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Tema 7

SOCIEDADES EN EXPANSIÓN, PODERES EN PUGNA: LOS


ESPACIOS CRISTIANOS (930 – 1035)

Capitulo Página

1. LAS DINÁMICAS DEL PODER POLÍTICO EN EL NOROESTE


PENINSULAR..................................................................................2
1.1 Las tensiones de poder en el reino asturleonés............................................2
1.2 El reino de Pamplona: relaciones con Córdoba y alianzas matrimoniales....3
1.3 La época de Sancho III y el cambio de hegemonía política..........................4

2. LOS CONDADOS DE LA MARCA HISPÁNICA..........................................6


2.1 Un espacio político entre Al – Andalus y la Francia Occidental....................6
2.2 La expansión territorial y la organización de la frontera................................7

3. LOS CAMBIOS ECONÓMICOS Y SOCIALES............................................9


3.1 Una economía en expansión........................................................................9
3.2 Los cambios en las comunidades locales...................................................10
3.3 El avance del dominio aristocrático.............................................................11

4. LOS PROCESOS DE FEUDALIZACIÓN EN LAS SOCIEDADES


CRISTIANAS......................................................................................14
4.1 ¿Qué es la feudalización?...........................................................................14
4.2 El reino asturleonés.................................................................................... 14
4.3 El Nordeste: el Reino de Pamplona y los condados de la Marca Hispánica16

5. EL PAPEL DE LA IGLESIA........................................................................19
5.1 Poder político e Iglesia................................................................................19
5.2 El desarrollo del monacato..........................................................................19
5.3 Cultura escrita y cultura eclesiástica...........................................................20
Sociedades en expansión, poderes en pugna: los espacios cristianos Tema 7 HMedE
(930 -1035)

1. LAS DINÁMICAS DEL PODER POLÍTICO EN EL


NOROESTE PENINSULAR
1.1 Las tensiones de poder en el reino asturleonés
La llegada al poder de Ramiro II (931 – 951) trajo un momento de estabilidad. El nuevo
rey fortaleció la alianza con los navarros y llevó a cabo una política de reafirmación de las
estructuras políticas de su reino. Ramiro II fue ungido, practica que remitía a los modelos
de la realeza gótica a lo que se añadió la reunión frecuente de asambleas eclesiásticas
por orden regia y bajo su presidencia en las cuales se dirimían cuestiones políticas de
amplio calado. El poder regio se vio refrendado por una Iglesia que se integraba en las
estructuras políticas del reino. Hubo una reactivación de las campañas contra Al –
Andalus. La derrota que sufren en Simancas (939) las tropas del Califa Abderramán III
mostró los límites del poder militar andalusí y la fortaleza de los asturleoneses. Ramiro II
amplió sus territorios integrando Salamanca y el Valle del Tormes.

El proceso expansivo propició el surgimiento de poderes aristocráticos que a pesar de su


subordinación al Rey de León actuaban con gran autonomía. Su fidelidad al monarca no
era algo que debía darse por sentado sino un ejercicio constante de negociación.

Castilla, con Fernán González, en 929 – 932, asumió los distintos condados. Fernán
Gonzáles configuró una red política propia cuyo centro principal fue Burgos, ampliando su
territorio incorporando Sepúlveda en 940 ó 946. Su política es de autonomía con respecto
al poder leonés.

Los agentes políticos más relevantes podían usar sus recursos para renegociar sus
relaciones con el monarca. El 943 el Conde de Castilla y Diego Muñoz habían sido
representantes de la familia de los Banu Gómez y fueron encarcelados por el Rey. En el
caso de Fernán González su posición fue asumida por Asur Fernández, miembro de la
familia Ansúrez, pero su dominio duró 2 años, como consecuencia de que el poder de
Fernán González dependía de su capacidad de crear redes con otros magnates y élites
locales y no de una delegación regia.

En la segunda mitad del S. X la acción de estos magnates, en especial de los condes


castellanos fue más relevante debido a la pugna interna dentro de la monarquía
asturleonesa y el importante impulso militar andalusí provocado por la necesidad de
legitimación de Almanzor.

Fallecido Ramiro II (951) le sucedió su primogénito Ordoño III que tuvo que soportar la
sublevación de su hermano Sancho al que apoyaba Fernán González. En 956 Sancho
llegó al poder al morir Ordoño. El reinado de Sancho I fue un momento de grandes
convulsiones.

El 958 se produjo una amplia revuelta nobiliaria contra él animada por Fernán González
que llevó a su deposición y a la elección de Ordoño IV, hijo de Alfonso IV. Sancho se
dirigió a Córdoba y obtuvo la ayuda de tropas andalusíes para retornar al trono a cambio
de la promesa de sumisión al Califa. Con el apoyo militar andalusí ostentó la corona
asturleonesa y Ordoño IV se retiraba a Córdoba. Sancho I buscó la sumisión de los
magnates a través del pago de tributos lo que le enajenó el favor de muchos de ellos. Se
observa la ausencia de asambleas de eclesiásticos con el fin de evitar la oposición a su
reinado.

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A su muerte el 956 por envenenamiento le sucedió su hijo Ramiro III, un niño de 5 años.
Se produce una debilidad del poder regio a la que se unió el desacuerdo de la aristocracia
occidental del reino (gallega y leonesa). Será esta asistencia la que promoverá el ascenso
al trono de Bermudo II, hijo de Ordoño III. Bermudo se hizo con el control de todo el reino
a la muerte de Ramiro III, contando con el apoyo de las redes eclesiásticas, una alianza
que se mantuvo firme todo el reinado, al tiempo que se casó con la hija del Conde de
Castilla, García Fernández, creando una alianza con la aristocracia oriental.

En estas disputas internas aparece el intervencionismo andalusí. La hegemonía califal no


buscaba conquistar los espacios cristianos del Norte, pero sí al menos someterlos
mediante el reconocimiento de su superioridad y el pago de tributos. Las aceifas de
Almanzor que se sucedieron de manera anual entre 977 y 1002 contribuyeron a
desarticular el entramado político de la Ribera del Duero y al Sur del río, afectando al
liderazgo militar de los reyes leoneses. Lugares como Salamanca, Zamora, Viseo y
Coimbra dejaron de formar parte de la monarquía. Sólo los dos últimos se integraron en el
entramado político andalusí. El resto del territorio quedaba al margen de cualquier
autoridad cristiana o musulmana. Se produce la campaña contra Santiago (997).

Estas aceifas no buscaban incrementar el territorio bajo control andalusí sino generar una
hegemonía que fuese reconocida por los poderes cristianos. Fue habitual la participación
de importantes magnates que habían enviado previamente sus embajadas a Córdoba y
llegado a acuerdos con Almanzor. Los andalusíes pudieron promover la llegada al poder
de algunos aristócratas favorables.

1.2 El reino de Pamplona: relaciones con Córdoba y


alianzas matrimoniales
A la muerte de Sancho Garcés (925), la sucesión no estaba claramente articulada, sino
que se circunscribía a una familia dinástica concreta sin que hubiese derechos de
primogenitura. El hijo de Sancho, García (923 – 970) contaba sólo con 6 años a la muerte
de su padre. Fue su tío Jimeno Garcés quien asumió el poder en su nombre.

En 931, tras la muerte de Jimeno y cuando García sólo contaba con 12 años,, su madre la
reina Toda actuó como la monarca efectiva. La reina acudió a Calahorra donde estaba
Abderramán III que reconoció la autoridad de García Sánchez a cambio del sometimiento
del reino. Se rompió la alianza con el reino asturleonés al comprometerse a abrir el reino a
las tropas califales. Se acordó el pago de tributos a Córdoba y se enviaron embajadas y
regalos a la Corte califal manifestándose el reconocimiento de la hegemonía Omeya.

Fueron frecuentes las rupturas parciales de estos acuerdos que provocaron el envío de
ejércitos califales contra Pamplona. En la batalla de Simancas (939) Ramiro II de León
contó con la colaboración de tropas pamplonesas. Período de paz eran sucedidos por
campañas andalusíes que buscaban castigar el incumplimiento de los pactos y limitar el
alcance de la autonomía Navarra. Llevó a los Omeyas a la conquista de Calahorra el 968
con la esperanza de ejercer desde allí una mayor presión sobre los navarros. Las
campañas de Almanzor forzaron una política de sumisión más activa: una hermana del
Rey Sancho Garcés II (970 – 994) fue enviada a Almanzor, convirtiéndose en su esposa y
el Rey acudió a Córdoba (992) a manifestar su sumisión después de una campaña de
castigo. La intrincada red de alianzas matrimoniales había conseguido que la dinastía
Jimeno estuviese entroncada con la familia real asturiana y con los Condes de Castilla.

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La segunda mujer de Ramiro II de León fue Urraca Sánchez, hermana de García e hija de
Toda. El Conde de Castilla Fernán González casó con Sancha Sánchez, hermana de
Urraca y viuda de Ordoño II de León. Ésta política matrimonial permitió a Toda intervenir
activamente en el reino asturleonés, al mediar entre el Rey y el Conde en el conflicto que
tuvieron entre 943 y 947 y al defender a Sancho I de León que era nieto suyo. García
Sánchez se vio incluido en estas alianzas ya que se casó con una hija de Ramiro II.

1.3 La época de Sancho III y el cambio de hegemonía


política
La política matrimonial va a permitir a Sancho III El Mayor (1004 – 1035) convertirse en el
poder cristiano hegemónico. Se produjo la implosión del Califato de Córdoba y la ruina de
la hegemonía política andalusí, destruida por la gran fitna.

Las disputas dinásticas en el seno del reino asturleonés desde la muerte de Alfonso V
(10289 favorecieron la intervención de Sancho III apoyada en el control de los territorios
castellanos.

Se formó un entramado político que agrupaba a buena parte de los reinos cristianos bajo
la égida del mismo Rey aunque no desapareciera la personalidad del cada reino.

La desaparición del Califato permitió a Sancho III reforzar su frontera con las tierras
andalusíes e intervenir en los asuntos de las taifas de Zaragoza y Huesca.

Finalizó la estrategia de sumisión. Aprovechando la debilidad de las incursiones de Abd –


Al – Malik, hijo de Almanzor, el Rey se hizo con el control del Condado de Ribagorza
(1017 – 1018).

Sancho dirigió su mirada al reino asturleonés. La llegada al trono de Alfonso V (999) con
sólo 5 años obligó a que su madre Elvira García (995 – 1017) ejerciera la regencia. El
equilibrio de poder se basó en el apoyo de la aristocracia gallega y en unas buenas
relaciones con los castellanos, pero se mantuvo el descontento de otros grupos
aristocráticos que se consideraban fuera del círculo real, como fue el caso de los Banu
Gómez.

La llegada al poder de Alfonso V en 1014 trajo consigo un deterioro de las relaciones con
Castilla, frente a los intereses de las aristocracias occidentales del reino. Alfonso V se vio
favorecido por un contexto de debilidad del poder andalusí que a finales del S.X había
amenazado la autonomía del reino a través de aceifas y del apoyo a las rebeliones de
algunos aristócratas. Así pudo afianzar su dominio interno e incluso realizar campañas
militares ambiciosas, como la que llevó a su muerte (1028) asediando Viseo en manos
andalusíes.

Le sucedió su hijo Bermudo III (1028 – 1037) de 11 años. La política matrimonial de


Sancho III contribuyó a su éxito. Sancho se había casado con Muniadona, hija del Conde
castellano Sancho García (1011).

La muerte del Conde de Castilla Sancho García (1017) y su sucesión por su hijo García,
de 8 años dio la ocasión a Sancho III para ejercer una tutela sobre Castilla, a pesar del
teórico dominio de Alfonso V de León sobre este espacio, aprovechando las disensiones
generadas entre leoneses y castellanos.

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Se produce el asesinato del Conde García en León (1029) cuando había acudido a
negociar el matrimonio con Sancho, hija del fallecido Alfonso V.

Sancho III, aprovechando la ausencia de herederos varones al condado castellano se hizo


con el control de Castilla a través de los derechos de su esposa. Esto era una amenaza
para Bermudo III, Rey de León.

Entre 1033 y 1034 Sancho III ocupó la ciudad de León y ejerció una suerte de
protectorado sobre el área leonesa. Bermudo III se refugiaba en Galicia. En 1035 Sancho
III fallecía.

A su muerte el reino se dividió entre sus hijos mediante testamento:

- García III, el primogénito, recibió Pamplona y La Rioja.

- Fernando, Castilla.

- Ramiro, Aragón.

La división respondía a criterios políticos fundamentales, al tomar como base las


estructuras políticas preexistentes, que dotaban de coherencia a cada uno de los
territorios asignados a los reyes.

Fernando I, hijo de Sancho III, y casado con Sancha, hermana de Bermudo III derrotó en
la batalla de Tamarón (1037) a Bermudo III que murió allí produciéndose el cambio
dinástico.

Las pugnas entre diversos poderes dentro de Al – Andalus detuvieron las campañas
militares contra los espacios cristianos en búsqueda de botín y del afianzamiento de la
autoridad andalusí.

Los cristianos aprovecharon las luchas intestinas para vender sus fuerzas militares como
mercenarios a cambio de sumas de dinero como hizo el Conde de Castilla Sancho
García.

La hegemonía política andalusí se evaporó y fuero los reinos y condados castellanos


quienes dispusieron de la capacidad para influir en los asuntos de Al – Andalus.

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2. LOS CONDADOS DE LA MARCA HISPÁNICA


2.1 Un espacio político entre Al – Andalus y la Francia
Occidental
El área castellana en el segundo tercio del S.X se mantuvo en una situación de autonomía
efectiva respecto a la monarquía de la Francia Occidental.

La familia condal barcelonesa descendiente de Wifredo era el eje de las relaciones


políticas en un episodio que permanecía subdividido en distintos condados. El ejercicio
del cargo condal recaía en miembros de la dinastía barcelonesa, algunos de los cuales
concentraban varios de los condados en sus manos.

La sucesión no venía determinada por una decisión de un rey cada vez más lejano, sino
de las propias relaciones de poder establecidas en el ámbito regional.

La centralidad de la dinastía barcelonesa no impidió la presencia de otras dinastías


menores que orbitaban en torno a ella, pero que disponían de sus propios espacios y
mecanismos de poder, como sucede con los Condes de Cerdaña, Ampurias – Rosellón o
Pallars.

La centralidad se explica por el control de un importante centro urbano, dotado de un


considerable prestigio, el emplazamiento cercano a la frontera con Al – Andalus que
implicaba una relación fluida con los Omeyas, la disponibilidad de una capacidad
económica superior y una hábil política matrimonial.

Se sumó la aceptación de una sucesión dinástica en el cargo tal y como obtuvieron otros
Condes como el de Urgel.

La autonomía de los condados del Nordeste Ibérico respecto al poder franco se


incrementó en la segunda mitad del S.X. Los condes utilizaron nuevas estrategias
matrimoniales al buscar alianzas con familias aristocráticas de la Provenza y del
Languedoc. Se produjo un debilitamiento de la endeble influencia de los reyes francos.

Borrell II, Conde de Barcelona (948 – 992) y nieto de Wifredo El Velloso representa esa
situación. El Conde mantuvo relaciones políticas con el Reino de Pamplona y el
asturleonés, pero también mandó embajador a la Corte otónida además de embajadas a
Córdoba.

El Conde Suñer había gobernado Barcelona, Gerona y Osona (911 – 947) y había
acordado la colaboración de las tropas condales en las expediciones Omeyas en un
contexto de crisis de las relaciones entre Córdoba y Pamplona.

En 950 Borrell II envió una embajada a Córdoba que servía para ratificar la antigua
alianza. La aceifa de 965 obligó al Conde a someterse de nuevo al Califa.

La política de sometimiento a Córdoba implicaba un cambio de rumbo con respecto a la


orientación franca y no estuvo exenta de problemas. Esta calma permitió el afianzamiento
del poder autónomo de Borrell II. Esto explica la iniciativa de romper los lazos de
dependencia que unían a los prelados del Nordeste Ibérico con el Arzobispo de Narbona y
reforzó su posición dominante en el ámbito de los condados.

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La llegada al poder de Almanzor y el empleo que realizó de la guerra contra los poderes
cristianos fue una vía para realzar la hegemonía cordobesa y especialmente para
legitimar su poder. En 985 se produjo una campaña contra Barcelona, ciudad que fue
conquistada y saqueada.

Borrell vio confirmada su desvinculación con respecto al poder regio franco por su falta de
apoyo militar y se plegó a la amenaza amirí.

La llegada al trono francés de Hugo Capeto (987) encabezando una nueva dinastía
propició una ruptura definitiva pues Borrell no le prestó fidelidad y mantuvo la alianza con
los cordobeses. Se produjo una ruptura de las relaciones vasalláticas que no implicaba la
existencia de una identidad nacional, ni siquiera política: el espacio catalán seguía
definido por un conjunto de condados que disponían de sus propios mecanismos políticos.

La sucesión de Borrell fallecido el 942 se solventó siguiendo los criterios habituales, con
un reparto de condados entre lo distintos hijos del difunto conde. Las relaciones con Al –
Andalus siguieron siendo tensas pues a pesar del pago de tributos, no fueron infrecuentes
las incursiones andalusíes que pretendían reforzar esa hegemonía.

Los pretendientes al trono califal acudieron a los condes para conseguir su fuerza militar
como mercenarios. Ramón Borrell que había heredado el núcleo fundamental de los
Condados (Barcelona, Gerona y Osona) y su hermano Armengol, Conde de Urgel, fueron
requeridos por Muhammad Al – Mahdi y obtuvieron un botín.

Los ejércitos condales volvieron en reiteradas ocasiones a Al – Andalus obteniendo un


importante capital que reforzaba la autonomía política de los Condes.

Se alteraron las relaciones de dominio previamente establecidas, que llevaron al final de


la hegemonía política cordobesa.

A la muerte de Ramón Borrell le sucede su hijo Berenguer Ramón (1017 – 1035), menor
de edad. Su madre Ermisenda ejerció el poder efectivo en nombre de su hijo y obtuvo de
él la potestad sobre algunos condados.

El núcleo de poder condal en torno a Barcelona era el mas fuerte pero no el único. En la
década de 1020 – 1030 tuvieron que dirimirse los problemas entre los condes de
Cerdaña, Besalú y Ampurias relacionados con disputas territoriales en un momento de
minoría del titular del Condado de Ampurias.

Esos conflictos se vieron alimentados por el poder económico del que disponían los
Condes.

2.2 La expansión territorial y la organización de la frontera


Desde finales del S. IX y como consecuencia de la afirmación de los poderes condales se
había llevado a cabo una expansión territorial de los condados sobre el conjunto de tierras
emplazadas entre sus límites y los de Al – Andalus.

Se trataba de un conjunto de áreas que no estaban sometidas a ningún poder central sino
que se hallaban en manos de sus propios habitantes sin que se hubieran desarrollado
sistemas políticos de escala superior.

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Los distintos condes animaron a la ocupación de esos espacios como nuevas áreas de
expansión política obteniendo un incremento de la escala de la autoridad percibiendo
mayores ingresos y se reforzaba el prestigio de la casa condal.

La configuración de este territorio de frontera respetó la presencia de los distintos


condados que integraron esos espacios dentro de su ámbito por lo que entraron a formar
parte de los condados de Pallars, Urgel, Berga, Osono y Barcelona.

Los territorios incorporados fueron de dimensiones diferentes atendiendo a la fortaleza de


cada uno de los condados. Barcelona fue el que mayor espacio añadió.

Destaca Olérdola, antiguo núcleo de población asentado sobre un alto donde se erigió un
poblado amurallado y se construyó una iglesia.

Surgió un modelo de castillos con término (castells tormenats), territorios de reducidas


dimensiones que agrupaban a unas pocas aldeas, bien delimitados bajo el control político
de un castillo que podía ser un núcleo de cierta entidad como Olérdola, pero solían ser
pequeñas edificaciones o torres asociadas a algunos edificios y emplazadas en una
determinada aldea. Desde el castillo se ejercía un poder judicial y se extraía un excedente
en forma de rentas. Los Castells termenats eran entregados por los condes a vegueres o
vicarios que teóricamente desempeñaban funciones delegadas.

A finales del S.X y principios del S.XI este sistema se consolidó. Las delimitaciones
territoriales tenían como componente esencial los límites de los distintos castillos. Se
observa una continuidad de familias a cargo de los distritos por lo que la intervención
directa de los Condes se fue debilitando. Surgió un espacio socio – político que
contrastaba y complementaba el paisaje al Norte del río Llobregat. Estos espacios
pudieron servir como escenarios de señoríos y los beneficiarios de los mismos fueron
protagonistas de la afirmación de las estructuras feudales.

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3. LOS CAMBIOS ECONÓMICOS Y SOCIALES


3.1 Una economía en expansión
Las explicaciones historiográficas del S.XX destacaron la existencia de un profundo
cambio económico con la afirmación de nuevas áreas agrarias y la expansión de los
cultivos. Esta situación se habría intensificado a lo largo del S.X y comienzos del S.XI
sustentando el impulso político que se detecta en los reinos y condados cristianos.

En Cataluña se ha planteado un paso hacia un doblamiento más concentrado que tendría


como base económica la ampliación de los terrazgos.

Pero es factible pensar que el crecimiento de los poderes aristocráticos pudo haber
incentivado la ampliación de áreas agrarias, sobre todo en el caso de los monasterios. Se
puede llevar a cabo una roturación directa, a través de mano de obra vinculada de alguna
manera con esos monasterios, o de manera indirecta, al exigir censos que motivarían la
necesidad por parte de los campesinos de producir mayores cantidades de excedente.
Esto permitiría una acumulación de capital económico en manos de determinados grupos
que ostentaban una posición dominante en el conjunto de cada espacio político. En
Cataluña ese crecimiento era dirigido y controlado por los propios campesinos.

Esta economía conocía la moneda. En el Nordeste peninsular desde el S.IX circulaba la


moneda franca. Los dineros (moneda de plata) carolingios y postcarolingios fueron el
circulante más frecuente en Navarra, Aragón y los condados catalanes.

Los monarcas y condes o bien no poseían suficiente plata para acuñar su propia moneda
o reconocían que existía una autoridad superior capacitada para acuñar.

En el caso de los condados catalanes debe entenderse como un reconocimiento de la


autoridad regia franca. A medida que el dominio de los reyes francos se fue debilitando,
los obispos empezaron a acuñar a su nombre gracias a concesiones regias. La eclosión
de una moneda específicamente condal se produce el S.XI.

Se observa la presencia de moneda de oro andalusí (dinares o mancusos), piezas de alto


valor difíciles de utilizar en las transacciones comerciales y cuyo uso debió relacionarse
con el propio pago de tributos a Córdoba.

En las áreas del cuadrante noroccidental los monarcas astur – leoneses no emitieron
moneda. Esta zona estaba débilmente monetarizada. Existía un amplio sector de la
economía que se movía al margen de la moneda, utilizando otros medios de pago
(bueyes, cereales) y los poderes instalados en esos núcleos políticos reconocían la
superioridad de otros poderes superiores, los únicos legitimados para acuñar moneda,
francos o andalusíes. La dificultad para acceder a un flujo constante de plata pudo haber
afectado a la ausencia de acuñaciones propias en el reino asturleonés.

El colapso del Califato y la participación de los poderes cristianos como mercenarios


posibilitó un creciente trasvase de moneda andalusí hacia el Norte que se aceleró en el
período posterior con la implantación de las parias.

El crecimiento de la demanda aristocrática debió animar la producción agraria y el


intercambio con el mundo andalusí.

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Había presencia de tejidos y otros bienes de origen andalusí (cordobés) e incluso de


Oriente. No se puede obviar la posibilidad de que llegaran artesanos procedentes de Al –
Andalus que se dedicaron a surtir esa demanda desde los propios territorios cristianos.

Se suman objetos de gran valor que pudieran haberse intercambiado en embajadas,


como arquetas o calices. Los pocos hallazgos de cerámicas verde y manganeso halladas
en los territorios norteños son significativos. Era una cerámica producida en la Corte
cordobesa que remitía a un mensaje islámico y de dominio califal. Su recepción por
algunos individuos debía vincularse con el reconocimiento de la hegemonía política
cordobesa.

Se conocen cerámicas andalusíes en algunos centros de poder como Trancoso, Zamora


o Burgos que podrían revelar la presencia de élites que demandaban estos bienes y la
existencia de redes comerciales pero también podrían ser el resultado de la instalación de
artesanos de origen andalusí en esos centros.

Las cerámicas del período mantuvieron modelos productivos ya ensayados el S.IX y


comienzos del S.X.

Este tipo de producciones de cerámicas grises perduró hasta el S.XIII y respondían a las
necesidades específicas de una población rural, relacionadas con la cocina. Una situación
que refleja la preponderancia de la demanda campesina. Esta demanda no era
autosuficiente lo que posibilitó la presencia de algunos mercados e incluso la formación
de unos primeros burgos comerciales. En algunas importantes sedes políticas aparecen
algunos tipos cerámicos algo más estandarizados, producto de talleres especializados
como la gris leonesa. Esta cerámica no alcanza una producción de alto nivel técnico y
tiene su momento álgido el S.XI y sería resultado del incremento de las necesidades de
un mercado urbano en expansión.

3.2 Los cambios en las comunidades locales


El S.X y comienzos del S. XI los reinos y condados cristianos peninsulares continuaron
siendo rurales. Aparecen con mayor fuerza algunas aglomeraciones urbanas,
caracterizadas por la presencia de una comunidad, además de su posible uso militar, y
por la existencia de funciones comerciales, en forma de mercados. Esto sucede en
Barcelona, León, Zamora, Santiago y Oviedo. Se debe ver la ciudad como un ente
compuesto por dos partes: una zona intramuros donde se concentraban los edificios
religiosos y de representación política y una zona extramuros, configurada por un conjunto
de asentamientos semejantes a aldeas, en donde se concentraba la población y se
focalizaban las actividades artesanales y comerciales.

Se trataba de aglomeraciones de tamaño más reducido que las urbes andalusíes con un
millar aproximado de habitantes.

Las sociedades del Norte cristiano continuaron siendo abrumadoramente rurales.

Se produce la reordenación de los poblados rurales, en los que comienzan a ser


frecuentes las iglesias que sirven como focos de prestigio para las élites campesinas o
familias de la aristocracia. Facilitaban la rearticulación del paisaje en clave jerárquica a
favor de determinadas familias e instituciones. Ejemplos son las sagreres del área
catalana.

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Se ha contrastado la presencia de almacenes y silos en torno a las iglesias, que podían


relacionarse con la implantación progresiva del diezmo y el almacenamiento de
excedentes en determinados puntos, que recibirían una sanción sacral por su cercanía a
las iglesias.

No todas estas iglesias eran parroquias ya que podían encontrarse en manos de familias
e instituciones. Estaríamos contemplando el control del excedente por esos actores.

Hubo un avance de la influencia de las élites y aristocracias a un nivel local.

Las sociedades locales estarían atravesadas por líneas de diferenciación interna. Esta
venía marcada por las desigualdades económicas, las relaciones clientelares que se
podían establecer con poderes externos y el ejercicio de determinadas funciones como en
el caso de los presbíteros o sacerdotes.

Estos formaban un grupo social heterogéneo, compuesto por individuos pertenecientes a


las comunidades locales que, debido a sus funciones, disfrutaban de un prestigio que les
convertía en líderes dentro de la comunidad. Acumulaban tierras y ejercían labores de
escriba. Su condición clerical no implicaba un sacerdocio canónico y controlado por los
Obispos y no era preciso un conocimiento del ritual aunque algunos poseían ese bagaje.

La clave residía en las relaciones establecidas dentro de la comunidad. Podían vincularse


con las instituciones eclesiásticas superiores (obispados o monasterios), muchas
patrocinadas por reyes y condes. Se añadía una densa red de relaciones familiares que
posibilitaban que los presbíteros funcionasen como “gallos de aldea”.

Tenemos los infanzones, término que se aplicó a élites locales, inmediatamente


superiores a los campesinos propietarios que disponían de algún tipo de autoridad y que
podían realizar determinadas prestaciones militares.

3.3 El avance del dominio aristocrático


Hubo un crecimiento del poder de las aristocracias. Se detecta la construcción de
patrimonios de cierta importancia al calor de la expansión política. Algunos vizcondes del
área catalana extienden sus intereses a la zona fronteriza.

En el caso castellano, la configuración de un área política que superaba el marco de los


alfoces permitió que algunas familias disfrutaran de patrimonio que superaban las
barreras de esos territorios a partir de la segunda mitad del S.X y en especial con el
dominio navarro.

La aristocracia gallega era un conjunto de familias emparentadas entre sí y descendientes


de los Condes que habían protagonizado el avance territorial hacia el Sur. Disponía de un
extenso entramado de bienes.

Estos patrimonios incluían villas o villares, iglesias, parcelas de tierras y campesinos


dependientes. Las primeras deben entenderse como el conjunto de derechos que se
podían ejercer sobre hombres y tierras, sin necesidad de disfrutar de propiedades de
tierras y se identificaban con unidades de población (aldeas) pero también con los
derechos que se disfrutaban sobre una parte de esa población o comunidad.

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Disponer de villas era un rango identificativos y diferenciador de la propiedad aristocrática,


frente a la heredad que ha de vincularse con bienes fundiarios concretos. La posesión de
iglesias era muy relevante pues como fundadores y/o patronos, se beneficiaban del
prestigio de esas entidades.

Las donaciones y compraventas hacia los monasterios y fundaciones aristocráticas tejían


nuevas redes sociales y favorecían la implantación de clientelas que asociaban a la
familia aristocrática y a las élites locales a través de la mediación del monasterio.

Las parcelas de tierras se hallaban dispersas por el territorio conformando cortes que
podían estar trabajadas por una mano de obra con un cierto grado de dependencia.

La configuración y dinámica de los dominios aristocráticos se observa en el caso de las


instituciones monásticas. Las donaciones y compraventas mezclaban los intereses
patrimoniales que pudieran tener monjes u obispos y los intereses religiosos y sociales de
los laicos que buscaban integrarse en la familia eclesiástica que fomentaba lazos de
patronazgo y clientelares. Detrás de estas entidades se encontraban familias
aristocráticas e incluso los propios reyes.

Las familias aristocráticas estaban organizadas a través de lazos cognaticios, de doble


filiación, masculina y femenina, formándose nuevos troncos a partir de cualquiera de las
dos. Se forman numerosas líneas familiares secundarias que tienen una participación
idéntica en el conjunto familiar. No había una jefatura clara familiar que pasara de padres
a hijos sino que el principal representante o cabeza era aquel miembro masculino que
dispusiera de mayor influencia política o mayor capacidad de liderazgo.

Clave en la definición de los grupos aristocráticos era su cercanía al Rey. A través de ella
se beneficiaban de su patronazgo, recibiendo bienes y participando en la vida política. Se
veían favorecidos con la entrega de diversos bienes, destacando las villas en el sentido
de derechos sobre tierras y hombres, y elementos relacionados con el ejercicio del poder
político.

En el caso de los castillos en el área catalana destacan los vizcondes y vigueres.

En el ámbito navarro se gestó un sistema de representantes de los monarcas en ámbitos


locales, los seniores, miembros de la aristocracia más elevada que, mediante este
sistema, se hacían partícipes y se beneficiaban del desarrollo de la monarquía. En el
ámbito asturleonés son frecuentes las concesiones de villas pero también hay entregas de
mandaciones y de comunissa en Galicia que hacían referencia a una forma específica de
dominio que se hacia patente en el control de determinados censos por parte de los
dominios del Rey. Los Commissa el S.X eran entregados de manera temporal a
aristócratas y a instituciones eclesiásticas como una herramienta para consolidar su
fidelidad.

Respecto a la realidad patrimonial de reyes y condes, su condición de principales cabezas


políticas los situaba por encima de cualquier grupo aristocrático y no hubo una oposición
estructural entre poder regio/condal y poderes aristocráticos. Se les reconocía un
liderazgo militar superior, la defensa de la Iglesia y la máxima autoridad judicial, funciones
que no ostentaban en exclusividad pues la aristocracia también podía ejercerlas a menor
escala y reconociendo la superioridad regia.

Este ejercicio del poder venía acompañado de la existencia de un conjunto de bienes que
formaban parte del patrimonio del Rey, que servía a su vez para alimentar el patronazgo
de los monarcas.
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En el caso de la Marca Hispánica se ha señalado la presencia de un conjunto de tierras


fiscales en manos de los condes, una infraestructura fundamental para poder hacer
efectiva la superioridad política.

En Castilla los bienes patrimoniales de los condes se basaban en el control de derechos


de pasto y en el dominio sobre ciertas iglesias en el marco de los alfoces.

En el Reino de Pamplona, los activos económicos de los monarcas fueron muy superiores
a los de una aristocracia con patrimonios mucho más reducidos. Se obtenían así censos
sobre numerosas poblaciones lo que ha generado la hipótesis de un tributo más
regularizado.

Los bienes regios/condales son conocidos en el momento de ser entregados, cuando


entran a formar parte del circuito de dones que sostenía a la estructura política. Su
donación a aristócratas y a instituciones eclesiásticas tenía como objetivo reforzar la
posición del Rey y no implicaba un descenso de su autoridad ya que disponía de más
recursos, ideológicos y materiales, para continuar siendo el eje central de la articulación
sociopolítica.

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4. LOS PROCESOS DE FEUDALIZACIÓN EN LAS


SOCIEDADES CRISTIANAS
4.1 ¿Qué es la feudalización?
La feudalización es un concepto que pretende definir una serie de transformaciones de
alcance global dentro de una sociedad.

El término feudalización remite al del feudalismo. Feudalismo incluye 3 concepciones


diferentes:

- La que concibe el feudalismo como un conjunto de instituciones que vinculan


jurídicamente al señor con sus vasallos (guerreros libres), que conllevan una determinada
organización del poder, siendo el eje el feudo que el señor entrega al vasallo a cambio de
fidelidad.

- El marxismo ha propuesto la identificación del feudalismo con un modo de producción en


el que predominaba la gran propiedad y la explotación de los campesinos, convertidos en
siervos por lo señores. El concepto clave sería la construcción de un señorío sobre los
campesinos que generaría una dinámica de lucha de clases.

- Concepto de “sociedad feudal” que abarcaba y vinculaba las relaciones feudo –


vasalláticas y el régimen señorial, formando que el señorío era el elemento esencial junto
con la servidumbre. Destaca el papel de la violencia como un factor básico en la
formación de las sociedades feudales a través de la “mutación feudal”: un cambio brusco
y violento que habían engendrado un nuevo orden social presidido por el señorío banal,
aquel señorío que no se basaba en el control de propiedades sino de la capacidad
jurisdiccional sobre un territorio y sus hombres. Habría surgido un orden político
expresado a partir de las relaciones feudo – vasalláticas y unido al señorío.

La feudalización adoptó formas diversas en cada región de los espacios cristianos


peninsulares.

4.2 El reino asturleonés


Se ha insistido en la negación del feudalismo. Se defendió que la destrucción del reino
visigodo habría supuesto el final de la evolución protofeudal de la monarquía. El hecho de
que las entidades políticas altomedievales se fundamentase en la ocupación de los
espacios vacíos de la submeseta Norte, habría determinado la formación de una sociedad
de campesinos libres, reforzada por las ventajas otorgadas por los reyes para el
establecimiento de población en un área fronteriza.

Bajo una definición marxista del feudalismo, se afirmó que las sociedades cristianas
altomedievales habrían entrado en una fase de gentilicio, de origen prerromano, que
habría organizado la vida en los confines del Cantábrico. Este modelo de sociedad tribal
se fue quebrando con el dominio progresivo de la población por parte de una aristocracia
tribal mediante mecanismos como la profiliación.

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Previamente habría existido un estado intermedio caracterizado por la presencia de


comunidades de aldea, en las que se fue desestructurando el sistema gentilicio para dar
lugar a la eclosión de estructuras feudales. Elemento clave la constituía la generalización
de la profiliación, instrumento jurídico consistente en el prohijamiento de un individuo,
fórmula que habría legitimado el control sobre personas y bienes por parte de la
aristocracia.

Este concepto de sociedad gentilicia no puede sostenerse ya que los territorios


cantábricos muestran una mayor complejidad social y económica desde tiempos romanos.

Hay otros aspectos, como el impacto en las comunidades campesinas que habrían sufrido
una progresiva introducción de las lógicas aristocráticas (externas a las aldeas) que en
ocasiones se pudo llevar a cabo con violencia. Una situación que se habría producido en
el S.X al calor de la colonización agraria. La implantación de rentas que debían pagarse a
los señores sería la marca de ese nuevo dominio. Algunos autores defienden la existencia
de una propiedad de tipo señorial que funcionaria como el punto de partida mientras otros
recalcan el papel del control jurisdiccional sin necesidad de propiedad.

Debe concederse una mayor capacidad a las propias comunidades, algunos de cuyos
miembros pudieron haber buscado la inserción en redes clientelares señoriales como una
forma de asentar su poder en el ámbito laboral.

Las diferencias dentro de las comunidades subsistieron y no todos los campesinos


quedaron integrados en el marco señorial ni lo hicieron de la misma manera.
Sobrevivieron campesinos de cierto nivel económico y social. En el S. XI se les denomina
infanzones.

En el Fuero de León (1017) se menciona a los campesinos iuniores, con un carácter


servil, frente a los de mandatione.

Es probable que la creciente presión aristocrática sobre las comunidades sea una
intensificación de tendencias previas favorecida por la presencia de individuos o familias
locales interesadas en favorecer ese desarrollo. El control de los recursos comunales de
las comunidades o la cesión de tierras, a veces debido a problemas de endeudamiento,
pero también por cálculos que beneficiaban a los antiguos propietarios, permitieron una
supeditación creciente de la lógica de las comunidades en beneficio de la imposición de
rentas, que canalizaban el excedente campesino, aunque mediante la implantación de
una pléyade de poderes señoriales, a veces superpuestos dentro de la misma aldea.

Aparecieron estadios tan peculiares como los hombres de la benefactoría, individuos


sometidos a una menor presión señorial y que quizá sean un tipo de élites locales, unidos
clientelarmente a un señor superior.

En esta situación determinadas élites locales jugaron a favor de los procesos


feudalizadores al convertirse en interlocutores de los nuevos poderes o incluso al recibir
esas potestades señoriales.

Este proceso supuso la progresiva ruptura, sin episodios de violencia concreta, del statu
quo previo

En cuanto a la organización del poder político, había una autoridad pública, sustentada en
la teoría de una potestas pública, sin que de ello se desprenda la existencia de un
entramado administrativo denso y controlado desde el poder central.

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Se ha establecido un nexo entre los vaivenes de la monarquía asturleonesa a partir de la


muerte de Ramiro II (951) y el avance aristocrático. Las sucesivas crisis dinásticas
pudieron favorecer un aumento de la autonomía del poder aristocrático, para el que
dejaba de ser indispensable la ratificación de su autoridad por el Rey.

La jurisdicción que hasta entonces habían ostentado por delegación regia hubo tendencia
a hacerla hereditaria.

Es posible interpretar los procesos políticos de la segunda mitad del S. X y comienzos del
S. XI no como un transvase de poder de los reyes a los magnates sino como procesos de
reajuste dentro de la estructura política, una estructura marcada por la necesidad del
patrimonio regio.

4.3 El Nordeste: el Reino de Pamplona y los condados de


la Marca Hispánica
Las sociedades del Nordeste Pirenaico han sido vistas como feudales especialmente el
caso catalán por su vinculación con el mundo franco.

Existía una estructura social que representaba el ejemplo de la pervivencia de lo público


en las sociedades altomedievales del Sur de Europa y cuya mejor manifestación era la
justicia, ejercida en tribunales públicos y sustanciada por normas procedimentales del
derecho romano.

Esta posición venía reafirmada por el pago de impuesto por los campesinos libres,
mayoritarios en el conjunto de la población, en beneficio de los condes. La presión
aristocrática se había hecho patente en ciertas áreas de la Cataluña más septentrional,
dando lugar a que los campesinos buscasen nuevas tierras en las que eludir las
obligaciones de los señores. Se trata de tierras obtenidas mediante aprisiones que
implicaban roturaciones y un proceso de expansión y crecimiento agrario que escapaba al
control de los aristócratas. Este proceso desencadenó una serie de transformaciones
cuando la aristocracia de segundo rango buscó el control de esos excedentes
campesinos, protegidos por los intereses del poder público.

A partir de 1030 se produce una situación de extrema violencia dirigida contra los
campesinos que buscaron la protección de la Iglesia.

Se implantó un nuevo modelo de doblamiento articulado en torno al espacio sagrado que


rodeaba a las iglesias, las sagreres. Los señores pretendían hacerse con los derechos
jurisdiccionales hasta entonces prerrogativa de los condes. Una de las medidas que
fueron implantando fue la sustitución del tribunal público y los usos procedimentales
romanos por el tribunal señorial y el uso de las ordalías.

Fueron frecuentes las convenientiae, acuerdos mediante los cuales se reconocía el


control de un espacio, castillo o villa, ejercido por un aristócrata por parte del Conde, a
cambio de la fidelidad de aquel. Son pactos que vienen a marcar un cambio hacia un
poder central que ya no es público y que se basa en el contrato entre dos partes iguales.
Este proceso se inicia el 1030 y culmina el 1060. Se llevó a efecto con violencia y provocó
la generalización de la servidumbre entre el campesinado.

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En el ámbito navarro, en el S.X el espacio pamplonés se definía por la presencia de un


fuerte poder monárquico que ejercía un poder incontestado sobre la justicia y la
jurisdicción gracias al control de numerosos bienes fiscales y a la existencia de posibles
impuestos directos. Había presencia de sólidas comunidades campesinas donde no se
habían desarrollado élites capaces de ir más allá del marco aldeano. Esto no significaba
que hubiera algún tipo de igualitarismo. Era abrumador el papel de los campesinos libres
y los dependientes serviles (mezquinos) habrían compuesto una minoría.

Se habría implementado un crecimiento agrario cuyos protagonistas fueron campesinos y


monjes pero no los aristócratas. La aristocracia Navarra era débil, poseía patrimonios
pequeños y dependía del ejercicio de cargos en la estructura de poder monárquica.

A partir del S. XI, entre 1030 y 1080, el objetivo de los aristócratas no fue deshacerse del
Rey ni construir señoríos autónomos sino hacer que el Rey fuese uno más de ellos.
Aprovechándose de las necesidades militares y políticas de los reyes, los aristócratas se
apoderaron del impuesto que convierten en un beneficio patrimonial que puede ser
subdividido y troceado. A partir de ese control sobre los impuestos pagados por los
campesinos, se impuso una dinámica de exigencia de nuevas rentas de base
jurisdiccional: los malos usos. El campesinado quedó sometido al control de los señores
que obtenían buena parte de un excedente campesino creciente.

Se formó una monarquía basada en el contrato, sobre todo a partir del 1076 cuando fue
asesinado el Rey Sancho IV por sus propios barones.

Destaca la destrucción del poder público y su sustitución por un poder privado, la


feudalización como resultado de una crisis de crecimiento y el extremado ejercicio de la
violencia por parte de los señores.

En Aragón hay una mayor relevancia de los mezkinos en el S.X. En el primer tercio del
S.XI se verificaron 3 procesos:

- La creación de grandes dominios monásticos, signo de consolidación de la clase


dominante en una escala regional y que, lejos de desintegrar el patrimonio fiscal, servían
como elementos de legitimación y prestigio.

- Una creciente jerarquización de la nobleza.

- Una generalización de la servidumbre campesina.

Se desarrolla el sistema de honores, mediante el cual se canalizaba el reparto de la


riqueza en el interior de la clase dominante, mezclando el dominio de hombres y servicios.

Ni el aumento del potencial de la élite aristocrática ni los avances en la servilización del


campesinado representan una crisis del poder público, que ni siquiera vio debilitadas sus
bases económicas. La aristocracia realizó un cierre de filas a favor de la monarquía que
les garantizaba la redistribución de riqueza.

En la antigua Marca Hispánica, los campesinos no eran del todo autónomos antes de
1020 ni estaban completamente sometidos a la servidumbre en 1060. El cambio no debe
verse como una imposición rápida sino como una evolución que sólo puede ser medida
en términos de una larga duración.

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Destaca el relevante papel de la aristocracia asentada en la zona de frontera. A través del


control de los Castells termenats, los vizcondes, aristocracia de nivel bajo, obtuvieron el
dominio efectivo sobre estos lugares. A comienzos del S.XI las casas vizcondales habían
culminado su consolidación y se dan nuevos pasos hacia la privatización del poder,
mediante la obtención de jurisdicción y el control de los impuestos. Son comportamientos
que existían en la práctica y que fueron aceptados por los Condes, en unos condados que
dejaron de ser unidades políticas operativas y se extendieron a todo el territorio, donde el
auge de los dominios monásticos ya había debilitado la autonomía campesina.

Las sagreres no serían tanto una respuesta a la indefensión campesina como el éxito de
la Iglesia como fuerza social.

Los antiguos almacenes y sacristías se transmutan en espacios protegidos por la


inmunidad, muchos de ellos en manos de canónigos cuando no bajo el control de
migrantes y príncipes que colaboraban con los movimientos reformistas.

La imposición de las rentas de tipo eclesiástico, que representaron un factor esencial en la


feudalización de las tierras catalanas, no trajo la formación de una nueva red de
asentamientos, ni siquiera una concentración significativa del hábitat.

A mediados del S.XI se había extendido el poder de la aristocracia en ámbitos locales. La


diversidad de situaciones y el solapamiento de derechos señoriales fue la norma. En
términos generales los siervos, una población campesina bajo una dependencia directa
de los señores y que tenía limitada su capacidad de actuación fueron más numerosos en
esta zona que en el Noroeste.

Los procesos de feudalización en el ámbito del Nordeste peninsular fueron más tardíos.

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5. EL PAPEL DE LA IGLESIA
5.1 Poder político e Iglesia
La Iglesia como institución alcanzó nuevas cotas de poder. Los reinos cristianos hicieron
de su fe una seña de identidad y el cristianismo entró a formar parte de la construcción
ideológica. Se justificaba así la lucha contra el infiel musulmán como una vía de
legitimación, a pesar de que la fortaleza andalusí durante el Califato propició unas
relaciones más complejas que la mera oposición religiosa. Los acuerdos y el
reconocimiento de la superioridad Omeya limitaron el alcance real de esa ideología.

Los Reyes y Condes se vieron como garantes de la Iglesia y del Cristianismo y tuvieron
que soportar en ocasiones la injerencia de los eclesiásticos, en colaboración con familias
aristocráticas que pedían oponerse a las decisiones regias.

Se multiplican las sedes episcopales. Los monarcas ejercían un fuerte control sobre la
elección de los Obispos. El hecho de que constituyeran una herramienta fundamental
para el ejercicio efectivo del dominio sobre espacios concretos y que pudieran
aprovecharse sus habilidades culturales en la administración los convertía en individuos
cuya relación con el monarca debía cuidarse. Se sumaba la construcción de importantes
dominios que podían incluir el ejercicio de potestades reservadas a los Reyes.

Los Reyes asturleoneses y pamploneses tuvieron cuidado en seleccionar a los Obispos


de las principales sedes como Pamplona, León o Astorga. Los elegidos, casi todos
monjes, formaban parte del séquito regio y en muchas ocasiones actuaban como
miembros de la corte regia.

En el caso de los grandes obispados gallegos como Santiago o Mondoñedo ese control
era ejercido en la práctica por las grandes familias de la aristocracia gallega.

En los condados catalanes, la ausencia de una estructura unificada facilitó que la elección
de los obispados estuvieses condicionada por las relaciones entre las distintas familias
aristocráticas. Se fue reforzando el dominio de esas familias condales. Los vizcondes, una
aristocracia de menor nivel, fueron capaces de promover a miembros de sus familias a
ese cargo.

La relevancia de los obispos explica su participación en asambleas políticas en las que se


tomaban decisiones relevantes.

En los obispados se canalizaba un entramado de intereses, siendo un escenario del poder


aristocrático y de las relaciones con la monarquía.

5.2 El desarrollo del monacato


Había un denso paisaje de monasterios e iglesias locales con iniciativas diversas. Los
patronos de estas iglesias invertían en ellas para obtener prestigio, para crear unidades
patrimoniales no sujetas a la división hereditaria y para disponer de espacios funerarios
destinados a perpetuar la memoria de los fundadores y sus descendientes, como un
elemento de identidad familiar. Iglesias y monasterios locales son difíciles de distinguir
pues sus funciones eran muy semejantes y en ningún caso poseían funciones
parroquiales.

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Como consecuencia de la importancia de estas iglesias y monasterios locales, los


presbiterianos se convirtieron en personajes relevantes en las comunidades. No
necesariamente eran individuos sometidos a una jurisdicción superior, sino que podían
formar parte de las familias que poseían esos edificios e incluso ser sus propietarios o
formar parte de redes clientelares creadas por aquellas, aunque en algunos casos podía
tratarse de iglesias comunitarias y los presbíteros serían parte de esas comunidades.

Ejercían otras funciones, al servir como escribas locales o representantes de esas


comunidades en pleitos. Dotados de un especial prestigio por ese conjunto de funciones
no es extraño que aparezcan en el centro de un mercado de tierras intenso.

Su formación debía ser muy desigual y debía limitarse a un conocimiento somero de la


liturgia y del latín.

Hubo tendencia a la incorporación de esos monasterios locales en redes superiores


encabezadas por algunos importantes cenobios patrocinados por los Reyes o familias de
la más alta aristocracia, vinculándose con entidades más prestigiosas que conectaban
con el poder.

Se observa la creación de importantes dominios monásticos. Junto con las compraventas,


la principal vía de formación de estos patrimonios procedía de las donaciones. Se
basaban en una relación de reciprocidad, en la que el donante recibía un contra don que
podía ser el prestigio y las oraciones por la salvación. Los Reyes patrocinaron algunos de
estos monasterios a los que dotaron de importantes bienes cuando no fueron
directamente sus fundadores.

Es importante el papel desempeñado por las mujeres de las familias regias y condales
como abadesas o donantes. Algunos de estos lugares sirvieron como panteones regios
que salvaguardaban la memoria de las familias regias y condales. Los monarcas
incrementaban con estas donaciones su prestigio y estos monasterios servían para
articular redes de poder en determinados espacios regionales en el contexto de unas
estructuras políticas que disponían de un escaso aparato burocrático. Las grandes
familias aristocráticas no dudaran en continuar esa vía e incluso fundar sus propios
monasterios utilizando sus patrimonios.

5.3 Cultura escrita y cultura eclesiástica


La alta cultura seguía siendo eclesiástica. Esta cultura tiene como referente principal los
monasterios y contaba con el apoyo económico y social de los grupos de poder que
invertían en esas instituciones.

Había libros de tipo litúrgico en numerosas iglesias que debían ser producidos en
scriptoria emplazados en los monasterios.

En estos talleres se elaboraron otros ricamente decorados con miniaturas destacando las
copias de los Comentarios sobre el Apocalípsis de Beato de Liébana, conocidos como los
Beatos.

La circulación de textos se incrementó este período. También había libros procedentes del
ámbito andalusí. La llegada de eclesiásticos mozárabes, cristianos arabizados
procedentes de Al – Andalus, pudo favorecer ese tráfico intelectual, como hicieron los
embajadas, donde era frecuente que entre los regalos diplomáticos apareciesen libros.

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Los monasterios en las zonas pirenaicas contaban con un más fácil acceso a los libros
que circulaban por el mundo franco.

Los manuscritos se centraban en aquellos aspectos relacionados con la liturgia y eran los
más frecuentemente citados en las dotaciones de las iglesias locales:

- El comicus, donde se señalaban las lecturas de cada día dentro del año.

- El manuale, con las oraciones que debía decir el sacerdote.

- El antiphonarium, donde se recopilaban el texto y la música de las oraciones de los


diferentes oficios.

Pueden aparecer salterios, libros de himnos y de sermones. Sólo algunos monasterios y


sede episcopales parecen haber reunido bibliotecas de cierto tamaño, en especial en el
ámbito de los condados de la Marca Hispánica.

La labor de copista formaba parte del trabajo monacal, no sólo incluía la producción de
libros litúrgicos. Se copiaron otros considerados relevantes como la recopilación de leyes
realizada en época de Recesvinto, el Liber Iudiciorum o Liber. El Liber continuaba siendo
una referencia legal y era necesario disponer de copias, sobre todo en las Cortes regias y
condales.

En estas sociedades pervive la cultura de lo escrito, como un medio para fijar derechos. El
papel de los clérigos sigue siendo fundamental.

Los archivos laicos no han podido conservarse, salvo cuando han entrado a formar parte
de archivos eclesiásticos, purgándose aquellos documentos que no eran relevantes para
la memoria de los monasterios e iglesias.

Poco monjes y eclesiásticos se dedicaron a la elaboración de obras personales.

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