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Los frentes de lucha

El 1 de septiembre de 1939, tropas alemanas invadieron Polonia, y dos días después Gran
Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania. Mussolini declaró el estado de no
beligerancia, y Estados Unidos proclamó su neutralidad. Antes del ataque, Hitler había
manifestado abiertamente que era imposible aceptar la existencia del corredor internacional
del Danzing creado en Versalles para dotar Polonia de un acceso al mar Báltico. Esta medida
dejó el territorio de Prusia oriental aislado del resto de Alemania por vía terrestre.
El gobierno polaco huyó al exilio y, al cabo de una rápida y brutal conquista, Polonia fue
eliminada del mapa.
Las unidades móviles de exterminio de las SS, los Einsatzgruppen, siguieron a la
Wehrmacht (el ejército alemán) en el ataque contra Polonia primero y contra la URSS
después. Su tarea principal consistió en aniquilar a los judíos y a los comisarios políticos, al
mismo tiempo que sembraban el terror con el asesinato en masa de civiles. Durante muchos
años la Wehrmacht fue considerada un ejército que se limitaba a cumplir su deber militar; sin
embargo, se ha demostrado que fue cómplice activa de los crímenes aprobados por la cúpula
nazi.
Mientras los nazis ocupaban Polonia occidental, el 17 de setiembre los soviéticos
avanzaban sobre los territorios polacos lindantes con la URSS. Miles de militares polacos
fueron internados en campos de prisioneros, y en la primavera de 1940 Stalin firmó la orden
de ejecutarlos. En abril de 1943, el ejército alemán, que se desplazaba hacia el este,
descubrió las fosas de Katyn y denunció la masacre para afectar la unidad de sus enemigos.
Stalin adjudicó el hecho a una maniobra de los nazis, versión que fue aceptada por los
aliados. El descubrimiento de la masacre profundizó el malestar en las relaciones
diplomáticas entre la Unión Soviética y el gobierno polaco, en el exilio en Londres. En 1990,
el gobierno de Mijail Gorbachov reconoció la responsabilidad de la dirigencia soviética en
dichos crímenes.
Moscú, acogiéndose a lo pactado con el gobierno nazi, también instaló efectivos militares
en el Báltico y Finlandia. Ante la negativa de Helsinski, el Ejército Rojo invadió el país a fines
de 1939, y la Unión Soviética fue expulsada de la Sociedad de Naciones. Después del rápido
triunfo de los alemanes en Francia, Stalin incorporó las tres repúblicas bálticas a la Unión
Soviética y se apropió de Besarabia y Bukovina, en Rumania. El Moscú soviético había
recuperado los territorios anexados a Rusia por los zares y perdidos por los bolcheviques en
el fragor de la Revolución y la guerra civil.
Después de la aniquilación del Estado polaco, el Tercer Reich avanzó rápidamente sobre
Europa occidental. A mediados de 1940, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica y Francia
estaban bajo su control. La fulminante derrota de Francia sorprendió al mundo. La línea
Maginot, ese muro de hormigón de tres metros de espesor y blindaje que abarcaba la frontera
desde Suiza hasta Luxemburgo, no logró detener el avance alemán. El ejército germano no
atacó de frente, como supuso el alto mando francés; primero invadió Bélgica y eso le permitió
colocarse en una posición ventajosa. Además, la línea Maginot era inútil para detener los
aviones alemanes, que desde principios de junio de 1940 comenzaron a bombardear París.
A mediados de ese mes, los nazis marchaban por los Campos Elíseos. El 22 de junio, el
nuevo gobierno francés firmó el armisticio en Compiègne, ceremonia a la que Hitler asistió
personalmente y que tuvo lugar en el vagón donde Alemania había reconocido su derrota en
la Primera Guerra Mundial. En ese momento Mussolini anunció al pueblo italiano que había
llegado la hora de ingresar al campo de batalla con la seguridad de vencer “para dar
finalmente un largo período de paz con justicia a Italia, a Europa, al mundo”.
Solo Gran Bretaña siguió resistiendo los ataques alemanes. Ante la superioridad naval
británica, Alemania inició el bombardeo sistemático de las industrias y las ciudades del sur y
el centro de Inglaterra. Sin embargo, los aviones germanos operaban al límite de su alcance
y las modernas estaciones de radar británicas impedían que el enemigo atacara por sorpresa.
El nuevo gobierno británico, presidido desde mayo de 1940 por el conservador Winston
Churchill, respondió con ataques aéreos a Berlín y con el llamado a la unidad nacional en
pos de la “victoria a cualquier precio, victoria a despecho del terror, victoria por muy largo y
penoso que sea el camino; pues sin victoria no habrá supervivencia”. Después de la derrota
francesa, el gobierno de Roosevelt inició un paulatino acercamiento a Gran Bretaña, pero sin
abandonar su posición neutral dada la gravitación de la posición aislacionista en la opinión
pública de Estados Unidos.
En setiembre de 1940 las tres potencias totalitarias firmaban el denominado Pacto
Tripartito, en el que Japón reconocía el liderazgo de Alemania e Italia en Europa y las dos
potencias fascistas aceptaban la hegemonía nipona en Asia y se prometían todo tipo de
ayuda en caso de ser atacados por cualquier potencia no involucrada en la guerra europea
o en el conflicto chino-japonés. Al mes siguiente, Hitler se entrevistó con Franco para
incorporar a España como nuevo aliado en la empresa militar.
El Caudillo eludió comprometer a España, que acaba de atravesar una gravísima guerra
civil, en un conflicto cuyo alcance no se podía prever, y sin lograr que Hitler accediera a sus
peticiones en torno al Marruecos francés. No obstante, Franco abandonó en junio de 1940
su posición de neutralidad en la guerra por una de “no beligerancia”, con la que el régimen
franquista reconocía sus simpatías por el Eje. Además, cuando Hitler invadió la URSS, una
unidad de voluntarios españoles, la División Azul, se incorporó al ejército alemán. A partir del
declive militar de Alemania, Franco multiplicó los gestos de concordia hacia los aliados y, en
octubre de 1943, abandonó la no beligerancia y volvió a una estricta neutralidad.
Sin haber logrado quebrar la resistencia británica, Hitler decidió llevar la guerra al territorio
soviético, pero antes tuvo que ayudar a su poco eficiente aliado, Mussolini, en el Mediterráneo
y el norte de África. Cuando el Duce fracasó en la conquista de Grecia, iniciada desde
Albania, el ejército alemán avanzó sobre Belgrado para socorrer a los fascistas, pero los
militares yugoslavos pro-occidentales intentaron impedir su paso. En junio de 1941 las tropas
alemanas e italianas ocuparon Yugoslavia y Grecia, cuyos monarcas se exiliaron en Londres.
Para revertir el fracaso de los fascistas en Egipto, Hitler envió el Afrika Korps comandado
por el general Erwin Rommel, el Zorro del Desierto, quien logró importantes victorias sobre
los británicos. Sin embargo, las fuerzas alemanas derrotadas en El Alamein debieron
abandonar el norte de África en marzo de 1943.
En el verano de 1941 Hitler inició la Operación Barbarroja, contra la URSS. Tres millones
de hombres avanzaron hacia Leningrado en el norte, Moscú en el centro y Ucrania en el sur.
Stalin había desestimado los informes que anunciaban los planes alemanes y no se había
preparado para rechazar la invasión. Los primeros días fueron de desconcierto total, hasta
que el 3 de julio el jefe comunista lanzó su llamado a una lucha que incluía “la ayuda a todos
los pueblos europeos que sufren bajo el yugo del fascismo alemán”.
El ejército alemán y las SS ingresaron a la cuna del comunismo matando sin piedad, y en
julio de 1942 Stalin ordenó no dar “¡ni un paso atrás!”. Según el máximo dirigente soviético
era preciso introducir el más estricto orden y una fuerte disciplina en el ejército para salvar la
situación:

Ya no podemos tolerar a los comandantes, comisarios y funcionarios políticos


cuyas unidades abandonan sus defensas a voluntad. Ya no podemos tolerar
el hecho de que los comandantes, comisarios y funcionarios políticos
permitan a algunos cobardes correr ante el peligro en el campo de batalla,
que los traficantes del pánico arrastren a otros soldados en su huida,
abriéndole el camino al enemigo. Los traficantes del pánico y los cobardes
deben ser exterminados en el sitio. De ahora en adelante la ley de hierro de
la disciplina de cada oficial, soldado, oficial de asuntos políticos debería ser:
ni un paso atrás sin orden del mando superior.

En la retirada hacia el este, los soviéticos adoptaron la táctica de “tierra quemada”: no


dejar nada que pudiera ser utilizado por el invasor. Dado que Hitler esperaba aniquilar al
régimen soviético en pocos meses, sus tropas no estaban preparadas para enfrentar el duro
invierno. Pero los soviéticos resistieron hasta el límite de sus fuerzas y los nazis, aunque
conquistaron Ucrania, no pudieron ingresar en Leningrado ni tampoco en Moscú.
Por primera vez, la guerra relámpago había fracasado y el duro invierno de 1941-1942
cayó sobre ejército alemán. No obstante siguió avanzando hacia el Volga y el Cáucaso para
tomar los yacimientos de petróleo que tan desesperadamente necesitaba el Tercer Reich.
Las tropas alemanas llegaron a Stalingrado en agosto de 1942, y en una brutal lucha casa
por casa avanzaron hasta el corazón de la ciudad, pero en un rápido giro los soldados
soviéticos rodearon la ciudad. A principios de 1943 el ejército alemán se rindió. La batalla de
Stalingrado supuso un cambio decisivo: en adelante el ejército soviético no cesó de avanzar
hasta llegar a Berlín en 1945.
A lo largo de 1944 los países aliados del Eje –Finlandia, Rumania, Bulgaria, Hungría–
fueron ocupados por las tropas soviéticas. En Yugoslavia y Albania la liberación fue lograda,
básicamente, por los guerrilleros comunistas dirigidos por Tito y Enver Hoxha,
respectivamente.
La expulsión del Eje del norte de África en 1943 posibilitó a los aliados invadir Italia. En
julio de 1943 tropas angloamericanas desembarcaron en Sicilia y al año siguiente entraron
en Roma. Después de tres años de derrotas, en julio de 1943 el rey y el Gran Consejo
Fascista aprobaron la destitución y el encarcelamiento de Mussolini e iniciaron negociaciones
con los aliados. Los nazis ingresaron por el norte de Italia, liberaron al Duce y lo colocaron a
la cabeza de un gobierno títere en Saló, que se mantuvo hasta abril de 1945. En ese momento
la Resistencia italiana puso en marcha una guerra de guerrillas que se prolongó hasta la
rendición de las tropas alemanas en abril de 1945.
La República Social Italiana fue la experiencia más sanguinaria del régimen fascista.
Mussolini acabó sus días ejecutado por partisanos italianos. Su cuerpo fue colgado por los
pies junto a su última amante y a otros jerarcas fascistas del techo de un garaje en una plaza
de Milán.
Finalmente, el 6 de junio de 1944, conocido como el Día D, los aliados desembarcaron en
Normandía abriendo el segundo frente insistentemente reclamado por Stalin, y a fines de
agosto fue liberada París. A principios de 1945 Alemania ya estaba ocupada, pero Hitler
ordenó resistir. Cuando no hubo duda de que estaba todo perdido, fiel a su consigna de
“victoria o muerte” se suicidó el 30 de abril junto a su esposa, Eva Braun. También lo hicieron
Goebbels y su mujer, después de matar a sus hijos. Los alemanes siguieron peleando calle
por calle, casa por casa intentando frenar el avance soviético sobre Berlín. Sin posibilidad de
continuar la lucha, entre el 7 y el 8 de mayo la cúpula militar alemana se rindió ante los jefes
del ejército aliado y del soviético.
En el Pacífico se libró paralelamente otra guerra. Japón invadió el norte de China en 1937,
ocupó Pekín y lanzó su ejército sobre Nankín, sede del gobierno chino que decidió resistir.
La ciudad fue saqueada e incendiada hasta los cimientos. Los japoneses ocupaban las
posesiones europeas en Asia: Indochina francesa, Indonesia holandesa y las británicas
Malasia, Birmania, Hong Kong y Singapur. En diciembre de 1941, el imperio nipón atacó la
base norteamericana de Pearl Harbour en Hawaii y cuando Estados Unidos declaró la guerra
a Japón, Hitler no dudó en enfrentarse también al coloso norteamericano. El despliegue de
la maquinaria industrial y bélica norteamericana no tardó en desequilibrar el conflicto del
Pacífico en favor de los aliados. La batalla de Midway en junio de 1942 fue la derrota naval
más dura del Japón y marcó un punto crítico en la guerra del Pacífico. El 19 de febrero de
1945 los norteamericanos ocuparon por primera vez territorio japonés, la pequeña isla de Iwo
Jima.
A fines de julio de 1945, el presidente estadounidense Harry Truman exigió la rendición
incondicional de Japón. El premier japonés Suzuki rechazó el ultimátum, y el 3 de agosto
Truman dio la orden de arrojar bombas atómicas. El 6 de agosto despegaba rumbo a Japón
la primera formación de bombarderos B-29. Uno de ellos, el Enola Gay, llevaba la bomba
atómica; otros dos aviones lo acompañaban en calidad de observadores. Súbitamente
apareció sobre el cielo de Hiroshima el resplandor de una luz blanquecina rosada,
acompañado de una trepidación monstruosa que fue seguida inmediatamente por un viento
abrasador que barría cuanto hallaba a su paso. Dos días después, la URSS declaró la guerra
a Japón y ocupó parte de Manchuria y Corea. El 9 de agosto, el gobierno norteamericano
arrojó una segunda bomba atómica sobre la ciudad de Nagasaki. Muchas personas murieron
en el acto, otras tuvieron una larga agonía producida por las quemaduras, y generaciones de
japoneses sufrieron malformaciones de nacimiento por la radiactividad. Casi una semana
después de Nagasaki, el pueblo japonés escuchó la voz de su emperador anunciando que la
guerra había terminado. El país fue ocupado por el ejército de los Estados Unidos.
¿Cuál fue la razón de esta masacre? No solo el gobierno estadounidense sino también
destacados intelectuales, entre ellos el filósofo francés Raymond Aron, justificaron el empleo
de la bomba atómica porque había puesto fin a la guerra y evitado más muertes. Los
opositores insistieron en que el sacrificio de cientos de miles de civiles permitió que
Washington emergiese como único vencedor del Imperio nipón y probara la eficacia de su
nueva arma de guerra.

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