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La justicia exige que en el «tratamiento» de una o más personas, por ejemplo por acciones

intencionadas que pueden perjudicar al bienestar de los otros, se observen ciertas reglas de
conducta iguales para todos. Evidentemente, esto no tiene ninguna aplicación al modo en que el
proceso impersonal del mercado distribuye el domini o sobre bienes y servicios entre
determinadas personas: esto no es n i justo n i injusto, puesto que los resultados no son n i
buscados n i previstos y dependen de numerosas circunstancias que en su totalidad nadie conoce.
La conducta de los indivi - duos en ese proceso puede mu y bien ser justa o injusta; pero como sus
acciones completamente justas tienen para otros consecuencias que no fueron n i buscadas n i
previstas, estas consecuencias no pueden ser justas o injustas.

Aunqu e tengamos la tentación de hablar de u n «valor para la sociedad», en vez de u n valor del
hombr e para sus semejantes, sería de hecho mu y engañoso si dijéramos, por ejemplo, que u n
hombr e que provee de cerillas a u n millón de personas y que gana 200.000 dólares al año es más
útil «a la sociedad» que el hombr e que impart e sabiduría o procura placer a pocos millares de
personas y que gana 20.000 dólares al año. Tampoco una sonata de Beethoven, u n cuadro de
Leonardo o una obra de Shakespeare tienen ningún «valor para la sociedad», sino sólo para quien
los conoce y los aprecia. N o tiene sentido afirmar que u n boxeador o u n cantante es más útil a la
sociedad que u n violinist a o una bailarina de ballet sólo porque unos entretienen a millones de
personas mientras los otros a u n grupo mucho más restringido. La cuestión no es que los
verdaderos valores son distintos, sino que los valores ligados a varios servicios por grupos distintos
de personas son inconmensurables; estos ejemplos significan simplemente que uno recibe una
mayor suma de dinero de u n número mayor de personas respecto al otro. 2 0

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