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Tema 1

Capitulo
HISPANIA EN EL SIGLO VII Página

1. LA DINÁMICA POLÍTICA.............................................................................2
1.1 La pugna por el trono....................................................................................2
1.2 El poder regio (672 – 710)............................................................................3
1.3 Los recursos del Rey y el juego político........................................................4

2. ARISTÓCRATAS, CAMPESINOS Y ESCLAVOS: UNA SOCIEDAD


POSROMANA......................................................................................6
2.1 Los potentes..................................................................................................6
2.2 Una sociedad de campesinos.......................................................................6
2.3 El debate sobre el esclavismo.......................................................................7

3. LAS ACTIVIDADES PRODUCTIVAS...........................................................9


3.1 La producción agroganadera........................................................................9
3.2 Intercambios y comercio.............................................................................10
3.3 La ciudad.....................................................................................................11

4. EL CRISTIANISMO EN LA HISPANIA DEL S.VII......................................13


4.1 El papel de los Obispos..............................................................................13
4.2 El Cristianismo en el mundo rural...............................................................14
Hispania en el S.VII Tema 1 HMedE

1. LA DINÁMICA POLÍTICA
1.1 La pugna por el trono
El último tercio del S.VI la monarquía goda se afianzó como la estructura política
hegemónica en Hispania. Las campañas de Leovigildo (569 – 586) obtuvieron el control
sobre espacios ajenos al dominio efectivo toledano, culminando con la conquista del reino
suevo el 585. Se sumó la conversión al Catolicismo del Rey Recaredo (586 – 601), hijo y
heredero de Leovigildo.

Leovigildo buscó unificar en términos religiosos a la población bajo su mandato, pero a


partir de la primacía de un arrianismo que pudiera ser aceptable para la población católica
predominante y cuyos principales dirigentes eran los obispos católicos.

Leovigildo eliminó la prohibición de los matrimonios mixtos entre godos y población


autóctona para ampliar la base social.

En el III Concilio de Toledo su hijo Recaredo proclamó su adscripción al Catolicismo y con


él, de toda la gens gothorum aunque concedió a los sacerdotes arrianos que conservasen
sus cargos. A pesar de algunas conjuras, la conversión fue definitiva.

A comienzos del S.VII el poder visigodo sobre Hispania será sólido, aunque había
territorios al Norte como la zona vascona donde la capacidad efectiva del poder visigodo
era débil y una franja del Sur y el Suroeste de la Península Ibérica que formaba parte de
la provincia bizantina de Spania, el resto del espacio peninsular estaba sujeto al dominio
toledano.

La conversión posibilitó la incorporación de los obispos como principales líderes de la


población autóctona a la estructura política.

La monarquía de Toledo continuó siendo electiva y nunca se consolidó la sucesión


patrilineal de la Corona, aunque hubo varios intentos a través de la asociación al trono de
los hijos de los reyes. Hubo una pugna por el control del trono a lo largo del S.VII.

A la muerte de Recaredo le sucede su hijo Liuva pero Witerico lo desalojó del poder y lo
mando ejecutar (603).

Witerico muere el 610 por una conjura. Tras el reinado de Gundemaro (610 – 612), que
falleció de muerte natural, asciende al poder Sisebuto (612 – 621) que realiza campañas
contra vascones y bizantinos. Trató de crear una sucesión dinástica en su hijo Recaredo
II, pero llega al trono Suintila (621 – 631) que dirigió campañas contra los vascones y
terminó con el dominio bizantino en la Península. Sufrió una conjura palaciega, llegando al
poder Sisenando (631 – 636).

Durante su reinado se reúne el IV Concilio de Toledo, auspiciado por San Isidoro de


Sevilla (633). Esta reunión sirvió para crear un auténtico espacio político de colaboración
entre Reyes y Obispos.

Una de las decisiones relevantes fue el nombramiento de los monarcas consagrando el


carácter electivo de la realeza en un proceso en el que participaban la aristocracia y los
Obispos. No se decretó ningún procedimiento concreto sobre cómo debía llevarse a cabo
esa elección.

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Chintila (636 – 639) fue sucedido por su hijo Tulga (639 – 642) pero una conjura de
Chindasvinto acabó con su reinado.

Con Chindasvinto (642 – 653) se inició un proceso de reforzamiento del centro político
regio. El nuevo Rey aniquiló a la oposición de otras facciones aristocráticas mediante la
ejecución de numerosos aristócratas y la confiscación de sus bienes.

El VII Concilio de Toledo (646) reconoció las nuevas normas que conllevaban un
juramento de fidelidad al Rey. La reunión conciliar representaba una suerte de asamblea
política controlada desde la monarquía. Los reyes no dudaron en convocar estas
reuniones en los momentos en que precisaban de legitimación, reafirmando su condición
de defensores de la fe católica.

Su hijo Recesvinto (653 – 672) desplegó una actividad semejante, aunque disminuyó la
violencia contra sus oponentes.

La recopilación de la legislación elaborada por los reyes visigodos, (Liber Iudiciorum) fue
un instrumento eficaz para esos fines. El monarca se erigía como la fuente de un derecho
que era aplicable a todos los súbditos, con independencia de su origen.

1.2 El poder regio (672 – 710)


La muerte de Recesvinto trajo consigo la llegada al poder de Wamba (672 – 680). Wamba
fue además ungido. El nuevo monarca se dirigió al Norte para guerrear con los vascones,
pero estalló una rebelión en la Narbonense. Wamba envió un ejército dirigido por el Dux
Paulo para sofocar la sublevación, pero el Dux se sumó a la revuelta, obligando al
monarca a dirigirse contra los sublevados que contaron con algún apoyo de parte de los
francos. La acción regia fue rápida y el Dux Paulo fue derrotado.

Wamba legisló sobre el ejército. Su objetivo era garantizar la movilización de los recursos
militares de las regiones fronterizas ante las dificultades de contar con las fuerzas
presentes en la “sedes regia”, dirigidas por miembros de la aristocracia palatina. El
objetivo era disponer de efectivos en las áreas cercanas a un ataque externo o a una
sublevación para hacer frente a ese reto. Se trataba de una adaptación a las condiciones
sociales existentes y buscaba involucrar a las élites regionales en el regnum, ante las
insuficiencias del ejército del entorno regio.

Wamba convocó el XI Concilio de Toledo (675) destacando las limitaciones impuestas a la


propiedad de los obispos. El concilio funcionaba como una asamblea controlada por el
monarca, un escenario para la legitimación de un Rey preocupado por la salvación del
pueblo y apoyado por los Obispos.

Wamba fue víctima de una conjura donde estaba implicado su sucesor Ervigio, que le
obligó a tomar el hábito eclesiástico el 680 lo que le incapacitaba para continuar con el
cargo. En el XII Concilio de Toledo Ervigio fue ungido Rey. Indultó a quienes habían sido
condenados por traición. En el XIII Concilio de Toledo (683) se menciona a quienes
participaron en la revuelta del Dux Paulo, pero insistió en las obligaciones militares que
debían cumplir. Los Obispos recuperaron parcelas de poder y se implementó una
legislación antijudía.

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A la muerte de Ervigio el 687 le sucedió Egica (687 – 702). En el XV Concilio de Toledo


(688) se argumentó que la familia de Ervigio se había enriquecido con confiscaciones
injustas. Egica tuvo que hacer frente a una conjura.

Los rebeldes, encabezados por Sunifredo, autoproclamado Rey, dominaron Toledo el


691. Se sofocó la revuelta y en el XVI Concilio de Toledo (693) se depuso al metropolitano
de Toledo, Sisberto, por participar en la revuelta. Egica emprendió una política destinada
a afianzar su autoridad, persiguiendo a aristócratas que perdieron sus cargos en el
officium palatinum, la estructura de poder en torno al palacio regio.

En el XVI Concilio de Toledo (694) los prelados insistieron en la transmisión patrimonial


de padres a hijos de los bienes regios.

En 702 fallece Egica y se abre el reinado de su hijo Witiza, hasta el 710.

A su muerte estalló una nueva crisis por el control del reino de la que salió triunfante
Rodrigo aunque no sería aceptado como Rey en la zona Nordeste del Reino, la
Tarraconense y la Narbonense, donde se sabe de un Rey llamado Agila.

1.3 Los recursos del Rey y el juego político


Los monarcas disfrutaban de considerables recursos materiales que los convertían en el
eje principal del juego político. Eran herederos de una tradición fiscal recogida en la
legislación que recordaba la exclusiva potestad del monarca para imponer cargas fiscales
en todo el territorio.

En el S. VII el reino de Toledo puede contemplarse como la estructura política que mejor
conservó esa tradición fiscal. Los impuestos no debían ser recaudados de manera
continuada ni generalizada, siendo probable la intervención de grupos de poderosos
locales, (potentes), que negociaban e intermediaban en el pago de esos tributos. La
exención de impuestos funcionó como un mecanismo para garantizar apoyos a los
distintos reyes, pero cada vez en mayor medida, la base del poder se midió en el control
de la tierra, una situación a la que no fue ajena la monarquía.

Además de las tierras fiscales de las que pudieran disponer los reyes y que servían
también para ser donadas o cedidas temporalmente a aristócratas fieles, los monarcas
tenían la potestad de imponer confiscaciones, siendo el castigo reservado a los delitos de
rebelión, aunque parece que se usó con libertad contra los partidarios de facciones
derrotadas. Este mecanismo permitía al Rey disfrutar de un conjunto de bienes que
entraban de nuevo en circulación al distribuirlos entre sus apoyos.

La monarquía poseía una serie de recursos ideológicos que sólo estaban a su alcance.
Era cabeza de la “gens gothorum” y en la segunda mitad del S.VII el Rey reforzó su
posición con otros instrumentos, siendo la principal fuente de derecho, tenía un carácter
semi – sacerdotal gracias a la unción y convocaba las principales reuniones políticas, los
concilios. Emplearon esa convocatoria para legitimar su política e incluso su acceso al
trono. El “tomus” regio que se entregaba al comienzo de cada concilio representaba un
listado de cuestiones que debían abordarse, además de otras de carácter puramente
eclesiástico. El concilio actuaba como un escenario político al servicio del Rey, lo que no
impidió que determinados personajes eclesiásticos pudieron oponerse al monarca de
forma individual, apoyando a facciones contrarias.

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Otro recurso era la emisión de moneda de oro. La acuñación de tremises de oro se inició
en época de Leovigildo. Su finalidad era crear un instrumento para la captación fiscal,
pero también servía de medio de afirmación y legitimación del poder regio. Algunos
candidatos al trono que fracasaron acuñaron moneda, como Iudila (631 – 633) o
Suniefredo (691).

La posesión de esas monedas implicaba el reconocimiento de una autoridad superior, la


del Rey que las emitía.

El carácter electivo de la monarquía y la ausencia de reglas facilitaba la pugna por el


trono, pugna alimentada por la existencia de facciones, agrupaciones de familias
aristocráticas, que buscaban hacerse con el control de la Corona y del aparato político
regio. Ese faccionalismo podía avivarse gracias a que no había una dinastía reinante y
varias familias, un grupo limitado, podían acceder al trono. Estas luchas entre facciones
no implicaban una debilidad del centro político regio, pues la pugna era por su control.
Tampoco deben entenderse como un síntoma de debilidad. No se trataba de una
oposición entre reyes y aristócratas como entre diversas familias por el control del
principal resorte del poder.

El Rey poseía la Corona, pero como representante de una gens, entendida como una
identidad política y cultural y no como meramente una descendencia biológica. La clave
estaría en el reparto de los recursos asociados al poder, inicialmente bienes fiscales, pero
de manera creciente tierras, que se consideraban pertenecientes a la gens en su conjunto
y no exclusivamente al monarca.

La presencia de la estructura política regia en ámbitos locales era en muchas ocasiones


poco evidente o inexistente, salvo en aquellas regiones, como el valle medio del Tajo,
cercanas a los grandes centros de poder, como Toledo.

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2. ARISTÓCRATAS, CAMPESINOS Y ESCLAVOS: UNA


SOCIEDAD POSROMANA
2.1 Los potentes
Los potentes eran un conjunto de grupos aristocráticos con una etiqueta que pretendía
definir su poder social. Se reconocía así a un conjunto de poderes aristocráticos y de
élites que actuaban en el marco del reino.

Estos potentes se hallaban en relación estrecha con la monarquía. El llamado officium


palatinum, el reducido conjunto de cargos palaciegos o cortesanos, era el ámbito más
evidente en el que esa relación se hacía manifiesta. La obtención de esos cargos
constituía la plasmación de una vinculación estrecha con el Rey y representaba a la más
alta aristocracia. Es probable que esos cargos estuvieran copados por las principales
familias del reino, aquellas que tenían capacidad y derechos, por ser las genuinas
herederas de la gens gothorum, aunque este fuera más una ficción que una realidad
biológica para acceder al trono.

Se conoce la presencia de individuos revestidos con el cargo de Dux. El desempeño de


este oficio se asociaba a la actividad militar, pero no era un cargo permanente ni estaba
vinculado a un territorio.

Existían otros cargos administrativos que podían ser ocupados por élites menos
relevantes a escala del reino. Es el caso de los condes (comes/comites) que existían en
las ciudades y del thifuadus, que poseían atribuciones judiciales. El ejercicio de tales
cargos representaba una gran oportunidad para relacionarse con el aparato monárquico y
estaría al alcance de determinadas élites. El reino carecía de una estructura territorial
homogénea.

Existían numerosas élites que no se hallaban ligadas al reino a través de los cargos
palatinos y de la administración territorial.

Tantos si hablamos de la aristocracia palatina, en estrecha relación con el poder regio,


como si nos referimos a élites de escala local o regional, la base de su poder era la
propiedad de la tierra.

La imagen de una poderosa clase latifundista que disponía de extensos bienes quizás
fuese válida en algunas áreas, como la Bética, el entorno de Mérida o el de Toledo, pero
no necesariamente se puede aplicar a otras zonas.

La propiedad aristocrática, lejos de formar una propiedad compacta, se componía de


unidades dispersas por un amplio territorio, un patrón común en toda la Europa Occidental
posromana.

2.2 Una sociedad de campesinos


Eran la mayoría de la población. Existían asentamientos rurales abiertos caracterizados
por la presencia de construcciones realizadas en materiales perecederos sin que se
detecten con claridad áreas artesanales especializadas.

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Los materiales locales y las construcciones sencillas, no precisaban de un elaborado


saber arquitectónico pero se adaptaban a las necesidades de las familias que habitaban
estos lugares.

Presencia de numerosos silos en torno a las distintas construcciones. Estos espacios de


almacenamiento reflejan una economía rural con excedentes que estaban bajo el control
de las distintas unidades domésticas, cada una de las cuales gestionaba esos excedentes
de forma autónoma. Hay evidencias que parecen indicar la presencia de desigualdades
internas como la presencia de équidos, relacionados con la representación del poder o la
presencia de una dieta más rica en proteínas animales por parte de algunos individuos.

La presencia de estos asentamientos ha permitido plantear la construcción de redes de


aldeas durante este período.

Había presencia de numerosa población campesina libre y propietaria, aunque no


formaba un grupo socialmente homogéneo pues había fuertes desigualdades.

La legislación visigoda menciona el “conventus publicum vicinorum”, con lo que se


identifica a la organización de determinadas comunidades rurales, que gestionaban
aspectos relacionados con las actividades económicas locales.

Se identifica a numerosos individuos que pagan cantidades, algunos son definidos como
dependientes (conllibertas), lo que hace pensar que el resto de las personas citadas eran
de condición libre. Los campesinos libres y propietarios eran muy abundantes.

El poblamiento rural de ciertas regiones muestra una relación entre antiguas villae y
nuevos asentamientos rurales abiertos como sucede en el Suroeste peninsular.

2.3 El debate sobre el esclavismo


Los servi aparecen en la legislación visigoda. Se trataría de una población esclava,
aunque no se describen las condiciones exactas de su existencia. Los cánones de los
concilios toledanos mencionan la presencia de estos servi formando parte de los
patrimonios eclesiásticos.

Las sociedades posromanas no pueden calificarse de esclavistas y aunque había


esclavos, tampoco la hispana.

Se ha planteado que estaríamos ante individuos ligados a la tierra que debían cultivar
(servi casati) y no componían una suerte de mano de obra esclava de plantación.

En el caso de los servi que se mencionan en los patrimonios episcopales, podrían ser en
realidad sirvientes domésticos.

La clave se encuentra en el desarrollo de fórmulas de patronazgo que permitían a los


potentes ejercer un dominio sobre campesinos independientemente de su estatus libre o
no, como aparece en las “Fórmulas Visigóticas” (formulario para confeccionar
documentos).

El término servi no era exclusivamente un vocablo técnico para definir una realidad
jurídica. Remite a una idea de servicio a alguien, del dominio social, pudiendo usarse
servus en contextos donde no puede hablarse de esclavos, como determinadas leyes
militares.

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En la Hispania del S.VII había esclavos. Algunas formas llamativas de exclusión social,
como los enterramientos en silos convertidos en basureros, junto con animales y sin gesto
funerario, como sucede en algunas aldeas madrileñas y catalanas, podrían ser un indicio
de esta situación.

La presencia de servi, posiblemente muy cercanos en la práctica a un campesino


dependiente o con relaciones clientelares con un patrón, no implica que la mano de obra
fuera mayoritariamente esclava.

Como sucedía en el resto del Occidente posromano, había una gran variedad de
situaciones sociales.

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3. LAS ACTIVIDADES PRODUCTIVAS


3.1 La producción agroganadera
Se considera el período posromano como un momento de retroceso productivo. Las
producciones orientadas al intercambio se habrían colapsado mientras que en el ámbito
rural se habría producido un incremento de las zonas de bosque frente a las cultivadas.
La tecnología agraria sería pobre y se recurriría a las rozas como un medio de cultivo, lo
que llevaría a una agricultura itinerante.

Los estudios sobre los asentamientos campesinos han permitido comprobar la presencia
masiva de silos, espacios dedicados al almacenamiento de excedentes que debían
dedicarse a la simiente o a una reserva para las familias. La producción agraria era
excedentaria y buena parte de ese excedente era gestionado por las familias campesinas.

El mundo rural en este período podía ser muy dinámico. Hubo procesos que no eran
obras de ingeniería excesivamente complejas pero donde la cooperación, forzada o no
era imprescindible. Había un mundo rural activo y dinámico en áreas donde se suponía
que había persistido un uso ancestral y poco intensivo del territorio. La realidad agraria se
muestra compleja y dinámica, lo que no conlleva que fuera así en todas las comarcas
pues debieron existir profundas diferencias internas.

En el Sistema Central en el S.V hubo una clara tendencia a la deforestación y a la


creación de pastizales en áreas de media y alta montaña. Esto sucederá en otras zonas.

Se ha interpretado como una potenciación de la ganadería acompañado de la formación


de una red vial que conectaba los llanos con las sierras en lo que podría ser un conjunto
de rutas de desplazamientos cortos del ganado (transterminancia). Un aumento del papel
de la ganadería que se puede relacionar con la creciente presión humana en la vertiente
Norte de los Pirineos.

Las leyes visigodas legislan en numerosas ocasiones sobre la ganadería, mientras que
las labores agrarias no aparecen, lo que es un síntoma del papel que desempeñaba la
actividad pecuaria.

El recurso a la ganadería debe entenderse dentro de los cambios sociales y productivos


que se produjeron a partir del S.V. El debilitamiento o desaparición de las grandes rutas
comerciales, animadas por la exigencia imperial del impuesto, así como el aumento de la
capacidad de gestión de los campesinos provocaron un cambio en las estrategias
productivas. La clave estribaba en la diversificación. Se cultivaban diversos productos
para evitar el riesgo de que una mala cosecha provocada por cualquier factor pusiera a la
familia en una situación crítica. Esta lógica productiva pudo incluir el recurso a la
ganadería que se había incrementado en este período. Era una opción útil que exigía una
escasa mano de obra y pocos recursos una vez creados los pastizales.

Los animales proporcionaban productos derivados que garantizaban la alimentación e


incluso permitían el intercambio en redes locales. El desarrollo de esta actividad debió
promoverse mediante la cooperación entre familias, tanto para la deforestación como para
la gestión de unos rebaños compuestos por especies muy diversas de distintos
propietarios.

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La disminución de la talla de los animales respondería a que no era una ganadería


intensiva. La influencia climática, derivada del denominado episodio frío altomedieval, que
entre los años 400 y 900 supuso un descenso de las temperaturas y un aumento de la
aridez en Europa Occidental, pudo facilitar esa opción pero no determinó la orientación
ganadera.

La producción agroganadera muestra una serie de cambios que no pueden identificarse


con un retraso económico. Hay espacios agrarios activos y se crean otros nuevos, como
las terrazas, mientras que es probable que las zonas que habían estado más orientadas
hacia el comercio exterior sufrieran una disminución del territorio total cultivado.

Se observa en varias áreas peninsulares un papel creciente de la ganadería. La clave


estaría en el aumento de la capacidad de gestión autónoma de los campesinos, que
utilizaron estrategias de diversificación de la producción para evitar riesgos.

3.2 Intercambios y comercio


El conocimiento sobre las redes de intercambio en la Hispania del S.VII es escaso.

Se menciona la llegada de comerciantes griegos a Mérida. Muchos de estos comerciantes


o negotiatores debían proceder del Mediterráneo Oriental. La vitalidad del comercio
marítimo en el S.VI se deja sentir en lugares como Gijón. Tiene su máxima expresión en
Vigo que debía ser una escala más en un circuito comercial que conectaba el
Mediterráneo Occidental con el Atlántico, llegando a las áreas occidentales de Gran
Bretaña en búsqueda del estaño. Otros puntos pudieron ser Oporto y Crestuma, puerto
fluvial del Duero. En las áreas levantinas, la presencia de cerámicas de importación
estaría reflejando la persistencia de las redes comerciales que se habían tejido en torno al
Mediterráneo. La legislación visigoda se hace eco de esa presencia, ya que varias normas
se refieren a negotiatores transmarini.

A mediados del S.VI son infrecuentes las cerámicas de importación que desaparecen en
la segunda mitad de esa centuria en buena parte de Hispania y a lo largo de. S.VII en las
áreas levantinas. En Vigo, la actividad marítima internacional desaparece aunque el lugar
continúa siendo un centro comercial de ámbito regional.

La tendencia general en la segunda mitad del S.VI es hacia una desaparición de las
cerámicas que reflejaban esas redes extrarregionales. En el S.VII parece que ese
comercio fue cada vez más relevante en todo el Mediterráneo.

La crisis que vivía Bizancio en esos momentos que había sido el eje sobre el que pivotaba
dicho comercio, sería uno de los factores más importantes. Se advierte un auge de
nuevas rutas comerciales como las que conectaban el Mar del Norte donde surgió una red
de centros portuarios destinados a convertirse en centros de intercambio: los viks o
emporia.

En el caso hispano las producciones cerámicas del S.VII muestran una tendencia a la
regionalización. Son recipientes que transitan por circuitos limitados en la escala
geográfica, producidos en hornos tecnológicamente no muy complejos y emplazados en
las propias regiones.

El predominio de las cerámicas comunes de cocina expresaría las necesidades de la


población campesina. Son indicios de un importante cambio económico que no debe
contemplarse en términos de decadencia sino de reordenación.

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Probablemente seguirían circulando bienes internacionales de alta calidad (tejidos, joyas,


manuscritos), pero la mayoría de los intercambios se realizaban en mercados locales o en
ámbitos regionales, desconectados unos de otros.

Las normas sobre comerciantes son todas “antiquae”, anteriores a la recopilación de 652.
No existen datos acerca de posibles centros portuarios y comerciales en este período, al
estilo de los emporia del Mar de Norte o de los que aparecen entonces en el Adriático.

Los reyes visigodos parecen haber emitido únicamente moneda de oro, tremises. Las
acuñaciones de tremises de la segunda mitad del S.VII se caracterizan por la disminución
de su calidad, con una menor proporción de oro.

La política monetaria de los reyes visigodos debe entenderse como parte de las
estrategias políticas de las que disponían los monarcas, un medio para expresar su
autoridad y legitimidad, relacionada con la capacidad para captar el tributo que era su
finalidad inicial.

La reducción de la calidad del oro sería el fruto de la convergencia entre una cada vez
menor presencia de oro en todo el Occidente posromano y la necesidad de acuñar una
moneda que funcionaba como una herramienta política.

El objetivo de la acuñación de moneda de oro no era la de crear un medio eficaz de pago.


Era un numerario demasiado elevado como para ser útil en los intercambios más
cotidianos. Para este tipo de transacciones se utilizaba moneda de bronce tardorromana
de finales del S.IV y principios del S.V. Fue el numerario habitual de una economía
monetarizada.

3.3 La ciudad
En el S.VII las ciudades continuaban siendo focos de poder y el reino visigodo de Toledo
tenía en ellas sus principales plataformas para ejercer la autoridad.

Había un débil dominio sobre el mundo rural, excepto algunas grandes urbes, como
Mérida y algunas regiones concretas como ciertas partes de la Bética. Algunos centros
urbanos sufrieron una fuerte crisis que desembocó en un colapso interno que culminó con
su abandono como en Clunia. En otras ocasiones, ese deterioro no fue tan radical aunque
se detecta la presencia de amplias zonas abandonadas o destinadas a huertos dentro del
perímetro urbano, así como es frecuente la amortización de espacios públicos.

Perdieron relevancia los espacios públicos y el papel económico de las urbes se redujo.

Los restos muestran ciudades que consumen bienes de ámbitos regionales y que no
parecen ser centros productores relevantes. Estos cambios se registran en numerosas
áreas de la Europa posromana.

Se ha vinculado este proceso con la crisis de los grupos curiales, magistrados urbanos
que debían responsabilizarse de una fiscalidad creciente al tiempo que se encargaban
con su propio peculio de hacer frente a los gastos de mantenimiento de las
infraestructuras urbanas (evergetismo). Es posible que tales modificaciones respondan a
transformaciones sociales dentro de las ciudades con un incremento del papel de la
Iglesia y del evergetismo cristiano, una canalización de los recursos hacia el mundo
eclesiástico.

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La civitas sufrió una profunda transformación en este período como resultado de una
disminución de su papel como centro político y también de las dificultades para mantener
un alto nivel de consumo ante el deterioro de las redes comerciales y el cambio en la
producción agraria.

Surgieron algunos nuevos centros urbanos (Ello, Recópolis) donde resulta evidente la
iniciativa estatal que explica la creación de un nuevo núcleo de poder en la frontera
visigodo – bizantina y la formación de una nueva ciudad palatina respectivamente.

Toledo como capital del reino (sedes regia) parece haber recibido un notable impulso
demográfico.

Mérida conservó un papel relevante con la centralidad del Cristianismo como elemento
definidor del urbanismo.

Tales núcleos pudieron servir como comunidades consumidoras, tal y como se detecta en
Recópolis y afectaron a la producción del entorno rural. Su impacto económico fue
limitado más allá de la escala regional.

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4. EL CRISTIANISMO EN LA HISPANIA DEL S.VII


4.1 El papel de los Obispos
Entre los S.V y S.VI los prelados desempeñaron un papel determinante en la
configuración de los poderes locales. El liderazgo local episcopal fue reconocido por los
monarcas a partir del III Concilio de Toledo que supuso la formalización de un pacto entre
monarquía e Iglesia que reportó beneficios mutuos: la monarquía recibió el apoyo de la
institución más importante entre la población autóctona, que legitimó su autoridad, pero
también obtuvo un personal cualificado para su acción política y administrativa y la
colaboración de los obispos en la gestión política. La Iglesia vio ratificada su posición
social dominante, reforzada por su función como principal mediadora con la autoridad
central.

El credo calcedonio se convirtió en oficial y en el esqueleto básico de la ideología regia.


Este pacto quedó plasmado en los concilios de Toledo que funcionaban como asambleas
político – religiosas, donde se solventaban las relaciones muchas veces conflictivas entre
monarcas y dignidades eclesiásticas.

Las interferencias monárquicas fueron cada vez más numerosas ya que en los concilios
participaban altos dignatarios cortesanos y el propio rey comenzaba las reuniones con la
presentación del “tomus”, una especie de orden del día.

Esta supeditación al poder regio fue más notoria el último tercio del S.VII, cuando los
reyes convocaban el concilio como uno de sus primeros actos de reinado, a fin de
legitimar la nueva orientación política o la usurpación del poder.

Los obispos ejercieron importantes funciones políticas a partir del reinado de Recaredo.
Tenían funciones en la captación tributaria. Mantuvieron ciertas prerrogativas judiciales y
eran los principales mediadores entre las comunidades locales, preferentemente urbanas,
y la autoridad central. Las leyes militares de Wanda y Ervigio certifican que los obispos
participaban en la defensa militar del reino, aportando combatientes de sus dominios. Los
obispos participaron en algunas conjuras y sublevaciones políticas.

Los prelados visigodos se alejan del modelo merovingio en el que fue frecuente la
designación como prelados de miembros de la más alta aristocracia que carecían de las
credenciales para desempeñar su cargo. En Hispania el nivel cultural y moral de los
obispos se mantuvo.

San Isidoro, Arzobispo de Sevilla entre 599 y 636 participó activamente en al vida política
del reino visigodo. Destacó por su actividad intelectual y sus conocimientos de griego y
hebreo. También fue importante Julián de Toledo.

El obispo fue un personaje urbano y dejó su huella en la topografía de las ciudades. La


Iglesia se convirtió en el auténtico foco de poder local y el gasto que las élites urbanas
realizaban en infraestructuras publicas durante el período imperial se transfirió hacia la
Iglesia.

Esto permitió desde los S. V – S.VI la construcción de edificios monumentales como


determinadas basílicas. Estas se erigían sobre los enterramientos de mártires (martyria).

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La monumentalidad cristiana se convirtió en seña de identidad de la ciudad. Esta


cristianización topográfica se trasladó a la propia identidad urbana. En el S.VII sólo
aquellos lugares que poseían una cátedra episcopal podían aspirar a ser ciudades.

Esta importancia de las iglesias episcopales trajo la formación de patrimonios cuyos


orígenes se situaban en la generosidad de donantes. La gestión de estos cada vez más
numerosos bienes fue una preocupación constante.

4.2 El Cristianismo en el mundo rural


La cristianización de los ámbitos rurales hispanos se había consolidado en el S.VII.
Muchas prácticas tradicionales relacionadas con los ciclos agrarios habían pervivido. La
política eclesiástica sobre éstas prácticas tuvo una doble fase, por un lado se buscó
dotarlas de un contenido cristiano y por otro fueron condenadas como supersticiones que
debían ser extirpadas.

Las supersticiones no desaparecieron por hallarse muy enraizadas en las vivencias de los
campesinos.

El avance del Cristianismo en el ámbito rural tuvo un firme apoyo en el despliegue del
momento. Durante este período se observa una pluralidad de reglas monásticas
provocadas por la convergencia de distintas influencias como la procedente de la Galia, la
de origen oriental, la norteafricana e incluso la celta o irlandesa, que dejó su huella en la
sede monasterio de Britonia, en la costa lucense.

Una de las reglas más difundidas fue la “regla communis” de autor desconocido. Su
objetivo era articular una serie de comportamientos autónomos caracterizados por la
formación de comunidades monásticas por parte de individuos laicos, en la que convivían
hombres y mujeres y que parece haber servido para el control social de determinadas
élites. Esta regla se preocupa de la organización económica de los monasterios, de la
convivencia de los hombres y mujeres en el mismo cenobio y por la regulación de las
relaciones entre el Abad y los monjes a través de un pacto que permite a los miembros de
la comunidad monástica enjuiciar el comportamiento del Abad.

Muchos de estos monasterios tiene como origen la actividad de “hombres santos”, líderes
sociales con un fuerte componente ascético y eremítico que mediante el ejemplo de su
vida atraían a multitudes laicas y ejercían una suerte de patronazgo celestial. La mayoría
de estos “hombres santos” dieron lugar a cenobios o monasterios en los que se
perpetuaba la memoria del santo y a través de ella se llevaría a cabo una cristianización
profunda de su entorno. Es el caso de Fructuoso, en el Bierzo, Emiliano o San Millán en
La Rioja o Donato.

Las edificaciones eclesiásticas aparecen en el paisaje rural, pero desconectadas de los


asentamientos, situadas muchas de ellas en terrenos de grandes propietarios que los
erigieron como una fórmula para acaparar prestigio y consolidar el patrimonio. La
epigrafía atestigua la creación de centros religiosos por parte de aristócratas.

Destacan las llamadas “iglesias visigodas”, estructuras monumentales patrocinadas por


“potentes” que pretendían así reforzar su prestigio y crear escenarios para la memoria
familiar. Para ello pudieron también apoyar a “hombres santos” que actuasen en
determinadas regiones como parece haber sucedido con Ricimero que patrocinó a
Valerio.

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