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Columna de Daniel Matamala: Nadie pesca


La Tercera, 13 de agosto de 2022

El 11 de marzo de 1990 reabrió el Congreso Nacional, que había sido clausurado a


sangre y fuego 17 años antes. Las expectativas eran inmensas.

¿Cuál sería la primera ley que emergería del Congreso democrático? ¿Alguna relativa a
justicia y verdad en las violaciones a los derechos humanos? ¿La revisión de las
privatizaciones truchas con que los amigotes del régimen se habían llevado empresas
públicas para la casa?

Nada de eso. La realidad fue mucho más prosaica.

El 20 de marzo, el gobierno envió un proyecto para postergar la entrada en vigor de la


nueva Ley de Pesca, prevista para ese 1 de abril. Esta permitía licitar el 25% de las
cuotas de pesca, a lo que se oponía el gigante pesquero que encabezaba Anacleto
Angelini. El empresario era un generoso financista de la Democracia Cristiana y había
puesto dinero en la campaña del No. “Él estuvo claramente por el No y fue un
importante colaborador de la campaña”, reconocería el futuro ministro del Interior
Carlos Figueroa.

En apenas unas horas, el proyecto fue aprobado por la Comisión de Agricultura y la sala
de la Cámara de Diputados. Al día siguiente llegó al Senado, donde fue eximido de su
paso por la comisión y votado directamente en la sala, en un “debate” que contó con
apenas una intervención, a favor del proyecto por supuesto.

Tras este trámite de 24 horas, la Ley 18.977, que postergaba las licitaciones pesqueras,
se convirtió (junto a una norma sobre seguros que se promulgó el mismo día) en la
primera ley de la nueva democracia chilena.

Sería un poderoso símbolo de lo que vendría.

En las décadas siguientes, los industriales pesqueros consolidaron su poder, por medio
de una red transversal de financiamiento de políticos. El PPD Sergio Bitar, exsenador
por Tarapacá, el centro del imperio Angelini, lo confesaría sin tapujos: “Antes de la ley
de gasto electoral, siempre que buscamos apoyo, él nos ayudó”.

Con gobiernos complacientes y parlamentarios motivados, sucesivas leyes transitorias


de pesca, en 1991 y 2001, fueron moldeando el sector en beneficio de los industriales
pesqueros.

En 2011 llegó la hora de discutir una norma definitiva. De acuerdo al libre mercado,
correspondía que las cuotas de pesca fueran licitadas en una competencia abierta, en que
ganaran quienes ofrecieran mayores pagos al Estado y mejores condiciones laborales y
medioambientales.

Pero el ministro Pablo Longueira tenía otros planes.


En vez de una licitación, Longueira ofreció a las pesqueras que se pusieran de acuerdo
entre ellas para repartirse las cuotas. O sea, que se coludieran. “Cuando el Estado colude
a las empresas que compiten, estamos en el peor de los mundos. Uno espera que el
Estado combata la colusión, no que la genere”, dice el economista Claudio Agostini.

Esta colusión ni siquiera se escondió. Al revés, se anunció y celebró. Longueira expresó


su “enorme orgullo” por este “gran acuerdo” que “muestra el camino que requiere el
país”. El subsecretario de Pesca lo celebró como “un acuerdo histórico”.

En cierto modo, el subsecretario tenía razón. La Ley Longueira pasó a la historia de la


infamia. Su aprobación en el Congreso significó que el Estado de Chile regalara a las
grandes pesqueras cuotas anuales de pesca estimadas en 743 millones de dólares
anuales, por 20 años, renovables de manera automática. El economista Eduardo Engel
lo define como “un regalo que hizo nuestro Congreso, a cambio de nada”, y que
significó que “un puñado de empresas se llevó las rentas del mar”.

¿A cambio de nada? Bueno, no exactamente.

Sabemos que al menos 20 compañías pesqueras financiaron campañas mediante aportes


reservados, incluyendo a seis de las “siete familias” beneficiadas por la Ley de Pesca. A
ello se sumaron los aportes irregulares y los correos electrónicos en que al menos dos
parlamentarios (los UDI Jaime Orpis y Marta Isasi) recibían instrucciones específicas de
Francisco Mujica, gerente general de la empresa de Angelini, Corpesca: cómo votar,
qué oficios enviar, qué discursos dar.

Parlamentarios que actuaban como serviciales empleados de la gigante pesquera en los


temas que tocaban sus intereses.

La corrupción de la Ley Longueira está probada judicialmente: Mujica, Orpis e Isasi


fueron condenados en un juicio por soborno, cohecho y otros delitos. También fue
sentenciada la empresa Corpesca, como persona jurídica.

A pesar de ello, nueve años después, la ley corrupta sigue vigente, y Corpesca y las
demás empresas siguen disfrutando sus beneficios. Algunos proponen anularla, para
evitar que las empresas puedan pedir una indemnización por los derechos que se les
entregaron. Otros señalan que, ante las pruebas de corrupción, difícilmente un tribunal
accedería a ese reclamo.

Esta semana, al fin, pasó algo: la Cámara de Diputados aprobó la anulación de la Ley
Longueira. Al día siguiente, el proyecto debía discutirse en la Comisión de Pesca del
Senado. Pero no hubo quórum. Llegó solo uno de los cinco parlamentarios convocados.
El senador Fidel Espinoza (PS) justificó su ausencia diciendo que se estaba
“instrumentalizando a los pescadores artesanales en época de elecciones”. Curioso
argumento: desde 2013, la ley ha sobrevivido cuatro gobiernos: Piñera, Bachelet, Piñera
de nuevo y ahora Boric. Han pasado tres elecciones presidenciales y parlamentarias, dos
municipales, una de convencionales y un plebiscito. Nunca ha sido el momento
oportuno para derogarla o anularla.
El senador Iván Moreira (UDI) tampoco apareció. Explicó que “estaba en cosas mucho
más importantes”. En 2011, Moreira escribió un correo al dueño de Corpesca, Roberto
Angelini, pidiéndole que “me prepararan una minuta” para repetirla en el debate de un
acuerdo pesquero internacional.

A nueve años de la infame Ley Longueira, parte de nuestra clase política sigue
ejerciendo su deporte favorito: hacerse los giles. Dilatar los temas que tocan intereses
poderosos y apostar a la apatía de los ciudadanos.

Confiar en que nadie pesca.

Fuente: https://www.latercera.com/opinion/noticia/columna-de-daniel-matamala-nadie-
pesca/GVWUUJZ7ZJGR3E5UQAIYW7EIW4/

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Problemas de la educación sexista
El Mostrador, 9 de abril de 2019

Señor Director:

Mi nombre es Gabriela Calvo, tengo 13 años y curso octavo año en el colegio John
Dewey. Yo soy mujer. ¿Sabía usted que cuando estudio física o química ninguno de los
grandes científicos es mujer? ¿Y que cuando me toca estudiar historia ninguna de las
grandes figuras retratadas es mujer? En historia, por ejemplo, las únicas veces que
recuerdo haber oído de mujeres fue cuando pasamos historia romana, donde se nos
enseñaba que las mujeres sólo podían salir a lo público si se trataba de fiestas religiosas,
el resto del tiempo debían quedarse en casa limpiando o cuidando de sus hijos e hijas; o
cuando pasamos el periodo de la independencia chilena, donde las mujeres eran
nombradas sólo en cuanto eran esposas de alguna gran figura masculina. Pero
probablemente muchas mujeres importantes sí existieron, sólo que las hicieron
invisibles.

Hoy, en muchos colegios existen talleres deportivos sólo para hombres, porque se
piensa que a las niñas no nos interesa. Por otra parte, muchos espacios recreativos son
usados por niños jugando a la pelota, mientras que las niñas debemos quedarnos
arrinconadas en espacios de menor tamaño y sin hombres que nos molesten. Algo
parecido a lo que ocurre en el metro o en la micro, donde existen espacios ocupados a
veces por hombres sentados con sus piernas abiertas, mientras que a las mujeres nos
toca ir apretadas.

En clases a veces ocurre que se dan desafíos más interesantes y difíciles a los niños,
porque se subentiende que las niñas no han de ser buenas en matemáticas o ciencias. No
es que al momento de darlos se diga que esos desafíos son sólo para niños, sino que
cuando toca contestar, se deja hablar a ellos primero. Algo que quizás los motiva a
estudiar más.

¿Cómo podríamos resolver estas cuestiones? Creo que todo parte por la diferenciación
de los géneros, por el sexismo y por la creación de estereotipos que perjudican a las
personas. Esto se remedia no sólo cambiando el uso del lenguaje, sino que incluyendo a
más mujeres en todo orden de cosas, sin hacerlas sentir menos. Pero creo que es mucho
más importante aún hacer visibles a las mujeres en la historia y en las distintas
asignaturas. Y dejar que nos hagamos visibles en los colegios y en las universidades, en
el mundo del trabajo y en el espacio público.

Gabriela Calvo
8º B John Dewey College

Fuente: https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/cartas/2019/04/09/problemas-de-
la-educacion-sexista/

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El nudo gordiano de la inseguridad y la violencia
Editorial, El Mostrador, 2 de mayo de 2022

Desde hace más de veinte años, todos los gobiernos han llegado a La Moneda
prometiendo un Ministerio de la Seguridad. Pero el tema del orden público va de mal en
peor, y la inseguridad y la violencia que lo acompañan son ya el nudo gordiano de
nuestra democracia. Mientras tanto, se suceden ensayos de planes y programas que
nunca se aplican completamente.

“La inefectividad de las políticas de seguridad ha transformado a muchos territorios en


zonas de sacrificio de la inseguridad. Hay barrios y comunas que han sufrido de forma
desproporcionada el aumento de homicidios, armas y violencia”. Estas son las dos
primeras frases del programa de Seguridad del Gobierno del Presidente Gabriel Boric, y
todo indica que el tema está en senda de continuidad.

A este diagnóstico habría que agregar que en La Araucanía se advierten formas expresas
de lucha armada sin reacción efectiva del poder legítimo del Estado; y la violencia de
parte de estudiantes, grupos anarquistas, ocupantes ilegales de calles y plazas (o de
cualquier grupo social que tenga algo que pedir), parece ser la única manera de
relacionarse con la autoridad. Todo, sin que se perciban cambios de actitud
gubernamental.

El denominado “estilo Boric”, cercano, cariñoso, empático y muy de piel, puede ser más
un obstáculo en política de seguridad interior, a la hora de aplicar la ley. Sobre todo si
su equipo ministerial no actúa con firmeza y eficiencia, y los grupos convocados a
dialogar no pueden concurrir o simplemente no quieren hacerlo.

Concebir la administración del orden público solo bajo la óptica de la persuasión, la


participación y el diálogo, termina, inevitablemente, siendo interpretado como una
muestra de incompetencia y debilidad gubernamental, por unos y por otros. Ello,
disminuye la postura institucional y la autoridad del Estado para construir y ejecutar
soluciones viables frente a los problemas.

Los hechos violentos hace algunos días en las cercanías de Curanilahue, quema de
camiones incluida, motivaron una enérgica respuesta del subsecretario del Interior, pero
institucionalmente vacía de contenido de Gobierno. De sus palabras, quedó en claro que
se aplicará “todo el rigor de la ley”, incluso de Seguridad Interior, a quienes resulten
responsables, pero que “la responsabilidad de investigar es del Ministerio Público”, es
decir, un clivaje a la inacción. Porque a estas alturas, en el clima de violencia que prima
en la zona, todos sabemos que si la ministra del Interior no pudo visitar a la familia
Catrillanca en Temucuicui, lo de la investigación del Ministerio Público son palabras
vacías.

La carga gubernamental de seguridad no es hoy solo en La Araucanía sino en todo el


país, y es más pesada que hace una década. La violencia en el sur, el arraigamiento del
crimen organizado en diferentes puntos del país, la violencia delictual y la violencia
callejera espontánea, además de los problemas migratorios en las fronteras, exceden con
creces –todo indica, por lo menos hasta ahora– las aptitudes políticas del Gobierno, y las
competencias administrativas, profesionales y técnicas de las principales instituciones
sectoriales: de las policías en materia de seguridad y orden (y, especialmente, en
inteligencia), y del Ministerio Público, encargado de dirigir las investigaciones y acusar
judicialmente a delincuentes e infractores.

La propuesta gubernamental de poner en ejecución la creación de un “Ministerio de


Seguridad, Protección Civil y Convivencia Ciudadana”, que concentre “la organización
y gestión del sistema de seguridad”, y descentralice “funciones y misiones que apoyen a
gobiernos regionales y municipales para que tengan roles más sustantivos”, además de
una reforma integral de las policías, es demasiado abstracta frente a la situación actual.
No solo por su dimensión estructural sino también por la cantidad de recursos
financieros y organizativos que se necesitarían. Seguramente sería un buen diseño para
un escenario de plena normalidad, con una década por delante y crecimiento económico
suficiente, pero hoy carece de viabilidad.

Hoy, lo lógico sería enfocarse con racionalidad en solucionar problemas inmediatos: a)


la violencia armada organizada en La Araucanía; b) el arraigamiento del crimen
organizado en determinadas actividades y lugares; y c) la explosión de violencia en las
ciudades, en sus dos variantes principales, delincuencia armada en los barrios y
violencia contestataria de grupos estudiantiles y organizaciones sociales antisistema.

Para ello se requiere apretar y optimizar los recursos existentes, actualmente


desmotivados y con perforaciones significativas de corrupción. Apretar
administrativamente en materia de probidad, transparencia, recursos humanos e
inteligencia a las policías, y crear un mecanismo de coordinación especial de seguridad
de nivel ministerial con el Ministerio Público y el Poder Judicial. Adicionalmente, el
Ejecutivo debiera funcionar en materia de probidad pública usando la Auditoría Interna
General de Gobierno, a fin de precaver corrupción y casos como las armas de IDIC, el
uso de las licitaciones para desfalcar al Estado, y para ayudar en la “veeduría” de los
temas complejos de infracciones al mercado de la Fiscalía Nacional Económica.

La política de bienestar de la sociedad democrática tiene en la seguridad uno de los


bienes públicos perfectos esenciales, y es base estructural de su estabilidad, no para
detener sino para consolidar los cambios necesarios en un ambiente de paz social. Pero
no depende solo de policías, tribunales, mayores penas o más dinero. En gran medida es
producto de un ejercicio coherente de autoridad y de una mirada eficiente y sistémica de
los recursos que se tiene y de cómo usarlos con prioridades claras, como mecanismos y
acciones de Gobierno.
Fuente: https://www.elmostrador.cl/destacado/2022/05/02/el-nudo-gordiano-de-la-
inseguridad-y-la-violencia/

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