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1 ESSER, Cayetano. Respuesta al amor. El camino franciscano hacia Dios. Cefepal. Santiago de Chile. 1981.
Pág. 62-74.
Y la respuesta la encontraba en el Evangelio. Dios irrumpía una y otra vez con
su Palabra en la vida de este hombre, que había aprendido a ser un oyente fiel y a
estar siempre abierto a la palabra divina. Así, Dios pudo tomar enteramente
posesión de su vida, transformándola según su voluntad. Y porque la penitencia era el
sustento de su vida, que debía responder sin reservas a la voluntad y la acción
salvífica de Dios, el Evangelio la fuente en la que diariamente alimentaba su
deseo de conversión al Señor (cf. 2C 102-105).
Cuenta el hermano León cómo Francisco tenía la mayor
reverencia por el Evangelio y se guiaba por él en su vida
cotidiana: pidió que le escribieran un evangeliario para tener
a mano los textos de la Misa de cada día, cuando por
enfermedad o por otro motivo estaba impedido de asistir a la
misma. Y así lo hizo hasta el día de su muerte. Después de haber leído o escuchado
el Evangelio lo besaba siempre respetuosamente y con mucha reverencia. Así
expresaba su profunda fe en la Palabra de Dios.
Porque estaba profundamente convencido de la fuerza vivificadora de la
Palabra. Una y otra vez cita las palabras del Señor: “Lo que yo les he dicho es
Espíritu y Vida” (Jn. 6,63). Cuando en el Testamento evoca los orígenes de su vida
de penitencia dice: “A los teólogos, y a los que nos administran las santísimas
palabras divinas, debemos amar y reverenciar, porque ellos nos administran espíritu
y vida” (cf. Jn 6,64) (Test 13). Y porque él mismo vivía en conformidad con esa Palabra:
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda la palabra que sale de la boca del
Señor” (Mt 4,4), se esforzaba continuamente por transmitir a todos los hombres
“las palabras de Jesucristo y del Espíritu Santo, que son espíritu y vida” (2 CtaF 3)
Diariamente se abrevaba en esta fuente, y así debían hacerlo sus seguidores:
“los que no saben leer, escúchenlas con frecuencia; y reténganlas en sí mismo con
santas obras hasta el fin, porque son espíritu y vida” (Ibid. 20-22). En este encuentro
con la Palabra de Dios se desarrolla y madura el hombre nuevo, que pertenece
enteramente a Dios. Francisco describe muy bien esta transformación: “Aseguraba
que, quien, a través del estudio de la escritura, busca humildemente y sin
presunción, pasará sin dificultad del conocimiento de sí mismo al conocimiento de
Dios” (2C 102).