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18 de mayo de 2023 |1

Pasaje devocional:
Dios siempre contesta Salmos 66:16-20

OBJETIVO: Aprendamos a valorar la respuesta de Dios, cualquiera que esta sea, en lugar de
frustrarnos y/o decepcionarnos de Él; Su voluntad es conveniente.

INTRODUCCIÓN
Dos jóvenes conversaban respecto a la respuesta de Dios a sus oraciones individuales. Uno de ellos
dijo: “a mí Dios no siempre me responde”. El otro, sabiamente, respondió: “a mí Dios siempre me
responde, solo que a veces me dice que sí, y a veces me dice que no”.
¿Será que Dios en verdad no siempre responde? ¿O será, más bien, que no siempre
responde de acuerdo a nuestro criterio de lo que es ‘bueno’, o por lo menos lo deseado?

DESARROLLO
Son tres las respuestas generales que hallamos en las Sagradas Escrituras respecto a nuestras
oraciones: sí, no y espera. Veamos algunos ejemplos y aprendamos lecciones varias del obrar de
Dios a través de Su agraciada escucha.
I. Sí
A. “Si tan solo tocare el borde de Su manto…” (Mc. 5:25-34)
Resalta la inmediatez de la respuesta afirmativa de Dios, sobre todo en el ministerio
terrenal del Señor Jesús, mas no es exclusiva de un período de tiempo, sino que
abarca la totalidad del tiempo de Su gracia.
En su reporte de guerra, el evangelista San Marcos narra que mientras
Jesús iba a resucitar a la hija de Jairo, ocurrió otro inesperado milagro: una mujer
impura religiosamente, se acercó al Maestro con el deseo de ser sanada de un
azote que se había prolongado por ya 12 años. Su historial estaba manchado de
desprecios, señalamientos, lejanía del Templo y de la sociedad. Había padecido en
manos de médicos que no lograron curarla, sino solo desfalcar sus arcas. Su vida
iba en picada, cada vez le iba peor.
Aprendemos que esta mujer anónima su determinación para buscar a Jesús
cuando oyó hablar de Él. No vaciló. Se sabía indigna, pero necesitada. Su fe llegó al
grado de acercarse a Jesús creyendo que un toque de Su manto bastaría para ser
salvada de su triste condición.
El milagro ocurrió “en seguida” (v. 29). Su clamor silencioso, al parecer no
oído por el Jesús humano que escuchaba la algarabía de la multitud, fue oído en los
mismos cielos, el Jesús divino le atendió de inmediato. El cielo tomó nota de su
necesidad y fue enviada respuesta puntual: “Y en seguida la fuente de su sangre se
secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote”.
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Luego que le descubrió al Señor su acción de fe, señala el evangelista que


se postró delante de Él.
Cuán importante es reconocer el favor misericordioso del Señor rindiéndole
toda adoración por darnos lo que no merecemos, y aun no darnos lo que
merecemos. Bendiga nuestra alma al Señor siempre, nunca olvidando Sus
innumerables beneficios.
B. “Si quieres, puedes limpiarme” (Mc. 1:40-42)
En Su segundo año de ministerio, el año de popularidad, mientras el Cristo recorría
Galilea predicando, enseñando y sanando, vino a Él un leproso, quien le presentó
su necesidad a manera de rogativa “Si quieres, puedes limpiarme”. Es de admirar
que este hombre no fue impositivo, ni demandante; sujetó su deseo al del Señor, su
voluntad a la del Maestro. No exigió. Suplicó y dejó que Jesús decidiera por él.
San Marcos nos ilustra que Jesús tuvo misericordia de él, es decir, al ver su
miserable condición como excluido también de la congregación y de la población,
herido, se compadeció de él y actuó. El divino Maestro extendió Su bendita mano y
le tocó. Tiernamente, como el Padre de misericordias, proclamó Su veredicto: ¡Sí
quiero limpiarte, así que queda limpio ahora!
La respuesta divina no tardó absolutamente nada. La Sagrada Escritura
registra puntualmente que “al instante” su lepra desapareció (v. 42).
Aunque el Rabí le había encomendado no publicar Su obrar en él, el
anteriormente leproso ya sanado no se resistió contar a otros la bondad que le
había prodigado el Señor. Se convirtió en un divulgador de los hechos asombrosos
del Señor.
La mujer con flujo de sangre se postró ante el Señor. El leproso compartió mucho el poder
de Jesús. Eso debemos hacer nosotros también cuando Su respuesta es inmediata y
afirmativa, imitando a esos beneficiados de Jesucristo el Hijo de Dios.
II. No
A. “Señor, déjame entrar a la Tierra prometida” (Dt. 4:23-28)
Moisés, el caudillo que lideró la gran liberación de los israelitas de mano de los
egipcios, el gran profeta de Israel, el mediador del antiguo pacto, de pronto vio
frustrada su misión de vida cuando tajantemente Dios le hizo saber Su decisión de
no permitirle entrar a Canaán.
Cuando fue llamado Moisés, claramente le fue dicho que sería enviado para
sacar a su pueblo de Egipto (Éx. 3:11). Su anhelo se proyectó a conocer la nueva
tierra que heredarían por el Señor. Por 40 años se dedicó a liderar, juzgar y guiar a
su pueblo hacia la tierra que fluye leche y miel, porque así se lo encomendó Dios
(Éx. 33:1). No obstante, un incidente en el desierto le privó su ingreso a la Tierra
prometida; así se lo dejó ver el Señor: “Por cuanto no creísteis en mí, para
santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación
en la tierra que les he dado” (Núm. 20:12).
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Contagiados por el espíritu rebelde del pueblo, Moisés y Aarón se unieron a


la rebelión. No honraron el nombre del Señor con sus acciones. Dios le había
ordenado a Moisés que le hablara a la peña, pero la goleó dos veces con su vara.
La rebelión ha cobrado severas facturas aun a los siervos de Dios que han
optado por esta actitud. Ahí tenemos a Saúl como otro elocuente ejemplo de
rebelión contra el ordenado Dios (1° Sam. 15).
En fin, Moisés le rogó al Señor le concediera terminar su trayecto de vida
dentro de la Tierra prometida, sin embargo, le fue negada su petición. Ya había
dicho el Señor que no entrarían ni él, ni Aarón, ni María. En esta recapitulación de la
Ley que Moisés hace al pueblo descubre su corazón para decirles que fueron ellos
quienes lo indujeron a tan grave falta (golpear la roca, símbolo del Cristo providente,
Fuente de vida). La respuesta del Señor Jehová a Su siervo fue “Basta, no me
hables más de este asunto”.
Si usted piensa que Moisés se aferró a su petición, se equivoca. El
libertador de Israel se conformó a la voluntad divina que le señaló a Josué como su
sucesor en el liderazgo israelita. Y así lo hizo. Números 27:12-23 describe cómo
sucedió este primer momento de la transición. “Y Moisés hizo como Jehová le había
mandado”, leemos en el penúltimo versículo.
B. “Señor, quítame este molesto aguijón” (2ª Cor. 12:7-10)
En sus ardientes defensas ante los corintios, el apóstol Pablo se “vanagloria”
(aunque con locura y aunque no tenga ningún valor) de sus debilidades, y no de sus
hechos, demostrándonos así su genuino ministerio apostólico.
San Pablo anota tener un aguijón en su carne, lo que parece indicar a
algunos una enfermedad que le causaba mucho dolor. Hay quienes interpretan, en
conjunción a Gálatas 6:11, que se trataba de una creciente ceguera, pero esto es
solo una inferencia con argumentos insuficientes. En su narración anota que hasta
por tres ocasiones le rogó al Señor se lo quitara. Pero la respuesta de Dios, a otro
de Sus siervos, fue negativa.
Nuevamente, la reacción de un siervo de Dios digno de imitar no es
frustración, decepción, reclamo, sino alegría. Las situaciones adversas del apóstol
San Pablo se convirtieron a sus ojos como oportunidades para que el nombre de
Dios fuera exaltado a Su debido nivel de majestuosidad; y él lo reconoció. Su
emotiva respuesta la leemos en los versículos 9 y 10:

pero Dios me ha contestado: «Mi amor es todo lo que necesitas. Mi poder se


muestra en la debilidad.» Por eso, prefiero sentirme orgulloso de mi debilidad, para
que el poder de Cristo se muestre en mí. Me alegro de ser débil, de ser insultado y
perseguido, y de tener necesidades y dificultades por ser fiel a Cristo. Pues lo que
me hace fuerte es reconocer que soy débil. (TLA)

Moisés se sometió a la voluntad divina sin interpelaciones, obedeció a Sus indicaciones y


siguió su ministerio hasta donde el Señor le permitió, seguramente agradecido por las
grandes hazañas que le concedió hacer en demostración del Todopoderoso ante Su pueblo.
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San Pablo, por su parte, reconoció su debilidad a la vez que el poder de Dios y se sintió
orgulloso de los ‘no’ de Dios como oportunidades para que Su nombre se glorificará en él y
su fe se perfeccionará en dependencia al Dios que le preservaría hasta el final de sus días.
III. Espera, insiste
Cuando Dios administra esta respuesta a Sus hijos, normalmente quiere cambiar su
percepción o inclusive hasta su petición. Muchas veces anhelamos que Dios cumpla nuestra
oración tal y como la elevamos a Su trono, pero en el tiempo de espera entendemos que
esa no es Su voluntad. Otras veces queremos que Dios modifique nuestras circunstancias,
cuando Dios lo que quiere es transformar nuestro corazón.
A. “Dios, no entiendo lo que leí en Tu palabra” (Dn. 9:1-4)
Leemos al profeta Daniel, de su propia narración, que al leer los escritos del profeta
Jeremías, se preocupó respecto a los setenta años dentro de los cuales Jerusalén
quedaría arrasada. Esto lo llevó a orar con señales de tristeza y arrepentimiento
(cilicio y ceniza). En esta ocasión, Dios respondió inmediatamente a Su siervo
cuando “aún estaba hablando y orando, y confesando [su] pecado y el pecado de
[su] pueblo Israel” (v. 20); y vuelve a reiterar en el versículo 21: “aún estaba
hablando en oración”, cuando la respuesta de Dios vino a través de un ángel,
Gabriel, quien le hizo entender, prodigándole de entendimiento del Dios sabio.
Dos años después, el mismo profeta, ahora junto al río Tigris, recibió una
visión así como palabra profética de parte del Señor. Aunque al comienzo de la
anécdota no se dice que Daniel haya orado, el ángel que vino dijo que fue enviado
“a causa de [sus] palabras” (10:12). El profeta estaba dispuesto a entender lo que
Dios le habría de hacer saber.
Tuvieron que pasar tres semanas. Desde ese momento en que Daniel el
profeta oró al Señor, el Dios del cielo escuchó su voz. Mas no fue sino al cabo de
veintiún días que llegó a donde estaba Daniel el mensajero del Señor. Por cierto, fue
por una interferencia demoniaca que no llegaba la respuesta, pero del Señor es la
victoria siempre, y el arcángel Miguel venció al príncipe de Grecia y Persia.
¿Qué hizo Daniel mientras llegaba la respuesta? Durante aquel tiempo de
espera ayunó (v. 3), dispuso su corazón a la respuesta divina y se humilló delante
del Dios que revela los misterios escondidos y los secretos muy guardados (v. 12).
Cuántas veces al no comprender la palabra de Dios, ni siquiera nos
afligimos por no entender al Señor, mas livianamente nos seguimos de largo. No
disponemos nuestro corazón. No investigamos. No consultamos con nuestros
superiores. El Señor ha prometido “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré
cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jer. 33:3), y Él es fiel para cumplir Sus
valiosas promesas.
B. “Señor, ten misericordia de mi hija” (Mc. 7:24-30)
Las respuestas ‘postergadas’ de Dios parecen ser pruebas que nos hace acerca de
nuestra fe, paciencia y esperanza. Estas virtudes se afirman o se desvanecen en la
espera de Sus respuestas.
Mientras el Maestro transitaba las regiones fenicias de Tiro (actual Líbano),
fuera de la tierra de Israel, fue descubierto por una mujer cuya hija estaba posesa
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de un demonio. El trato del Señor hacia a ella, de pronto, a primera lectura,


pareciera despectivo y hasta lastimoso; creo yo que más bien el Señor quiso probar
su fe, para que ella la reconociera, pero también aquellos que estaban a su
derredor. El evangelista Marcos nos dice que esta mujer al oír de Él vino y se postró
a Sus pies, como el leproso en Galilea. No encontramos indicios de demanda y
altivez, sino de humillación ante el Hijo de Dios; esto sin duda (con-)mueve el
corazón de Dios. La mujer, dice la Escritura, le rogaba. Su clamor fue insistente.
Anhelaba ver a su hija, como la madre preocupada por los suyos que era, liberada
del espíritu inmundo, otra vez sana y en paz, no atormentada.
Los judíos de aquel tiempo, en su ego religioso-nacionalista, llamaban
“perrillos” tanto a los samaritanos como a los gentiles todos. Alguien pudiera argüir
que el Maestro ofendió a la mujer al decirle que el pan destinado a los judíos no era
bueno arrojarlo a los extranjeros, pero su fe le llevó a clamar todavía más para que
el Maestro le diera aunque sea las migajas, las sobras. La mujer apela a su fe sobre
la diferencia racial. Fue tal su confianza en el Señor, que después de este sencillo
diálogo, el Señor le aseguró a la mujer ya estar su hija liberada en casa.
Ciertamente la respuesta de Dios no tardó 21 días, ni siquiera uno entero,
fue cuestión de unos cuantos segundos, pero esta historia nos enseña a insistir
delante del trono de gracia, al que somos llamados a acercarnos confiadamente,
sabiendo que encontraremos misericordia y oportuno socorro (Heb. 4:16).
Daniel no desistió en su oración; ciertamente se debilitó físicamente, pero su corazón estaba
escondido en el Señor, fortalecido, y bien dispuesto. La sirofenicia insistió rogando al Señor
misericordia, mas lo hizo con fe. ¿Podríamos nosotros, al no ver respuesta del Señor,
enojarnos con Él o desesperarnos de Sus tiempos perfectos? Dios es sumamente puntual, y
ha destinado tiempos perfectos para Su obrar. Mientras llega la respuesta, fortalezcámonos
en el Señor; aferrémonos a Él, no a nuestra petición. Bien decía Martín Lutero “La oración no
es para cambiar los planes de Dios; es para confiar y descansar en Su soberana voluntad”.
En la parábola del juez injusto o de la viuda insistente, el mismo Señor Jesús señala
Su propósito de narrarla, y este es que necesitamos orar siempre, y no desmayar (Lc. 18:1).

CONCLUSIÓN
Dios no solo asegura escucharnos, que ya esto es bastante gracia, pues quién somos nosotros para
que el Dios Santo, el Alto y Sublime, se digne escuchar la plegaria de simples mortales
insignificantes e intrascendentes; sin embargo, nos promete contestarnos:

»Oh Dios, a ti dirijo mi oración porque sé que me responderás;


inclínate y escucha cuando oro. (SAL. 17:6, NTV)
»Y sucederá que antes que ellos clamen, Yo responderé; aún estarán hablando, y Yo
habré oído. (IS. 65:24, NBLA)
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Si has desistido, amado hermano, de dirigirte al Creador en oración, sea porque una
respuesta antigua te decepciono, porque no cumplió tus bajas expectativas; si te has cansado de
insistir, sin —aparentemente— ver resultados; si tus planes se vieron frustrados porque Dios quiso
darles otro rumbo… por lo que sea, retoma el baluarte de la oración y escóndete en el Dios viviente
que te ve, te escucha y te responderá.
Decide tomar Sus respuestas con acción de gracias y regocijo sabiendo que Dios no hará
nada que dañe Su propósito para nosotros, al contrario, encaminará todo para el bien de Sus planes
eternos en nuestra vida.

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