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La Era de Blake

“Ángeles Fósiles” es el ensayo de Alan Moore que se revela


como la anti-obra ocultista de Moore. La Felguera lo publicará
próximamente y por primera vez en el mundo en formato libro

Por: Javier Calvo, jueves 7 de noviembre de 2013

http://www.playgroundmag.net/musica/articulos-de-musica/columnas-
musicales/la-era-de-blake

Javier Calvo es un fanático de la obra de Moore además del responsable en la traducción al español de
“Ángeles Fósiles”. Él te adelanta: si tú también eres un incondicional del responsable de “Watchmen” o
“Promethea”, lo que vas a encontrarte aquí es su obra en prosa –no ilustrada– más ambiciosa. Aquí sus
argumentos.

Ilustración de Charles Burns

Quien lea por primera vez “Ángeles Fósiles” descubrirá un texto nada representativo
de la producción ocultista de Alan Moore. De hecho, prácticamente descubrirá la anti-
obra ocultista de Moore. Las obras mayores de Moore sobre esa disciplina –el cómic
“Promethea” y los textos para sus performances rituales, parcialmente recogidos en
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el volumen “A Disease of Language”– eluden con entusiasmo el lenguaje de la


crítica y el ensayo para presentarse a sí mismas como talismanes cargados de magia,
fetiches africanos, monolitos autotélicos. En cierta manera, un ensayo sobre magia,
por oposición a un acto de magia, es lo último que podríamos esperar de Moore: un
objeto paradójico. Aunque sea, como éste, una iconoclastia. (También “Watchmen”
es una iconoclastia, claro, pero por su misma naturaleza permanece suspendido
eternamente en el filo que lo separa de la iconografía, en la frontera entre mitopoiesis
y deconstrucción).

Promethea Volumen 1 (DC Comics)

Igual que “Watchmen”, “Promethea” usa como vehículo un género pulp, el tebeo
americano de superhéroes. No es ningún secreto que las mejores obras de Moore son
las que usan el pulp como formato, aunque sea para maltratarlo. Y en efecto, esta
historia de una “superheroína mainstream, tal vez con un poco de aspecto de Wonder
Woman o Doctor Strange” se cuenta entre sus mejores obras. Si no es la mejor, por lo
menos la más compleja y rica a nivel de ideas. Al mismo tiempo, es claramente su
libro menos sutil: definida por su autor como “una charla filosófica”, es una obra
decididamente didáctica, que asume a menudo la forma literal de una serie de
lecciones sobre la tradición ocultista occidental. “Promethea” es, en este sentido, un
testimonio de las limitaciones del pulp: en su seno nunca paran de luchar dos
modalidades de escritura o tipos de material distintos: por un lado están las lecciones
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que recibe Promethea, material didáctico “en bruto” que no pertenece a la trama en sí
y requiere que ésta se detenga. Por otro lado, está la parte narrativa, una historia de
superhéroes, dioses antiguos, sociedades secretas y ocultistas. La danza que
entablan estos dos registros es lo que crea el tono distintivo de la obra.

No es de extrañar que, después de concebir “Promethea”, Moore llevara a cabo sus


primeras acciones rituales mágicas, las de la serie de The Moon and Serpent Grand
Egyptian Theatre of Marvels (1994-2001). Con ellas se desprendía por completo de la
narración para situarse en un ámbito más propicio a la transmisión del pensamiento
ocultista: la escritura visionaria, combinada con la música, la danza y las imágenes del
ritual, todo destinado a alterar la percepción. Todo ello basado –reconocidamente– en
la tradición de las performances rituales de “Dee, Mathers y Crowley”.

Estos precedentes acentúan la naturaleza paradójica de “Ángeles Fósiles”. Escrito en


2002, mientras se estaba publicando “Promethea”, el ensayo arranca en forma de
doble execración. En primer lugar, una execración de la magia ceremonial heredera
del sincretismo de la Orden del Amanecer Dorado de William Westcott y Samuel
Mathers, entendida como la tradición central (mainstream) de la magia moderna. Una
tradición en la que, sin cortase un pelo, incluye la magia thelémica. De este tándem
Amanecer Dorado-Thelema, Moore dice que practica una magia “conservacionista, en
el sentido de preservar el saber y los rituales del pasado (…) su elegante síntesis de
enseñanzas disparejas es su principal (y tal vez único) logro”. Sin embargo, a la
magia, en tanto que tecnología, ya hace tiempo que se le quedó pequeña “su
recargada vasija tardo-victoriana, y necesita desesperadamente un transplante. Todo
el mobiliario masónico de imitación y el andamiaje que importaron Westcott y Mathers
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(…) en nuestra época ya se ha convertido en una limitación y un impedimento al


desarrollo de la magia”.

La segunda execración, cómo no, tiene por objeto a la otra gran rama de la magia
moderna británica. Si una tradición es la que viene de Mathers y del Amanecer
Dorado, la magia ceremonial, la otra es la tradición que viene de Austin Osman Spare,
la sigilística moderna, la magia del inconsciente y la grafía automática, que ha ido
evolucionando en las distintas escuelas de magia del caos y tanaterismo. Moore se
refiere a toda la tradición sigilística como “magia utilitaria”, y la acusa de estar
orientada a “introducir algún cambio que deseamos en nuestras circunstancias
puramente materiales. Descendiendo a lo concreto, lo más seguro es que esto
implique peticiones de dinero, peticiones de alguna forma de gratificación emocional o
sexual, o bien, en ocasiones, peticiones de castigos para quienes sentimos que nos
han menoscabado u ofendido”. No queda ahí la cosa: el ascenso de la magia del caos
en la década de 1980, dice Moore, se basó “en un montón de promesas electorales,
las más notables de las cuales eran la construcción de una magia basada en los
resultados, práctica y fácil de usar. El desarrollo único y muy personal que hizo Austin
Spare de la magia sigilística, se nos dijo, se podía adaptar en forma de aplicación casi
universal, y suministraría un medio simple e infalible para hacer realidad de manera
fácil e instantánea el deseo íntimo de cualquiera”.

Aleister Crowley

Hasta aquí la primera parte de la execración. La segunda parte del ensayo toma como
punto de partida el famoso lema de la A∴A∴ de Crowley: “the method of science, the
aim of religion” [“el método de la ciencia, el objetivo de la religión”] para atacar sin
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piedad dos rasgos que él nuevamente identifica en la magia moderna: su carácter


supraindividual, que según él procede de la religión organizada, y su búsqueda de
resultados demostrables, que según él viene de la ciencia materialista. La meta de la
religión, dice Moore, es unir a todo el mundo en una creencia única (“religare”, citando
el origen latín del término). El problema es que esta tendencia al evangelismo y a la
conversión “alcanzará necesariamente un punto en el que quienes estén unidos por un
ligamento acaben enfrentados con quienes están unidos por otro. Y llegado este
punto, tal como ha pasado siempre, ambas facciones obedecerán a su impulso
programado de afiliar al otro a su creencia única, que es la única cierta”. Contra el
colectivo mágico, Moore propone al mago anarquista, irreductible al grupo de
tendencias religiosas. Si equiparamos religión con fascismo, como hace él, entendidos
como epítomes de la asunción místico-romántica de la creencia única, “¿acaso no se
puede decir también que la magia tiene un parentesco más natural con la anarquía?”

Respecto al “método de la ciencia”, la magia es, en palabras de Moore, ciencia


paleolítica en el mejor de los casos. Carece de teorías generales, carece de resultados
materiales y trata de unas fuerzas que no tienen nada que ver con los fenómenos
puramente materiales, neutros y carentes de conciencia que competen al científico. La
magia trata de los fenómenos de la conciencia, dice Moore. Unos fenómenos que no
se pueden replicar en el laboratorio, medir, observar ni demostrar empíricamente. Y
como no se puede demostrar que la conciencia en sí exista de forma comprobable y
en términos científicos, eso quiere decir que “nuestras afirmaciones acerca de que la
conciencia está atormentada o bien por la envidia de pene o bien por lo demonios del
Qlippoth deberán permanecer para siempre más allá de las fronteras de lo se puede
discernir por medio del escrutinio racional”.
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Llegado este punto del ensayo, es obvio que la execración de Alan Moore oculta en su
reverso una Receta para la Magia (igual que la execración de los superhéroes
anarquistas de derechas reaganianos de “Watchmen” ocultaba en su reverso la receta
del trágico merodeador posmoderno representado por Rorschach). La receta de la
magia de Alan Moore tiene cinco elementos principales, los mismos que su
execración, de la que es el negativo. Y son los siguientes: (1) EL ACTO MÁGICO
SERÁ IRREPETIBLE, puesto que la repetición del ritual solamente conduce al
anquilosamiento, al encierro en las vasijas tardo-victorianas, a la “suspensión
criogénica en las costumbres rituales” que inauguraron Mathers y compañía. Por eso
todas las acciones mágicas de Moore han sido eventos únicos, que solamente se
celebraban una vez y que eran estrictamente lugar-específicos. Adaptados al
escenario y nacidos de él. En le repetición está la muerte de la magia. (2) EL ACTO
MÁGICO SERÁ DESINTERESADO. Empieza y termina en sí mismo, y no busca
cambiar el mundo material sino únicamente las conciencias. Y su cambio sobre la
conciencia es una cuestión de autoconocimiento. Nunca reemplazará a los trabajos de
la voluntad. (3) EL ACTO MÁGICO SERÁ INDIVIDUAL y anárquico. El modelo del
mago será el artista, el escritor, un ser solitario que construye sus propios mitos, que
erige sus propios templos, y que nunca intentará coaligarse con otros porque en la
coalición está la raíz de la facción, y en la facción está la raíz del fascismo. (4) EL
ACTO MÁGICO SERÁ ARTÍSTICO, es decir, tendrá su modelo en las artes, y no en
las ciencias. En tanto que arte, la magia tendrá acceso al infrapaisaje, al espacio
interior de la humanidad, a esos territorios inmateriales e interminables a los que la
razón científica no tiene acceso. Y (5) EL ACTO MÁGICO DEJARÁ UNA OBRA. Es
decir, las ideas, verdades y visiones que nos reporten nuestras misiones mágicas las
habremos de cristalizar en forma de “artefacto”, de algo que los demás también
puedan usar. De esa manera, nuestras transacciones con el mundo oculto se volverán
procreativas, generarían una descendencia de arte-factos tangibles y valiosos.
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El cumplimiento por parte del mago de estas cinco condiciones, dice Moore, le
devolverá a la magia “su relevancia y su propósito”, esa utilidad para la humanidad de
la que ha carecido desde los tiempos del Renacimiento Tardío. En su búsqueda de un
illo tempore en que la magia era El Arte, antes de que la Era de La Razón cortara
nuestros vínculos con lo sagrado y la ciencia, de que se abriera la Gran Fisura en el
seno de la familia de las ideas humanas y “ambas partes de lo que antaño había sido
un solo organismo quedaran separadas por el reduccionismo, y una “ciencia de todo”
incluyente se convirtiera en dos formas separadas de ver”. Moore encarna este tiempo
ideal arcadiano en John Dee, mago experimental, inventor de artefactos para navegar
por los mares y de idiomas para navegar por el mundo de los espíritus, situado a la
vanguardia de la cultura de su tiempo, modelo de las más grandes de las
manifestaciones artísticas de su tiempo, que jamás replicó rituales pasados ni se limitó
a reciclar conocimiento de épocas anteriores. El idioma enochiano nació con él. Dee
es el gran modelo manifiesto de “Ángeles Fósiles”, pero no es ni mucho menos el
único. El modelo de mago que propugna en última instancia “Ángeles”, que es el
mismo que propugnan el número 32 de “Promethea”, cuando por fin el áscesis de la
heroína se vuelve sobre sí mismo meta-literariamente y sale de la página para
propugnar la mitografía como acto mágico supremo, es por encima de todo Blake.
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William Blake, Autorretrato

William Blake, el poeta que inventó su propia religión. El mago anarquista cuyos
dioses emanaron del infrapaisaje inescrutable e infinito de su interior. Blake es
posiblemente el gran inspirador de todo el pensamiento ocultista de Moore desde
finales de los noventa hasta mediados de la década siguiente. Un periodo
increíblemente fructífero que se encarna no solamente en este impresionante panfleto
execratorio, sino también en la monumental epopeya sincrética que es “Promethea” (la
versión de Moore de los “Libros Proféticos”) y en las extrañas y fascinantes
performances mágicas del Gran Teatro Egipcio de los Prodigios de la Serpiente y la
Luna. Glycon, la divinidad-serpiente que rige sobre todo este periodo de la obra de
Moore, inventada y no-inventada al mismo tiempo por él, es un avatar del Orc de los
“Libros Proféticos”.

(Es razonable postular que al ascendente blakeano de este periodo de la obra de Alan
Moore, a este “Eón de Blake”, por así llamarlo, le ha sucedido a partir de mediados de
la década de 2000 la Era de Lovecraft. Está claro que Lovecraft es el tercer elemento
de la progresión después de Dee y Blake. Lovecraft, ese otro Gran Constructor de
Panteones, igual de visionario que sus dos antecedentes, constructor de un infra-
paisaje igual de mágico y terrible. Lovecraft reina como un sol negro sobre las obras
mayores de la última década de Alan Moore: “The Courtyard”, “Neonomicon”, sus
textos para “The Haunter of the Dark” de John Coulhart, las versiones de “Yuggoth
Cultures” o bien “Nemo: Fire and Ice”. El aklo desarrollado por Moore en “The
Courtyard” para dar voz a los primigenios de Lovecraft es su particular variación
sobre el enochiano de John Dee).
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"El pensamiento mágico de Moore nunca se ha formulado de forma tan nítida y


sintética como en este ensayo, verdadera receta de la actividad mágica para el genio
de Northampton"

Como toda escritura panfletaria, “Ángeles Fósiles” roza deliberadamente el exceso y


hasta el frenesí. Las versiones que pinta de sus maestros ocultistas, por ejemplo, son
caricaturas, simples peleles pintarrajeados especialmente para matar al padre. Y el
arma asesina es ese idioma de batalla tomado de Iain Sinclair, las retahílas
bombásticas, simultáneamente hilarantes y terribles, aquí puestas al servicio de la
sátira de sus mayores. Por supuesto, es absurdo equiparar –como hace
sarcásticamente Moore– a Crowley con los supuestos conservacionistas del Amanecer
Dorado, que en realidad tampoco eran conservacionistas. El sistema del Amanecer
Dorado es asombrosamente creativo, por lo menos en su génesis, mientras que el
thelémico va muchísimo más allá, e introduce un componente materialista y
nitzscheano que transmutó por completo el pensamiento oculto occidental, de la
misma manera que Spare introdujo a Freud y electrocutó el ocultismo por el otro
costado. Moore se contradice, asimismo, cuando elogia a Crowley y a Spare como los
enormes artistas que fueron y al mismo tiempo los repudia por no obedecer a su ideal
del mago como artista.
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Y por supuesto, “Ángeles Fósiles” se contradice flagrantemente con la obra mágica de


Alan Moore, al execrar precisamente la tradición en que ésta se sitúa claramente. No
solamente las performances mágicas de Moore se basan explícitamente en los rituales
de Mathers y Crowley, y son herederas directas de los Ritos de Eleusis, sino que la
fuente para las correspondencias que organizan y dan vida al sistema de “Promethea”
se encuentra sin duda en los manuales de cabalismo simbólico derivados de los
rituales de la Orden del Amanecer Dorado, y más concretamente en el “Liber 777” de
Aleister Crowley. Dee, Crowley y Spare son los tres guías que acompañan a
Promethea en su ascenso por el árbol de la vida. Y sin embargo, el pensamiento
mágico de Moore nunca se ha formulado de forma tan nítida y sintética como en este
ensayo, verdadera receta de la actividad mágica para el genio de Northampton. Tal
vez se trate también de su obra en prosa (no ilustrada) más ambiciosa, junto con la
novela “Voice of the Fire”, y ciertamente es menos fallida que ésta. La fuerza y el
vigor de la execración justifican el ataque furibundo a papá (Mathers, Crowley) para
irse con mamá (Dee, Blake, Lovecraft). Texto edípico, por consiguiente, y
burlonamente edípico, de lectura deliciosa e hilarante. Su publicación histórica en
forma de libro (y por tanto en primera edición mundial, que yo sepa) honran a su editor
español.

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