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Tema 11

LAS MONARQUÍAS FEUDALES CRISTIANAS (1110 – 1215)

Capitulo Página

1. LOS REINOS OCCIDENTALES...................................................................2


1.1 La monarquía leonesa: de Urraca a Alfonso VII...........................................2
1.2 Un nuevo protagonista: el Reino de Portugal................................................3
1.3 La división de los Reinos de Castilla y León.................................................4

2. LOS REINOS ORIENTALES........................................................................6


2.1 La expansión territorial de Alfonso I..............................................................6
2.2 La unión de Aragón y Cataluña.....................................................................7
2.3 El Reino de Navarra......................................................................................8

3. LA CONSOLIDACIÓN DE LA SOCIEDAD FEUDAL.................................10


3.1 Monarquía y aristocracias...........................................................................10
3.2 Aldeas, comunidades campesinas y señores.............................................11
3.3 Pacto y violencia en el mundo rural............................................................12

4. LOS ESPACIOS URBANOS......................................................................14


4.1 La expansión urbana del S.XII....................................................................14
4.2 Las sociedades políticas urbanas...............................................................15
4.3 Las revueltas de los burgos........................................................................16

5. LA CONQUISTA FEUDAL.........................................................................18
5.1 El destino de los vencidos...........................................................................18
5.2 La formación de una nueva sociedad.........................................................19
5.3 Cruzadas y Órdenes Militares.....................................................................20

6. IGLESIA Y CRISTIANISMO.......................................................................22
6.1 La construcción de la geografía diocesana.................................................22
6.2 Nuevas órdenes religiosas: cistercienses y premonstratenses...................23
Las monarquías feudales cristianas (1110 – 1215) Tema 11 HMedE

1. LOS REINOS OCCIDENTALES


1.1 La monarquía leonesa: de Urraca a Alfonso VII
La muerte de Alfonso VI sin un descendiente varón y en plena crisis política provocada
por el éxito militar de los almorávides fue el inicio de conflictos que afectaron al Reino de
León.

Urraca, hija de Alfonso fue nombrada heredera. En aquel momento no tenía cónyuge. Su
marido, Raimundo de Borgoña había fallecido en 1107. El reinado de una mujer en
aquellos tiempos sólo era posible si se hallaba casada con algún noble o Rey que pudiera
sostener las redes de fidelidades.

El sistema de parentesco era cognaticio, la mujer tenía derechos de herencia y no


dejaban de formar parte de la familia paterna tras su matrimonio. La práctica aristocrática
consideraba a las mujeres como un medio para alcanzar alianzas a través del matrimonio.

Alfonso VI se inclinó por el matrimonio con el Rey de Aragón, Alfonso I. El matrimonio


reforzaría militarmente el Reino. El acuerdo implicaba que en caso de que la pareja
tuviera hijos, estos heredarían el trono marginando a Alfonso Raimúndez, hijo de Urraca y
Raimundo de Borgoña.

Alfonso I trató de convertirse en un monarca efectivo en León – Castilla, lo que le llevó al


enfrentamiento con la aristocracia y con Urraca que se sintió marginada.

En Galicia surgió un movimiento de defensa de los intereses de Alfonso Raimúndez. Era


una actitud defensiva ante la marginación de quien había heredado el control del área
gallega de su padre, Raimundo de Borgoña.

Enrique de Borgoña ostentaba el control de Portucale, entre los ríos Miño y Mondego y
tenía aspiraciones al trono a través de su esposa, doña Teresa, hija bastarda de Alfonso
VI.

Alfonso I obtuvo importantes victorias como Candespina y Viadangos (1111). Su posición


siempre estuvo erosionada por la falta de apoyos entre los grupos aristocráticos a lo que
se sumó la separación definitiva de Urraca (1114), matrimonio que era visto como
incestuoso por la cercana relación familiar entre los contrayentes. Alfonso I contó con el
apoyo de grupos burgueses y de buena parte de los castellanos. La posición de Urraca se
fue afianzando, pero reconoció como heredero a su hijo Alfonso Raimúndez y tuvo que
pactar con la poderosa aristocracia gallega y con Diego Gelmírez, Obispo de Santiago.
Las relaciones entre madre e hijo fueron tensas.

En 1126, la Reina Urraca falleció y su hijo Alfonso Raimúndez alcanzó el trono llegando a
acuerdos con Doña Teresa y con Alfonso I, controlando el Oriente castellano, pero
renunció al torno tras las Paces de Tamarón (1127).

Alfonso VII superó la crisis política. Aprovechó el debilitamiento del poder almorávide y
emprendió campañas militares exitosas. La toma del castillo de Oreja (1139) supuso el
final de la amenaza almorávide sobre Toledo y reforzó la imagen de un rey poderoso. Se
benefició de la crisis en Aragón por la muerte de Alfonso I y su testamento. Su reacción le
permitió recuperar territorios castellanos que habían estado en manos de los aragoneses.

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En el interior del reino, apoyó las iniciativas del Obispo Gelmírez y contó con la
colaboración de unas redes aristocráticas que volvían a estar alimentadas con nuevos
botines y con una estructura política en la que las tenencias cobraron centralidad.

Alfonso VII fue proclamado imperator en León (1135). García Sánchez, Rey de Pamplona,
Alfonso Enríquez, hijo de Doña Teresa y Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona y Rey
consorte de Aragón, le prestaron homenaje vasallático (1140). El título de Imperator
conllevaba el reconocimiento de una hegemonía política reconocida por otras autoridades
cristianas y musulmanas sin que éstas dejasen de disfrutar del control de sus espacios
políticos.

Hacia 1140, Alfonso consolidó su superioridad política lo que le permitió organizar


campañas contra Al – Andalus como la toma de Calatrava y Baeza. Planificó con la ayuda
de Génova la conquista de Almería (1147) que retuvo hasta que los Almohades tomaron
la ciudad en 1157. En 1151 firmaba el Tratado de Tudejón con Ramón Berenguer IV en el
que éste reiteraba su reconocimiento de la posición superior de Alfonso VII y ambos
acordaban dividirse los territorios andalusíes que pudieran conquistarse en el área
levantina.

1.2 Un nuevo protagonista: el Reino de Portugal


Su origen debe situarse en la potestad entregada por Alfonso VI a su yerno Enrique de
Borgoña, casado con Teresa, sobre el territorio entre el Miño y el Tajo. Enrique de
Borgoña se intituló Conde en Portucale y de Coimbra junto con su mujer, actuando con
total autonomía. La situación política generada por los conflictos entre Urraca y Alfonso I
favorecieron los intereses de Enrique.

La muerte de Enrique (1114) trasladó el peso de la acción política a su mujer Teresa.

Fernando Pérez de Traba, hijo de Pedro Froilaz fue desde 1120 hombre de confianza de
Doña Teresa y su pareja. La política de Teresa y Fernando Pérez de Traba era tendente a
la vuelta a los vínculos entre Galicia y el territorio entre el Miño y el Mondego, una opción
que beneficiaba a los magnates. Su hijo Alfonso Enríquez, nacido de su matrimonio con
Enrique de Borgoña, comenzó a conspirar para hacerse con el poder, temiendo verse
desplazado de la sucesión por las relaciones de su madre con Fernando Pérez de Traba.
Alfonso Enríquez aglutinó a la aristocracia portuguesa de rango inferior a los magnates.
Estos infanzones fueron el brazo militar que ayudó en la victoria de san Mamede (1128),
tras la que Alfonso Enríquez se hizo con el control efectivo de los espacios entre el Miño y
el Mondego. La acción política de Alfonso Enríquez estuvo encaminada desde sus
comienzos en la formación de un espacio político propio.

Alfonso Enríquez se convirtió en vasallo de su primo Alfonso VII y reconoció su superior


autoridad a cambio de que este respetara su capacidad de actuación en sus territorios. A
finales del primer tercio del S.XII, Alfonso Enríquez comenzó una política más agresiva
buscando Portugalensium. En 1143 Alfonso VII parece haberlo reconocido como tal, pero
manteniendo las relaciones de superioridad que poseía como Imperator. Alfonso Enríquez
se declaró vasallo del Papa para obtener legitimidad y asegurarse su apoyo. Los
Pontífices no reconocieron la realeza portuguesa hasta 1179.

La monarquía portuguesa utilizó la lucha contra los andalusíes par conseguir botines que
pudieran ser redistribuidos y retroalimentar los lazos de fidelidad, y para disponer de un
capital simbólico en su condición de guerreros contra el Islam.

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La debilidad almorávide favoreció la expansión territorial. Con el apoyo de un importante


grupo de guerreros cruzados que en su camino a Tierra Santa, para emprender la
Segunda Cruzada, alcanzaron las costas portuguesas donde fueron convencidos por
Alfonso Enríquez, el Rey portugués tomó Santarem y Lisboa (1147).

La división de los reinos de León y Castilla a la muerte de Alfonso VII ofreció un contexto
muy favorable para el incremento del poder de Alfonso Enríquez, que extendió sus
dominios por la región de La Beira dentro del actual Portugal, mediante concesiones de
fueros, y buscó el control de espacios pertenecientes a León. La creación de la villa de
Ciudad Rodrigo (1161) obedeció a la necesidad del Rey Fernando II de León de hacer
frente a expansionismo portugués, pero soliviantó a los salmantinos que veían mermado
su territorio, quienes se sublevaron siendo derrotados en la batalla de la Valmuza. La
influencia portuguesa se manifestó en la pugna por hacerse con espacios andalusíes
emplazados en Extremadura.

Alfonso Enríquez y el caudillo militar Geraldo Sem Pavor encabezaron una campaña
contra Badajoz (1169), pero la reacción de Fernando II provocó el apresamiento de
ambos y el Rey quedó herido.

Alfonso tuvo que renunciar a su política de expansión contra León. Siguió siendo Rey
hasta 1185 y su hijo Sancho quedó asociado al trono y fue quien lideró el ejército. Geraldo
entró al servicio del Califa Almohade.

1.3 La división de los Reinos de Castilla y León


En 1157 fallecía Alfonso VII. Su reino se dividió entre sus hijos varones: el primogénito
Sancho recibió el Reino de Castilla y Fernando obtuvo el de León.

En el Tratado de Sahagún (1158) se estipulaba la ayuda mutua entre ambos hermanos y


se acordaba que si alguno de los dos Reyes muriese sin heredero legítimo su reino
quedaría en manos del otro hermano, al tiempo que se comprometían a no pactar con el
Rey de Portugal. La muerte de Sancho III (1158) precipitó las tensiones. El heredero era
Alfonso VIII, un menor de edad.

El enfrentamiento se produjo entre las familias Lara y Castro por el ejercicio de la


Regencia. Fernando II de León aprovechó ese contexto para convertirse en el monarca
hegemónico.

El Rey leonés obtuvo ventajas territoriales sobre Castilla e impuso su preeminencia


apoyándose en los Castro, que se habían marchado de Castilla debido al control de los
Lara sobre el monarca castellano. Fernando emprendió una política agresiva contra
Portugal, con la pretensión de limitar el alcance de la expansión portuguesa y evitar que
taponase la posible expansión leonesa por los espacios andalusíes. Consiguió que
Alfonso II de Aragón le reconociese como su tutor y protector. Con la mayoría de edad de
Alfonso VIII (1169), éste se desprendió del control de los Lara e inició una política
destinada a convertir a Castilla en la potencia cristiana hegemónica.

El monarca reactivó las relaciones con Aragón plasmadas en el Tratado de Cazorla


(1179) donde se acordaban las zonas andalusíes que podrían ser conquistadas por cada
uno y se reafirmaban en su derecho a dividir el Reino de Navarra.

El ejército castellano se dirigió contra el Reino Navarro y Castilla se hizo con el dominio
sobre La Rioja.

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20 años más tarde, una nueva guerra entre ambos contendientes se resolvió con la
integración definitiva de Álava y Guipúzcoa en la Corona castellana.

Las relaciones con su tío Fernando II fueron tensas, sobre todo por la definición de los
espacios de cada reino en la Tierra de Campos.

En 1188 fallece el monarca leonés y su hijo Alfonso accede al trono. Alfonso XI se declaró
vasallo de su primo Alfonso VIII y más tarde se acordó el matrimonio de Berenguela, la
hija de Alfonso VIII con el rey leonés.

Alfonso IX rompió el compromiso al que había llegado con su primo y se casó con la
Infanta Teresa de Portugal, matrimonio anulado por el Papa aunque para entonces (1194)
ya tenían 3 hijos.

En 1198 Alfonso IX se casó con Berenguela. Sancho I de Portugal (1185 – 1211) procuró
afianzar su posición política mediante la concesión de fueros a las villas más importantes
de su territorio y continuando su presión sobre el espacio andalusí.

Entre 1199 y 1200 un ejército leonés atacó su reino y Sancho I tuvo que limitar su
expansión y reconocer la autoridad leonesa sobre el Oeste de la provincia de Zamora.

Junto con las luchas internas, se mantuvo la presión expansiva sobre Al – Andalus. La
debilidad militar de los Reinos de Taifas surgidos tras la desvertebración del poder
Almorávide facilitó la acción militar de los Reyes de Castilla y León. Con el apoyo de las
órdenes militares, se fueron haciendo con el control de determinados puntos fuertes como
Calatrava, Alcántara o Consuegra.

Con la llegada de los Almohades, en 1195 se produce la batalla de Alarcos, que vencen
rotundamente.

El mismo Alfonso VIII años más tarde encabezó una expedición que incorporaba a los
Reyes de Aragón y Navarra y a un contingente de guerreros de más allá de los Pirineos,
animado por la proclamación de cruzada emitida por Inocencio III. La campaña culminó en
la batalla de las Navas de Tolosa (1212) donde las fuerzas cristianas obtienen la victoria
que les permite consolidar su dominio sobre la Submeseta Sur y les abrió las puertas del
Valle del Guadalquivir gracias a la descomposición del poder almohade.

El Rey leonés pudo beneficiarse de esta situación consolidando su dominio sobre


Extremadura con la toma de Cáceres (1227) y en 1230 conquistaba Badajoz.

Alfonso VIII fallece en 1214. Le sucede su hijo Enrique I (1214 – 1217) cuya temprana
muerte puso en el trono a Fernando hijo de Alfonso IX y Berenguela y heredero del trono
leonés. En 1230 ambos tronos volvían a unirse, pero Castilla era el reino principal.

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2. LOS REINOS ORIENTALES


2.1 La expansión territorial de Alfonso I
Alfonso I ascenderá al trono aragonés en 1104.

Pedro I había llevado a cabo una notable expansión del territorio aragonés a costa del
espacio andalusí.

Alfonso I El Batallador reforzó era política expansiva y conquistará todo el Valle del Ebro.

Se produce la colaboración de importantes contingentes militares ultrapirenaicos.


Además, el trono aragonés tenía una estrecha vinculación con la sede de Roma.

En los primeros años de su reinado conquista Ejeta y Tauste (1105).

Alfonso VI decidió el matrimonio de su hija Urraca con él. Las consecuencias de esa
alianza matrimonial fueron un incremento de las tensiones políticas dentro del Reino de
León.

Alfonso I consiguió hacerse con el control de La Rioja y de las áreas más orientales de
Castilla, donde fundó la villa de Soria. La ausencia de Alfonso I de las tierras aragonesas
inmerso en los conflictos leoneses facilitó que los almorávides pudieran realizar algunas
campañas.

La vuelta al escenario aragonés tras su separación de Urraca (1114), propició una mayor
presión cristiana sobre los territorios andalusíes en el Valle del Ebro. El concilio celebrado
en Toulouse (1118) aprobó una nueva cruzada lo que permitió que numerosos caballeros
francos se dirigieran al Reino de Aragón.

Ese año se conseguía la rendición de Zaragoza. En 1119 una nueva campaña permitió la
capitulación de Tudela y después de vencer a los almorávides en Cutanda, se rinde
Calatayud (1120), seguida de Daroca, Monreal del Campo, Singra y Torrelacárcel. Buena
parte del Valle de Ebro andalusí pasaba ahora a manos del monarca aragonés.

Se produce la expedición organizada por Alfonso I contra Al – Andalus (1125 – 1126) que
se dirigió hacia Levante y más tarde hacia Granada, pero los almorávides vencieron al
ejército de Alfonso. Alfonso trajo consigo a un importante número de familias cristianas
arabizadas (mozárabes).

En su testamento entregaba el reino a las Órdenes Militares del Temple, San Juan, el
Hospital y el Santo Sepulcro por no tener heredero. Los aristócratas del Reino no estaban
dispuestos a aceptar ese testamento ni las Órdenes Militares poseían los medios ni el
interés para hacer efectivo ese testamento. Se produce la separación del Reino. Los
aristócratas aragoneses nombraron Rey al hermano de Alfonso I, Ramiro II y la
aristocracia navarra junto con el Obispo de Pamplona proclama Rey a García Ramírez.

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2.2 La unión de Aragón y Cataluña


Los aragoneses nombraros Rey a Ramiro II (1134 – 1137). Ramiro había sido hasta
entonces clérigo y no tenía descendencia por lo que se acordó su boda con Inés de
Poitou (1135). En 1136 nació la heredera, Petronila a quien se casó con el Conde de
Barcelona, Ramón Berenguer IV (1131 – 1162) que había recibido el bloque principal de
los condados catalanes de su padre Ramón Berenguer III.

Los esponsales se celebraron en 1136 y Ramón Berenguer IV asumía el título de Príncipe


de Aragón.

Esta unión fue el inicio de la Corona de Aragón, aunque el primer Rey fue Alfonso II (1162
– 1196).

A partir de la segunda mitad del S.XII se construyó una identidad política diferenciada y
reconocida como Cataluña. Esta identidad agrupada a todo el conjunto de tierras que no
formaba parte del reino aragonés y no representaba ningún tipo de agrupación política
identificada por aspectos culturales o políticos específicos.

Los inicios de esta unión fueron difíciles ante la presión de los navarros, que fue
aprovechada por Alfonso VII. Se erigió en defensor de los aragoneses ante la amenaza
almorávide y entró en Zaragoza (1136).

Ramiro II reconoció que Alfonso VII actuaba en su condición de Imperator y que se


hiciese con el control de los territorios sorianos. Ramón Berenguer IV tuvo que declararse
vasallo de Alfonso VII que acordó la repartición del Reino de Pamplona algo que jamás se
llevó a cabo. Se fraguó una alianza de largo recorrido entre Aragón y León – Castilla
frente a Pamplona.

La posición de Ramón Berenguer IV se afianzó y pudo retomar la política expansiva que


había definido al reino aragonés aprovechándose de la fragmentación andalusí tras el
colapso del poder almorávide.

La iniciativa del Conde de Barcelona se dirigió hacia centros vinculados con el ámbito
catalán y contó con el apoyo tanto del Papado como de numerosos guerreros
ultrapirenáicos. Entre 1148 y 1150, Lérida, Tortosa y Fraga cayeron en sus manos,
generando así un rico botín que reforzó la posición del Conde.

Ramón Berenguer IV falleció en 1162 y su heredero Alfonso contaba con sólo 5 años.

Fernando II de León pactó convertirse en tutor y defensor de Alfonso II quien casaría con
la hermana del rey leonés Sancha. Este acercamiento a León se difuminó ante el temor
que suscitaba el monarca leonés. Se mantuvo la decisión de Ramón Berenguer IV de que
la tutoría recayese en Enrique II Plantagenet, Rey de Inglaterra. Alfonso II, gracias a la
renuncia de su madre Petronila a sus derechos sucesorios reforzó su posición como Rey
hasta alcanzar la mayoría de edad (1174).

Se embarcó en nuevas campañas de conquista y pudo hacerse con el dominio de Teruel


(1176). Alfonso II pretendió afianzar su poder en el área occitana siguiendo las políticas
que los Condes de Barcelona habían llevado a cabo desde la segunda mitad del S.XI. Se
consigue el control de varios condados en la Provenza, donde Alfonso recibió el título de
Marqués y varios de los aristócratas languedocianos reconocieron su vasallaje.

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Alfonso II tuvo que hacer frente a un fuerte endeudamiento que le obligó a acudir a los
aristócratas que le prestaron dinero a cambio de que se consolidase su poder,
convirtiendo a las honores en bienes hereditarios que entraron a formar parte de los
patrimonios señoriales. Su hijo y sucesor Pedro II (1196 – 1213) continuó las mismas
líneas de acción que su padre. Mantuvo la alianza con Castilla y la política agresiva contra
Al – Andalus que tuvo su momento más decisivo en la colaboración del rey aragonés en la
batalla de las Navas de Tolosa (1212).

La progresión hacia el Sur se detuvo debido a la fortaleza de los almohades. Durante su


reinado apenas consiguió obtener nuevos territorios.

Pedro II fue el primer rey de la Corona de Aragón coronado en Roma, a cargo del
Pontífice. Esto refrendaba la legitimidad del monarca, a cambio de la renovación del
vasallaje a la Sede Pontificia y a la renuncia de los derechos de patronato sobre las
iglesias de su reino. Se reanudaba la tradicional relación entre el Papado y la realeza
aragonesa. El monarca mantuvo una política occitana que le llevó a ser el señor de la
mayoría de los aristócratas del Languedoc. La deuda ascendió notablemente.

El monarca se vio obligado a liquidar buena parte del patrimonio real e incluso a ceder
regalías y vender cargos.

En el Languedoc se desarrolló el catarismo que contaba con el apoyo de la aristocracia.


Este movimiento religioso se definía por un rígido dualismo y fue calificado como herejía
por el Pontificado. Se incrementó la presión sobre los aristócratas languedocianos hasta
que se predicó una cruzada contra los cátaros. El ejército cruzado estaba encabezado por
Simón de Montfort y estaba compuesto de aristócratas del Norte de Francia. El Rey de
Francia apoyaba la cruzada como un medio para hacerse con el control de una región en
la práctica autónoma a su poder. Los ataques de Simón de Montfort a algunos vasallos de
Pedro II obligaron a éste a intervenir en su defensa. El Rey aragonés se enfrentó a los
cruzados de Simón de Montfort en la batalla de Muret (1213), donde muere el rey
aragonés y supone el final de la política occitana de la Corona de Aragón. El heredero al
trono era Jaime, de 5 años de edad.

2.3 El Reino de Navarra


Con el testamento de Alfonso I, los aristócratas pamploneses, alaveses, guipuzcoanos,
vizcaínos y riojanos decidieron, con la intervención del Obispo de Pamplona, la
entronización de García Ramírez, descendiente por vía ilegítima de Sancho III, como Rey
(1134 – 1150).

García Ramírez no fue reconocido como monarca. A pesar de su acercamiento a la Santa


Sede, los pontífices mantuvieron la alianza con los Reyes de Aragón y no reconocieron al
reino hasta 1194.

Fracasado el intento de prohijar a García Ramírez con Ramiro II, el nuevo Rey optó por
prestar vasallaje a Alfonso VII (1135) y asegurarse de esta forma su continuidad en el
ejercicio del poder. La renovación del vasallaje y el matrimonio de García Ramírez con
Urraca, hija ilegítima de Alfonso VII permitieron la supervivencia del poder del Rey de
Pamplona. Las conquistas de aragoneses, catalanes y leoneses sobre espacios
andalusíes favorecieron el mantenimiento de la situación.

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A la muerte de García Ramírez, le sucedió su hijo Sancho VI El Sabio (1150 – 1194).


Tuvo que hacer frente a los sucesivos acuerdos fijados entre castellanos y aragoneses
para repartirse su reino.

La división entre los reinos de Castilla y León significó una oportunidad para consolidar el
poder pamplonés. Sancho VI prestó homenaje a Fernando II de León (1162), recibiendo a
cambio el control de la La Rioja, así como Miranda de Ebro y la comarca de la Bureba. Se
aflojaba la presión castellana en un momento en que las luchas entre los Lara y los Castro
estaban en auge. Con la llegada a la mayoría de edad de Alfonso VIII, el rey castellano
lanzó entre 14173 y 1176 una serie de campañas militares que le permitieron recobrar el
control de los espacios cedidos en el vasallaje de Fernando II y ocupar gran parte de La
Rioja.

Alfonso VIII puso en marcha una exitosa política de alianzas, que incluía la cesión de
tenencias a aristócratas regionales, la concesión de fueros y la donación de abundantes
bienes a monasterios y obispados, lo que permitió crear una amalgama de intereses
comunes que vertebraba una red política que se demostró muy estable.

La respuesta de Sancho VI fue una reorganización del Reino que incluyó la dotación de
fueros para las principales ciudades y villas y una unificación de los pagos debidos a la
Corona (unificación de pechas). Se produjo un creciente interés por las zonas situadas al
Norte de los Pirineos (ultrapuertos) donde podía encontrar una conexión marítima a través
del puerto de Bayona.

Se produce un cambio en la percepción política del Reino que comenzó a denominarse


Navarra. Se transformó en la identificación de un reino y en la plasmación de un programa
de afirmación de la estructura política regida por Sancho VI. Se buscaba la definición de
un territorio específico, con su propio Rey. Sancho VI cambió la denominación de Rex
Pampilonensium a Rex Navarre (1162).

Con la llegada al trono de Sancho VII El Fuerte (1194 – 1234), la Santa Sede lo calificó
como Rex y no como Dux. Este reconocimiento venía acompañado de una boyante
situación de las finanzas regias.

En 1200, Alfonso VIII se hacia con el control de Álava y Guipúzcoa que pasaron al control
castellano.

La escasa resistencia fue protagonizada por villas fundadas por la Corona, como Vitoria y
San Sebastián. Sancho VII tuvo que reconocer las nuevas fronteras.

Sancho VII centró su actividad en la colaboración en las tareas de conquista de Alfonso


VIII con una participación activa en la batalla de Las Navas de Tolosa. Se convirtió en un
importante prestamista de los reyes aragoneses. Así pudo controlar algunas fortalezas en
el espacio aragonés que le permitiesen participar en la conquista de tierras levantinas.

A la muerte de Sancho VII el Reino de Navarra se había defendido como una monarquía
menor. La proyección hacia Francia se reforzó con una nueva dinastía de origen franco.

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3. LA CONSOLIDACIÓN DE LA SOCIEDAD FEUDAL


3.1 Monarquía y aristocracias
En el S.XII se asiste a un crecimiento de la centralidad de las estructuras políticas regias
en el seno de la actividad de las aristocracias.

La Corte, a pesar de ser itinerante, se convirtió en un escenario central de los vínculos


políticos entre monarcas y aristócratas, los cuáles pretendían recibir beneficios de esa
relación privilegiada.

Surgieron iniciativas administrativas, como la creación de las primeras chancillerías y, en


el caso catalán, de un sistema de contabilidad financiero, que representaron avances
considerables en la burocratización del poder regio. Aparecieron publicaciones cronísticas
que reflejaron la ideología del poder monárquico. Los monarcas se dotaron de una serie
de herramientas simbólicas como la heráldica.

Esta relevancia del centro político regio se basaba en la existencia de lazos personales de
fidelidad con los distintos miembros de la aristocracia. El monarca debía entregar bienes y
derechos como el único mecanismo posible para asegurarse una fidelidad siempre
precaria. No existía una conciencia de pertenencia a un Estado o nación. En momentos
de tensión los aristócratas podían marcharse a servir a otro monarca.

Tampoco existía una oposición entre reyes y aristocracias, sino que las revueltas y
sublevaciones respondían a la frustración de las expectativas de los aristócratas en un
marco en el que los beneficios no eran repartidos por igual pero también donde existía
una pugna por incrementar las bases del poder de las distintas familias. La movilidad fue
un rasgo identificativo de la aristocracia de este período.

Las relaciones entre Reyes y la más alta aristocracia fueron complejas. En el S.XII y
comienzos del S.XIII se construyeron escenarios donde se podían fijar esos vínculos.

En época de Ramón Berenguer IV, hacia 1150, se recopilaron los usatges, un código
jurídico que recogía las relaciones feudales en el ámbito bajo control del conde de
Barcelona. Se produce así el reconocimiento de la autoridad condal como garante del
buen cumplimiento de los acuerdos entre señores, siendo el árbitro de las disputas, al
tiempo que se creaba una jerarquización interna de esa aristocracia.

Otra obra relevante fue el Liber Feudorum Maior (1194) donde se recopilaban por escrito
los acuerdos (convenientiae) entre el Conde y otros señores.

En este período el Conde reorganizó la administración territorial introduciendo la figura del


veguer y se implementó una reforma fiscal de las tierras condales.

Las dificultades financieras de Alfonso II y Pedro II conllevaron la hipoteca y venta de la


mayor parte de las tierras regias en Aragón. El antiguo sistema de honores quedó
alterado por el hecho de que muchos de los señores que ostentaban esos beneficios
negaban a los monarcas la potestad sobre los castillos. La construcción de nuevos
castillos, sin el permiso regio, desbordaba el marco de las relaciones establecidas desde
finales del S.XI. De hecho, las honores quedaron en la práctica patrimonializadas. Las
condiciones en que un señor podía ser desplazado eran muy limitadas.

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En el caso leones – castellano, el sistema de tenencias se convirtió en el escenario de las


relaciones políticas. Se correspondían con la cesión temporal de los derechos regios
sobre determinados territorios a favor de determinados aristócratas. Estos territorios
solían tener una fortaleza como eje central y en su interior coexistían otras instancias
señoriales que estaban al margen del control del Rey. Eran la unidad de organización del
señorío del Rey (realengo) y no instrumentos de una administración territorial homogénea.
Los tenentes recibían una delegación regia sobre aspectos relacionados con las rentas
captadas en nombre del Rey o con la justicia, pero también actuaban como señores de la
tenencia. El monarca podía destituir del puesto a los tenentes pero cada vez fue más
complicado.

El control de las principales tenencias que jerarquizaban otras menores, en las cuales los
magnates situaban a clientes suyos, creando sólidas redes de poder, favoreció una
tendencia a la patrimonialización en manos de la parentela. Los reyes no podían ir en
contra de esta situación. Los magnates componían el principal cuerpo político del reino. El
monarca contó con nuevos instrumentos para hacer frente a esta situación, como la
formación de villas reales que implicaban una reorganización territorial y jurídica del
realengo o la implantación del sistema de merinos.

En el caso navarro, la anexión castellana de espacios de Occidente del Reino es una


muestra de la laxitud de los vínculos entre las aristocracias y el poder regio que podían
cambiarse al basarse exclusivamente en la fidelidad.

La reorganización política implementada por Sancho VI supuso un cambio. El monarca


reivindicó su condición de señor natural sobre todo el reino lo que se plasmó en la
terminología: de Rey de Pamplona a Rey de Navarra. Se llevo a cabo una recopilación y
revisión de los ordenamientos legales que dio lugar al Fuero General, válido en todo el
conjunto del reino y emanación del poder regio. Se implantó la unificación de pechas,
mediante la cual se eliminaban las antiguas y diversas rentas que pagaban al monarca los
campesinos del realengo y se creaba una sólida base económica.

Este programa fracasó en las áreas occidentales. Los reyes navarros tuvieron más éxito
con los grupos urbanos y con la aristocracia mediana.

3.2 Aldeas, comunidades campesinas y señores


En los S.XI y S.XII se produjo la configuración de una densa red de asentamientos
abiertos y concentrados que componían el escenario físico del hábitat rural. Estas aldeas
se caracterizan por la presencia de espacios de poder en su interior lo que suponía un
cambio respecto al período altomedieval.

La presencia de estos focos de poder y el avance de la piedra como material constructivo


son aspectos que coinciden con la afirmación de identidades aldeanas. Estas se
plasmaban en una serie de actividades colectivas, que incluían la acción conjunta en
determinados momentos, frente a amenazas externas, así como la gestión de áreas de
aprovechamiento comunal. Estas identidades se plasmaban en un espacio físico que
aparece cada vez mejor delimitado.

Las perambulaciones, la visita de los límites de un determinado lugar realizada por una
autoridad y los representantes de los habitantes de la aldea o las aldeas vecinas,
acompañada de la colocación de mojones, permitió una definición nítida del territorio
aldeano que se vio reproducida en las áreas de nueva conquista. La implantación de la
red parroquial colaboró en la cristalización de una territorialidad formalizada.
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La progresiva implantación de la parroquia no sólo facilitó la expresión física de la


identidad aldeana, sino que se convirtió en un elemento esencial de esa misma identidad.
La comunidad se sentía identificada por la presencia de una parroquia y un santo patrón
en torno al cual se celebraban de manera pública los principales ritos de paso: el
nacimiento, el matrimonio y el fallecimiento de cada individuo.

Era un espacio donde se reunían los concejos y en su entorno se hallaba el cementerio,


espacio sacralizado.

Las comunidades aldeanas estaban influidas por la presencia señorial en el S.XII, con la
excepción de los territorios de la Extremadura al Sur del Duero, donde se desarrolló un
modelo social basado en el dominio jurisdiccional del mundo rural por parte de las villas o
núcleos urbanos. La presencia señorial era omnipresente pero diversa, con distintos
señores interviniendo en un mismo espacio. Las zonas conquistadas a los andalusíes
fueron objeto de configuración de espacios señoriales, algunos de ellos específicos como
las encomiendas de las Órdenes Militares. La clave estribaba en la imposición de rentas,
pagos relacionados con la producción y la jurisdicción que debían entregarse al señor en
su calidad de tal y no necesariamente por ser propietario.

En el S.XII se detectan algunas tendencias. Una es la fijación en el área occidental de una


serie de categorías señoriales: el solariego (dominio de un señor laico), el abadengo
(dominio de un señor eclesiástico), el realengo (dominio señorial del Rey) y las behetrías,
con la presencia de dos niveles señoriales (el señor natural y los señores diviseros) donde
fue desapareciendo la relevancia previa de los estratos campesinos más ricos.

En un mismo lugar podían coexistir diferentes jerarquías señoriales. Otra tendencia fue el
avance de la servidumbre a partir de mediados del S.XII. Los campesinos siervos debían
pagar una serie de rentas específicas por su condición que incluían los derechos de
alojamiento de los señores cuando se desplazaban y la prestación de trabajo aunque los
matices regionales y comarcales fueron la norma.

3.3 Pacto y violencia en el mundo rural


Las relaciones entre señores y comunidades rurales eran muy diversas. En aquellos
casos en que se pudo construir un dominio señorial que incluía conjunto de una
población, sobre la que se ejercían derechos jurisdiccionales, fue posible establecer una
serie de acuerdos, que fijaban la costumbre señorial. Son los fueros o cartas de
franquicias, donde el señor aparecía concediendo una serie de privilegios a los
habitantes. Se concebían como unos fueros buenos frente a unas exigencias señoriales
consideradas abusivas. Muchos de estos pactos fueron el fruto de conflictos previos o de
negociaciones que cristalizaron en el fuero. El resultado era la fijación por escrito de la
costumbre y la creación de un statu quo reconocido por ambas partes. Las cláusulas se
referían tanto a las rentas que debían pagarse sobre la producción agraria, bien en forma
de cantidad fija, bien diferenciando las distintas escalas de riqueza en el seno de la
comunidad, como otras rentas de tipo jurisdiccional relacionadas con la muerte intestada,
las injurias o el casamiento de las viudas entre otros aspectos. En algunos casos se fijaba
el nombramiento de algunos representantes de la comunidad elegidos por el señor o a
veces con la intervención directa del concejo.

En la Meseta del Duero eran frecuentes los acuerdos relativos a las sernas, las
prestaciones de trabajo obligatorias.

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Los fueros facilitaban la existencia de un marco normativo aceptado y más o menos


consensuado dentro de los márgenes posibles en una sociedad feudal. Eso no impedía la
existencia de tensiones, sobre todo cuando se percibe una ruptura de la costumbre.
Puede observarse la acción colectiva de la comunidad para hacer frente a las amenazas.
Así sucede por la imposición de nuevas rentas o el incremento de las antiguas. Las más
comunes parecen haberse centrado en las prestaciones de trabajo. La función de esos
días de trabajo obligatorio en tierras del señor no era sólo económica sino social ya que
marcaban la superioridad del señor.

Podían verse como un signo de servidumbre o percibirse como un servicio no obligatorio,


casi una suerte de trabajo voluntario realizada por los campesinos a cambio de
manutención. Otro aspecto fundamental era el mantenimiento de los espacios de uso
mancomunal cuando una aldea pasaba a pertenecer a un señorío, mientras sus
habitantes querían mantener los aprovechamientos tradicionales.

También hubo enfrentamientos provocados por el interés de determinados representantes


del poder regio o condal que querían percibir rentas consideradas injustas por los
habitantes.

Estas tensiones solían dar lugar a momentos de violencia. La extensión de esta violencia
era local. El recurso a la justicia, regia o condal, era más habitual, tanto por parte de los
señores como de las comunidades, que la confrontación abierta. Cuando esta se
producía, era en muchas ocasiones la antesala de la búsqueda de soluciones en el
ámbito judicial, a la que recurría al menos una de las partes enfrentada. La justicia se
mostraba favorable en términos generales a los intereses señoriales, pero la evidencia de
que las comunidades también acudían a los tribunales indica que había expectativas de
que la resolución fuese favorable para ellas. Una situación que pasaba por el
reconocimiento por parte de los campesinos de la dominación señorial considerada
legítima.

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4. LOS ESPACIOS URBANOS


4.1 La expansión urbana del S.XII
Durante el S.XII se produjo una expansión del hecho urbano en los reinos cristianos del
Norte peninsular. En este siglo y comienzos del siguiente, los núcleos que habían surgido
al calor de la ruta jacobea se consolidaron, configurando un tejido urbano que cubría parte
del territorio de Este a Oeste. Otros centros urbanos vieron incrementar su tamaño, como
Barcelona.

Las villas de la Extremadura al Sur del Duero se consolidaron como centros políticos
urbanos, sobre los cuales descansaba la articulación del territorio. El modelo de “villa y
tierra” se fue consolidando y se extendió a áreas hasta entonces al margen de la
autoridad política como Soria.

En el S.XII adquirieron gran relevancia las ciudades conquistadas a los andalusíes como
Coímbra, Toledo, Huesca, Zaragoza, Tudela, Lérida, Tortosa y Lisboa. Estas ciudades
eran los focos del poder estatal en el mundo andalusí y desempeñaban un importante
papel como ejes comerciales, hacia donde se encaminaban los excedentes de los
territorios adyacentes. Tras la conquista, su centralidad continuó al convertirse en los
principales soportes del poder cristiano, pero con importantes transformaciones: la
población musulmana fue en parte expulsada del centro, que quedó poblado por
cristianos. Se mantuvieron como espacios densamente habitados. Los edificios asociados
al poder musulmán (alcazabas, palacios) pasaron a ser castillos o residencias del Rey y
de sus delegados, mientras que las mezquitas se convertían en iglesias. Estos lugares
recibieron fueros donde se consagraban una serie de privilegios y se fijaban los
mecanismos de gobierno interno, por lo que gozaban de una autonomía de la que
carecían las sociedades urbanas andalusíes, aunque siempre dentro del reconocimiento
de la monarquía feudal.

Algunos espacios conquistados vieron la constitución de núcleos urbanos aforados,


imitando el patrón de la Extremadura al Sur del Duero. La concesión de fueros a lugares
como Teruel o Cuenca tenía como objetivo crear sociedades urbanas con una fuerte dosis
militar, establecidas en áreas fronterizas.

Se forman núcleos urbanos de nuevo cuño, villas nuevas o regias. Se trataba de


iniciativas de los reyes, mediante las cuales se dotaba a un determinado lugar de un
fuero, en el que se recogían los privilegios jurídicos y políticos de la comunidad asentada
en ese sitio.

Se trataba de pequeños núcleos rurales previos, a los que se concedía una ordenación
jurídica propia, incluyendo un territorio de desiguales dimensiones (alfoz o jurisdicción), y
sobre los que se implementaba una política urbanística consistente en el reparto de lotes
de solares urbanos idénticos y en una reordenación del espacio agrario vecino.

Estos lugares tenían o se dotaban de una muralla que mostraba físicamente los límites
urbanos de la comunidad política allí asentada. Este fenómeno que se proyectó en el
S.XIII, afectó a numerosas áreas de los reinos cristianos, donde aparecieron estas villas o
bastidas, favorecidas por los monarcas, que creaban espacios de poder que centralizaban
su autoridad en una determinada comarca. Ejemplo son las “villas reales” de León y
Castilla que tuvieron su origen en el S.XII.

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Hubo un fenómeno de reestructuración del señorío regio (realengo) que se transfirió a


estos lugares, cuyos concejos se encargaron de gestionar una jurisdicción en nombre del
Rey y cuya afirmación modificó el sistema de tenencias. Se detectan en numerosas zonas
portuguesas, navarras, aragonesas y catalanas, donde abundan las fundaciones durante
los S.XI y S.XIII. La concentración de población posibilitaba un dominio político más eficaz
por parte de los reyes.

El impulso urbano no puede entenderse sin la existencia de un excedente agrario cada


vez mayor, que posibilitaba la existencia de otras actividades productivas y de mercado.
La función comercial parece haber sido esencial en muchos casos y se generó un sistema
económico que vinculaba a los territorios rurales con el centro urbano.

Un principio de actuación fue la necesidad de contar con unas comunidades políticas


vinculadas con el poder regio o condal. Esta dimensión resulta relevante en las áreas
fronterizas, donde la implantación de estas ciudades suponía la articulación del territorio
en el seno de una u otra monarquía.

Así se explica la notable concentración de villas en los límites entre Navarra y Castilla o
en la zona que servía de límite en León y Castilla.

Se produce un aumento del número de ciudades. El grueso de la población procedía del


entorno rural de estas ciudades. Una atracción promovida por las garantías jurídicas y los
privilegios que sellaban los fueros y que perjudicó a algunos señores que vieron sus
aldeas despobladas total o parcialmente. Con la excepción de algunas ciudades, los
núcleos no concentraron gran número de pobladores. Había una densa red de pequeñas
ciudades o villas cuya influencia era comarcal.

4.2 Las sociedades políticas urbanas


Un factor diferenciador de las ciudades medievales es la creación de mecanismos de
gobierno propios que permitían una autonomía política y social. Sobresalen dos aspectos:
la participación de los grupos urbanos en la gestión de las ciudades y un cierto grado de
institucionalización que contrasta con la realidad rural. El carácter abierto de las
asambleas urbanas no impide observar cómo los procesos de tomas de decisión y de
nombramiento de cargos estaban determinados por las desigualdades internas y
favorecían a las familias más ricas y socialmente influyentes en cada localidad.

Había señores residentes en las ciudades. Los grupos dominantes aspiraban a imitar las
formas de vida señoriales, incluyendo la inversión en el ámbito rural y, en definitiva, la
adscripción al grupo aristocrático. Las oligarquías urbanas no eran un cuerpo cerrado,
sino que debían moverse en un sistema en principio abierto, pero se fue imponiendo un
cierre cada vez más evidente, gracias a la consolidación de identidades sociales de
ámbito local que definían a las familias con mayores derechos en la práctica para ejercer
el dominio en las sociedades políticas urbanas. La mayoría de la población carecía de
capacidad efectiva para influir en las decisiones, si bien tenía siempre el recurso de la
necesidad de que estas se tomasen en marcos institucionales abiertos.

El instrumento jurídico que permitía la institucionalización de esas sociedades políticas


urbanas era el fuero. Era un documento concedido por una autoridad, la autoridad política
(Rey o nobleza), el Obispo o las Órdenes Militares, que reconocía a la comunidad urbana
una serie de privilegios.

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Frente a los acuerdos con las comunidades campesinas (fueros y cartas de franquicia)
donde el interés se centraba en fijar una costumbre señorial, los fueros dados a ciudades
y villas incluían una jurisdicción política, un régimen jurídico propio y una serie de
normativas respecto a las formas de nombramiento de cargos políticos locales, pudiendo
además incluir delimitaciones territoriales. Se fijaban también los derechos del señor que
otorgaba el fuero. Los fueros representaban el punto de partida desde el plano jurídico de
una nueva realidad política.

La norma era la diversidad de situaciones.

El Rey permitía un amplio margen de autonomía. El control por parte de los grupos
asociados al comercio era palpable en las villas y ciudades del Camino de Santiago cuyo
auge se debía al impulso de los intercambios.

Las ciudades de la Extremadura al Sur del Duero poseían una configuración interna muy
distinta. Sus élites estaban mucho más claramente asociadas a la guerra. Las milicias
concejiles desempeñaron un importante papel en las guerras del S.XII.

Estos grupos tenían intereses ganaderos que proyectaron sobre los espacios sometidos
jurisdiccionalmente a las villas cabeceras. Eran los caballeros.

Existían ya algunos elementos que permitían el control de la cooptación a los cargos y de


los mecanismos de toma de decisiones, por ejemplo, Ávila.

Este patrón se implantó en algunas ciudades de la submeseta sur. El modelo social de


lugares como Cuenca, Teruel o Cáceres remitía a este modo de vida, asociado a la
guerra, a la militarización de las élites y al aprovechamiento de recursos ganaderos como
estrategia económica.

En otras ciudades conquistadas a los andalusíes, como Zaragoza o Toledo, junto a estos
rasgos se mantuvieron elementos relacionados con la gestión económica como el
zabazoque o “señor del zoco”, encargado de velar por el normal desarrollo de las
actividades comerciales. No debe olivarse el peso de los grupos eclesiásticos. Las
ciudades y villas eran también sedes episcopales o de arcedianos y arciprestazgos. La
presencia de poderes eclesiásticos que en ocasiones eran importantes propietarios de
solares urbanos, podía generar tensiones. La promulgación de fueros específicos para los
clérigos pretendía limitar el alcance de los conflictos provocados por la coexistencia de
dos jurisdicciones en un mismo espacio. Algunas ciudades se hallaban bajo el dominio
episcopal (Palencia, Orense, Santiago).

Lo más relevante de las relaciones entre Iglesia y ciudad es el hecho de que las
identidades urbanas se definieron en torno a las parroquias o colaciones.

4.3 Las revueltas de los burgos


La implantación de los sistemas políticos urbanos no se realizó sin conflictos. En la
mayoría de las ocasiones estos conflictos no derivaron en revueltas, sino que pudieron
resolverse mediante acuerdos formales o tácitos. Los casos mejor documentados son:

- Sahagún. Hunden sus raíces en el S.XI, cuando el lugar recibió un fuero por
Alfonso VI en el que se mantenían importantes monopolios en manos del abad de
Sahagún, señor del lugar que además controlaba el funcionamiento de la sociedad
política urbana y de la justicia. El burgo tenía gran vitalidad económica.

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Aprovechando los conflictos provocados por la pugna entre Urraca y Alfonso I, la


población se negó a aceptar las exigencias del abad y formó una hermandad. El
objetivo era modificar el statu quo, abrir parcelas de actuación política propias y
eliminar determinados privilegios. Se contó con la colaboración de los campesinos
de los alrededores sometidos a poder abacial y con la del clero secular de la
localidad que deseaba modificar el dominio ejercido por el abad. Con el apoyo de
Alfonso I, el abad fue desalojado cuando se aprobaron nuevas costumbres (1112).
Los intereses de campesinos y burgueses divergían a lo que se unían las
diferencias entre francos y castellanos. La reina Urraca reinstauró al abad con el
apoyo de una parte de los habitantes del burgo (1114). Los aragoneses volvieron a
intervenir con el apoyo de los castellanos. En 1116 se reconoció la autoridad del
abad de Sahagún sin que los burgueses recibieran ventajas políticas. Los conflictos
siguieron latentes y en el S.XIII resurgieron con fuerza.

- Santiago. El enfrentamiento de Urraca con el Obispo de Santiago, Diego Gelmírez,


partidario de su hijo Alfonso Raimúndez avivó las protestas de los burgueses
contra el prelado, que ejercía el poder sobre el burgo compostelano. Los burgueses
contaban con la colaboración de parte del cabildo y de los campesinos de los
alrededores y con la connivencia de Urraca, que pretendía debilitar a uno de sus
rivales. El conflicto derivó hacia la violencia y los sublevados se hicieron con el
control de la ciudad e incendiaron la catedral. Urraca pudo escapar de Santiago,
volver con un ejército apoyado por Alfonso Raimúndez, que terminó con la revuelta
en 1117.

Ambos casos eran burgos sometidos a una jurisdicción señorial juzgada como opresiva.
Limitaba la capacidad de actuación política de los grupos urbanos. La existencia de un
contexto de convulsiones políticas ofreció la posibilidad de que pudiera expresarse el
descontento y que se contase con el apoyo temporal e instrumental de algunos de los
actores políticos. Estas condiciones eran diferentes en las ciudades de realengo lo que
parece haber evitado los conflictos abiertos.

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5. LA CONQUISTA FEUDAL
5.1 El destino de los vencidos
Los reinos cristianos ampliaron su territorio político mediante la conquista de espacios
andalusíes. Las tierras de la Extremadura y del Alentejo portugueses, el Norte de la
Extremadura española, buena parte de La Mancha y todo el Valle del Ebro, incluyendo las
serranías ibéricas pasaron a formar parte de los reinos cristianos.

Las resistencias ofrecidas por Almorávides y Almohades hicieron retroceder las líneas
fronterizas y dificultan los avances. La amenaza de los poderes andalusíes se hizo muy
evidente como sucedió tras las batallas de Uclés (1108) o Alarcos (1195). Esas amenazas
fueron conjuradas por los poderes cristianos hasta culminar en la batalla de Las Navas de
Tolosa (1212).

Las capitulaciones o acuerdos parecen haber sido los medios más frecuentes para
sancionar el dominio cristiano. Tras el sitio militar, era habitual llegar a acuerdos que
permitiesen a los habitantes una salida pactada como en Zaragoza, Lérida, Tortosa o
Lisboa. Las consecuencias de esos pactos era el desalojo del centro político de la ciudad
en un tiempo determinado por parte de los musulmanes, cuyas propiedades formaban
parte del botín de los conquistadores, y las garantías de que iban a permitírseles marchar
en libertad o permanecer en otros barrios en determinadas condiciones. Las ciudades se
convirtieron en los principales centros políticos de los cristianos, donde residían las
autoridades. Su población era mayoritariamente cristiana, pero podían existir minorías,
como los judíos o los musulmanes, convertidos en mudéjares. Había individuos
emigrados desde otros lugares. En Toledo destacó la presencia de una importante
comunidad de cristianos arabizados o mozárabes, que poseían tradiciones culturales
propias y conservaron la escritura en árabe.

A pesar de que las capitulaciones permitían a los musulmanes el mantenimiento de la


religión y de sus costumbres y de que las políticas de botín debieron dirigirse sobre todo a
los bienes de los más pudientes y al control del aparato político, la población musulmana
se mantuvo en sus lugares de origen sólo de manera parcial. La imposición de modelos
señoriales sobre las comunidades o aljamas, incluyendo una fiscalidad específica, y la
implantación de un poder de religión distinta, cristiano, fueron factores importantes. La
doctrina maliki, escuela de derecho islámico predominante en Al – Andalus,
desaconsejaba la residencia de un musulmán en territorio cristiano, argumentando que no
se podía asegurar el correcto cumplimiento de los rituales y de las normas religiosas.

La llanura de La Mancha en los S.XII y S.XIII se convirtió en una zona fronteriza, con
frecuentes incursiones militares, no sólo protagonizadas por grandes ejércitos sino por
pequeños contingentes encabezados por “señores de la guerra” que buscaban obtener
botín. La Mancha se despobló de habitantes musulmanes. La posterior llegada de
pobladores cristianos no cubrió los grandes vacíos existentes.

Las zonas ocupadas por las Órdenes Militares si mantuvieron abundante población
mudéjar que se ocupaba del trabajo agrícola y pagaba tributos al Maestre.

Extremadura sufrió un proceso semejante. Destaca el bajo índice demográfico y los pocos
núcleos de población rural existentes.

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En el Valle del Ebro buena parte de la población rural permaneció en un sector que se
alejó de las áreas de confrontación entre cristianos y musulmanes. Hubo profundos
cambios causados por una transferencia masiva de bienes rurales, en especial de las
grandes propiedades andalusíes (almunias). Sólo en las áreas donde existían conjuntos
sociales densos y homogéneos se pudo mantener una población mudéjar significativa
sometida ahora a un dominio señorial que debía convivir con una propiedad señorial
procedente del reparto de las almunias.

En el Valle del Ebro aparecen referencias a los campesinos musulmanes como exaricos,
procedentes de antiguas formas de propiedad de la tierra en sociedad sancionadas por la
ley islámica.

5.2 La formación de una nueva sociedad


Los conquistadores, encabezados por el Rey, se dividieron el territorio ocupado entendido
como botín.

En el Valle del Ebro, Lérida y Tortosa existieron “porcioneros” que debían establecer
grandes lotes de bienes que se distribuían entre la aristocracia. Tales porciones tenían
como base las propiedades de la élite musulmana, las almunias y torres, que fueron
entregadas como propiedades a los nuevos beneficiarios, produciéndose una importante
transferencia de bienes fundiarios transformados en propiedades señoriales.

Las fortalezas (husun) andalusíes formaban parte de la articulación política de los poderes
andalusíes, configurando una geografía política, con las conquistas pasaron a manos del
monarca, quien los redistribuyó en el Valle del Ebro, esa redistribución tomo la forma de
cesión de honores, que estaban en poder de los magnates y de las Órdenes Militares que
habían participado en la conquista. La tendencia fue a que tales honores se
transformasen en señoríos ejercidos sobre territorios en los que habitaban diferentes
comunidades. En La Mancha y en Portugal los máximos beneficiarios de esas donaciones
husun fueron las Órdenes Militares que constituyeron señoríos propios. El sistema de
encomiendas se expandió por todo el espacio al Sur del Tajo y fue la vía de implantación
de un poder señorial y de un modelo social feudal, con una orientación económica
ganadera que propició el desarrollo de una trashumancia que cristalizó el último tercio del
S.XIII con la instauración de la Mesta.

El flujo de campesinos cristianos que poblasen las áreas rurales nunca cubrió las
necesidades de población de territorios tan amplios.

Los fueros o cartas de poblamiento ofrecían condiciones ventajosas a los emigrantes


respecto a los lugares de origen y posibilitaban la creación de un statu quo entre
comunidades y poder señorial. Los asentamientos cristianos no se realizaron sobre
espacios andalusíes previos. En muchas ocasiones hubo desplazamientos dentro del
ámbito local, eligiendo otros puntos para el hábitat. También se optó por localizaciones
diferentes y nuevas.

En el trasfondo de esos cambios estaba la dificultad para recrear la sociedad conquistada,


basada en aljamas más o menos autónomas y en una producción muy orientada hacia el
mercado urbano, y la necesidad de implantar modelos sociales y económicos específicos
del Norte, donde la agricultura cerealera de secano era el eje productivo y el pago de
rentas a los señores en forma de dinero o de parte de la producción era la relación social
básica.

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Se creó un paisaje rural nuevo, donde se podían aprovechar infraestructuras previas, pero
con otros contenidos. Las redes hidráulicas, que habían caracterizados a la agricultura
andalusí, no desaparecieron, pero se modificaron para otorgar prioridad al molino, de
propiedad señorial y asociado a la molienda del grano y al cultivo de secano. En el caso
de las grandes redes asociadas a los centros urbanos, las huertas pudieron extenderse,
pero se verificó un control señorial sobre el agua.

La propia configuración de estos espacios en los reinos los identificaba como una realidad
distinta.

5.3 Cruzadas y Órdenes Militares


A finales del S.XI cristalizó una ideología de cruzada en la cristiandad. La cruzada puede
entenderse como aquella guerra sacralizada cuya ejecución trae consigo premios en
forma de indulgencias, dirigida contra musulmanes, herejes o paganos con la idea de
instaurar un orden cristiano. La cruzada es proclamada por el Papa y dirigida en su
nombre. Originariamente el destino era Jerusalén y la recuperación de Tierra Santa pero
la cruzada podía aplicarse a otros espacios en los que existiera una amenaza contra la
cristiandad según los pontífices romanos.

En el S.XI aparecieron elementos cruzadistas en algunas expediciones militares, como


sucedió en la campaña de Barbastro (1064) o en la frustrada iniciativa contra Tarragona.

A partir de la Primera Cruzada la ideología y la praxis de la cruzada se introdujeron en los


reinos cristianos y tuvieron un papel en la legitimación de las conquistas del espacio
andalusí.

La Cruzada era una realidad ligada a los movimientos reformistas que concedían al
Pontificado la dirección de la Cristiandad.

Los Papas entendieron como cruzadas determinadas expediciones militares y legitimaban


así la actuación de los reyes y favorecían la llegada de guerreros extrapeninsulares. Así
sucedió con la Segunda Cruzada, animada por las prédicas de San Bernardo, algunos de
los guerreros que se dirigían al Próximo Oriente colaboraron en la campaña contra
Santarem y Lisboa de Alfonso Henríquez. Los genoveses acudieron a las campañas
contra Almería de Alfonso VI y de Tortosa de Ramón Berenguer IV. Fue frecuente la
presencia de estos cruzados incluso en la expedición de Las Navas de Tolosa,
considerada cruzada por Inocencio III.

La cruzada implicaba el reconocimiento de la superior autoridad pontificia, lo que iba en


contra del control regio sobre la autoridad militar. La vinculación con la Santa Sede
proporcionaba ayudas económicas mediante las tercias de cruzada y una legitimación que
reyes como los de Aragón y Portugal no duraron en utilizar, a costa de una relativa
independencia con respecto a Roma. Los monarcas leoneses y castellanos estuvieron en
una posición más sólida lo que les permitió encauzar la cruzada en su beneficio.

Se trataba de reconocer teóricamente la dirección papal, pero usando la cruzada para


legitimar las acciones de los reyes que buscaban incrementar su territorio político, por
ejemplo, la campaña de Alfonso VII contra Almería donde el monarca organizó su propia
cruzada con el apoyo de sus Obispos. La campaña de las Navas de Tolosa sirvió para
reafirmar el poder de Alfonso VIII y su hegemonía política.

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Ejemplo de la conjunción de cruzada y reconquista lo representan las Órdenes Militares.


Habían nacido al calor de la instalación cristiana en Tierra Santa y representaban una
particular simbiosis entre monacato militante y la vida militar de los caballeros. Los
miembros de estas Órdenes, caballeros de origen noble, se organizaban en torno a una
regla monástica y se comprometían a la lucha contra el infiel. Como instituciones, las
Órdenes Militares estaban ligadas directamente al Papa y quedaban fuera de la
jurisdicción de cualquier otra instancia eclesiástica. Tuvieron un rápido desarrollo. En la
primera mitad del S.XII adquirieron prestigio y extenso patrimonio.

Las Órdenes Militares aparecen tempranamente en la Península Ibérica primero como


receptoras de bienes con los que financiar sus esfuerzos militares en Tierra Santa y más
tarde interviniendo directamente en las campañas peninsulares. Templarios, Hospitalarios
y Caballeros del Santo Sepulcro son frecuentes en los ejércitos de mediados del S.XII.

El rasgo diferenciador peninsular va a ser el desarrollo de Órdenes Militares específicas.

Respecto a las Órdenes Militares propias, estas dependían de los reyes como Santiago,
Calatrava y Alcántara. Pereiro en el espacio leonés – castellano, la de Avis en Portugal y
la de San Jorge de Alfama en Aragón. Las Órdenes Militares peninsulares reflejaban esa
hispanización de la cruzada y el control regio sobre la conquista. Sus señoríos se
extendieron gracias a donaciones regias, por espacios conquistados, especialmente en la
Submeseta Sur, donde se crearon extensas encomiendas, señoríos de las Órdenes
Militares.

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6. IGLESIA Y CRISTIANISMO
6.1 La construcción de la geografía diocesana
La implantación de la reforma gregoriana impulsó la creación de una nueva geografía
diocesana. Los Obispados se dotaron de una jerarquización y se desplegaron por un
territorio que en ocasiones hubo que definir.

El Papado se reservó el derecho de nombrar al Obispo, tratando de evitar las injerencias


laicas que hasta entonces eran comunes. El éxito de este programa no fue completo y en
el caso de la Península Ibérica subsistieron serios problemas.

Un primer conjunto de tensiones se centró en el control de los diferentes Obispados por


parte de las sedes metropolitanas. 3 sedes quedaron exentas del control de cualquier
metropolitano: Oviedo, León y Burgos que dependían de Roma.

El resto se agruparon en provincias bajo la égida de un Arzobispo metropolitano. La


elección de la sede fue una operación de gran calado político. La formación de la
provincia de Santiago fue auspiciada por Diego Gelmírez, con la oposición de las sedes
de Braga y Toledo.

Durante este período se utilizó la relación, generalmente ficticia, con los tiempos visigodos
para legitimar la nueva geografía diocesana.

La otra gran sede metropolitana de la zona occidental de la Península Ibérica fue Braga.
Pronto entró en conflicto con Santiago. Se convirtió en sede metropolitana en 1100 y
controlaba todas las diócesis gallegas menos Santiago, así como la desde de Oporto.

Toledo adquirió la condición de metropolitana en 1088 y fue reconocida como sede


primada de la Península Ibérica.

Las sedes aragonesas, catalanas, Pamplona y La Rioja pertenecieron a la provincia de


Tarragona. A partir de 1118 se trasladó la tradicional sujeción de los Obispos catalanes de
Narbona, que desde época carolingia funcionaba como cabeza de tales sedes a
Tarragona. A esta provincia se sumaron los obispados de Pamplona y Calahorra, pero
también el resto de los Obispados aragoneses y catalanes, incluyendo los de creación
como consecuencia de la conquista.

En un nivel inferior hay obispados que proyectaron a lo largo de este período su


territorialización con el objeto de definir las parroquias que estaban bajo su control. Para
legitimar ese proceso no se dudó en crear y utilizar documentos falsos que pretendían
retrotraer al pasado visigodo la delimitación de las sedes.

Las soluciones permitieron crear territorios bien definidos, aunque a veces era necesario
llegar a pactos que repartían las rentas de determinadas parroquias anualmente entre dos
obispados.

En el seno de estos territorios se implantó un sistema jerarquizado con unos niveles


supeditados al Obispado: el arcedianato y el arciprestazgo.

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Las monarquías feudales cristianas (1110 – 1215) Tema 11 HMedE

Estas subdivisiones servían para encuadrar todo el territorio en un sistema jerarquizado


en el que la base era la parroquia. Esta era la célula básica que identificaba a las
comunidades forales. Era en las parroquias donde se hacía efectiva la captación de la
renta eclesiástica, cuya mejor plasmación era el diezmo, consistente en la décima parte
de la producción en bruto y que debían pagar todos los habitantes del lugar. Existían otros
pagos como las primicias, el catedrático o el mortuorio. También era el lugar donde se
administraban los sacramentos en un momento en el que estos están siendo definidos por
la Iglesia Romana.

Las parroquias acogían los cementerios, espacios sacralizados en los que eran
enterrados los difuntos de una comunidad a la espera del Juicio Final, recordados a través
de las oraciones de los sacerdotes.

En el S.XII se fue afirmando la noción de parroquia y la desaparición de las iglesias


propias.

La existencia de propietarios laicos y de monasterios que disponían del control sobre las
iglesias obligó a buscar soluciones pactadas en las que se repartían las rentas y se
acordaban las formas de nombramiento del clérigo. En algunas zonas eran las propias
comunidades rurales o sus notables quienes disfrutaban del control, por lo que, al calor de
la consagración de las iglesias, se llegaba a pactos en los que intervenía la comunidad
directamente.

La consagración y la edificación de nuevas iglesias fueron herramientas útiles a la hora de


extender el control episcopal sobre las iglesias locales.

Este fenómeno coincide con la explosión del estilo románico, caracterizado por
construcciones monumentales en piedra, en las que se plasma una iconografía destinada
a visualizar el mensaje cristiano elaborado y controlado por los clérigos. Un problema de
delimitación parecido plantearon las iglesias situadas en las tierras concedidas a las
Órdenes Militares.

Una de las principales reivindicaciones del movimiento reformista fue la exclusión de la


injerencia laica en el nombramiento de cargos eclesiásticos, especialmente obispos y
abades. Este principio fue aceptado y el nombramiento respondía a una bula papal, pero
en la práctica los monarcas ibéricos conservaron esa prerrogativa. Los prelados ocupaban
cargos demasiado relevantes en el conjunto de los reinos como para que su elección
fuese el resultado exclusivamente de la autoridad pontificia. Normalmente los intereses
del Papado y de la monarquía coincidían o, al menos, no se oponían, pero no siempre fue
así lo que originó algunos conflictos.

6.2 Nuevas órdenes religiosas: cistercienses y


premonstratenses
Hay una vuelta a la tradicional observancia benedictina, criticando los excesos de los
cluniacenses. El movimiento cisterciense tuvo como iniciador a Roberto de Molesmes que
fundó el monasterio de Citeaux (1098).

Esteban Harding, tercer abad del cenobio dio forma a la carta caritatis o norma
cisterciense a partir de una observancia rigurosa de la regla de San Benito. San Bernardo,
fundador de la abadía de Claraval fue el promotor de la orden gracias a su labor
propagandística hasta el punto de que se le puede considerar el fundador del movimiento
cisterciense.
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El Cister exaltaba el trabajo manual, desatendido por los cluniacenses, haciendo hincapié
en la labor directa de los monjes, que debían estar ayudados por unos laicos, los
conversi. Los cistercienses, en su rechazo de las riquezas y su vuelta a la pureza
evangélica no querían beneficios eclesiásticos, ni tierras trabajadas por campesinos, ni
rentas, aunque en breve tiempo se hicieron con numerosos bienes y con derechos.

Desarrollaron frente a los cluniacenses un desapego por la liturgia y la decoración e


incluso por la cultura, prefiriendo las experiencias de tipo místico a las reflexiones
teológicas.

La organización cisterciense se basaba en 5 abadías – madres que ejercían de cabezas


de la congregación. Cada una tenía una serie de abadías filiales como las que mantenía
estrechas relaciones, incluyendo la capacidad para intervenir directamente en ellas.

Las abadías filiales podían convertirse en casas – madres cuando se fundaban nuevos
cenobios que estaban bajo su filiación. Esta cadena de dependencias se articulaba en los
capítulos anuales que reunían a todos los abades y que servían para crear una legislación
general.

En la Península Ibérica, el Cister tuvo considerable éxito con numerosas fundaciones


realizadas por magnates, especialmente por mujeres de la alta aristocracia y por los reyes
que patrocinaron las empresas cistercienses. El área de mayor número de fundaciones
correspondió a Castilla y León. Otros cenobios ya existían y se integraron en la orden
cisterciense. En el Reino de Portugal se documentan 13 monasterios cistercienses, 2 en
Navarra y 5 en Aragón y Cataluña. El mayor número estaba en Castilla y León con 21
monasterios.

Hubo una rama femenina con numerosos monasterios.

El éxito cisterciense se explica por el prestigio de los “monjes blancos”, que hacía que la
promoción de la Orden fuera un vehículo adecuado para la inversión aristocrática.

La Orden estuvo muy ligada al espíritu de cruzada estando afiliada a ella la Orden de
Calatrava. Determinadas zonas situadas en ámbito hasta entonces poco señorializados
fueron escenario de estas fundaciones, al tiempo que se relanzó la vida de algunos
cenobios preexistentes. Fueron frecuentes las instalaciones en espacios conquistados a
los musulmanes, donde sirvieron para encuadrar a las poblaciones. Los monasterios
cistercienses acumularon importantes bienes y privilegios y sus abades pudieron dar el
salto al obispado, perdiéndose los valores iniciales del movimiento.

También destaca el papel de los premonstratenses. Los cluniacenses eran monjes y los
premonstratenses eran canónigos regulares que tenían una actividad sacerdotal, pero
aceptaban una vida eremítica. Se originaron por iniciativa de Norberto de Xanten en Laon
(1119). Seguían la regla de San Agustín, que hacía hincapié en la predicación y el trabajo
misionero, pero lo hicieron en espacios rurales y poniendo el acento en los ideales
monásticos. Los premonstratenses llegaron a la Península Ibérica en el S.XII de la mano
de dos aristócratas que implantaron la Orden con ayuda de Alfonso VIII, en Castilla.
Aparecen monasterios como el de Retuerta, la primera fundación, y La Vid. Se produjo la
afiliación de monasterios como el de Santa María de Aguilar de Campoo.

En el ámbito castellano fueron numerosos, pero tuvieron menos éxito en otras regiones
peninsulares.

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