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Hechos 20:7-21:4

Continuamos hoy nuestro estudio del capítulo 20 de los Hechos de los


Apóstoles. Y vamos a continuar hoy la consideración de este pasaje
comenzando por el versículo 7 de este capítulo 20 de los Hechos de los
Apóstoles:
"El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo
que tenía que salir al día siguiente, les enseñaba, y alargó el discurso hasta la
medianoche."
Ahora, hay varias cosas que quisiéramos decir en cuanto a este versículo. En
primer lugar, observamos que fue un primer día de la semana, cuando se
reunieron. La iglesia primitiva ya tenía la costumbre de reunirse en el primer
día de la semana. Más tarde veremos que Pablo dijo a los Corintios, que
debían traer sus ofrendas en el primer día de la semana. Dijo en su primera
carta a los Corintios, capítulo 16, versículo 2: "Cada primer día de la semana,
cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado,
guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas".
Ahora, en nuestro versículo aquí en los Hechos leemos, " el primer día de la
semana reunidos los discípulos para partir el pan". Eso quiere decir, que
celebraban la Cena del Señor los domingos. Fue en este día cuando Pablo les
predicó. La iglesia primitiva pues, se reunía el primer día de la semana. Ése
era el día importante, porque ése fue el día cuando Jesús había resucitado de
los muertos. Bajo la vieja creación, el séptimo día era el día importante, el día
de reposo. Aquel día pertenece ahora a la vieja creación. Jesús estuvo muerto
dentro de la tumba en el día de reposo, pero en el primer día de la semana, Él
resucitó. Y nosotros nos reunimos en ese día ahora, porque estamos unidos a
un Cristo viviente. Éste es el testimonio del primer día de la semana.
Ahora, otro detalle que nos interesa en cuanto a este versículo es que Pablo
iba a partir desde allí al día siguiente. Y por lo tanto, les predicó hasta la
medianoche. Suponemos que lo hizo así porque ésta era la última visita de
Pablo a estos creyentes. Era una reunión entrañable. Se estaba preparando
para partir y no volvería. Y por tal motivo predicó un sermón tan largo. Ahora,
el versículo 8 nos dice:
"Había muchas lámparas en el aposento alto donde se hallaban reunidos."
Tenían muy iluminado el lugar y se quedaron hasta la medianoche escuchando
el sermón de Pablo. Pero, parece que su sermón resultó un poco largo para
algunos, pues escuchemos lo que sucedió aquí en el versículo 9 de este
capítulo 20 de los Hechos:
"Un joven llamado Eutico estaba sentado en la ventana, y rendido de un sueño
profundo por cuanto Pablo disertaba largamente, vencido del sueño cayó del
tercer piso abajo, y fue levantado muerto."
Podemos imaginarnos a este joven Eutico. Dice aquí que se quedó dormido
con un sueño profundo. Y lo que habría sido una simple situación anecdótica,
entonces se convirtió en una tragedia. El joven cayó abajo desde el tercer
piso, y dice aquí que cuando le levantaron, estaba muerto. Veamos entonces
lo que ocurrió en los versículos 10 al 12 de este capítulo 20 de los Hechos:
"Entonces descendió Pablo y se echó sobre él, y abrazándolo, dijo: No
os alarméis, pues está vivo. Después de haber subido, partió el pan, lo
comió y siguió hablando hasta el alba; y luego se fue. Llevaron vivo al
joven, y fueron grandemente consolados."
Pablo levantó de los muertos a este muchacho. Usted recordará que Simón
Pedro también levantó a Dorcas de los muertos. Estos eran dones especiales
de los apóstoles, que habían sido testigos presenciales de Jesús. Ahora, en
realidad se quedaron allí emocionados de que este joven hubiera sido
levantado de los muertos y que estuviese en medio de ellos otra vez. Y ahora,
Pablo continuó predicando después de la medianoche, hasta el amanecer.
Estos creyentes primitivos se quedaron allí toda la noche escuchando a Pablo.
Sabemos que Apolos era un orador elocuente, pero, eso no se dijo en cuanto a
Pablo. Estos creyentes simplemente querían escuchar la Palabra de Dios.
¡Debió ser una maravillosa experiencia! Y en nuestro caso, es evidente que
necesitamos más anhelo por conocer la Palabra de Dios. Continuemos ahora
con el versículo 13 de este capítulo 20 de los Hechos, que inicia el párrafo que
nos presenta a
Pablo en Mileto
"Nosotros, adelantándonos a embarcarnos, navegamos a Asón para recoger
allí a Pablo, ya que así lo había determinado, queriendo él ir por tierra."
Ahora viajaron una vez más. El doctor Lucas y otros miembros del grupo
navegaron a Asón, pero Pablo viajó a pie. Ahora, ¿Por qué haría esto Pablo?
Bueno, estamos seguros de que era para poder testificar acerca de Cristo por
el camino. Creemos que durante su trayecto se detendría en muchos lugares
del recorrido para hablarles a las personas con quienes se encontrase. Leamos
ahora los versículos 14 y 15:
"Cuando se reunió con nosotros en Asón, tomándolo a bordo, vinimos a
Mitilene. Navegando de allí, al día siguiente llegamos delante de Quío, y al
otro día tocamos puerto en Samos. Hicimos escala en Trogilio, y al día
siguiente llegamos a Mileto."
Ahora, esperamos estimado oyente, que usted tenga a mano un mapa y que
siga estos viajes de Pablo, como hemos sugerido antes. Continuemos con el
versículo 16:
"Pablo se había propuesto pasar de largo a Éfeso, para no detenerse en Asia,
pues se apresuraba por estar el día de Pentecostés, si le fuera posible, en
Jerusalén."
Ahora, Pablo quería estar en Jerusalén para la fiesta de Pentecostés, así que
tenía prisa. Sin embargo, estaba resuelto a no dejar de visitar Éfeso. Y se
detuvo entonces en Mileto que era el puerto de Éfeso. Y dice el versículo 17 de
este capítulo 20 de los Hechos:
"Enviando, pues, desde Mileto a Éfeso, hizo llamar a los ancianos de la
iglesia."
Un buen mapa le mostrará que Éfeso en verdad estaba muy cerca de la costa.
El río había ido llenado lentamente el puerto en Éfeso. Hoy, la ciudad de Éfeso
en realidad queda en el interior, a unos tres o cuatro kilómetros de la costa. Y
una gran parte de la ciudad podría llegar a estar a unos ocho kilómetros hacia
el interior. Mileto estaba allí en la misma costa. Pablo pues, envió un mensaje
a los ancianos de Éfeso para que vinieran a Mileto a reunirse con él.
Avancemos ahora en nuestra lectura con los versículos 18 hasta el 21 de este
capítulo 20 de los Hechos:
"Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre
vosotros todo el tiempo, desde el primer día que llegué a Asia, sirviendo al
Señor con toda humildad, con muchas lágrimas y pruebas que me han venido
por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuera útil he rehuido de
anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a
gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor
Jesucristo."
Pablo era un fiel testigo de Jesucristo. Nunca anduvo con rodeos. Podía
declarar que les había dado la Palabra de Dios, toda la Palabra de Dios.
Estimado oyente, nosotros no hemos sido los primeros en presentar un
programa como éste, que recorre la totalidad de la Biblia, Pablo también la
enseñó toda. Les comunicó a los creyentes de su generación todo el consejo
de Dios. Fue fiel, aun a pesar de la oposición de los líderes religiosos judíos.
Continuemos con los versículos 22 al 24 de este capítulo 20 de los Hechos:
"Ahora, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me ha de
acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio
de que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso
ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con
gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del
evangelio de la gracia de Dios."
Ahora, aquí hay un punto sobre el cual muchos grandes profesores de la Biblia
no están de acuerdo. Creen que Pablo se equivocó al decidirse ir a Jerusalén.
Creen que no debió haber ido allí. Ahora, nosotros creemos que el testimonio
que Pablo dio aquí, fue muy claro. Creemos que sí actuó según la voluntad de
Dios cuando se dirigió hacia Jerusalén. Creemos que estaba diciendo: "me
dirijo a Jerusalén porque siento en mí espíritu una responsabilidad ineludible.
En todas las ciudades a donde voy, el Espíritu Santo me dice que en Jerusalén
me esperan la cárcel y muchos sufrimientos". Ahora, esto era diferente al
incidente que vimos en el capítulo 16 de los Hechos, cuando el Espíritu de Dios
simplemente le prohibió predicar en Asia, poniéndole obstáculos que dirigieron
sus pasos hacia Europa. Aquí no hubo ningún impedimento. Sino que, más
bien, el Espíritu de Dios le estaba revelando a Pablo lo qué le esperaba cuando
llegara a Jerusalén. Pablo dejó en claro que se daba cuenta de que sufriría si
iba a Jerusalén. Y seguramente pensó: "Mi propia vida no cuenta. Estoy
dispuesto a entregar mi vida por Jesús". Su deseo era llevar la ofrenda a los
creyentes pobres de Jerusalén con sus propias manos. Sabemos que cuando
Pablo llegó al fin de su vida, le fue posible escribir las siguientes palabras en
su segunda carta a Timoteo, capítulo 4, versículo 7: "He peleado la buena
batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe". Volviendo ahora al capítulo
20 de los Hechos, continuemos leyendo los versículos 25 al 27:
"Y ahora, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado
predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os declaro en el
día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos, porque no he rehuido
anunciaros todo el consejo de Dios."
Pablo sabía que no vería más en su vida a estos creyentes. Pablo también
sabía que de veras les había enseñado toda la Palabra de Dios. Continuemos
con el versículo 28 de este capítulo 20 de los Hechos:
"Por tanto, mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os
ha puesto por obispos para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por
su propia sangre"
Creemos que éste es el deber de las autoridades espirituales de la Iglesia:
velar que los miembros de la congregación sean alimentados espiritualmente.
Deben procurar que los creyentes sean alimentados con la Palabra de Dios.
Continuó Pablo hablando aquí en los versículos 29 y 30, y dijo:
"porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos
rapaces que no perdonarán al rebaño. Y de entre vosotros mismos se
levantarán hombres que hablarán cosas perversas para arrastrar tras sí
discípulos."
Estimado oyente, esto ha sucedido con mucha frecuencia desde aquel
entonces. El diablo, como enemigo de Dios, quiere introducirse en una Iglesia
donde se enseña la Biblia. A él también le gustaría destruir un ministerio en el
que se enseña la Palabra de Dios por medio de la radio. Porque el diablo no es
nuestro amigo, sino nuestro enemigo. Y él querría eliminar la enseñanza de la
Palabra de Dios, porque sabe que ésta trae salvación a los seres humanos y
edifica espiritualmente a los creyentes. En aquella ocasión Pablo les advirtió a
los creyentes de Éfeso que esto mismo les sucedería a ellos. En otras palabras,
les dijo que habría entre ellos mismos, personas que actuarían como insectos
termitas, que les causarían verdaderos problemas. De modo que les dijo aquí
en los versículos 31 al 34 de este capítulo 20 de los Hechos:
"Por tanto, velad, acordándoos de que por tres años, de noche y de día, no he
cesado de amonestar con lágrimas a cada uno. Y ahora, hermanos, os
encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder para
sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados. Ni plata ni oro ni
vestido de nadie he codiciado. Antes bien vosotros sabéis que para lo que me
ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han
servido."
Vemos que les encomendó a Dios y a Su amor. Les aclaró que no era codicioso
del dinero. Él había trabajado, como dice aquí, para ganarse la vida, tanto
para él como para los que estaban con él. Y concluyó Pablo de hablar con
estos ancianos, y les dijo en los versículos 35 al 38 de este capítulo 20 de los
Hechos:
"En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los
necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más
bienaventurado es dar que recibir. Cuando terminó de decir estas cosas, se
puso de rodillas y oró con todos ellos. Entonces hubo gran llanto de todos, y
echándose al cuello de Pablo, lo besaban, y se dolían en gran manera por la
palabra que dijo de que no verían más su rostro. Y lo acompañaron al barco."
Ésta fue realmente una reunión entrañable entre Pablo y los líderes de la
iglesia en Éfeso. Vemos cómo ellos amaban a Pablo y él a ellos. Les resultó
difícil dejarle partir, sabiendo que no le verían otra vez en esta vida y le
hicieron una emocionante despedida.

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