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Hay una pregunta retórica y sarcástica que todos los divorcistas usan como muletilla para justificar
el divorcio y recasamiento. Ignoran todos los textos claros y alegan: “Entonces ¿debo aguantar
violencia, maltratos, infidelidades, humillaciones y hasta poner en peligro mi vida por quedarme al
lado de mi cónyuge?”. La respuesta clara es un rotundo no. Sí la vida de un cónyuge corre un
peligro real, Dios en su palabra provee la posibilidad de una separación:
“Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se
separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido
no abandone a su mujer”. (1Cor. 7:10-11)