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El Arte de La Oracion - Teofano El Recluso
El Arte de La Oracion - Teofano El Recluso
Teófano el Recluso
EL ARTE DE LA ORACIÓN
3. Otros textos
Además de Teófano y de Ignacio, el Padre Chariton cita a San
Dimitri, Metropolitano de Rostov (1651-1709), uno de los más
célebres predicadores de la Iglesia Rusa, cuya principal obra
literaria consiste en una importante colección de vidas de santos. En
ocasiones, cita igualmente a otros autores de fines del siglo XIX,
tales como el obispo Justino, Nikon y San Juan de Kronstadt.
Incluye también en su antología numerosos textos griegos,
especialmente extractos de Marco el Ermitaño y de las homilías de
San Macario (siglo V), de los Santos Barsanufio y Juan (siglo VI), de
Simeón el Nuevo Teólogo (siglo XI), de San Gregorio el Sinaíta y de
San Gregorio Palamas (siglo XIV). Se encuentran además en ella,
los nombres de algunos Padres sirios, tales como San Efrén (siglo
IV) y San Isaac (siglo VI).
La mayoría de las citas de estos autores no rusos fueron
tomadas de la gran colección denominada Folicalía (amor a la
Belleza), que fue por primera vez editada en griego por San
Nicodemo de la Santa Montaña, en 1782. Una versión en eslavo fue
hecha diez años más tarde por el starets ruso Paisij Velichkovsky,
mientras que una edición mucho más vasta era publicada por
Teófano el Recluso, en cinco volúmenes, en 1876-1890, bajo el
título de Dobrotoljoubié (amor de la Bondad), Es esta última edición
la que consultó Chariton. En el conjunto, sin embargo, su obra no
contiene más que algunas referencias y extractos de la Folicalía; tal
vez a causa de su deseo de mantener su antología lo más simple y
accesible que fuera posible temiendo que la Folicalía fuera
demasiado ardua para la mayoría de sus lectores. Prefirió, por
consiguiente las obras de Teófano y de Ignacio, que contienen
precisamente las mismas enseñanzas de base que los textos
griegos de la Folicalía, pero las presentan bajo una forma más
fácilmente asimilable para los cristianos del siglo XX. Según las
palabras del mismo obispo Ignacio (no habla evidentemente de sus
propias obras, pero lo que dice se aplica tanto a él como a Teófano):
"los escritos de los Padres rusos nos resultan más accesibles que
los de autores griegos, a causa de la claridad y simplicidad de sus
exposiciones, y también porque se encuentran más cercanos a
nosotros en el tiempo".
PROLOGO
Cuando un monje pronuncia los votos monásticos, se le entrega
un rosario, que es llamado su "espada espiritual" y él aprende a
practicar la Oración de Jesús noche y día.
Cuando ingresé al monasterio, estaba ávido por seguir esta
tradición y era guiado en ella por mi starets, el Padre A., que
resolvía constantemente para mí todas las dificultades que
encontraba en la práctica de esta oración A su muerte, debí recurrir
a los escritos de los Padres experimentados. Sacando de sus obras
lo esencial respecto de la Oración de Jesús, lo anotaba en un
cuaderno de apuntes y, de esa manera, compuse, a la larga, una
antología sobre la oración.
El material de esta antología se acumulaba de año en año y, es
por ello, que los temas no estaban allí clasificados en un orden
sistemático, pues sólo habían sido destinados a servirme
personalmente, como recopilación de referencias.
Finalmente, tuve la idea de publicar esta antología con la
esperanza de que ella pudiera ayudar a otros en la búsqueda de
una guía para su vida espiritual. Los sabios consejos de los santos
Padres y algunos ascetas contemporáneos citados aquí, podrán
cooperar a la realización de su buena intención.
Si este libro contiene frecuentes repeticiones del mismo tema,
ello surge de mi deseo sincero de imprimirlos profundamente en el
espíritu del lector. Todo lo que aquí se encuentra, siendo la
expresión de las convicciones profundas de hombres espirituales,
tiene para nosotros un interés vital. Existe, actualmente, particular
necesidad de esa enseñanza, ya que se constata una disminución
general del esfuerzo en el dominio de la vida espiritual. Nuestro fin,
publicando esta antología, es explicar por todos los medios y
mediante frecuentes repeticiones, cómo debe ser practicada la
Oración de Jesús, y así mostrar claramente cuánta necesidad
tenemos de ella y de qué modo es necesaria para sostenernos en
nuestro deseo de servir a Dios.
En una palabra, quisiéramos recordar a aquellos entre nuestros
contemporáneos, ya sean monjes o laicos, que se esfuerzan en
trabajar por su salvación, las instrucciones que nos dejaron los
santos Padres en lo que concierne a la obra interior y a la lucha
contra las pasiones.
Lo deseamos tanto más cuando vemos que, como dice el obispo
Ignacio: "Las gentes sólo tienen una idea muy confusa y muy vaga
de la Oración de Jesús. Algunos, que se consideran y son
considerados por los demás, poseedores de un buen juicio en
materia de espiritualidad, temen a esta oración como a una especie
de contagio, dando como razón de su temor, el peligro de la ilusión4
que ellos suponen debe siempre acompañar a la Oración de Jesús.
La rechazan, por consiguiente, y aconsejan a los demás hacer lo
mismo".
El obispo Ignacio dice más adelante: "El autor original de esta
teoría es, en mi opinión, el demonio, que odia el nombre del Señor
porque le quita todo su poder. Tiembla ante ese nombre
todopoderoso y lo ha difamado ante numerosos cristianos para
hacerles abandonar esta arma, temible para su enemigo, pero
gracia salvadora para los hombres".
Es por ello que experimenté la necesidad de recoger todos los
documentos susceptibles de arrojar una luz más abundante sobre
los misterios de esta obra espiritual. No tengo, por mi parte, ninguna
pretensión de haber alcanzado la oración interior; tampoco tengo
nada que agregar por mí mismo; solamente extraje, del tesoro de
las obras de los santos Padres, sus sabios consejos respecto de la
oración incesante, consejos que son también necesarios para todos
aquellos que se preocupan por su salvación tanto como por el aire
que es necesario para la respiración.
Valamo, 27 de julio de 1936
Higumeno Chariton
I. TEOFANO EL RECLUSO,
OBISPO DE VLADIMIR Y TAMBOV
(1815- 1894)
1. QUE ES LA ORACIÓN
a) LA PRUEBA DECISIVA
Cuestiones fundamentales5
La prueba decisiva
La oración es la prueba decisiva y la fuente de todo bien; la
oración es la fuerza que conduce todas las cosas, la oración dirige
todas las cosas. Cuando la oración está bien hecha todo va bien,
pues la oración no permite que nada vaya mal.
Grados de la oración
Existen diferentes grados en la oración. El primero consiste en la
oración corporal, hecha principalmente de lecturas, de estaciones de
pie y de postraciones. En todo esto, es necesario paciencia, trabajo
y esfuerzos, pues la atención se nos escapa, el corazón no siente
nada y no tenemos ningún deseo de orar, A pesar de esto, es
necesario imponerse una regla sabiamente medida y permanecer
fiel. En esto consiste la oración activa.
El segundo grado es la oración hecha con atención: el intelecto
toma el hábito de recogerse a determinadas horas, y ora
concienzudamente sin dejarse distraer. El intelecto es cautivado por
la palabra escrita al punto de pronunciarla como si fuera suya.
El tercer grado es la oración sentida: el corazón está cálido por la
concentración, de modo que lo que había sido hasta ese momento
sólo un pensamiento, llega a ser un sentimiento. Allí donde sólo
había en principio una fórmula de contrición, se desarrolla ahora la
contrición en sí misma; y lo que no era más que una demanda
hecha con palabras, se transforma en la sensación de una
necesidad radical. Todo lo que haya pasado por la acción y por el
sentimiento verdadero, ora sin palabras, pues Dios es el Dios del
corazón. Así, el aprendizaje puede considerarse terminado cuando,
en nuestra oración, no hacemos más que pasar de un sentimiento a
otro. En ese estadio, la lectura puede cesar, lo mismo que el
pensamiento deliberado; sólo queda el hecho de permanecer en un
sentimiento con los signos específicos de oración.
Cuando el sentimiento de la oración ha llegado a ser continuo se
puede decir que la oración espiritual comienza. Es el don del
Espíritu Santo que ora en nosotros, el último grado de oración que el
intelecto pueda alcanzar.
Sin embargo, los santos Padres hablan todavía de otro tipo de
oración, que sobrepasa la capacidad de nuestro intelecto y los
límites de la conciencia. Para saber de qué se trata, es necesario
leer a Isaac el Sirio6.
La esencia de la oración
"Sin oración espiritual interior, no hay oración en absoluto, pues
sólo ella es la oración real, verdaderamente agradable para Dios. Lo
que importa es que el alma esté presente en el interior de las
palabras de la oración. Sea la oración hecha en casa o en la iglesia,
si la oración interior está ausente, las palabras no tienen más que la
apariencia, y no la realidad de la oración.
¿Qué es, por consiguiente, la oración? La oración es la elevación
del intelecto y del corazón hacia Dios, por la alabanza y la acción de
gracias, por la súplica también, para obtenerlas cosas buenas que
necesitamos, ya se trate de cosas espirituales o de cosas
materiales.
La esencia de la oración consiste, entonces, en la elevación
espiritual del corazón hacia Dios. El intelecto, encerrado en el
corazón, permanece totalmente consciente ante la faz de Dios,
colmado de adoración, y expande ante él su amor. Esa es la oración
espiritual, y toda oración debiera ser de tal naturaleza. La oración
exterior se haga en casa o en la iglesia, no es más que la expresión
verbal y la forma de la oración; la esencia del alma de la oración
está en el interior del intelecto y del corazón del hombre. Todo el
orden de oraciones establecida por la Iglesia, todas las oraciones
compuestas para el uso individual, están llenas de un movimiento de
amor hacia Dios. Aquél que ora con sólo un poco de atención no
puede evitar dirigirse hacia Dios, a menos que esté completamente
desatento a lo que hace.
Oración vocal
"Mediante salmos e himnos, cantad con acción de gracias al
Señor" (Col 3,16) Las palabras: "mediante salmos, himnos, cánticos
espirituales", describen la oración vocal, la oración que consiste en
palabras, mientras que las palabras: "cantad con acción de gracias
en vuestros corazones al Señor", describen la oración interior, la del
intelecto en el corazón.
Salmos, cánticos, himnos y odas, son nombres diferentes para
designar los cantos religiosos. Es difícil señalar las diferencias que
hay entre ellos, porque su forma y contenidos son bastante
similares. Todos son manifestaciones del espíritu de oración.
Cuando el espíritu es llevado hacia la oración, glorifica a Dios, le
agradece y hace ascender hasta él las súplicas. Todas esas
manifestaciones del espíritu de oración son esencialmente
indivisibles, no teniendo existencia separada. Cuando la oración
comienza en su obra, pasa de una a otra de tales manifestaciones, y
esto más de una vez. Expresada por medio de palabras, es la
oración vocal, ya se llame salmo, himno u oda. No intentaremos
definir la diferencia entre esos vocablos. El apóstol quería, por
medio de esta frase, abrazar todos los tipos de oración expresada
por palabras. Todas las oraciones que utilizamos hoy, pueden estar
colocadas bajo esta rúbrica. Además del salterio tenemos los
cánticos de Iglesia, los sticheres, los tropaires, los cánones, los
acathistes9 y las diferentes oraciones contenidas en nuestros libros
de oración. Por consiguiente, no os equivocaréis si, leyendo las
palabras del apóstol referentes a la oración vocal, las comprendéis
en el sentido de la oración vocal tal como la practicamos
actualmente. El poder de la oración no reside en tal o cual oración,
sino en la manera en la que oramos.
Empleando la palabra "espiritual", el apóstol nos indica cómo
debemos orar vocalmente. Las oraciones son espirituales porque
tienen su origen en el espíritu y allí han madurado, y porque es
mediante el espíritu que ellas son pronunciadas. Su naturaleza
espiritual es todavía más acentuada por el hecho de que ellas
nacieron y maduraron bajo la influencia de la gracia del Espíritu
Santo. Los salmos y las otras oraciones vocales no lo eran en su
origen. Eran puramente espirituales, y es sólo posteriormente que
fueron revestidas de palabras y llegaron, así, a asumir una forma
vocal. Sin embargo, esto no les ha quitado su carácter espiritual,
incluso, actualmente, no son vocales más que según su apariencia
exterior, pero son espirituales en cuanto a su poder.
La consecuencia de todo esto es que, si deseáis aprender de
esas palabras del apóstol algo respecto a la oración vocal, deberéis
actuar así: entrad en el espíritu de las oraciones que escucháis y
leéis, y reproducidlas en vuestro corazón. Y de esta manera
ofrecedlas a Dios como si hubieran nacido en vuestro propio
corazón por la acción de la gracia del Espíritu Santo. Entonces, y
sólo entonces, vuestra oración será agradable a Dios. ¿Cómo
podréis realizar una oración semejante? Estad atentos a las
oraciones que habéis leído en vuestro libro, tratad de daros cuenta
profundamente de su contenido, aprendedlas de memoria. Así,
cuando oréis, expresaréis lo que ya sentís profundamente dentro
vuestro.
¿Por qué los himnos de la Iglesia?
"Recitando entre vosotros, salmos, himnos y cantos espirituales,
cantad y celebrad al Señor en vuestros corazones" (Ef. 5, 19)
¿Cómo interpretar estas palabras? ¿Significan que cuando estáis
colmados del Espíritu Santo, debéis cantar con vuestra boca y con
vuestro corazón? O bien que, ¿si deseáis estar colmados del
Espíritu Santo debéis comenzar por cantar? ¿Es que el hecho de
cantar con la boca y el corazón, que menciona el apóstol, es la
consecuencia del hecho de que se está colmado del Espíritu Santo,
o bien se trata de un medio de llegar a estarlo? No está en nuestro
poder provocar en nosotros la infusión del Espíritu. Eso sólo
depende de la voluntad del Espíritu Santo mismo. Y cuando ella
llega, esta infusión anima las potencias de nuestro espíritu con tal
fuerza que el canto brota por sí mismo hacia Dios. No tenemos otra
elección que decidir si vamos a cantar en silencio en nuestro
corazón o nos expresaremos en alta voz a fin de que todos puedan
escucharlo.
Las palabras del apóstol deben ser tomadas en el segundo
sentido más que en el primero. Desead ser colmados por el Espíritu
Santo y orad teniendo siempre en vista ese fin. El hecho de cantar
encenderá en vosotros el Espíritu, o bien atraerá hacia vosotros al
Espíritu, e incluso revelará su acción. Según el bienaventurado
Teodoro, el apóstol habla de un éxtasis espiritual cuando dice: "Sed
colmados del Espíritu Santo" (Efe. 5, 18) y nos muestra cómo
alcanzar ese estado: en particular, "cantando sin cesar las
alabanzas del Señor", entrando profundamente en sí mismo y
estimulando siempre el pensamiento, es decir, cantando con la
lengua y con el corazón.
Es fácil comprender que lo más importante aquí no es la armonía
musical, sino el contenido del canto. Este tiene el mismo efecto que
un texto escrito con un sentimiento caluroso, y capaz, por ese
hecho, de animar con el mismo ardor a cualquiera que lo lea… El
sentimiento, expresado por las palabras, es llevado por las palabras
hacia el alma de aquellos que los escuchan o las leen. Se puede
decir lo mismo de los cánticos de la Iglesia. Los salmos, los himnos
y los cánticos, son como explosiones de sentimientos hacia Dios,
inspirados por el Espíritu de Dios han colmado a aquellos a quienes
ha elegido, y ellos expresan por medió de cantos la plenitud de sus
sentimientos. Aquél que los recita como se debe, entra a su vez en
los sentimientos que el autor experimentaba al escribirlos y los hace
suyos. Colmado por tales sentimientos, se acerca al estado que lo
vuelve capaz de recibir la gracia del Espíritu Santo y de ajustarse a
ella. El fin de los cantos de la Iglesia es precisamente hacer arder en
nosotros, con más calor y luz, la chispa de gracia oculta en nuestras
almas. Esa chispa nos es otorgada en los sacramentos. Los salmos
los himnos y las odas espirituales, han sido instituidos para soplar
sobre ella a fin de transformarla en llama. Actúan sobre la chispa de
la gracia como el viento sobre una brasa oculta en un trozo de
madera.
Pero recordemos que sólo producirán ese efecto si el uso que de
ellos hacemos está acompañado de la purificación del corazón. San
Juan Crisóstomo nos lo recomienda, guiado por la enseñanza de
San Pablo, y agrega que nuestros cánticos deben ser, ante todo,
espirituales, cantados no solamente con la lengua, sino también con
el corazón.
Así pues, para que los cánticos de la Iglesia nos lleven a ser
colmados por el Espíritu, el apóstol insiste en que dichos cantos
sean espirituales. Por esas palabras, se debe entender que no sólo
tienen que ser espirituales por su contenido, sino que también
deben ser suscitados por el Espíritu. Deben ser el fruto del Espíritu
Santo y brotar de corazones plenos de él. Sin esto, no nos
convertirán jamás en poseídos por el Espíritu. Este se ajusta a la ley
que quiere que al que canta le sea dado lo que ha sido puesto en
ese canto.
La segunda condición requerida por el apóstol es que los cantos
sean entonados, no solamente por la lengua, sino también por el
corazón. Es necesario no sólo comprender el canto, sino estar como
en simpatía con él, recibir en el corazón el contenido del canto y
cantarlo como si surgiera de nuestro propio corazón. Comparando
ese texto con otros, se constata que en el tiempo de los apóstoles,
sólo aquéllos que estaban en ese estado podían cantar; los otros
entraban poco a poco en el mismo sentimiento, y toda la asamblea
cantaba y glorificaba a Dios solamente con el corazón. No es
sorprendente pues, que la asamblea toda entera haya sido colmada
por el Espíritu Santo. ¡Cuántos tesoros están escondidos en los
cánticos de la Iglesia, si nosotros los cantamos tal como se debe!
San Juan Crisóstomo escribía: "¿Qué significan estas palabras:
Aquellos que cantan al Señor en su corazón?” Esto significa:
emprended esta obra con atención, pues aquéllos que están
desatentos cantan en vano, pronunciando sólo las palabras,
mientras su corazón vagabundea en otra parte". El bienaventurado
Teodoro agrega: "Canta en su corazón aquél que no se contenta
con mover la lengua, sino que aplica su intelecto a comprender lo
que dice". Otros santos Padres escribiendo respecto a la oración,
dicen que ella es mejor cuando es ofrecida por el intelecto
establecido en el corazón.
Lo que el apóstol dice aquí respecto a las asambleas de Iglesia,
puede aplicarse igualmente a la salmodia privada. Esta puede ser
cumplida por cada uno en particular, y el fruto será el mismo si ella
es hecha como se debe, es decir con atención, comprensión y
sentimiento, desde el fondo del corazón.
Notamos incluso que, aunque las palabras del apóstol se refieren
directamente al canto, su pensamiento vale para toda oración hecha
a Dios. Es esto lo que despierta en nosotros el Espíritu Santo.
Sentimientos y palabras
El sentimiento que se experimenta hacia Dios, incluso si no está
acompañado de palabras, es una oración. Las palabras sostienen y
a veces profundizan el sentimiento.
El intelecto en el corazón
Volveos hacia el Señor, haciendo descender la atención del
intelecto en el corazón y allí, invocadlo. Estando el intelecto
firmemente establecido en el corazón, manteneos ante el Señor con
temor, reverencia y devoción. Si cumplís sin desfallecimiento esta
breve regla, los deseos y los sentimientos apasionados no se
elevarán jamás en vosotros, y tampoco, por otra parte, ningún otro
pensamiento.
Lo fundamental
Lo fundamental, es permanecer ante Dios con el intelecto en el
corazón, y continuar manteniéndose así ante él, sin cesar, día y
noche, hasta el fin de la vida.
b) LAS ETAPAS EN LA ORACIÓN
Otras distinciones
La oración comporta diferentes grados. Al comienzo es sólo una
oración en palabras pronunciadas, pero debe acompañarse de la
oración del intelecto y del corazón que le da calor y estabilidad. Más
tarde, la oración del intelecto en el corazón conquista su
independencia; es a veces activa; estimulada por el esfuerzo
personal, y a veces actúa por sí misma y es otorgada como un don.
La oración en tanto que don es la misma cosa que la atracción
interior hacia Dios y se desarrolla a partir de dicha atracción. Más
tarde, cuando el estado del alma se ha estabilizado bajo la influencia
de esa atracción, la oración del intelecto en el corazón llega a ser
constantemente activa. Todas las atracciones pasajeras,
experimentadas anteriormente, son transformadas en estado de
contemplación; y es allí que comienza la oración contemplativa. El
estado de contemplación es una captación del espíritu, y de la visión
toda entera, por un objeto espiritual tan cautivante que todas las
cosas exteriores son olvidadas y permanecen enteramente ausentes
de la conciencia. El espíritu y la conciencia se sumergen tan
totalmente en el objeto contemplado que es como si nosotros no lo
poseyéramos más10.
Evitar el embotamiento
Cada día rumiad en vuestro espíritu un pensamiento que os haya
impresionado profundamente y que haya caído en vuestro
conocimiento. Si no ejercitáis vuestra aptitud para pensar, vuestra
alma se embotará.
b) LA ORACIÓN INCESANTE
Esto no es un talismán
La Oración de Jesús no es un talismán. Su poder proviene de
nuestra fe en el Señor, y de una unión profunda de nuestro espíritu y
de nuestro corazón con él. Si estamos en esas disposiciones, la
invocación del nombre de Jesús será verdaderamente eficaz; pero
la simple repetición de las palabras no significa absolutamente nada.
La chispa de Dios
¿Qué deseamos y buscamos mediante la Oración de Jesús?.
Deseamos que el fuego de la gracia se encienda en nuestro
corazón, y buscamos el comienzo de la oración incesante que pone
de manifiesto el estado de gracia. Cuando la chispa divina cae en el
corazón, la Oración de Jesús sopla sobre ella y hace brotar la llama.
La oración no produce por sí misma la chispa, sino que nos ayuda a
recibirla; ¿cómo lo hace? Recogiendo nuestros pensamientos y
volviendo nuestra alma capaz de permanecer ante el Señor y de
marchar en su presencia. Eso es lo más importante: permanecer y
marchar ante Dios, llamarlo desde el fondo del corazón. Es lo que
hacía Máximo de Kapsokalyvia, y todos los que buscan el fuego de
la gracia deben hacer lo mismo. No deben preocuparse de palabras
ni de actitudes corporales, pues Dios ve el corazón.
Os digo esto porque demasiadas personas olvidan que la
oración debe brotar del corazón. Todas sus preocupaciones se
dirigen a las palabras y a las posturas del cuerpo, y cuando han
recitado la Oración de Jesús un cierto número de veces en su
postura preferida, o con postraciones, se muestran satisfechos y
contentos de sí mismos, y están inclinados a criticar a aquéllos que
van a la iglesia para participar, allí, en la oración común. Algunos
pasan así toda su vida, y están vacíos de la gracia.
Si alguien pregunta cómo llevar a buen término la obra de la
oración, le respondería: "Tomad el hábito de marchar en presencia
de Dios, recordadlo y permaneced en adoración. Para mantener ese
recuerdo, elegid algunas oraciones breves de San Juan
Crisóstomo27 y repetidlas a menudo con los sentimientos y los
pensamientos que corresponden. Mientras os acostumbráis a esto,
el recuerdo de Dios iluminará vuestro espíritu y dará calor a vuestro
corazón; y cuando hayáis alcanzado ese estado la chispa de Dios,
el rayo de la gracia, terminará por llegar a vuestro corazón. No
existe medio por el que vosotros mismos impulséis la oración, eso
sólo puede venir directamente de Dios. Cuando la chispa haya
llegado, dedicaos solo a la Oración de Jesús y, por su intermedio,
convertid esa chispa en una llama. Es el camino más directo.
d) EL RECUERDO DE DIOS
En el corazón y en la cabeza
Cuando el recuerdo de Dios vive en el corazón y mantiene allí el
temor de Dios, entonces todo va bien; pero cuando ese recuerdo se
debilita, o no subsiste más que en la cabeza, entonces todo va a la
deriva.
Postraciones frecuentes
Desde el levantarse al acostarse, marchad en el recuerdo de la
omnipresencia de Dios, teniendo siempre en el espíritu que el Señor
os ve y pesa cada movimiento de vuestros pensamientos y de
vuestro corazón. Con ese fin, orad continuamente con la Oración de
Jesús y, aproximándoos frecuentemente a los iconos, inclinaos o
posternaos, según la tendencia o la demanda de vuestro corazón.
Así, toda vuestra jornada estará jalonada por esas postraciones y
transcurrirá en el recuerdo incesante de Dios y la recitación de la
Oración de Jesús, cualquiera sea vuestra ocupación.
Abandonaos al Señor
Vuestra única preocupación debe ser adquirir el hábito de fijar
vuestra atención sobre el Señor, que está presente en todas partes
y todo lo ve, que desea nuestra salvación y está listo para
ayudarnos.
Este hábito os impedirá entristeceros, ya sea vuestra pena
interior o exterior; pues ella colma al alma de un sentimiento de
felicidad perfecta, que no deja lugar a ningún sentimiento de falta o
necesidad. Ella hace que nos pongamos nosotros mismos, y todo lo
que poseemos, con confianza, en las manos del Señor, y hace
nacer en nosotros la certidumbre de su protección y su asistencia
continuas.
La sobriedad y el discernimiento
Los combatientes de Cristo deben montar una guardia atenta
sobre dos puntos en particular: la sobriedad y el discernimiento La
primera se dirige hacia el interior y la segunda hacia el exterior. Por
la sobriedad, velamos sobre los movimientos que parten del mismo
corazón; por el discernimiento, vemos venir los movimientos que
podría nacer allí bajo el impulso de influencias exteriores.
La regla de la sobriedad es la siguiente: después que cada
pensamiento ha sido arrojado del alma por el recuerdo de la
presencia de Dios, es necesario colocarse a la puerta del corazón y
vigilar atentamente todo lo que entra allí y todo lo que sale. No os
dejéis arrastrar por la emoción o por el deseo, pues todo mal viene
de allí.
Sed sobrios y vigilantes
Ser sobrio significa no dejar que el corazón se ligue a cualquier
otra cosa, sino a Dios. Toda otra ligazón embriaga el alma, que se
entrega, entonces, a cosas totalmente extrañas. Ser vigilante quiere
decir que se vela con preocupación, por temor a que algo malo surja
en el corazón.
El árbol de la vida
La disposición fundamental del penitente debe ser esta: "De la
manera que tú quieras. Señor, sálvame. Por mi parte, quiero trabajar
sin hipocresía, lealmente y sin desviarme, con una conciencia pura,
haciendo todo lo que entiendo, todo lo que está en mi poder". Quien
sienta realmente esto en su corazón, es agradable al Señor, que
viene a reinar sobre él como un rey. Es Dios quien lo instruye, es
Dios quién ora en él, es Dios quien opera en él el querer y el hacer,
es Dios quien pone en él el fruto, es Dios quien lo gobierna. Ese
estado es la semilla y el corazón del celeste árbol de la vida
plantado en él.
Cooperadores de Dios
El Señor ve vuestras necesidades y vuestros esfuerzos y os
tenderá una mano segura; os fortificará y hará de vosotros soldados
bien armados y listos para la batalla. Ningún apoyo es mejor que el
suyo. El mayor peligro es creer que se puede encontrar en sí mismo
ese apoyo; entonces se pierde todo. El mal dominará el alma
nuevamente, eclipsando la luz que temblaba todavía en ella, aunque
débilmente, y extinguiendo la pequeña llama que apenas ardía. El
alma debe comprender hasta qué punto carece de fuerzas por sí
sola. No esperando nada de vosotros mismos, posternaos ante Dios
y, en vuestro corazón, reconoced que no sois nada. Entonces la
gracia todopoderosa creará todas las cosas de esa nada. Aquél que,
con una humildad perfecta, se coloca entre las manos del Dios de
misericordia, atrae hacia él al Señor, y llega a ser fuerte con su
fuerza.
Aunque esperando todo de Dios y nada de nosotros mismos,
debemos sin embargo obligarnos a actuar, a desplegar toda nuestra
fuerza, para crear en nosotros alguna cosa a la que Dios pueda
venir en ayuda y a la que la fuerza divina pueda finalmente penetrar.
La gracia está ya presente en nosotros, pero ella no actuará hasta
que el hombre no lo haya hecho por sí mismo, llenando con su
poder su debilidad. Haced pues, a Dios, firme y humildemente, el
sacrificio de vuestra voluntad, y luego actuad sin la menor hesitación
y no a medias.
Purificando la fuente
Para purificar y curar al hombre, la gracia divina comienza, en
primer lugar, por consagrar a Dios la fuente de todas las actividades
humanas. En otros términos, la gracia orienta hacia Dios la
conciencia y la voluntad libre del hombre, sirviéndose de ellas como
punto de partida, para curar poco a poco, por su acción, todas las
potencias del hombre. Habiendo sido curada y santificada la fuente,
todas las facultades que de ella dependen se purifican
progresivamente.
No extingáis el Espíritu
"No extingáis el Espíritu" (I Tess. 5, 19). El hombre vive
habitualmente sin preocuparse de rendir culto a Dios, sin ocuparse
de su salvación personal. La gracia despierta al pecador dormido y
lo llama a la salvación. Si él escucha ese llamado con espíritu de
arrepentimiento, decide consagrar el resto de su vida a obras
agradables a Dios para, así, llegar a la salvación. Esta resolución se
manifiesta por el celo y el ardor; y éstos, a su vez, llegan a ser
efectivos cuando la gracia divina los fortifica por medio de los
sacramentos. Desde entonces, el cristiano comienza a arder en
espíritu, es decir que es presa de un ardiente celo para el
cumplimiento de todo lo que su conciencia le revela como la
voluntad de Dios.
Puede entonces, o bien mantener en él ese ardor espiritual, o
bien extinguirlo. Se mantiene, sobre todo, por los actos de amor
hacia Dios y el prójimo - lo que es, en verdad, la esencia misma de
la vida espiritual - por la fidelidad a los mandamientos en general,
con una conciencia apacible, por una generosidad que permanece
sorda a los reclamos del cuerpo y el alma, y por la oración y el
pensamiento de Dios. Por el contrario, esta llama se extingue por la
distracción en la atención a Dios y a sus voluntades, por la ansiedad
excesiva en relación a las cosas de este mundo, por la indulgencia
con los placeres sensuales, por el abandono a los deseos de la
carne y por el esclavizamiento respecto a las cosas materiales. Si
ese ardor espiritual se extingue, la vida cristiana no tardará también
en extinguirse.
San Juan Crisóstomo habla muy largamente de este ardor del
espíritu. He aquí, en resumen, lo que dice: "Una bruma, una
oscuridad y nubes espesas se han expandido sobre la tierra. Es al
respecto que el Apóstol dice: 'Pues vosotros erais tinieblas' (Ef. 5,
8). Estamos sumergidos en la noche y no tenemos la claridad de la
luna para mostrarnos el camino; ahora bien, es en esa noche que
debemos marchar. Pero Dios nos ha dado una lámpara brillante
encendiendo en nuestras almas la gracia del Espíritu Santo.
Algunos, después de haber recibido esa luz, la han hecho más
brillante y más clara; tales fueron Pablo, Pedro y todos los santos.
Pero otros la extinguieron; tales fueron las cinco vírgenes
imprudentes, aquellos que naufragaron en la fe, los fornicadores de
Corinto y los Gálatas separados de su fidelidad primera. San Pablo
dice 'No extingáis el Espíritu', es decir, el don del Espíritu, pues es
habitualmente de ese don, de lo que quiere hablar cuando dice 'el
Espíritu'. Ahora bien, lo que extingue al Espíritu, es una vida impura.
Pues si alguien vierte o arroja tierra sobre la luz de una lámpara,
ésta se extingue; y lo mismo se produce si, más simplemente, se
saca el aceite. Es de la misma manera que se extingue en nosotros
el don de la gracia. Si tenéis la cabeza llena de cosas terrestres, si
os habéis dejado absorber por las preocupaciones cotidianas ya
habéis extinguido en vosotros el Espíritu. La llama muere también
cuando no hay suficiente aceite en la lámpara, es decir, cuando no
mostramos bastante caridad. El Espíritu ha venido a nosotros por la
misericordia de Dios, y si no encuentra en nosotros frutos de
misericordia, se alejará, pues el Espíritu no hace su morada en un
alma sin misericordia.
"Tened, pues, cuidado de no extinguir el Espíritu. Toda mala
acción extingue esa luz; la murmuración, las ofensas, o cualquier
otra cosa análoga. La naturaleza del fuego es tal que, a todo lo que
le es extraño, lo destruye, mientras que a todo lo que le está
emparentado, lo fortifica. Esta luz del Espíritu actúa de la misma
manera".
Tal es la manera en que el espíritu de la gracia se manifiesta en
los cristianos. Por el arrepentimiento y la fe, la gracia desciende en
el alma del hombre con el sacramento del bautismo, o le es devuelta
por el sacramento de la penitencia. El fuego del celo es su esencia,
pero puede tomar direcciones diferentes según las personas. El
espíritu de la gracia conduce a algunos a concentrar todos sus
esfuerzos sobre su propia santificación sometiéndose a una ascesis
severa; otros se orientan principalmente hacia las obras de caridad,
mientras hay quienes se sienten impulsados a consagrar su vida a
la buena organización de la sociedad cristiana. También hay algunos
que se dedican a hacer conocer el Evangelio por la predicación,
como fue el caso de Apolos quien, ardiendo en espíritu, predicó y
enseñó a Cristo (Hechos, 18, 25).
Un corazón ardiente
¿Cómo hicieron nuestros grandes ascetas, nuestros Padres y
nuestros maestros para encender en sí mismos el espíritu de
oración, y establecerse firmemente en la oración? Todo su objetivo
era volver su corazón ardiente de amor solo por el Señor. Dios
quiere el corazón, pues es en él que se encuentra la fuente de vida.
Allí donde está el corazón, allí están la conciencia, la atención, el
intelecto; allí se encuentra el alma toda entera. Cuando el corazón
está en Dios, todo el hombre está en Dios y permanece
constantemente ante él en adoración, en espíritu y en verdad.
Esto llega rápida y fácilmente en algunos, pues tal es la
misericordia de Dios. El temor de Dios los ha penetrado
profundamente, su conciencia ha sido estimulada con gran fuerza, y
su celo rápidamente inflamado los ha puesto sobre el camino de la
salvación, puros y sin tacha ante Dios. Su ardor por serle gratos ha
llegado a ser en poco tiempo un fuego devorador. Se trata de las
almas seráficas, ardientes, rápidas en sus movimientos,
soberanamente activas.
En otros, por el contrario, todo se hace con lentitud. Tal vez ello
proviene de una indolencia natural, o bien la intención de Dios a su
respecto es diferente. Sus corazones no se calientan sino con
lentitud. Tienen todos los hábitos de la piedad y sus vidas aparecen
exteriormente santas; pero todo ello no es para mejor, pues su
corazón está vacío de lo que debería tener. Esto no sucede sólo a
los laicos, sino también a quienes viven en los monasterios e incluso
a los eremitas.
Un amo interior
En vez de concentrar toda la atención sobre su conducta
exterior, el asceta debe fijarse, como fin, estar atento y vigilante, y
marchar en presencia de Dios. Si Dios lo otorga, experimentaréis
enseguida una especie de herida en el corazón; y entonces, lo que
deseáis, o algo todavía mejor, vendrá por sí mismo. Un cierto ritmo
se pondrá en movimiento y hará progresar todo correctamente, de
una manera coherente y apropiada, sin que tengáis siquiera que
pensar en ello. Entonces llevaréis vuestro amo en vosotros mismos,
más sabio que ningún otro amo de la tierra.
La parábola de la levadura
Recordad la parábola de la levadura oculta en tres medidas de
harina. La presencia de la levadura en la pasta no es visible
inmediatamente, permanece oculta durante cierto tiempo; más tarde
su acción se hace visible; finalmente, penetra toda la pasta. De la
misma manera, el reino interior comienza por ser secreto; luego se
revela y, finalmente, se abre y aparece en todo su poder. Se revela,
como hemos dicho más arriba, por la aspiración espontánea de
retirarnos en nosotros mismos y permanecer en presencia de Dios.
El alma no actúa ya por sus propias fuerzas, es movida por una
influencia exterior. Alguien la toma a su cargo y la guía
interiormente. Es Dios, la gracia del Espíritu Santo, el Señor y
Salvador; poco importa como lo nombréis, el sentido es siempre el
mismo. Dios muestra de ese modo que acepta la ofrenda del alma y
desea llegar a ser el amo; al mismo tiempo acostumbra al alma a su
dominación, revelándole su verdadera naturaleza. Hasta que siente
en él esta aspiración —y ello no se produce de golpe— el hombre
parece actuar por sus propias fuerzas, aunque en realidad esté
sostenido por la gracia; pero la acción de la gracia permanece
oculta. Pone toda su atención y su buena voluntad en recogerse en
sí mismo y recordar a Dios, en rechazar los pensamientos malos o
inútiles y realizar todos sus deberes de una manera que sea
agradable a Dios. Se ejercita y se aplica hasta quedar agotado, pero
no consigue nada; sus pensamientos lo distraen, los movimientos de
sus pasiones lo dominan, hay desorden y errores en su trabajo.
Todo ello se produce porque Dios todavía no ha tomado las cosas
en su mano. Pero, tan pronto como lo hace (lo que sucede cuando
se es presa de un deseo no deliberado de permanecer en el interior
de sí mismo, en su presencia), todo vuelve al orden. Es el signo de
que el rey está allí.
Granos de polvo
Recogeos en vuestro corazón y permaneced ante el Señor. Y
señalad el menor grano de polvo. Orad, y que Dios acoja vuestra
oración.
No preguntéis cómo
¿Dónde está el corazón? Allá donde sentís tristeza, alegría,
cólera, y las demás emociones. Permaneced allí con atención. El
corazón físico es un músculo de carne; pero no es la carne quien
siente, sino el alma. El corazón carnal no es más que el instrumento
de esos sentimientos, como el cerebro lo es de la inteligencia.
Permaneced en el corazón, creyendo firmemente que Dios también
está allí, pero no preguntéis cómo es eso. Orad y estad seguros que
en el tiempo señalado, el amor será despertado en vosotros por la
gracia de Dios.
En casa: en el corazón
¡Mis felicitaciones por vuestro feliz retorno a vuestra casa!
Después de una ausencia, la casa es un paraíso. Todo el mundo
siente esto de la misma manera. Experimentamos exactamente lo
mismo cuando, después de una distracción, volvemos a la atención
y a la vida interior. Cuando estamos en el corazón estamos en
nuestra casa; cuando no estamos allí, estamos sin domicilio. Y es
de esto, por sobre todo, que debemos preocuparnos.
La manera de respirar
Hacer descender el intelecto en el corazón por medio de la
respiración, se propone a aquellos que no saben donde concentrar
su atención, ni donde se encuentra el corazón; pero si sabéis, sin
este método, encontrar el corazón, id por vuestro propio camino.
Una sola cosa cuenta: estableceros en el corazón.
El tesoro oculto
Que Dios os ayude a estar plenamente vivos y a conservar la
sobriedad. Pero no olvidéis lo principal: unir la atención y el intelecto
al corazón y permanecer allí, constantemente en presencia del
Señor. Todo esfuerzo que hagáis en la oración debe ser dirigido
hacia ese lado. Orad al Señor para que os otorgue esta gracia; es el
tesoro escondido, la perla inapreciable.
II. OBISPO IGNACIO BRIANCHANINOV
(1807- 1867)
DE LA ORACIÓN Y DEL COMBATE
ESPIRITUAL
Los frutos de la oración incesante
Lo esencial en la oración
Lo que es esencial durante la oración, es unir el intelecto al
corazón. Esto no puede lograrse más que por la gracia de Dios y en
el tiempo señalado por él. Las técnicas son ventajosamente
reemplazadas por una recitación apacible de la Oración. Es
necesario hacer una breve pausa entre cada invocación, la
respiración debe ser calma y apacible, y el intelecto debe
permanecer encerrado en las palabras de la oración. Por ese medio,
se puede fácilmente alcanzar cierto grado de atención. Muy
rápidamente el corazón comienza a sentirse en simpatía con la
atención del intelecto mientras ora; comienza entonces a existir
acuerdo entre el corazón y el intelecto y, poco a poco, ese acuerdo
se transformará en unión del intelecto y del corazón: de ese modo,
la manera de orar recomendada por los Padres se establecerá por
sí misma. Los métodos mecánicos y corporales nos han sido
propuestos, únicamente, como medios de lograr fácil y rápidamente
la atención en la oración, jamás como algo esencial.
El trabajo interior
Si la actividad interior, según la voluntad de Dios, no viene en
ayuda del hombre, éste se fatiga exteriormente en vano.
Barsanufio y Juan de Gaza (hacia 540). Recluidos en el
monasterio de Seriaos, cerca de Gaza, dejaron una importante
correspondencia de orientación, bajo la forma de respuestas a
problemas prácticos.
Exilio y restauración
Después de haber exiliado al hombre del paraíso y de haberlo
separado de la comunión con Dios empujándolo hacia el pecado, el
diablo y sus ángeles han encontrado acceso a la facultad de
razonamiento de cada hombre; pueden así, durante el día y la
noche, ejercer una influencia sobre su intelecto. Algunos sufren
poco esta influencia, otros más, y otros todavía, le están
completamente sometidos. El único medio de defenderse contra los
demonios es recordar constantemente a Dios. Ese recuerdo debe
ser impreso en el corazón por el poder de la cruz, tornando así al
intelecto firme e inquebrantable. He aquí el fin hacia el cual deben
tender todos nuestros esfuerzos en la vida espiritual. Todo cristiano
está llamado a seguir este camino, y si marcha en otra dirección,
sus esfuerzos son vanos, Todo hombre que lleve a Dios en su
interior emprende también todos los ejercicios de la vida espiritual
con este solo fin. Por medio de una mortificación voluntaria, se
esfuerza por llamar sobre sí la bondad del Dios de misericordia, a fin
de ser restaurado en su estado primordial y recibir en su intelecto el
sello de Cristo, según la palabra del apóstol: "Mis pequeños hijos,
por los que sufro los dolores del parto hasta que se forme Cristo en
vosotros" (Ga. 4, 19).
Simeón el Nuevo Teólogo: (917 − 1022). Discípulo de Simeón
Studita, llamado Eulabes (- 986) fue higúmeno de un monasterio de
Constantinopla. Su vida fue escrita por Nicetas Stéthatos. Su obra
se compone de catequesis y poesías místicas.
Imágenes e ilusiones
Para no caer en la ilusión cuando practicáis la oración interior, no
os permitáis ninguna representación, ni imagen, ni visión. En efecto,
la imaginación no deja de vagabundear aquí y allá, y sus fantasías
no se detienen jamás, incluso cuando el intelecto permanece en el
corazón y recita la oración; y nadie puede gobernarla, salvo aquéllos
que han alcanzado la perfección por la gracia del Espíritu Santo, y
que han obtenido de Jesucristo la estabilidad del intelecto.
San Nil Sorsky (Nil de la Sora) (1433 − 1508), autor ascético
ruso; monje en una eremita alejada, en un bosque del, Transvolga,
fue el jefe de un movimiento de protesta contra la posesión de
propiedades territoriales por parte de los monasterios.
La oración vocal