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Tema 1 HMedE
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Capitulo
HISPANIA EN EL SIGLO VII Página
1. LA DINÁMICA POLÍTICA.............................................................................2
1.1 La pugna por el trono....................................................................................2
1.2 El poder regio (672 – 710)............................................................................3
1.3 Los recursos del Rey y el juego político........................................................4
1. LA DINÁMICA POLÍTICA
1.1 La pugna por el trono
El último tercio del S.VI la monarquía goda se afianzó como la estructura política
hegemónica en Hispania. Las campañas de Leovigildo (569 – 586) obtuvieron el control
sobre espacios ajenos al dominio efectivo toledano, culminando con la conquista del reino
suevo el 585. Se sumó la conversión al Catolicismo del Rey Recaredo (586 – 601), hijo y
heredero de Leovigildo.
A comienzos del S.VII el poder visigodo sobre Hispania será sólido, aunque había
territorios al Norte como la zona vascona donde la capacidad efectiva del poder visigodo
era débil y una franja del Sur y el Suroeste de la Península Ibérica que formaba parte de
la provincia bizantina de Spania, el resto del espacio peninsular estaba sujeto al dominio
toledano.
A la muerte de Recaredo le sucede su hijo Liuva pero Witerico lo desalojó del poder y lo
mando ejecutar (603).
Witerico muere el 610 por una conjura. Tras el reinado de Gundemaro (610 – 612), que
falleció de muerte natural, asciende al poder Sisebuto (612 – 621) que realiza campañas
contra vascones y bizantinos. Trató de crear una sucesión dinástica en su hijo Recaredo
II, pero llega al trono Suintila (621 – 631) que dirigió campañas contra los vascones y
terminó con el dominio bizantino en la Península. Sufrió una conjura palaciega, llegando al
poder Sisenando (631 – 636).
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Chintila (636 – 639) fue sucedido por su hijo Tulga (639 – 642) pero una conjura de
Chindasvinto acabó con su reinado.
Con Chindasvinto (642 – 653) se inició un proceso de reforzamiento del centro político
regio. El nuevo Rey aniquiló a la oposición de otras facciones aristocráticas mediante la
ejecución de numerosos aristócratas y la confiscación de sus bienes.
El VII Concilio de Toledo (646) reconoció las nuevas normas que conllevaban un
juramento de fidelidad al Rey. La reunión conciliar representaba una suerte de asamblea
política controlada desde la monarquía. Los reyes no dudaron en convocar estas
reuniones en los momentos en que precisaban de legitimación, reafirmando su condición
de defensores de la fe católica.
Su hijo Recesvinto (653 – 672) desplegó una actividad semejante, aunque disminuyó la
violencia contra sus oponentes.
La recopilación de la legislación elaborada por los reyes visigodos, (Liber Iudiciorum) fue
un instrumento eficaz para esos fines. El monarca se erigía como la fuente de un derecho
que era aplicable a todos los súbditos, con independencia de su origen.
Wamba legisló sobre el ejército. Su objetivo era garantizar la movilización de los recursos
militares de las regiones fronterizas ante las dificultades de contar con las fuerzas
presentes en la “sedes regia”, dirigidas por miembros de la aristocracia palatina. El
objetivo era disponer de efectivos en las áreas cercanas a un ataque externo o a una
sublevación para hacer frente a ese reto. Se trataba de una adaptación a las condiciones
sociales existentes y buscaba involucrar a las élites regionales en el regnum, ante las
insuficiencias del ejército del entorno regio.
Wamba fue víctima de una conjura donde estaba implicado su sucesor Ervigio, que le
obligó a tomar el hábito eclesiástico el 680 lo que le incapacitaba para continuar con el
cargo. En el XII Concilio de Toledo Ervigio fue ungido Rey. Indultó a quienes habían sido
condenados por traición. En el XIII Concilio de Toledo (683) se menciona a quienes
participaron en la revuelta del Dux Paulo, pero insistió en las obligaciones militares que
debían cumplir. Los Obispos recuperaron parcelas de poder y se implementó una
legislación antijudía.
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A su muerte estalló una nueva crisis por el control del reino de la que salió triunfante
Rodrigo aunque no sería aceptado como Rey en la zona Nordeste del Reino, la
Tarraconense y la Narbonense, donde se sabe de un Rey llamado Agila.
En el S. VII el reino de Toledo puede contemplarse como la estructura política que mejor
conservó esa tradición fiscal. Los impuestos no debían ser recaudados de manera
continuada ni generalizada, siendo probable la intervención de grupos de poderosos
locales, (potentes), que negociaban e intermediaban en el pago de esos tributos. La
exención de impuestos funcionó como un mecanismo para garantizar apoyos a los
distintos reyes, pero cada vez en mayor medida, la base del poder se midió en el control
de la tierra, una situación a la que no fue ajena la monarquía.
Además de las tierras fiscales de las que pudieran disponer los reyes y que servían
también para ser donadas o cedidas temporalmente a aristócratas fieles, los monarcas
tenían la potestad de imponer confiscaciones, siendo el castigo reservado a los delitos de
rebelión, aunque parece que se usó con libertad contra los partidarios de facciones
derrotadas. Este mecanismo permitía al Rey disfrutar de un conjunto de bienes que
entraban de nuevo en circulación al distribuirlos entre sus apoyos.
La monarquía poseía una serie de recursos ideológicos que sólo estaban a su alcance.
Era cabeza de la “gens gothorum” y en la segunda mitad del S.VII el Rey reforzó su
posición con otros instrumentos, siendo la principal fuente de derecho, tenía un carácter
semi – sacerdotal gracias a la unción y convocaba las principales reuniones políticas, los
concilios. Emplearon esa convocatoria para legitimar su política e incluso su acceso al
trono. El “tomus” regio que se entregaba al comienzo de cada concilio representaba un
listado de cuestiones que debían abordarse, además de otras de carácter puramente
eclesiástico. El concilio actuaba como un escenario político al servicio del Rey, lo que no
impidió que determinados personajes eclesiásticos pudieron oponerse al monarca de
forma individual, apoyando a facciones contrarias.
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Otro recurso era la emisión de moneda de oro. La acuñación de tremises de oro se inició
en época de Leovigildo. Su finalidad era crear un instrumento para la captación fiscal,
pero también servía de medio de afirmación y legitimación del poder regio. Algunos
candidatos al trono que fracasaron acuñaron moneda, como Iudila (631 – 633) o
Suniefredo (691).
El Rey poseía la Corona, pero como representante de una gens, entendida como una
identidad política y cultural y no como meramente una descendencia biológica. La clave
estaría en el reparto de los recursos asociados al poder, inicialmente bienes fiscales, pero
de manera creciente tierras, que se consideraban pertenecientes a la gens en su conjunto
y no exclusivamente al monarca.
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Existían otros cargos administrativos que podían ser ocupados por élites menos
relevantes a escala del reino. Es el caso de los condes (comes/comites) que existían en
las ciudades y del thifuadus, que poseían atribuciones judiciales. El ejercicio de tales
cargos representaba una gran oportunidad para relacionarse con el aparato monárquico y
estaría al alcance de determinadas élites. El reino carecía de una estructura territorial
homogénea.
Existían numerosas élites que no se hallaban ligadas al reino a través de los cargos
palatinos y de la administración territorial.
La imagen de una poderosa clase latifundista que disponía de extensos bienes quizás
fuese válida en algunas áreas, como la Bética, el entorno de Mérida o el de Toledo, pero
no necesariamente se puede aplicar a otras zonas.
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Se identifica a numerosos individuos que pagan cantidades, algunos son definidos como
dependientes (conllibertas), lo que hace pensar que el resto de las personas citadas eran
de condición libre. Los campesinos libres y propietarios eran muy abundantes.
El poblamiento rural de ciertas regiones muestra una relación entre antiguas villae y
nuevos asentamientos rurales abiertos como sucede en el Suroeste peninsular.
Se ha planteado que estaríamos ante individuos ligados a la tierra que debían cultivar
(servi casati) y no componían una suerte de mano de obra esclava de plantación.
En el caso de los servi que se mencionan en los patrimonios episcopales, podrían ser en
realidad sirvientes domésticos.
El término servi no era exclusivamente un vocablo técnico para definir una realidad
jurídica. Remite a una idea de servicio a alguien, del dominio social, pudiendo usarse
servus en contextos donde no puede hablarse de esclavos, como determinadas leyes
militares.
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En la Hispania del S.VII había esclavos. Algunas formas llamativas de exclusión social,
como los enterramientos en silos convertidos en basureros, junto con animales y sin gesto
funerario, como sucede en algunas aldeas madrileñas y catalanas, podrían ser un indicio
de esta situación.
Como sucedía en el resto del Occidente posromano, había una gran variedad de
situaciones sociales.
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Los estudios sobre los asentamientos campesinos han permitido comprobar la presencia
masiva de silos, espacios dedicados al almacenamiento de excedentes que debían
dedicarse a la simiente o a una reserva para las familias. La producción agraria era
excedentaria y buena parte de ese excedente era gestionado por las familias campesinas.
El mundo rural en este período podía ser muy dinámico. Hubo procesos que no eran
obras de ingeniería excesivamente complejas pero donde la cooperación, forzada o no
era imprescindible. Había un mundo rural activo y dinámico en áreas donde se suponía
que había persistido un uso ancestral y poco intensivo del territorio. La realidad agraria se
muestra compleja y dinámica, lo que no conlleva que fuera así en todas las comarcas
pues debieron existir profundas diferencias internas.
Las leyes visigodas legislan en numerosas ocasiones sobre la ganadería, mientras que
las labores agrarias no aparecen, lo que es un síntoma del papel que desempeñaba la
actividad pecuaria.
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A mediados del S.VI son infrecuentes las cerámicas de importación que desaparecen en
la segunda mitad de esa centuria en buena parte de Hispania y a lo largo de. S.VII en las
áreas levantinas. En Vigo, la actividad marítima internacional desaparece aunque el lugar
continúa siendo un centro comercial de ámbito regional.
La tendencia general en la segunda mitad del S.VI es hacia una desaparición de las
cerámicas que reflejaban esas redes extrarregionales. En el S.VII parece que ese
comercio fue cada vez más relevante en todo el Mediterráneo.
La crisis que vivía Bizancio en esos momentos que había sido el eje sobre el que pivotaba
dicho comercio, sería uno de los factores más importantes. Se advierte un auge de
nuevas rutas comerciales como las que conectaban el Mar del Norte donde surgió una red
de centros portuarios destinados a convertirse en centros de intercambio: los viks o
emporia.
En el caso hispano las producciones cerámicas del S.VII muestran una tendencia a la
regionalización. Son recipientes que transitan por circuitos limitados en la escala
geográfica, producidos en hornos tecnológicamente no muy complejos y emplazados en
las propias regiones.
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Las normas sobre comerciantes son todas “antiquae”, anteriores a la recopilación de 652.
No existen datos acerca de posibles centros portuarios y comerciales en este período, al
estilo de los emporia del Mar de Norte o de los que aparecen entonces en el Adriático.
Los reyes visigodos parecen haber emitido únicamente moneda de oro, tremises. Las
acuñaciones de tremises de la segunda mitad del S.VII se caracterizan por la disminución
de su calidad, con una menor proporción de oro.
La política monetaria de los reyes visigodos debe entenderse como parte de las
estrategias políticas de las que disponían los monarcas, un medio para expresar su
autoridad y legitimidad, relacionada con la capacidad para captar el tributo que era su
finalidad inicial.
La reducción de la calidad del oro sería el fruto de la convergencia entre una cada vez
menor presencia de oro en todo el Occidente posromano y la necesidad de acuñar una
moneda que funcionaba como una herramienta política.
3.3 La ciudad
En el S.VII las ciudades continuaban siendo focos de poder y el reino visigodo de Toledo
tenía en ellas sus principales plataformas para ejercer la autoridad.
Había un débil dominio sobre el mundo rural, excepto algunas grandes urbes, como
Mérida y algunas regiones concretas como ciertas partes de la Bética. Algunos centros
urbanos sufrieron una fuerte crisis que desembocó en un colapso interno que culminó con
su abandono como en Clunia. En otras ocasiones, ese deterioro no fue tan radical aunque
se detecta la presencia de amplias zonas abandonadas o destinadas a huertos dentro del
perímetro urbano, así como es frecuente la amortización de espacios públicos.
Perdieron relevancia los espacios públicos y el papel económico de las urbes se redujo.
Los restos muestran ciudades que consumen bienes de ámbitos regionales y que no
parecen ser centros productores relevantes. Estos cambios se registran en numerosas
áreas de la Europa posromana.
Se ha vinculado este proceso con la crisis de los grupos curiales, magistrados urbanos
que debían responsabilizarse de una fiscalidad creciente al tiempo que se encargaban
con su propio peculio de hacer frente a los gastos de mantenimiento de las
infraestructuras urbanas (evergetismo). Es posible que tales modificaciones respondan a
transformaciones sociales dentro de las ciudades con un incremento del papel de la
Iglesia y del evergetismo cristiano, una canalización de los recursos hacia el mundo
eclesiástico.
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La civitas sufrió una profunda transformación en este período como resultado de una
disminución de su papel como centro político y también de las dificultades para mantener
un alto nivel de consumo ante el deterioro de las redes comerciales y el cambio en la
producción agraria.
Surgieron algunos nuevos centros urbanos (Ello, Recópolis) donde resulta evidente la
iniciativa estatal que explica la creación de un nuevo núcleo de poder en la frontera
visigodo – bizantina y la formación de una nueva ciudad palatina respectivamente.
Toledo como capital del reino (sedes regia) parece haber recibido un notable impulso
demográfico.
Mérida conservó un papel relevante con la centralidad del Cristianismo como elemento
definidor del urbanismo.
Tales núcleos pudieron servir como comunidades consumidoras, tal y como se detecta en
Recópolis y afectaron a la producción del entorno rural. Su impacto económico fue
limitado más allá de la escala regional.
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Las interferencias monárquicas fueron cada vez más numerosas ya que en los concilios
participaban altos dignatarios cortesanos y el propio rey comenzaba las reuniones con la
presentación del “tomus”, una especie de orden del día.
Esta supeditación al poder regio fue más notoria el último tercio del S.VII, cuando los
reyes convocaban el concilio como uno de sus primeros actos de reinado, a fin de
legitimar la nueva orientación política o la usurpación del poder.
Los obispos ejercieron importantes funciones políticas a partir del reinado de Recaredo.
Tenían funciones en la captación tributaria. Mantuvieron ciertas prerrogativas judiciales y
eran los principales mediadores entre las comunidades locales, preferentemente urbanas,
y la autoridad central. Las leyes militares de Wanda y Ervigio certifican que los obispos
participaban en la defensa militar del reino, aportando combatientes de sus dominios. Los
obispos participaron en algunas conjuras y sublevaciones políticas.
Los prelados visigodos se alejan del modelo merovingio en el que fue frecuente la
designación como prelados de miembros de la más alta aristocracia que carecían de las
credenciales para desempeñar su cargo. En Hispania el nivel cultural y moral de los
obispos se mantuvo.
San Isidoro, Arzobispo de Sevilla entre 599 y 636 participó activamente en al vida política
del reino visigodo. Destacó por su actividad intelectual y sus conocimientos de griego y
hebreo. También fue importante Julián de Toledo.
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Las supersticiones no desaparecieron por hallarse muy enraizadas en las vivencias de los
campesinos.
El avance del Cristianismo en el ámbito rural tuvo un firme apoyo en el despliegue del
momento. Durante este período se observa una pluralidad de reglas monásticas
provocadas por la convergencia de distintas influencias como la procedente de la Galia, la
de origen oriental, la norteafricana e incluso la celta o irlandesa, que dejó su huella en la
sede monasterio de Britonia, en la costa lucense.
Una de las reglas más difundidas fue la “regla communis” de autor desconocido. Su
objetivo era articular una serie de comportamientos autónomos caracterizados por la
formación de comunidades monásticas por parte de individuos laicos, en la que convivían
hombres y mujeres y que parece haber servido para el control social de determinadas
élites. Esta regla se preocupa de la organización económica de los monasterios, de la
convivencia de los hombres y mujeres en el mismo cenobio y por la regulación de las
relaciones entre el Abad y los monjes a través de un pacto que permite a los miembros de
la comunidad monástica enjuiciar el comportamiento del Abad.
Muchos de estos monasterios tiene como origen la actividad de “hombres santos”, líderes
sociales con un fuerte componente ascético y eremítico que mediante el ejemplo de su
vida atraían a multitudes laicas y ejercían una suerte de patronazgo celestial. La mayoría
de estos “hombres santos” dieron lugar a cenobios o monasterios en los que se
perpetuaba la memoria del santo y a través de ella se llevaría a cabo una cristianización
profunda de su entorno. Es el caso de Fructuoso, en el Bierzo, Emiliano o San Millán en
La Rioja o Donato.
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