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Tema 11 HMedE
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5. LA CONQUISTA FEUDAL.........................................................................18
5.1 El destino de los vencidos...........................................................................18
5.2 La formación de una nueva sociedad.........................................................19
5.3 Cruzadas y Órdenes Militares.....................................................................20
6. IGLESIA Y CRISTIANISMO.......................................................................22
6.1 La construcción de la geografía diocesana.................................................22
6.2 Nuevas órdenes religiosas: cistercienses y premonstratenses...................23
Las monarquías feudales cristianas (1110 – 1215) Tema 11 HMedE
Urraca, hija de Alfonso fue nombrada heredera. En aquel momento no tenía cónyuge. Su
marido, Raimundo de Borgoña había fallecido en 1107. El reinado de una mujer en
aquellos tiempos sólo era posible si se hallaba casada con algún noble o Rey que pudiera
sostener las redes de fidelidades.
Enrique de Borgoña ostentaba el control de Portucale, entre los ríos Miño y Mondego y
tenía aspiraciones al trono a través de su esposa, doña Teresa, hija bastarda de Alfonso
VI.
En 1126, la Reina Urraca falleció y su hijo Alfonso Raimúndez alcanzó el trono llegando a
acuerdos con Doña Teresa y con Alfonso I, controlando el Oriente castellano, pero
renunció al torno tras las Paces de Tamarón (1127).
Alfonso VII superó la crisis política. Aprovechó el debilitamiento del poder almorávide y
emprendió campañas militares exitosas. La toma del castillo de Oreja (1139) supuso el
final de la amenaza almorávide sobre Toledo y reforzó la imagen de un rey poderoso. Se
benefició de la crisis en Aragón por la muerte de Alfonso I y su testamento. Su reacción le
permitió recuperar territorios castellanos que habían estado en manos de los aragoneses.
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En el interior del reino, apoyó las iniciativas del Obispo Gelmírez y contó con la
colaboración de unas redes aristocráticas que volvían a estar alimentadas con nuevos
botines y con una estructura política en la que las tenencias cobraron centralidad.
Alfonso VII fue proclamado imperator en León (1135). García Sánchez, Rey de Pamplona,
Alfonso Enríquez, hijo de Doña Teresa y Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona y Rey
consorte de Aragón, le prestaron homenaje vasallático (1140). El título de Imperator
conllevaba el reconocimiento de una hegemonía política reconocida por otras autoridades
cristianas y musulmanas sin que éstas dejasen de disfrutar del control de sus espacios
políticos.
Fernando Pérez de Traba, hijo de Pedro Froilaz fue desde 1120 hombre de confianza de
Doña Teresa y su pareja. La política de Teresa y Fernando Pérez de Traba era tendente a
la vuelta a los vínculos entre Galicia y el territorio entre el Miño y el Mondego, una opción
que beneficiaba a los magnates. Su hijo Alfonso Enríquez, nacido de su matrimonio con
Enrique de Borgoña, comenzó a conspirar para hacerse con el poder, temiendo verse
desplazado de la sucesión por las relaciones de su madre con Fernando Pérez de Traba.
Alfonso Enríquez aglutinó a la aristocracia portuguesa de rango inferior a los magnates.
Estos infanzones fueron el brazo militar que ayudó en la victoria de san Mamede (1128),
tras la que Alfonso Enríquez se hizo con el control efectivo de los espacios entre el Miño y
el Mondego. La acción política de Alfonso Enríquez estuvo encaminada desde sus
comienzos en la formación de un espacio político propio.
La monarquía portuguesa utilizó la lucha contra los andalusíes par conseguir botines que
pudieran ser redistribuidos y retroalimentar los lazos de fidelidad, y para disponer de un
capital simbólico en su condición de guerreros contra el Islam.
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La división de los reinos de León y Castilla a la muerte de Alfonso VII ofreció un contexto
muy favorable para el incremento del poder de Alfonso Enríquez, que extendió sus
dominios por la región de La Beira dentro del actual Portugal, mediante concesiones de
fueros, y buscó el control de espacios pertenecientes a León. La creación de la villa de
Ciudad Rodrigo (1161) obedeció a la necesidad del Rey Fernando II de León de hacer
frente a expansionismo portugués, pero soliviantó a los salmantinos que veían mermado
su territorio, quienes se sublevaron siendo derrotados en la batalla de la Valmuza. La
influencia portuguesa se manifestó en la pugna por hacerse con espacios andalusíes
emplazados en Extremadura.
Alfonso Enríquez y el caudillo militar Geraldo Sem Pavor encabezaron una campaña
contra Badajoz (1169), pero la reacción de Fernando II provocó el apresamiento de
ambos y el Rey quedó herido.
Alfonso tuvo que renunciar a su política de expansión contra León. Siguió siendo Rey
hasta 1185 y su hijo Sancho quedó asociado al trono y fue quien lideró el ejército. Geraldo
entró al servicio del Califa Almohade.
El ejército castellano se dirigió contra el Reino Navarro y Castilla se hizo con el dominio
sobre La Rioja.
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20 años más tarde, una nueva guerra entre ambos contendientes se resolvió con la
integración definitiva de Álava y Guipúzcoa en la Corona castellana.
Las relaciones con su tío Fernando II fueron tensas, sobre todo por la definición de los
espacios de cada reino en la Tierra de Campos.
En 1188 fallece el monarca leonés y su hijo Alfonso accede al trono. Alfonso XI se declaró
vasallo de su primo Alfonso VIII y más tarde se acordó el matrimonio de Berenguela, la
hija de Alfonso VIII con el rey leonés.
Alfonso IX rompió el compromiso al que había llegado con su primo y se casó con la
Infanta Teresa de Portugal, matrimonio anulado por el Papa aunque para entonces (1194)
ya tenían 3 hijos.
En 1198 Alfonso IX se casó con Berenguela. Sancho I de Portugal (1185 – 1211) procuró
afianzar su posición política mediante la concesión de fueros a las villas más importantes
de su territorio y continuando su presión sobre el espacio andalusí.
Entre 1199 y 1200 un ejército leonés atacó su reino y Sancho I tuvo que limitar su
expansión y reconocer la autoridad leonesa sobre el Oeste de la provincia de Zamora.
Junto con las luchas internas, se mantuvo la presión expansiva sobre Al – Andalus. La
debilidad militar de los Reinos de Taifas surgidos tras la desvertebración del poder
Almorávide facilitó la acción militar de los Reyes de Castilla y León. Con el apoyo de las
órdenes militares, se fueron haciendo con el control de determinados puntos fuertes como
Calatrava, Alcántara o Consuegra.
Con la llegada de los Almohades, en 1195 se produce la batalla de Alarcos, que vencen
rotundamente.
El mismo Alfonso VIII años más tarde encabezó una expedición que incorporaba a los
Reyes de Aragón y Navarra y a un contingente de guerreros de más allá de los Pirineos,
animado por la proclamación de cruzada emitida por Inocencio III. La campaña culminó en
la batalla de las Navas de Tolosa (1212) donde las fuerzas cristianas obtienen la victoria
que les permite consolidar su dominio sobre la Submeseta Sur y les abrió las puertas del
Valle del Guadalquivir gracias a la descomposición del poder almohade.
Alfonso VIII fallece en 1214. Le sucede su hijo Enrique I (1214 – 1217) cuya temprana
muerte puso en el trono a Fernando hijo de Alfonso IX y Berenguela y heredero del trono
leonés. En 1230 ambos tronos volvían a unirse, pero Castilla era el reino principal.
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Pedro I había llevado a cabo una notable expansión del territorio aragonés a costa del
espacio andalusí.
Alfonso I El Batallador reforzó era política expansiva y conquistará todo el Valle del Ebro.
Alfonso VI decidió el matrimonio de su hija Urraca con él. Las consecuencias de esa
alianza matrimonial fueron un incremento de las tensiones políticas dentro del Reino de
León.
Alfonso I consiguió hacerse con el control de La Rioja y de las áreas más orientales de
Castilla, donde fundó la villa de Soria. La ausencia de Alfonso I de las tierras aragonesas
inmerso en los conflictos leoneses facilitó que los almorávides pudieran realizar algunas
campañas.
La vuelta al escenario aragonés tras su separación de Urraca (1114), propició una mayor
presión cristiana sobre los territorios andalusíes en el Valle del Ebro. El concilio celebrado
en Toulouse (1118) aprobó una nueva cruzada lo que permitió que numerosos caballeros
francos se dirigieran al Reino de Aragón.
Ese año se conseguía la rendición de Zaragoza. En 1119 una nueva campaña permitió la
capitulación de Tudela y después de vencer a los almorávides en Cutanda, se rinde
Calatayud (1120), seguida de Daroca, Monreal del Campo, Singra y Torrelacárcel. Buena
parte del Valle de Ebro andalusí pasaba ahora a manos del monarca aragonés.
Se produce la expedición organizada por Alfonso I contra Al – Andalus (1125 – 1126) que
se dirigió hacia Levante y más tarde hacia Granada, pero los almorávides vencieron al
ejército de Alfonso. Alfonso trajo consigo a un importante número de familias cristianas
arabizadas (mozárabes).
En su testamento entregaba el reino a las Órdenes Militares del Temple, San Juan, el
Hospital y el Santo Sepulcro por no tener heredero. Los aristócratas del Reino no estaban
dispuestos a aceptar ese testamento ni las Órdenes Militares poseían los medios ni el
interés para hacer efectivo ese testamento. Se produce la separación del Reino. Los
aristócratas aragoneses nombraron Rey al hermano de Alfonso I, Ramiro II y la
aristocracia navarra junto con el Obispo de Pamplona proclama Rey a García Ramírez.
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Esta unión fue el inicio de la Corona de Aragón, aunque el primer Rey fue Alfonso II (1162
– 1196).
A partir de la segunda mitad del S.XII se construyó una identidad política diferenciada y
reconocida como Cataluña. Esta identidad agrupada a todo el conjunto de tierras que no
formaba parte del reino aragonés y no representaba ningún tipo de agrupación política
identificada por aspectos culturales o políticos específicos.
Los inicios de esta unión fueron difíciles ante la presión de los navarros, que fue
aprovechada por Alfonso VII. Se erigió en defensor de los aragoneses ante la amenaza
almorávide y entró en Zaragoza (1136).
La iniciativa del Conde de Barcelona se dirigió hacia centros vinculados con el ámbito
catalán y contó con el apoyo tanto del Papado como de numerosos guerreros
ultrapirenáicos. Entre 1148 y 1150, Lérida, Tortosa y Fraga cayeron en sus manos,
generando así un rico botín que reforzó la posición del Conde.
Ramón Berenguer IV falleció en 1162 y su heredero Alfonso contaba con sólo 5 años.
Fernando II de León pactó convertirse en tutor y defensor de Alfonso II quien casaría con
la hermana del rey leonés Sancha. Este acercamiento a León se difuminó ante el temor
que suscitaba el monarca leonés. Se mantuvo la decisión de Ramón Berenguer IV de que
la tutoría recayese en Enrique II Plantagenet, Rey de Inglaterra. Alfonso II, gracias a la
renuncia de su madre Petronila a sus derechos sucesorios reforzó su posición como Rey
hasta alcanzar la mayoría de edad (1174).
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Alfonso II tuvo que hacer frente a un fuerte endeudamiento que le obligó a acudir a los
aristócratas que le prestaron dinero a cambio de que se consolidase su poder,
convirtiendo a las honores en bienes hereditarios que entraron a formar parte de los
patrimonios señoriales. Su hijo y sucesor Pedro II (1196 – 1213) continuó las mismas
líneas de acción que su padre. Mantuvo la alianza con Castilla y la política agresiva contra
Al – Andalus que tuvo su momento más decisivo en la colaboración del rey aragonés en la
batalla de las Navas de Tolosa (1212).
Pedro II fue el primer rey de la Corona de Aragón coronado en Roma, a cargo del
Pontífice. Esto refrendaba la legitimidad del monarca, a cambio de la renovación del
vasallaje a la Sede Pontificia y a la renuncia de los derechos de patronato sobre las
iglesias de su reino. Se reanudaba la tradicional relación entre el Papado y la realeza
aragonesa. El monarca mantuvo una política occitana que le llevó a ser el señor de la
mayoría de los aristócratas del Languedoc. La deuda ascendió notablemente.
El monarca se vio obligado a liquidar buena parte del patrimonio real e incluso a ceder
regalías y vender cargos.
Fracasado el intento de prohijar a García Ramírez con Ramiro II, el nuevo Rey optó por
prestar vasallaje a Alfonso VII (1135) y asegurarse de esta forma su continuidad en el
ejercicio del poder. La renovación del vasallaje y el matrimonio de García Ramírez con
Urraca, hija ilegítima de Alfonso VII permitieron la supervivencia del poder del Rey de
Pamplona. Las conquistas de aragoneses, catalanes y leoneses sobre espacios
andalusíes favorecieron el mantenimiento de la situación.
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La división entre los reinos de Castilla y León significó una oportunidad para consolidar el
poder pamplonés. Sancho VI prestó homenaje a Fernando II de León (1162), recibiendo a
cambio el control de la La Rioja, así como Miranda de Ebro y la comarca de la Bureba. Se
aflojaba la presión castellana en un momento en que las luchas entre los Lara y los Castro
estaban en auge. Con la llegada a la mayoría de edad de Alfonso VIII, el rey castellano
lanzó entre 14173 y 1176 una serie de campañas militares que le permitieron recobrar el
control de los espacios cedidos en el vasallaje de Fernando II y ocupar gran parte de La
Rioja.
Alfonso VIII puso en marcha una exitosa política de alianzas, que incluía la cesión de
tenencias a aristócratas regionales, la concesión de fueros y la donación de abundantes
bienes a monasterios y obispados, lo que permitió crear una amalgama de intereses
comunes que vertebraba una red política que se demostró muy estable.
La respuesta de Sancho VI fue una reorganización del Reino que incluyó la dotación de
fueros para las principales ciudades y villas y una unificación de los pagos debidos a la
Corona (unificación de pechas). Se produjo un creciente interés por las zonas situadas al
Norte de los Pirineos (ultrapuertos) donde podía encontrar una conexión marítima a través
del puerto de Bayona.
Con la llegada al trono de Sancho VII El Fuerte (1194 – 1234), la Santa Sede lo calificó
como Rex y no como Dux. Este reconocimiento venía acompañado de una boyante
situación de las finanzas regias.
En 1200, Alfonso VIII se hacia con el control de Álava y Guipúzcoa que pasaron al control
castellano.
La escasa resistencia fue protagonizada por villas fundadas por la Corona, como Vitoria y
San Sebastián. Sancho VII tuvo que reconocer las nuevas fronteras.
A la muerte de Sancho VII el Reino de Navarra se había defendido como una monarquía
menor. La proyección hacia Francia se reforzó con una nueva dinastía de origen franco.
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Esta relevancia del centro político regio se basaba en la existencia de lazos personales de
fidelidad con los distintos miembros de la aristocracia. El monarca debía entregar bienes y
derechos como el único mecanismo posible para asegurarse una fidelidad siempre
precaria. No existía una conciencia de pertenencia a un Estado o nación. En momentos
de tensión los aristócratas podían marcharse a servir a otro monarca.
Tampoco existía una oposición entre reyes y aristocracias, sino que las revueltas y
sublevaciones respondían a la frustración de las expectativas de los aristócratas en un
marco en el que los beneficios no eran repartidos por igual pero también donde existía
una pugna por incrementar las bases del poder de las distintas familias. La movilidad fue
un rasgo identificativo de la aristocracia de este período.
Las relaciones entre Reyes y la más alta aristocracia fueron complejas. En el S.XII y
comienzos del S.XIII se construyeron escenarios donde se podían fijar esos vínculos.
En época de Ramón Berenguer IV, hacia 1150, se recopilaron los usatges, un código
jurídico que recogía las relaciones feudales en el ámbito bajo control del conde de
Barcelona. Se produce así el reconocimiento de la autoridad condal como garante del
buen cumplimiento de los acuerdos entre señores, siendo el árbitro de las disputas, al
tiempo que se creaba una jerarquización interna de esa aristocracia.
Otra obra relevante fue el Liber Feudorum Maior (1194) donde se recopilaban por escrito
los acuerdos (convenientiae) entre el Conde y otros señores.
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El control de las principales tenencias que jerarquizaban otras menores, en las cuales los
magnates situaban a clientes suyos, creando sólidas redes de poder, favoreció una
tendencia a la patrimonialización en manos de la parentela. Los reyes no podían ir en
contra de esta situación. Los magnates componían el principal cuerpo político del reino. El
monarca contó con nuevos instrumentos para hacer frente a esta situación, como la
formación de villas reales que implicaban una reorganización territorial y jurídica del
realengo o la implantación del sistema de merinos.
Este programa fracasó en las áreas occidentales. Los reyes navarros tuvieron más éxito
con los grupos urbanos y con la aristocracia mediana.
Las perambulaciones, la visita de los límites de un determinado lugar realizada por una
autoridad y los representantes de los habitantes de la aldea o las aldeas vecinas,
acompañada de la colocación de mojones, permitió una definición nítida del territorio
aldeano que se vio reproducida en las áreas de nueva conquista. La implantación de la
red parroquial colaboró en la cristalización de una territorialidad formalizada.
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Las comunidades aldeanas estaban influidas por la presencia señorial en el S.XII, con la
excepción de los territorios de la Extremadura al Sur del Duero, donde se desarrolló un
modelo social basado en el dominio jurisdiccional del mundo rural por parte de las villas o
núcleos urbanos. La presencia señorial era omnipresente pero diversa, con distintos
señores interviniendo en un mismo espacio. Las zonas conquistadas a los andalusíes
fueron objeto de configuración de espacios señoriales, algunos de ellos específicos como
las encomiendas de las Órdenes Militares. La clave estribaba en la imposición de rentas,
pagos relacionados con la producción y la jurisdicción que debían entregarse al señor en
su calidad de tal y no necesariamente por ser propietario.
En un mismo lugar podían coexistir diferentes jerarquías señoriales. Otra tendencia fue el
avance de la servidumbre a partir de mediados del S.XII. Los campesinos siervos debían
pagar una serie de rentas específicas por su condición que incluían los derechos de
alojamiento de los señores cuando se desplazaban y la prestación de trabajo aunque los
matices regionales y comarcales fueron la norma.
En la Meseta del Duero eran frecuentes los acuerdos relativos a las sernas, las
prestaciones de trabajo obligatorias.
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Estas tensiones solían dar lugar a momentos de violencia. La extensión de esta violencia
era local. El recurso a la justicia, regia o condal, era más habitual, tanto por parte de los
señores como de las comunidades, que la confrontación abierta. Cuando esta se
producía, era en muchas ocasiones la antesala de la búsqueda de soluciones en el
ámbito judicial, a la que recurría al menos una de las partes enfrentada. La justicia se
mostraba favorable en términos generales a los intereses señoriales, pero la evidencia de
que las comunidades también acudían a los tribunales indica que había expectativas de
que la resolución fuese favorable para ellas. Una situación que pasaba por el
reconocimiento por parte de los campesinos de la dominación señorial considerada
legítima.
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Las villas de la Extremadura al Sur del Duero se consolidaron como centros políticos
urbanos, sobre los cuales descansaba la articulación del territorio. El modelo de “villa y
tierra” se fue consolidando y se extendió a áreas hasta entonces al margen de la
autoridad política como Soria.
En el S.XII adquirieron gran relevancia las ciudades conquistadas a los andalusíes como
Coímbra, Toledo, Huesca, Zaragoza, Tudela, Lérida, Tortosa y Lisboa. Estas ciudades
eran los focos del poder estatal en el mundo andalusí y desempeñaban un importante
papel como ejes comerciales, hacia donde se encaminaban los excedentes de los
territorios adyacentes. Tras la conquista, su centralidad continuó al convertirse en los
principales soportes del poder cristiano, pero con importantes transformaciones: la
población musulmana fue en parte expulsada del centro, que quedó poblado por
cristianos. Se mantuvieron como espacios densamente habitados. Los edificios asociados
al poder musulmán (alcazabas, palacios) pasaron a ser castillos o residencias del Rey y
de sus delegados, mientras que las mezquitas se convertían en iglesias. Estos lugares
recibieron fueros donde se consagraban una serie de privilegios y se fijaban los
mecanismos de gobierno interno, por lo que gozaban de una autonomía de la que
carecían las sociedades urbanas andalusíes, aunque siempre dentro del reconocimiento
de la monarquía feudal.
Se trataba de pequeños núcleos rurales previos, a los que se concedía una ordenación
jurídica propia, incluyendo un territorio de desiguales dimensiones (alfoz o jurisdicción), y
sobre los que se implementaba una política urbanística consistente en el reparto de lotes
de solares urbanos idénticos y en una reordenación del espacio agrario vecino.
Estos lugares tenían o se dotaban de una muralla que mostraba físicamente los límites
urbanos de la comunidad política allí asentada. Este fenómeno que se proyectó en el
S.XIII, afectó a numerosas áreas de los reinos cristianos, donde aparecieron estas villas o
bastidas, favorecidas por los monarcas, que creaban espacios de poder que centralizaban
su autoridad en una determinada comarca. Ejemplo son las “villas reales” de León y
Castilla que tuvieron su origen en el S.XII.
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Así se explica la notable concentración de villas en los límites entre Navarra y Castilla o
en la zona que servía de límite en León y Castilla.
Había señores residentes en las ciudades. Los grupos dominantes aspiraban a imitar las
formas de vida señoriales, incluyendo la inversión en el ámbito rural y, en definitiva, la
adscripción al grupo aristocrático. Las oligarquías urbanas no eran un cuerpo cerrado,
sino que debían moverse en un sistema en principio abierto, pero se fue imponiendo un
cierre cada vez más evidente, gracias a la consolidación de identidades sociales de
ámbito local que definían a las familias con mayores derechos en la práctica para ejercer
el dominio en las sociedades políticas urbanas. La mayoría de la población carecía de
capacidad efectiva para influir en las decisiones, si bien tenía siempre el recurso de la
necesidad de que estas se tomasen en marcos institucionales abiertos.
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Frente a los acuerdos con las comunidades campesinas (fueros y cartas de franquicia)
donde el interés se centraba en fijar una costumbre señorial, los fueros dados a ciudades
y villas incluían una jurisdicción política, un régimen jurídico propio y una serie de
normativas respecto a las formas de nombramiento de cargos políticos locales, pudiendo
además incluir delimitaciones territoriales. Se fijaban también los derechos del señor que
otorgaba el fuero. Los fueros representaban el punto de partida desde el plano jurídico de
una nueva realidad política.
El Rey permitía un amplio margen de autonomía. El control por parte de los grupos
asociados al comercio era palpable en las villas y ciudades del Camino de Santiago cuyo
auge se debía al impulso de los intercambios.
Las ciudades de la Extremadura al Sur del Duero poseían una configuración interna muy
distinta. Sus élites estaban mucho más claramente asociadas a la guerra. Las milicias
concejiles desempeñaron un importante papel en las guerras del S.XII.
Estos grupos tenían intereses ganaderos que proyectaron sobre los espacios sometidos
jurisdiccionalmente a las villas cabeceras. Eran los caballeros.
En otras ciudades conquistadas a los andalusíes, como Zaragoza o Toledo, junto a estos
rasgos se mantuvieron elementos relacionados con la gestión económica como el
zabazoque o “señor del zoco”, encargado de velar por el normal desarrollo de las
actividades comerciales. No debe olivarse el peso de los grupos eclesiásticos. Las
ciudades y villas eran también sedes episcopales o de arcedianos y arciprestazgos. La
presencia de poderes eclesiásticos que en ocasiones eran importantes propietarios de
solares urbanos, podía generar tensiones. La promulgación de fueros específicos para los
clérigos pretendía limitar el alcance de los conflictos provocados por la coexistencia de
dos jurisdicciones en un mismo espacio. Algunas ciudades se hallaban bajo el dominio
episcopal (Palencia, Orense, Santiago).
Lo más relevante de las relaciones entre Iglesia y ciudad es el hecho de que las
identidades urbanas se definieron en torno a las parroquias o colaciones.
- Sahagún. Hunden sus raíces en el S.XI, cuando el lugar recibió un fuero por
Alfonso VI en el que se mantenían importantes monopolios en manos del abad de
Sahagún, señor del lugar que además controlaba el funcionamiento de la sociedad
política urbana y de la justicia. El burgo tenía gran vitalidad económica.
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Ambos casos eran burgos sometidos a una jurisdicción señorial juzgada como opresiva.
Limitaba la capacidad de actuación política de los grupos urbanos. La existencia de un
contexto de convulsiones políticas ofreció la posibilidad de que pudiera expresarse el
descontento y que se contase con el apoyo temporal e instrumental de algunos de los
actores políticos. Estas condiciones eran diferentes en las ciudades de realengo lo que
parece haber evitado los conflictos abiertos.
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5. LA CONQUISTA FEUDAL
5.1 El destino de los vencidos
Los reinos cristianos ampliaron su territorio político mediante la conquista de espacios
andalusíes. Las tierras de la Extremadura y del Alentejo portugueses, el Norte de la
Extremadura española, buena parte de La Mancha y todo el Valle del Ebro, incluyendo las
serranías ibéricas pasaron a formar parte de los reinos cristianos.
Las resistencias ofrecidas por Almorávides y Almohades hicieron retroceder las líneas
fronterizas y dificultan los avances. La amenaza de los poderes andalusíes se hizo muy
evidente como sucedió tras las batallas de Uclés (1108) o Alarcos (1195). Esas amenazas
fueron conjuradas por los poderes cristianos hasta culminar en la batalla de Las Navas de
Tolosa (1212).
Las capitulaciones o acuerdos parecen haber sido los medios más frecuentes para
sancionar el dominio cristiano. Tras el sitio militar, era habitual llegar a acuerdos que
permitiesen a los habitantes una salida pactada como en Zaragoza, Lérida, Tortosa o
Lisboa. Las consecuencias de esos pactos era el desalojo del centro político de la ciudad
en un tiempo determinado por parte de los musulmanes, cuyas propiedades formaban
parte del botín de los conquistadores, y las garantías de que iban a permitírseles marchar
en libertad o permanecer en otros barrios en determinadas condiciones. Las ciudades se
convirtieron en los principales centros políticos de los cristianos, donde residían las
autoridades. Su población era mayoritariamente cristiana, pero podían existir minorías,
como los judíos o los musulmanes, convertidos en mudéjares. Había individuos
emigrados desde otros lugares. En Toledo destacó la presencia de una importante
comunidad de cristianos arabizados o mozárabes, que poseían tradiciones culturales
propias y conservaron la escritura en árabe.
La llanura de La Mancha en los S.XII y S.XIII se convirtió en una zona fronteriza, con
frecuentes incursiones militares, no sólo protagonizadas por grandes ejércitos sino por
pequeños contingentes encabezados por “señores de la guerra” que buscaban obtener
botín. La Mancha se despobló de habitantes musulmanes. La posterior llegada de
pobladores cristianos no cubrió los grandes vacíos existentes.
Las zonas ocupadas por las Órdenes Militares si mantuvieron abundante población
mudéjar que se ocupaba del trabajo agrícola y pagaba tributos al Maestre.
Extremadura sufrió un proceso semejante. Destaca el bajo índice demográfico y los pocos
núcleos de población rural existentes.
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En el Valle del Ebro buena parte de la población rural permaneció en un sector que se
alejó de las áreas de confrontación entre cristianos y musulmanes. Hubo profundos
cambios causados por una transferencia masiva de bienes rurales, en especial de las
grandes propiedades andalusíes (almunias). Sólo en las áreas donde existían conjuntos
sociales densos y homogéneos se pudo mantener una población mudéjar significativa
sometida ahora a un dominio señorial que debía convivir con una propiedad señorial
procedente del reparto de las almunias.
En el Valle del Ebro aparecen referencias a los campesinos musulmanes como exaricos,
procedentes de antiguas formas de propiedad de la tierra en sociedad sancionadas por la
ley islámica.
En el Valle del Ebro, Lérida y Tortosa existieron “porcioneros” que debían establecer
grandes lotes de bienes que se distribuían entre la aristocracia. Tales porciones tenían
como base las propiedades de la élite musulmana, las almunias y torres, que fueron
entregadas como propiedades a los nuevos beneficiarios, produciéndose una importante
transferencia de bienes fundiarios transformados en propiedades señoriales.
Las fortalezas (husun) andalusíes formaban parte de la articulación política de los poderes
andalusíes, configurando una geografía política, con las conquistas pasaron a manos del
monarca, quien los redistribuyó en el Valle del Ebro, esa redistribución tomo la forma de
cesión de honores, que estaban en poder de los magnates y de las Órdenes Militares que
habían participado en la conquista. La tendencia fue a que tales honores se
transformasen en señoríos ejercidos sobre territorios en los que habitaban diferentes
comunidades. En La Mancha y en Portugal los máximos beneficiarios de esas donaciones
husun fueron las Órdenes Militares que constituyeron señoríos propios. El sistema de
encomiendas se expandió por todo el espacio al Sur del Tajo y fue la vía de implantación
de un poder señorial y de un modelo social feudal, con una orientación económica
ganadera que propició el desarrollo de una trashumancia que cristalizó el último tercio del
S.XIII con la instauración de la Mesta.
El flujo de campesinos cristianos que poblasen las áreas rurales nunca cubrió las
necesidades de población de territorios tan amplios.
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Se creó un paisaje rural nuevo, donde se podían aprovechar infraestructuras previas, pero
con otros contenidos. Las redes hidráulicas, que habían caracterizados a la agricultura
andalusí, no desaparecieron, pero se modificaron para otorgar prioridad al molino, de
propiedad señorial y asociado a la molienda del grano y al cultivo de secano. En el caso
de las grandes redes asociadas a los centros urbanos, las huertas pudieron extenderse,
pero se verificó un control señorial sobre el agua.
La propia configuración de estos espacios en los reinos los identificaba como una realidad
distinta.
La Cruzada era una realidad ligada a los movimientos reformistas que concedían al
Pontificado la dirección de la Cristiandad.
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Respecto a las Órdenes Militares propias, estas dependían de los reyes como Santiago,
Calatrava y Alcántara. Pereiro en el espacio leonés – castellano, la de Avis en Portugal y
la de San Jorge de Alfama en Aragón. Las Órdenes Militares peninsulares reflejaban esa
hispanización de la cruzada y el control regio sobre la conquista. Sus señoríos se
extendieron gracias a donaciones regias, por espacios conquistados, especialmente en la
Submeseta Sur, donde se crearon extensas encomiendas, señoríos de las Órdenes
Militares.
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6. IGLESIA Y CRISTIANISMO
6.1 La construcción de la geografía diocesana
La implantación de la reforma gregoriana impulsó la creación de una nueva geografía
diocesana. Los Obispados se dotaron de una jerarquización y se desplegaron por un
territorio que en ocasiones hubo que definir.
Durante este período se utilizó la relación, generalmente ficticia, con los tiempos visigodos
para legitimar la nueva geografía diocesana.
La otra gran sede metropolitana de la zona occidental de la Península Ibérica fue Braga.
Pronto entró en conflicto con Santiago. Se convirtió en sede metropolitana en 1100 y
controlaba todas las diócesis gallegas menos Santiago, así como la desde de Oporto.
Las soluciones permitieron crear territorios bien definidos, aunque a veces era necesario
llegar a pactos que repartían las rentas de determinadas parroquias anualmente entre dos
obispados.
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Las parroquias acogían los cementerios, espacios sacralizados en los que eran
enterrados los difuntos de una comunidad a la espera del Juicio Final, recordados a través
de las oraciones de los sacerdotes.
La existencia de propietarios laicos y de monasterios que disponían del control sobre las
iglesias obligó a buscar soluciones pactadas en las que se repartían las rentas y se
acordaban las formas de nombramiento del clérigo. En algunas zonas eran las propias
comunidades rurales o sus notables quienes disfrutaban del control, por lo que, al calor de
la consagración de las iglesias, se llegaba a pactos en los que intervenía la comunidad
directamente.
Este fenómeno coincide con la explosión del estilo románico, caracterizado por
construcciones monumentales en piedra, en las que se plasma una iconografía destinada
a visualizar el mensaje cristiano elaborado y controlado por los clérigos. Un problema de
delimitación parecido plantearon las iglesias situadas en las tierras concedidas a las
Órdenes Militares.
Esteban Harding, tercer abad del cenobio dio forma a la carta caritatis o norma
cisterciense a partir de una observancia rigurosa de la regla de San Benito. San Bernardo,
fundador de la abadía de Claraval fue el promotor de la orden gracias a su labor
propagandística hasta el punto de que se le puede considerar el fundador del movimiento
cisterciense.
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El Cister exaltaba el trabajo manual, desatendido por los cluniacenses, haciendo hincapié
en la labor directa de los monjes, que debían estar ayudados por unos laicos, los
conversi. Los cistercienses, en su rechazo de las riquezas y su vuelta a la pureza
evangélica no querían beneficios eclesiásticos, ni tierras trabajadas por campesinos, ni
rentas, aunque en breve tiempo se hicieron con numerosos bienes y con derechos.
Las abadías filiales podían convertirse en casas – madres cuando se fundaban nuevos
cenobios que estaban bajo su filiación. Esta cadena de dependencias se articulaba en los
capítulos anuales que reunían a todos los abades y que servían para crear una legislación
general.
El éxito cisterciense se explica por el prestigio de los “monjes blancos”, que hacía que la
promoción de la Orden fuera un vehículo adecuado para la inversión aristocrática.
La Orden estuvo muy ligada al espíritu de cruzada estando afiliada a ella la Orden de
Calatrava. Determinadas zonas situadas en ámbito hasta entonces poco señorializados
fueron escenario de estas fundaciones, al tiempo que se relanzó la vida de algunos
cenobios preexistentes. Fueron frecuentes las instalaciones en espacios conquistados a
los musulmanes, donde sirvieron para encuadrar a las poblaciones. Los monasterios
cistercienses acumularon importantes bienes y privilegios y sus abades pudieron dar el
salto al obispado, perdiéndose los valores iniciales del movimiento.
También destaca el papel de los premonstratenses. Los cluniacenses eran monjes y los
premonstratenses eran canónigos regulares que tenían una actividad sacerdotal, pero
aceptaban una vida eremítica. Se originaron por iniciativa de Norberto de Xanten en Laon
(1119). Seguían la regla de San Agustín, que hacía hincapié en la predicación y el trabajo
misionero, pero lo hicieron en espacios rurales y poniendo el acento en los ideales
monásticos. Los premonstratenses llegaron a la Península Ibérica en el S.XII de la mano
de dos aristócratas que implantaron la Orden con ayuda de Alfonso VIII, en Castilla.
Aparecen monasterios como el de Retuerta, la primera fundación, y La Vid. Se produjo la
afiliación de monasterios como el de Santa María de Aguilar de Campoo.
En el ámbito castellano fueron numerosos, pero tuvieron menos éxito en otras regiones
peninsulares.
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