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Qué es, en verdad, el lenguaje inclusivo (Carlos H.

Güttner)
Tenemos derecho a hablar bien el castellano, nuestro idioma nacional.

I. Introducción
La segunda parte del último Informe de la Real Academia Española sobre el uso del lenguaje
inclusivo versa sobre sexismo lingüístico, femeninos de profesión y masculino genérico, un
profundo análisis semántico, morfológico y gramatical de todas las hipótesis transgresoras con
impecables conclusiones académicas.
Este trabajo pasará revista al Informe como presupuesto insoslayable de las críticas que se
formularán a los dislates del pretendido lenguaje inclusivo que busca la destrucción del idioma
nacional.
Uno de los indicios de la servidumbre cultural que persigue una civilización dominante sobre el
resto es el ataque al idioma por medio de la imposición de barbarismos o la deformación del
vocabulario.
En el caso de los barbarismos en el español hay que distinguir, a su vez, la incorporación de los
anglicismos que provienen de las innovaciones científicas y tecnológicas donde el predominio
anglosajón es incuestionable y obliga a usar su vocabulario en aras de la generalización
comprensiva, no obstante la posibilidad de ser traducido.
Esta claudicación lingüística denota la sumisión hispanoamericana a un imperialismo cultural que
desintegra paulatinamente el idioma castellano y consolida el inglés como lengua universal de las
ciencias.
El fenómeno se hace más extendido en el campo de la moda, de la publicidad, de los deportes y de
la política, donde la vulgaridad acoge con mayor desenfado el uso de los anglicismos dada la
propensión a la cultura del facilismo y del ocio.
La Real Academia Española ha sido benévola con estos cambios y los acoge periódicamente como
innovaciones léxicas ineludibles. De tal complacencia se hizo costumbre la poda de vocablos y su
rica sinonimia, arrojándolos al desuetudo.
Se calcula que más de mil trescientas cincuenta palabras de gran estilo y significado han sido
eliminadas del diccionario oficial de la Real Academia Española y depositadas en un contenedor
lexicográfico al que muchos atribuyen valor de diccionario histórico.1
La XXIII edición del Diccionario de la Lengua Española contiene noventa y tres mil ciento once
palabras y ciento noventa y cinco mil cuatrocientas treinta y nueve acepciones, entre ellas más de
diecinueve mil son palabras y acepciones de americanismos.

1 Véase: SABOGAL, W. M. El diccionario más polifónico del español: así se hizo. Diario El País, 16/10/2014.
Madrid, 2014. Disponible en: https://elpais.com/cultura/2014/10/15/actualidad/1413390996_138377.html
Sin embargo, la defenestración de la riqueza lingüística del español y la sangría letal de su prolífico
vocabulario pasa, en estos tiempos, por la adopción del mal llamado lenguaje inclusivo, un producto
de la ideología del conflicto.
La agenda globalista despliega a través de los medios de comunicación y de las redes sociales una
denodada campaña de destrucción de unidades culturales financiada por filántropos
multimillonarios y sus fundaciones. El idioma español es uno de sus blancos predilectos. Se lo
señala como un idioma embuido de sexismo machista cuyas estructuras, reglas y variantes léxicas
invisibilizan a la mujer. En el colmo de las posturas extremas se lo tilda de misógino y homofóbico
prescindiendo de todo argumento racional, evidencia de la heterofobia y la misandria que embarga a
sus detractores.

II. El mito del sexismo en la lengua


Como bien ha dicho la Real Academia Española, cualquier variante de sexismo en la lengua no
obedece a su sustancia sino a prejuicios ideológicos o posturas reprobables de los hablantes.
No existe el sexismo de la lengua sino el sexismo del discurso, producto de la subjetividad de los
parlantes, por lo que las correcciones deberían focalizarse en la modificación de los valores y no en
la estructura gramatical del idioma que en sí misma es neutral.
Son muy elocuentes las razones que vierte la Real Academia Española para explicar el problema:
“Las lenguas naturales son en sí mismas mecanismos asépticos que ofrecen soporte tanto a
expresiones bellísimas como a comunicados horribles, lo mismo a enunciados verdaderos que a
mentiras nefandas, igual a insultos que a palabras tiernas y amorosas, a lo justo y a lo injusto.”2
El incisivo repaso del documento de la Real Academia Española sirve también para rebatir
precedentes añejos como el de Delia Suardíaz (El sexismo en la lengua española, 1973), invocado
con visos de autoridad intelectual por algunos partidarios del lenguaje inclusivo.

III. Los cuestionamientos de la ideología y las reglas lingüísticas


El reproche a la falta de términos femeninos para referirse a cargos, oficios, funciones y dignidades
que se nombran en masculino no repara en el hecho de que a lo largo de la historia éstos fueron
desempeñados exclusivamente por hombres.
No obstante, la lengua ha recepcionado la variable femenina a medida que la sociedad incorporó a
la mujer en esos roles y lo hizo cumpliendo las reglas gramaticales en la construcción de la oración,
por ejemplo abogado/abogada, doctor/doctora, notario/notaria, etc.
Otro punto que debe ser considerado en el abordaje del tema es la relación entre género y sexo, que
en el estudio de la lengua son dos cosas diferenciadas.
2 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, pág. 33. Madrid,
2020.
El género gramatical (masculino y femenino) no es equivalente al género semántico (varón y mujer,
oposición de contenido basada en el sexo de las personas).
Todos los sustantivos poseen un género gramatical (masculino o femenino), y según la relación
género gramatical-género semántico se establecen las clases de sustantivos.
Transcribimos un párrafo explicativo de la Real Academia Española en el Informe a fin de
comprender con términos esencialmente lingüísticos estas diferencias enunciadas:
“Los unisexo (o sustantivos ortónimos) designan con exclusividad seres de uno u otro sexo. Se
aplican casi exclusivamente a las personas. En ellos el rasgo ‘varón’ y el rasgo ‘mujer’ son
pertinentes, necesarios. Son femeninos y referidos a mujeres: musa, ninfa, monja, hada, amazona,
soprano, contralto, celestina, etc. Son masculinos y referidos a varón: cura, bonzo, imán, eunuco,
tenor, barítono, etc. Los términos unisexo inestables hacían referencia a profesiones ejercidas
tradicionalmente solo por hombres o solo por mujeres. Han constituido la fuente de formación de
oposiciones de desinencia variable: abogado/-a, decano/-a, rector/-a, juez/-a, árbitro/-a… y
también enfermero/-a, azafato/-a. Los sustantivos de desinencia común distinguen el sexo a través
de la diferencia de género que provocan en los determinantes y en los adjetivos: aquella estudiante,
nuestro organista. Cuando el final termina flexionando, se forman sustantivos de desinencia
variable. Entre los sustantivos que distinguen género y sexo existe una quinta clase, la de los
heterónimos. En ellos esta oposición se concreta en voces de raíz diferente: mujer/hombre,
vaca/toro, yegua/caballo… La formación de femeninos para diferenciar sexo. El sistema del
español y de las lenguas romances opone dos géneros, el masculino y el femenino. Cuando el sexo
se diferencia mediante el género, el masculino se corresponde con los rasgos ‘varón’ (en personas)
o ‘macho’ (en animales), y el femenino se relaciona con los valores de contenido ‘mujer’ o
‘hembra, según los casos. Existen dos formas de expresar las diferencias de género y sexo. En las
dos se consuma el proceso de distinción formal: 1) A través de la concordancia con determinantes
y adjetivos de género variable. Es la única forma de conocer el género de los sustantivos con
desinencia invariable: el oyente-la oyente, el pianista-la pianista. 2) Por medio de la concordancia
y por diferencias en el significante (oposición de desinencias o de raíz): profesor-profesora,
cliente-clienta, caballo-yegua. En el caso de las profesiones las dos formas se presentan
normalmente como estadios de un proceso evolutivo que se inicia en los sustantivos unisexo y que
se puede consumar o no: ‒Unisexo > Desinencia común > Desinencia diferenciada”.3
El género gramatical, entonces, es una propiedad inherente a los nombres que se proyecta a través
de la concordancia con los determinantes y con los adjetivos. En modo alguno se trata de una
propiedad exclusiva de los sustantivos que refieren al sexo de las personas.
Su finalidad no consiste en resaltar el sexo. Como se puede apreciar, el idioma español es riquísimo
3 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, págs. 40-46.
Madrid, 2020.
en variedad de sustantivos con género gramatical masculino y femenino, desvirtuando cualquier
connotación sexista.
Con respecto al género semántico, la diferencia formal de lo masculino y lo femenino surge para
oponer valores de contenido, específicamente la diferencia de sexo (varón y mujer).
Ahora bien, el género es -tanto en la lógica como en la semántica- un concepto que incluye en su
clase a otras nociones más concretas llamadas especies. Citando el ejemplo del Informe que nos
ocupa, el término cítrico indica el género de otras especies de frutas como naranjas, mandarinas,
limones, pomelos y limas.
Esta forma de organización del idioma contribuye a su economía, a su variedad estilística y a la
flexibilidad comunicativa.
Como organización de la estructura conceptual el término que determina el valor de género y de
especie ha sido normalmente el masculino, distinguiéndose el masculino genérico del masculino
específico, siendo el primero – a título de ejemplo- el término “niño”, mientras que la alusión
específica podría señalar a una “niña”.
La ideología se ha excedido tildando al idioma de machista, acentuando un juicio de valor que no
hace honor a la verdad y sustituye una supuesta postura extrema por otra de igual rigor, esto es
pasar de un patriarcado eminentemente machista a un matriarcado fanáticamente feminista,
instalando así la guerra de sexos. Eso ocurre cuando la ideología se confunde con la lingüística y
acaba vencida por el error del discurso sexista.
Este movimiento de carácter disgregante para la lengua surgió en Europa a mediados de la década
del ochenta del siglo XX, al publicarse un estudio de la Comisión de Terminología del Consejo de
Europa en el Comité para la Igualdad entre mujeres y hombres (1986).
El masculino genérico de nuestra estructura gramatical y el femenino de las profesiones que se
incorporan gradualmente a la lengua no tienen nada que ver con posturas tildadas de machismo
simbólico, ni con el predominio del patriarcado o una visión androcéntrica de la vida.
La problematización estriba únicamente en la ideología y, como expresa el Informe de la Real
Academia, “la campaña se ha planteado en el territorio de los sentimientos y de las actitudes, y ha
acudido incluso a la presión política y social. La tesis de que el masculino genérico oculta a la
mujer se ha mantenido como un dogma acompañado de los consiguientes anatemas. Se han
diseñado recursos lingüísticos ad hoc para borrarlo del uso. La tesis ha cabalgado en campañas
publicitarias proactivas y ha terminado anidando como un lugar común en el subconsciente de
muchas mujeres y muchos varones: ´la lengua nos oculta´. Es necesario (…) establecer un debate
crítico y objetivo, alejado de toda hipérbole y de todo apasionamiento, un debate que busque la
eliminación de sexismos y la promoción de la mujer; pero que evite los errores en las teorías y en
las propuestas...”4 Este estudio profundo de carácter filológico, con riguroso criterio científico,
desmiente rotundamente la aseveración de que el masculino genérico es una imposición patriarcal y
sexista.
La lexicografía castellana se agrupa en campos semánticos que son conjuntos de palabras con un
valor común: Cánido: (perro, lobo, chacal, coyote); Équido: (burro, caballo, cebra, asno); Felino:
(gato, puma, lince, ocelote, pantera, leopardo); Edades del hombre: (bebé, niño, adolescente,
joven, adulto, anciano); Profesionales de la justicia: (abogado, juez, fiscal, magistrado);
Artesanos: (albañil, fontanero, carpintero, herrero); Gentilicios americanos: (argentino,
paraguayo, uruguayo, brasileño, boliviano, etc.); Gentilicios argentinos: (correntino, porteño,
santafesino, entrerriano, chubutense, neuquino, salteño, riojano, etc.).
En ningún caso los sustantivos de estos conjuntos tienen como fin el señalamiento del sexo. Su
existencia precede al antagonismo diferencial entre macho y hembra. Se trata de epicenos, que son
sustantivos animados que designan por igual a individuos de ambos sexos, independientemente de
su género gramatical.
Así, por ejemplo, epicenos como “gato” y “tigre” se convierten en genéricos cuando resaltan lo
específico: “gata”, “tigresa”. Estos específicos datan de la etapa indoeuropea de la formación
lingüística, y en el transcurso de la evolución de la comunicación surgió la necesidad de aludir al
sexo en forma particular, creándose la desinencia para el femenino. La diferencia de géneros toma
como base al epiceno y también existen en nuestro idioma epicenos femeninos: persona, víctima,
pareja, gamuza, llama, vicuña, pantera, tortuga, anaconda, víbora, palometa, raya, paloma, jirafa,
vaca, etc.
Se ha cuestionado por qué no hay genéricos femeninos y la respuesta de los lingüistas es que se
debe a cuestiones de naturaleza formal: los epicenos femeninos experimentan una resistencia a
constituir masculinos como los sustantivos de desinencia común que terminan en “-ista” y a los
invariables que terminan en “-a”. Veamos los casos:
– Sustantivos en -ista. Afecta a gran número de voces, con excepción de modisto, que
mantiene como desinencia común en cuanto al género. Ellas son: ―Antiguas: alquimista,
artista, exorcista, maderista, jurista, novelista; ―Deportes: deportista, futbolista,
ajedrecista, alpinista, ciclista, baloncestista, golfista, fondista, velocista, surfista; ―Música:
guitarrista, pianista, violinista, clarinetista, saxofonista, trompetista; ―Profesiones
modernas: anestesista, electricista, economista, comentarista, columnista, caricaturista,
dentista, callista, ascensorista, antenista, dietista, esteticista, humorista, oculista, estilista,
guionista, paracaidista, socorrista.
– Sustantivos en -a. Aunque presentan fuerte tendencia a mantenerse invariables,
4 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, pág. 48. Madrid,
2020.
excepcionalmente se crearon algunos masculinos. Es el caso de azafato, comadrón,
polígloto o estratego.5
El masculino ostenta un valor genérico que neutraliza la diferencia entre sexos (“los derechos de los
ciudadanos” en vez de “los derechos de los ciudadanos y de las ciudadanas”), algo que no
entienden los fundamentalistas, que consideran un agravio a la mujer usarlos en el discurso. De
nuevo la Real Academia es contundente al manifestar que esta tesis carece de fundamentos,
resaltando que el masculino genérico es anterior al masculino específico y su génesis no se halla
relacionada con el androcentrismo lingüístico.6
La polisemia de los vocablos, considerando el masculino genérico, exhibe dos significados: el
genérico (por ejemplo “alumno”) para ambos sexos, y el específico (“alumno”) para nombrar al
varón. En el primer caso es inclusivo de varones y mujeres, en el segundo se circunscribe
únicamente al varón, y para la variante específica femenina se usa esa forma (“alumna”).
Asombra que el masculino genérico, a la luz de la ideología y lejos de la lingüística, sea revestido
de connotaciones negativas. La generalización basada en subjetividades nada tiene que ver con el
significado denotativo de las palabras y no pertenecen al sistema de la lengua. No hay fundamentos
objetivos para argüir que el valor gramatical de estas reglas son patriarcales o machistas.
La tibieza argumental de las posturas intermedias que propician el uso de alternativas al masculino
genérico quebranta ciertos postulados discursivos pragmáticos del sistema lingüístico como la
equivalencia, la adecuación, la conveniencia, la estética y el principio de economía.
El Informe de la Real Academia profundiza en cada propuesta para eliminar el masculino genérico,
haciendo un supremo esfuerzo de objetividad sobre el disparate totalitario, encontrando severos
problemas de adecuación, eficiacia y rendimiento en su aplicación.
Hemos visto en acápites anteriores cómo la lengua incorporó la variante femenina en los cargos,
actividades y profesiones a medida que la mujer se ingresó a la vida pública para ejercerlos,
desvirtuando así el falso concepto de androcentrismo.
Con relación a los desdoblamientos o duplicidades de género, hay que decir que consisten en unir
mediante nexos coordinantes sustantivos de personas que corresponden a géneros opuestos, por
ejemplo “los diputados y las diputadas”, “los argentinos y las argentinas”, etc. La suma de estos
términos es equivalente a la forma léxica del masculino genérico inclusivo.
Utilizar los desdoblamientos en reemplazo del masculino genérico acarrea la desventaja de efectuar
en la misma oración el desdoblamiento de determinantes, pronombres y adjetivos: “Los diputados y
las diputadas serán elegidos y elegidas por el voto directo”.

5 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, págs. 41-42.
Madrid, 2020.
6 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, pág. 50. Madrid,
2020.
Además de vulnerar el principio de economía en la oración, el disparate se acentúa con el defecto
sustancial de la irregularidad e incongruencia cuando se usa esta forma, ya que solo se apela al
desdoblamiento al inicio de la alocución, dejándola de lado por razones de economía práctica en el
resto del discurso.
La duplicidad no se puede sostener en todo el discurso porque satura y extravía al oyente, haciendo
que el hablante caiga en la incongruencia. Esta consecuencia práctica obedece a la aplicación de una
fórmula defectuosa inspirada en el capricho de la ideología y no en reglas lingüísticas con siglos de
estabilidad.
La repetición de estas formas imperfectas tiende a la monotonía, la desatención y la falta de claridad
comunicativa, arruinando la estética del lenguaje y convirtiendo una mentira repetida en creencia.
Además, el desdoblamiento por sexos no implica visibilizar a la mujer sino romper con la igualdad
y la inclusión, acentuando la diferencia a través de la separación y quebrantando el sentido de
equidad de las expresiones definidas de persona.
Los desdoblamientos tienen otra desventaja: saturan la estética del discurso con paráfrasis y
repeticiones innecesarias a cada momento (“los diputados y las diputadas”, “los ciudadanos y las
ciudadanas”, “los trabajadores y las trabajadoras”, “los médicos y las médicas”, “los científicos
y las científicas”, etc.), y van en desmedro de una comunicación inteligible.
La alternativa de generalizar la duplicidad de género, si la adoptáramos como válida, debería
producirse igualmente sobre los adjetivos que siguen a los sustantivos en la oración: “los médicos
jóvenes y las médicas jóvenes del sistema de salud”, “los ciudadanos activos y las ciudadanas
activas se diferencian de los ciudadanos pasivos y de las ciudadanas pasivas”, lo cual decantaría en
un tedioso discurso.
Solo para hacer referencia a lo específico en un contexto de la oración se admite la duplicidad: “los
hermanos jugaban al fútbol y las hermanas cantaban”; “la deserción escolar asciende al treinta
por ciento entre los alumnos y veinte por ciento entre las alumnas”.
Así ha sido desde la Edad Media y para adverar basta leer pasajes del poema Mío Cid: “Exienlo ver
mugieres e varones, burgeses e burgesas por las finiestras son” (v.16b-17).
En más de un milenio de registros escritos el castellano ha sido inclusivo y no androcéntrico como
postula la ideología transgresora.
Sin apartarnos de la erudición lingüística del Informe de la Real Academia está claro que el empleo
del masculino genérico obedece a una necesidad conceptual 7 que contribuye con un gran servicio a
la organización semántica de los contenidos. Eliminarlo entrañaría un acto de negación totalitaria y
diluyente que pondría en peligro la integridad del idioma y la lógica del género como concepto.
Son sobrados y suficientes los argumentos académicos para rebatir la teorización grotesca del
7 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, pág. 56. Madrid,
2020.
lenguaje inclusivo, especialmente en este punto del desdoblamiento.
El precepto de economía que atañe al funcionamiento del idioma se complementa con los de
fonología y de pragmática en todo el proceso de evolución y consolidación de las reglas.
La duplicidad en la oración vulnera la unidad estilística y la lógica comunicacional, un abuso al
margen de las excepciones establecidas.
La extravagancia disruptiva ha calado profundo en el lenguaje administrativo y judicial a través de
las guías implementadas por algunos estamentos del Estado 8, atentando contra los principios de
economía, sencillez y eficacia, y también contra el requisito indispensable de uso del idioma
nacional.9 Como consecuencia de esta prácticas defectuosas los documentos jurídicos y
administrativos terminan siendo un fárrago, perjudicando la inteligibilidad de las sentencias y la
defensa de intereses de los ciudadanos.
El riesgo de ocasionar un perjuicio real a la mujer con la adopción de estos manuales se desprende
de un ejemplo concreto destacado en el Informe de la Real Academia: la confusión derivada del uso
inconstante de las duplicidades a lo largo del discurso, que siempre resulta discontinuo e
incongruente como se vió en párrafos anteriores.
Pero también subsiste el riesgo de falta de equivalencia cuando al usar la preposición “entre”, la
interpretación del desdoblamiento pierde el sentido de identidad. No es lo mismo decir “las
diferencias entre los hermanos en el reparto de las ganancias del negocio” que “las diferencias
entre los hermanos y las hermanas en el reparto de las ganancias del negocio”. Plasmar esto en un
negocio jurídico o en una reseña periodística no reflejaría la situación real e induciría a confusión.
Otro gran problema derivado de los desdoblamientos se presenta con los pronombres personales, ya
que no siempre guardan secuencias equivalentes. Veamos el ejemplo de la oración siguiente:
“nosotros la hemos notificado” no es equivalente a “nosotros y nosotras la hemos notificado”.
Únicamente hay equivalencia en una de las doce posibilidades de interpretación que ofrecen los
pronombres en la conjugación del verbo.10
En la obsesiva pretensión de abrogar la regla del masculino genérico se pretende utilizar colectivos
de la misma raíz o epicenos de persona, reemplazando a aquellos por un sustantivo colectivo o
abstracto similar en contenido. Y así surgen propuestas como la de reemplazar “los niños” por “la
infancia”, “los jóvenes” por “la juventud”, “los hombres” por “las personas”, etc.
Pero lo cierto es que nuevamente estas extravagancias muestran severas limitaciones ya que en

8 Existen guías y manuales de uso obligado en la redacción de decretos, resoluciones, disposiciones y circulares en
diversos organismos de la administración pública argentina como el PAMI, el BCRA, TELAM, el Ministerio de
Cultura de la Nación y la provincia de Buenos Aires, todos ellos gobernados por expresiones políticas de izquierda
autodenominadas progresistas.
9 Véase: Dcto. N° 894/2017 Reglamento de Procedimientos Administrativos, Considerandos y arts. 4, 15 inc. b), 16
inc. c) y cc.
10 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, págs. 58-59.
Madrid, 2020.
ciertos casos no hay sinonimia entre el masculino genérico de la regla y el colectivo propuesto.
Decir “los niños” no tiene el mismo significado que “la infancia”, ni decir “los tutores” es igual a
“la tutoría”, ni decir “el gobernador” equivale a “la gobernación”.
Del mismo modo, no hay equivalencias en muchos casos ya que no se pueden sustituir oraciones
como “regresaron tres niños” por “regresaron tres infancias”, o “volverán cinco alumnos” por
“volverán cinco alumnados”, o “hay varios tutores en la sala” por “hay varias tutorías en la
sala”.
Peor desatino implica la idea de suprimir el artículo masculino en todos los casos que resulte
factible. Así, en vez de decir “va dirigido a los estudiantes universitarios” se debería decir “va
dirigido a estudiantes universitarios”. La forma correcta con el artículo no deja dudas de su
extensión comprensiva a todos los alumnos, varones y mujeres. En la siguiente forma surge el
interrogante de duda con respecto al alcance: ¿a todos los estudiantes, varones y mujeres?
Algo parecido ocurre con el reemplazo de combinaciones masculinas de artículos (el que, los que,
el cual, los cuales) por los relativos o expresiones que no especifiquen el género (quien, quienes,
persona(s) que). Ninguna de ellas asume que el masculino genérico es inclusivo y que eliminar
secuencias como “el que” o “los que” solo contribuye al empobrecimiento de las variedades
estilísticas de un idioma tan rico y vasto como el castellano.
Peor aún, en el caso de los relativos que hacen referencia a seres humanos podría producirse el
efecto contrario, eliminando la posiblidad de visibilizar a la mujer, como en el caso de usar “quien”
cuando se refiere a “la que”, sea en su forma singular como plural.
No sirve el argumento de eliminar únicamente la forma masculina para dejar en pie la femenina por
que tal cosa desvirtuaría el principio de la igualdad.
Este mismo contrasentido pesa sobre la idea de suprimir el sujeto masculino o reemplazarlo por una
construcción impersonal, circunstancia que traería aparejada la indeterminación o la ambigüedad,
invisibilizando y confundiendo.
Por ejemplo, evitar decir “los alumnos comprarán sus boletos por ventanilla” diciendo “los
boletos serán comprados por ventanilla”.
Esta forma se propone únicamente para cuando se trate de varones, toda vez que si son mujeres no
sería recomendable la sustitución. Lejos de reivindicar a la mujer, lo que se resulta de la proposición
va en menoscabo del varón, una verdadera discriminación basada en prejuicios fundamentalistas de
la ideología de género.
Como se puede apreciar, las inconsistencias de estas proposiciones derivadas de la ideología no
resisten el escrutinio científico de la lengua.
Hay guías de lenguaje no sexista, diseñadas en usinas extranjeras de raigambre anglosajona, que
promueven la desaparición de los pronombres masculinos del idioma castellano, un verdadero acto
de terrorismo cultural que, amén de empobrecer nuestra lengua nacional, despierta reacciones en
sentido contrario, exigiendo la eliminación de los pronombres femeninos en nombre de la igualdad
y la no discriminación.
El problema del sexismo no se resuelve trastocando las reglas lingüísticas con argumentos teñidos
de falacia respecto del idioma nacional.
Como bien consignan los especialistas que redactaron el Informe de la Real Academia, existen
numerosas lenguas indígenas americanas y africanas en las que el término genérico es el femenino y
la condición social de la mujer está reducida a la esclavitud.
El uso del masculino genérico no es raíz, ni causa ni consecuencia de la discriminación o
invisibilización de la mujer.
Tampoco debe negarse el carácter inclusivo de la mujer que siempre ha tenido el masculino
genérico en el idioma castellano, tal como lo vimos en algunos ejemplos del profuso corpus
lexicográfico.
Es digna de reiterarse la conclusión vertida en uno de los párrafos del Informe de la Real Academia:
“Vetar su uso {del masculino genérico} es criminalizar una estructura gramatical inocua que ha
representado todo un hallazgo de las lenguas romances y que ha venido funcionando como
expresión aséptica durante siglos en su aplicación a personas y a animales (…) Aconsejar los
desdoblamientos de forma oportuna y atinada, así como el uso de genéricos, epicenos y colectivos,
constituye una justa referencia a la presencia de la mujer. Pero eliminar por decreto el masculino
genérico e imponer su sustitución obligatoria por dobletes es una empresa de ‘despotismo cultural’ (en
su sentido dieciochesco) y seguramente abocada a la frustración”.11

IV. El lenguaje inclusivo es ideología aplicada a la destrucción del idioma


Tras examinar la opinión de los lingüistas de la Real Academia Española corresponde establecer un
criterio congruente con la naturaleza política del fenómeno distorsivo conocido como lenguaje
inclusivo.
Entendemos por lenguaje a un sistema organizado de signos orales, escritos o gestuales que a través
de su significado y relación permiten la comunicación entre los seres humanos.
A su vez, un sistema nos remite a un conjunto de reglas o principios sobre una materia,
racionalmente entrelazados entre sí, con cierta lógica.12
Ninguno de estos presupuestos se verifica en lo que se denomina lenguaje inclusivo y,
profundizando en el Informe de la Real Academia Española, se puede constatar que no pasa de una
mera transgresión a las reglas del sistema lingüístico castellano para deformarlo.

11 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, pág. 5. Madrid,
2020.
12 Conf. Definiciones del Diccionario de la Lengua Española (DRAE), 22a. Edición. Madrid, 2001.
Al carecer de organicidad, sistematicidad, lógica y racionalidad, está claro que no se trata de un
lenguaje.
Su único propósito estriba en alterar las reglas con excusas ideológicas para destruir un idioma
consolidado de casi un milenio de vigencia y hablado por quinientas ochenta millones de personas
en tres continentes, algo así como el 7,6% de la población mundial.13
Las palabras expresan ideas y ordenan el pensamiento. La estabilidad de las palabras en el idioma
permite la comunicación y el entendimiento, sin confusiones ni conflictos.
Las palabras que se respetan en el tiempo no dan lugar a dudas sobre su significado, de tal manera
que al ser habladas organizan y favorecen el quehacer humano.
Cuando se alteran las palabras para destruir el idioma bajo cualquier pretexto, se consuma un ataque
a la libertad de los hablantes, una ruptura de la estabilidad en la expresión de las ideas, se afecta la
comprensión común y se impone la confusión por el conflicto.
Así, se establece la esclavitud del hombre, reedición cutre del relato bíblico de la torre de Babel,
esta vez al calor de una obstinada ideología de disgregación.
Lo que erróneamente se denomina lenguaje inclusivo no incluye a nadie, por el contrario, nos
excluye de la pertenencia común a un ámbito cultural donde el idioma nos hace idénticos, iguales,
próximos y solidarios.
Se nos pone en franca oposición a varones y mujeres quebrantando el sacrosanto principio de la
equidad en la semejanza, que conduce a la comunión respetuosa en la fraternidad y el amor.
Esta tendencia transgresora es excluyente al acentuar las diferencias por sexo y destruir la unidad
expresiva del idioma castellano.
Lo que antes estaba junto en un solo término, en pie de igualdad, ahora se separa y se confronta.
Sus promotores hablan de igualdad pero se obstinan en dividir por sexo, y poner en oposición, en
desigualdad y en conflicto al varón y a la mujer desde la forma de hablar.
Así, se piensa mal y se escribe peor, se habla defectuosamente, se complica la comprensión y se
impide la comunicación. Es el síndrome de Babel, un caso grave de salud mental producido por la
ideología.
Cuando se habla mal, se piensa mal. El orden de las ideas y la claridad de las palabras confieren
racionalidad y equilibrio a la comunicación. Sólo así se construyen las civilizaciones que perduran y
se realizan.

13 Véase: Instituto Cervantes. El español en el mundo. Madrid, 2019. Disponible en:


https://www.cervantes.es/sobre_instituto_cervantes/prensa/2019/noticias/
presentacion_anuario_madrid.htm#:~:text=Un%20total%20de%20580%20millones,mundo%20por%20n
%C3%BAmero%20de%20hablantes.
La perdurabilidad del idioma habla tanto de la trascendencia cultural a través de los valores como
de la identidad. Es válido y fuerte aquello que perdura en el tiempo más allá de la tiranía de lo
efímero.
Resulta evidente, a la luz de todo lo investigado, que este fenómeno distorsivo de nuestro idioma ni
es lenguaje ni es inclusivo.
Se trata de una herramienta ideológica para la destrucción del castellano a partir de la distorsión del
vocabulario. Se busca así acabar con el buen decir de las cosas, corromper el sano arte de pensar en
orden y aniquilar la identidad común de los pueblos hispanoamericanos.
Esta deformación del habla no es otra cosa que un vulgar barbarismo y está definido así:
incorrección en el uso del lenguaje que consiste en pronunciar o escribir mal las palabras o en
utilizar palabras equivocadas o inexistentes en la lengua.
Tal barbarismo se impone como destrucción del idioma castellano a partir de la ideología
diseminada en generaciones incultas que se definen como progresistas y que en su afán disgregante
reeditan aquellos malos hábitos de los que el filósofo estoico Epicteto prevenía a sus discípulos:
“Pero si se acostumbra a escribir sin normas gramaticales, por fuerza se corromperá y se echará a
perder ese arte. Así, al respetuoso le dan valor las obras respetuosas y le echan a perder las
desvergonzadas; y al digno de confianza las acciones leales; y las contrarias le echan a perder (…)
Por eso exhortan los filósofos a no contentarse sólo con aprender, sino a añadir además el interés y
luego la práctica. Porque nos habíamos acostumbrado durante mucho tiempo a hacer lo contrario
y tenemos en uso las suposiciones contrarias a las correctas. Por tanto, si no ponemos en práctica
la correctas, no seremos más que intérpretes de doctrinas ajenas.”14
El colofón del párrafo exime de mayores comentarios respecto de las doctrinas ajenas, que no son
otras que las del viejo imperio británico que tanta aversión le tiene al legado hispánico en estas
latitudes.
La devastación del castellano conduce a un estado de servidumbre. A tal comisión presta su
esfuerzo infatigable el marxismo cultural que a cándidos e ignaros seduce con la deconstrucción de
la cultura, ensañándose especialmente con el idioma.
Y como de hablar bien se trata, no olvidemos que deconstrucción es el neologismo usado para
encubrir el acto de destrucción en todos los órdenes. Deconstruir es desarmar, destruir.
La ingeniería social de destrucción de unidades culturales en pos de una aldea global abierta no es
una teoría conspirativa y está financiada por filántropos que amasaron fortunas en el sector
financiero como George Soros y su fundación Open Society.
La agenda específica de demolición que lleva adelante Soros contempla iniciativas como eugenesia,
hedonismo, migración descontrolada, feminismo hostil, aborto, ideología de género, avance LGTBI,

14 EPICTETO. Disertaciones, págs. 168-69. Biblioteca Clásica. Editorial Gredos. Madrid, 1982.
sodomización, sincretismo religioso pagano, secesionismo indigenista, control demográfico de
exterminio y lenguaje inclusivo, destinadas a producir graves desórdenes sociales por izquierda
para crear la estructura de un Nuevo Orden Mundial sin fe religiosa, sin naciones ni culturas
nacionales.
Soros se vale para ello de las ideologías de derecha y de izquierda con gran pragmatismo y sentido
de la oportunidad. Ha elegido a España y a las naciones hispanoamericanas para demoler su cultura
desde el progresismo, en una maniobra de pinzas que tiene en el otro extremo al gran beneficiario
del proceso: el neoliberalismo anglosajón.
En su lucha milenaria contra el poder hispánico los anglosajones no solo desmembraron
territorialmente a España e Hispanoamérica sino que le arrebataron la supremacía espiritual,
suprimieron la independencia económica e infligieron una tremenda derrota cultural a sus pueblos.
La servidumbre empezó con los anglicismos y tiene continuidad con la imposición del mal llamado
lenguaje inclusivo, una maniobra de minorías reaccionarias disfrazadas de filólogas que se obstinan
en cambiar la forma de hablar de los ciudadanos.
El progresismo es el vehículo impulsor de esta devastación cultural, recibe subvenciones de
magnates y corporaciones internacionales para gestionar la agenda. Esta guerra de sojuzgamiento
que difunden las usinas intelectuales y los medios de comunicación ha permeado en el pensamiento
de muchos políticos y académicos de España e Hispanoamérica, que consienten que el plan se
ejecute sin reparos.
El idioma es un símbolo de la identidad y de la unidad cultural de un pueblo. Cuando se propone su
deconstrucción deformando sus vocablos los hablantes se retrotraen violentamente a la era de las
cavernas, a la guturalidad expresiva que da lugar al garrote y a la segregación, a la inestabilidad
confusa del instinto brutal y al sinuoso camino de Babel que los deposita, otra vez, en Sodoma y
Gomorra.
Acometer un estudio crítico de lo que erróneamente se denomina lenguaje inclusivo a partir de
evidencia científica aportada por los lingüistas de la Real Academia Española inspiró la realización
de este trabajo.
La modesta pretensión de aportar argumentos sólidos para debatir y comprender las reglas casi
milenarias de nuestro idioma puede colisionar con la obstinación de los transgresores, que jamás
entrarán en razones dada su escasa vocación a la lectura profunda y su desapego a la verdad,
obnubilados como están por la ceguera del fanatismo ideológico y la sed de destrucción de la
cultura.
Pero el idioma no es una cuestión de género sino un símbolo de unidad cultural de un pueblo.
Un simple ejercicio de reflexión práctica revela que no hay preponderancia excluyente de lo
masculino en el vocabulario castellano, que todo se trata de un mito ideológico cuya repetición
deliberada se impone como verdad. Si fuera cierto el argumento androcéntrico, el hombre se vería
contrariado al mencionar las partes de su cuerpo que se expresan en femenino: "la mano", "la
mandíbula”, “las mejillas”, “la cabeza", "la pierna", "la cara", "la espalda", "las retinas”, “las
pupilas", "la lengua", "la mirada", "la rodilla", "las nalgas", “las uñas”, “las orejas”, “las
pestañas”, etc.
Hay mil ejemplos así que desmienten la aseveración de que el idioma es machista. Si el machismo
fuera la condición articuladora de la gramática, entonces para aludir a un hombre que ejerce el cargo
de “presidente” hubiérase impuesto el vocablo “presidento”, para referirse a un “padre” de familia
“padro”; y al propio hombre “hombro”.
En el castellano hay muchas formas femeninas genéricas para mencionar los sustantivos en ambos
sexos, demostración sobrada de que el idioma no es machista. Pero para eso hay que estudiarlo,
conocerlo, usar el diccionario, aprender a amar lo propio y hablar correctamente.
A lo largo de estas páginas se vertieron sobrados argumentos que otorgan razones de peso a la
crítica del mal llamado lenguaje inclusivo.
El problema ya no serán los argumentos en el debate sino que éstos no les gustarán a los
transgresores y despertarán su cerrada animadversión.
Superado el nivel de argumentación lingüística y continuando con la explicación política del
fenómeno, cabe preguntarse con qué derecho una minoría reaccionaria que no es filóloga, ni
antropóloga, ni tiene afinidad alguna con las letras pretende destruir las reglas del idioma nacional.
La respuesta no es otra que el servicio a la guerra cultural de dominación descrita en párrafos que
anteceden. No es casual la proliferación de anglicismos o neologismos, el último de ellos es el
vocablo "sanitizar" que no existe como palabra en el rico idioma castellano sino que es una
adaptación del vocabulario inglés.
En esta guerra cultural contra el idioma se ha deslizado la hipótesis del latín como ejemplo de una
lengua universal que deja de ser hablada en determinado momento histórico, equiparándose al
lenguaje inclusivo en el desplazamiento del castellano. Este grosero error de apreciación, producto
de la estulticia, confunde el desuetudo del latín con la deformación del castellano.
Se ignora que si bien el latín cayó en desuso, no se destruyó su vocabulario. Nadie cambió sus
reglas ortográficas, sintácticas, morfológicas y semánticas, simplemente dejó de hablarse.
Es verdad que una lengua experimenta cambios en el transcurso del tiempo, pero con reglas
sistémicas, no con disparates que la deforman.
Nadie puede aseverar que el castellano no es inclusivo cuando tiene casi un milenio de vigencia. En
el transcurso de nueve siglos varones y mujeres lo hablaron libremente, y siguen haciéndolo, en tres
continentes distintos. No sería inclusivo si estuviera vedado a un grupo particular por alguna razón.
La obsesión inclusiva es una gran contradicción de los transgresores, ellos separan lo que está
incluido (varones y mujeres) para confrontar por sexo y excluir al género masculino. Con mayor
precisión debería llamarse lenguaje excluyente y no inclusivo.
De manera que no estamos ante un proceso de transformación de la lengua sino de deformación por
parte de minorías reaccionarias que se arrogan potestades dictatoriales para imponer su credo.
No se trata de una cuestión de filología sino de ideología.

V. La amenaza a las lenguas nativas


A diferencia de las lenguas nativas de América, el lenguaje inclusivo no es un idioma, es una
deformación deliberada del idioma que hoy ataca al castellano y mañana hará lo mismo con las
estas lenguas, especialmente las aborígenes que tanto España como los países hispanoamericanos se
han empeñado en preservar con celosía.
Hace pocos meses en la provincia de Buenos Aires, uno de los peores distritos en materia de
degradación de la educación pública en las últimas décadas, comenzó a circular la idea de suprimir
la enseñanza gramatical del idioma castellano de las currículas y reemplazarlo por idiomas
aborígenes. Su propósito consiste en abrir una grieta más para polemizar y avanzar con la agenda
del lenguaje inclusivo.
Esta cuidadosa maniobra también representa un riesgo cierto del que pocos se percatan: extender el
lenguaje inclusivo a las lenguas aborígenes y producir la balcanización cultural.
En Corrientes, por ejemplo, el idioma guaraní se enseña a nivel terciario y universitario sin la lógica
confrontativa con el castellano. Es un rasgo más de la cultura hispano-guaraní y a nadie se le ocurre
plantear antinomias lingüísticas como pretenden los sectores contestatarios que promueven la
transgresión inclusiva.
La enseñanza del guaraní es posible a partir de una obra de 1639 del jesuita Antonio Ruíz de
Montoya, que elaboró su gramática y registró su vocabulario para la posteridad.
Sus cuatro obras son el “Tesoro de la Lengua Guaraní”, el “Arte de la Lengua Guaraní”, el
“Vocabulario del Idioma Guaraní” y el “Catecismo de la Lengua Guaraní”.
España rescató y cuidó a todas las lenguas aborígenes durante su acción civilizadora. De hecho,
envió a sus mejores gramáticos y diccionaristas con el propósito de estudiar esas lenguas. Gracias a
esa determinación se escribieron tratados, traducciones y diccionarios que están celosamente
guardados en el Archivo de Indias.
Uno de ellos fue el jesuita Diego González Holguín, que en 1607 publicó en Lima (Perú) su obra
“Gramática y arte nueva de la lengua general de todo el Perú, llamada lengua Quichua, o lengua
del Inca”.
Desde luego, las obras se hicieron en una imprenta. Porque claro está, y hay que repetirlo a fuer de
ser honestos, mientras Europa tenía a casi toda su población sumida en el analfabetismo, España
traía imprentas a América, abría Universidades y Colegios al mismo tiempo que templos, algo que
otras potencias no hacían en favor de los naturales.
La obra de González Holguín fue uno de los primeros registros de una lengua que no tenía sistema
escrito antes de la conquista.
Ludovico Bertonio, otro jesuita, hizo lo mismo con la lengua aymara, cuya gramática escribió hacia
1595 y consiguió publicarla en 1603.
La lexicografía aborigen del Archivo de Indias contiene estudios avanzados de más de treinta y
cinco lenguas pertenecientes a grupos étnicos que no escribían pero conservaron su lenguaje gracias
a la escritura española.
Estos documentos son una invaluable fuente del conocimiento de las culturas precolombinas y
forman parte del Registro de la Memoria del Mundo de la UNESCO, atesorados en el Archivo de
Indias, en Sevilla (España).15
A diferencia de los otros reinos europeos que conquistaron América y no cuidaron el acervo cultural
de los naturales, los españoles sí lo hicieron. Por eso Hispanoamérica tiene rostro indígena, tiene
mestizaje y sigue hablando sus lenguas originarias junto con el español.
El Diccionario de la Real Academia Española incorporó muchas palabras del guaraní (chipá, tereré,
ñandutí, mburucuyá, yaguareté, pororó, etc.) al propio castellano. Algunas de ellas, como curuví y
yaguareté dieron origen a las palabras curuvica y jaguar.
El sabio italiano Moisés Santiago Bertoni, naturalista y filólogo del siglo XIX afincado en el
Paraguay, comprobó que el guaraní preservado celosamente por la España colonizadora es la lengua
que más nombres aportó a la nomenclatura científica, concretamente la botánica, después del latín y
del griego.
Que quede claro, España no avasalló ninguna lengua de América, todas se siguen hablando. Fue el
Iluminismo liberal y positivista el que prohibió hablar las lenguas nativas al producirse la
independencia de las colonias españolas y establecerse los enclaves comerciales del Imperio
Británico, que había financiado el proceso en su exclusivo provecho. De esa misma usina proviene
el mal llamado lenguaje inclusivo.
En Paraguay el guaraní es el idioma oficial junto con el castellano pero a nadie se le ocurre plantear
una guerra lingüística y mucho menos deformar las oficiales. Su Constitución Nacional consagra la
identidad hispano-guaraní desde 1967.
Durante la presidencia de Perón en la Argentina, en el marco del Segundo Plan Quinquenal, un
escritor y antropólogo llamado Carlos Abregú Virreira planteó la enseñanza de idiomas aborígenes
regionales en las provincias, como materia cultural pero sin la pretensión confrontativa con el

15Véase: Archivo General de Indias. Sevilla, España. Para una consulta de referencia, dirigirse a:
http://www.culturaydeporte.gob.es/cultura/areas/archivos/mc/archivos/agi/exposiciones-y-actividades/exposiciones/
exposicion-permanente.html
castellano. Abregú Virreira formó parte de la Asociación de Escritores Argentinos, fue secretario
general del Sindicato Argentino de Escritores, sucediendo en ese cargo a Raúl Scalabrini Ortiz;
secretario general del Sindicato de Prensa y rector y fundador de la Escuela Argentina de
Periodismo de la Ciudad de Buenos Aires.
Estas referencias contentivas de raigambre nacional son poco estudiadas y ocultadas con
premeditación por los medios de comunicación y las academias que responden al progresismo
liberal.
Considerando las raíces europeas de la Argentina en los cálculos estadísticos deberían enseñarse
también los idiomas de cada nación europea que estableció a sus inmigrantes aquí antes que
imponer la deformación del idioma nacional. Pero nadie en sus cabales pretendería semejante
disparate. Impulsar el uso del mal llamado lenguaje inclusivo demuestra que se está llevando a cabo
un plan de balcanización cultural y secesionismo encubierto del país.
Por esa razón, el riesgo de deformar las lenguas nativas o de emplearlas en oposición al castellano
no debe soslayarse, se buscará fragmentar la unidad cultural hispanoamericana usando tal ardid.

VI. Corolario
La deformación del vocabulario denominada lenguaje inclusivo apunta a la destrucción de los
fundamentos de nuestra civilización atacando la unidad cultural expresada en el idioma.
La desintegración de los símbolos de nuestra unidad cultural constituye, además, un despojo de la
identidad común.
No solo se busca que el pueblo piense mal sino que hable mal y que la comunicación sea deficiente
y confusa, sin estabilidad ni certezas.
Cuando los propios gobernantes arguyen que la deformación del vocabulario se debe a que existe
gente a la nunca se le habló, están construyendo una mentira deliberada ya que durante quinientos
años en estas tierras todas las generaciones se hablaron en castellano.
Deberíamos reprobar que el gobierno utilice en las leyes y decretos el lenguaje inclusivo. Los
documentos públicos y las sentencias comienzan a ser ilegibles. Los funcionarios públicos ya lucen
inentendibles.
Se redacta mal, se habla peor y se agrava la dificultad de comprensión de los textos, afectando la
calidad de las normas y de los fallos judiciales. Se ataca la lengua oficial hasta el extremo de
generar confusión entre los hablantes, especialmente los niños y los jóvenes, generando la
imposibilidad de ordenar las ideas para expresarlas claramente en el contexto de una sana
comunicación.
La estropeada calidad de redacción de los decretos, resoluciones, disposiciones, acordadas,
decisiones administrativas, leyes y sentencias, resulta ostensible. Por un lado se aboga por la
educación y por otro se destruye el principal elemento de la unidad cultural, el idioma.
La sana técnica legislativa y el cuidado del idioma oficial de la nación no parecen ser la prioridad
del gobierno ni de los profesionales que intervienen en la elaboración de las normas.
La transgresión del lenguaje inclusivo socava los pilares de la ya maltrecha condición educativa de
nuestro pueblo por mandato de una ideología.
Deberíamos preguntarnos si es democrático y correcto que se obligue a los argentinos a destruir su
idioma y a entrar en permanente estado de confusión y conflicto por hablar mal.
Quienes pretenden "incluir" en realidad "excluyen" a las mayorías de su soberanía lingüística para
imponer un programa de suicidio cultural diseñado en el extranjero.
Todas las normativas que destruyen el idioma castellano e imponen el mal llamado lenguaje
inclusivo deben ser derogadas antes de que se conviertan en un fárrago letal.
Nadie en su sano juicio puede consentir que desde el Estado se atente contra el idioma oficial y la
unidad cultural del país.

¿Qué hacen las universidades, academias y colegios profesionales que otorgan licencia y
matriculación a estos funcionarios que tan caro le salen al país y poco aportan?

¿Y la Academia Argentina de Letras, seguirá cultivando su rebeldía contra las reglas lingüísticas del
castellano en pos de los anglicismos y las deformaciones?

Porque detrás de la devastación del idioma castellano acecha, con fenicios intereses, la lengua
universal del Nuevo Orden Mundial.

Si tal servidumbre nos embelesa, adelante. Dejemos que destruyan la noble lengua del hidalgo
caballero que Miguel de Cervantes retratara.

La estolidez de los funcionarios que ejecutan el programa foráneo de suicidio cultural solo
engendrará vasallos. Y nuestra Patria, labor paciente de generaciones a lo largo de dos siglos, se
hizo para soberanos con honor.

¿Conocen, acaso, los que destruyen lo nuestro, el valor del honor?

Es hora de apelar al sentido común del patriotismo e interpelar a los que asumen responsabilidades
en la educación y la cultura para frenar y revertir el proceso de decadencia en que estamos sumidos.

¿Levantarán la voz, al menos, nuestros referentes culturales, cantores, poetas y escritores que usan
la palabra como argamasa de sus obras para defender al ilustre y noble castellano que hablamos
hace cinco centurias en Hispanoamérica?
Es hora de pararse a defender lo nuestro, no pueden arrancarnos la palabra, último bastión de
nuestra soberana existencia, carta de identidad común y alto emblema de libertad.

La cobardía es el primer escalón a la derrota. Las palabras de un idioma hablado por siglos son el
testimonio de la presencia de un pueblo en la historia. Tenemos que triunfar si permanecemos
firmes, habitando en la verdad y hablando bien, con justa razón.

Bien decía el padre Leonardo Castellani, casi en una suerte de profecía para los tiempos que
corren:“El que no respeta mucho las palabras no respeta mucho las ideas. El que no respeta mucho
las ideas no respeta mucho la verdad. Y el que no ama enormemente la verdad, simplemente se
queda sin ella. No hay peor castigo.”16
Defender nuestro idioma es un acto soberano de identidad común. Es una guerra por el carácter y
por nuestra supervivencia como nación.
El buen hablar es virtud castellana, amalgama de siglos asentada en la vastedad inquebrantable de la
América criolla.
Por esta senda los hijos de Fierro abrazaron las quimeras del Quijote y se elevaron, impertérritos, a
la sublime cualidad del Cid Campeador.
Por el mismo camino y hablando el mismo idioma se conquistaron destinos de gloria.
Lo sabe España, lo sabe Hispanoamérica.
Lo sabemos todos aquellos que hablamos, escribimos y amamos el castellano.-

16 Véase: CASTELLANI, Leonardo. Esencia del liberalismo. Editorial Huemul. Buenos Aires, 1971.

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