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esfuerzos en el desarrollo de la justicia restaurativa en Latinoamérica. La
primera consiste en incluir efectivamente los intereses de las víctimas de delito
en el diseño e implementación de programas de justicia restaurativa. La
segunda propuesta trata sobre la necesidad de producir conocimiento
científico, y debidamente sistematizado, sobre experiencias de justicia
restaurativa. Y la tercera refiere a pensar la justicia restaurativa más allá del
sistema penal, proponiendo desarrollos que no se limiten a mecanismos
intraprocesales o de mera alternatividad que busquen favorecer la
descongestión de los sistemas judiciales.
Antes de iniciar la revisión de cada tema, es necesario situarnos en el
contexto general en que está por estos días la región Latinoamericana en torno
a la justicia restaurativa. A nivel global, se han desarrollado iniciativas en al
menos 12 países, situándose las primeras en la década de 1990 bajo una gran
influencia de experiencias provenientes desde el Norte de América y ciertos
países de Europa, como España y Bélgica. En ese recorrido, ha sido muy
relevante el apoyo de la cooperación internacional -como la otorgada por
organismos como EUROsociAL+, USAID, OIM, UNICEF y UNODC-, así como
también ha tenido enorme influencia la doctrina de la protección integral
promulgada por la Convención de Derechos del Niño para la inclusión de
prácticas restaurativas en sistemas penales juveniles. Ahora bien, a nivel de
países de la región existen casos que ya han avanzado en la creación de
legislaciones que recogen expresamente a la justicia restaurativa en los
ordenamientos jurídicos. En este sentido, destaca un primer grupo que ya tiene
legislaciones vigentes y en aplicación, como Argentina (algunas provincias
solamente, no nacional), Bolivia, Colombia, Costa Rica, México y Perú;
mientras que un segundo grupo, conformado por Brasil y Chile, está en una
etapa previa, debatiendo legislativamente por estos días iniciativas al respecto.
Adicionalmente, existe otro nivel de desarrollo de la justicia restaurativa que no
tiene forma de legislación, sino que corresponde a programas o proyectos que
se han ejecutado con la finalidad de probar las metodologías en formato de
pilotaje. En este sentido, el desarrollo ha sido más amplio aún incluyendo,
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además de los mencionados, a países como Paraguay, Ecuador, Honduras y
Panamá.
El escenario descrito en el párrafo anterior demuestra que en la región
ya se ha consolidado una primera etapa de desarrollo de la justicia restaurativa,
la cual ha consistido básicamente en conocer qué es, definir su aporte en lograr
una respuesta (cualitativamente) distinta frente a los delitos y además como
una manera de adherir de mejor forma a ciertos estándares internacionales,
especialmente en temas de justicia juvenil. Si bien el avance logrado es
relevante, resta mucho camino por recorrer y para alcanzar niveles de
desarrollo como los existentes en otras latitudes y continentes, donde la justicia
restaurativa cuenta con una difusión mucho más amplia en las sociedades y es
aplicada en ámbitos más diversos que solamente el sistema penal. Por tal
motivo, a continuación, paso a desarrollar los tres temas enunciados
previamente con el ánimo de promover el debate al interior de la región y
realizar una invitación transversal para aunar esfuerzos de colaboración en pos
de una promoción de la justicia restaurativa en el sentido más amplio posible.
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Lo que se viene comentando cuestiona las bases mismas del sistema
penal, en que es la legislación la que define lo que es penalmente relevante, el
marco del debate judicial y, finalmente, los márgenes de las pretensiones que
puede exigir la víctima. No viene al caso revisar acá la historia del rol que ha
tenido la víctima en los sistemas penales modernos, pero es amplia la
evidencia que permite afirmar que ha sido pasivo, ajeno a las definiciones
judiciales y que la posibilidad de obtener una reparación ajustada a sus
intereses personales más allá de la pretensión punitiva puede incluso llegar a
implicar un nuevo juicio en algunos países.
Pero ¿qué son los intereses de las víctimas?, ¿de qué hablamos cuando
indicamos que la justicia restaurativa permite atender eficazmente a sus
intereses de justicia? En los hechos, desde que afirmamos que la pretensión de
las víctimas que denuncian delitos es lograr una sanción para el infractor,
estamos asumiendo: (i) que todas las víctimas esperan lo mismo como
resultado de la intervención del sistema penal y (ii) que el sistema penal logrará
responder a esa pretensión, aplicando efectivamente una sanción.
Cuando se indica que la justicia restaurativa permite atender los
intereses de las víctimas, es porque se está proponiendo un modelo conceptual
y práctico que permite diferenciar qué expectativas tienen las víctimas de delito.
Por tanto, ha sido posible fundamentar: (i) que no todas las víctimas tienen
interés primordial en que haya una sanción, sino que son diversos e incluyen
dimensiones de proceso y no solo resultado, y (ii) que el sistema penal no
cumple la promesa sancionadora, sino que, peor aún, ha terminado siendo
revictimizante y exacerba ciertas desigualdades estructurales. En
consecuencia, tomando como referencia a Daly1, los intereses de justicia de las
víctimas se vinculan con expectativas de obtener más información sobre el
caso, participar en la toma de decisiones, ser escuchadas con atención, tener
conocimiento del estado procesal de la causa y eventuales resultados, entre
otros.
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Sobre la base de las consideraciones indicadas y otras argumentaciones
que no es posible reproducir aquí dada la extensión del presente trabajo, la
justicia restaurativa ofrece un discurso muy atractivo de cara a introducir
ajustes en los sistemas penales latinoamericanos, en los que las falencias
suelen ser estructurales y muy complejas de abordar. Sin embargo, no ha sido
suficiente la mera inclusión formal de la justicia restaurativa en la legislación o
la declaración de los intereses de las víctimas en los documentos
programáticos de proyectos de prácticas restaurativas. En una región donde el
rol de la víctima ha estado tan postergado históricamente en los sistemas
penales, se debería tener especial cuidado y consideración de las medidas
necesarias para no volver a dejar en “letra muerta” las buenas intenciones. En
la práctica, esto se traduciría en considerar seriamente la generación de
condiciones idóneas de accesibilidad, información y participación para que las
víctimas se aproximen con certidumbre respecto de estos dispositivos
innovadores de justicia. Esto implica diseñar medidas especiales para producir
confianza en que las prácticas restaurativas son instancias legítimas, seguras y
un espacio en el que podrán expresar sus genuinos intereses para obtener una
reparación del daño conjuntamente con quien ha sido la persona responsable
de ocasionarlo.
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Las características indicadas representan afirmaciones formuladas a
partir de mi experiencia trabajando en red con expertos y expertas de diversos
países, así como también con organismos que brindan cooperación
internacional en acceso a la justicia, resolución alternativa de conflictos,
criminología y políticas de infancia y adolescencia, entre otros. Sin embargo,
dichas aseveraciones son generalizaciones de un fenómeno más complejo,
variado y dinámico. Prácticamente cada año van surgiendo en la región nuevos
programas o proyectos de justicia restaurativa en formato de pilotaje, o el
desarrollo de nuevas legislaciones que luego abren paso al desarrollo de
políticas públicas. Este positivo avance ofrece a su vez un desafío común que
consiste en ser capaces de producir conocimiento científico basado sobre
evidencia, que favorezca una adecuada toma de decisiones por parte de las
autoridades y los operadores del sistema de justicia, de cara a la ciudadanía
como destinatarios finales.
Dado que la justicia restaurativa representa aún un movimiento en etapa
temprana de desarrollo, es necesario fijar atención sobre este punto, al menos
por tres razones. En primer lugar, porque la presentación del enfoque
restaurativo a los distintos clusters de especialistas en derecho -operadores
judiciales, docentes universitarios, investigadores, juristas de ejercicio libre- ha
tendido a presentar barreras muy difíciles de franquear. Esto se debe, al menos
en parte, a que se trata de un cambio cultural de recepción de un paradigma
desconocido y vinculado a cómo concebimos el reproche ante conductas que
dañan personas y relaciones. En segundo lugar, deberíamos considerar la
investigación porque existe suficiente evidencia del déficit que presenta el
sistema retributivo para lograr disuadir nuevas infracciones y rehabilitar a los
infractores condenados. Sus efectos nocivos saltan a la vista diariamente y la
inversión pública sigue en la inercia de confiar ciegamente en que más cárcel
logrará algún día solucionar los problemas relativos a seguridad. Por tanto,
para entrar en este tipo de debates públicos con argumentaciones sólidas, es
necesario contar con evaluaciones calificadas y debidamente sistematizadas
que reduzcan lo más posible el espacio a dudas o justificaciones basadas en el
populismo punitivo. Finalmente, en tercer lugar, la producción de conocimiento
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Latinoamericano sobre justicia restaurativa es relevante y debería ser
promovida porque las investigaciones científicas son una vía adecuada para
denotar la especificidad de este ámbito de disciplina como enfoque conceptual,
pero conectado estrechamente, a su vez, con otros campos del saber, como la
Sociología, Criminología, Filosofía o la Psicología.
Para lograr lo anterior, es recomendable la activación de alianzas
estratégicas entre el sector público, universidades, centros de investigación y
organismos de cooperación internacional, que permitan posicionar estos relatos
en los debates académicos, programas de formación profesional, foros públicos
y en los gabinetes de autoridades donde se producen y hace seguimiento a las
políticas públicas.
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penitenciaria, que corresponde al período de regreso a la sociedad por parte de
personas que han cumplido una sanción por una condena previa. Este caso
permitiría activar las redes de apoyo para la reinserción, mitigar el sesgo del
etiquetamiento y, eventualmente, sostener procesos de recuperación de
víctimas que no coincidan necesariamente con los tiempos procesales, pero
que igualmente podrían tener interés en comunicarse con la persona infractora.
La segunda dimensión hace referencia a una propuesta de trabajar la
justicia restaurativa desde una perspectiva multidisciplinaria. En la actualidad,
es palpable que una parte muy considerable de las iniciativas han emergido en
Escuelas o Facultades de Derecho en las Universidades, o bien, en contextos
judiciales, lo que nuevamente tiende a limitar o achicar el ámbito de análisis.
Es, por tanto, desde el prisma jurídico que se abre el debate y determinan las
posibilidades de la justicia restaurativa -insisto y reitero- para básicamente
aplicarla en el proceso penal. Sin embargo, este fenómeno tiene un potencial
más amplio, que invita a pensar en la atención e incorporación activa de otras
especialidades como la Sociología, la Psicología, el Trabajo Social o la
Antropología, entre otros. Como se ha mencionado antes, se trata de un
cambio sustancial del abordaje del delito a partir del conflicto subyacente, lo
cual abre otras posibles dimensiones de análisis muy variadas: historias
personales, contextos en que ocurren los hechos, causas de determinadas
conductas, significación de los diferentes tipos de daños a nivel individual y
colectivo, rol de las comunidades de apoyo en torno al conflicto. De esta forma,
queda de manifiesto que un abordaje complementario y transdisciplinario
aportaría aún más valor al desarrollo de la justicia restaurativa en las
sociedades Latinoamericanas del que se ha alcanzado hasta ahora.
A modo de conclusión
Como expresé al inicio, en esta presentación he querido compartir
algunas reflexiones surgidas en distintos foros y espacios de debate sobre el
desarrollo de la justicia restaurativa en Latinoamérica. Si bien existen avances
sustanciales que seguramente seguirán evolucionando, es indispensable fijar la
mirada en el futuro y posicionar nuevos temas de discusión.
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En esta ruta, he querido hacer visibles y efectivos los intereses de las
víctimas en las iniciativas restaurativas y promover activamente la inversión de
recursos en producir nuevo conocimiento científico, como factores a tener en
cuenta para profundizar la integración de la justicia restaurativa de modo más
armónico de acuerdo a la idiosincrasia Latinoamericana, tanto en el sistema
penal como más allá.
Por otra parte, la cooperación e intercambio entre países de la región es
un pilar fundamental. Existen casos notables, como los esfuerzos desplegados
incansablemente por EUROsociAL+ desde 2005 hasta la actualidad en varios
países o el proyecto ADELANTE (UE) ejecutado entre instituciones de
Colombia, México y Costa Rica (2019). En el caso de Europa, se está
desarrollando una iniciativa denominada “Re-Justice: Sustainable training in a
challenging field”, financiada por la Unión Europea y que convoca a once
instituciones de cuatro países, para promover la formación especializada de
operadores judiciales sobre justicia restaurativa. Iniciativas de este tipo
deberían seguir proliferando y tomarse como referencia para futuras acciones.
Del mismo modo, sería deseable concentrar esfuerzos en crear redes de
colaboración permanente y formalizada entre organismos e instituciones de los
países de la región abocados al desarrollo de la justicia restaurativa. Este
diálogo sobre aciertos, aprendizajes y desafíos seguramente contribuirá en la
senda al fortalecimiento de mejores condiciones de acceso a la justicia, a un
mayor conocimiento de la justicia restaurativa y a una comprensión más amplia
de su enfoque sin limitarlo necesariamente a temas penales o jurídicos.