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LA PALABRA DE DIOS EN LA VIDA DE SAN FRANCISCO1

El encuentro con la Palabra de Dios tiene en la vida de San


Francisco un lugar preponderante; porque era Dios mismo quien le
hablaba por medio de su Hijo. Una de las más sublimes “maravillas
de Dios”, a la que el Santo se abría sin reserva y se entregaba
enteramente, era que el Dios invisible (cf. Adm 1,5), le hablara a la
manera humana, le dijera cosas que él podía entender. Francisco
escuchaba atentamente y con gran fe esta voz de Dios. Escuchaba y obedecía.
Cierto día en que Francisco escuchó el pasaje del Evangelio en el que se cuenta
cómo el Señor envió a sus discípulos a predicar, pidió al sacerdote, luego de la Misa,
que se lo explicara. Al escuchar que los discípulos de Cristo no debían llevar dinero,
ni bolsa, ni provisiones, ni bastón para el camino, ni calzado, ni otra ropa que la
puesta, predicando el Reino de Dios y exhortando a la penitencia, al instante
exclamó lleno de alegría: “Esto es lo que yo quiero, esto es lo que busco, esto es
lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica”. Y rebosante de
gozo se apresuró a poner en obra lo que había escuchado. Se quitó los zapatos,
arrojó lejos su bastón y el cinturón de cuero, y se ciñó la cintura con una tosca
cuerda. Y, asimismo, se esforzó por cumplir todo lo demás que había escuchado, con
la mayor diligencia y respeto, porque “no era un oyente sordo de la Palabra de
Dios” (cf. 1C 22). “Imprimía en su memoria lo que escuchaba, y se esforzaba por
cumplirlo al pie de la letra” (Ibid).
Francisco escuchaba la Palabra de Dios como si estuviera escrita para él,
sintiéndose aludido personalmente. La revelación de Dios a través de la Escritura
era una revelación para su propia vida: “Nadie me enseñó lo que debía hacer, sino
que el mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del Santo
Evangelio” (Test 14). Escuchaba las palabras del Evangelio como si el Señor mismo se
hiciera de pronto presente ante él, y le dirigiera su Palabra. Ante semejante
intervención de Dios, no quería permanecer sordo. Y así, toda su vida fue una vida de
obediencia a la Palabra de Dios.
La Palabra del Señor no lo dejaba indiferente. Por medio de su Palabra, Dios
se le aproximaba, venía al encuentro del pequeño y pobre hombrecito de Asís.
¡Qué gracia singular! Con mucha frecuencia en su vida, ciertamente no fácil,
Francisco recurría al Evangelio, y especialmente cuando debía tomar alguna
decisión importante, para escuchar, con sumo respeto, la voz de Dios. (cf. 2C
15; 1C 92). Y entonces, con gran confianza y firmeza, sin ninguna clase de sutilezas
interpretativas, ponía en práctica al pie de la letra las palabras del Señor. “Señor,
¿qué quieres que haga?” (2C 6).

1 ESSER, Cayetano. Respuesta al amor. El camino franciscano hacia Dios. Cefepal. Santiago de Chile. 1981.
Pág. 62-74.
Y la respuesta la encontraba en el Evangelio. Dios irrumpía una y otra vez con
su Palabra en la vida de este hombre, que había aprendido a ser un oyente fiel y a
estar siempre abierto a la palabra divina. Así, Dios pudo tomar enteramente
posesión de su vida, transformándola según su voluntad. Y porque la penitencia era el
sustento de su vida, que debía responder sin reservas a la voluntad y la acción
salvífica de Dios, el Evangelio la fuente en la que diariamente alimentaba su
deseo de conversión al Señor (cf. 2C 102-105).
Cuenta el hermano León cómo Francisco tenía la mayor
reverencia por el Evangelio y se guiaba por él en su vida
cotidiana: pidió que le escribieran un evangeliario para tener
a mano los textos de la Misa de cada día, cuando por
enfermedad o por otro motivo estaba impedido de asistir a la
misma. Y así lo hizo hasta el día de su muerte. Después de haber leído o escuchado
el Evangelio lo besaba siempre respetuosamente y con mucha reverencia. Así
expresaba su profunda fe en la Palabra de Dios.
Porque estaba profundamente convencido de la fuerza vivificadora de la
Palabra. Una y otra vez cita las palabras del Señor: “Lo que yo les he dicho es
Espíritu y Vida” (Jn. 6,63). Cuando en el Testamento evoca los orígenes de su vida
de penitencia dice: “A los teólogos, y a los que nos administran las santísimas
palabras divinas, debemos amar y reverenciar, porque ellos nos administran espíritu
y vida” (cf. Jn 6,64) (Test 13). Y porque él mismo vivía en conformidad con esa Palabra:
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda la palabra que sale de la boca del
Señor” (Mt 4,4), se esforzaba continuamente por transmitir a todos los hombres
“las palabras de Jesucristo y del Espíritu Santo, que son espíritu y vida” (2 CtaF 3)
Diariamente se abrevaba en esta fuente, y así debían hacerlo sus seguidores:
“los que no saben leer, escúchenlas con frecuencia; y reténganlas en sí mismo con
santas obras hasta el fin, porque son espíritu y vida” (Ibid. 20-22). En este encuentro
con la Palabra de Dios se desarrolla y madura el hombre nuevo, que pertenece
enteramente a Dios. Francisco describe muy bien esta transformación: “Aseguraba
que, quien, a través del estudio de la escritura, busca humildemente y sin
presunción, pasará sin dificultad del conocimiento de sí mismo al conocimiento de
Dios” (2C 102).

LA PALABRA DE DIOS EN LA VIDA DE MADRE MARÍA DEL TRÁNSITO


Sorprende no ver anotada ninguna cita bíblica en sus cartas. Pero todo el
contenido de sus escritos nos remite a la Palabra de Dios. “…le ruego que no se
acuerde de nada de este mundo, sino solamente de su esposo Jesús Crucificado por
nuestro amor”. “Ahora que tienes tiempo obra el bien”
Para Ella el modelo es Jesús, y el móvil es el amor: “Yo pienso hacer lo mismo a
imitación de nuestro Divino Maestro, que nos dio ejemplo de tanta humildad”, “El
divino amor sea el móvil de todas nuestras acciones”.

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