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Tenemos derecho a hablar bien el castellano, nuestro idioma nacional.
I. Introducción
La segunda parte del último Informe de la Real Academia Española sobre el uso del lenguaje
inclusivo versa sobre sexismo lingüístico, femeninos de profesión y masculino genérico, un
profundo análisis semántico, morfológico y gramatical de todas las hipótesis transgresoras con
impecables conclusiones académicas.
Este trabajo pasará revista al Informe como presupuesto insoslayable de las críticas que se
formularán a los dislates del pretendido lenguaje inclusivo que busca la destrucción del idioma
nacional.
Uno de los indicios de la servidumbre cultural que persigue una civilización dominante sobre el
resto es el ataque al idioma por medio de la imposición de barbarismos o la deformación del
vocabulario.
En el caso de los barbarismos en el español hay que distinguir, a su vez, la incorporación de los
anglicismos que provienen de las innovaciones científicas y tecnológicas donde el predominio
anglosajón es incuestionable y obliga a usar su vocabulario en aras de la generalización
comprensiva, no obstante la posibilidad de ser traducido.
Esta claudicación lingüística denota la sumisión hispanoamericana a un imperialismo cultural que
desintegra paulatinamente el idioma castellano y consolida el inglés como lengua universal de las
ciencias.
El fenómeno se hace más extendido en el campo de la moda, de la publicidad, de los deportes y de
la política, donde la vulgaridad acoge con mayor desenfado el uso de los anglicismos dada la
propensión a la cultura del facilismo y del ocio.
La Real Academia Española ha sido benévola con estos cambios y los acoge periódicamente como
innovaciones léxicas ineludibles. De tal complacencia se hizo costumbre la poda de vocablos y su
rica sinonimia, arrojándolos al desuetudo.
Se calcula que más de mil trescientas cincuenta palabras de gran estilo y significado han sido
eliminadas del diccionario oficial de la Real Academia Española y depositadas en un contenedor
lexicográfico al que muchos atribuyen valor de diccionario histórico.1
La XXIII edición del Diccionario de la Lengua Española contiene noventa y tres mil ciento once
palabras y ciento noventa y cinco mil cuatrocientas treinta y nueve acepciones, entre ellas más de
diecinueve mil son palabras y acepciones de americanismos.
1 Véase: SABOGAL, W. M. El diccionario más polifónico del español: así se hizo. Diario El País, 16/10/2014.
Madrid, 2014. Disponible en: https://elpais.com/cultura/2014/10/15/actualidad/1413390996_138377.html
Sin embargo, la defenestración de la riqueza lingüística del español y la sangría letal de su prolífico
vocabulario pasa, en estos tiempos, por la adopción del mal llamado lenguaje inclusivo, un producto
de la ideología del conflicto.
La agenda globalista despliega a través de los medios de comunicación y de las redes sociales una
denodada campaña de destrucción de unidades culturales financiada por filántropos
multimillonarios y sus fundaciones. El idioma español es uno de sus blancos predilectos. Se lo
señala como un idioma embuido de sexismo machista cuyas estructuras, reglas y variantes léxicas
invisibilizan a la mujer. En el colmo de las posturas extremas se lo tilda de misógino y homofóbico
prescindiendo de todo argumento racional, evidencia de la heterofobia y la misandria que embarga a
sus detractores.
5 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, págs. 41-42.
Madrid, 2020.
6 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, pág. 50. Madrid,
2020.
Además de vulnerar el principio de economía en la oración, el disparate se acentúa con el defecto
sustancial de la irregularidad e incongruencia cuando se usa esta forma, ya que solo se apela al
desdoblamiento al inicio de la alocución, dejándola de lado por razones de economía práctica en el
resto del discurso.
La duplicidad no se puede sostener en todo el discurso porque satura y extravía al oyente, haciendo
que el hablante caiga en la incongruencia. Esta consecuencia práctica obedece a la aplicación de una
fórmula defectuosa inspirada en el capricho de la ideología y no en reglas lingüísticas con siglos de
estabilidad.
La repetición de estas formas imperfectas tiende a la monotonía, la desatención y la falta de claridad
comunicativa, arruinando la estética del lenguaje y convirtiendo una mentira repetida en creencia.
Además, el desdoblamiento por sexos no implica visibilizar a la mujer sino romper con la igualdad
y la inclusión, acentuando la diferencia a través de la separación y quebrantando el sentido de
equidad de las expresiones definidas de persona.
Los desdoblamientos tienen otra desventaja: saturan la estética del discurso con paráfrasis y
repeticiones innecesarias a cada momento (“los diputados y las diputadas”, “los ciudadanos y las
ciudadanas”, “los trabajadores y las trabajadoras”, “los médicos y las médicas”, “los científicos
y las científicas”, etc.), y van en desmedro de una comunicación inteligible.
La alternativa de generalizar la duplicidad de género, si la adoptáramos como válida, debería
producirse igualmente sobre los adjetivos que siguen a los sustantivos en la oración: “los médicos
jóvenes y las médicas jóvenes del sistema de salud”, “los ciudadanos activos y las ciudadanas
activas se diferencian de los ciudadanos pasivos y de las ciudadanas pasivas”, lo cual decantaría en
un tedioso discurso.
Solo para hacer referencia a lo específico en un contexto de la oración se admite la duplicidad: “los
hermanos jugaban al fútbol y las hermanas cantaban”; “la deserción escolar asciende al treinta
por ciento entre los alumnos y veinte por ciento entre las alumnas”.
Así ha sido desde la Edad Media y para adverar basta leer pasajes del poema Mío Cid: “Exienlo ver
mugieres e varones, burgeses e burgesas por las finiestras son” (v.16b-17).
En más de un milenio de registros escritos el castellano ha sido inclusivo y no androcéntrico como
postula la ideología transgresora.
Sin apartarnos de la erudición lingüística del Informe de la Real Academia está claro que el empleo
del masculino genérico obedece a una necesidad conceptual 7 que contribuye con un gran servicio a
la organización semántica de los contenidos. Eliminarlo entrañaría un acto de negación totalitaria y
diluyente que pondría en peligro la integridad del idioma y la lógica del género como concepto.
Son sobrados y suficientes los argumentos académicos para rebatir la teorización grotesca del
7 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, pág. 56. Madrid,
2020.
lenguaje inclusivo, especialmente en este punto del desdoblamiento.
El precepto de economía que atañe al funcionamiento del idioma se complementa con los de
fonología y de pragmática en todo el proceso de evolución y consolidación de las reglas.
La duplicidad en la oración vulnera la unidad estilística y la lógica comunicacional, un abuso al
margen de las excepciones establecidas.
La extravagancia disruptiva ha calado profundo en el lenguaje administrativo y judicial a través de
las guías implementadas por algunos estamentos del Estado 8, atentando contra los principios de
economía, sencillez y eficacia, y también contra el requisito indispensable de uso del idioma
nacional.9 Como consecuencia de esta prácticas defectuosas los documentos jurídicos y
administrativos terminan siendo un fárrago, perjudicando la inteligibilidad de las sentencias y la
defensa de intereses de los ciudadanos.
El riesgo de ocasionar un perjuicio real a la mujer con la adopción de estos manuales se desprende
de un ejemplo concreto destacado en el Informe de la Real Academia: la confusión derivada del uso
inconstante de las duplicidades a lo largo del discurso, que siempre resulta discontinuo e
incongruente como se vió en párrafos anteriores.
Pero también subsiste el riesgo de falta de equivalencia cuando al usar la preposición “entre”, la
interpretación del desdoblamiento pierde el sentido de identidad. No es lo mismo decir “las
diferencias entre los hermanos en el reparto de las ganancias del negocio” que “las diferencias
entre los hermanos y las hermanas en el reparto de las ganancias del negocio”. Plasmar esto en un
negocio jurídico o en una reseña periodística no reflejaría la situación real e induciría a confusión.
Otro gran problema derivado de los desdoblamientos se presenta con los pronombres personales, ya
que no siempre guardan secuencias equivalentes. Veamos el ejemplo de la oración siguiente:
“nosotros la hemos notificado” no es equivalente a “nosotros y nosotras la hemos notificado”.
Únicamente hay equivalencia en una de las doce posibilidades de interpretación que ofrecen los
pronombres en la conjugación del verbo.10
En la obsesiva pretensión de abrogar la regla del masculino genérico se pretende utilizar colectivos
de la misma raíz o epicenos de persona, reemplazando a aquellos por un sustantivo colectivo o
abstracto similar en contenido. Y así surgen propuestas como la de reemplazar “los niños” por “la
infancia”, “los jóvenes” por “la juventud”, “los hombres” por “las personas”, etc.
Pero lo cierto es que nuevamente estas extravagancias muestran severas limitaciones ya que en
8 Existen guías y manuales de uso obligado en la redacción de decretos, resoluciones, disposiciones y circulares en
diversos organismos de la administración pública argentina como el PAMI, el BCRA, TELAM, el Ministerio de
Cultura de la Nación y la provincia de Buenos Aires, todos ellos gobernados por expresiones políticas de izquierda
autodenominadas progresistas.
9 Véase: Dcto. N° 894/2017 Reglamento de Procedimientos Administrativos, Considerandos y arts. 4, 15 inc. b), 16
inc. c) y cc.
10 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, págs. 58-59.
Madrid, 2020.
ciertos casos no hay sinonimia entre el masculino genérico de la regla y el colectivo propuesto.
Decir “los niños” no tiene el mismo significado que “la infancia”, ni decir “los tutores” es igual a
“la tutoría”, ni decir “el gobernador” equivale a “la gobernación”.
Del mismo modo, no hay equivalencias en muchos casos ya que no se pueden sustituir oraciones
como “regresaron tres niños” por “regresaron tres infancias”, o “volverán cinco alumnos” por
“volverán cinco alumnados”, o “hay varios tutores en la sala” por “hay varias tutorías en la
sala”.
Peor desatino implica la idea de suprimir el artículo masculino en todos los casos que resulte
factible. Así, en vez de decir “va dirigido a los estudiantes universitarios” se debería decir “va
dirigido a estudiantes universitarios”. La forma correcta con el artículo no deja dudas de su
extensión comprensiva a todos los alumnos, varones y mujeres. En la siguiente forma surge el
interrogante de duda con respecto al alcance: ¿a todos los estudiantes, varones y mujeres?
Algo parecido ocurre con el reemplazo de combinaciones masculinas de artículos (el que, los que,
el cual, los cuales) por los relativos o expresiones que no especifiquen el género (quien, quienes,
persona(s) que). Ninguna de ellas asume que el masculino genérico es inclusivo y que eliminar
secuencias como “el que” o “los que” solo contribuye al empobrecimiento de las variedades
estilísticas de un idioma tan rico y vasto como el castellano.
Peor aún, en el caso de los relativos que hacen referencia a seres humanos podría producirse el
efecto contrario, eliminando la posiblidad de visibilizar a la mujer, como en el caso de usar “quien”
cuando se refiere a “la que”, sea en su forma singular como plural.
No sirve el argumento de eliminar únicamente la forma masculina para dejar en pie la femenina por
que tal cosa desvirtuaría el principio de la igualdad.
Este mismo contrasentido pesa sobre la idea de suprimir el sujeto masculino o reemplazarlo por una
construcción impersonal, circunstancia que traería aparejada la indeterminación o la ambigüedad,
invisibilizando y confundiendo.
Por ejemplo, evitar decir “los alumnos comprarán sus boletos por ventanilla” diciendo “los
boletos serán comprados por ventanilla”.
Esta forma se propone únicamente para cuando se trate de varones, toda vez que si son mujeres no
sería recomendable la sustitución. Lejos de reivindicar a la mujer, lo que se resulta de la proposición
va en menoscabo del varón, una verdadera discriminación basada en prejuicios fundamentalistas de
la ideología de género.
Como se puede apreciar, las inconsistencias de estas proposiciones derivadas de la ideología no
resisten el escrutinio científico de la lengua.
Hay guías de lenguaje no sexista, diseñadas en usinas extranjeras de raigambre anglosajona, que
promueven la desaparición de los pronombres masculinos del idioma castellano, un verdadero acto
de terrorismo cultural que, amén de empobrecer nuestra lengua nacional, despierta reacciones en
sentido contrario, exigiendo la eliminación de los pronombres femeninos en nombre de la igualdad
y la no discriminación.
El problema del sexismo no se resuelve trastocando las reglas lingüísticas con argumentos teñidos
de falacia respecto del idioma nacional.
Como bien consignan los especialistas que redactaron el Informe de la Real Academia, existen
numerosas lenguas indígenas americanas y africanas en las que el término genérico es el femenino y
la condición social de la mujer está reducida a la esclavitud.
El uso del masculino genérico no es raíz, ni causa ni consecuencia de la discriminación o
invisibilización de la mujer.
Tampoco debe negarse el carácter inclusivo de la mujer que siempre ha tenido el masculino
genérico en el idioma castellano, tal como lo vimos en algunos ejemplos del profuso corpus
lexicográfico.
Es digna de reiterarse la conclusión vertida en uno de los párrafos del Informe de la Real Academia:
“Vetar su uso {del masculino genérico} es criminalizar una estructura gramatical inocua que ha
representado todo un hallazgo de las lenguas romances y que ha venido funcionando como
expresión aséptica durante siglos en su aplicación a personas y a animales (…) Aconsejar los
desdoblamientos de forma oportuna y atinada, así como el uso de genéricos, epicenos y colectivos,
constituye una justa referencia a la presencia de la mujer. Pero eliminar por decreto el masculino
genérico e imponer su sustitución obligatoria por dobletes es una empresa de ‘despotismo cultural’ (en
su sentido dieciochesco) y seguramente abocada a la frustración”.11
11 Véase: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas, pág. 5. Madrid,
2020.
12 Conf. Definiciones del Diccionario de la Lengua Española (DRAE), 22a. Edición. Madrid, 2001.
Al carecer de organicidad, sistematicidad, lógica y racionalidad, está claro que no se trata de un
lenguaje.
Su único propósito estriba en alterar las reglas con excusas ideológicas para destruir un idioma
consolidado de casi un milenio de vigencia y hablado por quinientas ochenta millones de personas
en tres continentes, algo así como el 7,6% de la población mundial.13
Las palabras expresan ideas y ordenan el pensamiento. La estabilidad de las palabras en el idioma
permite la comunicación y el entendimiento, sin confusiones ni conflictos.
Las palabras que se respetan en el tiempo no dan lugar a dudas sobre su significado, de tal manera
que al ser habladas organizan y favorecen el quehacer humano.
Cuando se alteran las palabras para destruir el idioma bajo cualquier pretexto, se consuma un ataque
a la libertad de los hablantes, una ruptura de la estabilidad en la expresión de las ideas, se afecta la
comprensión común y se impone la confusión por el conflicto.
Así, se establece la esclavitud del hombre, reedición cutre del relato bíblico de la torre de Babel,
esta vez al calor de una obstinada ideología de disgregación.
Lo que erróneamente se denomina lenguaje inclusivo no incluye a nadie, por el contrario, nos
excluye de la pertenencia común a un ámbito cultural donde el idioma nos hace idénticos, iguales,
próximos y solidarios.
Se nos pone en franca oposición a varones y mujeres quebrantando el sacrosanto principio de la
equidad en la semejanza, que conduce a la comunión respetuosa en la fraternidad y el amor.
Esta tendencia transgresora es excluyente al acentuar las diferencias por sexo y destruir la unidad
expresiva del idioma castellano.
Lo que antes estaba junto en un solo término, en pie de igualdad, ahora se separa y se confronta.
Sus promotores hablan de igualdad pero se obstinan en dividir por sexo, y poner en oposición, en
desigualdad y en conflicto al varón y a la mujer desde la forma de hablar.
Así, se piensa mal y se escribe peor, se habla defectuosamente, se complica la comprensión y se
impide la comunicación. Es el síndrome de Babel, un caso grave de salud mental producido por la
ideología.
Cuando se habla mal, se piensa mal. El orden de las ideas y la claridad de las palabras confieren
racionalidad y equilibrio a la comunicación. Sólo así se construyen las civilizaciones que perduran y
se realizan.
14 EPICTETO. Disertaciones, págs. 168-69. Biblioteca Clásica. Editorial Gredos. Madrid, 1982.
sodomización, sincretismo religioso pagano, secesionismo indigenista, control demográfico de
exterminio y lenguaje inclusivo, destinadas a producir graves desórdenes sociales por izquierda
para crear la estructura de un Nuevo Orden Mundial sin fe religiosa, sin naciones ni culturas
nacionales.
Soros se vale para ello de las ideologías de derecha y de izquierda con gran pragmatismo y sentido
de la oportunidad. Ha elegido a España y a las naciones hispanoamericanas para demoler su cultura
desde el progresismo, en una maniobra de pinzas que tiene en el otro extremo al gran beneficiario
del proceso: el neoliberalismo anglosajón.
En su lucha milenaria contra el poder hispánico los anglosajones no solo desmembraron
territorialmente a España e Hispanoamérica sino que le arrebataron la supremacía espiritual,
suprimieron la independencia económica e infligieron una tremenda derrota cultural a sus pueblos.
La servidumbre empezó con los anglicismos y tiene continuidad con la imposición del mal llamado
lenguaje inclusivo, una maniobra de minorías reaccionarias disfrazadas de filólogas que se obstinan
en cambiar la forma de hablar de los ciudadanos.
El progresismo es el vehículo impulsor de esta devastación cultural, recibe subvenciones de
magnates y corporaciones internacionales para gestionar la agenda. Esta guerra de sojuzgamiento
que difunden las usinas intelectuales y los medios de comunicación ha permeado en el pensamiento
de muchos políticos y académicos de España e Hispanoamérica, que consienten que el plan se
ejecute sin reparos.
El idioma es un símbolo de la identidad y de la unidad cultural de un pueblo. Cuando se propone su
deconstrucción deformando sus vocablos los hablantes se retrotraen violentamente a la era de las
cavernas, a la guturalidad expresiva que da lugar al garrote y a la segregación, a la inestabilidad
confusa del instinto brutal y al sinuoso camino de Babel que los deposita, otra vez, en Sodoma y
Gomorra.
Acometer un estudio crítico de lo que erróneamente se denomina lenguaje inclusivo a partir de
evidencia científica aportada por los lingüistas de la Real Academia Española inspiró la realización
de este trabajo.
La modesta pretensión de aportar argumentos sólidos para debatir y comprender las reglas casi
milenarias de nuestro idioma puede colisionar con la obstinación de los transgresores, que jamás
entrarán en razones dada su escasa vocación a la lectura profunda y su desapego a la verdad,
obnubilados como están por la ceguera del fanatismo ideológico y la sed de destrucción de la
cultura.
Pero el idioma no es una cuestión de género sino un símbolo de unidad cultural de un pueblo.
Un simple ejercicio de reflexión práctica revela que no hay preponderancia excluyente de lo
masculino en el vocabulario castellano, que todo se trata de un mito ideológico cuya repetición
deliberada se impone como verdad. Si fuera cierto el argumento androcéntrico, el hombre se vería
contrariado al mencionar las partes de su cuerpo que se expresan en femenino: "la mano", "la
mandíbula”, “las mejillas”, “la cabeza", "la pierna", "la cara", "la espalda", "las retinas”, “las
pupilas", "la lengua", "la mirada", "la rodilla", "las nalgas", “las uñas”, “las orejas”, “las
pestañas”, etc.
Hay mil ejemplos así que desmienten la aseveración de que el idioma es machista. Si el machismo
fuera la condición articuladora de la gramática, entonces para aludir a un hombre que ejerce el cargo
de “presidente” hubiérase impuesto el vocablo “presidento”, para referirse a un “padre” de familia
“padro”; y al propio hombre “hombro”.
En el castellano hay muchas formas femeninas genéricas para mencionar los sustantivos en ambos
sexos, demostración sobrada de que el idioma no es machista. Pero para eso hay que estudiarlo,
conocerlo, usar el diccionario, aprender a amar lo propio y hablar correctamente.
A lo largo de estas páginas se vertieron sobrados argumentos que otorgan razones de peso a la
crítica del mal llamado lenguaje inclusivo.
El problema ya no serán los argumentos en el debate sino que éstos no les gustarán a los
transgresores y despertarán su cerrada animadversión.
Superado el nivel de argumentación lingüística y continuando con la explicación política del
fenómeno, cabe preguntarse con qué derecho una minoría reaccionaria que no es filóloga, ni
antropóloga, ni tiene afinidad alguna con las letras pretende destruir las reglas del idioma nacional.
La respuesta no es otra que el servicio a la guerra cultural de dominación descrita en párrafos que
anteceden. No es casual la proliferación de anglicismos o neologismos, el último de ellos es el
vocablo "sanitizar" que no existe como palabra en el rico idioma castellano sino que es una
adaptación del vocabulario inglés.
En esta guerra cultural contra el idioma se ha deslizado la hipótesis del latín como ejemplo de una
lengua universal que deja de ser hablada en determinado momento histórico, equiparándose al
lenguaje inclusivo en el desplazamiento del castellano. Este grosero error de apreciación, producto
de la estulticia, confunde el desuetudo del latín con la deformación del castellano.
Se ignora que si bien el latín cayó en desuso, no se destruyó su vocabulario. Nadie cambió sus
reglas ortográficas, sintácticas, morfológicas y semánticas, simplemente dejó de hablarse.
Es verdad que una lengua experimenta cambios en el transcurso del tiempo, pero con reglas
sistémicas, no con disparates que la deforman.
Nadie puede aseverar que el castellano no es inclusivo cuando tiene casi un milenio de vigencia. En
el transcurso de nueve siglos varones y mujeres lo hablaron libremente, y siguen haciéndolo, en tres
continentes distintos. No sería inclusivo si estuviera vedado a un grupo particular por alguna razón.
La obsesión inclusiva es una gran contradicción de los transgresores, ellos separan lo que está
incluido (varones y mujeres) para confrontar por sexo y excluir al género masculino. Con mayor
precisión debería llamarse lenguaje excluyente y no inclusivo.
De manera que no estamos ante un proceso de transformación de la lengua sino de deformación por
parte de minorías reaccionarias que se arrogan potestades dictatoriales para imponer su credo.
No se trata de una cuestión de filología sino de ideología.
15Véase: Archivo General de Indias. Sevilla, España. Para una consulta de referencia, dirigirse a:
http://www.culturaydeporte.gob.es/cultura/areas/archivos/mc/archivos/agi/exposiciones-y-actividades/exposiciones/
exposicion-permanente.html
castellano. Abregú Virreira formó parte de la Asociación de Escritores Argentinos, fue secretario
general del Sindicato Argentino de Escritores, sucediendo en ese cargo a Raúl Scalabrini Ortiz;
secretario general del Sindicato de Prensa y rector y fundador de la Escuela Argentina de
Periodismo de la Ciudad de Buenos Aires.
Estas referencias contentivas de raigambre nacional son poco estudiadas y ocultadas con
premeditación por los medios de comunicación y las academias que responden al progresismo
liberal.
Considerando las raíces europeas de la Argentina en los cálculos estadísticos deberían enseñarse
también los idiomas de cada nación europea que estableció a sus inmigrantes aquí antes que
imponer la deformación del idioma nacional. Pero nadie en sus cabales pretendería semejante
disparate. Impulsar el uso del mal llamado lenguaje inclusivo demuestra que se está llevando a cabo
un plan de balcanización cultural y secesionismo encubierto del país.
Por esa razón, el riesgo de deformar las lenguas nativas o de emplearlas en oposición al castellano
no debe soslayarse, se buscará fragmentar la unidad cultural hispanoamericana usando tal ardid.
VI. Corolario
La deformación del vocabulario denominada lenguaje inclusivo apunta a la destrucción de los
fundamentos de nuestra civilización atacando la unidad cultural expresada en el idioma.
La desintegración de los símbolos de nuestra unidad cultural constituye, además, un despojo de la
identidad común.
No solo se busca que el pueblo piense mal sino que hable mal y que la comunicación sea deficiente
y confusa, sin estabilidad ni certezas.
Cuando los propios gobernantes arguyen que la deformación del vocabulario se debe a que existe
gente a la nunca se le habló, están construyendo una mentira deliberada ya que durante quinientos
años en estas tierras todas las generaciones se hablaron en castellano.
Deberíamos reprobar que el gobierno utilice en las leyes y decretos el lenguaje inclusivo. Los
documentos públicos y las sentencias comienzan a ser ilegibles. Los funcionarios públicos ya lucen
inentendibles.
Se redacta mal, se habla peor y se agrava la dificultad de comprensión de los textos, afectando la
calidad de las normas y de los fallos judiciales. Se ataca la lengua oficial hasta el extremo de
generar confusión entre los hablantes, especialmente los niños y los jóvenes, generando la
imposibilidad de ordenar las ideas para expresarlas claramente en el contexto de una sana
comunicación.
La estropeada calidad de redacción de los decretos, resoluciones, disposiciones, acordadas,
decisiones administrativas, leyes y sentencias, resulta ostensible. Por un lado se aboga por la
educación y por otro se destruye el principal elemento de la unidad cultural, el idioma.
La sana técnica legislativa y el cuidado del idioma oficial de la nación no parecen ser la prioridad
del gobierno ni de los profesionales que intervienen en la elaboración de las normas.
La transgresión del lenguaje inclusivo socava los pilares de la ya maltrecha condición educativa de
nuestro pueblo por mandato de una ideología.
Deberíamos preguntarnos si es democrático y correcto que se obligue a los argentinos a destruir su
idioma y a entrar en permanente estado de confusión y conflicto por hablar mal.
Quienes pretenden "incluir" en realidad "excluyen" a las mayorías de su soberanía lingüística para
imponer un programa de suicidio cultural diseñado en el extranjero.
Todas las normativas que destruyen el idioma castellano e imponen el mal llamado lenguaje
inclusivo deben ser derogadas antes de que se conviertan en un fárrago letal.
Nadie en su sano juicio puede consentir que desde el Estado se atente contra el idioma oficial y la
unidad cultural del país.
¿Qué hacen las universidades, academias y colegios profesionales que otorgan licencia y
matriculación a estos funcionarios que tan caro le salen al país y poco aportan?
¿Y la Academia Argentina de Letras, seguirá cultivando su rebeldía contra las reglas lingüísticas del
castellano en pos de los anglicismos y las deformaciones?
Porque detrás de la devastación del idioma castellano acecha, con fenicios intereses, la lengua
universal del Nuevo Orden Mundial.
Si tal servidumbre nos embelesa, adelante. Dejemos que destruyan la noble lengua del hidalgo
caballero que Miguel de Cervantes retratara.
La estolidez de los funcionarios que ejecutan el programa foráneo de suicidio cultural solo
engendrará vasallos. Y nuestra Patria, labor paciente de generaciones a lo largo de dos siglos, se
hizo para soberanos con honor.
Es hora de apelar al sentido común del patriotismo e interpelar a los que asumen responsabilidades
en la educación y la cultura para frenar y revertir el proceso de decadencia en que estamos sumidos.
¿Levantarán la voz, al menos, nuestros referentes culturales, cantores, poetas y escritores que usan
la palabra como argamasa de sus obras para defender al ilustre y noble castellano que hablamos
hace cinco centurias en Hispanoamérica?
Es hora de pararse a defender lo nuestro, no pueden arrancarnos la palabra, último bastión de
nuestra soberana existencia, carta de identidad común y alto emblema de libertad.
La cobardía es el primer escalón a la derrota. Las palabras de un idioma hablado por siglos son el
testimonio de la presencia de un pueblo en la historia. Tenemos que triunfar si permanecemos
firmes, habitando en la verdad y hablando bien, con justa razón.
Bien decía el padre Leonardo Castellani, casi en una suerte de profecía para los tiempos que
corren:“El que no respeta mucho las palabras no respeta mucho las ideas. El que no respeta mucho
las ideas no respeta mucho la verdad. Y el que no ama enormemente la verdad, simplemente se
queda sin ella. No hay peor castigo.”16
Defender nuestro idioma es un acto soberano de identidad común. Es una guerra por el carácter y
por nuestra supervivencia como nación.
El buen hablar es virtud castellana, amalgama de siglos asentada en la vastedad inquebrantable de la
América criolla.
Por esta senda los hijos de Fierro abrazaron las quimeras del Quijote y se elevaron, impertérritos, a
la sublime cualidad del Cid Campeador.
Por el mismo camino y hablando el mismo idioma se conquistaron destinos de gloria.
Lo sabe España, lo sabe Hispanoamérica.
Lo sabemos todos aquellos que hablamos, escribimos y amamos el castellano.-
16 Véase: CASTELLANI, Leonardo. Esencia del liberalismo. Editorial Huemul. Buenos Aires, 1971.