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El abuso físico

Todas las formas del abuso (físico, sexual, emocional, intelectual, espiritual) pueden
ser evidentes o encubiertas. El abuso puede entregar o quitar poder a la víctima.

Abuso evidente y abuso encubierto

El abuso evidente está a la luz del día. Todos pueden verlo; el niño realmente lo
conoce, porque su realidad es muy clara. El abuso encubierto es oculto, tortuoso o
indirecto. Lo constituyen hechos más sugeridos que visibles. Tiene más que ver con la
manipulación que con el control directo. También incluye ciertos tipos de desatención
parental, como la que se produce cuando no se satisfacen las necesidades de nutrición
emocional o física de la criatura. Como a la persona que lo ha padecido le cuesta mucho
identificarlo, es más difícil recuperarse de los efectos del abuso encubierto. No resulta de
experiencias barridas bajo la alfombra, puesto que nunca se ha visto el abuso a plena luz.
Un ejemplo de abuso encubierto es el de la madre que retira su amor y aprobación
(abandona emocionalmente al hijo) a menos que éste se someta al control de ella.

El abuso que entrega o quita el poder

El abuso que entrega o lo quita. Cuando quita el poder avergüenza al niño, lo priva de valía
y lo convierte en una persona menos-que. El abuso que entrega el poder le enseña
incorrectamente al niño que él es mejor que los otros. Como todos valemos lo mismo,
enseñarle a alguien que es superior resulta erróneo y disfuncional.

El niño que sólo ha tenido experiencias de entrega de poder se convierte en un adulto


ofensor o victimario. Si en cambio fue objeto de los dos tipos de abuso (entrega y retiro de
poder), es posible que oscile entre las creencias de ser menos que y ser mejor que; la
cantidad de tiempo que pasa en casa posición depende de la magnitud de cada tipo de
abuso. Resulta fácil el tratamiento de las personas que han sufrido una mezcla de estas dos
clases de abuso.

Los niños a los que siempre se les entrega poder y nunca se les quita, suelen encontrarse
en una posición difícil, en cuanto se desmandan por propia voluntad y controlar a la gente
con una conducta abusiva que se les va de las manos. A menudo son muy ofensivos y creen
tener derecho a usar a los otros y sacarles cosas.

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Abuso físico

Que haya habido o no abuso físico depende del modo como los cuidadores principales han
tratado el cuerpo del niño. ¿La persona física del niño ha sido tratada con respeto o bien
atacada o ignorada? Hay abuso físico siempre que un cuidador ataca el cuerpo del niño de
algún modo, golpeándolo con un objeto, abofeteándolo, pellizcándolo, tirándole del pelo o
golpeándole la cabeza. La criatura experimenta un contacto doloroso, pierde su autoestima
y absorbe la vergüenza del cuidador. Por ejemplo, si un padre maltrata físicamente a un
niño, la experiencia que éste tiene del ataque le dice que su cuerpo no merece ser respetado
(que es un objeto vergonzoso) y que él no tiene ningún derecho a estar a salvo de contactos
dolorosos; tampoco tiene derecho a controlar lo que le sucede a su cuerpo. En efecto, el
padre asume el control del cuerpo de la criatura y dice: Yo puedo hacer lo que quiera con
tu cuerpo.

El abuso disfrazado de disciplina

Muchas veces el abuso físico se disfraza de disciplina. A mi juicio, en el seno de la familia, el


castigo disciplinario al niño no puede ir más allá de una palmada aplicada en el trasero
cubierto, de tal modo que el niño no sea magullado, no le queden marcas rojas ni se
conmueva su pequeño cerebro, y el progenitor no le induzca, como consecuencia, a una
vergüenza desmesurada. El uso de la palma de la mano permite que el propio progenitor
sepa si pega demasiado fuerte, porque en tal caso también le dolerá a él. El trasero cubierto
significa que el niño no será desnudado, expuesto o avergonzado sexualmente bajándole
los pantalones. Asimismo, creo que cuando los niños son muy pequeños, es una disciplina
apropiada pegarles levemente en las manos cuando tocan cosas que uno no quiere que
toquen.

Esta disciplina física funcional es más una llamada de atención que un castigo. Cuando el
progenitor le señala su imperfección, desencadena la vergüenza natural del niño, pero la
disciplina funcional supone además darle a la criatura la seguridad de que lo que hay que
cambiar es la conducta; el niño en sí es una persona preciosa, maravillosa, que sólo necesita
tomar nota de su imperfección y ver de remediarla cuando conduce a conductas dañinas o
antisociales.

En mi opinión, más o menos hacia los seis años ya no es tampoco apropiada la palmada en
el trasero cubierto. En lugar de ella, el padre o la madre le pueden explicar al niño qué es lo
inaceptable en lo que está haciendo, señalarle lo que tiene que cambiar y cuáles serán las
consecuencias si no lo cambia. En el caso de que no respete esas orientaciones, los padres
lo pueden controlar y hacerle sentir las consecuencias de ello. Por ejemplo, si un hijo

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adolescente vuelve muy tarde a casa, no hay que golpearlo sino decirle, por ejemplo:
Mañana por la noche no saldrás.

Es importante comprender la diferencia entre conducta y consecuencia, por un lado, y


crimen y castigo, por el otro. Las consecuencias, si es posible, deben ser una continuación
razonada con lo que ha sucedido, y tener en la mente del niño un peso análogo al de la
conducta transgresora. Por ejemplo, al adolescente se le puede prohibir que salga una
noche por haber llegado una vez tarde, pero no retenerlo en la casa durante dos semanas.

El siguiente es un ejemplo útil del libro de Virginia Satir titulado People making, en el cual
esta autora puntualiza la diferencia entre consecuencias y castigo. Digamos que un niño se
olvida todos los días de la comida para el almuerzo en la escuela. Después llama por
teléfono a la madre, y ella tiene que llevársela. A fin de detener esta pauta conductual, la
madre se sienta junto a él y le dice: Mira, Charlie, la consecuencia normal de que no te
lleves el almuerzo es que pasarás hambre. Cuando al día siguiente, el niño vuelve a
olvidarse de la comida y llama a la madre, ésta le responde: Lo lamento. Ya hablamos sobre
esto anoche. La consecuencia normal de que no te hayas llevado la comida es que tendrás
hambre. No te voy a llevar el almuerzo.

La consecuencia tiene que ser lo más parecida posible a lo que sucedería si ningún miembro
de la familia interviniera en la conducta del niño. Por ejemplo, si una persona fuera
destructiva en un lugar público, sería detenida y encarcelada. Si alguien fuera destructivo
en un cine, el acomodador tendría que sacarlo de la sala. Entonces, si un niño es destructivo
en el hogar mientras todos quieren ver televisión, lo apropiado es sacarlo de esa habitación
para que no moleste y llevarlo a otra: por ejemplo, la suya propia. Se le explica que su
conducta destructiva no es aceptable para la familia, y que tendrá que mantenerse
apartado hasta que cambie su modo de comportarse.

La actitud parental funcional no incluye la agresión física al niño. Sin duda, no defiendo la
anarquía en la familia, pero afirmó enfáticamente que lo funcional es cuidar al niño. El
cuerpo del niño es como un jarrón de 25.000 dólares. No hay que sacudirlo, abofetearlo,
parearlo o golpearlo, porque es demasiado valioso y se podría deteriorar. Con este tipo de
abuso, un progenitor puede quebrar el espíritu y la sensación de valía del niño, así como un
jarrón valioso puede romperse si se lo manipula de un modo intencionalmente abusivo o
descuidado.

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Abuso físico abyecto

El abuso abyecto, que la mayoría de las personas reconocen como perjudicial e ilegal,
incluye formas de maltrato extremo. Tales como quemar o escaldar al niño
deliberadamente, amputarle las manos, aplicarle en los genitales la brasa de un cigarrillo,
fracturarle el cráneo o lastimarle los órganos internos con golpes de castigo. Si bien está
claro que en estos casos la actitud del progenitor respecto del cuerpo de la criatura no es
precisamente respetuosa, hay otras formas de abuso físico que pueden tener
consecuencias dañinas para el niño porque lo llenan de vergüenza.

Empleo de instrumentos

Algunas personas golpean a sus hijos con instrumentos tales como un cinturón, un cepillo
de pelo, una silla, una paleta, una pata de piano, una vara de arbusto, un zapato, una
cuchara de madera o un matamoscas. En todos estos casos es muy probable que haya
abuso. Al niño lo avergüenza mucho que lo ataquen con un instrumento, y el progenitor no
tiene idea del dolor que infringe, porque no siente en sus propias manos la intensidad del
golpe.

A medida que el niño crece, la disciplina física da cada vez menos resultado con él. Alguna
vez alguien me dijo: Mi chico de diez años ya no responde al castigo. Tengo que golpearlo
realmente fuerte para que lo tenga en cuenta. Los niños se van volviendo cada vez más
capaces de soportar y resistir. Cuando tienen trece o catorce años, y si son tan altos como
el propio progenitor, quizá comiencen a atacarlo, porque eso es lo que se les ha enseñado
a hacer con el castigo físico severo.

Otras formas de ataque físico

La bofetada, aunque es uno de los tipos más comunes de abuso físico, avergüenza
especialmente al niño. Creo que tal vez constituye uno de los peores tipos de abuso físico
no abyecto, porque el rostro es un símbolo muy visible y reconocible de la identidad
personal.

También es abusivo golpear la cabeza, tirar del pelo o las orejas, pellizcar o sacudir al niño,
porque en estos casos su cuerpo no es tratado con respeto, ni siquiera con seguridad. El
cerebro de un niño es muy delicado. Cuando uno toma esa preciosa cabecita y la golpea
contra la pared, o la hace chocar con otra, puede provocarle una contusión cerebral.

Para darnos cuenta de hasta qué punto estas acciones son abusivas, basta imaginar a un
adulto golpeando a otro adulto o tirándole del pelo. Una persona puede haberme dicho lo
que sea, pero para mí es inaceptable tomarla de los cabellos, golpearle la cabeza contra la
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pared, tirarle de las orejas, abofetearla o sacudirla. Eso supondría una muy grave falta de
respeto a su cuerpo. En nuestra cultura comprendemos que tratar a otro adulto de ese
modo está mal, y lo sancionamos con disposiciones legales. Cualquier persona que sufra
este trato puede hacer que la otra sea detenida por la policía. Pero la misma idea de respeto
al cuerpo del otro debe considerarse válida cuando se trata de un niño.

Abuso físico-sexual

Algunas personas abusan físicamente de sus hijos (los disciplinan) para estimularse
sexualmente a sí mismas. Algunas palizas físicas son en realidad físico-sexuales, y
constituyen una forma de abuso físico-sexual, porque el padre o la madre se excitan
sexualmente en este contacto con el niño. Por lo general estas palizas se ritualizan, y al niño
le parece que en ellas hay algo misterioso y aterrador. Desde el punto de vista del pequeño,
son muy sistemáticas, estructuradas, repetitivas, abiertas, agresivas e impredecibles en
cuanto al momento en que ocurrirán.

Las cosquillas que llevan al niño a la histeria

Ciertas clases de cosquillas son físicamente abusivas. No me refiero a las caricias bajo la
barbilla que solemos hacerles a los bebés. Pienso, por ejemplo, en las cosquillas que el
padre impone a la hija hasta llevarla a la histeria, haciéndola reír o gritar sin control,
totalmente incapaz de manejar su propio cuerpo. A veces incluso la niña se orina encima.
Desde luego, los niños varones también pueden ser objeto de este abuso, y el que lo realiza
puede ser cualquier miembro de la familia: un hermano mayor, tías o tíos, etc. La persona
que hace las cosquillas se apropia del cuerpo del niño y lo trata como un objeto. El mensaje
es: Yo soy tu papá (o tu mamá). Puedo hacer lo que quiera con tu cuerpo, ya que soy dios
o diosa de la familia. Voy a tenerte en el suelo y a hacerte cosquillas hasta que estés
histérica, y tengo derecho a ello. Esto es inadecuado, y para la niña o el niño puede ser una
experiencia penosa y vergonzosa.

A veces esas cosquillas pueden ser una forma encubierta de abuso físico-sexual. Es posible
que pasen de la categoría de abuso físico (en el cual el adulto sólo descarga mucha cólera
desplazada) a la categoría de abuso sexual, cuando ese progenitor se excita sexualmente al
realizar esa acción.

Nutrición física insuficiente o excesiva

La nutrición física adecuada es una de las necesidades básicas con dependencia, esencial
sobre todo en los primeros años de vida. A medida que crece, se le debe permitir a la

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criatura asumir más control en cuanto a quién lo toca y a cuándo lo tocan. Si no hay nutrición
física al principio, o ésta nutrición no se reduce más tarde, los resultados son negativos.

La nutrición física del niño pequeño supone abrazarlo, sostenerlo, tocarlo, acunarlo, estar
cerca de él, caminar junto a él. Esto le da al niño la impresión de que es grato tocarlo, de
que su cuerpecito es precioso, y de que el adulto sabe sosegarlo físicamente. Esta nutrición
física es tan importante que los bebés de menos de un año pueden morir si no la tienen en
grado suficiente.

La falta de nutrición física apropiada es una experiencia de abuso físico; el mensaje que
envía el cuidador es: No quiero tocarte. No me toques. Todos somos fríos y no se espera
que nadie toque a otro.

Una persona que ha tenido demasiado poco contacto físico en la niñez se enfrenta de adulto
al mismo problema que el individuo que fue abofeteado, pateado o golpeado. Pero al niño
que no ha sido tocado, que lo toquen también le resulta doloroso (emocionalmente
doloroso). Y como no está familiarizado y le resulta temible tener contacto físico con
cualquier persona, siempre lo rehúye con temor. Las razones para no desear ser tocado son
distintas (dolor emocional, en un caso; dolor físico, en otro), pero los efectos conductuales
resultan muy semejantes.

En el otro extremo, el contacto excesivo, el excesivo sostén, la excesiva trabazón física


(sobre todo en los años posteriores), sofocan y abruman a la criatura. Ya de adulto, para
poder sentirse amado y seguro, el individuo quizás exija más contacto físico y más abrazos
que los que a cónyuge o a los miembros de su familia les resultan satisfactorio brindarle.

La reducción gradual de la nutrición física

Al principio los niños necesitan mucha nutrición física, pero a medida que se desarrollan se
vuelven más autónomos y esa necesidad disminuye. Si el progenitor no reduce la nutrición
intensa inicial, la trabazón física que subsiste abruma a la criatura. Un niño que soporta una
nutrición física abrumadora suele pensar: ¡Oh, Dios mío! Aquí viene mamá. ¡Ahora va a
besarme! ¡Huyamos! Es demasiado para mí.

Por ejemplo, cuando la pequeña Ginny aún no hablaba, necesitaba mucha nutrición física
muy directa. Había que sostenerla, abrazarla, acariciarla y acunarla mucho mientras estaba
despierta. Pero al crecer dejó de desear esa proximidad. Se despertó su curiosidad acerca
del resto del mundo. Cuando la madre la alzaba y la abrazaba, el pensamiento que tenía la
niña era Bueno, ya está bien, y quería que la soltaran para ir a jugar, se retira un tanto,
permitiendo que sea la niña quien se acerque a ella cuando lo desee, y no tanto a la inversa.

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Cuando la niña es algo mayor y ya sabe hablar, aprende a dirigirse a la madre y decirle, en
esencia: Me duele. ¿Quieres abrazarme? De este modo la madre deja de ser quien siempre
inicia directamente el contacto físico y poco a poco lo reduce, permitiendo que sea la propia
Ginny quien le diga cuándo quiere nutrición y cuándo ya no la necesita.

Pero, por otro lado, la vigilancia de los padres no cesa hasta que el niño tiene entre diez o
doce años. Hasta esa edad, es preciso que se observen con atención las necesidades de
nutrición física que pueda experimentar. Quizás esté dolorido y necesite del progenitor,
pero no sepa pedir ayuda. Entonces los padres deben acercarse y decirle, por ejemplo, ¿Qué
te sucede? ¿Te molesta si te toco? ¿Necesitas un abrazo? Al principio los padres abrazan y
tocan mucho sin pedir permiso. A medida que el niño crece, los progenitores deben ir
permitiéndole que sea él quien determine la intensidad de la nutrición. Y cuando llega a una
edad aproximada de entre diez y doce años, por lo general pasa a la actitud de quiero ser
yo quien os diga cuándo deseo un abrazo. No me toquéis sin mi autorización.

Yo todavía me aproximo a mi hijo de once años y lo nutro físicamente sin mucha


autorización y sin que él me lo pida, aunque estoy comenzando a replegarme. A veces me
acerco y le pongo la mano en el hombro. Tengo otro chico de dieciséis años al que ni se me
ocurriría tocarlo sin que medie algún tipo de negociación, como, por ejemplo, ¿Quieres un
abrazo? Por lo general permito que él sea quien venga a mí. Pero lo observo y lo tengo muy
en cuenta. A veces le pregunto si quiere venir y recibir un abrazo, pero nunca me acerco
para tocarlo automáticamente. A mi hijo de veinte años siempre le permito negociar el
contacto.

Mirar el abuso físico infringido a otro

Ser testigo de que otra persona está siendo objeto de abuso es a la vez profundamente
abusivo. Una niña pudo haber tenido una conducta de pequeña adulta perfecta, mientras
al hermano le pegaban regularmente por rebelarse. Quizá tuvo que escuchar los golpes y
los gritos, o incluso ver lo que ocurría, porque el padre ponía a todo el mundo en fila y
obligaba a presenciar la paliza. A menudo los niños que han tenido este tipo de experiencia
de observadores sienten en sí mismos el efecto total del abuso, en lo relativo al dolor
emocional. El mensaje a ellos es: Esto puede sucederte también a ti. Ten cuidado. Este
mensaje suele generar mucho miedo.

Uno de los casos más difíciles con los que he tenido que trabajar fue de una mujer cuya
madre había optado por excluirse emocionalmente de la familia; ignoraba todo lo que
sucedía y dejaba a su bebé de dieciocho meses al cuidado de mi cliente cuando ésta sólo
tenía seis años. Además, desde esa misma edad esta paciente había sido víctima de

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reiteradas relaciones vaginales con el padre. Durante el mismo lapso, el padre agredió
físicamente al bebé de dieciocho meses.

Cuando fue objeto de una agresión sexual a los seis años, esta niña se desligó de todo, se
desplazó mentalmente a otro lugar, de modo que no sentía lo que le estaba sucediendo.
Pero cuando era maltratado el hermanito, no podía hacer lo mismo, porque era la cuidadora
principal del bebé. De modo que observaba y aguardaba a que el padre dejara a la criatura,
para tomarla y atenderla.

En su trabajo terapéutico de indignación y reducción de la vergüenza, me sorprendió


descubrir que su propio incesto le resultaba mucho más fácil de elaborar que la experiencia
de haber visto golpear al hermanito

La desatención y el abandono de las necesidades físicas con dependencia

Es más frecuente que la desatención y el abandono tengan que ver con las necesidades de
nutrición física (como acabamos de ver) y la nutrición emocional (que examinaremos en el
capítulo 12). Pero también hay abuso físico cuando no se satisface las necesidades físicas
con dependencia, como, por ejemplo, la de buena alimentación, ropa adecuada, casa
segura y limpia y atención médica y odontología.

La desatención significa que el progenitor intenta satisfacer esas necesidades, pero no sabe
hacerlo, o no lo hace bastante bien como para no avergonzar al niño. Quizás haya comido
sobre la mesa, pero insuficiente, o tal vez no sea equilibrada y nutritiva, de modo que el
niño pasa hambre, es demasiado delgado u obeso o bien tiene numerosos problemas
odontológicos. Quizás en la casa o departamento vivan demasiadas personas y no haya una
adecuada intimidad, o bien esa vivienda se encuentra en un barrio peligroso o necesita
reformas. Es posible que el papel de las paredes esté muy manchado y desprendido en
algunos lugares, o que la puerta del baño no cierre bien y nunca la arreglen. Quizás al niño
no se le ha enseñado a limpiarse los dientes, y después tenga que soportar una atención
bucal dolorosa. Tal vez no lo llevaron a la sala de emergencia cuando se cortó
accidentalmente, de modo que la herida ha dejado una cicatriz muy notoria o bien se
infectó y hubo que hospitalizar al niño, con peligro de que perdiera un brazo o una pierna.

El abandono significa que se ha hecho muy poco o nada por satisfacer las necesidades físicas
del niño. Es posible que ninguno de los progenitores cocinara, y los hijos tuvieron que
sobrevivir con pizzas o comidas preparadas que calentaban ellos mismos; hay casos en los
que los niños habrían caído en la inanición de no ser lo que se les servía en la escuela. Quizá
los progenitores no tenían un lugar para vivir, y la familia iba a la deriva, compartiendo la
casa de parientes hasta que les pedían que se fueran. Una amiga mía sufrió abandono

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respecto a sus necesidades de cuidado odontológico. Nunca se le enseñó ni la llevaron a un
dentista: antes de los treinta años tuvo que empezar a usar dentadura postiza.

Como hemos visto, sea que los cuidadores del niño lo ataquen con contactos penosos o que
ignoren su necesidad de contacto físico, los resultados son experiencias que provocan en la
criatura una vergüenza desmedida, obstaculizando su evolución hacia una adultez madura.

El abuso sexual

Aunque el niño tiene una capacidad natural de responder a la estimulación sexual de un


modo infantil, siempre que un adulto tiene una conducta sexual con él la experiencia es
abusiva para la criatura. Esto se debe a que ella experimenta cosas que en su nivel de edad
exceden la capacidad de control emocional. El abuso sexual puede ser fisico (con contacto
corporal real entre el abusador y el niño) o no-físico. Hay una forma no-física especial de
abuso sexual emocional cuando un progenitor tiene con un hijo del sexo opuesto una
relación que para él es más importante que la que mantiene con su cónyuge.

Abuso sexual físico

Se considera abuso sexual físico a una actividad sexual corporal o a tocamientos de tipo
sexual con un niño. Esto incluye la cópula, el sexo oral, el sexo anal, la masturbación del
niño por el adulto o del adulto por el niño y los abrazos, los besos y las caricias sexuales.
Cuando el adulto responsable de estas conductas es un miembro de la familia, este abuso
se denomina incesto»; cuando quien lo realiza no es un miembro de la familia, se llama
«abuso deshonesto».
El encuentro sexual, ¿es abusivo, aunque no haya hecho daño?
Como animales humanos respondemos a la estimulación sexual desde el nacimiento. Y
algunas formas de abuso sexual en realidad son muy agradables para el niño. Por ejemplo,
si es acariciado, ello no le causará dolor; quizá le parezca maravilloso. El hecho de que las
caricias le gusten, o incluso de que las pida, no significa que el niño sea responsable de tener
actitudes sexuales con un adulto. Es el adulto quien está fuera de control. De hecho, cuando
trato con un adulto que ha sido victimizado por un acto de abuso sexual que le gustaba, la
terapia de esta persona es más difícil si quiere asumir la responsabilidad por haber
permitido que dicha actividad se iniciara o continuara.

Los niños pequeños no buscan de modo natural encuentros sexuales, más allá de lo normal
para sus niveles de edad. Los niños que no han sido objeto de abuso casi nunca tienen con

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otros de aproximadamente su misma edad (de hasta cuatro años en más o en menos)
ninguna conducta sexual que esté fuera de la gama normal para esa edad, y que pueda ser
experimentada como traumática (por ejemplo, exhibir recíprocamente los genitales y
hacerse preguntas sobre la forma como defecan). Pero si uno de los niños ha estado
expuesto a una conducta sexual de tipo más adulto y la repite con la otra criatura, esto se
convierte en abuso sexual.

También es posible que un niño abuse de otro de mayor edad. He trabajado con un hombre
al que nadie le había dicho esto. Pasó mucho tiempo antes de que saliera a la luz la historia
del abuso, pero resultó que había sido objeto de la iniciativa incestuosa de sus dos
hermanas menores cuando él tenía diez años, y ellas ocho y menos de ocho. Estas niñas
eran muy grandes y pesaban más que él. El paciente llevaba una carga adicional de angustia
porque pensaba que, por ser mayor que sus hermanas, él era de algún modo el abusador.

¿Es alguna vez el niño el que provoca su propio abuso sexual?

Un niño no es nunca la parte responsable de un abuso sexual. En estas situaciones hay


muchas dinámicas subyacentes, y todas tienen que ver con la falta de control del adulto
ofensor.

El niño es en primer lugar atacado o iniciado en conductas sexuales por un adulto u otro
chico de más edad, de modo que todo lo que sabe de cualquier conducta sexual que esté
más allá de su nivel de edad lo ha aprendido en relaciones inadecuadas. Más tarde, si hay
objeto de un abuso muy grave, puede parecer que él instiga ese abuso, pero incluso esa
conducta la ha aprendido en experiencias anteriores, y, por lo tanto, no es el culpable.

Por ejemplo, algunos niños reciben muy poca o ninguna nutrición física adecuada de su
cuidador. Si uno de estos niños es objeto de un abuso sexual que le agrada y con el que
experimenta el contacto físico que tanto necesita, es posible que, precisamente en razón
de esa necesidad, busque los tocamientos sexuales. El niño tiene en realidad hambre de
atención física y no busca el contacto sexual por razones sexuales, sino debido a que, por
esa profunda necesidad de contacto físico, está dispuesto a cualquier cosa para conseguirlo.
Es impulsado por su necesidad interna de un contacto físico nutricio, que sustituye por un
contacto sexual. En la superficie, este niño parece realizar una actividad sexual con un
adulto, pero la realidad no es ésta: el niño sólo intenta satisfacer su necesidad de nutrición
física. Como nunca tuvo la experiencia de una nutrición física adecuada, no sabe que hay
otros modos de dar satisfacción a esa necesidad.

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Cuando pienso en el incesto múltiple, siempre recuerdo a una mujer que llamaré Celeste.
Esta paciente fue víctima de la práctica incestuosa de quince varones antes de haber
cumplido los ocho años, todos ellos adultos mayores de la familia. Los dos progenitores
eran bebedores, y abusadores flagrantes en ámbitos no sexuales. La paciente no podía
contar con comida, ropa ni casi segura, y en cierto sentido era una presa sin protección, día
tras día. Pero, desde que tenía ocho años, el tío Harry iba a verla todas las noches, la
masturbaba y se hacía masturbar por ella. Para Celeste, esto era maravilloso. El tío Harry
era su amigo y la hacía sentir bien. En esa época aprendió a confundir la nutrición física con
las experiencias sexuales. Más tarde confundió la nutrición emocional e intelectual con el
sexo. Celeste aprendió que cuando se sentía sola y necesitaba nutrición, en su mundo el
único modo de lograr esa proximidad era participando en actos sexuales. Y no pasó mucho
antes de que se convirtiera en adicta al sexo Parte de la terapia consistió en enseñarle que
su actividad sexual compulsiva no satisfaría las necesidades de nutrición física y emocional.

Era muy difícil ayudar a Celeste, porque ella «amaba mucho al tío Harry, y las experiencias
sexuales con él habían sido especialmente buenas, precisamente por lo que le faltaba de
nutrición apropiada. Nosotros le enseñamos que la nutrición física atendería parte de sus
necesidades, la nutrición emocional satisfacía otras, y la nutrición intelectual algunas más.
Le enseñamos a buscar, recibir y proporcionar estos tipos de nutrición, en lugar de procurar
sólo estimulación e intimidad sexuales cuando se sentía aislada y careciente.

Hubo que enseñarle a buscar estos diversos tipos de nutrición no sexual en otras personas
apropiadas y seguras. Parte de la terapia consistió en que aprendiera a pedir abrazos a
personas seguras, en lugar de ser sexual con todo el mundo. Tuvo que aprender a ser física,
pero no necesariamente sexual, a comunicarse recíprocamente los sentimientos con otras
personas, para llegar con ellas a la intimidad emocional y obtener nutrición de este tipo.
Todo adulto que aprovecha la necesidad de contacto físico que tiene el niño para arrastrarlo
a encuentros sexuales, ofrece una nutrición física inadecuada y está abusando de la criatura.
Como he dicho antes, esto es así, aunque el propio niño busque y parezca disfrutar de esos
encuentros.

En la terapia suele ocurrir que los pacientes no dicen que han disfrutado con el sexo abusivo
hasta que transcurre un tiempo considerable y confían realmente en el terapeuta. Cuando
por fin abordan el tema, suelen experimentar una profunda vergüenza y culpa. Esa culpa se
debe a que sienten un intenso impulso positivo hacia la persona que abusó de ellos, un
impulso que es sólo el resultado de que no hayan experimentado ninguna nutrición física
adecuada. Cuando un cliente se resiste mucho a examinar el abuso sexual, yo busco este
tipo de fenómeno.

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Mi máxima es la siguiente: siempre que un adulto tiene actitudes sexuales con un niño, este
niño es víctima de un abuso sexual. En última instancia, nunca se produce por iniciativa de
la criatura. El abuso sexual es siempre responsabilidad del adulto, y tiene que ver con su
adicción al sexo o con su falta de límites sexuales.

Es triste para mí tener que decir que muchos terapeutas aún tienden a culpar al niño objeto
del abuso si se ha prestado al contacto sexual o acaso lo ha instigado. Hace poco, mientras
yo presentaba un taller, un terapeuta me habló de modo culpabilizador de «una niña que
permite que suceda el abuso y lo provoca Esto es lo que yo llamo «una declaración del
ofensor: la declaración de un adulto que culpa al niño por el abuso del que él lo hizo objeto.
El niño no tiene límites desarrollados y necesita protección, no que los adultos lo culpen. A
quien está acudiendo un terapeuta que le formula este tipo de declaraciones inculpatorias,
le aconsejo que se busque otro profesional. Muy probable mente, ese terapeuta no sabe
tratar el abuso sexual.

¿Juego o abuso sexual?

Quien comete el abuso sexual es casi siempre un niño de más edad que la víctima, o un
adulto. Pero, a veces, otro niño de la misma edad, o incluso más pequeño, que ha sido
agredido sexualmente por alguien mayor, puede a su vez actuar de la misma manera
abusiva con otro niño.

Una regla práctica para distinguir el juego sexual normal del abuso es la siguiente: si un niño
participa en experiencias sexuales por iniciativa de otro que tiene cuatro o más años que él,
o que ha aprendido conductas sexuales que exceden su nivel de edad, es probable que haya
abuso sexual.

Cuando el abuso sexual físico entrega poder

El abuso sexual físico que no lastima puede otorgar mucho poder; excita al niño, y en la
excitación sexual y el orgasmo, si se produce, su cuerpo experimenta un flujo de energía
exultante. Cuando un progenitor comete incesto con el niño y le enseña que satisface las
necesidades sexuales del ofensor mucho mejor que su pareja, implícitamente le dice a la
criatura que ella es mejor y más potente en términos sexuales que el más importante adulto
del mismo sexo de la vida del niño.

La forma más típica de este abuso se denomina «niñita de papá. El padre le dice a la hija
que la madre no quiere tener relaciones sexuales con él. Después abusar sexualmente de la

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niña, sin lastimarla; la niña se excita y se siente muy bien. Entonces tiene la idea de que es
mejor que la madre, porque es sexual con el papá. Piensa: «Soy maravillosa. Soy magnífica»

La experiencia del flujo físico de energía, de hacer que el padre se sienta realmente bien y
de ser tan importante para el progenitor, les procura a estas víctimas del incesto una
sensación de tremendo poder y superioridad, aunque desde luego es falsa, puesto que no
son superiores, sino que valen lo mismo que cualquier otra persona. En tales casos, el hecho
de que estas experiencias sexuales sean abusivas está enmascarado por la circunstancia de
que no lastiman.

Abuso sexual evidente no-físico

El abuso sexual abierto no-fisico puede afectar a una persona tan profundamente como los
tocamientos físicos directos, e involucra dos tipos diferentes de conducta sexual: el
voyeurismo y el exhibicionismo. El voyeurismo o exhibicionismo de los miembros de la
familia a veces daña mucho más al niño que esas mismas actitudes en personas que no son
parientes.

Hay voyeurismo en la familia cuando uno de sus miembros se estimula sexualmente viendo
a otro. (Desde luego, esto no incluye la relación sexual adecuada entre marido y mujer.)
Existe exhibicionismo en la familia cuando un miembro se estimula sexualmente
exponiendo sus partes sexuales al niño. Hace unos años, el exhibicionismo era considerado
muy divertido, y los cómicos sacaban mucho partido de él. Pero tanto el exhibicionismo
como el voyeurismo están asociados con lo que Patrick Carnes llama «el nivel dos de la
adicción sexual.

Nuestra cultura se encarga de hacernos llegar el mensaje de que no hay que hablar de la
adicción al sexo, pero ésta es más flagrante y mucho más común de lo que se piensa.
Cuando en torno de nosotros surgen ejemplos de adicción al sexo, tendemos a reírnos y a
pensar que son divertidos o normales. Sus resultados no son divertidos.

Cuando le pregunto a una persona si ha pasado por experiencias de voyeurismo o


exhibicionismo, le sugiero que haga memoria de su vida tanto fuera como dentro de la
familia. Me parece que es más fácil comprender la naturaleza abusiva de la conducta de un
varón adulto cualquiera, que se acerca a una niña en su automóvil, le dice «mira pequeña»
y le muestra sus genitales, o el comportamiento de un mirón desconocido, que espía a
través de la ventana del baño o del dormitorio que da a la calle. Pero, cuando estas cosas

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ocurren dentro de la familia, a menudo no se las identifica como abusivas. Cuando hay
voyeurismo o exhibicionismo por parte de los miembros mayores de la familia, esas
personas se están estimulando sexualmente a expensas del bienestar emocional/sexual de
la criatura. Esto constituye un abuso sexual grave, aunque no haya tocamientos directos ni
ningún intento consciente del adulto de «dañar al niño».

En estas familias, las personas suelen estar desnudas en presencia de otras, y los distintos
miembros ven sus cuerpos desnudos de modo habitual. Esta actitud le hace llegar al niño
un mensaje que podría formularse más o menos como sigue: «Nadie debe tener privacidad.
Si pretendes privacidad, eres un remilgado. No hay que cerrar la puerta del baño ni del
dormitorio. Todos tienen que ver a todos. Y si sientes vergüenza y no te gusta esto, ello
significa que tú tienes un problema. No significa que yo esté fuera de control..»

El factor que diferencia al exhibicionismo y el voyeurismo de la falta de límites sexuales es


la intención del ofensor de obtener excitación sexual. En otras familias puede haber un
mismo grado de desnudez habitual, pero se trata de que los adultos son descuidados en
cuanto a los límites sexuales, lo cual, como veremos un poco más adelante, también puede
ser sexualmente abusivo para el niño.

Las personas que en su niñez pasaron por situaciones de voyeurismo o exhibicionismo


suelen no estar seguras de si esos actos se produjeron o no en la familia. Al tratar de
recordarlas, estas situaciones pueden tomar el aspecto siguiente. Christine es una adulta
en terapia. Cuando yo le hablé del voyeurismo y el exhibicionismo, ella, aunque no estaba
segura, tuvo la sensación de que esas conductas podrían haberse producido. Le pareció
recordar que no se sentía segura al vestirse o desvestirse, ir al baño o tomar una ducha, o
en la intimidad de su dormitorio. Temía que entrara el padre, para mirarla o mostrarse ante
ella. Recordaba haber tenido pensamientos del tipo: «Oh, aquí viene papá. No quiero verlo
desnudo». Era como si el padre emitiera alguna energía que se experimentaba como inusual
y abrumadora. Pero Christine no advertía en esa época ningún rasgo objetable en la
conducta del padre, porque los niños no comprenden ese tipo de energía sexual o conducta
sexual descontrolada. A veces se trata sólo de una sensación incómoda de tener que ver a
los padres desnudos, o de ser visto por ellos desnudo o sólo parcialmente vestido.

Abuso sexual no-fisico encubierto

El abuso sexual encubierto es indirecto, manipulativo y oculto; el ofensor no tiene por lo


general el propósito de estimularse sexualmente. Un tipo de abuso sexual encubierto es
verbal, y el otro se relaciona con los límites.

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El abuso sexual verbal

Una expresión del abuso sexual verbal son las conversaciones sexuales inadecuadas en la
familia: las insinuaciones sexuales, las bromas sexuales, los apodos sexuales y el acoso a los
chicos después de una cita para que cuenten lo que ocurrió. A veces el padre gasta bromas
sexuales que están más allá del desarrollo sexual del niño, y en todo caso no son adecuadas
en la relación con un hijo o una hija. O bien el padre se encoleriza, y llama puta, a la niña.
Cuando los progenitores acosan al adolescente después de una cita, para informarse de la
naturaleza específica de su conducta sexual (que es algo que no les concierne), lo
avergüenza, aunque en esa cita no haya ocurrido nada de naturaleza sexual La educación
sexual adecuada es una parte natural de la educación para la vida, pero tratar de indagar lo
que sucedió después del hecho, violentando la intimidad de la hija o el hijo, es una conducta
que genera vergüenza. En las familias más tradicionales hay una relación de confianza y el
tema del sexo no se considera vergonzoso, de modo que los hijos aprovechan sus primeras
citas para hacer preguntas que el padre y la madre pueden responder de un modo sano y
sin carga emocionalmente.

También hay abuso sexual verbal cuando un progenitor actúa como si le gustara tener una
relación romántica con el hijo o la hija. Quizás el padre le diga a la hija que, si él fuera más
joven, le encantaría salir con ella». Tal vez le comente que su cuerpo es muy bonito y que
él querría que «le correspondiera un poquito. Es posible que haga observaciones groseras
acerca de por ejemplo, los senos de la jovencita. La madre, por su parte, podría hacer
comentarios con connotaciones sexuales sobre los músculos o los genitales del hijo, y así
sucesivamente.

Otro aspecto del abuso sexual verbal tiene que ver con la información sexual. En primer
lugar, creo que todos los niños necesitan información sobre la sexualidad. La sexualidad es
un impulso muy fuerte, y la reproducción que permite la subsistencia de la raza humana
depende de que nazcan bebés en familias donde se los cuide. Pero algunas criaturas son
concebidas en circunstancias trágicas, por madres muy jóvenes e inexpertas, que no están
preparadas para atenderlas. Una de las principales razones de que esto ocurra es la falta de
información sexual adecuada.

El impulso sexual es extremadamente poderoso. Nuestros hijos necesitan información


sobre su desarrollo sexual, sobre el impulso sexual y sobre cuáles son las conductas y
expectativas sexuales adecuadas, no sólo para evitar embarazos indeseados sino también

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para protegerse de los posibles traumas emocionales que suelen rodear este ámbito tan
sensible e intenso de nuestra vida.

En un extremo, es abusivo no proporcionar a los niños ninguna información respecto del


sexo, esperando que la obtengan de sus iguales o en la escuela. Yo apoyo los programas
escolares de educación sexual, pero como la gama de actitudes respecto de la sexualidad
apropiada es muy amplia, también los padres, y no sólo los maestros, los compañeros y los
amigos, deben proporcionar información sobre la conducta sexual.

En el otro extremo, es abusivo proporcionarle al niño una información sexual excesiva o


precoz. También constituye un abuso imponer información sexual abrumadora,
distorsionada o falsa: por ejemplo, decir que una niña quedará embarazada si besa a un
chico en la boca, que los adolescentes tienen granos porque se masturban o que la
masturbación es mala y pecaminosa.La masturbación forma parte del desarrollo normal. De
ese modo mantenemos conectado nuestro cerebro (que es la glándula sexual maestra) con
los genitales (que son uno de los lugares donde experimentamos la estimulación sexual). La
más turbación ayuda al niño a convertirse en un adulto sexualmente funcional. Es por
completo inadecuado decirle al niño que masturbarse es anormal. El padre funcional sólo
se preocupa si el niño se masturba obsesiva y compulsivamente, o si se hace daño o se
angustia. Cuando esto no ocurre, a nadie debe importarle que el niño se masturbe o no. De
hecho, necesita tanto intimidad como el conocimiento de que la masturbación es una parte
del desarrollo sexual normal. Decirle al niño que no debe masturbarse es hacer que se
obsesione con este tema. Si alguien nos conmina a no pensar en monos durante los
próximos diez minutos, ¿podremos evitar hacerlo? Mientras tratemos de no pensar en
monos, continuamente nos concentramos en ellos. Y, desde luego, en este caso no hay
ninguna fuerza vital primordial que nos predisponga a pensar en monos.

Nunca olvidaré una situación horrible de mi vida, provocada por mi propia falta de
información sexual. Cuando estaba en cuarto grado, algunas amigas nos reunimos a la salida
de la escuela. Una de las chicas había estado hurgando en el dormitorio de los padres y
había encontrado algunos preservativos; trató de explicarnos a todos para qué servían.
Cuando ella dejó de hablar, yo estaba petrificada. En primer lugar, mis padres nunca me
habían hablado del sexo. Lo que mi amiga había dicho me resultaba totalmente repulsivo,
y lo siguió siendo hasta que llegué a la escuela media.

Los límites sexuales

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Cuando los niños crecen en un sistema familiar disfuncional en el que los padres no
tienen límites sexuales adecuados, tampoco los desarrollan ellos mismos, aunque no exista
ninguna intención de abuso. Los padres con límites inadecuados tienen relaciones sexuales
sin cerrar la puerta, de modo que los hijos oyen o ven lo que ocurre, o bien cierran la puerta,
pero hacen tanto ruido durante la relación sexual que se los puede oír desde fuera. Se
entregan a un beso francés en la cocina, y se acarician recíprocamente en el sofá de la sala
de estar. Éstos no son ejemplos de exhibicionismo, porque la pareja no necesita de la
atención de los hijos para sentir excitación sexual. Se trata sólo de que estos progenitores
no tienen el cuidado de resguardar su intimidad física y proteger a los niños de su sexualidad
de adultos.

Es probable que este tipo de padres también se muestren en ropa interior o desnudos
frente al niño. Esto no es exhibicionismo, porque no se pretende una estimulación sexual;
solo se trata de descuido en cuanto a la necesidad de proteger al niño de la desnudez del
adulto. Quizás un progenitor entre en el baño cuando la criatura toma una ducha: no es un
voyeur, pero no respeta el derecho del niño a la privacidad.

En estas situaciones no se tiene ninguna intención de dañar. Pero de ese modo no se


le enseña a la criatura a desarrollar límites sexuales intactos. Una parte de la tragedia de los
sistemas familiares disfuncionales consiste en que se reproducen en las generaciones
sucesivas, a menos que haya alguna clase de interrupción gracias a un proceso de
recuperación.

Si los dos progenitores tienen límites sexuales disfuncionales de diferente tipo, el hijo,
al convertirse en adulto, quizás oscile entre uno y otro sistema. Por ejemplo, Gary crece en
un hogar en el que la madre levanta un muro de miedo. Evita el sexo ocultando su cuerpo
y manteniéndose a distancia del marido. Pero el padre de Gary carece totalmente de límites
sexuales. Habla de sexo de modo muy abierto, hace bromas sexuales y anda desnudo por
la casa; irrumpe en el dormitorio de la hermana de Gary y la mira cuando se viste. Ya de
adulto, Gary oscila entre conductas sexuales transgresoras, y ocultar y evitar totalmente el
sexo, por temor.

En una familia funcional se establecen límites sexuales adecuados a partir de la


demostración por los progenitores de sus propios sistemas de límites. Se le enseña al hijo a
no entrar en el dormitorio de los padres o al baño mientras ellos se están vistiendo o
utilizando el cuarto de baño. Y también se le enseña a cuidar su propia privacidad cuando
emplea el lavabo, se baña o se viste. Desde luego, al principio la criatura necesita ayuda
para aprender a ir al baño, bañarse y vestirse. Pero en cuanto puede hacer todo esto por sí

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misma hay que dejar de acompañarla, aunque aún deje la puerta abierta. Más tarde se le
pide que cierre la puerta y al cabo de cierto tiempo, que además eche el pestillo. En
adelante el niño sabrá que eso es lo adecuado.

Después de que el niño haya llegado a cierta edad, los padres funcionales no andan
desnudos o en ropa interior por la casa. Personalmente creo que se llega a este límite de
edad cuando la criatura ya se percata con claridad de las diferencias sexuales físicas entre
la madre y el padre -más o menos a los cuatro o cinco años-. Los padres funcionales tampoco
permiten que los hijos duerman con ellos.

No digo que la desnudez en sí sea algo malo. Cuando hablo de proteger de ella a los
niños, quiero decir que, a partir de cierta edad, ellos advierten que el padre y la madre son
distintos y empiezan a prestar atención a esas diferencias sexuales. Los adultos olvidan con
facilidad que cuando el niño es pequeño mira al papá y la mamá, y todo le parece mucho
más grande de lo que realmente es. Al niño o la niña, comparar los genitales y los senos
adultos con su propio cuerpecito puede resultarle temible, abrumador y vergonzoso.

Desde luego, si un niño entra accidentalmente en una habitación donde uno de sus
progenitores está desnudo, no es adecuado que éste se enoje y se esconda detrás de un
espejo, como si en su cuerpo desnudo hubiera algo radicalmente malo. Lo que sí puede
hacer es cubrirse y pedirle a la criatura que aguarde fuera de la habitación hasta que esté
vestido.

Además, cuando el niño crece y su cuerpo empieza a producir hormonas, el sexo y la


sexualidad pasan a interesarle directamente. Si los padres continúan andando desnudos por
la casa, es muy posible que de ese modo lo exciten sexualmente.

Por ejemplo, Douglas, de doce años, ha empezado a tener erecciones, masturbarse,


pensar mucho en las chicas, hacer bromas sexuales en la escuela, y así sucesivamente. La
madre, sentada en la bañera, lo llama: « Eh. Doug, ven aquí. Quiero hablar contigo», Su
deseo es verdaderamente hablarle (no exhibirse), pero, de hecho, expone su cuerpo
desnudo. Douglas entra y se sienta sobre la tapa del inodoro, mira a la madre en la bañera,
ve sus senos y comienza a tener una erección. La madre no ha pretendido excitarlo, pero
llamarlo al baño mientras ella está desnuda es inadecuado, y el resultado es altamente
abusivo.

Un niño muy pequeño puede ser fácilmente abrumado por el tamaño del cuerpo de su
progenitor del mismo sexo; cuando crece, ya no es necesario preocuparse tanto por estas

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situaciones.Si un hijo ya mayor se está desarrollando físicamente y se siente proporcionado,
y si tenemos una buena relación con él, por lo general no es negativo que madre e hija, o
padre e hijo, se vean en ropa interior, se vistan en la misma habitación o hablen en el baño
mientras uno de ellos está en la ducha. Los progenitores tienen que basarse en su buen
juicio en estas situaciones, por ejemplo, yo tengo una hija de veinticuatro años, y este tipo
de familiaridad no me preocupa. Podemos vestirnos en la misma habitación sin sentirnos
violentas. Pero con ninguno de mis hijos varones (el menor tiene once años) me mostraría
sin ropa o en la bañera.

Comprendo que para estos casos no hay reglas generales, y que algunas de las
opiniones que he expuesto pueden considerarse arbitrarias. Estoy tratando de señalar que,
en algunas familias, las prácticas sexualmente abusivas se han transmitido de generación
en generación durante tanto tiempo, que los progenitores y los hijos las consideran
«normales». Mi experiencia clínica indica que un exceso de desnudez y falta de cuidado con
respecto a los límites sexuales genera vergüenza y abuso, y conduce a la disfunción en la
vida adulta.

El abuso sexual emocional

El desarrollo sexual del niño abarca la identidad sexual, las fuentes preferidas de
afecto y la preferencia sexual. La identidad sexual supone aprender qué significa ser varón
o mujer. Una mujer aprende a ser femenina, y un varón a ser masculino. El niño también
aprende a preferir a hombres o mujeres como fuente de afecto o nutrición física no-sexual.
Más tarde, un varón quizás prefiera rodearse de hombres, o de mujeres nutricias. Una
mujer puede preferir a hombres nutricios o a otras mujeres que la abracen, la sostengan o
la toquen de un modo no sexual. La preferencia sexual supone aprender qué género nos
resulta sexualmente estimulante, y asumir esa predilección.

El tipo de abuso que voy a describir constituye un maltrato emocional porque intenta
forzar al niño a ser adulto. Es sexualmente abusivo porque crea mucha confusión en cuanto
a la identidad sexual, las fuentes preferidas de afecto y la conducta sexual directa.

Uno de los criterios fundamentales que permiten diferenciar un sistema familiar


disfuncional de otro funcional es que, en este último, los adultos participan como
progenitores para satisfacer las necesidades de los hijos. En una familia disfuncional, en
cambio, los niños tienen la función de satisfacer las necesidades de los adultos. El abuso
sexual emocional es uno de los ejemplos más notorios del empleo de los niños para
satisfacer las necesidades de los progenitores.

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En una familia funcional hay un límite entre ambos padres, por una parte, y todos los
hijos por la otra. Este límite exterior e interno protege a los niños de los detalles íntimos de
la relación entre los padres. Lo niños sólo necesitan saber más o menos el ochenta por
ciento de lo que sucede entre los padres. El resto no es de su incumbencia.
En el siguiente diagrama de una familia funcional, la X representa a los padres, la línea
indica el límite y las O son los hijos. Los padres se relacionan íntimamente entre sí, pero
trazan un límite adecuado entre la relación de ellos y los hijos.

Una familia funcional


X---X
------
OOO

Los progenitores se relacionan entre sí; el límite protege a los hijos.

Hay abuso sexual emocional cuando uno de los hijos progenitores tiene con uno de
los hijos una relación más importante que la que lo une a su cónyuge. En efecto, el niño es
atraído para que crie el límite, y ubicar entre los padres en el mundo indio de estos últimos.

El progenitor que ha entrado en este tipo de relaciones con un hijo le pide (consciente
o inconscientemente) que satisfaga sus propias necesidades emociónales de afecto o de
vinculación romántica con una persona del sexo opuesto; en una familia funcional, es el
otro cónyuge quien satisface tales necesidades. Este tipo de relación abusiva por lo general
se debe a que los progenitores tienen dificultades para intimar y satisfacer sus necesidades
recíprocas. Dos progenitores codependientes, que han sido ellos mismos objeto de abuso,
por lo general no saben ser íntimos en una relación adulta, Es posible que uno de ellos
intente responder a esta falta de capacidad entrando en una relación estrecha con un hijo,
en lugar de ser íntimo con el otro cónyuge. Este progenitor llega a una intimidad emocional
inadecuada con un hijo.

A menudo, en este tipo de relación el progenitor le comunica muchos o todos los


detalles íntimos de la relación matrimonial de lo mala que es, del hecho de que no funciona
y de lo insoportable que es el otro cónyuge. El hijo se convierte en un vertedero emocional
de los sentimientos que el progenitor quiere sacarse de encima. Este tipo de relación
también daña la vinculación del niño con su otro progenitor. Y a este niño, la idea del
matrimonio en general puede abrumarlo de dolor y vergüenza.

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Este abuso es extremadamente común cuando en la familia hay un adicto. Por
ejemplo, el padre es adicto, y la madre una codependiente identificada. Papá es alcohólico
(a menudo embriaga), adicto al trabajo (trabaja casi todo el tiempo) o quizás adicto al sexo
(tiene muchas aventuras con otras mujeres). Sea cual fuere la adicción, hace algo lejos de
la familia, y no está casi nunca en el hogar para intimar con mamá. Entonces ésta termina
intimando emocionalmente con uno de sus hijos, utilizándolo como compañero íntimo
adulto. La situación puede darse con más de un hijo. En otro caso, la madre es adicta, y
tiene una relación especial con un hijo que cuida del padre de sus hermanitos.

A veces la dinámica es un poco distinta. Pueden ser dos los hijos arrastrados a la
relación entre los padres (véase el ejemplo B del diagrama), pero el padre se lleva a uno, y
la madre al otro. Cuando esto sucede, la relación entre estos hermanos es como la Tercera
Guerra Mundial, porque los problemas emocionales que los progenitores no abordan
directamente a menudo se dirimen entre los chicos.

A veces dos progenitores codependientes tienen ese tipo especial de relación con un
solo hijo (ejemplo C). Esto saca de quicio al niño, pero también hace que se sienta poderosa.
El o ella es la figura central y confidente de la familia, a menudo «un agente doble en el
drama familiar.

Cuando esta experiencia especial vincula a la madre y una hija, esta última es la confidente
de mamá, la cuidadora de mamá o la cuidadora de la familia en sustitución de mamá. Si esta
relación se establece entre madre e hijo, él es el hombrecito de mamá, el esposo sustituto
de mamá o el muchachito de mamá. Cuando la pareja se constituye entre padre e hija, ella
es la niñita de papá, la princesita de papá o su esposa sustituta. Si esta relación es entre
padre e hijo, el hijo es el confidente de papá, el cuidador de papá o el cuidador de la familia
en lugar de papá.

El caso de la relación padre-hijo es muy poco frecuente. Lo que sucede a menudo es que
ambos progenitores se relacionan con el hijo varón (como en el ejemplo C). Ese hijo
satisface las necesidades del padre al cuidar de él y de mamá. El mensaje del padre es:
«Cuida de mí, reemplazándome. Trabajo mucho (es adicto al trabajo) y no tengo tiempo.
Cuida a la familia mientras yo no estoy»

No corresponde a los niños el cuidado de la familia o de sus hermanos. Esa es la obligación


de los padres. Se espera que los niños se apliquen a las tareas del desarrollo que
corresponden a sus niveles de edad, o que «se dediquen a ser niños-, Cuando un progenitor

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espera que el hijo se haga cargo de la familia (o de una persona de la familia), ese niño no
llegará a tener una niñez.

Como terapeuta, he encontrado que quienes han sufrido este tipo de abuso suelen
estar confundidos de adultos en cuanto a su identidad sexual, sus preferencias afectivas y
sus preferencias sexuales. No obstante, es más frecuente que las preferencias se desdibujen
como consecuencia de un abuso sexual físico. Por ejemplo, si un chico es objeto de un abuso
sexual por parte de su entrenador, quizá piense: «Puesto que atraje a un hombre para que
abusara de mí, quizá yo sea homosexual>> En realidad, no lo es. Fue la preferencia del
entrenador lo que lo llevó a elegir al chico como víctima, y no a la inversa, pero la
consecuencia es que el jovencito se confunda.

Cuando un progenitor le pide una intimidad adulta a un hijo, es frecuente que el otro
progenitor odie a ese niño que tiene la relación con su cónyuge. También puede ocurrir que,
si la madre le ha estado comentando constantemente a la hija que papá es horrible, terrible
y que no se puede confiar en él, a esa niña, de adulta, le costará relajarse y permitir que la
abrace un hombre (cualquier hombre). No sería seguro. Aunque su energía sexual la
impulse en la adultez a comportarse de modo sexual con un hombre, el abuso sexual
emocional que padeció en la infancia puede llevarla a preferir una nutrición física no sexual
y ofrecida exclusivamente por mujeres. Por otra parte, es probable que la niña le cueste
simpatizar con el padre (que según mamá es tan «despreciable), y esto se reflejará en su
conducta, de modo que tampoco papá simpatizará con ella. De uno u otro modo, la niña se
ve privada del amor del padre, y esto puede afectar sus relaciones adultas con los hombres.

Mi madre abusó sexualmente de mí de este modo. Ella era adicta a sustancias


químicas, y mi papá, emocionalmente ausente y agresivo. De niña, yo pensaba que la
ausencia emocional y las agresiones de papá eran un problema exclusivo de él, y no de mi
madre. Me engañaba en cuanto a la drogadicción de mamá. De modo que me quedaba en
casa y la cuidaba. Mi papá emitía el mensaje de que yo era incapaz y carente de valor. Ese
mensaje decía que el hecho de que yo fuera mujer significaba que valía menos y que,
cuando hacía algo femenino, me desmerecía. Esto generó un cierto grado de confusión en
mí acerca de mi identidad como mujer.

Cuando crecí, no podía demostrar mi propia feminidad. Vestía con desaliño en mi corte
de pelo, no había nada femenino; nadie podía fijarse en mí. Más tarde me costó aprender
a vestirme y ser femenina. Pensaba que poner de manifiesto rasgos femeninos era estúpido,
y que yo tenía demasiada inteligencia cono para pretender vestir de modo femenino. No
me daba cuenta en absoluto de que estaba siendo muy disfuncional.

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Uno de los problemas que tengo que resolver en mi recuperación es aprender a ser
mujer. En primer lugar, estoy trabajando en parecer mujer. Me resultó extremadamente
penoso aprender a ir de compras. Fue un milagro que me atreviera a utilizar grandes
pendientes, porque sé que atraen la atención hacia mi rostro. Antes no quería que nadie
me mirara. De modo mí, y para miles de otras personas, el abuso sexual emocional ha sido
muy perjudicial, y en la recuperación presenta obstáculos serios.

Creo que una de las situaciones más difíciles de abuso sexual es la de «niñita de
papá». Aunque esto está cambiando, los hombres son por lo general más poderosos que
las mujeres, y ser la niña de papá, alguien más importante para él que mamá, es
probablemente la experiencia más seductora de nuestra cultura. Este tipo de mujer
compara con el padre a todos los hombres con los que está, y por lo común no encuentra
ninguno capaz de ser para ella lo que en su momento fue el progenitor. Además, le cuesta
mucho crecer, y a veces sigue siendo una «niñita- durante toda su vida desde el punto de
vista afectivo. Es su conducta de niña lo que seduce a los hombres, y ella continúa
esperando que los hombres de su vida reaccionen como lo hacía su padre. Un hombre sano
no lo hace, aunque quizá se vuelva loco tratando de que esa mujer sostenga la relación y
«esté allí» para él como lo estaría una adulta.

Resulta especialmente trágico que una niñita de papá se case con un hombre
incestuoso. Ella tiene hijos, él seduce a la hija y la madre vive entonces toda la situación
desde el otro lado. Su hija participa en una relación incestuosa con su cónyuge y la madre
la termina odiando, al igual que había sido objeto del odio su propia madre. Y esto continúa.
¿Por qué? Porque es lo único que esta mujer conoce, Ella no tiene un límite sexual ya que
esa conducta es disfuncional, aunque en un nivel sienta cólera o incluso horror por la
injusticia de lo que sucede.

El abuso sexual emocional puede entregar o quitar poder

El abuso sexual emocional quita poder cuando el niño cuenta de que no puede
satisfacer las expectativas del progenitor de que se haga cargo de él en esta relación
especial.

No obstante, este abuso a menudo entrega poder. La niñita de papá o el «hombrecito


de mamá» empiezan a «citarnos con el progenitor del sexo opuesto, por ejemplo, para ir al
cine o a cenar; entonces comienza a creer que es el centro de la atención del padre o la

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madre, y que es mejor que el otro progenitor. No hay nada malo en que un padre le preste
atención a su hija y la lleve a cenar o al cine (lo mismo vale cuando se trata de la madre y el
hijo), pero si estas acciones son acompañadas por mensajes verbales que caracterizan al
hijo o la hija como más divertido que mamá o papá, o mejor que ellos, en síntesis, cuando
está claro para el niño que ese progenitor lo prefiere a él, y no a su cónyuge-, hay abuso de
entrega de poder.

Esto ocurre cuando un progenitor separado o viudo prefiere la compañía de su hijo o


hija a la de un adulto del sexo opuesto, y además se lo dice al niño. Se supone que las
necesidades sexuales y la necesidad de compañía del sexo opuesto se satisfacen en un nivel
adulto. Cuando un progenitor pretende y consigue que esas necesidades sean satisfechas
por un niño, con contactos sexuales físicos o sin ellos, ese adulto está abusando del niño.

Cuando se produce una situación potencialmente capaz de entregar poder (abuso


sexual físico directo, como en el caso del incesto, o abuso sexual emocional) y el otro
progenitor la afronta, incluso enojándose con el niño avergonzándolo, éste es privado de
poder. Pero con mayor frecuencia el «cónyuge abandonado» es en gran medida una
víctima, no advierte el abuso o, en todo caso, no sabe enfrentarse a él.

Hay otra posibilidad, cuando el cónyuge convalida el abuso con su propia conducta
disfuncional. Quizá la madre no tenga interés por el esposo, lo rechace o lo tema, y esté
conforme con que la hija la reemplace. En esta situación, a ambos progenitores les
complace que la hija desempeñemos ese papel en la familia. Pero el efecto sobre la niña
sigue siendo abusivo. Este abuso de la entrega de poder en la infancia crea adultos ofensivos
que creen tener derecho a apropiarse de las cosas de otros. No existe ninguna experiencia
del núcleo de vergüenza, porque nunca fueron avergonzados. Como hemos visto, el abuso
sexual es mucho más amplio y complejo de lo que creen la mayoría de las personas, Y, años
después de que se produzca, sus efectos en este ámbito de la vida familiar hacen más difícil
el trayecto del condescendiente hacia su recuperación.

El abuso emocional

El abuso emocional es probablemente el tipo más frecuente de abuso. Toma la forma de


abuso verbal, abuso social y desatención o abandono de las necesidades con dependencia.

Abuso verbal

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Hay abuso verbal cuando el progenitor ataca verbalmente al niño, gritándole,
dirigiéndole calificativos insultantes o despectivos, o ridiculizándolo y recurriendo al
sarcasmo. Esta es probablemente una de las formas más intensas de abuso emocional.
Cuando los padres les gritan sus hijos, agreden sus delicados oídos. La mayoría de los
niños quieren escuchar a sus padres, pero no cuando les gritan. Cuando un progenitor
empieza a gritar, a menudo el niño desconecta su audición y no puede oír; éste es un
mecanismo natural de supervivencia. Recuérdese que para los niños pequeños los
progenitores son enormes y poderosos, y oírlos gritar les resulta aterrador. En una familia
disfuncional, lo que suele haber a continuación de los gritos es un ataque físico al niño por
<no estar escuchando>. Sumado a los gritos, los calificativos insultantes hacen incluso más
perjudicial el abuso verbal. Mi nombre es Pia. No es «tarada», no es «gorda, ni tampoco
«puta» o «estúpida». Es Pia. Cuando alguien me llama por mi nombre y me trata con
respeto, tengo la sensación de que soy algo valioso, Cuando escucho un apodo peyorativo,
no la tengo.

La ridiculización o burla es una conducta de los progenitores que descargan su cólera de


un modo indirecto. El niño ridiculizado no tiene defensa, ningún modo de evitar sentirse
mal consigo mismo, especialmente cuando es muy pequeño.

Ser testigo de que algún otro es víctima de abuso verbal puede resultar tan abusivo como
presenciar el abuso sexual o fisico al que es sometido un tercero. Los niños no tienen límites
bien desarrollados. Aunque «saben» que la diatriba no se dirige a ellos, los afecta casi tanto
como si lo hiciera.

En The Meadows hay algunas habitaciones «a prueba de ruidos» en las que se reúnen
los grupos terapéuticos. Esas habitaciones están aisladas mediante un grueso
recubrimiento para que desde fuera no se escuche a la gente en las sesiones de Gestalt y
reducción de la vergüenza, en las que a veces se grita, se llora, y se hacen otros ruidos
fuertes. Ese aislamiento se instaló
porque algunos pacientes que habían sido objeto de abuso verbal en la niñez se sentían
extremadamente perturbados e incluso tenían ataques de vergüenza o experimentaron
regresiones espontáneas al oír los sonidos que llegaban de esos salones. Esa vergüenza se
puede deber a que en la infancia se escuchó a un progenitor gritarle a otro miembro de la
familia.

Abuso social

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En las primeras etapas de la vida, los niños aprenden quienes son y cómo se hacen
las cosas (por ejemplo, vestirse, llamar por teléfono, ete.); son los progenitores quienes les
enseñan.
Entre los cuatro y seis años, los amigos se vuelven extremadamente importantes, porque
de ellos también se aprende mucho, sobre quién se es, cómo hacer lo que hacen los chicos
en ese nivel de edad y cómo comportarse en las relaciones con otros niños. Hay abuso social
cuando los padres obstaculizan directa o indirectamente el contacto del niño con sus
compañeros.

Esta interferencia puede realizarse de modo directo diciendo, por ejemplo: En esta
familia hay secretos, y aquí no entrar nadie a descubrirlos», O bien: «No vamos a lavar
nuestra ropa sucia en público. Deja de tener amigos. Con los ajenos no hay seguridad.
Quédate con nosotros. No necesitas otra cosa. Y no, no puedes ir a la casa de nadie.

Hay abusó indirecto cuando el niño no tiene libertad para invitar a sus amigos a casa.
Esto ocurre, por ejemplo, cuando los progenitores están tan descontrolados con sus propias
adicciones que una niña debe quedarse en la casa, cocinar y limpiar, y no tiene tiempo para
estar con sus compañeros. Y aunque los padres no digan «No traigas a otros chicos», esa
niña se abstendrá de invitar amigos, por lo que pudiera pasar. Quizás el padre sea un
alcohólico, y la hija no sabe si lo encontrarán bebido sobre el sofá de la sala de estar. Si el
padre es un adicto al sexo, quizás intente acariciar a las amiguitas. Es posible que sea mamá
la que intente seducir a los amigos de la hija. O bien, el padre es un adicto a la ira, y los hijos
no están seguros de que no va a darles un golpe o una bofetada o a ridiculizarlos
verbalmente, lo que a veces hace delante de otras personas.

Alguna discapacidad inusual o una enfermedad física o mental pueden también


causar un problema. Por ejemplo, si mamá está en una silla de ruedas es posible que envíe
el mensaje indirecto (o directo) de «No me hagas pasar vergüenza trayendo a tus amigos a
casa», En una familia funcional, al niño se le ayuda a adaptarse a la discapacidad física de la
madre, y se le saber que a ella le gusta ver en la casa a sus amigos (si esto realmente es así).
Además se le explica que debe decirles a sus amigos acerca de la situación de su mamá.

Desatención y abandono

Entre todos los tipos de abuso, la desatención y el abandono quizá sean los que más
hay que tener en cuenta en nuestra cultura, sobre todo cuando se trata de codependientes
a los que les cuesta armar el rompecabezas de su propia historia.

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Yo contemplo la desatención y el abandono desde dos perspectivas. Una consiste en
descubrir hasta qué punto se satisficieron en la niñez las necesidades con dependencia del
paciente. Desde la otra perspectiva, se buscan las adicciones que podrían haber padecido
los cuidadores principales, y el rol de tales adicciones en la desatención y/o abandono del
paciente en la niñez.

Entre estas necesidades con dependencia se cuentan las de:

• Comida
• Ropa
• Casa
•Atención médica y odontológica
• Nutrición física
• Nutrición emocional (tiempo, atención y orientación)
• Orientación e información sexuales
• Orientación e información económica

Cuando cualquiera de estas necesidades con dependencia se desatiende o ignora, el


niño es objeto de un abuso. La nutrición emocional tiene una importancia especial para el
desarrollo que lleva a la madurez. Cuando los progenitores satisfacen las necesidades de
nutrición emocional, el niño aprende quién es de un modo positivo. Los padres funcionales
le hacen saber al hijo, de forma implícita y no verbal, que es alguien que tiene valía. La
nutrición emocional también le enseña al niño a hacer las cosas» a la manera de la familia,
El niño necesita orientación acerca de cómo se procesa la información y se afrontan las
tareas de la vida; esta información y este conocimiento son esenciales. En cuanto hemos
advertido que el daño emocional es la base del resto del estado codependiente, resulta fácil
ver también que la satisfacción de esta necesidad es absolutamente crucial para el niño.

La desatención significa que estas necesidades de nutrición emocional no fueron


suficientemente satisfechas, y que el niño fue avergonzado. Por ejemplo, si el padre no le
enseñó a ser hombre y a hacer las cosas que se supone que hacen los hombres en cuanto
al trabajo, el dinero, la ropa y las relaciones con otros hombres y con las mujeres, el hijo se
siente incapaz y se avergüenza por su ignorancia respecto de estas cuestiones. En la
mayoría de los casos de desatención se intentó hasta cierto punto proporcionar nutrición
emocional al niño, sólo que no se hizo en el grado suficiente.

En el abandono, estas necesidades de nutrición emocional no se satisficieron en absoluto.


Hay abandono cuando la criatura no tiene acceso a uno o a los dos progenitores. Quizás el

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padre, la madre o ambos estén físicamente distantes del hogar, o bien físicamente
presentes, pero alejados en términos emocionales.
Se abandona al niño cuando se lo ignora porque los progenitores están preocupados por
otras cosas o personas.

El abandono puede ser una consecuencia del divorcio. Uno de los progenitores se va de la
casa y quizá realice visitas periódicas y envíe dinero por correo para comida, ropa, vivienda
y atención médica, pero no está allí para nutrir físicamente o brindarle al niño tiempo,
atención y orientación.

A veces los progenitores se sienten abrumados por la tarea de cuidar a sus hijos,
sensación que puede ser consciente o inconsciente. Tal vez piensen que la solución sería
meterlos en un internado. Pero alejar al niño del hogar cuando aún es muy pequeño puede
ser «menos que nutricio, sea cual fuere la intención de los padres, porque de ese modo la
criatura no obtiene tiempo, atención y orientación de sus propios padres, salvo en breves
visitas al hogar.

El abandono puede deberse a una muerte debida a enfermedad o accidente. El niño


se enfrenta también a un profundo problema de abandono cuando uno de los progenitores
se suicida, amenaza con hacerlo o intenta suicidarse. Además, puede haber abandono del
hogar en sentido literal: los niños se levantan una mañana, y el padre o la madre ha
desaparecido. También es posible que haya abandonos reiterados, por parte de uno u otro
de los progenitores.

Una buena amiga mía que tiene varios hermanos me contó que la madre de ellos los
abandonaba periódicamente. Cuando cualquiera de los hijos manifestaba la necesidad de
atención y cuidado de la mujer, ella perdía el control y lo golpeaba, sobre todo con un
zapato de tacón alto. Y cuando las cosas no marchaban como ella le parecía que debían
hacerlo, hacía las maletas y se iba, y sólo volvía al cabo de dos o tres días. Los niños daban
solos mientras el padre estaba en el trabajo.

Las adicciones pueden llevar al abandono y la desatención

Los progenitores pueden abandonar o desatender al niño por problemas tales como la
dependencia de sustancias químicas (drogadicción o alcoholismo), la adicción al sexo, el

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juego compulsivo, la adicción a la religión, ciertos trastornos de la alimentación, el gasto
compulsivo, la adicción al trabajo y la adicción al amor.
La adicción al amor se basa en la necesidad de un interés positivo (denominado
«amor») de un «otro» significativo para poder sentirse bien y «equilibrado», El adicto al
amor está dispuesto a hacer cualquier cosa, por perjudicial o humillante que sea para él
mismo, con el objeto de lograr ese interés positivo, y experimenta un estado penoso,
desequilibrado, de «separación», cuando ese interés positivo no aparece en el horizonte.
Una persona puede ser adicta al amor de otro adulto, de un progenitor o de un hijo. Si uno
de los padres es adicto al amor de alguien, es posible que la atención obsesiva que
concentra en esa persona lo lleve a desatender y abandonar a sus hijos. Incluso cuando un
hijo es objeto de esta adicción, en razón de ella se pasan por alto las verdaderas necesidades
y deseos del niño.

La adicción al trabajo (estar «demasiado atareado» con proyectos laborales o


vinculados a la casa, algún hobby, reparaciones, etc, como para relacionarse con los otros)
es tan ofensiva y destructiva para el desarrollo del niño como cualquiera de otras
adicciones, pero resulta más difícil de tratar, porque nuestra cultura le brinda apoyo. No
obstante, si el padre o la madre es adicto al trabajo, las necesidades de nutrición emocional
de los niños quedan sin satisfacer.

Algunos trastornos de la alimentación pueden llevar a que un progenitor desatienda o


abandone a sus hijos. Cuando una madre bulímica está vomitando en el baño, los hijos no
tienen acceso a ella. o, si se purga haciendo ejercicio, quizá dedique todo su tiempo a
atender su cuerpo.

La obesidad suele provocar apatía, y por ello hace que el progenitor no juegue
físicamente con sus hijos. Además, el aspecto del progenitor obeso (lo mismo que
cualquiera otra anomalía física) puede avergonzar al niño. En estas situaciones, es necesario
que algún adulto aconseje al pequeño; no se debe esperar que él mismo las resuelva como
pueda.

Por otro lado, si la madre tiene un trastorno alimentario y se considera gorda aunque
en realidad no lo sea (la verdad es que «no sabe» cómo se ve su cuerpo), también es muy
posible que considere gordos a sus hijos y los fastidie imponiéndoles dietas y controlandoles
el peso, aunque sean normales. Algunas personas con trastornos alimentarios en la adultez
dicen que en su infancia se las consideraba gordas. Cuando se les piden fotos de aquella
época, muchas se sorprenden al verse, y dicen: «(Yo no era un chico gordo en absoluto! ¿De
qué hablaba mi mamá?

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La enfermedad física y mental de los progenitores

Aunque las enfermedades físicas y mentales no son adicciones, su efecto sobre la


familia puede ser el mismo. Si un progenitor tiene una enfermedad mental (ha perdido
contacto con la realidad) o una enfermedad física, ese padre es emocionalmente
inaccesible, tanto si se encuentra en el hogar como si no.

Tampoco en este caso importa cuál es la intención del progenitor. La mayoría de las
personas no quieren estar enfermas. Pero la enfermedad puede crear en la vida del niño
problemas idénticos a los provocados por otras formas de abuso, cuando el progenitor está
tan afectado que no se puede contar con él para el cuidado de los hijos

La codependencia parental

Como hemos visto en el capítulo 3, los progenitores codependientes pueden ser presa
de adicciones, enfermedades físicas o mentales, para evitar la realidad, porque no toleran
el dolor. Acabamos de ver los problemas de desatención y abandono que todo esto puede
provocar.

También la codependencia parental puede generar la desatención o el abandono de


los hijos, como vimos en el capítulo 7. El progenitor codependiente ha sido él mismo objeto
de abuso, y hasta que inicie su recuperación no sabe nutrir a los hijos de un modo que
realmente satisfaga las necesidades de éstos. Sigue su propia senda de conducta
disfuncional, y sólo atina a recoger estima externa «sirviendo y cuidando a los otros, a
menudo fuera de la familia, Esto puede llevarlo a dispersarse e impedirle la nutrición de sus
propios hijos, Se agota «tratando de cuidar a todos», Finalmente, el fatigado codependiente
quizá tenga un estallido de cólera y frustración, se repliegue hasta el agotamiento
emocional o mental, el aislamiento y la rabieta. Cualquiera de estas reacciones puede
terminar en desatención o abandono de los hijos.

El abuso intelectual

¿Cómo realizan la nutrición intelectual de sus hijos las familias funcionales? Creo que
hacen dos cosas importantes: respaldan el propio pensamiento del niño y le proporcionan
un método de resolución de problemas y una filosofía de vida.

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Respaldo para el pensamiento del niño

Hay abuso intelectual siempre que se ridiculiza o ataca el pensamiento del niño, no se
le permite pensar por sí mismo o no se lo apoya cuando, acerca de cualquier punto, tiene
ideas distintas de las de los padres. Esto suele ocurrir cuando un progenitor es tan rígido
que no deja cabida a las ideas del hijo.

Una familia funcional respalda el pensamiento del niño con el mensaje de que su
propia capacidad para pensar es sana y completa, aunque a la criatura le falte mucho por
aprender. Se permite que el niño indague el pensamiento y las ideas de los adultos, y sus
preguntas son tratadas con respeto. Esto no significa que los padres estén siempre de
acuerdo con lo que piensa el niño, o viceversa, Significa que cada individuo de la familia
puede pensar por su propia cuenta, y qué será alentado a hacerlo.

Cuando el niño piensa algo que se opone a una regla valorada por la familia, ésta no
lo discute atacando la valla intrínseca del pequeño. El niño recibe el mensaje claro de que
no es imperfecto porque su pensamiento sea limitado y sus conclusiones resulten a veces
incorrectas, debido a que le falta conocimiento. Se trata sólo de que sus ideas necesitan
algún refinamiento en ciertos puntos.

Yo permito que las ideas de mis hijos difieran de las mías, pero aún tienen que
obedecer mis reglas relacionadas con su salud y seguridad, y con el cuidado y
mantenimiento de la vida y el hogar. Recuerdo que un día yo debía ir a comprar comida
y nadie podía quedarse en casa con mi hijo de ocho años. Pero él no quería acompañarme;
quería quedarse viendo dibujos animados. Reconocí que estábamos difiriendo, y que esto
estaba bien, de modo que le dije: «Me dices que quieres quedarte a ver dibujos animados,
pero eres demasiado pequeño para estar solo, de modo que voy a llevarte al mercado
conmigo, lo quieras o no. Y lo llevé, pero sin atacarlo ni tratarlo como si fuera insoportable
por no pensar en ese momento lo mismo que yo.

Una filosofía de vida y un método para la resolución de problemas

También hay abuso intelectual cuando no se le enseña al niño que tener problemas
es normal, así como la manera de resolverlos. Recuerdo la conmoción que representó para
mí afrontar finalmente la realidad de que la vida estaba llena de problemas que yo no estaba
preparada para resolver y que no nunca terminaban. El mensaje que yo había recibido era:

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«Tú ya sabes resolver este problema (sea cual fuere), así que, ¿por qué habría de
molestarme en explicártelo? Si estás bien, no necesitas ayuda. Yo solía pensar que si
entraba en recuperación y comenzaba a ser funcional, dejaría de tener problemas. Pero en
cierto sentido mis problemas empeoraron, porque tomé más conciencia de ellos. En
algunos momentos pensaba: «Ojalá estuviera tan engañada como antes. No me daría
cuenta de lo terrible que es esto» Pero a veces la vida es realmente tan mala como
parece*(Digo esto irónicamente, porque para mí los beneficios de la recuperación exceden
en mucho a la «desventaja» de la nueva conciencia que tengo y de los poderosos
sentimientos que ahora salen a la superficie.)

Yo no aprendí a resolver problemas hasta que Pat, mi esposo, me enseñó a hacerlo.


Probablemente él trataba de poner a salvo su propia cordura, y fue una experiencia horrible
para los dos. Pero yo estaba tan contenta de que él supiera, que finalmente aprendí.

En nuestra cultura, no sólo se supone que los adultos conservamos la calma y estamos
«por encima de todo, sino también que las personas buenas, listas y triunfadoras no tienen
problemas en absoluto. Además de decirle al niño que tener problemas es normal, la familia
funcional le proporciona un sistema de resolución para encararlos y resolverlos.

En una familia disfuncional, los progenitores se entrometen en el proceso de toma de


decisiones del niño y deciden directamente por él, o se apartan por completo y dejan que
la criatura aplique las soluciones inmaduras e incompletas que ella misma puede encontrar.
Cuando a los niños no se les enseñan técnicas funcionales de resolución de problemas, o las
que se les enseñan Son antisociales o distorsionadas, se puede decir que son objeto
de un abuso intelectual. Si al niño se le enseña que el modo de resolver un problema
consiste en «imponerse» a los otros, a propósito de lo que fuere, aunque haya que mentir,
hacer trampas y robar, de hecho sé lo forma para que sea antisocial, y es probable que en
la adultez encuentre muchas dificultades.

Una de mis máximas filosóficas es: «Creo que la vida no siempre es justa«. De modo
que cuando mis hijos empiezan a quejarse de que «la vida no es justa», yo les digo: «sí,
ciertamente no lo es », Y hablamos de la injusticia de la vida en ese momento.

O bien se me acercan y, respecto de alguna situación personal o social en la que se


encuentran, me dicen: «Esto es horrible, no puedo soportarlo» Yo les contesto: «Sí, puedes
soportarlo. Después de todo, es sólo dolor, y tú puedes soportar tu propio dolor »

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Entonces me miran y admiten: «Bien, sí, eso es verdad. Y yo agrego: «Además de esto,
a veces las cosas realmente son tan malas como parecen. Este es uno de esos casos. Estoy
de acuerdo, es terrible. Y, ¿sabes qué? En ciertas oportunidades no hay ninguna solución
para un problema. Lo único que se puede hacer es dejar que pase cuidándose uno mismo
lo mejor que pueda. Hay algunas cosas que puedes hacer para cuidarte ». Y entonces les
puntualizo algunos cuidados que están a su alcance.

Considero que esto es enseñarles adecuadamente a mis hijos a aplicar mi propia


filosofía de vida. Quizá no todos estén de acuerdo con ella, pero, como madre, debo
ofrecerles a mis hijos lo mejor que he descubierto para mí misma. Y considero que los
progenitores tienen que dialogar con sus hijos, hablarles sobre la vida y sobre las
dificultades a que ellos se enfrentan.

No hablarle al niño de las dudas

También hay abuso intelectual cuando los padres no les dan a conocer a sus hijos las
dudas que ellos mismos tienen respecto de sus propias ideas y creencias. Cuando los padres
no comunican ni sus dudas ni sus creencias, el niño no tiene la menor idea de que los adultos
dudan o cuestionan sus propias creencias.

Piensan que todas las ideas de los adultos han sido exhaustivamente analizadas, y que ellos
no tienen ninguna duda acerca de lo que creen. Esto se convierte en abuso espiritual, que
es el del capítulo siguiente, cuando los padres no comunican sus dudas acerca de Dios y de
su fe. Cuando estos niños tengan dudas normales, experimentarán sentimientos de culpa o
tendrán la sensación de que están locos o carecen de valía.

A veces es muy tenue la línea divisoria entre la declaración fáctica de que se duda y el
hecho de volcar sobre el niño los miedos de los progenitores, lo cual no es funcional. Pero
lo que yo digo es que resulta intelectualmente abusivo que un padre se presente ante el
niño cono perfecto, como alguien que no tiene ninguna duda o incertidumbre y que lo sabe
todo.

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