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El documento describe la tienda del Sr. Pickwick y su conversación con un caballero sobre universos paralelos y el destino. Más tarde, el Sr. Pickwick es seguido a un edificio abandonado donde se encuentra con un grupo de personas extrañas. Resulta que son personajes invocados por Charles Dickens a través de sus historias para viajar entre tiempos y dimensiones.
El documento describe la tienda del Sr. Pickwick y su conversación con un caballero sobre universos paralelos y el destino. Más tarde, el Sr. Pickwick es seguido a un edificio abandonado donde se encuentra con un grupo de personas extrañas. Resulta que son personajes invocados por Charles Dickens a través de sus historias para viajar entre tiempos y dimensiones.
El documento describe la tienda del Sr. Pickwick y su conversación con un caballero sobre universos paralelos y el destino. Más tarde, el Sr. Pickwick es seguido a un edificio abandonado donde se encuentra con un grupo de personas extrañas. Resulta que son personajes invocados por Charles Dickens a través de sus historias para viajar entre tiempos y dimensiones.
Una fría mañana de invierno me encontré observando la curiosa tienda del
señor Pickwick. A través del escaparate podían verse extrañas máquinas y grabados del siglo XIX: Calculadoras de Babbage, impresoras con tuberías de hojalata, proyectores kinoscópicos, entre xilografías de Callot, Doré y coloridas láminas para niños. El pequeño y obeso propietario conversaba animadamente frente a su negocio, con un distinguido caballero, y alcancé a oír parte del enigmático diálogo: -Si no existiera el tiempo, sólo universos paralelos a los que nuestra mente salta a cada instante, ¿podríamos, conscientemente, elegir la próxima definición cuántica antes de que esta ocurra?... -preguntaba Pickwick. -Efectivamente- contestó el caballero-, y Dickens está a punto de encontrar la fórmula para poder determinar a voluntad nuestro destino. Luego de despedirse, el señor Pickwick se aprestó a cerrar su negocio. Se sacó el delantal y puso llave a la reja, luciendo su chaqueta de lana, el bastón de paseo y su característica chistera. A medida que caminaba, el tendero comenzó a apresurar el paso, mirando nervioso sobre su hombro, como si sospechara que lo seguían. Intenté pasar desapercibido, ocultándome entre la gente, mas pronto lo vi salir de las calles principales, dirigiéndose por un laberinto de estrechos callejones. Finalmente llegó hasta el cobertizo de una fábrica abandonada e ingresó por una pequeña puerta. “Club Nimrod” se leía encima, en un tosco letrero de madera. Me asomé con cuidado por una ventana rota, descubriendo que Pickwick se sumaba a un grupo de individuos, ataviados tan anticuadamente como él. Había hombres y niños con apariencia de mendigos, señoras con largos vestidos y sombreros, pálidas jóvenes con capas grises, erguidos caballeros de levita y ancianos jorobados como gárgolas. El lugar parecía una especie de insólito restaurante, con largas mesas de piedra, a las que se iban sentando los personajes. Algunos mayordomos atendían las órdenes y contemplé los inusuales platos que servían. Líquidos burbujeantes, larvas e insectos vivos, piedras volcánicas (¡una señora pidió un “espantapájaros”!)... Luego apareció en un proscenio un hombre de mediana edad, esbelto y elegante, con cabellera y barba ondulada. Dramático, comenzó un discurso sobre la naturaleza holográfica del Universo. “Dickens”, pensé. Entonces, mientras hablaba, sentí que su mirada cruzaba la sala y se fijaba en mí, en la ventana. No se detuvo, y lo entendí todo de improviso: eran alienígenas, invocados por él desde otros tiempos y espacios, a través de historias contadas en libros, revistas y diarios... Y en el acto, yo mismo me vi convertido en uno más de sus personajes, viajando hasta otra Tierra, en un siglo XVIII alterno, en Francia, mientras lo escuchaba cada vez más lejano: “...lapso de luz, lapso de tinieblas; primavera de esperanza, invierno de desesperación; lo teníamos todo ante nosotros, no había nada ante nosotros...”