; destruye la
concupiscencia, calma el arrebato, disipa la cólera, expulsa la
amargura, hace huir la irritabilidad y destierra la injusticia. La
meditación secreta ilumina el espíritu y expulsa la pereza. Es de ella
que nace la ternura que entibia y endulza el alma. Es por su
intermedio que el temor de Dios penetra en nosotros y permanece
allí, tocándonos hasta las lágrimas. Es por la meditación secreta que
el monje recibe la verdadera humildad de espíritu, una oración sin
turbación, una vigilia plena de ternura y calor. La meditación secreta
dispersa los malos, pensamientos, arroja los demonios, santifica el
cuerpo, nos enséñala paciencia y la resistencia y nos recuerda sin
cesar el tormento. La meditación secreta preserva al intelecto de las
distracciones y lo ayuda a reflexionar sobre la muerte, está llena de
todo tipo de buenas obras, adornada dé todas las virtudes y alejada
de toda mala acción.
Abba Isaías, o San Isaías el Eremita (- 488), fue monje primero
en Escete (Egipto), luego en Gaza (Palestina).

Un remedio que cura todas las pasiones


Debemos saber que la invocación constante del nombre de Dios
es un remedio que cura, no sólo todas las pasiones, sino incluso sus
efectos. Cuando un médico aplica un remedio o un ungüento sobre
la llaga de su paciente, dicho ungüento actúa sin que el paciente
sepa cómo; igualmente, el nombre de Dios, cuando lo invocamos,
destruye todas las pasiones, aunque no sepamos cómo.
Que este nombre sea vuestro refugio
Hermano, las pasiones son aflicciones; es por ello que el Señor
no nos excomulgará por causa de ellas. Por el contrario, ha dicho:
"Invócame en tiempo de aflicción, yo te libraré y tú me darás gloria"
(Salm. 49, 15). Por consiguiente, cuando estás asediado por una
pasión cualquiera, nada puedes hacer más útil que invocar el
nombre de Dios. Todo lo que podemos hacer, débiles como somos,
es refugiarnos en el nombre de Jesús. En efecto, las pasiones, que
son demonios, se retiran cuando se invoca ese nombre.

El trabajo interior
Si la actividad interior, según la voluntad de Dios, no viene en
ayuda del hombre, éste se fatiga exteriormente en vano.
Barsanufio y Juan de Gaza (hacia 540). Recluidos en el
monasterio de Seriaos, cerca de Gaza, dejaron una importante
correspondencia de orientación, bajo la forma de respuestas a
problemas prácticos.

El reino interior. La escala del reino


Entrad con ardor en vuestra celda interior y veréis la morada
celeste, pues ellos sólo hacen uno, y no hay más que una entrada
para ambos. La escala que lleva al reino está escondida en vosotros
y se encuentra en vuestra alma. Entrad en vosotros mismos y
descubriréis allí los escalones por los cuales podéis subir.
Isaac de Nínive, o el Sirio: Antiguo Obispo de Nínive (siglo VII)
entra en el mundo bizantino en el siglo IX por la traducción griega de
dos monjes sabaítas, Abramios y Patricios y se convierte en San
Isaac el Sirio. Es posible hacerse una idea de su influencia en el
siglo XIV por la "Centuria" de Calisto e Ignacio en "La Folicalía de la
Oración de Jesús", Ed. Lumen, Bs. As. 1979.
La meditación secreta y la oración continua
Cierto hermano, llamado Juan, llegó a la costa para ver al Santo
Padre Filemón y, habiendo abrazado sus pies, le dijo: "¿Qué debo
hacer para ser salvado, Padre? Mi espíritu está distraído y yerra por
aquí y allí, dónde no debiera". Después de un corto silencio, Filemón
dijo: "Se trata de una enfermedad que sufren aquéllos que son
exteriores, y ella permanece en ti porque tu amor de Dios todavía no
es perfecto. Hasta ahora el calor del amor y del conocimiento, de
Dios no está todavía en ti".-El hermano le preguntó: "¿Qué debo
hacer entonces?" Ve, respondió el Padre, y a partir de ahora
practica la meditación secreta en el fondo de tu corazón. Esto curará
tu espíritu de su mal". El hermano, no comprendiendo lo que él
decía, preguntó a Filemón: "¿qué es la meditación secreta?" "Ve,
respondió el Padre, guarda la sobriedad en tu corazón, y repite
interiormente con temor y temblando: 'Señor Jesucristo, ten piedad
de mí'. Esto es lo que el bienaventurado Diádoco prescribía a los
debutantes".
El hermano le dejó y, con la ayuda de Dios y las oraciones del
padre, comenzó a conservar el silencio y a gustar la dulzura de esta
meditación secreta. Sin embargo, esto duró solo un tiempo. Como
esta gracia lo había abandonado súbitamente y le era imposible
conservarla y orar sobriamente, volvió hacia el Padre y le confió lo
que le sucedía. El Padre le dijo: " ¡Y bien! Tú has marchado un poco
en el camino del silencio y de la práctica interior, y has gustado su
dulzura. En adelante, consérvala constantemente en tu corazón. Ya
sea que comas o bebas, que hables con alguien, fuera de tu celda,
o en alguna parte en el camino, no olvides de recitar esta oración
con un espíritu sobrio y atento, de cantar o meditar las oraciones o
los salmos. Incluso cuando debas satisfacer una necesidad, no
permitas a tu espíritu estar ocioso, sino que medite y ore en secreto.
En todo instante, cuando duermes o velas, cuando comes o bebes,
cuando hablas con alguien, conserva secretamente tu corazón
aplicado a la oración, ya sea meditando un versículo de los salmos,
o repitiendo la oración: 'Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de
mí".
Abba Filemón: Eremita egipcio que vivió entre los siglos VI y VII

El nuevo cielo del corazón


Es necesario mucho tiempo y esfuerzos en la oración para llegar
a un estado del intelecto libre de toda turbación, que es ese cielo
nuevo del corazón en el que permanece Cristo. Como dice el
Apóstol: "¿No os dais cuenta de que Jesucristo está en vosotros? "
(2 Cor. 13, 5).
Juan, obispo de Karpathos, isla situada entre Creta y Rodas,
autor espiritual del siglo VII

Que la Oración de Jesús se ligue a vuestro soplo


Si queréis verdaderamente desembarazaros de vuestros
pensamientos, estar verdaderamente silenciosos y vivir en la alegría
sin esfuerzo, con un corazón sobrio y pacificado, haced que la
Oración de Jesús se una a vuestra respiración, y en pocos días
veréis que todo eso se realiza.
Hesiquio de Batos (siglos VII — VIII) fue higúmeno del;
monasterio de Batos, en Sinaí, y autor de dos centurias: "Acerca de
la Sobriedad y la virtud". Ver "La Folicalía de la Oración de Jesús",
Ed. Lumen, Bs. As. 1979.

Exilio y restauración
Después de haber exiliado al hombre del paraíso y de haberlo
separado de la comunión con Dios empujándolo hacia el pecado, el
diablo y sus ángeles han encontrado acceso a la facultad de
razonamiento de cada hombre; pueden así, durante el día y la
noche, ejercer una influencia sobre su intelecto. Algunos sufren
poco esta influencia, otros más, y otros todavía, le están
completamente sometidos. El único medio de defenderse contra los
demonios es recordar constantemente a Dios. Ese recuerdo debe
ser impreso en el corazón por el poder de la cruz, tornando así al
intelecto firme e inquebrantable. He aquí el fin hacia el cual deben
tender todos nuestros esfuerzos en la vida espiritual. Todo cristiano
está llamado a seguir este camino, y si marcha en otra dirección,
sus esfuerzos son vanos, Todo hombre que lleve a Dios en su
interior emprende también todos los ejercicios de la vida espiritual
con este solo fin. Por medio de una mortificación voluntaria, se
esfuerza por llamar sobre sí la bondad del Dios de misericordia, a fin
de ser restaurado en su estado primordial y recibir en su intelecto el
sello de Cristo, según la palabra del apóstol: "Mis pequeños hijos,
por los que sufro los dolores del parto hasta que se forme Cristo en
vosotros" (Ga. 4, 19).
Simeón el Nuevo Teólogo: (917 − 1022). Discípulo de Simeón
Studita, llamado Eulabes (- 986) fue higúmeno de un monasterio de
Constantinopla. Su vida fue escrita por Nicetas Stéthatos. Su obra
se compone de catequesis y poesías místicas.

El tesoro oculto en la gracia bautismal


El don que hemos recibido de Jesucristo en el santo bautismo no
está destruido, sólo ha sido enterrado como un tesoro en el suelo. El
buen sentido tanto como el reconocimiento velan para que no
deterioremos ese tesoro y le hagamos aparecer a la luz. Esto puede
hacerse de dos maneras. El don del bautismo es revelado en primer
lugar por un cumplimiento a conciencia de los mandamientos;
cuanto mejor los cumplimos, más brilla el don en nosotras con todo
su esplendor y todo su brillo. Luego es puesto a la luz y revelado
gracias a la invocación constante del Señor Jesús o al recuerdo
continuo de Dios, lo que constituye una sola y misma cosa. La
primera manera es eficaz, pero la segunda lo es en mayor medida
pues incluso la fidelidad a los mandamientos recibe toda su fuerza
de la oración.
Es por ello que si queremos verdaderamente ver florecer la
semilla de gracia que está oculta en nosotros, debemos
apresurarnos a adquirir el hábito de esta actividad del corazón, y
practicar constantemente esta oración en nuestro interior, sin
ninguna imagen ni representación, hasta que nuestro corazón se
haya calentado y nuestra alma inflamado de un amor inexpresable
hacia Dios y hacia los hombres.

Ilusión. Cómo reconocer los engaños del


demonio
El verdadero comienzo de la oración es el calor del corazón, que
deseca las pasiones y llena al alma de alegría y de bienestar,
fortificando el corazón por un amor inquebrantable y una firme
seguridad que no deja lugar a la duda. Los Padres dicen que todo lo
que entra en el alma, visible o invisible, no viene de Dios en tanto
que el corazón duda y no lo acepta: en ese caso, es algo que viene
del enemigo. Igualmente, si veis a vuestro intelecto, empujado por
una fuerza invisible, salir de sí mismo y elevarse en las alturas, no
os fiéis y no os dejéis seducir; obligadle a continuar el trabajo que le
ocupa. Todo lo que es de Dios viene por sí mismo, dice San Isaac,
aunque ignoremos el momento de su venida. Así, el enemigo busca
producir la ilusión de alguna experiencia espiritual, ofreciéndonos un
espejismo en lugar de la realidad, un calor irrazonable en lugar del
verdadero calor espiritual; en vez de la alegría, una excitación sin
razón y el placer físico que, a su vez, dan nacimiento al orgullo y a la
suficiencia-, y él logra incluso disimularse detrás de tales
seducciones, de modo que los inexperimentados piensan que esta
ilusión diabólica es realmente la obra de la gracia. Sin embargo, el
tiempo, la experiencia y el olfato la revelarán a aquéllos que no son
enteramente ignorantes acerca de tales engaños. El paladar
distingue los diferentes alimentos, dice la Escritura. Igualmente, el
gusto espiritual revela todas las cosas tal como son, sin ninguna
ilusión.
Gregorio el Sinaíta (1255 - 1346): Originario de Asia Menor. Su
vida fue, durante un tiempo, sólo una serie de peregrinaciones que
lo llevaron de Claxómenes a Laodicea, a Chipre, al Sinaí, donde
tomará su sobrenombre, y a Creta donde el hesicasta Arsenio le
descubrirá la oración del espíritu.

Un mandamiento que se dirige a todos


Que nadie piense, amigos cristianos, que sólo los sacerdotes y
los monjes deben orar sin cesar, y no los laicos. Todo cristiano sin
excepción debe permanecer constantemente en oración. Gregorio el
Teólogo (San Gregorio Nacianceno) enseña a todos los cristianos
que deben recordar el nombre de Dios tan frecuentemente como
respiran. Cuando el apóstol nos ordenó: "Orad sin cesar", quería
decir que debemos orar interiormente con nuestro intelecto y que es
algo que se puede hacer constantemente. En efecto, cuando nos
dedicamos a un trabajo manual, cuando caminamos o estamos
sentados, cuando comemos, bebemos, nos es siempre posible orar
interiormente, practicar la oración del intelecto, la verdadera oración
que es agradable a Dios. Trabajemos con nuestro cuerpo y oremos
con nuestra alma. Que nuestro hombre exterior cumpla el trabajo
físico, y que el hombre interior se consagre enteramente al servicio
de Dios y no se desvíe jamás de ese trabajo espiritual que es la
oración interior. Jesús, el Dios-Hombre, nos lo prescribe también
cuando dice en los Santos Evangelios: "Pero tú, cuando ores, entra
en tu habitación, y cuando hayas cerrado la puerta, ora al Padre que
está allí en el secreto" (Mateo, 6, 6). La celda del alma, es el cuerpo,
las puertas son los cinco sentidos corporales. El alma entra en su
celda cuando el intelecto deja de vagabundear aquí y allá entre las
cosas mundanas, y permanece en el interior del corazón. Nuestros
sentidos están encerrados y permanecen así cuando no les
permitimos ligarse a cosas exteriores y visibles; de esta manera,
nuestro espíritu permanece libre de toda ligazón mundana y, por su
oración interior y secreta, está unido a Dios, nuestro Padre.
Presencia y ausencia de Jesús
Cuando la Oración de Jesús está ausente, todo tipo de cosas
malas asolan al alma, no dejando lugar para nada bueno. Pero
cuando el Señor está presente en la oración, todo lo que le es
extraño desaparece.

La unión del intelecto y del corazón El lugar de


nuestros pensamientos
Cuando nos esforzamos, con una sobriedad diligente, por velar
sobre nuestras facultades racionales, por corregirlas y controlarlas,
debemos recordar que sólo podríamos tener éxito en esta tarea
recogiendo el intelecto dispersado en el exterior por los sentidos, y
volviendo a traerlo a nuestro mundo interior, en nuestro mismo
corazón, que es el lugar donde se reúnen todos nuestros
pensamientos.
Gregorio Palamas (1296 − 1359), arzobispo de Tesalónica, el
más grande teólogo del movimiento hesicasta. Su doctrina sobre la
oración y su enseñanza sobre la luz divina fueron vigorosamente
atacadas durante su vida, pero luego confirmadas por tres concilios
(Constantinopla, 1341, 1347 y 1351) y a partir de entonces
aceptadas por toda la Ortodoxia.

Llamad sin cesar: ¡Señor Jesucristo!


Un monje, ya sea que coma o beba, que esté sentado o cumpla
algún servicio, que viaje, o haga cualquier otra cosa, debe orar sin
cesar repitiendo: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí!".
De esta manera, el nombre del Señor, descendiendo en las
profundidades del corazón, doma al dragón que cuida las pasturas,
salva al alma y la fortifica. Mantiene siempre el nombre del Señor
sobre tus labios y en tu corazón, de tal manera que tu corazón
absorba al Señor y que el Señor absorba tu corazón, y que ambos
lleguen a ser uno. No dejes a tu corazón alejarse de Dios,
permanece con él, Conserva siempre tu corazón en el recuerdo de
nuestro Señor Jesucristo, hasta que ese nombre esté rotundamente
arraigado en ti y tú ceses de pensar en otra cosa. Y de esta manera,
Cristo será glorificado en ti.

Si Jesús está en nosotros, todo es posible


Nuestros guías y maestros ilustres, que llevaban en ellos al
Espíritu Santo, han comunicado a todos, en su sabiduría, la
instrucción, y en particular a aquéllos que desean entrar en el
dominio del silencio celeste y consagrar a Dios todo su ser,
arrancándose del mundo y practicando el silencio. Ellos nos
enseñan a preferir la oración a todas las demás actividades, a
implorar la misericordia divina con una confianza absoluta, a tener
por tarea y ocupación constante la invocación de su nombre muy
santo. Debemos llevar a éste sin cesar en nuestro corazón, en
nuestro intelecto y sobre nuestros labios; debemos obligarnos a no
respirar y no vivir, a no dormir y a no velar, a no marchar, comer o
beber, y de una manera general a no hacer nada de lo que
hacemos, más que con él y en él. Si está ausente, todo lo que se
puede temer acude inmediatamente, no dejando ningún lugar a
aquello que podría traernos provecho; si él está presente en
nosotros, todo lo que se le opone es inmediatamente rechazado, No
podemos ya carecer de ningún bien y todo se hace posible, como
dijo Nuestro Señor: "Aquél que permanece en mí y yo en él, ése
alcanzará mucho fruto, pues sin mí nada podéis hacer".
Calisto e Ignacio Xantópoulos, autores espirituales bizantinos de
fines del siglo XIV, y de comienzos del XV. Calisto fue patriarca de
Constantino pía en 1397.

El poder del Nombre


¿Qué diremos de esta oración divina, la invocación al Salvador:
"Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí? ".
Es una oración, un voto, una profesión de fe que nos confiere el
Espíritu Santo y los dones divinos, que purifica el corazón y arroja
los demonios. Es la presencia de Jesús en nosotros, una fuente de
reflexiones espirituales y de pensamientos divinos. Es la remisión de
los pecados, la cura del alma y del cuerpo; el resplandor de la
iluminación divina; es una fuente de divina misericordia que expande
entre los humildes la revelación y la iniciación en los misterios de
Dios. Es nuestra única salvación, pues contiene en sí el nombre
salvador de nuestro Dios, el único nombre al que podemos recurrir,
el nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios; pues "no existe otro
nombre bajo el cielo que haya sido dado a los hombres, por el cual
podamos ser salvados" (Hechos, 4, 12).
Es por ello que todo creyente debe constantemente confesar ese
Nombre, a la vez para proclamar nuestra fe y para testimoniar
nuestro amor por el Señor Jesucristo, del que nada puede
separarnos; y también a causa de la gracia que nos es otorgada por
su nombre, a causa de la remisión de los pecados, de la curación,
de la santificación, de la iluminación, y por encima de todo de la
salvación que nos confiere. El santo Evangelio dice: "Todo esto ha
sido escrito para que vosotros creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo
de Dios". Mirad, tal es la fe; y el Evangelio agrega: "A fin de que,
creyendo, tengáis vida en su nombre" (Juan 20, 31). Allí se
encuentran, entonces, la salvación y la vida.
Simeón, Arzobispo de Tesalónica (1429). Teólogo y Liturgista
bizantino.

Imágenes e ilusiones
Para no caer en la ilusión cuando practicáis la oración interior, no
os permitáis ninguna representación, ni imagen, ni visión. En efecto,
la imaginación no deja de vagabundear aquí y allá, y sus fantasías
no se detienen jamás, incluso cuando el intelecto permanece en el
corazón y recita la oración; y nadie puede gobernarla, salvo aquéllos
que han alcanzado la perfección por la gracia del Espíritu Santo, y
que han obtenido de Jesucristo la estabilidad del intelecto.
San Nil Sorsky (Nil de la Sora) (1433 − 1508), autor ascético
ruso; monje en una eremita alejada, en un bosque del, Transvolga,
fue el jefe de un movimiento de protesta contra la posesión de
propiedades territoriales por parte de los monasterios.

El lugar interior del corazón. Entra en tu celda


interior y cierra la puerta
Existen muchos que no tienen conocimiento del esfuerzo que
requiere el recuerdo continuo de Dios, Muchos ignoran incluso lo
que quiere decir "acordarse de Dios". Sin saber nada de la oración
espiritual, se imaginan que el único camino normal para orar
consiste en hacer uso de las oraciones que se encuentran en los
manuales de Iglesia. En cuanto a la comunión secreta con Dios en
el corazón, no saben nada como tampoco del beneficio que podrían
obtener de ella y jamás gustan su dulzura espiritual. Aquéllos que
oyen hablar de la meditación espiritual y de la oración, pero que no
tienen ningún conocimiento directo de ello, son como ciegos de
nacimiento que escuchan mencionar el sol sin saber lo que es
realmente. Esta ignorancia les hace perder muchos bienes
espirituales y sólo llegan con lentitud a la adquisición de las virtudes
que permiten realizar el buen placer de Dios. Es por ello que quiero
dar aquí alguna idea de lo que requiere la obra espiritual, para
instrucción de los principiantes, a fin de que aquéllos que lo desean,
puedan, con la ayuda de Dios, aprender sus rudimentos.
El esfuerzo principal comienza con estas palabras de Cristo: "Si
deseas orar entra en tu habitación, y cuando hayas cerrado la
puerta, ora a tu Padre que ve en el secreto" (Mat. 6, 6).
Sobre la dualidad del hombre y los dos tipos de
oración
El hombre comporta una dualidad: él es exterior e interior, carne
y espíritu. El hombre exterior es visible, hecho de carne, pero el
hombre interior es invisible, espiritual, o, como lo expresa el apóstol
Pedro, "el hombre oculto en el corazón, incorruptible… un espíritu
dulce y apacible" (I p. 3, 4). San Pablo se refiere también a esta
dualidad, cuando dice: "Mientras que el hombre exterior perece, el
hombre interior es renovado" (2, Co. 4, 16); el apóstol habla aquí
claramente del hombre interior y del hombre exterior. El hombre
exterior está compuesto de muchos miembros, pero el hombre
interior llega a la perfección por su intelecto, por la atención a sí
mismo, por el temor del Señor y por la gracia de Dios. Las obras del
hombre exterior son visibles, pero las del hombre interior son
invisibles. Según el Salmista: "El hombre interior y el corazón son
abismos" (Salmos, 63, 7). El apóstol Pablo dice también: "Pues
aquél que, entre los hombres, conoce los secretos del hombre,
¿quién habita en él a no ser el espíritu del hombre?" (1, Co. 2, 11).
Es únicamente aquél que escruta lo íntimo del corazón, quien
conoce todos los secretos del hombre interior.
Es necesario, por consiguiente, que la formación también sea
doble. Debe ser exterior e interior; exterior por la lectura de libros,
interior por el pensamiento de Dios; exterior por el amor de la
sabiduría, interior por el amor de Dios; exterior por las palabras,
interior por la oración; exterior por el aguzamiento del intelecto,
interior por el calor del espíritu; exterior por la técnica, interior por la
visión. El espíritu exterior está "inflado de orgullo" (I Co. 8, 1), el
interior se humilla; el exterior está lleno de curiosidad y quiere
saberlo todo, el interior está atento a sí mismo y no desea otra cosa
que conocer a Dios, hablándole como hablaba David cuando decía:
"De ti mi corazón ha dicho 'Busca su rostro'; es tu rostro, Señor, lo
que yo busco" (Salmos, 26, 8), y también: "Como la cierva anhela
las corrientes de agua, así mi alma te anhela a ti, mi Dios" (Salmo,
41, 2).
La oración, ella también, es doble, exterior e interior; hay una
oración hecha en público y una oración secreta; una oración común
y una oración solitaria; una oración cumplida como un deber y una
oración ofrecida espontáneamente. La oración que se cumple como
un deber, en común con otras personas, observando las leyes de la
Iglesia, se hace en ciertos momentos determinados: el Oficio de
noche, el Oficio de Maitines, las Horas, la Liturgia, las Vísperas y las
Completas. Esas oraciones a las que se es llamado por la campana,
son un tributo de adoración que conviene al Rey del cielo, y que
debe serle ofrecido cada día. La oración espontánea que se dice en
secreto no tiene hora fija; puede ser hecha en cualquier momento,
en cualquier lugar, únicamente según la inspiración del Espíritu. La
primera, la de la Iglesia, se compone de cierto número de salmos,
de cánones y otros himnos, acompañados por ritos cumplidos por el
sacerdote. Pero la otra clase de oración, siendo secreta y libre, y no
teniendo tiempo definido, ya no está limitada a un número; cada uno
ora como quiere, a veces brevemente, a veces largamente. La
primera clase de oración se hace en voz alta, con los labios y la
boca; la segunda únicamente en espíritu; la primera se hace de pie,
la segunda no solamente de pie, o caminando, sino también
acostado; en una palabra, siempre, cada vez que se eleva el espíritu
hacia Dios. La oración que se realiza con otros se cumple en la
iglesia, en algunas condiciones especiales, en una casa donde
varios se encuentran reunidos; pero la segunda se hace cuando se
está solo en una habitación cerrada, según la palabra del Señor: "Si
deseas orar, entra en tu habitación y cuando hayas cerrado la
puerta, ora a tu Padre que ve en el secreto" (Mat. 6, 6).
La habitación, ella también, es doble, exterior e interior, material
y espiritual; el lugar material está hecho de madera y de piedra; el
lugar espiritual es el corazón o el espíritu. San Teofilacto interpreta
la palabra "habitación" como significando el pensamiento secreto o
la visión interior. La celda material permanece siempre fija en un
mismo lugar, pero la celda interior, uno la lleva en sí donde quiera
que se encuentre. Allí donde el hombre está, su corazón está con él;
es así como, habiendo recogido sus pensamientos en su corazón, le
es posible encerrarse y orar a Dios en secreto, incluso mientras él
habla o escucha, ya sea que esté en medio de un pequeño número
de personas, o de una multitud. La oración interior, cuando entra en
el espíritu del hombre mientras él está con otros, no necesita la
ayuda de los labios; no es necesario ni el movimiento de la lengua,
ni el sonido de la voz; y lo mismo ocurre cuando se está solo. Todo
lo que se necesita es elevar el corazón hacia Dios y descender
profundamente en sí mismo. Y esto, se puede hacer en cualquier
parte.
La celda material del hombre de silencio no contiene más que al
hombre mismo, mientras que la celda interior, espiritual, con tiene a
Dios y todo el Reino de los cielos, conforme a las palabras de Cristo
en el Evangelio: "El Reino de Dios está dentro vuestro" (Lúe. 17,
21).
Comentando ese texto, san Macario de Egipto nos dice: "El
corazón es un recipiente muy pequeño, pero todas las cosas se
encuentran contenidas en él. Dios está allí, y también los ángeles, y
la vida, y el Reino, las ciudades celestiales y los tesoros de la
gracia".
El hombre necesita encerrarse en la celda interior de su corazón
más a menudo que entre muros; y recogiendo allí todos sus
pensamientos, que coloque su intelecto ante Dios, orándole en
secreto con todo el calor del espíritu y una fe viva; que aprenda al
mismo tiempo a dirigir sus pensamientos hacia Dios, de modo que
pueda crecer hasta la estatura del hombre perfecto.

Unión de amor con Dios


Es necesario comprender ante todo que el deber de todo
cristiano, y más particularmente de aquéllos cuya vocación es
consagrarse a la vida espiritual, es esforzarse siempre y en todas
formas por unirse a Dios, el Creador, el Amante, el Benefactor, el
Bien Supremo, por quien y para quien hemos sido creados. Esto
surge de que la razón de ser y el fin último del alma, que Dios ha
creado, debe ser el mismo Dios, Dios solo y nada más, Dios, de
quien el alma recibió su vida y su naturaleza y para quien ella debe
vivir eternamente. Todas las cosas visibles que, sobre la tierra, son
amables y deseables: la riqueza, la gloria, el amor, los hijos, en una
palabra, todas las cosas de este mundo, bellas, buenas y
atrayentes, no pertenecen al alma sino al cuerpo. Y como son
temporarias, están destinadas a pasar tan rápidamente como una
sombra, mientras que el alma, siendo eterna por su naturaleza, no
puede encontrar reposo eterno más que en el Dios eterno. El es su
bien más elevado, más perfecto que cualquier otra belleza, dulzura y
amabilidad; él es su habitación eterna, de donde viene y a donde
debe retornar. Mientras que la carne, viniendo de la tierra, debe
volver a la tierra, el alma, viniendo de Dios, retorna a Dios y
permanece con él para siempre. Por consiguiente, durante esta vida
temporaria, debemos con toda nuestra fuerza buscar alcanzar la
unión con Dios, a fin de ser considerados dignos de estar
eternamente con él y en él en la vida futura.
No es posible alcanzar la unión con Dios si no es por medio de
un amor muy grande. Esto está ilustrado especialmente por el relato
evangélico de la mujer que fue una pecadora. Dios, en su
misericordia, le acuerda el perdón de sus pecados y la unión con él
"porque ella ha amado mucho" (Lucas 7, 47). El ama a aquéllos que
lo aman, él se une a aquéllos que se unen a él; él se entrega a
aquéllos que se entregan a él, y él acuerda generosa mente la
plenitud de la gracia a aquéllos que desean gozar de su amor.
Para encender en su corazón la llama de un amor tan ardiente,
para unirse a Dios en una inseparable unión de amor, es necesario
que el hombre ore a menudo, que eleve su espíritu hacia Dios. Lo
mismo que la llama aumenta cuando es alimentada constantemente,
la oración frecuente, -arraigando al espíritu cada vez más
profundamente en Dios-, hace crecer el amor divino en el corazón.
El corazón inflamado da calor a todo el hombre interior, le ilumina y
le enseña, revelándole toda su sabiduría desconocida y oculta,
haciendo de él un serafín de llama, siempre de píe ante Dios en el
interior de su espíritu, contemplándolo sin cesar y obteniendo de esa
visión la dulzura y la alegría espirituales.

La oración dicha con los labios, sin atención del


intelecto, no sirve para nada
Apliquémonos las palabras de Pablo a los Corintios: "¿De qué
sirve vuestra oración, oh Corintios, si oráis únicamente con la voz,
mientras que vuestro intelecto no presta atención a la oración y
suena con alguna otra cosa? ¿Qué beneficio hay para vosotros, si
vuestra lengua dice muchas cosas, pero vuestro intelecto no piensa
en lo que dice, incluso aunque lleguéis a pronunciar muchas
palabras? ¿Qué beneficio hay para vosotros en cantar a plena voz,
con toda la fuerza de vuestros pulmones, mientras vuestro espíritu
no permanece ante Dios y no lo ve, sino que vagabundea hacia
cualquier otro lugar? Una oración semejante no puede resultar de
ningún provecho. No será escuchada por Dios y permanecerá sin
dar fruto".
San Cipriano de Cartago nos ha dicho excelentemente: "¿Cómo
podéis esperar ser escuchado por Dios, cuando no os escucháis a
vosotros mismos? ¿Cómo podéis esperar que Dios os recuerde,
cuando no os recordáis a vosotros mismos?”.

La oración debe ser corta pero frecuente


De aquellos que conocen por experiencia lo que es elevar hacia
Dios el intelecto, yo aprendí que, en lo que concierne a la "oración
hecha por el intelecto en el corazón, una oración corta y repetida a
menudo es más cálida y de mayor utilidad que una oración larga.
Una oración larga es también muy útil, pero no para los
principiantes, sino para aquéllos que no están lejos de la perfección.
Durante las oraciones largas, el intelecto de aquél que todavía no
tiene experiencia, no puede permanecer largo tiempo ante Dios;
resulta generalmente dominado por su propia debilidad y su
inestabilidad y distraído por las cosas exteriores, de modo que el
calor del espíritu se enfría rápidamente. Una oración semejante no
es una oración, sino solamente una confusión del intelecto a causa
de los pensamientos que van y vienen aquí y allí; todo esto sucede
durante los salmos y las oraciones recitadas en la iglesia, e
igualmente durante las oraciones dichas en la celda, cuando
abarcan mucho tiempo. Una oración corta pero frecuente, es más
estable, porque el intelecto sumergido en Dios durante un breve
período, puede realizarla con más calor. El Señor dijo: "Cuando
oréis, no hagáis vanas repeticiones" (Mateo, 6, 7), pues no es a
causa de vuestra prolijidad que seréis escuchados.
San Juan Clímaco nos recomienda: "No intentéis proferir gran
número de palabras, por temor de que vuestro intelecto sea
distraído por la búsqueda de las palabras. Fue debido a una sola
frase corta que el publicarlo recibió el perdón de Dios, y una sola
afirmación breve de su fe salvó al ladrón. La multitud excesiva de
palabras en la oración dispersa al intelecto en los sueños, mientras
que una palabra o frase corta ayuda a recogerse".
Sin embargo, se podría preguntar: ¿Por qué el apóstol dice, en la
epístola a los Tesalónicos: "Orad sin cesar"? (I. Tes. 5, 17).
En las Escrituras, la palabra "siempre" es utilizada por lo general
en el sentido de "a menudo"; por ejemplo: "Los sacerdotes iban
siempre al primer tabernáculo, a fin de cumplir allí la obra de Dios"
(Heb. 9, 6). Esto quiere decir que los sacerdotes se dirigían al primer
tabernáculo a ciertas horas fijas, no que iban sin cesar, día y noche;
ellos iban allí a menudo, pero no sin interrupción. Incluso, si los
sacerdotes estaban en la Iglesia todo el tiempo, conservando el
fuego descendido del cielo y alimentándolo con aceite para que no
se extinguiera, no lo hacían todos al mismo tiempo, sino por turno,
como lo vemos por San Zacarías. "El realizaba el servicio de
sacerdote ante Dios según el orden de su clase" (Lúe. 1, 8). Se
puede pensarlo mismo en relación a la oración que el apóstol dice
que se debe hacer "sin cesar", pues es imposible para el hombre
permanecer sin interrupción, día y noche, orando. Se necesita
tiempo también para otras cosas, para ocuparse de su casa, para
trabajar, para hablar, para comer y para beber, para descansar y
para dormir. ¿Cómo se podría orar sin cesar, si no es orando a
menudo? Una oración a menudo repetida puede ser considerada
una oración incesante. Por consiguiente, no dejéis a vuestra
oración, frecuente pero breve, expandirse en demasiadas palabras.
Esto es también lo que aconsejan nuestros santos Padres. En su
comentario del Evangelio de San Mateo (6, 7), San Teofilacto
escribe: "No hagáis largas oraciones, pues vale más orar poco y a
menudo".
San Juan Crisóstomo nos dice en su comentario sobre las
epístolas de San Pablo: "El que habla demasiado en la oración, no
ora, sino se deja llevar por palabras ociosas". San Teofilacto dice
también en su interpretación de San Mateo: "Las palabras
superfluas son palabras ociosas". El apóstol dice justamente:
"Prefiero decir cinco palabras que entiendo… que diez mil en una
lengua desconocida” (I Co. 14, 19) lo que significa que es mejor
para mí orar brevemente, pero con atención, que pronunciar
innumerables palabras sin atención, llenando vanamente el aire de
ruidos.
Existe también otro sentido, según el cual pueden ser
interpretadas esas palabras del apóstol: "Orad sin cesar". Esto
puede ser tomado en e! sentido de la oración realizada por el
intelecto. Cualquiera sea la ocupación de un hombre, su intelecto
puede siempre ser dirigido hacia Dios y, de esta manera, él puede
orar sin cesar.
Comencemos por consiguiente, ahora, poco a poco, el esfuerzo
que es necesario realizar, comencemos en el nombre del Señor,
según la instrucción del apóstol: "Lo que hagáis en palabras o en
actos, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús" (Col. 3, 17).
Haced todo, no solamente por vuestro propio beneficio, incluso
espiritual, sino por la gloria de Dios; así, en todas vuestras palabras,
vuestras acciones y vuestros pensamientos, el Nombre de nuestro
Señor Jesucristo, Nuestro Salvador, será glorificado.
Sin embargo, antes de comenzar, explicaos a vosotros mismos,
brevemente, qué es la oración.
La oración consiste en dirigir hacia Dios el intelecto y los
pensamientos. Orar significa permanecer ante Dios mediante el
intelecto, mirarlo mentalmente y conversar con é! en el temor y la
esperanza.
Así pues, reunidos todos vuestros pensamientos, poniendo de
lado toda preocupación mundana y dirigid vuestro intelecto hacia
Dios, concentrándolo enteramente sobre él.
San Dimitri, metropolitano de Rostov (1651 − 1709) uno de los
las célebres predicadores de la Iglesia Rusa, cuya principal obra
literaria consiste en una importante colección de vidas de Santos.

Un cántico cantado con inteligencia


Así como dice el apóstol: "Diré mejor cinco palabras con mi
inteligencia… que diez mil en una lengua desconocida” (I Co. 14,
19), antes de cualquier otra cosa es necesario purificar el intelecto y
el corazón con ayuda de esas cinco palabras, repitiéndolas sin cesar
en las profundidades del corazón: " ¡Señor Jesucristo, ten piedad de
mí!” (*), de tal modo que esta oración se eleve como un cántico
cantado con inteligencia. Todos los debutantes, incluso si están
todavía dominados por sus pasiones, pueden ofrecer esta oración
gracias a la vigilancia de su corazón. Pero ella no cantará
verdaderamente en ellos más que cuando sean purificados por la
oración espiritual.
Paisij Velichkovsky (1722 − 1794). De origen ruso, entró en el
monasterio del Monte Athos y, más tarde se estableció en Rumania,
donde llegó a ser higümeno del monasterio de Niametz.
(*) En eslavo, la frase: "Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad
de mí", se compone de cinco palabras.

El Espíritu Santo nos muestra lo que somos


El Espíritu Santo confiere la verdadera humildad. Por inteligente,
sensato y clarividente que un hombre pueda ser, si no posee en él al
Espíritu Santo, no puede conocerse verdaderamente, pues, sin la
ayuda de Dios, no puede ver el estado interior de su alma. Pero
cuando el Espíritu Santo entra en el corazón del hombre, le muestra
toda su pobreza interior y toda su debilidad, la corrupción de su
alma y de su corazón y qué lejos se encuentra de Dios. El Espíritu
Santo revela al hombre todos los pecados que coexisten en él con
las virtudes y la justicia; su pereza, su falta de celo por la salvación y
por el bien de los demás, el egoísmo que afecta sus virtudes
aparentemente más desinteresadas, el amor propio que se
manifiesta donde menos se lo espera. En resumen, el Espíritu Santo
revela todo bajo su verdadero aspecto. Iluminado por el Espíritu
Santo, el hombre comienza a experimentar la verdadera humildad,
no se apoya ya sobre sí mismo y sobre sus virtudes y se considera
como el desecho de la humanidad.
El Espíritu Santo enseña la verdadera oración. Nadie, antes de
haber recibido el Espíritu Santo, puede orar de una manera
verdaderamente agradable a Dios, Esto es así porque aquél que
comienza a orar sin poseer en sí al Espíritu Santo, descubre que su
alma se encuentra dispersa en todas las direcciones, errando por
aquí y por allá, de tal modo que le es imposible fijar su pensamiento.
Además, no conoce verdaderamente ni a sí mismo ni a sus
necesidades. No sabe qué pedir a Dios, ni cómo hacerlo. No sabe
incluso quién es Dios. Por el contrario un hombre en el que habita el
Espíritu Santo conoce a Dios y sabe que es su Padre. Sabe cómo ir
hacia él, cómo pedir y qué pedir. Los pensamientos, durante la
oración, son calmos, puros y dirigidos hacia un objeto único: Dios; y
gracias a su oración, es realmente capaz de hacerlo todo.
Inocente (Veniaminov). Metropolitano de Moscú (1797 − 1879).
El más grande misionero ruso del siglo XIX. Durante la mayor parte
de su vida (1824 − 1868) sirvió en Siberia Oriental y en Alaska,
donde evangelizó a los esquimales y a los indios pieles rojas. Fue el
primer obispo ortodoxo que trabajó sobre el continente americano.
Juzgaos a vosotros mismos y dejaréis de juzgar
a los demás
¿Por qué criticamos a los otros? Porque no intentamos
conocernos a nosotros mismos. Aquél que se dedica a conocerse a
sí mismo no tiene tiempo de señalar las faltas de los otros. Juzgaos
vosotros mismos y dejaréis de juzgar a los otros. Considerad a todo
hombre como mejor que vosotros pues, sin este pensamiento, el
hombre está lejos de Dios, aunque realice milagros.

La inconstancia de la dulzura espiritual


No os dejéis atraer por la dulzura interior. Si no está
acompañada por la cruz es inconstante y peligrosa. Considerad
cada persona como mejor que vosotros. Sin esto, aunque hagáis
milagros, estáis lejos de Dios.
Monja Magdalena (1827 − 1869), del monasterio Nuestra Señora
del Signo, en Yeletsk (Rusia).

Cultivar y guardar el jardín del Edén


El Señor tomó al hombre y lo puso en el Jardín del Edén para
que lo cultivara y lo guardara (Gen. 2, 15). Esta exhortación a
guardar y cultivar el jardín no debe entenderse únicamente en
sentido material, sino igualmente en un sentido espiritual más
elevado. Por "paraíso", los Padres entienden el alma del primer ser
humano, el lugar donde la gracia divina se encontraba en mayor
abundancia, y donde las virtudes daban sus frutos. Por "cultivar"
entienden lo que, más tarde, fue llamado "la obra espiritual" y, por
"guardar", la preservación de esa pureza ya conquistada por el
alma.
Obispo Pedro Ekaterinovsky, autor espiritual ruso del siglo XIX.
Las dos fuerzas opuestas
Dos fuerzas diametralmente opuestas obran en mí: la fuerza del
bien y la fuerza del mal. la fuerza de la vida y la fuerza de la muerte.
Siendo espirituales, ambas son invisibles. Despertada por una
oración sincera y libre, la buena fuerza arroja a la fuerza del mal,
porque la potencia mala sólo viene del mal encerrado en mí. Para
evitar la influencia glacial del mal espíritu, debemos mantener
siempre en nuestro corazón la Oración de Jesús: '"Jesús, Hijo de
Dios, ten piedad de mí". Frente al demonio invisible se levanta el
Dios invisible, frente a aquél que es poderoso, Aquél cuyo poder es
infinito.
Juan de Kronstadt (1829 — 1908), sacerdote ruso perteneciente
al clero parroquial casado. Fue célebre por sus obras de caridad y
su don de curación, e igualmente como predicador y director
espiritual. Su diario "Mi vida en Cristo" ha sido publicado en varios
idiomas. Fue canonizado en 1964 por el Santo Sínodo de la Iglesia
Rusa Ortodoxa en el Exilio. (Es la única persona canonizada por la
Iglesia Rusa después de la revolución de 1917).

Para los laicos como para los monjes


Cada cristiano debe recordar sin cesar que necesita estar unido
al Señor, nuestro Salvador, con todo su ser, dejarle venir a
permanecer en su intelecto y en su corazón; el medio más seguro
de realizar esta unión con el Señor es, después de la comunión de
su cuerpo y su sangre, la Oración Interior de Jesús.
¿La Oración de Jesús es obligatoria también para los laicos, y no
solamente para los monjes? Sí, así es pues, como hemos dicho,
todo cristiano debe estar unido al Señor en su corazón, y el mejor
medio de realizar esta unión es precisamente la Oración de Jesús.
Justino Poyansky, célebre orador espiritual ruso de fines del siglo
XIX y comienzos del XX. Obispo de Tobolsk, luego de Riazan.
IV. APÉNDICE
ENSEÑANZAS DE LOS STARTS Y DEL
MONASTERIO DE VALAMO
MONJE AGAPITO

La oración vocal

AL principio, a menudo se pronuncia la Oración de Jesús


forzadamente y por obligación. Pero si tenemos la firme intención de
vencer nuestras pasiones, por la oración y con la ayuda de la gracia
Divina, entonces, como las pasiones disminuyen con la práctica
frecuente de la Oración y la perseverancia, la oración misma se
hace poco a poco más fácil y más atrayente.
En la oración vocal, debemos intentar por todos los medios
posibles mantener nuestro intelecto fijado sobre las palabras de la
oración, pronunciándola sin prisa y concentrando toda nuestra
atención sobre el sentido de las palabras. Cuando el intelecto
comienza a ser tironeado por pensamientos extraños, debemos, sin
desanimarnos, volverlo a traer hacia las palabras de la oración.
La ausencia de distracción no es dada inmediatamente, ni
cuando lo deseamos. Ello sucede, en primer lugar, cuando nos
hemos humillado, y cuando Dios decide otorgarnos esa bendición.
Ese don divino no depende del tiempo que consagramos a la
oración, ni del número de oraciones que recitamos. Lo que se
necesita es un corazón humilde, la gracia de Cristo, y un esfuerzo
perseverante.
De la oración vocal recitada con atención, pasamos a la oración
mental o interior. Se la llama así porque, en una oración semejante,
el intelecto es arrancado hacia Dios, y solo lo ve a él.
La oración interior (oración del intelecto)
Para practicar la oración interior, es esencial mantener la
atención en el corazón delante del Señor. En respuesta a nuestro
celo y a nuestro humilde esfuerzo en la oración, el Señor otorga a
nuestro intelecto su primer don: don de recogimiento y de
concentración en la oración. Cuando la atención se dirige sin
esfuerzo y sin interrupción hacia el Señor, se trata de la atención
otorgada por la gracia, mientras que nuestra propia atención es
siempre forzada. Esta oración interior, si todo va bien, se transforma,
en tiempo oportuno, en oración del corazón; ese paso se da
fácilmente, siempre que esté guiada por un maestro experimentado.
Cuando los sentimientos de nuestro corazón están con Dios y el
amor hacia Dios llena nuestro corazón, se llama a esta oración
"oración del corazón".

La oración del corazón


Se ha dicho en los Evangelios: "Si alguno quiere venir tras de mí,
que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga" (Mateo, 16, 24).
Cuando oramos, pues, debemos en primer lugar abandonar nuestra
voluntad propia y nuestras ideas propias, y entonces tomar nuestra
cruz, es decir, el trabajo del cuerpo y del alma, que no se puede
economizar en esta búsqueda espiritual. Estando enteramente
entregados a la vigilante Providencia de Dios, debemos soportar,
alegre y humildemente, sudores y penas, en consideración a la gran
recompensa que Dios otorgará a sus fieles cuando el tiempo haya
llegado. Entonces Dios, brindándonos su gracia, pondrá fin a las
divagaciones de nuestro intelecto y lo establecerá inmutablemente
al mismo tiempo que un constante recuerdo de él en nuestro
corazón. Cuando esta habitación del intelecto en el corazón ha
llegado a ser permanente y natural, los Padres la llaman "unión del
intelecto y del corazón". En ese estado, el intelecto no tiene ya
ningún deseo de salir del corazón. Por el contrario, si circunstancias
exteriores, o una larga conversación, mantienen al intelecto lejos de
esta atención al corazón, experimenta una irresistible necesidad de
volver a ella, una sed espiritual ardiente; su único deseo es
dedicarse al trabajo con celo renovado, para construir su morada
interior.
Cuando se ha instaurado este orden interior, todo en el hombre
desciende de la cabeza hacia el corazón. Entonces una especie de
luz interior ilumina todo lo que está adentro suyo, y todo lo que hace,
dice o piensa, es realizado en plena conciencia y atención. Es capaz
de discernir claramente la naturaleza de los pensamientos;
intenciones o deseos que se le presentan. Somete de buen grado su
intelecto, su corazón y su voluntad a Cristo, obedeciendo con ardor
a todos los mandamientos de Dios y de los Padres. Si se separa por
cualquier circunstancia, expía su falta con un arrepentimiento y una
contrición sinceras, humildemente posternado ante Dios, en un dolor
sin fingimiento, implorando y esperando con fe el socorro de lo alto,
en su debilidad. Y Dios, viendo esa humildad, no rehúsa su gracia al
suplicante.
La oración del intelecto en el corazón llega rápidamente para
algunos, mientras que en otros el proceso es lento. Conozco tres
personas a las cuales le fue acordada: penetró en la primera desde
el mismo momento en que oyó hablar de ella, en esa misma hora;
llegó a la segunda al cabo de seis meses, y a la tercera después de
diez mientras que en el caso de un gran starets, sólo llegó al cabo
de dos años. Por qué es así, sólo Dios lo sabe.
Sabed también que, antes de que las pasiones sean destruidas,
la oración es de una clase, mientras que, cuando el corazón está
purificado de pasiones, es de una clase diferente. La primera clase
de oración ayuda a purificar el corazón, mientras que la segunda es
un signo espiritual de la beatitud que vendrá. He aquí lo que debéis
hacer: cuando sintáis positivamente que el intelecto penetra en el
corazón y estéis muy consciente de los efectos de la oración, dad
libre curso a esa oración, rechazando todo lo que se le oponga. En
tanto permanezca viva, no hagáis nada más. Pero cuando no os
sintáis llevados de ese modo, practicad la oración vocal con
postraciones, esforzándoos por todos los medios posibles para
mantener vuestra atención en el corazón delante del Señor. Esta
manera de orar también calienta el corazón.
Velad y sed sobrios, en particular durante la oración del intelecto
y del corazón. Nada es más agradable a Dios que aquél que
practica bien la oración del intelecto y del corazón. Cuando las
circunstancias exteriores hacen difícil la oración, o cuando no tenéis
tiempo para orar, entonces, mientras hacéis cualquier cosa, intentad
a todo precio mantener el espíritu de oración, recordando a Dios y
esforzándoos por contemplarlo con los ojos de vuestro intelecto, en
el temor y en el amor. Consciente de su presencia cerca vuestro,
remitíos a su fuerza todopoderosa, penetrante y omnisciente,
poniendo ante él todas vuestras acciones en una sumisión adorante,
de tal modo que en toda acción, palabra y pensamiento recordéis a
Dios y su santa voluntad. Tal es, brevemente, el espíritu de oración.
Quien ame la oración debe absolutamente poseer ese espíritu y, en
la medida de lo posible, someter su entendimiento al de Dios, por
medio de una atención constante del corazón y obedeciendo
humilde y respetuosamente sus mandamientos. Igualmente, es
necesario someter sus anhelos y sus deseos a la voluntad de Dios y
abandonarse enteramente a los designios de la Providencia divina.
Es necesario combatir por todos los medios posibles el espíritu
de voluntad propia y la tendencia a rechazar toda imposición. Un
espíritu nos susurra: "Esto está por encima de mis fuerzas, no tengo
tiempo, es demasiado pronto para emprender esto, debo esperar,
mis deberes monásticos me lo impiden…" y mil otras excusas del
mismo tipo. El que escucha a ese espíritu no adquirirá jamás el
espíritu de oración. Estrechamente ligado a ese espíritu está el
espíritu de auto- justificación. Cuando hemos sido arrastrados a
hacer mal por el espíritu de voluntad propia, y somos, por ese
hecho, atormentados por nuestra conciencia, ese segundo espíritu
se adelanta y comienza su trabajo. En caso semejante, el espíritu de
auto justificación utiliza todas las astucias para engañar a la
conciencia, para llamar bien a lo que está mal. Que Dios os proteja
contra esos malos espíritus.
HIGÚMENO VARLAAM
EL apóstol escribió: "Pues aquello que hace nuestra alegría, es
el testimonio de nuestra conciencia" (2 Co. 1, 12). Simeón, el Nuevo
Teólogo dijo: "Si nuestra conciencia es pura, la oración del intelecto
y del corazón nos es otorgada; pero sin una conciencia pura, no
podréis llevar a, cabo ninguna empresa espiritual".
HIGÚMENO NAZARIO
CON respeto, llamad en secreto al nombre de Jesús "Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador".
Esforzaos por hacer penetrar esta oración cada vez más
profundamente en vuestro corazón y en vuestra alma. Decid la
oración con vuestro intelecto y vuestro pensamiento y no la dejéis
abandonar vuestros labios, ni siquiera un instante. Unidla, en lo
posible, a vuestra respiración y, con todas vuestras fuerzas, tratad
de que la oración os obligue a una sincera contrición, llorando sobre
vuestros pecados. Si no hay lágrimas, que exista al menos la
contrición y el duelo en el corazón.
Higúmeno Nazario (1735 — 1809), starets del monasterio de
Sarov, fue colocado por el Metropolitano Gabriel de San
Petersburgo a la cabeza de Valamo en 1782 y permaneció allí hasta
1801. A su llegada encontró la comunidad —que no contaba más
que con algunos monjes— en plena declinación. Bajo su gobierno el
número de monjes creció rápidamente y la vida espiritual adquirió
nuevamente un nivel elevado.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA SOBRE LA ORACIÓN
SOBRE LA ORACIÓN DE JESÚS
•LA FILOCALÍA DE LA ORACIÓN DE JESÚS. Bs. As. Lumen,
1979. ON THE PRAYER OF JESÚS, London, 1952.
•LA ORACIÓN DEL CORAZÓN. Bs. As., Lumen, 1979.
•RELATOS DE UN PEREGRINO A SU PADRE ESPIRITUAL, Bs.
As.Lumen, 1979.
•NOMS DU CHRIST ET VOIES D'ORAISON. OCA 157, Roma,
1957.
•EARLYFATHERSFROMTHE PHILOKALIA, London, 1954.
•WRITIIMGS FROM THE PHILOKALIA ON PRAYER OF THE
HEART. London, 1951.
•CONVERSACIONES CON MOTOVILOV. Bs. As., Lumen, 1979.
GENERAL
•LA PÍETE RUSSE. Delachaux et Westie.
•THEOLOGIE MYSTIQUE DE L'EGLISE D'ORIENT. Aubier -
Montaigne, 1944.
•LA FRIERE DE L'EGLISE D'ORIENT. Salvator, Mulhouse/1966.
ECRITS D'ASCETES RUSSES, Namur, 1957.
•CONSEJOS A LOS ASCETAS. Bs. As. Lumen, 1979.
•UNSEEIM WARFARE, London, 1952.
•LA SAINTA ESCALA. Bs. As., Lumen, 1979.
•LES AGES DE LA VIE SPIRITUELLE DES PERES DU
DESERT A NOS JOURS. DDB, 1964.
¹ Iconostasio: tabique cubierto de iconos que separa el santuario
del resto de la Iglesia.
² Liturgia: es el término empleado habitualmente en la Ortodoxia
para designar el servicio de comunión o la misa.
³ S. Tyszkiewiez, s.j. en Orientalis Chrístiana Periódica, 16
(1959), p. 412.
4
El obispo Ignacio emplea aquí un término técnico utilizado en
teología ascética: prelest. Literalmente, esa palabra significa
"distracción", "vagabundaje".
5
Este primer extracto no es de Teófano, sino de Nikon, obispo de
Volodak, autor espiritual ruso de fines del siglo XIX y comienzos del
XX.
6
San Isaac el Sirio (- hacia 700), obispo nestoriano de Nínive y
autor místico. Sus obras, traducidas al griego en el siglo IX, han sido
durante largo tiempo muy apreciadas en la Iglesia Ortodoxa.
7
Este extracto es del obispo Ignacio.
8 Apatheia: un estado apacible del alma razonable que resulta
de la humildad y de la temperancia. Antídoto de la cólera y de la
ambición. Evagrio Póntico, citado en "Folicalía de la Oración de
Jesús", Ed. Lumen, Bs. As. 1979.
9
Tropa/re: corto poema religioso, habitualmente de cerca de seis
líneas, que es utilizado en los servicios de la Iglesia ortodoxa. A
veces son agrupados en odas y a veces utilizados separadamente.
Un canon consiste, generalmente, en una serie de nueve odas (en
la práctica, sólo son ocho, siendo la segunda generalmente omitida).
Se lee un canon cada día en Maitines. Hay igualmente cánones en
Completas y en el Oficio de medianoche. Un stichere es un poema
religioso semejante al tropaire. El acathiste es una composición de
24 estrofas dirigidas al Salvador, a la Madre de Dios, al ángel
guardián o a uno de los santos: el título significa "no sentarse",
porque el acathiste debe ser siempre recitado de pie.
10
Parece que Teófano hubiera distinguido aquí cinco etapas:
- la oración vocal,
- la oración del intelecto en el corazón, producida por nuestros
propios esfuerzos,
- la oración del intelecto en el corazón, otorgada como un don, -
la oración del intelecto en el corazón, que llega a ser incesante,
- la oración contemplativa, que Teófano llama también oración de
encantamiento o de éxtasis. Las tres últimas etapas están
estrechamente ligadas la una a la otra, y no
pueden distinguirse claramente.
¹¹ Versión autorizada. El texto de las Setenta difiere del hebreo.
¹² Muchos santos orientales han compartido el misterio de la
Transfiguración de Cristo: su rostro y su cuerpo fueron iluminados
con la luz divina, como lo fueron el rostro y el cuerpo del Salvador,
sobre el Thabor. San Serafín de Sarov (1759-1833) constituye un
ejemplo particularmente sorprendente de ese hecho.
¹³ Sobre el sentido de la palabra "imaginación", ver la
Introducción.
14
San Simeón el Nuevo Teólogo (949- 1022), abad del
monasterio de San Mamas en Constantinopla, es probablemente el
más grande autor místico bizantino.
15
San Gregorio el Sinaíta. (fin del siglo XIII - 1346), monje del
Monte Athos, uno de los grandes maestros del movimiento
hesicasta.
16
El starets Basilio (- 1776), ruso de nacimiento, higúmeno de
distintos monasterios de Rumania. Escribió introducciones a las
obras de diversos autores griegos sobre la Oración de Jesús.
17
Los monjes ortodoxos se dividen en tres clases: rasoforo
(aquél que lleva la sotana o razón), monje de pequeño hábito, o
monje de gran hábito (o schémonakh). Pocos monjes alcanzan el
segundo o el tercer grado. En Rusia, se espera generalmente que
un monje de gran hábito lleve una vida de estricta reclusión y ayuno.
En Grecia, las reglas para los schémonakh son a menudo menos
rigurosas.
18
Paisij Velichkovsky (1722-1794), de origen ruso, entró en el
monasterio del Monte Athos, y más tarde se estableció en Rumania
donde llegó a ser higúmeno del monasterio de Niamets. Tradujo la
Folicalía al eslavo. El renacimiento espiritual y monástico del siglo
XIX en Rusia fue, en gran medida, inspirado por sus discípulos y
sucesores.
19
Hesiquio de Batos fue superior de un monasterio del Sinaí en
los siglos VI o VII.
20
"Meditación secreta" (en ruso, tainos poychénié). El término
poychenié significa literalmente "práctica", "ejercicio" o "estudio". En
un contexto ascético o espiritual, este término comprende a la vez la
idea de meditación y de oración. Según el obispo Ignacio, bajo el
nombre de meditación, los Santos Padres entienden cualquier
oración breve o incluso cualquier frase corta que se tiene el hábito
de recitar o de recordar constantemente y que el intelecto y la
memoria han asimilado en tal forma que ella expulsa todos los otros
pensamientos. La expresión "meditación secreta" puede referirse,
entre otras cosas, a la Oración de Jesús, o a la meditación de algún
versículo de un salmo o de algún otro texto perteneciente a las
Escrituras.
²¹ San Basilio el Grande (330 — 379), arzobispo de Cesárea en
Capodocia, amigo de Gregorio el Teólogo y hermano mayor de
Gregorio de Nicea. Los tres son conocidos, colectivamente bajo el
nombre de "Padres capodocios". Sus obras ejercieron una influencia
considerable sobre la teología ortodoxa.
²² Es común en la Ortodoxia inclinarse o posternarse después de
haber hecho el signo de la cruz. Esta inclinación o postración puede
revestir dos formas: una inclinación profunda del busto tocando el
suelo con la punta de los dedos de la mano derecha, o una
postración completa, llegando la frente a tocar el suelo.
²³ En lo que concierne a las "técnicas respiratorias" y los peligros
que presentan, ver Introducción.
24
Nicéforo el Solitario, monje del Monte Athos a comienzos del
siglo XIV, padre espiritual-de Gregorio Palamas. Es el primer autor
ascético que describe en detalle los ejercicios respiratorios que
pueden acompañar a la Oración de Jesús. El tratado sobre los tres
métodos de la oración al que se refiere el Obispo Ignacio, casi con
certeza pertenece a Nicéforo y no a Simeón el Nuevo Teólogo.
25
Es decir, en realidad, Nicéforo del Monte Athos.
26
San Máximo de Kapsokalyvia, monje en el Athos hacia
mediados del siglo XIV, contemporáneo y amigo de Gregorio el
Sinaíta. Oró durante largo tiempo a la Madre de Dios para obtener el
don de la oración incesante. Un día que oraba ante el icono de la
Virgen, sintió repentinamente en su corazón un calor particular, que
Teófano llama la chispa de la gracia, y a partir de ese instante su
oración se hizo incesante.
27
Estas veinticuatro oraciones de San Juan Crisóstomo forman
parte de las oraciones cotidianas que utilizan cada tarde todos los
Ortodoxos, sacerdotes, monjes o laicos tienen un carácter
esencialmente penitencial.
28
El starets Parteno (1790—1855), monje de gran hábito,
miembro de la laura de Petchersky, en Kiev, padre espiritual de un
enorme círculo de monjes y laicos. Practicaba la Oración de Jesús y
recomendaba su uso. Teófano lo había visitado frecuentemente
mientras era estudiante de la Academia de Kiev y su camino
espiritual fue profundamente marcado por él. Durante los diez
últimos años de su vida, el Padre Parteno celebraba cotidianamente
la Liturgia. Durante el último año, no teniendo ya fuerzas para
celebrar la Liturgia, recibía -sin embargo cada día la comunión.
29
Este primer texto es de autoría del Obispo Ignacio.
30
Oumilenié: ver Introducción.
³¹ El Padre Macario (1788-1860) era starets en la eremita de
Optino en Rusia. Muy instruido, gran conocedor en materia
patrística, estaba en contacto estrecho con todo el movimiento
intelectual de su tiempo y ejerció una influencia sobre numerosos
escritores rusos tales como Gogol, Komiskov y Dostoievsky.
³² San Antonio de Egipto (251 — 356), el padre del monaquismo
cristiano, vivió la mayor parte de su vida como eremita. Es el
primero y el más célebre de los starets, y llegó a ser (según la
expresión de su biógrafo, .San Atanasio de Alejandría), un médico
para todo el Egipto. No tenía instrucción y no fue ordenado
sacerdote. Hemos conservado un pequeño número de sus cartas.
³³ San Agustín (354-430), obispo de Hipona en África del Norte,
autor de las Confesiones y de la Ciudad de Dios.
34
San Barsanufio (-540), monje de un monasterio cercano a
Gaza, en Palestina, célebre guía espiritual. Con otro monje del
mismo monasterio, Juan (— en 530), es autor de más de 800 cartas
dirigidas a monjes y laicos.
35
No se comprende claramente de qué habla Teófano aquí: si
del Conde Michel Speransky, el célebre hombre de estado ruso
(1772-1839) o de otro Speransky, menos conocido.
36
En la Iglesia ortodoxa, el recién bautizado es inmediatamente
ungido con el santo crisma. El sacerdote hace el signo de la cruz
con el crisma sobre las diferentes partes del cuerpo diciendo: "El
sello del don del Espíritu Santo". El sacramento de la unción con el
crisma es equivalente de la confirmación en Occidente.
37
"No os embriaguéis con el vino, pues en él está la lujuria, sino
sed llenos del Espíritu" (Efe. 5, 18) .
38
En la versión autorizada, se lee: "Si Cristo está en vosotros,
vuestro cuerpo está muerto por causa del pecado, pero el espíritu es
vida a causa de la justicia". La argumentación de Crisóstomo
supone una traducción algo diferente, en la que "a causa del
pecado", se reemplaza por "al pecado".

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