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DISPENSA DEL JUICIO RESIDENCIA A D.

MATIAS DE GALVEZ
INTRODUCCIÓN
La vida de Don Matías de Gálvez ya ha sido referida en esta revista por lo que
no voy a reiterarla pero sí que voy a referir algunos aspectos que conectan con
el artículo que suscribo hoy
Matías de Gálvez no provenía de una familia noble de alcurnia pero sí que sus
ancestros eran de probada hidalguía por su gran servicio al Rey y a su Patria
durante muchos años.
Le tocó vivir una infancia muy dura en su municipio natal de Macharaviaya
porque, con solo 11 años, se quedó huérfano de padre y tenía que compaginar
sus estudios, en la vecina localidad de Iznate, con el cuidado de las tierras de
labor familiares y de sus tres hermanos pequeños que solo tenían 8, 3 y un recién
nacido porque su madre, bastante tenía con las labores propias diarias y su
especial atención al recién nacido. Es difícil comprender cómo logró sacar a
delante todo el trabajo. Pero así se forjan nuestros héroes
Pero lo hizo y, cuando ya parecía que su hermano José podía empezar a
ayudarle, se marchó éste a Málaga para estudiar en el seminario y, otra vez, tuvo
Matías que llevar el peso de sus dos hermanos que aún tenían 8 y 5 años.
Además su madre empezó a estar delicada de salud y falleció en 1749.
Se llegó a casar en 1745 con una prima segunda, Josefa Gallardo, con la que
tuvo dos hijos, Bernardo y José, pero, como resultas de una complicación en el
último parto, falleció poco después. Otra vez, Matías tuvo que dividir su tiempo
entre el estudio, el trabajo en el campo y sus hijos. Parece una tarea imposible
por lo que se volvió a casar en 1750 con otra pariente de su municipio, Ana de
Zayas, con la que tuvo tres hijos malogrados.
Sin grandes ataduras en Macharaviaya, por estar sus hermanos ya
emancipados, se marchó el matrimonio a Madrid con sus dos hijos después de
la boda, aunque regresaban con frecuencia, como lo hicieron para la boda de su
hermano pequeño en 1751 y el de su cuñada Dorotea en 1752..
En Madrid inició su carrera militar en el Real Cuerpo de Artillería y, todo era feliz
en la familia hasta que en 1756 falleció su hijo pequeño José lo que supuso otra
desgracia familiar. Hay que comprender que va contra natura el que fallezca un
hijo antes que sus progenitores.
En vista de la situación y que su carrera militar tenía que dar un giro, ya que
había finalizado como cadete de artillería su formación, y ya estaba capacitado
para futuros ascensos, Matías solicita su traslado y aprovecha la oportunidad de
una vacante en Tenerife. Y allí fue en 1756 con el empleo de Alférez al
Regimiento de Milicias de Los Realejos. Como era normal en aquella época,
compaginó ese destino con un puesto administrativo civil siendo administrador
de la hacienda de Gorvorana en el mismo municipio que el regimiento.
Permaneció más de 20 años en esa isla ascendiendo sucesivamente a capitán,
teniente coronel y coronel y llegando a ocupar varios cargos importantes, tanto
en la vida civil administrador de la renta de tabaco, presidente de la Real Aduana,
sindico personero del Puerto de la Orotava, alcalde de agua , …) como en su
carrera militar (capitán de compañía de milicias, gobernador del fuerte de Paso
Alto, Subinspector de Milicias, Teniente de Rey y Segundo Comandante General
de las Islas).
Su estancia en la isla es recordada en todos los anales de los historiadores de
la época ya que, debido a su carácter y sabiduría, se introdujo en la sociedad y
cultura isleña de una manera muy intensa. Pero todo lo bueno llega a su fin y, a
pesar suyo, le destinaron en 1778 al Reino Guatemala como Inspector de Tropas
y Milicias en una época muy dura, por el comienzo de la guerra con los ingleses.
En ese reino llegó a ser Capitán General del mismo y estuvo 5 años, en los
cuales obtuvo las mayores glorias debido a sus constantes victorias contra los
ingleses a los que expulsó de sus territorios.
Hay que recordar que ese reino de Guatemala comprendía lo que actualmente
son los estados de Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa
Rica, además del estado mexicano de Chiapas y las actuales provincias
panameñas de Chiriquí y Bocas del Toro. Un inmenso territorio, con unas
comunicaciones malísimas que tuvo que recorrer Matías de Gálvez varias veces
en sus campañas, lo cual le costó adquirir una enfermedad ya que según los
cronistas era “acaso el más malsano que se conoce en toda la tierra”, que a la
postre le llevaría a la muerte en 1784, aunque logró ascender hasta el empleo
de Teniente General.
En ese reino de Guatemala le toco efectuar el cambio de ubicación de la capital,
debido a que la Antigua había sido destruida por un terremoto años atrás, con lo
cual tuvo que controlar el diseño y construcción del nuevo lugar.
Su tiempo de mandato en Guatemala fue muy querido en por los ciudadanos por
su bondad, rectitud, desinterés y lealtad, y así consta en los libros de historia.
Llegando a tal extremo que le denominaron “el primer padre de la Patria”.
No es casualidad que en el lugar más emblemático de Guatemala, el Cerrito del
Carmen, exista un monumento de hermanamiento entre Mexíco y Guatemala,
inaugurado en 1935 por los presidentes de las dos naciones, y haya solo
representados cuatro personajes: Fray Bartolomé de las Casas (el defensor de
los indios), fray Payo Enriquez de Rivera (obispo de Guatemala), el historiador
Bernal Diaz del Castillo y, por supuesto Matías de Gálvez..
Don Matías de Galvez finalizó su carrera en México, al ser designado como
Virrey de Nueva España, destino que solo pudo ejercer durante un año, seis
meses y cinco días, al fallecer el 3 de noviembre de 1784 debido a la enfermedad
que arrastraba de sus campañas en Guatemala.
Por sus grandes méritos a lo largo de su vida y especialmente cuando estuvo
destinado en Guatemala y en México, el Rey ejerció su gracia de dispensarle del
“juicio de residencia” que era obligatorio para todos los virreyes cuando dejaban
su cargo o fallecían en él.
De su estancia en México no voy a hablar ahora ya que prefiero que sean los
propios ciudadanos mexicanos quienes lo hagan durante las investigaciones
para juzgar su “residencia” que es el objeto de este artículo
2.- ¿QUÉ ES UN JUICIO DE RESIDENCIA
Los funcionarios del rey debían llevar a cabo el “buen gobierno” de la Monarquía
a través del cumplimiento de las leyes y normas de Estado. El problema era que
muchos de esos funcionarios realizaban sus tareas “de forma desencaminada y
para ganancia de sus intereses, en lugar de que su trabajo revirtiera en beneficio
de la Monarquía”.
Todos entendemos que serían inútiles las leyes si no se velaba por su
cumplimiento. El control de las órdenes dadas es completamente necesario para
lograr una eficaz gestión.
El juicio de residencia fue el principal medio ordinario de examen de los
funcionarios públicos. Se puede definir como “la cuenta que se toma a un juez ó
persona de cargo público de la administración de su oficio en todo aquel tiempo
que estuvo a su cuidado […] para averiguar la conducta de los que administraban
la justicia, y cometer y remediar los daños que durante el ejercicio de sus oficios
hayan ocasionado a los vasallos de S.M.”
3.- METODOS DE CONTROL DE GOBIERNO
La visita, la pesquisa y el juicio de residencia, y especialmente éste último, fueron
los principales medios que la Monarquía española empleó para el control de las
prácticas del buen gobierno por parte de los servidores del monarca. No
obstante, hubo otros métodos extraordinarios como fueron la toma o rendición
de cuentas o la denuncia particular, que a pesar de ser un medio de control no
institucionalizado, aunque si aceptado, dio lugar a futuras pesquisas y visitas.
Muy ligado a estas prácticas estaría el nombramiento de jueces de comisión,
donde “se confía a un oficial de la monarquía, los llamados comisarios o jueces
de comisión, una misión extraordinaria, ajena a las funciones propias de su
empleo, que el oficial en cuestión realiza por delegación de alguna institución o
de un ministro superior”
3.1 JUICIO RESDENCIA
El juicio de residencia era, como se ha dicho, la valoración que se tomaba de las
acciones que un funcionario había llevado a cabo durante el periodo que ocupó
un cargo público, y “cumple la misión vital de hacer posible el correcto
funcionamiento de los diversos organismos administrativos y judiciales”-
Generalmente, en Indias los más perseguidos eran los delitos contra la Real
Hacienda. Parecía lógica la exigencia a los virreyes, por su alta responsabilidad
y primordiales funciones de aumentar los ingresos, decidir la cantidad de moneda
acuñada o la correcta administración de los monopolios.
Al contrario que en Castilla, en Indias el juicio de residencia adquirió mayores
dimensiones en cuanto que afectó desde las más altas escalas del gobierno
político, como fueron los virreyes, capitanes generales o hasta un simple alcalde
mayor.
El juez de residencia, debía ser un letrado con capacidades y requisitos de
carácter moral, estamental y técnico. La residencia debía de ser tomada en el
lugar donde el funcionario había desempeñado su labor en un periodo máximo
de treinta días, y constaba de dos partes. La primera parte, secreta, se basaba
en una investigación de la conducta del funcionario. La segunda, pública, donde
se recibían, en audiencia o en secreto, las quejas y demandas de los particulares
que se habían visto perjudicados (indebidamente e injustamente) por las
acciones del ajusticiado
El juicio de residencia entraría en su última fase cuando el juez que residenciaba
daba a conocer todos los cargos que las denuncias e investigaciones habían
puesto de manifiesto contra el residenciado. En su defensa, el residenciado
podía presentar descargos, dando pruebas en su defensa que avalaran la
inocencia ante las acusaciones. A partir de este momento, el juez de residencia
emitía sentencia; una sentencia que podía ser apelada por el residenciado ante
el Consejo de Castilla o ante el Consejo de Indias.
3.2.- LA VISITA
Si el juicio de residencia era el principal elemento de control de los servidos del
monarca, la visita le continuaría en orden de importancia. A diferencia del juicio
de residencia, ésta tenía un carácter extraordinario, no tenía que hacerse justo
al acabar el cargo, pudiéndose hacer de forma periódica y sin regularidad. La
visita podía dar inicio antes de que se publicaran los edictos, mientras que las
residencias comenzaban una vez que el edicto era pregonado, pudiéndose
entonces iniciar el procedimiento. En las visitas, de manera general, el juez
poseía una mayor libertad para desarrollar su labor, ya que el proceso no estaba
sujeto a un trámite burocrático tan amplio como sucedía en la residencia. Durante
la visita, el funcionario que era visitado podía permanecer en su puesto, no
teniendo que abandonar el mismo durante el periodo de duración del proceso;
un proceso que no tenía un tiempo de investigación pautado (inicio del proceso-
fin del proceso) como en las residencias, además de que no solo se investiga
sobre los hechos anteriores a la visita, sino que también se podía indagar sobre
los hechos que se produjesen después de haber publicado los edictos.
Podríamos decir que durante las visitas se investigaba sobre hechos pasados y
presentes, mientras que en la residencia se haría solo sobre hecho del pasado.
Si las resoluciones de los procesos que se daban en las residencias permitían el
recurso de la apelación ante un tribunal, en las sentencias que se proveían tras
las visitas no se permitía apelación alguna, ya que se trataba de un mecanismo
extraordinario que actuaba como una “vía expeditiva y ejecutiva de investigación
de los posibles delitos cometidos por funcionarios y delegados regios en el uso
de sus cargos”.
Las visitas podían ser de dos tipos. Por un lado tenemos las visitas de carácter
general que se hacían a una institución que se deseaba investigar en sí; y por
otro lado, estaban las visitas de carácter particular, que solían ser secretas y se
hacían por una iniciativa particular. Además, de manera muy parecida a las
pesquisas, las visitas podían hacer que se depusiera al funcionario que ocupaba
el cargo que se investigaba. Carlos Garriga, señaló que las visitas tenían dos
características: “(a) la plena dependencia del arbitrio regio y, en consecuencia,
su ejercicio mediante comisarios, personalmente designados por el monarca,
con una finalidad meramente inquisitiva (esto es, instructoria y no resolutoria);
(b) y sobre todo, el más absoluto antiformalismo procedimental –que hacía decir,
con razón: Modus autem procedendi in Visitatione generali, ut diximus arbitrio
ipsorum Visitatorum remissus est–, con una sola característica constante e
inquebrantable, que es decisiva: el secreto (particularmente, el que afectaba a
los nombres y las declaraciones de los testigos)”
El objetivo de estas visitas no solo era perseguir los abusos y las prácticas
corruptas de los servidores del monarca, sino que también se utilizaran para
llegar a conocer la situación de los territorios y pueblos que estaban muy lejos
de la metrópoli, como ocurría con las visitas a América. También, como dicen
González Navarro y Salinas, “la visita implicaba para los indígenas la posibilidad
no solamente de denunciar los agravios sufridos por parte de encomenderos,
funcionarios u otros agentes sociales, sino además promover una negociación
entre las partes involucradas”.
3.3.- LA PESQUISA
El tercero en la lista de estos mecanismos de control de los servidores público
sería la pesquisa. Una pesquisa se ponía en funcionamiento cuando hay una
denuncia previa, y podía realizarse durante el desempeño de cargo del
investigado y no al terminar el cargo como ocurría en el juicio de residencia.
Además, comportaba ciertas responsabilidades penales ya que estaba vinculada
a una comisión de delitos de índole penal; “promovida la pesquisa se realizaba
una investigación sobre la actuación del oficial regio, de cuya investigación y
proceso podía sucederse una condena o absolución. Tenía características
semejantes a las de un proceso criminal”. Benjamín González Alonso establece
que el vocablo pesquisa tenía una gran cantidad de homónimos: “unas veces se
la llama información secreta; otras, pesquisa secreta; otras, pesquisa e
inquisición; ocasionalmente se habla de pesquisa tocante a la residencia, o de
pesquisa de residencia”. Hay que tener en cuenta que en muchas ocasiones las
pesquisas daban lugar a juicios de residencia y otras veces los juicios de
residencia iban a la par de pesquisas. Por ello, “al juez de residencia se le
llamaba con frecuencia «pesquisidor de residencia», o, sencillamente,
«pesquisidor»”.
La pesquisa era el medio de control que mejor se podía emplear a la hora de
recabar mayor información por parte del monarca y materializar el control de los
soberanos sobre sus oficiales. El pesquisidor actuaba de oficio según unas
instrucciones, no era un juez, sino más bien de un investigador que recaba
información sin estar sujeto a las normas del Derecho. Según González Alonso,
“la pesquisa obedece a la necesidad que los titulares del trono experimentan de
disponer de amplia información acerca de cómo usan o ejercen sus agentes los
oficios que se les han confiado, pero nada impide, por ello forma parte del curso
natural de las cosas, que de tal información se desprendan luego ciertas medidas
susceptibles de remediar atropellos, o de poner término a la carrera de oficiales
desaprensivos o incompetentes”.
De la misma forma que en la visita se distinguía entre visita general y particular,
en las pesquisas podemos distinguir, según apuntaba Carlos Garriga, entre
pesquisas generales y pesquisas especiales. Las primeras, las pesquisas
generales, permitían abrir un proceso para controlar y conocer el estado de la
justicia sobre cualquier parte y habitante de la Monarquía, además de que solo
podía ser convocada por el rey. Las segundas, las pesquisas especiales, se
iniciaban por la comisión de un presunto delito que se conocía por medio de una
denuncia o por una investigación. Otros autores, como Alonso Romero, señalan
una tercer tipo de pesquisa, la voluntaria, que se realizaba “cuando ambas partes
(denunciante y denunciado) se avenían a que el rey o el juez manden hacer
pesquisa”
4.- EL INFORME DE RESIDENCIA DE MATÍAS DE GÁLVEZ
Como hemos especificado, todos los virreyes debían pasar un juicio de
residencia antes de que tomara posesión del puesto el sucesor. No obstante, ya
en el transcurso del siglo XVIII, estos juicios se llevaban a cabo una vez que el
interesado había regresado a España. En este caso concreto, por deseo del Rey,
no hubo juicio sino que se ordenó abrir un expediente de información pública en
todo el territorio del virreinato, por un periodo de seis meses, para salvaguardar
alguna posible reclamación.
La Real Cédula de 26 de marzo de 1785 especificaba la dispensa de la
residencia a Don Matías de Gálvez “en atención a la pureza, rectitud y prudencia
bien notorias con que ha gobernado” y designaba Don Eusebio Ventura de
Beleña como Juez Comisionado para que:
“forme y publique un edicto en todas las Provincias de ese virreinato con
el término de seis meses, o el que le pareciera conveniente, a fin de que
si algunos tuvieren que pedir contra el dicho virrey difunto, lo hagan
precisamente dentro del expresado tiempo que vuestra merced asignase,
quien oirá y sustanciará las demandas que se pusieran, y entre tanto
recibirá información completa con las personas que le parecieren de todas
clases, y citación de los Fiscales de Real hacienda, y de lo Civil sobre
conducta, gobierno y providencias del expresado Don Matías de Gálvez
..”
En el Archivo Histórico Nacional (Consejos, 20722) está el expediente completo
de residencia de Don Matías de Gálvez.
Consta de 3 libros bellamente encuadernados y varios documentos sueltos
En el primer libro están todos los documentos iniciales: la Real cedula del Rey,
el edicto distribuido, la citación a las autoridades y a los testigos de la ciudad de
México, con su correspondiente declaración. Consta de 100 folios útiles, sin
contar el índice.
En el segundo libro está la lista de las 120 provincias del virreinato, la
certificación de no haberse puesto demanda alguna y un auto dando por
concluida la Comisión. Pero lo más voluminoso es la certificación de todos los
jueces y Justicias fuera de la capital del virreinato, a quienes se dirigieron los
ejemplares del edicto, acreditando haberse promulgado éste en las respectivas
capitales y cabeceras de sus provincias o jurisdicciones. Consta de 157 folios
útiles, sin contar el índice
Y en el tercer y último libro viene el informe final del juez comisionado al Ministro
de Indias, Don José de Gálvez
4.1.- JUEZ Y ESCRIBANO
Sobre el Juez Comisionado para efectuar el informe señalado, Eusebio Ventura
Beleña (1736-1794), se sabe que era del Consejo de SM y Oidor de la Real
Audiencia y que había sido Oidor de Guatemala y alcalde del Crimen de México,
finalizando su carrera como regente de Santafé de Bogotá y Guadalajara
Era natural de Imón (Guadalajara). Estudió en la Universidad de Sigüenza (1746)
y se ordenó clérigo en 1750, posteriormente fue a la universidad de Alcalá donde
obtuvo la licenciatura y el doctorado en Cánones (1756). En 1763 fue a Nueva
España con el nuevo obispo de Puebla, Francisco Fabián y Fuero hasta 1767,
cuando decidió no continuar con la vida de clérigo, en que fue designado
subdelegado en la visita general de José de Gálvez a Guadalajara, con el que
desempeñó un papel principal en la expulsión de los jesuitas de esa región. Pero
en 1769 fue despedido por el disgusto del visitador a causa de la gestión por
parte del subdelegado para sofocar una rebelión india en Sonora y regresó a
España. Restituido el favor real, regreso en 1773 a Nueva España como Oidor
de la Real Audiencia de Guatemala hasta que en 1777 fue a México como
alcalde del crimen de la Audiencia. Posteriormente llegó a ser Alcalde del Crimen
y Oidor de la Real Audiencia en México, y Regente de la Audiencia de
Guadalajara (1792), donde falleció en 1794
Como se puede ver, este juez no podía ser más imparcial ya que podía tener
algún resquemos contra la familia Gálvez por haber perdido su destino en 1769
a instancias de José de Gálvez cuando era el visitador real.
Sobre el escribano designado, Mariano de Zepeda, se concen muy escasos
datos. Salvolos propios de su firma en los escritos pertinentes. Era un escribano
real, y el encargado en el despacho del oficio de cámara más antiguo de la Real
Sala del Crimen de esta Nueva España
4.2.- EL EXPEDIENTE
El 9 de julio de 1785 el juez Ventura Beleña firmó el edicto, manteniendo los seis
meses de plazo, del que se hicieron 200 copias que se mandaron a las 120
provincias y jurisdicciones del virreinato donde fueron mandados con urgencia
para que informasen sobre la actuación del virrey durante su mandato, o sea
desde el 29 de abril de 1783 hasta el 3 de noviembre de 1784.
Iba dirigido “a todas las personas de cualquier estado, calidad, condición,
preeminencia o dignidad que sean habitantes o existentes en su comprehensión
y distrito, como también a todos los Cabildos Eclesiásticos, Seculares, y demás
Cuerpos Políticos o Comunidades Regulares”
Asimismo se pidieron informes al Tribunal de la Inquisición y a los obispos de
Puebla, Michoacán y Oaxaca, y se solicitó al Tribunal de Cuentas un informe
razonado y completo del valor total a que ascendieron los ramos del real erario
en los años de 1783 y 1784 en que gobernó don Matías. Además se citaron a
los Fiscales de la Real Hacienda, Ramón de Posada, y de lo Civil, Lorenzo
Hernández de Alba.
Los que tuviesen alguna queja deberían comunicarlo al juez Beleña en un pazo
de 40 días desde que se publicase el edicto, dando otros 60 días para
fundamentar dicha queja, la cual se remitiría, con la certificación
correspondiente, al juez.
Como curiosidad, si a alguien se le ocurría quitar algún edicto de los tablones
donde estaba colocado en todo el virreinato, en los 40 días siguientes a su
colocación, sería multado con 3.000 pesos.
4.3.- LOS TESTIGOS
El juez Beleña entrevistó a 30 testigos de diferentes cargos en la ciudad de
México. Empezó las entrevistas el 18 de julio y terminó el 27 de agosto de 1785
El primer testigo entrevistado fue Miguel Calixto de Azedo, Oidor de la Real
Hacienda, testificando el 18 de julio de 1785, y manifestó que:
“sabe que las providencias fueron las más oportunas; su gobierno el más
acertado y la conducta del Excmo. Sr. Don Matías de Gálvez tan
justificada y ejemplar, que sirvió de modelo a todos al verlo, incesante en
el laborioso y pesado despacho de tan vasto Gobierno, diligente y
cuidadoso en inquirir e indagar por cuantos medios le eran posibles, lo
que podía conducir al mayor acierto de él, hasta verificarlo con su personal
presencia, no con poca incomodidad y trabajo en todas aquellas cosas
que le permitía su carácter y empleo, logrando de este modo el acierto; y,
con su actitud y eficacia, la mayor prontitud en el despacho y ejecución de
sus providencias, teniendo muy presente el alivio de los pobres, atento y
solicito siempre al fomento del bien público con el mayor desinterés,
anteponiendo aquel al suyo propio, y auxiliando y contribuyendo con sus
superiores facultades a los que por razón de sus Cuerpos, encargos o
comisiones debían obrar para el mejor logro del mismo efecto ..”
No se puede decir más sobre una persona buena, Luego manifestó ejemplos
concretos de su conducta que ratificaban lo expuesto.
El resto de testigos manifestaron cosas similares por lo que solo voy a reseñar
lo más significativo o anecdótico del carácter de Don Matías de Gálvez.
Ruperto Vicente de Luyando, Oidor de la Real Audiencia, dijo que:
“su conducta fue la más justa, religiosa y ejemplar, adornando a aquel
grande corazón de que Dios le había dotado con una humildad santa, sin
bajeza, que tendría pocos ejemplares ….., inseparable a esta grande
cualidad, la benevolencia, dulzura, y agrado con que trató a todos sin
excepción de personas, …. y esto es tan notorio, que dudo haya en el
Reino una sola persona que pueda decir lo contrario sin faltar
notoriamente a la verdad…. Y en medio de su pesado trabajo oía a todos
con el mayor agrado, consolando a los afligidos por cuantos medios le
eran posibles; brillando al mismo tiempo por tan raro desinterés que ni
aún las gracias de palabra permitía se le diesen por los innumerables
beneficios que dispensaba.”
El mismo testigo añadía que entre sus acciones notorias destaca tres. La primera
es “el arreglo de los Indios Gañanes en todas las haciendas del virreinato, que
sufrían hartas vejaciones y una cuasi esclavitud que motivó a tomarse por S.E.
varias providencias, expidiendo repetidas Reales Cédulas, a fin de exterminar
los abusos, lo que ha llegado a conseguirse además de dignificar el trabajo de
los indios que siempre le estarán agradecidos.” La segunda es sobre la limpieza
y empedrado de las calles, que en la mayor parte estaban intransitables, para lo
que ejecutó un gran proyecto de empedrado que benefició mucho a la capital y
otros municipios importantes. La tercera era sobre el alumbrado general de la
capital que, sin costo para la Real Hacienda, “se ha verificado con general
aplauso del vecindario” ya que era un proyecto antiguo que se retrasaba siempre,
pero él lo dispuso y ejecutó, con unas preciosas farolas de cristal, logrando que
la ciudad de México se convirtiese en la más agradable de los Reinos de España.
Llegó a decir que “las obras del empedrado y alumbrado serán un perpetuo
monumento y honor de su gobierno”
Con respecto a la administración de justicia, varios jueces manifiestan que
“jamás ha visto proceder de los Tribunales con más libertad y entereza en la
administración de Justicia, lejos de verse como en otros tiempos decretos de
libertad de reos o conmutación de penas”. Otros dicen que “jamás dio acogida a
la inclinación, al afecto, a la amistad, al paisanaje ni a otros miramientos, y
consideraciones que mancillan la integridad. Siempre imparcial, siempre serena
su grande alma. Y siempre superior así mismo supo gobernar justa y rectamente
a este vasto Imperio.”
Sobre el manejo de los caudales, se afirma que. “todas sus providencias fueron
dirigidas para el mayor incremento de la Real Hacienda, siendo dadas en tan
oportuno tiempo que no se extrañó demora alguna, antes bien acreditó esmeros,
tomándolos con tanto acierto que verificó su logro en las remisiones de caudales
para España”.
Prueba de lo anterior es el aumento de los beneficios sobre la Renta del Tabaco,
donde hubo, con respecto a 1782, un incremento de 242.000 pesos en 1783 y,
sobre 1783, otro incremento de 62.000 pesos en 1784.
Prueba de su honradez y sabia justicia, se cuentan varios casos anecdóticos que
quiero resaltar. Cierta persona distinguida demandó a otra por impago de una
deuda de 4.000 pesos. El virrey les mando llamar para enterarse del caso. El
demandante dijo que no le había pagado la deuda que tenía en varios plazos. El
demandado manifestó que había contraído la deuda “para reparar una verdadera
necesidad y que, existiendo aún ésta, era la legítima causa de no estar pagada.”
El virrey intentó que el acreedor diese un nuevo plazo a su deuda pero éste e
negó. Ante esto, el virrey entró en su habitación un rato y, cuando salió, le
entregó al demandado los 4.000 pesos diciéndole que ahora era a él a quien se
lo debía y que podría pagárselo cuando “le acomodase”, lo cual hizo el
demandado en corto plazo.
Otro caso es sobre una vista imprevista a los tribunales y a la prisión. Una
mañana, mientras realizaba una visita a las obras del empedrado de la capital,
se presentó de improviso en el Real Tribunal de la Acordada, alertando en la
puerta que no avisasen de su llegada. Cuando se dieron cuenta que el virrey
estaba dentro, todos quisieron agasajarle pero él dijo que quería visitar todo el
edificio pero solo con una o dos personas. Así lo hizo, visitando todas las plantas,
sin dejar ningún calabozo sin ver, preguntando uno por uno a los reos sobre el
trato que recibían, el estado de la comida, probando lo que se daba para ver si
estaba bien condimentada y apetitosa, y otros aspectos de su confinamiento. Al
llegar a la celda de un preso que conocía, por haberle traicionado en un destino,
le recriminó su actitud por su falta de lealtad. El reo le contestó duramente,
incluso con insultos, ya que estaba condenado a muerte y no temía represalias.
Pero el virrey, con mucha tranquilidad le respondió retirándose “pobre infeliz que
después de todo ha perdido la razón”. A pesar de lo ocurrido, poco después
mandó suspender la ejecución y solicitó al Rey su conmutación.
También cuentan que, yendo a visitar la fábrica de pólvora de Chapultepec para
ver unas pruebas de tiro, demostró su eficacia y humanidad ya que tomó una
mecha y “pegó fuego a un mortero” dando constantemente lecciones al artillero
del modo de ejecutarlo correctamente.
Como prueba de honestidad y desinterés, habiendo sido elegido un religioso
Provincial de una Orden, era costumbre muy antigua presentarse al virrey y
obsequiarle con una bandeja de plata con dulces: Al recibirla, el virrey se negó a
aceptarla en su casa de Tacubaya; el religioso intentó persuadirle para que se la
quedase, ante lo cual el Virrey, le dijo “todo está muy bien Padre, pero yo debo
seguir la opinión más segura: esta se encuentra en no recibir, y V.R. no podrá
negarlo: con que ésta elijo, y no tenemos que cansarnos, porque yo sé que sería
la que V.R. me apruebe si llega a confesarme”. Otra vez, habiendo el virrey
concedido un cargo a un ciudadano, quiso éste hacerle un obsequio de unos
4.000 pesos, al enterarse el virrey lo rechazó inmediatamente, a pesar de que
sus asesores le manifestaron que era completamente lícito, y manifestó que, a
partir de ese suceso, “si viniese otro con igual oferta, lo separaría de su presencia
como merecía, para que sirviese de general escarmiento y que ninguno
conseguiría de su mano la menor, siempre que pensase obligarlo con cualquier
oferta, pues solo el intentarlo sería bastante motivo a que nunca la obtuviese
durante fuese Virrey de este Reino”. El ciudadano afectado salió admirado de a
rectitud el Virrey y agradecido por poder conservar en esta ocasión su puesto.
A Matías de Gálvez le gustaba controlar la ejecución de las obras que ordenaba
hacer y, por ello, las visitaba con frecuencia, como la del empedrado de la ciudad
y como deseaba que se dinamizasen, se le oyó decir: “aquí era necesario que
yo estuviera de sobrestante de la obra, como lo hice en las que se ofrecieron en
Guatemala, y entonces se conocería el adelantamiento que tomaban, pero mis
principales atenciones no me dan lugar a ella.”
Para elegir a los candidatos de los puestos que tenía que designar
personalmente su conducta era ejemplar, ya que atendía antes el mérito y
capacidad sobre otros aspectos, a pesar de los “infinitos pretendientes que le
habían llegado desde Europa, se abstuvo d destinar algunos de éstos” y siempre
se dejaba aconsejar por los expertos, llegando a decirles: “usted propóngame lo
que fuere más justo, y considere conveniente al servicio del Rey, y felicidad de
los Ramos de su cargo”.
La mayoría de los testigos aseguran que el virrey había atendido a la libertad y
buen trato de los indios, dictando unas nuevas reglas en su favor, como el Bando
que firmó el 3 de junio de 1784.
Sobre el aspecto del cuidado de la salud, el Virrey, cuando surgió una epidemia
de “dolores de costado”, mandó llamar a varios médicos, de la Corte para que
estudiasen el mejor remedio y evitar las muertes que se producían, lo cual se
consiguió gracias las acertadas resoluciones que hizo.
Asimismo manifiestan que atendió de una manera muy provechosa la seguridad,
quietud, limpieza, policía y buen gobierno de la ciudad de México con el
importante establecimiento de los Alcaldes de Barrio y la división de la ciudad en
Cuarteles, según decreto de 6 de marzo de 1784.
Otros testigos manifiestan que apoyó con entusiasmo el comercio y el gran
impulso que dio al proyecto del Banco Nacional de San Carlos, poniendo de su
propio caudal 50.000 pesos, y consiguiendo del Rey su total apoyo.
También le alaban por su incondicional apoyo a la Agricultura, tan fundamental
para la vida humana, fomentando la siembra de lino, cáñamo y maíz en todo el
virreinato y por establecer una nueva fábrica para esas materias que inspeccionó
durante su construcción y, para que fuesen abundantes y baratos, controlaba
mucho los precios de venta al público.
Igualmente apoyó la aplicación de las ciencias y las letras, declarándose
protector en nombre del Rey de la nueva Escuela de las tres Nobles Artes. Todo
ello sin dejar de mejorar el ejército, disponiendo un nuevo, vasto y utilísimo
proyecto que dirigió antes de su muerte al Rey para mejorar el servicio y la
seguridad del virreinato.
Como colofón varios testigos afirmaron que “su conducta y gobierno fueron tan
irreprehensibles, y admirables, que podrían en lo sucesivo servir de pauta,
ejemplar modelo o norma a los futuros señores Virreyes”
Habiendo finalizado la entrevista a los 30 testigos, el juez Beleña quiso
corroborar lo averiguado citando al Santo Tribunal de la Inquisición y a los
obispos de Puebla, Michoacán y Oaxaca.
El Inquisidor decano, D. Juan d Mier, aseguró tajantemente “que fue tan notoria
la inocente ejemplar y desinteresada conducta de dicho Sr. Excmo., tan suave y
justo su gobierno, tan acertada sus providencias para la felicidad de sus reinos
y tan fervoroso y activo su amor al Real Servicio, que de todo ello han llegado a
este Santo Tribunal las más seguras y frecuentes noticias con convincentes
pruebas de ello; como también de que su juicio, bondad, moderación,
justificación y prudencia, y otras sobresalientes prendas, que formaban el
carácter de dicho Sr. Excmo., anunciaban la mayor felicidad de esta Nueva
España”.
Los tres obispos manifestaron que tenían un gran concepto del virrey porque era
un caballero de las intenciones más sanas y puras, amante de la justicia,
desinteresado, de corazón recto, y dotado de “benignidad y amor a lo infelices
indios”, piadoso y apasionado por el bien público, y de la Iglesia y, en una
palabra, “un Virrey en quien pudo justamente nuestro Augusto Soberano
depositar el desempeño de sus Reales atenciones por estos vastos dominios,
pues no dudas se me ofrece, que era buen servidor de S.M.”
Además, el obispo de Michoacán, que había coincidido con el Virrey en el Reino
de Guatemala años atrás, le ponderó de una manera sublime por su conducta,
valentía y ánimo para expulsar a los ingleses de todo aquel territorio y que, a
pesar de haber perdido la salud en la penosa marcha que realizó para recuperar
el fuerte de Omoa en el golfo de Honduras en 1779, continuó sus heroicas
campañas derrotando a los ingleses el río San Juan y expulsándoles de la isla
de Roatán y de sus posesiones en La Criva y en los márgenes del río Tinto, con
todo lo cual su salud fue empeorando.
Para completar el informe, el juez Beleña remitió un oficio a Don Santiago Abad,
Contador Mayor Decano del Real Tribunal de Cuentas, al objeto de saber el valor
total de “los Ramos del Erario Público” en los años 1783 y 1784 y comprobar así
los progresos efectuados.
En su contestación, manifestó que en el año de 1783 ascendieron los valores de
la Real hacienda a 19.579.718 pesos, 3 tomines y 9 granos y en el de 1784 a
19.605.574 pesos 4 tomines y 2 granos. Pero lo más importante a resaltar es
que aseguró que “nunca jamás en tiempos pasados han llegado las Rentas del
Rey en este Imperio a las sumas de estos dos últimos años que lograron el influjo
del jubiloso y activo gobierno del Excmo. Sr. D. Matías de Gálvez.”
En aquella época, el “peso de oro”, también llamado castellano, no era una
moneda. Era una medida de peso equivalente a 8 tomines, unos 4,6 gramos
actuales; 1 tomin eran 12 granos, o sea 0,59 gramos; y 1 grano eran 0,049
gramos;
Por lo general, cuando se hablaba de pesos de oro, la gente se refería a una
cantidad de oro en polvo o en pequeños fragmentos metálicos sin acuñar que se
valoraban simplemente por su peso.
En el oro era importante conocer el grado de pureza del metal, que se mide en
quilates. Cada quilate representa 1/24 de oro frente a las impurezas. El oro
extraído de las minas de Nueva España solía tener 12 o 13 quilates en el siglo
XVIII. El llamado “buen oro” solía tener 20 quilates y la corona española solía
llevar sus cuentas en “oro fino” de 22,5 quilates
Además, también cada peso equivalía a 15 reales de vellón; un real de vellón
eran 34 maravedíes equivalentes a 24 céntimos;
Pero para hacernos una idea del peso y valor de esas cantidades que hemos
señalado sobre los ingresos que logró Matías de Gálvez, hemos efectuado unas
simples operaciones, resultando que:
- En 1783 logro 90.066.705,02 e gramos de oro, que al valor actual de hoy
en día (1 gramo de oro de 22,5 quilates equivale a 43,5 euros)…) serían
3.917.901.668,4 euros, casi 4.000 millones de euros.
- En 1784 fueron 90.185.642,86 gramos de oro que a valor de hoy día
serían 3.923.075.464,4 euros
Si ese oro se hubiese utilizado para acuñar moneda, el valor actual superaría los
20.000 millones de euros cada año.
Como resultado de todo ello, el juez Beleña consideró que se hallaban
practicadas todas las diligencias que se consideraban pertinentes para el informe
requerido por S.M. el Rey y, por lo tanto, declaró concluida su comisión al efecto.
No obstante, estaba a la espera del resultado de las consultas efectuadas fuera
de la capital que se reflejarían en el segundo cuaderno del informe.
El primer cuaderno finaliza con la certificación del escribano, Mariano de Zepeda,
efectuada el 8 de noviembre de 1785, de “no haberse puesto demanda alguna
contra los bienes de S.E. ni en otro modo alguno quejándose de sus
providencias”
4.4.- LAS CERTIFICACIONES
El segundo libro comienza con la copia del edicto que se mandó publicar en todo
el reino de Nueva España y con la lista de los 120 municipios donde se publicará.
En cada municipio se expuso en los tablones principales pero además se
anunció por los pregoneros, en las plazas públicas con “concurso de muchas
gente”, aprovechando los días de mercado.
Finaliza el 15 de noviembre de 1785 con la certificación del escribano
4.5.- EL AUTO DE FINALIZACION DE LA COMISION
En el tercer libro solo figura el informe final del juez Beleña dirigido al marqués
de Sonora el 15 de noviembre de 1785, donde expresa que no se presentó
demanda por persona alguna contra los bienes del virrey, ni hubo quejas de sus
providencias, asegurando todos los testigos e informantes su buena y loable
conducta, y matizando que el Tribunal de Cuentas certificó que no habían llegado
jamás las rentas públicas a alcanzar las cifras de estos dos años.
Recibido el informe en Madrid. el fiscal del Consejo de Indias, en vista del buen
informe presentado por el juez comisionado Ventura Beleña, expuso que debía
comunicarse al monarca “que el difunto Don Matías de Gálvez sirvió con amor y
lealtad a su Real Persona, con incesante desvelo por los Reales Haberes, con
desinterés al Público, y con integridad a la Justicia”.

Alberto Ruiz de Oña Domínguez


Mayo de 2020
FUENTES:
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Universidad de Salamanca, Salamanca, 1982
Garriga Acosta, Carlos, “Sobre el gobierno de la justicia en Indias (Siglos XVI-
XVII)”, Revista de Historia del Derecho, 34, 2006, pp. 67-160
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Castilla, siglos XIII-XVIII)”, Anuario de la Facultad de Derecho de la Universidad
Autónoma de Madrid, Vol. 3, 4, 2000, pp. 249-272
González Navarro, Constanza y Salinas, María Laura, “Las visitas coloniales:
ojos y oídos del Rey”. Revista Historia y Justicia, 3, 2014, pp.195-227
Herzog, Tamar, “Ritos de control, prácticas de negociación: Pesquisas, visitas y
residencias y las relaciones entre Quito y Madrid”, Madrid, 2000, en línea
http://www.larramendi.es/en/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=1000181
[Consulta: 10/04/20].
Jiménez Pelayo, Águeda. “Funcionarios ante la justicia: residencias de alcaldes
mayores y corregidores ventiladas ante la Audiencia de Guadalajara durante el
siglo XVIII”, en Estudios de Historia Novohispana, núm. 40 (México, 2009),
Maríluz Urquijo, José María, Ensayo sobre los juicios de residencia indianos,
Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, Sevilla, 1952
Molina Arguello, Carlos. Las visitas-residencias y residencias-visitas de la
Recopilación de Indias. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1975
Sánchez Bella I. Historia del derecho indiano, Madrid. 1992
Serapio Mojarrieta, José, Ensayo sobre los juicios de residencia. Madrid:
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