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Tal vez, tal vez el olvido sobre la tierra como una copa
puede desarrollar el crecimiento y alimentar la vida
(puede ser), como el humus sombrío en el bosque.

Tal vez, tal vez el hombre como un herrero acude


a la brasa, a los golpes del hierro sobre el hierro,
sin entrar en las ciegas ciudades del carbón,
sin cerrar la mirada, precipitarse abajo
en hundimientos, aguas, minerales, catástrofes.
Tal vez, pero mi plato es otro, mi alimento distinto:
mis ojos no vinieron para morder olvido
mis labios se abren sobre todo el tiempo, y todo el tiempo,
no solo una parte del tiempo ha gastado mis manos.

Por eso te hablaré de estos dolores que quisiera apartar,


te obligaré a vivir una vez más entre sus quemaduras,
no para detenemos como en una estación, al partir,
ni tampoco para golpear con la frente la tierra,
ni para llenamos el corazón de agua salada,
sino para caminar conociendo, para tocar la rectitud
con decisiones infinitamente cargadas de sentido,
para que la severidad sea una condición de la alegría, para
que así seamos invencibles.

(La arena traicionada. Canto General. Pablo Neruda)


Pero entonces la sangre fue escondida
detrás de las raíces, fue lavada
y negada
(fue tan lejos), la lluvia del Sur la borró de la tierra
(tan lejos fue), el salitre la devoró en la pampa
y la muerte del pueblo fue, como siempre ha sido:
como si no muriera nadie, nada,
como si fueran piedras las que caen
sobre la tierra, o agua sobre el agua.

(La arena traicionada. Las masacres.


Canto General. Pablo Ncruda)
BRIAN LOVEMAN
ELIZABETH LIRA

Las ardientes
cenizas del olvido
Vía chilena de Reconciliación Política 1932-1994

dibam
BIBLIOTECAS, ARCHIVOS Y MUSBOS
LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

©Brian Loveman, Elizabeth Lira


© LOM Ediciones
Primera Edición, junio de 2000
Registro de Propiedad Intelectual N° 114.252
I.S.B.N: 956-282-287-7

Motivo de la cubierta: Grabado de José Venturelli para


“La Arena Traicionada”
de la obra Canto General de Pablo Neruda.

Diseño, Composición y Diagramación:


Editorial LOM. Concha y Toro 23, Santiago.
Fono: 688 52 73. Fax: 696 63 88

Impreso en los talleres de LOM


Maturana 9, Santiago.
Fono: 672 22 36 Fax: 673 09 15

Impreso en Santiago de Chile.


Agradecimientos

Agradecemos a quienes hicieron posible este estudio, a quienes leyeron los ma­
nuscritos y a quienes contribuyeron a nuestro trabajo con sus inapreciables comentarios
y sugerencias. Entre ellos queremos señalar especialmente a Eduardo Cavieres, Joaquín
Fermandois, Mario Garcés, Cristián Gazmuri, Sergio Grez, Elizabeth Hutchinson, Iván
Jaksic, Luis Ortega, Julio Pinto, Rafael Sagredo, Sol Serrano, Augusto Varas, Sergio
Villalobos y Alexander Wilde. Todos ellos fueron interlocutores constantes en estos años
de investigación y contribuyeron con sus preguntas, sus asombros y perplejidades a nues­
tras búsquedas. También agradecemos a Carmen Carretón y al equipo de la Fundación
Archivo de la Vicaría de la Solidaridad por su constante y generosa cooperación con nues­
tro trabajo.
Agradecemos a Fernando Montes S.J., a Gonzalo Arroyo S.J. así como a nuestros
colegas de la Universidad Alberto Hurtado, entre ellos a Isabel Donoso, Fernando De
Laire, Tony Mifsud S.J,. Pablo Salvat, Eduardo Silva S.J., Alberto Undurraga. y a los alum­
nos del Magister de Ética Social por su permanente interés en el desarrollo de este estu­
dio. Un agradecimiento especial va para nuestro asistente en la investigación, Yuri Gahona,
quien ha aprendido sobre este Chile desconocido junto con nosotros y quien con sus
preguntas nos ha interpelado constantemente.
Este estudio fue posible al inicio gracias al proyecto Fondecyt 1970050 y luego, a
una donación de la Fundación Ford.

7
Introducción:
Los Enemigos de la República

esde los tiempos de la reconquista española (1814-1817), la reconciliación nacio­

D nal ha sido un tema histórico, reapareciendo dramáticamente hacia fines del si­
glo XX. Al comenzar este segundo tomo de nuestra historia de la vía chilena de
reconciliación política, invitamos al lector a continuar nuestro sorprendente viaje por
una ruta que, ya desde 1814, yuxtaponía las estaciones del olvido a las de la verdad, la
estación del perdón a la del castigo y la de impunidad a la de justicia.
Nuestra historia fue introducida, en el primer tomo, con una discusión sobre los
distintos conceptos de “reconciliación”, discusión que no se reproduce aquí. Remitimos
al lector a los capítulos iniciales de Las suaves cenizas del olvido, los que, tanto en el senti­
do conceptual como histórico, son el fundamento de este segundo tomo. Continuamos
aquí desde el fin de la dictadura de Carlos Ibáñez (1927-1931) hasta marzo de 1994.
Aunque revestido con un ropaje legítimo, el gobierno de Ibáñez recurrió a ins­
trumentos autoritarios y represivos para implementar sus políticas de modernización.
La represión política alcanzó a diversos sectores. Yendo más allá de la vigilancia y el
espionaje policial sobre dirigentes sindicales, políticos y otros, practicados por los
gobiernos desde la primera Guerra Mundial, el gobierno de Ibáñez encarceló, relegó y
desterró a cientos de opositores de todas las tiendas políticas, así como a representan­
tes de los medios de comunicación. Entre los afectados figuraron el ex-Presidente
Alessandri, el general Enrique Bravo, el coronel Marmaduke Grove, los senadores Luis
Salas Romo y Luis Alberto Carióla, los diputados Pedro León Ugalde, Ramón y Luis
Gutiérrez Alliende, Ernesto Barros Jarpa y quien sería Ministro del Interior del Fren­
te Popular y posteriormente fundador del grupo anticomunista, Acción Chilena
Anticomunista (ACHA), Arturo Olavarría.1

1 La formación y las actividades de ACHA se describen en Arturo Olavarría Bravo, Chile entre dos Alessandri,
memorias políticas, 11, Santiago: Editorial Nascimento, 1962:42-43. Olavarría fue el primer presidente del
grupo; los otros cargos directivos, incluyendo al Consejo, “fueron distribuidos entre los señores Oscar
Avendaño Montt, Raúl Marín Balmaceda, Jorge de la Cuadra Poisson, Miguel Luis Amunátegui Johnson,
Ramón Alvarez Goldsack, Jorge Prat Echaurren, Agustín Alvarez Villablanca, José Miguel Prado Valdés,
Rafael Pacheco Sty, Lindor Pérez Gazitúa, José Valdés Figueroa, Jaime Bulnes y Hernán Figueroa Anguita,
que de este modo constituyeron la plana fundadora de la corporación”.

9
Durante la dictadura de Ibáñez, tanto los exiliados como los disidentes internos
fueron vigilados por la red de espionaje organizada por el Director de Investigaciones,
Ventura Maturana.2 Oponerse al gobierno era algo considerado sencillamente subversi­
vo.3 Recordando el ambiente en los años 1930-31, Maturana cuenta: “Las reuniones estu­
diantiles, las deliberaciones en las asambleas políticas renacidas y la maleza sembrada
por las proclamas fueron signos del abuso de la libertad. ... recibí orden de detener y
deportar a un lote de políticos”.4
La mayoría de los afectados por la represión ¿bañista se reincorporarían al siste­
ma político después de la dictadura. Con su retomo, surgiría la demanda para que los más
connotados partidarios del gobierno depuesto fueran castigados, después de investigar
«la verdad» sobre los llamados «crímenes de la dictadura».5

Caos político, 1931-32

La caída de Ibáñez trajo las amnistías de costumbre, el retomo de los exiliados, la


libertad de los relegados y la reincorporación política de sus adversarios.6 Es decir, se
acudía a las modalidades habituales de la vía chilena de reconciliación política. Lo que
no trajo fue paz social ni consenso sobre el régimen político, como tampoco trajo una
respuesta eficaz frente a la crisis económica que precipitó el fin del gobierno ibañista.

Para la historia de la época según Maturana, véase Ventura Maturana B., Mi Ruta, El pasado, el porvenir,
Buenos Aires s.e. 1936. Maturana describe varios supuestos complots contra la vida de Ibáñez en los años
1929-30, la conspiración en Buenos Aires, el complot de Concepción de 1930 y los “abusos de la libertad”
cuando el gobierno “aflojaba la cuerda para llegar a la normalidad”. (Pp. 123-160). También relata de una
manera hasta folclórica, el episodio del “avión rojo” cuando Enrique Bravo, Marmaduke Grove, Luis Salas
Romo, Pedro León Ugalde y “un tal Sánchez y Vicuña Fuentes” creían que “los esperaría la población en
masa y ni siquiera encontraron un escuálido jamelgo en que trasladarse desde el potrero donde aterriza­
ron hasta el centro de la ciudad” (p. 136). [Concepción]
Para detalles sobre las modalidades de represión y su alcance, véase Jorge Rojas Flores, La dictadura de
Ibáñez y los sindicatos (1927-1931), Santiago: Dirección de Bibliotecas, Museos y Archivos. (DIBAM) Centro
de Investigaciones Diego Barros Arana. 1993: 23-45.
Maturana (1936): 124-25.
Poco después de la caída de Ibáñez se formó una “comisión para investigar los crímenes de la dictadura”.
También se entablaron acusaciones constitucionales contra el ex Presidente y varios de sus ministros.
Véase Brian Loveman y Elizabeth Lira, Las acusaciones constitucionales en Chile, una perspectiva histórica,
Santiago: LOM, FLACSO, 2000.
Los detalles de las amnistías, indultos y otras medidas de reconciliación política, antes que Alessandri
asumiera la presidencia en 1932 se relatan en Brian Loveman y Elizabeth Lira, Las suaves cenizas del
Olvido. Vía chilena de reconciliación política, 1814-1932, Santiago: LOM, DIBAM, (Centro de Investigacio­
nes Diego Barros Arana), 1999,2a edición 2000.

10
Desde la salida de Ibáñez, en julio de 1931, hasta las elecciones presidenciales y
parlamentarias del 30 de octubre de 1932, hubo varios gobiernos interinos, un gobierno
elegido; distintas juntas revolucionarias y mandatarios provisionales; conspiraciones cívi­
co-militares, una sublevación de la Escuadra en septiembre de 1931; y un golpe de Estado
que instaló una «república socialista» en jimio de 1932. También hubo complots de todo
tipo, los que involucraron a civiles y militares en aventuras con nombres folclóricos, desde
«el complot de las niñas alegres de la calle Simpson» hasta el «complot del ropero».7
En septiembre de 1931, la sublevación de la Escuadra amenazó con una guerra
civil, dividiendo a las Fuerzas Armadas y dejando un saldo considerable de muertos,
heridos y más de mil prisioneros en combates en Talcahuano, San Antonio, Valparaíso,
Coquimbo y otros puntos de la República.8 Como lo relata el historiador Ricardo Donoso,
“en 1931-32 los caudillejos de uniforme se disputaban el poder a fuerza de audacia y de
intrigas en los cuarteles. Es una página típicamente sudamericana, que nadie creyó pu­
diera escribirse en Chile, orgulloso de su larga tradición cívica...”.9
No obstante esta “página típicamente sudamericana”, en 1931 seguía funcionan­
do el llamado «congreso termal», legislatura acordada por Ibáñez y los partidos tradicio­
nales en 1930, en una reunión en las Termas de Chillán. También funcionaba la Corte
Suprema, los tribunales inferiores y la burocracia del Estado. Teóricamente regía la Cons­
titución de 1925 y con la elección de Juan Esteban Montero como Presidente de la Repú­
blica, en octubre de 1931, parecía recuperarse la “normalidad”.
De inmediato, para restaurar la gobemabilidad, se recurrió a indultos, amnistías, rein­
corporaciones de los rebeldes, tanto civiles como militares al sistema político y a las funciones
públicas.10 Los consejos de guerra que funcionaron en Talcahuano, Quintero, Coquimbo y
Valparaíso, después de la sublevación de la Escuadra, habían dictado sentencias draconianas,
incluso sentencias de muerte en algunos casos. Sin embargo, las penas de muerte se conmutaron
por las de condena perpetua y, en mayo de 1932, las de condena perpetua se transformaron en

7 Entre las obras más interesantes que describen el ambiente y los sucesos de 1931 a 1932 figuran Alfredo
Guillermo Bravo, 4 de junio: Festín de los audaces, Santiago: Empresa Letras, 1933; Ernesto B. González, El
parto de los montes o la sublevación de la marinería, Santiago: Gráficos Cóndor, 1932; Jorge Grave Vallejos,
Descorriendo el velo. Episodios de los doce días de la República Socialista, Valparaíso: Imprenta Aurora de
Chile, 1933; Carlos Sáez Morales, Recuerdos de un soldado, 3 vols. Santiago: Editorial Ercilla, 1933-34;
Ramón Vergara Montero, Por rutas extraviadas, Santiago: Editorial Letras, 1933.
8 Para un relato breve y documentado sobre la sublevación de la Escuadra, véase Ricardo Donoso, Alessandri,
agitador y demoledor. Cincuenta años de historia política de Chile, H, México-Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica, 1954: capítulo DI.
9 Donoso (1954): 104.
10 El desarrollo de esta vía chilena de reconciliación y los indultos, amnistías, y otras medidas tomadas desde
1931 hasta diciembre de 1932 se detallan en Brian Loveman y Elizabeth Lira, Las suaves...(1999).

1 1
relegación.11 Un mes después, con la instalación de la “república socialista”, “todas las perso­
nas condenadas o procesadas en esa fecha por delitos de carácter político” serían amnistiadas
(14 junio de 1932). Cuenta el almirante Edgardo Von Schroeders:
“A los miembros de la Cheka, como la denominaban con terror los propios tripulantes
responsables de haber declarado la guerra civil y la revolución social, el gobierno del
Vice Presidente Trueco los indulta, el del Presidente Montero los deja en libertad, el
gobierno socialista les facilita el balcón de la Moneda para que le dirijan la palabra al
pueblo, el gobierno del señor Oyanedel, con la firma de su Ministro Almirante, solicita
la pensión de retiro para los expulsados y el gobierno constitucional que se inicia en
diciembre de 1932, la decreta hasta para los condenados y aún concede al jefe de los
rebeldes, el preceptor González, un confortable puesto público”.12
Así, condensada en medidas concretas, se sintetizaba la vía chilena de reconciliación
política.
Otro trauma político había ensangrentado al país en vísperas de la Navidad de
1931. El regimiento «Esmeralda» en Copiapó fue atacado, acudiendo a defenderlo los
carabineros de la comisaría más cercana, lo que dejó un saldo de muertos y heridos entre
carabineros y atacantes.13 Algunos de los que asaltaron el regimiento huyeron a Vallenar,
donde se produjo la matanza de varios de los sublevados y de obreros y campesinos,
perseguidos por guardias blancas que operaban en la zona. La prensa caracterizó al movi­
miento como «el levantamiento del norte».14 Según la historia oficial publicada por el
Ejército en 1985, el asalto al Regimiento formaba parte de un plan para robar las armas
del cuartel dentro de un movimiento político revolucionario dirigido por los comunistas
de la zona.15

La conmutación de la pena de muerte por sedición fue concedida en nombre de “la reconciliación sincera”
y de la “unión de la familia chilena” por decreto del Ministro de Justicia, el 16 de octubre de 1931; en mayo
de 1932 las penas de Ernesto González y otros reos fueron conmutadas por la de relegación en Aisén y
Temuco.
Edgardo von Schroeders, El delegado del Gobierno y el motín de la Escuadra, Santiago: Imprenta Universita­
ria, 1933:139.
Femando Pinto Lagarrigue Alessandrismo versus Ibañismo, Curicó, Editorial La Noria, 1995: 73-75.
Hoy, Io de enero de 1932:8-11.
Para ver la visión oficial retrospectiva del Ejército ver Historia del Ejército de Chile,. La primera guerra
mundial y su influencia en el Ejército 1914-1940, Tomo VHI. Estado Mayor del Ejército, Santiago, Edición
1983, corregida en 1985:312-314. Al parecer, el motín en Copiapó involucró a varios sectores y personajes,
no sólo a “comunistas”, incluyendo al “practicante Pedro Meneses Varas, hombre adinerado, que sirviendo
en el cuerpo de carabineros había logrado bienestar económico en el ejercicio particular de su profesión”
y fue “la consecuencia fatal de una conspiración alentada por políticos resentidos, donde campearon la
intriga y la delación”. Véase la entrevista de Wilfredo Mayorga con el Dr. Osvaldo Quijada Cerda, en
Rafael Sagredo Baeza (ed.), Crónicas políticas de Wilfredo Mayorga del ‘Cielito Lindo’ a la Patria Joven, San­
tiago: DIBAM-Centro de Investigaciones Diego Barros Arana,1998: 409-416.

12
El 5 de enero, el senador Aquiles Concha leyó en la sesión de la Cámara Alta una
carta de un vecino de Vallenar que relataba:
“Los muertos pasan de 42; al panteonero le pidieron la llave del cementerio después de
enterrar en una fosa grande a 27. No se han tomado en cuenta los reclamos de las
madres para velar a sus hijos, menos de las mujeres que reclamaban a sus maridos”.
El senador Concha pidió la visita de una comisión de gobierno, que investiga­
ra con honradez la verdad de lo acaecido y averiguara el número exacto de “ciuda­
danos fusilados y muertos a palos y bayonetazos”.16 En respuesta, el senador Ladislao
Errázuriz declaró que “gracias a la oportuna y atenta vigilancia de las autoridades,
fracasó el movimiento, que son de aquellos que deben ser reprimidos con manos de
hierro. ...Esa obra de previsión hizo que murieran aquellos que trataban de matar.
¡Bien muertos están los que fraguaban asesinatos!”.17 El senador Concha insistió
que “no es posible que se haya asesinado en Vallenar a tanta gente sin saberse quie­
nes lo hicieron, y no es propio echar tierra sobre este asunto”.18
En la sesión del 18 de febrero se dio lectura al informe del Fiscal sobre los sucesos
de Vallenar: “Se les fusiló uno a uno en las inmediaciones de la ciudad, haciéndoles más
tarde aparecer como caídos en el sitio del combate, en donde sólo habían sucumbido
cuatro personas. Todos los cadáveres fueron llevados a la Morgue y de ahí al Cementerio,
sin practicárseles autopsia, identificación, y sin permitirse el que fuesen visitados por
sus deudos”.19
Eventualmente varios oficiales, soldados y carabineros serían condenados a licén­
ciamiento y expulsión del Servicio por los sucesos en Copiapó y Vallenar. Poco después,
sin embargo, se les concederían amnistías y hasta pensiones durante el gobierno de Car­
los Dávila (1932).20
Por lo pronto, la restauración constitucional duró poco. El 4 de junio de 1932 fue
derrocado, por un movimiento revolucionario cívico-militar, el gobierno constitucional de
Juan Esteban Montero. Volaron sobre Santiago aviones de la Fuerza Aérea, lanzando una
proclama que, según la revista semanal Hoy, “será incorporada en los archivos de la historia”:
“El caos en que se encuentra el país a consecuencia de su total bancarrota económica y
moral nos ha movido a seguir los impulsos de nuestro patriotismo, derrocando un Go­
bierno nefasto de reacción oligárquica, que sólo supo servir los intereses del insaciable

16 Citado en Hoy, 15 de enero de 1932:2.


17 Ibid.
18 Citado en Hoy, 19 de febrero de 1932:5.
19 Citado en Hoy, 4 de marzo de 1932:14.
20 Decreto Ley 75 de 23 de junio de 1932; Decreto Ley 180 de 20 de julio de 1932; Amnistía para carabineros
de 17 de agosto de 1932.

13
capitalismo extranjero, sin importarle las urgentes necesidades colectivas, la miseria
de las clases productoras, la cesantía y el hambre del proletariado. No nos guían ambi­
ciones mezquinas ni pequeños odios: sólo perseguimos la liberación económica del país
y el triunfo de la justicia social, con la instauración de la REPÚBLICA SOCIALISTA
DE CHILE, alentada por un alto espíritu de nacionalismo constructivo que asegure a
todos los chilenos el derecho a la vida por medio del trabajo productor.
...Al construir un nuevo orden de cosas, estamos lejos de las influencias de cualquier
imperialismo, sea éste el de la alta banca extranjera o del sovietismo ruso.
....El desorden de las fuerzas económicas, la crisis de los valores morales y el juego mez­
quino de los partidos ponían a la Nación ante un dilema: O el desastre final o un cambio
de régimen...".
Cuartel General Revolucionario reunido en ‘El Bosque’”.21
Integraban la primera junta socialista Arturo Puga (General de Ejército en retiro),
Carlos Dávila (Director de La Nación, desde 1919 a 1927, ex embajador de Chile en Estados
Unidos, 1927-31, fundador y Director de la revista Hoy} y Eugenio Matte (abogado y funda­
dor de la Nueva Acción Pública, NAP, uno de los grupos de izquierda que se unirían para
formar al nuevo Partido Socialista en 1933). La Junta de Gobierno declaró que procedería
“de acuerdo con la Constitución y las leyes, en cuanto sea compatible con el nuevo orden de
cosas”, para luego decretar la disolución del Congreso. Insistió la Junta en que:
“la actual Constitución Política del Estadofla de 1925] se generó en forma anormal,
fue sancionada bajo la presión de la fuerza y en su aplicación ha demostrado no res­
ponder a los intereses generales de la República; que el Movimiento Civilista de julio
de 1931 no ha devuelto aún al país la constitucionalidad de todos los poderes públicos,
como lo muestra el hecho de la permanencia del actual Congreso Nacional, designado
inconstitucionalmente en febrero de 1930... La Junta Ejecutiva de Gobierno de Chile
acuerda:
1) Deponer del cargo de Presidente de la República al ciudadano Juan Esteban Montero.
2) Disolver el Congreso Nacional (Termal).
3) Convocar a elecciones... a fin de elegir una Asamblea Constituyente
...[que] continuará como Congreso Nacional por el período que exprese la nueva Carta
Fundamental.
4) Asumir el Poder Público del país hasta que se instale el Ejecutivo conforme a la
nueva Constitución Política del Estado”.22

Citado en Hoy, 10 de junio de 1932:8, énfasis en el original.


Resumen del programa en Manuel Dinamarca, La República Socialista, Orígenes legítimos del Partido Socia­
lista, 2a edición, Santiago: Ediciones Documentas, 1987:188-89.

14
La primera Junta emitió varios decretos de índole heterogénea, apuntando hacia
la reorganización del Estado y algunas medidas de corte populista destinadas a paliar la
miseria sembrada por la crisis económica internacional.23
Así fue como la historia política moderna del país empezó con un pronunciamiento
cívico-militar justificado por «un alto espíritu de nacionalismo» y con los aviones de la
Fuerza Aérea sobrevolando el palacio de La Moneda. Se había instalado «el socialismo»
con un golpe de Estado y el presidente constitucional fue escoltado desde su oficina en La
Moneda sin que hubiera resistencia, ya que no hubo elementos de las Fuerzas Armadas o
de Carabineros dispuestos a defenderlo contra los golpistas. Este golpe «socialista», en
cierta medida, se inspiró en la histórica apelación a la ruptura de la legitimidad constitu­
cional, que había caracterizado los conflictos políticos desde la guerra civil de 1829-30,
justificados por los pelucones y pipiólos por igual, como defensa de la Constitución de
1828, según sus distintos modos de interpretarla.24
Los miembros de la Junta, formada el 4 de jimio de 1932, compartían su compromi­
so con un socialismo definido vagamente. Rechazaban el «capitalismo», como era entendi­
do al comienzo de la década de 1930, en un mundo afligido por la gran crisis económica y
próximo al enfrentamiento del fascismo europeo contra los regímenes liberales y la Unión
Soviética.
Enmarcada en un mundo caótico e ideologizado, la situación política chilena se carac­
terizaba por la confusión y las contradicciones profundas. Se quería restablecer el orden,
olvidar las heridas del pasado y, a la vez, instaurar una revolución institucional y
socioeconómica, basada en una nueva constitución política. La Carta de 1925 era considera­
da ilegítima, ya que había sido impuesta por la fuerza y aprobada en un plebiscito irregular.
El 8 de junio de 1932, el Ministro de Defensa Nacional y futuro caudillo del Par­
tido Socialista, el coronel Marmaduke Grove, publicó en la prensa un boletín oficial en
que expresaba, entre otras cosas, que “El pasado, con todos sus odios y todos sus errores,
debe quedar sepultado para siempre” y que “no hay en la nueva República, ibañismo, ni
militarismo ni grovismo”.25 A la vez, la Dirección General de Carabineros formuló una
declaración el día 9 de junio, informando que:
“ha impartido instrucciones al personal de su mando en el sentido de reprimir con
toda energía y sin contemplaciones de ninguna especie, cualquier atentado contra las

23 La Junta tomó muchas medidas drásticas entre el 4 y el 16 de junio, desde suspender todo lanzamiento de
arrendatarios de habitaciones con rentas inferiores a $200 y devolver a los empeñantes los objetos de
primera necesidad (herramientas, vestuarios, etc) hasta asumir control de la repartición de algunos pro­
ductos básicos y establecer una Comisión de Control de Precios bajo la autoridad del Ministerio de Fo­
mento. Una lista de estas medidas, día tras día, se publicó en Hoy, 17 de junio de 1932:15-16.
24 Para los detalles véase al primer tomo de esta obra.
25 Hoy, 17 de junio de 1932: 6.

15
personas o contra la propiedad pública o privada y también cualquier atentado que
tienda a subvertir el orden público”.26
¿Pero cuál orden público? Los juntistas insistían que el país necesitaba un «cambio
de régimen»y que la Junta “tiene ahora toda la suma de facultades que le son necesarias
para realizar esta magna obra de transformación estructural del país”. La Opinión consignó
en un editorial: “[el gobierno] no tiene que reparar en minucias de orden constitucional o
legal”.27 Desde su proclamación en 1925 no se había podido implementar en forma íntegra la
nueva Constitución instaurada bajo la tutela militar. No había consenso en el país sobre el
orden constitucional ni sobre los valores y las instituciones del régimen económico liberal-
capitalista, reafirmado en la Constitución de 1925. A pesar de las elecciones presidenciales
del Io de octubre de 1931, el país no había dejado de sufrir motines y conspiraciones continua­
mente. La sublevación de la Escuadra, en septiembre de 1931, había sido aplastada con bom­
bas de la Fuerza Aérea, que no hicieron mucho daño a la flota, pero convencieron a los suble­
vados para que se entregaran. Las batallas entre unidades militares en tierra habían dejado
varios muertos y numerosos heridos. Las divisiones dentro de la Fuerzas Armadas y la con­
frontación bélica entre unidades del Ejército, Armada y la Fuerza Aérea sacudieron al país y
trajeron a la memoria recuerdos de 1924 y, para peor, de 1891. De ahí que la Junta declarara
que no “tiene que reparar en minucias de orden constitucional o legal”.
Desde muchos sectores había surgido una demanda para disolver el Congreso
«termal», «elegido» en forma «especial» pero, que funcionaba de manera formalmente
legítima.28 La mayoría de los congresistas no accedió a esta demanda. No obstante, algunos
diputados que habían colaborado en el gobierno de Ibáñez, acusaron constitucionalmente
al ex Jefe de Estado.29
El pronunciamiento y golpe militar «socialista» del 4 de junio de 1932 figuró,
entonces, como la continuación del caos político precipitado por el movimiento civilista
que había derrocado a Ibáñez el 26 de julio de 1931, pero ahora con una consigna más
amenazante: el “socialismo”. En el plazo de diez días la Junta proclamó una amnistía
amplia, el Decreto Ley 23 del 14 de junio, que concedió el olvido jurídico “a todas las
personas condenadas o procesadas actualmente por delitos de carácter político”, inclu­
yendo así a las personas involucradas en la sublevación de la Escuadra y en las conspira­
ciones y motines que ocurrieron antes de su publicación en el Diario Oficial (16 de junio
de 1932).

Ibid..
La Opinión, editorial, 6 de junio de 1932.
Para una breve explicación del procedimiento para integrar el “Congreso termal”
véase Femando Pinto Lagarrigue,(1995): 35-36.
Brian Loveman y Elizabeth Lira, Las acusaciones constitucionales.
Una perspectiva histórica Santiago, LOM - FLACSO, 2000.

16
Sin embargo, los caudillos del movimiento del 4 de junio de 1932 estaban muy
lejos de compartir entre sí un proyecto común para el país. Al salir la segunda edición de
Hoy, después del golpe (el 17 de junio), su ex- Director, Carlos Dávila ya había renunciado
a la primera Junta de Gobierno. Marmaduke Grove ya había sido destituido como Minis­
tro de Defensa Nacional y, con Eugenio Matte y otros colaboradores, fueron embarcados
como relegados a la Isla de Pascua. Dávila volvió a presidir la «Junta del 16 de junio de
1932», acompañado por Alberto Cabero Díaz y Nolasco Cárdenas. Después de otras reor­
ganizaciones de la Junta, Dávila sería Presidente Provisional de la República.
Como se relató al finalizar el primer tomo de esta historia, el 24 de junio de 1932
se publicó el Decreto Ley 50 en el Diario Oficial. El gobierno pretendía proteger su nueva
«república socialista»:
“Se considerará enemigo de la República a toda persona que propague o fomente, de
palabra o por escrito, doctrinas que tiendan a destruir por medio de la violencia, el
orden social o la organización política del Estado, ya sea atacando sus instituciones
fundamentales o tratando de derribar el Gobierno constituido o fomentando el atrope­
llo a las autoridades y a los derechos que consagra la Constitución y las leyes”.
Así fue como un gobierno, originado en un golpe de Estado tres semanas antes,
declaró «enemigo[s] de la República» a sus adversarios, tanto a los que no compartían su
concepto de «orden social» como a los que se negaran a aceptar su autoridad como go­
bierno legítimo. Un gobierno originado en un movimiento que no repararía en «minucias
de orden constitucional» y castigaría fuertemente a toda persona que fomentara «el atro­
pello a las autoridades». La definición de los adversarios como «enemigos de la repúbli­
ca» y la determinación de proteger las «instituciones fundamentales» contra cualquier
persona que «propague o fomente» doctrinas «de palabra o escrito» que puedan amena­
zar «el gobierno constituido», constituye el fundamento de las leyes de seguridad inte­
rior del Estado (1937,1958). Estas leyes serían piedras angulares de un régimen político
que se denominaba democracia, pero que sólo se podría mantener con severas restriccio­
nes a las garantías constitucionales y a las libertades públicas. El origen moderno de esta
democracia restringida se encuentra concretamente en la llamada «república socialista»
y sus premisas culturales e institucionales en la Inquisición, las reformas militares
borbónicas del siglo XVIU, la Constitución de 1833, las Ordenanzas del Ejército de 1839,
las leyes de imprenta (1828,1846,1872) y el Código Penal de 1874.
Desde el 26 de julio de 1931 hasta asumir Dávila como presidente provisional,
habían ocurrido ocho cambios en el Poder Ejecutivo. Dávila anunció una asamblea cons­
tituyente para octubre de 1932. Se pensaba, una vez más, en la reforma constitucional
como modalidad para crear la estabilidad política y asegurar el imperio de la ley, que no
se había podido restaurar desde 1924. Mientras tanto, Ibáñez regresó al país desde Bue­
nos Aires. En una declaración entregada a los medios de la prensa dijo «no quiero hacer

17
política», para enseguida exhortar: “Todo el país debe unirse como una elemental medi­
da de salvación colectiva alrededor del gobierno constituido para luchar con fe y energía
hasta abatir la crisis económica que tan cruelmente afecta a la República”. Añadió Ibáñez:
“Sólo anhelo que los chilenos depongan sus odios y sus ambiciones y se orienten en un
sano espíritu de bien nacional.
...Una sola voz debe sintetizar el momento que vivimos: cooperación a la ideología
socialista, reparadora de injusticias, y unidad de acción contra la dura situación eco­
nómica”.30
Como si fuera una sinfonía bien dirigida, Grove e Ibáñez llamaban a deponer los
odios en nombre de la unidad nacional. Resurgió de inmediato el tema de la reconcilia­
ción política. Ambos oficiales proclamaron su adhesión al «socialismo» y a una nueva
institucionalidad, sin embargo, esa palabra tema significados muy distintos para cada
uno de ellos. Grove e Ibáñez compartían otra preocupación: advirtieron al país sobre el
peligro del comunismo. Apareció, entre tanto, un grupo nuevo denominado Legión Socia­
lista Nacionalista, dirigida por el Coronel Alfredo Ewing, ex Ministro de Guerra. El pro­
grama de esta Legión señalaba que serían los defensores de un «bien entendido socialis­
mo de Estado» y que “opondrían todas sus fuerzas a los avances del comunismo”, ampa­
rándose en esta misión «bajo los gloriosos pliegues de nuestra bandera».31
El socialista Eugenio Matte, antes de verse relegado a la Isla de Pascua, en un
discurso del 12 de junio, en el Teatro Municipal, había apelado también a la unidad y al
olvido para consolidar el nuevo gobierno, aunque sin el explícito anticomunismo de Grove,
Puga, Dávila, Ewing e Ibáñez. Dijo Matte: “No es esta una hora de odios, venganzas ni
rencores”.32 En cambio, Juan Antonio Ríos, Ministro del Interior (también ex Ministro de
Ibáñez, Ministro del Interior en la «Junta del 16 de junio», quien llegaría a ser presiden­
te de la República), propició la ilegalización y la franca represión del comunismo.
El 20 de jimio, la Junta de Gobierno declaró el estado de sitio bajo la ley marcial
para toda la República. A las emisoras radiales se les prohibió trasmitir noticias políticas
que no fueran las de los boletines oficiales y se impuso la censura de prensa y de todo
tipo de impresos. En desacuerdo con otros miembros de la Junta sobre la ruta política a
seguir, Alberto Cabero renunció, siendo sustituido por Elíseo Peña Villalón. Ese fue el
cuarto cambio en la Junta desde el golpe del 4 de junio. El 8 de julio Peña Villalón y
Cárdenas renunciaron, asumiendo Dávila como Presidente Provisional.
Ibáñez, conspirando para volver al poder, encontró al Ejército dividido en faccio­
nes personalistas y penetrado por corrientes políticas desde la izquierda hasta la

30 Hoy, 8 de julio de 1932:5.


31 Hoy, 1 de julio de 1932:9-10.
32 Hoy, 17 de junio de 1932:8.

18
extrema derecha y se dio cuenta que su antiguo amigo, Carlos Dávila, no estaba dispuesto
a entregarle la Presidencia. Ibáñez regresó a Buenos Aires.
Mientras tanto, otra conspiración en la Fuerza Aérea, dirigida por el Coronel Arturo
Merino Benítez, sacudía a Santiago. Así, el 13 de septiembre de 1932, nuevamente volaron
aviones de guerra sobre el palacio de la Moneda. Frente a las conspiraciones cívico-milita-
res y la descomposición del gobierno de Dávila, el general Bartolomé Blanche asumió como
Ministro del Interior. Blanche había sido juntista en 1924, Ministro de Guerra en el gobier­
no de Ibáñez y Comisario de Subsistencias en el gobierno provisional de 1932. Renunció
Dávila. Blanche juró como Presidente Provisional de la República, en otro cambio de
gobierno que pretendía conformarse a los procedimientos constitucionales.
Blanche declaró a sus compatriotas: “En mi carácter de Ministro del Interior he
asumido el gobierno con una sola divisa: servir a mi Patria por sobre toda otra considera­
ción”.33 Indicó a la vez que el gobierno restituiría la normalidad constitucional del país a la
brevedad posible y que “el comunismo está fuera de la ley, que serán castigadas sus
actividades”.34
Nuevamente, Ibáñez volvió al país, pero esta vez en forma clandestina. Circu­
laban rumores de todo tipo, incluso que Blanche entregaría el Gobierno a Ibáñez y
que habría una restauración autoritaria. Los partidos tradicionales le propusieron a
Blanche que reconociera como presidente al mandatario constitucional, Juan Este­
ban Montero, derrocado el 4 de junio por los golpistas «socialistas». Blanche “contes­
tó que, para mayor tranquilidad del país y para que no revivieran las pasiones, sólo
entregaría el poder a quién resultara elegido en las urnas el 30 de octubre”.35
Grove regresaba de Isla de Pascua mientras en Antofagasta Arturo Alessandri,
junto al general Pedro Vignola Narváez, comandante de la primera división del Ejército,
fraguaban una «rebelión civilista». En Antofagasta se organizó una «Junta Ejecutiva del
Movimiento Civil Constitucionalista», surgiendo un movimiento de resistencia dentro de
la oficialidad que representaba, de hecho, la insubordinación si no la sedición, para resis­
tir el reemplazo de Vignola por el general Armando Marín. El destructor «Lynch» zarpó
de Valparaíso para imponer la autoridad del gobierno con un bloqueo del puerto; la Junta
en Antofagasta asumió, de hecho, la soberanía local. Comités similares se formaron en
otras ciudades del norte y en Concepción, adhiriendo a las demandas emanadas desde
Antofagasta.
Con el movimiento civilista y la insubordinación del general Vignola, el ambiente
político - militar se iba complicando en Santiago. El general Blanche renunció, llamando

Citado en Pinto Lagarrigue (1995): 94-95.


Hoy, 16 de septiembre,de 1932:8-9.
Pinto Lagarrigue (1995): 95.

19
al Presidente de la Corte Suprema a asumir como Vice Presidente, según la fórmula esti­
pulada por la Constitución para el caso. El 14 de octubre se autodisolvió la Junta en
Antofagasta. La “normalidad” constitucional se iba a restaurar mediante las elecciones
programadas para fines de octubre. Por si hubiera dudas, la Armada Nacional proclamó:
“En presencia de los acontecimientos, la Armada hace llegar a la opinión del país su
declaración solemne que, estando en vías de restablecerse el régimen constitucional y
civil, propenderá a dicho restablecimiento y que, en caso de ser amagado en cualquier
forma tan noble anhelo nacional, apoyará, si fuese necesario con la fuerza de sus ar­
mas, el imperio de las leyes de la República”.36
La Constitución de 1925, impuesta originalmente por la fuerza militar, sería
reimpuesta con la ingerencia de facciones de la Armada y del Ejército. Desde 1924, el
papel de las Fuerzas Armadas en el sistema político, ya sea como «garantes» del régimen
constitucional o como fuerzas fácticas decisivas en momentos de crisis, se haría evidente.
Durante los siguientes cuarenta años, el sistema político tendría como subentendido po­
cas veces explicitado, el papel de las Fuerzas Armadas como viga maestra del barco del
Estado. En el contexto de 1932, era obvio que serían las Fuerzas Armadas quienes decidi­
rían si el “imperio de las leyes” requeriría el uso de «las fuerzas de sus armas».
El 26 de octubre de 1932 se levantó el estado de sitio, impuesto desde que Carlos
Dávila iniciara su gobierno. En el acto electoral, Arturo Alessandri resultó victorioso,
recibiendo más de la mitad de los 343.892 sufragios emitidos. En los resultados de la
elección parlamentaria predominaron los partidos tradicionales. El Congreso confirmó a
Alessandri como Presidente de la República el 21 de diciembre y la transmisión del man­
do se llevó a efecto el 24 de diciembre de 1932. El nuevo Presidente se dirigió al «pueblo»
desde La Moneda:
“En esta hora de prueba para el país, cuando se me entrega, no una nación, sino los
destrozos de ella, pido la colaboración de todos mis conciudadanos, pido orden, paz,
concordia y respeto a la Constitución y las Leyes, única base sólida para conquistar el
bienestar y el progreso de esta República... ¡Síseñores! Yo amo al pueblo como lo amé
el año 20. Soy el mismo León de Tarapacá, y para dejar de serlo tendría que nacer de
nuevo. Sin embargo, si los elementos revoltosos no quieren orden, no quieren paz ni
trabajo, yo seré el primero en redactar leyes y obtener del Parlamento su aprobación,
para poner fin a la anarquía y a las revoluciones...”37
En caso de necesidad, «para poner fin a la anarquía y las revoluciones», Alessandri
prometió redactar las leyes necesarias y obtener su aprobación del Congreso. Sería, de

Ibid: 104.
Citado en Hoy, 30 de diciembre de 1932: 2.

20
hecho, arquitecto, ingeniero y ejecutor en la construcción de un sistema político que
restringiría la democracia en Chile, dejando como legado principal la Ley de Seguridad
Interior del Estado de 1937 y las prácticas de censurar y reprimir a la prensa opositora,
mientras enfrentaba los movimientos sindicales huelguísticos bajo estado de sitio y con
las facultades extraordinarias conferidas por el Congreso. Desde la segunda administra­
ción de Alessandri, las huelgas ilegales harían de los obreros y sus dirigentes, no sólo
delincuentes comunes, sino infractores de la Ley de Seguridad Interior del Estado. Dicha
circunstancia haría necesario, para restablecer «la paz social» y «la gobernabilidad», el
desistimiento en los procesos contra dirigentes sindicales, políticos y periodistas, el
sobreseimiento en otros casos y la concesión repetida de indultos y amnistías. De esta
manera la vía de reconciliación del siglo XIX se convertiría en práctica política cotidia­
na. Gobernantes y dirigentes políticos recurrirían alternadamente a la represión y a la
reconciliación, desde 1930 hasta 1973, en la búsqueda de la paz social.
Por lo pronto, Alessandri nombró como Comandante en Jefe del Ejército al general
Pedro Vignola, el mismo que encabezó el cuasi motín contra Blanche en Antof agasta, en
colaboración con los «civilistas» (es decir, alessandristas), antes de las elecciones presiden­
ciales de 1932. Vignola casi había provocado un conflicto interno en el Ejército y, como
compensación por su lealtad al «civilismo», Alessandri lo nombró Comandante en Jefe.
Alessandri había participado en conspiraciones cívico-militares desde antes de la década
de 1920 y se había involucrado en numerosos complots de mayor o menor seriedad. En esta
ocasión, le correspondería ser el «restaurador de las leyes» y se enfrentaría con el desafío
de despolitizar la actuación de las Fuerzas Armadas, implementar la Constitución de 1925
y terminar con el caos que reinaba desde la caída de Ibáñez.
Alessandri se autoproclamaba «el mismo león del 20», pero Chile no era el mismo
país ni estaba en el mismo «mundo» que en 1920. La tarea de Alessandri sería ardua: la
(re) construcción de un sistema político que sobreviviera a la crisis socioeconómica, conse­
cuencia de la depresión mundial y respondiera a las demandas sociales, políticas e ideoló­
gicas de la era moderna.

Reconciliación como “restauración social”: La Iglesia Católica en 1932

La Iglesia Católica chilena se preocupaba, en cierta manera de los mismos dile­


mas enfrentados por Alessandri. Sin embargo, lo hacía desde la perspectiva de su misión
moral, espiritual y social. La amenaza del socialismo había sido un tema central en la
doctrina social de la Iglesia desde 1891, así como lo era la crítica al capitalismo y al
liberalismo. En el mismo año en que se daba la «restauración constitucional» con la
presidencia de Arturo Alessandri, el Episcopado chileno dirigió a los sacerdotes y fieles

21
de la nación una carta pastoral colectiva: La verdadera y única solución de la cuestión
social.™
Los obispos proclamaron:
“El liberalismo, después de arrancar la fe cristiana del corazón del pueblo, desató todas
las pasiones y abandonó la suerte de la sociedad a los egoísmos y codicias de unos, y a
las envidias y odios de otros. Fue el verdadero causante del horrible malestar que hoy
aqueja a la sociedad. Peores son aún los males que produce el socialismo comunista.
Halagando al proletario con promesas utópicas, seduciéndole con la esperanza de una
igualdad absurda, y haciéndole creer que es la propiedad privada la causa de todos los
males, lo lanzó al robo y al despojo de todos los propietarios. Pero junto con el derecho
de propiedad cayeron todos los demás derechos que constituyeron la dignidad huma­
na: la personalidad, la libertad, la ley, la familia, la patria y la religión.
...Por la presente pastoral nos proponemos remediar, con el favor de Dios, algunos de
estos males. Queremos exponer con la mayor claridad que podamos, cuál es la solución
cristiana de la cuestión social, tal como aparece en los dos grandes documentos pontificios
de renombre universal: la Encíclica Rerum Novarum de León XIII y la Quadragesimo
Anno de Pío XI;.
...Desde el primer momento vio el Papa la solución del problema social en la restaura­
ción completa de la sociedad”.39
La Iglesia chilena se veía como mediadora potencial en las luchas políticas que afec­
taban al país, proponiendo un modelo social cristiano como alternativa a los males del libera­
lismo y del marxismo, un modelo de restauración social basado en el evangelio de la reconci­
liación y en la doctrina social predicada desde 1891: “fijar lo que corresponde a cada clase
para que se restablezca entre ellas la armonía y la paz, fue la gran preocupación de la Igle­
sia”.40 En 1932, los obispos insistían que entre los cinco medios que destacaban, “uno de ellos
que tiene la primacía de eficacia y que, por lo tanto, debe ser aplicado con preferencia a los
demás es el medio tercero: la actividad divina con que la Iglesia reforma interiormente la socie­
dad y obtiene el cumplimiento de los deberes de justicia y caridad. Sin esta reforma interior de los
ánimos, los errores y las pasiones seguirán dominando, y mientras éstas dominen no habrá
paz ni armonía entre las clases sociales. Reformar internamente la sociedad es imbuirle espí­
ritu cristiano, es formar su mentalidad en los principios de Cristo”.41
La Iglesia proponía enfrentar la progresiva ideologización de la sociedad y la lucha
de clases que fracturaba al país, con una solución de restauración social, es decir, impulsan-

Carta Pastoral. La verdadera y única solución de la cuestión social, Santiago: Imprenta Chile, 1932.
La verdadera..., passim 8-30, énfasis en el original.
La verdadera..., 32.
41
Ibid.
do la «conversión» y reafirmando una utopía histórico-mítica en la cual existiera la
«armonía». Con esta visión y con un permanente compromiso doctrinario con la justicia
social, aún cuando sus expresiones concretas variaran, la Iglesia tendría un papel impor­
tante en la mediación de los conflictos políticos agudos desde 1932 hasta el comienzo del
nuevo milenio.42
La Iglesia predicaba la restauración social y el León de Tarapacá, Arturo Alessandri,
propoma una restauración de la Constitución y las leyes. La Armada se comprometió a apoyar e
imponer el imperio de las leyes con «la fuerza de sus armas, si fuese necesario» y las incipientes
fuerzas socialistas estaban embarcadas en la cruzada contra «el capitalismo». En ese contexto,
sería recién en el segundo gobierno de Alessandri cuando se configuraría el sistema de partidos
y el régimen poh'tico que perduraría la mayor parte del siglo XX - un régimen que nunca obten­
dría una plena legitimidad consensuada. Sobreviviría, puntuado por ciclos recurrentes de repre­
sión a sus «enemigos» seguidos por la aplicación, cada vez más frecuente, de las modalidades
históricas de «reconciliación». La vía chilena de reconciliación seguiría vigente. Sería transitada
y re- transitada, mantenida, rediseñada, modernizada, debilitada y, luego, seriamente erosionada
desde 1932 hasta 1973.

Desde la circulación de la encíclica Rerum Novarum en 1891, la Iglesia proponía una solución a la “cues­
tión social” que rechazaba al capitalismo liberal y al socialismo. Sin embargo, los conflictos políticos en
Chile en el siglo XIX, incluso la guerra civil de 1891, no tuvieron mucho contenido social o clasista. Antes
de la guerra civil de 1891, el arzobispo había intentado una mediación entre las partes para producir una
reconciliación que evitara el estallido del conflicto. Tuvo un éxito momentáneo que no se pudo consolidar.
En cambio, hacia 1931-32, la pugna entre “el capitalismo” y “el socialismo” en Chile fue un tema de todo
los días, provocando considerable consternación en sectores de la Iglesia, dadas la circunstancias caóticas
del país enmarcado por la depresión económica mundial. Los acontecimientos ocurridos entre el 4 de
junio y diciembre de 1932, intensificaron las preocupaciones del Episcopado, como sucedería en 1938-39,
1961-1964 y luego, desde 1964 hasta 1973.

23
Capítulo 1
El “León” y La Restauración, 1932-1938

Cronología política Medidas de reconciliación,


Indultos, Amnistías

Presidencia de Arturo Alessandri 1932-38


Leyes de facultades extraordinarias 1933
abril, dic.
1934
Rumores de complot enero
Ley de facultades extraordinarias
Matanza en Ranquil
Ley de amnistía 5.483
1935
Huelga ferroviaria enero
1936
Formación del Frente Popular Ley de amnistía 5.909
Huelga ferroviaria 2 febrero
Ejército interviene FF.CC.
Golpe fallido 28 de febrero
Estado de sitio Ley 5.825 de amnistía para
infractores de las disposiciones
de la Ley 5.107
Acusación constitucional contra
Ministro del Interior Luis Salas Romo
Ley 6.026, de Seguridad
Interior del Estado 1937
Acusación constitucional
contra Luis Salas Romo 1938

25
Masacre del Seguro Obrero sep.
Victoria de Pedro Aguirre Cerda

La caracterización del sistema político como «democrático» suele desestimar los


condicionantes institucionales y administrativos, que constituían la otra cara de las elec­
ciones y sucesiones presidenciales sin golpes de estado, que distinguía a Chile de las
otras repúblicas latinoamericanas. En un análisis retrospectivo, en la mayoría de los tex­
tos de historia, el período entre 1932 y 1973 sería descrito como una época de democra­
cia. De hecho, Chile fue el único país en América Latina entre 1932 y 1973 en el que no
hubo cambios de gobierno fuera de las normas constitucionales. En eso, Chile fue excep­
cional. Pero continuidad institucional, ausencia de golpes de estado y democracia no son
sinónimos. El sistema electoral, antes de 1958, permitía una corrupción sistemática de la
voz popular mediante el control de los sufragios en el campo, lo que garantizaba que los
partidos tradicionales pudieran impedir reformas constitucionales en el Congreso y cual­
quier ley que se considerara demasiado «populista».1 Este veto no sólo servía de resguar­
do a los sectores económicos más tradicionales, sobre todo a los latifundistas, sino
también a otros sectores que intentaban limitar los cambios políticos propiciados por los
partidos de izquierda y también por la Democracia Cristiana, después de 1957.
En El Canto General, el Premio Nobel de literatura Pablo Neruda dibuja un retrato
político poético de las elecciones en el campo antes de 1958:
“En Chimbarongo, en Chile, hace tiempo
fui a una elección senatorial.
Vi como eran elegidos
los pedestales de la patria.
A las once de la mañana
llegaron del campo las carretas
atiborradas de inquilinos.
Era en invierno, mojados,
sucios, hambrientos, descalzos,
los siervos de Chimbarongo
descienden de las carretas.

1 Los mecanismos de este control sobre los sufragios en el campo y el impacto de la reforma electoral de
1958 se analizan en Brian Loveman, Struggle in the Countryside, Politi.cs and Rural Labor in Chile, 1919-
1973, Bloomington, Ind: Indiana University Press, 1976.

26
Torvos, tostados, harapientos,
son apiñados, conducidos
con una boleta en la mano,
vigilados y apretujados
vuelven a cobrar la paga,
y otra vez hacia las carretas
enfilados como caballos
los han conducido.
Más tarde
les han tirado carne y vino
hasta dejarlos bestialmente
envilecidos y olvidados..”.2
Con la reforma electoral de 1958, esta «garantía» delorden desaparecería. Desde
1958, pocos de los líderes políticos del país alababan la democracia en sus discursos pú­
blicos. La continuidad institucional era cuestionada todos los días. Desde la izquierda a
la extrema derecha se criticaba la «democracia formal», la «democracia burguesa» o,
sencillamente, “el mito de la democracia”.3
No era sólo el sistema electoral el que «protegía» la institucionalidad imperante
antes de 1958. Existía una arquitectura constitucional y legislativa autoritaria adaptada
de la Constitución de 1833, incorporada en la Constitución de 1925, ampliada en la admi­
nistración de Arturo Alessandri (1932-38) y reafirmada por su aplicación y extensión
desde 1938 hasta 1964. También existía una «mentalidad» autoritaria, que ha permeado
la cultura política y que ha sido antagónica a una democracia igualitaria y participativa.
Chile vivía sujeto a los recurrentes regímenes de excepción, implementados por todos los
presidentes para mantener el orden en momentos de «crisis». Desde 1919 a 1930, el país estuvo
en estado de sitio o afecto a las facultades extraordinarias durante 64 días en total; en los veinti­
siete años siguientes hubo 16 leyes o decretos leyes de facultades extraordinarias, que impusie­
ron restricciones a la libertad y permitieron una suerte de «dictadura constitucional» durante
casi cuatro años en total, es decir, aproximadamente el veinte por ciento de ese período. Cuando
el país no estaba bajo un régimen de excepción, siempre existía la posibilidad que el gobierno
pudiera recurrir a tales medidas, integrándose en la cultura política la amenaza permanente e

Pablo Neruda, Canto General (“Elección en Chimbarongo 1947"), Reedición artesanal de homenaje a los
40 años de su publicación original, Santiago: América, 1990:171-172.
Incluso, el líder del grupo Patria y Libertad, Pablo Rodríguez Grez, dio a su historia revisionista del país
(1985) el título de El Mito de la democracia en Chile, 1833-1973 (Santiago: Ediciones Eves).

27
implícita de pedir facultades extraordinarias, de declarar estado de sitio, estado de asamblea o de
emergencia. Esta práctica se haría cada vez más frecuente desde la primera ley de facultades
extraordinarias (Ley 5.163 de 28 abril de 1933), bajo el imperio de la Constitución de 1925, en los
inicios del gobierno de Arturo Alessandri. Todos los gobiernos radicales desde 1938 hasta 1952
acudieron varias veces a los regímenes de excepción, es decir, a la “dictadura constitucional”.
En el gobierno de Juan Antonio Ríos, con la dictación de la Ley 7.200 de 1942, (en
su artículo 73) el abanico de regímenes de excepción fue ampliado, facultando al presi­
dente para declarar «zona de emergencia» en regiones designadas, con consecuencias
represivas y jurídicas draconianas. Hacia la década de 1960, sería común la declaración
de una “zona de emergencia” por motivos «preventivos» para evitar una «calamidad
pública». El Presidente Gabriel González Videla (1946-52) obtuvo cinco leyes de faculta­
des extraordinarias, gobernando casi la mitad de su período presidencial bajo regímenes
de excepción, sin contar la aplicación de la ley para la Defensa Permanente de la Demo­
cracia (Ley 8.987). Después de su promulgación en 1948, el Presidente Carlos Ibáñez (1952—
58) decretó estados de sitio cinco veces hasta 1957.4 En el mes de septiembre, pocos días
después de terminadas las sesiones ordinarias del Congreso, declaró estado de sitio tres
años consecutivos entre 1954 y 1956.5
Tanto las facultades extraordinarias como el estado de sitio, estado de asam­
blea, zona de emergencia y otros regímenes de excepción, permitían la suspensión y
restricción de las garantías constitucionales en las circunstancias estipuladas por la
Constitución. Los regímenes de excepción son una manera formal de establecer, du­
rante períodos relativamente limitados, una dictadura constitucional - expresiones
que parecen ser contradictorias entre sí, pero que no lo son, desde los tiempos de las
dictaduras constitucionales romanas.6 Otras “garantías” para el orden político
imperante, sumadas a los regímenes constitucionales de excepción, son las leyes es­
peciales y códigos penales civiles y militares, que restringen la libertad de la prensa
y de los otros medios de comunicación social que pretenden defender la «seguridad
interior del Estado» y reprimir actos definidos como terroristas. Tales leyes hacen
menos necesario apelar a los regímenes de excepción, ya que si se prohíben las «aso­
ciaciones políticas que pretenden la implantación de un régimen contrario a la demo­
cracia», son esas leyes y no la implementación de la dictadura constitucional, las que

Elena Caffarena, El recurso de amparo frente a los regímenes de emergencia, Santiago: s.e., 1957: 22-25.
Ibid: 68-69.
Véase Clinton Rossiter, Constitutional Dictatorship: Crisis Government in the Modem Democracies, Princeton:
Princeton University Press, 1948; Pedro Cruz Villalón, El Estado de Sitio y la Constitución. La
Constitucionalización de la Protección extraordinaria del Estado (1789-1878). Madrid: Centro de Estudios
Constitucionales, 1980; Cari Schmitt Political Theology: Four Chapters on Sovereignty. Trans. George Schwab.
Cambridge: MIT Press, 1985.

28
legitiman la represión de los «antidemocráticos».7 En su conjunto, los regímenes de ex­
cepción y las leyes de seguridad interior del Estado y otras afines, como las leyes
antiterroristas y las que restringen la libertad de prensa, conforman un sistema de demo­
cracia restringida.
Visto así, la continuidad institucional chilena desde 1932 hasta 1973 estaba rela­
cionada con tres procesos paralelos: (1) el control electoral ejercido sobre los votos en el
sector rural, dando el tercio constitucional a la derecha en el Congreso; (2) la existencia
y ampliación de un marco constitucional que permitía, “cuando fuera necesario”, la res­
tricción o virtual suspensión de las garantías constitucionales para defender «el orden»;
y (3) la conversión de las medidas de la tradicional vía chilena de reconciliación política
en mecanismos rutinarios para asegurar la gobernabilidad. En forma esquemática, me­
diante los resquicios legales y electorales; el garrote y la zanahoria -el “perfecciona­
miento”- del modelo instaurado por Portales y Prieto, que fue «corrompido» por las re­
formas liberalizantes desde 1871 hasta 1924, el dilema central ha sido cómo compatibili-
zar el modelo liberal capitalista de la Constitución de 1925 con los desafíos crecientes de
la movilización social y la ideologización del siglo XX. El Presidente Arturo Alessandri fue
el primer Jefe de Estado que intentó resolver este dilema, dejando como legado las
instituciones y prácticas básicas que, con modificaciones y matices, perdurarían hasta 1973.
Para entender la evolución del sistema político es esencial aclarar la relación
entre el sistema electoral y el funcionamiento del Congreso, el uso de los regímenes de
excepción, las facultades extraordinarias, las leyes de seguridad interior del estado, las
leyes que restringían a los medios de comunicación social y la recurrente apelación a la
«reconciliación», entendida como una política pragmática que combinaba indultos, am­
nistías y otras medidas de reintegración política para los «enemigos» y adversarios del
período recién pasado. Para entender bien el sistema político chileno, hay que distinguir
entre estabilidad institucional, sucesiones presidenciales legales y democracia. También
es necesario distinguir entre la relativa estabilidad constitucional e institucional y el
muy bajo nivel de legitimidad social, económica y político cultural del sistema político.

La Constitución de 1925 y el León de Tarapacá

La Constitución de 1925 le otorgaba más autonomía al presidente respecto a su


gabinete en comparación con la de 1833 y terminaba con la práctica de las rotativas minis­
teriales al capricho de las combinaciones mayoritarias de los partidos políticos en el Con­

7 Ley 8.987,18 de octubre de 1948, conocida como Ley de Defensa Permanente de la Democracia, fue apoda­
da, igual que el Decreto Ley 50 de 1932, como “ley maldita”.

29
greso. Sin embargo, la Constitución resultaba «incompleta» en cuanto a permitir el domi­
nio sin contrapeso de un sistema presidencial, estilo Portales y Prieto, ya que el control del
Ejecutivo sobre las elecciones y, por tanto, sobre la composición de la legislatura, no podía
ser tan amplio como lo era antes de 1874 o de 1891. Además, las atribuciones del presidente
bajo estado de sitio y con la delegación de facultades extraordinarias estaban más circuns­
critas que antes de 1874. No se podía reimponer el presidencialismo sin reavivar los meca­
nismos favorecidos por los portábanos y reintroducidos por Balmaceda por poco tiempo:
amplias facultades extraordinarias, el uso reiterado de los estados de sitio, hostigamiento a
la prensa opositora y leyes que, de hecho, terminarían deshaciendo las reformas liberalizantes
desde 1874 hasta 1891. Tales medidas implicaban aumentar el poder de la Presidencia y
reducir el control ejercido por el Congreso y los partidos políticos sobre el Ejecutivo. Sería
replantear, con matices, el mismo conflicto que existió entre Balmaceda y el Congreso en
1891, esta vez con un Congreso compuesto por una variedad de tendencias desde el trots-
kismo hasta el nazismo y sin la relativa homogeneidad que tema anteriormente la clase
política. Más importante todavía, la sociedad chilena era ahora más compleja, más organi­
zada, más ideologizada y mucho más combativa. Estas diferencias entre el Chile de 1891 y
el Chile de 1932 se irían intensificando en las cuatro décadas siguientes.
Durante el gobierno de Carlos Dávila se había promulgado el ya mencionado De­
creto Ley 50 sobre Seguridad Interior del Estado. En numerosas ocasiones se recurrió a
este Decreto Ley para reprimir a la oposición política, procedimiento seguido por
Alessandri desde 1933 hasta 1937. Alessandri, poco tiempo después de asumir como pre­
sidente, solicitó que el Congreso le concediera facultades extraordinarias. Las utilizó va­
rias veces entre 1933 y 1938, en combinación con el estado de sitio, para reprimir las
huelgas, protestas y conspiraciones. Atacaba a la prensa opositora en el ámbito legal y
simultáneamente de manera clandestina, en particular a la prensa obrera y de izquierda,
aunque también fueron afectados El Trabajo, órgano del nazismo chileno y hasta las revis­
tas de humor político, como Topaze.
En 1937 consiguió del Congreso (con una mayoría escasa) la Ley de Seguridad
Interior del Estado (Ley 6.026), cuyas disposiciones básicas, con algunas reformas, servi­
rían a los gobiernos de tumo hasta 1973. La izquierda parlamentaria se opuso a esa ley,
pero cuando conquistó la presidencia con el Frente Popular en 1938, acudiría igualmente
a esta forma de represión legal contra la oposición.
Alessandri demostró ser un presidencialista ejemplar. Fue elegido con el apoyo
del Partido Radical; terminó gobernando con sus ex-adversarios conservadores y libera­
les de tendencias autoritarias. Desde 1933 hasta 1937 intentó inducir al Partido Radical
y a sectores del Partido Demócrata a alejarse de la izquierda y participar en varios minis­
terios. Alessandri enfrentó condiciones realmente difíciles como lo eran la crisis econó­
mica mundial, la fuerte ideologización del ambiente político, el legado de la ruptura

30
constitucional de 1925 y de la dictadura de Ibáñez. Hizo todo lo posible para lograr la
recuperación económica, legalizar el movimiento sindical dentro del nuevo Código de
Trabajo (1931), restablecer la legitimidad constitucional y mantener el orden. Contradic­
toriamente, se proclamó «igual que en el 20» como «restaurador de las leyes», mientras
gobernaba mediante un personalismo no disimulado y, en repetidas oportunidades, sin
acatar las normas constitucionales o legales. En resumen, Alessandri combinaba la tradi­
ción absolutista portaliana, en la que el soberano busca el bien común aunque sea a
través de políticas intolerantes hacia la oposición; haciendo al mismo tiempo un llamado
a respetar el régimen constitucional, el que formalmente limitaba la autoridad del Eje­
cutivo. Se proclamó el campeón de la democracia, mientras promulgaba una ley que defi­
nía a muchos chilenos (sobre todo a los chilenos que se opusieron a su gobierno) como
«enemigos de la República» (Ley 6.026), reafirmando así, el Decreto Ley 50 de Dávila.
Al principio, Alessandri se apoyó en las milicias republicanas (de memoria
portaliana) para disuadir a quienes intentaran nuevas intervenciones militares y luego
conseguió que el Ejército, con el liderazgo del general Oscar Novoa, asumiera un papel
estabilizador y legalista.8 Esto no impidió que se organizaran varias conspiraciones y un
intento de golpe en febrero de 1936, que involucraba a militares y civiles prominentes,
tanto ibañistas como líderes del Partido Radical.
Entre 1933 y 1937, las Fuerzas Armadas y Carabineros fueron utilizados varias
veces para reprimir conspiraciones, huelgas y manifestaciones populares. La milicia re­
publicana condenaba también la lucha de clases y declaraba su compromiso con «la extir­
pación definitiva del comunismo revolucionario».9 Enfrentada por el naciente movimiento
nazi y por la oposición reformista y revolucionaria de izquierda, la mayoría en el Congre­
so acordó en 1933 que,
“vería con agrado que el Ejecutivo tomara las medidas enérgicas que le autorizan las
leyes en contra de los elementos que pretenden establecer por medios violentos otros
regímenes de Gobierno que destruyen él actual.
La Cámara de Diputados declara que apoyará toda medida del Gobierno que tienda a
reprimir los desmanes de los comunistas, medidas que impedirán que organizaciones
como el nacismo se crean autorizadas para tomar sobre sí la responsabilidad de defen­
der el orden social”.10

8 Ver Carlos Maldonado Prieto, La milicia republicana. Historia de un ejército civil en Chile, 1932/1936, Santia­
go: Servicio Universitario Mundial, 1988; Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, Las milicias republicanas, ¡os
civiles en armas 1932-1936, Santiago: Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos (DIBAM), Centro de
Investigaciones Diego Barros Arana,1992.
9 Citado en Maldonado Prieto (1988): 74.
10 Ricardo Donoso, Alessandri, agitador y demoledor. Cincuenta años de historia política de Chile, 2 vols. México:
Fondo de Cultura Económica, H, 1954:133.

31
En diciembre de ese año, el Congreso concedió facultades extraordinarias al Pre­
sidente, con el fin de enfrentar las supuestas conspiraciones de Grove, Ibáñez, Matte,
Dávila y los comunistas para derrocar al gobierno. Poco después la censura y la represión
política se intensificaban.11 Hoy informaba, irónicamente: “se falló uno de los 143 proce­
sos que se siguen por injurias a S.E. y que tanto movimiento está dando a la gente de
Código. Esta vez se trata del ciudadano Tomás Muñoz Rojas, detenido el 21 de mayo
último, en la plaza de la Moneda en circunstancias en que profería expresiones injuriosas
para el Primer Mandatario. El Ministro de la Corte de Apelaciones, don Carlos Valdovinos
Valdovinos, lo ha condenado a cincuenta días de prisión y al pago de las costas de la
causa”.12 Entre tanto, Grove y otros supuestos conspiradores fueron encarcelados. Más
tarde el caudillo socialista sería candidato a senador en la vacante dejada a la muerte de
Eugenio Matte, su compañero del 4 de jimio de 1932.
La derecha anunció que «la lucha entre el orden y el desorden está empeñada».
Entre tanto, en el Congreso se debatían no sólo los temas actuales sino que se recordaban,
desde cada grupo con su memoria particular, las participaciones de Alessandri, Grove, Ibáñez
y otros en los movimientos políticos desde 1919. Sin embargo, tanto la «memoria» como el
«olvido» fueron imperfectos; las cicatrices se abrían, amenazando con una nueva ruptura en
el cuerpo social.
En el aniversario del movimiento del 4 de junio de 1932, los debates en el Senado
crearon un ambiente tenso. Varios senadores de la oposición acusaron al Presidente de
nepotismo, de haber conseguido en el Senado un sillón para su hijo Fernando con dinero
fiscal y con la intervención de la fuerza pública; de haber sido un conspirador permanente
contra todos los gobiernos del período de 1931-32 y de haber estado involucrado directa­
mente en el pronunciamiento del 4 de junio de 1932, que derrocó al gobierno constitucio­
nal de Montero.
Poco tiempo después, en junio de 1934, un sangriento episodio de levantamiento
y represión de colonos en Ranquil, dejó numerosos muertos, heridos y detenidos.13 Un
diputado denunció que de 500 presos sólo 23 llegaron a Temuco, aunque no existen fuen­
tes fidedignas que confirmen que fueran tantos los muertos o desaparecidos en los

Véase “Lo que ha caído bajo la puerilidad de la censura”, Hoy, 30 de marzo de 1934:11-13. Este artículo
“ofrece al lector, sin mayores comentarios, los óptimos frutos del Censor. Dejamos entregado a su juicio, la
forma cómo actuó en defensa del prestigio del Gobierno y de la estabilidad de las instituciones republica­
nas. Y nada más.... “Sigue con los incisos de editoriales, portadas, reportajes sobre el ‘complot’, noticias
políticas, económicas y sobre otras materias que fueron censuradas en el ejercicio de las facultades ex­
traordinarias.
Hoy, 22 de junio de 1934:3.
Sobre el caso de Ranquil ver Almino Affonso, Sergio Gómez, Emilio Klein, Pablo Ramírez, Movimiento
Campesino Chileno, I, Santiago: ICIRA, 1970: 26-30.

32
sucesos de Ranquil. El llamado «levantamiento» de Ranquil tuvo su origen en conflictos
sobre la tenencia de la tierra en la zona, incubados por las políticas de colonización agrí­
cola desde los años 1920. El Ministro del Interior culpó de la violencia a los partidos y
grupos que promovían la acción disolvente, desestimando la historia local particular. Era
el momento para otra amnistía, para conseguir la paz social y reunificar a la “familia
chilena”.

La amnistía de 1934

El 29 de junio de 1934, Hoy publicó un artículo relacionado con el proceso seguido


por el Ministro de la Corte de Apelaciones Manuel I. Rivas, en relación con el derroca­
miento del gobierno legítimo de Juan Esteban Montero. Informaba la revista:
“Es este el más sensacional de los procesos en que conoce la justicia chilena. Sus vicisi­
tudes son múltiples, pero nadie ha osado hacer, definitivamente, la vista gorda a su
respecto.
...En el último tiempo, han declarado casi todos los miembros del último Gabinete de
don Juan Esteban Montero. Depusieron también: el Comandante Vergara Montero, el
Comandante Aracena, el capitán Tovarías, el Senador Pradeñas, el Diputado Mardones
y otros más.
...Han pasado los meses y con motivo del ingreso de don Marmaduke Grove al Senado,
los hechos del 4 de Junio de 1932, pasaron a ser materia de un proceso político: los
señores Grove y Ugalde sostuvieron que el actual Presidente de la República, señor
Alessandri había tenido conocimiento del complot y que lo había estimulado.
Por su parte, el Diputado don Carlos Vicuña Fuentes sostuvo que el Senador y ex­
general don Enrique Bravo, había tenido destacada actuación en el referido delito.
El debate del Senado hizo conocer documentos gravísimos que han impresionado mu­
cho a la opinión seria del país, que no acierta a comprender cómo puede retardarse
tanto la tramitación del proceso judicial.
Recientemente, el señor Ministro sumariante ha enviado oficio al señor Presidente
Alessandri, para que declare al tenor de los puntos siguientes:
1) si sabe cómo se generó y desarrolló el movimiento producido durante los días 3 y 4
de junio de 1932 y, en virtud del cual se produjo la caída del Gobierno del ex-Presiden-
te don Juan Esteban Montero; 2) si se encontraba en la Moneda cuando se produjeron
aquellos sucesos y qué otras personas se encontraban allí,...5) todos los detalles y por­
menores que pueda suministrar y de los cuales pudiera desprenderse que el movimiento

33
que provocó el retiro del señor Montero pudo tener el carácter de movimiento sedicioso
en contra de un Gobierno legalmente constituido”.
El oficio solicitaba al Presidente Alessandri que revelara la verdad sobre el derro­
camiento de Juan Esteban Montero. El artículo de Hoy reprodujo el oficio y concluyó: “Es
de desear que la acción judicial deje en claro la verdad: es lo que interesa al país”.14
Los debates caldeados y amenazadores seguían en el Congreso. La prensa oposito­
ra atacaba duramente a Alessandri y su gobierno. El 5 de julio fue asaltado y empastelado
el diario de oposición, La Opinión. En este ambiente el Presidente Alessandri decidió
pedir urgencia para el despacho de un proyecto de ley de amnistía que cubriera los acon­
tecimientos ocurridos entre el 4 de junio de 1932 y el 21 de mayo de 1934.15
Por otra parte, los testimonios que se recogían en el proceso judicial seguido por
el Ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago arrojaban alguna luz sobre la «prepa­
ración del golpe de fuerza que era tan meridiana que alarmó a la Moneda y le hizo favo­
recer la dictación de una ley de amnistía, para correr el manto del olvido sobre aquel
bochornoso suceso».16 El proceso llevado por el Ministro Rivas empezó como un hostiga­
miento del gobierno contra Matte y el recién formado Partido Socialista (abril de 1933).
Se llegó a amenazar a varios ministros, diputados, senadores y a otros políticos prominen­
tes, incluyendo al propio presidente y sus consejeros. Una amnistía parecía ser una medi­
da eficaz para impedir la investigación y el proceso judicial. A la vez parecía ofrecer un
cierto alivio a los socialistas, a algunos militares y a otras personas identificadas con los
gobiernos de facto que siguieron a Montero.
Sin embargo, en el Congreso los debates sobre el proyecto de ley de amnistía se
complicaron seriamente, produciendo sorprendentes alianzas transitorias entre grupos
ideológicamente opuestos, tanto a favor de la amnistía como en contra. Algunos grupos
de izquierda se oponían a la amnistía por principios morales y revolucionarios. Otros
apoyaron el proyecto para conseguir amnistías para los acusados de haber violado el
Decreto Ley 50 de Seguridad del Estado. Se encontraban en esa situación los obreros
huelguistas reprimidos por el gobierno durante 1933-34 y los periodistas acusados de
abusar de la libertad de prensa o de haber injuriado al Presidente, infringiendo el Decre­
to Ley 425, promulgado en 1925 en el gobierno interino de Emilio Bello.17 Otros, tanto de
izquierda como de derecha, querían saber primero «la verdad» sobre los hechos y proce­
sos, antes de legislar el olvido jurídico.18 Los acontecimientos de Ranquil (que por las

“El proceso del ‘4 de Junio’ ”, Hoy, 29 de junio de 1934:12.


Cámara de Diputados, sesión 57a. de 1934: 2916, que reproduce el Oficio del Presidente de la República,
fechado el 10 de septiembre de 1934.
Donoso, 11,(1954): 100.
Decreto Ley 425, sobre Abusos de publicidad, Diario Oficial, 14.136 (26 de marzo de 1925).
Véase los debates en la Cámara de Diputados, sesión 59a. de 11 de septiembre de 1934:3060-61.

34
fechas estipuladas en el proyecto de ley de amnistía propuesto por el gobierno se exclui­
rían) y los procesos contra ciertos carabineros por abusos, maltratos y homicidios llega­
ron también a figurar en los debates y en las indicaciones a la ley que había propuesto el
gobierno.
Complicando aún más las cosas, algunos socialistas y militares denunciaron la
propuesta de amnistía afirmando que no había delito que amnistiar. Argumentaron que el
derrocamiento de Montero no había sido un delito sino una tarea revolucionaria y que
«la causa del socialismo» a la larga triunfaría. Además, el 11 de septiembre de 1934, el
diputado socialista Carlos Alberto Martínez proclamó a los socialistas “enemigos decla­
rados de la ley de amnistía, que no es otra cosa que un auto perdón que se quiere dar el propio
Ejecutivo”.19 No faltaron tampoco algunos conservadores y liberales que exigían el casti­
go a los culpables, quienes según los opinantes, habían «traicionado a la patria». En fin,
en los debates de los congresales se exponía toda una gama de fundamentos para votar
por la negativa como también para apoyar la amnistía propuesta por el gobierno. De ahí
que, en el curso de los debates y de las votaciones, se iba aumentando el número de
personas incluidas y los hechos cubiertos por la ley, que eventualmente sería aprobada.
Cuando por fin se aprobó la ley de amnistía, el 12 de septiembre de 1934, resultó ser
una medida ecléctica revestida de un cierto cinismo, que benefició a «delincuentes», cons­
piradores, «revolucionarios», militares, policías, huelguistas y políticos de todos los ban­
dos, hasta incluso algunos que se habían resistido a aceptar el olvido jurídico propuesto.
El Diputado Pedro González, quién patrocinó ante la Cámara el proyecto de ley de
amnistía explicó que
“se amnistía a la rebelión, a la sedición, a los delitos de calumnia e injurias contra del
Presidente de la República; de delitos electorales que son numerosos y múltiples y tam­
bién a los demás delitos políticos, ...los que tengan este carácter y consistan en abusos
de publicidad...
...se encuentran incluidos... hasta aquellos hechos que revisten caracteres de atentado
en contra del orden público y la autoridad soberana... aún, digamos, hasta aquellos
ciudadanos que intervinieron en la sublevación de la Marina en Coquimbo, ya que si
hubo ley de amnistía en tiempos del Gobierno del señor Grove, sobre delitos de carácter
político, sin embargo, por efectos de mala interpretación no se ha considerado amnis­
tiado el personal de marineros y suboficiales de Marina, alzados en Coquimbo”.20
A esta «generosa» oferta, Carlos Alberto Martínez, líder socialista y activista des­
de los tiempos de las masivas manifestaciones callejeras de la ADAN, en el gobierno del

19 Ibid: 3054-55.
20 Ibid: 3051.

35
Presidente Sanfuentes, comentó sarcásticamente, que el gobierno sólo hizo la gesta de la
amnistía cuando, como consecuencia del proceso judicial (llevado por el Juez Rivas)
“se dió orden de detención contra amigos personales del Presidente de la República;
aparecieron implicados altos funcionarios públicos designados por este Gobierno y la
misericordia, que no se ha conocido todavía por los que usan de la doctrina cristiana
para perpetuar sus privilegios y que son los que detentan el poder, se derramó de sus
corazones y en un acto de generoso perdón que ni siquiera buscó la franqueza para
manifestarse, propuso y aprobó en el Senado de la República una ley de amnistía que
está destinada, por lo que parece, a ser aprobada por gran mayoría de esta Honorable
Cámara”.21
Siguió Martínez proclamando que si el proyecto de amnistía tuviera como funda­
mento un propósito honesto y sincero,
“tendría que venir aparejado con una declaración de que ese decreto ley N. 50, de
seguridad interior del Estado promulgado por Dávila] no tiene ninguna fuerza legal,
porque de otra manera saldrán hoy día todos los presuntos beneficiados con la amnis­
tía, pero mañana volverán de nuevo a la cárcel por obra exclusiva de esta arma políti­
ca que el Gobierno se reserva y que lo constituye este infame decreto ley 50; que ayer lo
dictó una odiosa tiranía y que hoy lo aprovecha espléndidamente para su manteni­
miento en el poder, el Gobierno de la Constitución, de la Ley y de la Civilidad”.22
Terminó el diputado Martínez caracterizando al proyecto como «una comedia burda
con [la] que se quiere aparentar magnanimidad».
Rolando Merino, ex- juntista socialista y ahora diputado, fue más lejos:
“...no debemos ser perdonados porque nunca hemos creído que hayamos cometido un
delito al derribar un Gobierno oligárquico y querer entregar ese Gobierno a los trabaja­
dores: nunca creimos cometer un delito porque pretendíamos levantar las clases traba­
jadoras hasta la acción política: nunca creimos cometer un delito político cuando aspi­
rábamos a hacer justicia a los permanentemente perseguidos...”.23
Es decir, derrocar al gobierno constitucional para «levantar a las clases trabaja­
doras» y para «derribar un Gobierno oligárquico» no era, según Merino, un delito políti­
co y, por tanto, no había por qué pedir ni aceptar el perdón que «es la amnistía». Siguió:
“esta amnistía es vana y estéril, mientras esté vigente el decreto ley número 50 sobre
seguridad interior, este ‘precioso instrumento’ como lo ha llamado el señor Ministro
del Interior...”.24

21 Ibid: 3053.
22 Ibid.
23 Ibid: 3056-57.
24 Ibid: 3057.

36
Por motivos muy distintos, el diputado Manuel Muñoz Cornejo también se opuso a
la amnistía, argumentando que
“comprendería... que se presentara un proyecto de ley de amnistía en favor de aquellos
que delinquieron contra la patria y que por actos posteriores han manifestado un
arrepentimiento por el delito cometido... que mueva a compasión e incline a los demás
a tender un manto de olvido sobre los hechos vergonzosos del pasado... [En este caso,
sin embargo, se escuchaba]
...levantarse voces aquí,... y proclamar con insolencia la responsabilidad en la comi­
sión de un delito... el cuartelazo del 4 de junio; porque no fue un movimiento revolucio­
nario. Fue obra de la traición”.25
Los señores diputados diferían hasta en el nombre que se debería dar a los even­
tos del 4 de junio de 1932, ¿Cuartelazo? ¿Movimiento revolucionario? ¿Derrocamiento de
un gobierno tiránico? ¿Sedición contra el gobierno constitucional? Al nombrarlo de una
u otra manera, lo justificaban o lo descalificaban. Lejos de pedir perdón y mostrar contri­
ción, los revolucionarios, «socialistas», militares y otros políticos variados, incluyendo
por lo menos indirectamente a Alessandri y otros futuros presidentes (Juan Antonio Ríos,
Gabriel González Videla), o querían las expresiones de simpatía del pueblo sin ninguna
necesidad de una amnistía o querían una amnistía anónima que escondiera su participa­
ción en “los acontecimientos”.
Otros exigieron primero «la verdad» y luego si esa verdad lo justificaba, la dictación
de una ley de amnistía. Fue el caso del diputado Humberto Mardones:
“Señor Presidente, en un 11 de septiembre empezaron para las instituciones funda­
mentales de esta República los días de vergüenza, de oprobio e ignominia; y en un 11
de septiembre se pretende por esta Honorable Cámara echar un velo de piadoso olvido
para los responsables de aquellos delitos.
Si se hubiera sancionado a los primeros que conculcaron y asaltaron los poderes cons­
titucionales, seguramente no habríamos tenido un 4 de junio de 1932, y sino se sancio­
na, como desgraciadamente parece que va a ocurrir, a los delincuentes del 4 de junio,
yo temo que se repitan estos delictuosos y vergonzosos sucesos en contra de las institu­
ciones republicanas.
... nosotros no debemos impedir el desarrollo de los procesos, hasta que los Tribunales de
Justicia determinen, en primer lugar, si hubo o no hubo delito; si hubo o no hubo
culpables quiénes fueron éstos.

25 Ibid: 3058.

37
Sólo después de esto debiera ser procedente una ley de amnistía, basada en móviles casi
apostólicos, como los que han tenido los autores de este proyecto”.26
Menos tolerante todavía, el diputado Rafael del Río concluyó que no podía apoyar
“la idea de perdonar que contempla el proyecto... por cuanto este perdón que se desea
conceder en aras de la paz social, que ha sido tan agitada durante el último tiempo,...
irá especialmente en beneficio de aquellos elementos que se han distinguido por sus
tenaces y reiteradas campañas en contra de la República... La amnistía no puede pro­
ceder en casos como el actual, en que con ella se quiere dejar impunes a enemigos
irreconciliables de la República. Ellos han dicho y continúan diciendo que no desean el
perdón que se les quiere conceder. Esta falta de sanciones para los principales causan­
tes de la ruina y el descrédito de Chile, les ha dado a éstos en todo momento el valor y
la audacia necesarios para intentar las veces que han querido hacerlo el logro de sus
criminales propósitos”.27
Al diputado Mardones le preocupaba «la verdad» y al diputado del Río las conse­
cuencias de la impunidad para el futuro de Chile. A los que apoyaban la amnistía les
preocupaba también el futuro de la patria y por eso buscaban, mediante dicha amnistía,
restablecer la paz social y promover el olvido del pasado. En tanto, el diputado Muñoz no
quiso aprobar una amnistía sin el arrepentimiento sincero de los culpables.
Entremezclados con estos discursos, otros diputados propusieron agregar incisos
a la ley propuesta, incluyendo ahora los delitos de deserción y de insubordinación en el
Ejército, reincorporación de los empleados públicos separados de sus puestos por razo­
nes políticas, a los de la huelga del magisterio de diciembre de 1932 y otros. El futuro
presidente Juan Antonio Ríos, también refiriéndose a «la fecha desgraciada para la Re­
pública», el 11 de septiembre de 1924 y lamentando las consecuencias «que todavía esta­
mos sufriendo la primera intervención de las fuerzas armadas en el manejo de los nego­
cios públicos de Chile», explicó a la Cámara que había cambiado de idea y que ahora iba
a apoyar la ley de amnistía,
“porque la familia chilena se una, sin rencores, pero sin olvidar las lecciones de la
experiencia para trabajar en restablecer la situación de nuestro país.
Debo ser consecuente con este pensamiento y declarar que una amnistía debe importar
siempre el impulso nobilísimo y desinteresado de los ciudadanos que ansian paz y
concordia entre los chilenos”.28

Ibid: 3060-61.
Ibid: 3062.
Cámara de Diputados, sesión 62a. de 12 de septiembre de 1934:3123.

38
En la misma sesión, el diputado Emilio Zapata de la Izquierda Comunista (trots-
kista) calificó al movimiento del 4 de jimio de 1932 como un «asalto al poder» y acusó a
los líderes Grove, Matte, Dávila y otros de ser «los asaltantes del poder». Enfatizó que
Grove y los otros se negaron a «armar al proletariado y que en eso, estimaban los revolu­
cionarios verdaderos, consistía la vida o la muerte de un verdadero movimiento socialis­
ta». No obstante, fundamentó su voto a favor de la amnistía a la que «esos parlamenta­
rios ‘izquierdistas’ [los socialistas principistas] se oponen», en los siguientes términos:
“Votaré afirmativamente la amnistía, porque ella comprende y lo digo bien en claro,
absolutamente a todos los obreros acusados de supuestos atentados contra la seguridad
interior del Estado, incluidas las víctimas de los sucesos sangrientos de Ranquil.
...Por encima de las diferencias internas de la burguesía; nosotros estamos gestando el
futuro que reclama hondamente los anhelos de redención proletaria, y el día en que
estos anhelos se concreten, será cuando triunfe la revolución proletaria que instauraría
la verdadera «República Socialista”, apoyada en la clase obrera unificada y que des­
truirá los privilegios de la oligarquía, la iglesia y el imperialismo”.29
En votación nominal, el proyecto fue aprobado por 71 votos contra 34 y 7 abstencio­
nes. Diputados de derecha, de centro y de izquierda votaron en contra, por los motivos más
variados y contradictorios. Carlos Alberto Martínez, Rolando Merino y otros inspiradores de
la «república socialista» no pensaban pedir perdón por sus esfuerzos para «salvar la patria»
en 1932. El diputado socialista Carlos Müller, quién había participado en lo que se caracteri­
zaba como «el movimiento civilista en Antofagasta», que buscó derribar «una de las tiranías
más oprobiosas [el gobierno de Dávila]» también decidió votar en contra de la amnistía:
“Nada más lógico, entonces, que suponer, de acuerdo con esta actuación, que el diputa­
do que habla debiera votar a favor del proyecto de amnistía, pero cuando se trata de
hacer justicia, cuando se quiere olvidar el pasado, cuando se quiere unir a la familia
chilena, entonces debe decirse al país entero que aquellos decretos leyes que fueron
dictados en época de dictadura, que aquellos decretos leyes que están en constante
aplicación diaria, y a cuyas disposiciones se debe la prisión de numerosos ciudadanos,
también deberían derogarse”.30
Los proponentes de la amnistía llamaban al olvido, a la concordia, a la paz, a la
reunión de la «familia chilena». En nombre de los mismos valores y metas, el diputado
Müller se oponía a la amnistía. También reconoció la relación entre las leyes de seguridad
interior del Estado y el uso de las amnistías como elementos complementarios en el siste­
ma político. Los comunistas, en cambio, igual que los trotskistas, votaron el proyecto favo­
rablemente. Según el diputado Andrés Escobar lo hicieron:

29 Cámara de Diputados, sesión 63a. de 12 de septiembre de 1934:3154-55.


30 Ibid: 3147.

39
“porque el proletariado nacional exige al Gobierno la inmediata libertad de los dos mil
presos políticos y sociales que hay a través del país, en su mayoría obreros que han
caído por injurias al Presidente de la República, por repartir proclamas que se conside­
raron subversivas y por otros delitos penados por el decreto ley número 50”.31
A la vez propuso la derogación de «este monstruoso decreto ley». Terminó dicien­
do que “con esta ley de amnistía no va a terminar la lucha de la clase obrera contra la
dictadura del Presidente de la República y de la clase dirigente...”.32
Como otras amnistías en el pasado, también la de 1934 benefició a varios sectores.
Además, los debates sobre la ley, en lugar de reconciliar, agudizarían los antagonismos
dentro de la sociedad. Las múltiples agendas de los partidos y facciones personales e
ideológicas no permitieron ni siquiera una breve tregua en el combate político. Por el
contrario, la lucha sindical y partidaria se intensificó, con enfrentamientos violentos y
desafiantes a la autoridad hasta 1937, año en que se promulgó una nueva ley de Seguri­
dad Interior del Estado, que fue la base fundamental para limitar el ejercicio efectivo de
las garantías constitucionales, el pluralismo político y los derechos sindicales, durante
las siguientes tres décadas.
La amnistía de 1934 benefició legalmente a una clientela amplia y diversa. A pesar
de su amplitud fue un instrumento ineficaz de reconciliación. Ya aprobada en la Cámara,
en el último instante, el Ministro del Interior Luis Salas Romo propuso agregar un inciso
concediendo también amnistía al «personal de Carabineros procesado o condenado por
delitos ejecutados en actos de servicio...».33 Tal inciso, aprobado por 57 votos contra 22,
sirvió eventualmente para fundamentar el sobreseimiento de los casos de carabineros pro­
cesados por actos de violencia u homicidio de los campesinos presos que nunca llegaron de
Ranquil aTemuco.34 Fueron aprobadas también, antes de cerrar la sesión, otras indicacio­
nes, una de ellas del diputado Juan Antonio Ríos que agregaba el delito de «desacato» en
el primer inciso (61 votos a favor, 12 en contra).
A diferencia de la enmienda propuesta por el diputado Ríos, la última indicación
del diputado Mardones fue rechazada por mayoría abrumadora (52 en contra, 8 a favor).
Propuso que “los tribunales correspondientes deberán continuar sustanciando los proce­
sos por delitos comunes cometidos por los favorecidos por esta ley de amnistía”,35 Al
parecer, muchos querían el olvido, pocos exigieron «la verdad». El diputado Arturo Olavarría
(futuro Ministro del Interior del gobierno de Pedro Aguirre Cerda y del segundo gobier­

31 Ibid: 3148.
32 Ibid.
33 Ibid: 3156.
34 Serían algunos «desaparecidos» de la época, aunque esta expresión no se usaba en ese momento.
35 Cámara de Diputados, sesión 63a. de 12 de septiembre de 1934:3158.

40
no de Carlos Ibáñez), al referirse a la indicación desechada del diputado Mardones, dijo
«eso está de más».36

Amnistía, Ley N. 5.483 (15 septiembre 1934)

“Otorgúese amnistía general a todos los autores, cómplices o encubridores de delitos contra
la Seguridad Interior del Estado, de calumnias, injurias y desacatos contra el Presidente de
la República y otros funcionarios; de delitos electorales y demás políticos, incluso los que
tengan este carácter y consisten en abusos de la publicidad, de delitos contemplados en él
decreto ley N. 50 del año 1932, y de los de deserción del Ejército, de la Armada y de la
Aviación y de Carabineros.
Concédese, además, amnistía para el personal de Carabineros procesados o condenados
por delitos ejecutados en actos del servicio. Se exceptúan de esta amnistía a los procesa­
dos o condenados por delitos en contra de la propiedad o de insubordinación”.37
Los debates en el Congreso y en la prensa sobre esta ley fueron reveladores, iróni­
cos, acalorados y a veces penosos. Las razones que se daban para apoyar o rechazar la
amnistía fueron muy variadas. Como en todos los debates anteriores sobre las amnistías,
sin embargo, se levantaron banderas morales, patrióticas, instrumentales y netamente
político coyunturales. Reflejan, en este sentido, el nivel de desarrollo político cultural
respecto a los temas de «olvido», «impunidad», misericordia, perdón, «verdad», repara­
ción y su relación a la tan anhelada «unión» y «reconciliación» de la «familia chilena».
La amnistía permitió acallar el escándalo y detener los procesos judiciales que
eran potencialmente molestos para Alessandri, incluso respecto de su participación clan­
destina en el movimiento del 4 de jimio de 1932, así como para sus colaboradores y para
las Fuerzas Armadas y Carabineros. También permitió salir de la cárcel a varios deteni­
dos y procesados de diferentes bandos políticos y la reincorporación de personal del Ejér­
cito, la Armada, la Fuerza Aérea y hasta de Investigaciones. Lo que no pudo hacer la
amnistía fue disuadir a algunos sectores de izquierda, nazistas y grupos de extrema dere­
cha, de su opción estratégica contra el régimen constitucional capitalista. De hecho, los
sectores que apoyaban los principios del régimen constitucional eran minoritarios y se
encontraban sitiados por las fuerzas de izquierda y derecha que propiciaban proyectos
antagónicos.

36
Ibid.
37
Fue publicada en el Diario Oficial el día 15 de septiembre.

41
La lucha política, 1934-1938

En estas circunstancias, el gobierno de Alessandri se transformaba cada vez más


en un régimen de orden. En enero de 1935, en relación a una huelga ferroviaria, el
gobierno declaró que “la huelga producida en los ferrocarriles es injustificada y constitu­
ye un grave delito contra la seguridad del Estado”. Entregó el control de Ferrocarriles al
Ejército, con la amenaza que
“El Gobierno cumplirá con su deber y procederá con mano firme a castigar a los revol­
tosos, sin contemplaciones de ninguna especie y con el propósito inquebrantable de
eliminar definitivamente de la Empresa a los cabecillas de este movimiento sedicioso y
antipatriótico”.38
Con la intervención del Ejército, “que resulta ser la suprema apelación en todos los
momentos difíciles, la paralización de trenes no fue completa. Con motivo de la huelga, el
Gobierno ha procedido a detener a más de 500 ferroviarios”.39 Según El Diario Ilustrado, “los
detenidos fueron trasladados a la Penitenciaría de Santiago y serán puestos a disposición de la
Justicia Militar”.40 En su siguiente número Hoy informó: “35 individuos han sido reducidos a
prisión en los últimos días, por proferir injurias contra su elevada persona [Alessandri]. Se
nombrará -o se habrá nombrado ya cuando estas líneas aparezcan- un Ministro para que siga
proceso a estos 35 ciudadanos irrespetuosos”. En el reportaje que siguió, ironizó: “Celoso
siempre de la paz social, hizo requisar la edición del sábado del diario La Opinión, en la cual,
según la ‘buena prensa’, aparecerían informaciones alarmistas. Esta medida ha sido muy
celebrada, pues los diarios que se respetan publican solamente las informaciones que entre­
ga el Ministerio o el señor Director General de Investigaciones. Así se garantizan la seriedad
y la imparcialidad de las noticias, y la paz social queda a salvo”.41
Los partidos de oposición amenazaban con el retiro de sus legisladores del Con­
greso mientras no se terminara el “régimen de fuerza” imperante. Algunas facciones
dentro del Partido Radical, girando hacia la izquierda, buscaban una alianza con los so­
cialistas y comunistas. Entre 1934 y 1935 se configuró un «bloque de la izquierda» en el
Congreso, compuesto por socialistas, trotskistas, demócratas de izquierda y algunos radi­
cales. Con el viraje del Komintern hacia la estrategia de la vía pacífica y electoral,42 uno

“La huelga ferroviaria”, Hoy, 18 de enero de 1935:4.


Ibid.
Citado en Ibid. Énfasis de los autores.
“Injurias”, Hoy, 25 de enero de 1935:3-4.
La Unión Soviética generó una organización internacional para agrupar a los partidos comunistas del
mundo, celebrándose su primer congreso en Moscú en 1919. El Komintern, hasta su disolución en 1943,
coordinaba las relaciones entre la Unión Soviética y América Latina. Ver Augusto Varas Del Komintern a la
Perestroika. América Latina y la URSS, Santiago: FLACSO, 1991.

42
de sus agentes, enviado al país por los soviéticos para influir en la orientación del Partido
Comunista de Chile, promovió la estrategia de «frente popular» que también se
ensayaba en España y Francia.43
Esta política, anunciada en agosto de 1935, propiciaba la formación de coalicio­
nes con partidos social demócratas, utilizando la táctica del caballo de Troya, para «pene­
trar hasta el corazón del enemigo».44 Los comunistas intentaron mejorar sus relaciones
con los socialistas y con ciertos sectores del Partido Radical, esta línea se reforzaba me­
diante los lazos masónicos entre los dirigentes de los partidos reformistas y de izquierda.
Aún antes que se consolidara el «bloque de izquierda», en marzo de 1935, algunos
diputados radicales entablaron una acusación contra el Ministro de Interior, inspirada en
los ataques contra la prensa, en particular el Diario La Opinión y por violaciones de las
garantías constitucionales, la propiedad privada (en los allanamientos del Diario), del
Código de Trabajo (en la huelga ferroviaria) y del Código Penal. La mayoría de la Comi­
sión informante de la acusación adujo que el Director de Investigaciones había actuado
por iniciativa propia, liberando al ministro de cualquier responsabilidad que pudiera
justificar la aprobación del libelo acusatorio, mientras que un informe de minoría reco­
mendó que la Cámara aprobara la acusación. En su defensa, el Ministro Salas Romo re­
cordó su lucha contra la dictadura de Carlos Ibáñez y su exilio, mientras atacaba a desta­
cados miembros del Partido Radical que habían apoyado a Ibáñez, calificó a la Asocia­
ción de Perseguidos de la Dictadura como una “máquina para alcanzar empleos y preben­
das, explotando odios y rencores... como si con ello quisiera justificar los actos por los
cuales aparecía en el banquillo de la acusación”.45
Como se haría rutina hasta fines del siglo XX, la acusación constitucional contra
el Ministro Salas Romo tuvo múltiples fines: denunciar una vez más los actos abusivos del
gobierno, revelar «la verdad», influir en las políticas y alianzas coyunturales, recordar el
pasado para cobrar deudas pendientes e injusticias no reparadas. La acusación fue recha­
zada por una votación de 76 votos en contra y 54 a favor, un resultado que era de esperar
dada la mayoría con que contaba el gobierno en la Cámara de Diputados. No obstante, la
acusación dejó su marca, fue un «testimonio» que contribuyó a la formalización del Fren­
te Popular que conquistaría la Presidencia en 1938.

43 Hay varias versiones del papel de los agentes extranjeros en la formación del Frente Popular en Chile. Ver:
Eudocio Ravines, La gran estafa, Santiago: 1954; George Dimitroff, ¡Frente Popular en todo el mundo!, San­
tiago: 1936; Elias Lafertte y Carlos Contreras Labarca, Los comunistas, el Frente Popular y la independencia
nacional, Santiago: 1937; Armando Hormachea Reyes, El Frente Popular de 1938, Santiago: 1938; Paul Drake,
Socialism andPopulism in Chile, 1932-1952 (Socialismo y populismo en Chile, 1932-1952), Urbana: University
of Illinois Press, 1978.
44 Citado en Brian Loveman, Chile, The Legacy of Hispanic Capitalism, 2nd ed., New York: Oxford University
Press, 1988: 242.
45 Para detalles sobre esta acusación véase a Donoso, H, (1954): 157-159.

43
En marzo de 1936 se constituyó un comité ejecutivo del «Frente Popular». El
programa del Frente fue relativamente moderado: restauración de las libertades demo­
cráticas, fomentar la justicia social y económica y proposiciones respecto a medidas de
corte nacionalista en la esfera de la economía política.
No obstante la relativa moderación del programa, el Frente Popular causó fisuras y
luchas internas en los partidos reformistas, como el Radical y el Demócrata y una gran preocu­
pación entre los partidos liberal y conservador. En el caso de los liberales, varios distinguidos
parlamentarios hicieron grandes esfuerzos para impedir la alianza de los radicales con la iz­
quierda, aún cuando les disgustaba el rumbo del gobierno alessandrista. Para todos, el ejemplo
del Frente Popular y la guerra civil en España era una referencia dramática, que se quería
evitar en Chile.
En el Partido Conservador, algunos dirigentes del movimiento juvenil, inspirados
e identificados con la doctrina social de la Iglesia, fundarían la Falange Nacional (1938),
lo que da cuenta también de las presiones ejercidas por la formación del Frente Popular
chileno. Por otro lado, los ibañistas y los nazistas representaban elementos del espectro
político que contaban con cierto apoyo dentro de las Fuerzas Armadas y de los partidos
de derecha. Los nazistas eligieron tres diputados en 1937. En las elecciones presidencia­
les de 1938 apoyaron al Frente Popular, a consecuencia de su odio hacia el candidato de
derecha Gustavo Ross y debido a la masacre de sus partidarios, en su mayoría estudian­
tes, en la Caja de Seguro Obrero, el 5 de septiembre de 1938. Es decir, entre 1935 y 1938,
la formación del Frente Popular influyó de muchas maneras en la política chilena, aun­
que el carácter de esa influencia no era evidente ni menos predecible.
Las elecciones para llenar una vacante senatorial en Bío Bío, Malleco y Cautín tu­
vieron como resultado la sorpresiva victoria del candidato radical. El nuevo senador era un
terrateniente regional, pero su victoria fue interpretada como una indicación de las posibi­
lidades electorales del Frente Popular en la contienda parlamentaria de 1937 y en la elec­
ción presidencial de 1938.
Paralelamente a las reconfiguraciones partidistas, varios conflictos laborales en­
tre 1935 y 1936 perturbaron seriamente la estabilidad política. Como respuesta a una
huelga de obreros ferroviarios, que estalló el 3 de febrero de 1936, el gobierno aplicó las
disposiciones del Decreto Ley 50 contra los huelguistas y militarizó la administración de
los ferrocarriles utilizando el Decreto Ley 343 de 30 de julio de 1932,46 Estando en receso
el Congreso, Alessandri declaró el estado de sitio. Varios obreros y «agitadores» fueron
detenidos y llevados a prisión, la prensa opositora fue censurada y algunos periodistas
fueron relegados fuera de Santiago. Arturo Alessandri en su libro Recuerdos de Gobierno

Arturo Alessandri, Recuerdos del Gobierno, Santiago: Editorial Nascimento, 1967, IH: 62-63.

44
da una descripción del ambiente político en 1935-36, dibujando claramente la manera
como él entendía el sistema presidencialista:
“Como el Congreso estaba en receso y la Constitución Política autoriza en estos casos al
gobierno para declarar en Estado de Sitio algunas secciones del territorio, se usó de esta
facultad absolutamente necesaria para defenderse de la prensa de oposición que, con
actividad diabólica, desparramaba torrentes de informaciones falsas para formar am­
biente inventando huelgas en todas partes y en diversas industrias...
El Estado de Sitio fue una gran defensa, autorizando la censura de la prensa y permi­
tiendo también alejar de Santiago a los redactores y empleados de diarios que llevaban
la campaña con máxima actividad y energía.
...Sin vacilar, considerando que era un delito que cometían... hice rodear a los delibe­
rantes por numerosa tropa de policías, por carabineros y soldados del Ejército que, sin
contemplaciones y desestimando airadas protestas, condujeron a los huelguistas re­
unidos a la Penitenciaría...
...se separaron del servicio con resolución irrevocable, a los promotores y responsables
delmovimiento ilegal y delictuoso.
Desgraciadamente, cuando terminé mi período presidencial, en diciembre de 1938, mi
sucesor repuso a todos los que habían sido justamente separados por incitar al delito de
huelga en un servicio público”.47
En las sesiones de la legislatura de 1935 se habían rechazado proyectos de ley para
amnistiar a los obreros presos y a otros que habían sido «autores, cómplices o encubridores
de delitos contra la seguridad interior del estado», la mayoría por actos relacionados con
huelgas ilegales. La derecha, en general, se opuso a una nueva ley de amnistía, pero la
izquierda la favorecía.
El 28 de febrero de 1936 fue sofocado un intento de golpe de estado, resultado
de una conspiración cívico militar, que involucraba al regimiento «Ruin» y a otros ele­
mentos militares. Tanto el jefe de Carabineros, el general Humberto Arriagada, como el
del Ejército, el general Oscar Novoa, se mantuvieron leales al Presidente. Como lo des­
cribe Alessandri: “El Auditor del Ejército tomó muchos presos, condenó a pocos a penas
insignificantes; pero en su carácter de Comandante en Jefe del Ejército, Oscar Novoa
depuró sus filas, retirando de ellas a todos los sospechosos y aquellos que no fueran una
garantía de orden y respeto a las instituciones fundamentales del país».48 Entre los
detenidos estaba el diputado radical (y futuro presidente) Juan Antonio Ríos, «sindica­
do de ser uno de los jefes del movimiento”.49

47 Alessandri, DI, (1967): 64-65.


48 Ibid: 79-80.
49 Donoso, II, (1954): 183. Para detalles sobre el golpe ver el capítulo IX, «Entre la dictadura y el estado de sitio».

45
La conspiración contaba con el apoyo de varios partidarios de Ibáñez, tanto civi­
les como militares. Alessandri pidió nuevamente facultades extraordinarias por seis me­
ses. El proyecto de ley fue aprobado en la Cámara de Diputados después de borrascosos
debates por 71 votos (la mayoría de derecha) contra 53. En el Senado, en los debates
sobre la concesión de las facultades extraordinarias, el senador liberal Oscar Valenzuela
comparó la situación política del país en 1936, con el ambiente que condujo a las dos
guerras civiles de 1851 y 1859, citando las palabras del Ministro del Interior de esa época,
Antonio Varas:
“Se ha provocado a la revolución, se ha proclamado el derecho de insurrección; y, como si
esto fuera poco, se ha ocupado la prensa en enseñar la manera de conspirar. La palabra
revolución ha llegado a ser una especie de ídolo al cual han erigido altares, hombres
inapercibidos bajo la influencia de perturbadores veteranos de las revueltas y trastornos.
...Son palabras que parecen escritas para el momento político que vivimos. El Gobier­
no de aquella época no vaciló en valerse de todos los medios que le franqueaba la
Constitución para defender la civilidad, y para detener en nuestro país el contagio del
caos político en que estaba sumido el resto de América”.50
Refiriéndose a los recursos de Portales y del gobierno de Montt, el gobierno de
Alessandri y su vocero, el senador Valenzuela, justificaba la concesión de facultades ex­
traordinarias “para defender las instituciones amenazadas”.51
Los opositores, como el senador Octavio Señoret, del Partido Radical, cuya mayo­
ría se había alejado del gobierno de Alessandri y a quién habían apoyado en 1932, repa­
saron en forma sintética toda la historia del uso de las facultades extraordinarias y del
estado de sitio, desde los tiempos del general Bulnes. Citaron los estudios constituciona­
les de Jorge Huneeus y José Guillermo Guerra, para concluir que el Presidente Alessandri
había violado la Constitución y que no se le debían conceder las facultades pedidas,
propuesta que «tiende a organizar la dictadura legal con que algunos sueñan».52 El sena­
dor Aquiles Concha, del Partido Demócrata, recordando la historia de su partido, resumió
la historia de las facultades extraordinarias, chilena y europea, concluyendo que la tradi­
ción constitucional chilena fue «calcada en las ideas monarquistas de la época» y que
«en Chile, no han gozado jamás los ciudadanos de ninguna libertad; los derechos del
pueblo han estado siempre a merced del despotismo». Llamó a la eliminación de tales
facultades, «mantenidas en nuestra Constitución Política como último baluarte del viejo
despotismo».53 Sin embargo, otros senadores del mismo partido apoyaron el pedido del

50 Senado, sesión 2a. extraordinaria de 9 de marzo de 1936: 33


S1 Ibid.
52 Ibid: 34-35; 40. Jorge Huneeus,La Constitución ante el Congreso, 3 tomos, Santiago: Imprenta Cervantes, 1890-1892;
José Guillermo Guerra, La Constitución de 1925, Santiago: Establecimientos Gráficos Balcells, 1929.
53 Senado, sesión 4a. extraordinaria de 10 de marzo de 1936: 76-79.

46
Presidente Alessandri, dividiéndose una vez más, a causa de esto, el primer partido popu­
lar de Chile, fundado en 1887.
El 11 de marzo de 1936 el proyecto fue votado en el Senado y el resultado fue un
empate (22 a favor, 22 en contra). El voto decisivo «lo dió el senador radical por Valdivia,
Carlos Haverbeck, que votó junto a los senadores de su partido, pero que al día siguiente
cambió de tienda política».54 Así, el fallido golpe convenció a la mayoría del Senado de
concederle más facultades a un presidente al que ya se le acusaba de gobernar como
«dictador». A este respecto, Alessandri no pudo reimplantar, del todo, el modelo portaliano,
ya que el Ejecutivo no controlaba las elecciones tan directamente como antes de 1874 y
el alcance del estado de sitio había sido restringido por las reformas constitucionales, lo
que era una diferencia crítica entre el presidencialismo de la Constitución de 1925 y el
que regía antes de la Guerra del Pacífico. Además, los partidos de oposición formularon,
sin éxito, varias acusaciones constitucionales contra los ministros de Alessandri desde
1935, como las que fueron rechazadas contra los Ministros del Interior y de Fomento, Luis
Cabrera y Matías Silva en 1936, por acciones durante la huelga ferroviaria, la entrega de
la empresa de Ferrocarriles a la autoridad militar y por persecuciones de obreros y de
periodistas. Las acusaciones constitucionales siguieron siendo utilizadas por la oposi­
ción, como medidas de denuncia y para «hacer la historia», hasta el final del gobierno
alessandrista.
Si bien el Presidente Alessandri no pudo reproducir el modelo portaliano, las
garantías constitucionales eran frágiles. En la Cámara de Diputados y en el Senado se
denunciaban las relegaciones, encarcelamientos, flagelaciones y torturas de presos polí­
ticos hasta con «una máquina eléctrica» y las amenazas de muerte realizadas por Carabi­
neros y por la Sección de Investigaciones. Según la denuncia de un dirigente comunista,
“la máquina eléctrica me la pusieron en el pecho, en el estómago y en la espalda; cada
golpe de corriente me producía fatigas, repitiendo esta ‘moderna flagelación’ muchas
veces, por lo que me sentía extenuado, aniquilado”. El diputado Carlos Alberto Martínez
expresó su indignación por los repetidos abusos cometidos por el personal al mando del
Director General de Investigaciones, Waldo Palma y que la Sección de Investigaciones
hubiera «salido indemne» a pesar de las torturas rutinarias a las cuales sometía a los
detenidos. Llamó a “un alejamiento temporal de algunos jefes de Investigaciones para
que se pudiera hacer una investigación a conciencia dentro del propio personal por un
Tribunal Especial, porque mientras esté el Director General a cargo del Servicio y mien­
tras estén en él los que ordenaron las flagelaciones, será inútil obtener algún castigo”.55
El senador Guillermo Azocar denunció que una Asociación de Flagelados “piden reunir­

M Donoso, 11,(1954): 185-86.


55 Senado, sesión 20a. extraordinaria de 13 de abril de 1936:510-511.

47
se a fin de tomar una medida. ...Esto pudo suceder mil años atrás, pero no en estos tiem­
pos de cultura”.56
La revista Hoy, en 1936, se refería a la evolución del gobierno de Alessandri, di­
ciendo: “se encuentra arrullado, dormido, en el regazo de sus adversarios de ayer”. Y
seguía:
“La historia de su Gobierno será fácil de enfocarla desde algunos puntos de vista y
desde otros será difícil. En relación a su programa de normalización de la vida consti­
tucional de la República será empresa sencilla y reducida a números, y en la cual
apenas entran las cuatro operaciones...
El Congreso Nacional, por especial solicitud suya, le concedió el 28 de abril de 1933
Facultades Extraordinarias y duraron hasta el 28 de octubre de 1933. El período fue
idílico y por eso consideró necesario repetirlo desde el 15 de diciembre de 1933 hasta el
15 de junio de 1934.
Antes de la primera ley, el país vivió una adolescencia constitucional de 125 días y
entre la primera y la segunda Ley de Facultades, 47.
Tenemos doce meses bajo el impeño de las Facultades Extraordinañas y nos aguardan
tres bajo Estado de Sitio...
El balance del régimen constitucional legal y libertario es el siguiente:
En libertad: 25 meses
En Dictadura 15 meses
Les quedan de Gobierno 33 meses, ¿cómo los irá a distribuir?
¿Cuál de los dos guarismos se impondrá?”.57
En su editorial de 26 de febrero de 1936 Hoy fue menos sutil: “ ¡Deténgase Excelencia,
y no invite a la ciudadanía a la revolución!”.58 En otro artículo ironizó: “El ‘estado de sitio’ no
ha sido válvula suficiente para mantener el esplendor de la Constitución, el brillo de la lega­
lidad y la seguridad interior del Estado. No ha bastado confinar a apartadas regiones del país
a periodistas, políticos, y no ha bastado mantener a la prensa de oposición bajo la amenaza
de nuevas arbitrariedades y abusos. De manera que, además de Facultades Extraordinarias,
tendremos intervención electoral, en forma tan efectiva como la de marzo de 1924” ,59

Senado, sesión 14a. extraordinaria de 24 de marzo de 1936: 204.


Hoy, 19 de febrero de 1936: 4.
Hoy, 26 de febrero de 1936:1.
Ibid: “Del Estado de Sitio a las Facultades Extraordinarias”: 8.

48
La Amnistía de 1936

Con el intento de golpe del 28 de febrero, la represión política, las denuncias de


relegaciones ilegales y torturas, el debate sobre la concesión de las facultades extraordi­
narias al presidente y el debate sobre la ley de amnistía propuesta en 1935, se confundía.
Había diputados y senadores que no querían concederla para los que intervinieron en el
golpe del 28 de febrero y, en cambio, la aceptaban para las demás personas que ha­
bían sido condenadas por otras causas. Como en el caso del Presidente Montt en
1857, el gobierno de Alessandri se opuso a una amnistía que dejaría «impunes» a
los que habían delinquido contra «el orden» y la seguridad interior del Estado, fue­
ran obreros ferroviarios o los golpistas del 28 de febrero de 1936.
En el Senado se llegaba a votar la ley «delito por delito». Cada votación termi­
naba en divisiones fuertes y sin mayorías claras respecto a los delitos electorales, los
delitos contra la seguridad interior del estado y otros varios. Según el senador demó­
crata Juan Pradeñas, el 95 % de los afectados en el caso de delitos establecidos de
acuerdo al Decreto Ley 50 eran obreros.60 Por otro lado, el senador conservador, Héctor
Rodríguez de la Sotta, votó por la negativa porque la amnistía excluía a los militares.
El senador radical socialista, Guillermo Azocar indicó que los acuerdos dentro del
Frente Popular eran de una amnistía amplia, «sin exclusión de nadie, obreros, em­
pleados, civiles o militares». La ley fue aprobada en el Senado por 19-18. En la Cáma­
ra de Diputados los debates fueron aún más complicados. El diputado Julio Pereira,
quien había votado en contra de la amnistía de 1934, expresó su desconcierto al escu­
char de nuevo los mismos argumentos:
«la unión de la familia chilena; el manto generoso del olvido; el espíritu cristiano.
...Nos hemos equivocado; en vez de conseguir este objetivo hemos alentado a los delin­
cuentes profesionales de la revuelta. ...Nuevas amnistías demostrarán al país y ala
historia, no sólo que el Congreso no sabe velar por su estabilidad y su honor, sino que
procede de acuerdo y en combinación con los asesinos de la República.
..no unamos a la familia chilena amnistiando a los que merecen castigo. Unámosla
sancionando a los culpables; extirpando las luchas de clases”.61
Los vencedores de Lircay en 1830 habían querido extirpar los «jérmenes libera­
les», ahora Rodríguez de la Sotta proponía la extirpación de «las luchas de clases». En

60 Ver Senado, sesión 27a. de 13 de julio y sesión 32a. de 15 de julio de 1936, en que varias veces se dan
votaciones de 19-18,18-19; 18-18, en debates sumamente confusos. La amnistía para los obreros ferrovia­
rios no fue aprobada.
61 Cámara de Diputados, sesión 62a. de 7 de septiembre de 1936:3373-3374.

49
cambio, el diputado radical y futuro presidente, Gabriel González Videla, fundamentó su
voto a favor de la amnistía, preguntando: “¿qué sanción han recibido los que asaltaron el
poder el año 1924 en este país? ¿Qué sanción han recibido los hombres que fueron a
golpear las puertas de los cuarteles, a fin de alterar el orden constitucional y establecer
la primera dictadura, la primera vergonzosa dictadura que sufriera este país? Ninguna.
En cambio, ahora se quiere sancionar ¿a quiénes? A unos modestos ferroviarios...”.62 La
votación fue de 37 a favor y 37 en contra, con varios señores diputados pareados.63 En una
segunda votación los votos afirmativos prevalecieron 39-36, pero la Ley 5.909 salió sin
amnistía para «los responsables de atentar contra la seguridad interior del Estado» (que
serían indultados junto a otros «delincuentes» políticos en 1939, por Pedro Aguirre Cer­
da, quien sucedería como presidente a Arturo Alessandri).

Amnistía 1936, Ley 5.909

“Otórgase amnistía general a todos los autores, cómplices o encubridores de delitos


electorales, delitos políticos y delitos de incitación a la huelga”.
Esta fue otra amnistía sin consenso, sin clara cobertura, resultado de rencorosos
debates y de las componendas políticas del momento. La amnistía salió contra la volun­
tad de Alessandri y de los partidos de derecha. Muchos «principistas» socialistas, que se
opusieron a la amnistía de 1934, fueron los más ávidos defensores de la amnistía de 1936.
La intranquilidad del país y la permanente lucha política desmentían las declara­
ciones de Alessandri, en las que afirmaba que se había «restaurado» el orden y el respeto
por la Constitución y las leyes. El gobierno se mantenía sobre la base de una coalición
precaria de partidos de derecha, además de la participación eventual de demócratas,
radicales y otros «independientes». De hecho, todo dependía de la lealtad, o mejor dicho,
del apoyo de las Fuerzas Armadas y de Carabineros. Los socialistas denunciaban las per­
secuciones, los encarcelamientos, las flagelaciones en las cárceles, las relegaciones y has­
ta la cancelación de la ciudadanía de sus adherentes. En el Senado, Marmaduke Grove
declaró: “Todos sabemos, señor Presidente, que es un hecho que no admite discusión, el
de que a los presos políticos se les trata en la misma o peor forma que a delincuentes
vulgares”.64

Ibid: 3377.
El pareo era un acuerdo entre dos diputados de diferentes tendencias de abstenerse de votar en ausencia
del otro, o por alguna conveniencia política o abstenerse ambos de votar en relación a alguna materia,
suponiéndose que sus votos se anularían mutuamente.
Senado, sesión 9a. extraordinaria de 16 de marzo de 1936:145-46.

50
El nazismo; el comunismo; los trotskistas; la derecha democrática; la crisis econó­
mica mundial; el auge del fascismo en Europa y un sistema político no consensuado y
atacado por distintos motivos desde los grupos más diversos se habían ido constituyendo
en presiones ineludibles para un Presidente de la República que quiso ser «el mismo
[León] del 20» y a la vez «el restaurador». Una amnistía promulgada en 1934 que más
bien dividió que unió a la familia chilena. Una propuesta de amnistía en 1935-36 que
llegó a aprobarse a medias. ¿Qué hacer?
Lo más «natural» era volver a la «solución» portaliana, al «absolutismo ilustrado»
con la máscara de república constitucional. La candidatura presidencial de Gustavo Ross
se veía venir. Mientras tanto, por tercera vez el Presidente solicitó facultades extraordina­
rias. Hoy proclamó: “La ciudadanía será nuevamente engrillada y encadenada. ...Acoge­
mos la tercera Ley de Facultades Extraordinarias con sentimiento de alarma. Nos parece
una mecha junto a un barril de pólvora”.65 En el mismo ejemplar otro artículo se titulaba
“La República, las instituciones y el Gobierno al borde del abismo”.66

La Ley de Seguridad Interior del Estado, 1937

Alessandri pidió facultades extraordinarias porque “peligra el régimen de la de­


mocracia, y que el Ejecutivo os pide mayor suma de facultades porque considera vitalmente
necesario asegurar el régimen de libertad”.67 El Congreso concedió de nuevo las faculta­
des solicitadas, pero resultó más difícil que en el pasado convencer a algunos congresales
de la necesidad de tales medidas. El gobierno presentó un proyecto de ley sobre Seguri­
dad Interior del Estado, prefiriendo legitimar la «protección del régimen» con una nueva
ley del Congreso, en vez de fundamentarla en el Decreto Ley 50 o tener que pedir facul­
tades extraordinarias tan seguidamente. En diciembre de 1936, dicho proyecto de ley se
debatía y peleaba «con dientes y muelas». El Ministro del Interior, Luis Salas Romo y los
legisladores que lo apoyaban, argumentaban que la nueva ley haría poco más que regla­
mentar todas las disposiciones sobre el tema, las que venían adoptándose desde la legisla­
ción penal de 1874, hasta los decretos leyes y las leyes del Congreso desde la década de
1920 hasta 1932. Para convencer a los legisladores de la necesidad de tal ley, resumían la
historia política y jurídica europea, desde la Edad Media hasta la fecha, para concluir que:
“La razón de ser de esta legislación es, en síntesis, la necesidad de defender el régimen
democrático de gobierno... no puede discutirse, por lo menos en abstracto, la necesidad

65 “Por Tercera Vez...” Hoy, 4 de marzo de 1936:1.


66 Ibid: 8.
67 Mensaje al Congreso pidiendo facultades extraordinarias, citado en Hoy, 11 de marzo de 1936: 8.

51
de dotar al Gobierno de leyes especiales para la defensa del Estado, ya sean ellas benig­
nas o drásticas, según las circunstancias en que se desenvuelve la vida de cada país”.68
La oposición caracterizó al proyecto como «tiránico», argumentando, en todo caso,
que la Constitución de 1925 no tenía ninguna legitimidad, ni por su origen ni por la manera de
imponerse, ya que fue plebiscitada sin asamblea constituyente. Los opositores dijeron que la
democracia que se pretendía proteger jamás había existido en Chile. El diputado Carlos
Müller declaró que en Chile, «como en todos los países sudamericanos, no ha existido jamás
una Democracia pura, real, efectiva. La Democracia sólo la hemos conocido por el nombre».
Siguió:
“En Chile muere la tercera parte de los niños nacidos.
Diversas enfermedades cortan en flor la vida de doscientos cincuenta niños, por cada
mil. Existen más de sesenta mil niños abandonados. Más de medio millón no concurre
a la escuela, por falta de alimentación, vestuario, y habitación higiénica. Su mortali­
dad general tiene un coeficiente de 26,8 por ciento... Chile, en estas condiciones, vive en
continua inquietud.
Las garantías individuales estableadas en la Constitución sólo han existido para ser
suspendidas.
Durante estos últimos cuatro años se ha solicitado tres veces facultades extraordina­
rias y se declaró el estado de sitio, censurándose continuamente la prensa, desterrándose
millares de ciudadanos, procesándose y encarcelándose numerosos trabajadores,
clausurándose los locales obreros, prohibiéndose la organización sindical y el ejercicio
del derecho de huelga, y la manifestación de toda opinión contraria al régimen
imperante.
...Con este proyecto de ley se pretende ahogar el grito del hombre miserable, del esclavo
que se rebela antes de entrar en el circo para morir entre las garras de las fieras
capitalistas...
El gobierno confunde a sus conciudadanos con un rebaño furioso a quien es preciso
encadenar...”.69
El diputado Carlos Vicuña, en un discurso largo y emocionante proclamó:
“Porque los fariseos no tenían razones contra Jesús, lo crucificaron; porque la Inquisición
no podía hacer callar a los sabios, los quemaba vivos; porque el desgraciado Ibáñez no
podía demostrar que tenía la razón por su parte, deportaba y mataba a sus enemigos.

Ministro del Interior, Cámara de Diputados, sesión 13a. extraordinaria de 15 de diciembre de 1936:820-21.
Ver el discurso del diputado Müller en la sesión 17a. extraordinaria de la Cámara de Diputados de 22
diciembre de 1936:1077-1080.

52
No os deshonréis, señores Diputados, aprobando esta ley infame y sin objeto; no inten­
téis detener el movimiento de traslación de los espíritus, porque es tan demencial como
intentar detener el movimiento de traslación de la tierra.
...los tiempos nuevos vendrán de todos modos, y fecundarán la tierra con la sangre de
los mártires humildes...”.70
El 23 de diciembre, en la misma Cámara, el diputado Arturo Lois fue aún más
lejos, atacando al sistema capitalista, a las instituciones de la República y a la Iglesia
Católica:
“Ni más ni menos que como en el tiempo de la Inquisición, se condena también al
hambre, a la miseria, a la muerte...
Y así como en nombre de Dios y para su excelsa gloria, así como para salvar las almas,
conservar la integridad de la fé, la unidad y supremacía de la iglesia, imprimieron una
vigorosa ofensiva y persecución a los que no eran de sus creencias, estableciendo las
Cruzadas y el tribunal famoso de la Inquisición, aquí en nombre de la Patria, para
salvarla del comunismo según se afirma, para unir a la familia chilena, para seguir en
el mentado orden social existente se crea con esta ley una nueva Cruzada anticomunista
o antifrentista, un nuevo tribunal inquisidor que hiera de muerte las libertades públi­
cas y el librepensamiento. ¡Qué nada escapa a sus castigos, sanciones, excomuniones!
...Tanto el orden admirable del universo como el orden social de que se nos habla y que
hoy se esgrime como pretexto para coger en sus manos todas las armas imaginarias,
son un mito y la más absurda de las mistificaciones”.71
La intensidad del debate hizo que la aseveración del diputado comunista, Andrés
Escobar, sirviera casi como un alivio en la discusión: «esta premura en obtener una ley de
represión sin ninguna causa que lo justifique, sólo puede explicarse por la proximidad de
una contienda electoral, en la que uno de los bandos en lucha, la reacción derechista,
tratará de aprovecharla al máximo para violentar la conciencia ciudadana».72
Lo que estaba en juego no era solamente la próxima elección, sino el significado
mismo de Patria, de la «inclusividad» de la «familia chilena», es decir, quiénes formaban
parte de ella y quiénes no, de la naturaleza del régimen político y de la misma sociedad.
El poder de definir y de gobernar. La lucha ideológica derivada de la «cuestión social» y
de los profundos cambios socioeconómicos empujó a los contendores a una polarización
creciente expresada en discursos y estrategias antagónicas. Por eso, una ley de «seguri­
dad interior del Estado», servía para emprender una nueva inquisición, convirtiendo al
poder judicial en un nuevo tribunal inquisidor.

70 Cámara de Diputados, sesión 17a. extraordinaria de 22 diciembre de 1936:1076-77.


71 Cámara de Diputados, sesión 18a. extraordinaria de 23 diciembre de 1936:1110-11.
72 Ibid: 1114.

53
Tanto de la izquierda política como de la derecha emanaba un discurso de amenaza
y de «soluciones» draconianas. Un incidente violento ocurrido en la estación ferroviaria de
Rancagua el 15 de noviembre, contribuyó a dramatizar la situación: un grupo de nazistas
dispararon desde un tren contra manifestantes hostiles. El gobierno respondió proponien­
do dar trámite de urgencia al proyecto de Ley de Seguridad Interior del Estado.73
La Ley 6.026 de Seguridad Interior salió aprobada en la Cámara de Diputados por
el escaso margen de 65 a favor y 60 en contra. La discusión se trasladó al Senado, donde
también fue aprobada la ley por un margen mínimo (22-18), después de amargos debates.
Finalmente, Chile era un país políticamente dividido no obstante las amnistías de 1934 y
1936 y la restauración propuesta por Alessandri.

Senado, 12 de enero, 1937:

“Grove: Ustedes tiemblan cuando se habla del pueblo ruso, porque supo levantarse, y
no sólo mató al Zar de Rusia, a su mujer y sus hijos, sino que los quemó y aventó sus
cenizas, para que nunca más volviera a haber dictadura de esa clase.
Walker: Y ustedes quieren matar a todos los enemigos de ese régimen.
Grove: Nosotros velamos por sus mujeres y por sus hijos.
Walker: Muchas gracias.
Grove: Pero ustedes van a morir todos... los viejos van a morir de muerte natural. Y de
susto todos los demás”.74
Este discurso de Grove como otros y sus equivalentes producidos por voceros de la
derecha, ejemplifican y caracterizan - dentro de los distintos tonos y la variabilidad de sus
contenidos- el marco relacional de la lucha política hasta la década de 1990. La Patria se
compartía, pero también se disputaba, tanto su significado como el control de sus recursos.
Como en los tiempos de Portales y Vidaurre, se odiaba, se luchaba y a veces se mataba en
nombre de la Patria.
La Ley 6.026, de Seguridad Interior del Estado, fue promulgada el 12 de febrero
de 1937, después de una indicación de Alessandri (2 febrero, 1937), que aumentaba la
participación de los miembros del Cuerpo de Carabineros y de la Sección de Investigacio­
nes como testigos en los procesos que resultaban de la aplicación de la ley. En versiones
modificadas, esta ley se aplicaría en Chile hasta la década de 1990.

Donoso, n, (1954): 198.


Citado en Donoso, n, (1954): 204.

54
La contienda política de 1937-38

Las elecciones parlamentarias de marzo de 1937 cambiaron muy poco la repre­


sentación en el Senado, aunque en la Cámara de Diputados la izquierda ganaba terreno.
Se incorporaron también tres diputados nazistas, seis de la juventud conservadora que se
identificaba con el grupo progresista social cristiano y por primera vez fueron elegidos
dos extranjeros nacionalizados. En la campaña electoral, la prensa de derecha advertía
las graves consecuencias de una posible victoria de los candidatos del Frente Popular,
tanto para el país como para la Iglesia y los creyentes. El Diario Ilustrado del 2 de marzo
de 1937 encaró a sus lectores con las palabras del conservador Joaquín Prieto Concha:
“Dos civilizaciones... son las que se enfrentan el domingo: la mongólica feroz y sanguina­
ria, dirigida desde Moscú y la cristiana que, durante veinte siglos, ha sido la cuna de la
cultura y del progreso”.75 Por su parte, La Opinión y La Hora culpaban a la derecha y al
capitalismo de todos los males de la historia humana. Como siempre en los combates
políticos chilenos, la prensa formaba una parte integral del conflicto y más que informar
acerca de las noticias, inflamaba la lucha y predecía la inminente conflagración.
En los debates en el Congreso, los partidos políticos definían sus posiciones en los
tiempos de incidentes y debates, muchas veces los voceros que representaban sus líneas
eran escogidos por su capacidad retórica. Los oradores citaban la Biblia, al Papa, a los
parlamentarios ingleses que defendieron sus fueros contra Carlos I en el siglo XVH, a Car­
los Marx, a Francisco Franco y a los proceres de la Patria. Habían llegado al Congreso
nuevos elementos del Partido Conservador, los jóvenes que más tarde fundarían el Partido
Demócrata Cristiano y también del partido más nuevo, el Socialista. Los discursos eran
frecuentemente de principios y a veces folclóricos. En mayo de 1937, el diputado Julio
Barrenechea le insinuó al diputado liberal Raúl Marín:
“Es cierto, esa clase [dominante] le ha dado a este pueblo gotitas de leche de la inmen­
sa ubre del terratenientismo chileno. Y el pueblo, Honorable Cámara, se cree con el
derecho de tomar los mismos vasos de leche que desde los albores de nuestra nacionali­
dad viene tomando la clase a que pertenece el señor Marín; y para que este pueblo no se
tome esa leche empujado sólo por la desesperación y la desorganización se ha formado
el Partido Socialista, que quiere encauzar ordenadamente hacia la conquista del futu­
ro los derechos de este pueblo de Chile, hasta hoy aplastado por la clase que defiende el
señor Marín, aunque él no lo sepa...
Creo que el señor Marín está defendiendo esa clase porque está convencido que esa clase es
el país.

Citado en Lagarrigue (1995): 148.

55
El señor Latcham: Esa clase no la reconoce el señor Marín. El señor Marín es un pa­
riente pobre de la clase alta.
El señor Barrenechea: Este es, para terminar, Honorable Cámara el pecado de interpre­
tación que tiene la derecha: creer que la oligarquía de Chile es el país de Chile...”.76
Un subtexto permanente en los debates de 1937 fue la posibilidad de una nueva
ruptura en el sistema, involucrando a las Fuerzas Armadas. Se debatía la responsabilidad
de los “hechos” de 1924, 1925 y del 4 de junio de 1932. En julio de 1937, el senador
comunista, Elias Lafferte, advertía: “En Chile la amenaza fascista ha tomado diversos
caracteres, se ha revestido de múltiples matices. Ni siquiera ha faltado la gestación
embrionaria de un nacismo criollo que nace explotando demagógicamente el sentimien­
to nacional vulnerado y pisoteado por el capitalismo extranjero con la complicidad mani­
fiesta de la oligarquía chilena”.77 Pero, añadió Lafferte, “el pueblo confía en el Ejército,
confía en esas aspiraciones progresistas y democráticas que más de una vez lo han lleva­
do a intervenir en política para corregir los desmanes de la camarilla oligárquica que
está despojando al país. ...El Ejército comienza a ver claro quiénes son los enemigos del
país y del pueblo y confiamos en que se negarían a secundar la tentativa reaccionaria de
un golpe de Estado para sumir al país en el infierno de una dictadura”.78 Dentro de poco
tiempo, los nazistas darían su voto al Frente Popular y el Comandante del Ejército, con
una declaración pública que tranquilizaría los ánimos después de la elección presiden­
cial de 1938, evitaría una ruptura política al asumir un presidente en representación del
Frente Popular.
Mientras tanto, en 1937, la derecha retenía su control en el Congreso y su
poder de veto. Aún así, todos los sectores reconocieron el papel vergonzoso del
cohecho en los comicios de 1937 y la reconfiguración del Congreso, lo que produjo
una nueva crisis de gabinete que terminó con la renuncia de Gustavo Ross, Minis­
tro de Hacienda. Ross iba a ser el candidato presidencial de la derecha, era odiado
por los sectores populares y tanto los nazistas como los partidos de izquierda lo
veían como «el diablo con forma humana». El vocero del nazismo, Jorge González
von Marées, ostensiblemente protegido por el fuero parlamentario, incitaba a la
violencia y a la revolución por radio, por escrito, en el Congreso y en las plazas
públicas. Alessandri respondió con un oficio, leído el 13 de julio en la Cámara:
“quiero hacer saber que, en cumplimiento del primordial deber de la autoridad legíti­
mamente constituida, cual es el de mantener el orden y el respeto a las instituciones

Cámara de Diputados, sesión 4a. sesión de 31 de mayo de 1937:176-177.


Senado, sesión 17a. de 1 de julio de 1937:448.
Ibid: 449.

56
fundamentales de la República, se aplastará a la fuerza ilícita con la fuerza legítima y
a la violencia con que se amenaza se opondrá también la violencia.
A eso interrumpió el diputado Godoy Urrutia, exclamando: «La tiranía»”.79*
El nazista González admiraba a Portales, igual que Alessandri. Ambos habían lle­
gado a odiar al «régimen parlamentario». Creían que en Chile se necesitaba un régimen
de «autoridad». Los socialistas también rechazaban el régimen, anunciaron que la elec­
ción de Ross como presidente sería inaceptable. Carlos Alberto Martínez declaró: “Sepa
la oligarquía, sepa el país, que a Ross lo combatimos por todos los medios, y por todos los
caminos: por las vías legales, si es suficiente; por la revolución si es necesario”.w
Desde fines de 1937, la elección presidencial de 1938 fue el tema principal de la
política nacional definiendo el enfoque de los problemas.81 Los candidatos eran: Ross,
quien había sido ministro de Alessandri, responsable de la economía nacional. Ibáñez
(apoyado por los nazistas), Grove y Aguirre Cerda (candidato del Frente Popular). El
Presidente apenas podía mantener el orden, al menos sin salirse él mismo de la Consti­
tución y la ley. Un caso que ejemplifica esta situación, fue cuando Alessandri hizo re­
quisar y destruir, contra la ley y contra la decisión del poder judicial, la edición N. 285
de la revista satírica Topaze. El Presidente justificó posteriormente este acto ilegal en
carta del 10 de marzo de 1938, afirmando que no quería que los «autores de los delitos
[de injuria y desacato, desechados por la Corte] alcanzaran la impunidad, lo que produ­
ce una patriótica inquietud en los que a toda costa se esfuerzan por mantener el régi­
men democrático».82 El Presidente confesó su delito, impidió ilegalmente la circula­
ción de la prensa para «defender la constitución y las leyes». La Unión de Valparaíso
opinó que el Presidente era culpable de un delito común, «para cuyo juzgamiento no
hay fuero constitucional».83 Pero la impunidad también reinaría, una vez más, para

79 Cámara de Diputados, sesión 21a. de 13 de julio de 1937:1108.


” Fines de julio, en la Cámara citado por Donoso, H, (1954): 218.
81 Un repaso de la prensa política y el ambiente de «guerra civil inminente», hasta la caracterización del
candidato presidencial del Frente Popular, Pedro Aguirre Cerda, como el «Kerensky chileno», se encuen­
tra en Marta Infante Barros, Testigos del treinta ocho, Santiago: Editorial Andrés Bello, 1972. La autora
incluye titulares, citas, y referencias a artículos de El Diario Ilustrado, El Imparcial, El Mercurio, Ercilla,
Frente Popular, Hoy, La Hora, La Nación, La Opinión, Topaze y Trabajo, con descripciones breves de las ten­
dencias ideológicas y partidistas de cada diario o revista. Al leer este libro se «siente» el calor de las
pasiones en juego y se puede experimentar la profundidad de los antagonismos, de los discursos y sueños
de los contendores por el poder en 1938. El libro comienza con varios titulares, como «El actual Presidente
es el Kerensky chileno», «La derecha está vendida al imperialismo», «La izquierda se deja atraer por el
oro de Moscú». Publicado en 1972, la autora estaba muy consciente de que «Estas frases y muchas otras
traducen un conflicto que se repite periódicamente en la historia del país. ...La lucha está siempre
latente» (p. 9).
82 Carta de Alessandri al Segundo Juzgado del Crimen de Santiago, 10 de marzo, 1938.
83 Citado en Donoso, n, (1954): 231.

57
Alessandri y para los funcionarios de Investigaciones que habían violado la propiedad
privada y habían impedido ilegalmente la circulación de la revista.
El 21 de mayo de 1938, Alessandri iba a leer su último mensaje presidencial ante
el Congreso. El Presidente fue al recinto parlamentario acompañado de agentes de segu­
ridad, de Investigaciones y personal de Carabineros situados en los alrededores. Cuando
Gabriel González Videla, presidente en ejercicio del Frente Popular pidió la palabra, le
apuntaban las pistolas de algunos «matones». La representación de izquierda empezaba
a retirarse de la sala cuando Alessandri se puso de pie y el diputado nazista González von
Marées, disparó un tiro de revólver, siendo desarmado de inmediato por Carabineros.
Varios otros diputados sufrieron vejaciones al salir del Congreso y algunos fueron deteni­
dos, después de unas horas de drama, tropas de Carabineros y funcionarios de Investiga­
ciones entraron al recinto del Congreso para detener al diputado nazista. El contrapunto
lo dio Alessandri en su discurso: “Este país es hoy día un modelo de orden y prosperidad
en todas sus actividades y energías nacionales”.84
Días después en la Cámara, González von Marées declaró:
“Digo que son un símbolo esa pistola y ese balazo... de lo que va a suceder en este país...
han sido la advertencia dada por la izquierda política de Chile, férreamente unida, y a
la que nosotros los nacionales socialistas nos honramos de pertenecer, de que ella está
dispuesta a imponer sus ideales, que son los del pueblo, por la razón o la fuerza, con la
ley o contra la ley, e incluso si las circunstancias lo exigen, con el derramamiento de la
sangre de los que se opongan a estos altos designios”.85
Por la razón o la fuerza, con la ley o contra la ley, tan chileno como Portales,
Balmaceda, Alessandri, Ibáñez, Grove, Merino Benítez y los líderes del Partido Radical, el
caudillo nazista, además de auto identificarse con la izquierda, proclamó que iba a impo­
ner sus ideales, aunque costara la sangre de los que se opusieran.
No había reconciliación en Chile, como no hubo tampoco una conciliación inicial.
El «paraíso perdido» era una leyenda y «la familia chilena» un mito. Nuevamente se
levantó una acusación constitucional contra el Ministro del Interior por la «agresión con­
tra el poder legislativo» cometido por Carabineros al «allanar» el recinto del Congreso y
al «restablecer el orden», llevando detenidos a dos parlamentarios.
Parecía que una nueva ruptura violenta estaba próxima. El Frente Popular acusa­
ba al gobierno de no ofrecer garantías para las elecciones y, como en todos los conflictos
desde 1828, de violar la Constitución y las leyes de la República. Según el vocero del
Frente Popular, el diputado González Videla:
“El Gobierno de la República ha violado la Constitución y la ley sin límite ni pudor, llegan­
do hasta ordenar el robo e incendio de una edición de un periódico de oposición.

Citado en Donoso, n, (1954): 243.


Cámara de Diputados, sesión 2a. de 23 de mayo de 1938:109.

58
Hecho auténtico y verídico, que ha merecido, como saben los señores Diputados, la protesta
airada de muchos elementos de derecha y aun de un partido que hoy forma parte dél
Gobierno”.86
El diputado Francisco Labbé denunció, en cambio, que la izquierda no quería la
concordia, que «hay odios, hay pasiones, hay rencor en la prensa de izquierda que con
todos los epítetos posibles se ha dirigido a todos los ámbitos del país, en contra del Pri­
mer Mandatario de la República».87 Ya el 14 de mayo El Mercurio señaló en un editorial:
«La oposición que se hace en Chile va más lejos de cuanto es permisible y está a punto de
producir una crisis política que no deseamos y que justificaría los peores pronósticos».
La Nación amenazó el 22 de mayo: «Los dirigentes de la oposición deben meditar seria­
mente en la responsabilidad que asumen al crear, con su actividad provocadora, un am­
biente favorable para acontecimientos que todo el país tendría que lamentar...». El dipu­
tado comunista, Carlos Contreras Labarca pronosticó: “Vamos al abismo... La oligarquía
sabe a dónde va, y conduce los acontecimientos de manera tal, que sea posible dar el
último empujón para dominar el país de una manera dictatorial, a la manera de los fascis­
tas...”.88 La prensa, los legisladores, los partidos, anunciaron la venida del Armagedón;
eco de los discursos emitidos en los momentos previos de las guerras civiles del siglo XIX
y de los pronunciamientos cívico-militares de 1924-25 y 1932.

La acusación constitucional de 1938

El 23 de mayo de 1938 fue presentada en la Cámara de Diputados una nueva


acusación constitucional contra el Ministro del Interior, Luis Salas Romo por “infrac­
ciones de la Constitución y atropellamiento de las leyes” en los incidentes violentos
en la Cámara de Diputados el 21 de mayo de 1938.89 En el curso del debate sobre la
acusación declaró el diputado Carlos Contreras Labarca: “Es un hecho evidente que
estamos en presencia de un proceso de transformación del régimen actual en un régi­
men fascista, proceso que se desarrolla a pasos de gigante. La oligarquía gobernante
no disimula su preferencia hasta su idolatría hacia las formas directas y desembozadas
de un régimen autoritario, represivo, dictatorial”.90 Es decir, las acusaciones, más allá
de la función jurídico política que le asignaba la Constitución de 1925, servían de foro
público de denuncia, de protesta, de llamadas morales y políticas alternativas. Este

86 Cámara de Diputados, sesión 6a. de 31 mayo de 1938:303.


87 Ibid: 335.
88 Ibid: 338.
89 Cámara de Diputados, sesión 2a. de 23 de mayo de 1938: 96-97.
90 Cámara de Diputados, sesión 6a. de 31 de mayo de 1938:337.

59
hecho fue reconocido por casi todos los participantes, como demuestra la interven­
ción del diputado Francisco Javier Labbé: “La hoguera se ha encendido; se han repe­
tido los fuegos; cada vez se caldea mucho más el ambiente y se avivan las pasiones
que perturban los criterios”.91
La acusación constitucional contra el Ministro del Interior fue rechazada por
una votación de 71 contra 63. Al fundar su voto, el diputado Salvador Allende comentó
que “como médico voy a votar favorablemente la acusación no sólo por higiene política
sino también por higiene social, a pesar que como técnico que sabe psiquiatría, declaro
que para mí el Ministro del Interior es tan sólo un loco moral que debe ir del Ministerio
a la Casa de Orates”.92
Rechazada la acusación, enseguida se debatía otra, formulada en parte porque el
Ministro había ordenado a los jefes de la fuerza pública que no concurrieran a declarar
ante la Comisión de Acusación.93 El diputado Rolando Merino declaró:
“Y lo mismo que en el año 24, veo el rompimiento de las instituciones fundamentales,
su derrumbe, porque hay un Presidente que ordena atropellar, porque hay un Ministro
que atropella o porque, quizás, haya una mayoría de derecha que, olvidando la digni­
dad del Parlamento, quiere otorgar una carta de indemnidad a un hombre; creyendo
defender así sus intereses, creyendo erróneamente defender una combinación de Go­
bierno, cuando en realidad, con esa actitud se hiere a sí misma, porque destruye la
dignidad del Parlamento, organismo fundamental en el juego y existencia de los regí­
menes democráticos.
Si nosotros declaramos que el señor Ministro Salas no tiene responsabilidad, habremos decla­
rado que en este país se puede hacer todo, atropellarlo todo, sin que sobre los atropelladores
caiga la sanción de la ley y la sanción de los hombres honrados de este país”.94
Merino argumentaba contra la impunidad, por la dignidad del Congreso y de la
democracia. Por eso había que aprobar la acusación. Nada dijo Merino sobre la amnis­
tía de 1934 ni sobre el 4 de junio de 1932, cuando el Congreso fue disuelto por decreto
de la primera junta socialista. De nuevo el diputado Salvador Allende entró al debate.
Al fundar su voto respecto a esta segunda acusación contra el Ministro, Allende apeló a
los diputados jóvenes «para defender a la República que ha sido mancillada. Pido que
voten afirmativamente la acusación».95 La segunda acusación fue rechazada por 72 vo­
tos contra 70, uniéndose tres diputados falangistas a la minoría.

Ibid: 334.
Ibid: 340.
Donoso, 11,(1954): 250.
Citado en Donoso, H, (1954): 251.
Cámara de Diputados, sesión 8a. de 2 de junio de 1938: 452.

60
En otros tiempos, el Ministro Salas había sido diputado y político de oposición.
Había sufrido prisiones y destierro. Como en el siglo XIX, el «subversivo» volvió de la
persecución y del destierro para reintegrarse a la política y llegar al gabinete. Ahora
fue acusado de vejar al Congreso Nacional y atropellar la Constitución. La acusación
contra Salas Romo fue, en el fondo, una acusación contra Alessandri y, más aún, con­
tra el régimen liberal capitalista. Los diputados de izquierda decían defender la dig­
nidad del Congreso y de la democracia, el mismo Congreso que calificaban de
oligárquico y la misma democracia que llamaban una farsa de la burguesía.
Los contendores decían defender la Constitución, las leyes, el orden, en fin, la Pa­
tria. Se acusaban unos a «otros» de ser enemigos de la Patria, causantes del desorden y de
la subversión. El Frente Popular comparaba a Alessandri con Balmaceda, como alguien que
atropellaba el poder legislativo y la Constitución, aludiendo al «desenlace dramático y
sangriento: la Revolución de 91».96 Circulaban rumores de golpe del Estado, los conspira­
dores intentaron involucrar a elementos de las Fuerzas Armadas. El Comité Ejecutivo Na­
cional del Frente Popular acordó denunciar a la nación «que el Presidente Alessandri, al
colocarse al margen de la Constitución con sus declaraciones y actitudes provocadoras, está em­
pujando al país a la guerra civil...”.97 El candidato de la derecha, Gustavo Ross, proclamó
que el Frente Popular “es el hijo legítimo del komintern ruso soviético y el aborto de los
nacistas”.98
La contienda electoral de 1938 se enmarcaba, así, en discursos antagónicos que
proponían utopías irreconciliables y predecían el cataclismo; en conflictos ideológicos
mundiales, la guerra civil en España y las cambiantes relaciones entre la Unión Soviéti­
ca, Alemania, Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Por todos lados se pronosticaba la
ruptura del régimen. En agosto, el otra vez candidato a la presidencia, Carlos Ibáñez
proclamó: «Estamos precisamente en el mismo punto neurálgico a que condujo la Repú­
blica el Excmo. Señor Alessandri en su primer gobierno. Es el mismo estado de exaspera­
ción, de exacerbación espiritual que caracterizó los últimos meses de 1923».99

96 Cámara de Diputados, sesión 6a. de 31 de mayo de 1938:315.


97 Leído por el diputado Gabriel González Videla en la Cámara de Diputados. Véase, sesión 6a. de 31 mayo de
1938:309.
98 La Nación, 12 de junio de 1938, citado en Germán Urzúa Valenzuela, Los partidos políticos chilenos. Las
fuerzas políticas. Ensayos de insurgencia política en Chile, Santiago: Editorial Jurídica, 1968: 79.
99 Citado en Donoso, H, (1954): 253.

61
La matanza en la Caja del Seguro Obrero

El 5 de septiembre de 1938, un sangriento trauma político volcó el desenlace de la


contienda electoral hacia el candidato presidencial del Frente Popular. El Presidente
Alessandri ordenó reprimir a un grupo de estudiantes universitarios y a otros nazistas
que ocuparon la Casa Central de la Universidad de Chile y la sede de la Caja del Seguro
Obrero. El gobierno respondió al movimiento considerándolo como parte de un intento
de golpe de estado que impondría a Carlos Ibáñez como presidente. Cuando los estudian­
tes estaban ya detenidos y rendidos, los carabineros los masacraron a sangre fría. Poste­
riormente, Alessandri dijo que asumía toda la responsabilidad de la represión, aunque
negaba haber dado la orden de fusilarlos, sino solamente de aplastar la sublevación. Se­
gún oficiales militares que dieron su testimonio en los procesos que siguieron, el general
Amagada, quién mantenía un contacto permanente con Alessandri, había ordenado ¡Má­
tenlos a todos! Según Alessandri la patria peligraba:
“Estas razones y la vida de la República que nos imponía en esos momentos la necesidad
de salvarla, cualesquiera que fuesen los medios y los sacrificios que costara, aconsejaron
la medida que ha sido tan duramente criticada y por la cual asumo toda la responsabi­
lidad, convencido que, al ordenarla, cumplía con mi deber, y seguí el camino que en
aquéllos momentos las circunstancias me imponían. Fue una medida de guerra necesa­
ria en aquellos momentos de apremio, por muy doloroso que parezca”.100
¡Una medida de guerra necesaria! ¡El país estaba en guerra! La sentencia del
Ministro Erbetta, emitida dos días antes de las elecciones presidenciales, reconoció los
delitos de rebelión a mano armada contra el gobierno, también el de conspiración, el de
homicidio de un carabinero y de lesiones inferidas a otros. También que:
“si los carabineros liquidaron la situación con la muerte de todos los rebeldes que
había en la Caja, menos cuatro, había que juzgar esos sucesos con el único criterio que
el Tribunal le era permitido aplicar, el concepto legal y jurídico, y no el inspirado en
sentimientos de otro orden, por nobles, respetables y humanitarios que fueran, y se
llegaría a la conclusión de que esa acción represiva, a pesar de sus dolorosos consecuen­
cias, no podía considerarse delictuosa, porque al usar todos los medios a su alcance, por
extremados y violentos que hubieran sido, la fuerza armada habría cumplido con el
deber imperativo que la ley le imponía”.101
A la mayoría de las fuerzas de Carabineros involucradas en «los sucesos» ocurri­
dos en la Caja de Seguro Obrero se les concederían indultos y luego amnistías; respecto a

100 Discurso radiodifundido el 30 de septiembre de 1938, citado en Donoso, H, (1954): 289-90; negrilla de los
autores.
101 Sentencia de 23 de octubre de 1938, citado en Donoso, IL, (1954): 292-294.

62
los pocos procesados, después de un tiempo, sus casos fueron sobreseídos aunque a varios
los condenaron inicialmente a penas de reclusión mayor, de extrañamiento mayor y a
reclusión menor. A Carlos Ibáñez lo absolvieron de la acusación, ya que González von
Marées declaró que el ex-presidente nada tenía que ver en el caso.
Ibáñez renunció a su candidatura a la presidencia. Sus adherentes, así como los de
los nazistas apoyaron al Frente Popular, cuya consigna era «pan, techo y abrigo». La
Falange dio libertad de voto a sus partidarios.
A la medianoche del 25 de octubre, la radio de El Mercurio reconoció el triunfo de
Pedro Aguirre Cerda, por una escasísima mayoría (222.720 votos contra 218.609). Empe­
zaron entonces las maniobras para negarle la presidencia. Por razones que se harían más
evidentes en 1939, el jefe de Carabineros, general Amagada y el jefe del Ejército, gene­
ral Oscar Novoa, señalaron públicamente su reconocimiento de la victoria electoral de
Aguirre Cerda, el 11 de noviembre de 1938, asegurando así el fracaso de las conspiracio­
nes en marcha. El 12 de noviembre, Ross anunció su retiro de las reclamaciones del Tribu­
nal Calificador.102 Aguirre Cerda buscó también un «sello de aprobación» de la Iglesia a
través del prominente conservador Rafael Luis Gumucio.
El Frente Popular llegó a la presidencia. Inmediatamente después de asumir el
mando Aguirre Cerda indultó a González von Marées y a los demás condenados por el
Ministro Erbetta y por el Ministro Miguel Aylwin.

Indulto, 24 diciembre 1938.

“Indúltase a las siguientes personas, incluso de las penas accesorias que pudieren co­
rresponderles, por la responsabilidad que les afecta por su intervención en los sucesos
del 5 de septiembre en la ciudad de Santiago, y a que se refiere don Arcadio Erbetta y
don Miguel Aylwin:
Jorge González von Marées, Oscar Jiménez Pinochet, Pedro del Campo Benavente, Se­
gundo Pizarro Cárdenas, Facundo Vargas Lisboa, David Hernández Acosta, Alberto
Montes Montes, Cirilo Berríos Rojas, Juan González Mandujano, Caupolicán Clavel
Dinator, Juan Yunis Sahieh, Orlando Latorre González, Pedro Foncea Aedo, Enrique
Zorrilla Concha, Enrique Rojas Torres, Emilio Saavedra Balmaceda”.
Aguirre Cerda era experto en las técnicas de la vía chilena de reconciliación, del
manejo político de cúpulas; tuvo un aprendizaje que databa de su elección como diputa­
do por San Felipe en 1915. Como Ministro de Justicia e Instrucción Pública en la

102 La carta de Amagada al Intendente Julio Bustamante en que dice que «dicho triunfo pertenece legítima­
mente a Aguirre Cerda» es reproducida en Donoso, H, (1954): 297.

63
administración de Sanfuentes (1918) y Ministro del Interior en la primera administra­
ción de Arturo Alessandri (1920) se inició en los entretelones del teatro político. Ejerció
como senador de la República por Concepción (1921-24) y como Ministro del Interior de
Alessandri, enfrentando el pronunciamiento del 5 de septiembre de 1924. Al caer Ibáñez
en 1931, Aguirre Cerda asumió como presidente del Partido Radical. Hasta su elección
como presidente, en 1938, fue uno de los más moderados y respetados líderes del Partido
Radical. Había presenciado de cerca los acontecimientos entre 1924 y 1932; entendió
perfectamente el uso que se había hecho de los indultos, las amnistías y las otras medidas
administrativas de «reconciliación» durante el segundo gobierno de Arturo Alessandri
(1932-38). Se había opuesto a la fórmula de Frente Popular en 1937, para terminar siendo
su candidato presidencial en 1938.
Un año después del indulto concedido por Aguirre Cerda a quiénes incitaron el
fallido golpe del 5 de septiembre de 1938, la Corte de Apelaciones (28 septiembre 1939)
sobreseyó definitivamente los casos de varios de ellos, además de Ibáñez, Federico Rhebein,
Luis Farin y Manuel Mayo Bodelón; resolvió en cambio que los casos de los carabineros que
actuaron dentro del edificio del Seguro Obrero correspondía a los tribunales militares.103
Mientras tanto, varios diputados de izquierda, además de González von Marées,
presentaron el 17 de marzo de 1939 una acusación constitucional contra Arturo Alessandri
por infracción a varios artículos de la Constitución de 1925 referente a la masacre del 5
de septiembre de 1938. Alessandri ya se había dirigido al extranjero. Una comisión inves­
tigadora interrogó a varios de los participantes y constató la compra del silencio de la
tropa, los ascensos de otros y también que Alessandri intentó influenciar al magistrado
Erbetta.104
No obstante las pruebas en contra del ex-presidente, el 4 de abril, se rechazó la
acusación constitucional por 66 votos contra 53, con los liberales y conservadores votan­
do por la negativa y falangistas, socialistas, radicales y comunistas por su aceptación. Es
decir, casi la mitad de los congresales estimaron que el ex-presidente había violado la
Constitución, o en términos menos elegantes, que era responsable de haber mandado
asesinar a los estudiantes y obreros en la Caja de Seguro Obrero, que había intentado
influir impropiamente en el funcionamiento del Poder Judicial, y que había hecho todos
los esfuerzos para impedir la investigación de los hechos. El informe de la mayoría de la
Comisión había apuntado a «los hilos de una tenebrosa y sostenida maniobra que tendió
a mantener en la impunidad a los asesinos ejecutores y a los instigadores de este crimen
horrendo».105 El informe de minoría de la Comisión, que fue el que adoptó la Cámara en

Donoso, n, (1954): 316.


Los documentos sobre la comisión se reproducen en Donoso, H, (1954): Capítulo XVI.
Citado en Donoso, H, (1954): 308.

64
pleno, concluyó que no se podía demostrar que Alessandri hubiera cometido alguna in­
fracción constitucional. Iba a regir la impunidad no sólo para el ex-presidente sino para
todos los victimarios.
En un proceso seguido contra los victimarios de «los sucesos» del 5 de septiem­
bre, por homicidio y robo, una sentencia del Juzgado Militar (3 julio 1940) absolvió a los
reos Eduardo Gordon Benavides y varios otros, pero condenó a Amagada, González
Cifuentes y Juan Bautista Pezoa a 20 años de presidio mayor y a la inhabilitación absolu­
ta y perpetua para cargos y oficios públicos. Pocos días después, el 10 de julio de 1940, el
Presidente Aguirre Cerda indultó a todos los condenados por el Juzgado Militar, cumpliendo
así la promesa que había hecho a Arriagada, de «salvarle la vida», aparentemente a cam­
bio de la carta de apoyo que consolidara la victoria electoral en 1938.106 Previamente,
Aguirre Cerda había llamado a retiro al general Humberto Arriagada y también al coro­
nel Pezoa, los dos oficiales de mando más implicados en la matanza del Seguro Obrero,
que los alessandristas seguían denominando «movimiento sedicioso», «motín revolucio­
nario» o «asonada nazista». Una parte del decreto de indulto fechado el 10 de julio de
1940, se refería sin disfraz, a la responsabilidad directa del Presidente Alessandri y que,
“en esas circunstancias, habiéndose producido situaciones de orden constitucional y
legal que impiden responsabilizar de los hechos a las altas autoridades administrati­
vas que intervinieron en ellas en la forma que se ha anotado, aparece sin la debida
justicia el castigo de funcionarios policiales que obraron en cumplimiento de órdenes
que emanaron del Gobierno que tenían autoridad de mando sobre ellos (...)
Que estos antecedentes que, si bien no tienen fuerza legal para eliminar la responsabi­
lidad del personal de Carabineros procesado, y, por consiguiente, no han podido ser
tomados en cuenta en el fallo judicial, son de aquellas que el Presidente de la Repúbli­
ca debe considerar para hacer uso de la facultad privativa de conceder indultos que le
otorga la Constitución Política del Estado (...)
Que en los antecedentes del sumario se desprende que los citados carabineros
movidos por un exceso de celo funcionario que beneficiaba exclusivamente al Gobierno y
en circunstancias graves e imprevistas; y Visto la facultad que confiere al Presidente de
la República el N° 12 del artículo 72 de la Constitución Política del Estado, Decreto:
INDULTASE a las siguientes personas, que intervinieron en los hechos a que se refiere
la parte considerativa de este decreto: Humberto Arriagada Valdivieso; Juan B. Pezoa;
Roberto González Cifuentes; Eduardo Gordon Benavides; [continúa nombrando a los
beneficiados]”.107

106 Donoso, n, (1954): 317.


107 N. 2679, Santiago 10 de Julio de 1940.

65
Obediencia debida, «celo funcionario» y, la verdad sea dicha, la promesa hecha a
Amagada respecto a su persona, al cuerpo de Carabineros y al Ejército, a ibañistas, nazistas
y a otros elementos anti-alessandristas para conseguir y sostener la victoria electoral del
candidato Aguirre Cerda y del Frente Popular. El indulto y después una amnistía en 1941,
a iniciativa del senador Pedro Opaso, selló la impunidad, base de una «reconciliación»
tan ilusoria como en 1857,1934 y 1936, legislada después de agrios debates, que más bien
reafirmaban el rechazo del orden vigente por los grupos antisistema (es decir, los que
negaron la legitimidad del sistema creado en 1925), tanto de izquierda como de extrema
derecha.
Los indultos, la amnistía y otras medidas administrativas servirían de base para la
reconfiguración del sistema de partidos que ocurriría después de 1938, pero no para re­
conciliar a los partidos ideológicos de izquierda y de derecha con el régimen liberal capi­
talista. Por otra parte, no se desconocería la utilidad instrumental de las garantías consti­
tucionales, de la participación de sus representantes en el Congreso o de la influencia
funcionaría en los gobiernos de turno. Al indulto concedido a los victimarios se sumaba el
indulto previo concedido a los conspiradores que provocaron el motín que terminó en
masacre.
El hecho fundamental fue la impunidad para todos y sería el fundamento para
restablecer, por el momento, la gobernabilidad, amenazada por el conflicto entre el Presi­
dente, el Frente Popular y la oposición, que seguía controlando el Congreso, el registro
electoral y el Poder Judicial, pudiendo dilatar u obstaculizar en varios ámbitos las pro­
puestas legislativas y programáticas del Ejecutivo.
Durante la presidencia de Aguirre Cerda (1938-41) no se llegarían a iniciar cam­
bios revolucionarios ni se reconciliarían los proyectos antagónicos sobre la Patria, que
tan fuertemente dividieron a la sociedad chilena. Pero sí se lanzarían importantes ini­
ciativas de reformas económicas y del Estado, fomentando la industrialización, un pa­
pel estatal más directivo y un enfoque explícito respecto a la justicia social. También se
mantendría el ciclo de rupturas y traumas políticos seguidos por indultos, amnistías,
resquicios legales y jurídicos y los «arreglines» políticos, que cimentaban el clientelismo
controlado por los partidos de las coaliciones gobernantes en la búsqueda de
gobernabilidad.
Desde la amnistía de 1925, con la que Alessandri buscó implantar la Constitución
de 1925, hasta la masacre de la Caja de Seguro Obrero, la vía de reconciliación chilena
seguía su desarrollo en una ruta difícil y muchas veces tortuosa. La historia del Frente
Popular, su disolución, el advenimiento de la guerra fría y las luchas políticas hasta 1952,
agregarían todavía más conspiraciones, amenazas de golpe de estado, estados de sitio,
detenciones por la ley de Seguridad Interior del Estado, un combate prolongado entre

66
«el comunismo» y «la libertad» y una ley de «defensa permanente de la democracia», a
la ruta que seguían los chilenos en el esfuerzo por construir una patria común que permi­
tiera conciliar la libertad con el orden, el pluralismo social y político con «el destino» de
la Patria.

67
Capítulo 2
El terremoto y las “movidas de piso”, 1939-1941

Cronología Política Medidas de Reconciliación,


Amnistías e Indultos

Asume Aguirre Cerda 1938 Indultos, movimiento del 5


septiembre 1938
1939
Terremoto de Chillán enero Indultos varios
Acusación constitucional contra
ex-presidente Alessandri marzo
Creación CORFO abril
Acusación constitucional contra
Min. del Interior mayo
“Complot del poker” julio
Golpe fallido, Gral. Ariosto agosto Reglamento de Indultos
1940 Indultos para represores de
movimiento de 5 septiembre 1938
Debate sobre ilegalización
del Partido Comunista 1940-41 Indultos Varios
Ruptura en Frente Popular 1941
(socialistas se retiran) enero
Elecciones marzo Ley de Amnistía 6.885 (abril 17)
Muere Aguirre Cerda 23 nov.

Desde 1932 el sistema de partidos políticos se fue reconfigurando mientras se


construía la base constitucional y jurídica de la democracia restringida. Los regímenes de
excepción, las leyes que concedían facultades extraordinarias a los presidentes de la Re­

69
pública, las leyes y decretos leyes de seguridad interior del Estado y el uso del decreto
ley 425 de 1925 sobre “abusos de publicidad” constituyeron la base de dicha democracia.
Se imponían restricciones importantes a los medios de comunicación masiva e incluso en
los discursos públicos y semipúblicos. También, mediante el nuevo Código del Trabajo
(1931), se intentaba limitar las acciones del movimiento sindical y gremial, reglamentando
su formación, procedimientos internos, elecciones y pliegos de peticiones de obreros y em­
pleados en el sector privado y prohibiendo tales movimientos en el sector público. De hecho,
la mayoría de los conflictos laborales llegaron a ser considerados “ilegales”, ya que no se
atenían en forma literal a las disposiciones del Código por diferentes motivos.
El régimen de democracia restringida en reconstrucción, -Alessandri hablaba de
«restauración»- modernizaba el autoritarismo ejercido por los presidentes de Chile, bajo
el imperio de la Constitución de 1833, antes de las erosiones liberalizantes que sufriera a
partir de los 1860, del cambio de espíritu desde 1874 y de nuevos cambios con la guerra
civil de 1891. A la vez se replanteaba el conflicto tradicional entre el Congreso y el Ejecu­
tivo, caracterizado por el intento de los partidos políticos tradicionales y los partidos más
ideológicos, formados o consolidados entre 1922 y 1938, de limitar la autonomía presi­
dencial (siempre que ellos no controlaran el Poder Ejecutivo).
El segundo gobierno de Arturo Alessandri (1932-38) restableció gran parte de la
autoridad histórica del Ejecutivo, sumándole la Ley 6.026 de Seguridad Interior del Esta­
do y la resucitada práctica de gobernar bajo estado de sitio y mediante facultades ex­
traordinarias. Como ya se ha dicho, tales instrumentos casi no se habían utilizado entre
1894 y 1919 y se usaron poco entre 1919 y 1930.
La victoria electoral del Frente Popular en 1938 entregaba un poder ejecutivo
bastante fortalecido a una coalición de partidos de centro-izquierda, que amenazaba con
instalar un gobierno reformista, si no revolucionario y ejercer en pleno la autoridad
reinstaurada en 1925. Esta amenaza fue proclamada a viva voz por sectores de izquierda,
mientras la derecha la denunciaba y resistía. Para la derecha “el triunfo del Frente Popu­
lar era, sin más, la dictadura comunista”. Para la izquierda, el triunfo de Ross, que fue
evitado, habría significado “la dictadura fascista”.1
Como en otros momentos críticos, la prensa política contribuyó a crear un am­
biente de zozobra en las vísperas de los comicios de 1938. Celebradas las elecciones y
anunciado el estrecho margen de victoria de Pedro Aguirre Cerda, todos los sectores po­
líticos reconocieron que las declaraciones del general Oscar Novoa y del general Humberto
Amagada confirmaron la victoria del Frente Popular antes que el Congreso nombrara
presidente a Aguirre Cerda. De hecho, las Fuerzas Armadas fueron los árbitros reales de

Mariana Aylwin et al., Chile en el siglo XX, Santiago: Editorial Emisión, s.f.: 172.

70
la contienda electoral, apoyadas por la voz de la Iglesia, lo que inhibió una insurrección
de los fieles del Partido Conservador.
Como se ha mencionado en el capítulo anterior, Aguirre Cerda indultó a los con­
denados por los Ministros Arcadio Erbetta y Miguel Aylwin, por decreto del 24 de diciem­
bre de 1938. Un mes después, un terremoto catastrófico dejó miles de víctimas y conside­
rables daños en la zona de Chillan. Aguirre Cerda se tuvo que preocupar de las conse­
cuencias del desastre natural, en tanto los dirigentes políticos anticipaban el cataclismo
político: el anunciado enfrentamiento entre las fuerzas de derecha y de izquierda.
En su larga trayectoria política, Aguirre Cerda había aprendido con creces el esti­
lo y contenido de la vía chilena de reconciliación. El nuevo presidente se dedicó sincera­
mente a mejorar las condiciones de vida de la mayoría de los chilenos que vivían en la
pobreza y semi-pobreza. Este compromiso fue entendido por el entonces arzobispo, José
María Caro. El arzobispo Caro proclamaba la doctrina social de la Iglesia como fundamento
para apoyar las «loables reformas» propiciadas por Aguirre Cerda y enfatizaba que “los
desórdenes morales y mentales en las zonas del trabajo y en la zona de la cosa pública, son
hijos del individualismo, del liberalismo ateo y del capitalismo...”.2 No podía desestimarse
el papel clave de la Iglesia Católica en los entretelones políticos del país, no obstante la
separación formal entre la Iglesia y el Estado desde 1925.
Ideas similares a las del arzobispo estimularían la formación de la Falange Nacio­
nal, partido político inspirado por las doctrinas de las encíclicas sociales y liderado por
elementos de la juventud conservadora que rehusaron apoyar a la candidatura de Ross
en 1938.3 La Falange ayudaría a Aguirre Cerda a romper una «huelga legislativa» en
1940, en que los partidos de derecha intentarían obstaculizar el programa legislativo,
negándole al Congreso el quorum necesario para funcionar. Según los falangistas, sus
doctrinas estaban «por encima de izquierdas o derechas». El nombre de su periódico,
Lircay, ligaba a la Juventud Conservadora y luego a la Falange a la tradición portaliana
de los gobiernos «de autoridad», moralizantes y jerarquizados, que buscaban el bien co­
mún sin vacilar. La Falange procuraba una «democracia orgánica, autoritaria y respetuo­
sa de la libertad».4 Su independencia hizo que a veces fuera un recurso para Aguirre
Cerda, aunque, en otras instancias, los falangistas fueron fuertes opositores a las iniciati­
vas del Frente Popular, tal como se puede apreciar en las palabras del presidente de la
Falange, en 1939: “El orden constitucional, hay que decirlo con franqueza, se encuentra
amenazado. Ha predominado en el Frente Popular el criterio de que se llegaba al poder
como quien llega al terreno conquistado. En su política de exclusivismos y arbitrarieda­

2 Citado en Mariana Aylwin et.al., s.f.: 182-83.


3 En 1941 el padre Alberto Hurtado preguntaría con audacia, ¿Es Chile un país católico?, juxtaponiendo en
su libro la doctrina social de la Iglesia con las condiciones socioeconómicas del país.
* Teresa Pereira, El Partido Conservador 1930-1955, ideas, figuras, y actitudes, Santiago: EditorialVivaria, 1994:154.

71
des hallará el gobierno, en nosotros, la más firme, franca y tenaz oposición”.5 Al tiempo
de la muerte de Aguirre Cerda, Lircay cesó de publicarse y nació Política y Espíritu.
No obstante la nueva influencia reformista de la Iglesia y la presencia de una
nueva fuerza política de inspiración social cristiana, Aguirre Cerda enfrentó una mayoría
opositora en el Congreso. Dada su larga experiencia en la vida pública, entendía las exi­
gencias de la gobemabilidad y de la supervivencia política. A la vez, su condición de
propietario de la Viña Conchalí (de ahí, su apodo popular de «Don Tinto») lo conectó en
términos prácticos con los terratenientes, quienes no obstante su situación de viñatero,
desdeñaban el origen social y la tez morena del Presidente.
A pesar de la reticencia de Aguirre Cerda para conceder amnistía a Ibáñez y al
general Ariosto Herrera, principales conspiradores de un golpe fallido en agosto de 1939,
la impunidad aprobada para esos sucesos sería un cimiento frágil para el Frente Popular,
como lo había sido para los gobiernos de diferentes combinaciones partidistas desde 1891.
En todo caso, la promulgación de una ley de amnistía, propuesta por el senador Pedro
Opaso en abril de 1939, se demoró, mientras el Congreso debatía sus posibles consecuen­
cias y coberturas, hasta que, por fin, se promulgó una amnistía ambigua y relativamente
amplia en 1941.6
La historia parlamentaria de esa amnistía de 1941, corrió casi paralela a la acci­
dentada historia del Frente Popular, enmarcada por la usual belicosidad y el estilo satíri­
co de la prensa política. En abril de 1939 el senador Opaso argumentó que:
“El 5 de septiembre de 1938 estalló en la capital de la República un movimiento sedi­
cioso encabezado por el Jefe del Partido Nacista, don Jorge González von Marees. Esa
rebelión que se inició con el asesinato de un miembro de Carabineros de Chile, fué
sofocada por las fuerzas de Gobierno, después de algunas horas de lucha. Su represión
fue sangrienta y costó la vida de la mayoría de los sublevados.
Uno de los primeros actos del actual Gobierno fué la dictación de un decreto de indulto
a favor del señor González von Marées y los demás cabecillas del motín, quienes se
encuentran, desde ese momento en libertad.
En cambio la investigación por la muerte de los sublevados ha continuado su curso y,
en la actualidad, se hallan procesados y detenidos numerosos jefes y oficiales, en servi­
cio activo y en retiro, pertenecientes al Cuerpo de Carabineros de Chile.

Declaraciones del presidente de la Falange, El Diario Ilustrado, 23-IV-1939, citado en Germán Urzúa
Valenzuela, Los partidos políticos chilenos, Las fuerzas políticas, Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1968:183.
Cuando la historia oficial del Ejército se publicó en varios tomos en la década de 1980, los autores dieron
a Ariosto Herrera el lugar de un héroe, publicando su retrato con la siguiente leyenda: «Oficial de brillan­
te carrera profesional. En el grado de Coronel fue Director de la Academia de Guerra. El primero en
expresar públicamente el repudio del Ejército a la prepotencia marxista». Historia del Ejército de Chile.

72
Se presenta así la absurda anomalía de que, mientras los responsables de la revuelta
gozan de la impunidad, los encargados de defender el orden se encuentran en la Cárcel.
Movido por el deseo de remediar esta injusta situación, presento a la Honorable Senado
el siguiente:
PROYECTO DE LEY:
Artículo 1.
Concédese amnistía general a todos los ciudadanos que tuvieron intervención en la
represión del movimiento revolucionario del 5 de septiembre de 1938”.7
Hubo oposición fuerte a dicha propuesta. El senador Aquiles Concha expuso: “Hay
mucha diferencia entre reprimir una revolución y transformarse en asesinos vulgares.
Aquí se trata de disculpar a los asesinos, a los verdaderos asesinos en todo el sentido de la
palabra, porque en el mundo entero no se conoce un hecho semejante, propio de los
pueblos bárbaros, inmensamente menos civilizados que el nuestro”.8 Agregó el senador
socialista Marmaduke Grove que: “debe caer toda la responsabilidad de la ley especial­
mente sobre los jefes de este Cuerpo que en esa oportunidad fríamente, desde sus ofici­
nas, ordenaron a la tropa y subalternos a sus órdenes que masacraran a todos los rendidos
y que no dieran cuartel. De manera que no sería propio que fuéramos ahora a votar una
amnistía para ese personal que procedió como si hubieran sido verdaderos chacales, no
seres humanos”.9 Grove apuntaba sin nombrar al ex-Presidente Alessandri y, al ex-Co-
mandante de Carabineros; la amnistía propuesta por Opaso demoraría en ser aprobada y
los debates se complicarían con discusiones sobre la política económica del gobierno
anterior, con una acusación constitucional contra el ex-Presidente Alessandri y por un
proyecto de ley para poner fuera de la ley al Partido Comunista. Se traería a colación,
como de costumbre, las masacres obreras del pasado, la amnistía que corrió el velo sobre
los sucesos del golpe de estado del 4 de junio de 1932 y de Ranquil en 1934.10 Al finalizar
la sesión del 5 de junio de 1939, un asistente desde las galerías gritó: “¡que se haga
justicia, dejen que se haga justicia!”, produciéndose un gran vocerío y desorden, “en
medio de lo cual se arrojan a la Sala diversos objetos”. El Presidente del Senado advirtió:
“En vista del desorden producido, las galerías quedan clausuradas por ocho días de se­
sión”.11 Al otro día el gobierno ordenó que el recinto del Congreso se resguardara “con
mayor número de tropa, tanto en el interior como en el exterior”.12

Senado, sesión 16a. extraordinaria de 26 de abril de 1939: 741-42.


Senado, sesión 5a.de 30 de mayo de 1939:161.
Ibid.
Senado, sesión 7a. de 5 de junio de 1939:237.
Ibid: 239.
Senado, sesión 9a. de 6 de junio de 1939: 271.

73
El debate sobre la amnistía continuaba. El senador Rodríguez de la Sotta propuso
que el gobierno derogara el indulto para los nazistas, a cambio que la derecha retirara el
proyecto de amnistía para los represores.13 En la próxima sesión el senador comunista,
Elias Lafferte dijo que:
“el proyecto de amnistía que en estos momentos discutimos, ha levantado una tempes­
tad política en todos los sectores de la ciudadanía, que no aceptan las maniobras de la
reacción chilena, que complota contra el orden y contra el régimen democrático que el
pueblo se dió, en forma consciente y libre.... la mayoría del país está en contra de este
proyecto porque considera que los sucesos sangrientos del 5 de septiembre no necesitan
de una ley de amnistía, sino que por el contrario, merecen el más amplio esclareci­
miento de parte de la justicia y exigen que su fallo y las sanciones que él contenga
satisfagan el clamor público, que viene reclamando con insistencia el castigo para los
culpables, quiénes sean”.14
El Partido Comunista y varios senadores del Frente Popular exigían verdad y jus­
ticia. La derecha exigía amnistía para estibar el barco y compensaciones por los indultos
concedidos por el Presidente Aguirre Cerda a los nazistas y a los otros involucrados en la
rebelión del 5 de septiembre de 1938. Resumiendo la coyuntura política, Lafferte dijo:
“La reacción chilena, cada vez que trata de salvar a alguno de sus hombres es solícita y
sensible para otorgar toda clase de perdones; pero cada vez que un hijo del pueblo se ve
envuelto en un hecho delictuoso, es feroz, implacable, insensible”.15 Lafferte tema algo
de razón; lo que no dijo fue que los partidos de izquierda se comportaban igual, apoyando
las amnistías para los suyos y oponiéndose a las amnistías para sus contendores. Este
modalidad fue explicitada por el senador Virgilio Morales: “Cuando los Partidos de Iz­
quierda, el Frente Popular, estaban en la oposición, fueron muchos los proyectos de am­
nistía que presentaron en el Congreso. Ahora que están en el Poder, no les gustan los
proyectos de amnistía. Las derechas, al contrario, cuando estuvieron en el Poder negaron
sistemáticamente todo proyecto de amnistía y, en cambio, el Frente Popular, los Partidos
de Izquierda aprobaban y presentaban proyectos de esta naturaleza.”16 No fue exacta­
mente precisa la observación del senador Morales, en términos históricos, pero captó
bien el principismo pragmático que solía caracterizar a los partidos políticos de toda estir­
pe. El senador Morales hacía recuerdos del discurso del “honorable señor [Arturo] Ureta,
que fué una verdadera pieza clásica”, quien dijo:

Ibid: 276.
Senado, sesión lia. de 7 de junio de 1939:330.
Ibid: 332.
Senado, sesión 13a. de 12 de junio de 1939:360.

74
“¿Qué significa amnistía? Esta es una voz derivada del griego compuesta de la partí­
cula ‘a ’ que en este caso significa ‘sin’y del sustantivo griego ‘muestis’ que quiere decir
recuerdo, memoria.
Sería conveniente que el honorable Senador rectificara esta parte que, sin duda, está
mal transcrita, [debía ser “mnesis”]
...De aquí su significado propio: olvido, lo que equivale a sin recuerdo, privado de la
memoria. Esta palabra se aplica únicamente a los delitos políticos.
...En otra parte dice: ‘Generalmente los autores exigen 4 condiciones para que pueda
ejercerse esta facultad. La primera: que sea obra del Soberano; la 2a., que la ejercite
para el bien común y por motivos muy graves; la 3a., que se reglamente de un modo
que sólo se ejerza muy raras veces y sin que favorezca la impunidad del crimen, y 4a.,
que se aplique sólo a delitos políticos”.17
El senador Morales siguió con las citas, incluyendo una discusión de los tratadistas
chilenos sobre el tema de las amnistías y los indultos tanto generales como particulares;
de los indultos para los “amotinados del 5 de septiembre”; hablando de la caída de Bizancio,
del faccionalismo y de la militarización de los partidos políticos y del luto de los parien­
tes de los masacrados, para fundamentar su voto en contra del proyecto.18 En respuesta,
el senador Alejo Lira Infante les recordó a los senadores del Frente Popular un proyecto
de amnistía que ellos habían presentado en 1936, que se habría concedido por crímenes
diversos, tantos políticos como comunes.19 El Senado aprobó el proyecto de amnistía por
una estrecha mayoría el 14 de junio de 1939, pero no llegaría a promulgarse sino hasta
abril de 1941, después de debates acalorados en la Cámara de Diputados e indicaciones
del Presidente de la República.20
Mientras tanto, al comienzo de 1940, el Frente Popular se fracturaría como resul­
tado de conflictos y divisiones dentro del Partido Radical y del Partido Socialista, así
como debido a la progresiva enemistad y rencor desplegado entre el Partido Comunista y
las facciones socialistas. Desde 1939 hasta 1941, los partidos y la prensa de derecha no se
limitaron en sus ataques contra el presidente y el Frente Popular, enfatizando el patrio­
tismo de los partidos tradicionales y, casi siempre, la conexión entre el comunismo inter­
nacional y las iniciativas políticas del gobierno. Los debates de la Cámara de Diputados,
en enero de 1940, fueron ilustrativos. El diputado Eduardo Moore Montero calificó a los

17 Ibid: 360.
19 Ibid: 361-364.
19 Ibid: 367.
20 Senado, sesión 17a. de 14 de junio de 1939: 414-415.

75
opositores del Frente como «chilenos legítimos» que tenían que unirse contra la
«sovietización del país».21

La Acusación Constitucional contra Alessandri

En marzo de 1939 se formuló una acusación constitucional contra el ex-Presiden-


te Alessandri por flagrantes infracciones a la Constitución y las leyes, respecto de los
hechos del 5 de septiembre de 1938, en la Caja de Seguro Obrero, que tuvieron como
resultado la muerte de más de sesenta y tres jóvenes obreros y estudiantes, asesinados
por las fuerzas de policía encargadas de sofocar el motín.22 Como en el caso del ex-Presi-
dente Ibáñez en 1931, Alessandri ya había salido del país y contestó la acusación por escri­
to a la Cámara. Explicó que había salido del país con el debido permiso constitucional.23
Se sabía de antemano que la acusación sería rechazada después de los debates,
debido a la mayoría de derecha en la Cámara. El propósito de la acusación era “saber la
verdad” sobre los hechos, es decir denunciar y comprobar la responsabilidad de Alessandri
en la matanza, demostrar la culpabilidad del general Amagada y del coronel Juan Bau­
tista Pezoa y demostrar que el ex-presidente había encubierto el delito. Como de costum­
bre, al haber discrepancias en la comisión informante, hubo un informe de mayoría y otro
de minoría. El informe de mayoría favorecía la aceptación de la acusación en términos
quemantes:
“La Comisión deja expresa constancia ante la Honorable Cámara y el país, de que la
totalidad de los rendidos el 5 de septiembre fueron asesinados por orden superior, cum­
plida con brutal fiereza por la fuerza de carabineros que actuaron dentro del Seguro
Obrero en el día indicado. Estima que tal hecho es un crimen inmenso, cuya impuni­
dad no puede tolerarse por el honor de la República y por el prestigio de Carabineros y,
en consecuencia, considera que ante la posibilidad de un fallo absolutorio del acusado,
inspirado exclusivamente en consideraciones de orden político y con evidente desme­
dro de la función judicial que compete en este caso a la Honorable Cámara, debería de
todas maneras tomarse por unanimidad el acuerdo de exigir a los Tribunales el castigo
inflexible de los asesinos...”.24
El diputado Fernando Guarello, de las mismas ideas de González von Marées,
declaró en la misma sesión:

Cámara de Diputados de 18 de enero de 1940, citado en Germán Urzúa V., La democracia práctica, Los
gobiernos radicales, Santiago: Editorial Antartica, 1987.
Cámara de Diputados, sesión 14a. extraordinaria de 28 de marzo de 1939:829.
Ibid: 849.
Cámara de Diputados, sesión de 4 de abril de 1939, citado en Donoso, n, (1954): 309.

76
“El ex Presidente de la República declaró al país toda una novela sobre lo ocurrido
aquí y sostuvo que él asumía la plena responsabilidad de aquellos hechos, puesto que
no se había dado orden de matar y que los muertos que aparecían en el Seguro lo
fueron a consecuencia del combate que se había trabado entre los que pedían la rendi­
ción y los que los mataron por esa petición, versión canallesca, versión infame, versión
calumniosa, impropia de un Presidente de la República en ejercicio...”.25
Los defensores de Alessandri insistieron en que había sido necesario defender al
régimen del motín organizado por los nazistas y los ¡bañistas, que peligraba la vida de la
República y que el ex-Presidente Alessandri, lejos de ser culpable de violar la Constitu­
ción, debía ser felicitado por su actuación salvadora del orden constitucional. La
acusación fue rechazada por una votación de 66 votos contra 53.
Aguirre Cerda mientras tanto, llamó a retiro al general Arriagada y a Pezoa, que
había sido ascendido a coronel por Alessandri, a partir del 1° de octubre de 1938. No
obstante, la impunidad iba a reinar para todos, entre los indultos y las amnistías. Habría
nuevos puestos para nazistas, ¡bañistas, alessandristas y los otros involucrados. El Frente
Popular empezaría su gobierno con nuevos adoquines en la vía chilena de reconciliación
política, corriéndose el velo del olvido jurídico para personas de todas las corrientes.

El debate sobre la ilegalización del Partido Comunista

El Presidente Aguirre Cerda dio otra demostración de su espíritu de conciliación y


de su compromiso con los principios tradicionales liberales al oponerse al intento de la
derecha por ilegalizar al Partido Comunista. La derecha defendió al ex Presidente Alessandri
contra la acusación constitucional, luego se verían los indultos y amnistías para oficiales de
Carabineros, del Ejército y otros por hechos cometidos antes y después del 24 de diciembre
de 1938, pero su preocupación principal, sin embargo, era el tema del anticomunismo. Como
parte de la ofensiva contra el Frente Popular, fue presentado un proyecto de ley para ilegalizar
al Partido Comunista en la Cámara de Diputados y en el Senado.26 Diariamente aparecían
editoriales en diarios importantes de los partidos de derecha, como El Diario Ilustrado y El
Imparcial, exigiendo poner fuera de la ley al Partido Comunista. Sólo el veto del Presidente

25 Citado en Ricardo Donoso, Alessandri, agitador y demoledor. Cincuenta años de historia política de Chile, H,
México - Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1954:309-310.
26 Cámara de Diputados, sesión 12a. ordinaria de 26 de junio de 1940, presentado por los diputados, Julio
Pereira, Sergio Fernández, Ladislao Errázuriz, Pedro Opaso, Arturo Gardeweg, Pedro Poklepovic y Juan C.
Coloma: 707-708.

77
Aguirre Cerda impediría que el Partido Comunista fuera ilegalizado en 1941, después de
debates, en los que muchos socialistas llegaron a apoyar la legislación anticomumsta.27
Los debates sobre la ilegalización del Partido Comunista revelaban las fuertes divi­
siones que existían dentro de la sociedad chilena, así como también las divisiones dentro
de los partidos del Frente Popular. Sectores reformistas, socialdemócratas y moderados se
habían aliado para elegir a Aguirre Cerda, pero no compartían un proyecto global para el
país ni una visión común sobre su futuro. Se disputaban entre sí los puestos en la adminis­
tración pública, los escaños en el Congreso y el acceso a las oportunidades económicas
ofrecidas por las concesiones y contratos estatales. Mientras tanto, la derecha política se
unía contra el «comunismo», pero no hacía objeciones a los puestos y contratos «reparti­
dos» por las nuevas entidades del Estado, como la CORFO, muy por el contrario.
La derecha enfatizaba que el Partido Comunista era la Sección Chilena de la Inter­
nacional Comunista:
“sometido servilmente a los dictados de la Rusia Moscovita; ...atenta contra el sagrado
principio de la Patria, y persigue la eliminación de fronteras internacionales, median­
te la formación de una sola Comunidad Mundial bajo la égida de Moscú; ...realiza sus
planes mediante una organización internacional perfecta: penetración de las fuerzas
armadas, en la masa obrera agrícola, minera e industrial, en los niños, en los estudian­
tes, en las mujeres, en las profesiones, en los diversos sectores de la vida ciudadana...”.28
El diputado Sergio Fernández Larraín, quien presentó el informe de la Comisión
de Constitución, Legislación y Justicia sobre el proyecto de ley que ilegalizaría al Partido
Comunista, recordó a sus colegas de la Cámara que hasta el “prestigioso político radical,
don Juan Antonio Ríos” había declarado: “Los comunistas han traicionado no sólo al
Partido Radical, como partido signatario del Frente Popular, sino que a la inmensa mayo­
ría del país”.29 Las declaraciones de Ríos, anteriores a la desintegración oficial del Fren­
te Popular, en los primeros meses de 1941, reflejaban las tensiones dentro del radicalis­
mo y el socialismo a causa de la alianza con los comunistas. Las acusaciones respecto a
que el Partido Comunista intentaba penetrar a las Fuerzas Armadas y controlar el movi­

A modo de ejemplo, véase: Editoriales de El Diario Ilustrado: “Advertencia oportuna” del 23 de junio de
1940: 7 y “La idea comunista” del 29 de junio de 1940: 3. La propuesta de ley para ilegalizar al Partido
Comunista consistía de tres artículos, agregando o sustituyendo artículos e incisos a la ley 6.026 sobre segu­
ridad interior del Estado. Se reproduce en Senado, sesión 14a. ordinaria, de 18 de junio de 1948:15-716.
Cámara de Diputados, Informe de la Comisión de Constitución, Legislación y Justicia, sesión 12a. extraordi­
naria, de 26 noviembre, 1940:665-666, informado por el diputado Fernández Larraín. El informe detalla la
historia e influencia nefasta de la Sección Chilena de la Tercera Internacional Comunista en todos los
ámbitos de la vida nacional, concluyendo que “El Partido Comunista destruye el sagrado concepto de
nacionalidad y de Patria” (p. 679).
Cámara de Diputados, sesión 12a. extraordinaria de 26 de noviembre de 1940: 681-82.

78
miento sindical, tenían fundamento en hechos concretos y en las huelgas promovidas por
los comunistas entre 1939 y 1941. Según los voceros de los partidos liberal y conservador,
el Partido Comunista “atenta contra el régimen constitucional de la República; que pro­
picia el derrumbe violento de las instituciones vitales del país, que socava las bases de
las fuerzas armadas, envenena la educación de la juventud, insurrecciona las masas, des­
truye el concepto de propiedad, de familia y de Patria”.30
Algunos socialistas, radical-socialistas y diputados de orientación social cristia­
na argumentaban que el proyecto de ley podría usarse para reprimir a cualquier grupo
como los que «reconocen la supervivencia del régimen parlamentario» y el sistema
capitalista, tales como los socialistas y falangistas, inspirados en doctrinas cristianas.
El diputado socialista Ricardo Latcham señaló:
“aquí bajo una hojarasca jurídica brillante hasta cierto punto, se oculta la serpiente
venenosa que va a morder a todos los partidos que aceptan los nuevos principios de
lucha social, a todos los partidos que han venido aquí, no para hacer la revolución
dentro de este recinto, no para propagar la revolución violenta en las calles, como lo
han proyectado muchas veces hombres de muy diversos sectores, sino para indicar que
los principios sobre los que descansa la sociedad ya están periclitados y que todas estas
cosas que aparecen inmutables, imperecederas, destinadas a prolongarse a través de
todas las edades, merecen críticas, censuras, y rectificaciones legales y por obra de un
cambio de régimen político y económico que lleve la humanidad y la comprensión
hacia las capas más desamparadas de la sociedad”.31
Latcham agregó que el liberalismo y las doctrinas de la Iglesia Católica también
eran internacionales, que llegaban a Chile de Europa, igual que el comunismo y el socia­
lismo y que “así como hoy día se combate el comunismo, antes se consideraba al margen
de la ley a los Pipiólos y, tal como ahora se habla del oro de Moscú,... en una época no
lejana, para combatir nada menos que a la candidatura del gran tribuno, Arturo Alessandri,
se aseguraba que estaba vendido al oro peruano”.32 Ya en las semanas previas, Latcham
había recordado a la Cámara que el liberalismo,
“nació contra la opresión pelucona que fué derrotado en Lircay y resurrecto bajo las
normas nuevas deLastarria, fué un movimiento que estuvo viviendo fuera de la ley y
sus hombres más preclaros fueron desterrados en tiempo del Presidente Montt. Este
movimiento liberal tuvo sus inspiraciones en la tremenda revolución europea de 1848
que puso fin a muchos de los absolutismos y despotismos”.33

30 Ibid: 685.
31 Ibid: 686.
32 Ibid: 646.
33 Cámara de Diputados, sesión 14a. extraordinaria de 27 de noviembre de 1940: 750.

79
Siguió Latcham, comparando la lucha ideológica de Lastarria contra la Constitu­
ción de 1833 con la lucha de los partidos del Frente Popular para conquistar la justicia
social en el Chile de la década de los 1930.
En tanto, el diputado comunista, Oscar Baeza, proclamó que “los comunistas so­
mos los más patriotas,... si los capitalistas extranjeros, los banqueros yanquis dicen a Sus
Señorías que hay que eliminar en Chile a los comunistas, los sirvientes de los banqueros
yanquis siguen esa ruta”.34 También, como respuesta a las acusaciones contra los comu­
nistas, el diputado Baeza acusó a la derecha de ser “quiénes sabotean continuamente a
las Fuerzas Armadas,” y de ser “enemigos de la Patria por no cultivar íntegramente la
tierra”.35 En otra sesión, de las muchas en que se debatió la ley represora del Partido
Comunista, el diputado Juan Guerra reclamó que:
“en estos últimos días, se ha realizado una campaña sistemática contra el Partido
Comunista y se ha levantado la bandera del nacionalismo, pretendiendo hacer creer a
la opinión pública que el Partido Comunista está contra la patria, está contra la
bandera...
¿Con qué derecho vienen Sus Señorías a hablar de la defensa de los intereses nacionales?
¿Con qué derecho vienen a acusamos de antipatriotas cuando ustedes no han hecho otra
cosa que negociar y saquear al país y al pueblo bajo la sombra del pabellón nacional?;
ustedes son los elementos más ruines para enriquecerse a costa de nuestro pueblo.
...Cuando los intereses personales o de clases de ustedes señores de la oligarquía explo­
tadora y parasitaria están en peligro, cuando ustedes ven amenazados sus privilegios
de opresores del pueblo, dicen que «la Patria está en peligro»-¡cuidado! que «están
atentando contra la chilenidad».
¡Cuando lo obreros van a pedir a Sus Señorías algún aumento de salarios, entonces los
obreros son «agitadores», son «subversivos»!
...Los agitadores son Sus Señorías que desean que haya desorden y anarquía para acu­
dir a los cuarteles y tomarse el poder.
...Pero tengan la seguridad Sus Señorías que eso jamás lo van a conseguir, porque el
pueblo está vigilando, porque el pueblo les sigue a ustedes sus pasos y no permitirá que
se venga a implantar una dictadura contra la masa trabajadora.
...Unos entienden por orden que nadie grite ante la explotación del trabajador, otros
entienden por orden el despojo y el anonadamiento de los derechos ajenos.
El orden para la derecha es aquel campesino, aquel obrero que tranquilamente muere
de hambre con su mujer y sus hijos.

Ibid: 763.
Cámara de Diputados, sesión 12a. extraordinaria de 26 noviembre de 1940: 675.

80
No son hombres de orden para ustedes los que reclaman aumentos de salarios para
poder alimentar a su familia y enviar a sus hijos decentemente vestidos a las escuelas.
Estos son elementos subversivos y de desorden para Sus Señorías. Todo aquel que recla­
ma un mejoramiento; todo aquel que desea mejorar las condiciones de salud de nues­
tro pueblo, está acusado de ‘comunista’”.36
El diputado Raúl Marín, citando a Marx, Trotsky, Lenin, Engels y varios otros
«padres del comunismo» insistía en que era necesario ilegalizar a los comunistas porque
«atenían contra la moral, las buenas costumbres y el orden público».37 El diputado Juan
Bautista Rossetti, editor del diario La Opinión, añadió una visión cristiana particular, en
su respuesta a los diputados liberales y conservadores:
“Sus Señorías dicen que son católicos, pero se olvidan por qué el catolicismo repudia este
régimen, que Sus Señorías quieren defender con la ley inquisitorial que han presentado
a la Honorable Cámara. Lo impugna el Catolicismo, porque ha dado origen a una socie­
dad anticristiana, entregada al más desenfrenado materialismo, porque trae la miseria
a los pueblos, genera la crisis, porque está ausente de toda verdadera organización...
Las leyes represivas del paganismo no los pudieron vencer bajo el imperio, como las
leyes opresoras que se dicten contra el Partido Comunista no lograrán destruirlo, por­
que los grandes movimientos sociales no se anulan con leyes de violencia.
El paganismo quiso abolir la santa enseña de la cruz.
¿Y qué sucedió, honorables legisladores? Que la cruz venció al paganismo y que ahí en
el inmenso Coliseo Romano, teatro de los sacrificios, vejaciones y martirios de nuestros
antecesores en la santa idea que nosotros - creyentes o no - admiramos, se yergue
soberana, alta y enhiesta como su doctrina, la misma cruz que el paganismo con una
ley inicua, como ésta, quiso sepultar en el olvido de las generaciones.
Los cristianos que sabemos que el comunismo se ha nutrido de nuestras mismas nobles
ideas, no podemos consentir en que se le persiga por tratar de hacer lo que nosotros no
hemos hecho, y por querer cumplir una tarea de redención que hemos abandonado”.38
Rossetti terminó proclamando: “Nosotros, los hombres de Izquierda, coincidimos
con el Papado cuando éste nos habla de la lucha de clases; nosotros creemos que la concen­
tración capitalista produce la crisis, y que éstas engendran el proletariado. Y porque quere­
mos una sociedad sin clases, somos socialistas y apoyamos las nobles inspiraciones del Pon­
tificado”.39

36 Cámara de Diputados, sesión 24a. extraordinaria de 17 de diciembre de 1940:1374-77.


37 Ibid: 1368.
38 Cámara de Diputados, sesión 18a. extraordinaria de 3 de diciembre de 1940:1013.
39 Ibid: 1020.

81
Los debates sobre la ilegalización del Partido Comunista evocaban la conexión
comunista internacional, su supuesto anti patriotismo y servilismo hacia la Unión Sovié­
tica, sus esfuerzos para subvertir las instituciones constitucionales de la República, el
intento de organizar una huelga nacional que diera inicio a la dictadura del proletariado,
etc. Las divisiones dentro del Frente Popular y su escisión, en enero de 1941, complicaron
aún más los debates, que en el fondo revelaban la falta de consenso político, moral y
constitucional que venía sufriendo el país desde fines del siglo XIX y con mayor profun­
didad desde 1924. Las amenazas, injurias y presagios de guerra civil se repetirían desde
1932 hasta 1973, cuando la ruptura, evitada en el período 1938-41, se produciría con una
violencia acumulada durante cuarenta años; es decir, desde la promulgación del Decreto
Ley 50 en 1932, en el gobierno de Carlos Dávila.
Así, en el mismo debate de 1940 en que el diputado Rossetti invocaba al cristia­
nismo para rechazar la ilegalización del Partido Comunista, uno de los fundadores del
futuro Partido Demócrata Cristiano, el diputado falangista Ricardo Boizard, distinguió
entre el marxismo como «idea respetable» y el «comunismo realizado en Rusia, en su
sede de Moscú». Concluyó:
“Cuando una secta no es un ideal sino un conglomerado de intereses extranjeros que
sólo turban la tranquilidad nacional, entonces esa secta sale de las ideas y va a ese sitio
en que, dentro del Derecho Internacional, se dilucida si ha llegado el momento de de­
fenderse o no de un enemigo interno que nos amenaza”.40
El diputado Rossetti respondió que él y Boizard habían sido compañeros en las
aulas universitarias, que debatían más de 20 años los mismos temas y que todavía no
estaban de acuerdo. Y así ambos diputados siguieron intercambiando ideas sobre el co­
munismo, el catolicismo, la literatura e historia rusa, además de la historia del mundo.
Rossetti insistiría en que «No se guillotinan a las ideas con leyes represivas» y Boizard en
la necesidad de proteger la patria frente el «enemigo interno». Pipiólos versus pelucones,
liberales contra conservadores, radicales contra montt-varistas, el orden contra la liber­
tad. Una hendidura profunda entre discursos y visiones patrias antagónicas.
A todo eso agregaba el presidente del Partido Radical, Pedro Castelblanco:
“No compartimos el propósito de la derecha de colocar al comunismo fuera de la ley,
porque va contra nuestra propia doctrina. El Partido Radical nació a la vida comba­
tiendo por las libertades, entre ellas, la libertad de pensamiento, por la cual guarda
religioso respeto, y desde ese punto de vista, el filosófico, jamás podrá aceptar la perse­
cución por ideas. La ley que se pretende dictar, de represión del comunismo, es absurda,
ilegal e inconstitucional.

Ibid: 1021.

82
...Defendemos hoy lo que siempre hemos defendido: el derecho de todos los ciudadanos
para profesar no solamente la verdad, sino también el error”.41
Para dar más fuerza histórica a sus argumentos, el diputado Castelblanco llegó a
citar las palabras pronunciadas en 1889, por uno de los fundadores del radicalismo chile­
no, Valentín Letelier: “sin cargar muchos años sobre los hombros, varios de los presentes
alcanzarán a recordar, sin duda, un tiempo en que los radicales de Chile, por injuria y
mofa, eran apellidados sansimianos, rojos, comunistas demagogos, disolventes, etc.,”.
Finalmente, en el mensaje en que vetó la legislación anticomunista, el Presidente
Aguirre Cerda recalcó su compromiso con lo que identificó como los principios históricos
del radicalismo y con sus propios ideales respecto al pluralismo político:
“La mayoría que hoy desea impedir la actividad comunista no debe olvidar que los
hechos políticos determinan las más imprevisibles mutaciones y que, mañana, conver­
tidas en miembro de una minoría legislativa pudieran encontrarse en la imposibilidad
moral de invocar su actitud de ahora para impedir que fueran sus propias ideas las
proscritas. Por mi parte, con la presente desaprobación de la ley que se ha propuesto
conservo suficiente autoridad moral para evitar en el futuro que cualquiera idea sea
legalmente considerada imposible de profesarse en el País”.42
Un debate tan antiguo como el de 1828 hasta 1891 y tan anticipatorio, como si se
hubiera podido leer a la vez, la prensa política y los discursos parlamentarios de 1964-1973.
Como había ocurrido desde la Independencia, se instrumentalizaban versiones
alternativas de la historia en los conflictos políticos coyunturales. Tantas veces se había
corrido el velo del olvido, tantas veces la memoria había quedado nublada y resentida.
¿Cómo se iba a llegar a un consenso básico sobre el presente o el futuro? Los conflictos
latentes abundaban, manifestándose cada cierto tiempo, mezclados con las nuevas
trizaduras que traía cada momento político.

El proyecto de ley de amnistía de 1939

El proyecto de ley de amnistía para los responsables de la matanza del Seguro


Obrero disminuía su perfil si se le comparaba con la acusación constitucional contra
el ex-Presidente Arturo Alessandri, el debate sobre la ilegalización del Partido Co­
munista, la amenaza de una ola nacional de huelgas y la descomposición del Frente

41 Cámara de Diputados, sesión de 12 diciembre de 1940, reproducida en los debates sobre la Ley 8.987 sobre
Defensa Permanente de la Democracia, Senado, 14a. sesión ordinaria, 18 de junio de 1948: 716.
42 Oficio N. 97,26 de junio de 1941, dirigida a la Cámara de Diputados, reproducido en Senado, sesión 14a. de
18 junio de 1948: 717-18.

83
Popular entre diciembre de 1940 y febrero de 1941. Los partidos de derecha que la
habían propuesto se preocupaban más de los desafíos del momento que de los aconte­
cimientos de 1938 y del golpe fallido de 1939. La Juventud Liberal llamó a formar un
«Frente de la Patria» para combatir a los representantes del comunismo internacio­
nal en Chile. Los socialistas respondieron que bastaba aplicar la Ley de Seguridad
Interior del Estado «si se viera amenazado el gobierno por el comunismo».43
Aguirre Cerda y el Partido Radical se opusieron a la ley anticomunista como
«antidemocrática», pero ya en diciembre de 1940, el prominente líder del socialismo y
Ministro de Fomento, Oscar Schnacke, denunció fuertemente a la «Sección Chilena de la
ni Internacional». El dirigente comunista, Carlos Contreras Labarca, en más de una oca­
sión acusó a los socialistas de haber traicionado al país, al Frente Popular y a la clase
obrera.44 En enero de 1941, los socialistas, divididos entre sí, se marginaron del Frente
Popular.45
Los debates sobre la amnistía que se efectuaron entre mayo de 1939 y abril de
1941 reflejaban, hasta cierto punto, los contratiempos del Frente Popular, sumados a los
temas tradicionalmente recurrentes cuando se proponían las amnistías políticas.
La propuesta de amnistía se originó por requerimiento constitucional en el Sena­
do, patrocinado por la derecha, inclusive por Pedro Opaso y Eduardo Moore, así como por
los grupos semi-clandestinos que se oponían al Frente Popular, no sólo desde las bancas
parlamentarias sino en operaciones paramilitares. Su principal intención fue amnistiar a
«todos los ciudadanos que intervinieron en la represión del Movimiento Revolucionario
del 5 de septiembre de 1938». Es decir, a los ya indultados por Aguirre Cerda con nombre
y apellido más otras personas «que intervinieron» sin nombres ni apellidos, incluyendo
al ex-Presidente Alessandri, sus ministros, oficiales del Ejército no procesados o conde­
nados y otros.
El proyecto fue llevado a la Cámara de Diputados en junio de 1939; a mediados de
1940 los debates continuaban. En la sesión de 10 de julio de 1940, el diputado y viñatero
Alejandro Dussaillant, argumentó que «así como a los autores de ese movimiento revolu­
cionario se les perdonó, se perdone también a aquellos que se excedieron en sus esfuerzos
para reprimirlo».46
De inmediato surgió el argumento del diputado falangista Manuel Carretón,
quien señaló que “no existiendo sentencia definitiva en este proceso, la Cámara no
debe tratar un proyecto de amnistía”, aún cuando el jefe de aquel movimiento revo­

43 Cámara de Diputados, sesión 14a. de 27 de noviembre de 1940, citado en Urzúa (1987): 157.
44 Senado, sesión 13a. de 25 de junio de 1941:578.
45 El intercambio áspero entre diputados socialistas y comunistas en enero de 1941 se ejemplifica en los
debates en la Cámara de Diputados, sesión 34a. extraordinaria de 15 de enero de 1941:1870-1883.
46 Cámara de Diputados, sesión 20a .de 10 de julio de 1940:1138.

84
lucionario, González von Marées, ya había sido indultado. Dijo no oponerse a la
amnistía en principio, pero argumentó que primero se debía saber la sentencia en el
proceso judicial, es decir, los hechos debían revelarse bien («la verdad») para luego
ver si correspondía un indulto o una amnistía.47 La Cámara votó poner en tabla la
propuesta de amnistía por 42 votos a favor contra 35.
Iniciado el debate sobre el proyecto, el diputado Hugo Zepeda argumentó que los
principales responsables del motín revolucionario ya habían sido indultados y que no
podían ser procesados por el crimen de sedición, como correspondía. Que el Presidente
Alessandri había sido acusado constitucionalmente por su responsabilidad en los hechos
y el Congreso había rechazado la acusación. Más aún:
“El otorgamiento de una amnistía no envuelve la justificación del delito que se trata
de borrar. Importa únicamente la resolución de olvidar un hecho delictuoso por razo­
nes de conveniencia política y pacificación de los espíritus”.48
El intercambio producido entre varios diputados entrega el tono del debate, tal
como sigue:
Guarello: ¡El país no lo podrá olvidar!
Zepeda: Si no fuera éste el alcance de una amnistía no tendrían explicación las leyes
que en todos los países de la tierra dictan los Gobiernos que dominan una revolución.
¿Puede pensarse acaso que al dictarse estas leyes los Gobiernos legalmente constituidos
justifican o solidarizan con los que han pretendido derribarlos? Sería absurdo suponerlo.
Gaete: Como sería absurdo suponer que la derecha reconociera que los represores del
movimiento del 5 de septiembre fueron unos vulgares masacradores.
Cifuentes: Como sería también absurdo pensar que el Frente Popular indultara a los
culpables inmediatamente después de llegar al poder.
Gardeweg: Era el pago por la contribución al triunfo.
varios otros...
Guarello: Mientras el honorable señor González von Marées cometió el delito de sedi­
ción -y el honorable señor González von Marées no lo ha negado y yo tampoco lo he
negado nunca, porque fué lo ocurrido- debemos tener presente que tal delito es común
al ochenta por ciento de los políticos chilenos y esto está en la conciencia de cada uno
de Sus Señorías en este mismo momento; los otros responsables de la matanza no son
delincuentes de orden político, sino que de orden común, puesto que sus delitos son
calificados como de asesinato con robo.

47 Ibid: 1138.
48 Ibid: 1139-1140.

85
Zepeda: Eso lo vamos a discutir a continuación. No es tan fácil dar este juicio.
Guarello: Ahora se pretende amnistiar a los que cometieron sesenta y un asesinatos
con singular crueldad, y se trata de cubrir con el manto de la amnistía a un delito que
como ningún otro ha perturbado el criterio social.
Hablan a la vez varios honorables Diputados.
Guarello: Se quiere tender el manto del olvido sobre los asesinatos del Seguro Obligato­
rio, que son un delito común, y, en cambio, no se va a dejar caer el manto de olvido
también sobre aquellos otros delincuentes que llenan actualmente las cárceles.
Zepeda: Entretanto, para conceder la amnistía puede no tomarse en cuenta ninguna
de estas circunstancias, sino que atenderse tan sólo a razones de interés público que
muevan a dictar la ley de grada.
El proyecto de ley de amnistía sometido a la consideración de la Cámara de Diputados
necesita ser aprobada porque la tranquilidad pública así lo exige y porque razones de
alta política aconsejan no seguir perturbando la moral y disciplina del Cuerpo de Ca­
rabineros, que, forzosamente, debe resentirse con las actuaciones procesales de rigor.
...Es imposible distinguir claramente el delito político, ya que ninguna ley ha cuidado
de definirlo o precisarlo con claridad. Más aún, delitos comunes pueden pasar a delitos
políticos cuando sus autores son impulsados por la pasión política o son ejecutados
como consecuencia durante graves trastornos políticos.
[sigue dando los ejemplos de las amnistías de 1865,1891 y otros diputados intervienen]
Guarello: Lo que ocurre es que Sus Señorías van a ganar esta lucha porque disponen de
un solo argumento, la mayoría numérica de esta Cámara generada en las tenebrosas
sombras del cohecho...
¿Creen Sus Señorías que compense, de alguna manera, la paz política que pretenden
traer con esta amnistía, con el efecto desmoralizador que causa en la población el
hecho de que frente a los grandes crímenes no haya la menor responsabilidad?”.49
De nuevo se debatía el propósito político, el significado legal y el fundamento
moral de las amnistías y los indultos, el impacto de correr el manto del olvido, la distin­
ción entre delitos comunes y delitos políticos y la relación entre las amnistías y la «paz
social». En el debate en la Cámara, a partir del 16 de julio, empezaban a plantearse las
indicaciones para ampliar la cobertura de la ley de amnistía, ya que hasta los diputados
de izquierda sabían que, al final, se aprobaría alguna ley de amnistía.
Se propuso incluir explícitamente a los Carabineros, a personal de Investiga­
ciones, a los ciudadanos que «estén o pudieren estar procesados o hayan sido

Ibid: 1140-1145.

86
condenados por delitos provenientes de hechos políticos y a los ciudadanos que estén
o pudieren ser procesados o hayan sido condenados por delitos que «corresponda
juzgar a los tribunales militares por hechos ocurridos antes del 1 de agosto de 1939,
con excepción de los delitos contra las personas y contra la propiedad». Los diputados
trotskistas-socialistas, Emilio Zapata y Carlos Rosales, agregaron también a «los pro­
cesados por delitos electorales» y los «procesados o condenados por infracción a la
ley de Reclutas y Reemplazos».50 En fin, habría amnistía para «medio mundo», no
sólo para el general Arriagada, los otros victimarios del 5 de septiembre de 1938 y los
golpistas de 1939. En consecuencia con el clientelismo e instrumentalismo que venía
caracterizando la política chilena, no sólo en la época del Frente Popular, la amnistía se
iba expandiendo. Esta sería la modalidad común de varias de las amnistías debatidas y
aprobadas hasta 1970.
El debate sobre la amnistía continuaba en septiembre de 1940, entremezclado
con la propuesta para ilegalizar al Partido Comunista y con otros temas candentes.
Los alcances de la amnistía se habían limitado finalmente a los ciudadanos que hu­
bieran tenido intervención en la represión del movimiento revolucionario del 5 de
septiembre de 1938, más «los ciudadanos procesados o condenados por delitos prove­
nientes de hechos políticos, y al personal de Carabineros procesados o condenados
por delitos ejecutados en actos de servicio».51 La Comisión de Legislación, Constitu­
ción y Justicia había recomendado desechar las indicaciones para ampliarla más, ate­
niéndose a “la redacción dada a la ley en su primer informe y que, a su vez, es igual a la ya
aprobada por el Honorable Senado”. De todas maneras la Comisión quiso mantenerse
fiel al “espíritu amplio... que informa este proyecto de ley”.52
Recomenzó el debate. El diputado nazista Gustavo Vargas Molinare lamentó que:
“la ley que se discute quiere involucrar a las personas que actuaron en esta represión...
bajo el título de reos políticos. Saben perfectamente bien, mis honorables colegas, que
no fueron reos políticos. Fueron malos soldados, que atropellando las reglamentaciones
y el honor que les imponían sus uniformes, se convirtieron en vulgares criminales. Y
entonces, señor Presidente, ¿cómo es posible que el Parlamento de mi país, que el Parla­
mento de esta República que se dice democrática, pueda conceder a estos criminales el
título honorífico y hasta cierto punto meritorio, que otros políticos de este país han
tenido de «reos políticos»?”... ¿Se sienten honrados Sus Señorías de haber sido reos
políticos, cuando hoy día se trata de llamar «reo político» a quiénes mataron por darse
el gusto de ver correr abundante sangre humana.

50 Cámara de Diputados, sesión 24a. de 16 de julio de 1940:1275.


51 Cámara de Diputados, sesión 75a. de 14 septiembre de 1940:4093.
52 Ibid.

87
...La Vanguardia Popular Socialista [los nazistas]... sólo ha solicitado que se haga Justi­
cia. Lamentable es constatar que precisamente cuando el proceso trata de esclarecer los
hechos y sancionar a los verdaderos responsables y autores de la masacre, este Proyecto
de Ley viene a dejar en la impunidad más absoluta a los verdaderos criminales”.53
Después que el vocero del nazismo pidió «la Verdad», «la Justicia» y la no-
impunidad en este caso, como en otros tiempos habían hecho lo mismo los que se opo­
nían a amnistías anteriores, el diputado Zapata pidió, nuevamente, la ampliación del
proyecto, para «tender el manto de olvido» a “otra porción inmensa de ciudadanos...
aquellos que están procesados por delitos electorales...”.54 Antes de terminar la sesión
el diputado Rossetti les recordaba también a los legisladores, la impunidad por la ma­
sacre en la Escuela de Santa María de Iquique en 1907, los muertos en La Coruña, San
Gregorio, Vallenar y Lonquimay, para concluir que la ley de amnistía propuesta “es
oprobiosa... que por este camino se volverán a repetir en el futuro, estos sucesos horren­
dos, ya que... en este país no hay sanción contra el crimen, la maldad y la barbarie”.
Agregaba:
“¿De que se trata entonces? De algo más grave, que me confunde y asombra. De hon­
rarlos, de justificarlos, de salvarlos ante la Historia y de decir al país entero que los
más negros criminales de este país pueden exhibirse por las calles, satisfechos y tran­
quilos, como ciudadanos virtuosos, amparados por la inmunidad que le va a dar una
ley de la República. Eso es lo que desean los autores del proyecto.
¿Yquiénes lo quieren? Los hombres de derecha. Son los diputados de la Derecha, Hono­
rable Cámara, los que quieren humillamos con esta ley de consagración del crimen y
de exaltación cívica de los criminales del 5 de septiembre...”.
Rossetti propuso dividir el proyecto para poder amnistiar a “los que siguieron una
senda equivocada, y por la no amnistía de los que se mancharon con sangre hermana”.55
Por razones morales, por el futuro, para que no se repitieran tales crímenes, para
no legitimar, para no avergonzar a la República, había que rechazar la amnistía. Para la
paz política, para «estibar el barco», para tranquilizar a los Carabineros y a las Fuerzas
Armadas había que aprobarla. Y en el caso de que se aprobara, habría que ampliarla según
otros diputados. Todo tan familiar como en 1857,1861,1891-94,1925,1932,1934 y 1936.
¿Y qué opinaba el Presidente de la República? Según el diputado Radical, Pedro
Castelblanco, hablando en nombre de Aguirre Cerda:
“habrá que impedir que regresen al país Carlos Ibáñez y Ariosto Herrera; y ello se hará;
porque de este modo cumpliremos el deber sagrado de defender la República.

53 Ibid: 4095-96.
54 Ibid: 4098.
55 Ibid: 4102.

88
...Cuando los Tribunales de Justicia han condenado a los conspiradores deben éstos
cumplir sus condenas, para que cesen las conspiraciones y se sepa que hay un Gobierno
capaz de defenderse por todos los medios necesarios.
En estas condiciones, y creo poder decirlo claramente en este momento, S.E. el Presi­
dente de la República ha de vetar esta ley, porque la salud pública así lo exige y nuestro
régimen democrático también”.56
Se hizo la indicación de limitar la amnistía a hechos ocurridos antes del 1° de
agosto de 1939. Fue rechazada la indicación. Pero no puede menos que llamar la atención
el argumento del vocero del Partido Radical. Si los condenados deben cumplir sus conde­
nas, ¿cómo justificar los indultos concedidos por Aguirre Cerda, en los primeros momen­
tos de su gobierno? Cualquiera que fuera la respuesta, la amnistía propuesta en 1940 no
saldría antes de las elecciones parlamentarias de 1941, en un contexto político bastante
cambiado.

La Encrucijada

Aguirre Cerda fue elegido por una coalición heterogénea, dividida por temas ideo­
lógicos, por competencias para controlar el movimiento sindical (la Confederación de
Trabajadores de Chile, CTCH creada en 1936), por el tradicional cuoteo en la designación
de ministros, subsecretarios, intendentes, gobernadores y por la manera de repartir pues­
tos de la administración pública. Los votos de los nazistas y de los ¿bañistas le dieron el
margen de victoria, aunque no estaban incluidos dentro de la coalición de gobierno. El
indulto a los nazistas fue visto, en parte, como recompensa por el apoyo electoral, como
indicó el diputado Gardeweg.
La conflictiva relación entre el Partido Comunista y el Partido Socialista en el
Frente Popular, las divisiones dentro del Partido Radical (que en 1941 le quitó al Presi­
dente de la República el apoyo de su propio Partido y exigió la renuncia de sus ministros),
además de la resistencia acérrima de los partidos de derecha a las políticas y metas del
presidente, lo dejaron apesadumbrado. Nunca pudo contar con una mayoría estable en el
Congreso, aunque en las elecciones parlamentarias de 1941, los partidos del fragmentado
Frente Popular conquistaron una mayoría teórica en la Cámara de Diputados. Aguirre
Cerda diría antes de morir, en noviembre de 1941, según las memorias de su ministro y
amigo, Arturo Olavarría Bravo:
“Le prometimos al pueblo sacarlo de la miseria, levantarle su nivel social, económico y
moral. Aparte de la acción inteligente y constructiva de unos cuantos de mis ministros,

56 Ibid: 4105-4106.

89
hemos perdido aquí el tiempo con largos debates y discusiones, sin llegar nunca a las
soluciones prácticas y efectivas de los grandes problemas. Me embarga el alma una
profunda pena porque me imagino que el pueblo, al que tanto amo, pudiera pensar que
lo he engañado”.5758
Aguirre Cerda quiso «sacar» al pueblo de la miseria; muchos de sus aliados co-
yunturales querían transformar la sociedad chilena, destruir el modelo liberal-capitalis­
ta basado en la Constitución de 1925 y crear un sistema «socialista». Por otro lado, en
sectores de la derecha, los modelos de la España franquista, del fascismo italiano, del
régimen de Salazar en Portugal o aún (para algunos) la Alemania de Hitler, eran preferi­
dos al «bastardo» sistema de partidos y la democracia corrupta. En el Congreso y en la
prensa se reflexionaba sobre la guerra civil que había ocurrido en España y sus sangrien­
tas secuelas. Casi todos estaban de acuerdo que el sistema liberal-democrático había
fracasado (aunque en realidad nunca se había implementado en Chile). Un vocero de la
naciente Falange, el futuro presidente Eduardo Frei, declaró:
“el liberalismo ha fracasado en la doctrina y en la realidad. Sus consecuencias han sido
dolorosos y absurdas y la desintegración de los valores y del hombre que ha acarreado
repercuten todavía.
...En la práctica se transformó en capitalismo, que es la negación de la libertad econó­
mica y en el orden social y político rápidamente fué superado por las diversas formas
del socialismo.
Desfuerzas se han disputado posteriormente el predominio:
marxismo y fascismo. Ambas, como lo hemos señalado, conducen a la tiranía estatista,
destruyen la dignidad y la libertad de la persona humana... La sociedad vive en la
angustia de no poder encontrar una fórmula que respete la libertad y garantice la
autoridad”.55
Frei llamó al capítulo de uno de sus libros en que aparecen esas palabras, «La
Encrucijada». Pero no dijo que para Chile era la misma encrucijada de siempre, que
ahora se daba en un contexto internacional más complicado y que tenía nuevas fór­
mulas, como el fascismo y el estalinismo. La propuesta de Frei, un socialismo cristiano
inspirado en la filosofía de Jacques Maritain, no se ensayaría hasta tres décadas des­
pués, enmarcada por la llamada guerra fría.
Si casi todos los chilenos rechazaban el liberalismo y el capitalismo, siempre que­
daba la alternativa ibañista, un personalismo autoritario que buscaba barrer a los parti­
dos tradicionales, limpiando así la casa y purgando la patria de los espíritus malévolos:

57 Citado en Arturo Olavarría Bravo, Chile entre dos Alessandri, Memorias políticas, I, Santiago: Nascimento
1962: 555.
58 Eduardo Frei Montalva, La política y el espíritu, Santiago: Ediciones Ercilla, 1940:108-109.

90
los políticos, la politiquería, el marxismo, en fin a todos los «ismos» que impidieran el
reino de la autoridad, de quien se imaginaba ser «el ‘duce’ chileno», Ibáñez. La presencia
de Ibáñez no faltaría en ninguna elección presidencial desde 1932 hasta 1958, ni tampoco
su ingerencia en múltiples conspiraciones y golpes fallidos. Los indultos concedidos por
Aguirre Cerda y los sobreseimientos del poder judicial, permitirían a Ibáñez seguir impu­
ne después de los acontecimientos de la Caja de Seguro Obrero. La amnistía de 1941 (Ley
6.885), a la cual Aguirre Cerda se opuso en 1940, correría de nuevo el velo del olvido para
Ibáñez y para los participantes en los golpes fallidos y conspiraciones de 1939-41. Sería
una medida de parche para tratar de restablecer la gobemabilidad, después de las elec­
ciones parlamentarias de 1941. A esas alturas todos los sectores sabían casi de memoria
(aún cuando simulaban a veces no recordar) la gama sinfónica de razones, tanto para
conceder como para no conceder las medidas de gracia. Era ya una rutina política debatir
el procedimiento, el propósito, la cobertura, la conveniencia y las posibles consecuencias
de correr el velo del olvido mediante una amnistía.
Sin embargo, para Aguirre Cerda, la encrucijada de 1938-41 implicó sobre todo
manejar, de alguna manera, los discursos y estrategias antagónicas de la oposición y de
sus «aliados», además de responder a los desafíos del terremoto de enero 1939, que dejó
miles de muertos y daños catastróficos. ¿Cómo establecer las condiciones de la
gobemabilidad? Era una tarea muy difícil de cumplir.
Con una variedad de transacciones y de resquicios legales y administrativos,
Aguirre Cerda evitó un conflicto mayor que muchos predecían. También implemento po­
líticas económicas y sociales que reestructuraron el Estado y dieron la pauta para el
modelo estatista-nacionalista que predominaría hasta la década de 1970, con una fuerte
participación pública en las principales industrias del país.
Para nuestra historia de la vía chilena de reconciliación, no es necesario deta­
llar las innovaciones e historias internas del Frente Popular.59 Es esencial, eso sí, enten­
der cómo Aguirre Cerda evitó la ruptura política anunciada en la prensa, en el Congre­
so, en la calle y en los campos. ¿Cómo la victoria electoral de un gobierno visto como
«de izquierda» por la derecha, la movilización nacional del movimiento obrero y la
formación de centenares de sindicatos campesinos no llegó a provocar la contrarrevolu­
ción armada y la intervención de las Fuerzas Armadas? ¿Por qué no terminó el Frente
Popular del mismo modo como terminaría la Unidad Popular en 1973?

59 Para una reseña breve e incisiva ver Germán Urzúa V., La democracia práctica. Los gobiernos radicales,
Santiago: CIEDES, Editorial Melquíades, 1987:100-211; Urzúa incluye ejemplos ilustrativos de la sátira y
de las editoriales de la prensa de la época.

91
¿Por qué no hubo quiebre del sistema en el Frente Popular?

El desenlace del Frente Popular dependió tanto de factores internacionales


como nacionales. El terremoto, hasta cierto punto, creó una solidaridad para con las
víctimas y permitió fundar la Corporación de Reconstrucción y Auxilio, una entidad
estatal de reconstrucción para responder a la emergencia y otra, la Corporación de
Fomento a la Producción (CORFO), como instrumento de desarrollo para fomentar el
desarrollo del sector privado industrial (con fondos prestados por el Eximbank de los
Estados Unidos).60 En términos generales, las relaciones entre Chile y Estados Unidos se
mantuvieron amistosas y no hubo presiones significativas para nacionalizar las inversio­
nes norteamericanas. Más aún, la coyuntura internacional no condujo a importantes in­
tervenciones de poderes extranjeros en las elecciones chilenas ni en el movimiento sindi­
cal (hasta 1942), a pesar de alguna influencia soviética a través del Partido Comunista.
En todo caso, el Frente Popular no enfrentó el tipo de presiones agresivas de otros países,
como ocurriría con la Unidad Popular entre 1970 y 1973.
Por otro lado, la invasión de Alemania a la Unión Soviética en 1941, cambió de
ruta al Partido Comunista que concordaba su política interna con la política internacio­
nal de la Unión Soviética, enfatizando entonces la lucha antifascista. En respaldo de esta
lucha, disminuyó la combatividad de su campaña de movilización en los campos y en el
movimiento obrero desde 1941 hasta 1944. Paralelamente, la división del Partido Socia­
lista en facciones opuestas y el conflicto entre comunistas y socialistas dividió a la CTCH.
Al mismo tiempo, las divisiones en el Partido Radical le crearon enormes dificultades a
Aguirre Cerda pero, con todo, le proporcionaron bastante espacio para negociar con los
partidos de derecha, que mantuvieron su control o poder de veto en el Congreso hasta
marzo de 1941.
Más importante aún, Aguirre Cerda y otros actores claves de la mayoría de los
partidos no querían una ruptura ni pensaban consumar una revolución social o institucional.
Dijo Aguirre Cerda, después de un año como Presidente: “Quiero también recordar al
país... que hay que conciliar permanentemente las aspiraciones con las posibilidades”.61
En cada momento crítico Aguirre Cerda recurrió a una política de acuerdos pactados en
vez del enfrentamiento, con la importante excepción de la ilegalización del Partido Co­
munista. Aguirre Cerda no era ni marxista ni revolucionario. Enfatizó: “Soy presidente de
todos los chilenos, y como tal no quiero ni acepto la lucha de clases, sino que anhelo la

Para una breve historia de los entretelones de la creación de la CORFO ver Brian Loveman, Chile, The
Legacy of Hispanic Capitahsm, New York: Oxford University Press, 1988: 247-48; Luis Ortega, Cincuenta
años de CORFO 1939-1989, Santiago: USACH,1989.
Ismael Edwards Matte, “Con S.E. el Presidente de la República”, Hoy, 28 de diciembre de 1939:14.

92
comprensión y compenetración de todos”.62 Tampoco quería emular al Balmaceda de
1891 ni a Alessandri entre 1920 y 1924; quiso usar el Estado como instrumento para me­
jorar las condiciones de vida de la gran mayoría de los chilenos y estaba personalmente
comprometido con las tareas de expandir las oportunidades educacionales y los servicios
estatales de salud, seguro social y otros hacia los sectores postergados y la clase media.
Aceptó el esquema de una república en forma, la democracia reformista con un papel
clave para el sector privado, según el modelo económico que pensaba implementar. Acep­
tó las condiciones impuestas por el Eximbank de EE.UU para conseguir los créditos ne­
cesarios para financiar el desarrollo industrial a través de CORFO. Sus correligionarios
en el Partido Radical, un partido ideológicamente heterogéneo, trizado por personalis­
mos y facciones históricas, dominaban la coalición que se llamaba Frente Popular; los
comunistas quedaron formalmente fuera del gabinete y su influencia fue resistida por
sectores socialistas. Todo eso hizo del Frente Popular una coalición electoral sin coheren­
cia para gobernar. Representaba, eso sí, un potencial peligro para los sectores agrarios
más tradicionales, pero no una amenaza coherente al sistema económico basado en la
propiedad privada ni para el sistema político-constitucional.
Aguirre Cerda mantuvo relaciones cordiales y de colaboración con la Iglesia Cató­
lica, no obstante su orientación personal laica y secular. Identificaba a la Iglesia Católica
como parte de la esencia de la Patria y era tan así, que en su mensaje del 21 de mayo de
1941, Aguirre Cerda reiteró su concepto del papel de la Iglesia en la tarea de unificar a la
“familia chilena”:
“En todo momento se ha tratado de fortificar la unión de la familia chilena, y de
proporcionar nuevas situaciones y posibilidades para que el hombre modesto eleve
constantemente su bienestar social y económico.
...Es así como en lo espiritual, a la Iglesia Católica no podrá desconocer, por su noble
jefe, el Excelentísimo Monseñor José María Caro y sus pastores, que se le han guardado
todas las consideraciones debidas, y los demás credos religiosos han sido ampliamente
respetados en su labor, y ello ha permitido una paz y libertad religiosa como no he visto
en mis largos años de vida pública”.63
El Partido Conservador y la Falange Nacional se opusieron a varias iniciativas del
gobierno de Aguirre Cerda, pero sus propuestas educacionales, sociales y económicas no
llegaron a exacerbar los conflictos partidistas e ideológicos entre 1938 y 1941.
En resumen, Aguirre Cerda y los sectores más «social demócratas» del Partido
Socialista no representaban una amenaza seria al régimen constitucional ni al sistema de

62 Discurso en un banquete al cual fue invitado por el Rotary Club de Chile en 1940. Citado en Hoy, 19 de
diciembre de 1940:3.
63 Citado en UrzúaV. (1987): 190.

93
propiedad privada consagrado desde el siglo XIX en la sociedad chilena.64*Las políticas
de Aguirre Cerda, circunscritas por las mayorías parlamentarias de la época, ofrecían
incluso ciertas ventajas para los empresarios nacionales y Chile era un socio confiable
para el gobierno del «nuevo trato» (New Deal) del Presidente Franklin D. Roosevelt en
los Estados Unidos. En la política del «buen vecino» propiciada por Roosevelt había
cabida para el Frente Popular, igual que para Lázaro Cárdenas en México, el «socialismo
militar» de Bolivia o para Getúlio Vargas en Brasil.
Aguirre Cerda era miembro de la clase política y no se apartaba demasiado de
sus costumbres. No era tan principista ni romántico para preferir la ruptura a la conci­
liación. Dijo: “No es la destrucción de lo existente lo que se me encomendó realizar, sino su
mejor ordenación, a fin de hacerlo servir al interés de todos, mediante la satisfacción comple­
ta de las necesidades generales”.55 Y eso lo dijo ante el Partido Socialista de Trabajadores
en noviembre de 1940, es decir, a los socialistas que se autodefinían como los más revo­
lucionarios, los trotskistas, que rechazaban el reformismo del Frente Popular. Aguirre
Cerda supo negociar. De esta manera, el programa del Frente Popular se iba diluyendo y
se garantizaba a los partidos de derecha la posibilidad de mantener su control sobre los
votos rurales, vetar la sindicalización campesina, limitar o alterar varios programas del
gobierno (como la propia CORFO que incluía en su directorio a varios representantes de
los empresarios y a uno solo de la CTCH) y, tal vez lo más importante, mantener el orden
e imponer la ley en los conflictos laborales mediante la intervención de la fuerza pública.
Es decir, algunos de los elementos básicos de la democracia restringida fueron amenaza­
dos en 1939, para luego ser reafirmados, comenzando con el recurso de los regímenes de
excepción, la paralización del proceso de sindicalización campesina y el uso de indultos,
amnistías y reincorporaciones de los ex adversarios en el sistema político.
El propio Aguirre Cerda no iba a permitir el quiebre del sistema por la moviliza­
ción de sindicatos agrícolas o el desborde del movimiento sindical. Por el contrario. En
agosto de 1940, el Ministro del Interior envió un Oficio al Director General de Carabine­
ros, pidiéndole la intervención de su personal “para que actúe contra los ‘agitadores pro­
fesionales’ que provocan en campos y ciudades, huelgas y movimientos artificiales”. De­
cía el documento, N. 963, del 17 de agosto de 1940:
“...existe cierta agitación en los campos y centros obreros que a veces trae como conse­
cuencia huelgas ilegales y el fomento de la intranquilidad pública.

Según Joan R. Garcés, Salvador Allende gustaba afirmar: “Nosotros no queremos una repetición del Fren­
te Popular. Este buscó mejorar el régimen y mantener el sistema. Nosotros queremos cambiar el régimen
y el sistema, para poder constituir una nueva sociedad sobre bases sociales y económicas totalmente dis­
tintas”. 1970. La pugna por la presidencia en Chile, Santiago: Editorial Universitaria, 1971: 51, (artículo
firmado por Joan Garcés el 24 de octubre de 1970).
Citado en Urzúa V., (1987): 191.

94
Estos movimientos, cuando no se limitan a procurar la satisfacción de las justas aspi­
raciones de la clase trabajadora concordantes con el espíritu de la legislación vigente,
sólo conducen a la creación de un ambiente de inquietud social que causa graves per­
juicios a la economía nacional y a la labor del Gobierno.
El derecho de propiedad garantizado por nuestra Carta Fundamental, ha sido expresa­
mente reconocido por S.E el Presidente de la República y su ejercicio sólo debe tener las
limitaciones que contempla la Constitución Política del Estado, es decir, las que exijan
el mantenimiento y el progreso del orden social existente. Cualquier atentado contra
este derecho conduce a la formación de odiosidades innecesarias e inaceptables que
traen graves consecuencias para nuestra patria...
En consecuencia, la labor de Carabineros debe ejercitarse, en este caso, mediante la
estricta vigilancia de las actividades de aquellos agitadores que provocan artificialmente
problemas de carácter social en nuestros campos y centros industriales, incitando a los
campesinos y obreros a iniciar movimientos ilegales en contra de los propietarios...”.66
Cuando Arturo Olavarría Bravo asumió como Ministro del Interior, este compro­
miso de proteger la propiedad privada y reprimir a los «agitadores profesionales» se
volvió más duro. (Olavarría Bravo mantuvo su cargo en el gobierno de Aguirre Cerda, aún
cuando fuera expulsado del Partido Radical en 1941). El nuevo Ministro detuvo las
movilizaciones en el campo, en las minas, en los puertos y entre los obreros ferroviarios,
mediante amenazas, represiones y resquicios administrativos, algunos legales y otros que
no eran de ninguna manera constitucionales o autorizados por la ley. Su descripción de
las medidas tomadas no deja lugar a dudas acerca de que la otra cara de la moneda del
Frente Popular era la de ser un dique para impedir el despliegue sin control de los movi­
mientos populares.67
En el caso de una huelga programada para mayo de 1941, Olavarría cuenta que
instruyó al Servicio de Investigaciones para que detuviera a todos los miembros de las
directivas sindicales de empleados y obreros de los ferrocarriles y que Carabineros vigi­
lara las máquinas y maquinistas. «Todo maquinista que a la hora de itinerario no hiciera
partir su tren, sería en el acto fusilado en el asiento de su máquina». También cuenta que
les explicó a los comandantes del Ejército y de Carabineros que si en el caso del Seguro
Obrero [de 5 de septiembre de 1938] todavía se debatían las responsabilidades, en este
caso la situación era otra: «En el Oficio que pongo en manos del señor Ministro de Defen­
sa y que lleva mi firma, muy clara, están las instrucciones que el gobierno les da, por mi
intermedio, para afrontar el paro ferroviario de mañana», es decir, las instrucciones de

66 Citado en Hoy de 22 de agosto de 1940:4-5.


67 Arturo Olavarría Bravo (1962): 1:452, («el sistema de juicio final»); p. 489, («contra los desbordes de cierta
prensa»); p. 505 («ofensiva comunista»).

95
fusilar a los maquinistas que no cumplieran con sus deberes. Agregó Olavarría que el
general Arturo Espinoza expresó «que al fin, hay gobierno en Chile. Era lo que hacía
falta, máxima energía, máximo sentido de la responsabilidad».68 Insinúa Olavarría que la
orden fue una amenaza y que no se iba a cumplir, pero que funcionó en el momento para
detener la huelga. Nunca se sabrá si el relato es completamente cierto, pero el tono orgu­
lloso que se trasunta refleja el espíritu del Ministro Olavarría para mantener el orden
durante el Frente Popular y la disposición de las Fuerzas Armadas y de Carabineros para
colaborarle. En 1952 Olavarría llegaría ser el generalísimo de la campaña presidencial de
Carlos Ibáñez, después su Ministro de Relaciones Exteriores y luego del Interior, a pesar
de que Ibáñez había desterrado a Olavarría durante su primer gobierno (1927-1931).
Con Olavarría de Ministro del Interior de Aguirre Cerda y, en este ambiente, la
retórica política no podía concillarse con hechos que impulsaran una ruptura, como hu­
biera pasado en 1891,1924 y a comienzos de los treinta. Pero no fue solamente por la
represión de las movilizaciones sindicales y la amenaza de ilegalizar al Partido Comunis­
ta que se evitó la ruptura política. Se recurrió también a las medidas conocidas de la vía
chilena de reconciliación para impedir un terremoto político.
En cada momento de crisis o conflicto crítico, Aguirre Cerda negociaba una sali­
da. No por casualidad, en 1941, bajo la amenaza de los partidos de derecha de boicotear
las elecciones parlamentarias de marzo y, de esta manera, deslegitimar potencialmente
al régimen, fue que consiguió que el Congreso legislara sobre la vigilancia de las eleccio­
nes por las Fuerzas Armadas. Fue una medida para sanear las elecciones que se había
utilizado de manera periódica antes, aunque sin base legal permanente. Aguirre Cerda
también negoció con la derecha su control sobre el campo y los votos de los campesinos,
paralizando la campaña de sindicalización campesina emprendida entre 1939-40 por el
Partido Comunista y algunos socialistas, incluido su Ministro de Salud, Salvador Allende,
quien permitió la formación de sindicatos agrícolas en las propiedades de la Beneficen­
cia, sobre todo en el valle del Choapa.
Más aún, Aguirre Cerda detuvo una ola de conflictos laborales en el campo y el
proceso de sindicalización legal campesina con una orden ministerial, supuestamente
transitoria, que inhibió la participación de los Inspectores del Trabajo en la formación de
los sindicatos agrícolas y la renovación de sus directivas.69 A esta medida administrativa,
el Ministro del Interior, Arturo Olavarría sumó tiempo después el sistema de «juicio fi­
nal» para detener «con la mayor energía este primer intento de subversión», la ola de
huelgas en el campo patrocinada mayoritariamente por dirigentes comunistas:

Olavarría, (1962):!, 508-509.


Ver Brian Loveman, Struggle in the Countryside, Politics and Rural Labor in Chile, 1919-1973, Bloomington,
Ind: Indiana University Press, 1976 para el texto de la orden ministerial.

96
“Llamé a mi despacho al Director General de Carabineros y le di instrucciones perento­
rias sobre cómo debía proceder. De acuerdo con ellas, llegó al fundo un piquete de cara­
bineros al mando de un oficial, acompañado de un convoy de camiones desocupados.
Reunidos todos los inquilinos en la era, el oficial ordenó que se pusieran al costado
derecho del recinto los que desearan continuar trabajando. Sólo avanzó uno para si­
tuarse en ese lado. Repetida la orden, pero para que se colocaran en el lado izquierdo
los que querían proseguir la huelga, el resto de los inquilinos, que eran numerosos,
corrió a situarse a este lado.
Inmediatamente entonces, el oficial dispuso -conforme a las instrucciones que lleva­
ba- que los huelguistas, acompañados por sus familiares y llevando sus menajes y
efectos personales, incluso perros, gatos y gallinas, subieran a los camiones para ser
desalojados en el acto del fundo. ‘Pues si no quieren trabajar aquí, se van no más’, fue
la imperativa determinación del jefe de la tropa.
Los inquilinos quedaron perplejos, se miraron unos a otros, cambiaron en voz baja
algunas expresiones y, luego, manifestaron su propósito de continuar residiendo en él
fundo y poner término a la huelga. Se retiraron entonces los carabineros y todo quedó
en paz”.
Esta táctica yo la convertí en ‘el sistema’. El general don Oscar Reeves Leiva, Director
General de Carabineros, lo denominó... graciosamente el juicio final, por aquello de
colocar a los buenos a la derecha y a los malos a la izquierda, como se espera que ocurra
un día en el valle de Josafat. Por cierto que no tuve necesidad de aplicar muchas veces
al ‘juicio final’. El Partido Comunista vio perdida la batalla y se desistió de seguir
adelante su propósito criminal de paralizar la recolección de las cosechas para produ­
cir el hambre en el país como medio de provocar la revolución social”.70
En fin, el Frente Popular detuvo la sindicalización campesina con una medida
administrativa (que duró hasta 1947) de cuestionable legalidad y los pliegos de peticio­
nes y huelgas en el campo, con medidas francamente represivas sin legalidad alguna.
Pero con tales medidas, Aguirre Cerda obtuvo un espacio político que lo protegería
contra un reventón.
Aguirre Cerda supo también apaciguar la inquietud dentro de la Fuerzas Arma­
das. Su gobierno peligró inicialmente, dado el riesgo de un golpe de Estado para “pro­
teger la patria contra el «comunismo». Había descontento dentro del Ejército y tam­
bién bastante simpatía hacia el ex-Presidente Ibáñez. Los partidos de derecha promo­
vían el desconcierto dentro de las Fuerzas Armadas, denunciando en la prensa las ac­
tuaciones de la milicia socialista, sobre todo dentro de la zona afectada por el terremo­

70 Olavarría Bravo (1962): 1,452-453.

97
to. También denunciaban el proselitismo izquierdista entre los reclutas y las llamadas
de Grove a “formar una nueva mentalidad” dentro de los estamentos militares.71 En la
primera semana de mayo de 1939, El Diario Ilustrado publicó un artículo, denunciando
unas demandas que haría Marmaduke Grove con ocasión del discurso tradicional del
Presidente ante el Congreso el 21 de mayo. Según El Diario Ilustrado, Grove iba a exigir
la disolución del Congreso y otras medidas revolucionarias. Esta especulación era más
que plausible con el antecedente del 4 de junio de 1932.
Con ocasión del tradicional desfile frente a La Moneda, después de la apertura
del Congreso, el 21 de mayo de 1939, según la historia oficial del Ejército, el General
Ariosto Herrera ordenó quitar “las banderas rojas que flameaban junto a nuestro emble­
ma patrio... una situación tan vergonzosa e inaceptable...”.72 Herrera, que había sido agre­
gado militar en la Italia de Mussolini y con lazos estrechos con Ibáñez, llegó a ser un
héroe de la derecha. Lo trataron de convertir en el «Franco de Chile», salvando al país de
la amenaza comunista. Sin embargo, las buenas relaciones de Aguirre Cerda con la jerar­
quía de la Iglesia, la poca participación de los comunistas en las esferas más altas del
gobierno y la connotada moderación del Presidente, lo hicieron un blanco poco compara­
ble con los dirigentes de la República española.
Aguirre Cerda hizo lo posible por apaciguar los ánimos dentro de las Fuerzas
Armadas, enfatizando su moderación, su deseo de proveer a las instituciones militares de
todo el equipo necesario para desarrollar sus funciones y de establecer salarios razona­
bles para los oficiales y soldados. El Presidente entendió perfectamente que los militares
jugaban un papel de «custodios» en el sistema político chileno. No aceptó el golpismo,
pero tampoco era tan inocente para creer, después de todo lo ocurrido desde 1924, que las
Fuerzas Armadas estaban ajenas a la política nacional.
Entre mayo y julio de 1939, los partidos de derecha intensificaron sus ataques
contra el gobierno. La prensa descalificaba al Frente Popular como un invento del
«Komintern», de Stalin, del comunismo internacional. Las caricaturas políticas en El
Diario Ilustrado, El Mercurio y la prensa regional sobrepasaban los límites de la decen­
cia (aunque tal vez no de la tradicional ironía lacónica de la prensa política desde la
década de 1830). En julio, El Diario Ilustrado denunció una circular, supuestamente
confidencial, que relataba planes para un autogolpe socialista. El gobierno, a su vez,
publicitó una conspiración para derrocar al Presidente Aguirre Cerda y procesó a los
supuestos conspiradores, incluyendo, entre varios militares, al coronel Guillermo

United States Department of State, Armour to State Dept., dispatch 606, April 5,1939; El Mercurio, 5 de
abril de 1939; Richard Raymond Super, “The Chilean Popular Front Presidency of Pedro Aguirre Cerda,
1938-1941'', Ph.D dissertation, Arizona State University, 1975:198-200.
Historia del Ejército de Chile, IX, Santiago: Estado Mayor, 1985: 45.

98
Hormazábal y a oficiales en retiro como Samuel Barros Calvo, fundador del llamado
«Frente Nacional». La prensa y los partidos de derecha desestimaron el complot y lo
caracterizaron como un juego de poker entre amigos, de ahí su apodo irónico, «el
complot del poker».
El caso del coronel Hormazábal y de los otros procesados por el complot sería
fallado por el General Ariosto Herrera, como juez militar, quien había sido elegido presi­
dente del Club Militar en agosto de 1939, lo que, en sí, era una provocación directa al
Presidente. El 21 de agosto Herrera anunció “que estaba resuelto a sobreseer a todos los
inculpados en el proceso de 9 de julio a que se refieren las declaraciones que los señores
auditores han escuchado” incluyendo a dirigentes del Partido Conservador, oficiales en
retiro y al coronel Hormazábal.73 Según el Jefe del Servicio de Informaciones del Gobier­
no, Ismael Edwards Matte, “fue entonces cuando el gobierno cortó el nuevo ‘nudo gordiano’,
creado por el general Herrera, separándolo del Ejército, ante la comprobada parcialidad,
con que un juez voluntariamente se transformaba en parte amparadora de sediciosos no
disimulados”.74 Eso era el 23 de agosto. La Radio Sociedad Nacional de Agricultura pro­
testaba por la inocencia de los miembros del «Frente Nacional Chileno», caracterizándolos
como “los héroes de 9 de julio”.75 Acto seguido, el 25 de agosto, el general Herrera, enca­
bezó un mal planeado golpe de Estado, en el que Ibáñez tuvo nuevamente influencia.76 El
fallido golpe “tuvo su foco en el intento sedicioso que congregó en la madrugada, en el
regimiento Tacna, a los generales Ariosto Herrera y Carlos Ibáñez”.77 Ante el fracaso,
Ibáñez pidió asilo en la embajada del Paraguay. Varios oficiales fueron sancionados y
Herrera salió desterrado. Entre los abogados que habían defendido a los 80 ex-militares
y civiles acusados por el proceso de sedición del 25 de agosto, figuraban los dirigentes
políticos, Juan Antonio Coloma, Santiago Wilson, Jorge Neut Latour y Eduardo Frei.78
Un artículo de la revista pro-gobiernista Hoy, firmado por «Justino», compara­
ba los procesos con la historia de España desde el 10 de julio de 1932, en que los cabe­
cillas de la rebelión fueron indultados y luego amnistiados, quedando en la impunidad.
En aquel caso, los generales cabecillas y sus seguidores fueron reposicionados en sus
respectivos cargos, de ahí se fue pavimentando el camino para el golpe del 18 de julio
de 1936. En ese año, los militares que no fueron castigados, se transformaron en “la

73 Ismael Edwards Matte, “La Conspiración del 25 de agosto”, Hoy de 5 de octubre de 1939:17.
74 Ibid: 20.
75 Ibid.
76 Para el reportaje sobre el Ariostazo, véase El Mercurio, 26 de agosto de 1939; La Nación, 25 y 26 de agosto
de 1939; La Hora, 26 de agosto de 1939.
77 Hoy, 5 de octubre de 1939:21.
78 Hoy, 19 de octubre de 1939:6.

99
legalidad española”. El articulista, que empezaba el ensayo con “porque España nos
podría decir...” preguntaba retóricamente, “¿Nosotros no somos como ellos...? ”.79 Una
advertencia sin sutilezas a los tribunales militares que procesaron los casos resultantes
de los sucesos del 25 de agosto de 1939: no más amnistías para los militares sublevados
que decían defender la Patria, como lo había proclamado el general español, Sanjurjo,
en el golpe fallido del 10 de agosto de 1932: “Yo me sublevé... en favor de España. No
contra la República”.80 Así en diciembre se le otorgó la Medalla «Al Deber» de primera
clase al coronel Guillermo Barrios Tirado, por su “arrojada y decisiva actuación” en
defensa del gobierno en los acontecimientos del 25 de agosto de 1939; otros oficiales
también fueron condecorados por su “resolución y valentía en los momentos difíciles
en que les cupieron (sic) actuar con motivo de dichos acontecimientos”.81
El intento de golpe no tuvo mucho apoyo dentro del Ejército; su fracaso le devol­
vió la iniciativa a Aguirre Cerda, quien recurrió a las medidas tradicionales: el Congreso
le concedió facultades extraordinarias, aunque fuera sólo por 20 días en vez de los seis
meses concedidos a Alessandri después de la masacre en la Caja de Seguro Obrero de
1938. Se declaró estado de sitio y se acudió a la Ley de Seguridad Interior del Estado (la
ley tan fuertemente criticada por la izquierda en 1936-37). La prensa de oposición fue
censurada o clausurada.82 Varios oficiales implicados en el complot, incluso el general
retirado, Oscar Novoa, fueron sancionados por consejos de guerra, seguidos por penas de
cárcel y relegación. El fiscal militar había pedido presidio perpetuo para el general Herrera,
Carlos Ibáñez y el ex suboficial Enrique Cox Chávez. Seis meses después, cuarenta y un
oficiales sufrieron penas de exilio o encarcelamiento.83
Estos procedimientos eran tan chilenos como las empanadas y el vino tinto. El
Frente Popular recurrió a los instrumentos de gobierno denunciados por generaciones de
pipiólos, liberales, radicales, demócratas, socialistas y comunistas. La democracia restrin­
gida, reconstruida por Alessandri y «odiada» por la izquierda, funcionaba ahora para
defender al Frente Popular del abismo, siempre que el gobierno no amenazara a fondo el
régimen constitucional-partidista, que se limitaran las actividades de la izquierda en el
sector rural, que se defendiera la propiedad privada y que se mantuviera la lealtad de las
Fuerzas Armadas y Carabineros.

“¿Tiene su ‘doble’ el 25 de agosto?”, Hoy, 9 de noviembre de 1939:11-13.


Ibid: 12.
Hoy, 14 de diciembre de 1939:6.
Un análisis del Ariostazo se encuentra en United States Department of State, Attaché’s Report #3068 August
26,1939, DSF, 825.00/REVOLUTIONS/267, G-2 Report #3020-d.
El Mercurio, 1 de noviembre de 1939; Claude Bowers to State Department., Dispatch 311,20 de febrero de
1940.

100
Pero Aguirre Cerda era también principista, como radical del siglo XIX. No quiso
ilegalizar al Partido Comunista, pese a que tampoco le tuvo una confianza muy abierta.
Los comunistas intensificaron sus esfuerzos organizativos e ideológicos entre 1938 y 1941,
estimulando conflictos laborales en el campo, las minas y en el sector urbano. Aguirre
Cerda negoció con el Partido Comunista, la CTCH, y otros elementos del Frente, la «sus­
pensión» de la sindicalización campesina; pero en las minas del carbón y en las provin­
cias del norte no hubo tregua. Aguirre Cerda designó al General de Brigada Jorge Berguño
Meneses, para que visitara la zona carbonífera y elaborara un informe sobre la situación
social y política. El general Berguño documentó las condiciones socioeconómicas que
afectaban a las minas y las necesidades de los mineros, pero su informe enfatizó que «el
control de dicha región industrial está en poder del Partido Comunista, que obedece a la
ni Internacional».84
El Servicio de Informaciones del Ejército se dedicó a investigar las actividades
«comunistas», recopilando antecedentes individuales en archivos secretos, los que se am­
pliarían desde los 1940 hasta el presente: “El Estado Mayor del Ejército conformó un
voluminoso archivo con los antecedentes recibidos y de su estudio e interpretación nacie­
ron las medidas concretas de protección y defensa del personal y de la Institución”.85
Se realizó una «Campaña de la Chilenidad» que llevó hasta los establecimientos
de Instrucción Pública «la exaltación del patriotismo en todos sus múltiples aspectos...
para cultivar y acrecentar la educación patriótica».86 Ya en febrero de 1941 la nueva ley
electoral había entregado a las Fuerzas Armadas la fiscalización de las elecciones. Los
«Jefes de Plaza» asumían el control del país desde la víspera y durante todo el día de la
elección. Es decir, Aguirre Cerda aseguró al alto mando una autonomía relativa respecto
a sus instituciones, buscó la colaboración militar en las tareas de reconstrucción después
del terremoto de Chillan, incorporó a los militares en los planes de desarrollo económico
y amplió las misiones desarrollistas y políticas de las instituciones militares. No toleró las
iniciativas de algunos sectores de izquierda de «infiltrar» a las Fuerzas Armadas, ni in­
tentó politizar la carrera, los ascensos o la educación militar. Esta sucedió a pesar de que
hubo siempre, eso sí, sentimientos ibañistas y hasta fascistas dentro de la oficialidad, los
que no llegaron a ser mayoritarios. Mientras en el Congreso se debatía la ilegalización
del Partido Comunista, los militares vigilaban al partido y custodiaban a la Patria.

84 Historia del Ejército de Chile, (1985), IX: 42. Unas 250 páginas del extenso «Informe Berguño» fueron publi­
cados en El Mercurio entre el 25 y el 31 de julio de 1941.
85 Historia del Ejército de Chile (1985), IX: 47.
86 Ibid: 48.

101
El Frente Popular apenas había juntado los votos suficientes para elegir un presi­
dente, con el apoyo coyuntural de los nazistas y de la Alianza Popular de Ibáñez.87 Las
divisiones internas del Frente y dentro de los partidos, no permitían la conformación de
un gobierno sólido. Las disputas sobre la clientela, los puestos gubernamentales, así como
las diferencias ideológicas entre comunistas, facciones del Partido Socialista y del radica­
lismo, más la competencia feroz entre comunistas y socialistas dentro de la Confedera­
ción de Trabajadores de Chile (CTCH), hicieron difícil la tarea de gobernar. Más todavía
cuando a eso se agregaba la oposición tenaz de los partidos y prensa de derecha.

La Amnistía de 1941

En este ambiente se debatía la amnistía, propuesta inicialmente en 1940, que


tendría múltiples indicaciones y modificaciones en el Congreso y amenazas de veto
por parte de Aguirre Cerda para evitar la concesión de olvido jurídico a Ibáñez y al
general Herrera, antes de ser aprobada en abril de 1941. En septiembre de 1940 fue
despachada la ley de amnistía por el Congreso. El 21 de octubre de ese año, el Presi­
dente Aguirre Cerda hizo observaciones al inciso que concedería la amnistía a los
procesados o condenados por delitos políticos y exceptuó de la amnistía al personal

En la campaña presidencial de 1938 hubo irregularidades de todo tipo, lo que hizo más dramático aun el
estrecho margen de cuatro mil votos entre ambos candidatos. Según Urzúa Valenzuela (1992: 507) “el
viernes 4 de noviembre se presentaron las reclamaciones de ambas candidaturas. La derecha formuló más
de 30 reclamaciones, fundándose principalmente en la violencia que impidió la libre emisión del sufragio,
el uso de cédulas ilegales, la suplantación de personas, el uso de sobres no oficiales. El reclamo de la
izquierda se basó en el cohecho, en la falsificación de actas, en cómputos de votos marcados y de sobres
vacíos en favor de Ross, y aun en la suplantación de ciudadanos fallecidos. La práctica generalizada del
cohecho, reconocida aun por historiadores como Encina y Edwards, ha sido determinante en muchos pe­
ríodos, desde por lo menos el régimen parlamentario hasta la implantación de la cédula única en la admi­
nistración de Ibáñez (1957). Sin embargo, se ejerció más que nunca en las elecciones de 1937, como ya
hemos señalado, y en la presidencial de 1938. Para la derecha, en especial, el cohecho era un sistema
inherente al régimen, que casi lo miraba como arma legítima. Así, dos años después, en 1940, un senador
liberal manifestaba que ‘el cohecho es un vicio inherente al absurdo y corruptor sufragio universal... Las
derechas practican el cohecho con su propio dinero, por medio de una gratificación que en algo beneficia
siquiera al elector y que no perturba su conciencia ni le engendra malos sentimientos. Las izquierdas
también, compran el voto cuando tienen los medios para hacerlo; pero, además, son especialistas para
pagarlo con puestos públicos y favores fiscales. El régimen del Frente Popular es la mejor demostración de
ello”. Por otra parte, los partidos del Frente Popular salieron victoriosos en todas las elecciones comple­
mentarias de 1939 hasta 1941, en las parlamentarias de 1941 (marzo) y en las municipales (abril). Es decir,
a pesar de las divisiones internas y las escisiones del Partido Socialista y del Partido Radical y a pesar de
los conflictos sociales y la descomposición del Frente Popular, los partidos que lo habían integrado iban en
ascenso en las elecciones de la época.

102
de Carabineros, que hubiera sido procesado o condenado por los delitos de insubordina­
ción o contra la propiedad. La Comisión de Constitución, Legislación y Justicia del Sena­
do recomendó que se rechazaran tales observaciones, lo que fue aprobado por una vota­
ción de 14 votos contra 5, con tres pareos, el 21 de enero de 1941.88
La Cámara de Diputados tomó igual determinación el 3 de abril de 1941, después
de las elecciones parlamentarias que dieron más representación a los socialistas y comu­
nistas, a pesar de las observaciones de Aguirre Cerda. Una amnistía amplia tenía venta­
jas para casi todos los sectores, ya que el velo del olvido se corrió no sólo para los ciuda­
danos que tuvieron intervención en la represión del movimiento revolucionario del 5 del
septiembre de 1938, sino también para todos los ciudadanos procesados o condenados
por delitos provenientes de hechos políticos y para el personal de Carabineros procesado
o condenado por delitos ejecutados en actos de servicio. Después de la campaña electoral
con sus actos violentos y sus irregularidades, a pesar de la vigilancia del Ejército, el
bálsamo de la amnistía le haría bien al cuerpo social.
La amnistía del 17 de abril del 1941 se promulgó poco después de los comicios
municipales del 6 de abril de ese año y un mes después de las elecciones parlamentarias
del 2 de marzo de 1941. Este fue el primer proceso electoral entregado por ley a la vigi­
lancia de las Fuerzas Armadas de la Nación para “procurar un proceso electoral libre de
todos los vicios que, hasta aquí, han afectado la historia de nuestras contiendas ciudada­
nas”.89 Aguirre Cerda quiso usar también los indultos selectivos como lo había hecho el
Presidente Montt desde 1851 a 1857, pero en 1938 no se había producido una guerra civil,
como le pasó a Montt en 1859 y el Congreso no lo dejó aplicar un perdón que discriminara
contra los complotadores como Herrera e Ibáñez. Tampoco habría «olvido absolutamente
completo», pero la amnistía negociada en el Congreso sería otro adoquín en la vía chile­
na de reconciliación.

Amnistía, Ley N. 6.885 (17 Abril de 1941)

“Concédese amnistía general a todos los ciudadanos que tuvieron intervención en la


represión del movimiento revolucionario del 5 de Septiembre de 1938.
Concédese también amnistía a todos los ciudadanos procesados o condenados por deli­
tos provenientes de hechos políticos, y al personal de Carabineros procesados o conde­
nados por delitos ejecutados en actos del servicio”.
De nuevo se intentaba la reconciliación política en Chile, mientras el mundo se

” Senado, sesión 42a. extraordinaria de 21 enero de 1941:1426-27.


” Olavarría Bravo (1962): 1,465-66.

103
enfrentaba a la Segunda Guerra Mundial. Con la muerte del Presidente Aguirre Cerda,
en noviembre de 1941, el país entró en otra época electoral presidido por un gobierno
interino. Los dos candidatos presidenciales, el ex-dictador Carlos Ibáñez y su-ex minis­
tro, Juan Antonio Ríos, que había firmado el Decreto Ley 50, en tiempo del gobierno de
Carlos Dávila, proclamaron que el país tema que escoger entre “Ibáñez o Comunismo”,
entre “dictadura y democracia”, entre la “salvación nacional y el desorden”.90 De nuevo,
según la prensa política y los partidos, el país estaba al borde del abismo.

Las campañas propagandísticas en la contienda electoral de 1942 serían bastantes polarizadas. Ibáñez se
proclamaba como el candidato de la «salvación nacional» que presidiría “un gobierno con autoridad y
responsabilidad que elimine al comunismo de las faenas productoras” (El Mercurio, 5 de enero de 1942;
Ríos contestaba que “la ciudadanía no tolerará intento alguno de entronizar dictaduras y, mucho menos,
una basada en la ultra derecha fascista y reaccionaria” (El Mercurio, 13 de enero de 1942:11). Son revela­
dores en relación al conflicto político de 1942, los avisos de página completa durante el mes de enero de
1942 en El Mercurio que proclaman las consignas de los partidos y los candidatos.

104
Capítulo 3
La “Democracia Defendida”, 1941-1952

Cronología Política Medidas de reconciliación,


Amnistías, Indultos
1941
Presidente interino Jerónimo Méndez
1942
Ley de Amnistía, 7.159
Elecciones J.A. Ríos 1945
Muere Ríos
Presidencia interina Duhalde (1945-46)
“Masacre de la Plaza Bulnes” 1946
Ley de Amnistía, 8.526
Presidencia G. González Vi déla (1946-52)
Gabinete de Liberales, Radicales,
Comunistas
1947
Facultades extraordinarias Ley 8.837
Ley 8.811, sindicalización campesina
Huelgas en el campo, minas (1946-48)
1948
Facultades extraordinarias Ley 8.940 enero
Facultades extraordinarias Ley 8.960
Ley Permanente de Defensa
de la Democracia, 8.987
Represión contra PC y
movimiento sindical
Conspiración de «patitas de chancho»

105
Facultades extraordinarias Ley 9.261 1949
Facultades extraordinarias Ley 9.362 1950
Ley de amnistía, 9.580
Ley de amnistía, 9.611
Ley de amnistía 9.665
1951
Supuesto movimiento sedicioso
Proyecto ley para derogar la ley 8.987
(referencia a la declaración
universal de derechos humanos
para fundamentar la derogación) 1952 Indultos de 17 de septiembre:
caso Colliguay, Pablo Neruda
y otros.
Amnistía amplia (Ley 10.957)
Victoria electoral de Carlos Ibáñez

Luego de la muerte de Pedro Aguirre Cerda le sucedió como gobernante interino el


Ministro del Interior, Jerónimo Méndez, presidente del Partido Radical. Las nuevas elec­
ciones presidenciales se realizarían en febrero de 1942. A Méndez le correspondió asegurar
que se organizaran los comicios, presidiendoel país bajo un clima muy polarizado, que rápi­
damente dividió a los partidos entre la candidatura del ex-dictador Carlos Ibáñez y el
radical, Juan Antonio Ríos.
En enero de 1942, Rafael Luis Gumucio V, respetado dirigente político, hizo públi­
ca su renuncia al Partido Conservador, por el apoyo dado por ese partido a la candidatura
de Ibáñez: “De 1931 a hoy, cinco veces el ex-dictador ha querido apoderarse del Poder
por la vía de las conspiraciones revolucionarias. Y ahora el Partido Conservador acuerda
trabajar para entregarle el poder a ese mismo dictador”.1
En un aviso de página completa en El Mercurio, la campaña de Ríos proclamaba
«¡Salvemos la República!».2 Aproximándose las elecciones, Arturo Alessandri encabezó
una facción del Partido Liberal que rompió la unidad partidaria, para apoyar a Ríos,
consistente con una tendencia permanente de la política chilena desde 1925: ibañismo

“Renunció a su partido Rafael Luis Gumucio V.”, El Mercurio de 10 enero de 1942: 9.


El Mercurio de 14 enero de 1942:12.

106
versus alessandrismo. En grandes letras, un aviso en El Mercurio apelaba a la ciudadanía:
“¡El viernes habla el León! Ante la Patria en peligro rompe su silencio de años”?
En este ambiente de emociones fuertes y de las típicas movilizaciones, manifesta­
ciones, promesas y amenazas que caracterizaban las épocas electorales, la promulgación
de otra amnistía, casi escapó por completo de la atención de la opinión pública. La ley de
amnistía (ley 7.159), cortísima y sin revelar en su único artículo la naturaleza de los deli­
tos amnistiados, sería la primera de muchas amnistías que beneficiarían a dirigentes
sindicales y obreros procesados por haber violado la Ley de Seguridad Interior del Esta­
do (Ley 6.026) de 1937 y sus sucesoras, la Ley de Defensa Permanente de la Democracia
(1948) y la Ley de Seguridad Interior del Estado (1958), práctica que se haría rutinaria
desde fines de la segunda guerra mundial. Es decir, con la Ley 7.159, se dio la pauta para
incorporar al movimiento sindical y gremial a la vía chilena de reconciliación política.
¿Cuáles fueron los hechos que dieron lugar a esta ley de olvido dictada expresa­
mente para dos dirigentes sindicales? En los primeros días de mayo de 1941 hubo una
huelga de obreros tranviarios de la Compañía de Tracción de Santiago. A raíz de esta
situación “el gobierno tuvo oportunidad de intervenir en la Empresa y el Congreso Nacio­
nal le dio las facultades necesarias para solucionar de una vez por todas el problema de la
movilización colectiva”.4 La huelga fue ilegal, motivando un proceso en contra de la Di­
rectiva del Sindicato Industrial de la Compañía de Tracción de Santiago. Fueron conde­
nados el Presidente y Secretario del Sindicato, Juan Briones Villavicencio y Víctor Delga­
do Rivera, a la pena de 61 días de relegación a la ciudad de Rancagua y al pago de multas
y costas.
El 14 de octubre de 1941, el senador socialista Marmaduke Grove y otros senado­
res presentaron un proyecto de ley de amnistía, en relación con la sentencia de la
Hustrísima Corte de Apelaciones de Santiago, con fecha 27 de septiembre de 1941, por
violación a la ley 6.026, sobre Seguridad Interior del Estado? Grove y tres senadores más
propusieron otra ley de amnistía en beneficio de obreros tripulantes y portuarios del
litoral marítimo,“que hayan sido separados de sus servicios por causas que no constitu­
yen delito sancionado por el Código Penal”, que no prosperaría, más que nada porque se
trataba de sumarios administrativos y no de delitos amnistiables? En la misma sesión del
Senado del 22 de octubre, Grove pidió que se tratara la cuestión de la amnistía de los
dirigentes sindicales tranviarios “aún cuando no está incluida en la convocatoria, o si hay

El Mercurio de 28 enero de 1942:13.


Moción de los señores Grove, don Marmaduke, Girón, Contreras y Estay, Senado, sesión la. extraordinaria
de 14 de octubre de 1941: 24-25.
Ibid: 25.
Senado, sesión 4a. extraordinaria de 22 de octubre de 1941:117.

107
que pedir que sea incluida para poder tratarla; en cuyo caso solicito que se envíe el oficio
correspondiente. Si es necesario el envío de tal oficio, pido que se coloque este asunto en
la tabla del martes próximo”.7 El senador Carlos Contreras Labarca pidió que su nombre
fuera agregado al oficio solicitando la inclusión de la amnistía en la convocatoria.
El 4 de noviembre de 1941, sólo semanas antes de fallecer, el Presidente Aguirre
Cerda envió un mensaje al Senado, proponiendo una ley de amnistía para los dirigentes
sindicales, en términos idénticos a la moción hecha por Grove y los otros senadores un
mes antes. En parte decía: “En atención a que la Directiva se limitó a cumplir el mandato
de la Asamblea, y que producida la huelga buscó con los personeros del gobierno, me­
dios inmediatos para solucionarla y de acuerdo con lo dispuesto en el número 14 del
artículo 44 del inciso final del artículo 45 de la Constitución Política del Estado, ten­
go la honra de proponer a vuestra consideración, a fin de que podáis tratarlo en el
actual período extraordinario de sesiones, el siguiente proyecto ley [de amnistía]”.8
Pasadas dos semanas el senador Grove pidió en la sesión del 19 de noviembre el
acuerdo del Senado para tratar inmediatamente el proyecto de amnistía para los diri­
gentes sindicales.9 Pidió también que “se sirva mandar un oficio, en mi nombre, para
solicitar la inclusión, en la actual Convocatoria, del proyecto que concede amnistía a
algunos tranviarios”.10 Aparentemente Grove no sabía que Aguirre Cerda ya lo había
incluido en un mensaje al Senado; los senadores Rudecindo Ortega y Fidel Estay suma­
ron sus nombres a los que apoyaban dicho proyecto de amnistía. El 9 de diciembre, los
Honorables Senadores pudieron darse cuenta que el Presidente Aguirre Cerda y el Mi­
nistro ya habían enviando el mensaje. El proyecto se puso en discusión general y parti­
cular. El siguiente intercambio indica que, ni en un momento de duelo nacional por el
fallecimiento de Aguirre Cerda, se podían olvidar de las luchas partidarias, electorales
e ideológicas:
“Rivera: ¿De qué proyecto se trata?
Señor Sec.: Es un proyecto del Ejecutivo, honorable Senador, sobre amnistías para los
ciudadanos don Juan Briones Villavicencio y don Víctor Delgado R., condenados por
sentencia de la Hustrísima Corte de Apelaciones de Santiago, con fecha 27 de septiem­
bre de 1941, por violación a la ley 6.026 sobre Seguridad Interior del Estado.
Rivera: Entonces, sería mejor suprimir la Corte de Apelaciones...
Maza: Esto hay que votarlo, señor Presidente, de acuerdo con el Art. 128 del Reglamento.

Ibid: 135.
Senado, sesión 7a. extraordinaria de 4 de noviembre de 1941: 213.
Senado, sesión 13a. extraordinaria de 19 de noviembre de 1941:377.
Ibid: 391.

108
Grove: Ojalá que nunca necesite una amnistía Su Señoría.
Rivera: Esperamos permanecer honrados toda la vida.
Grove: Yo soy honrado, y he estado en la cárcel 95 días.
Esto, sin robarle jamás ni un cinco a nadie.
Rivera: Ha estado en la cárcel por lo que hizo y no por lo que no hizo.
Amunátegui: ¿Ypor qué no lo indultaron, cuando el Presidente de la República tiene
facultad para hacerlo?.
Ortega: No estaba condenado.
Amunátegui: En este caso, las personas de que se trata han sido condenadas por la
justicia.
Rivera: Por sentencia de septiembre del año en curso.
Martínez Montt (Pres.) Queda aprobado el proyecto.
Rivera: ¿Cómo?
(Presidente): Está aprobado el proyecto. Este mismo se ha hecho en ocasiones anterio­
res, honorable Senador.
Rivera: Esto es indecoroso.
Grove: Yo quiero dejar constancia de la lentitud con que esto se tramita. Este mensaje
tiene fecha 29 de octubre.
Rivera: Y la sentencia de la Corte tiene fecha 27 de septiembre. No hay tal lentitud sino
todo lo contrario.
Grove: Quería dejar constancia de esto y nada más”.11
Rivera y Maza insistieron que se votara el proyecto en forma secreta; el presiden­
te del Senado contestó que Maza había formulado la objeción “después de que el proyec­
to había sido aprobado”. El senador Rivera calificó el procedimiento como “un atropello”
y Amunátegui agregó que “sería bueno que no quedara establecido el precedente”. Rive­
ra terminó el debate: “Que quede constancia de que se ha atropellado el Reglamento”.12
Luego de ser aprobada en el Senado, la amnistía fue considerada en la Cáma­
ra de Diputados el 21 de diciembre. El diputado Carlos Cáete señaló que “se efec­
tuó la detención de estos ciudadanos con motivo del conflicto tranviario que hubo
hace poco en la Capital. En virtud de los informes policiales, hasta cierto punto
interesados, fueron estas dos personas las que, en conclusión, pagaron las

Senado, sesión 17a. extraordinaria de 9 de diciembre de 1941:469.


Ibid: 470.

109
consecuencias de ese paro”. No hubo oposición ni indicaciones al proyecto. No obstan­
te, el diputado César Godoy Urrutia intervino irónicamente, preguntando, “¿No podría­
mos de paso, señor Presidente, derogar la Ley de Seguridad Interior del Estado? Lo pro­
pongo porque, como se está pidiendo con insistencia un gobierno fuerte, próximamente
la Honorable Cámara no tendrá sino que llevarse despachando proyectos de amnistía”.13
Godoy Urrutia tendría razón; el Congreso se ocuparía de múltiples amnistías desde 1942,
que propondrían amnistiar a obreros, estudiantes, políticos, periodistas, dirigentes sindi­
cales y gremiales, entre otros, por haber cometido delitos penados por la Ley 6.026, luego
por la Ley 8.987 (“ley maldita”) y la Ley 12.927 de Seguridad Interior del Estado. Así fue
como la Ley 7.159, con un solitario y poco revelador artículo sustantivo, presagió el futu­
ro: miles de huelgas ilegales, miles de procesados por delitos contra la seguridad interior
del Estado, miles de desistimientos y sobreseimientos, miles de indultados y amnistiados.
Y centenares de llamados en el Congreso para derogar las leyes represivas.

Amnistía, Ley N. 7.159 (21 Enero de 1942)

“Concédese amnistía en favor de los ciudadanos Juan Briones Villavicencio y Víctor


Delgado Rivera, condenados por sentencia de la Ilustrísima Corte de Apelaciones de
Santiago, con fecha 27 de Septiembre de 1941, por violación de la ley N. 6026. sobre
seguridad Interior del Estado”.

La Elección de 1942

Las corrientes ideológicas y las camarillas personalistas entre los radicales se dis­
putaban la candidatura presidencial para las elecciones de 1942, en el marco de la disolu­
ción del Frente Popular y la presión externa sobre la posición chilena respecto a la Segunda
Guerra Mundial. La lucha interna del radicalismo fue ganada por Juan Antonio Ríos, ex-
Ministro de Carlos Ibáñez y destacado anticomunista. Su contendor sería el propio Ibáñez,
quién fue apoyado por sectores heterogéneos, algunos liberales y por el Partido Conserva­
dor, aunque no sin defecciones. Dentro de los sectores liberales, los alessandristas apoya­
ron la candidatura de Ríos. Para la izquierda, incluso el Partido Comunista, se trataba de
escoger el mal menor. Y con ese criterio apoyaron a Ríos. Eduardo Frei Montalva, presiden­
te de la Falange, anunció también el apoyo de su partido, condicionándolo a “que esta

13 Cámara de Diputados, sesión 32a. extraordinaria de 7 de diciembre de 1941:1659-60.

110
candidatura se encuentre libre de toda concomitancia con el Partido Comunista y tenga el
carácter de una candidatura nacional”.14
Ibáñez resucitó los temas de siempre: patriotismo, antipoliticismo, anticomunismo,
bienestar social, en resumen un populismo «por encima de la política y los partidos».
Desplegó casi el mismo abanico de consignas que lo haría presidente en 1952. Pero en
1942 fue elegido Juan Antonio Ríos, mientras Ibáñez obtuvo algo más del 40% de los
votos (260.034 Ríos, 204.635 Ibáñez). Esta sería la primera vez que algunas potencias
extranjeras gastarían montos significativos para influir en los resultados de una elección
presidencial en el país. Los alemanes preferían a Ibáñez y los aliados a Ríos.
Ríos era un político experimentado. Desde 1918 había hecho carrera en el Partido
Radical, como regidor, diputado, senador (en el congreso termal de Ibáñez). Fue Ministro
del Interior de Carlos Dávila y firmó el Decreto Ley 50 sobre seguridad interior del Esta­
do. Volvió a la Cámara de Diputados en 1933 y fue varias veces presidente del Partido
Radical. Al asumir la presidencia, Ríos buscó administrar el país con un «Gobierno Na­
cional», un gobierno con espacio para casi todos. En este espíritu le ofreció a Ibáñez el
cargo de embajador en Perú, designación que fue rechazada por el Senado.15 Conocedor
fino del discurso político, Ríos representaba en sí mismo las contradicciones histórico-
míticas de Chile desde 1924 hasta 1942. Desde ese marco se entiende que llamara a que:
“la contienda cívica y su cortejo de pasiones deben sepultarse en el olvido. Amigos y
adversarios, todos somos chilenos; todos tenemos que trabajar unidos para resolver los
grandes problemas de la Patria.
...Es indispensable desarmar los espíritus, despojarlos de resentimientos y rencores.
Una vez más declaro que mi Gobierno será el gobierno de la nación entera, sin exclusio­
nes y sin favoritismos. Seré el Presidente de todos los chilenos”.16
En resumen: gobernar en Chile requería del olvido, de la recomposición del
sistema político y de la unidad de todos los chilenos. Al decir que sería, «presidente
de todos los chilenos», Ríos reafirmaba el mito fundacional de «una familia chilena»,
de un Presidente que se veía como un padre benévolo, firme, autoritario, pero actuan­
do para alcanzar el «bien común». Con eso buscaba revalidar, simbólicamente, un
proyecto nacional por encima de las consignas partidarias y los «conflictos de clase».

14 El Mercurio, Io diciembre de 1942, citado en Germán Urzúa V., La democracia práctica, Los gobiernos radica­
les, Santiago: Editorial Melquíades, 1987:205.
15 Germán Urzúa V., (1987): 215.
16 Citado en Luis Palma Zúñiga, Historia del Partido Radical, Santiago: Editorial Andrés Bello, 1967: 227. En
diciembre de 1940, Pedro Aguirre Cerda había enfatizado el mismo tema en un banquete en el Astur
Hotel, patrocinado por el Rotary Club de Chile. Dijo: “Soy Presidente de todos los chilenos, y como tal no
quiero ni acepto la lucha de clases, sino que anhelo la comprensión y compenetración de todos, en el
común propósito de buscar la grandeza nacional”. Citado en Hoy de 19 de diciembre de 1940:3.

1 1 1
Era la contraparte secular del discurso falangista sobre el bien común inspirado en las
encíclicas sociales de la Iglesia Católica. También era repetir el discurso de Aguirre Cer­
da, que se había proclamado «presidente de todos los chilenos».
El destino del país dependía de que se pudieran suprimir los conflictos ideológi­
cos y de clase, en nombre de «resolver los grandes problemas de la Patria». Esta tarea era
imposible, ya que los grandes problemas de la patria incluían los desacuerdos fundamen­
tales sobre el tipo de régimen constitucional y económico que debería regir en el país;
era pedir el olvido incluso para las visiones antagónicas del futuro. En cambio, el olvido
aparente y simulado sí era factible, como fundamento de una tregua, aunque no lo fuera
como proyecto permanente.
El presidente Ríos se sintió identificado con el programa de modernización eco­
nómica iniciado por el Frente Popular y con la retórica referente a la justicia social.
Aunque el Frente Popular estaba oficialmente disuelto, los partidos que lo habían forma­
do, con excepción de los comunistas, no dejaron de colaborar esporádicamente con el
presidente Ríos. También lo harían con su sucesor, Gabriel González Videla (1946-52).
Los presidentes radicales mantendrían un discurso progresista, aún en los tiempos de
represión directa al Partido Comunista y a los movimientos sindicales y gremiales, sobre
todo entre 1947 y 1952. Por otra parte, el proyecto socioeconómico de los radicales no se
identificaría explícitamente con la derecha política, ni aún en los momentos de mayor
represión.
Desafiado por el contexto de la Segunda Guerra Mundial y por la tarea de recom­
poner el sistema partidista, Ríos vacilaba entre un discurso autoritario o uno que mantu­
viera las reminiscencias de Aguirre Cerda.

La Segunda Guerra Mundial y la Ley 7.200

En junio de 1942 se publicó en el Diario Oficial la Ley 7.200, sin contemplar ma­
yormente sus consecuencias a largo plazo. Esta ley, era un estatuto que reordenaba la
administración del Estado, la seguridad interior y exterior y el manejo de la economía
nacional, ampliando significativamente las atribuciones del Presidente de la Repúbli­
ca.17 En su artículo 23 facultó al Ejecutivo para declarar determinados puntos del territo­
rio nacional como zonas de emergencia, previo informe del Consejo Superior de Defensa
Nacional, en casos de ataque exterior o de invasión o de actos de sabotaje contra la segu­
ridad nacional, permitiendo bajo tales circunstancias la suspensión o restricción de la

Para una síntesis de la Ley 7.200 véase Florencio Durán B., El Partido Radical, Santiago: Editorial Nascimento
1958:373-380.

112
libertad personal en conformidad con varios artículos de la Constitución. Esta legislación
era una medida determinada por la situación inmediata de la Segunda Guerra Mundial;
sin embargo, su uso continuaría durante la década de 1950 y se transformaría en otro
instrumento de la democracia restringida.
Un decreto con fuerza de ley (34/2245) del 27 de noviembre de 1942, reglamenta­
ba la Ley 7.200 definiendo lo que se entendía por “sabotaje” y ampliando la autoridad
militar en las zonas de emergencia. En particular, autorizaba que entraran en actividad
los tribunales militares de tiempo de guerra donde existieran “fuerzas rebeldes organiza­
das”. Tales fundamentos legales, de debatible constitucionalidad, servirían no obstante,
a los dos gobiernos siguientes como elementos rutinarios para la represión de movimien­
tos políticos y sindicales.
En el caso del gobierno de Carlos Ibáñez (1952-58), se recurriría a la declaración
de una zona de emergencia, cuando el Congreso rehusara declarar el estado de sitio o
cuando se le negara al presidente la concesión de facultades extraordinarias. Es decir, la
Ley 7.200, una medida adoptada en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, tendría el
efecto de sustituir a los regímenes de excepción constitucional, en algunos casos, permi­
tiendo al Presidente utilizar unilateralmente esta medida. Más importante todavía, al
declarar una zona de emergencia se reemplazaba la autoridad civil por la del Jefe Militar
de Plaza, estableciendo virtualmente la ley marcial y sometiendo a los civiles a la juris­
dicción militar. El Decreto 34/2245 otorgó al Jefe de la Plaza la facultad de dictar bandos
a los cuales debía ceñirse la población civil. Quienes infringieran las disposiciones conte­
nidas en los bandos serían juzgados de acuerdo al Código de Justicia Militar. Además, la
misma ley facultó al Presidente para dictar decretos con fuerza de ley, relativos a mate­
rias de orden económico administrativo.
Aún cuando desde su promulgación se disputaba la constitucionalidad de la Ley
7.200 y del decreto con fuerza de ley que lo reglamentaba, se aplicaría, de hecho, hasta
fines del segundo gobierno de Carlos Ibáñez.18 De esta manera, el presidente Ríos forta­
leció la base jurídica de la democracia restringida en Chile y extendió en forma significa­
tiva la influencia potencial y la autoridad militar en momentos de conflicto agudo. Eso
ocurrió antes de la Guerra Fría, antes de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia
(1948) y mucho antes de la Revolución Cubana (1959). En tiempos de «emergencia», se
recurriría a la autoridad y al fuero militár.
En otras áreas Ríos buscó también fortalecer el Poder Ejecutivo, en la histórica
contienda entre el Presidente y el Congreso. La Ley 7.727 del 23 noviembre de 1943
reformó la Constitución (la primera reforma desde su promulgación en 1925), “a fin de

18 Véase Clodomiro Bravo Michell y Nissim Sharim Paz, Restricciones a las libertades públicas, Santiago: Edito­
rial Jurídica de Chile, 1958:40-64; 120. El D.F.L 34/2245 se reimprime en la página 290.

113
despojar al Congreso de sus atribuciones para dictar mayores gastos del Presupuesto
Nacional” y “constantemente pidió al Congreso poderes para conjurar problemas apre­
miantes: Ley de Emergencia, Ley Económica, Ley de Seguridad Exterior del Estado”.19
Juan Antonio Ríos también trató de mantener la neutralidad de Chile durante la
Guerra Mundial, a pesar de las presiones de distintos sectores para que se definiera más
claramente. Del mismo modo, Ríos trató de mantener alguna estabilidad ministerial, ta­
rea que se hizo imposible dada la indisciplina, las divisiones intrapartidistas, las compe­
tencias por puestos y la fragmentación general del sistema de partidos.20 Ya en la década
de 1940 participaban entre 12 y 20 partidos en las elecciones parlamentarias, dándose un
sistema fragmentado, repleto de regionalismos, personalismos e idiosincrasias sin conte­
nido ideológico o programático, que se entretejían con divisiones más ideológicas. Como
se ha dicho, el presidente Ríos apeló como antídoto, al mito histórico de la «f amilia chile­
na», haciendo un esfuerzo por promover la reconciliación: “...amigos y adversarios,... mi
gobierno será gobierno de la nación entera, sin exclusiones y sin favoritismos. Seré el
Presidente de todos los chilenos”.21 En cuanto al conflicto básico entre «el orden» y «el
desorden», insistió que el orden tenía que mantenerse, pero que era necesario repensar
el significado de ese concepto:
“el orden no es el reparto de sablazos con que los dictatoriales amenazan al pueblo de
Chile. Aún más. El desorden no está en el pueblo. El desorden está en la opresión y en la
injusticia. Hay desorden donde no se pagan los salarios justos; hay desorden en las
faenas donde no se considera a los trabajadores; hay desorden donde hay malos patro­
nes. Pero este desorden no es tampoco un tumulto, ni es el trastorno producido por el
reclamo de los trabajadores; si no que el no reconocer los derechos y el trabajo, el no
pagar las remuneraciones justas, el no otorgar tratamiento razonable a los obreros
importa un desorden mucho más grave que todas las asonadas, porque es un desorden
permanente y es una rebelión contra los dictados de la justicia, del derecho y de la
humanidad. Yo también pido más orden y tranquilidad para trabajar, pero basados en
la justicia social y no en la fuerza”.22
El presidente Ríos se atuvo a una línea retórica democrática y progresista, sin
reavivar las emociones y esperanzas de 1938-39. Los proyectos de industrialización y
reorganización del Estado emprendidos por Aguirre Cerda se ampliaron. Aguirre Cerda
había proclamado «gobernar es educar»; Ríos cambió la consigna: «gobernar es produ­

Germán Urzúa Valenzuela, Historia política de Chile y su evolución electoral (Desde 1810 a 1992), Santiago:
Editorial Jurídica, 1992:555.
La rotativa ministerial y las incesantes luchas partidistas de 1942-1945 se describen con lujo de detalles
en Urzúa V. (1987): 216-249.
Citado en Palma Zúñiga (1967): 227.
Citado en Urzúa V. (1987): 221.

114
cir». Gobernó con elementos de casi todos los partidos, menos con los comunistas y socialis­
tas revolucionarios. En momentos complicados constituyó gabinetes técnicos y hasta invitó a
militares a controlar el timón del Estado desde el Ministerio del Interior, táctica que sería
emulada desde entonces hasta la década de 1970.
Como en todos los gobiernos desde 1920, hubo rumores de golpes y conspiraciones
que llegaron a involucrar a elementos militares. En 1943, esperando instaurar un gobierno
«fuerte», parecido al de Oliveira Salazar en Portugal grupos de derecha intentaron reclu­
tar al general Jorge Berguño, autor del informe sobre la zona carbonífera encargado por
Aguirre Cerda y ardiente anticomunista. Circulaban rumores de un complot para dar un
golpe de estado. El presidente Ríos llamó a retiro al general Berguño. En la Cámara de
Diputados se intercambiaban palabras duras entre los congresales de derecha e izquierda.
Según un artículo en Hoy, “los rumores relativos a la implantación de una dictadura no sólo
fueron escuchados en los corrillos del bar, en el club y en otros sitios propicios del comenta­
rio. Se patentizaron en el hemiciclo parlamentario y, aun hubo un diputado como don Ma­
nuel Bart, representante del Partido Agrario, que se lamentó en plena sesión de la Cámara,
que hasta este instante no hubiese habido algún General de la República que diera el
espaldarazo de dictador de Chile a algún Oliveira Salazar, como el dictador portugués.23 En
la Cámara, los insultos mutuos reflejaban la profunda división del país:
“Godoy Urrutia: Quién sabe si hasta no sería mejor mandar de vacaciones a algunos
Honorables colegas, a esos países que elogian, pero que no fueran como gobernantes
sino como simples ciudadanos...
Bart: ¡Su señoría habla siempre en forma tan superficial, tan histérica que nunca
podemos entenderle!
Godoy: ¡Señor Presidente: a este pelele prefiero no contestarle!
Hablan varios señores diputados a la vez.
Bart: Muchas gracias! Soy en realidad un pelele frente a la inmensa potencia intelec­
tual que demuestra Su Señoría.
Su Señoría es sólo un monumento de presunción y de ignorancia.
Godoy: ¡Incluso no hay para qué pedirle a la Mesa que le haga retirar sus expresiones...!
Brañes (Presidente Accidental): ¡Llamo al orden a los Honorables Diputados.
Sírvanse concretarse a la materia en debate.
Godoy: Recibo estas expresiones como de quien vienen; un desgraciado cualquiera, y
paso por encima de ellas!
¡La basura, hay que pisarla!

23 “Ruido de sables en sordina”, Hoy, 5 de agosto de 1943:8-9.

115
Bart: ¿Yel porvenir también hay que pisarlo?
Godoy:Yla basura también, como son estos candidatos y aspirantes a dictadores, que
están demás en esta Cámara, que debiera ser la esencia de la democracia...
Bart: Democracia, pero no populachería, como la de Su Señoría.
Hablan varios señores diputados a la vez.
Godoy: Que llegara a decir que necesitamos aquí un Oliveira Salazar; que piden a Dios
que ojalá ilumine a un general que dé el espaldarazo a un Oliveira Salazar chileno. A
estos habría que mandarlos a Italia o Portugal para ser los síndicos de la liquidación y
¡allí verían bueno! ya que son tan partidarios de estos regímenes de fuerza”.24
Hoy también reprodujo en la misma edición un artículo de Rafael L. Gumucio, publi­
cado en El Mercurio, con el título de “Toda la Verdad”, en que manifestaba su apoyo a las
palabras del Ministro del Interior, que “dicen relación con medidas que se tomarán para
asegurar el mantenimiento del régimen,... porque circulaban rumores anunciadores de que
se acercaba un golpe de fuerza y una dictadura”.25 Aunque no ocurriría un golpe de estado,
las Fuerzas Armadas eran una permanente referencia de «última instancia», si, según la
derecha, el régimen imperante fuera amenazado por la izquierda. Esta amenaza manejada
por la derecha, sería un subentendido en todos los gobiernos desde 1932, no obstante la
«excepcionalidad» chilena celebrada en el hemisferio.
Por lo pronto, los partidos de derecha (Conservador, Liberal, Agrario Laborista)
reconquistaron una mayoría en el Congreso en las elecciones parlamentarias de 1945. La
posibilidad que la izquierda pudiera «poner en peligro», el orden institucional o los inte­
reses económicos establecidos con una legislación demasiado populista, desaparecía tran­
sitoriamente. La izquierda seguía insistiendo que el régimen capitalista era anacrónico y
malévolo; la derecha «nacionalista» y la Falange predicaban lo mismo. Cuando «las de­
mocracias» ganaron la Segunda Guerra Mundial, la popularidad de Oliveira Salazar, Hitler
y Benito Mussolini declinó en Chile. No obstante, el general Francisco Franco de España
mantuvo su buena imagen en sectores de la derecha. Con todo, la «Guerra Fría» que se
avecinaba mantendría ardiente la pugna sobre la legitimidad de la «democracia burgue­
sa» en Chile.
Desde 1944, el ejercicio de la presidencia se iba complicando para rios por su
mala salud y las intervenciones quirúrgicas que lo iban debilitando. El 17 de enero de
1946, dada su grave enfermedad, Ríos transfirió el mando al Ministro del Interior del
momento, Alfredo Duhalde. Anticipándose a la muerte del presidente, un desfile de

24 Citado en Ibid: 9.
25 Ibid. Como siempre en Chile, la prensa participaba activamente en los conflictos políticos. Hoy apoyaba al
Gobierno, frente la derecha, luchando contra los voceros de los «enemigos»: El Mercurio, El Diario Ilustra­
do, La Unión (Valparaíso), La Nación.

116
presidenciables de todos los bandos condujo a más trizaduras al radicalismo, al Partido
Socialista y a los partidos de derecha. De hecho, Gabriel González Videla proclamó su
candidatura presidencial en febrero, faltándole a Ríos dos años para completar su
período constitucional, con “lo que tácitamente se le extendía acta de defunción”.26 A la
vez, socialistas y comunistas se disputaban el control de la CTCH, aumentando la militancia
sindical e intensificando a su vez la retórica de lucha.
En esta coyuntura, algunas huelgas efectuadas en las oficinas salitreras «Mapocho»
y «Humberstone» amenazaban con extenderse a otras regiones; el gobierno recurrió a la
Ley 7.200, declarando zona de emergencia a Tarapacá y quitando la personalidad jurídica
a los sindicatos. Como respuesta a las medidas represivas, otros grupos de obreros salitreros
anunciaron un paro en la zona y la CTCH anunció un paro nacional de 24 horas para el 30
de enero. El 28 de enero, dos días antes del paro anunciado, una reunión en la Plaza
Bulnes de Santiago terminó con heridos y muertos, cuando los carabineros y los manifes­
tantes se enfrentaron a piedrazos y balazos. Entre los seis muertos estaba la joven mili­
tante de las juventudes comunistas, Ramona Parra, cuyo nombre se conmemoraría en
una brigada muralista del Partido Comunista. En protesta por la actuación de Carabine­
ros, renunció el Ministro de Obras Públicas, Eduardo Frei Montalva, siendo reemplazado
por el general del aire, Manuel Tovarías Arroyo. Ante el cambio de gabinete y una crisis
interna, el gobierno declaró estado de sitio en todo el país por sesenta días, nombrando al
vicealmirante Vicente Merino Bielich, como Ministro del Interior.
Otro trauma político. Más brasas ardientes que no tendrían olvido. En su Canto
General Pablo Neruda recuerda:
“Yo no vengo a llorar aquí donde cayeron:
Vengo a vosotros, acudo a los que viven.
Acudo a tí y a mí y en tu pecho golpeo.
Cayeron otros antes. ¿Recuerdas? Sí, recuerdas.
Otros que el mismo nombre y apellido tuvieron.
En San Gregorio, en Lonquimay lluvioso,
en Ránquil, derramados por el viento
en Iquique, enterrados en la arena,
a lo largo del mar y del desierto,
a lo largo del humo y de la lluvia,
desde las pampas a los archipiélagos
fueron asesinados otros hombres,

26 Arturo Olavarría Bravo, Chile entre dos Alessandri, 2 vols. Santiago: Nascimento, II, (1962): 30.

117
otros que como tú se llamaban Antonio
y que eran como tú pescadores o herreros:
Subió como una rata a los hombros del pueblo
carne de Chile, rostros
cicatrizados por el viento,
martirizados por la pampa,
firmados por el sufrimiento.
Yo encontré por los muros de la patria,
junto a la nieve y su cristalería,
detrás del río de ramaje verde,
debajo del nitrato y de la espiga,
una gota de sangre de mi pueblo
y cada gota, como el fuego, ardía.
Pero entonces la sangre fué escondida
detrás de las raíces, fué lavada
y negada.
...nadie sabe dónde están ahora,
no tienen tumba, están dispersos
en las raíces de la patria...
Nadie sabe dónde enterraron
los asesinos estos cuerpos,
pero ellos saldrán de la tierra
a cobrar la sangre caída
en la resurrección del pueblo.
En medio de la plaza fué este crimen.
No escondió el matorral la sangre pura
del pueblo, ni la tragó la arena de la pampa.
Nadie escondió este crimen.
Este crimen fué en medio de la Patria”.27
Duhalde, buscando una solución política a la crisis, consiguió que se incorporaran mi­
nistros socialistas en el gabinete, incluyendo al ex- trotskista Manuel Hidalgo. Con esta medida

27 Pablo Neruda, Canto General, Reedición artesanal de homenaje a los 40 años de su publicación original,
Santiago: América, noviembre de 1990:193-195

118
se dividió aún más la CTCH, mientras Duhalde formaba un llamado «gobierno de Tercer Fren­
te», opuesto, se decía, tanto al capitalismo como al comunismo.28 Poco después, el Ministro del
Interior interpuso una querella contra El Siglo, por desacato contra el consejo de gabinete,
entidad que no existía formalmente en la Constitución ni en la legislación del país (es decir, a El
Siglo podría habérsele acusado de desacato contra los ministros con nombres y apellidos, pero
no contra una entidad «informal» del Estado). Por sus fallas técnicas la querella fue sobreseí­
da. Mientras tanto, la CTCH declaró la huelga en la zona carbonífera, a la cual el gobierno
respondió enviando elementos del Ejército a las faenas y movilizando a una parte de la Escua­
dra enTalcahuano para terminar con «el conflicto sedicioso».29
La ola de conflictos laborales se exacerbó con la muerte del presidente Ríos, el 27
de junio de 1946. La contienda electoral próxima intensificaba las divisiones en el Parti­
do Radical, entre las facciones socialistas y entre el Partido Socialista y los comunistas.
La esperanza de la derecha de recuperar la presidencia la hizo más belicosa en la defensa
del «orden» contra la amenaza permanente del comunismo.
Ocurrió lo mismo con algunos radicales destacados, como el principal contendor
de González Videla y ex-Ministro del Interior de Aguirre Cerda, Arturo Olavarría Bravo,
quien relata en sus memorias que “me repugnaba incorporarme a una tienda electoral en
la que debía codearme con los comunistas, a los que no sólo repudiaba ideológicamente,
sino que abominaba... Yo no podía estar con el candidato que llegaría a la Moneda en
brazos del comunismo internacional, a preparar inconscientemente el advenimiento del
régimen más oprobioso que ha conocido y sufrido la humanidad”.30 Por este motivo,
Olavarría y varios congresales radicales abandonaron el partido para fundar el Partido
Radical Democrático, que apoyaría al candidato del Partido Liberal Fernando Alessandri
Rodríguez en las elecciones de 1946.
Las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1946 trajeron novedades
políticas inusitadas. El candidato del Partido Radical, Gabriel González Videla, conquistó
una mayoría relativa en los comicios, necesitando que su elección como presidente fuera
confirmada por el Congreso. Para obtener la mayoría requerida se creó una coalición
coyuntural sumamente contradictoria, sobre la base de acomodos y compromisos
insustentables. En las negociaciones se concedió al Partido Liberal, aunque informal­
mente, el poder de veto sobre cualquier legislación futura que reglamentara la
sindicalización campesina, además de oíros subentendidos que equivalían a establecer
controles sobre el papel del Estado en la economía y en relación con el movimiento sindi­

28 Versiones distintas de estos acontecimientos se encuentran en Orlando Millas, La alborada democrática en


Chile, Memorias I, en timpos del frente popular, 1932-1947, Santiago: CESOC, 1993:456-474. Olavarría Bravo
(1962): 25-29. Duran B. (1958): 405.
29 DuránB. (1958): 405.
30 Olavarría Bravo, H (1962): 34-35.

119
cal. Por otro lado, los comunistas, que habían apoyado con mucha fuerza a González Videla,
candidato del Partido Radical considerado de avanzada, entrarían en el gobierno en los
ministerios de Agricultura, Obras Públicas y Tierras y Colonización.
La reconfiguración del sistema político fue avalada también con una amplia am­
nistía.31 El 9 de septiembre salió publicada en el Diario Oficial la Ley 8.526, firmada por
Alfredo Duhalde y Femando Moller B.:
“Concédese amnistía a todas las personas que actualmente se encuentran procesadas o
que hayan sido condenadas por delitos contemplados en la ley número 6.026, de 12 de
febrero de 1937 y en el decreto ley N. 425, de 20 de marzo de 1925”.
Esta ley se había originado en la moción de los senadores Carlos Contreras Labarca,
Marmaduke Grove, Ulises Correa, Salvador Ocampo e Isauro Torres, en la sesión del 16 de
julio de 1946. Ocampo estimaba que la ley beneficiaría de 200 a 300 personas, principal­
mente obreros, empleados y periodistas procesados por las leyes referidas. Agregó que
“en otros casos similares, el Congreso Nacional había despachado leyes de amnistía en
favor de personas procesadas también por delitos políticos”.32 El senador Horacio Walker
Larraín, fundamentó su abstención en la votación sobre el proyecto, observando que “por
su amplitud no permite apreciar a quiénes beneficiará; desde luego entre las personas
favorecidas se encuentran algunos alemanes de Valdivia que cometieron delitos durante
la guerra”.33 Tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados fue aprobada la ley de
amnistía casi sin debate, aprobándose el proyecto en general y particular, sin que nadie
pidiera votación nominal para que se discutiera alguna de las provisiones en detalle.

En julio de 1946, los senadores Marmaduke Grove e Isauro Torres habían iniciado otro proyecto de ley de
amnistía para beneficiar a “un oficial que procedió, según afirman, por orden superior y sin reportar
beneficio alguno del acto que se le ordenó autorizar”. Es decir una amnistía con nombre y apellido, pero
sin especificarlo. Sin embargo, el proyecto habría agregado a la ley 6.885 de 17 de abril de 1941, las pala­
bras “y de las Fuerzas Armadas” después de la palabra “Carabineros”. La Comisión informante recomen­
dó que esto “debe ser resuelto por otros medios, distintos de una ley de amnistía y que, en todo caso, ésta
debiera ser iniciada por la autoridad superior jerárquica de dicho oficial...”. También concluyó, respecto a
las leyes de amnistía, que “No se puede, pues, volver sobre ellas [las amnistías] para ampliarlas, posterior­
mente a otros objetos y a hechos derivados de otras causas, sobre todo, si éstas son de menor significación.
Tenemos, en seguida que la amnistía dispuesta por la Ley 6.885, en favor de los carabineros por ‘delitos
ejecutados en actos de servicio’ no escapa a esta regla, porque al dictarla el legislador no tuvo en vista los
delitos comunes de que pudieran haberse hecho responsables los servidores de este Cuerpo, sino que los
excesos, atropellos, o abusos de autoridad en que, a veces, pueden incurrir, por obra de la exaltación del
momento y de las circunstancias violentas, en que frecuentemente les toca intervenir en obedecimiento
de órdenes superiores”. Como varios otros, este proyecto de amnistía no prosperó. Senado, sesión 26a.
ordinaria de 31 de julio de 1946:942.
Senado, sesión 35a. de 21 de agosto de 1946:1178.
Ibid: 1195.

120
Faltaban dos semanas para la elección presidencial de septiembre de 1946.34 Bo­
rrón y cuenta nueva, impunidad para huelguistas, empleados públicos, periodistas de
todas las tiendas, que habían violado el Decreto Ley 425 de 1925 Sobre Abusos de
Publicidad, varios políticos y hasta alemanes que cometieron crímenes contra la seguri­
dad del Estado durante la Segunda Guerra Mundial en Valdivia. Con la Ley 8.526 tam­
bién se le tendía el manto de olvido jurídico a cualquier caso pendiente de “la masacre
de la Plaza Bulnes”.
Seguía así la modalidad establecida desde 1931, en la que las amnistías llegaban
a ser instrumentos rutinarios, en los reiterados esfuerzos para conseguir la paz social y
para reconfigurar las coaliciones políticas, en tiempos de transición entre las administra­
ciones presidenciales. No carecía de importancia el hecho que González Videla hubiera
conseguido una mayoría relativa de 191.351 sufragios contra los 141.134 de Eduardo Cruz
Coke, 129.092 de Femando Alessandri y 11.999 de Bernardo Ibáñez, candidato de una
facción socialista. Sin un acuerdo entre la facción radical que apoyaba a González Videla
y otras fuerzas no se podía confirmar en el Congreso su elección como presidente. La
amnistía suavizaría las negociaciones, produciendo eventualmente esa coalición tan in­
verosímil de comunistas, liberales y radicales que conformaría su primer gabinete. No
obstante el acuerdo que se daría en esa coalición, casi dos tercios de los sufragios habían
favorecido al candidato liberal y al candidato conservador falangista. González Videla ten­
dría dificultades para gobernar desde el comienzo, no pudiendo repartir satisfactoria­
mente las intendencias y gobernaciones hasta mediados de diciembre (13 radicales, 6
liberales, 5 comunistas).
Entre tanto, a Duhalde le correspondía administrar el país hasta la transmisión
del mando, el 3 de noviembre de 1946. Integró en un nuevo gabinete a los partidarios de
González Videla como “un deber patriótico el dar al gobierno una fisonomía política acor­
de con la expresión de la ciudadanía”. Aduciendo razones de salud, Duhalde se retiró de
la Vicepresidencia siendo reemplazado por su Ministro del Interior, Juan Antonio Iribarren.
Iribarren nombró como Premier suplente al generalísimo de la campaña de González
Videla, Luis Alberto Cuevas Contreras.35 Una semana después, el 24 de octubre de 1946,
el Congreso confirmó la victoria electoral del nuevo presidente, con 138 votos contra 46
de Eduardo Cruz Coke y un voto en blanco.

34 Cámara de Diputados, sesión 36a. de 21 de agosto de 1946:1680.


3S Fernando Pinto Lagarrigue, Alessandrismo versus Ibañismo, Cuneó: Editorial La Noria, 1995: 258-59.

121
El gobierno de González Videla

Con la transmisión del mando el 3 de septiembre de 1946, por primera vez el


Partido Comunista ocuparía ministerios y formaría oficialmente parte integral de un go­
bierno. Este hecho, en el contexto de la recién iniciada Guerra Fría, acarrearía a Chile y
a los partidos de izquierda casi todas las desgracias presagiadas antes que Aguirre Cerda
vetara la ilegalización del Partido Comunista, en 1941. A pesar de su posición como parte
del gobierno, el Partido Comunista fomentaba una ola de sindicalización campesina, de
huelgas agrícolas y movilizaciones obreras en las zonas salitreras, cupríferas y en las
minas de carbón, las que fueron denominadas por el mismo González Videla como «huel­
gas revolucionarias».
En las elecciones parlamentarias y municipales los comunistas aumentaron consi­
derablemente su representación, exacerbando el temor de los partidos de derecha y del
Embajador de los Estados Unidos Claude Bowers.36 Los liberales amenazaron con retirar
sus ministros si los comunistas seguían en el Gobierno. El Partido Radical estaba dividido
por el desenlace de 1946-47. Los partidos de derecha y los organismos semi clandestinos
como la ACHA, se preparaban para la guerra civil, armándose y formando milicias para
enfrentar el comunismo.
González Videla formó un nuevo gabinete en abril de 1947 sin liberales ni comu­
nistas, compuesto por radicales y un representante del Partido Democrático. El presiden­
te dijo que con este gabinete quería “vencer al caos económico, la dureza del futuro
inmediato y precipitar soluciones que mitigaran la angustia nacional, realizando el evan­
gelio de Buena Voluntad...”.37 Imposibilitado para llegar a algún acuerdo con el Partido
Liberal en la formación de un «Gobierno de Unidad Nacional», el presidente recurrió a
un gobierno de administración, nombrando como Ministro del Interior al Contralmirante
Immanuel Holger Torres, en agosto de 1947. Como tantas veces en el pasado en momen­
tos de crisis, los presidentes de la República y los políticos en general acudían a la pre­
sencia de figuras militares en el Gabinete para descomprimir la presión que amenazaba
con estallar. La Fuerzas Armadas y Carabineros eran consideradas, en momentos de ten­
sión aguda, como la única «garantía» de la «paz social».
La escalada sindical y política que se expresaba en huelgas en diferentes partes
del país, fue reprimida declarando de nuevo zonas de emergencia en conformidad con la
Ley 7.200. Esto implicaba la intervención directa de las Fuerzas Armadas y Carabineros
en las regiones conflictivas. Gobernando con facultades extraordinarias, el presidente se

Véase Claude G. Bowers, Chile through Embassy Windows, New York: 1958.
Citado en UrzúaV. (1987): 293.

122
volcó con vigor en contra de sus antiguos aliados comunistas, llegando también a romper
relaciones con varios países del bloque socialista acusados de intervenir en los asuntos
internos de Chile. En octubre de 1947 el Gobierno rompió relaciones diplomáticas con la
Unión Soviética.

La acusación constitucional contra el Ministro del Interior, Almirante


Immanuel Holger

Declarada la región carbonífera como zona de emergencia, las Fuerzas Armadas,


los mineros y grupos antagónicos de socialistas y comunistas se enfrentaban entre sí, en
conflictos alarmantes. En el Congreso se acusó constitucionalmente al Ministro del Inte­
rior el almirante Holger, violar la Constitución en la represión de los huelguistas. En
largos y cáusticos debates, de nuevo se discutía la historia de la humanidad, los valores
fundamentales de los seres humanos y el significado del patriotismo. El diputado comu­
nista César Godoy reclamaba contra las declaraciones y actuaciones del Ministro del
Interior y del general Barrios Tirado. Este último, según el diputado Godoy, tuvo “espe­
cial cuidado en escamotear la verdad, en presentarle a la Cámara un cuadro alarmista
propicio a las conclusiones que le convenía extraer y en omitir toda referencia a los gra­
ves hechos que han protagonizado en las zonas de emergencia tropas de su mando, en
desmedro de los derechos humanos y jurídicos de las poblaciones obreras, y transgrediendo
disposiciones muy claras de la ley, como ha quedado comprobado al sostener la acusación
constitucional interpuesta contra su colega el Ministro del Interior”.38 El diputado Godoy,
después de varias amonestaciones del Presidente de la Cámara, por pronunciar «concep­
tos antirreglamentarios», continuó denunciando los abusos y arbitrariedades de las tro­
pas por las órdenes del Ministro del Interior y de Defensa:
“¿Qué ley autoriza al Gobierno para perpetrar esta clase de desmanes contra los sindi­
catos y el Partido Comunista, sin que escapen de ellos las mujeres, ni siquiera los niños,
como se ha visto en las zonas mineras, donde los apresamientos en masa, las cesantías
colectivas y los desplazamientos de poblaciones han traído, entre otras consecuencias,
la disgregación de miles de familias, sin que las esposas sepan siquiera el paradero de
sus maridos, y sin que muchos hijos sepan dónde se hallan sus padres?
El Presidente de la República y el Ministro de Defensa han dicho que la ley de ‘Zonas
de Emergencia’ [la Ley 7.200] los faculta para tomar todas esas medidas y muchas
otras más que se irán aplicando a medida que las circunstancias lo exijan.

Cámara de Diputados, sesión 14a. extraordinaria de 5 de noviembre de 1947: 597.

123
Negamos enfáticamente, que la ley 7.200 del 21 de julio de 1942, en parte alguna, en
su letra o su espíritu, faculte al Ejecutivo para cometer las arbitrariedades que el país
está empezando a conocer en toda su horrorosa magnitud”.39
El diputado Godoy disputaba la legitimidad y el alcance de la Ley 7.200. No tendría
éxito, ya que la ley claramente sometía a los civiles a la jurisdicción militar, una vez decla­
rada la zona de emergencia. Godoy alegaba que tales disposiciones eran inconstitucionales
y que ni las leyes que concedían facultades extraordinarias “autorizan al Gobierno, en
modo alguno, para que se haya convertido en verdugo de su pueblo, de un pueblo que no
haya cometido otro delito que votar el 4 de septiembre por el mismo ciudadano que hoy
encabeza la represión contra él”.40
El diputado Francisco Bulnes Sanfuentes respondió diciendo que la acusación no
tenía fundamento alguno, que la huelga no era un movimiento económico sino de “sinies­
tros propósitos revolucionarios”, que era controlado por los comunistas “como un medio
de paralizar el país para luego entregarlo, extenuado y vencido, al predominio rojo”.41
Después de revisar, punto por punto, todos los cargos contra el Ministro, Bulnes Sanfuentes
insistió en la legalidad y en la necesidad de las medidas tomadas, entre ellas las
relegaciones, encarcelamientos, censura a la prensa, restricción en el derecho de reunión
y procesamiento de los sediciosos, como correspondía, bajo la jurisdicción militar. De
hecho, “se han ajustado a la Ley de Facultades Extraordinarias, que se dictó con el preci­
so objeto de conjurar la sedición comunista”.42 El diputado Francisco Palma añadió: “es
inaceptable, Honorable Cámara, y merece el más franco repudio, que chilenos lleven al
banquillo de los acusados a un hombre que por obligación patriótica y por imperativo de
la ley, defiende a su país de un ataque artero y traidor”.43 El diputado Luis Valdés Larraín
también intervino, comentando que “las medidas legales aplicadas a los huelguistas re­
volucionarios, no son ni la sombra de las que drásticamente se aplican en Rusia”, con lo
que se entró a un debate sobre la Constitución soviética, leyéndose una traducción auto­
rizada y distribuida por la embajada mexicana en Chile.44
Efectivamente, las autoridades parecían haberse salido de los límites estableci­
dos por la Constitución y la ley, atropellando las atribuciones municipales y haciendo
caso omiso de la letra de las leyes sociales y las garantías constitucionales. Por otra parte,
los regímenes de excepción, como las facultades extraordinarias, el estado de sitio y la
zona de emergencia regida por la Ley 7.200, les entregaban a las Fuerzas Armadas una

Ibid: 598.
Ibid.
Ibid: 603.
Ibid: 605.
Ibid: 606.
Ibid: 607.

124
autoridad casi sin límites dentro de las zonas afectadas, como si el territorio estuviera en
guerra. Al fundar su voto a favor de la acusación, el diputado José Avilés, hizo recordar a
la Cámara a “los Gallo y los Matta,... cuando crucé el cielo de La Serena, me pareció ver
unas cosas blancas que eran como los huesos de los que cayeron en defensa de la liber­
tad... ”. Pero finalmente decidió abstenerse en la votación luego de una conversación con
el Ministro del Interior.45 En cambio, el diputado Bernardo Leighton votó favorablemen­
te la acusación, argumentando que había también falangistas entre los atropellados y
perseguidos, en las múltiples transgresiones de las leyes sociales cometidas por el Go­
bierno y reclamando por la prohibición a los parlamentarios de entrar a la región. Leighton
dijo que los mismos abusos estaban ocurriendo en Antofagasta y en la zona salitrera.46
Pero el diputado liberal Raúl Marín Balmaceda insistió que la acusación “carece de todo
sentido jurídico, legal y constitucional”.47
Como siempre, el debate sobre la acusación constitucional no se limitaba a los
puntos jurídicos y constitucionales. Servía para reavivar la memoria histórica, cobrar los
«platos rotos» de otros momentos, debatir los temas morales, filosóficos y políticos co-
yunturales y reafirmar o desafiar a la coalición política del Gobierno. La acusación con­
tra el Ministro del Interior fue rechazada por 91 contra 16, con 8 abstenciones.48

La ilegalización del Partido Comunista

El ambiente de miedo a una ruptura política, que había prevalecido entre 1938 y
1941, se había podido diluir, hasta cierto grado, durante la Segunda Guerra Mundial. Pero
la amenaza de ruptura en el período 1946-1948, se hacía todavía más aterrorizante y
concreta, intensificándose por los inicios de la Guerra Fría. También tuvo impacto la vio­
lencia ocurrida en Bogotá, conocida como el Bogotazo, cuando se reunían los representan­
tes de los países americanos en esta ciudad en 1948.49 Combinada con una ola de conflic­
tos laborales, que se denunciaban en la prensa en los términos más vitriólicos, la polariza­
ción política hizo que el miedo e incertidumbre prevalecieran en el país.
El presidente González Videla acusó al Partido Comunista de querer derrocar al
gobierno con una huelga general; el diputado comunista Ricardo Fonseca respondió que

45 Ibid: 613.
46 Ibid: 619.
47 Ibid: 621.
48 Ibid: 625.
49 Bogotazo es el término que describe la destrucción del centro de Bogotá por una poblada, después del
asesinato de Eliecer Gaitán, el 9 de abril de 1948. Esta fecha se toma como el comienzo del fenómeno
conocido como “la violencia” que dejó un saldo de miles de muertos en Colombia entre 1948 y 1958.

125
esa acusación era «una estúpida mentira e invención».50 La mayoría de los socialistas se
unieron con González Videla, queriendo eliminar a sus contendores en el control del movi­
miento sindical y apelando a su nacionalismo (contrastado con el supuesto control ejercido
desde Moscú sobre el Partido Comunista).
En esta coyuntura renació el proyecto para ilegalizar al Partido Comunista, esta
vez a iniciativa de González Videla, quien envió un proyecto de ley para la «Defensa
permanente de la Democracia» al Congreso en abril de 1948.51 Como ya se mencionó, en
1940 se había evitado la ilegalización del Partido Comunista sólo por el veto de Aguirre
Cerda. De esta manera, la iniciativa de 1948 del Primer Mandatario, combinada con la
presión anticomunista ejercida a través de la embajada de Estados Unidos, en el marco
de los comienzos de la Guerra Fría, eran de mal pronóstico para el Partido Comunista.
El proyecto de ley anticomunista en 1948 era amplio. Implicaba la modificación
de diversas leyes y códigos de la República, entre ellas la Ley sobre Seguridad Interior
del Estado, la ley Sobre Abusos de Publicidad, la ley electoral, el Código del Trabajo y la
de Seguro Social. En muchos sentidos era una ley que combinaba los elementos más res­
trictivos de las leyes que limitaban o suspendían los derechos y las garantías constitucio­
nales desde el tiempo de Portales. Fue como «poner al día», para la Guerra Fría, las
tradiciones inquisitoriales, portalianas y montt varistas, además de las medidas represi­
vas implementadas desde 1925 hasta 1948.
Como era de prever, los debates sobre esta ley en el Congreso revelaban la aguda
conflictividad de la sociedad chilena, la falta de consenso sobre el modelo constitucional
y político imperante y también la predisposición a reprimir a las fuerzas «disociadoras»,
de sacrificar las libertades civiles, cuando se supusiera que «el orden» estaba amenazado
por «el desorden» o cuando la Patria estuviera en peligro de sucumbir ante los enemigos
internos y externos.
El Ministro del Interior, el almirante Immanuel Holger, pidió que el Congreso
aprobara esa legislación rápidamente. Advirtió que él no tema “otro norte que servir a
mi Patria con la más firme lealtad dentro de la clara y patriótica acción que inspira al
Jefe de Estado”. Apeló a los senadores para que ayudaran al Ejecutivo “en esta cruzada
nacional de saneamiento cívico, que es áspera pero ineludible para todo buen chileno”.52
En la Cámara de Diputados, el diputado falangista Radomiro Tomic preguntaba
retóricamente:
“¿Y cuántas injusticias incubará el régimen de temor policial que esta ley establece
inevitablemente? ¿Cuántos problemas de orden sindical y social que no habrían

Citado en UrzúaV. (1987): 306.


Cámara de Diputados, sesión la. extraordinaria de 21 abril de 1948: 2,5-6.
Senado, sesión 5a.de 9 junio de 1948: 489.

126
siquiera nacido en un régimen normal, van a germinar oscuramente, van a desarro­
llarse en silencio, envenenando el alma de miles o centenares de miles de chilenos, sin
‘válvula de escape’ como la que da el uso sin temor de la libertad normal? ...Hay que
convencerse, señores Diputados, este tipo de leyes no trabaja en contra del comunismo.
Trabaja a favor del comunismo”.53
Al día siguiente, el diputado comunista Carlos Rosales añadió:
«Las disposiciones que se contienen en el artículo 3 convierten a Chile, en vez de una
democracia representativa, republicana y democrática, en un estado policial, y ten­
drían que ser reemplazadas las insignias que son los símbolos de nuestra soberanía y, a
partir de la aprobación de esta ley, los símbolos tendrán que ser la carabina, la bayone­
ta, él campo de concentración y el garrote”.54
Los debates sobre la Ley de Defensa de la Democracia fueron extensos. Se deba­
tían los incisos, números y letras, uno por uno. La discusión, sin embargo, no se atenía
estrictamente a los temas precisos ni a las formulaciones y frases en discusión de cada
uno de ellos. El debate se transformó en una confrontación ideológica entre visiones
antagónicas del país, del mundo, de la historia humana, del cristianismo contra las fuer­
zas de Satán y también de temas menos cósmicos. Los debates estaban puntuados por
insultos y groserías, por llamadas de atención a los señores diputados y senadores, por
censuras, amonestaciones y sanciones parlamentarias. Reflejaban también el humor iró­
nico característico de los políticos de la época. Sobre todo, expresaban y demostraban las
profundas divisiones existentes en la sociedad.
En los debates de 1948, la guerra entre «la civilización occidental cristiana» y el
«diabólico comunismo internacional» fue el tema central. El lugar de Chile dentro de
esta confrontación global se discutía con gran lujo de detalles históricos, incluyéndose
todos los conflictos que habían producido las rupturas políticas previas, narradas en los
capítulos anteriores del presente estudio. No hubo olvido que no se recordara, ni pecado
que no se cobrara. Pero también había declaraciones apasionadas de varios parlamenta­
rios, que se salieron de la disciplina partidaria para expresar sus valores personales al
rechazar el proyecto, como ocurrió con los senadores radicales Rudecindo Ortega y Gus­
tavo Jirón y con el conservador Eduardo Cruz-Coke.55
En el Senado, Arturo Alessandri presidió el debate, con el decoro y el sorprenden­
te sentido del humor que lo caracterizaba, a pesar de que, a veces, era objeto de referen­

” Cámara de Diputados, sesión 5a. extraordinaria de 11 mayo de 1948:149-152.


54 Cámara de Diputados, sesión 9a. extraordinaria de 13 mayo de 1948: 239.
55 El discurso del senador Rudecindo Ortega es un modelo de principismo, rechazando el proyecto para
ilegalizar el Partido Comunista en razón de, y en nombre de, toda la historia del radicalismo y sus progeni­
tores. Señala incluso que la historia del país comienza al abolirse la Inquisición y que no había que
reinstalarla. Ver Senado, sesión 14a. ordinaria de 18 de junio de 1948: 706-722.

127
cias personales odiosas o al menos poco respetuosas, respecto a su actuación en la vida
pública desde 1915. Salvador Allende y Marmaduke Grove participaron en el debate con
intervenciones a veces agrias y en otras ocasiones tragicómicas. En una ocasión Grove les
recordó a los senadores las palabras del presidente González Videla, cuando se oponía a
la concesión de las facultades extraordinarias al presidente Alessandri en 1936:
“...no existe autoridad, gobierno auténticamente republicano o democrático, donde la
libertad esté restringida o amenazada de ser suprimida. Habrá opresión, tiranía, abso­
lutismo, todo menos autoridad.
Pero ¡qué difícil es, Honorables Diputados, conciliar en las clases adineradas el egoísmo
con los principios de autoridad y libertad! Cuando la clase dominante está en el poder
grita poseída de un pavor hipócrita, anunciando los peligros de la anarquía y la revuelta
ante el avance arrollador de las nuevas ideas emancipadoras del pueblo. Se llama sedi­
cioso, demagogo, comunista a los defensores netos de los oprimidos, a los que luchan por
la emancipación de las clases proletarias, al obrero que sintiéndose persona, con el dere­
cho de vivir y de pensar, lucha por el mejoramiento de su condición social, y por una
justa participación en los frutos de su trabajo.
Y, como todos los déspotas, que llaman sedicioso al que no quiere ser esclavo, auspicia
leyes represivas para ahogar la opinión, para amordazar el pensamiento humano en
«nombre del orden y de la Constitución’”.56
Continuó Grove: “con la lectura de lo anterior, que es lo expresado por el entonces
diputado don Gabriel González Videla, sería suficiente para desechar el proyecto de ley
que nos ocupa, enviado por él mismo, en su calidad de Primer Mandatario de la Nación; y
si la lógica fuera aplicada en política, debería ser rechazado por la unanimidad del Hono­
rable Senado”.57
Salvador Allende calificó el proyecto como «una verdadera bomba atómica caída
en medio de nuestra convivencia social, asentada en largos años de una efectiva tradición
democrática». Allende sabía bien, como lo había expresado en otros momentos en el Sena­
do, que la «tradición democrática» desde 1925 era bastante frágil. Tampoco tenía muchas
ilusiones respecto a la supuesta «convivencia social». Allende enfatizó que los socialistas
«somos marxistas sin atenuación» (antiimperialistas, antifeudales, antioligárquicos). Hizo
una historia breve del ideario materialista (comenzando con Demócrito y Heráclito). Dijo
compartir la opinión de que «no hay instituciones definitivas ni valores eternos». Anunció:
“Respetamos la democracia y actuaremos siempre dentro de sus cauces legales, mien­
tras el régimen democrático respete el sufragio, los derechos sindicales y sociales y las

Grove, citando a González Videla, en Senado, sesión 10a. de 16 de junio de 1948: 655.
Senado, ibid.

128
garantías que establece nuestra Carta Fundamental: de libertad de pensamiento, de
reunión, de prensa”.50
Era una amenaza implícita: el proyecto de ley que se consideraba podría exigir
que los verdaderos marxistas quedaran fuera de la ley, como, se suponía habría exigido
toda la historia del país, ya que nunca se había respetado, efectivamente, el sufragio
libre, ni los «derechos sindicales y sociales». Es decir, los socialistas decían respetar una
democracia que nunca había llegado a existir en Chile (si acaso en el mundo) y por eso,
tal vez, no podían garantizar que acatarían las leyes vigentes, menos aún si se aprobara el
proyecto de Ley de Defensa de la Democracia. Aclaró Allende que los socialistas no favo­
recían una dictadura del proletariado, pero sí encontraron deseable una «dictadura eco­
nómica transitoria».
Allende siguió detallando las batallas entre el Partido Comunista y los socialistas,
que “no se dan con discursos, como se da ahora, ...nuestra lucha ha sido en la fábrica, en
la escuela, en el taller... Solos, absolutamente solos, resistimos la fuerte e injusta agresión
que el comunismo nos hiciera desde el gobierno, en el primer gabinete del señor González
Videla”. Para concluir: “Esta actitud de siempre nos da el derecho y autoridad moral para
expresar que estimamos injusto, torpe y peligroso el proyecto que estamos debatiendo”.58
59
Pero más importante aún, Allende ligaba el debate sobre el proyecto de ley a su rechazo
del régimen imperante. No era un debate limitado a la propuesta ley Sobre la Defensa de
la Democracia, sino se disputaba el significado y el alcance de «la democracia».
“Nosotros sostenemos que este régimen de democracia política consagra permanentes
privilegios e injusticias; opinamos que cientos, miles y miles de seres humanos en todas
las latitudes de la tierra y especialmente en los países de incipiente desarrollo económi­
co e industria como el nuestro, viven como parias, huérfanos de toda posibilidad. Sos­
tenemos que la economía capitalista dislocada e irracional atropella al hombre y a los
pequeños países.
Sostenemos nosotros que la democracia burguesa que defienden Sus Señorías está en
crisis y que ella dará necesariamente paso a la democracia económica”.60
En todo momento los discursos de Grove, Allende y los otros congresales recono­
cían que se debatía no sólo el proyecto de ley para reprimir al comunismo, sino los con­
ceptos fundamentales que deberían regir en el sistema político chileno. También que
estos conceptos derivaban de un desarrollo histórico mundial, regional y nacional, tanto
de ideas políticas y regímenes distintos de gobierno como del momento coyuntural, la
Guerra Fría. A la vez, Allende, como muchos de los experimentados parlamentarios

58 Senado, sesión 14a. de 18 de junio de 1948: 722-728.


59 Ibid: 728.
60 Ibid: 728-29.

129
chilenos, sabía acudir a la ironía y a las contradicciones (verdaderas o aparentes) para
fortalecer sus argumentos. Fue así que para «convencer» al conservador Héctor Rodríguez
de la Sotta, citó a Abdón Cifuentes, gran conservador, que había insistido que «ninguna
autoridad tiene la facultad de confiscar aquel derecho [de asociación]... No son las leyes
sino la naturaleza [es decir, las leyes de Dios] la que otorga el derecho de asociación. A las
leyes sólo toca declarar y garantizar. Pueden ellas reprimir sus abusos, pero no deben
sujetar a tutela su uso». Allende también citaba a la Congregación del Concilio de la
Santa Sede, para afirmar el derecho de agruparse en sociedades y sindicatos y también el
derecho de huelga, que la Iglesia Católica reconocía y apoyaba para los obreros. Siguió
con cartas escritas por Manuel Antonio Matta a su abuelo, el destacado radical, Ramón
Allende Padín, para recordarles a los radicales que el abuelo de Allende también había
sido «motejado de rojo» en 1873, por «su inclinación a defender los derechos del
pueblo».
Y para quitarles a los más patrioteros su autoridad moral, les expresó:
“He traído este recuerdo para rechazar con energía el que algunos Honorables Señores
invoquen la Patria y el patriotismo para decir que sobre estos conceptos ellos funda­
mentarán sus votos al proyecto en debate.
Aquí también hay hombres que tenemos una herencia, aunque modesta, al servicio de
la República. Las cartas de Matta, entre otros hechos que la historia ha recogido, así lo
prueban.
El eco de la voz, doctrinaria y limpia, de un antepasado mío me impulsa, además de
mis convicciones, a votar en contra de este proyecto, que considero liberticida. Con ello,
creo contribuir a defender las bases esenciales de la convivencia democrática que han
sido y son el alto e inembargable patrimonio de la Patria”.61
Se disputaba no sólo una ley, sino la memoria colectiva, la historia y los valores
oficiales de la Patria, es decir, el patrimonio histórico moral de la Patria y el uso legítimo
de sus emblemas y héroes en la coyuntura actual.
¿Cómo y cuál era el «verdadero Chile»? ¿Cómo iba a ser su futuro? Dijo Allende:
«Esta ley sintetiza y simboliza lo que está ocurriendo entre nosotros. Si se aprueban
estos artículos como vienen propuestos, se habrá hecho la más grande siembra de odios,
que tarde o temprano tendrá que fructificar dolorosamente para nuestra convivencia
social”.62
Sin embargo, Allende entendió que la mayoría parlamentaria iba a aprobar la ley,
aunque fuera después de largos debates y minuciosas indicaciones de las dos Cámaras y del

Ibid: 740-41.
Ibid: 743.

130
Presidente de la República. Anticipando este resultado, proclamó: “Lucharemos dentro de
los cauces democráticos y combatiremos tenazmente esta ley que, tarde o temprano, tendrá
que derogarse, para que vuelva la democracia a imperar en nuestra tierra querida”.63
En su momento, el senador Arturo Alessandri Palma fundamentó su eventual apo­
yo para la ley que rechazaba Allende (sin mencionar el proyecto en términos específicos),
relatando su versión de la historia de las leyes sociales y del Código del Trabajo en Chile,
las intervenciones militares en los 1920 y sus propios motivos en el pasado:
“Estas leyes obtenidas con tanto esfuerzo serán defendidas por mí hasta donde las
fuerzas me alcancen, para perfeccionarlas, para avanzar cada día más en la franca
unión y armonía entre el capital y el trabajo, llevando más y más lejos la tranquilidad
de los espíritus, para que, de esta manera podamos conseguir la paz interna de los
pueblos, como única base sólida de la paz internacional”.64
En nombre de la paz social había que acabar con la lucha de clases, crear de veras
la imaginada «unión» de los chilenos y del capital y el trabajo. A eso añadió el señor
Ministro del Interior, Eugenio Puga, que no era posible fomentar el desarrollo económico
que todos anhelaban sin mantener el orden y la tranquilidad pública, frente a la amenaza
comunista:
“cuando la avalancha avasalladora del imperialismo rojo se palpa incontenible en su
afán de dominar el mundo. Es hora de defensa y acción, porque lo contrario importa el
suicidio de nuestro régimen y el imperio satánico de la más ominosa de las dictadu­
ras... el proyecto reafirma los conceptos de la verdadera democracia...”.65

El Senado aprobó la ley en general, en sesión del 22 de junio de 1948, por 31 votos
contra 8 y dos abstenciones. Implicaba borrar a los comunistas de los registros electora­
les. Teóricamente no podían elegir ni ser elegidos. Se les marginaba de los empleos y
funciones públicas, de las escuelas, colegios y universidades, de las dirigencias en los
sindicatos. Se definió como «no ciudadanos» y se puso «fuera de la ley» a miles de chile­
nos.66 El Congreso también prorrogó las facultades extraordinarias del presidente por
cuatro meses más. Después de debates prolongados, inciso por inciso, letra por letra,

63 Ibid.
64 Ibid: 748-750.
65 Ibid: 753.
66 Poco después, González Videla sería el presidente y firmaría la legislación que dio el voto en elecciones
nacionales a la mujer y establecería por primera vez una “Oficina de la Mujer” para enfocar las necesida­
des e investigar las muchas injusticias en la legislación civil y penal respecto a la mujer. Por un lado
patrocinó una importante democratización del sistema político y legal a la vez que instaló elementos de
un régimen anticomunista y antidemocrático.

131
además de las observaciones del presidente que fueron aprobadas, la ley de Defensa
Permanente de la Democracia (Ley 8.987) se promulgó el 3 de septiembre de 1948.
Como lo había advertido Allende, esta ley iba a ser blanco permanente de la iz­
quierda y sus aliados coyunturales hasta su derogación en 1958. Mientras regía, habrían
de usarse, como ya era la costumbre chilena, los indultos, las amnistías y otros resquicios
legales y administrativos para paliar sus consecuencias y hacer gobernable al país entre
1948 y 1958.

La contienda política, 1948-52

En octubre de 1948, González Videla pidió nuevas facultades extraordinarias ante


la supuesta renovada actividad subversiva de los comunistas y por un complot en que
participaba Carlos Ibáñez y el candidato a senador Ramón Vergara Moreno, que se deno­
minó el «complot de las patitas de chancho», por el menú que se ofrecía en el restaurante
de San Bernardo donde se juntaban los conspiradores. El gobierno detuvo a Ibáñez. Para
enfrentar la subversión, el 3 de noviembre de 1948, el Congreso delegó al Ejecutivo las
facultades extraordinarias que le había solicitado. El 29 de noviembre de 1948, el Fiscal
emitió un dictamen en que pidió penas de tres a cinco años de extrañamiento para los
implicados. Elevado el proceso al Juez Militar, el general Santiago Danús, Carlos Ibáñez
fue absuelto, siendo confirmadas las demás condenas.67 Los sentenciados serían benefi­
ciarios de futuras amnistías.
No habría paz social ni política durante todo el gobierno de González Videla. La
crisis económica de posguerra y la inflación, que se hacía endémica, motivaban olas cícli­
cas de huelgas en el sector privado, en las empresas estatales y las semi-fiscales. Como
dichas huelgas en muchos casos eran ilegales o los obreros se salían del reglamento esti­
pulado en el Código de Trabajo, no había descanso en la aplicación de la ley 8.987. El
modelo económico consideraba que el Estado era el motor central de la economía, ya sea
como inversionista, empresario, regulador o mediador en los conflictos laborales. Los go­
biernos, desde 1927, habían dado al Estado una identidad y un papel «desarrollista».
Cada huelga, cada aumento de precios para productos básicos, cada alza de tarifas para
la locomoción colectiva, la electricidad y los teléfonos, tenían impacto político, ya que en
el lenguaje jurídico de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, se confundía la
seguridad interior del Estado con la represión de los movimientos sindicales, profesiona­
les, de empleados públicos, estudiantiles y hasta gremialistas.

Pinto Lagarrigue (1995): 285-86.

132
Refiriéndose a las palabras del Ministro de Justicia, justificando la Ley de Defen­
sa Permanente de la Democracia, el senador comunista Carlos Conteras Labarca había
anunciado en la sesión del Senado del 18 de junio lo que se debía esperar:
“¡Piden guerra, lucha, combate!
¡Bien! La van a tener.
La ley señor Presidente, inconstitucional y agresiva que destruirá la democracia y las
conquistas más esenciales de los trabajadores, habrá de transformarse en nitrogliceri­
na contra este Gobierno inepto e incapaz; habrá de hacer explosión en sus manos,
barriendo para siempre el régimen de ignominia y cobardía que avergüenza a la Repú­
blica.
Quieren guerra. La tendrán, pero no por culpa de los trabajadores ni del Partido Comu­
nista, que han deseado siempre evitar los sacrificios de la guerra civil, que ahora pre­
tende desencadenar el Ejecutivo, que se siente poderoso, pero que lo es solamente en la
voz que pretende ser amedrentadora del Ministro de Justicia.
Pero señor Presidente, a nosotros no nos intimidan ni acobardan gritos ni amenazas.
El pueblo está intacto, el pueblo sabrá encontrar su camino de unidad y de lucha para
defender lo que es esencial, el mantenimiento de los derechos fundamentales de los
obreros y la existencia misma del régimen republicano y democrático”.68
Nuevamente comenzaron las declaraciones de guerra civil inminente entre los
chilenos. Todos los bandos proclamaban defender la patria, la democracia, la Constitu­
ción y la República, según el significado que cada quién diera a estos conceptos imper­
fectamente compartidos. Proliferaban amenazas de «bombas atómicas de nitroglicerina
o de bombas sociales», declaraciones explosivas en la prensa de derecha y de izquierda,
represiones policiales y militares, censuras de la prensa de izquierda, detenciones,
relegaciones, encarcelamientos y destierros, así como movimientos políticos clandesti­
nos, que buscaban defender sus intereses y sus visiones, del pasado y del futuro.
Se contraponían los discursos antagónicos, ecos de los conflictos desde 1828 y
1833 hasta el presente. Desde 1948 sería «el comunismo» o «el socialismo» por un lado y
«la democracia» por el otro, las consignas que se lanzarían como códigos totalizantes que
dividirían a la «familia chilena». Se aplicaban las medidas represivas de costumbre, se­
guidas por indultos, amnistías y otros íecursos del momento. Se intentaba parchar el
sistema y conseguir, coyunturalmente, la siempre anhelada paz social y gobernabilidad
mediante el olvido simulado y la impunidad jurídica.
Desde 1949, González Videla no pudo restablecer la semblanza de paz social ni
configurar un ministerio duradero, a pesar de nombrar un «gobierno de Concentración

Senado, sesión 15a. de 18 junio de 1948: 758.

133
Nacional» seguido por un «Gabinete de Sensibilidad Social» (febrero de 1950). El siste­
ma de partidos se iba astillando más y más, mientras los gremios y sindicatos en todos los
sectores buscaban defenderse contra la inflación con huelgas, muchas veces calificadas
por el gobierno de «políticas» o, aún peor, de «revolucionarias». El gobierno determina­
ba los precios oficiales de los artículos de primera necesidad, prohibía las huelgas en el
sector público y trataba de contener la inflación mediante su intervención en el proceso
de conciliación colectiva con los sindicatos y gremios mayores. No era posible divorciar
las decisiones económicas coyunturales del gobierno de las contiendas partidistas y de
las ambiciones presidenciales con miras a las elecciones de 1952.

Las amnistías y la gobernabilidad

En algunas ocasiones, el gobierno se vio forzado a conceder amnistías a huelguistas


para restablecer servicios públicos y para hacer gobernable el país. Las amnistías, que en
el siglo XIX y hasta 1941 se habían limitado, con pocas excepciones, al propósito de «reunir
a la familia chilena» después de rupturas traumáticas, se concederían en los años 1950
para remediar la situación de los miles de obreros procesados o condenados por su partici­
pación en huelgas ilegales o, en algunas instancias, como parte de las negociaciones para
solucionar conflictos laborales existentes. En 1950, se concedió una amnistía,
“en favor de todas las personas que hubieren intervenido directa o indirectamente en
huelgas ilegales, paros o suspensiones de labores, con respecto de los delitos cometidos
por ellas con su participación en aquellos actos.
Lo dispuesto en el inciso precedente favorecerá tanto a las personas que estuvieren
actualmente condenadas o procesadas, como a las que pudieran estarlo en el futuro en
razón de los delitos perpetrados por ellas hasta la fecha de la promulgación de esta ley.
No será necesario el trámite de la consulta en los sobreseimientos que se dicten en
virtud de esta ley, quedando ejecutoriados los fallos desde su notificación”.69
En mayo de 1950 se concedió una amnistía «a los procesados con ocasión de la
huelga producida en los Servicios de la Beneficencia Pública».70 Estuvieron a favor
de esta amnistía los diputados del Partido Conservador «por razones de conveniencia
social y de paz pública», incluso los mismos diputados que en otros momentos califi­
caron otras amnistías similares como «precedentes funestos».71 Posteriormente, ese

Ley No. 9.580, Diario Oficial 21.599 de 8 marzo de 1950.


Ley 9.611, Diario Oficial, 21.664 de 27 mayo de 1950.
El diputado Rosende en nombre de los conservadores, en Cámara de Diputados, sesión 3a. de 24 mayo de
1950:45.

134
mismo año, se amnistió también a «modestos funcionarios [en el Servicio de Correos
y Telégrafos] que se dejaron llevar por la desesperación». Según el informe de la
Comisión de Constitución, Legislación y Justicia de la Cámara de Diputados, que re­
comendó la aprobación del proyecto de amnistía remitido por el Senado:
“Reconoce que la huelga produjo graves trastornos al país, pero que no obstante, es
conveniente evitar las perturbaciones que está produciendo en los Servicios de Correos
y Telégrafos la tramitación del proceso que sigue la justicia, aparte de la intranquili­
dad que con este motivo se produce en los hogares de modestos funcionarios”.72
Similares consideraciones hizo la comisión cuando se debatía el proyecto de ley
de amnistía para los empleados de los Servicios de la Beneficiencia Pública, originado en
un mensaje del presidente al Senado, para cuyo despacho se había acordado el trámite de
«srnna urgencia». Sin embargo, recomendó el rechazo del proyecto porque,
“proyectos de amnistía de la naturaleza de este en informe, socavan uno de los princi­
pios en que está basado el régimen democrático, cual es, el de que los ciudadanos ten­
gan un verdadero sentido de la responsabilidad de los actos que ejecutan y no puede,
por lo tanto, hacer tabla rasa de tales principios por la circunstancia de que los proce­
sos incoados puedan provocar intranquilidad y preocupaciones a numerosos emplea­
dos de Beneficiencia”73
Reconociendo la contradicción entre los dos informes, el diputado Hugo Zepeda,
quién se opuso a la anterior amnistía, recalcó que tales amnistías sentaban un preceden­
te funesto, para todos los empleados y obreros que se resistieran a las huelgas ilegales.
Incluso argumentó:
“La amnistía es una medida extraordinaria y de excepción, que sólo debe ser aplicada
en casos muy calificados. No puede ser generalizada, porque en esta forma se debilita la
función judicial y se provoca el recrudecimiento de los delitos que se desean borrar, y se
produce, también, la anarquía y el desorden en el campo político, económico y
social”.74
Otro diputado, el señor Luis Valdés Larraín del Partido Conservador Tradiciona-
lista, también se refirió a la recién concedida amnistía como «precedente funesto» y dijo
que “no era tolerable ceder tan generosamente, ante todas estas huelgas de carácter
ilegal, porque con ellas se estaba destruyendo el mismo régimen jurídico”. Llamó a la
amnistía propuesta «una nueva puerta abierta a la prepotencia sindical».75

72 Cámara de Diputados, sesión 19a. de 19 julio de 1950.


73 Cámara de Diputados, sesión 3a.de 24 mayo de 1950: 31.
74 Ibid: 35-36.
75 Ibid: 38,42.

135
Pero durante el debate quedó claro que el gobierno había prometido una amnistía
como condición para que los huelguistas volvieran al trabajo. La mayoría de los diputa­
dos, que representaban a la coalición transitoria que formaba el gabinete del presidente,
dio su aprobación al proyecto para permitir la gobemabilidad y el restablecimiento de
los servicios públicos. Así se concedió la amnistía a «los procesados con ocasión de la
huelga producida en los Servicios de Correos y Telégrafos».76 La amnistía se había hecho
una medida casi cotidiana de la política.
En 1951 se propuso una amnistía general para los procesados o condenados por
infracción de la Ley 8.987, de Defensa Permanente de la Democracia; de la Ley 6.026
Sobre Seguridad Interior del Estado; y por los delitos de abusos de publicidad (el Decre­
to Ley 425 de 1925). El gobierno se opuso a la amnistía. Esta propuesta venía acompaña­
da de otras para derogar la Ley 8.987 y por denuncias de los atropellos cometidos en
nombre del anticomunismo. Se reiniciaron los debates sobre cómo proteger la democra­
cia en Chile, sobre todo contra los ataques del comunismo internacional, pero también
sobre la intervención de los Estados Unidos en los asuntos internos del país. Se volvió
incluso a los cargos y descargos sobre las culpabilidades por los sucesos del 5 de septiem­
bre de 1938.77
El senador Elias Lafferte (del ilegalizado Partido Comunista) argumentó que la
amnistía no implicaba derogar la ley, aunque la historia de la aplicación de esta «ley
maldita» comprobaba que no defendía a la democracia sino que había servido para «con­
culcar y demoler las libertades y derechos de los ciudadanos e hipotecar la independen­
cia del país en beneficio de los monopolios norteamericanos». El proyecto de amnistía
vendría a “mitigar, aunque sea tardía y parcialmente los pavorosos estragos que ha pro­
ducido la vigencia de una legislación tan monstruosa”.78
En la práctica, el debate sobre otra ley de amnistía fue enmarcado por la elección
presidencial que se aproximaba, como había pasado en 1946. Los senadores que favore­
cían a la amnistía preguntaban retóricamente ¿cómo sería posible que, pasado poco más
de dos años desde que Aguirre Cerda había firmado la amnistía referente a los sucesos
del 5 de septiembre de 1938, que aun no hubiera amnistía para las personas que ahora
“llevan más de dos años en las cárceles y en el destierro?”.79 Pero también se entremez­
claba en los debates el tema de la conspiración en el llamado «caso Colliguay» (1951), el
llamado de Salvador Allende para una amnistía a Pablo Neruda y las consideraciones

Ley 9.665, Diario Oficial, 21.745 de 4 de septiembre de 1950.


Ver, por ejemplo, Senado, sesión 32a. de 5 de septiembre de 1951; sesión 35a.de 6 de septiembre de 1951.
Senado, sesión 32a. de 5 de septiembre de 1951:1488.
Ibid: 1496.

136
sobre los posibles impactos políticos de la amnistía en los comicios electorales que se
avecinaban.80
La amnistía seguiría debatiéndose durante 1952. En una sesión del Senado, en
junio de ese año, un intercambio entre el senador Femando Aldunate y el senador Salva­
dor Allende podría situarse, por los fundamentos de los argumentos, fácilmente en 1970
en vez de la década de 1950.81
Aldunate: “La amnistía de los comunistas procesados o condenados por la citada ley
constituye, a nuestro juicio, una manera directa de favorecer a esta secta internacio­
nal ...que trabaja día y noche para destruir las bases en que descansan nuestra socie­
dad y nuestro régimen político económico...
Nosotros consideramos que la lucha que libra el comunismo internacional contra la
civilización cristiana se agrava día a día...
Constituiría una traición al País... fortalecer con esta amnistía la organización que
mantiene en Chile el Partido Comunista, y darle armas para continuar aplicando, en
los sindicatos y gremios, los procedimientos dictatoriales que constituyen su esencia.
Allende...: no sólo por las disposiciones de la Ley de Defensa de la Democracia, sino por
la antigua Ley de Seguridad Interior del Estado y diversas otras de facultades extraor­
dinarias, se han tomado una serie de medidas injustas y arbitrarias, en contra de
dirigentes sindicales, empleados y obreros.
...Tengo aquí un libro con los nombres de los ciudadanos eliminados de los registros
electorales, editado en papel satinado e impreso con extraordinaria elegancia, lo cual
parece tener por objeto poner un dejo de ironía sobre la tragedia que representan los
nombres de esos obreros; cada uno de ellos implica miseria de familias que no tienen

En enero de 1948, Pablo Neruda, que había sido generalísimo de la campaña de Gabriel González Videla,
pronunció un discurso en el Senado, que fue publicado posteriormente con el título de “Yo acuso”. El
presidente González Videla pidió su desafuero por las «injurias» contra el Presidente de la República, el
que fue aprobado por los tribunales de justicia, que ordenaron su detención. En febrero de 1949, después
de haber permanecido oculto, cruzó la cordillera por el sur y salió del país.
El caso de Colliguay se produjo en agosto de 1951 con la «desaparición» de un dirigente de la Federación
Bancaria y un dirigente de la Confederación Unica de Trabajadores. Sus familiares denunciaron que ha­
bían sido llevados por agentes de Investigaciones. González Videla obtuvo el nombramiento de un minis­
tro en visita y ordenó que Carabineros allanara los cuarteles de Investigaciones para encontrar a los diri­
gentes. Fueron encontrados en una mina abandonada,“El Totoral” de propiedad de Federico Giezma, ex­
carabinero y partidario de Carlos Ibáñez. Se trataba de un descabellado proyecto para derrocar al gobier­
no e imponer un gobierno fuerte a cargo de Ibáñez. Pero no hubo ningún indicio que Ibáñez estuviera
involucrado, aunque tenían lazos con peronistas e ¡bañistas de estirpe nacionalista-neo facista. Los parti­
cipantes fueron condenados por sentencia del Ministro José María Eyzaguirre, para, posteriormente ser
beneficiarios de un indulto, seguido de amnistía.
Los discursos que siguen se encuentran en: Senado, sesión 3a. de 3 de junio de 1952:124-137.

137
qué comer, ni cómo ganarse la vida. Este libro ha sido repartido profusamente. ¿Por
quién? Nadie lo sabe. ¿Ypara qué, señor Presidente? ¡Para evitar el peligro rojo! Ese
peligro que, en el hecho, se acentúa firmemente, pues, para ello, no hay beneficio ma­
yor que las injusticias tremendas que se han cometido en Chile a granel y a destajo.
...Hay 15.000 chilenos que han sufrido las consecuencias de esta ley, fuera de los 40.000
ciudadanos que han sido eliminados de los registros electorales. Esta gente ha sido
desplazada de sus respectivos sitios de trabajo, trasladada a otros e imposibilitada
para ganarse la vida.
Son parias en su propio país.
Por lo tanto, creo que el Senado, como etapa inicial, hará bien en aprobar el proyecto
de amnistía. También la reclamamos, limpia y claramente, para un ex colega nuestro,
para un gran poeta, para un hombre que, desde el punto de vista intelectual, merece el
respeto de miles de hombres en el mundo: Pablo Neruda...
...votaremos por la amnistía y lucharemos en todos los terrenos y en todos los tonos,
por que se derogue la Ley de Defensa Permanente de la Democracia.82
G. Rivera: Seguramente porque estas leyes de amnistía plantean graves problemas y
deben ser analizadas por los legisladores con ánimo sereno y tranquilo, en actitud, casi,
de jueces.
...un país donde no se cumplan las leyes, que no sanciona estos delitos o procede con
espíritu ligero al perdonar las faltas gravísimas que se cometan y que pueden ocasionar
profundas perturbaciones, marcha, lisa y llanamente, hacia su total descomposición.
...eran individuos que han hecho casi una profesión de atentar contra la seguridad del
Estado. Pues bien, ¡qué les importa! Si triunfan, se llevan todos los honores y consi­
guen sus finalidades. Si son derrotados, acudirán al Congreso, para que éste, sin pesar
su responsabilidad, como ahora se pretende que legislemos, perdone sus faltas y les
restituya la libertad que perdieron.
¿...no es esto incitar, a todo el que quiera hacerlo, a conmover el orden público y a
cometer delitos, puesto que se le garantiza la más absoluta inmunidad?
Allende: [reseña la historia de amnistías y de reincorporaciones de huelguistas en sus
trabajos, desde la ley 6.445 que benefició a 4.200 ferroviarios exonerados entre 1927 y

Allende, candidato a la presidencia de la República en 1952, reconoció en el debate haber intervenido


para conseguir cambios de destino de relegación para algunos obreros e indultos para otros, ya concedidos
por el presidente González Videla. Su discurso sobre la amnistía y sobre la «ley maldita» es extenso y
revelador respecto a los impactos de esta ley sobre mucha gente no afiliada al Partido Comunista. También
referente a los posibles impactos electorales, en 1952, al restaurar el derecho a voto a 40.000 ciudadanos.
Allende, incluso, especulaba que podía ser desventajoso para el Partido Socialista; no obstante pidió la
derogación de la ley.

138
1930, la ley de amnistía de 1936, etc., todo antes de promulgarse la Ley 6.026 de
seguridad interior del Estado y la Ley 8.987 de defensa de la democracia]
Rivera: Si seguimos por este camino, creo llegaría a instaurarse en Chile el crimen
político. Entonces, hombres de Gobierno, parlamentarios y políticos, que se opongan a
las perversas intenciones de estos subversivos, estarán expuestos a ser asesinados cual­
quier día.
...Con esta iniciativa se barren los cimientos mismos de la estabilidad institucional del
País”.
Cuando se reanudó el debate al día siguiente, el senador comunista Lafferte re­
cordó a los otros senadores que se les había dado, de alguna forma, la impunidad a los
masacradores de obreros, campesinos y estudiantes desde la Escuela de Santa María de
Iquique hasta La Coruña, Ranquil y la Caja de Seguro Obrero. Según Lafferte, «todas
estas mortandades han sido hechas en nombre de la democracia».
“Sin embargo, cuando se trata de la amnistía de unos ciudadanos, indudablemente
gente modesta, sencilla, obrera en su mayoría -no son gente ilustrada ni fina- que se dice hace
muy poco tiempo que está presa, aún cuando algunos han cumplido ya tres años de reclusión,
se supone -como lo expresó un Honorable Senador- que nosotros la defendemos para
beneficiamos electoralmente.
Al respecto, cabe recordar que el ex- senador don Pedro Opaso Letelier pidió la amnis­
tía, en abril de 1939, para los procesados y condenados por los hechos ocurridos el 5 de
septiembre de 1938.
¿Tuvo el mismo interés que a nosotros se nos supone el señor Senador? Por lo menos, los
hechos parecen demostrarlo, pues el principal culpable, don Jorge González von Marées,
es miembro del Partido Liberal y hasta hace poco se desempeñaba como Secretario
General de dicho partido.
Amunátegui: En aquel entonces no era miembro del Partido Liberal.
Allende: ¡El Honorable señor Lafferte se refiere a la visión del señor Opaso Letelier...!
Opaso: La amnistía favoreció a aquellas personas que habrían contribuido a mante­
ner el orden en el País.
Lafferte: La amnistía fue amplia.
Opaso: Para todos los carabineros que actuaron.
Lafferte: No sólo para los carabineros.
González: Me llama la atención que se recuerden estas cosas.
Opaso: La diferencia es ésta: la amnistía se refirió a aquellos que, cumpliendo su deber
y órdenes de sus superiores, fueron sometidos a procesos, por haber defendido el orden
público.

139
Lafferte: [lee el primer inciso de la amnistía del 17 abril, 1941; termina la sesión
quedando pendiente la discusión del proyecto de amnistía]”.
La historia de las amnistías daba para todo tipo de interpretaciones y para memo­
rias distintas, aún en el caso de las amnistías más recientes. Quien favoreciera la propues­
ta de amnistía en 1951-52, podría haberse opuesto a la amnistía de 1934,1936 o 1941.
Quien en el debate de 1951-52 expresara su preocupación sobre el «precedente funesto»
de una amnistía en 1952 o de sus consecuencias electorales, podría haber sido el autor de
la amnistía de 1941. El que argumentaba que una amnistía en 1952 amenazaba la tran­
quilidad política, podría haber proclamado, en otros tiempos, que era necesaria una am­
nistía para asegurar la paz social y la gobernabilidad. Los subentendidos de cada pro­
puesta de amnistía incluían las visiones antagónicas de la Patria, de sus instituciones
fundamentales, de su destino histórico. También reflejaban las condiciones políticas co-
yunturales, la configuración partidista del Congreso y el momento electoral. Es decir, la
paradójica combinación histórica entre el principismo y el pragmatismo, entre apelar a
las condiciones doctrinales de la reconciliación católica como fundamento de las amnis­
tías y el proceder instrumental por la más suave vía del olvido jurídico, sin mayor preocu­
pación por la verdad o el arrepentimiento por el mal consumado. Se disputaba perma­
nentemente la amnesia política, la desmemoria simulada, la falta de memoria y las exi­
gencias morales y también pragmáticas contra los «precedentes funestos». Era la vía de
reconciliación política del siglo XIX, puesta al día, matizada y convertida en modalidad
cotidiana de gobernar el país.

Las elecciones y la amnistía de 1952

En 1952 se iba a elegir un presidente de la República. El éxito o fracaso de la


propuesta de amnistía dependía de las alianzas electorales que se conformaran. Sin em­
bargo, ciertos senadores querían fundamentar sus votos en principios generales, como el
senador radical, Raúl Rettig, que apoyaba la mantención de «leyes defensivas de la con­
tinuidad constitucional», a la vez que favorecía una amnistía limitada. Basaba su argu­
mento en el principio general que «estas leyes [de amnistía] son medidas de oportunidad
política» y el Partido Radical apoyaba la amnistía porque «los momentos actuales acon­
sejan su adopción». Rettig entendió, tal vez mejor que nadie, el significado de las amnis-
tías en la cultura política de la década de los 1950, sobre todo su relación con la
gobernabilidad. Pero también estipuló lo que creía debían ser los límites aceptables de
tales leyes de gracia:

140
[Raúl Rettig, 1952]
“Por oportunidad política, en lo que respecta a la dictación de una ley de amnistía, ha
de entenderse la apreciación de un estado social determinado. Nosotros estimamos que
es políticamente oportuno dictar una amnistía cuando con ello se contribuye a asegu­
rar la tranquilidad social e institucional.
Yo pregunto al Senado si, en las actuales circunstancias, próximas a una elección pre­
sidencial, alterada la tranquilidad de la República por un sinnúmero de inquietudes,
¿no es conveniente eliminar algunos de los factores de perturbación que emerge del
sufrimiento de un numeroso sector de nuestros conciudadanos que ha sido privado de
su libertad? ...No podremos favorecer una iniciativa de ley que tienda a una amnistía
tan amplia que beneficie a aquellos que, de hecho, en forma meditada, concreta y
evidente han atentado contra la estabilidad del régimen...
Creemos, con profunda sinceridad, que mantener en prisión a centenares de dirigentes
sindicales y privar a sus familias del diario sustento, cuando su delito fué luchar en
defensa de los intereses de su clase, no es políticamente oportuno ni socialmente acep­
table.
...No se trata, señor Presidente, de militares que hayan faltado a su deber específico de
guardar lealtad al régimen; no se trata de hombres que hayan traicionado a la Patria
ni que, en consecuencia, hayan usado de sus espadas para subvertir el régimen demo­
crático. Como cosa permanente, desde mi punto de vista personal, sostengo precisa­
mente por el prestigio de las Fuerzas Armadas de la República, que aquellos componen­
tes de ellas que en el curso de sus vidas hayan atentado contra la estabilidad institucional
de la República o abusado del poder o de la fuerza que ha puesto en sus manos la
Nación, no deben ser amnistiados jamás. Pero es distinto la situación de quienes se han
excedido en la lucha por defender los intereses de su clase -defensa necesaria-, pues es
una lucha franca y en la cual siempre arriesgan algo.
... entendemos que hay el deber de preservar la tranquilidad social, mediante la conce­
sión de los beneficios de esta ley de gracia, a esos centenares de ciudadanos a que me he
referido...”13
El senador Rettig enunció algunos principios permanentes que, según su visión
moral y política, deberían aplicarse en los casos de las leyes de amnistía. Enfatizó, espe­
cialmente, su uso para restablecer la tranquilidad social y prevenir las rupturas políticas.
Destacó, sin embargo, que en el caso de militares que atentaran contra la estabilidad
institucional o abusaran de la autoridad, éstos jamás deberían ser amnistiados. En ese
momento, Rettig tenía en mente algunos conspiradores militares contra el gobierno de

Senado, sesión 4a. de 4 de junio de 1952:189-190.

141
González Videla, de 1948-51, cuya inclusión en la ley causaría un veto presidencial.84
Tampoco favoreció la concesión de la amnistía a los que habían cometido «delitos
comunes».
Otros senadores, como los del Partido Liberal, insistieron en que “este proyecto
de amnistía debe ser desechado; ya llegará la oportunidad para estudiarlo con calma”.85
En cambio, el Senador Allende señaló la importancia de legislar sobre una amnistía am­
plia, para dar al acto electoral su debido significado, sin perseguidos, presos ni condena­
dos y, que se debía también, antes del acto electoral, derogar la Ley de Defensa Perma­
nente de la Democracia, «que prácticamente deja al margen de los derechos ciudadanos
a más de 40 mil chilenos».86 Argumentó Allende además que la amnistía amplia benefi­
ciaría a los miles de condenados que, por la represión durante los últimos cuatro años,
tenían antecedentes en sus prontuarios que les impedía encontrar trabajo y ganarse la
vida. A continuación dijo: «Para nosotros, esto no es lo definitivo. La etapa por la cual
estamos luchando sólo terminará con la derogación de esa ley» [la ley 8.987].
Llegada la hora de votación, se evitó devolver la propuesta de amnistía a la Comi­
sión por una votación de 13-12 con 3 pareos. Se hicieron varias indicaciones, o para am­
pliarla o para restringirla más, entre ellas la propuesta de Allende, que se concediera una
amnistía con nombre y apellido a Pablo Neruda. Las votaciones dieron resultados mixtos
y algunas votaciones resultaron en empates. Varios senadores se abstuvieron en las vota­
ciones porque, según dijeron, ignoraron lo que ocurriría en la práctica si se aprobaran las
indicaciones. Hubo, en fin, una confusión tremenda en la Cámara. Mientras tanto, varios
senadores leyeron versos de Neruda, alegando comprobar con ellos su patriotismo o su
antipatriotismo. No se sabe a ciencia cierta qué influencia podrían haber tenido las estrofas,
«Tengo arena en el Norte grande, tengo una rosa en San Fernando», pero los senadores
de derecha, como el senador Joaquín Prieto, llegaron a preguntar «¡Hasta Cuando! [con
los versos]».
Allende, siempre apelando a que el Senado aprobara la amnistía para Neruda,
respondió más tarde:

Senado, sesión 5a. de 10 de junio de 1952; el Ministro del Interior expuso las intenciones del presidente
respecto a la amnistía y la amenaza de vetarla («observar el proyecto») si éste incluyera a ciertas perso­
nas. Además, dijo que la amnistía propuesta afectaría, como máximo, a 55 personas, incluyendo a Carlos
Ibáñez del Campo y RamónVergara Montero en un caso de conspiración (1948) involucrando la pérdida de
armas de la ACHA; una causa contra otros miembros de ACHA en 1951, por infracción de la ley 8.987;
algunas personas procesadas por «delitos comunes», tales como incendios de microbuses, asesinatos de
carabineros, y «otros similares», a los cuales no se les podía conceder amnistía; igual que en el caso de la
«mascarada de Colliguay».
Senado, sesión 5a. de 10 de junio de 1952:219-220.
Ibid: 222.

142
“Chile vive una dictadura legal, una democracia intervenida.
...Creo en la democracia; pero en una democracia efectiva que abarque a todos los
ciudadanos. ...Ya conocemos de antemano el resultado de la votación: no se concede
amnistía a Neruda. ...es penoso este debate y es penoso su resultado.
...Aquí ha quedado clara y rotundamente, en forma tajante, expuesto ante el País, que
creemos que con este tipo de ley se está acribillando la democracia. Los principales
culpables van a ser los que sigan la política de la Derecha y aquellos miembros del
Partido Radical que en estos instantes no comprenden que, por desgracia, la conviven­
cia social en Chile está rota, que hay cientos de miles de ciudadanos perseguidos y al
margen del ejercicio de los derechos ciudadanos.
...vivimos una etapa falsa, corrompida, tortuosa de la democracia.
Y ojalá, señor Presidente, que otros no se aprovechen de esto.
Ojalá que otros no utilicen golpes militares o tentativas revolucionarias. Soy socialis­
ta, señor Presidente, y creo en la democracia, rectificada, con contenido, en donde haya
posibilidades para todos y en la cual no se consagren los privilegios que defienden
también los señores Senadores”.87
Allende quiso una democracia rectificada y denunciaba la democracia interveni­
da. La derecha insistía en una democracia protegida. Nadie defendía la democracia sin
adjetivos. La amnistía fue rechazada por 16 votos en contra, 6 a favor y 4 pareos. Allende
tenía razón: la convivencia estaba rota. Lo que no aclaró Allende fue si esa anhelada
convivencia social había existido alguna vez desde 1818.
El debate sobre la ley de amnistía amplia no dio resultados definitivos antes de la
elección presidencial del 4 de septiembre de 1952. El ex-dictador y permanente candida­
to conspirador, Carlos Ibáñez, resultó victorioso. Fue apoyado por una coalición diversa
de socialistas, agrarios laboristas y elementos de los partidos de derecha. De ahí que el
debate sobre la amnistía tomara otro rumbo, se orientaba nuevamente hacia la amplia­
ción de la cobertura de ésta. El presidente González Videla tomó también otra ruta, apo­
yando una amnistía más amplia antes de entregar el mando y un indulto que incluiría a
beneficiarios muy diversos, facilitando posteriormente la aprobación de la amnistía en
discusión. Mediante el Decreto Supremo 4.969 del 17 de septiembre de 1952, se concedió
un indulto particular argumentando que:
“Que el H. Congreso Nacional no alcanzó a prestar su aprobación, dentro del período
ordinario de sesiones, al proyecto de Ley de amnistía que el Presidente de la República
había solicitado para todas las personas que se encuentran cumpliendo condenas por los
delitos de sedición, subversión, alteración del orden público, injurias contra el Jefe de

87 Ibid: 243-244

143
Estado o autoridades y por abusos de la Ley de Publicidad y las que se encuentran some­
tidas a proceso por iguales motivos;
Que el Ejecutivo, al someter a la consideración del H. Congreso Nacional el referido pro­
yecto de ley, lo hizo como homenaje a nuestra Independencia y a fin de que pudieran las
personas señaladas reintegrarse a sus hogares a participar del júbilo general en la cele­
bración de los días gloriosos de nuestra Patria;
Que por otra parte, el Presidente de la República, próximo a hacer entrega del Mando
Supremo de la Nación a su sucesor, elegido en un acto en el que la República ha emergido
con sus Instituciones fortalecidas por la ejemplar cultura cívica del pueblo, creyó con­
veniente dispensar, de acuerdo con el Parlamento, el honroso perdón, en la seguridad
que los actos, delitos u omisiones imputados no volverán a repetirse, ya que el pueblo
supo señalar que el verdadero camino para reemplazar a las autoridades constitucio­
nales por otras, se puede efectuar por la vía democrática, sin recurrir a la subversión,
conspiración, sedición, alzamiento ni a la violencia en general, y con el mérito de estas
consideraciones y sin perjuicio que el H. Congreso Nacional, en uso de sus atribuciones
privativas legisle sobre esta materia, y de conformidad con la facultad que me otorga
el número 12 del artículo 72 de la Constitución Política del Estado, he acordado y
decreto
Concédese indulto particular a las siguientes personas:
RAMÓN VERGARA M., PABLO NERUDA, BERNARDO ARAYA,
HERNÁN URIBE ORTEGA, RAÚL GARRIDO GARCÍA, GUILLERMO
IZQUIERDO ARAYA, DOMICIANO SOTO, FEDERICO GIEZMA
STEEL, EDGARDO MAASS JENSEN, CARLOS FELLEMBERG
FURRER, CLODOMIRO BARRÍA AVENDAÑO, FRANCISCO
CIRER MENANTEAU, LUIS FUENTES LABARCA, FLORIDOR
GARRIDO GARRIDO, JUAN FERNÁNDEZ BANDE, ROBERTO
LARA OLATE, L. ALBERTO MUÑOZ MUÑOZ, REMBERTO
ROJAS MESA, ELEODORO SAAVEDRA SAAVEDRA, JUAN E.
GARCÍA ROMERO, GUMERCINDO ULLOA ESPINOZA, DOMINGO
SAEZ SAEZ, PEDRO RIQUELME, LUIS YEYENES, DOMINGO
ASCENCIO, MANUEL CÁRCAMO, PABLO CUELLO, EMA
GÓMEZ, ROBERTO PAUT y JUAN DÁVILA B.
Tómese razón, comuniqúese y publíquese.

144
GABRIEL GONZÁLEZ V.-Adriana Olguín de Baltra.- Carlos Torres Hevia.-
Lo Que transcribo a U. Para su conocimiento.
Dios guarde a U.,
Gabriel González Videla
Presidente de la República”.

En nombre de la unidad nacional y en vísperas de las Fiestas Patrias, el Presidente


González Videla había indultado al ex-oficial Ramón Vergara M., notorio anti-comunista y
conspirador de ACHA, al poeta comunista, Pablo Neruda, al dirigente de la CTCH, Bernar­
do Araya, a otros miembros del Partido Comunista, a los conspiradores ibañistas y a algunos
ex-nazistas. En cierta manera, el indulto era emblemático de la vía chilena de reconcilia­
ción política, estibando el barco antes de entregarlo a un nuevo capitán, el recién elegido
Carlos Ibáñez del Campo.
Mientras tanto, se continuaría discutiendo la amnistía en el Senado por algún
tiempo todavía. El senador Radomiro Tomic criticó la propuesta por su excesiva ampli­
tud, pero anunció que su partido también la apoyaría porque «es preferible que se salven
99 culpables, a que se castigue, injustamente, a un inocente».88 Por estos sentimientos
cristianos y con la llegada a la presidencia de un beneficiario de varios indultos,
sobreseimientos y amnistías anteriores, se aprobó una amplia ley de amnistía en el Sena­
do por una votación de 18-3, con 1 abstención y 2 pareos. Votaron a favor, entre otros, los
senadores Eduardo Alessandri, Salvador Allende, Elias Lafferte, Carlos Alberto Martínez,
Radomiro Tomic y Raúl Rettig.
El velo del olvido jurídico se iba a correr para todos los delitos contra las leyes
que protegían a la democracia hasta el 3 de septiembre de 1952. De nuevo los historiales
políticos se iban a sanear antes del inicio de un nuevo gobierno, elegido con el apoyo del
Partido Socialista (aunque no la facción con la que se identificaba Allende). Pero no se
aprobó la ley antes de que, tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados, se fuera
ampliando su cobertura para hacer llegar la gracia a clientelas diversas, como se vislum­
bra al tomar nota de los beneficiarios de la ley cuando fue publicada en el Diario Oficial
el 31 de octubre de 1952:

88 Senado, sesión 27a. de 12 septiembre de 1952:1576.

145
Amnistía, 1952 (Ley 10.957)

“Concédese amnistía general a las personas que hubieren sido condenadas o se encuen­
tran sometidas a proceso por los Tribunales de Justicia de la República, por los delitos
previstos y penados por la Ley 6.026, sobre Seguridad Interior del Estado,... (2) por la
Ley 8.987, de 3 de Septiembre de 1948 de Defensa Permanente de la Democracia, cuyo
texto definitivo fue fijado por Decreto del Ministerio del Interior 5.839 de 30 del mis­
mo mes y año... 3) y por el D.F.L. 425 de 26 de Marzo de 1925, sobre Abusos de Publici­
dad (4) que hayan sido cometidos hasta el 3 de Septiembre de 1952.
Concédese igualmente amnistía a las personas afectadas por denuncias o querellas
relacionadas con los delitos indicados en el inciso anterior...”.
El beneficio de amnistía concedido por el artículo anterior se aplicaba también a
aquellas personas condenadas o actualmente procesadas por delitos cometidos durante
los últimos 6 años, como consecuencia directa de paros o huelgas, mutilaciones y lesiones
graves o delitos contra la propiedad privada. Asimismo concedió amnistía en favor de los
infractores de las leyes vigentes sobre reclutamiento del Ejército, Armada y Aviación. En
igual forma, otorgó amnistía a los ciudadanos que se encontraban condenados o procesa­
dos o que hubieren podido serlo por infracciones a la ley de elecciones... cometidos con
anterioridad a la presente ley.89
Amnistía amplia, olvido jurídico, reinaba la impunidad de nuevo. Se suponía que
la impunidad haría más fácil, por el momento, gobernar a Chile. Ahora volvía Carlos
Ibáñez del Campo a la Presidencia. Llegó a la Moneda después de veinte años de fracasos
electorales, conspiraciones sediciosas y golpes fallidos, para ser elegido como senador en
1949 y ahora como Primer Mandatario. Esta vez, dijo tener una escoba, para barrer la
corrupción y la politiquería de la casa de la Patria; prometió derrotar la inflación que
flagelaba al país, promover el desarrollo económico y la justicia social. Corrido de nuevo
el velo del olvido por la amnistía de 1952, Ibáñez proclamó que todo lo haría por la patria.
A Ibáñez se le llamó el general de la esperanza. Pero el país no podía imaginar, en
1952, el nivel de desesperanza que se produciría entre 1953 y 1958.

Ley 10.957 de 24 de noviembre de 1952.

146
Capítulo 4
El General y la Escoba, 1952-1958

Cronología Política Medidas de Reconciliación,


Amnistías, Indultos
Presidente de la República 1952
Carlos Ibáñez del Campo
Huelga campesina, Molina 1953
D.F.L. 245 establece Indultos (1953-57) más de 5000
la asignación familiar
D.F.L. establece salario
mínimo agrícola sep.
1954 Ley de Amnistía 11.674 (a un
teniente de carabineros).
Huelga general mayo
Escalada inflacionaria 1952-55
Dos huelgas generales julio
1955 Ley de Amnistía, 11.773
Acusación constitucional contra
el Ministro del Interior Koch
Misión Klein-Saks sep.
continúa hasta mediados de 1958
1956
Paro general enero
(protesta misión Klein Saks)
Se organiza el FRAP (bajo estado feb. 29
de sitio)
Acusación constitucional contra
el Presidente Ibáñez nov.

147
Reventón urbano, Santiago 1957
centenares de heridos 2-3 abril
1958
Reforma electoral, cédula única
Ley 12.889 Ley de Amnistía, 12.886
Derogación Ley 8.987; se vuelve
al régimen de la Ley 6.026
con cambios menores (Ley 12.927)
Elecciones presidenciales

Carlos Ibáñez llegó a la presidencia el 4 de noviembre de 1952. Obtuvo casi la


mitad de los votos emitidos en los comicios, compitiendo con los candidatos conserva­
dor, liberal y socialista. Fue apoyado en la contienda electoral por varios grupos inde­
pendientes, socialistas, social cristianos, agrarios, comunistas (extraoficialmente, ya
que Ibáñez prometía derogar la Ley de Defensa Permanente de la Democracia) y por
los partidos y grupos femeninos. Esta mezcla de grupos heterogéneos se combinaba
con el contradictorio y cambiante personalismo de Ibáñez, que inspiraba políticas
zigzagueantes, alternando entre medidas populistas y represivas y, a veces, utilizando
ambas simultáneamente. Ejemplos de ello fueron las asignaciones familiares para
obreros y empleados y el salario mínimo agrícola en 1953, seguido por la aplicación
de la Ley 8.987 contra manifestaciones estudiantiles y huelgas en la ciudad y el cam­
po.1 También se realizaron reformas institucionales, como la creación del Banco del
Estado, del Departamento del Cobre, del Instituto de Seguros del Estado y la Corpo­
ración de la Vivienda (CORVI). Pero, a pesar de todo lo dicho, la base electoral de
Ibáñez no fue un sostén adecuado para gobernar y él no fue capaz de forjar una
concertación política que no fuera transitoria.
Tampoco tuvo Ibáñez un proyecto político-social identificable. Su gobierno fue de
crisis en crisis, de escándalo en escándalo, con rumores de golpe y de conspiraciones
cívico-militares. En el intertanto, se parchaba el fracturado tejido social e institucional
con miles de indultos, con amnistías que se debatían sin cesar desde 1953 hasta 1958 y
con componendas y corruptelas para aplacar a uno u otro grupo o interés.

A raíz de la elección presidencial el Partido Socialista se había dividido. Un grupo encabezado por Salva­
dor Allende y el diputado Astolfo Tapia abandonaron el partido, mientras el Partido Popular Socialista
ocupaba un lugar importante en el primer gabinete ¡bañista, incluso el Ministerio del Trabajo con Clodomiro
Almeyda.

148
En estas condiciones, las modalidades de reconciliación política legadas desde el
siglo XIX y puestas al día desde 1925, se convertían en un sistema de impunidad cotidia­
no y masivo. La amplia y drástica aplicación de la Ley de Defensa Permanente de la
Democracia a los conflictos laborales, dejaba casi siempre un saldo de detenidos, proce­
sados y condenados que anhelaban una amnistía y tenía como corolario, policías y milita­
res acusados de abusos en la represión de los movimientos laborales y las protestas calle­
jeras, que acudían también al Congreso y al Ejecutivo en busca de borrón y cuenta nueva.
Ocurría del mismo modo con los conspiradores y complotadores, que amenazaban con
barrer la politiquería de los «establos parlamentarios», para después encontrarse encar­
gados reos o destituidos de sus funciones oficiales, fueran civiles o militares. Hacia 1955—
56 se hacía evidente una modalidad de comercialización clandestina de los indultos. Pa­
ralelamente se concedió amnistías a sectores de empleados públicos, sindicalistas de to­
dos los bandos, policías y militares que usaban «fuerza innecesaria» al cumplir sus fun­
ciones y otros que conspiraban contra el régimen institucional (aún cuando el mismo
presidente parecía ser co-participante impune, como en los casos de los grupos militares
PUMA y Línea Recta, desde 1953 hasta 1956).
Todo esto también inspiraba las acusaciones constitucionales contra varios mi­
nistros. Una novedad dramática fue la acusación constitucional contra el mismo Pre­
sidente de la República. Por primera vez en la historia del país, un presidente en
ejercicio debió enfrentar tal desafío. Obviamente, esta acusación constitucional po­
dría haber sido un hito crítico en el desenlace del confuso proceso político que expe­
rimentaba Chile, enmarcado por la Guerra Fría y una inacabable crisis institucional
interna. Sin embargo, poco después de rechazada la acusación constitucional, Ibáñez
hizo un llamado a la reconciliación, en nombre, como era de esperar, de la familia
chilena y de su unidad. Pero no alcanzó esta meta, ni siquiera llegó cerca. Hubo un
estallido violento en abril de 1957 y luego un viraje en la política ibañista, al aproxi­
marse las elecciones presidenciales de 1958. En el último minuto saldría otra amnis­
tía, una reforma importantísima de la ley electoral y la derogación de la ley 8.987.
Después de seis años de políticas entrecruzadas, Ibáñez cumpliría varias promesas
hechas en la campaña de 1952, dejando así para su legado histórico memorias e imá­
genes contradictorias y controvertidas: el Ibáñez dictador, militar, represivo; el Ibáñez
reformista, constructor del Estado moderno y promotor de obras públicas en todo el
país; el Ibáñez de la escoba, de la asignación familiar, del salario mínimo agrícola; el
Ibáñez nepotista, conspirador y de la Línea Recta.
Cada una de estas memorias e imágenes captan una parte de la verdad histórica
sobre este caudillo poh'tico, que influyó tanto en Chile desde 1924 hasta su muerte. En la
vía chilena de la reconciliación, Ibáñez viajaba por casi todas las rutas: fue beneficiario,
afectado e ingeniero de indultos y amnistías, de exilios y reincorporaciones, de

149
reconfiguraciones partidarias y de acusaciones constitucionales. Sin embargo, al terminar
su gobierno en 1958, dejó un país menos reconciliado que nunca, conflictivo, ideologizado y
profundamente dividido.

El “general de la esperanza” al inicio del Gobierno

A poco de asumir la presidencia, el ibañismo obtuvo otro triunfo electoral, en la


elección complementaria de un senador por Santiago en reemplazo de Ibáñez. Fue elegi­
da María de la Cruz, líder del Partido Femenino, primera mujer que llegó al Senado
chileno.2 En marzo de 1953, con el lema «un parlamento para Ibáñez», los diversos secto­
res ibañistas (Partido Agrario Laborista, Partido Socialista Popular, Democráticos del
Pueblo, Partido Radical Doctrinario, los partidos Femenino Progresista y Femenino Chi­
leno y varios movimientos y federaciones, como el Movimiento Nacional del Pueblo, la
Unión Nacional de Independientes y el Nacional Cristiano) alcanzaron casi la mitad de
los votos emitidos. No obstante, no lograron conformar una mayoría efectiva en el Con­
greso. En todo caso, no representaban ninguna fuerza orgánica sino más bien reflejaban
los sentimientos «antipolíticos» que imperaban después de catorce años de presidentes
radicales y de coaliciones diversas de los partidos tradicionales y los nuevos, como el
Partido Socialista y la Falange.
Casi de inmediato se hizo visible la debilidad del gobierno ibañista. Ibáñez fra­
casó en su intento de centralizar bajo su control un movimiento sindical oficialista.
Contrariando a esos propósitos, la CUT, Central Única de Trabajadores, se fundó en
febrero de 1953, siendo presidida por Clotario Blest, dirigente de la Asociación de Em­
pleados Fiscales (ANEF). Esta organización se fue alineando con los partidos de iz­
quierda y tuvo un papel muy activo en los movimientos huelguísticos de mayo de 1954
y julio de 1955.
El dilema central en 1954-55 era la inflación. En Chile se había debatido mu­
cho sobre las causas de ésta sin una resolución definitiva, aunque había un consenso
amplio sobre algunas de sus consecuencias: la inflación exacerbaba los conflictos so­
ciales, polarizaba las contiendas políticas y aumentaba el número y la gravedad de los
conflictos laborales en el sector privado y público. El Io de mayo de 1954, Clotario
Blest declaró que “el panorama del país es demasiado trágico; hombres ineptos e
irresponsables nos han llevado a esta situación... Los traidores, aquellos que venden a

Sin embargo, la senadora fue inhabilitada por el Senado en agosto de 1953, por varios motivos políticos,
morales e internacionales, ya que se autodeclaró “justicialista”. Véase el reportaje en Las Ultimas Noti­
cias, 17 de diciembre de 1992, para un breve resumen del episodio. Fue reemplazada en una elección
complementaria por el socialista Luis Quinteros Tricot.

150
la patria, están en La Moneda: el presidente y los ministros”.3 Blest fue arrestado,
provocando el llamado de la CUT a un paro nacional. No habría paz entre el gobierno
y el movimiento sindical durante los siguientes cuatro años, exacerbándose la con­
frontación política, una flagelante inflación, numerosas huelgas, protestas y las consi­
guientes medidas represivas. Desde 1954, los movimientos huelguísticos de funciona­
rios públicos, jugaron un papel especialmente activo y en más de una ocasión parali­
zaron los servicios de salud, los establecimientos educacionales, los correos, la loco­
moción colectiva y hasta la Tesorería.
En mayo de 1954, Ibáñez consideraba una salida político-técnica, libre de las pre­
siones partidarias tradicionales, con un gabinete organizado por Eduardo Frei. Pero no se
pudo consumar el acuerdo, que dependía de la concesión de facultades extraordinarias al
presidente por parte del Congreso y de la formación de un gabinete compuesto
mayoritariamente de designados por Frei, condición que fue rechazada por el Partido
Agrario Laborista (PAL) de Rafael Tarud y por los nacionalistas liderados por Jorge Prat.4
En septiembre, la llegada de la misión Klein-Saks con un programa ortodoxo de estabili­
zación, permitió armar una coalición en el Congreso entre agrarios y los partidos de dere­
cha, a pesar de la animosidad expresada por Ibáñez contra los liberales y conservadores
entre 1953 y 1955. Los partidos de derecha apoyaban las políticas que limitaban los au­
mentos de salarios y las restricciones crediticias, pero nunca dejaron salir del Congreso
las propuestas de la Misión para hacer reformas en el sistema tributario, gravando los
ingresos y las propiedades, lo que era parte integral del programa de “sacrificios
compartidos” que la Misión proponía.

Entre la dictadura constitucional y la ruptura institucional

Desde los inicios de su gobierno, el presidente Ibáñez carecía de una base parti­
dista firme en el Congreso, haciéndole necesario pedir facultades extraordinarias para
imponer reformas de varios tipos y «gobernar» el país. Recurrió además, en repetidas
ocasiones, a los decretos de insistencia, contrarrestando la acción fiscalizadora de la
Contraloría. Este hábito sería una de las bases de la acusación constitucional en su
contra en 1956.

3 Citado en Alejandro Concha Cruz y Julio Maltes Cortez, Historia de Chile, 5a. edición, Sao Paulo, Brazil:
Bibliográfica Internacional, 1995:508.
4 Albert Hirschman, The Strategy of Economic Development, New Haven, Conn: Yale University Press, 1958:
196-97. Véase Cristián Gazmuri, Patricia Arancibia y Alvaro Góngora, Eduardo Frei, una biografía. Edición
privada, 1999, Proyecto Fondecyt 1971117.

151
Para superar los obstáculos legislativos a su mandato, Ibáñez creó una Comisión
Consultiva para reformar la Constitución Política. Una vez redactada la propuesta de
reforma no tuvo, sin embargo, ninguna posibilidad de ser aprobada en el Congreso, a
pesar de contar con cierto apoyo de facciones de derecha, como lo expresaba el diputado
Javier Lira en julio de 1954: “El problema fundamental de Chile, lo hemos asegurado y lo
repetimos otra vez, es una crisis grave de nuestro régimen institucional, y es indispensa­
ble introducir reformas fundamentales para que las medidas de orden económico, social,
educacional o de otra especie, que se adopten, puedan en definitiva resolver los proble­
mas que aquejan al país. No hay, en ello, ninguna intención premeditada, ni fascismo ni
totalitarismo”.5
De nuevo, era el régimen institucional al que se le atribuían los graves problemas del
país, es decir, la Constitución de 1925 y la reafirmación del rol central de los partidos políti­
cos y el Poder Legislativo. La tensión histórica entre el Ejecutivo y el Poder Legislativo, que
teóricamente se resolvió a favor del presidencialismo en 1925, había dado como resultado, de
nuevo, demasiado «obstruccionismo» en el Congreso. Para muchos chilenos «gobernar» im­
plicaba imponer el programa de Gobierno. El verbo y la voz «gobernar» parecían oponerse a
negociar, convencer, llegar a acuerdos aceptables. Había una confusión permanente -aunque
implícita- entre la política como obra de consensos, aunque transitorios y la «politiquería».
Para muchos gobernar significaba prevalecer, imponer, dirigir, sin tomar en cuenta a “los
otros”. En cierta medida, esta «confusión» correspondía a las utopías antagónicas anheladas
y promovidas desde la izquierda a la derecha.
En un discurso pronunciado en Rengo, María de la Cruz fue más precisa: “Es
inútil quejarse. La queja debilita más el alma y disminuye el empuje espiritual de la raza.
Ante el dolor, el pueblo debe tomar mayor coraje para autodefenderse. Debemos libertar
al Presidente, porque el General Ibáñez es el único que puede solucionar nuestros pro­
blemas, si toma el Poder absoluto, para dictar por Decretos Supremos, la ley de justicia
que anhela el pueblo”.6 También afirmó que las propuestas de reforma constitucional
serían «la salvación del país».7 Mientras tanto, Ibáñez, como lo habían hecho Balmaceda
y Arturo Alessandri en su primer gobierno, atacaba ferozmente a los congresales
«antipatrióticos» y politiqueros, apelaciones que se yuxtaponían al patriotismo y a los
sentimientos progresistas del Ejecutivo.
De hecho, Ibáñez gobernaría muchas veces casi como dictador constitucional. De­
clararía estado de sitio por distintos motivos, en varias ocasiones durante su gobierno. Su
«generalísimo de campaña» en 1952, había sido Arturo Olavarría Bravo, ex secretario per­
sonal de Alessandri y ex ministro de Aguirre Cerda, consistente más que nada con su auto­

' Cámara de Diputados, sesión 37a. de 28 de julio de 1954: 770.


6 Citado por el diputado Enríquez en la Cámara de Diputados, sesión 37a. de 28 de julio de 1954:1768.
7 Ibid: 1767, citando a La Nación, 27 de julio de 1954.

152
ritarismo, en todos los gobiernos en los que había participado. Llegaría a ejercer como
Ministro de Relaciones Exteriores de Ibáñez, para después volver al Ministerio del Interior.
Recordando la campaña de 1952, Olavarría captaba vivamente el ambiente nacio­
nal y también el espíritu con que el ibañismo volvió al poder con un Ibáñez de 75 años:
“Lo que la ciudadanía creía encontrar en este hombre [Ibáñez], basándose en la expe­
riencia de su anterior administración, eran la energía, la voluntad férrea, el arresto
dictatorial que hacía falta para ordenar al país. Dominaba en el ambiente público un
anhelo incontenible de obtener cuatro cosas fundamentales: 1. Un tope al alza del costo
de la vida; 2. La supresión de todos los empleos públicos y semifiscales inútiles que
constituían una carga para la nación; 3. El castigo ejemplar de los políticos y funcio­
narios del régimen, que habían usufructuado indebidamente del poder; y 4. El castigo
inmisericorde de los especuladores y comerciantes inescrupulosos, que, con malas ar­
tes, hacían subir el costo de la vida.
La mayor parte de los que pusieron sus ojos en el señor Ibáñez, vale decir, la calle,
estaban convencidos de que ninguno de esos anhelos podría realizarse por las vías
constitucionales y legales y de que sólo una dictadura sería capaz de satisfacerlos arro­
llando todos los obstáculos que se interpusieran.
...Luego se llamó al señor Ibáñez ‘el general de la esperanza’.
¿ Qué esperanza ? Pues ésa, la esperanza de una dictadura que fusilara sin más trámite
a los cogoteras que asesinaban a los transeúntes en la vía pública; que metiera en la
cárcel a los especuladores y deportara a los políticos que los apadrinaban; que echara
de la administración pública a los inútiles ‘ganasueldos’ que no trabajaban.
Si en septiembre de 1952 se le hubiera permitido a los ciudadanos indicar en las cédu­
las de la votación la calidad con que deseaban que gobernara su candidato, estoy segu­
ro de que en el noventa por ciento de los votos emitidos a favor del señor Ibáñez se
habría borrado la palabra ‘presidente’ y se la habría reemplazado por la de ‘dictador’.
Desgraciadamente para el ingenuo pueblo, dentro del diez por ciento restante, estaría
el voto del propio señor Ibáñez”*
Tal vez Olavarría exageraba ligeramente las inclinaciones dictatoriales de los vo­
tantes chilenos en 1952, pero captaba bien su cansancio y su distanciamiento respecto a los
partidos tradicionales, su preocupación por la inflación, la corrupción y la perpetua falta
de compromiso para con el régimen político imperante. Sin embargo, Ibáñez no quería ser
dictador en 1952, aunque mantuvo su estilo autoritario, populista y personalista. De ahí
que recurriera repetidas veces a los regímenes de excepción, a la censura, a las deportacio­
nes y a las tradicionales modalidades de represión legal contra la oposición política. Tam-*

Arturo Olavarría Bravo, Chile entre dos Alessandri, Memorias políticas, n, Santiago: Nascimento, 1962:120-21.

153
bién se recurría a las amnistías, indultos (que llegaban a miles entre 1953 y 1957) y a las
componendas políticas en sus fallidos esfuerzos por hacer «gobernable» al país.
Los límites de la vía de reconciliación histórica, como modalidad de gobierno, en
una época tanto más compleja e ideologizada, se hacían cada vez más evidentes. No se
encontraba otra manera de alternar entre la represión y la pacificación para mediar las
luchas sociales, el flagelo inflacionario y las demandas para crear otro sistema político.
Lo que el historiador Alan Angelí ha caracterizado como la “búsqueda de la utopía”, que
marcaba la era entre 1958 y 1973, había empezado ya en la década de 1920, expresándose
en visiones políticas cada vez más antagónicas desde el 4 de junio de 1932. Los seis años
en que Ibáñez no pudo ni barrer bien ni salvar la patria, como lo había prometido, serían
el preludio de la intensificación del conflicto político consumado en 1973.

El factor militar

Entre los comicios de 1952 y la asunción del mando de Ibáñez, emergió una logia
militar como una amenaza implícita contra un Congreso potencialmente obstruccionista.
El líder del grupo, que se llamaba PUMA (Por Un Mañana Auspicioso), fue el coronel
Abdón Parra Urzúa. El coronel Parra fue nombrado Ministro de Defensa (y más tarde,
Ministro del Interior). Oficiales de mayor antigüedad que Parra renunciaron como pro­
testa y otros oficiales de PUMA ocuparon puestos claves. El nombramiento de Parra sig­
nificó el retiro de más de veinte generales. De esta manera, Ibáñez desconcertaba a secto­
res del Ejército, con intervenciones que contradecían las prácticas tradicionales y ame­
nazaban el escalafón profesional. Por otro lado, muchos oficiales aplaudían la línea
antipolítica del Presidente, sus llamados a la disciplina, al desarrollo y al patriotismo,
además de sus promesas de mejores salarios y aumentos considerables en el presupuesto
militar. Sólo en 1954, ante la insistencia del Ministro del Interior y de Justicia, Osvaldo
Koch, yerno de Ibáñez, saldría Parra del Gabinete.
Otro grupo dentro del Ejército, la llamada Línea Recta (1954-55), de inspiración
cuasi peronista, también involucró a Ibáñez en amenazas implícitas contra el régimen.
Los líderes de Línea Recta proponían que los miembros juraran lealtad personal al Presi­
dente, que sirvieran al grupo sin vacilar durante seis meses y que los que se retiraran del
movimiento fueran castigados severamente o liquidados.9 Línea Recta publicó un pro­
grama nacionalista y corporativista, que era un fuerte ataque contra la democracia libe­
ral, el comunismo y el marxismo.10

9 Frederick M. Nunn, The Military in Chilean History. Essays on Civil-Military Relations, 18 1 0-1973,
Albuquerque: University of New México Press,1976: 246.
10 “Bases para una acción política de contenido nacional y popular: Plan Línea Recta”, Santiago: 1955.

154
Los contactos de Ibáñez con oficiales de Línea Recta eran una amenaza implícita
de una salida extraconstitucional al impasse político. Preocupaba no sólo a la clase polí­
tica sino a oficiales militares de alto rango. En 1954, la Junta Calificadora de Oficiales
llamó a retiro a siete miembros del movimiento; la influencia de Federico Giemza, prota­
gonista del llamado complot de Colliguay (1951) ante el Presidente Ibáñez logró su resti­
tución a las filas. En un té en la casa particular de Ibáñez, en febrero de 1955, fue leído un
manifiesto de oficiales pertenecientes a Línea Recta, que criticaba al alto mando, lo que
ocasionó las renuncias del Comandante de la División de Santiago y del Comandante en
Jefe del Ejército.11 Varios oficiales fueron sometidos a sumarios y luego a procesos mili­
tares, saliendo Ibáñez indemne del incidente, aunque el episodio dejaría rencores que
rebrotarían en problemas personales y políticos futuros.
Sin embargo, las maquinaciones del presidente Ibáñez dentro del Ejército, al
estilo de Perón y los justicialistas en Argentina, lo desacreditaban entre sectores impor­
tantes de las Fuerzas Armadas y de la clase política. Los ibañistas perdieron cierta
influencia dentro del Ejército, cambiando el equilibrio del poder político en el país, de
manera sutil pero evidente.
El episodio de Línea Recta fue otro ejemplo del recurrente y abierto malestar y de la
deliberación dentro de las Fuerzas Armadas desde 1924, síntoma de una falta de consenso
más general sobre el régimen político. No obstante la continuidad constitucional desde 1932
hasta 1973, el mito del apoliticismo de las Fuerzas Armadas en un sentido amplio, no era tan
nítido, no faltando conspiraciones, complots, “movimientos gremiales” y golpes fallidos como
recuerdo de una premisa compartida: si el sistema se aproximaba “al abismo”, como tantas
veces se predecía, las Fuerzas Armadas serían el último baluarte antes del despeñadero. Esta
premisa era compartida de izquierda a derecha en el espectro político, aunque con miras y
expectativas distintas respecto a las consecuencias y las secuelas que podrían resultar de la
obra salvadora de los militares. El tipo de democracia construida en Chile desde 1932, tema
este subentendido, aún cuando la desmemoria y la negación hacían, casi siempre, que el mito
de la “apoliticidad” prevaleciera en el discurso público.
Para Ibáñez, las Fuerzas Armadas y Carabineros serían el sine qua non para gober­
nar, sobretodo cuando la inflación galopante (1954-57) y los ensayos de estabilización
incitaban a huelgas en todos los sectores y a un reventón urbano en abril de 1957, que
traía a la memoria las pobladas de comienzos del siglo XX. Después de pocos meses de
gobierno y de la rápida salida del Partido Socialista de su gabinete, los ministerios fue­
ron más bien personalistas o de administración, afianzándose el gobierno entre el
populismo y la represión de los movimientos populares y sindicales. En todas las esferas,

11 Concha Cruz y Maltés Cortez (1995): 510-11.

155
desde embajadas y consulados los puestos burocráticos de las entidades fiscales y
semifiscales, Ibáñez barrió con los funcionarios de planta para disponer de sus puestos
como prebendas para sus familiares, amigos, aliados políticos del momento y su clientela.
Casi igual política siguió dentro del Ejército, como se hizo manifiesto en el escándalo de
Línea Recta.12 Para enfrentar varios conflictos al final de su gobierno, nombró como mi­
nistros a varios militares, llamados a conservar, mantener o restaurar el orden.

Inflación y movilización social

Ibáñez fue apodado el «general de la esperanza». Sin embargo, durante su gobierno


la tasa de inflación promedio llegó a un nuevo record nacional de 51 %, la tasa más alta del
período 1950-1970; en su punto máximo, excedió el 80 %. Desde 1953, el ingreso per cápita
del país declinó, no recuperándose hasta 1961. El estancamiento agrícola significó que
entre 1954-56, un 20% del consumo de alimentos y fibras se importaba. Su programa popu­
lista, con consignas antipolíticas, antipartidistas y salvacionistas, se estrelló de frente con
la creciente inflación, la recesión internacional y sus consecuencias internas, tales como
huelgas en el sector privado y estatal, protestas estudiantiles y movilización política de los
movimientos y partidos de izquierda.
Parecía que no había momento sin crisis, sin conspiración, sin discursos incendia­
rios y sin estado de sitio, ya que Ibáñez, entre 1954 y 1957, utilizaba el estado de sitio como
rutina para gobernar, al finalizar el período ordinario de sesiones del Congreso.13 Esta
situación hizo concluir a un analista en 1955, que Chile “experimentó la crisis constitucio­
nal más grave desde la restauración de los procedimientos democráticos en 1932”.14 Esta
afirmación es cuestionable, ya que, según los periodistas, políticos, dirigentes sindicales y
algunas voces que emanaban de las Fuerzas Armadas y de la Iglesia, Chile había estado
siempre «al borde del abismo», desde 1932..
En la campaña electoral de 1952, el Presidente Ibáñez había prometido derogar la
Ley de Defensa Permanente de la Democracia. Durante toda su presidencia, después de su
fracasada iniciativa para controlar el movimiento sindical y reducir la influencia de los
comunistas y socialistas, la ley se aplicaba contra diversos sectores asalariados y gremios
profesionales, incluso contra el resurgido movimiento sindical ca mpesino, que se manifestó

Nunn (1976): 244-48.


Véase Elena Caffarena de Jiles, El recurso de amparo frente a ¡os regímenes de emergencia, Santiago: 1957;
Clodomiro Bravo Michell y Nissim Sharim Paz, Restricciones a ¡as libertades públicas, Santiago: Editorial
Jurídica de Chile, 1958.
John Lee Pisciotta, Development Policy, Inflation, and Politics en Chile, 1938-1958, New York: Garland
Publishing Co., 1987:125.

156
en la huelga en Molina (1953).15 En mayo de 1954, la CUT llamó a un paro nacional, que
aunque tuvo poco éxito, dejó convencido a Ibáñez que la derogación de la Ley de Defensa
Permanente de la Democracia no tenía ninguna prioridad. Sus disposiciones fueron apli­
cadas contra el movimiento sindical, los gremios de empleados públicos y los partidos de
izquierda hasta 1958.
La decisión de postergar la derogación de la Ley 8.987, hizo que la legalización
del Partido Comunista y el fin a la persecución de dirigentes sindicales, gremiales y par­
tidarios marxistas y falangistas fueran temas políticos permanentes durante todo su go­
bierno. Como se ha dicho, Ibáñez gobernó alternando la represión con amnistías, indultos
y reconfiguraciones políticas, mientras intentaba imponer elementos de la política eco­
nómica de ajuste sugerida por la misión Klein-Saks. Dichas políticas implicaban sacrifi­
cios directos a los asalariados, a los empleados públicos y a otros sectores indefensos ante
la formula FMI.
Desde fines de 1953, una marea de conflictos laborales iba en ascenso. Dentro de
las Fuerzas Armadas surgían grupos que pensaban que el país podría llegar a ser ingober­
nable sin una mano firme. Para el 18 de septiembre de 1954, Ibáñez vistió su uniforme de
General de División y durante la semana siguiente varios artículos en la prensa prestaron
gran atención a los uniformados, aún más de lo acostumbrado durante la semana del
Ejército. En su edición del 25 de septiembre, la revista Zig Zag informó: “El lunes último,
a las 11 horas,... se decretó el estado de sitio por el término de seis meses en todo el
territorio de la República, con excepción de las zonas que el mismo decreto indica. El
gobierno, al declarar el estado de sitio expresó en su preámbulo ‘que a cada instante
toman más ímpetu las amenazas de un paro general y de huelgas de advertencia o de
adhesión, según antecedentes que obran en poder del Ejecutivo y que obedecen a un
plan de inspiración foránea y que es evidente que los elementos comunistas intentan
perturbar el orden público y la paz social, creando un ambiente de violencias con finali­
dades sediciosas’”.16
En la misma edición de Zig Zag, aparecieron otros artículos dedicados a las Fuer­
zas Armadas con un contenido carente de sutilezas. El teniente coronel Oscar Hurtado
escribió, en “Nuestra tradición militar”, que ésta “no puede ser otra de que nuestra

15 El movimiento en Molina tuvo influencia de la Iglesia Católica, inspirada en el trabajo del padre Alberto
Hurtado, el obispo Manuel Larraín de Talca y dirigentes de la Falange Nacional, como Emilio Lorenzini.
Tuvo también la influencia indirecta del Partido Comunista, por el trabajo realizado desde 1938 en la
zona, en favor de la sindicalización campesina y el hecho de que fuera Molina una zona de relegación para
algunos dirigentes comunistas por la Ley de Defensa Permanente de la Democracia. Véase a Henry
Landsberger y Fernando Canitrot, Iglesia, intelectuales y campesinos, La huelga campesina de Molina, San­
tiago: Insora / Editorial del Pacífico, 1967.
16 “Notas Políticas, Estado de Sitio”, Zig Zag, 25 de septiembre de 1954, No. 2583: 25.

157
patria siga siendo, a través de sus FF. AA., proporcionalmente, la nación más progresista,
más sana y vigorosa de la América del Sur”.17 En “La Página de Tinsly”, el artículo “¡Sol­
dado Chileno, Adelante!”, afirmaba: “Si la mayoría de los chilenos hubiese pasado por las
filas, si las blandas mesnadas de la juventud universitaria hubiesen discurrido por la
vieja casona de la Escuela Militar, no habría tanta basura demagógica botada en la na­
ción...”18 Parecía posible que el lema nacional de “por la razón o la fuerza” fuera cambiado
por la de “Por la escoba o la espada...”
En resumen, los años 1953-58 fueron años de polarización política, de un enfoque
permanente en la lucha de clases como consigna y como realidad cotidiana frente a la
inflación y el uso permanente de las dos caras de la cultura política chilena: la represión
legal y la concesión de miles de indultos, varias amnistías y leyes de gracia particular,
más las reconfiguraciones periódicas de los gabinetes y las coaliciones legislativas. Y
como de costumbre, la prensa política de todas las tiendas echaba leña al fuego.
Los debates sobre las políticas económicas estaban siempre enmarcados por agen­
das más profundas: el capitalismo versus el socialismo, el alineamiento en la Guerra Fría
y las declaraciones habituales de comunistas, socialistas, social cristianos, falangistas
(que se convertirían en demócrata cristianos en 1957) y hasta algunos radicales, que plan­
teaban que Chile debía deshacerse del régimen liberal-capitalista, reliquia de la histo­
ria, para aceptar el futuro inevitable: una «sociedad nueva» no capitalista. En este con­
texto, la izquierda siempre entendía los conflictos coyunturales como parte de una lucha
histórica para destruir el sistema de explotación reinante y transformar, de manera revo­
lucionaria, las instituciones políticas y socioeconómicas del país. Para la derecha, los con­
flictos políticos estaban definidos en el marco de la defensa de la «democracia», la pro­
piedad privada (en su significado liberal del siglo XIX) y «los valores occidentales», con­
tra el ataque del comunismo internacional. El social cristianismo en ascenso señalaba
que había que encontrar una tercera vía, inspirada en la Doctrina Social de la Iglesia. En
lugar de ingeniar políticas de consenso para enfrentar los problemas concretos del país,
parecía más importante disputar diariamente las utopías alternativas.

Los indultos y las amnistías

Las utopías alternativas y la campaña para conseguir la derogación de la Ley de


Defensa Permanente de la Democracia eran subentendidos a todo debate coyuntural,
haciendo cada vez más difícil la tarea de gobernar. Más que cualquier otro gobierno en el

Oscar Hurtado, “Nuestra tradición militar”, Zig Zag, 25 de septiembre de 1954, N. 2583: 29.
Z¡g Zag, 25 de septiembre de 1954:13.

158
pasado, Ibáñez recurría a los indultos como una medida cotidiana de gobierno. Las am­
nistías se usaban como instrumento táctico en las contiendas políticas. Eran medidas
esperadas, hasta obvias, después de cada huelga ilegal o enfrentamiento entre las fuer­
zas de orden y grupos de estudiantes, obreros, campesinos o manifestantes políticos.
Entre 1953 y 1958 se debatieron tantos proyectos de amnistía que desde 1954 no
hubo mes en que no hubiese alguno en discusión. También se debatió en varios momen­
tos, como alternativa a las amnistías, la posibilidad de indultos generales, modalidad poco
utilizada en Chile desde la década de 1820, pero que era todavía un recurso del Poder
Legislativo, de acuerdo a la Constitución Política. Este proceso de negociar indultos, am­
nistías o el desistimiento de las causas, en el caso de llegar antes a un acuerdo para
restaurar «el orden», se fue cristalizando con la huelga campesina y los conflictos labora­
les en la zona de Molina y Lontué (provincia de Talca) en 1953-54 y con el llamado al paro
nacional por la CUT en 1954.
Desde 1954, todo debate sobre las amnistías tendría implícito para la izquierda
que la «Ley Maldita» debería ser derogada. Por otro lado, como siempre, había legislado­
res que insistían en la necesidad de justicia y castigo: los derechistas cuando se trataba
de «agitadores» y «subversivos»; los izquierdistas cuando se trataba de los «abusadores
del poder»; policías, militares y funcionarios de gobierno que habían cometido «delitos
comunes» al reprimir huelgas, manifestaciones o hasta las pobladas (como ocurriría en la
primera semana de abril de 1957). Más aun, los debates sobre las amnistías se cruzaban
con las acusaciones constitucionales contra los Ministros del gabinete, con debates sobre
si se debía o no conceder facultades extraordinarias al presidente, debates sobre los esta­
dos de sitio y sobre la derogación de la Ley 8.987. Durante una semana a fines de agosto
de 1955, todos estos temas se trataron simultáneamente en el Congreso, haciendo casi
imposible delimitar el debate a un tema específico.

La huelga campesina en Molina, 1953

En la zona de viñas en Molina y Lontué se habían experimentado conflictos labo­


rales esporádicos desde la década de 1930. La Ley de Defensa de la Democracia y la Ley
8.811 (1947), que reglamentaba la sindicalización campesina, habían apagado la ola con­
flictiva más reciente de 1946-47, pero brotaron de nuevo movilizaciones laborales en la
vendimia de 1952. Los conflictos colectivos de las viñas fueron solucionados; los obreros
agrícolas, que recibían asesoramiento de la ASICH, del partido comunista y de la CUT se
iban incorporando a la vida política nacional; por primera vez el sistema patronal agríco­
la y por extensión una parte importante de la base electoral de la derecha, había sido
desafiado directamente no sólo por la izquierda, sino por sectores de la Iglesia Católica y

159
por dirigentes políticos falangistas. Esta tendencia contribuiría a una reconfiguración
significativa en la siguiente década.19
En la primera semana de diciembre de 1953, se declaró una huelga en la zona
agrícola de Molina, a pesar de las prohibiciones de la Ley 8.811 y contraviniendo tam­
bién, en su desenlace, la Ley de Defensa Permanente de la Democracia. El primer fundo
que entró en huelga fue San Pedro, viña de Alejandro Dussaillant, prominente político de
derecha, donde se había intentado formar un sindicato agrícola por primera vez en 1932.
Al poco tiempo estaban en huelga entre 1.500 y 2.000 obreros de unos veinte fundos, en
una época crítica para los cultivos de viñas.
La historia de esta huelga es complicada y disputada todavía en las diversas me­
morias de asichistas, comunistas, la Asociación de Agricultores de la zona y en la prensa
nacional y regional. Todos concuerdan, sin embargo, en que el desenlace reflejó las ten­
siones globales, nacionales y regionales al finalizar el primer año del gobierno de Ibáñez.20
Otro subtexto de la huelga fue la competencia entre los falangistas y comunistas por la
influencia en el movimiento sindical, además de una incipiente competencia por los vo­
tos de los campesinos. La solución de la huelga, después de aplicar la «Ley Maldita»,
encarcelar a dirigentes y huelguistas, desplegar a carabineros y tropas del Ejército por la
zona, fue posible sólo con la influencia de varios sectores políticos, del capellán nacional
de la ASICH el Padre Jaime Larraín y del obispo Monseñor Manuel Larraín. En última
instancia influyeron en la solución de la huelga las conversaciones directas entre el pre­
sidente Ibáñez y el Cardenal Monseñor José María Caro. Actuaba de abogado de ASICH,
quién sería Ministro de Trabajo de Eduardo Frei Montalva, William Thayer, mientras ele­
mentos comunistas de la CUT trataban de coartar y dominar el movimiento. No faltaban
los conflictos entre los propios campesinos, entre éstos y sus dirigentes y también divisio­
nes en el sector patronal. Es decir, operaban casi todas las influencias y poderes fácticos de
Chile, condensando así las múltiples visiones antagónicas de la patria y del bien común.
El Diario Ilustrado denunciaba: “Este es el momento que consideraron más ade­
cuado los agitadores profesionales comunistas para asegurar el éxito de su propaganda y
acción desquiciadora, cuyas finalidades sólo obedecen a alentar la rebelión contra el
Gobierno en los medios rurales ignorantes y crédulos, aconsejándoles las más absurdas
demandas, a sabiendas de que ellas no pueden ser materialmente satisfechas en caso
alguno. Es de esperar que el gobierno imponga la autoridad y la disciplina en los campos

Asociación Sindical Chile (ASICH) fue una agrupación sindical inspirada por el Padre Alberto Hurtado,
de la Compañía de Jesús, quien fue muy reconocido por sus actividades en favor de los niños abandonados
y la fundación del Hogar del Cristo, pero muy criticado por sectores conservadores por sus enseñanzas
sobre temas sociales entre la juventud universitaria.
Para una historia sintética del movimiento, véase Brian Loveman, Struggle in the Countryside, Politics and
Rural Labor in Chile, 1919-1973, Bloomington, Ind: Indiana University Press, 1976:175-180.

160
para evitar los males que el comunismo quiere a toda costa ver consumados en los obre­
ros campesinos, y en la masa de los consumidores nacionales para el logro de sus propósi­
tos disociadores”.21 La mayor parte de la prensa de Santiago dedicaba reportajes y entre­
vistas a la huelga hasta fines de enero de 1954. Todos los diarios y hasta las revistas
Mensaje, Ercilla, Vea y la de humor, Topaze, comentaban la huelga desde sus distintos pun­
tos de vista. Las asociaciones de agricultores, la CUT y ASICH difundieron versiones
contradictorias de los acontecimientos. También entraron al debate público varios voce­
ros de la Iglesia. El senador liberal, Pedro Opaso Cousiño, dueño de fundos en la zona,
atacó a la Iglesia y criticó duramente su participación en el movimiento. El obispo Larraín
respondió:
“no es verdad, como se ha afirmado, que esta agitación sea de origen comunista. ...en
segundo lugar,... que en el conflicto sindical mismo ningún sacerdote se halla compro­
metido... La Iglesia defiende la justicia, donde quiera que esta se encuentre, del mismo
modo que condena lo que es injusto y arbitrario...
Los patrones deben dar a sus obreros lo que en justicia les deben.
Hay una justicia social, que nace de las leyes sociales. Esas leyes deben ser cumplidas.
Hay una justicia social, que nace de nuestra convivencia humana. Esta justicia debe
ser respetada y practicada”.22
Opaso respondió en las columnas de El Diario Ilustrado, que “llegaron en una ca­
mioneta, desde Santiago, sacerdotes jesuitas, no en misión de paz y concordia, sino a
tomar la bandera de las reivindicaciones proletarias que no podían seguir sosteniendo en
sus manos los que estaban presos”.23 Los adversarios sostuvieron un agrio debate públi­
co, haciendo referencia explícita o implícita a utopías no compartidas, a conceptos anta­
gónicos de la justicia y de la libertad. La huelga se debatía también en el Congreso, con
las versiones e interpretaciones cruzadas de siempre.24
Ante las acusaciones del senador Opaso, el senador falangista Eduardo Frei Montalva,
dijo: “El origen de esta huelga reside en la situación de miseria de extensas categorías de
trabajadores agrícolas cuyas remuneraciones son, no sólo escasas sino míseras... la verdad
es que la actual legislación no franquea a esta inmensa masa de trabajadores ningún cami­
no legal para hacer presente sus problemas y sus aspiraciones: de hecho no hay en los
campos posibilidad alguna de que se produzcan huelgas legales. ...No hay válvula legal de
salida. Y eso es gravísimo”.25 Frei llamó a una “verdadera reforma agraria” como única

21 El Diario Ilustrado, 4 de diciembre de 1953:3.


22 La Voz, 10 de diciembre de 1953, citado en Landsberger y Canitrot (1967): 63-64.
23 Citado en Landsberger y Canitrot (1967): 66-67.
24 Véase, Cámara de Diputados, sesión 42a. extraordinaria de 30 de diciembre de 1953:1987-2000 y texto del
debate.
25 Senado, sesión 19a. extraordinaria de 23 de diciembre de 1953:852.

161
manera de dar estabilidad social. Pero en 1953, Frei no consideraba las consecuencias políti­
cas de tal reforma agraria, es decir, que la continuidad institucional en Chile se basaba en
una parte significativa, en la mantención del control de la derecha sobre el campo y el
electorado campesino. La huelga de Molina en 1953, los repetidos conflictos laborales en la
zona hasta 1958 y la creciente fuerza electoral de la Falange, amenazaban con quitarle a los
liberales y conservadores su poder de veto en el Congreso, el tercio de votos necesario para
prevalecer en las diferencias con el Ejecutivo en el proceso legislativo.
La huelga en Molina también auguraba la intensificación del conflicto entre los
partidos marxistas y la Falange. En su impreso, Tierra y Libertad, ASICH atacaba conti­
nuamente al Partido Comunista y al marxismo, reflejando la lucha ideológica y política
en el ámbito nacional entre dos utopías alternativas. El Partido Comunista, mediante la
Federación Nacional de Trabajadores Agrícolas, respondía a la ASICH y a la vez promovía
una reforma agraria nacional y la derogación de la Ley 8.811. Aquella Federación, exten­
sión del Partido Comunista en el sector rural, adoptó la consigna de “alianza obrero cam­
pesina”. Exigía la fiscalización del cumplimiento de las leyes laborales por parte de la
Inspección del Trabajo, publicaba denuncias en El Surco y en El Siglo, y llamó a una refor­
ma agraria que entregara la tierra a “quien la trabaja”. Para el gobierno de Ibáñez era
sólo el comienzo de los múltiples conflictos sindicales que dejarían a su administración
casi sin espacio para respirar.
La huelga de 1953 fue solucionada rápidamente, con el acuerdo que se tramita­
rían los pliegos de peticiones cuando los obreros volvieran a su trabajo, que no habría
represalias contra los trabajadores y que todos los detenidos serían puestos en libertad
incondicional, desistiéndose el gobierno de la denuncia formulada ante la Corte de
Apelaciones de Talca, en conformidad a la Ley de Defensa Permanente de la Democra­
cia. Es decir, impunidad por haber violado la Ley Maldita, el Código de Trabajo y la Ley
8.811. También era una solución rebuscada al conflicto laboral, que dejaba en nada los
requisitos legales en los conflictos colectivos de la agricultura, lo que llegaría a ser la
norma en vez de la excepción, de igual manera que las huelgas ilegales llegarían a ser
muchas veces más comunes que las legales. Después de 1954, rutinariamente se recu­
rría a resquicios administrativos, ficciones legales, promesas de no tomar represalias
(es decir, no aplicar los reglamentos legales y administrativos contra huelguistas o ma­
nifestantes o de haberlos aplicado, revertir las consecuencias con reincorporaciones,
pagos de salarios perdidos, concesiones de variada naturaleza, desistimientos de cau­
sas pendientes ante los tribunales, sobreseimientos, amnistías e indultos). De otra ma­
nera no se podía mantener la más mínima estabilidad.
No obstante haber alcanzado la solución inmediata al conflicto, uno de los funda­
mentos básicos de la continuidad institucional como era la dominación del campo ejerci­
da por los partidos de derecha, experimentó un sacudón. Fue una advertencia del

162
terremoto político que se avecinaba con la reforma electoral, no del todo comprendida en
ese momento. El campo se iba abriendo para los partidos social cristianos, reformistas y
marxistas. Un fundamento del sistema político imperante se trizaba.

Los conflictos laborales y el Paro Nacional de 1954

La creciente inflación y la evidente incapacidad del gobierno ibañista provocaba


una escalada de conflictos laborales y protestas de diversos sectores sociales. Muchos
conflictos tuvieron como resultado sanciones administrativas, pérdidas de empleos, de­
tenciones y violencia, seguidos de procesos judiciales por violación de la ley 8.987. En
mayo de 1954 miles de empleados fiscales y semifiscales estuvieron en huelga; igual cosa
ocurrió en julio con funcionarios del Ministerio de Educación y con obreros de la Empre­
sa de Ferrocarriles del Estado. Otras movilizaciones sindicales se dieron en el sector pri­
vado, aún cuando el régimen legal no era el mismo para los obreros y empleados de las
empresas privadas y el sector público. Se llegó a insinuar que los comerciantes e indus­
triales que cerraran sus establecimientos durante un paro nacional, podrían ser sancio­
nados (aunque no lo habían sido todavía), porque podrían producir “alteraciones del
orden público” según los términos de la ley 8.987.
¿Qué hacer? La respuesta histórica: una ley de amnistía, pero no antes de casi un
año de debates para definir la cobertura de beneficiarios, los tipos de delitos incluidos y
el significado político de la amnistía. También había que considerar el estado del mundo,
la historia de Chile y reavivar en los discursos en el Congreso las riñas históricas y perso­
nales. El Senado mandó un proyecto de ley de amnistía a la Cámara de Diputados, a
mediados de julio de 1954. Un inciso del proyecto de ley se refería a los delitos de desaca­
to y provocación a duelo a parlamentarios, un inciso, que era obvio para todo el mundo,
vendría a beneficiar a Marcial Arredondo, ciudadano que había desafiado a duelo al di­
putado Luis Undurraga.26 Otro inciso beneficiaba con nombre y apellido a un periodista
condenado por desacato a un juez en el norte del país.
La Comisión de Constitución, Legislación y Justicia de la Cámara de Diputados
introdujo diversas modificaciones al proyecto aprobado por el Senado.27 El Ejecutivo, al
ser consultado sobre éste respondería que, “no tomó ninguna determinación, ni siquiera
expresar su opinión sobre los diversos aspectos del proyecto”.28 De ahí que el diputado
Jacobo Schaulsohn opinara que,

Cámara de Diputados, sesión 76a. de 15 de septiembre de 1954:3846.


Cámara de Diputados, sesión 30a. de 15 de julio de 1954:1370-1372.
Ibid: 1372

163
“no debemos olvidar que la gran mayoría de los conflictos sociales ha surgido como
consecuencia de desajustes económicos producidos por las circunstancias en que vive el
país, derivadas de un proceso inflacionista extraordinariamente agudo que ha llevado
a los servidores públicos a la desesperación y a transgredir la ley en manifestación de
protesta, como ocurrió el 17 de mayo, cuando no concurrieron a cumplir con sus obli­
gaciones.
Nosotros, que deseamos la paz social y que, al mismo tiempo, tenemos la obligación de
tener comprensión para los sectores asalariados,... la Comisión... ha recomendado que
se acepte el proyecto de ley despachado por el Honorable Senado en primer trámite
constitucional... ”.29
El diputado socialista, Heriberto Alegre, dijo que su partido iba a votar a favor
del proyecto, ya que “hemos sostenido que la Ley de Defensa de la Democracia no debió
haber sido dictada; y una vez que ella entró en vigencia, hemos procurado por todos los
medios que sea derogada. ...es de toda evidencia... que la huelga de 17 de mayo no tuvo
un carácter subversivo ni sedicioso, fue, esencialmente la consecuencia del estado econó­
mico del país y de la inflación...”.30 Los diputados de la Federación Social Cristiana tam­
bién apoyaban el proyecto, porque “el sector político que está en el gobierno prometió
toda clase de franquicias al pueblo. Durante la campaña presidencial pasada, el gobierno
actual, por medio de sus personeros, anunció que aplicaría una serie de medidas de bene­
ficio general. Hoy, cuando los sectores populares le piden el cumplimiento de lo que pro­
metieron, les aplica la Ley de Defensa Permanente de la Democracia. Por las razones
expuestas... votaremos favorablemente el proyecto de ley en discusión”.31 El diputado
Carlos José Errázuriz del Partido Conservador, fundamentó su oposición a la amnistía en
términos globales, haciendo notar que:
“esta actitud nuestra pueda no ser comprendida por este grupo de audaces, que viven
invocando la Patria y la democracia en permanente denuesto de ‘antipatriotas’ y de
‘antidemocráticos’ a quienes no aceptan sus traiciones. Es la misma actitud que toma­
rían, si estuvieran sentados en este Parlamento, aquellos otros representantes del pue­
blo, cuando la Derecha, la Izquierda y el Centro francés rindieron de pie un sentido
homenaje al holocausto de los mártires deDien Bien Phu, que permanecieron sentados
en sus bancas, satisfechos del triunfode su patria auténtica, la Rusia Soviética’’.32
Según el diputado Errázuriz no se trataba simplemente de una amnistía para obre­
ros y empleados, ni para periodistas sancionados por delitos estipulados en el decreto ley

29 Ibid.
30 Ibid.
31 Ibid: 1373. Para el origen de este pacto entre conservadores social cristianos y falangistas véase a Cristián
Gazmuri, Patricia Arancibia y Alvaro Góngora, (1999), Proyecto Fondecyt 1971117
32 Ibid: 1377.

164
425 de 1925, sino que estaba en juego la institucionalidad de la República, amenazada
por el comunismo internacional y sus colaboradores en Chile. El diputado radical Jacobo
Schaulsohn, no obstante las palabras tajantes de Errázuriz, respondió: “yo me siento or­
gulloso de ser un ‘pacificador social’ en estos momentos... Considero que no puede haber
un mal mayor para la República que no adoptar medidas oportunas, adecuadas, razona­
bles que, sin quebrantar el concepto de autoridad y de respeto al régimen jurídico, impi­
dan la provocación de pasiones o, más aún, el encender pasiones que pueden alterar el
orden constitucional”.33
El diputado Juan Fuentealba Oreño, del Partido Radical Doctrinario, agregó que
el proyecto beneficiaría al profesorado y magisterio, que él, en su calidad de docente
sabía que el gremio había sido muy afectado por la inflación y que su participación en las
huelgas era por motivos económicos y no subversivos, por lo tanto lo votaría favorable­
mente.34 Por otro lado, el diputado Correa Letelier, correligionario de Errázuriz, se queja­
ba de la falta de definición del Ejecutivo respecto al proyecto y su vacilación ante la
posible derogación de la Ley 8.987. Finalizó su intervención exponiendo:
“Nosotros creemos que, esencialmente, esta ley fue iniciada para favorecer al señor
ClotarioBlestya los empleados públicos que solidarizaron con él a raíz de su detención
y que organizaron un paro ilegal el día 17 de mayo de este año. Este paro fue un acto de
abierto alzamiento en contra de la resolución de los Tribunales de justicia. ...Este paro
se hizo a consecuencia de que una Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago denegó
la libertad provisional del señor Clotario Blest.
...El señor Blest dijo que el Presidente de la República era un ‘traidor’, y si mal no
recuerdo, que muchos de los que se sentaban en estos bancos eran también ‘traidores’.
Yo pregunto, señor Presidente, ¿puede una democracia tolerar que se lleve la libertad
hasta tales extremos, hasta límites en que sea lícito injuriar a los Poderes Públicos?
... Y todavía, ¿pueden los Poderes Públicos, con un pretendido o con un sincero propósi­
to de pacificación social, olvidar todo el pasado, todas estas maniobras y estos hechos,
todas estas injuñas?
...porque creemos que la libertad no es para delinquir o para injuriar, tenemos esta
posición contraria al proyecto en debate”.35
En los debates sobre la amnistía durante los meses que siguieron, nuevamente hubo
de todo. Primero, era evidente que los legisladores de izquierda todavía esperaban que
Ibáñez cumpliera su promesa de derogar la Ley 8.987; argumentaban que como la ley esta­

33 Ibid.
34 Ibid: 1380.
35 Ibid: 1383.

165
ba por derogarse, era justo amnistiar a los afectados por una ley casi muerta y que los
delitos habrían tenido motivos económicos, inspirados en la creciente inflación que
flagelaba al país. Los que se oponían a la derogación de esta ley y otros que decían querer
reformarla, insistían en que, en el intertanto, había que obedecer y hacer cumplir las
leyes imperantes, que la agitación y efervescencia que experimentaba el país correspon­
día a la permanente conspiración del comunismo internacional y el ataque contra las
instituciones de la República. Dijo el diputado Carlos José Errázuriz:
“¡Se trata de los héroes de la “Ley Maldita”, que para muchos, o para algunos, no sólo
deben recibir el perdón de la sociedad, sino que, más que eso, el reconocimiento ciuda­
dano por la forma desinteresada y generosa en que contribuyen al progreso y buena
marcha de nuestras instituciones democráticas!
...Parece señor Presidente, que a los paladines de la concordia social ya no sólo les basta
con dar este perdón de la sociedad a los quebrantadores de nuestro régimen institucional,
sino que quieren ir más allá: quieren también cubrir, con este manto de la amnistía, a
aquellos que, permanentemente, a diario, por medio de la prensa u otro medio de publi­
cidad, han vivido ultrajando a la sociedad, incitando al quebrantamiento de las buenas
costumbres, fomentando la corrupción de menores, estimulando la injuria y la calum­
nia, publicando juicios y antecedentes de sumarios que entraban la acción de la justicia.
...Se quiere cubrir, en fin, con este manto de la amnistía, a aquéllos que viven en la
permanente apología del crimen y de la degeneración; a aquellos otros señalados en el
decreto ley N. 425, que viven de la deshonra ajena y de la extorsión; en suma, se quiere
proteger a aquellos que prostituyen la altísima misión del periodismo.
...Lo votaremos en contra porque estamos convencidos de que, de este modo, contribui­
mos, mucho mejor, a la convivencia social y dejamos establecido, muy a firme el prin­
cipio de que las leyes se dictan para que se cumplan inexorablemente. ¡De las leyes,
señor Presidente, debemos sentimos todos desde el Primer Mandatario hasta el último
ciudadano, verdaderos prisioneros”.36
Los trámites constitucionales se cumplían lentamente, circulando modificaciones
y versiones distintas de la ley en el Senado y entre éste y la Cámara de Diputados. Mien­
tras tanto, las movilizaciones sindicales continuaban, multiplicando los potenciales bene­

Cámara de Diputados, sesión 38a. de 29 de julio de 1954:1821-1823. La mención al decreto ley 425 tuvo un
referente muy preciso, porque en la redacción primitiva de la ley se nombraba a un periodista en forma particu­
lar (Luis Valente Rossi, ex director del periódico “El Morro" de Arica, que había sido sentenciado por el delito de
desacato contra un juez). Así además de las propuestas muy amplias de amnistía a “todas las personas" que
“hubieren perpetrado acto alguno que importe alguno de los delitos penados por la ley N. 8.987..." hubo en la
propuesta temas con nombre y apellido, que llegaron a debatirse inciso por inciso hasta la aprobación de la ley
en abril de 1955.

166
ficiarios de cualquier olvido jurídico que se concediera. Cuando por fin se publicó la ley
de amnistía aprobada en el Diario Oficial el 24 de enero de 1955, eran beneficiarios las
“personas responsables de cualesquiera delitos penados por la Ley 8.987” y todos los
procesados o condenados hasta la fecha de su publicación, es decir, el 24 de enero de
1955. También eran beneficiarios, los comerciantes, industriales y otros que participaron
en el cierre nacional del comercio, es decir beneficiaba también a mucha clientela de los
partidos reformistas y de derecha.

Amnistía de 1955 (Ley 11.773)

“Art. 1. Concédese amnistía a todas las personas responsables de cualesquiera delitos o


infracciones penados por la ley 8.987 de 3 de septiembre de 1948, sobre Defensa Perma­
nente de la Democracia (1) y a todos los actualmente procesados o condenados con
arreglo a las disposiciones de la misma ley.37
No obstante, la amnistía que se concede por el inciso precedente no beneficiará a aque­
llos que hubieren sido condenados o que a la fecha de promulgación de la presente ley
se encuentren procesados por incitación o participación en la perpetración de delitos de
homicidio, lesiones graves, robo e incendio, o de los crímenes y simples delitos previstos
en el artículo 480 del Código Penal.
Art. 2. Concédese, igualmente, amnistía a todas las personas actualmente procesadas o
condenadas por los delitos de desacato cometidos por la provocación a duelo a las perso­
nas a que se refiere el No. 3 del artículo 264 del Código Penal y a los que hubieren
actuado como padrinos de dichas personas.
Art 3. No se aplicará sanción alguna a los asalariados de cualquiera condición jurídica
que dejaron de concurrir a sus labores el día 17 de mayo de 1954. Igual regla regirá
para los funcionarios dependientes del Ministerio de Educación Pública por las
inasistencias entre el 17 y el 26 de mayo de 1954; de los personales de Empresas de
Utilidad Pública, cuyas inasistencias se hicieron efectivas entre el 31 de Marzo y el 6 de
Abril de 1954, y los empleados de la Empresa de Ferrocarriles del Estado por las
inasistencias ocurridas entre el 1 y el 3 de Julio 1954 [se requiere compensar las horas
que permaneció sin trabajo con trabajos extraordinarios dentro de 60 días sin derecho
a mayor remuneración]

37 El decreto 5.839 de 30 de septiembre de 1938, de Interior, fijó el texto refundido y coordinado de las
disposiciones legales constitutivas del cuerpo de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia: Diario
Oficial, N. 21.180 de 18 de octubre de 1948; Tomo ni de la Recopilación de Reglamentos, págs. 50-74.

167
Art. 4. no se aplicarán sanciones de ninguna especie a los comerciantes, industriales,
dueños o administradores de establecimientos, que participaron en el cierre nacional
del comercio efectuado en él presente año...”.
La amnistía contribuyó poco a apaciguar los ánimos. La inflación flagelaba a la
ciudadanía, el gobierno vacilaba en sus políticas, mientras Ibáñez era incapaz de confor­
mar un gabinete estable. El ciclo de huelgas continuaba, había protestas seguidas de
detenciones, relegaciones y represión. En agosto de 1955, el Ministro del Interior instru­
yó a los gobernadores e intendentes para “adoptar las medidas pertinentes para sancio­
nar las transgresiones a las disposiciones legales vigentes, que son fundamentalmente,
las establecidas en el N. 4 del artículo 3 de la Ley de Defensa Permanente de la Democra­
cia y los artículos 126 y 123 del Título II, Libro IX, del Código Penal, que trata de ‘Los
Crímenes y Simples delitos contra la Seguridad Interior del Estado”. Se estimaba que
hacia principios de septiembre alrededor de cinco mil personas habían sido detenidas.
Enfrentando una huelga que involucraba a los empleados de Tesorerías, Impuestos Inter­
nos, el Servicio Nacional de Salud y otras entidades semifiscales, el gobierno mandó arres­
tar a poco más de dos mil personas en una concentración pública en el Teatro Sicchel,
situado en la ciudad de Santiago, en calle Catedral esquina de Sotomayor. La responsabi­
lidad del Ministro del Interior en los hechos y la manera en que se hicieron las detencio­
nes inspiró una acusación constitucional en su contra, presentada por diputados de la
Falange, el Partido Socialista Popular y el Frente de Pueblo.

La acusación constitucional de 1955 contra el Ministro del Interior

La acusación alegaba que “la prisión o detención de varios miles de ciudadanos


ordenada arbitrariamente por el señor Ministro del Interior, es sólo una maniobra políti­
ca, que tiende a crear un clima de perturbación del orden público que sea propicio a una
aventura golpista, con la que sueñan tantos aventureros que tienen grandes influencias
en las altas esferas gubernativas”.38 El Ministro se defendió por escrito, argumentando
que “si no hubiese actuado como lo hizo, seguramente se habría formulado una acusación
constitucional en su contra, por ‘haber dejado sin ejecución la Constitución y las leyes”.39
Como evidencia aclaró que “los numerosos recursos de amparo que los detenidos inter­
pusieron ante los Tribunales de Justicia, fueron uniformemente desestimados por éstos,
en razón de que las detenciones emanaron de autoridad legítima...”.40 Al Ministro Koch

Cámara de Diputados, sesión 67a. de 2 de septiembre de 1955:3136.


Cámara de Diputados, sesión 72a. de 7 de septiembre de 1955:3319,
Cámara de Diputados, sesión 73a. de 8 de septiembre de 1955:3374.

168
no le faltaban «delincuentes» a quienes aplicar la ley. La Ley de Defensa Permanente de
la Democracia estipulaba que cometían delito contra el orden público aquellos que “or­
ganicen, mantengan o estimulen paros o huelgas con violación de las disposiciones lega­
les que rigen y que produzcan o puedan producir alteraciones del orden público o pertur­
bación en los servicios de utilidad pública o de funcionamiento legal obligatorio o daño a
cualquiera de las industrias vitales”. Prohibía también las huelgas y suspensiones de
labores de los funcionarios y obreros fiscales y semifiscales.
En el debate sobre la acusación constitucional en la Cámara, como en otros deba­
tes anteriores, se discutieron los orígenes de la ley humana y sus diferencias con la ley
natural, las definiciones jurídicas y técnicas que podían o no justificar la aprobación de
la acusación ( en sus aspectos técnicos los debates eran parecidos a los de la acusación
constitucional en 1926, contra el Ministro del Interior: Si el ministro dio una orden
inconstitucional o sólo cumplió con su deber de mantener el orden, mediante instruccio­
nes generales a las autoridades indicadas, como eran los intendentes y gobernadores). Se
consideraba la coyuntura política mundial y «la caída al abismo» que amenazaba en ese
momento a la patria. También se criticaba el «régimen nepótico» que mantenía Ibáñez y
se denunciaba que “estaban detenidas en la Casa Correccional algunas mujeres que te­
nían dos o tres niños y que habían tenido que dejar abandonados sus hogares; mujeres
embarazadas y otras con niños en el período de lactancia”.41
Mientras tanto, como se ha dicho, el Presidente Ibáñez que gobernaba con una
coalición frágil con los partidos de derecha, había solicitado facultades extraordinarias
al Congreso para enfrentar la crisis y la desesperación lo había llevado a aceptar la aseso­
ría de la misión Klein-Saks, para implementar el proyecto de estabilización.42 El 5 de
septiembre, los senadores Salvador Allende, Luis Quinteros y Raúl Ampuero propusieron
otra ley de amnistía. El senador Raúl Rettig presentó otra propuesta, fechada el 6 de
septiembre.43 En este ambiente, los debates sobre la concesión de las facultades extraor­
dinarias, sobre la acusación constitucional contra el Ministro del Interior y sobre la am­
nistía, se cruzaban y se entremezclaban en las mismas sesiones del Congreso. Respecto
de la concesión de las facultades extraordinarias, el diputado Baltazar Castro se pronun­
ció diciendo:
“Voto que no, para contribuir con mi modesto voto a prolongar la tradición de digni­
dad que todavía nos prestigia en el extranjero.

« Ibid.
42 Oficio de S.E. el Presidente de la República, 2 de septiembre de 1955, en Cámara de Diputados, sesión 67a.
de 2 de septiembre de 1955:3139.
43 Senado, sesión 31a. de 6 de septiembre de 1955 (anexos de documentos): 1715-16.

169
Voto que no, porque yo creí, trabajé e impulsé el triunfo del señor Ibáñez, en la seguri­
dad de que este candidato, como Presidente de la República, iba a ser leal a su palabra
de soldado y entregaría todo su esfuerzo para dignificar a nuestra democracia...
Voto que no, porque en estos momentos, las facultades extraordinarias están encami­
nadas a encubrir los gestores y traficantes y a los que están acostumbrados a defender
falsamente la democracia, a hacer negociados y a enriquecer sus bolsillos a costa del
hambre y la libertad del pueblo chileno.
...Voto que no, porque estoy orgulloso de haber nacido en una patria libre, y no quiero
que se astille este orgullo que tengo de ser chileno”.44
El diputado Salomón Corbalán (PS) sumó su voz a los opositores, proclamando
que las facultades extraordinarias serían “el primer paso que da la Derecha, en contu­
bernio con determinados sectores del Ejército, para instaurar la dictadura en Chile”.
Advirtió que su partido “ha comenzado la batalla aquí en la Honorable Cámara, a fin
de conservar todas nuestras garantías y derechos, y estamos dispuestos a seguirlos defen­
diendo en la calle”.45 El diputado socialista, Eduardo Osorio, dijo que votaba que no,
porque “por primera vez en la historia de Chile hemos visto... que se ultraja a las mujeres
de nuestra patria [en las cárceles y los cuarteles de Carabineros]. Parece que los actuales
gobernantes se hubieran olvidado de que han tenido una madre...”.46 Y el diputado
falangista, Ignacio Palma Vicuña, fundaba su voto de “no” porque “a este Gobierno el
país no puede entregarle la renuncia de los derechos inalienables de la persona humana.
Creemos que siempre es posible abordar dentro de la normalidad legal estas luchas que
son habituales en todos los países libres...”.47 Por su parte, el diputado comunista, Víctor
Galleguillos Clett informaba a la Cámara que “hasta Monseñor José María Caro está
buscando una solución para el estado de cosas que está amenazando la tranquilidad
del país”.48
Por otro lado, los partidos de derecha y los ibañistas, a sabiendas que tenían los
votos necesarios para concederle al presidente las facultades pedidas, dijeron poco. El
diputado Javier Lira expuso:
“Votaremos favorablemente la suma urgencia [del proyecto]...
Porque tenemos el convencimiento de que el país vive una crisis profunda de sus insti­
tuciones republicanas y también porque estamos decididos a mantener el imperio de la

Cámara de Diputados, sesión 68a. de 2 de septiembre de 1955:3161.


Ibid.
Ibid: 3164.
Ibid.
Ibid: 3162.

170
ley para que la conciencia de nuestro pueblo pueda evolucionar democráticamente
hacia un nuevo orden en Chile.
Votaremos favorablemente estas facultades porque tenemos la certeza de que cualquie­
ra alteración que se pretenda de nuestro orden institucional va a frustrar en definitiva
la posibilidad de que el país alcance un régimen de auténtica justicia social dentro de
la libertad”.49
Los diputados votarían que «no» y que «sí», por la patria, por la justicia social
dentro del orden (o dentro de un nuevo orden, por definirse), por la democracia (como la
entendía cada grupo a su manera). El trámite de suma urgencia fue aprobado por 63 votos
contra 53, con 3 abstenciones. Cuando se entregaran a Ibáñez tales facultades se podría
empezar a implementar el programa de estabilización promovido por la misión Klein-Saks.
Pero el debate sobre la acusación constitucional contra el Ministro del Interior
continuaba. Los partidos que ahora apoyaban al gobierno insistían en que el ministro
había cumplido con su deber, que no existía fundamento constitucional para la acusa­
ción. Además, dijo el diputado Rivera González, “los comunistas han apoyado esta manio­
bra política... porque quieren mostrar a sus amos rusos que en Chile el Partido Comunista
es poderoso. ...Es lógico y natural, entonces, que estos sectores que reciben dinero para
actuar en Chile, hagan cualquier cosa para demostrar a sus patrones rusos la eficacia de
su acción y que son capaces hasta de acusar a un Ministro de Estado”.50 El diputado
socialista, Herminio Tamayo, le respondió: “¡A otros les paga Perón!”.51 Pero Rivera
González volvió al grano: “En estos momentos,... se trata de evitar la quiebra del régimen
democrático por la acción sediciosa de grupos profesionales de la anarquía, que obede­
cen consignas internacionales. Y lo más curioso es que estos mismos sectores desconocen
la legislación existente en Rusia, país en el cual no se admiten las huelgas y simplemente
se asesina al primero que proteste siquiera...”. Rivera González, estaba equivocado en
algunos aspectos, ya que la acusación constitucional poco tema que ver con el régimen
represivo de Rusia, sin embargo su intervención dio en el clavo: para entender lo que
pasaba en Chile era necesario vincularlo con la política internacional. Esta faja angosta
en los confines del mundo era afectada de manera profunda por la Guerra Fría y las riñas
de antaño se reciclaban en el marco del mundo legado por la Segunda Guerra Mundial.
El debate sobre una amnistía para obreros y empleados que violaban una ley
promulgada en 1948, la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, estaba, por inve­
rosímil que apareciera, ligado al conflicto global entre la Unión Soviética y los Estados
Unidos. El diputado Corbalán, en obvia referencia a la amnistía de enero de 1955, que

Ibid: 3163.
Cámara de Diputados, sesión 74a. de 9 de septiembre de 1955:3432.
Ibid.

1 71
favorecía a comerciantes, industriales y otros por un paro ilegal, interrumpió: “Espe­
cialmente a los comerciantes minoristas, ¿No es cierto?”. Con eso el debate se tomaba
aún más típico. Rivera González, continuó: “Sin embargo, aquí en Chile los comunistas
tienen la desfachatez de hablar de la libertad y democracia, en circunstancias de que
son los peores enemigos de una y otra. Aún más, han tenido la osadía de ir donde el
mismo Jefe de la Iglesia Católica de Chile y hasta le han besado la mano...”.
“El señor Corbatín: ¡Le besan la esposa!
Rivera: para aparecer como democráticos y cristianos. Es como los comunistas, se dis­
frazan en muchas partes del mundo”.52
El debate seguía acerbamente, con intervenciones y comentarios irónicos que con­
dimentaban la discusión. De vez en cuando los diputados volvían al tema jurídico de la
acusación constitucional, pero el debate servía principalmente para cobrar «los platos
rotos» del pasado y para definir las posiciones ideológicas y políticas del momento. Los
diputados que formulaban la acusación cobraban todas las promesas incumplidas de la
campaña de Ibáñez, incluso la posible sindicalización de los empleados públicos. El
diputado Echavarri alegaba, al fundar su voto en contra de la acusación, que faltaba base
jurídica, que era una maniobra para “retardar el despacho del proyecto de ley sobre
Facultades Extraordinarias” y que había que desecharla “en defensa de la estabilidad de
nuestras instituciones republicanas”.
Antes de terminar el debate, el diputado Pedro Poblete se refirió al 31 de julio de
1931, al general Ariosto Herrera y al golpe fallido de 1939, a la manera en que personal
de Investigaciones penetraba en las oficinas de los partidos políticos y las oficinas fisca­
les, a cómo los sacerdotes del Seminario habían encabezado el desfile que celebraba la
caída de Ibáñez en 1931 y afirmó que también iba a votar favorablemente la acusación. El
diputado Héctor Ríos, en cambio, se oponía porque “carecía de fundamentos morales y
jurídicos suficientes”.53
Terminado el debate se rechazó la acusación constitucional por 53 votos contra 44
y 5 abstenciones. Las votaciones sobre las acusaciones constitucionales, después de todo
lo dicho, dependían de la configuración política de coyuntura, sin importar los méritos
jurídico-constitucionales de las argumentaciones. Por el momento, en septiembre de 1955,
la frágil alianza entre ibañistas y los partidos de derecha salvó a Koch y permitió empe­
zar a implementar el proyecto de la misión Klein Saks. Pero, muy pronto, se haría necesa­
rio conceder más amnistías para restaurar, aunque brevemente, la gobernabilidad.

Ibid: 3433.
Ibid: 3442-43.

1 72
La amnistía de 1956

Casi inmediatamente después, el Partido Agrario Laborista propuso una amnistía


general en favor de todos los procesados por delitos e infracciones de carácter político y
social, solicitando al Ejecutivo la inclusión de dicho proyecto de ley, en la convocatoria que
los senadores del Partido deben presentar al Honorable Senado.54 Poco después, tres sena­
dores de izquierda (Salvador Allende, Raúl Ampuero y Luis Quinteros), propusieron una
ley de amnistía para los procesados y condenados por infracciones o delitos penados por la
Ley 8.987. Otra propuesta fue presentada por el senador del Partido Radical, Raúl Rettig.55
La Comisión de Constitución, Legislación y Justicia informó que el proyecto “obedece al
mismo propósito manifestado por otras colectividades políticas, de promover la pacifica­
ción de la familia chilena en este instante que se observa en la República un espíritu de
mayor serenidad para afrontar los angustiosos problemas que plantea el vertiginoso ritmo
inflacionista. Necesitamos llamar a todos los chilenos al esfuerzo común...”.56
Se debatieron durante algunos meses versiones alternativas de la amnistía, dis­
crepando dentro de cada Cámara y entre el Senado y la Cámara de Diputados sobre su
cobertura y su significado político. Una vez aprobado el proyecto de amnistía por ambas
Cámaras, el Ejecutivo observó la ley, que se volvía a debatir en el Congreso, a razón de
insistir o no sobre las observaciones del Presidente.57 Las votaciones eran conflictivas, a
veces con empates, a veces con debates sobre si se votaría de manera secreta o pública, a
veces con groserías e insultos personales y denigrantes. En los partidos de derecha, aun­
que no había siempre acuerdos internos, el senador Julio Pereira era el del lenguaje más
colorido. Inicialmente Pereira había votado en contra de cualquier amnistía, para des­
pués cambiar de idea:
"A principios de septiembre fracasó una iniciativa de amnistía en la Comisión del
Legislación, por dos votos contra uno y una abstención.
Fui uno de los que rechazaron ese proyecto de amnistía.
El perdón, como dije entonces, es cristiano y altamente noble, pero es una inmoralidad
tratar de dejar impunes los crímenes que se han cometido contra el cuerpo social.
La amnistía debe utilizarse en casos excepcionales y perfectamente justificados: sirve
para la impunidad de los peores delitos, como son los que atenían contra la vida
institucional de un País.

H Senado, sesión 2a. extraordinaria de 18 de Octubre de 1955:126-127.


55 Senado, sesión 31a. de 6 de septiembre de 1955 (anexos de documentos): 1715 y 1716.
56 Senado, sesión 6a. extraordinaria de 2 de diciembre de 1955 (anexos de documentos): 339.
57 Véase, por ejemplo, Senado, sesión 8a. de 15 de noviembre de 1955:407-408; sesión 17a. de 20 de diciem­
bre de 1955: 825-827.

173
Los autores o incitadores de la subversión saben que contarán con el perdón y que
habrá quienes están dispuestos, más que todo por demagogia o interés electoral otor­
gárselo.
Esto y el sistema de ‘pago de los días no trabajados por huelga’son los que fomentan,
entre otras cosas, el desquiciamiento de una nación.
Es fácil declarar un paro a sabiendas de que los días de desocupación serán cancelados
religiosamente. En esa forma, cualquier país va, con paso seguro, al despeñadero”.58
Sin embargo, el senador Pereira dijo que votaba a favor de este proyecto de amnis­
tía porque habían transcurrido casi dos meses y “fracasado ese paro general y normaliza­
das las actividades del trabajo inmediatamente y desde entonces, es evidente que ahora
las circunstancias han variado”. Enfatizó eso sí, que de ninguna manera:
“lo haré en favor de los procesados en el caso llamado de ‘Línea Recta ’, ya que esos tienen
la doble obligación ciudadana y militar de respetar y hacer respetar la autoridad y
disciplina, que han sido pilares y baluartes de nuestro sistema democrático y de nuestras
Instituciones Armadas, orgullo legítimo de la tradición constitucional chilena”.59
Los argumentos del senador Francisco Bulnes, en la misma sesión, también permi­
ten ver el criterio pragmático y coyuntural que regía en la consideración de las amnistías,
sobre todo porque Bulnes en otras ocasiones había abogado por el uso de indultos en casos
relacionados con la Ley 8.987, fueran particulares o generales, en vez de la amnistía:
“Creo que debe reducirse el problema a términos más simples.
Como existen una serie de circunstancias, que todos conocemos, que evidentemente
condujeron al paro ilegal y revolucionario, las penas que establecen las leyes resultan
excesivas. Por eso, somos partidarios de mitigarlas, de ponerles fin, dictando ahora la
ley de amnistía. En el momento en que estaba comprometida la subsistencia del orden
constitucional, de las instituciones fundamentales del País, no nos parecía prudente,
ni compatible con ninguna razón social, dictar la amnistía de inmediato. Por lo de­
más,... con la espera se ha conseguido que los que provocan paros revolucionarios se­
pan que no se quedan totalmente impunes, que, si bien no han sido castigados ellos, lo
han sido otros menos responsables.
El señor Angel Faivovich: Sus familias.
Bulnes: Con el sistema,... que estamos implantando, desde mucho tiempo, de que al día
siguiente del paro ilegal se dictaba la amnistía, tales paros se hacían más frecuentes y
constituían cada vez más una amenaza más tremenda para el orden institucional de
que tanto hablamos en este hemiciclo.

Senado, sesión 6a. de 2 de noviembre de 1955: 298.


Ibid: 299.

174
...nos opusimos a la amnistía cuando se propuso la primera vez, cuando los tres Poderes
Públicos se encontraban en peligro, y la aceptamos ahora que tal peligro no existe”.60
Aprobada la ley en el Congreso, el Ejecutivo formuló varias observaciones de de­
talle, como la de no pagar los días no trabajados y de no extender la cobertura de la
amnistía a personas que hubieran delinquido después del 18 de octubre de 1955. Para
Ibáñez, el proyecto de ley de amnistía era demasiado amplio.61 Luego de una nueva discu­
sión en el Congreso entre legisladores y representantes del Ejecutivo, se llegó a un acuer­
do: otra ley de amnistía.

Amnistía de 1956 (Ley 12.004)

“Todas las personas responsables de cualesquier delitos o infracciones penados por la


Ley 8.987 sobre Defensa Permanente de la Democracia, perpetrados con anterioridad
al 18 Octubre, 1955 y todos los actualmente procesados y condenados por delitos casti­
gados en dicha ley y cometidos con anterioridad a la fecha antes señalada; exceptúa a
los procesados o condenados por incitación o participación en la perpetración de los
delitos de homicidio, lesiones graves, robos, e incendio o de los crímenes y simples deli­
tos en el artículo 480 del Código Penal.
No se aplicará las sanciones establecidas en los Estatutos de los personales de los servicios
fiscales, semifiscales de administración autónoma, municipales y de la Empresa de Trans­
portes Colectivos del Estado, ni las señaladas en el Código de Trabajo, a los obreros y
empleados que hubieren incurrido en alguna de las infracciones señaladas en dichos
cuerpos legales con motivo de los delitos a que se refiere el inciso 1 del artículo anterior”.
La amnistía permitió solucionar sólo algunos conflictos laborales y sus secuelas.
Poco tiempo después otro proyecto de ley de amnistía proponía el olvido jurídico para
delitos análogos entre el 13 de octubre de 1955 y el Io de mayo de 1956. En la Cámara de
Diputados se modificó el proyecto para extender el plazo hasta el Io de junio de 1956,
beneficiando así también “a los periodistas procesados a raíz del sumario que se instruye
contra el diario El Siglo”.62 El diputado Valdés Larraín expresó su oposición a esa modifi­
cación porque “todos los diarios que obedecen a las consignas internacionales del comu­
nismo se dedican permanentemente... a tergiversar los problemas económicos, como ya
se pudo ver durante el Gobierno del señor González Videla...”.63 Algunos diputados argu­

60 Ibid: 303.
61 Senado, sesión 15a. extraordinaria de 13 de diciembre de 1955 (anexos de documentos): 780-782.
62 Cámara de Diputados, sesión 28a. de 4 de julio de 1956:1579.
63 Ibid: 1580.

175
mentaban que también se beneficiarían de la extensión del plazo otros periodistas “no
comunistas”. De hecho, el plazo no tendría mucha importancia todavía, porque se segui­
ría debatiendo la amnistía hasta fines de 1957. Entre tanto, el diputado Carlos José
Errázuriz se quejó de que “estos proyectos de amnistía” hacen que “se esté desconocien­
do el valor de las sentencias judiciales si, contrariando si no la letra, el espíritu de la
disposición constitucional que estableció el Derecho de Gracia...”.64
El debate, en sus extensiones prácticas enfocaba la huelga de enero de 1956, las
políticas antiinflacionarias del Gobierno y el cansancio de algunos congresales por los
debates casi permanentes sobre las amnistías para huelguistas. En el curso del debate, el
diputado Valdés Larraín enumeraba las amnistías concedidas desde 1946, concluyendo
que “al paso que vamos, si seguimos en esta forma, veremos aprobadas dos o más leyes de
esta naturaleza [en 1956]. Lógicamente, que esto tiene que envalentonar y alentar a to­
das estas personas, las que, confiadas en esta exagerada benevolencia del Congreso Na­
cional que con tanta ligereza procede en estos casos sin conocer los antecedentes necesa­
rios, volverán a realizar en el país una serie de movimientos huelguísticos, una serie de
actos, incluso, de carácter revolucionario... la frecuencia de estas leyes está creando una
situación de desquiciamiento general en el país”.65
El diputado Fuentealba del Partido Radical Doctrinario, apoyando la amnistía
criticó severamente las premisas de la Ley de Defensa de la Democracia. Argumentaba
que la verdadera democracia ha de ser aquella en que los ciudadanos subviniesen a sus
necesidades físicas y morales, “no sólo cimentarla] en el orden policial, sino que tam­
bién debe fundamentarse en aquellos aspectos que dicen relación con la armonía y tran­
quilidad de los ciudadanos”.66 Añadió el diputado Palma Vicuña que lo que llevaba a las
amnistías recurrentes era la necesidad de “reparar por la vía de estas leyes de amnistía,
las injusticias que se cometen también en virtud de alguna ley”.67
Los conflictos laborales y políticos continuaban así como las propuestas de amnis-
tía, a cada momento, sumándose al abanico de beneficiarios los huelguistas, periodistas y
otros afectados desde mayo de 1956. Se intercambiaban propuestas de amnistías entre el
Senado y la Cámara de Diputados con sus respectivas indicaciones e insistencias.68 A su
tumo, el Ejecutivo observaba y vetaba las leyes aprobadas por el Congreso.69 El Presidente
informó que, a su juicio:

Cámara de Diputados, sesión 18a. de 19 de junio de 1956: 915.


Ibid: 919-20.
Ibid: 940-43.
Ibid: 944.
Véase, por ejemplo, Senado, sesión 25a. de 7 de agosto de 1956:1268-1269.
Véase, por ejemplo, Senado, sesión 35a. de 11 de septiembre de 1956:1871-72.

176
“no es posible seguir concediendo esta gracia a los responsables de delitos que con perio­
dicidad alarmante, se cometen en el país, con peligro para la estabilidad misma de
nuestras instituciones democráticas, ejecutadas en obediencia a instrucciones foráneas
y con objetivos específicamente atentatorios contra nuestra soberanía”.70
“...en su oportunidad, mediante el estudio desapasionado de las condiciones que concu­
rran respecto de cada una de las personas afectadas, estará llano a conceder la gracia
de un indulto a aquellos que honradamente hubieren depuesto sus posiciones lesivas al
interés patrio, mediante una rectificación de su conducta. Aún más, de observarse
posteriormente un ambiente de tranquilidad que refleje una verdadera variación de
las actitudes delictuosas tan a menudo puestas en práctica, el propio Ejecutivo estaría
dispuesto, según lo expresa, para tomar la iniciativa para la dictación de una ley de
amnistía.
En cuanto se hace extensivo el beneficio a los actualmente procesados, el Gobierno no
considera aconsejable que mediante la amnistía se impida llevar adelante la acción de
la justicia ordinaria, cuando está aún conociendo de los procesos respectivos, lo que es
contrario, además, a la naturaleza misma de la institución de la amnistía que supone
la existencia de una pena, que extingue junto con todos sus efectos”.71
Ibáñez apelaba al arrepentimiento y a la conversión del «delincuente» como con­
dición para otorgarle la gracia de la amnistía. Dadas las múltiples reincidencias de cons­
piraciones y golpes fallidos del propio Ibáñez después de las amnistías e indultos que se
le habían concedido, esta apelación podría inscribirse en el «principismo pragmático»
característico de los políticos chilenos. Por otra parte, este concepto de «rectificación»
de la conducta como requisito para la «reconciliación» tenía reminiscencias inquisitoriales,
que se verían fuertemente reavivadas después de 1973 en las políticas de la Junta de
Gobierno (1973-1990) y en la ley de «arrepentimiento eficaz» durante el gobierno de
Patricio Aylwin (1990-1994).
El 5 de septiembre de 1956, un grupo de senadores propuso una amnistía para
empleados de los bancos de todo el país, procesados o condenados “a raíz de la última
huelga”.72 Vetada la ley de amnistía, debatida desde mediados de 1956, el Congreso no
reunió los votos necesarios para insistir.

70 “Observaciones del Ejecutivo al proyecto de amnistía para infractores de la Ley N. 8.987 sobre Defensa
Permanente de la Democracia”, Senado, sesión 34a. de 5 de septiembre de 1956:1810-1811.
71 Senado, sesión 35a. de 11 de septiembre de 1956:1871-72.
72 Cámara de Diputados, sesión 19a. de 19 de julio de 1950.

1 77
La acusación constitucional contra el Presidente Ibáñez

En noviembre de 1956 se presentó en el Congreso una acusación constitucional


contra el presidente Ibáñez. Éste respondió por escrito el 4 de diciembre, caracterizando
la acusación como “la expresión concreta de enconadas... pasiones políticas y personales.
En consecuencia, los diversos, oscuros, latos e incoherentes rebuscamientos a que... se ha
echado mano, sin ese mínimo de nobleza y cultura que debe guardar todo adversario, no
serán objeto de examen en esta comunicación”.73 La acusación fue patrocinada por dipu­
tados del Partido Radical y apoyada, en general, por los partidos del FRAP y otros grupos
de izquierda. Temas diversos se incluían en los debates: la negociación con Argentina
sobre Palena, el complot de «las patitas de chancho», los movimientos cívico-militares de
PUMA y Línea Recta, el tratado militar con Estados Unidos, el contrabando introducido
al país desde el puerto libre de Arica por funcionarios que acompañaron a Ibáñez en un
viaje a esta ciudad y la acusación de que “el actual Jefe de Estado ha dispensado hasta
hoy la gracia de más de mil indultos, con lo que se ha desvirtuado la pena y se ha hecho de
ella algo irrisorio puesto que su aplicación tiene por objeto corregir al hombre de sus
defectos y devolverlo a la sociedad rectificado y dispuesto a superarse, a enmendarse, a
hacerse digno del perdón de esa sociedad”.74
El diputado Abelardo Pizarro advirtió que su partido iba a abstenerse de votar la
acusación, porque “carece de base jurídica” y los hechos denunciados “constituyen sólo
materia para un debate político, en el cual se señalen los errores de la actual administra­
ción.” No obstante, enumeraba los defectos morales y políticos del gobierno, incluso las
intromisiones en el Ejército. El señor Pizarro explicó que no votaría en contra de la
acusación porque “no queremos con ello que la opinión pública se equivoque: podría
pensar que nuestros votos de rechazo significan la aprobación tácita de la gestión guber­
nativa de Su Excelencia el Presidente de la República. ¡Y en verdad, estamos muy lejos
de eso! ...Seguiremos manteniendo nuestra actitud de oposición hasta el término del ac­
tual período presidencial...”.75
En contraste, el diputado Sergio Salinas, al anunciar la posición de su partido
proclamó:
“declaramos que queremos inhabilitar a quién es el responsable de la más grande esta­
fa política que se le haya hecho al pueblo de Chile. No hay nada que puede ocurrir ya

Cámara de Diputados, sesión 27a. de 5 de diciembre de 1956:1645.


Cámara de Diputados, sesión 28a. de 5 de diciembre de 1956: 1721. Casi no hay tema que no se tratara
durante los debates sobre esta acusación constitucional, desde los inicios de la República hasta las noti­
cias policiales del momento.
Ibid: 1726-28.

178
en este país que tenga la virtud de sorprender al más modesto de los ciudadanos. No
hay ningún acontecimiento político, social, económico que pueda causar sorpresa en el
pueblo. Ha ocurrido ya todo cuanto podía acontecer: la infamia, la felonía, la calum­
nia, la traición, la mentira y el engaño; todo ha sucedido ya en este país, en este rincón
de América”.
Siguió el diputado Salinas:
“La acusación constitucional en debate en realidad no contiene la verdadera razón
que el pueblo chileno tiene para inhabilitar al Primer Mandatario. La verdad es, señor
Presidente, que en este proceso histórico el pueblo ya ha emitido su veredicto, ya ha
dado su opinión.
Demás está, entonces, traer a colación, en relación con el problema específico que nos
preocupa, antecedentes de orden jurídico que pudieran servir de explicación a mis
Honorables colegas, que entienden en esta materia.
...Nosotros no concordamos, en su integridad, ni con el libelo acusatorio ni con los
objetivos que puedan perseguir el Partido Radical con esta acusación.
La acusación deducida carece de los fundamentos que, a juicio del pueblo chileno de­
biera contener. Nuestro pueblo acusa al Excmo. señor Ibáñez, en esos mismos lugares
que he señalado y donde vive, por haber menoscabado la soberanía nacional al entre­
gar nuestras riquezas fundamentales a la voracidad del capitalismo extranjero y, fun­
damentalmente, del imperialismo yanqui.
...Queremos acusar al Excmo. señor Ibáñez, e inhabilitarlo, porque reabrió el campo de
concentración de Pisagua y relegó al sur y al norte de la patria, a dirigentes obreros.
Pensamos que el Jefe del Estado, no tiene la moral digna de un Mandatario por cuanto
ha atropellado el derecho que tienen los trabajadores para elegir libremente a sus diri­
gentes sindicales. Deseamos inhabilitar al Presidente de la República porque presen­
ciamos el caos económico y social a que ha llevado al país”.76
El diputado José Oyarce enfatizó algo más las bases constitucionales de la acusa­
ción, de haber comprometido gravemente el honor y la seguridad del Estado (al haber
protegido la penetración peronista en Chile, de haber infringido la Constitución y las
leyes (al haber obligado a la Contraloría de la República a tomar razón de un decreto que
entregó al control policial la elección de dirigentes sindicales).77 Añadió que la acusación
constitucional contra el presidente Ibáñez “no empezó con la presentación del libelo acu­
satorio del Partido Radical. La acusación la llevan en sus labios todos los hombres y

Cámara de Diputados, sesión 30a. de 6 de diciembre de 1956:1773-74.


Sobre la influencia del peronismo en Chile, véase Frederick Nunn, The Militan/ Chilean History Essays on
Civil Military Relations 1810—1973,Albuquerque: University of New México Press,1976: 244-249.

1 79
mujeres de nuestro país, todos aquellos sectores que están sufriendo las consecuencias
de la política que ha venido aplicando el actual gobernante”. El señor Oyarce continuó:
“Debería, también, ser fundamento de la acusación, la persecución ejercida contra los
partidos políticos de extracción popular, que impide sus actividades y su libre desarrollo,
y contra los órganos de prensa, que limita su libertad de expresión, indispensable en toda
democracia”.78
El diputado socialista, Salomón Corbalán denunciaba también que el pueblo de
Chile “quiere acusar al señor Ibáñez... por sembrar el hambre y la miseria en el país, por
llenar de patriotas las cárceles, los puntos de relegación y los campos de concentración...
[y por] la intromisión extranjera en nuestras Fuerzas Armadas,... los crímenes cometidos
en la oficina Pedro de Valdivia; ...la entrega que el Gobierno ha hecho del control de
nuestra economía nacional, con la anuencia de los partidos de derecha y de su prensa, a la
Comisión Klein-Saks...”.79
Los diputados citados sabían, por supuesto, que las causales de una acusación
constitucional no incluían, precisamente, el tipo de denuncia política, moral e histórica a
que se referían en la Cámara y que ésta iba a ser rechazada, ya que no existían los votos
suficientes para aprobarla. La acusación constitucional, como modalidad de resistencia
al olvido de los abusos de las autoridades, de crear una memoria histórica alternativa y
de complicarle la vida al gobierno se había incorporado ya como rutina en la política
chilena. La novedad era, en este caso, que se la usaba contra un Mandatario en ejercicio, con
el riesgo de que provocara una reacción destemplada para proteger al régimen.
Sin embargo, como se sabía que la acusación iba a ser rechazada, no había por qué
sobrerreaccionar. Explicó el diputado Echavarri:
“Ni los acusadores ni el acusado cuentan con el respaldo de la opinión del país. Esta
acusación ha nacido muerta, primero porque ella está al margen de lo que hoy interesa
a Chile y, enseguida, porque se fundamenta en un artículo de la Constitución, cuya
letra y cuyo espíritu no le prestan respaldo.
[hace una lista de todos los defectos del gobierno, la crisis económica, “el desgobierno
que estamos viviendo”, y que “No hay línea de gobierno ni en lo grande, ni en lo media­
no, ni en lo pequeño”]
No obstante todo esto, nosotros vamos a rechazar la acusación, porque en ella se en­
cuentra involucrada, como alta cuestión, un principio que queremos resguardar: el
señor Ibáñez pese a todos los errores que haya cometido o se le quieran suponer, no cae,

Camara de Diputados, sesión 31a de 6 de diciembre de 1956:1776.


Ibid: 1787-90.

180
por sus actuaciones como Mandatario, dentro de las causales que configurara la atri­
bución la del artículo 39 de la Constitución Política del Estado”.80
Los debates sobre la acusación continuaban. En la versión escrita fueron elimina­
das muchas expresiones «antiparlamentarias» de acuerdo con el artículo 12 del Regla­
mento. Se debatía el significado jurídico de la acusación constitucional, sus límites y la
historia de las acusaciones previas, mientras se reconocía el momento histórico que re­
presentaba hacer “uso de un arma tan rigurosa como peligrosa” de acusar constitucional­
mente a un Presidente de la República “en ejercicio de sus funciones”. Se comparó el
momento con las acusaciones contra el último gabinete del presidente Balmaceda, en
1891 y se argumentaba que se debía limitar a
“un acto positivo, definido y preciso de traición a la patria; y, en segundo término,
cuando se ha quebrado el orden jurídico, en términos tales que en la disyuntiva de
producir la crisis presidencial con los consiguientes efectos para Chile en el orden inter­
no y extemo y resguardar la integridad nacional y el orden jurídico en sus macizas
columnas, sea, preferible producir la crisis presidencial.
En estos casos extremos se justifica la acusación en contra del Presidente de la Repúbli­
ca y así lo corrobora la tradición política histórica...”.81
Con este argumento el diputado Hugo Rosende concluyó:
“No creo que en el país se haya quebrado el régimen jurídico, ni tampoco considero, y
en esto quizá me acompaña la inmensa mayoría de los chilenos, que se haya entregado
pedazo alguno del territorio patrio. Tampoco, y esto es justo decirlo, creo que el Presi­
dente de la República sea un traidor a la Patria [siguen aplausos en la sala]”.82
Votada la acusación, fue rechazada por 48 votos contra 30 y 37 abstenciones, in­
cluyendo la representación falangista y algunos socialistas (por ejemplo, Oscar Naranjo,
Salomón Corbalán, Heriberto Alegre y Eduardo Osorio).
Rechazada la acusación constitucional, el gobierno ibañista prosiguió con la política de
estabilización. Las protestas y huelgas que siguieron tuvieron como resultado la relegación de
centenares de dirigentes sindicales y políticos a Pisagua y otros lugares, acusados de promover
huelgas ilegales. Fueron procesados en conformidad a la Ley de Defensa de la Democracia. La
incertidumbre crecía con la proximidad de las elecciones parlamentarias de marzo de 1957, al
mismo tiempo que declinaba el poder de cómpra de la población, sobre todo de la clase media
y de los trabajadores. No hubo tregua política en Navidad ni tampoco en Año Nuevo. El país
parecía una caldera sin válvula de escape.

80 Ibid: 1792-93.
81 Intervención del diputado Hugo Rosende en ibid: 1796-97.
82 Ibid.

181
No obstante, una semana después de rechazada la acusación constitucional, el dipu­
tado Adán Puentes informó que el Primer Mandatario quería “tender un manto de olvido
sobre los resentimientos agravados... con la acusación constitucional...” mediante un indulto
general (no una amnistía como se venía debatiendo por algún tiempo) para los dirigentes
gremiales (bancarios) y otros sancionados por la Ley 8.987.83 Paralelamente, en enero de
1957, había quejas en el Senado por los numerosos indultos que concedía el Ejecutivo hasta
a los “peores criminales”, los que beneficiaron a 5.567 personas desde 1954 hasta el 31 de
octubre de 1956, lo que según el senador informante corresponde a unos 4.5 personas por
día.84 Parecía existir una “industria indultadora”, involucrando a personas “que procuran
lucrar con estas gestiones sin que al final obtengan un resultado favorable, dado lo infundado
de las peticiones, como porque en esta materia sólo deben conocer a aquellos funcionarios y
empleados que por razón de sus funciones son los únicos que pueden proporcionar los ele­
mentos de juicio suficientes para resolver las respectivas peticiones”.85

El reventón urbano, enero - abril 1957

Las políticas de estabilización sugeridas por la misión Klein-Saks, concordantes


con los dictados del FMI, empezaban a tener un éxito relativo respecto de la tasa de
inflación. El costo, desde luego, fue el sufrimiento social producto de un incremento en la
tasa de desempleo; los aumentos de precios de los servicios públicos y de productos de
consumo básico; y reajustes salariales inferiores a la tasa de inflación.
Desde enero de 1957, con movimientos estudiantiles contra las alzas en las tarifas
de la locomoción colectiva, se iba montando una escalada de protestas, paros y manifes­
taciones contra el gobierno, con sus secuelas de violencia, heridos, detenidos y apalea­
dos. Eso, a pesar de la disminución en el número de huelgas, tanto legales como ilegales,
por el uso del estado de sitio y de otras medidas represivas, además de unos mecanismos
más «automáticos» para reajustar los salarios y resolver los conflictos laborales, propues­
tos por la misión Klein-Saks.86

Cámara de Diputados, sesión 33a. de 12 de diciembre de 1956: 2016.


Senado, 24a. sesión de 16 de enero de 1957:1169-1170.
Ibid: 1171.
Véase Ricardo Ffrench-Davis, Políticas económicas en Chile, 1952-1970, Santiago: Ediciones Nueva Univer­
sidad, 1973 y Roberto Zahler, et al, Chile 1940-1975, Treinta y cinco años de discontinuidad económica, 2a.
edición, Santiago: ICHEH, s.f. para las políticas antiinflacionarias.

182
Huelgas en Chile, 1951-1958 87

Año legal ilegal total


1951 44 149 193
1952 54 161 215
1953 60 148 208
1954 61 244 305
1955 62 212 274
1956 25 122 147
1957 12 68 80
1958 17 103 120

En marzo de 1957, el electorado castigó fuertemente a los agrario laboristas y a


otros ¿bañistas. Los agrario-laboristas disminuyeron de 28 diputados elegidos en 1953 a
13, uno menos que la Falange, la que incrementó su presencia en la Cámara de Diputados
de 3 a 14. Los grupos ibañistas «independientes» casi desaparecieron del mapa. Los so­
cialistas también fueron castigados, tal vez por su apoyo y participación inicial en el
gobierno. En cambio los conservadores, liberales y radicales eligieron 90 de 147 diputa­
dos y quedaron con 25 de los 45 senadores. Era una recuperación importante para los
partidos tradicionales y un auge sin precedentes para la Falange, que se convertiría, en
julio de 1957, con otras fuerzas social cristianas, en el Partido Demócrata Cristiano.
Cuatro de los diputados elegidos en 1957 fueron acusados de «comunistas» y lue­
go inhabilitados, conforme a la Ley 8.987. El FRAP protestó por la inhabilitación, pero
“como uno de los votos del fallo corresponde al senador radical Héctor Figueroa Anguita,
se produce una ruptura de la izquierda con el Partido Radical, hecho que en gran parte
marca la división de las fuerzas para la elección de septiembre de 1958".88
Entre enero y abril de 1957 se sucedieron varios actos en plazas, calles y lugares de
trabajo, protestando por un alza de tarifas del transporte colectivo derivando varios de
ellos en enfrentamientos entre carabineros y grupos de ciudadanos. Los estudiantes anun­
ciaban protestas diarias, a las cuales se plegó la CUT en febrero. Ibáñez y sus colaboradores
no podían sino recordar las protestas callejeras de julio de 1931, que terminaron con su
primer gobierno. Para el 3 de febrero, el FRAP, coalición de los partidos de izquierda, con­
vocó a una concentración para protestar por la situación política y económica. Después de

Merwin L. Bohan and Morton Pomeranz, Investment in Chile, U.S. Department of Commerce, Burean of
Foreign Commerce, Washington, D.C. Government Printing Office, 1960: 23.
Concha Cruz y Maltes Cortez (1995): 516.

183
varios días más de violencia y protestas, el gobierno suspendió el alza de tarifas para
“reestudiarla”. La acción directa, callejera había dado resultado. El gobierno, al parecer,
había retrocedido. Era un mensaje político peligroso.
No obstante la suspensión del alza en las tarifas, las acciones callejeras y los actos
de protesta proseguían. El 20 de febrero el gobierno increpó públicamente a los comunis­
tas, los culpables de costumbre, por las disidencias y protestas públicas desde la década
de 1920. Según el general Carlos Molina Johnson, escribiendo sobre ello en 1989:
“En los primeros meses de 1957 las huelgas, paros, manifestaciones y protestas calleje­
ras aumentaban significativamente.
A raíz de los resultados desfavorables para el gobierno en las elecciones de marzo y ‘el
alza de las tarifas de la locomoción colectiva a fines de ese mismo mes, específicamente
el día 30, la agitación social en Santiago alcanzó limites desconocidos.
Detrás de los actos de violencia se encuentra -como siempre- la presencia instigadora
del comunismo”.89
Poco tiempo después, de acuerdo a nuevos estudios, se alzaron las tarifas de la
locomoción colectiva; la tarifa escolar subió de 1 a 5 pesos.90 Debido a esta alza el 2 de
abril, de la efervescencia social brotó la violencia incontenible. Se requirió la interven­
ción del Ejército cuando los carabineros no pudieron contener la poblada. Según Molina
Johnson las tropas “evitan que el clima de agitación social sobrepase aquel nivel de con­
vulsión que haga imposible lograr su control... si bien con resultados trágicos; pero con
toda seguridad bastante menos graves que si no se hubiera decidido esa forma de solu­
ción”.91 Tal vez este juicio del general Molina sea correcto, pero esta erupción social dejó
“grabado por mucho tiempo en la retina ciudadana de la generación de los años treinta,
un estremecimiento de temor”.92 Los trolebuses destrozados, la poblada en la calle, la
violencia y el saqueo fueron, en 1957, más amplios y de mayor duración que la destruc­
ción de 1888 o de las pobladas urbanas de la primera década del siglo XX.
Cuando el presidente declaró el estado de emergencia para la provincia de San­
tiago, en la noche del 31 de marzo, la continuidad del régimen quedaba en manos del
general Horacio Gamboa y del Ejército. De nuevo, las Fuerzas Armadas quedaron como
el baluarte del sistema imperante, no porque buscaran el poder sino porque el gobierno
carecía de legitimidad y lealtad ciudadana. En los incidentes del 2 y 3 de abril hubo

Carlos Molina Johnson, Chile: Los militares y la política, Santiago: Editorial Andrés Bello, 1989:136.
Gabriel Salazar, La violencia en Chile, I, Violencia política popular en las ‘grandes alamedas’, Santiago de Chile
1947-1987, Santiago: Sur, 1990: 264.
Molina Johnson (1989): 138-39; citando al general Horacio Gamboa Núñez, En la ruta de 2 de abril, Santia­
go: Imprenta Fantasía, 1962.
Salazar,! (1990): 274.

184
varios muertos (las cifras oficiales dijeron «pocos», las fuentes extraoficiales denuncia­
ron centenares), muchos heridos y detenidos. La policía destruyó la Imprenta Horizonte,
donde se imprimía El Siglo y Ultima Hora, aunque era obvio que ni el FRAP ni el Partido
Comunista controlaban la poblada, lo que el historiador Gabriel Salazar califica como
una “jomada de protesta multisocial”.93
La sublevación popular fue aplastada por el Ejército, luego el orden se reimpuso
y, con ello, surgió la necesidad de nuevas amnistías para llegar «pacíficamente» a los
comicios presidenciales de 1958. Mientras tanto, los afectados y los dirigentes de izquier­
da acudían ante la justicia ordinaria, presentando demandas por la propiedad destruida
en la Imprenta Horizonte. Cuando los tribunales de justicia ordinaria se declararon in­
competentes, el caso fue traspasado a la justicia militar.94

La amnistía de 1958

En la sesión del Senado del 28 de mayo de 1957, los senadores Luis Quinteros,
Galvarino Palacios, Salvador Allende, Aniceto Rodríguez y Humberto Mariones hicieron
una moción de proyecto de ley de amnistía “a todos los responsables de cualesquiera
infracciones o delitos penados por la Ley N. 8.987 sobre Defensa permanente de la Demo­
cracia, y a todos los actualmente procesados y condenados con arreglo a la misma ley”.
Como prefacio a su proyecto los senadores se refirieron a “los dolorosos acontecimientos
que el país vivió en los primeros días del mes de abril del presente año” y que “el motivo
determinante de ellos fue la justificada reacción popular por el alza creciente y constan­
te del costo de la vida, que encontró su más significativa expresión en el aumento de las
tarifas de la locomoción colectiva”.95 Los senadores proponían la amnistía porque “nada
justifica que a los participantes en esas manifestaciones pacíficas, que fueron brutal­
mente reprimidas por la fuerza pública, se Ies apliquen leyes liberticidas o se les impon­
gan severas penas...”.96 Sin embargo, querían excluir de la amnistía los “delitos comunes
que durante aquellos días se cometieron, incluso el de asalto y robo a la Imprenta ‘Hori­
zonte’ y al diario El Siglo, porque “repugna a nuestra conciencia cívica el perdón de los
inculpados de actos tan vandálicos”.97 Es decir, una amnistía para todos los involucrados
en huelgas y paros ilegales y cualquier otro acto penado por la Ley 8.987, pero juicio y
castigo para los carabineros, funcionarios de Investigaciones y militares, que reprimieron

93 Salazar (1990): 272-74.


94 Concha Cruz y Maltés Cortez (1995): 514.
95 Senado, sesión 2a. de 28 de mayo de 1957, anexo de documentos: 100-101.
96 Ibid: 100.
97 Ibid.

185
con fuerza indebida a la poblada de abril de 1957 o que destruyeron las empresas edito­
riales del Partido Comunista.
Tal propuesta no era aceptable ni para el presidente Ibáñez ni para varios senado­
res y diputados. Como había ocurrido desde el siglo XIX, se empezaba a debatir el motivo
de la amnistía, su cobertura y los actos que serían amnistiados. El senador Francisco
Bulnes Sanfuentes, del Partido Conservador Unido adhiriendo a una idea presentada por
Femando Alessandri, del Partido Liberal favorecía un indulto general en vez de una am­
nistía, a pesar de que un indulto general no había sido legislado por el Congreso desde
1827. El senador Humberto Alvarez del Partido Radical quiso limitar la amnistía a deli­
tos cometidos antes del 2 de abril de 1957, o sea, no incluir a la poblada ni a los delitos
cometidos por carabineros o fuerzas militares en la primera semana de abril de 1957.
Respondió el senador Bulnes:
“es un hecho evidente, que, en nuestro país, se ha abusado más allá de todo límite, de la
institución de la amnistía. Esto ha alarmado profundamente a quienes se preocupan
de la aplicación del Derecho y de la preservación de las instituciones jurídicas”.98
Siguió el senador Bulnes, argumentando que la amnistía,
“es una gracia de carácter extraordinario”... no se justifica sino en circunstancias ex­
cepcionales: cuando se produce, por ejemplo, un golpe revolucionario para derribar
una dictadura, y lo que ayer fue considerado delito, dentro de las leyes vigentes, deja de
ser apreciado como tal una vez que la revolución triunfa, o cuando inicia sus labores
un nuevo Gobierno y ese Gobierno que cuenta con el favor de la mayoría del País, desea
tender un manto de paz y de olvido para iniciar una nueva época en la vida ciudada­
na. ...el Gobierno de la República es el mismo que nos regía cuando los delitos se come­
tieron; no se advierte de parte de quienes los han cometido el menor arrepentimiento
ni el menor propósito de no reincidir en ellos. Más aún: como todos lo sabemos y como
podemos comprobar cotidianamente en la prensa de extrema izquierda, los mismos
diarios, las mismas radios y los mismos sectores que provocaron la subversión del 2 de
abril con todas sus terribles consecuencias, están tratando de provocar nuevamente
una subversión, no obstante que la anterior costó muchas vidas humanas y cuantiosas
pérdidas materiales”.99
En relación a la violencia del 2 de abril, el senador Salvador Allende contestó:
“No ha quedado jamás comprobado que haya sido organizada”. Bulnes insistió en que el
Partido Comunista “organizó la subversión, mantuvo cierto tiempo el control de ella y
finalmente lo perdió” y expuso que se oponía a conceder una amnistía a los involucrados.

Senado, sesión 13a. de 17 de julio de 1957: 750.


Ibid: 751.

186
Argumentó que “quien recibe un indulto y después vuelve a cometer un delito de la
misma especie, es reincidente y no puede obtener su excarcelación bajo fianza durante el
proceso respectivo. Si quien comete un delito recibe la gracia de una amnistía, se consi­
dera que no ha delinquido jamás, si delinque de nuevo no puede ser tratado como
reincidente y tiene derecho a obtener su excarcelación condicional de acuerdo con las
reglas generales”.100
Para Bulnes era apropiado usar el “indulto general...[medida] que había sido olvi­
dada... para conceder una gracia... sin provocar una nueva subversión ni barrenar el or­
den jurídico”. Fue casi el mismo argumento de Antonio Varas desde 1851 hasta 1857, aun­
que Varas prefería el uso de los indultos particulares y condicionados. Allende insistió en
una amnistía para todos los delitos, “menos para el de la Imprenta Horizonte...!”.101 Y el
senador Palacios le recordó a Bulnes que no justificaba los actos de 2 del abril, pero que
“fueron actos callejeros de protestas de los estudiantes y de muchos elementos trabajado­
res, que no constituyeron tampoco delitos comunes”. Bulnes replicó: “Esos asaltos a los
microbuses causaron víctimas humanas, produjeron daños materiales, obligaron a suspen­
der el servicio de la locomoción colectiva y llegaron a paralizar las actividades de la capital
de la República”. Palacios, trataba de persuadir a Bulnes que era “gente que protestaba
por una razón de necesidad y sin ánimo belicoso preconcebido...”.102 Las diferencias sobre
el proyecto de amnistía entre los senadores en la Comisión de Constitución, Legislación,
Justicia y Reglamento, dieron lugar a informes de mayoría y minoría, como en casos análo­
gos en el pasado. La mayoría (Bulnes, Alessandri e Izquierdo) expresaron su “total des­
acuerdo” con los términos y fundamentos de la propuesta, porque “incurre en el grave y
peligroso error de dar por lícitos y legitimar actos que tuvieron el carácter de delictuales y
de rebelión contra las autoridades constituidas”.103 Propusieron, en cambio, un indulto
general por delitos penados en la Ley 8.987, y “que hayan sido cometidos con anterioridad
al 2 de abril del presente año”.104
En la sesión del 23 de julio de 1957 continuó el debate sobre la amnistía o indulto. El
senador Izquierdo hizo saber que el gobierno “estimaba inoportuna e inconveniente la am­
nistía” y si fuera aprobada sería vetada por el Ejecutivo, corriendo la misma suerte que una
ley de amnistía previa vetada por el presidente en 1956. En cambio, podía haber buen am­
biente para algunos indultos particulares, sobre todo en el caso del presidente de la CUT,
Clotario Blest, “cuya madre está con la salud muy delicada”.105 Más tarde en el debate los

100 Ibid.
101 Ibid: 752.
102 Ibid: 753.
103 Senado, 13a. sesión de 17 de julio de 1957 (Anexo de documentos): 809.
104 Ibid: 810.
105 Senado, 14a. sesión de 23 de julio de 1957: 838.

187
senadores de derecha aseguraban que el gobierno “no vetará una ley de indulto general
y que, en cambio, observaría la de amnistía”.106 Después de largas disputas técnicas y de
definición, el senador Allende volvió al nudo político:
“Hay un solo responsable de estos hechos y...ese responsable es el Presidente de la Repú­
blica, por su política antinacional y contraria al interés general del país. Hemos dicho
que este gobierno ha aplicado implacablemente la ley de Defensa de la Democracia
contra todos aquellos que han defendido, con justicia, el derecho de tener siquiera un
pedazo de pan más, y que esto era tanto más grave cuanto que el Excelentísimo señor
Ibáñez obtuvo, demagógicamente los votos de los partidos populares, precisamente pro­
metiendo la derogación de todas las leyes represivas...
Ya el Ministro del Interior dice que está en marcha un complot comunista. Esta es la
receta universal de la incapacidad, de la estupidez, que, con majadera insistencia, se
quiere aplicar a toda posición de resistencia a la política brutal e injusta que azota con
violencia implacable a los sectores más necesitados del País”.107
Allende siguió en esta línea, rechazando, por el momento, la transacción que ha­
bría que hacer: amnistía para los carabineros, militares y funcionarios de Investigaciones
a cambio del olvido jurídico para “obreros, estudiantes y sindicalistas”. Por lo pronto,
Allende se afincó en los principios: “Nuestros compañeros, los hombres del Partido Socia­
lista, los dirigentes sindicales que están relegados, castigados, separados de sus hogares,
muchos de ellos sufriendo hambre, nos han pedido, perentoria y categóricamente, que
rechacemos el indulto, que no aceptemos la misericordia del indulto y que distingamos,
con entereza e hidalguía, su situación de la de los delincuentes comunes al servicio del
Gobierno que destruyeron la propiedad privada de la imprenta Horizonte”.108 El senador
Bulnes le aclaró a Allende el destino de los partidos social demócratas en Europa orien­
tal, el peligro de alianzas como la del FRAP con participación comunista y el espectro
comunista que amenazaba a Chile y al mundo occidental. Allende expresó su orgullo de
ser el presidente del Frente de Acción Popular.
El debate continuó. Se disputaba, como muchas veces antes, sobre el futuro del
mundo y la historia de la humanidad, la naturaleza de las doctrinas socialistas, marxistas,
leninistas y la política exterior del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Por
largo tiempo casi no se mencionaba el proyecto de ley de amnistía -que vino a ser un
subtexto para un enfoque central- que Allende planteaba así: “sin negarlo, estamos con
el Partido Comunista, y cuál es nuestro pensamiento a fin de obtener una transformación
revolucionaria- la revolución es progreso acelerado de las instituciones de nuestro país” ,109

106 Ibid: 842.


107 Ibid: 846.
108 Ibid. 847.
109 Ibid: 855.

188
Mientras tanto, el Gobierno había anunciado nuevas alzas de precios de varios
productos alimenticios, de la locomoción colectiva y la energía. De nuevo se organizaron
comandos contra las alzas. En el gabinete se produjo una crisis que terminó con su reor­
ganización. Ibáñez volvió al recurso tradicional de los presidentes en momentos sensi­
bles: un ministerio encabezado por militares, esta vez por el almirante Francisco O’Ryan
como Ministro del Interior. Se temían asonadas dentro del Ejército y el Director de Inves­
tigaciones conferenciaba con varios oficiales. A su vez se allanaban bodegas comerciales
en busca de armas.110 Las precauciones de las Fuerzas Armadas y de Orden, además del
miedo entre todos sectores a una repetición de los saqueos y violencias de abril, evitaron
otra irrupción violenta. Se alzaron los precios y los consumidores, tuvieron que resignar­
se a la medida.
Los debates sobre la amnistía seguían en ambas Cámaras del Congreso en agosto
de 1957. El Presidente Ibáñez insistía en la inaceptabilidad de una amnistía “en masa”,
avalándose en argumentos tanto históricos como jurídicamente imprecisos, insistiendo
en indultos particulares o un indulto general concedido por ley del Congreso. El ambien­
te en el Congreso iba cambiando paulatinamente, con miras hacia las elecciones de 1958.
La Comisión informante del proyecto en la Cámara les recordó a los diputados que
“la difícil situación económica que ha afectado, en forma especial, a las clases asala­
riadas, derivada del proceso inflacionario, ha movido a diversos sectores de nuestra
ciudadanía a expresar manifestaciones de protesta que han caído bajo las sanciones
establecidas en la ley N. 8.987 sobre Defensa Permanente de la Democracia.
El legislador, una vez pasados estos acontecimientos, ha comprendido la necesidad de
otorgar un perdón que venga a pacificar los espíritus de los afectados con esta ley y
permitir, así, encauzar la vida de nuestros ciudadanos por la senda del trabajo y del
progreso.
Es así como desde la vigencia de la referida ley N. 8.987, han sido varias las leyes que
se han dictado con este objeto y, al efecto, señalaremos los números 9.580, 9.611 y
9.665 de 8 de marzo, 8 de mayo y 4 de septiembre de 1950; la N. 10.957, de 31 de
octubre de 1952; la 11.773, de 24 de enero de 1955 y la 12.004, de 10 de enero de 1956.
...el Congreso Nacional despachó, en la Legislatura Ordinaria pasada un proyecto de
ley similar... y el Ejecutivo desaprobó los dos artículos de que constaba, observación
que mereció el rechazo de ambas ramas del Congreso...”.111
La Cámara aprobó por una votación de 44 votos por la afirmativa y 15 por la
negativa, celebrar una sesión especial para tratar el proyecto de amnistía. En el debate

110 Olavarría Bravo H, (1962): 367-68.


111 Cámara de Diputados, sesión 40a. de 13 de agosto de 1957:2444-45.

189
sobre el proyecto, el 14 de agosto de 1957, el diputado Sergio Diez Urzúa del Partido
Conservador Unido, anunció que “los diputados de estos bancos, siguiendo una política
tradicional frente a estas leyes de amnistía, votaremos en contra de este proyecto aproba­
do por el Honorable Senado. ...No es extraño que los partidos que preconizan la deroga­
ción de dicha ley [la “Ley Maldita”] sean partidarios de conceder amnistía; pero noso­
tros, no sólo estamos en favor de su mantención, sino que de la aplicación integral de las
normas vigentes, para preservar el principio de autoridad, consideramos que este
precedente es grave y peligroso”. Agregó que si fuera aprobada en general, habrían pre­
sentado una indicación que reemplazara la amnistía por el indulto, “que perdona la pena,
pero deja subsistente la calidad de delincuente... así estas personas que han cometido es­
tos actos tendrán en adelante una conducta más cuidadosa y más ajustada a la ley...”.112
Esta intervención provocó varios intercambios de insultos entre los diputados de
derecha y de izquierda. Terminada la intervención del diputado Diez, el diputado
demócratacristiano José Isla, indicó que su partido apoyaría la amnistía, que no se podría
tratar a los dirigentes sindicales como delicuentes. Además les recordó a los diputados
que, en los debates respecto a la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, el señor
RadomiroTomic, en representación de la línea del partido, se había declarado contrario a
la aprobación de dicha ley. Más aún, muchos de los afectados “ya han cumplido largas
condenas”.113
A raíz de estas palabras, varios diputados del Partido Conservador, de la Democra­
cia Cristiana y de los partidos de izquierda hicieron ácidos comentarios y se profirieron
insultos recíprocos, sobre todo referentes al significado de ser “buen cristiano” y saber
perdonar. El diputado Carlos Morales Abarzúa resumió su sentir: “En esta sesión el Hono­
rable señor Diez está demostrando que él practica todo lo contrario de lo que Cristo predi­
caba en su Evangelio”.114 Respondió el diputado Valdés Larraín que fue el Partido Radi­
cal, es decir, el partido del diputado Morales Abarzúa, el que patrocinó la Ley de Defensa
Permanente de la Democracia. Morales replicó que fue la dictación de la Ley N. 12.006, la
llamada “ley de congelación”, la que había provocado los disturbios que hacían necesaria
una amnistía. De ahí se entró a más acusaciones mutuas, incluyendo los cargos de rutina,
que los comunistas eran mandados por Moscú y que los partidos de derecha eran lacayos
del imperialismo.
El debate siguió en la sesión de 20 de agosto, con la indicación del diputado Mario
Riquelme, para sustituir la fecha 2 de abril por la del 30 y de esta manera incluir a las
personas involucradas en la poblada de la primera semana del mes y los sucesos

112 Cámara de Diputados, sesión 42a. de 14 de agosto 1957:2543.


113 Ibid: 2545.
114 Ibid: 2546.

190
posteriores. El diputado Diez propuso, de nuevo, que se convirtiera la ley en un indulto
general por delitos penados en la Ley N. 8.987, con anterioridad al 2 de abril de 1957.
Varios diputados de derecha propusieron una enmienda que amnistiara “a todos aquellos
miembros de las Fuerzas Armadas, Carabineros, o simples funcionarios públicos que ha­
yan sido condenados o se encuentren actualmente procesados por delitos de cualquier
especie perpetrados con ocasión de alteraciones del orden público, asonadas, conmocio­
nes populares o a consecuencia de ellas, ocurridas en Santiago hasta la fecha que se
inició la gestación de la presente ley”. Los diputados Sívori, Espinoza y David agregaron
otro inciso que amnistiaría “a todos aquellos que hayan sido condenados o se encuentren
actualmente procesados por la comisión de hechos delictuosos perpetrados en el radio
urbano de la ciudad de Santiago en los días 2 y 3 de abril de 1957, y siempre que tales
hechos hayan sido consecuencia directa o indirecta de la conmoción pública ocurrida en
las fechas señaladas”. Fueron rechazadas las primeras dos indicaciones. La indicación de
varios diputados respecto a la concesión de la amnistía a los miembros de las Fuerzas
Armadas, Carabineros y funcionarios públicos también fue rechazada; la de Sívori,
Espinoza y David fue retirada.115
Aprobado el proyecto de ley de amnistía en el Senado que excluía los aconteci­
mientos de 2 de abril de 1957, no se pudo conseguir una votación suficiente en la Cámara
de Diputados para insistir por sobre el veto del Ejecutivo. Ibáñez no podía aceptar que
“los propósitos de pacificación social no podrán obtenerse, ya que el proyecto no es recí­
proco, esto es, para quienes atentaron contra el orden y la paz pública o contra la autori­
dad y también para quienes, encargados de velar por su mantenimiento, aparezcan como
responsables o como simples imputados de excesos cometidos contra aquellos, haciendo
un mal uso o un uso ofuscado de sus funciones o empleos”.116 Es decir, aceptaba la impu­
nidad, como casi siempre se la había aceptado en Chile, pero una impunidad compartida.
En la segunda semana de septiembre de 1957, se presentaron dos proyectos de ley
de amnistía, uno por los senadores Salvador Allende y Humberto Mariones y el otro fue
presentado por el senador Luis Quinteros. El primero excluía los delitos comunes y los
actos violentistas del 2 de abril en adelante; el segundo, del senador Quinteros, era de
una cobertura amplísima, amnistiando a “todos los responsables de cualesquier infrac­
ción o delito sancionados por la Ley 8.987...y a todos los actualmente procesados o conde­
nados con arreglo a las disposiciones de la misma ley”.117 Allende todavía no aceptaba la
amnistía para los delitos comunes, es decir para los que “está[n] destruyendo y pisotean­
do nuestra democracia desde las esferas gubernativas”.118 El senador socialista quería

115 Cámara de Diputados, sesión 44a. de 20 de agosto de 1957:2679.


116 Senado, sesión 29a. de 10 de septiembre de 1957, (anexo de documentos): 1755-56.
117 Senado, sesión 32a. de 13 de septiembre de 1957, (Anexo de documentos): 1985.
118 Ibid: 1949.

191
que prosiguieran las indagaciones judiciales para saber la verdad sobre los actos crimina­
les contra la Imprenta “Horizonte” y otros actos delictuosos de personeros del gobierno.
En cambio, el proyecto de Quinteros beneficiaría a muchas personas más, incluso a los
maestros que no hacía mucho habían participado en una huelga ilegal. Los senadores de
derecha, viendo la oportunidad de expandir el abanico de beneficiarios e incluir en la
amnistía a los carabineros, militares y funcionarios de Investigaciones, proclamaron su
apoyo al proyecto de Quinteros y no al de Allende. Allende indicó que su proyecto era el
mismo que el Senado ya había aprobado y que había sufrido el veto del presidente;
Quinteros por instrucciones de su partido retiró el proyecto más amplio.
Sin embargo, la discusión continuó el 17 de septiembre, cuando el senador Blas
Bellolio formuló una indicación para sustituir el proyecto de ley de amnistía por otro,
todavía más amplio, que el del senador Quinteros, que incluyera explícitamente a los
carabineros, miembros de las Fuerzas Armadas y funcionarios de Investigaciones por
delitos cometidos no sólo en Santiago sino en otros puntos del territorio nacional «hasta
la fecha». El senador Bellolio indicó en el debate sobre el proyecto que incluiría también
a los profesores procesados en ese momento de acuerdo con la ley de Defensa Permanen­
te de la Democracia por su movimiento gremial. El senador socialista, Alejandro Chelén
Rojas, se opuso a una amnistía “tan amplia,: ...¡Siempre, en Chile, han de quedar impu­
nes los verdaderos responsables de estos doloridos hechos, que escogen sus víctimas en­
tre los trabajadores”. Quería una amnistía para “aquellas personas sancionadas por in­
fracciones de la ley sobre Defensa Permanente de la Democracia [y] por hechos ocurridos
hasta el 3 de abril (Chelén buscaba así ampliar de manera esencial la propuesta de Allen­
de), pero no a quienes actuaron por órdenes recibidas del ex- Ministro del Interior, señor
Benjamín Videla. Eso no puede ser, pues significaría un precedente funesto para lo futu­
ro...”.119 Pero ahora los senadores de derecha querían la amnistía amplia, como explicaba
el senador Coloma: “la amnistía es para los que han cometido delitos. Si no los hubieran
cometido, no habría necesidad de otorgarles amnistía”.120 Era aceptar las indicaciones de
Ibáñez en su veto del proyecto anterior de amnistía. Tal decisión todavía no era aceptable
para varios senadores y diputados de izquierda y del Partido Radical.
En enero de 1958, el Senado consideró nuevamente un proyecto de amnistía, ini­
ciado en un Mensaje del Ejecutivo, para los actos cometidos hasta ell° de diciembre de
1957. Dijo el presidente que “la amnistía debe producir los efectos que son propios de la
institución de amnistía: el olvido recíproco de todos los agravios y la instauración de una
nueva etapa de paz en todos los espíritus”. Agregaba que “frente a una contienda electoral
de la importancia y trascendencia de la que se avecina, es necesario que toda la ciudada-

119 Senado, sesión 37a. de 17 de septiembre de 1957:2123.


120 Ibid.

192
nía la afronte en un ambiente, que si ha de ser de enconos y acritudes personales, [es
una] razón por la cual se hace necesario o conveniente, a lo menos, que se dicte una
amnistía general y amplia”.121 Fue el «mismo» presidente que un año atrás se oponía a la
amnistía amplia y prefería los indultos, para luego cambiar de idea hacia una amnistía
recíproca que incluyera a las Fuerzas Armadas y de Orden. En los debates en el Senado,
el senador Rafael Tarud del Partido Agrario Laborista en sus breves comentarios, con­
densó el engorroso proceso que llevaba a la eventual aprobación de la ley de amnistía de
1958 y sintetizó el pragmatismo de la vía chilena de la reconciliación:
“Éste es el tercer proyecto de ley sobre la misma materia que llega al Senado.
Lo votaré favorablemente porque he sido informado por personeros del Gobierna- tal
como en el anterior proyecto lo hizo ante la Comisión el entonces Subsecretario del
Interior Luis Octavio Reyes, hoy Ministro de Justicia que el Ejecutivo vetaría cual­
quier proyecto de amnistía en que no figurara una disposición como la que ahora
estamos votando.
Soy realista y sé que no habría amnistía en otras condiciones.
Por ello, voto que sí”.122
El senador Quinteros respondió: “sería preferible que no la hubiera, porque es
muy caro el precio que se nos pide”.
Los debates seguían en ambas cámaras del Congreso hasta abril de 1958. Se suma­
ban más beneficiarios a la propuesta de amnistía y persistía la molestia de algunos legisla­
dores sobre la impunidad ofrecida a los funcionarios de Gobierno, policía y militares. En el
último debate en el Senado, el senador Aniceto Rodríguez celebró “la determinación de la
Cámara de Diputados de incluir en la amnistía a los obreros ferroviarios exonerados por el
movimiento huelguístico y también a algunos funcionarios administrativos. Si el proyecto
ha incluido a los asaltantes de la Imprenta Horizonte y excluye a modestos dirigentes sindi­
cales o gremiales, no se cumple, a nuestro juicio, con un mínimo criterio de equidad”.123 El
proyecto fue votado, artículo por artículo y aprobado por 19 votos contra 8,2 abstenciones
y 3 pareos. Cuando por fin la amnistía fue publicada en el Diario Oficial del 29 de marzo de
1958, era mucho más amplia en su cobertura, en los delitos amnistiados, en las fechas de
término (llegando al comienzo de diciembre de 1957 y, en algunos casos, a febrero de 1958)
y respecto a los sectores políticos y gremiales beneficiados en comparación con los proyec­
tos propuestos en 1956 y 1957. Los legisladores anticipaban la contienda electoral por la
presidencia y la inauguración de un nuevo gobierno en noviembre de 1958. Con este marco,
la ley de Amnistía de 1958, concedió el olvido jurídico a:

121 Senado, sesión 21a. de 7 de enero de 1958:886.


122 Senado, sesión 22a. de 8 de enero de 1958:897.
123 Senado, sesión 10a. de 22 de abril de 1958: 287.

193
Amnistía, Ley 12.886

“todos los responsables de infracciones o delitos penados por la Ley Sobre Defensa Perma­
nente de la Democracia que hayan sido cometidos antes de 1 de Diciembre 1957 y a todos
los responsables de infracciones o delitos políticos o ejecutados con móviles políticos,
siempre que todos ellos se hayan perpetrado antes de la fecha indicada; los condenados y
procesados y a los responsables de delitos políticos penados por el Decreto Ley 425(1925)
sobre abuso de la publicidad; comprende la amnistía las infracciones o delitos que se
hubieren cometido por miembros de las Fuerzas Armadas, de Carabineros y del Servicio
de Investigaciones con motivo o a raíz de la represión de actos contrarios al orden público
o a la paz social; infracciones o delitos mencionados con una pena única de multa infe­
rior a un mil pesos y que han sido cometidos con anterioridad al 1 Diciembre, 1957; al
personal que hubiere participado en la huelga del mes de Diciembre 1957 en las provin­
cias de Tarapacá y Antofagasta y el Depto de Chañaral, con ocasión de la defensa del
proyecto ley sobre frontera libre alimenticia y, al perteneciente al Ministerio de Agricul­
tura y el Consejo de Fomento e Investigaciones Agrícolas, que hubiere incurrido en aban­
dono de sus funciones al día 7 de Febrero de 1958; a los funcionarios públicos, semifiscales,
municipales, marítimos, de los Ferrocarriles del Estado y demás empresas o corporacio­
nes de administración autónoma sumariados administrativamente, con motivo de los
hechos del 1 al 7 Abril 1957 o sancionados con medidas disciplinarias reguladas por los
propios Estatutos Administrativos de dichas instituciones".
Después de las resistencias principistas de muchos socialistas y radicales, la últi­
ma amnistía concedida reafirmaba la impunidad generalizada, como la regla predomi­
nante para restablecer una frágil paz social y hacer la transición a un nuevo gobierno. Se
aproximaban las elecciones de noviembre; estaba pendiente la reforma del sistema elec­
toral y derogar la “Ley Maldita”.

La reforma electoral, 1958

Un mes después de promulgada la amnistía de 1958, el Congreso, con la anuencia


de Ibáñez, aprobó una reforma electoral, introduciendo la cédula única por la Ley 12.889
de 31 de mayo de 1958. Desde la «restauración» de las leyes de Alessandri (1932-38), se
había ido expandiendo paulatinamente el electorado y modificando el régimen electoral.
La Ley 5.537 (1934) introdujo el voto femenino y también la votación de los extranjeros
domiciliados en el país en las elecciones municipales. La Ley 6.834 entregó a las Fuerzas
Armadas el control de las elecciones, la Ley 9.292 de 1949 dio el voto a la mujer en todas las
elecciones y ya en 1958, se consagró la cédula única, como una manera de terminar con el

194
cohecho y las «encerronas» de los campesinos y otros grupos «cautivos» de sectores empre­
sariales y otros. También se revalidaron las inscripciones electorales anuladas por la Ley
8.987 y se hicieron permanentes, facilitando de esta manera la ampliación del electorado.
La reforma electoral de 1958 se adoptó poco después de una elección complemen­
taria, para llenar la vacante dejada por el fallecimiento de un diputado liberal en el
tercer distrito de Santiago. Todos los sectores políticos dieron a los comicios el valor de
índice predictor de la contienda presidencial de septiembre. Cada uno de los
«presidenciables», Jorge Alessandri, Eduardo Frei, Salvador Allende y Luis Bossay, apo­
yaba a su candidato. La victoria de Enrique Edwards, el candidato de Alessandri, estimu­
ló un movimiento inorgánico que se apodaba TOCA (Todos contra Alessandri) y un Blo­
que de Saneamiento Democrático (radicales y demócratacristianos). La histórica batalla
entre el ibañismo y el alessandrismo, permanente en la historia chilena desde la década
de los 1920, llevó al Presidente a apoyar también la reforma electoral, legislación patroci­
nada por el diputado falangista, Jorge Rogers Sotomayor. Debido a esta conyuntura espe­
cial, se promulgó la reforma electoral el 31 de mayo de 1958.
Con esa legislación se erosionaba un fundamento clave del sistema político. Los
votos de los campesinos no serían más «manejables» para asegurar el veto de la derecha
en el Congreso. En 1961, después de la primera elección parlamentaria regida por la Ley
12.889, por primera vez los partidos de derecha no tendrían la capacidad independiente
de vetar las propuestas de reforma constitucional, lo que se llamaba «el tercio constitu­
cional». La derecha podría proteger sus intereses básicos, que se referían al derecho de
propiedad, reforma agraria y cualquier legislación sobre reforma constitucional, sola­
mente mediante una alianza con otras fuerzas, que de hecho sería con el Partido Radical
después de 1958.

Derogación de la «Ley Maldita»: Promulgación de la


Ley 12.927, sobre Seguridad Interior del Estado, 1958

Quedaba todavía el dilema electoral, político y sindical impuesto por la Ley


8.987 desde 1948.124 ¿Cómo podía seguir excluyéndose a miles de electores de sus

124 La ley 8.987 de 3 de septiembre de 1948 era bastante engorrosa, ya que modificaba el decreto Ley 425 de
20 de marzo de 1925; la Ley 4554 de 9 de febrero de 1929 (ley electoral); la Ley 6.026 de 11 febrero de 1937
(seguridad interior del Estado); la Ley 6.834 de 17 de febrero de 1941 (electoral); la Ley 7.421 de 15 de
junio de 1943 (Código Orgánico de Tribunales); la Ley 8.114 de 16 de abril de 1945 (Código del Trabajo);
decreto 5.655 de 14 de noviembre de 1945 (Ley que fijaba atribuciones de las municipalidades); y redefinía
la ciudadanía referente al acto electoral, entre otras cosas. Su derogación implicaba revisar cada una de
las leyes que habían sido modificadas y restablecer la situación previa).

195
derechos consagrados de escoger a sus gobernantes, de la participación legal en los
sindicatos, de los empleos en el sector público? Esa pregunta se planteaba en el Con­
greso, tal como la había planteado Salvador Allende primero y muchos otros después,
desde la promulgación de la llamada «Ley Maldita».125 Pero ahora, hasta voceros de la
derecha reconocían que la «democracia» no debía protegerse contra el electorado. Eso sí,
no podían desprenderse de las restricciones a las libertades públicas tales como la Ley de
Seguridad Interior del Estado y la Ley de Abusos de Publicidad.
En este sentido, la derogación de la Ley 8.987 fue una reacción al reventón de
abril de 1957 y a la coyuntura electoral de 1958. El Presidente Ibáñez envió al Congreso
un proyecto para derogar la Ley de Defensa de la Democracia en mayo de 1958, después
de haber aplicado cotidianamente dicha ley contra el movimiento sindical, los estudian­
tes, gremialistas y políticos de izquierda durante todo su gobierno, aunque con menor
frecuencia desde mediados de 1957. Ahora buscaba «la reconciliación» (y también el fin
a los sabotajes y conflictos en las zonas mineras). Después de menos de un mes de deba­
tes, siempre con la oposición de varios congresales de derecha, fue derogada la «Ley
Maldita». Cada inciso del proyecto ocasionaba discusiones prolongadas, entremezcladas
con las consideraciones técnicas y jurídicas sobre las implicaciones concretas, se discutía
la Guerra Fría, el comunismo internacional, la penetración imperialista en Chile y los
abusos cometidos desde 1948 o bien desde 1891. Por ejemplo, el diputado Diez dijo que
creía “indispensable prohibir el uso de banderas, emblemas, uniformes o signos de carác­
ter disolvente o revolucionario. Y la causa de nuestro rechazo [del criterio del Senado en
un inciso del proyecto] es que siempre hemos sido celosos defensores de las instituciones
fundamentales”.126 Otros diputados de derecha se refirieron repetidas veces al peligro
del comunismo internacional, notando que para los comunistas y el proletariado interna­
cional “la única patria es la URSS”.127 La posición del Partido Conservador Unido fue
expresada por el diputado Valdés Larraín sin tapujos: “somos partidarios de que se man­
tenga en toda su integridad la Ley de Defensa Permanente de la Democracia...”.128 El
proyecto siguió los trámites constitucionales, con idas y venidas entre el Senado y la
Cámara de Diputados, hasta ser promulgado.129

125 Véase, por ejemplo, el proyecto de ley para derogar a la ley 8.987, presentado por el diputado Humberto
Mariones en la Cámara de Diputados, sesión 29a. de 25 de julio de 1951:1383. Mariones les recuerda a los
diputados que hasta los radicales ahora concuerdan en que la ley es “la monstruosidad jurídica más gran­
de que se haya dictado en una democracia...”(p. 1383).
126 Cámara de Diputados, sesión 40a. de 30 de julio de 1958:2499.
127 Ibid: 2503.
128 Cámara de Diputados, sesión 42a. de 31 de julio de 1958: 2551.
129 Véase, por ejemplo, Senado, sesión 24a. de 25 de julio de 1958:1176- (anexo de documentos) para el infor­
me de la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento sobre el proyecto remitido al Sena­
do por la Cámara de Diputados; sesión 25a. de 29 de julio de 1958:1208-1225.

196
Pero la derogación significaba, con cambios menores, volver a las provisiones del
Decreto Ley 50 de 1932 y de la Ley de Seguridad Interior del Estado de 1937, medidas que, en
ambos casos, la izquierda y hasta algunos radicales habían denunciado como tiránicas en su
momento. La Ley 6.026 describía doce conductas que constituían atentados contra la seguri­
dad interior y cuatro contra el orden público. Con cambios de lenguaje y diferencias de
precisión, la Ley 12.927, del 6 de agosto de 1958, fijaría prácticamente las mismas penas,
además de prohibir los grupos «antidemocráticos» (en su momento nazistas, pero también,
como se ha visto en los debates de 1936-37, los comunistas, sin nombrarlos directamente).130
El artículo 31 de dicha ley permitió al Presidente de la República declarar el estado de
emergencia en el caso de invasión o cuando “existan motivos graves para pensar que se
producirá”. (En 1960 se ampliaría esta provisión a incluir «estado de emergencia» en casos
de «calamidad pública», como los terremotos y las inundaciones).
Durante el gobierno de Ibáñez se había recurrido al estado de sitio “preventivo”
desde 1954 y con la derogación de la Ley 8.987 se cumplió por fin la promesa ibañista de
1952. No obstante, con esa derogación no se eliminaba la camisa de fuerza legal, impues­
ta desde la promulgación del Decreto Ley 50 de 1932, que «protegía» a la «democracia».
Los comunistas podían inscribirse como tales en los registros electorales y participar
abiertamente en el sector público y sindical. Pero eso no implicaba asegurar a nadie que
las garantías constitucionales le serían respetadas si «peligraba la patria», según el go­
bierno de tumo.

Las elecciones presidenciales de 1958

Ya desde las elecciones parlamentarias y complementarias de 1957, se vislumbra­


ban los potenciales candidatos presidenciales de 1958: el senador falangista/demócrata
cristiano Eduardo Frei Montalva, el senador socialista y candidato del FRAP, Salvador
Allende; el senador Luis Bossay (u otro radical), según las decisiones a tomar en la con­
vención radical; y el senador Jorge Alessandri, independiente, proclamado por el Partido
Conservador y luego el Liberal, pero con una minoría liberal que favorecía la candidatura
de Frei. La candidatura del general Abdón Parra (del desaparecido grupo Línea Recta y
ex-ministro del Interior de Ibáñez) tuvo poca base, pero era mirada con simpatía entre
grupos antipolíticos. Hacia fines de 1957, se produjo un escándalo por la fuga del peronista
Guillermo Patricio Kelly de la Penitenciaría de Santiago, quien debía ser extraditado a
Argentina de acuerdo a un fallo de la Corte Suprema.

130 Véase Felipe González Morales, Jorge Mera Figueroa y Juan Enrique Vargas Viancos, Protección democráti­
ca de la seguridad del Estado, Estados de excepción y derecho penal político, Santiago: Universidad Academia
de Humanismo Cristiano, 1991: capítulo 3.

197
Este caso condujo a una acusación constitucional contra dos ministros del gabine­
te ibañista. La Cámara de Diputados aprobó la acusación por una votación de 100 a favor
y 8 en contra; el Senado hizo lo mismo por 27 votos contra 6 con una abstención. El sena­
dor Salvador Allende salió de la sala antes de votar, para sorpresa de su colega el senador
Quinteros. Allende consideraba la acusación de “estar fundada en un simple episodio
policial y estar revestida de móviles políticos”. El senador Quinteros expresó que la acu­
sación constitucional “era la oportunidad propicia para expresar en forma contundente
su repudio a la administración que mayores males y daños había causado al pueblo chile­
no”.131 Nuevamente Ibáñez reorganizó el gabinete, con predominio de oficiales militares.
Pero el desprestigio del gobierno ya no tenía límites.
La reforma electoral hizo de los inquilinos de los fundos y de los obreros agrícolas
un blanco para el FRAP y la Democracia Cristiana. Las promesas de reforma agraria,
facilidades para sindicalizarse, mejoramientos en las condiciones de vida y mayor fiscali­
zación de las leyes sociales y del trabajo, conformaban un programa atrayente y, a su vez,
una amenaza abierta a los partidos de derecha.
En el curso de la campaña, la candidatura del general Parra se esfumó, sumándo­
se a la contienda Antonio Zamorano, el «Cura de Catapilco», un ex-sacerdote, con consig­
nas populistas que ejercían cierta atracción. El análisis post-electoral dejaba la duda de
si los 41.304 votos que conquistó, le habían quitado la victoria a Salvador Allende. Los
resultados de la elección mostraban un Chile fragmentado: Jorge Alessandri Rodríguez,
hijo del León de Tarapacá, ganó la presidencia con 389.948 votos, superando a Allende
(356.499) por menos de 33.000 votos. Le seguían Frei con 255.777 y Luis Bossay con 192.110.
La coalición de socialistas, comunistas y otros partidos pequeños de izquierda casi gana­
ron la presidencia, en la primera elección después de la reforma electoral y la derogación
de la Ley 8.987. Alessandri obtuvo alrededor de 32% de los votos y la votación total fue
bastante menor que la de los partidos conservadores, liberales y radicales en las eleccio­
nes parlamentarias de 1957.
Alessandri se proclamó «independiente», pero muy pronto se encontraría en el
mismo dilema de todos los presidentes desde 1932: ¿Cómo gobernar a un país no reconci­
liado, con fuertes divisiones sociales, políticas e ideológicas, con múltiples visiones anta­
gónicas del futuro y memorias contradictorias sobre el pasado? ¿Cómo forjar una patria
común para la mítica familia chilena? ¿Cómo reeditar el mito de la concordia nacional
construido en el siglo XIX? ¿Cómo adaptarlo a un mundo enmarcado por la Guerra Fría y
el combate entre utopías irreconciliables?

Citado en Olavarría Bravo, (1962): n, 378.

198
Capítulo 5
La revolución de los gerentes: la vía del “paleta”, 1958-1964

Cronología Política Medidas de reconciliación,


Amnistías, Indultos

Asume Jorge Alessandri 1958


Entra Fidel Castro en La Habana 1959
1960
Elecciones municipales
Terremoto y maremoto en
el sur del país mayo
1961
Elecciones parlamentarias Amnistía (procesos 2.419,2.424)
Resurge la inflación Ley 14.629
Ola de huelgas
Entran radicales al gabinete
1962
Conflicto médico
Copa mundial de fútbol en Santiago
Carta Pastoral “El deber social y político”
Ley 15.020 de reforma agraria
Se crea Frente Nacional antimarxista oct.
Paro nacional, CUT nov.
Sucesos en José María Caro
(Represión y muerte de pobladores)
1963
Elecciones municipales
Acusación constitucional
contra ex Ministro de Salud

199
Reforma de la ley Sobre
Abusos de Publicidad
1964
23 enero Ley 15.476
Amnistía delitos anteriores a
junio de 1963
En Curicó (“Naranjazo”) marzo
“Ley mordaza” Ley 15.576 11 junio
SAP Ley de Amnistía, 15.632
Delitos anteriores de
6 de agosto de 1964
Elecciones presidenciales sept.

Jorge Alessandri ganó las elecciones presidenciales de 1958 con menos de un ter­
cio de los votos. Fue apoyado por los sectores y partidos de derecha. Hizo su campaña
como candidato «independiente» y ofreció un gobierno «técnico» para solucionar los
problemas históricos: la inflación, el desempleo, el desarrollo económico y social. Era
empresario, controlaba la producción de papel en el país, ex Ministro de Hacienda, ex­
senador liberal, había sido presidente por varios años de la Confederación de la Produc­
ción y del Comercio y compartía con su antecesor el orgullo de estar, supuestamente,
«por encima» de la política y de los partidos.
A Alessandri no le gustaban los compromisos políticos ni las concesiones negocia­
das.1 Favorecía soluciones tecnocráticas, a pesar de su historia familiar y política, pero
no era un «liberal» doctrinario ni tampoco un monetarista. Creía en la fuerza motriz del
sector privado para el desarrollo económico del país, sin desestimar el papel del Estado
como empresario, inversionista e incentivador de los empresarios nacionales y
extranjeros.2 Su dilema central era cómo gobernar al país con una administración autodefinida
como «tecnocrática», en un contexto que era altamente ideológico e ideologizante.
Pero lo de «tecnocrático» era relativo. Alessandri adoptó una posición clara refe­
rente al modelo de desarrollo preferido y a la alineación internacional de su gobierno, al

1 Alan Angelí, “Chile Since 1958" en Leslie Bethell, ed. Chile Since Independence, Cambridge, Eng.: Cambridge
University Press, 1993:142.
2 Tanto así, que en sus memorias el almirante José Toribio Merino C. critica a Alessandri porque “gobernó
con normas de carácter estatista. Siempre consideró que el Estado era el elemento fundamental para la
dirección de la economía”. (Bitácora de un almirante, Memorias, Santiago: Editorial André Bello, 1998:49).

200
aceptar como marco fundamental los esquemas y las condiciones políticas impuestas por
el Fondo Monetario Internacional para las políticas económicas de su gobierno. En la
práctica, para conseguir créditos e incluso préstamos de la Tesorería de los Estados Uni­
dos y de los bancos de Nueva York, el gobierno alessandrista se comprometió a consultar
con el Fondo antes de cualquier giro y a concordar sobre los términos para efectuar cual­
quier otro giro en el futuro.3 Efectivamente, dichas condiciones eran comunes en los
acuerdos entre el FMI y los gobiernos latinoamericanos y asiáticos; no obstante Brasil se
había negado a aceptarlas, sirviendo de modelo para los sectores más nacionalistas y
para los partidos de izquierda en Chile.

Primeras Escaramuzas

El compromiso del gobierno con el FMI dio lugar, casi de inmediato, a una acusa­
ción constitucional contra el Ministro de Hacienda, Roberto Vergara Herrera, por no de­
fender la dignidad y honor nacional de Chile y, en términos constitucionales, “por haber
comprometido gravemente la seguridad económica y el honor de la Nación”.4 La acusa­
ción fue presentada por diputados del Partido Comunista y del Partido Socialista. Como
en casi todas las instancias de acusaciones constitucionales en el pasado (y de las muchas
que habrían durante la administración de 1958-1964), los acusadores sabían de antema­
no que el Congreso rechazaría su iniciativa. En el caso del Ministro Vergara, la Comisión
informante recomendó su rechazo por la unanimidad de sus miembros, por carecer de
fundamento jurídico y por no haber infracción alguna a la Constitución.5 El diputado
informante les señaló a sus colegisladores que numerosos países se habían sometido “exac­
tamente a las mismas condiciones que Chile, por cuanto también sus respectivos Parla­
mentos aprobaron o ratificaron ese Convenio Internacional”.6 Para los diputados
acusadores, sin embargo, el punto era otro: denunciar las políticas y sacar a la luz del día
«la verdad» sobre la humillante dependencia de Chile y su gobierno de un poder extran­
jero y, revelar al país las consecuencias políticas y socioeconómicas del modelo de «desa­
rrollo» concebido por el gobierno. El diputado comunista, José Cademártori afirmó:
“Creo que el debate habido con motivo de la acusación constitucional deducida en
contra del señor Ministro de Hacienda, Economía y Minería, pasará seguramente al

3 Véase Barbara Stallings, Class Conflict and Economic Development in Chile, 1958-1973, Stanford: Stanford
University Press, 1978: 76-96.
* Cámara de Diputados, sesión 10a. de 30 de junio de 1959: 821-825.
5 El informe, con las interrupciones de varios diputados se encuentra en Cámara de Diputados, sesión 21a. de
7 de julio de 1959:1345-1361.
6 Ibid: 1355.

201
recuerdo de todos por el resultado de su votación. Pero lo que no pasará tan fácilmente
al recuerdo es el documento que ha servido de base de esta acusación, o sea la carta que
el señor Ministro de Hacienda escribiera al señor Director Ejecutivo del Fondo Moneta­
rio Internacional.
...esta acusación tiene, entonces, el gran mérito de haber hecho de esta carta un docu­
mento público, porque a pesar de las reiteradas peticiones de los Honorables Senadores
para que el Gobierno enviara una copia refrendada de ella a esa rama del Congreso
Nacional, siempre se mantuvo en secreto.
...Sin embargo, en un documento que se mantuvo secreto, sí que dio cuenta, en forma
sigilosa y detallada, al Fondo Monetario Internacional, que se ha convertido en un
instrumento de intromisión en nuestros asuntos económicos, hasta de los más insigni­
ficantes aspectos de la futura gestión económica del gobierno, hasta el extremo de ex­
poner las tasas de descuento, los niveles del Presupuesto, las cifras de colocación, etc.,
antecedentes que le negó reiteradamente al Congreso y al país.
...Por estas razones, porque consideramos que se ha comprometido gravemente el ho­
nor de la Nación y se han transgredido gravemente la Constitución y las leyes, votamos
afirmativamente esta acusación”.7
No faltó tampoco algún diputado que trajera a la memoria las acusaciones consti­
tucionales pasadas. El diputado José Foncea alegaba:
“La facultad otorgada por la Constitución Pública, de acusar a los Ministros de Esta­
do, ha sido siempre ejercitada con un criterio político y partidista, lo que en definitiva
ha provocado su desprestigio.
No se trata de resolver las acusaciones con espíritu de justicia; no se trata de sancionar
al culpable y de absolver al inocente.
...el Ministro señor Salas Romo, a raíz de los hechos más vergonzosos ocurridos en
Chile, el asesinato a mansalva cometido por chacales en la «Torre de Sangre», a escasos
pasos de su despacho... fue declarado inocente porque la mayoría imperante en esa
época, no escuchó razones ni siquiera la voz indignada de todo un pueblo que reclama­
ba una sanción.
En cambio, cuando el acusado carece de mayoría oficialista, su suerte está sellada de
antemano, como ocurrió en el caso de nuestro distinguido correligionario don Carlos
Montero Schmidt, en contra de quien prosperó una acusación constitucional no obs­
tante su falta absoluta de fundamentos.

Cámara de Diputados, sesión 25a. de 8 de julio de 1959:1501-1502.

202
El señor Ministro de Hacienda, Minería y Economía, don Roberto Vergara Herrera,
será absuelto por una abrumadora mayoría, pero la opinión pública debe saber que
ello no es consecuencia de la falta de fundamento... Voto que sí”.8
Es decir, la acusación constitucional servía de foro de denuncia y para que la
opinión pública supiera «la verdad». Era un instrumento de oposición política, una ma­
nera de poner al gobierno en la necesidad de defender sus políticas y actuaciones a la luz
del día. Las acusaciones habían sido un recurso de la oposición contra los gobiernos,
desde 1926 cuando se entablara una acusación contra el Ministro del Interior.
Desde luego, a veces este instrumento se usaba de manera inconsecuente y arbi­
traria. Como era foro nacional, los legisladores a veces dramatizaban, como lo demostró
la intervención del diputado socialista Mario Palestro, durante los debates en 1959. Palestra
fue un poco más metafórico que el diputado Cademártori. Protestaba por las políticas del
gobierno que “significará[n] mayor miseria y mayor desesperanza para los hombres y
mujeres modestos de Chile”.9 Así fundamentó su voto a favor de la acusación y en contra
del recorrido del Ministro de Hacienda a una serie de países «en la operación poruña»,
en la «operación mendicidad», en la «operación limosna»...“pidiendo dinero para cos­
tear negocios particulares...”.10
La acusación contra el Ministro Vergara Herrera fue rechazada en la Cámara de
Diputados por una votación de 71 contra 15 y una abstención. Pero obviamente las medi­
das «tecnocráticas», dependientes del financiamiento externo, no estuvieron por encima
de la política, como insistía Alessandri, sino que eran un paquete al que se opondrían,
dentro de lo posible, la izquierda y la Democracia Cristiana mientras fuera defendido,
dentro de lo conveniente, por los partidos y gremios de derecha. El desenlace llevaría al
país a terrenos desconocidos, pero eso no era predecible en 1958.
Mientras tanto, la táctica de usar las acusaciones constitucionales contra los mi­
nistros de Estado, como manera de protestar por políticas coyunturales, de buscar «la
verdad» o al menos para presionar al gobierno, para conseguir información reservada,
para traer a colación la historia olvidada y para cobrar los pecados del pasado, se manten­
dría. En enero de 1960, se acusó de nuevo al Ministro Vergara y también al Ministro de
Obras Públicas, Pablo Pérez Zañartu, por infracciones a la Ley 11.828 (Fondo del Cobre),
por incumplimiento de la Ley 13.620 (referente a la manera de implementar el plan de
obras públicas en los departamentos de Iquique y Pisagua, de la ley de presupuestos de
1959 y de la Ley 12.858 (referente a los derechos aduaneros y libre importación de diver­
sas mercaderías en las provincias de Tarapacá, Antofagasta y en el departamento de

8 Ibid: 1504.
9 Ibid: 1505.
10 Ibid: 1507.

203
Chañaral).11 La Comisión informante, después de un detallado análisis de cada capítulo
de la acusación, recomendó a la Cámara aprobar la acusación constitucional contra los
dos ministros referente a algunos de los capítulos y rechazar los demás.12
Varios diputados de los partidos que apoyaban al gobierno se quejaban de las
minucias y de la trivialidad de gran parte de la acusación, basándose en fallas menores,
en el cumplimiento de una o otra provisión que venía siendo «una cuestión meramente
formal» o hasta un «error de redacción».13 No obstante, los debates sobre la acusación no
se limitaban a los temas jurídicos y «formales», sino que se llevaron a la Sala los temas
coyunturales e históricos de la cuestión social, de las huelgas en el norte, de la manera en
que, como lo expusiera el diputado José Oyarce, “la población en el norte, al defender sus
legítimos intereses y derechos atropellados por los ministros acusados, no adopta una
conducta egoísta, puesto que al defenderse a sí misma está defendiendo las convenien­
cias generales de la Nación”.14
El diputado Florencio Galleguillos, del nuevo Partido Socialista Democrático, fun­
damentó su voto a favor de la acusación diciendo que el gobierno había dejado en un
estado de «abandono y postergación» al norte del país y que veía en su política, un «cesa-
rismo». Agregó que “el incumplimiento de algunas leyes en una importante región del
país es síntoma peligroso, que es necesario atajar» y que, «se hace indispensable una
rectificación de rumbos del gobierno, si quiere preservar la paz social... muchos hechos se
podrían analizar que revelan que la política llamada de «libre empresa», «liberal» o
«progresista»- no sé los términos exactos, porque se le dan distintos nombres- es absolu­
tamente peligrosa para el futuro de Chile”.15
Las acusaciones constitucionales contra los dos ministros fueron rechazadas por
mayorías amplias, en el caso de Pérez Zañartu, 35 a favor, 81 en contra y 6 abstenciones;
en el caso de Vergara Herrera, 38 a favor, 81 por la negativa y 6 abstenciones. Sin embar­
go, con las tres acusaciones constitucionales de 1959-60, se había emprendido una guerri­
lla política que no cesaría durante todo el período de Jorge Alessandri.

La coyuntura 1958-1961

Según Germán Urzúa, en 1958 el electorado chileno buscaba “una especie de idea
de ‘patria potestad’ política,... que lleva a identificarse con aquellos dirigentes que les

Cámara de Diputados, sesión 29a. de 6 de enero de 1960:1627-1632.


Cámara de Diputados, sesión 30a. de 12 de enero de 1960:1689-1698.
El diputado Guillermo Donoso, ibid: 1851.
Ibid: 1886.
Ibid: 1807.

204
aseguren, sirviéndoles de aval, sus actos pasados, tranquilidad, seguridad para sí y los
suyos aun cuando ello se obtenga con ciertos sacrificios y durezas”.16 Es posible que ese
fuera el anhelo del 32% de votantes que favorecieron a Alessandri, pero es dudoso que
hubiera sido así para los ciudadanos que habían apoyado al FRAP y hasta para la Demo­
cracia Cristiana, que, sumados, conquistaron casi el 50% del electorado.
De hecho, en la elección presidencial, los cambios electorales más notable desde
los comicios de 1952, fueron el impresionante 28,8% conseguido por el candidato del
FRAP, Salvador Allende, comparado con el 5% en 1952 y, la imposibilidad de los partidos
tradicionales de derecha de conseguir un tercio de los votos. Por su parte, la Democracia
Cristiana, con 20.7% de los votos, superó al Partido Radical (15.6%).
Tanto las consignas de la campaña de Eduardo Frei como las de Salvador Allende
proponían cambios profundos en el sistema político, económico y social, incluso la nacio­
nalización del cobre o su mayor contribución al desarrollo nacional mediante impuestos
más altos, una redistribución progresiva del ingreso nacional, una reforma agraria y un
expandido papel para el Estado en la economía. Así, casi la mitad de los votantes apoya­
ban políticas reformistas, comunitarias o revolucionarias y no el antipoliticismo de
Alessandri.
La victoria de Alessandri requería el apoyo de los votos radicales en el Congreso,
aunque el Partido Radical no participaría en el gabinete hasta mediados de 1961. No se
podía disfrazar la erosión política de los partidos tradicionales ni la demanda social cre­
ciente por «cambios». Esta demanda se haría más intensa después de 1959, con la in­
fluencia de la Revolución Cubana.17 Las cenizas históricas que ardían desde 1932, con
estas condiciones podrían volver a encender la leña seca, influidos por las tomas de terre­
nos urbanos, por la creciente ideologización y organización de los grupos que exigían
«cambios», la expansión del electorado, la pérdida del control de los partidos de derecha
sobre el electorado campesino y por la gran atracción de una revolución nacionalista y
antiimperialista, como era la cubana.
En 1960 hubo un terremoto catastrófico en el sur del país, en Valdivia. El presi­
dente había declarado la zona devastada en «estado de emergencia», nombrando al Ge­
neral Alfonso Cañas Ruiz-Tagle como jefe de la zona e intendente de la provincia. La
población agradeció la administración militar, la que se dedicó a la tarea de restaurar los
servicios públicos en la zona y reiniciar la actividad económica.

16 Germán Urzúa Valenzuela, Los partidos políticos chilenos. Las fuerzas políticas, Santiago: Editorial Jurídica
de Chile, 1968: 202.
17 Para los tipos de «violencia política popular» y la historia de su desarrollo véase Gabriel Salazar, La
violencia en Chile, Violencia política popular en las «grandes alamedas», Santiago de Chile 1947-1987, Santia­
go: Sur, 1990.

205
El 4 de julio de 1960 el gobierno promulgó la Ley 13.959, que estableció diversas
disposiciones de carácter jurídico en favor de los damnificados por los sismos de la zona
sur.18 Dentro de esta ley, casi inadvertidamente, se incluyó una modificación a la Ley de
Seguridad Interior del Estado que establecía: “En caso de calamidad pública el Presidente
de la República podrá declarar el estado de emergencia para la zona afectada, por una sola
vez y hasta por un plazo de seis meses”. Declarada la «calamidad pública», entraron en
escena las Fuerzas Armadas y de Orden. ¿Habría pensado algún legislador, en julio de
1960, que las calamidades públicas podrían ser también de origen político y sindical? ¿Quién
se hubiera imaginado que, mediante una ley para resolver las necesidades de los afectados
por el terremoto, se había ampliado la potencial influencia militar en tiempos de emergen­
cia? ¿Hubiera sido posible predecir que, pocos años después, los movimientos huelguísticos
en los minerales cupríferos serían declarados una «calamidad pública», como los de 1965 y
de 1966, implantando así la jurisdicción militar sobre la población civil?
En su discurso al Congreso, el 21 de mayo de 1961, un año después del devastador
terremoto, el Presidente Alessandri hizo la tradicional apelación a la «unidad nacional».
Alessandri predicaba la «unidad nacional» para enfrentar tanto el fenómeno telúrico como
el político. Era el llamado habitual de los presidentes de Chile ante los cataclismos provo­
cados por la naturaleza y por los adversarios del gobierno. Pero la unidad nacional no se
conseguía y, según el general Carlos Molina Johnson, la obra eficiente de las fuerzas milita­
res “no impid[ió] el retomo de las agitaciones sociales que el país ya conoció en el período
anterior, las que [fueron] impulsadas en forma especial y permanente por el Partido Comu­
nista, que volvió a la legalidad a fines del gobierno de Ibáñez”.19
El Presidente Alessandri se refirió también a la «agitación», en su discurso del 21
de mayo de 1961, como “una muestra palpable de la inexistencia de la necesaria unidad
nacional”.20 La siempre anhelada «unidad» se encontraba obstaculizada, como lo había
sido desde 1828, por las visiones antagónicas y las utopías no compartidas. Ahora, el sue­
ño-pesadilla de la Revolución Cubana, como modelo para América Latina y Chile, impedía
aún más su realización. Según el diario conservador, La Unión, en 1962: “el país es escena­
rio en distintas partes de su territorio de focos de abierta insurrección por parte de los
campesinos... siendo utilizados por los políticos especialmente marxistas...”.21 Es de supo­
ner que el uso de las palabras «focos» e «insurrección» no era casual, ya que el Che Guevara

18 Hubo debates técnicos sobre varios incisos del proyecto de ley así como también algunos intercambios
más «políticos» referentes a los sectores potencialmente beneficiados por las medidas propuestas. Véase
Senado, sesión 7a. de 14 de junio de 1960; 8a. de 15 de junio de 1960; lia. de 28 de junio de 1960; 12a. de
28 de junio de 1960; 13a. de 1 de julio de 1960; Cámara de Diputados, sesión 8a. de 21 de junio de 1960; lia.
de 24 de junio de 1960.
19 Carlos Molina Johnson, Chile: Los militares y la política, Santiago: Editorial Andrés Bello, 1989:140.
20 Mensaje de S.E. el Presidente de la República al Congreso Nacional, 21 de mayo de 1961: 40.
21 La Unión, editorial de 21 de marzo de 1962.

206
había publicado su libro, Guerra de guerrillas, en el que abogaba por la necesidad de efec­
tuar «la revolución» en América Latina, encendida por un «foco» guerrillero en el campo.
Manejar esta coyuntura sería un desafío poco grato para el «gran ingeniero» Jorge
Alessandri. Después de cinco años frustrantes y con una tasa de inflación de nuevo en
ascenso, el Presidente Alessandri, en su mensaje al país en mayo de 1963, amonestaría:
“Un hondo imperativo patriótico me impulsa a prevenir a los sembradores de ilusiones
y quimeras, que es un juego peligroso exponerse a llevar el alma de las multitudes -y
especialmente de la juventud- de un paraíso prometido, a la duda primero y muy
pronto a la más cruel decepción”.22
Visto retrospectivamente, para muchos chilenos el gobierno de Jorge Alessandri
produce cierta nostalgia, al admirar la vida austera del Primer Mandatario. A la vez,
prevalece un cierto grado de amnesia referente a la disolución de las bases de la estabili­
dad institucional durante su mandato: la derecha perdió su control sobre el Congreso y
sobre el electorado del campo; el sistema de partidos políticos se polarizaba de manera
que se imposibilitaban las transacciones históricas; la lucha sindical partidista seguía
intensificándose, utilizando modalidades de violencia política popular que atemorizaban
episódicamente al país, desde abril de 1957.23 Bajo presión de los Estados Unidos se
promulgó una ley de reforma agraria y una reforma constitucional que erosionaban leve­
mente el derecho tradicional de la propiedad privada; los discursos y las utopías antagó­
nicas empujaban al sistema político hacia una ruptura no experimentada desde 1932; la
capacidad de la vía chilena de reconciliación política para evitar el quiebre se debilitaba.
Nada de eso hacía que la ruptura fuera inevitable en ese momento, ni menos que
el desenlace llevara ineludiblemente al quiebre violento en 1973. Por primera vez desde
1932, durante el gobierno de Jorge Alessandri no hubo acusaciones constitucionales con­
tra el Ministro del Interior (a pesar de presentarse varias acusaciones contra otros minis­
tros) ni se recurrió a las facultades extraordinarias para gobernar al país. Tampoco hubo
ninguna conspiración cívico-militar significativa, ni rumores serios de un golpe de Esta­
do, aunque sí hubo necesidad de amnistiar a unos marineros de la Escuela de Ingeniería
de la Armada, por el delito de “negar [se] a concurrir al comedor a la hora de almuerzo”en

22 Citado en Molina Johnson (1989): 141.


23 El creciente miedo que infiltraba la clase media, principalmente, en los barrios de la plaza Italia «pa’
arriba» con la amenaza de «la revolución» en los 1960, respecto a una insurrección generalizada de los
«rotos» y «la chusma» se reflejaba dramáticamente en la obra de teatro, “Los invasores” de José Egon
Wolff. Estrenada en 1963, en el Teatro Antonio Varas, por el Instituto de Teatro de la Universidad de Chile,
“en un momento político y social de gran significación;... existía un cierto consenso en la necesidad de
revertir las situaciones de miseria e injusticias que exhibían los distintos países del continente latinoame­
ricano. ...Los invasores fue algo así como una campanada de alarma sobre aquello que podría ocurrir en
caso de no variarse esencialmente esta situación”. Juan Andrés Piña, ed. Los Invasores. José, 2a. ed. Santia­
go: Pehuén, 1995:168.

207
mayo de 1961. Los sucesos que dieron origen a esta amnistía son reveladores y los deba­
tes, prácticamente olvidados, recordaban casi todas las amnistías del siglo XX y presagia­
ban la gravedad de cualquier «indisciplina» militar.
En sus intervenciones discursivas sobre la amnistía de 1961, el futuro presidente
Salvador Allende, advertía a los senadores que apoyaban al gobierno sobre las conse­
cuencias de oponerse o de retrasar la amnistía, mientras el senador Radomiro Tomic
(demócratacristiano) explicaba las consecuencias jurídicas y prácticas de la amnistía sobre
la verdad y la justicia. En este sentido, acontecimientos de menor importancia, que traje­
ron a colación la necesidad de un nuevo proyecto de amnistía, crearon también condicio­
nes para presentar otra acusación constitucional.

Amnistía de 1961.

Según el informe de la comisión informante del Senado que investigó los sucesos
en la Escuela de Ingeniería de la Armada, el día previo a tales hechos, el Director de la
Escuela fue «confidencialmente informado» que el personal del establecimiento no al­
morzaría al día siguiente, en señal de protesta por asuntos concernientes al régimen
interior de la Escuela. El personal fue exhortado para que no efectuara tal acto de indis­
ciplina y para que formularan sus reclamos o sugerencias «de acuerdo con el procedi­
miento regular». No obstante, 74 hombres mantuvieron la posición de rebeldía, «adu­
ciendo que lo hacían por motivos de salud o por el simple deseo de no ingerir alimentos».
Los 74 fueron arrestados y conducidos a otra repartición naval, donde fueron sometidos a
sumario administrativo. Al día siguiente, 12 de mayo, 61 alumnos se negaron a asistir a
clases como un acto de protesta; fueron separados de la Escuela y puestos a disposición
del Fiscal Naval. Los últimos hechos dieron lugar a dos procesos en el Juzgado Naval de
Valparaíso, el proceso N. 2.419, por el delito de incumplimiento de deberes militares y el
2.424 por sedición o motín.
El debate sobre el proyecto de ley de amnistía, introducido por moción de los
senadores Salvador Allende, Jaime Barros, Luis Bossay y Radomiro Tomic, tuvo sus
momentos serios pero también algunos más livianos. El promedio de edad de los marinos
era de 21 años y pocos senadores dieron importancia a los hechos en sí, sino más bien a
las posibles implicancias de este suceso para la disciplina militar. Cuando el senador
informante, Bernardo Larraín, dejaba constancia que la Food and Agriculture
Organizaron- FAO - había declarado que la alimentación dada en la Marina de Chile era
excelente, el senador Aniceto Rodríguez interrumpió: «Estarían sobrealimentados y que­
rían dejar de comer». El senador Fernando Alessandri trajo al debate un informe reser­
vado relativo a una encuesta sobre nutrición de las Fuerzas Armadas y la población civil

208
de Chile, realizado por un grupo de investigación chileno norteamericano, entre el 20 de
marzo y el 4 de junio de 1960. Recomendó a sus colegas que lo leyeran.24
No obstante la poca gravedad de los hechos, la Comisión informante recomendó no
«echar tierra al delito» porque sería «un grave atentado a la disciplina, uno de los elemen­
tos esenciales de la buena organización de las Fuerzas Armadas». El senador Larraín, rela­
cionó la protesta en la Escuela y el proyecto de ley de amnistía a hechos de mayor trascen­
dencia: “Creemos indispensable mantener esta disciplina, más todavía a luz de los hechos
proporcionados a la Comisión, en el sentido de que ha habido, en los últimos años, especial­
mente desde 1958 en adelante, una serie de incidentes, si no de gran gravedad, indicadores,
al menos, de que hay un movimiento subversivo que pretende minar esta buena organiza­
ción y disciplina de nuestra Marina”.25 La mayoría de la comisión recomendó la aprobación
de la amnistía sólo en el proceso referente a incumplimiento de deberes militares, pero no
en cuanto a sedición y motín (el proceso 2.424). Es preciso tener en cuenta que, en el mo­
mento del debate, habían sido declarados reos 62 individuos por el delito de sedición o
motín, que podían ser castigados con penas desde cinco años y un día de presidio hasta la
pena de muerte, por haber sido cometido en un recinto militar.
El senador Radomiro Tomic comparó la situación con una famiba en que los hijos des­
obedecían una orden, en este caso, «la de almorzar, la de ir al colegio o a la Universidad». Dijo:
“Que pierdan su carrera, que sean expulsados de la escuela, que sean Ucenciados, que ya no
sean lo que querían ser, me parece suficiente, y estimo una barbaridad que estos 62 alumnos,
entre los cuales hay más de 50 muchachos, resulten no sólo castigados de esa manera absoluta­
mente proporcionada -nadie negará que es una severa y severísima sanción-, atendidos los
hechos tal como los conoce el gobierno y los ha informado al Senado, sino que, además, se
pretenda que sufran la pena que media entre cinco años y un día de presidio a muerte”.26*
A eso respondió el senador Fernando Alessandri que “no es eso lo que se desea,
precisamente. Se quiere que se investigue, porque la diferencia está en que, con la amnistía,
se acaba el proceso y hay conveniencia en que se siga investigando, para hacer luz y se sepa
plenamente lo que sucede”.21 El senador Tomic concordó con Alessandri en que “Me hago
cargo de eso, ...insistimos en que se investigara y aceptamos que continuara el proceso
contra los ocho que, sin ser estudiantes -hay entre ellos también estudiantes- aparecen
como instigadores del delito de sedición. No nos oponemos a que se investigue... el
hecho de que se apruebe esta ley de arhnistía no paraliza la investigación; paraliza la
acción penal, naturalmente, pero no la investigación administrativa».28

24 Senado, sesión 43a. de 29 de agosto de 1961:2364-65.


25 Ibid: 2365.
26 Ibid: 2371.
22 Ibid.
28 Ibid: 2372.

209
El senador Pedro Ibáñez objetó que “los actos de indisciplina dentro de las Fuer­
zas Armadas tienen repercusiones imprevisibles para la Nación” y que “no se debía
legislar sin más información sobre los hechos”. El senador Galvarino Palacios respondió
que “se ve que el proceso de la Escuela de Ingenieros de la Armada no obedece a una
consigna, sino que se ha demostrado que lo ocurrido en el seno de ese establecimiento,
que tiene carácter mixto de institución militar y de colegio, no es de la gravedad que se le
atribuyó. De otra manera tendríamos que andar con el revólver en la mano, con el arma al
brazo, ya que querría decir que en todas partes está la subversión en marcha”.29
Pero, como en todos los debates sobre las amnistías en Chile, se había de volver a
«la historia»de la humanidad. El senador Barros recordó que hubo hechos trascendenta­
les en el acorazado Potemkin cuando cierto grupo de marineros “también se negó a reci­
bir alimentos y se sublevó contra los malos tratos de la oficialidad y de la gente de las
clases superiores que existían entonces. Se pretendió fusilarlos a todos, pero los subofi­
ciales se negaron a matarlos. Esa rebelión fue el punto de partida de otro trastorno, que
convulsionó a la humanidad y representó el triunfo del socialismo”.30 Agregó el senador
Allende, que dijo haber redactado gran parte de la moción del proyecto de amnistía:
“Nos interesa cautelar la marcha regular de nuestras Instituciones Armadas. Por eso,
también con sentido humano, salió de esas bancas, antes de ninguna otra parte, aun­
que lo quiera desconocer el ciudadano Presidente de la República, la preocupación por
la realidad económica y social de los miembros de las Fuerzas Armadas en servicio
activo y en retiro.
Otra cosa es hacer creer, con palabras campanudas, que, en realidad, si no hubo motín
a bordo, lo hubo en cuartel. Y, lo que es más lamentable todavía, esto viene a culminar
la especie de psicosis que, desde hace algún tiempo, han creado la prensa y el gobierno.
¿Qué explicación valedera han dado quienes acordaron suprimir la sesión especial de
esta tarde, en la cual los senadores de estas bancas deseábamos dar a conocer al país lo
del complot que estaba en marcha, que abortó o que el Gobierno denunció? ¿No creen
Sus Señorías que en una democracia existe la obligación de informar al País, sobre todo
cuando se le ha conmovido y sacudido con declaraciones de Ministros de Estado... cuan­
do estamos viviendo la incertidumbre trágica de aquellos que están complotando con­
tra las instituciones republicanas y democráticas?Es decir, la vida de la República ha
estado en peligro; pero no se ha querido, no se ha deseado, no se ha tenido interés por
que esta tarde el señor Ministro del Interior diera los antecedentes necesarios, explica­
ra al País lo ocurrido y nos permitiera a nosotros llevarlo a defender al Gobierno de este
autocomplot.

Ibid: 2373.
Ibid: 2275.

210
...A mi modo de ver, esto es de una gravedad extraordinaria.
Incluso, al tratar de vincular, directa o indirectamente, lo ocurrido en la Escuela de
Ingeniería Naval con otros hechos, que se mantienen en la oscuridad y en la duda porque
la mayoría del Senado no desea saber la verdad o porque el gobierno no tiene qué decir al
País, me parece muy grave desde el punto de vista nacional e internacional.
...Sin embargo, implacablemente, con sentido de clase, se pretende aquí negar la am­
nistía, en circunstancias de que, como lo ha hecho notar el compañero senador Jaime
Barros, con profundo sentido humano y antecedentes irrefutables, este mismo Senado
y muchos de los hombres que están aquí, o estuvieron antes, votaron amnistías, ¡y
caramba para qué delitos! Los que dieron amnistía a quienes ‘repasaron’ a los rendi­
dos en el Seguro Obrero ¿qué autoridad tienen para negarse hoy a ésta? ¿Qué autori­
dad pueden tener los que amnistiaron a los asaltantes de la imprenta Horizonte, cuan­
do yo, en el Senado y en esta misma banca, traje fotografías y demostré hasta la sacie­
dad que había advertido al jefe de esa tropa - un capitán de apellido Smith, me pare­
ce- de la inminencia de este atentado contra lo que Sus Señorías tanto defienden, el
derecho de propiedad privada, que deja de ser tal cuando se trata de bienes del Partido
Comunista? Aprobaron la amnistía de ladrones que hurtaron inclusive elementos de
trabajo. ¡Para esos hay amnistía! ¡Para ésos, no hay mayor tiempo para investigacio­
nes! ¡Para ésos, el manto de la impunidad! ¡Para estos otros, que son jóvenes, la san­
ción inmisericorde!
...Sí, señores Senadores; ustedes son mayoría... Sin embargo, creo que, al proceder así,
están contribuyendo a exagerar un brutal sentido de injusticia, que, tarde o temprano,
podráng sentir ustedes mismos sobre su frente y sus espaldas. Nada más”.31
Sumando sus argumentos a los de Allende, el senador Aniceto Rodríguez del
Partido Socialista, afirmó que
“Se ha hecho norma en el Senado proceder con criterio de clase. Cuando se trata de indul­
tar o de conceder amnistía a verdaderos asaltantes públicos de la propiedad, siempre existe
premura para liberar de sanciones a esos hechores. En cambio, cuando se trata de personas
que no incurrieron es esos delitos comunes, sino que se negaron a recibir una mala alimen­
tación y, a concurrir a clases, como protesta por el trato descomedido de algunos oficiales,
entonces sí que el Congreso procede con lentitud para conceder la amnistía”.32
El senador Tomás Pablo (demócratacristiano) fue más atrás:
“Se ha traído a colación, por ejemplo, la rebelión de la Armada, el año 1931. Aún
cuando en este momento se me escapan los nombres de las personas que, favorecidas

Ibid: 2377.
Ibid: 2380.

211
con una amnistía, después, durante la segunda Administración de don Arturo Alessandri
Palma, ocuparon importantes cargos administrativos (e inclusive algunos se desempe­
ñaron dentro del Ministerio de Defensa Nacional) podría traerlos. En todo caso, nos
corresponde ahora proceder con equidad... Por tales razones, en compañía del Honora­
ble señor Tomic, hemos presentado una indicación para amnistiar también a quienes
están procesados por el delito de sedición o motín, siempre que sean estudiantes de la
Escuela. El caso de otras personas, sindicadas como instigadores, que se siga investi­
gando”.33
El senador Julio von Miihlenbrock del Partido Liberal le contestó a Tomic con las
palabras de Diego Portales: “Chile será una gran democracia y una gran nación mientras
el principal resorte de la máquina esté en su lugar: la disciplina, el concepto del cumpli­
miento del deber... Estamos juzgando a soldados de la República, estamos frente a hom­
bres que visten un uniforme... Admito el espíritu de turbulencia que caracteriza a la
juventud, el afán de innovar del estudiante en las universidades. Acepto la huelga, la
lucha en las calles, en el gran problema social. Pero las Fuerzas Armadas están integradas
de distinta manera...”.34 Interrumpió el senador Salomón Corbalán: “Cuando visitan a los
cuarteles para invitar a las Fuerzas Armadas a deliberar, no se piensa en lo mismo”.35
El senador von Miihlenbrock no aflojaba y las interrupciones de Allende, Corbalán
y otros eran premonitorias:
“Supongamos que en el día de mañana las Fuerzas Armadas deliberan y se rompiera
el sentido de jerarquía, y de la disciplina.
¡En qué pie quedaría la oficialidad de la Armada! Eso ocurriría si nosotros acordára­
mos una amnistía considerando única y exclusivamente el aspecto sentimental y hu­
mano y no lo básico, lo fundamental, lo supremo: ellas son la base de la República;
ellas son las depositarías del orden público; ellas tiene que obedecer sin deliberar.
Yo pregunto a mis Honorables colegas de los partidos de Izquierda, si mañana ellos
llegaran democráticamente al Poder, su actitud sería distinta?
Allende: De eso no hay dudas.
Corbalán: Al otro día usted estaría conspirando.
Von M.: ¡Qué transformación operaría en Sus Señorías...!
Corbalán: ¡Al otro día estaría conspirando Su Señoría, como lo hizo ya con Aríosto
Herrera! [en el golpe fallido de 1939].

Ibid: 2381.
Ibid: 2383.
Ibid.

212
Videla L.: Llamo al orden al señor senador.
Von M.: Las Instituciones Armadas de la República tienen sus deberes en nuestra de­
mocracia. Y si Su Señoría no es capaz de pensar de esa manera, quiere decir que no es
demócrata, como pretende serlo.
Corbalán: ¡Su Señoría olvidó su pasado fascista!.36
Videla L.: ¡Llamo al orden al señor Senador!
Corbalán: El Honorable señor von Mühlenbrock tiene mala memoria; pero nosotros
nos acordamos todavía.
Von M.: Si ser partidario del cumplimiento del deber y hablar de disciplina significa
ser fascista, entonces soy fascista.
Rodríguez: Lecciones de democracia no nos dé usted, señor Senador.
Von M.: No pretendo dar lecciones de democracia. Vengo de la Cámara de Diputados
después de ocho años de luchar...
Corbalán: Y de conspirar.
Von M.: (Después de varios intercambios)...Quiero terminar mi intervención de buena
voluntad, rogando al Senado que acuerde enviar esta materia a Comisión, que se trate
de conseguir los verdaderos datos que faltan en el informe y que lo votemos el próximo
martes.
Quinteros: No hay acuerdo”.37
En la votación que siguió hubo tres corrientes principales: los que no querían
amnistía alguna; los que querían amnistiar a «los estudiantes» por indisciplina pero no a
los «instigadores» y a los encargados reos de sedición o motín; los que querían una am­
nistía amplia, encabezada esta última por los senadores socialistas y algunos radicales. Al
fundamentar sus votos, los senadores volvieron al pasado, a recordar las amnistías ante­
riores y reavivar la memoria histórica en la sala. El senador Allende, sobre todo, enfatizó
el pasado, para entender el presente:
“Cuando estaba el Honorable senador liberal y hoy Ministro de Educación, señor Moore,
yo le recordaba su célebre discurso sobre la democracia intervenida, pronunciado cuando
era Diputado junto conmigo, cuando defendió el ‘ariostazo’. ¡Porque entonces sí la
democracia tiene dimensiones, niveles, apellidos, cuando les conviene intervenirla! Pero
la realidad es que la democracia debe ser una. Y quienes han amnistiado a delincuen­

36 En otro momento del debate Allende caracterizó a von Mühlenbrock como “alumno del señor González
von Marees, líder del nazismo chileno y luego dirigente del Partido Liberal”. Ibid: 2391.
37 Senado, sesión 43a. del 29 de agosto de 1961: 2382-2384.

213
tes, autores de delitos comunes y de atropellos a la propiedad privada, y a los responsa­
bles del Seguro Obrero, a mi juicio no tienen autoridadpara negar la actual amnistía”.38
Pero el senador Larraín, que favorecía una amnistía limitada, propiciada por la
Comisión informante, no aceptaría la moción de Allende y los otros para una amnistía
más amplia: “los autores de la moción, al parecer, quisieron echarle tierra a todo el proce­
so, terminar con la investigación y tender el manto del olvido sobre los verdaderos res­
ponsables de la campaña ininterrumpida de socavamiento de la disciplina en nuestras
Fuerzas Armadas”. En el caso de los estudiantes de Ingeniería de la Escuela Naval, la
derecha política no quiso echarle tierra a todo el proceso; querían seguir con la investiga­
ción, saber la verdad de los hechos, «antes de tender el manto del olvido sobre los verda­
deros responsables».39 El Senado, por escasa mayoría aceptó la amnistía limitada y
rechazó la más amplia, conque el senador Ampuero preguntó, retóricamente, «¿Y el
perdón que predicaba Cristo, dónde queda?».40
En septiembre de 1961, la Cámara de Diputados escuchó el informe de la Comi­
sión respectiva que consideraba el proyecto de amnistía aprobado en el Senado. La comi­
sión de la Cámara recomendó una amnistía amplia, que cubriera a todo el personal de la
Escuela que hubiera sido procesado por los delitos de sedición o de incumplimiento de
deberes militares, cometidos en el recinto de la Escuela, en el mes de mayo de 1961.41 Los
debates en la Cámara enfocaban la necesidad de reformar el Código de Justicia Militar
en relación con las penas en «tiempos de paz» y también respecto a la falta de garantías
y derechos «elementales» para los procesados. Todos los miembros de la comisión infor­
mante dijeron reconocer la importancia de la disciplina militar, pero también que este
asunto se resolviera, según el diputado Florencio Galleguillos, «en vista del clamor popu­
lar que existe en torno a este asunto».42 El diputado Volodia Teitelboim fue más atrás en
la historia del país que sus otros colegas en el Senado, trayendo a la memoria el hecho de
que “hubo una gran sedición y motín en la Armada, en 1891, contra el Poder legítimo de
la República, y que en lugar de ser juzgados sus autores, por la draconiana justicia militar,
fue premiado, uno de ellos, por lo menos, con la Presidencia de la República, y los demás
con el laurel de los triunfadores, de una victoria trágica que torció infortunadamente el
rumbo histórico de nuestro país”. Teitelboim también les recordó la amnistía de 1857, pro­
puesta por el ultramontano Juan de Dios Correa, opositor a Manuel Montt, pero eventual­
mente decretada en forma más amplia que la propiciada por el entonces presidente.43

Ibid: 2391-92.
Ibid: 2392.
Ibid: 2397.
Cámara de Diputados, sesión 60a. del 5 de septiembre de 1961: 4037-38.
Cámara de Diputados, sesión 66a. del 13 de septiembre de 1961:4605.
Ibid: 4615.

214
Antes de terminar el debate en la Cámara, fueron recordadas de nuevo las amnis­
tías e indultos por la masacre en la Caja del Seguro Obrero. Los distintos oradores comen­
taron las opiniones vertidas por el Partido Conservador, el Partido Radical, el Partido
Socialista y otros en aquel debate. El Partido Liberal dijo favorecer una amnistía parcial,
que no incluyera a los «provocadores de este motín», pero sí a los «meros ejecutores».44
Esta indicación, apoyada por los comités conservador, liberal y radical, fue aprobada por
67 votos contra 6. Los comités demócratacristiano, socialista y comunista solicitaron que
se omitiera el trámite de segundo informe, petición que fue aprobada por 49 votos contra
25, a pesar de no completar los dos tercios necesarios para prescindir del trámite de
segundo informe. Sin embargo, poco tiempo después tal acuerdo fue conseguido por
aclamación.45
Devuelto al Senado, el proyecto de ley de amnistía, fue aprobado casi sin debate.
La ley fue publicada en el Diario Oficial, el 16 de septiembre de 1961.

Ley de Amnistía, 14.629

«Artículo único. Concédese amnistía, a las personas inculpadas en el proceso 2.419,


que conoce el Juzgado Naval de Valparaíso, por el delito de incumplimiento de deberes
militares, cometido en el recinto de la Escuela de Ingeniería Naval de la Armada en el
mes de mayo de 1961.
La amnistía se extenderá también a los inculpados en el proceso 2.424, por sedición o
motín, incoado como consecuencia de los mismos hechos, siempre que tengan la cali­
dad de meros ejecutores del delito, de acuerdo con lo prevenido en el artículo 272 del
Código de Justicia Militar (1003)”.46
Fue así como unos sucesos de menor importancia, en sí, dieron lugar a debates acalo­
rados y agrios en el Senado y en la Cámara de Diputados. De una «rebelión» de estudiantes
militares en Valparaíso, se había llegado a reavivar las cenizas que estaban permanentemen­
te ardiendo, cobrándose los muertos, las masacres, las represiones y las impunidades, desde
1851 hasta la violencia urbana de abril de 1957. Todo eso, para amnistiar a los estudiantes de
la Escuela de Ingeniería Naval de la Armada que se negaron a almorzar y que, para protestar
por las medidas disciplinarias impuestas, ho asistieron a sus clases.

44 Ibid: 4621.
45 Cámara de Diputados, sesión 67a. del 13 de septiembre de 1961:4656-57.
46 (1003) Artículo 272. Los militares que, en número de cuatro o más, rehúsen obediencia a sus superiores,
hagan reclamaciones o peticiones irrespetuosas o en tumulto, o se resistan a cumplir con sus deberes
militaros, serán castigados como responsables de sedición o motín. (Lo que sigue define las penas para los
«meros ejecutores» y el «que lleve la voz o se ponga al frente de la sedición, los promotores», etc.).

215
El Marco Político: 1958-1964

Pese a lo dicho, en los debates sobre la disciplina militar y las referencias al peli­
gro de conspiración, en la amnistía para los estudiantes de la Armada en 1961, no había
peligro de ruptura inminente en el sistema. Alessandri no declaró estado de sitio, ni pidió
facultades extraordinarias, ni hubo régimen de excepción, aparte del estado de emergen­
cia declarado con ocasión del terremoto en el sur en 1960. Tal vez todos esperaban las
elecciones de 1964 para cambiar de ruta, pero los conflictos ideológicos, las contiendas
electorales, las acusaciones constitucionales y los conflictos laborales de 1960-1964, no
eran obviamente presagios de una ruptura política, sino, aparentemente, eran «lo mismo
de siempre».
No obstante lo anterior, los conflictos cotidianos, electorales, laborales y calleje­
ros de los años 1958-1964, en el marco de la Guerra Fría, la influencia de la Revolución
Cubana y de la Alianza para el Progreso, desestibaban el barco del Estado y de la socie­
dad chilena. Las bases políticas e instituciones de la continuidad «democrática» se
erosionaban. Las cenizas ardientes se caldeaban.

Los inicios de la «revolución de los gerentes»

El nuevo Presidente, Jorge Alessandri, tomó como tarea fundamental reenergizar


un país que caracterizaba como «semi paralizado». Tenía como metas la reactivación eco­
nómica y la estabilización política. Las primeras medidas aplicadas consistían en una
devaluación, un incremento en las remuneraciones y la flexibilización de las importacio­
nes y los créditos bancarios. En abril de 1959 se promulgó la Ley 13.305, un paquete de
reformas tributarias, aduaneras y fiscales que serían las base de su programa anti-infla-
cionario considerando que la inflación era, en gran parte, un problema de deficiencia de
oferta y de estructura económica.47 A la vez, el equipo económico no aceptaba la ortodo­
xia monetaria de la misión Klein-Saks, ni un papel restringido para el Estado en cuanto
a inversiones productivas y de infraestructura. Un programa de obras públicas y cons­
trucción de viviendas reduciría de manera significativa la tasa de desempleo, recurrien­
do a préstamos externos para financiar muchos de los proyectos. También fueron alzados
los impuestos a la gran minería de cobre.

Para la historia de los ensayos de estabilización desde 1952, véase a Enrique Sierra, Tres ensayos de estabi­
lización en Chile, Santiago: Editorial Universitaria, 1970; Ricardo Ffrench-Davis, Políticas económicas en
Chile, 1952-1970, Santiago: Ediciones Nueva Universidad, 1973.

216
La compleja interrelación entre los componentes de las políticas diseñadas hacía
difícil, si no imposible, mantener el proyecto anti-inflacionario y de reactivación, en el con­
texto de la situación internacional. Después de unos éxitos relativos hasta fines de 1961 (a
pesar de los cuantiosos daños y pérdidas sufridas por el terremoto de mayo de 1960), el
modelo no pudo evitar que hubiera otra fuerte devaluación a fines de 1962, con el retomo de
las aceleradas tasas de inflación.48
Mientras se ensayaban las medidas técnicas del gobierno para llevar a cabo una
«revolución de los gerentes», el mundo político intemo y extemo arrastraba al país hacia
visiones mucho más ideológicas y polarizantes. Crecían las fuerzas políticas de izquierda,
ahora inspiradas en la Revolución Cubana. También incrementaban sus presiones y sus
influencias electorales las fuerzas social cristianas, inspiradas en una visión anticomunista
y antiliberal capitalista, la llamada tercera vía. Se hicieron presentes además las presiones
poco sutiles de los Estados Unidos con la Alianza para el Progreso, infiltrando el sistema
político con el fin de garantizar que «no hubiera más Cubas». Paralelamente, algunos cam­
bios importantes en la Iglesia Católica, en el ámbito global y en Chile en particular, reafir­
maban las enseñanzas de la Doctrina Social, poniéndolas al día, en parte también para
contrarrestar la influencia del marxismo y de la Revolución cubana.
El gobierno de Alessandri, que aspiraba a implementar soluciones modernizantes y
«por encima» de la política partidista, no iba a tener «paz social» ni apoyo sociopolítico
para poder ser consistente en su lucha contra la inflación endémica. Tampoco iba a recurrir
a la fuerza, al menos no en forma prolongada, para imponer sus políticas. De ahí que, desde
las elecciones parlamentarias de marzo de 1961, en las cuales los partidos tradicionales de
derecha perdieron el control del tercio necesario para sostener los vetos del Ejecutivo en el
Congreso, el Presidente Alessandri se viera en la necesidad de abandonar el disfraz de un
gobierno «apolítico» y acceder a las exigencias del Partido Radical, que llegaría a confor­
mar formalmente el gobierno en coalición con los liberales y conservadores.
Antes de entrar al gobierno, el presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN)
del Partido Radical, Raúl Rettig, hizo entrega al Presidente Alessandri de una carpeta
con los acuerdos adoptados en su partido, como condiciones para su participación en la
coalición. Las condiciones eran tanto peticiones de carteras en el gabinete y otros pues­
tos en la administración pública como iniciativas políticas, entre ellas una «reforma agra­
ria». Después de negociaciones a veces ásperas, los radicales entraron al gobierno en
agosto de 1961, permitiéndole a éste continuar con sus políticas económicas, pero provo­
cando una serie de huelgas en todo el país, desde la zona minera del norte hasta los
obreros de la Compañía de Acero del Pacífico en Huachipato. Otros movimientos
huelguísticos afectaron a obreros de Ferrocarriles del Estado y del magisterio.

Sierra (1970): 85.

217
En septiembre se sumaron los mineros del carbón y luego los obreros del salitre. Comen­
tando el paro nacional de 1960 y la ola de huelgas, el Secretario General del Partido
Comunista, Luis Corvalán señaló:
“En el año que acaba de terminar, en 1960, nuestro Partido impulsó enérgicamente los
combates reivindicativos de los trabajadores, como la heroica huelga del carbón, las
huelgas y paros de los trabajadores de la salud, de los profesores, de los ferroviarios, de
los obreros del salitre y del cobre, de los trabajadores de la construcción, la metalurgia
y otras industrias, así como los paros nacionales de 17 de Marzo y del 7 de Noviembre,
convocados por la Central Única. Más todavía, nuestro Partido ha señalado la justa
orientación y ha trabajado de acuerdo a ella, en la presentación de pliegos simultáneos
de peticiones por ramas de la industria, coordinando los movimientos y huelgas... pa­
sando por encima del Código del Trabajo... donde este Código constituye una amarra.
....Nuestra línea es combativa y revolucionaria... el hecho de pronunciamos en favor
de la vía pacífica no tiene nada que ver con la pasividad, el reformismo, el legalismo o
la conciliación de clases».49
En otro artículo, Corvalán argumentaba que si se produjera una revolución vio­
lenta en Chile, no empezaría, como en Cuba, por un foco rural sino “con una combinación
de paros generales o parciales, con luchas callejeras armadas, y, naturalmente, con el
apoyo de masas en el campo, y no duraría sino algunos días o semanas a lo sumo”.50 Es
decir, la revolución chilena se iniciaría por una explosión de violencia parecida a la de
abril de 1957. Esta vez no se aplastaría con la fuerza militar y policial, sino que llegaría a
derrocar al gobierno e imponer una situación revolucionaria. Si así escribía el Secretario
General del Partido Comunista, ¿cómo no iba el gobierno a tomar en serio las huelgas en
los sectores privados y públicos apoyados por la CUT? Si bien los comunistas chilenos no
veían al «foquismo», estilo cubano, como modelo para Chile, sí pensaban en voz alta,
sobre la posibilidad que una serie de pobladas indujeran a la insurrección y a una breve
revolución violenta, que diera vida a una sociedad socialista.
Pero no parecía existir ninguna «situación revolucionaria» en Chile en 1961-62,
al menos no de forma históricamente reconocible, sino una ola nueva de conflictos labo­
rales en el contexto de las políticas de estabilización alessandrista. En todo caso, el cam­
peonato mundial de fútbol que se realizaba en Chile desviaba casi toda la atención popu­
lar hacia la cancha y los deportistas, no dejando mucho tiempo, por el momento, para
hacer una revolución. No obstante, seguía la política cotidiana y los conflictos laborales.
En el caso de los profesores, el gobierno, en busca de una salida al conflicto, propuso un

Luis Corvalán L., «Acerca de la vía pacífica», Principios, enero de 1961, reimpreso en Camino de Victoria,
Santiago: s.e.1971:35.
«La vía pacífica y la alternativa de la vía violenta», Principios, octubre de 1961, reimpreso en Corvalán (1971): 46.

218
aumento de casi un 17%; los demócratacristianos y el FRAP en el Congreso propusieron
un aumento del 23,5%, retroactivo al 1° de enero. Doce diputados rebeldes del Partido
Radical apoyaron la moción, resistida por el gobierno por sus probables consecuencias
inflacionarias. Poco después, el 11 de septiembre de 1961, el llamado Grupo Universita­
rio Radical hizo llegar a Raúl Rettig una carta en la que anunció su renuncia al radicalis­
mo en términos acalorados:
“Hoy día, cuando al calor de la amistad presidencial, los dirigentes están saciando sus
aspiraciones bastardas; hoy día, cuando se pretende acallar a las bases, con cargos en
la administración pública, les gritamos que a nosotros no se nos compra, como se ha
pretendido. No, señor Presidente. Si algunos han vendido al partido, nosotros no tene­
mos en venta nuestros ideales, ni nuestra dignidad de hombres. Si algunos están en el
gobierno por sensibilidad desús bolsillos, nosotros nos vamos por sensibilidad moral”.51
Los tiempos ideologizantes de la década de 1960, también afectaban a sectores
del Partido Radical, sobretodo a la juventud inspirada en visiones reformistas y revolu­
cionarias. Entre tanto, el movimiento huelguístico del magisterio, apoyado por grupos
estudiantiles, mantenía en jaque al gobierno. Éste, a su vez, insistía en la falta de recur­
sos para satisfacer las demandas económicas del gremio y para implementar una serie de
reformas educacionales exigidas en los petitorios. Ni aun después de negociaciones prolon­
gadas y del trabajo de una comisión mixta de políticos y profesores se pudo llegar a un
acuerdo. Sólo después de 55 días de huelga y de las amenazas del Ejecutivo de reiniciar las
querellas judiciales contra los dirigentes del magisterio, poner fin al año escolar y descon­
tar los días no trabajados de los sueldos de los profesores, se pudo poner fin al conflicto,
mediante una legislación negociada entre el Congreso y el Ejecutivo.52

El impacto de las elecciones parlamentarias de 1961

En las elecciones parlamentarias de marzo de 1961, los partidos liberal y conser­


vador consiguieron menos del 31% de los votos; el Partido Radical 21.4%, los partidos de
izquierda obtuvieron el 30% y la Democracia Cristiana un 16% de los votos. El FRAP
eligió a 40 diputados y 9 senadores, de éstos 16 diputados y 4 senadores eran comunistas.
Alessandri no podía sostener su programa de gobierno en el Congreso sin el apoyo de los
radicales. Por otro lado, los demócrata cristianos, los comunistas y los socialistas insis­
tían, como lo habían hecho desde la década de 1930, que lo que se disputaba era el siste­

51 Carta firmada por Raúl Iriarte, Beny Pollack y Juan Facuse, citado en Alejandro Concha Cruz y Julio
Maltés Cortez, Historia de Chile, 5a. edición, Sao Paulo, Brasil: Bibliográfica Internacional, 1995: 532.
52 Arturo Olavarría Bravo, Chile entre dos Alessandri, n, Santiago: Editorial Nascimento, 1962: 448.

219
ma de gobierno y la transformación social, no sencillamente las políticas coyunturales
del gobierno.
Un mes después de las elecciones legislativas de 1961 los demócratacristianos
declararon:
“El capitalismo y el marxismo no son soluciones para los problemas concretos de la
nación chilena en la actual realidad histórica. Los cambios sociales indispensables sólo
podrán tener lugar por el concepto nuevo que la Democracia Cristiana significa en la
organización del Estado y en los fines y estructuras del régimen económico del país.
Frente a los que se organizan para defender el orden existente, la Democracia Cristiana
reitera sin vacilación, que su suprema justificación histórica es la substitución y el
reemplazo del régimen establecido en Chile. Incorporados al gran proceso revoluciona­
rio que define esta época en el plano mundial y americano, aspiramos a ser la fuerza
integradora de todos los que luchan por la creación de un orden nuevo en nuestra
patria; en oposición a las estructuras capitalistas de la economía y de la sociedad en la
vida interna e internacional.”53
Y escribió Luis Corvalán Lepe en Principios, en octubre de 1961,
“EN EL VASTO MOVIMIENTO popular chileno se ha hecho carne la idea de que en
nuestro país está a la orden del día la realización de profundas transformaciones revo­
lucionarias. El propio enemigo se da cuenta de esta situación, en tomo a la cual entra
a girar de más en más la política nacional. El hecho mismo de que la Derecha hable de
ciertas reformas es, objetivamente, una prueba de lo insostenible del actual estado de
cosas Conducir el pueblo de Chile por el camino de tal revolución es la gran tarea del
proletariado. Ello obliga a trabajar de manera que sea posible atar las manos del ene­
migo en la consumación de sus planes golpistas y terroristas y aprovechar la coyuntu­
ra revolucionaria que se abre en el país para un cambio realmente de fondo. Es en
relación con esto que surge la cuestión de las más probable vía a través de la cual el
pueblo se abrirá paso hacia el Poder”.54
Se debatía la vía revolucionaria más probable, no en términos morales sino tácti­
cos y estratégicos. Como había expresado el dirigente comunista, José González en 1960,
“Los comunistas daremos la batalla por la vía que más convenga de acuerdo a las

Declaración de Millahue, 9 de abril de 1961, citado en Bernardino Bravo Lira, Régimen de gobierno y parti­
dos políticos en Chile 1924-1973, Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1978: 306, nota 224.
Luis Corvalán Lepe, «La vía pacífica y la alternativa de la vía violenta» en Principios (octubre de 1961)
reimpreso en Camino de Victoria, Santiago: s.e. 1971:39. El debate acerca de las «vías» para la revolución
en Chile estaba enmarcado por el conflicto ideológico chino - soviético y por el impacto de la revolución
cubana en América Latina, lo que produjo escisiones en los partidos de izquierda en Chile, generándose
nuevos grupos como Espartaco y otros.

220
condiciones concretas de cada país... nos preparamos para la vía que más nos convenga,
es decir, para la vía pacífica, y si se agota esta vía y surge la vía no pacífica, no vacilare­
mos en tomar el camino armado”.55
Agregó Corvalán, en enero, “La cuestión de la vía a seguir, la pacífica o la violenta,
no es algo que pueda determinarse, subjetivamente, guiándose por los deseos, sino objeti­
vamente, de acuerdo a la realidad concreta. Y cualquiera que analice de este modo la rea­
lidad chilena, sin ponerse anteojeras, sin sacar conclusiones simples de hechos complejos
como los sucesos del 2 de abril de 1957, tendrá que convenir que la vía más probable de
desarrollo de la revolución chilena es la vía pacífica y que ésta, como lo hemos expuesto, es
una vía revolucionaria, por lo cual hay que marchar sin vacilaciones, con decisión entera.
Pudiera ocurrir que mañana las cosas se presenten de otro modo y que hubiera que cam­
biar de rumbos. ...Y por cierto que ante tal eventualidad actuaríamos también con toda
decisión y firmeza”.56 Los comunistas eran sinceros; se haría la revolución por la vía que
fuera. Su compromiso era con la revolución, con la destrucción del Estado liberal-capitalis­
ta, no con la vía pacífica ni la violenta ni ninguna receta intermediaria de llegar a su meta.
El lenguaje usado por Corvalán, en su defensa de la vía pacífica, de acuerdo a los
subtítulos de su artículo, no era precisamente pacífico: «El arte de la revolución en todas
sus formas; desarrollar la unidad y los combates; combatir el aventurerismo; hay que
sacar experiencias correctas de la revolución cubana; la vía violenta y las probables for­
mas que tomaría en Chile; se precisa tomar todos los factores en juego; la revolución es
obra de las masas». Por la vía que fuera, se marcharía hacia la revolución. Los comunis­
tas, los socialistas y los demócrata cristianos buscaban el «fin del régimen imperante».
No se mencionaba ninguna reconciliación dentro del sistema fundado en la Constitución
Política de 1925. Las reformas aceptadas o propuestas por el gobierno eran indicios obje­
tivos del debilitamiento del «enemigo».
No era novedad que no hubiera consenso fundamental sobre el régimen político y
social en Chile. Tampoco era sorprendente el lenguaje revolucionario ritualístico de la
izquierda y la defensa del «orden» de la derecha. Desde 1932, la falta de consenso políti­
co se había compensado con la vía chilena de reconciliación hecha política cotidiana en
las transacciones, intermediaciones y clientelismos de los partidos políticos, con la esco­
ba de Ibáñez y ahora con el gobierno tecnocrático y anti-carismático de Jorge Alessandri.
Sin embargo, los partidos políticos del centro, sobre todo el Partido Radical, iban
perdiendo su capacidad de parchar el sistema después de los conflictos fuertes y de
promover las reconciliaciones políticas necesarias para mantener la gobernabilidad del

55 El Partido Comunista de Chile y el movimiento comunista internacional, Santiago: Editorial Horizonte, 1963:
141-42.
56 Luis Corvalán, «Acerca de la vía pacífica», en Corvalán (1971): 38.

221
país. El Partido Demócrata Cristiano, aunque fuera «de centro» no se presentaba como
un partido pragmático sino ideológico-programático, que según Eduardo Frei Montalva
(en 1964) no cambiaría una línea de su programa «por un millón de votos».
Históricamente, los grupos más ideológicos, fueran de derecha o de izquierda, no
habían llegado a controlar el aparato del Estado. Al menos, no podían lanzar proyectos
que desbarataran el sistema político desde las alturas del Poder Ejecutivo sin un veto
efectivo en el Congreso, de una u otra alianza transitoria. Jorge Alessandri quería fortale­
cer el Poder Ejecutivo precisamente porque quería diluir la influencia de los partidos polí­
ticos y el Congreso, concepto del todo consistente con la tradición portaliana, pero también
con las tentativas de Balmaceda, de Arturo Alessandri y de ambos gobiernos de Carlos
Ibáñez. Jorge Alessandri reafirmaba las tendencias autoritarias-«antipolíticas» en Chi­
le, apodadas genéricamente como la tradición portaliana. ¿Pero que pasaría si el Poder
Ejecutivo fuera conquistado por los ideólogos de la revolución, fuera la revolución por
vía «pacífica» o violenta, de inspiración cristiana o marxista? ¿Si además de la falta de
consenso básico se eliminara la transacción partidaria y las modalidades de la «vía chile­
na de reconciliación?» ¿Si a la vez se entregara el Poder Ejecutivo con todos los recursos de
los regímenes de excepción y las leyes que protegían la seguridad interior del Estado, a
movimientos o partidos «revolucionarios»? ¿No vendría el cataclismo tantas veces anun­
ciado y evitado desde 1932? ¿Y si llegara a darse este escenario, lo que Luis Heinecke Scott
caracteriza como «la historia del asedio», «la hora de la verdad tantas veces postergada»,
«el ‘punto final’ de la crisis inacabable del siglo XX», no habría un golpe de Estado?
Esa misma pregunta preocupaba al Partido Comunista en su XH Congreso Nacio­
nal de 1962. Tal vez los «enemigos» del pueblo no dejarían que la conquista del poder
ocurriera por la vía pacífica, tal vez no respetarían la victoria electoral por venir de la
izquierda, tal vez no permitirían la revolución anhelada:
«El pueblo no busca la violencia. Una vez más dejamos claramente establecido que los
comunistas estamos por que el país decida su destino futuro sin guerra civil. Pero que
el enemigo no piense que la clase obrera y las masas populares chilenas no le van a
‘hacer la cruza’ en cualquier terreno.
La decisión del pueblo chileno es irrevocable: conquistar su derecho a gobernarse a sí mis­
mo, y ningún golpe de Estado, ninguna amenaza, ninguna violencia del adversario lo
harán desistir de este propósito. Y que sepa el enemigo que si desata la violencia, la peor
parte la sacará él. ...Desde luego, nos parece indispensable la aplicación de medidas de
autodefensa para la custodia de los locales y la protección de las concentraciones públicas
y de los dirigentes políticos contra cualquier atentado de las bandas facciosas”.57

57 Del Informe al XII Congreso Nacional del Partido Comunista de Chile, celebrado en marzo de 1962, citado
en Corvalán (1971): 69-70.

222
La propuesta Episcopal

Frente al auge electoral de la izquierda, la ola de huelgas de 1960-62, la inspira­


ción de la Revolución Cubana, y el clima progresivamente más tormentoso, los obispos
chilenos también predicaban cambios fundamentales. Pero el Episcopado, consistente
con la doctrina social de la Iglesia desde 1891, no aceptaba ni el comunismo ni el libera­
lismo capitalista. Con fecha 18 de septiembre de 1962, la Conferencia Episcopal difundió
la carta pastoral «El deber social y político». En ella se explicaba «el deber y el derecho»
de la Iglesia a intervenir ante lo que se definía como una crisis nacional, llamó a la solida­
ridad en vez de la lucha de clases, un tema de reconciliación ya tradicional en los docu­
mentos sobre la cuestión social, pero también rechazó de plano la concepción comunista
de familia, economía y sociedad, como igualmente rechazó las concepciones liberales y
materialistas. En relación a los creyentes que pudieran imaginar la justificación de una
cooperación instrumental con el Partido Comunista, la carta pastoral declaraba:
«No debe pues causar extrañeza que la Iglesia declare que quienes traicionan los sagra­
dos derechos de Dios, de la Patria y del hombre, colaborando en una acción que va
dirigida directamente contra esos valores, fundamentos y base de toda la civilización
cristiana, no estén en comunión con ella ”.58
Si hubiera alguna duda sobre esta referencia, la carta pastoral explicitaba:
«El comunismo se opone diametralmente al cristianismo.
...siembran el odio, exacerban las diferencias de clases sociales y procuran que la lucha
de clases se haga violenta y destructiva de todo el orden actual. Todas las instituciones,
partidos o personas que se opongan a esta cruzada de destrucción, que según ellos es
necesaria para acelerar la llegada del nuevo orden, deben ser aniquilados sin distin­
ción alguna, como enemigos del género humano. ...¿Qué colaboración, qué posibilida­
des de unión caben, pues, con un sistema o partido político que tiene como presupuesto
básico la destrucción de todas las ideas e instituciones que se le oponen?».59
Parecía que el único partido que se aproximaba en su programa a la doctrina
planteada por la Iglesia era el demócrata cristiano. En diciembre de 1962, la revista jesuí­
ta, Mensaje, publicó un número sobre «Revolución en América Latina» que «levantó cier­
ta polvareda», seguida en octubre de 1963, por un número especial sobre, «Reformas
revolucionarias en América Latina, Visión cristiana». Autores del Centro para el Desarro­
llo Económico y Social de América Latina (DESAL), el sacerdote jesuíta Roger Vekemans,
S.J. y el demócratacristiano Alejandro Magnet enfatizaron «la urgencia de un gran

58 Conferencia Episcopal de Chile, El deber social y político, Santiago: 18 de septiembre de 1962: 30.
59
Ibid.

223
cambio en sus estructuras» en América Latina consistente con el principio de solidari­
dad en busca del Bien Común. Dijo Vekemans que “la reforma no podrá encontrar otro
camino dentro de la libertad, [sino]... mediante la aplicación de los principios de la soli­
daridad y de la subsidiariedad”.60 Destacados analistas contribuyeron con otros artículos
sobre temas económicos, sociales y políticos, incluso un ensayo de Sergio Molina y Edgardo
Boeninger con el título: «Necesidad y contenido de la planificación». Otra contribución
de Ismael Bustos, concluyó: «La problemática debe enfocarse no a la luz de las teorías con­
vencionales marxistas o burguesas, sino a la luz de nuevos conceptos más adecuados a la
realidad latinoamericana».61 En su contexto, el contenido de los ensayos en Mensaje no deja­
ba duda sobre la necesidad de cambios revolucionarios en América Latina y Chile, ni que
debía ser un «nuevo estado» el que dirigiera tales cambios para conseguir el «bien común».
No se dejaron esperar las críticas de derecha e izquierda señalando que la Iglesia
se había comprometido en el terreno de la contienda partidista-electoral.
Los obispos señalaron que la oposición al marxismo podía hacer “olvidar empero
a los católicos que la Iglesia ha condenado los abusos del liberalismo capitalista. Más
aún, la Iglesia concretamente no puede aceptar tampoco que se mantenga en Chile como
ya lo hemos dicho, una situación que viola los derechos de la persona humana, y, por
ende, la moral cristiana”.62 Pero la Iglesia no esperó que el gobierno o algún partido
político tomara la iniciativa en cuanto a la justicia social y ya en 1962, no limitaba su
papel social a la difusión de su doctrina.
Consistente con otra carta pastoral de 1962, «La Iglesia y el problema del cam­
pesinado chileno», se iniciaron ensayos de reforma agraria con algunas propiedades
de la Iglesia en las diócesis de Santiago y de Talca.63 De esta manera, la Iglesia instauró
una reforma agraria «privada» antes de que el gobierno legislara sobre reforma agra­
ria en la Ley 15.020, presionado por los Estados Unidos y la Alianza para el Progreso
e, internamente, por elementos del Partido Radical, frente una nueva ola de conflic­
tos laborales y ensayos de organización sindical patrocinados por grupos cristianos y
trapistas en el campo en 1961.64 Si bien había que entender estas iniciativas en 1962,

60 Roger Vekemans, S.J., «La reforma social, o la reforma de las reformas», Mensaje No. 123 (octubre de
1963): 505-513.
61 Ismael Bustos, «El estado y las reformas revolucionarias», Mensaje, No. 123 (octubre de 1963): 618-626.
62 «El deber... (1962): 30. Para un análisis de la coyuntura política en que se da la carta pastoral de 1962,
véase Luis Pacheco Pastene, E( pensamiento sociopolítico de los obispos chilenos, 1962-1973, Santiago: Edito­
rial Salesiana, 1985:27-49.
63 Para una historia de los ensayos y de las instituciones creadas por la Iglesia relacionadas con la reforma
agraria, como INPROA, véase William Thiesenhusen, Chile's Experiments in Agrarian Reform, Madison:
University of Wisconsin Press, 1966.
64 La Alianza para el Progreso no tiene una fecha fija de comienzo, pero el presidente John F. Kennedy en su
discurso al Congreso de Estados Unidos de 14 de marzo de 1961 y la reunión de Punta de Este (Uruguay)
de 5-12 de agosto de 1961 son posibles hitos para su «inauguración».

224
en el marco de los cambios profundos en la Iglesia Católica en el ámbito mundial
debido al Concilio Vaticano II, las medidas concretas tomadas por el Arzobispo de
Santiago y por Monseñor Larraín en Talca, correspondían a una realidad nacional
concreta y a una coyuntura política que tendría consecuencias sobre las elecciones
presidenciales de 1964.
Con todo, las visiones antagónicas sobre el futuro del país, que dividían fuerte­
mente a los chilenos en 1962, involucraban de nuevo a la Iglesia como posible mediador
o bien como fuente de reconciliación. La Iglesia proclamaba la imposibilidad de recon­
ciliación con el comunismo (no así con un socialismo democrático). Por su parte, el
FRAP, por lo general interpretaba las nuevas pastorales y las iniciativas concretas, como
la de reforma agraria, como un apoyo valórico y material a la Democracia Cristiana. La
derecha tradicional hizo la misma interpretación, no sin fundamentos.

Las Fuerzas Armadas

Desde 1932 no hubo golpes militares en Chile, pero tampoco hubo ningún gobier­
no que no hubiera experimentado una que otra conspiración o golpe fallido. Entre 1958 y
1964 no se rumoreaba de ninguna conspiración seria contra el gobierno de Jorge Alessandri,
a pesar de la reducción relativa de los gastos de defensa como parte de su programa anti­
inflacionario. Los gastos de defensa llegaron a menos de 10% del presupuesto nacional,
en 1964.65 Las Fuerzas Armadas y de Orden cumplían su papel sin intrigas y sin verse
obligados a «salvar la patria». Pero, en el espíritu de los tiempos, los militares chilenos
empezaban a pensar en las «nuevas» doctrinas de seguridad nacional que apuntaban
hacia su desarrollo como baluarte contra el comunismo. El 23 de marzo de 1960, el presi­
dente Alessandri promulgó el Decreto con Fuerza de Ley N. 181, que estableció el Conse­
jo Superior de Seguridad Nacional (CONSUSENA) y la Junta de Comandantes en Jefe.66
Con el CONSUSENA se ligaban potencialmente las misiones de todos los minis­
terios al tema de «seguridad nacional», reafirmando el legítimo papel de las Fuerzas
Armadas en casi todos los ambientes socioeconómicos si se amenazara, de alguna ma­

Alain Joxe, Las fuerzas armadas en el sistema político de Chile, Santiago: Editorial Universitaria, 1970:84-97.
Véase, por ejemplo, Mayor Sergio Fernández Rojas, “Subversión-Propaganda-Rebelión”, Memorial del
Ejército, Año LVI No. 311 (enero-febrero, 1963): 49-60.
DFL181, reproducido en Hugo Frühling, Carlos Portales y Augusto Varas, Estado y fuerzas armadas, Santia­
go: FLACSO, 1982:104-106. La Ley N. 11.146 de 1953 había autorizado al Ejército a imponer «diversos
grados de control en tiempos de paz a toda institución e industria nacional que se considerara aprovecha­
ble, táctica o estratégicamente, en tiempos de guerra». Esta ley confirió una autoridad referente a la
inteligencia militar, que prácticamente fue ilimitada. Véase Dauno Tótoro Taulis, La cofradía blindada,
Chile civil y Chile militar: trauma y conflicto, Santiago: Planeta, 1998: 61-62.

225
ñera, la seguridad nacional.67 Estas atribuciones legales y los contactos militares den­
tro de los diferentes ministerios, a veces más bien formales, no tuvieron resultados en
cuanto a solucionar las necesidades económicas o profesionales de los militares. En
cambio, las instituciones militares iban incrementando su participación en varios sec­
tores de la vida civil y creando nuevas entidades empresariales militares.68
El Presidente Alessandri no tenía relaciones excepcionalmente buenas con los
militares, sin embargo, se abstenía de interferir en asuntos «internos», a diferencia de
Ibáñez. En su gobierno no tuvo la necesidad de formar ministerios en los que predomina­
ran los militares, como lo habían hecho los presidentes desde 1942, no declaró estado de
sitio ni pidió la concesión de facultades extraordinarias. Era, como escribe Bernardino
Bravo Lira, «un verdadero anacronismo» gobernando como se hacía antes de 1920.69
Precisamente por eso, Alessandri se sentiría frustrado por los amarres legislativos, lle­
gando a proponer reformas constitucionales en 1964 para fortalecer el Poder Ejecutivo,
que no llegarían a adoptarse hasta 1980.
Mientras tanto, las Fuerzas Armadas mantuvieron un perfil bajo, posicionándose,
sin embargo, mediante los decretos leyes y las nuevas instituciones fiscales y semifiscales,
patrocinadas por el gobierno, como una estructura parcialmente invisible, que vertebraba
progresivamente los límites internos y externos de la patria.

El debate sobre la ley de reforma agraria

Se había discutido el tema de reforma agraria en Chile desde la década de 1920,


con pocas iniciativas institucionales o políticas de algún alcance.70 El incentivo de ayuda
financiera de Estados Unidos, supuestamente accesible a las naciones latinoamericanas
que aprobaran reformas agrarias, además de las insistencias del Partido Radical, condu­
jeron a que el gobierno de Alessandri propusiera una reforma agraria al Congreso en
1961. El gobierno enfrentaba un déficit en la balanza de pagos y en el presupuesto, pero
no quería limitar su programa de obras públicas y así contribuir a aumentar el desem­
pleo. Era claro que los Estados Unidos, en 1962, condicionaba la ayuda a la adhesión de
los países latinoamericanos a la Alianza para el Progreso y, en particular, a la promulgación

S8 Frühling, Portales y Varas (1982) enumeran varias atribuciones y funciones nuevas concedidas durante
estos años en EMPREMAR, ASMAR, la Comisión Nacional de Telecomunicaciones, Correos y Telégrafos,
la Oficina Meteorológica de Chile entre otros (pp. 71-72).
69 Bernardino Bravo Lira, Régimen de gobierno y partidos políticos en Chile 1924-1973, Santiago: Editorial
Jurídica de Chile, 1986:43.
70 Para la historia del debate y la creación de la Caja de Colonización Agrícola en 1928, véase Brian Envernan,
Struggle in the Countryside, Politics and Rural Labor in Chile, Bloomington, Ind: Indiana University Press,
1976.

226
de una «reforma agraria». La Alianza fue concebida como prevención de que nacieran
«otras Cubas» y, por el momento, se buscaba apaciguar la demanda continental de los
campesinos por «la tierra».
En el gobierno y en los partidos de derecha había consenso en contra de la refor­
ma agraria, a menos que ésta enfatizara la repartición de tierras fiscales, estuviera enfo­
cada a la modernización y tecnificación del agro, y que no fuera, salvo en casos excepcio­
nales, aplicada a predios «bien explotados». Tampoco les agradaba más «intervención
estatal» en el campo, que no fuera para extenderles los créditos subsidiados de siempre
y otros beneficios históricos. Sin embargo, las necesidades fiscales y las presiones políti­
cas, externas e internas, empujaron a promulgar una ley de «reforma agraria».
Después de debates largos y controvertidos, la ley salió promulgada en [agosto]
de 1962, no obstante la oposición del FRAP y de la Democracia Cristiana. Los
demócratacristianos proponíqan un proyecto alternativo mucho más extensivo y radical,
incluso con la posibilidad de transferir la propiedad expropiada a los campesinos en
calidad de «comunitaria». El Diario Ilustrado caracterizaba el proyecto demócratacristiano
así: “propicia la abolición de la propiedad privada en forma tan extrema como el propio
comunismo”.71 No obstante las críticas de la izquierda y de la Democracia Cristiana e
incluso de varios radicales y liberales, la ley requirió la modificación de la Constitución
Política, para permitir el pago de los fundos expropiados a plazo, siempre que los fundos
por expropiarse fueran “mal explotados” o fuesen “excesivamente grandes”. Además, la
Ley 15.020 sentó las bases para crear tres entidades estatales, dos de las cuales serían
claves y polémicas en la administración siguiente: la Corporación de Reforma Agraria
(CORA), el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) y el Consejo Superior de Fo­
mento Agropecuario (CONSFA). Este último nunca llegó a tener mucha importancia, pero
en ese momento fue necesario crear esas tres entidades para posibilitar la influencia
«especial» de los tres partidos del gobierno (los conservadores con CORA, los radicales
con INDAP y los liberales con CONSFA. Ésta se definió como una instancia de planifica­
ción y coordinación en el sector agrario, sobretodo en la formulación de planes regionales
y en la relación con otras instituciones del Estado en el sector público). CONSFA tenía la
atribución de autorizar a la CORA para que se crearan «centros especiales de producción
agrícola» en zonas de reforma agraria. Esta atribución no sería ejercida durante el go­
bierno de Jorge Alessandri, pero permitiría el establecimiento del sistema de
«asentamientos campesinos» en el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), an­
tes que el Congreso legislara otra ley de reforma agraria en 1967.
Durante la administración de Jorge Alessandri, la reforma agraria alcanzó a efec­
tuar lo que se llamó «una reforma de macetero» afectando a unas 60.000 mil hectáreas de

El Diario Ilustrado, editorial, 7 de julio de 1962.

227
tierras fiscales y algunos fundos privados cuyos dueños ofrecieron vender sus predios a la
CORA y fueron bien compensados. Pero la burocracia estatal, sobre todo la de CORA e
INDAP se expandiría enormemente y su labor llegaría a centenares de miles de campesi­
nos entre 1964 y 1970. Con la reforma electoral de 1958 y la reforma agraria de 1962, se
había dañado un dique crucial del régimen político. Pronto vendría la inundación.

Población José María Caro, noviembre de 1962

Hacia fines de 1962 seguían los conflictos laborales y protestas callejeras


episódicas. En noviembre, un paro convocado por la CUT exigiendo reajustes de salarios
llevó a un trágico episodio en la población José María Caro de Santiago, que tuvo como
resultado seis muertos. Como siempre, las versiones de lo acaecido son múltiples y encon­
tradas. Una versión militar, escrita en 1989, relata:
“Un importante grupo de moradores de la población José María Caro, a quiénes impul­
san elementos activistas extraños al sector, materializó acciones destinadas al entorpe­
cimiento del tránsito ferroviario de Santiago al sur y viceversa.
Para reprimir el hecho atentatorio al orden público, que afecta a la propiedad estatal y
puede provocar serios perjuicios para el transporte nacional, el gobierno dispone el
empleo de fuerzas del Ejército y Carabineros.
...Derivado de las víctimas fatales, la opinión pública y distintos sectores políticos partidis­
tas dieron a conocer graves acusaciones hacia el gobierno y las fuerzas que actuaron».72
En un estudio previo, el entonces coronel Molina Johnson había concluido que la
violencia en la población José María Caro “pasó a constituir a partir de ese momento una
bandera de lucha importante para las organizaciones de trabajadores y, por ende, del
Partido Comunista de Chile”.73
En la sesión del Senado de 21 de noviembre de 1962, los voceros de los distintos
partidos políticos ofrecieron sus versiones de los sucesos, las responsabilidades y las
implicaciones de lo acaecido para el país. Sólo hubo un punto de concordancia: el país
estaba al borde del abismo. Como era predecible, para los gobiernistas la responsabilidad
exclusiva la tenían los malos chilenos y subversivos, mientras para los partidos de izquier­
da y la Democracia Cristiana, lo ocurrido en la población era otra instancia de la cruel­
dad e incomprensión del gobierno, inevitable mientras durara el sistema institucional
liberal-capitalista.

Molina Johnson (1989): 141-42.


Carlos Molina Johnson, 1973: Algunas de las razones del quiebre de la institucionalidad política, Santiago:
Estado Mayor del Ejército, 1987: 68.

228
Senador Salvador Allende: Rindo homenajea [nombra a los pobladores muertos]... tenemos
conciencia que el régimen que defienden Sus Señorías tiene, precisamente como expresión de
él, al Estado para que utilice su fuerza y su poder a fin de amparar a una clase social».
Senador E Bulnes Sanfuentes: [Los Carabineros de Chile y él Ejército] cumplieron con su
deber. Fueron agredidos, y cuando un grupo pequeño de hombres es atacado por varios miles,
por desgracia no cabe otra posibilidad de defensa que el uso de las armas.
...El Estado tiene la obligación fundamental, esencial, irrenunciable de preservar el orden
público.
...en los regímenes democráticos [esta obligación se cumple] con mesura, limitando la re­
presión a lo estrictamente indispensable; en los totalitarios, con violencia pura y con deli­
berada crueldad.
Senador Baltasar Castro Palma: Hay un hecho concreto: en una población de Santiago
se asesinó a seis personas.
Ayer fue publicada una fotografía en la que aparecen militares apuntando sus armas a una
poblada cuya vanguardia está formada por risueños niños ajenos al peligro en aquel momento.
...El país ha sido fervoroso admirador de su Ejército.
Las Fuerzas Armadas se identifican con él pueblo.
...Por eso esta mañana quiero decir al señor jefe de la plaza, al General Cañas Ruiz-
Tagle, que ha inferido daño irreparable al Ejército de Chile.
...Yo acuso a este Gobierno y a los partidos que lo acompañan de estar conspirando contra él
régimen democrático. ...están haciendo todo lo necesario para que la situación del país sea
insostenible, para que él hambre y la miseria se cuelen por las poblaciones, por los conventillos,
por los hogares de los obreros y déla clase media! ¡Ellos están conspirando contra la integridad
de nuestra democracia!”.74
En su discurso del 21 de mayo de 1963, el Presidente Alessandri explicó que la “res­
ponsabilidad [por las desgracias en la población José María Caro] recae de manera exclusiva
en los integrantes de estos actos, absolutamente ilegales”. No habría necesidad ni de indul­
tos ni de amnistías para los que dieron las órdenes, como en el caso de su padre, Arturo
Alessandri, en los sucesos de la Caja de Seguro Obrero en 1938. Pero, como lo comenta el
general Molina Johnson: “Un ambiente de permanentes conflictos acompaña al Presidente
Alessandri hasta el término de su período, lo que no le permite concretar la restauración de
los valores y el orden económico que anhela”.75

Senado, sesión 23a. de 21 de noviembre de 1962:1665-1666.


Molina Johnson (1989): 145.

229
La Ley Mordaza, 1963

En enero de 1963, el Presidente Alessandri envió al Congreso un mensaje sobre la


reforma del Decreto Ley 425 Sobre Abusos de Publicidad, que había sido dictada hacía
más de 35 años. Según el Primer Mandatario, el proyecto “contiene preceptos destinados
a asegurar la responsabilidad de los autores y demás culpables de los delitos de abusos de
publicidad; sobre los delitos mismos, consultando nuevas formas delictivas como la difa­
mación y el chantaje, que el Decreto Ley N. 425, en la época de su dictación, no pudo
naturalmente considerar por no ser entonces de ordinaria ocurrencia”. La nueva legisla­
ción tomaría en cuenta la «prensa roja y amarilla», la radio, la televisión y la cinemato­
grafía, creando varias nuevas categorías de delitos y estableciendo las penas. En resu­
men: se proponía una ley mucho más restrictiva y «moderna» para con los medios de
comunicación social.76
Desde los inicios de los debates, los partidos de oposición apodaron a este proyecto,
«Ley mordaza». Hubo debates intensos, que dieron vida a dos leyes a cambio de muchas
negociaciones y de una amnistía amplia, que casi no fue debatida, y que se publicó prácti­
camente escondida en un artículo transitorio de la ley reformada de Abusos de Publicidad
y del Decreto Ley 425 del 26 de marzo de 1925, junto con la Ley 12.045 que creó el Colegio
de Periodistas y modificó también la Ley 12.927 de Seguridad Interior del Estado.77
Durante los debates varios legisladores de derecha no resistieron la tentación de
criticar las dictaduras totalitarias, como los nazistas, los marxistas y el «cubanismo» (de
Fidel Castro). Atacaron el control sobre los medios de comunicación social en Cuba y en
la Unión Soviética en contraste con los «países democráticos». Concluían, sin embargo,
que “naturalmente, este derecho [de información libre], como todos los derechos que
consagra la Constitución Política, requiere de algún tipo de restricción “ya que era nece­
sario defender la mente del niño y la moralidad pública, prohibir la pornografía, ni puede
el respeto a la libertad de prensa cubrir a una sub prensa de pasquines y periódicos de
aventuras que está corrompiendo el ambiente y que está maleando a nuestra juventud”.
Ni tampoco la “información escandalosa sobre la vida privada de las personas, por ejem­
plo, en que se trata ya de la defensa del honor”.78
El diputado conservador, Jorge Iván Hübner, dijo estimar “indispensable legislar
para dar a la prensa, radio y televisión un estatuto jurídico de acuerdo con la época, que

Cámara de Diputados, sesión 55a. de 22 de enero de 1963:3969-3975. El proyecto de ley se encuentra en las
páginas 3975-3986.
Ley 15.476,23 de enero de 1964, Diario Oficial N. 25.748.
Intervención del diputado liberal Fernando Maturana Erbetta, Cámara de Diputados, sesión 86a. del 16 de
mayo de 1963:6200-6204.

230
junto con asegurar una justa libertad de expresión prevenga y sancione en forma efecti­
va los desbordes, abusos y delitos que puedan cometerse en su ejercicio”. Citando a
Spengler y Ortega y Gasset, refiriéndose a todas las democracias del Occidente y a las
encuestas de UNESCO y las opiniones del Papa Pío XH, el diputado argumentó que el
proyecto de ley sólo pretendía actualizar una legislación “anacrónica, inadecuada, llena
de vacíos” y que era necesario “defenderse y defender a sus hijos contra la pestilencia de
cierta prensa, por muy poderosa que ésta sea”. También lamentaba que “cierta prensa y
cierta radio, abusando de las libertades que les otorga nuestro sistema democrático,
traicionan la elevada misión que corresponde a los órganos de publicidad... atenían con­
tra los más sagrados principios y valores de nuestra nacionalidad, los más nobles senti­
mientos religiosos y morales en que se cimenta la vida colectiva; denigran, en forma
irresponsable, a las autoridades, a las instituciones y a los simples particulares; envene­
nan las almas de los niños, de los adolescentes y demás personas de insuficiente madurez
cultural, y hasta llegan a profanar impunemente la intimidad de los hogares...”.79
El diputado César Godoy Urrutia (PC) defendió, primero a la Unión Soviética y a
los países socialistas, para luego señalar:
“Nuestra Constitución Política está contradicha por los hechos en materia de derechos
y garantías individuales o colectivas, porque la gente no tiene los medios, los elementos
materiales para poder acogerse a estos derechos... ¿Quiénes pueden, en una nación
como la nuestra, tener un periódico? Solamente los que disponen de grandes capitales.
Es un milagro, una cosa extraordinaria, que sin recursos considerables se pueda tener
un periódico. Por eso sólo nuestro pueblo, que es capaz de empresas poderosas, podría
respondemos de qué manera se puede mantener hasta hoy día un diario como ‘El
Siglo’, por ejemplo. Si no fuera por ese maravilloso poder del pueblo, de la gente que
tiene principios y los practica, ni Luis Emilio Recabarren podría haber fundado tantos
periódicos como lo hizo...”.80
El diputado socialista, Clodomiro Almeyda añadió que,
“Seríamos nosotros demasiados ingenuos y candorosos, si fuéramos a creer que es ése [la
restricción de la crónica roja] en realidad el contenido fundamental del proyecto. ...tene­
mos que vincularlo con la situación política del país. ...¿Qué ocurre ahora en Chile? El
hecho fundamental que define la situación política chilena es que hay un movimiento
popular en creciente proceso de fortalecimiento, cada vez más maduro que, estimulado
por los avances generales de las fuerzas progresistas en el mundo, se apresta para dar el
próximo año una batalla destinada a arrebatar el poder a las clases que tradicionalmen­
te lo han detentado en nuestro país.

79 Cámara de Diputados, sesión 86a. de 16 de mayo de 1963:6206-6211.


•° Ibid.

231
Frente a esta pretensión del movimiento popular, naturalmente, toda la estrategia
política de las clases gobernantes del país, de aquéllos que influyen en el Gobierno, está
dirigida a detener y a impedir que se consume este objetivo del movimiento popular.
...las fuerzas políticas de la derecha, que controlan el Gobierno, se preparan también
para, ya desde ahora, reunir los recursos necesarios a fin de monopolizar, prácticamen­
te, los medios de información del país. ...se está presionando, a través de la influencia
que esos sectores dominantes tienen, en la prensa y en la radio, a fin de que los propios
periodistas no puedan realizar cumplidamente su misión informativa.
Señor Presidente, estamos en un momento en que estas fuerzas dominantes se han
preocupado incluso de vincular a nuestras Fuerzas Armadas con el Pentágono norte­
americano, para prevenir quizás situaciones que ellos estiman peligrosas a sus intere­
ses. Estamos en un momento, en síntesis, en que todo el movimiento popular chileno
está viendo que se pretende detenerlo por estas fuerzas políticas, de cualquier modo, en
el próximo año [de elección presidencial] en que se van a jugar su destino en el Gobier­
no del país.
Ahora bien, en este instante se presenta justamente un proyecto destinado a modificar
la Ley sobre Abusos de Publicidad.
... este proyecto cumple un objetivo dentro del propósito de impedir y detener el avance
del movimiento popular. ...no es un proyecto que pretenda, lisa y llanamente, defender
la moral pública más allá de los intereses de clases, más allá de la pretensión de los
grupos políticos para obtener el poder ”.S1
Almeyda continuó su discurso con críticas concretas a varios incisos del proyecto,
concediendo interrupciones al Ministro de Justicia, Enrique Ortúzar, quien en repetidas
oportunidades indicó que los incisos objetados eran casi idénticos en su redacción a la
legislación vigente. No obstante, Almeyda insistía en que la nueva legislación sería más
restrictiva y que, dicho todo, “se lesiona gravemente al movimiento popular al limitarle
el derecho a expresarse políticamente con plena libertad”.81
82
A lo cual, el diputado socialista Carlos Altamirano agregó, después de múltiples
críticas a las políticas del Gobierno, “Santiago entero está rodeado de poblaciones
callampas, producto de que un inmenso número de mujeres necesite vender su cuerpo
para poder vivir, producto de que el mundo capitalista permita que muchos miles de
millones de pesos giren en torno al contrabando, a los estupefacientes, al juego clandes­
tino, a las cartillas, etcétera. Esa es la realidad. Tratar de acallarla, evitando que la prensa
ponga el dedo en la llaga, es, a nuestro modo de ver, mala fe e hipocresía”.83

81 Ibid.
82 Ibid: 6224.
83 Ibid: 6226-27.

232
Los debates sobre el proyecto de ley siguieron durante el año de 1963, con discur­
sos animados y, a veces, propuestas concretas para modificar aspectos de la nueva legisla­
ción. Los congresales volvían a considerar las leyes históricas de imprenta, sus alcances
y sus defectos. Se consideraba la sabiduría de Mariano Egaña y de José Victorino Lastarria,
los aspectos reaccionarios de la ley de 1846, el gobierno «respetuoso de la libertad» del
Presidente José Joaquín Pérez, como igualmente las tradiciones inglesas y francesas re­
ferentes a la legislación de la libertad de imprenta.84 Los artículos y los incisos se deba­
tían y se votaban, uno por uno; hubo protestas simbólicas cuando varios senadores res­
pondían «no voto» en vez de abstenerse, seguido por la advertencia de que «no votar es
abstenerse». El Presidente del Senado, Hugo Zepeda advirtió: “no existe lo que Sus Seño­
rías llaman “no voto”; el senador Jaime Barros respondió: “nos vamos, entonces” y el
senador Aniceto Rodríguez añadió: “Haga cuenta que no estamos en la Sala, señor
Presidente”...“Este proyecto va a salir con fórceps. ...Apenas hay quorum reglamenta­
rio”. El senador Carlos Contreras Labarca respaldó a su colega socialista: “Por último,
habrá que hacerle una cesárea”.85
A principios de 1964 continuaban los trámites legislativos sobre el proyecto de
ley. El Presidente Alessandri, convencido de la importancia de legislar sobre la materia,
incluyó el proyecto en la convocatoria extraordinaria de la Cámara de Diputados en ene­
ro de 1964. Como lo enfatizó en el debate el diputado comunista Orlando Millas, “es una
iniciativa contra la cual se han pronunciado tres de los cuatro candidatos presidenciales
y que evidentemente tiene por objeto intervenir en la campaña presidencial, amordazan­
do a la prensa”.86 El diputado demócratacristiano Alberto Jerez, calificó el proyecto de
ley como “un atentado contra la libertad de la prensa. Esa es la razón por la cual nuestro
Partido estuvo y está en contra de la aprobación de esta ley”. Sin embargo, vistos los
votos de que disponía el Gobierno,
“con un sentido elemental de realismo y concordando con el resto de los Partidos de Oposi­
ción, frente a esta discrepancia de criterios entre los dos ramas del Congreso, votaremos
favorablemente aquellas disposiciones que lesionen en la menor medida posible los dere­
chos y la dignidad de los periodistas, la libertad de prensa y, esencialmente, el derecho de los
chilenos para juzgar, sin trabas ni intimidaciones, y sin penas abusivas, los actos e injusti­
cias de este Gobierno”.87
Continuó el diputado Jerez con un discurso intenso, declarando que la libertad de
prensa:

84 Véase, por ejemplo, Senado, sesión 56a. de 10 de septiembre de 1963:3765-3769.


85 Ibid: 3818.
86 Cámara de Diputados, sesión 40a de 14 de enero de 1964: 2968.
87 Ibid: 2971.

233
“en la perspectiva histórica, representa una dinámica revolucionaria... este proyecto
representa el temor ante la crítica del pueblo, en lo inmediato, y, en una larga perspecti­
va, una herramienta para continuar obstruyendo la marcha de los trabajadores, del
pueblo hacia su liberación. La Derecha y el Gobierno para consolidar sus privilegios, de
los que sólo podrán seguir disfrutando poco tiempo más, se ha valido con astucia de este
proyecto y lo quieren presentar a la opinión pública como un instrumento de moralización.
Pero no somos ingenuos.... Todas las querellas deducidas por el Gobierno contra los perio­
distas se han basado en la Ley sobre Seguridad Interior del Estado y han obedecido a que
aquellos criticaron su actuación”.ss
En apoyo de la ley propuesta, el diputado Hübner volvió al ataque. Señaló que los
diputados conservadores apoyaban el proyecto en forma decidida, considerándolo un ins­
trumento imprescindible en «el perfeccionamiento democrático» y para enfrentar “la ver­
dadera cortina de humo que han tendido los parlamentarios marxistas y sus corifeos de la
Democracia Cristiana... para defender a la prensa amarilla, que vive de la explotación de
las miserias humanas, del escándalo y de la crónica roja”. Citando la Declaración de los
Derechos del Hombre, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948,
enumeró los ocho principios en que, según esta Declaración, se debe restringir esta liber­
tad [de prensa], incluyendo “las expresiones de opinión que inciten a cambiar por la vio­
lencia el sistema de gobierno».89 Volvió también a flagelar a la «secta soviética», referirse
a los «países sojuzgados por el comunismo» y criticar a los demócratacristianos por desoír
“clarísimas instrucciones del pontificado romano y también de la jerarquía eclesiástica
chilena” al oponerse a un proyecto con fines de «saneamiento moral».90
Entre tanto, mientras el Congreso debatía sobre las reformas del Decreto Ley 425
de 1925, el país enfrentaba las elecciones municipales y una nueva ola de conflictos labo­
rales. Como dijo el diputado Jerez durante los debates, el candidato presidencial de la
derecha para las futuras elecciones de 1964, el senador Julio Durán, no se preocupaba,
“por el problema de las niñas semi desnudas que aparecen en los diarios colocados en
los quioscos, en diarios no sólo de oposición, porque como hemos demostrado en otras
oportunidades en esta Honorable Cámara, tanto el «Diario Ilustrado» como «El Mer­
curio», grandes defensores de la moral, cuando está de por medio el interés económico
también han recibido avisos y efectuado publicidad de películas que no están recomen­
dadas por la censura cinematográfica y que, incluso, están condenadas por la iglesia
católica... Durán tiene temor, como candidato de una combinación de Gobierno que va
a enfrentar una elección, de que aparezcan en la prensa, no este tipo de publicaciones,

Ibid: 2972.
Cámara de Diputados, sesión 40a. de 14 de enero de 1964:2994.
Ibid: 2996.

234
sino los escándalos del régimen... escándalos como el de las armadurías de automóviles
en Arica, los bonos dólares o la actuación que han tenido personas del régimen al
efectuar un contrabando por una cantidad millonario en Valdivia. Sabemos perfecta­
mente que el temor del Gobierno no se refiere a las publicaciones pornográficas, sino
que teme el juicio de la opinión pública”.91
El diputado Albino Barra del Partido Socialista, comentó irónicamente que “si
Gabriela Mistral estuviere viva, con seguridad absoluta se le aplicaría la «Ley Mordaza»,
porque gran número de sus poesías tienen un profundo sentido humano y social y son una
manifestación de su protesta y rebeldía contra las injusticias de esta sociedad, corrompi­
da por aquellos que por desgracia nos gobiernan”. Pero como el Senado había modificado
este inciso, “por lo menos los poetas no van a ir a parar a la cárcel”.92 Pero tampoco hubo
acuerdo en este sentido; el diputado Enrique Edwards corrigió a su colega: «¡Se puede
injuriar en verso!»93
En Chile existía un conflicto entre la poesía, las «buenas costumbres» y el orden,
pero también existía la percepción de una lucha de clases. El debate sobre la «Ley mordaza»
lo ejemplificaba. En las palabras del diputado Carlos Altamirano: “En Chile se está tramitan­
do una ley destinada a encarcelar a aquellas personas que incurran en cualquier equivoca­
ción o demasía; pero no existe ley punitiva para aquellos que especulan con el pan, por ejem­
plo; no hay ley punitiva para aquellos que se fugan con sus capitales fuera de Chile”.94
El 23 de enero de 1964 sería aprobada y promulgada la ley 15.476 que modificaba
el decreto Ley 425 que, de acuerdo a sus provisiones, sería promulgada por el gobierno en
el texto refundido y definitivo de la Ley sobre Abuso de Publicidad (Ley 15.576), apodada
«ley mordaza», el 11 de junio de 1964.95 La amnistía “escondida” negociada en el Congre­
so se encontraba en un artículo transitorio y rezaba:

Ley 15.476 (Disposiciones transitorias)

“Artículo 3. Concédese amnistía a todos los ciudadanos que están siendo procesados o ha­
yan sido condenados por delitos cometidos dentro del territorio nacional y contemplados

91 Ibid: 2985.
92 Ibid: 2986.
93 Ibid: 2986.
94 Ibid: 2993.
95 La Ley 15.576 incluyó, también como artículo transitorio, la misma amnistía, a pesar de ser publicada en
el Diario Oficial en junio de 1964. En 1965, el Gobierno de Eduardo Frei M. (1964-1970) promulgaría otra
ley de amnistía, para delitos similares hasta el 11 de junio de 1964, pero limitada a periodistas y no a todos
los ciudadanos.

235
en el decreto ley 425, sobre Abusos de Publicidad en el Título I de la ley 12.927, sobre
Seguridad Interior del Estado, en el Título II del Libro III, del Código de Justicia Mili­
tar, y en el Título I del Libro II del Código Penal, y que hayan sido cometidos con
anterioridad al 1 de junio de 1963”.
Como en varias ocasiones anteriores y tal como ocurrió en abril de 1941, esta
amnistía de enero de 1964, se anticipaba a las elecciones parlamentarias y presidenciales
del año en curso. Se buscaba pacificar los ánimos. A pesar de los debates furiosos y las
modificaciones negociadas, los medios de comunicación y los ciudadanos chilenos po­
drían ser castigados por los más variados «abusos de publicidad»: «ultraje contra un Jefe
o Ministro del Estado, embajador, o diplomático acreditado»; «ultraje a la moralidad
pública...[al difundir] noticias con carácter sensacionalista sobre hechos delictuosos»; y
«la circulación de mapas, cartas o esquemas geográficos que no correspondan a los lími­
tes efectivos del territorio nacional», entre muchos otros.
La conflictividad política y la erosión de la fuerza electoral de los partidos tradi­
cionales de derecha seguía su curso en 1963; el partido liberal y conservador obtuvieron
apenas un 25% de la votación en los comicios del 7 de abril para elegir a los regidores
municipales. Los radicales también experimentaron una leve baja en la votación (de
22,17% a 21,6%) pero más importante, con miras hacia 1964, los partidos de gobierno
bajaron, en total, a 46,2%. La elección no afectaba la situación del gobierno en el Congre­
so, pero era un mal augurio para la derecha si no llegaban a un acuerdo sobre un candida­
to para las contiendas presidenciales de 1964. En contraste, por primera vez la Democra­
cia Cristiana obtuvo la primera mayoría (22,7%, comparada con el 15% en las elecciones
anteriores).

La Huelga del Servicio Nacional de Salud de 1963

Chile fue el primer país en América Latina que estableció un sistema obligatorio
de salud para obreros. Hacia la década de 1960 alrededor del 75% de la población se
atendía, al menos legalmente, por el Servicio Nacional de Salud (SNS), entidad semi-
autónoma dependiente del Ministerio de Salud. El SNS administraba el 80 % de las ca­
mas hospitalarias en Santiago y casi el 90% en el país. Debido a su calidad de empleados
públicos, al personal del SNS se le prohibía sindicalizarse, pero la gran mayoría pertene­
cía a la Federación Nacional de Trabajadores de la Salud (FENATS), afiliada a la CUT.
Durante varios años habían ocurrido conflictos laborales esporádicos con paros o huelgas
ilegales e incluso hubo acusaciones en la prensa de derecha de sabotaje y maltrato de
pacientes. En la administración anterior, luego de conflictos en el sector, el personal del
SNS había sido beneficiado con amistías y también se les había liberado de las sanciones

236
administrativas correspondientes, como parte de los acuerdos alcanzados en la solución
de dichos conflictos.96
En junio de 1963, nuevamente hubo algunos paros principalmente por motivos
económicos, pero también por solidaridad con las familias de cuatro médicos muertos y
algunas enfermeras mutiladas en una explosión accidental en el Hospital Arriarán.97 En
otro caso, el del Hospital San Borja, el personal exigía la salida de la enfermera jefa de
Cirugía. El gobierno, respondiendo a lo que calificaba de movimientos ilegales y sabota­
je, mandó a la policía a vigilar varios hospitales. Entre junio y agosto se agitaban esos
conflictos anteriores, con el resultado de una serie de paros ilegales y «espontáneos».
El movimiento gremial se expandía en su impacto geográfico y político. La prensa
de derecha lo calificaba de «político», llegando El Diario Ilustrado, a editorializar que el
movimiento era manejado por la izquierda y que intentaba atemorizar a la población con la
falta de servicios médicos y tumbar el gobierno, para establecer un régimen de tiranía.98 El
diario caracterizaba al movimiento como «criminal», mientras El Mercurio y La Nación
amenazaban al personal con las consecuencias económicas, administrativas y criminales
de sus actividades. Desde luego, El Siglo apoyaba sin reserva al movimiento «justo» de los
obreros y profesionales de la Salud.
El Director del SNS emitió instrucciones a los directores de los hospitales para
descontar al personal los días no trabajados y amenazó con el despido a cualquier persona
que se ausentara más de tres días sin motivo justificado. Miembros de las Fuerzas Armadas,
de la policía, de la Cruz Roja, de la Defensa Civil y otros voluntarios ocuparon los puestos
de los huelguistas. En reuniones con el Ministro del Interior, un comité de diputados del
Partido Comunista proponía un financiamiento para las demandas de la FENATS, median­
te nuevos impuestos a la renta de las sociedades anónimas, de sus directores, de los bancos
privados y que la Compañía de Acero del Pacífico también pagara impuestos (ya que esta­
ba exenta). El gobierno rechazó la propuesta, como era de suponer y también, en las sema­
nas siguientes, otras propuestas de senadores y diputados de los partidos de izquierda y de
sectores disidentes del Partido Radical.
Al pasar el tiempo, otros grupos profesionales, como la Federación Médica, apoya­
ron a la FENATS, con paros de solidaridad, con recursos económicos y con declaraciones

Para un análisis del sector de salud, según el Partido Comunista, véase La salud de Chile: Un problema
gremial y un problema nacional, Santiago: Editorial Horizonte, 1963.
La explosión ocurrió debido a las precarias condiciones de seguridad en las que funcionaba el personal de
salud en los hospitales. Se utilizaban anestésicos inhalatorios inflamables porque eran más baratos, aun­
que eran elementos prohibidos en otras regiones del mundo. Esta explosión posibilitó, después de varias
movilizaciones gremiales importantes, un cambio drástico de las condiciones profesionales, tecnológicas y
de seguridad del sistema de anestesia utilizado en el servicio público de salud en todo el país.
El Diario Ilustrado, 3 de agosto de 1963 (editorial).

237
políticas que criticaban al gobierno. El presidente nacional de la CUT amenazaba con
una huelga nacional que pararía al país entero si el gobierno no solucionaba el problema
«en los próximos días».99 Salvador Allende, senador socialista, llamó a los médicos y al
magisterio a apoyar el movimiento, visitando varias «ollas comunes» que sostenían los
huelguistas. Según El Siglo,una enfermera que había trabajado con Allende en el pasado,
le dijo: “Esta vez si que lo elegiremos Presidente. A usted lo consideramos miembro de
nuestro gremio”.100
El 4 de septiembre la Federación Minera declaró un paro de solidaridad de 48
horas con la FENATS. Mientras tanto, el movimiento se debatía en forma descamada en
el Congreso, reavivando todos los recuerdos de los conflictos laborales y sociales desde
principios del siglo XX, las masacres y matanzas que servían de hitos para el movimiento
obrero y los sucesos de abril de 1957. Para el Gobierno, las declaraciones y las publicacio­
nes de los dirigentes comunistas desde 1960, respecto a la vía pacífica y la vía violenta de
la revolución, confirmaban que las reivindicaciones de la FENATS correspondían a pro­
yectos revolucionarios de los comunistas y algunos socialistas.101 El intercambio de insul­
tos, consignas políticas, estadísticas sobre mortalidad infantil, muertos causados por el
movimiento y ataques personales mutuos no solucionaron la huelga. El día 9 de septiem­
bre se produjeron enfrentamientos entre policías y manifestantes. Al otro día, el 10 de
septiembre de 1963, se dieron manifestaciones violentas menores, con daños a los
trolebuses, congestión de tráfico, desplazamiento de los carros lanza agua y varios deteni­
dos. Después de un día de «descanso», irrumpió otro episodio de violencia callejera o
como se caracterizaba en algunos medios, la acción de una «poblada armada», incluyen­
do ataques contra la policía. El Jefe de Policía, el coronel Joaquín Chinchón H., contra­
atacó con gases lacrimógenos, chorros de agua y algunas balas. En la confusión, un carro
lanza agua atropelló a Luis Becerra, vicepresidente del sindicato del Hospital Salvador y
militante demócrata cristiano, quién de esta manera entró al panteón de mártires del
movimiento obrero chileno.102
La muerte de Becerra impulsó un cambio de ruta para varios diputados radicales
en el Congreso, imponiendo en el gobierno una fórmula de solución a la huelga que había
sido rechazada anteriormente. Sólo los conservadores y liberales votaron en contra, de­
jando al presidente en una situación sin salida y erosionando además su programa anti-

Clarín, 30 de agosto de 1963: En portada «paro nacional en apoyo a trabajadores de la salud» (p.l); en
contraportada (p. 16) «paro nacional si el gobierno no arregla conflicto de la salud».
«Voz de aliento llevó Allende a Huelguistas», El Siglo, 11 de septiembre de 1963: 2.
Véase los debates en la Cámara de Diputados Sesión 45a. de 3 de septiembre de 1963, publicadas en una
versión semi-oficial en La Nación, 6 de septiembre de 1963: 6-9.
Distintas versiones de los hechos se encuentran en La Tercera, 10-12 de septiembre de 1963; El Siglo, 10-15
de septiembre de 1963; La Nación, 10-15 de septiembre de 1963.

238
inflacionista. Se reorganizó de nuevo el gabinete, volviendo a un gobierno «apolítico», es
decir sin radicales ni otros ministros de partidos que no fueran el conservador o liberal.
El Mercurio denunciaba que la solución legislativa era una grave transgresión al principio
de autoridad.103 Una huelga de 25 días fue resuelta por una negociación política, que el
senador Frei caracterizaba como «una solución de emergencia, para una situación de
emergencia», aunque tal vez no del todo constitucional.104 El 14 de septiembre, refirién­
dose al entierro de Becerra, El Siglo proclamó que «Hoy el pueblo marcha al cementerio,
Mañana al Poder».105

La Acusación Constitucional de 1963

Como consecuencia de la huelga del personal de Salud, se formuló una acusación


constitucional en contra del ex- Ministro de esa cartera, Benjamín Cid Quiroz. El libelo
acusatorio se fundaba en dos causales: la infracción del inciso 4 del N°14 del artículo 10
de la Constitución (el deber del Estado de velar por la salud pública y el bienestar higié­
nico del país, destinándose cada año una cantidad de dinero suficiente para mantener un
servicio nacional de salubridad y el incumplimiento del artículo 27 de la Ley 13.305 que
disponía que “...los empleados de la Administración Pública, Poder Judicial y Servicio
Nacional de Salud, no podrán gozar de una remuneración total, excluida la asignación
familiar, inferior al sueldo vital que rija para la provincia de Santiago”.106
Los diputados acusadores del FRAP y de la Democracia Cristiana, a sabiendas
que la acusación iba a ser rechazada, dada la mayoría política del gobierno en la Cámara,
usaban los debates sobre la acusación para atacar no sólo las políticas económicas y de
salud, sino también al «sistema capitalista» y al imperialismo que condenaba a la mayo­
ría de los chilenos a la miseria. En contraste, los defensores del ex-Ministro, recordaban
a la Cámara los grandes logros alcanzados desde 1958, en la construcción de hospitales,
aumento de personal, disminución de la tasa de mortalidad infantil (aún cuando fuera
casi el doble de la de Argentina). También hacían hincapié en la autonomía relativa del
Servicio Nacional de Salud frente al Ministerio, argumentando que «el Ministro de Salud

103 Véase «Renuncia colectiva del Gabinete ante transgresión del principio de autoridad»; Trabajadores de
la Salud acordaron poner término desde hoy a la huelga», El Mercurio, 13 de septiembre, 1963, Portada;
«Ministros de Estado continúan en sus cargos en el carácter de dimisionarios», El Mercurio, 14 septiem­
bre, 1963, Portada.
104 La ley salió impresa en Las Ultimas Noticias, de 13 de septiembre de 1963: 5.
105 Ver columna de Roberto Landaeta, «Al pan, pan...» El Siglo, 14 de septiembre de 1963: 4.
106 Cámara de Diputados, sesión 56a. de 17 de septiembre de 1963:4937.

239
no puede ser responsabilizado directamente por situaciones financieras que afectan al
Servicio Nacional de Salud».107
La Comisión informante rechazó la acusación por la unanimidad de sus miem­
bros, proporcionando a la Cámara una riqueza de estadísticas sobre inversiones y cam­
bios, desde 1954 hasta 1963, en las condiciones de nutrición infantil, atención matemo-
infantil, kilos de leche distribuidos, partos atendidos, número de camas en los hospitales,
construcción de hospitales y otras cifras respecto a la atención del Servicio (consultas,
radiodiagnósticos, exámenes de laboratorio y atenciones médicas). Según esos datos, el
personal había aumentando casi en un 80 por ciento entre 1956 y 1962. De ahí que “todas
estas cifras corroboren lo que afirmamos en un principio: que el incremento del volumen
de Servicio prestado por la Salubridad Nacional es de tal envergadura que sobrepasa,
incluso, el expresivo aumento del aporte financiero del Fisco”.108
El ex Ministro respondió directamente a cada causal del libelo, explicando la rela­
ción entre el ministerio, los servicios semi-autónomos y las empresas estatales con sus
propios servicios de salud (por ejemplo, ENDESA y el sistema de salubridad de las Fuer­
zas Armadas), resumiendo muchos detalles de presupuestos y prácticas especiales en
relación con la contratación de distintos tipos de personal. Concluyó una parte de su
defensa, alegando: “es absolutamente imposible pedirle al Ministerio que tuve a mi car­
go, una acuciosidad mayor, porque en el momento oportuno se consultaron los dineros y
se enviaron ellos al Servicio Nacional de Salud”.109 Pero, sí terminó por reconocer que
“en el curso del presente año, ...habrá un desfinanciamiento en algunos ítems,
especialmente en «alimentación» y en «farmacia». Esto es explicable, porque la mayor
parte de estos últimos productos se obtienen con materias primas adquiridas por dólares
y la alimentación también ha subido”.110
El señor Cid reconocía muchas deficiencias en el sistema público de salud, como
igualmente lo hicieron algunos diputados que defendían al ex-Ministro en contra la acu­
sación: falta de alimentación escolar y preescolar, atrasos en la extensión y desperfectos
en los sistemas de agua potable, corrupción, ineficiencia, pero también destacaba con
orgullo el programa de vacunación contra el sarampión y la poliomielitis. Pero ¿por qué
se formuló una acusación constitucional en contra del señor Cid? No era ninguna nove­
dad que hubiera deficiencias en el sistema público de salud. El señor Cid, aunque no
hubiera ejercido su puesto con gran distinción, tampoco podría ser el responsable de que
hubiera una tasa de mortalidad infantil más alta en Chile que en Argentina o en Estados
Unidos. Esta pregunta fue contestada directamente por el diputado Millas:

107 Ibid: 4941.


108 Ibid: 4942.
109 Ibid: 4949.
110 Ibid: 4959.

240
“La acusación constitucional que nos ocupa se presentó en momentos dramáticos, cuan­
do el Poder Ejecutivo se empeñaba en no dar solución al conflicto del personal del
Servicio Nacional de Salud.
En los momentos en que la considera la Honorable Cámara, se ha producido una situa­
ción paradojal. El diario representativo de la oligarquía chilena, que impulsaba, tenaz­
mente, al ex Ministro de Salud Pública,...a su partido y al Gobierno, a oponerse a los
planteamientos de dicho personal; el diario que ha estado, en representación de las fuer­
zas reaccionarias... continúa su tradición centenaria, y en la editorial de hoy lo ataca
con dureza y en términos que constituyen, en cierta medida, una felonía política.
...sostenemos esta acusación en el ejercicio de una atribución constitucional que es una
de las fundamentales del Parlamento de la República. ...En estos momentos se desenca­
dena una gran ofensiva en relación con el Congreso Nacional. Hay mucha gente que
vocifera en contra del Parlamento. Ahí está, por ejemplo, un profesional de la
antipolítica, aunque tenga también otras profesiones como la de banquero y terrate­
niente: el señor Jorge Prat. Al mismo tiempo, en el país, se esbozan tendencias cesaristas
y se plantea la necesidad de otorgar aún más atribuciones al Jefe del Estado, en cir­
cunstancias que primero debe responder de cómo ejerce las que actualmente detenta.
...Culpamos al Ejecutivo de no haber querido dar solución a un conflicto de extraordi­
naria importancia y de gran trascendencia humana, a pesar de que la Honorable Cá­
mara, por la unanimidad de sus miembros, lo requirió para ello”.111
La acusación constitucional se había formulado para exigir al Ejecutivo que solucio­
nara el conflicto laboral y tomara en cuenta la legislación propuesta por el Congreso (medida
rechazada por el Jefe del Estado, ya que tales iniciativas debían originarse en el Ejecutivo).
También servía para defender las atribuciones del Congreso y protestar por el «cesarismo»
derechista (sin recordar que cuando los partidos de izquierda conformaban una parte del
gobierno, habían denunciado al «bastardo parlamentarismo» y al Congreso como baluarte
de la oligarquía terrateniente). Más importante todavía, la acusación constitucional propor­
cionaba un foro para que los partidos plantearan todos los temas políticos del momento (en
un momento previo a las elecciones presidenciales que se avecinaban) y para que proclama­
ran sus denuncias históricas contra el régimen. El diputado Manuel Rioseco del Partido Ra­
dical, que defendía al ex-Ministro, presentaba con orgullo los éxitos del Gobierno: “la dismi­
nución del tifus exantemático y de tantas otras enfermedades infecciosas,... el programa de
construcción de hospitales después del terremoto de 1960, los avances en el sistema de medi­
cina hospitalaria chileno...”. El diputado frapista, Foncea, injertó, con el típico humor irónico
de los congresales: “¡Aquí nos vamos a enfermar todos!”.112

111 Ibid: 4953-54.


112 Ibid: 4981-82.

241
La diputada Julieta Campusano,(PC) al fundamentar su voto a favor de la acusa­
ción, como muchos legisladores en el pasado, prefería hacer memoria y recordarles a los
diputados:
“Cada avance social, cada reivindicación ganada, cada derecho conquistado, cada peso
arrancado a la voracidad insaciable de los poderosos, cada jomada de lucha de los
trabajadores, por su padre, por su mujer, por sus hijos, por su clase, están teñidos con la
sangre proletaria.
Toda la historia del régimen capitalista en el mundo y en nuestro país está jalonada
por sangre y crímenes. La fortuna de los poderosos está formada con la explotación de
los trabajadores; y la defienden con la más bestial represión, utilizando todo el aparato
del Estado.
El asesinato de Luis Becerra es un hecho más de esta lucha despiadada en que se agrega
a los caídos ya en la Escuela Santa María, en Coruña, en Magallanes, en Ranquil, en
Lonquimay, en la Avenida Matta, y en la Plaza Bulnes, en los sucesos ocurridos el 2 de
abril y el 6 de noviembre en la población José María Caro...
Un señor diputado: Y en Hungría, Polonia y Cuba
El señor Barra. Y en España.
Hablan varios señores diputados.
La señora Campusano: La clase entronizada en el poder mantiene fuerzas de choque que
utiliza cada vez que los trabajadores salen a la calle a defender sus derechos y a pedir pan
para sus hijos. Las fuerzas de choque que sirven y defienden los intereses de las clases
gobernantes son fuerzas integradas por hombres del pueblo que se incorporan a ese odia­
do cuerpo policial y son convertidos en asesinos de sus propios hermanos de clase.
Los diputados comunistas creemos que los millones y millones de pesos que se gastan
en el equipamiento y movilización de las fuerzas represivas alcanzan con creces para
pagar los salarios y sueldos que reclaman los trabajadores de salud.
Asombra que, mientras su Gobierno tiene mano dura para los trabajadores y el pueblo,
el señor Alessandri tenga una política de........ complacencia con los monopolios explo­
tadores de nuestras riquezas...
El señor Huerta: Aunque sea señora, no tiene derecho a referirse al Presidente de la
República en los términos en que lo hace...
Hablan varios señores Diputados a la vez.
La señora Campusano: ...Nada podrán conseguir los millones de pesos gastados en pro­
paganda destinada a crear descontento en el pueblo, dentro de los trabajadores. Su

242
triunfo será, en primer término, obra de su propia combatividad, de su unidad en la
lucha y de su férrea voluntad. Voto que sí la acusación”.113
El diputado Víctor Galleguillos les recordó también a los congresales que en vir­
tud de la Ley del Cobre de 1955 (Ley 12.828)
“las compañías de la Gran Minería están usufructuando de las riquezas nacionales y
escamoteando al país más de 90 mil millones de pesos al año. Con estos recursos se
habrían podido construir y equipar, no sólo un nuevo hospital para Calama, sino tam­
bién muchos otros, y, a la vez, mejorar las rentas miserables que actualmente tienen
los funcionarios de la Salud.
...Por estos motivos, esta acusación ‘que no sólo significa una crítica a la actuación del
ex Ministro de Salud Pública, sino también al régimen corrompido que impera en
Chile’está perfectamente fundada. Voto que sí”.114
El diputado César Godoy Urrutia añadió la ya tradicional advertencia sobre el cata­
clismo que se avecinaba: “la sociedad actual, dividida en clases, - que no las hemos creado
ni inventado nosotros- somos sus víctimas- es una inmensa caldera en ebullición, en cuyo
interior se producen estos conflictos propios naturalmente de una sociedad que no sabe
distribuir con equidad y justicia”. A su tumo, el diputado demócrata cristiano, Patricio
Hurtado, elogiaba al dirigente sindical de su partido, Luis Armando Becerra, que cayera
bajo las ruedas de “un monstruo de hierro” [el carro lanza aguas] y así “se incorporará a la
constelación de los inmortales que luchan por la causa de la redención proletaria, para que
el conflicto fuera resuelto y se abriera la posibilidad de que el Servicio Nacional de Salud
funcionara normalmente”. Dijo Hurtado: “Nosotros recogemos esta dura lección como un
estímulo para la lucha de los que estamos consagrados a buscar días mejores para nuestra
patria, sobre las ruinas del régimen imperante”.115 Se acababa el régimen, venía el fin de la
nefasta institucionalidad impuesta desde 1925, o 1932, se construiría la nueva utopía «so­
bre las ruinas» del estado liberal-capitalista.
Otros diputados criticaron las políticas económicas y laborales del Ejecutivo, mien­
tras algunos voceros de los partidos de gobierno continuaban en su defensa. Terminado el
debate, la acusación constitucional se rechazó, en una votación netamente política, como
se esperaba: 35 votos contra 21 y una abstención.116 Quedaba poco tiempo antes de las
elecciones de 1964, en las que los sufragantes podrían elegir entre una «revolución en
libertad» o «el socialismo». Pero antes habría otra ley de amnistía con el fin de crear un
mejor clima para la contienda electoral. Dicha amnistía fue concedía en un artículo

113 Ibid: 4988-89.


114 Ibid: 4991.
115 Ibid: 4993-94. Cursiva de los autores.
116 Ibid: 5009.

243
transitorio de la extensamente debatida Ley 15.632 del 13 de agosto de 1964 que: “eleva
de categoría los Juzgados de Quilpué, Villarrica y Carahue. Modifica Código Orgánico de
Tribunales y Procedimiento Civil; Estatuto Administrativo; Ley Colegio de Abogados y
otras disposiciones legales”.

Amnistía de 1964 (Ley 15.632, Artículo 8 transitorio)

“Concédese amnistía a todas aquellas personas que están siendo procesadas o hayan sido
condenadas por delitos contemplados en el Título III de la Ley 12.927 de 6 de agosto de
1958, y siempre que se hayan cometido con anterioridad al 1 de enero de 1964”.117

Proyecto de reformas constitucionales de Alessandri

En plena campaña presidencial en que los dos candidatos más fuertes proponían
una revolución para Chile, fuera «en libertad» o socialista, el Presidente Alessandri pro­
puso un proyecto de reforma constitucional, patrocinada por el Ministro Enrique Ortúzar,
que permitiría cambios estructurales en el país, como una «revolución» alternativa. Como
su padre en 1920 e Ibáñez después, entre otros, Jorge Alessandri favorecía el fortaleci­
miento del Ejecutivo, una restricción en las iniciativas permitidas al Congreso y una
despolitización de la política, es decir una dilución de la influencia de los partidos políti­
cos y del movimiento sindical.118 Alessandri proponía entre otras reformas, un
mecanismo de plebiscito para solucionar conflictos entre el Poder Legislativo y Ejecuti­
vo; conceder al presidente la facultad de disolver el Congreso por una vez durante su
mandato; eliminar la iniciativa legislativa en materia de gastos públicos y remuneracio­
nes en los sectores privado y público; la elección de senadores nacionales (no por provin­
cia) y la designación de senadores corporativos (ex- presidentes de la República, rectores
de universidades, ex- presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados; etc.); supre­
sión del derecho de huelga en los servicios públicos, en la agricultura y en industrias y
empresas cuya paralización pondría en peligro «la salud de los habitantes o la vida eco­
nómica de la nación». Elementos de estas propuestas despolitizantes resurgirían con la
refundación constitucional y política impuesta por un gobierno militar entre 1973 y 1981.

Diario Ofiáal N. 25915 de 13 de agosto de 1964.


El «antipoliticismo» y el conflicto entre los poderes legislativos y el ejecutivo eran temas históricos per­
manentes, a veces subtextos y a veces temas de punta, que correspondían de cierta medida a la falta de
consenso sobre las bases constitucionales desde 1828. Véase Hugh Bicheno, «Antiparliamentary Themes
in Chilean History», Government and Opposition, 7 (3) (Summer 1972): 351-388.

244
En plena campaña electoral, los partidos políticos no iban a enfrentar una refor­
ma constitucional de tanto alcance, menos todavía patrocinada por el presidente, que en
poco tiempo saldría de La Moneda. De hecho, las reformas propuestas eran consistentes
con la tradición autoritaria-presidencialista legada por Portales y reactivada, de cierta
medida, por Arturo Alessandri y Carlos Ibáñez. La propuesta de restringir la iniciativa
del Congreso en materias de gastos y remuneraciones atacaba al «populismo partidista»
y la propuesta referente al movimiento sindical, habría permitido ilegalizar cualquier
huelga definida por el Presidente como «de peligro» para «la vida económica de la na­
ción». No obstante la muerte silenciosa de la reforma constitucional propuesta por
Alessandri en 1964, tales «revoluciones institucionales» resurgirían bajo circunstancias
bastante distintas y con otro destino quince años después.

La elección presidencial de 1964

A seis meses de la elección presidencial, el 15 de marzo de 1964, hubo una elec­


ción complementaria en la provincia de Curicó para reemplazar al fallecido diputado
socialista Oscar Naranjo. Los partidos políticos daban a esta contienda gran importancia
como índice de las fuerzas relativas que decidirían quién sería el próximo Presidente de
la República. La victoria del hijo de Naranjo en una zona rural del valle central, hizo que
el candidato presidencial del Partido Radical, Julio Durán renunciara a su candidatura al
día siguiente, plegándose la derecha a la candidatura de Eduardo Frei, como «el menor
de los males». Diez días antes, el dirigente comunista Luis Corvalán había anticipado
esta posibilidad: “En la cabeza de los ultrarreaccionarios está la idea de impedir por
cualquier medio el triunfo de Allende o de desconocerlo, de no admitir por motivo alguno
un gobierno del pueblo. ...Y empiezan a barajar fórmulas, a lucubrar maniobras, desde el
apoyo a Frei hasta el golpe de Estado, pasando por el desconocimiento del triunfo en el
Congreso Pleno. ...se quiere meter ‘cuco’ y chantajear [con el miedo de fusilamientos, con
la muerte de la religión, con que los niños serán arrancados del lado de sus padres...] así
a un sector del país”.119
Cuando Durán renunció a su candidatura, el Partido Radical no podía conseguir
que el FRAP ni la Democracia Cristiana entraran en las transacciones del pasado. Incluso
Frei declaró que «ni por un millón de votos cambiaré una sola línea de mi programa»
-actitud radicalmente opuesta a la tradicional artesanía política electoral que, desde
1932, había permitido formar coaliciones de mayoría, aún cuando fueran bastante transi-

119 «Aseguremos el camino pacífico», artículo publicado en El Siglo en marzo de 1964, reimpreso en Corvalán
(1971):69-85.

245
tonas, como en el caso del gobierno de González Videla con radicales, liberales y comu­
nistas. Frei enfatizaba que su visión para el futuro de Chile no era una transacción entre
izquierda y derecha sino una alternativa distinta, una tercera vía, que cambiaría «la con­
dición social del hombre». Ahora se enfrentaban directamente dos utopías alternativas,
no los pactos políticos instrumentales característicos de Chile hasta 1964. La tecnocracia
del gobierno alessandrista se reemplazaría con una “revolución en libertad” que preten­
día crear una sociedad fundada en el «humanismo cristiano».
Era evidente que la elección presidencial de 1964 se definía en Chile y fuera de
Chile, en el marco de la Guerra Fría y de la influencia de la Revolución cubana en el
hemisferio: «comunismo versus libertad», «dictadura versus democracia», «revolución
en libertad» versus «tiranía marxista». Los Estados Unidos invirtieron millones de dóla­
res, abierta y clandestinamente con el propósito de asegurar el éxito del candidato
demócratacristiano, Eduardo Frei Montalva contra el socialista Salvador Allende Gossens.
Como indica Philip O’Brien, “Durante los años federales de 1963 y 1964, la AID estuvo
menos interesada en la estabilización y en las reformas significativas que en asegurar
que el FRAP no ganara en las elecciones de 1964. Se enviaron instrucciones desde Was­
hington en el sentido de que la ayuda debía ser distribuida especialmente en actividades
de desarrollo social (viviendas, colegios, hospitales), las que pudieran ser fácilmente
identificables como proyectos de la ‘Alianza para el Progreso’ y las que se consideraba
que teman significado en el período pre electoral... [para] producir resultados políticos y
sociales a corto plazo, favorables para los objetivos de la Alianza para el Progreso en
Chile”.120 También apoyaron con recursos financieros para la campaña de Frei, los
demócratacristianos alemanes, el gobierno de Alemania occidental y CARITAS, organis­
mo asistencial católico, entre otros grupos internacionales.
La victoria electoral de Frei con irnos 1.409.012 votos contra 977.902 de Allende y
125.233 de Durán, fue aplaudida en Estados Unidos, donde Frei fue aclamado como la
esperanza democrática del hemisferio y donde poco tiempo después apareció un libro
titulado «The Last Best Hope: Eduardo Frei and Chilean Democracy». (La última mejor
esperanza: Eduardo Frei y la democracia chilena).121 Para el Partido Comunista de Chile
“el objetivo que persigue la Democracia Cristiana es salvar al capitalismo en Chile e
impedir la revolución popular y el socialismo. ...El imperialismo trata de contener la
marcha emancipadora de nuestros pueblos. ...ha dicho que no permitirá una nueva Cuba
en América Latina. Pero, mal que les pese, surgirán una segunda Cuba, una tercera Cuba
y otra más, tantas como países hay en el continente. Conforme a sus propias característi-

Philip O’Brien, «La Alianza para el Progreso y los préstamos por programa en Chile», Estudios Internacio­
nales, Año 2, N. 4 (enero-marzo 1969): 469-70.
Leonard Gross, The Last Best Hope: Eduardo Frei and Chilean Democracy, New York: Random House, 1967.

246
cas nacionales, con métodos y formas que correspondan a cada realidad particular, todos
los pueblos latinoamericanos seguirán el ejemplo cubano”.122 Y advertía Luis Corvalán
(en 1965): “Sin entrar en el terreno de poner en duda la lealtad de los oficiales, suboficia­
les y tropas de las Fuerzas Armadas, consideramos que lo mejor que debe hacerse es
cortar de una vez por todas las posibilidades de que los agentes norteamericanos influ­
yan en nuestros medios militares... los peligros de golpe de Estado y de intervención
imperialista pueden ser conjurados”.123
Si bien existía un dualismo en el sistema de partidos políticos que permitía la
existencia simultánea de discursos utópicos, belicosos y totalizantes; de prácticas coti­
dianas que resultaran en reconciliaciones pragmáticas, vía clientelismo, amnistías e in­
dultos recurrentes y reconfiguraciones transitorias de coaliciones en el Congreso, este
dualismo se iba destruyendo. El pragmatismo sucumbía al peso de los discursos antagóni­
cos, a la amenaza de más «Cubas», a la posibilidad de un «Chile socialista» y a la recu­
rrente movilización, desde 1957, de masas populares que parecían ensayos de insurrec­
ción popular como las descritas en los documentos del Partido Comunista.

122 «La clase obrera, centro de la unidad y motor de los cambios revolucionarios», Informe central al Xffl
Congreso Nacional del Partido Comunista, del 10 de octubre de 1965 en Corvalán (1971): 89; 99-100.
123 Ibid: 131-32.

247
Capítulo 6
La «revolución en libertad»: la tercera vía, 1964 1970

Cronología Política Medidas de Reconciliación,


Amnistías, Indultos

Asume Eduardo Frei Montalva 4 nov. 1964


1965
Reforma educacional Ley de Amnistía 16.239
Creación del M.Vivienda y Urbanismo (Periodistas)
Huelga minera oct. Ley de Amnistía 16.290
(Seguridad Interior del Estado)
Ley de impuesto patrimonial
Aumento de salario mínimo agrícola
(igualado con mínimo industrial)
1966
Inicio de «chilenización» de cobre 11 marzo
Conflicto en «El Teniente» 11 marzo Ley de Reparación para deudos
de mineros muertos;
Amnistía Ley 16.519 (periodistas)
Formación Partido Nacional mayo Desistimiento caso mineros
huelga
1967
Reforma Constitucional derecho enero
de propiedad Artículo 10, Núm. 10.
(Ley 16.615)
Ley de sindicalización campesina abril
Ley de reforma agraria julio
Toma de la Universidad Católica 11 de agosto
Paro Nacional (CUT)

249
1968
FECH: toma casa central Univ. de Chile
Se rechaza Acusación Constitucional
contra Ministro del Interior
E. Pérez Z. junio
Toma de Catedral de Santiago agosto
Ley de Juntas Vecinos
Escalada de violencia, bombas, asaltos
armados, tomas de campos, industrias
Huelgas del magisterio, de Correos
y Telégrafos
Se reparte gratuitamente el libro
«Frei el Kerensky chileno»
«Batalla» Fundo San Miguel (Aconcagua) Ley de Amnistía 16.975
(intendentes, gobernadores,
periodistas y otros)
1969
«Matanza» de Puerto Montt 9 marzo
Motín Regimiento Tacna («Tacnazo») octubre
Huelga Poder Judicial nov.
1970
Reformas Constitucionales
Elecciones Presidenciales 4 sept.
Estatuto de garantías constitucionales
Intento de secuestro y asesinato
General Schneider 22 oct.
Congreso elige a Salvador Allende 24 oct.
Allende asume como Pdte. de la Rep. 4 nov.

Elegido por amplia mayoría el 4 de septiembre de 1964, Eduardo Frei Montalva


asumió como Primer Mandatario en nombre de una «revolución en libertad».1 Se inten­

Fue también resultado de una campaña política financiada en parte con fondos extranjeros en nombre del
anticomunismo. U.S. Senate, CovertAction in Chile: 1963-1973, Washington, DC: U.S. Government Printing
Office, 1975. En castellano, Frei, Allende y la CIA, traducción de Cristián Opaso. Santiago: Ediciones del
Ornitorrinco, s.f.

250
sificaban los discursos antagónicos históricos de «la democracia» contra «el comunis­
mo», en el marco de la Guerra Fría y de la influencia de la Revolución Cubana.2 Una vez
más, según los voceros de los bloques políticos más importantes, el país estaba «al borde
del abismo».
En 1964, Frei apelaba a la unidad nacional proclamando: “si no salvamos a Chile
haciendo una Revolución en Libertad, llegará un mañana en que reinará el odio, el temor
y la irracionalidad”.3 En este sentido, la coyuntura de 1964 fue una repetición de 1932 y
de 1938, dividiéndose el país entre bandos, auto declarados como enemigos, que procla­
maban utopías sociales y regímenes institucionales irreconciliables. Si algún consenso
existía en el país, era que el régimen existente debía ser transformado profundamente.
El dilema, por cierto, era que no había consenso sobre cuál régimen se debía instalar.
La Democracia Cristiana era la expresión partidista moderna del rechazo del Papa
León XHI al liberalismo y al marxismo en 1891, de la evolución de la Doctrina Social de la
Iglesia desde 1931 y de la alternativa de una sociedad «comunitaria», basada en la solida­
ridad social en vez de la lucha de clases. En el ámbito teórico, al menos, se trataba de
realizar la obra de «restauración social» propuesta por la Iglesia chilena en la carta pasto­
ral del episcopado de 1962.4
Como un movimiento multiclasista, la Democracia Cristiana se autoidentificaba
como un partido «por encima de la política tradicional», recurriendo a consignas sobre el
bien común y la unidad nacional. Supuestamente el compromiso con el «bien común» la
distinguía de los gobiernos pasados. Pero eran las mismas consignas que esgrimieron Car­
los Ibáñez y Jorge Alessandri, si no todos los gobiernos desde 1932, para justificar sus
propias iniciativas y para deslegitimar a los «otros», a los «enemigos de la Patria» que, se
daba por subentendido, hubieran querido dividir la Patria en vez de construir su unidad y
conseguir su reconciliación nacional.
El gobierno de Frei pretendía implementar su proyecto político mediante un ca­
mino propio, buscando la colaboración coyuntural de otros partidos, ya fuera en el Con­
greso, el movimiento sindical o en las agrupaciones empresariales.5 Como todos los go-

Desde 1961 artículos publicados en la revista socialista, Arauco, enfatizaban que la estrategia del Frente
de Trabajadores “ha recibido su confirmación cabal como tesis válida para nuestro continente en la revo­
lución cubana...”. Salomón Corbalán, “Por un Frente de Trabajadores”, Alejandro Witker, Historia docu­
mental del Partido Socialista de Chile: 1933-1983, México: Universidad Autónoma de Guerrero, 1983: 60.
Oscar Pinochet de la Barra, El pensamiento de Eduardo Frei, Santiago: Editorial Aconcagua, 1983:172.
“El deber social y político en la hora presente”, Pastoral Episcopal, Santiago: 1962.
A nivel nacional los empresarios chilenos estaban agrupados en la Cámara Central de Comercio; Cámara
Chilena de la Construcción; Sociedad de Fomento Fabril; Sociedad Nacional de Agricultura; Sociedad
Nacional de Minería, con una «supra» entidad, como posible interlocutor, la Confederación Nacional de la
Producción y del Comercio. Las políticas del gobierno de Frei produjeron divisiones dentro de la mayoría
de estas organizaciones gremiales.

251
bienios anteriores, sin embargo, la Democracia Cristiana encontraría oposición a sus ini­
ciativas en el Congreso, en los medios de comunicación social, en las movilizaciones de
los sindicatos obreros y en los gremios del sector público, cuyo propósito principal era la
defensa de sus peticiones económicas.
En el poder, la Democracia Cristiana buscaría ampliar las atribuciones del Ejecu­
tivo y se quejaría del obstruccionismo de los partidos de derecha y de izquierda en la
legislatura nacional. Los partidos de oposición, en cambio, defenderían la «democracia»
contra el «cesarismo» y apelarían a las atribuciones legislativas como barrera contra la
pretendida «monocracia» demócratacristiana. No importaba que algunos de los mismos
partidos de oposición, en otros momentos, denunciaran que el Congreso era el baluarte
de la reacción. El histórico subtexto político- institucional del parlamentarismo versus el
presidencialismo, tema central desde la era de 1828-1833, se revestía de ropajes ideológi­
cos diferentes. Pero casi siempre la coyuntura inmediata definía cuáles grupos defende­
rían las atribuciones del Congreso o del Poder Ejecutivo. Lo que prevaleció fue un
principismo pragmático, exhibido desde la izquierda y la derecha, ya fuera para apoyar o
para resistir proyectos de reforma constitucional, la ley para «chilenizar» el cobre, las
leyes de amnistía, las acusaciones constitucionales, los reajustes de salarios en el sector
público y privado o para definir las políticas legítimas para mantener «el orden» frente
los paros, las huelgas nacionales y las manifestaciones callejeras.
En el Congreso, en los medios de comunicación y en las calles, las tácticas de la
oposición política serían las mismas de siempre, si bien el nivel de «acción directa», tales
como las «tomas» de sitios urbanos y de fundos rústicos o las operaciones de los grupos
paramilitares de izquierda y de derecha, se incrementarían notablemente desde 1967.
Por lo general, las respuestas del gobierno demócratacristiano a la oposición no eran muy
diferentes a las de gobiernos anteriores. Sin embargo, eran agentes del gobierno, espe­
cialmente en el sector agrario, los que promovían muchas de las movilizaciones e inciden­
tes que terminaron en enfrentamientos entre la fuerza pública y campesinos, pobladores
y trabajadores. Muchas veces, por cierto, eran los partidos y grupos de derecha e izquier­
da los «promotores» de dichos sucesos.
Del mismo modo, los discursos en el Congreso, denunciando los atropellos de la
policía o los actos «inconstitucionales» de los ministros durante el gobierno de Frei, eran
sumamente familiares. Para solucionar centenares de conflictos sociales y sindicales y para
conseguir la «paz social» habría que desistirse de querellas contra dirigentes sindicales,
campesinos y empleados públicos. Y, como en el pasado, con la intención de lograr una
gobernabilidad transitoria, se recurriría, en algunos casos, a los indultos y amnistías para
los procesados o condenados por delitos contra la seguridad interior del Estado o contra la
ley sobre abusos de publicidad. La Democracia Cristiana emplearía todas las modalidades
históricas de la reconciliación política cotidiana, pero de manera menos eficaz que el Presi­

252
dente Aguirre Cerda y con menos publicidad y menor cobertura que el Presidente Ibáñez
entrel952 y 1958, especialmente en el caso de los indultos.
El Partido Demócrata Cristiano propoma, al menos teóricamente, otro modelo de
sociedad y otro régimen político. Después de algunos éxitos relativos (1964-1966), en parti­
cular en la batalla contra la inflación, en la reforma educacional, en fuertes inversiones en
empresas estatales y en la promoción de la organización de campesinos, pobladores y muje­
res pobres, el proyecto de «solidaridad social» que implicaba la «revolución en libertad»,
no sólo sería un fracaso sino un proceso conflictivo en ascenso, que produciría divisiones
múltiples dentro de la misma Democracia Cristiana. En su afán de imponer su programa y
reconfigurar de manera definitiva el sistema político, estableciéndose no sólo como partido
dominante sino hegemónico, dejarían al país y a la Iglesia y las Fuerzas Armadas, sus insti­
tuciones más jerárquicas, peligrosamente polarizadas.

El marco político de la «revolución en libertad»

La derecha política apoyó a Eduardo Frei Montalva en la elección presidencial de


1964 como un mal menor, sin alianzas previas ni compromisos respecto a la configuración de
su gobierno. Dentro de la Democracia Cristiana, los intelectuales, profesionales y políticos de
carrera estaban bastante divididos respecto a la naturaleza concreta del proyecto «comunita­
rio». No había una homogeneidad ideológica más allá de un nuboso compromiso con las
«reformas» y la «justicia social», basado en la Doctrina Social de la Iglesia. La Democracia
Cristiana, como partido de gobierno, apelaba a un «centro» indefinido del espectro político,
que se aglutinaría en una tercera vía, que no sería ni capitalista ni socialista.
Según Roger Vekemans, jesuíta, sociólogo belga y director de DESAL, quien tuvo
una fuerte influencia en el gobierno de Frei, era necesario «incorporar» a la vida nacio­
nal a los pobladores, mujeres y campesinos, es decir, a la masa no organizada, para promo­
ver el desarrollo social del país.6 El gobierno creó entidades estatales como la Promoción
Popular, para vincular a esos «marginales» al Estado.
El programa de la Democracia Cristiana ofrecía, en teoría -por contradictorio que
pareciera- algo para todos: prosperidad, crecimiento económico; reducción de la tasa de
inflación; redistribución progresiva del ingreso; reformas sociales estructurales y estabili­
dad política dentro de «la libertad». La Democracia Cristiana era nacionalista,
antidependentista y a la vez, estaba estrechamente ligada al movimiento demócratacristiano

Para el papel de Vekemans, el Centro Bellarmino, DESAL y otras instituciones de la Iglesia y su


financiamiento internacional en la campaña antimarxista, véase a David Mutchler, The Church as a Política!
Factor in Latín America, New York: Praeger, 1971; Brian Loveman, Chile, The Legacy ofHispanic Capitalism,
2nd ed., New York: Oxford University Press, 1988: 272-280.

253
internacional. Por otra parte, el éxito de su programa dependía de la inversión extranjera y
del financiamiento del gobierno de los Estados Unidos. Estas contradicciones eran insupe­
rables en la práctica, como se vería en las escisiones de este partido(1969,1971) y en el
contraste entre las metas señaladas por el gobierno y sus logros.

El primer año: los proyectos y debates sobre amnistías

La Democracia Cristiana inició su gobierno con dos proyectos de ley de amnistía. Uno,
que beneficiaría a los periodistas procesados o condenados por infracciones de la llamada
«Ley Mordaza» (Ley 15.576) sobre Abusos de Publicidad y otro, presentado el 10 de diciem­
bre de 1964, que concedía una amnistía general para las personas procesadas o condenadas
por la ley de Seguridad Interior del Estado con el fin de «pacificar los espíritus y crear un
ambiente propicio a la concordia nacional».7*El primer proyecto no encontró mucha oposi­
ción, promulgándose y publicándose en el Diario Oficial del 30 de marzo de 1965 como la
Ley N. 16.239. Esta ley concedió amnistía a «los periodistas que se encuentren actualmente
procesados o hayan sido condenados por infracciones a la Ley 15.576 del 11 de junio de
1964, que fijó el texto refundido y definitivo de la Ley sobre Abusos de Publicidad».
A pesar del limitado debate efectuado sobre ese primer proyecto de amnistía y el
acuerdo de tratarlo sin informe de comisión, el senador Francisco Bulnes Sanfuentes ex­
presó su opinión señalando que no se debía conceder las amnistías sin “fundamentos
doctrinarios y prácticos. Significa alterar totalmente la ley penal; dejar esa ley sin aplica­
ción; presumir ‘a posteriori’ que lo que, en verdad, fue delito, ya no lo es ni ha existido
jamás. Sólo se justifica cuando la ley penal es manifiestamente abusiva; cuando ha resultado
contraria a la realidad, o cuando conmociones sociales han arrastrado a gran número de indi­
viduos a delinquir».6 Bulnes objetó que en tiempos recientes, el Congreso había abusado
al otorgar demasiadas amnistías y que en este caso «una vez más dejaremos sin sanción a
todos los calumniadores e injuriadores del país, aunque sean reincidentes o profesiona­
les en esos delitos”.9
Aprobada la amnistía para los periodistas, el senador Salomón Corbalán respon­
dió a la intervención de Bulnes Sanfuentes con una indicación para agregar un inciso a la
amnistía, con el fin de incluir a «las personas que se encuentran actualmente procesadas
o hayan sido condenadas por delitos contemplados en la Ley 12.927 en virtud de los

Entretanto, el senador Salvador Allende propuso una vez más la derogación de la ley 15.576 («ley morda­
za»), Senado sesión 3a. de 8 de junio de 1965:101.
Senado, sesión 14a. de 5 de enero de 1965:800. Cursiva de los autores
Ibid: 801.

254
sucesos ocurridos en la ciudad de Mejillones el 8 de febrero de 1964». La propuesta de
Corbalán se refería a una situación protagonizada por ciudadanos que «desesperados
por la situación de abandono en que se encontraban, debieron recurrir al sistema de
colocar banderas extranjeras [la boliviana] para llamar la atención de los poderes del
Estado».
El senador Bulnes indicó que, estando en una legislatura extraordinaria, sólo co­
rrespondería tratar las materias que el Ejecutivo incluyera en ella y por eso la indicación
propuesta respecto a la amnistía sería inconstitucional. El Ejecutivo había limitado el
proyecto de amnistía a los periodistas procesados o condenados por delitos cometidos
contra la ley sobre Abusos de Publicidad durante la campaña electoral. Añadió Bulnes
que no tendría inconveniente en que “se indultara a los responsables de los hechos
antipatrióticos ocurridos en Mejillones” fuera por el presidente o por una ley de indulto
general. Enfatizaba que no se podía aceptar, como implicaba una amnistía, que “el delito
fue una ficción, que los culpables no delinquieron jamás. A mi juicio, es más de lo que, en
rigor, puede hacerse”.10
El senador Bulnes Sanfuentes recalcaría varias veces esta posición doctrinaria
respecto a las amnistías y a los indultos, durante el gobierno de la Democracia Cristiana.
Insistiría en la indeseabilidad de aceptar «la ficción de que el delito no hubiera ocurri­
do» y en la importancia de dejar constancia de los delitos, aún cuando se perdonara a los
culpables mediante un indulto. Los senadores encontraron inadmisible la indicación del
senador Corbalán por razones constitucionales. La rechazaron por una votación de 12
contra 5,1 abstención y 6 pareos, a pesar, de que, en otras ocasiones la interpretación
sobre cuáles temas estaban propiamente «relacionados» con el mensaje presidencial para
considerarlos en el período de sesiones extraordinarias, habría sido mucho más amplia.11
El diputado Jorge Iván Hübner cuestionó la amnistía para los periodistas en la
Cámara. No quería ver que los beneficios de la ley se extendieran a los casos de «publica­
ciones de carácter inmoral, pornográfico o por otro tipo de delitos de prensa». Hübner
dijo que se abstendría de votar. El diputado Patricio Hurtado, en tanto, indicó que los
diputados demócratacristianos votarían favorablemente la amnistía para los periodistas
“actualmente procesados o que hayan sido condenados por infracciones de la Ley 15.576,
ley liberticida que en su oportunidad combatimos por considerarla que muchas de sus
disposiciones eran cavernarias”.12 El diputado comunista, Carlos Rosales, expresó su apoyo
también, agregando que se esperaba que esta «ley mordaza» fuera derogada. El proyecto
de ley de amnistía para los periodistas fue aprobado, sin votos en contra, aunque hubo

10 Ibid: 802-803.
11 Ibid: 811.
12 Cámara de Diputados, sesión 25a. de 17 de marzo de 1965: 2210.

255
votaciones respecto a dos indicaciones que buscaban asegurar que no se amnistiaran
delitos por «infracciones que digan relación con atentados contra de la moral o de las
buenas costumbres» o con relación a los calumniadores o delitos contra la honra de las
personas. Las indicaciones fueron rechazadas.13
El segundo proyecto de amnistía beneficiaba a personas procesadas y condenadas
por delitos contemplados en la Ley de Seguridad Interior del Estado. Después de haber sido
presentado y, encontrándose pendiente en el Congreso, ocurrieron dos hechos que complica­
ron los debates de este segundo proyecto. Uno de ellos fue una explosión en una casa en La
Cisterna, el 31 de diciembre de 1964 y el otro, una bomba en la Embajada de Brasil en Santia­
go, el 22 de abril de 1965. El gobierno insistió en excluir estos sucesos de la propuesta de
amnistía. Como lo señalara el senador Patricio Aylwin: “No puede justificarse que este ánimo
de tender un manto de olvido respecto del pasado, sea aprovechado para seguir cometiendo
delitos. ...nada aconseja tender un paño de olvido y eximirse de aclarar tales hechos. Sin
duda la conciencia democrática de la mayor parte de los chilenos desea que aquellos sean
aclarados, que se sepa qué hay y que los procesos respectivos concluyan”.14
El senador socialista Tomás Chadwick, argumentó que los artículos de la Ley de
Seguridad Interior del Estado no eran aplicables a la explosión del 31 de diciembre, ya que
los detenidos era «gente joven, un tanto desorientada» que no consumaron ningún acto
que no pudiera amnistiarse. Dijo Chadwick: “dictar una regla de excepción y excluir a
estos hombres jóvenes de la gracia de la amnistía, parece rigor inmotivado que contradice
el propósito que tuvo el Ejecutivo al proponer al Congreso Nacional este proyecto”.15
Sumándose a los argumentos de Chadwick, el senador comunista Volodia Teitelboim
indicó que el Ejecutivo había querido excluir también a «los actualmente procesados»,
lo que implicaría la exclusión de muchos obreros portuarios «actualmente en huelga de­
bido al ‘lock-out’ decretado por el gobierno». Teitelboim puso en duda también los infor­
mes policiales evacuados con motivo «de los sucesos de la población Márquez [la explo­
sión], ...para nosotros, los informes policiales no son dignos de crédito, y no constituyen,
en nuestra opinión, prueba suficiente para fundar acusaciones como las que se formu­
lan». Mencionó también la declaración del diputado Luis Guastavino de haber sido gol­
peado con bastones electrónicos.16
En respuesta, el senador demócratacristiano Benjamín Prado dijo haber investi­
gado la afirmación, para poder declarar que “tales instrumentos no existen en Chile. Uno
está obligado a reaccionar frente a una afirmación de este tipo. ...¿Qué indujo al

Ibid: 2307.
Senado, sesión 7a. de 27 de julio de 1965:1732-33.
Ibid: 1732.
Ibid: 1735.

256
mencionado diputado a hacer esa afirmación y luego a El Siglo a publicar un titular en los
siguientes términos: 'Cuerpo de Carabineros utiliza armas secretas, desconocidas, para repe­
ler manifestaciones públicas?’. Hubo otras informaciones igualmente erróneas. ...declaro
que me disgusta que en el Senado se coloque al Cuerpo de Carabineros en tela de juicio
ante la opinión pública. En esa institución confía Chile entero...”.17
La senadora comunista Julieta Campusano respondió: «Su Señoría no presenció
esos hechos. Y si el señor senador alguna vez se hubiese enfrentado con las fuerzas represi­
vas de Carabineros, seguramente tendría otra opinión». El senador Prado replicó que “dos
o tres veces en mi vida, durante desfiles universitarios y manifestaciones gremiales, he sido
golpeado por Carabineros. Pero aún así, no pongo en tela de juicio la necesidad de que
exista un Cuerpo de Carabineros que resguarde el orden, cuide la vida de los habitantes y
proteja la seguridad interna”.18
Volviendo al proyecto de amnistía y al veto aditivo del Ejecutivo, el senador Pra­
do dijo que «los hechos que motivan las observaciones del Ejecutivo al proyecto sobre
amnistía, que es de iniciativa del propio Presidente de la República - como también lo es
el proyecto sobre modificación de la llamada ‘ley mordaza’-, son posteriores al envío del
veto...». El senador Teitelboim volvió directamente al papel de los Carabineros «que den­
tro del Estado actual desempeña un papel represivo en cuanto a defenderlo políticamen­
te», para seguir denunciando, por nombre y apellido, las actuaciones «bestiales» de cier­
tos uniformados. Haciendo un poco de historia, añadió: “los sucesos del cinco de septiem­
bre [de 1938], en el Seguro Obrero, no constituyeron una hazaña de Carabineros, sino una
página negra. Es muy importante, frente a quienes por sus funciones portan armas y, por
ende, están expuestos a la tentación de dispararlas o abusar de ellas, que exista un poder
civil que esté representando la necesidad de mantener un profundo respeto a los dere­
chos humanos. Es lo que tratamos de hacer”.19
Después de diversas intervenciones que relataban las funciones, valores y abusos
de los Carabineros, intervino el senador Salvador Allende, para recordarle al Presidente
Frei su propia denuncia contra la violencia policial, como senador, en el momento de los
«acontecimientos sucedidos en la población José María Caro, en donde no fue la tropa de
Carabineros sino la del Ejército, especialmente conscriptos de poca experiencia, la utili­
zada como fuerza represiva». Allende continuó con denuncias detalladas sobre las
actuaciones de Carabineros para concluir que “para nosotros, la fuerza policial es el sos­
tén de los estados capitalistas, como lo es para los demócratacristianos, que propician
seguramente el régimen comunitario. ...termino mis observaciones destacando que en los

17 Ibid: 1737.
18 Ibid.
19 Ibid: 1738.

257
sucesos de Valparaíso tenemos pruebas irrefutables de que Carabineros actuó en forma
desmedida, desusada, no habitual y, más que eso”.20
El 28 de diciembre siguió el debate con la intervención del senador Bulnes
Sanfuentes, quién volvió a su consistente doctrina sobre las amnistías y los indultos: «siem­
pre he mirado con mucho recelo todos los proyectos de amnistía general,... en virtud del
cual,... se establece la ficción jurídica de que un delincuente jamás ha delinquido,... la
amnistía constituye una medida de carácter sumamente extraordinaria, que altera por
completo el orden jurídico normal». El senador Bulnes continuó con una explicación
didáctica sobre el debido uso de las amnistías, refiriéndose a un foro realizado por él en
la Universidad de Chile sobre «el uso extremado y abusivo que se estaba haciendo del
recurso legal de la amnistía». No obstante, señaló que había dado su voto para la amnistía
propuesta por el Presidente Frei, la que fue aprobada por unanimidad, antes del debate
sobre el veto aditivo. Dijo, sin embargo, que no podría apoyar que se incluyeran en la
amnistía “hechos producidos con posterioridad a la fecha en que fue presentado, y que
revelan, se quiera o no se quiera, la existencia de una organización que tal vez no haya
ejecutado actos de terrorismo, pero que se constituyó con el objeto de realizarlos, es
extremar el concepto de la amnistía y abusar de nuestras facultades”.21
En el curso de los debates sobre las indicaciones ejecutivas de la amnistía, se iba
diferenciando el caso de los cinco jóvenes, dos de ellos muertos y tres heridos en la explo­
sión de La Cisterna y la bomba en la Embajada de Brasil. Aún así, el senador Carlos
Altamirano denunciaba que en las investigaciones sobre el caso de La Cisterna «cinco
personas fueron flageladas. ...se le aplicaron polos eléctricos en las sienes y, a consecuen­
cia de ello, [uno de ellos] resultó con graves lesiones cerebrales. ...Posteriormente se de­
mostró que este obrero, que quedó lisiado, no había tenido participación alguna en los
actos por los cuales había sido detenido». El senador Altamirano denunciaba una serie
de abusos, maltratos, instancias de violación de derechos constitucionales y humanos por
las autoridades policiales. Concluyó que «nuestro sistema jurídico es, en general, ex­
traordinariamente duro e implacable para juzgar los hechos que podrían atentar contra
el orden y el status vigente en el país», sin embargo la impunidad prevalecía para todo
tipo de delitos y abusos de los capitalistas. Continuó: “En cambio, contra estos tres jóve­
nes que quedaron con vida, sí que se clama por su castigo en forma dura y enérgica. Lo
anterior demuestra el espíritu clasista que impera en la Democracia Cristiana...”.22
A manera de respuesta a Altamirano, el senador Aylwin expuso:
“Estamos llanos a considerar la conveniencia, después que se esclarezca la verdad y se
dicten las sentencias -por lo demás están en libertad bajo fianza,...- de pedir al Ejecu­

20 Ibid: 1741-43.
21 Ibid.
22 Senado, sesión 28a. de 28 de julio de 1965:1823-25.

258
tivo que indulte a los posibles condenados. En todo caso, nos parece fundamental que
frente a estos hechos se establezca la verdad y ésta sólo quedará en evidencia cuando se
dicte sentencia definitiva y se dé por terminado el proceso”.23
El senador Aylwin rechazó una amnistía para los posibles terroristas, pero sugirió
que convendría tal vez un indulto, después que se descubriera la verdad y se dictaran las
sentencias. El senador Teitelboim, narró una parte de la vida de Lenin y la posición leni­
nista respecto al terrorismo, recalcando luego que los comunistas se oponían al terroris­
mo, pero no necesariamente a la violencia. Afirmó que no existía otra posibilidad de
libertad y democracia en Nicaragua, Paraguay, el Caribe, y otros países “aherrojados por
‘gorilas’... que no sea el de la insurgencia, como lo están haciendo los obreros y estudian­
tes en Ecuador y en otras partes de América Latina, y como ha ocurrido también en Chile
en momentos de excepción... Es un camino legítimo y nosotros estamos por esa violencia
creadora, rectificadora, del pueblo, no por la pequeña violencia individual. Esa violencia
histórica es útil y se opone a esa otra violencia de los reaccionarios, la ilegítima, que
abusa del poder, del uniforme, y que precisamente se descarga sobre el hombre modes­
to”.24 Después de aclarar la posición comunista, pidió que el Senado rechazara el veto
aditivo del Ejecutivo.
El senador Aylwin respondió que aceptaba el uso de la violencia para defender a
un gobierno legítimo y para derribar a un gobierno ilegítimo y tirano, pero que ninguno
de los casos referidos era relevante en el presente proyecto de amnistía. El senador Aniceto
Rodríguez les recordó a los demócratacristianos que algunos correligionarios suyos “ha­
bían tirado ácido corrosivo a uno de los candidatos [Alessandri] en Osomo... sin embargo,
ahora hablan contra el terrorismo político y se muestran poco cristianos para amnistiar a
los tres muchachos lisiados de La Cisterna”.25 Señaló también que no se sabía todavía
quiénes eran los autores del atentado en el caso de la Embajada de Brasil; que podía
haber sido un exiliado brasileño, “como los hay muchos en nuestro país, padeciendo ham­
bre y angustia a raíz del golpe asestado por el ‘gorilato’ de Castello Branco”.26 Denuncia­
ba la tortura en Brasil, al referirse a las palabras de Aylwin sobre los gobiernos ilegítimos
y tiranos. “Para ellos, [los torturados] no hay perdón, no hay amnistía, y se olvidan de un
mandamiento muy importante, que yo, como ateo y marxista, recuerdo: ‘Amarás a tu pró­
jimo como a tí mismo’. Pero para ellos -repito- nada, ni una molécula de compasión”.27
De esta manera el debate sobre el proyecto de amnistía estuvo enmarcado por la
Guerra Fría, la Revolución Cubana, la ola de gobiernos militares, empezando con El Sal­

23 Ibid: 1826.
24 Ibid: 1828.
25 Ibid: 1833.
26 Ibid.
27 Ibid: 1834.

259
vador, Brasil y Bolivia, que influían en la política de América Latina y por la coyuntura
política chilena. También por el debate histórico sobre el tipo de régimen que debía ins­
talarse en el país. Desde luego no podía haber debate sobre un proyecto de ley de amnis­
tía en Chile, desde 1932, sin mencionar a la Unión Soviética y la represión comunista. El
senador Bulnes Sanfuentes leyó, de un tomo de legislación soviética moderna (1947), las
penas que se estipulaban en aquel país por el delito de traición a la patria y otros críme­
nes contra el Estado. El senador Aniceto Rodríguez le preguntó por qué no había leído
también el Código Penal francés y español. Bulnes dijo que su partido no era apologista
de Franco y Rodríguez le respondió: «su partido lo ha sido siempre».
Como en el pasado, un debate sobre un proyecto de amnistía en Chile se prestaba
para discursos e intervenciones de toda índole, incorporando la Biblia y la historia de la
civilización occidental hasta un recordatorio de los «hechos» más sangrientos en la histo­
ria obrera y popular chilena. A fin de cuentas, el debate sobre la amnistía tenía como
referente implícito las diferencias más profundas sobre las versiones alternativas del
pasado, de la historia del país, sobre la coyuntura política y sobre el futuro. Cuando la Ley
16.290 fue promulgada en 1965, salió con las exclusiones en las que se había insistido.

Ley de Amnistía 16.290

«Concédese amnistía a todas las personas que hayan sido condenadas o que se encuen­
tren actualmente procesadas por infracción a la Ley de Seguridad Interior del Estado.28
Lo dispuesto en el inciso anterior no se aplicará a los actuales procesados, a los que en
el futuro lo sean y a los que resulten condenados como autores, cómplices o encubrido­
res con motivo de los hechos que han dado origen a los procesos que actualmente se
siguen ante Ministros de la Corte de Apelaciones de Santiago, bajo los números 1-65 y
7-65, contra Raúl Zamora, Hilario Ampuero, Diego Moraga y otros, y por daños por
explosión a la Embajada de los Estados Unidos de Brasil, respectivamente».

Iniciativas legislativas

Además de los proyectos de amnistías, el gobierno demócratacristiano mandó un


paquete de proyectos leyes al Congreso a los pocos meses de asumir el Poder Ejecutivo.

La Ley 12.927 del 6 de agosto de 1958; A ello se agregan las modificaciones a la ley 13.959 desde el 4 de
julio de 1960 hasta el 7 de mayo de 1963.

260
Ninguna de las leyes más importantes, la de reforma agraria, la de sindicalización campe­
sina y el proyecto de la chilenización del cobre, mediante la adquisición de acciones a las
sociedades anónimas norteamericanas, salieron del Congreso sin largos y complicados
debates. Otras iniciativas nunca lograrían ser aprobadas por el Congreso, como fue el
caso de la estabilización de precios y salarios y un fondo nacional de ahorro e inversión.29
Antes de mayo de 1965, la falta de mayoría en la Cámara de Diputados obstaculizaba la
legislación propuesta por el presidente Frei en su primer trámite. Después del 21 de
mayo de ese año, con la nueva mayoría conquistada por la Democracia Cristiana en la
Cámara, sería el Senado el lugar de veto y de negociación para la aprobación de cual­
quier iniciativa legislativa del gobierno.
Las elecciones parlamentarias de 1965 dieron a la Democracia Cristiana una ma­
yoría absoluta en la Cámara de Diputados (82 de los 147 diputados, comparado con los 28
diputados que tenía anteriormente), hecho sin precedentes en la historia moderna del
país. No obstante, sólo alcanzó a controlar 13 de las 45 bancas senatoriales y, con eso, le
faltaba el tercio necesario para sostener los vetos del Ejecutivo. De tal modo, el Senado
sería pieza clave para la resistencia opositora al programa de gobierno, tanto de izquier­
da como de derecha. Por otra parte, la mayoría demócratacristiana en la Cámara de Dipu­
tados garantizaría que durante los siguientes cuatro años ninguna acusación constitucio­
nal tendría posibilidad de prosperar. Se hablaba de un reinado demócratacristiano, que
duraría por décadas, una aplanadora política que cambiaría hasta los fundamentos
institucionales del país.
El programa electoral de la Democracia Cristiana respondía a compromisos entre
diferentes tendencias internas del partido. Había un sector que favorecía una política eco­
nómica predominantemente técnico- reformista, enfocada a solucionar la «crisis integral»
del país, descrita por Jorge Ahumada en 1958, en su influyente libro, En vez de la Miseria.
Este sector enfatizaba el «desarrollo» y el «crecimiento económico» mediante la moderni­
zación y las políticas sociales. Otros sectores propiciaban reformas sociales y políticas más
amplias y profundas, que incidirían en las dos escisiones del partido: 1969 y 1971.
En líneas generales, el gobierno buscaba promover el desarrollo económico y
social mientras reducía la tasa de inflación, cuyo flagelo era el enemigo principal de
todos los gobiernos desde 1945. El Presidente Frei mandó al Congreso proyectos de ley
destinados a reformar la Constitución, a establecer un nuevo impuesto sobre el capital
relacionado con el patrimonio y leyes que permitirían la «chilenización» del cobre, la
creación de un Ministerio de la Vivienda, la reorganización de la administración pública,

29 Uno de los autores ha analizado las realizaciones y las metas no alcanzadas del gobierno de Eduardo Frei
en otros estudios (Loveman, 1988: capítulo 9 y Brian Loveman, Struggle in the Countryside, Politics and
Rural Labor in Chile, 1919-1973, Bloomington, Ind: Indiana University Press, 1976: capítulo 8).

261
la implementación de una amplia reforma agraria y una nueva modalidad de
sindicalización campesina. El gobierno buscaba reestructurar la industria cuprífera, me­
diante una participación fuerte del Estado, pero sin desincentivar la inversión y la contri­
bución técnica de las empresas extranjeras. De ahí el programa de «chilenización» pacta­
da. Propiciaba también el crecimiento industrial, mediante inversiones estatales, priva­
das y extranjeras; una mejoría en la distribución del ingreso y poner fin a la
«marginalidad» de los grupos urbanos y rurales más pobres, mediante políticas de orga­
nización en sindicatos, cooperativas, juntas de vecinos y centros de madres.30
De hecho, en 1970, el Presidente Frei expresaría: «hace ya doce años que la orga­
nización sindical venía experimentando un franco retroceso, agrupando en 1964 sólo al
10,3% de la población en Chile. La nueva concepción de la organización del pueblo logró
que en cinco años se duplicara la población sindicalizada, la que aumentó desde 270.502
afiliados que tenía a fines de 1964 a 533.713 socios a fines de 1969. El incremento del
movimiento sindical en el sector agrícola alcanzó cifras impresionantes. Como conse­
cuencia del proceso de reforma agraria y de una nueva ley de sindicalización campesina,
los 1.658 obreros agrícolas sindicalizados en 1964 se elevaron ya en 1969 a 104.666”.31
Efectivamente, las políticas del gobierno demócratacristiano motivarían a miles
de ciudadanos a organizarse en grupos diversos y fortalecerían significativamente el pa­
pel del Estado en la economía, en particular en el sector cuprífero, petrolero, de la
petroquímica, celulosa y electricidad. El Estado chileno en 1970 tenía una mayor partici­
pación relativa en la economía, en comparación con cualquier otro país latinoamericano
con excepción de Cuba, con numerosas empresas públicas, un fuerte rol en la determina­
ción de los precios oficiales para una amplia gama de productos y en la fijación de los
salarios y remuneraciones en el sector privado, mediante la determinación de los salarios
mínimos y las leyes anuales de reajuste. Algunas estimaciones de la época fijaban la
contribución del Estado al producto interno bruto, en más de un 40%. Con todo eso, Chile
no era, precisamente, una sociedad capitalista latinoamericana típica.32
La Democracia Cristiana proponía reformas fundamentales y políticas coyuntura-
les anti-inflacionarias y de crecimiento que, en la práctica, eran algo contradictorias. Se
promovía la movilización, organización y participación de sectores «marginales», indu­

30 Hay varios análisis de la experiencia demócratacristiana en Chile. Uno de los más amplios es el de Ricar­
do Yocelevsky, La democracia cristiana y el gobierno de Eduardo Frei (1964-1970), México: Universidad
Autónoma Metropolitana, 1987. En inglés, Michael Fleet, The Rise and Fall ofChilean Christian Democracy,
Princeton: Princeton University Press, 1985 (especialmente el capítulo 3, «In Power» («En el Poder»)
ofrece un resumen de la literatura sobre el gobierno demócratacristiano.
31 Eduardo Frei M., «La reforma constitucional en su contexto histórico-político», en Eduardo Frei et. al,
Reforma Constitucional 1970, Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1970: 43.
32 Véase Sergio Sitar, «La estructura económica chilena y la transición al socialismo», Mensaje, N. 202-203
(sept.-oct. 1971): 404-412.

262
ciendo demandas por salarios más altos y por más y mejores servicios estatales, incidien­
do en un aumento significativo de las expectativas populares. Pero al mismo tiempo, se
buscaba controlar la inflación mediante políticas de reajuste que limitaran los aumentos
de la tasa de inflación y, unos años después, con un plan de ahorro obligatorio, que hubie­
ra requerido una disciplina laboral desconocida en el país. Se esperaba incentivar inver­
siones de empresarios del sector privado, pero las reformas constitucionales propuestas
por el gobierno erosionarían el derecho de propiedad, creando una incertidumbre que no
inspiraba plena confianza al sector empresarial.

Se reavivan las cenizas: primeros fuegos

Los partidos de izquierda se oponían al proyecto de «chilenización» del cobre,


abogando por la nacionalización de las empresas extranjeras. La fuerte influencia del
Partido Comunista, el Partido Radical y los socialistas en distintas organizaciones sindi­
cales mineras y en los gremios del sector público hacían que cada conflicto laboral fuera,
a la vez, un conflicto «político». En octubre de 1965, se declaró un paro indefinido, que se
transformó en huelga ilegal en la gran minería de cobre, a la que se plegó el personal de
Andes Copper Mining Company y de Potrerillos Railway Company. El paro respondió a
motivos varios, tanto a demandas salariales como a la oposición de la Confederación de
Trabajadores del Cobre a ciertos aspectos de la ley cuprífera propuesta por el gobierno.
El Ministro de Minería, Eduardo Simián, caracterizó el paro como un movimiento político
instigado por los enemigos del gobierno.
Hacia mediados de noviembre, la huelga se tornó más conflictiva, con
enfrentamientos entre rompehuelgas («krumiros») y huelguistas. El 16 de noviembre se
enfrentaron carabineros y mineros en Rancagua. Como varios gobiernos anteriores, des­
de que se promulgara la ley 7.200 de 1942, en casos de huelgas «estratégicas», el gobier­
no declaró las zonas afectadas (los departamentos de El Loa, Chañaral, Tocopilla y
Rancagua) como «zonas de emergencia», imponiéndose la autoridad militar. Algunos di­
rigentes mineros fueron denunciados ante los tribunales por violar la ley de Seguridad
Interior del Estado, siguiendo los procedimientos habituales. El jefe militar de la zona de
emergencia en el norte, el coronel Manuel Pinochet Sepúlveda, ejercía sus funciones
desde el mineral de El Salvador, emitiendo una serie de bandos durante la huelga, mien­
tras el gobierno iniciaba varios procesos criminales contra los dirigentes sindicales y
otros, aplicándoles la ley de Seguridad Interior del Estado. El 30 de noviembre se solucio­
nó la huelga con la intervención de parlamentarios y del ministro del ramo. El acuerdo
logrado, que no se hizo público, implicaba el desistimiento de los procesos instaurados
contra los dirigentes de la Confederación de Trabajadores de Cobre.

263
Hacia fines del año, el gobierno todavía no había cumplido con este compromiso,
ocasionando la presentación en el Senado de un proyecto de amnistía para los tres diri­
gentes, Alejandro Rodríguez, Manuel Ovalle y Antonio Guzmán. Los considerandos del
proyecto de ley de amnistía, firmados por los senadores Víctor Contreras Tapia, Julieta
Campusano, Raúl Ampuero, Armando Jaramillo y Humberto Enríquez, rezaban;
“Los trabajadores cumplieron estrictamente su parte del compromiso.
Volvieron al trabajo y reanudaron las faenas normalmente. Sin embargo, hasta la
fecha, el gobierno no se ha desistido de las querellas; por el contrario, sus abogados han
pretendido acelerar la tramitación del proceso y han logrado, hace pocos días, que la
Corte de Apelaciones de Santiago confirmara las encargatorias de reo por el delito de
sedición a los dirigentes...
Esta situación de evidente incumplimiento de una de las condiciones de la solución del
conflicto ha provocado justificada inquietud entre los trabajadores del cobre y en el
conjunto del movimiento sindical, que advierte el peligro de que en el futuro cualquier
movimiento reivindicativo pudiera ser calificado de sedicioso, tratando, a través de
esta calificación, el Gobierno de intimidar a los trabajadores y abrir el camino a la
persecución sindical”.33
Mientras tanto, el 3 de enero de 1966, se inició una huelga legal en el mineral El
Teniente. En solidaridad a este movimiento hubo nuevos paros en el norte; el gobierno
reimpuso la zona de emergencia en el departamento de Chañaral. La huelga se prolongó
con una conflictividad creciente y con amenazas de mayor violencia.
El coronel Pinochet, de acuerdo con el Decreto Supremo 177, asumió como inter­
ventor militar en la Andes Copper Mining Company y ordenó la reanudación de faenas.
Hubo acatamiento parcial a las órdenes, con cierta resistencia en algunos sectores y tam-
bién actos de solidaridad con los mineros en El Teniente.34 Las Fuerzas Armadas en la
zona de emergencia en el norte, al mando del Capitán de Ejército Alejandro Alvarado
Gamboa, determinaron desalojar el local del Sindicato Obrero en El Salvador. Los obre­
ros y algunos de sus familiares resistieron. Según la versión oficial del Ejército, fueron
violentamente obstaculizados por una «multitud enardecida».35 Allí murieron siete perso­
nas, entre ellas dos mujeres. Quedaron irnos 40 heridos, incluyendo carabineros y militares.
Arturo Olavarría, como de costumbre, criticó duramente la actuación del gobier­
no demócratacristiano:
“Esa orden, que constituía una abierta, imprudente y estúpida provocación, no se supo
en los primeros momentos si emanaba directamente del comandante Pinochet o si éste

Senado, sesión 50a. de 28 de diciembre de 1965 (Anexos de Documentos): 2596-97.


Carlos Molina Johnson, Chile: Los militares y la política, Santiago: Editorial Andrés Bello, 1989:150.
Versión del oficial a cargo de las acciones, difundida por la prensa nacional del 12 de mayo de 1966, citado
por Molina Johnson (1989): 150.

264
había sido inducido a darla por instrucciones de una autoridad superior.
...una poblada de más o menos mil personas, entre las que se encontraban numerosas
mujeres y niños,... hizo causa común con los sitiados en el recinto gremial y, por su
parte, se enfrentó también con los allanadores haciendo uso de cuchillos, piedras y
palos.
...Los resultados de la refriega fueron trágicos”.36
Olavarría, que había inventado cuando fue Ministro del Interior, el proceso del
«juicio final» para los campesinos en tiempos de Aguirre Cerda y que había reprimido
las huelgas ferroviarias con la amenaza de fusilar en su locomotora a los obreros que
impidieran el funcionamiento de la vía, encontraba «imprudente y estúpida» la repre­
sión de la huelga ilegal en 1966. Era así de camaleónica la política en Chile, como tam­
bién lo eran los discursos encendidos que siguieron en el Congreso y en las negociaciones
que darían término al conflicto.
Se determinó finalmente que los militares y carabineros habían actuado según su
deber y por la ley y que el gobierno se desistiría de los procesos contra los obreros como
una manera de restaurar la paz social. Pero antes que ello ocurriera, los congresales ten­
drían que denunciar los hechos, la prensa tendría que avivar las cenizas ardientes y el
Presidente de la República habría de apelar a la unidad nacional. Por mucho que estuvie­
ra en proceso una «revolución en libertad», seguirían vigentes, a la vez, las muy conoci­
das modalidades de «reconciliación política».
El CEN (Comité Ejecutivo Nacional) del Partido Radical advirtió al país contra
«la amenaza de ‘mano dura’, versión demócratacristiana de la política del garrote»; la
CUT declaró un paro nacional de 24 horas; la Federación Minera un paro de protesta por
48 horas y los congresales y el Presidente se dirigieron al país. El Presidente le echaba la
culpa a la oposición.

Presidente Eduardo Freí M., 11 de marzo:

“Derrotados en cada una de las consultas populares, recurren ahora a la violencia.


Funesto camino, porque el Gobierno, respaldado por el pueblo y las Fuerzas Armadas,
sabrá hacer respetar la autoridad, la ley y la decisión de las urnas que legítimamente
y democráticamente me eligieron Presidente de Chile.
Me causa profunda tristeza la pérdida de estas vidas, pero tengan la seguridad que, así
como a todos los chilenos les causa profunda tristeza por la pérdida de estas vidas, todo

36 Arturo Olavarría Bravo, Chile bajo la Democracia Cristiana, Segundo año, Santiago: Editorial Nascimento,
1966:166-67.

265
el país sabe quiénes son los responsables de estos hechos y pueden estar ciertos que al
Gobierno no le temblará la mano para mantener su autoridad y los derechos de todos
los ciudadanos”.37
Así lo proclamó Eduardo Frei Montalva, quien, como joven ministro en 1946, ha­
bía renunciado al gabinete por los ignominiosos sucesos en la Plaza Bulnes. El senador
socialista, Salomón Corbalán González, le recordó al Primer Mandatario:
“Ya se empieza a hablar como en tiempos de Gabriel González, cuando se decía que
había peligro de una guerra. Lo escuché de boca del propio Ministro del Interior, quien
decía el otro día que debía evitarse que Chile se convirtiera en un Vietnam.
...Deploro los acontecimientos por el dolor de los trabajadores de Potrerillos, por el
dolor de los de El Salvador, por esas mujeres inocentes asesinadas por la espalda, en el
día de ayer en ese mineral. ¡Mujeres inocentes que con una bandera chilena querían
avanzar y pedir a las tropas que no dispararan!”.38
Y el senador comunista Volodia Teitelboim ligó los hechos y la versión del Presi­
dente Frei a muchos otros sucesos parecidos en el pasado:
“La versión del Gobierno, falseada como todas las de anteriores gobiernos y que parece
calcada de las versiones que se fabrican siempre en el país después de una masacre,
habla de que las fuerzas que se dirigieron a desalojar al local fueron atacadas con
armas de fuego por los trescientos trabajadores que había alrededor. Fácil es compren­
der lo absurdo de esta afirmación, ya que de ser así en un enfrentamiento entre más de
1.300 trabajadores armados, por una parte-según afirma al Gobierno-, y 85 conscriptos
y Carabineros por otra, el saldo habría sido muy distinto. Los siete muertos son cinco
obreros y dos mujeres. ¡Ningún soldado, ningún carabinero ni ningún agente de Inves­
tigaciones! Por lo tanto, la mentira no resiste la prueba trágica”.39
El senador Raúl Ampuero Díaz se demostró buen conocedor de la política chilena:
“Casi como un rito, todos los Gobiernos, uno tras otro, llegan en un momento determi­
nado, a la utilización de violencia; cobran víctimas en el movimiento obrero; sienten
profundamente lo acaecido y hasta se comprometen a sancionar a los culpables.
Por último, viene el olvido y la impunidad”.40
El senador Patricio Aylwin Azocar confesaba que «nadie puede participar en este
debate sin congoja, porque ningún chileno puede dejar de experimentarla cuando se
produce un hecho, como el que motiva esta sesión...». Pero agregaba que “la orden de

Citado en Molina Johnson (1989): 152-53.


Senado, sesión 77a. de 12 de marzo de 1966:4440.
Senado, sesión 78a. de 12 marzo del966:4442.
Ibid: 4451.

266
desalojo no se empezó a cumplir en forma violenta, como se ha sostenido... que ...hubo
una lluvia de piedras que derribaron al Capitán y al Teniente, dejando a este último
malherido. El Capitán Alvarado trató de incorporarse, y en ese momento sonó un disparo
y nuevamente se le vio caer, herido. Al ver caídos a los dos jefes, los trabajadores enfren­
taron con decisión a la tropa”.41
Así fueron presentadas las versiones cruzadas y contradictorias, tan cruzadas como
las utopías y las políticas antagónicas del gobierno y de las distintas oposiciones. Un
grupo de congresales y el Presidente de la Cámara de Diputados se trasladaron al mine­
ral de El Salvador. Acto seguido fue nombrada una comisión para investigar los hechos,
que “al término de sus indagaciones informó que la acción de la fuerza pública se ajustó
a las normas legales en vigencia”.42
El 17 de marzo, el Presidente del Senado, el demócratacristiano Tomás Reyes Vi­
cuña y los comités parlamentarios de los distintos partidos representaron por oficio al
Presidente la necesidad de “llevar la calma al país, después de los trágicos sucesos de El
Salvador, mediante la reincorporación a sus labores de los trabajadores despedidos... y el
desistimiento de las querellas deducidas contra los dirigentes sindicales...”,43 Por el momento,
Frei resistía esta solución conciliadora aunque la misma fórmula fuera utilizada hacía
poco, el 27 de enero de 1966, cuando el Ministro del Interior había dirigido un oficio al
Presidente de la Corte de Apelaciones de Santiago, desistiéndose de la denuncia formu­
lada por el gobierno contra la directiva de la CUT por infracción de la Ley de Seguridad
Interior del Estado en la huelga minera a fines de 1965.44
La Democracia Cristiana no apreciaba tanto las modalidades de la vía de reconci­
liación cotidiana como los gobiernos anteriores, pero sí entendía su conveniencia, cuando
era esencial para «llevar la calma al país». El 31 de marzo de 1966, los mineros de El
Teniente acordaron reanudar las faenas de la mina y luego el gobierno derogó el decreto
de estado de emergencia. La zona volvió formalmente al control civil.
Entretanto, Fidel Castro desde la Habana, pronunció su veredicto sobre los hechos:
“Siento verdadera lástima y pena de ver al burgués Frei, víctima de sus contradiccio­
nes. Dijo que iba a hacer una revolución sin sangre y lo que está llevando a Chile no es
una revolución sin sangre, sino sangre sin revolución, masacrando a obreros.
Hicieron una gran campaña contra el ‘paredón’ y contra las leyes y sanciones que los
revolucionarios se ven obligados a aplicar a los enemigos de clase y, sin embargo, ellos
masacran a los obreros, privan de la vida sin ley previa, asesinan, matan, eliminan a

Ibid: 4460,4470.
Molina Johnson (1989): 158.
Olavarría Bravo (1966): 180. Cursiva de los autores.
Ibid: 121..

267
los obreros sin ley ni juicio previos. Esta declaración del señor Frei lo desenmascara de
pies a cabeza y lo exhibe como un cobarde y un politiquero”.45
En Chile los ataques personales de Fidel Castro contra el presidente Frei redun­
daron en la desaprobación de muchos sectores, pero la identificación de ciertos grupos
socialistas y del MIR con las palabras de Fidel contribuyó a la acelerada polarización de
la sociedad y del sistema político.

La amnistía que no fue

Los senadores socialistas Chadwick y Ampuero presentaron un proyecto de ley


que concedería amnistía «por los hechos sancionados por la ley 12.927 sobre Seguridad
Interior del Estado, con ocasión o en relación con los paros o huelgas de los trabajadores
de la Gran Minería del Cobre». Los senadores demócratacristianos intentaron dilatar su
trámite. El senador Víctor Contreras expuso:
“No ha bastado encarcelar a los dirigentes. Tenemos el caso particular de los del mineral
de Chuquicamata, quienes, pese a no haber solidarizado con los dirigentes del mineral de
Sewell, fueron arrestados como verdaderos delincuentes y, durante más de treinta [días]
estuvieron detenidos, junto con reos comunes en la cárcel de Iquique. Y esto no ha sido
todo. Se despidió a los dirigentes sindicales y, contraviniendo precisas disposiciones lega­
les, se los reemplazó, aun cuando no había mediado fallo de la justicia.
En su Mensaje del 21 de mayo último, el Presidente de la República habló de una
tregua. Pero yo llego a la conclusión de que tal tregua no alcanza a todos los chilenos.
...¡Qué no dirían los señores Senadores si nosotros pidiéramos segunda discusión para
todos los asuntos comprendidos en la tabla de hoy! Reglamentariamente, podríamos
hacerlo; pero se nos calificarían de obstruccionistas”.46
El senador Ampuero se quejaba que el gobierno debía apoyar el proyecto de am­
nistía, que «en el terreno jurídico, es la expresión más cabal de lo que podría significar la
tregua». Ampuero también indicó, que en negociaciones con los senadores del Gobierno,
los del FRAP habían expresado «no tener inconveniente en extender la amnistía median­
te la supresión de la fecha desde la cual regiría la ley: el 25 de octubre. De ese modo, sus
efectos podrían alcanzar a otros casos aún pendientes». Concluyó: “Por desgracia, por
medio de trucos reglamentarios de dudosa legalidad en nuestras disposiciones internas,
la Democracia Cristiana está dilatando una medida de reparación y de justicia, probable­
mente para conmemorar de esta manera, tan poco digna la festividad religiosa por la cual
mañana el país entero estará de feriado,... el Corpus Christi, u otra festividad de este

Citado en Ibid (1966): 175


Senado, sesión 5a. de 8 de junio de 1966:374.

268
rango... a la que la Democracia Cristiana adhiere demostrando cómo entiende las ense­
ñanzas del Maestro de Galilea”.47
El senador Benjamín Prado argumentó que el proyecto de ley era muy amplio,
que no se definía bien cuáles, de los muchos delitos penados por la ley de Seguridad
Interior del Estado, serían amnistiados (por ejemplo, el Título III sanciona delitos contra
el orden público, el Título IV contra la normalidad de las actividades nacionales, y en la
letra b) del Título IH: «los que ultrajaren públicamente a la bandera, el escudo o el nom­
bre de la patria...»).48
De hecho, en el momento del debate, no había ningún dirigente sindical detenido,
pero existían órdenes de detención que el gobierno no había mandado cumplir. Según la
Democracia Cristiana, no había urgencia en legislar. En todo caso, el Presidente estaba
en conversaciones directas con los dirigentes de la Confederación de Trabajadores del
Cobre, en búsqueda de una solución a los problemas en las faenas mineras, incluyendo el
asunto de la amnistía.49
En la sesión del 14 de junio continuó el debate sobre la amnistía. Los voceros de los
partidos de izquierda y del Partido Radical culpaban a las políticas del gobierno por la huel­
ga, la represión de los obreros y las pérdidas económicas ocasionadas al país. El senador
Jaime Barros leyó cartas de los dirigentes sindicales de varias minas y de los comités de
solidaridad, pidiendo una rápida solución de sus problemas legales mediante la ley de amnis­
tía. Le recordó al Senado las palabras de Eduardo Frei, en 1962, después de los sucesos vio­
lentos en la población José María Caro:
“¿Cuál es el castigo? A la primera actuación, siempre hay balas para los pobres. Y yo
pregunto: ¿estamos construyendo en este país algo positivo o acumulando en esa gente
un sedimento de odio que mañana nadie podrá contener, ningún partido ni ningún
hombre?
A mi juicio, es necesario tener cuidado con ellos porque la autoridad debe respetar a esa
gente por la cual todos hemos hecho tan poco y ante la cual tenemos mucha fuerza,
pero escaso ascendiente moral.
Digo todos, porque no soy fariseo, pero la mayor responsabilidad, sin duda alguna, es
de quienes han tenido siempre el Gobierno y el poder en sus manos”.50
Siguió el senador Barros: “Respondo... ¡El Gobierno está acumulando un sentimiento
de odio que mañana nadie podrá contener! ¡Su representación parlamentaria en el

47 Ibid: 375-376.
48 Ibid: 379.
49 Ibid: 382.
50 Senado, sesión 6a. de 14 de junio de 1966: 637.

269
Senado pidió segunda discusión para esta justa amnistía. Pero ese mañana, cerca o un
poco lejano, será la ruptura total de la coexistencia pacífica, de la conciliación, de
clases, porque el pueblo, en armas, se hará justicia”.51
La senadora Julieta Campusano agregó que aún cuando hubiera amnistía, “el
pueblo no olvidará que el gobierno de la ‘revolución en libertad’ manchó sus manos con
sangre de chilenos y, entre ellas, de dos mujeres proletarias”.52
Los senadores de la Democracia Cristiana fundaron sus votos negativos sobre la
amnistía argumentando que el gobierno todavía estaba en conversaciones con los
dirigentes sindicales para “llegar a un arreglo definitivo y completo de las situaciones
planteadas a raíz de la huelga ilegal promovida en esos minerales”.53 Además, que no
habiendo ningún dirigente procesado, ni obreros presos o detenidos, no habría beneficia­
rios de la amnistía. Con éso el debate se poma más agrio, con insultos intercambiados
entre los senadores demócratacristianos, José Foncea, Benjamín Prado, Alejandro Noemí
y los senadores Raúl Ampuero, Jaime Barros y Julieta Campusano. El senador Rafael
Tarud, elegido en la lista socialista, intervino, diciendo: “Me extraña, como cristiano, la
actitud del Partido Demócratacristiano, partido de gobierno, porque, aparte de haber
causado nada menos que ocho muertes a la clase obrera, ahora ni siquiera perdona a los
dirigentes de los trabajadores”.54 El proyecto de amnistía fue aprobado en el Senado el
14 de junio de 1966, por una votación de 18 contra 8,1 abstención y 2 pareos. El oficio del
Senado sobre el particular, fue dado a conocer el 21 de junio, en la sesión 7a. de la Cáma­
ra de Diputados, sin embargo, la Democracia Cristiana tenía mayoría absoluta en aquella
Cámara y el proyecto murió allí.
Aunque no hubo amnistía por los sucesos del 11 de marzo de 1966, el gobierno
desistió de llevar a los tribunales otros casos relacionados a este hecho. Se aprobó un
proyecto de ley en el Congreso, presentado por los diputados demócratacristianos, que
otorgaría indemnizaciones a los deudos de las personas fallecidas y a quienes sufrieron
invalidez o incapacidad a consecuencia de los incidentes acaecidos en el mineral «El
Salvador» el 11 de marzo de 1966.55 La ley autorizó que la Corporación de la Vivienda
transfiriera a título gratuito una vivienda «definitiva» a las personas nombradas, conce­
dió una pensión mensual vitalicia ascendiente a tres «sueldos vitales mensuales ‘Escala
A’» del departamento de Santiago y pensiones menores para personas que hubieren re­
sultado con invalidez permanente y para las personas que sufrieron invalidez parcial,
entre otros beneficios. En la Cámara de Diputados no hubo ningún voto contrario al pro­

51 Ibid: 637-38. Cursiva de los autores.


52 Ibid: 638.
53 Ibid.
54 Ibid: 642.
55 Cámara de Diputados, sesión 6a. de 15 de junio de 1966:759-60.

270
yecto de reparación.56 Los demócratacristianos daban reparación a las víctimas, pero no
perdonaban a los dirigentes sindicales y políticos de izquierda, que, según las Fuerzas
Armadas y el gobierno, habían provocado ese sangriento enfrentamiento.
En el Senado, Salvador Allende denunció enérgicamente que el Primer Mandata­
rio «haya escamoteado el conocimiento de la verdad al país» y los senadores socialistas
presentaron un proyecto que autorizaría a la Confederación de Trabajadores de Chile
para erigir, mediante suscripción popular, un monumento a los obreros asesinados y a sus
compañeras muertas, que «cayeron bajo la metralla y la violencia de las Fuerzas Arma­
das por ayudar, con su solidaridad, a los que luchaban por obtener mejores
remuneraciones, por medio de una huelga legal». Apelando a la necesidad de una memo­
ria social, Allende dijo:
“Deseamos que las generaciones futuras comprendan que en las luchas gremiales y
sindicales hay heroísmo cívico, y que, en ese monumento, se exprese el sentimiento que
comparte al menos un vasto sector ciudadano, que condena a quienes procedieron mal,
y, al mismo tiempo, simbolice el recuerdo de quienes inmolaron su vida para defender
los suyos del hambre y la miseria”.57
El proyecto de ley patrocinado por los socialistas también perseguía la reincorpo­
ración de los obreros, que habían sido despedidos de su trabajo por medio del «quinteo»
realizado al azar por el coronel, “lo mismo que, en otro tiempo y lugar, hicieron los nazis:
a uno para fusilarlos... a otros para cancelar sus contratos, para echarlos a la calle”.58
Los temas de «memoria», «historia» y « verdad» estaban presentes en todos los
debates sobre los sucesos del 11 de marzo de 1966 en el mineral «El Salvador». Para el
gobierno habían centenares de obreros adiestrados y armados, preparándose para empe­
zar la «revolución» desde la zona minera. Para los socialistas, había un grupo de obreros
solidarios, atacados y masacrados por las Fuerzas Armadas. Lo cierto era que en el ata­
que habían muerto ocho personas y ninguno de ellos era militar o carabinero y que la
Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados no había entregado un informe hasta
entonces. El presidente de dicha Comisión había salido de viaje al extranjero.
Los temas de la memoria histórica y de la impunidad, volvieron a recalcarse en los
debates sobre la modificación de la ley 15.576 sobre Abusos de Publicidad en noviembre.
El senador Teitelboim denunció que “en la larga historia de las masacres de trabajadores
que jalonan en buena parte, desdichadamente, la vida de nuestra República, los culpables
han quedado impunes, incluso los de la masacre más grande habida en Chile, que produjo
miles de muertos: la de la Plaza Santa María. Se ha pretendido siempre descargar la culpa

56 Cámara de Diputados, sesión 21a. de 13 de julio de 1966: 2501-2503.


57 Senado, sesión 2a. de 1 de junio de 1966:141-42.
58 Ibid.

271
de las muertes sobre los muertos, que, -¡pobrecitos! no pueden ya defenderse. Lo hemos
visto este año en «El Salvador»; lo vimos en 1962 en la población José María Caro. Incluso
quedó de ella un estremecedor documento fotográfico, reproducido últimamente, que ha
dado la vuelta al mundo, en que se ve que se está disparando y la gente sucumbiendo bajo
las balas. ¡Y antes y ahora, se dice que nunca han disparado!. Lo de siempre”.59

El discurso revolucionario de la Izquierda

Mientras el gobierno de Frei intentaba implementar su programa y manejar los


conflictos sindicales y gremiales, los partidos y movimientos de izquierda intensificaban
su discurso revolucionario. En su XXI Congreso General, en 1965, el Partido Socialista se
situó «a la izquierda de la izquierda» y en 1967, en su Congreso de Chillán, definiría su
adhesión a la vía armada para llegar al socialismo, confirmando para la derecha y la
Democracia Cristiana la imposibilidad coyuntural de cualquier reconciliación con ellos.60
Luego del Congreso de Chillán una delegación del PSCH adhirió a la Organización Lati­
noamericana de Solidaridad (OLAS), a diferencia del Partido Comunista de Chile. El Parti­
do Socialista se definió como marxista leninista; insistiría en la vía armada, apoyaría la
«continentalización» del proceso revolucionario, rechazando «la conciliación entre las cla­
ses» y la reconstitución de «la caduca combinación del Frente Popular». En resumen, no
obstante las discrepancias dentro del partido, los socialistas se identificaban con la Revolu­
ción Cubana, en el propósito de destruir «las bases del régimen burgués... ».61
El Partido Socialista proclamaba, que como «organización marxista leninista, plan­
tea la toma del poder como objetivo estratégico a cumplir por esta generación, para ins­
taurar un Estado Revolucionario... La violencia revolucionaria es inevitable y legítima...
».62 Más aún, “sólo la destrucción del aparato burocrático militar del Estado burgués
puede consolidar la revolución socialista y que las formas políticas y legales de lucha no
conducen por sí mismas al poder”.63
Las Fuerzas Armadas no podían malentender un lenguaje tan directo y amena-
zante. Si el Partido Socialista llegara al poder, los militares con toda seguridad, serían

59 Senado, sesión 24a. de 22 de noviembre de 1966:1577.


60 Alejandro Chelén Rojas, Trayectoria del Socialismo, Apuntes para una historia crítica del socialismo chileno,
Buenos Aires, Editorial Astral, 1966:194-95; Ignacio Walker, Socialismo y democracia, Chile y Europa en
perspectiva comparada, Santiago: CIEPLAN-HACHETTE, 1990:145-46.
61 Julio César Jobet,El partido socialista de Chile, n, Santiago: Ediciones Prensa Latinoamericana 1971' 127-
133; Walker (1990): 146-47.
62 Citado en Luis Heinecke Scott, Chile, crónica de un asedio. Una larga amenaza que se cumple, II, Santiago:
Sociedad Editora y Gráfica Santa Catalina S.A., 1992: 6.
63 Citado en Carlos Altamirano, Dialéctica de una derrota, México: Siglo XXI, 1977: 44.

272
blancos en la lucha para «consolidar la revolución socialista». Si la violencia revoluciona­
ria era inevitable y legítima, ¿qué habría que pensar sobre la violencia
contrarrevolucionaria? ¿Qué otra alternativa les quedaría a las Fuerzas Armadas y Cara­
bineros sino prevenir, dentro de lo posible, el enfrentamiento «inevitable y legítimo»
anunciado por el Partido Socialista, el MIR y hasta el Partido Comunista -que dijo no
apoyar al «terrorismo» sino la «violencia histórica»?
Al terminar 1966, con los votos de radicales, socialistas, comunistas, un socialde-
mócrata y un independiente, fue elegido el socialista Salvador Allende como presidente
del Senado. Allende, que se había identificado desde 1960 con la revolución cubana en
múltiples discursos, llegaría a presidir OLAS en Santiago.64 Los senadores de derecha se
abstuvieron en la votación, dejando para el candidato demócratacristiano, Tomás Reyes,
sólo los votos de los senadores de su partido y dos independientes.
Los senadores de izquierda y de derecha, en enero de 1967, votaron (23 contra 15)
denegando al Presidente Frei el permiso constitucional requerido para salir del país en
visita oficial a los Estados Unidos. No había ocurrido una afrenta semejante a un presi­
dente durante la vigencia de la Constitución de 1925. La oposición haría honor a su pro­
mesa de negar la «sal y el agua»al gobierno. Frei, como muestra de su enojo, mandó un
proyecto de reforma constitucional a la legislatura, que autorizaría al presidente disolver
el Congreso por una vez durante su mandato. Fue rechazado.65

El dilema del Gobierno

Entre 1964 y 1967 iba aumentando el número de tomas de fundos y de terrenos


urbanos, como también las protestas y huelgas.66 Ante este desafío, el gobierno del Presi­
dente Frei en distintas ocasiones acudió a la fuerza pública para aplicar la ley y mante­
ner el orden, aunque quería evitar ser un gobierno represivo. En el caso del mineral «El
Salvador» en 1966 como en otras ocasiones, la izquierda y la CUT lo tacharon de represor,
es decir, como a todos los gobiernos anteriores. Por otra parte, la derecha hacía hincapié
en las pocas garantías que ofrecía el gobierno respecto a la propiedad privada, algo
esperable si éste era caracterizado como «criptomarxista». Se habían ido organizando

64 Organización Latinoamericana de Solidaridad.


65 Cristián Gazmuri, Patricia Arancibia y Alvaro Góngora, Eduardo Frei Montalva (1911-1982), Santiago: Fon­
do de Cultura Económica, 1996: 88.
GS La táctica de la «toma» de fundos y terrenos urbanos se fue haciendo más común desde 1965. Uno de los
casos emblemáticos fue el del fundo «Los Cristales» en la provincia de Curicó en 1965. Véase Terry L.
McCoy, «The Seizure of ‘Los Cristales’: A Case Study of the Marxist Left in Chile,» Inter-American Economic
Affairs 21 (Summer 1967): 73-93.

273
«guardias blancas» para defender a los propietarios contra los actos ilegales de poblado­
res, obreros, campesinos, y contra las amenazas de las «turbas» revolucionarias.
En mayo de 1967, un senador demócratacristiano propuso una amnistía para el
Intendente de Santiago, desaforado y procesado por denegar o retardar el auxilio de la
fuerza pública en casos de lanzamientos ordenados judicialmente. Dicha propuesta ten­
dría como resultado, después de casi un año, una amnistía amplia para todos los intendentes
y gobernadores que, por haber denegado o retrasado el auxilio de los Carabineros, en
casos análogos, faltaban a sus deberes respecto a la protección de la propiedad privada.
Para el Gobierno era una trampa sin salida. Si insistía en mantener «el orden» y
aplicar la ley, no podría evitar los enfrentamientos y sus posibles secuelas; si no defendía
«el orden», arriesgaba una escalada de movilizaciones, fuera de todo control. En la prác­
tica, una revolución dentro de la ley era ilusoria; la izquierda y algunos elementos dentro
del propio partido de gobierno hacían casi inevitable escoger una y otra vez, entre la
represión de actos ilegales y tolerar un proceso que desbordara el orden vigente, mien­
tras elementos de derecha y también algunos disidentes del propio partido de gobierno,
buscaban una salida de fuerza.
Simbólicamente, una huelga en la Universidad Católica de Valparaíso seguida
por la «toma» de la Universidad Católica en Santiago en 1967, tuvo como resultado la
victoria de las fuerzas «progresistas» y la designación de Femando Castillo Velasco como
nuevo rector. En este conflicto emergió Jaime Guzmán Errázuriz como caudillo de los
«gremialistas», que se oponían a la «politización»de la universidad.67*Los gremialistas
tendrían un rol muy relevante después de 1973, aliados con la Junta Militar en la instala­
ción de un nuevo régimen constitucional en el país en 1980.

Rumores y conspiraciones de golpe

Mientras tanto, hacia 1966 había rumores de un golpe de estado. Según Arturo
Olavarría Bravo:
“El gobierno demócratacristiano temía, en 1966, que se repitiera el caso de 1924 y,
debido a ello, adoptó un sinnúmero de medidas preventivas. Aparte de la tradicional
intervención de los teléfonos de los políticos de oposición, de la pesquisa policial de sus
pasos cotidianos y del empleo en gran escala de soplones en lugares públicos concurri­
dos, se tuvo especial cuidado en vigilar las actuaciones de los militares en retiro. Desde
luego, se impartieron instrucciones para exigirles la exhibición desús carnet de identi­
dad cada vez que visitaban los cuarteles”.™

67 Ibid: 89-91.
“ Olavarría Bravo (1966): 314.

274
Es difícil saber si la amenaza de un golpe de Estado en 1966 era tan seria como lo
parecía anunciar Olavarría. Agregó: "ya en los primeros días de febrero de 1966 se hacía
patente en Chile la existencia de un movimiento conspirativo destinado a derrocar al
Presidente Frei y arrojar a la Democracia Cristiana del poder. ...Lo que era, en cambio, un
misterio impenetrable y digno de la mayor curiosidad consistía en las fuerzas armadas
con que contarían los conjurados para poder realizar el golpe revolucionario...”.69 Olavarría
argumentaba que el Gobierno había violado “una condición básica y elemental: que los
mandatarios no abusen del mandato. Deben respetar y hacer respetar el régimen repu­
blicano y democrático en su integridad... Las demasías de los gobernantes no tienen,
pues, otra solución efectiva que la rebelión de los pueblos a través de las revoluciones
civiles o los golpes militares...”.70
Olavarría dijo que tal principio no era novedoso, ya que “Alfonso II de Aragón
concedió en el año 1191 el castillo y pueblo de Leitaceo a Miguel de Valmanzano y, al
concedérselos, le reconoció el jus resistendi ‘contra los abusos de autoridad que el propio
rey pueda cometer’. ...El privilegio de la Unión Aragonesa de Alfonso IH, dictado el año
1287, prescribió ‘el derecho de alzarse contra el Rey cuando cometiese desafuero contra
alguno de los confederados... Del mismo modo la Concordia de Medina del Campo, dada
en el siglo XV, reservaba a la nobleza y al alto clero el derecho de destituir al Rey en caso
de desafuero...’”.71 Había, pues, precedentes suficientes... para que los militares “pusie­
ran en los platillos de la balanza dos conceptos antagónicos: la lealtad hacia el Gobierno
o la lealtad para con la Patria”.72 Es decir, había bases históricas y jurídicas para un golpe
del Estado... Como ironía histórica, los líderes demócratacristianos, que rechazaron de
plano el razonamiento de Olavarría en 1966, citarían las mismas bases morales y políticas
cuando apoyaron el pronunciamiento militar en 1973.
Olavarría llegaba a recordarles a los militares chilenos, formados en la tradición
prusiana, «la trágica experiencia de los militares alemanes, cuya ciega obediencia deter­
minó fatalmente el aniquilamiento de su patria». Como si fuera poco, añadió: “Las Fuer­
zas Armadas de un país deben respaldar firmemente la estabilidad del gobierno sólo en el
caso de que su política esté también respaldada por el sentimiento nacional y responda al
interés de la nación”.73 Dentro de las Fuerzas Armadas había resentimientos profesiona­
les y económicos que podían ser explotados por la derecha, en su campaña contra el
gobierno de Frei. El Presidente no tuvo una política de defensa creativa ni definida, tam­
poco una política coherente para satisfacer la legítima demanda castrense respecto a

69 Ibid: 128.
70 Ibid: 316-17.
71 Ibid: 317-318.
72 Ibid: 318-19.
73 Ibid: 133. Cursiva en el original.

275
mejoramientos de sus condiciones salariales y profesionales. A ello se agrega que como
resultado de los sucesos de la mina de El Salvador en marzo de 1966, la Comisión de
Defensa del Senado suspendió la consideración de los ascensos de varios oficiales, mien­
tras se investigaba su conducta profesional y si habían desempeñado cargos de importan­
cia en las zonas de emergencia.74
Este procedimiento era ofensivo y no tema precedentes en la memoria reciente de
los militares. Implicaba, de acuerdo a la rutina parlamentaria chilena, una ruptura en el
procedimiento habitual respecto a los mensajes presidenciales que proponían los ascensos
militares y era una amenaza de «intromisión política» en los ascensos, lo que, a diferencia
de los países vecinos, casi se creía haber eliminado en Chile. El Presidente Frei, en vez de
someter a los oficiales a «una investigación», retiró el mensaje que contema la lista de
ascensos. Dentro de la Comisión, sólo el demócratacristiano Renán Fuentealba, había
votado en contra de la suspensión acordada. De esta manera, los militares tuvieron una
advertencia inesperada sobre los peligros que podrían emanar también del Partido Radi­
cal y de la derecha y no sólo de la izquierda. Fue una alerta que revitalizaba el antipoliticismo
y el antipartidismo dentro de las Fuerzas Armadas.
Sin embargo, las zonas de emergencia no las había inventado la Democracia Cris­
tiana. Si bien el gobierno no atendía las necesidades y deseos profesionales castrenses,
había oficiales de alto rango identificados por relaciones familiares, de amistad e ideas
políticas con el partido de gobierno. Más aún, los contactos profesionales de los oficiales
con sus contrapartes en Estados Unidos y la política de ese país, que identificaba a Frei y
a los demócratacristianos como la alternativa preferida respecto a la Revolución Cubana,
hacían sumamente improbable que un movimiento militar en Chile contara con el más
mínimo apoyo de Washington, no obstante lo que iba ocurriendo en Brasil, Bolivia, Repú­
blica Dominicana y luego, Argentina, en 1966. Chile sería, como de costumbre, «la excep­
ción», sería el modelo ejemplar del reformismo y de la democracia en el hemisferio. Un
golpe de estado en Chile, en 1966, era impensable para los Estados Unidos. La derecha,
por el momento, tendría que buscar otra salida.

El Partido Nacional

En mayo de 1966 se fusionaron los partidos Liberal y Conservador con otros ele­
mentos de derecha, incluyendo la Acción Nacional, para formar el Partido Nacional.75 El

74 Ibid: 176.
Además de los conservadores y liberales tradicionales, el Partido Nacional incluyó a sectores corporativistas,
nacionalistas y a elementos del antiguo movimiento nazista de Chile. Este partido se autodisolvería en
1973 cuando su líder, Sergio Onofre Jarpa, declaró que se habían cumplido los objetivos para los que se
había fundado.

276
nuevo partido incluyó elementos también del antiguo nazismo chileno. Con unos pocos
votos en la Cámara de Diputados, pero con mayor peso en el Senado, el nuevo partido
tendría un limitado, aunque determinante peso en algunas decisiones claves, como en la
legislación sobre la chilenización del cobre y en las acusaciones constitucionales después
de las elecciones parlamentarias de 1969. La declaración de principios del nuevo partido
decía así:
“El Partido Nacional es un movimiento renovador que se propone restablecer la unidad
nacional y el recio estilo que forjó el alma de la chilenidad; modernizar las instituciones
de la República para adecuarlas a la época en que vivimos e instaurar un nuevo orden
político, económico y social, cimentado en el trabajo y el servicio a la comunidad.
El partido se inspira en los valores espirituales de la civilización cristiana occidental y
rechaza, por artificial y limitada, la interpretación materialista de la historia. Se opo­
ne al marxismo y a toda forma de colectivismo y a sistemas políticos o económicos que
sean contrarios al interés de la comunidad o que destruyan la libertad o atenten con­
tra la dignidad humana”.76
El Partido Nacional se oponía al marxismo y a «toda forma de colectivismo», es
decir al ambiguo «comunitarismo» de la Democracia Cristiana. Llegaría a ser el baluarte
parlamentario de la derecha y la punta de lanza de la contrarrevolución política, hasta
aliarse con la Democracia Cristiana por motivos coyunturales, antes del pronunciamiento
militar en 1973. El Partido Nacional defendería la «civilización Cristiana Occidental»,
frente a la llamada «revolución en libertad», y después contra la «vía chilena hacia el
socialismo» (1970-73). Sería el sucesor legítimo de la derecha conservadora y liberal,
recuperando su militancia ideológica de la época de 1932-1942 y atacando el creciente
papel del estado en la vida privada, social y económica. Con el apoyo intelectual y
movilizador del gremialismo universitario y empresarial, el Partido Nacional contribui­
ría a resucitar la visión histórico-política del autoritarismo modernizante del Presidente
Manuel Montt (1851-1861). En este sentido, el Partido Nacional escogió muy bien su
nombre en 1965-66, como manifestación renovada de los nacionales del siglo XIX. Pero
también incorporaría elementos de una trayectoria política ligada al nazismo chileno de
1930 y 1940 y a otros movimientos antidemocráticos de derecha.

La encrucijada de la revolución en libertad

De hecho, las estrategias de movilización social y política de la Democracia Cris­


tiana minarían las políticas anti-inflacionarias y desarrollistas. El gobierno se

76 Ibid; 213.

277
enfrentaba a las mismas tácticas sindicales y de violencia popular que le habían tocado a
los gobiernos anteriores, cuando la inflación erosionaba el poder comprador de los obre­
ros y asalariados. Pero ahora, las expectativas habían aumentado, tanto las de los mismos
demócratacristianos como las de fuerzas y partidos de izquierda. Además, se acusaba a la
Democracia Cristiana de manipular los índices de inflación, subestimando el alza del
costo de la vida, haciendo aún más quiméricas sus ofertas de aumentar los salarios a la
par (pero no por encima) de la tasa de inflación. No era suficiente un reajuste igual a la
tasa de inflación se exigiría más, cambios positivos en la distribución relativa del ingreso
mediante los reajustes promulgados por el gobierno. ¿Cómo combatir la inflación con
políticas de reajuste e incremento de salarios de este tipo? ¿Cómo satisfacer las deman­
das promovidas e inducidas por la izquierda y por los funcionarios del gobierno dedica­
dos a organizar a pobladores, mujeres, campesinos, artesanos y gremios laborales? ¿Cómo
competir en la arena electoral con los partidos de izquierda y la CUT, sin abrir el dique
antiinflacionario y dejar correr sin límites el populismo? Tal vez más importante, ¿cómo
estibar el barco del estado, cuando la derecha veía en Frei «el Kerensky chileno» y la
izquierda lo definía como «el gobierno burgués de tumo», como lo expuso Luis Corvalán
en 1965:77
“El objetivo que persigue la Democracia Cristiana es salvar el capitalismo en Chile e
impedir la revolución popular y el socialismo. Lo singular es que trata de lograrlo, no
a la vieja usanza de la reacción, sino con métodos y lenguaje modernos, dándole espe­
cial importancia al trabajo con las masas, remozando en parte la arcaica estructura
del país y mejorando en cierto grado la situación de algunos sectores del pueblo”.78
En un nivel, los partidos de derecha y de izquierda se oponían a las políticas del Go­
bierno; en otro nivel luchaban por proyectos antagónicos de sociedad y de estado- el mismo
dilema, que con algunos nuevos contendores, afligía al país desde 1932. Sólo que, ahora, los
fundamentos del «orden» estaban verdaderamente sitiados. Tuviera éxito relativo o no la
Democracia Cristiana, Chile ya no sería el mismo. Habría que reinventar otras bases de la
estabilidad institucional, que no fueran el control de los votos de los campesinos y el veto
legislativo de los proyectos de ley «populistas» de un tercio de los parlamentarios.
Por lo pronto (1964-67), las nuevas y expandidas entidades estatales, tales como
Promoción Popular y el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP), en competencia
con los partidos de izquierda, inducían a pobladores y campesinos a demandar servicios,

Como se mencionó en el capítulo referente al Frente Popular, la prensa de Derecha también había califica­
do al presidente Aguirre Cerda como «el Kerensky de Chile».
Luis Corvalán L., «La clase obrera, centro de la unidad y motor de los cambios revolucionarios», Informe
central al XIII Congreso nacional del Partido Comunista, 10 de octubre de 1965, en Camino de Victoria,
Santiago: Horizonte Ltda., 1971:89-90.

278
inversiones, casas, salarios y acceso a la propiedad agrícola, en una escalada que el Esta­
do no podía satisfacer. Se producían «tomas» de fundos y terrenos urbanos, se
incrementaba el número de huelgas ilegales y empezaban a actuar grupos verdadera­
mente comprometidos con la «vía armada» como el Movimiento de Izquierda Revolucio­
naria (MIR). En este sentido, el gobierno y el Partido Demócrata Cristiano creaban sus
propias pesadillas, secundados en la tarea por los grupos de izquierda y luego por grupos
de extrema derecha. Como lo explica el general Carlos Molina Johnson, el gobierno era
«víctima directa del ambiente de polarización que sus propios dirigentes contribuyen a
crear», pero también de la retórica guerrera desde la izquierda y la derecha.
La derecha denunciaba el populismo exagerado y la falta de respeto del gobierno
para con la Constitución y la ley. Los más exasperados con la Democracia Cristiana, como
se ha relatado, se referían a Frei como el «Kerensky chileno», título de un libró publicado
en Brasil y traducido del portugués en 1967.79 El libro caracterizaba al Partido
Demócratacristiano como «una bolsa de gatos», que tema de todo entre sus cuadros,
desde ex nazis que participaron en los sucesos de 1938 en la Caja de Seguro Obrero, hasta
ultra izquierdistas y marxistas.80 A fines de 1967 dijo el presidente Frei: “el problema
mayor para mi tarea es el combate implacable de la extrema derecha y la extrema iz­
quierda, que en definitiva son coincidentes”81 Frei, como un anticomunista histórico, no
quería ser el Kerensky chileno porque no quería ver jamás a un Chile comunista. Tampo­
co quería ser recordado como reaccionario sino como «el presidente de los campesinos».
Ser reformista cristiano no era fácil en el Chile en los ‘60. Frei tendría amargos recuerdos
de los últimos años de su gobierno.
En la extrema derecha, los ataques personales contra los demócratacristianos más
destacados se combinaban con conspiraciones en diferentes niveles, y con diversos gra­
dos de seriedad. Lo que sí estaba claro, desde 1967, era que la Democracia Cristiana no
podría contar con el electorado de derecha que le había dado una victoria categórica a
Frei en 1964. Después de las elecciones municipales de 1967, en que la Democracia Cris­
tiana obtuvo alrededor de un 35% de la votación, la Revolución en Libertad quedó «en
panne» en la ruta.

79 Fabio Vidigal Xavier da Silveira, Frei, el Kerensky chileno, Bogotá, Colombia: Talleres Gráficos de Italfraf,
1971:153-54.
80 Ibid: 136-141.
81 Citado en Pinochet de la Barra (1983): 129.

279
La vía no capitalista

En 1967 un debate sobre la vía no capitalista del desarrollo y el «Informe de la


Comisión Político-Técnica» o «Plan Chonchol» de 1967, coincidió con el conflicto sobre
los llamados «chiribonos».82 El Ministro de Hacienda propuso un Fondo Nacional de Ahorro
e Inversiones, clave, según la derecha, para la intensificación de la estatización de la
economía. Para la izquierda, el proyecto era una estafa que privaría a los asalariados y a
la clase media de un reajuste justo y necesario. Un paro nacional patrocinado por la CUT,
en protesta contra los «chiribonos», y otras manifestaciones subsiguientes dejarían va­
rios muertos.83
Una alianza coyuntural de los partidos de derecha e izquierda derrotó ese proyec­
to en el Senado en 1968, produciendo la renuncia de varios ministros y, de hecho, el fin
simbólico de la Revolución en Libertad.84 Durante el debate sobre los «chiribonos», el
Departamento Sindical del Partido Demócratacristiano se unió con la CUT en oposición
al proyecto. Igual actitud fue expresada por varios diputados de ese partido. El debate
produjo un cambio en la directiva nacional de dicho partido, pero no sin la intervención
personal del Presidente de la República. Se planteaba la pregunta, no del todo retórica,
si el Partido estaba con el gobierno o con la oposición.85
Más importante aún, El Mercurio denunció que la consigna de la «vía no capitalis­
ta» no era muy original, ya que el Partido Comunista la manejaba con perfil bajo desde
comienzos de los ‘60. El 8 de diciembre de 1968, El Mercurio publicó un artículo de «el
más reputado erudito chileno sobre cuestiones del marxismo-leninismo», Juraj Domic,
titulado «La vía no capitalista de desarrollo». Domic identificó la consigna como «un
ejemplo de la táctica de aproximación e infiltración» y de la «táctica multilateral de
penetración en la DC».86
La disyuntiva entre grandes sectores «izquierdizantes» del partido y el gobierno
era de mal augurio; en 1969 los demócratacristianos elegirían a 55 diputados de 150, con

A los bonos propuesto por el gobierno se los apodaban «chiribonos», por un lado «deliciosos» como la
chirimoya, por otro, tan fraudulentos como los cheques sin fondos.
Véase Política y Espíritu N. 303 (octubre, 1967): 27-123. La propuesta del Gobierno era combatir la infla­
ción y aumentar el ahorro mediante un reajuste que se concedería por mitades: plata y bonos a cinco y
diez años plazo.
Cristián Gazmuri, Patricia Arancibia y Alvaro Góngora, Eduardo Frei Montalva. Una biografía, Proyecto
Fondecyt 1971117:605-608 (Manuscrito).
Sobre los conflictos internos y las facciones dentro de la Democracia Cristiana véase a Yocelevsky (1987).
El ensayo sería reimpreso dos veces en 1974. Juraj Domic, La vía no capitalista de desarrollo, Santiago:
colección ciencia política, Editorial Vaitea, 1975.

280
menos del 30% de los votos. Entre 1969 y 1970 se aprobarían tres acusaciones constitu­
cionales en la Cámara de Diputados, todas rechazadas en el Senado, pero no sin dar la
oportunidad para que los partidos de oposición denunciaran fuertemente al gobierno,
abonando así el campo electoral para la contienda presidencial de 1970.

El debate sobre la reforma agraria y la reforma constitucional

El tema de la reforma agraria tenía un contenido histórico-cultural, económico y


político transcendental.87 Una reforma agraria, según sus modalidades y administración,
tendría la potencialidad de reconfigurar de manera revolucionaria la sociedad, el siste­
ma de partidos y el gobierno. La Ley de Reforma Agraria aprobada en 1962 había evitado
los dilemas legales y políticos más agudos. En particular, una reforma de la Constitución
Política que hiciera posible la expropiación de predios rústicos sin la cancelación de su
valor comercial en forma pronta y efectivo. Es decir, a la manera tradicional, en un siste­
ma legal y económico basado en un respeto primordial a la propiedad privada.
El presidente Frei mandó un proyecto de Ley de Reforma Agraria al Congreso en
noviembre de 1965. La Democracia Cristiana proponía, con el apoyo relativo de los parti­
dos de izquierda, (1) valorizar las propiedades según el avalúo vigente para los efectos de
la contribución territorial (por razones históricas muy por debajo de su valor comercial)
y (2) indemnizar a los propietarios expropiados con una parte al contado (se debatía un
rango de un 3-10 %) y el resto a un plazo de hasta treinta años, con un interés anual de
3 por ciento, sólo parcialmente reajustable según la tasa de inflación. En la práctica, tal
reforma agraria implicaba, al menos, una confiscación parcial de los bienes expropiados.
Existía la preocupación de que esta modalidad expropiatoria se pudiera extender, en
otro momento, a diversos tipos de propiedad, ya fuera industrial o urbano-comercial.
Como era de esperar, los partidos de derecha se opusieron tenazmente a tal pro­
puesta, no sólo por razones doctrinales e intereses económicos sino porque también te­
mían que los asentamientos campesinos, un tipo de entidad de producción comunitaria y
«transicional» propuesta por la ley, llegaran a constituir verdaderos feudos electorales
de la Democracia Cristiana. Los campesinos que habrían sido «beneficiados» con tierras
agrícolas llegarían a ser, a través de la tutela de CORA e INDA?, una clientela política
cautiva. De un golpe, la derecha se veía amenazada en sus principios básicos, sus propie­
dades y hasta en la posibilidad de retener suficiente peso en el Congreso para vetar la
profundización de la «Revolución en Libertad» u otros cambios revolucionarios que po­
drían proponerse en el futuro.

87 Véase María Antonieta Huerta M., otro Agro para Chile, la historia de la reforma agraria en el proceso
social y político, Santiago: CISEC-CESOC, 1989

281
El 29 de noviembre de 1965, en una conferencia de prensa, el presidente del Par­
tido Liberal, declaró: “En el proyecto se trastorna todo el sistema en que se basaba la
vida nacional. Mueren el derecho de herencia y el de propiedad. Hemos sido sorprendi­
dos en nuestra buena fe. La iniciativa es de tendencia colectivista y, me atrevo a decir,
claramente marxista. El agricultor ha sido ubicado en situación de paria nacional y, se­
gún el proyecto, todos ellos serían delincuentes”.88 Se trataba de la sobrevivencia de un
«modo de vida», de «la democracia» como se la había definido desde 1891.89 En los deba­
tes en el Senado del 20 de julio de 1966 el senador Julio Durán Neumann señaló:
“Llega a constituir delito la fórmula de expropiación que propone el Ejecutivo en la
reforma constitucional. Efectivaente, esa fórmula, al hablar de la equidad con relación
a los predios agrícolas y establecer que lo equitativo es el avalúo fiscal, instituye sim­
plemente un despojo. Y si esa línea se estima de justicia para el bien común, cuando en
mi concepto es un robo organizado, ¿Por qué el Ejecutivo no se inspira en el mismo
criterio con relación a las minas?” [se refería a los proyectos de «chilenización», en los
cuales el Estado chileno compraba un interés mayoritario a las compañías de cobre
norteamericanas].90
Al día siguiente, antes de votarse el proyecto, el senador Francisco Bulnes tuvo
palabras aún más duras y presagiantes respecto al proyecto de reforma agraria:
“Estimo que la reforma agraria planeada por el Gobierno es descabellada en varias de
sus concepciones fundamentales.
...Estoy convencido de que la reforma agraria de la Democracia Cristiana sólo hará pro­
pietarios a unos poquitos privilegiados y en cambio creará en el agro chileno una situa­
ción de anarquía, de caos, de confusión, que está fuera de lo racional. En mi opinión, si
llega a aplicarse esa política, con sus asentamientos y demás, de aquí a tres o cuatro años
el campo chileno, y por tanto, el país,estarán en la anarquía. ...en uso del derecho que
tengo a la crítica, [digo]que la reforma agraria propuesta por este Gobierno parece haber
sido concebida por locos. ...Se funda en ilusiones y crea un régimen jurídico que nadie
entiende. En la práctica constituye un camino seguro, no hacia la socialización ni la
subdivisión de la tierra y la propiedad, sino sólo hacia la anarquía”.91
El debate sobre la reforma agraria continuaría hasta 1967, cuando el Congreso,
con el apoyo de los partidos de izquierda, aprobó una reforma constitucional que diluiría
significativamente el tradicional derecho de propiedad (ley 16.615), para luego legislar

Ibid: 60.
Véase el artículo de Julio Durán Neumann, «El derecho de propiedad ha quedado sin ninguna garantía
real en la Constitución Chilena», El Mercurio, 11 de junio de 1966:32.
Senado, sesión 28a. de 20 de julio de 1966 (citado en Olavarría, 1966: 268).
Senado, sesión 30a. de 21 de julio de 1966:1975.

282
sobre reforma agraria en la Ley 16.640.92 Veinte años después, el almirante José Toribio
Merino, miembro de la Junta Militar de 1973, calificaría la Ley 16.615 como “el comienzo
de la tragedia nacional que culminará en el gobierno marxista de Allende”.93
Mientras tanto, se promulgó la legislación que modificaba las relaciones laborales
y el salario mínimo en el sector agrícola (Ley 16.250 de 1965), que protegía a los obreros
que intentaran formar sindicatos agrícolas (Ley 16.270 y Ley 16.455) y una ley que prohi­
bió la subdivisión de propiedades agrícolas de más de ochenta hectáreas, sin la autoriza­
ción previa de la CORA. La misma ley hizo aplicable el artículo 46 de la ley de reforma
agraria de 1962, a los medieros y chacareros, asegurando, de esta manera, contratos de
arrendamiento de largo plazo y protegiendo a los campesinos contra las represalias pa­
tronales si decidían sindicalizarse (Ley 16.465 de 1966).
Entre 1964 y 1967, la CORA, con las atribuciones estipuladas en la Ley 15.020,
había alcanzado a expropiar alrededor de 500 propiedades. Paralelamente a las políticas
oficiales, hubo una movilización creciente de los campesinos y los obreros del campo
promovida por las burocracias estatales, los partidos de izquierda y sectores de la Demo­
cracia Cristiana. De hecho, se desmantelaban los fundamentos sociales, culturales, lega­
les y políticos del «orden imperante» aún antes de que se aprobara la nueva ley de refor­
ma agraria y la de sindicalización campesina (la ley 16.625 de 1967).94
En los mismos días en que se debatía la reforma agraria, llegó a promulgarse en el
Diario Oficial del 27 de julio de 1966, otra amnistía para los responsables de delitos o
infracciones sancionadas por la Ley 15.576 sobre Abusos de Publicidad.95 Una novedad

En un artículo sobre la reforma constitucional de 1970, Eduardo Frei afirmó: “Es indudable que, en nues­
tro medio, una de las más importantes repercusiones de las transformaciones mundiales se ha operado en
la concepción del derecho de propiedad. Esas nuevas ideas encontraron una expresión en la Reforma
Constitucional del artículo 10 N. 10 de nuestra Carta Fundamental aprobada por la Ley N. 16.615, que fue
promulgada el 18 de enero de 1967”. «La reforma constitucional en su contexto histórico—político», en
Eduardo Frei et. al., Reforma constitucional 1970, Santiago: Editorial Jurídica, 1970: 51.
José Toribio Merino C., Bitácora de un almirante. Memorias, Santiago: Editorial Andrés Bello, 1998: 60.
Para detalles sobre los cambios en el sector rural entre 1964 y 1970, véase Brian Loveman, Struggle in the Countryside,
Politics and Rural Labor in Chile, 1919-1973, Bloomington: Indiana University Press, 1976: capítulo 8.
El mes anterior, el senador Julio von Mühlenbrock había propuesto una amnistía «para los regidores,
funcionarios y demás personas actualmente procesadas por los delitos de malversación de caudales públi­
cos cometidos en las Municipalidades de Paillaco y Río Bueno». En marzo de 1965, ante una petición de
los funcionarios de la Municipalidad, se les había dado un pago anticipado de E 1.200, «a fin de que
pudieran sufragar parte de los gastos de los estudios de sus hijos». También se habían autorizado otros
pagos por «la actitud humana y social de los señores Regidores» que estaban en conflicto con el artículo
236 del Código Penal. Es decir, usaron el dinero para fines distintos a los que habían sido destinados.
Posteriormentes, cuando fue posible hacerlo, repusieron los fondos. La Confederación Nacional de Muni­
cipalidades había concluido que «en éstos y en muchos otros casos, no es posible que ciudadanos honora­
bles y de vida intachable, se vean envueltos en procesos criminales por el único delito de cumplir de
buena fe la misión que la ciudadanía les ha confiado». Senado, sesión 3a de 7 de junio de 1966:343-44.

283
de esta amnistía era que se extendía a los efectos civiles de los delitos penados por la ley
15.576, inciso que no fue aceptado por la minoría de la Comisión informante en el Senado
pero sí se conservó después de los trámites constitucionales.96 De nuevo se reafirmaba la
necesidad de buscar la «paz social» o, al menos, negociar treguas parciales, como medi­
das de gobemabilidad coyunturales.

La Amnistía de 1966, Ley 16.519

“Concédese amnistía a los responsables de delitos o infracciones sancionados por la ley


15.576 sobre Abasos de Publicidad, cometidos hasta el 21 de junio de 1966. La amnistía
comprenderá también los efectos civiles provenientes de estos delitos o infracciones”.
No obstante la amnistía acordada, los partidos de oposición recurrían a los resqui­
cios políticos tradicionales para hostigar al gobierno, especialmente las acusaciones cons­
titucionales.

La Acusación Constitucional contra el Ministro de Economía, 1966

En los últimos días de septiembre de 1966 diez diputados radicales presentaron


una acusación constitucional contra el Ministro de Economía, Domingo Santa María. La
acusación se refería a varios hechos relacionados con aparentes irregularidades
cometidas por funcionarios de la Empresa de Comercio Agrícola (ECA), en las armadurías
automotrices y la Empresa Portuaria de Chile. Nadie creía que el señor Ministro fuera
personalmente responsable por los actos referidos. Se le hacía constitucionalmente res­
ponsable, en su calidad de ministro, de los delitos de malversación de fondos públicos,
atropello de las leyes al haberlas dejado sin ejecución y por haber comprometido grave­
mente la seguridad de la nación, constatados en un informe del Contralor General de la
República, Enrique Silva Cimma. De hecho, la acusación contra el Ministro era, a juicio
de la oposición, una denuncia política de la prepotencia, el clientelismo y la falta de
probidad del gobierno demócratacristiano.
A pesar de que el rechazo de la acusación en la Cámara de Diputados era total­
mente predecible, nuevamente se apelaba al procedimiento de la acusación constitucio­
nal para establecer «la verdad». El propósito de la oposición tenía alcances políticos e
históricos más allá del momento. Meses antes, en un debate en el Senado sobre los escán­
dalos en la Empresa Portuaria, el senador Salvador Allende había declarado:

Senado, sesión 16a. de 16 de mayo de 1966 y Anexo de documentos, 1221-22.

284
“Termino diciendo a la Democracia Cristiana que creía en la moral del Presidente de la
República en este aspecto.
Soy su enemigo desde el instante en que se baleó a obreros.
Lo he dicho públicamente, no obstante haber pensado siempre que el Jefe del Estado,
Eduardo Frei, no puede permitir este tipo de procedimientos y le he dicho que el núcleo
purulento de su gobierno aparecerá si se permite lo ocurrido en la Empresa Portuaria,
en los hechos que denunciaré oportunamente, ocurridos en la Empresa de Transportes
y en lo que está sucediendo -el país lo sabe- respecto de sectores poderosísimos como
ocurre con la Lanera del Sur, donde se han contrapuesto intereses de productores fuer­
temente ligados a determinados sectores; en los que sucede en el caso de Firestone, de la
Singer, etc.
He gastado horas y ocuparé muchas más para señalar al país, claramente, lo que es
una gran estafa política. Cuando se habla de revolución, es necesario tener el sentido
de lo que esa palabra entraña; cuando se habla de libertad, es menester precisar lo que
este concepto encierra.
Gastaré mi vida y el resto del tiempo que me queda en el Parlamento para decir al país
que la Democracia Cristiana es una estafa política, la más grande que ha habido; es un
plan piloto del imperialismo americano al servicio de los intereses foráneos y no de Chile;
es una agrupación política que sólo tiene, en este instante, un bastión que se opone a su
actitud: La Controlaría General de la República”.97
Sería difícil que dicha denuncia pasara al olvido del Presidente Frei y sus
correligionarios. Allende se proclamó enemigo del Presidente Frei, «desde el instante en
que se baleó a obreros». Esta auto definición tampoco pasaría fácilmente al olvido.
Con la acusación presentada por los diputados radicales a fines de septiembre se
expresaba también la frustración de sectores desde la izquierda hasta la extrema derecha
con diferentes aspectos del programa, y con el proceder del gobierno. Tal acusación «no
podía tener otro objeto práctico que formar conciencia en la opinión pública sobre los
abusos de poder en que venía incurriendo el gobierno».98 Como tenía que ocurrir, la
acusación constitucional contra el Ministro Santa María Cruz fue rechazada.

97 Senado, sesión 10a. de 5 de mayo de 1966, citado en Olavarría Bravo (1966): 216-217. Cabe destacar que
sólo siete años más tarde, Allende como Presidente de la República, quedaría menos satisfecho con el
papel de la Contraloría como «baluarte»contra sus propias políticas.
98 Olavarría Bravo (1966): 329.

285
Año de «calamidades»: 1968

Durante el año de 1968, la naturaleza hostigaba también al gobierno


demócratacristiano. Una larga sequía agravaba la creciente inflación e intensificaba la
«grave efervescencia popular y el aumento progresivo de las acciones subversivas de los
grupos extremistas».99 El 4 de junio El Mercurio publicó un artículo en que se dijo que el
país estaba viviendo «un momento pre- revolucionario»; el 11 del mismo mes se presentó
una acusación constitucional contra el Ministro del Interior; el 30 de junio más de 200
campesinos ocuparon el fundo San Miguel en Aconcagua, enfrentándose violentamente
con la fuerza pública, la que atacó con tanquetas, caballería, ráfagas de ametralladora y
bombas lacrimógenas. Los campesinos respondieron con bombas «Molotov» y tiros de
dinamita. Hubo varios heridos entre carabineros y campesinos. El Partido Socialista asu­
mió “su entera responsabilidad en el estímulo y asesoramiento a la valiente y heroica
defensa realizada por los campesinos del fundo ‘San Miguel’... ”.100 En este movimiento
se ponía en práctica la tesis del Congreso de Chillán.

La Amnistía de 1968

Estas tensiones y conflictos se manifestaron directamente en los debates sobre un


proyecto de amnistía, originado en la moción del senador Tomás Pablo, para beneficiar al
Intendente de Santiago Sergio Saavedra Viollier.101 El Intendente fue acusado de dene­
gar el auxilio de la fuerza pública para el lanzamiento de arrendatarios y ocupantes de
inmuebles destinados a la habitación o que parcialmente servían de morada. En su forma
original, el alcance del proyecto de ley de amnistía estaba limitado a un fallo dictado por
el Quinto Juzgado de Menor Cuantía de Santiago, desfavorable al Intendente.
Al estudiar el proyecto en Comisión, el senador Tomás Chadwick insistió en “la
necesidad de ampliar los preceptos de esta iniciativa,...con el verdadero propósito de dar
solución... a todos los problemas semejantes. ...esos funcionarios [los intendentes y go­
bernadores] siempre se han encontrado frente al grave problema social que significan los
lanzamientos. ...con esta idea central, en la Comisión propuse ampliar la amnistía a todos
los intendentes y gobernadores que hubieran podido incurrir en alguno de estos casos de
denegación o retardo de la concesión de auxilio de la fuerza pública”.102

Molina Johnson (1989): 159.


Citado en Olavarría Bravo (Cuarto año, 1968): 237-242.
Senado, sesión 16a. de 16 de mayo de 1967. Anexos: documento N. 4: 753.
Senado, sesión 6a. de 7 de junio de 1967:210.

286
Acto seguido se propuso también solucionar el caso de los empleados y obre­
ros de la gran minería del cobre, resultante de la huelga ilegal en varias minas en
marzo de 1966. Como las compañías señalaron que «la inasistencia al trabajo» era
causal de la terminación de los contratos de trabajo de varios obreros y empleados y
las Mutualidades se negaban a pagar las indemnizaciones del caso a los obreros, se
agregó al proyecto de ley de amnistía un inciso que declaraba no imputables a la
voluntad o culpa de los obreros las terminacionesde los contratos.103
Por iniciativa de otros miembros de la Comisión, se agregaron otros incisos para
solucionar distintos «problemas» sin relación alguna con la amnistía del intendente o de
los intendentes y gobernadores en los casos de denegar o retardar la concesión del auxi­
lio de la fuerza pública en casos de lanzamientos judiciales. El senador Exequiel González
Madariaga objetó esta mezcla de «materias extrañas a la idea matriz de la iniciativa en
debate», observando retóricamente, «No sé cuando terminaremos con esta corruptela».104
El Partido Comunista expresó su apoyo a esta amnistía, desde los inicios de los
debates, los que no tuvieron fin hasta septiembre de 1968. El senador Teitelboim señaló
que «no es admisible, en un país donde el problema habitacional adquiere caracteres tan
dramáticos, castigar a aquella autoridad que se niega a consumar desalojos, lo cual, por
cierto, agravaría el problema». También favorecía “el criterio de declarar no imputable a
voluntad o culpa de los obreros o empleados las terminaciones de contratos que se produ­
jeron con motivo de la huelga en los centros de trabajo de Potrerillos, El Salvador, Barqui­
tos y Chuquicamata”.105
En el segundo informe de la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y
Reglamento sobre el proyecto de amnistía, hubo algunas recomendaciones nuevas: una
indicación formulada por el senador Baltasar Castro, agregando un inciso que concedería
una amnistía a los periodistas responsables de delitos sancionados por la Ley 12.927 so­
bre Seguridad Interior del Estado, que se encontraban actualmente procesados. Ante la
objeción del senador Fuentealba la Comisión agregó: «todos los actos de los periodistas,
ejecutados antes de la vigencia de la propuesta ley de amnistía; la derogación del artícu­
lo 621 del Código de Procedimiento Penal» (es decir, el que penaba la denegación o retar­
do en prestar el auxilio de la fuerza pública en los casos de lanzamientos judiciales); y un
cambio en el reglamento del Senado para reducir de 2/3 a una mayoría simple, el quorum
necesario para rechazar el desafuero de los intendentes y gobernadores, haciendo así
más difícil el desafuero de los agentes del gobierno. Se agregaron también otras indica­
ciones al proyecto, incluso una amnistía particular para un médico cirujano, por el delito

103 Ibid: 211.


104 Ibid: 215.
105 Senado, sesión 9a. de 20 de junio de 1967:321.

287
de incumplimiento de deberes militares, y una indicación para agregar un artículo que
rehabilitara en su nacionalidad chilena al historiador de origen argentino Luis Vítale
Cometía, a quien se le canceló la carta de nacionalización por Decreto Supremo 1.971 del
27 de octubre de 1962, ambas propuestas por el Senador Salvador Allende.106
Durante la tramitación constitucional del proyecto, varios legisladores comenta­
ron que éste había sido “transformado en el Senado en un conjunto de disposiciones
inconexas, sobre materias sin relación alguna entre sí... un Parlamento que pretenda le­
gislar con seriedad no puede aprobar una norma como la propuesta por el Honorable
Senado, a riesgo de dejar en la impunidad delitos tan graves como los que se hayan come­
tido en contra de la soberanía nacional y de la seguridad interior o exterior del Esta­
do”.107 No obstante el informe negativo de la comisión, hubo debates largos y minuciosos
sobre cada uno de los diversos e inconexos incisos del proyecto, desde la amnistía para los
periodistas (ya que el gobierno con el apoyo de la izquierda había cumplido su promesa,
derogando la «ley mordaza»-15.476-, para aplicar en su lugar la Ley de Seguridad Inte­
rior del Estado contra los periodistas), hasta la recuperación de la nacionalidad por parte
de Vítale, con la combinación de alusiones históricas, intervenciones irónicas, además de
los ocasionales «navajazos al juglar».
La diputada Laura Allende afirmó: “he dicho que los socialistas, aunque contra­
rios a muchos de los procedimientos, actitudes y leyes de este gobierno de la ‘Revolución
en Libertad’ fracasada... [Hablan varios señores diputados a la vez] sin embargo recono­
cíamos honradamente cuando... [Hablan varios señores diputados a la vez]... un funciona­
rio cumplía en la forma como lo ha hecho en muchos casos el señor Intendente”.108 Vota­
do el proyecto hubo resultados mixtos. La amnistía para intendentes y gobernadores tuvo
amplio apoyo; sin embargo, fue rechazada la amnistía para los periodistas, así como la
derogación del artículo 621 del Código de Procedimiento Penal, y la rehabilitación de la
carta de ciudadanía de Vítale, entre otras indicaciones. El proyecto volvió al Senado. La
Comisión informante insistió en la amnistía para los periodistas, con la abstención del
senador Aylwin, porque el autor de injurias graves en contra de su Excelencia el Presi­
dente de la República estaba entre los beneficiarios, y con la abstención de los senadores
Raúl Juliet y Sergio Sepúlveda ya que varios de los beneficiarios de la amnistía estaban

Senado, sesión lia. de 22 de junio de 1967. Anexo de Documentos: 553-54. Allende explicó que le habían
quitado la carta de nacionalización a Vitale, por haber sido sometido a un proceso referente a un «diario
mural patrocinado por el ex dirigente señor Clotario Blest» y que aunque el gobierno eventualmente se
desistiera en el proceso, Vitale había estado preso varios meses y le fue cancelada su nacionalidad, que
«ahora desea recuperarla». (Sesión 14a. de 4 de julio de 1967: 646).
Cita del Diputado Alfonso Ansieta, informante de la Comisión de Constitución, Legislación y Justicia en la
Cámara de Diputados, sesión 24a. de 2 de agosto de 1967:1982-1984
109 Ibid.

288
procesados por injurias o calumnias en contra de algunos señores senadores.109 La Comi­
sión también señaló que el caso de Vitale se solucionaba en la Corte Suprema, mediante
un recurso deducido por el afectado en contra del Decreto que canceló su carta de nacio­
nalización.110
Aprobada de nuevo, con modificaciones, la ley volvió a la Cámara de Diputados,
donde no se insistió en la exclusión de los periodistas (por una votación de 32-5), pero sí
en suprimir otros incisos que trataban materias «inconexas», como la concesión retroac­
tiva de personalidad jurídica al «Fondo de Compensación de Indemnización de la Indus­
tria del Cuero y Calzado». El proyecto se consideró en quinto trámite constitucional en el
Senado, en marzo de 1968, fecha en que, a instancias del senador Aylwin, se acordó (con
los votos negativos de dos senadores comunistas) en no insistir sobre el inciso referente al
Fondo de Compensación y, de esa manera, aprobar la ley de amnistía de 1968.
En uso de su atribución constitucional, el Presidente de la República observó el
proyecto de ley de amnistía aprobado por el Congreso, agregando las palabras «en juicios
de trabajo» a los casos de juicios especiales «de arrendamiento o de comodato precario».
De esta manera se amplió el número de casos en que se aplicaría la amnistía a los
intendentes y gobernadores; se propuso suprimir el artículo de la ley que permitía al juez
de la causa decretar la suspensión de lanzamientos en los juicios de arrendamientos o de
comodato de inmuebles, «cuando el lanzamiento pueda producir un trastorno grave a la
familia del ocupante» porque, según el gobierno, un nuevo proyecto de ley contendría
«una completa regulación en lo concerniente a arrendamientos y lanzamientos» y recha­
zó el inciso que beneficiaba a los obreros y empleados huelguistas de 1966.111 Sin embar­
go, el 31 de julio el Ejecutivo retiró esta proposición, que se refería al artículo 3 del
proyecto. Por unanimidad, la comisión (Bulnes, Aylwin, Juliet) recomendó la aprobación
de las observaciones del Ejecutivo, decisión que acogió el Senado sin más discusión. El 11
de septiembre de 1968 fue aprobada la amnistía en la Cámara de Diputados sin más
debate, para publicarse en el Diario Oficial de 5 de octubre de 1968.112

109 Senado, sesión 37a. de 24 de agosto de 1967 (Anexo de Documentos): 2243-44.


110 Las recomendaciones de la Comisión se encuentran en el Anexo de Documentos, sesión 37a. de 24 de
agosto de 1967:2248- 2249.
111 «Observaciones del Ejecutivo, en primer trámite, al proyecto de ley que concede amnistía al Intendente
de Santiago y otros», Senado, sesión 81a. de 23 de Abril de 1968, Anexo de Documentos: 3445-46.
112 Cámara de Diputados, sesión 34a. de 11 de septiembre de 1968:3639.

289
Amnistía de 1968, Ley 16.975

“Artículo 1. Concédese amnistía a intendentes o gobernadores por la denegación o el


retardo en la concesión del auxilio de la fuerza pública en que hayan incurrido con
ocasión del cumplimiento de órdenes de lanzamiento decretadas en juicios especiales
de arrendamiento o de comodato precario de inmuebles en juicios del trabajo, o quere­
llas posesorias.
Concédese, asimismo, amnistía a los periodistas responsables de delitos sancionados en
la ley 12.927, sobre Seguridad Interior del Estado.
Artículo 2. Decláranse no imputables a voluntad o culpa de los obreros y empleados las
terminaciones de los contratos de trabajo producidas, con motivo de la huelga del año
1966, en los centros de trabajo de Potrerillos, El Salvador, Barquitos y Chuquicamata.
Los favorecidos por esta disposición podrán hacer valer sus derechos a las
indemnizaciones correspondientes en las Mutualidades y Fondos de Auxilio de Cesan­
tía, en el plazo de seis meses contado desde la fecha de publicación de la presente ley.
Artículo 3. Derógase el inciso 2 del artículo 621 del Código de Procedimiento Penal”.
La ley 16.975 era mucho más que una amnistía. Con ella se advirtió claramente al
país que la propiedad privada, urbana y residencial podría no tener la amplitud de pro­
tección judicial administrativa que había tenido tradicionalmente. El destino de la propie­
dad privada, al menos potencialmente, se podría dejar al criterio de los intendentes y goberna­
dores, si estimaran «graves» las condiciones naturales, como el frío y lluvia del invierno, o por
políticas sociales, como las consecuencias del desalojo de numerosas familias de sitios o fundos
«tomados». Aunque los motivos para adoptar esta legislación fueran «humanitarios», exis­
tía la posibilidad de abusar de sus provisiones de manera que, de hecho, los derechos de
los propietarios se anularan: justicia dilatada, justicia denegada.
Mientras se debatía la ley de amnistía de 1968, no había bajado la intensidad del
conflicto entre el gobierno y la oposición de izquierda. Emblemáticamente, se entabló
otra acusación constitucional, esta vez en contra el Ministro del Interior.

Acusación Constitucional contra el Ministro del Interior, (junio de 1968)

Los diputados acusadores empezaron su libelo en contra el Ministro del Interior


resumiendo «los hechos»: “el año 1968 se ha caracterizado por la fuerte inquietud gremial
producida por la errada política económica del gobierno; por la incertidumbre acerca del
reajuste que les correspondía percibir a los trabajadores; la tentativa de cancelar ese re­

290
ajuste en bonos y las amenazas al derecho de huelga contenidos en el primitivo proyecto de
reajuste, [el gobierno] no ha sido capaz de detener [la inflación], trató de frenar al movi­
miento de los trabajadores mediante el uso indiscriminado de la fuerza policial, en su afán
represivo, pocas veces visto en nuestro país, con flagrantes infracciones a normas constitu­
cionales y legales vigentes que reglan la libertad personal de todos los chilenos.... los con­
tinuos encuentros entre las fuerzas policiales y los huelguistas... en algunos casos llegaron
a configurar verdaderas batallas campales”.113
En anexos estadísticos que acompañaron los debates sobre la acusación se enumera­
ron los «principales movimientos huelguísticos» hasta junio: Correos y Telégrafos; Magiste­
rio; ANEF; COMACH; Electricidad; LAN; Textiles Tomé; Usina Huachipato CAP. Hubo, ofi­
cialmente, 53 marchas y movimientos relámpagos masivos que alteraron el orden público y
cuatro ocupaciones de terrenos con «incidentes y problemas». En el campo las tomas de
fundos habían llegado a extremos, ejemplificándose en el conflicto en la Hacienda Santa
Marta de Longotoma (Petorca) “en que se ha producido situaciones graves y de hecho, el
personal de Carabineros ha debido permanecer de servicio, en forma permanente, desde el
día 28 de febrero del año en curso hasta la fecha”.114
Desde febrero hasta junio, personal de Carabineros se había mantenido acuartelado
en Santiago y en otros lugares. Más de 400 personas fueron detenidas por maltrato de
obra a Carabineros ocasionándoles lesiones, por injuriar a carabineros de servicio, por
infringir la Ley de Seguridad Interior del Estado, por desórdenes, por daños fiscales, por
usurpación de terrenos, etc.115 Otro anexo enumeraba los artículos de prensa relativos a
atropellos y violaciones al fuero parlamentario, ya que en muchas instancias ciertos
congresales participaron en los hechos referidos, tales como Patricio Hurtado, Gladys
Marín, Luis Femando Luengo, José Isla y Carlos Altamirano.116 También apareció una
lista de «hechos policiales» en que actuó Carabineros en febrero y marzo, tales como la
explosión sobre el techo del edificio del Instituto Chileno Norteamericano de Cultura,
una bomba en el baño de mujeres del Consulado de EE.UU y otra en el tercer piso de la
sede social del Partido Demócratacristiano, entre otros.
El diputado informante de la Comisión que consideraba la acusación en el Con­
greso, dijo que había “llegado a la conclusión de que no se había violado el fuero parla­
mentario, que la fuerza pública había reprimido con la energía que corresponde los des­
órdenes y las alteraciones de la tranquilidad pública y que en ningún momento se acredi­
tó que se hubiera desatado una violencia policial inusitada para sofocar, quebrantar o

113 Cámara de Diputados, sesión la. de 11 de junio de 1968:244.


114 Cámara de Diputados, sesión 4a. de 18 de junio de 1968:414.
115 Ibid: 411-414.
116 Ibid: 423.

291
destruir los movimientos gremiales”.117 Por primera vez, la Comisión consultó evidencia
filmada (prestada por el Canal 13) en sus deliberaciones, respecto a las actuaciones de
Carabineros y a los participantes en incidentes callejeros, resultando, como era de espe­
rarse, en interpretaciones encontradas. La diputada Carmen Lazo del Partido Socialista,
explicando su presencia en un incidente, expuso: “La gente de la burguesía tiene asco y
temor de mezclarse con el pueblo, pero nosotros no, porque pertenecemos a él. De mane­
ra que si el Director General de Carabineros se cree aristócrata, si cree que pertenece a
una clase especial, ése es problema de él. Pero nosotros, los parlamentarios populares,
representamos a esa gente, que en un momento dado tiene que ir a la huelga, pero no
para atropellar la ley, sino para defender sus derechos”.118
El diputado demócratacristiano Alfonso Ansieta intervino en el debate con un esti­
lo áspero e irónico. Les recordó a sus colegas, que en su edición del 21 de mayo, El Siglo
había informado que “durante los incidentes que tuvieron lugar en el centro de Santiago y
de los cuales informamos en esta edición, se dejó sentir un clima similar al de los días 2 y 3
de abril de 1957, cuando en la justa protesta por el alza del costo de la vida se mezclaron
provocadores...”.119 Es decir, El Siglo parecía amenazar con otra poblada violenta como la
de abril de 1957. Dijo que “cuando la fuerza de Carabineros está siendo atacada con
piedras, palos, bombas Molotov, en momentos de desórdenes callejeros, en que se preten­
de crear el caos, tenga la obligación de distinguir quiénes son parlamentarios de los que
no lo son, y aun cuando muchos Honorables colegas del Partido Radical se sientan hom­
bres de ‘aquellos que tienen estrellas marcadas en la frente’, no les podemos pedir a los
funcionarios policiales que vean otras estrellas que las que resulten de los palos y pedra­
das que puedan recibir en el tumulto”.120 Les recordaba a los radicales y comunistas
«otros tiempos», afirmando que si los comunistas apoyaban la acusación constitucional
contra el Ministro Pérez, “es sin lugar a dudas, para solidarizar con sus nuevos compañe­
ros de ruta, los radicales, en un nuevo acto de cristiano perdón por todos los parlamenta­
rios y miembros del Partido Comunista que fueron relegados durante la vigencia de la
llamada ‘Ley Maldita’, dictada durante el gobierno radical del señor González Videla.
¡Curioso ejemplo de olvido y perdón...!”.121 Dichas observaciones provocaron respuestas
de carácter «antiparlamentario»de varios de los señores diputados.
Continuó:
“El contenido de la acusación hace necesario refrescar un poco la memoria de los seño­
res parlamentarios radicales acerca de los preceptos constitucionales que consagran el

117 Ibid: 438.


118 Ibid: 451.
119 Ibid: 491.
120 Ibid.
121 Ibid.

292
fuero parlamentario, para poder determinar si hubo o no una real violación de dicho
fuero... para quienes gozamos de fuero, éste no debe servir de fuente para interferir la
acción de la fuerza pública... ¡No se concibe la vigencia de un Estado de Derecho, sin la
existencia de la autoridad que haga respetar las leyes y de sus agentes que las hagan
cumplir! y es indudable que en Chile el Cuerpo de Carabineros ha sido siempre motivo
de legítimo orgullo nacional por la forma ejemplar en que ha cumplido su deber y ha
velado por el orden público y por la tranquilidad ciudadana. Pareciera ser que el Parti­
do Radical deseara que imperara en Chile la ley de la selva. ...La acusación constitu­
cional entablada por el Partido Radical en contra del señor Ministro del Interior, prue­
ba, una vez más, la falta de seriedad con que dicho partido pretende hacer oposición al
Gobierno”.122
El diputado Luis Pareto reafirmó el compromiso de la Democracia Cristiana con
«enormes esfuerzos para romper el esquema del subdesarrollo, transformando el orden
social y económico existente, resulta desconsolador el espectáculo de ciertos partidos,
con mentalidad politiquera, que, en su deseo de ver fracasar al gobierno
demócratacristiano, usan toda la clase de armas y recursos para lograrlo, sin importarles
si con ellos se está causando un daño real y grave al pueblo de Chile...». Añadió el diputa­
do Pareto que la Cámara se encontraba «nuevamente durante el mandato del Excelentí­
simo señor Frei, frente a una acusación política que va revestida de rencor, el odio, la
pasión y la morbosidad política...».123 Agregó que era necesario «refrescar ligeramente la
memoria de aquellos que hoy día se confunden en la defensa de los derechos humanos,
de la democracia, de la libertad y de los sagrados derechos del hombre» con una historia
del uso hecho de las leyes de facultades extraordinarias durante los gobiernos radicales,
los hechos de la Plaza Bulnes en enero de 1946 y otros actos represivos de los radicales,
«que tienen autoridad moral para que en este parlamento se vengan en convertir en los
defensores de la ley, de la justicia y del orden constituido».124
Con la mayoría absoluta de la Democracia Cristiana en la Cámara, no podría pros­
perar la acusación. El diputado comunista Manuel Cantero admitió que “la suerte que
correrá esta acusación en la Cámara lo sabemos, pero por lo menos, habrá un llamado de
atención sobre los hechos serios, graves que están ocurriendo...”.125
Como en casos similares en el pasado, desde la bancada de la derecha, otros
congresales lamentaban la poca fuerza usada por el gobierno e insistían en la importan­
cia del «orden». El diputado Renato Valenzuela Labbé argumentó que los múltiples inci­

122 Ibid: 492-493.


123 Ibid: 494.
124 Ibid.
12S Ibid: 503.

293
dentes de violencia, de huelgas y manifestaciones callejeras eran evidencia de «la pru­
dencia exagerada» del gobierno y de la policía: “Hubo violencia innecesaria, pero no de
parte de las fuerzas policiales, sino de parte de los gremios en huelga y de elementos
extraños y del hampa santiaguina”.126
Los debates sobre la acusación constitucional terminaron con palabras duras desde
todos los bandos. El Diputado Marino Penna predijo a la oposición que “con el tiempo,
estos hombrecitos serán olvidados por la historia y, en cambio, todas las generaciones sólo
recordarán que este gobierno del Presidente Frei y de la Democracia Cristiana, que es del
pueblo de Chile, ha realizado tareas trascendentales de irreversible beneficio para la co­
munidad”.127 A manera de respuesta, la diputada Laura Allende afirmó que «el Gobierno
le teme a la voz de los trabajadores». Evocó a los campesinos de Molina, que fueron deteni­
dos antes que llegaran al centro de Santiago en 1953, como también a los muertos en la
Plaza Bulnes, para proclamar que «aquí no ha habido una revolución y cada día estamos
perdiendo más la libertad». En un ambiente lleno de violencia verbal y de desorden, fue
rechazada la acusación constitucional por 65 votos contra 32, con 6 abstenciones.128 Finali­
zando el año 1968, Luis Corvalán proclamaría: “En el país sigue predominando la ley del
embudo, que se traduce en una injusticia social cada vez más intolerable”.129

El miedo como tema político: expectativa de ruptura, 1969

Hacia 1969, la prensa política y los discursos en el Congreso eran reminiscentes


de otros momentos de conflicto agudo: los meses antes del pronunciamiento militar de
1924 y después del 4 de junio de 1932; el período posterior a la masacre del Seguro
Obrero en 1938 y de los inicios del Frente Popular; los presagios de la guerra civil y los
pronósticos de desastre en 1946-48. El país estuvo de nuevo (y como siempre, según algu­
nos), al borde del abismo. En la revista Portada de febrero de 1969, el dirigente gremialista
Jaime Guzmán escribió:
“Quien observe la realidad político-social por la cual atraviesa Chile en la actualidad
no puede dejar de repararen la acentuación de un elemento inquietante dentro de ella:
el temor, el miedo -cada vez crecientes- que siente el ciudadano común para discrepar
en forma pública, abierta y personal, frente al poder estatal y a quienes lo ejercen: el
Gobierno y el Partido único que lo integra.

126 Ibid: 500.


127 Ibid: 514.
128 Ibid: 515.
129 «Manifiesto al pueblo», diciembre de 1968, en Corvalán (1971): 223.

294
El hombre medio teme -hoy en día- que su nombre figure en una organización o bajo
una opinión que pueda despertar recelos graves en las esferas gubernativas. Teme ata­
car, con vehemencia y decisión, bajo su firma responsable. Teme, cada vez con mayor
intensidad, a la persecución y a la represalia”.130
Guzmán atribuyó el miedo a la creciente intervención del estado -controlado por «co­
lectivistas»- en la vida social y en la vida privada de los chilenos. Dijo que “desde hace un buen
tiempo, Chile ha escogido el camino del estatismo. Con matices diferentes según el gobierno
imperante, el estado ha ido invadiendo y controlando progresivamente los más variados cam­
pos de la actividad nacional. ...se ha convertido potencialmente en una especie de árbitro su­
premo del destino de cada ciudadano y de cada agrupación humana. Baste con aquilatar, por
mera vía de ejemplo, las numerosas implicaciones que se derivan de que el estado controle, en
la actualidad, más del 70% de las inversiones nacionales”.131 Pero la amenaza ya no era teórica:
“Baste que ese omnímodo poder estatal caiga en manos de un gobierno que esté dispuesto a
emplearlo en forma inflexible e inescrupulosa. Ocurrido lo cual, la amenaza latente del temor
se transforma en realidad. Y, a nuestro juicio, eso es exactamente lo que ha sucedido en Chile
con el advenimiento al poder del Partido Demócratacristiano”.132
Para la derecha, la Democracia Cristiana llevaba el país a una dictadura colecti­
vista inescrupulosa. Para la izquierda, el Gobierno de Frei era un esfuerzo para salvar al
régimen capitalista burgués. La derecha veía en la Democracia Cristiana una fuerza que
se creía con la misión de “inaugurar una nueva era histórica, que habría que prolongarse
por espacio de 30, 60 o 100 años”.133 Por otro lado, la izquierda temía o decía temer, la
posibilidad de un golpe de estado. En el mismo mes de febrero de 1969, el Secretario
General del Partido Comunista dio la siguiente respuesta en una entrevista televisada y
luego impresa en El Siglo:
“Ud. me pregunta acaso el PC se prepara militarmente o no.
Perdóneme, pero no le puedo responder esa pregunta. Hay dos cuestiones: El PC pudiera estar
preparado o no preparado, pudiera prepararse o no prepararse. Yo no estoy diciendo que
estuviésemos preparados o que estuviésemos preparándonos, no quiero decir que lo estemos
haciendo, ni estoy diciendo que no lo estemos haciendo. Pero, ¿cree Ud. que yo debo contestar
esa pregunta?”.134

130 «El miedo: Síntoma de la realidad político-social chilena», Portada, N. 2 (febrero, 1969): 5-7 y 14; reimpreso
en Estudios Públicos, N. 42 (otoño, 1991): 255-259.
131 Ibid: 258.
132 Ibid.
133 Ibid.
134 El Siglo, 19 de febrero de 1969:12. Esta cita se reproduce en una separata de 1975, en cuarta edición, por
Juraj Domic K, escritor dedicado a historiar la «política militar» del Partido Comunista («Destrucción de
las Fuerzas Armadas por el Partido Comunista», Editorial Vaitea, No. 2).

295
El clima de miedo y amenaza se intensificaba, mientras una ola de movilización
desenfrenada trajo enfrentamientos diversos entre dueños de fundos y funcionarios esta­
tales, entre pobladores y las fuerzas de Orden y entre distintos grupos sociales. Se aproxi­
maban las elecciones parlamentarias y luego las presidenciales. El MIR proclamaba: «No
a las elecciones, lucha armada único camino».135 Miguel Enríquez denunciaba «las tortu­
ras y flagelaciones ejercidas» sobre pobladores y anticipaba,
“el progresivo enfrentamiento entre los que luchan por sus intereses y los que explotan
el trabajo de los primeros, golpea también a las instituciones del sistema, a los templos
del régimen capitalista, la superestructura se resiente. Primero fueron las universida­
des, luego la Iglesia con la aparición del movimiento ‘Iglesia Joven’ que llegó a ocupar
la Catedral con el Che Guevara y Camilo Torres como emblemas. Luego fue el Poder
Judicial; los encargados de administrar la justicia de los poderosos rompieron la ley y
fueron a la huelga. Más aún, una crisis moral descompone a los que gobiernan, ...final­
mente, el proceso sacude a los aparatos encargados de asegurar el actual estado de
cosas: las Fuerzas Armadas. El Ejército, la Aviación, Carabineros y la Marina son
conmovidos por los procesos políticos; entre los militares irrumpen las ideas y opinio­
nes políticas. De General a recluta se polarizan las fuerzas en bandos distintos. ...Chile
vive la crisis institucional más grave desde la década de 1930”.136
Mientras el MIR abogaba por la vía armada y se negaba a participar en las elec­
ciones y a su juicio, el Partido Nacional buscaba recuperar la fuerza de la derecha en el
Congreso y los partidos de izquierda se movilizaban para cambiar el equilibrio del poder
en la legislatura y, todavía sin mucho optimismo, para elegir a un presidente de la «Uni­
dad Popular» en los comicios de 1970.
El 8 de marzo de 1969, un grupo de carabineros desalojaron a los pobladores que
habían ocupado ilegalmente un terreno conocido como Pampa Irigoin en Puerto Montt.
Como resultado de esa acción murieron 8 personas y hubo tal vez, según fuentes oficiales,
hasta 50 heridos, entre ellos 20 carabineros. La revista WL4 informaba que «numerosos
civiles y carabineros heridos resultaron de la refriega entre policías y pobladores que
ocuparon ilegalmente terrenos en el sector alto de Puerto Montt, en el amanecer del
domingo último. Las víctimas fueron sepultadas en impresionantes funerales, ante una
ciudad consternada». El reportaje era acompañado de fotos impactantes de los muertos y
heridos que resultaron del «baleo que enlutó a Puerto Montt».137

135 Miguel Enríquez, «El MIR y las elecciones presidenciales», en Con vista a la esperanza, Santiago: Escapa­
rate Ediciones, 1998: 33
136 Ibid: 36.
137 Vea, N. 1.554,13—DI—69: portada y 16-17.

296
Según el mismo reportaje, la Federación de Estudiantes responsabilizó al Minis­
tro Pérez Zujovic, «por reiteración de medidas represivas en contra de los sectores popu­
lares que buscan en forma desesperada una solución que mejore sus miserables
condiciones de vida». La Juventud demócratacristiana, presidida por Enrique Correa, de­
nunciaba «este nuevo acto represivo» y culpó al Ministro que es «símbolo y personificación
de esta derechización creciente [del PDC]». El Partido Nacional, en cambio, «responsabiliza
de estos hechos, en primer lugar, a los agitadores políticos... responsabiliza también al go­
bierno demócratacristiano que ha ilusionado al pueblo». En una declaración conjunta, el
Partido Socialista y el Partido Comunista, exigieron que “se haga efectiva la responsabili­
dad criminal que le cabe en esos hechos a los responsables políticos de ellos; exigimos la
salida inmediata del Ministro Pérez Zujovic; castigo para los ejecutores materiales del
baleo”.138
El Secretario General del Partido Comunista, comentando la coyuntura nacional
declaró:
“En él país se ha creado una situación grave. La Derecha está lanzada.
Guía todos sus pasos tras el siniestro propósito de imponer un retroceso político en la vida
nacional. Por su parte, el gobierno del señor Frei se desliza de más en más por una pendien­
te reaccionaria. La más redente y brutal expresión de esta tendencia es la masacre de
Puerto Montt.
...La mayoría de los chilenos rechaza una vuelta atrás y no acepta ni puede aceptar que se
mate a la gente que reclama un sitio papa vivir o un pan más para sus hijos. ...Y como él
tiempo no ha pasado en balde, como la necesidad de las transformaciones sociales es hoy
más imperiosa, un nuevo Gobierno derechista estaría fuera de foco y no podría mantenerse
en pie sino tratando de imponer una brutal dictadura”.139
En la misma intervención, el dirigente comunista repartía piropos políticos para
los «enemigos»: «Sergio Onofre Jarpa huele a peste parda. Quiere ilegalizar al Partido
Comunista porque, según declaraciones a ‘El Mercurio’, ...nuestro partido sería una orga­
nización dependiente de una potencia extranjera y al servicio de su política. Los comu­
nistas no perdemos los estribos y no usamos el adjetivo por el afán de herir a las perso­
nas. No creo romper estas normas si le digo a Onofre Jarpa ¡que se limpie el hocico!». Por
otra parte, el mismo vocero del Partido Comunista, calificaba al presidente Frei como
«gendarme burgués».140

138 Ibid: 17.


139 Luis Corvalán, «Construir una salida revolucionaria», Informe al Pleno del Comité Central del Partido
Comunista. 13-16 del abril de 1969, en Corvalán (1971): 237-238; 241.
140 Ibid: 242-43.

297
Enfocando en particular los sucesos en Puerto Montt, Corvalán culpó al Ministro
del Interior, Edmundo Pérez Zujovic. Añadió palabras que no se olvidarían cuando poco
tiempo después éste fuera asesinado:
“aquellos que quieren este camino, no olviden que quienes siembran vientos cosechan
tempestades. La matanza de Puerto Montt ha dado origen a una ola de protestas de
miles de organizaciones populares. Estas protestas deben continuar. El señor Pérez
Zujovic en el Ministerio del Interior, es un peligro público. Mientras permanezca allí,
el pueblo no puede sentirse tranquilo.
La salida de Pérez Zujovic se ha transformado en un objetivo de la lucha por el respeto
a la vida y a los derechos de las masas populares. De ahí por qué, y de acuerdo a los
preceptos constitucionales vigentes, hemos resuelto presentar contra él una acusación
ante la Cámara de Diputados”.141

La acusación constitucional contra el Ministro del Interior (junio, 1969)

El 4 de junio de 1969, aniversario del golpe socialista de 1932, fue presentada una
acusación constitucional contra Edmundo Pérez Zujovic, Ministro del Interior, por infrac­
ción a la Constitución y atropellamiento de las leyes. La acusación, firmada por diez
diputados del Partido Comunista, empezó con una lista de diez muertos y de treinta y
cinco heridos a bala en la represión realizada el 9 de marzo de 1969 en Puerto Montt. El
libelo acusatorio rezaba: “Inmediatamente de cometido el crimen, el Ministro del Inte­
rior... solidarizó con los autores materiales de la matanza y asumió públicamente laplena
responsabilidad de la masacre”.142 Alegaban los diputados acusadores que:
“La masacre de Puerto Montt no es un hecho aislado; es parte de un proceso que vienen
realizando algunos sectores desde altas esferas de Gobierno para hacer desaparecer en
Chile el estado de derecho; para establecer el cesarismo y la omnipotencia presidencial,
para avasallar los trabajadores; para echar pie atrás en la Reforma Agraria; para
contener la exigencia de que Chile rescate las riquezas usurpadas por el imperialismo;
para acallar las demandas del pueblo, que exige el cumplimiento de las promesas de
solucionar el problema habitacional y que no haya más compatriotas sin techo. Esta
masacre no fue un mero accidente.
Fue una sórdida maniobra con vistas a impedir-no ya cambios revolucionarios-, sino
cualquier avance progresista y democrático”.143

141 Ibid: 244-45.


142 Cámara de Diputados, sesión la. de 4 de junio de 1969:138.
143 Ibid.

298
En su defensa, el Ministro expresó que los Partidos Comunista, Socialista y el
senador Salvador Allende desataron inmediatamente después de ocurridos los hechos,
una campaña violenta contra el gobierno y el Ministerio del Interior,...que “el instigador
de las ocupaciones ilegales de terrenos en Puerto Montt es el diputado socialista a quién
el gobierno ha acusado ante los Tribunales de Justicia» y que la «pieza básica de la acu­
sación la constituye una crónica anecdótica y liviana escrita por un sacerdote»,...la macabra
descripción que hizo el sacerdote en la Revista Mensaje...”.144 Argumentó que “la acusa­
ción carece de fundamentos jurídicos y que debe ser desechada porque no es otra cosa
que ‘una gigantesca campaña montada por sectores políticos que preconizan y practican
la violencia, el desorden y el deterioro del sistema democrático...”.145
La Comisión informante de la acusación estaba dividida políticamente, dando
como resultado una votación a favor de la acusación de 3 votos contra 2.146 En los debates
de la acusación en la Cámara, el Ministro Pérez Zujovic se defendía con fundamentos
jurídicos (dijo que no había violado la Constitución o la ley) y también con referencias
históricas al desalojo hecho a base de una resolución firmada por el Intendente de
Llanquihue en 1943, “don Francisco Sepúlveda Gutiérrez, quien, posteriormente, fue di­
putado del Partido Socialista, o sea, colega de los acusadores, hasta el 21 de mayo recién
pasado...”.147 También que “se han efectuado innumerables desalojos sin orden judicial
en ocupaciones ilegales de terrenos por diversas administraciones y por distintos minis­
tros del Interior; pero sólo ahora se ha descubierto que estas medidas constituirían una
infracción a la Constitución [sin orden judicial]”.148 Además, explicaba que, en la toma
de terrenos en Puerto Montt, participaron parlamentarios [particularmente el diputado
socialista Luis Espinoza, que se jactaba de haber participado en 14 operaciones simila­
res] y activistas de otras provincias que habían estado también en tomas de otros terre­
nos y de fundos rurales en la zona, y que hubo negocios irregulares respecto los terrenos
en disputa en la pampa Irigoin. Más aun, “la inmensa mayoría de los ocupantes de Pampa
Irigoin no tenían un problema habitacional urgente o disponían de medios... para optar a
los programas de ‘Operación Sitio’ de CORHABIT en Puerto Montt...”.149 En resumen,
Pérez Zujovic narró en detalle su versión de una historia concreta que terminó en la
llamada masacre y justificó, en la ley y su deber constitucional, la decisión de desalojar
los terrenos ilegalmente «tomados».

144 Cámara de Diputados, sesión 7a. de 12 de junio de 1969: 418. El Diputado se refería a un artículo escrito
por Francisco Javier Cid en el número correspondiente al mes de abril del año 1969.
145 Ibid: 420.
146 Ibid: 423.
147 Ibid: 444.
148 Ibid: 445.
149 Ibid: 450.

299
El Ministro Pérez también insistió en la necesidad de apoyar a la policía y a las
fuerzas armadas en la tarea de cumplir sus misiones:
“Los partidos que en reiteradas ocasiones han manifestado su decisión de llegar al
poder por cualquier medio... empleando la violencia si fuera necesario, se encuentran,
hace tiempo, en una campaña destinada a amedrentar a las fuerzas destinadas a man­
tener el orden público. Basta leer ‘El Siglo’, ‘las Noticias de Ultima Hora’ y ‘Punto
Final’, entre otros, para darse cuenta cómo tratan de descalificar cualquiera acción
policial. De provocados, los colocan siempre como provocadores, y siempre están pi­
diendo para ellos el máximo de sanciones. Por eso es necesario que ellos tengan seguro
respaldo. Cualquier persona que ocupe el cargo de Ministro del Interior, tendrá que
asegurar a las fuerzas policiales o a los Intendentes y Gobernadores, que nadie ni nada,
en ninguna situación política, hará que ellos sean sancionados por cumplir con su deber.
No estoy hablando de inmunidad. En cada caso o incidente en que hay lesionados o
heridos, se efectúan sumarios sumamente rigurosos en el cuerpo policial, y es así como
anualmente son muchos los jefes, oficiales y carabineros que han sido alejados de las filas
por la menor transgresión a las normas que rigen esa prestigiosa Institución.
En el caso de Puerto Montt, hay un proceso que sigue la Justicia Militar, que se está
llevando con toda acuciosidad y el Gobierno está esperando sus conclusiones para to­
mar las medidas disciplinarias que pudieren derivarse de él.
...El Supremo Gobierno está dispuesto a mantener la democracia y la vigencia de los dere­
chos de todos los ciudadanos; declara que amparará y respaldará a todos sus funcionarios
contra esta embestida de los que persiguen... la instauración de regímenes contrarios a
nuestra tradición democrática, para seguir, bajo el amparo de la libertad, su acción desti­
nada a incorporar al pueblo chileno a todas las ventajas que ofrece el desarrollo social y
científico del mundo moderno.
He dicho”.150
El debate que siguió estuvo sazonado por comentarios ad hoc y expresiones
antiparlamentarias del diputado socialista Mario Palestro. Resumidas sus muchas inter­
venciones, Palestro argumentaba que se “ha querido cubrir con [un]manto de tipo lega­
lista... la orden de masacrar a esos 10 modestos pobladores y de dejar heridos a cerca de
50 trabajadores de la zona de Puerto Montt mientras hubo muchos otros casos de tomas
de terrenos «organizadas por dirigentes de los pobladores de la Democracia Cristiana”.151
El diputado Jorge Lavandera del Partido Demócratacristiano denunció que los comunis­
tas y socialistas “por consigna, están tratando de enfrentar irresponsablemente a los po­
bladores con las fuerzas policiales... Ellos son los principales encubridores y culpables de

150 Ibid: 452-53.


151 Ibid: 470.

300
este ‘asesinato intelectual’ que ellos han originado. ...¡Y los comunistas vienen aquí -
paradoja y ridiculez- a ampararse en la Constitución y las leyes para atacar a un Ministro
que está, precisamente, para resguardarlas!”.152 Para peor, según Lavandero: “Esto aún
sería justificable si fueran románticos como el Che Guevara y otros, pero sabe la Honora­
ble Cámara que aquí [está] el miserable dinero de por medio, en las tomas de terreno”.153
El debate proseguía entre acalorado y odioso, con intervenciones insultantes, groseras e
irónicas. La diputada Laura Allende fundó su voto a favor de la acusación «como mujer»
porque de otra manera la gente humilde «sentirá que en Chile no hay justicia».154 El
diputado Manuel Cantero declaró que el Partido Nacional fue hipócrita en su defensa de
Carabineros, agregando que “¡A nosotros no nos cabe la menor duda que si mañana la
derecha retomara al poder...volvería a utilizar al Cuerpo de Carabineros en contra de
nuestro pueblo, en contra de las legítimas aspiraciones populares, e incluso las fuerzas
armadas, para masacrar los trabajadores! ...están de acuerdo, respaldan la política que
ha aplicado el Ministro del Interior, señor Pérez Zujovic, con el apoyo del sector más
reaccionario del gobierno”. Para luego recalcar, que “al votar favorablemente la acusa­
ción, repudiamos no sólo esta masacre y a sus responsables, y particularmente al Ministro
del Interior, señor Pérez Zujovic, sino que repudiamos y condenamos también todas las
masacres que ha habido en nuestro país y cuyo responsable ha sido la derecha, como la
masacre de la población ‘José María Caro’, perpetrada bajo el gobierno de Jorge
Alessandri”. Añadió el diputado Palestra “¡se les había olvidado esa masacre, parece!”.155
El diputado Arturo Carvajal del Partido Comunista llevó el debate a otro nivel:
“Es de conocimiento de la Cámara que el que mata un perro policial tiene cinco años
de cárcel; pero el que asesinó a diez pobladores en Puerto Montt aquí se ha reído. Se ha
reído de los muertos, porque eran hijos del pueblo. ...es una vergüenza que hoy día se
vote en contra de la acusación y en favor de un hombre que es un peligro público para
la ciudadanía si sigue en el Ministerio. Creemos que debe ir a la cárcel...”.156
El Diputado Patricio Mekis del Partido Nacional votó en contra de la acusación
constitucional porque carecía de fundamentos jurídicos suficientes, aun cuando atacaba
a la gestión pública del ministro, por la falta de «autoridad permanente» y el «clima de
intranquilidad» que prevalecía en el país. El diputado comunista, Orlando Millas afirmó,
que aunque no prosperara la acusación, había sido muy útil, dejando claro que la derecha
levantaba como plataforma electoral, en 1970, «la sangre derramada del pueblo».157

152 Ibid: 474.


153 Ibid.
1M Ibid: 509.
135 Ibid: 512.
156 Ibid: 513.
157 Ibid: 527.

301
La acusación constitucional dividió a los diputados demócratacristianos; algunos
se abstuvieron de votar y otros buscaban el pareo con comunistas u otros para evitar
emitir el voto. Al fundar su voto, el diputado del Partido Nacional, Santiago Ureta, volvió
intensa e irónicamente al subtexto político principal: “me ha parecido sorprendente que
sean los personeros del Partido Comunista quienes se pretenden constituir en adalides y
defensores de la Constitución y de la ley, fundamentos básicos en los cuales descansa una
democracia que ellos desean destruir. Más aun que la acusación viene desde los bancos
de un partido que responde a directrices emanadas de otros países, de La Habana, de
Pekín o de Moscú y que tratan exclusivamente de cambiar los fundamentos básicos de
esta democracia que les permite interrumpir mi intervención de esta noche. Por eso,
señor Presidente, para que el Partido Comunista pueda seguir disfrutando de la libertad
y de la democracia, voto que no”.158
La acusación constitucional de junio de 1969 fue rechazada por una votación de
78 contra 54, con tres abstenciones. Pero «la masacre de Puerto Montt» se sumaría a los
hitos sangrientos recitados en los debates sobre acusaciones futuras, siendo, supuesta­
mente, la causa del asesinato de Pérez Zujovic en 1971.

Mirando hacia la campaña presidencial

En agosto de 1969 hizo explosión una bomba en el mausoleo de Arturo Alessandri


Palma y su señora, en el Cementerio General de Santiago, dando inicio a una nueva esca­
lada de violencia política activada por el MIR, por agricultores que resistían a la reforma
agraria, por grupos de choque de derecha, por sindicalistas, pobladores y estudiantes. En
todos los casos intervino la fuerza pública de manera represiva, aunque errática. La Uni­
versidad Técnica del Estado, foco de beligerancia contra el Gobierno fue el blanco de
varias intervenciones de Carabineros. En la comuna de San Miguel, la muerte de un fun­
cionario de la Municipalidad, Pedro Opazo Tapia, provocado por el disparo de una bomba
lacrimógena realizado por un carabinero, casi «a boca de jarro», fue «la chispa que en­
cendió el fuego». En el funeral de Opazo Tapia, los oradores no se limitaron en sus insul­
tos contra el gobierno y Carabineros, llegando uno de ellos, a calificar al presidente Frei
como asesino. Un vocero del MIR llamó a la revolución sin cuartel.
Otro episodio de violencia urbana traumatizó a Santiago cuando «estudiantes y
otros elementos destruyeron el Parque Subercaseaux, interrumpieron largamente al trán­
sito y rompieron los vidrios de numerosos vehículos de locomoción colectiva y particula­

158 Ibid: 547.

302
res. Carabineros fue a la carga en repetidas oportunidades y hubo heridos, lesionados y
detenidos».159
En el quinto tomo de su Historia del Gobierno demócratacristiano, Arturo Olavarría
Bravo comentó:
“Se trataba de jóvenes idealistas que, aunque valiéndose de procedimientos delictuosos,
intentaban hacer una revolución con miras a imponer un régimen de gobierno en el
país, que fuera capaz de cambiar la estructura política, social y económica chilena.
...En nuestro país sólo hay dos maneras de conseguirlo [llegar al gobierno]: democráti­
camente, por la vía electoral; o por la fuerza, encendiendo una revolución.
La juventud extremista había escogido este último camino. Y ahí residía su error.
Aun cuando se lograra asesinar al Presidente de la República, a algunos de sus minis­
tros y a connotados dirigentes políticos, siempre quedaría incólume la estructura
institucional que, respaldada por las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros,
ahogaría en sangre el intento revolucionario.
Si valiéndose de otros procedimientos se lograba colocar a las grandes masas populares
en un tren de franca rebeldía, tropezaría con el mismo obstáculo tenaz e invencible del
Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y Carabineros...
Una revolución no se puede hacer prácticamente en Chile sin el concurso de las Fuerzas
Armadas. Estas sí que son capaces de tomarse el poder y, luego, vendrán los reformadores
a construir un nuevo régimen con el respaldo de los que hicieron posible la caída del
Gobierno regular.
Nuestra Historia lo dice. Las revoluciones de 1851, de 1891, de 1924 y las que siguieron no
habrían prosperado sin una efectiva participación en ellas de las Fuerzas Armadas. Las
intentonas civiles casi siempre terminan con masacres de pueblo, dolorosos e inútiles.
...Si no eran capaces de infiltrarse en las Fuerzas Armadas para conseguir su colabora­
ción perdían lastimosamente su tiempo, sus energías, su tranquilidad”.160
No está del todo claro si Olavarría pretendía ser historiador o profeta ni si en ese
libro, en 1969, amenazaba a la Democracia Cristiana con un golpe de estado o a los «jóve­
nes idealistas» con la muerte o si era un llamado a las Fuerzas Armadas para «hacer la
revolución» e instaurar un «nuevo régimen». Lo que sí es seguro, es que Olavarría Bravo
entendía mucho mejor que la gran mayoría de los chilenos la base real del poder político
en el país, la arquitectura y las vigas centrales de la democracia protegida moderna,

159 Arturo Olavarría Bravo, Chile bajo la Democracia Cristiana, quinto año (V), Santiago: Editorial Nascimento,
1969:218.
16# Ibid: 221.

303
construida por etapas desde 1925. Por su experiencia de ministro, dirigente político, cons­
pirador e inventor del sistema del «juicio final» para controlar la incipiente movilización
de los campesinos en el período del Frente Popular, tema claro el papel central de las
Fuerzas Armadas y de Orden en el sistema político. Más aun, destacó explícitamente las
probables consecuencias, si se intentaba desmantelar la institucionalidad vigente -sobre
todo la sangre que podría correr si se emprendiera un ataque frontal contra la propiedad
privada. Por lo pronto, vendría un golpe fallido disfrazado como pliego económico- mili­
tar. A la larga, vendría la sangre y la revolución que Olavarría auguraba, «con el concurso
de las Fuerzas Armadas».

El «Tacnazo» (21 octubre de 1969)

Desde 1966-68, un sensible malestar afectaba a las Fuerzas Armadas debido a sus
malas condiciones económicas y a la desidia del Gobierno en tomar en serio las necesida­
des institucionales. También había preocupación por el desenlace político y la escalada
de violencia urbana, por las «tomas» de fundos y terrenos fiscales. Durante los actos
tradicionales y el desfile militar de septiembre de 1969, un batallón del regimiento Yungay,
al mando del mayor Alfredo Marshall, retrasó su llegada. Marshall fue castigado con diez
días de arresto; en octubre la Junta Calificadora del Ejército lo llamó a retiro junto a los
generales Roberto Viaux Marambio, Manuel Pinochet y Florián Silva. Viaux se había pro­
nunciado públicamente sobre las necesidades del Ejército desde su puesto como jefe de
la Primera División en Antofagasta. Al saber el llamado a retiro de Viaux, un grupo de
oficiales entregó una declaración pública al Presidente Frei, que se publicó en El Mercu­
rio.™ El general Viaux insistió en que persistiría en «velar por el Ejército y por la situa­
ción de su personal. ...Llegaré hasta donde sea posible».*162
El 21 de octubre, el general Viaux se instaló en el Regimiento de Artillería Tacna,
unidad que se acuartelaba en demanda de la solución de los problemas «gremiales» de las
Fuerzas Armadas. No se sabía a ciencia cierta la profundidad del movimiento, con qué
grado de apoyo se contaba en otros regimientos ni si los fines estaban realmente limitados
a asuntos «gremiales». En todo caso hubo un movimiento militar que, al menos, constituía
una indisciplina amenazante para el Gobierno. En el marco de la creciente polarización
política, con miras a la elección presidencial de 1970, el «tacnazo», como se apodaba al

«Llamados a retiro tres generales», El Mercurio, 17 de octubre de 1969:1; «Fuerzas Armadas», El Mercurio,
tercer cuerpo, 19 de octubre de 1969:33; «El general Sergio Castillo Aránguiz hace declaraciones públicas
al abandonar su cargo», El Mercurio, 25 de octubre de 1969:20.
Citado en Alejandro Concha Cruz y Julio Maltés Cortez, La historia de Chile, 5a ed., Sao Paulo, Brasil:
Bibliográfica Internacional, 1995: 576-577.

304
movimiento, no podía tomarse como una mera exigencia para mejorar los salarios de los
militares y las pensiones de los uniformados jubilados.
El presidente Frei, en una intervención radial y de televisión, con motivo del mo­
vimiento militar encabezado por el general Viaux, informó al país:
“Un General de la República, llamado a retiro, se ha colocado en abierta rebelión con­
tra la autoridad y los mandos militares y contra el régimen legal y democrático y el
Gobierno de la República, legítima expresión de la voluntad popular.
Esto ha ocurrido en el Regimiento Tacna, donde algunos grupos sostienen su actuación.
Estallidos de menor importancia, que han sido de inmediato controlados, revelan que
esta tentativa tenía otras proyecciones”.163
Según el General Carlos Prats, en sus memorias, «el acuartelamiento del ‘Tacna’
tenía una finalidad política, gestada en varios pasillos, durante los meses inmediatamen­
te precedentes. Oscuros personajes civiles y uniformados se prepararon para mover las
piezas del tablero de ajedrez, usando a Viaux de peón de partida». Prats agregó que
existía “la abierta disposición de la ni División del Ejército para desplazarse en defensa
del régimen constitucional”.164 El general Carlos Molina Johnson afirma que le consta,
sin embargo, “que ello podría o no haber ocurrido. No olvidemos que existía, entre la
mayor parte del personal de las unidades de Concepción, una marcada adhesión hacia el
movimiento [de Viaux], que era el reflejo de sus propias inquietudes”.165 Es decir, hubo
corrientes deliberantes dentro del Ejército, pendientes de los sucesos en Santiago y, no
del todo contrarios a derrocar al gobierno. Afortunadamente para Frei y el país, el con­
flicto fue solucionado sin enfrentamientos militares, mediante negociaciones, atención
casi inmediata a las demandas salariales y profesionales de los uniformados, y con la
salida del Ministro de Defensa y el Comandante en Jefe del Ejército. También parecía
haber un compromiso que le garantizaba una impunidad relativa a los «gremialistas mili­
tares», que sería violado poco después por el gobierno.
Como era de esperar, parlamentarios de todas las corrientes ofrecían sus opinio­
nes sobre los acontecimientos, relacionándolos al momento político. El senador comunis­
ta VolodiaTeitelboim señaló que mientras «el problema económico de las Fuerzas Arma­
das es agudo» y sus necesidades debieran de atenderse con rapidez, «la función de las
fuerzas militares no está adecuada a los conceptos modernos y a las necesidades del país,
como una entidad creadora...». El senador Pedro Ibáñez Ojeda de la derecha, considera­

163 «El gobierno y el intento de alterar la institucionalidad democrática», intervención radial y de televisión
del presidente Frei con motivo del movimiento militar del 21 de octubre de 1969; reproducido en Política
y Espíritu, N. 314 (noviembre-diciembre 1969): 70-71.
164 Carlos Prats González, Memorias: testimonio de un soldado, Santiago, Editorial Pehuén, 1985:127.
165 Molina Johnson (1989): 161.

305
ba que los hechos eran penosos porque reflejaban, «la grave incompetencia o grave aban­
dono de deberes que ha habido de parte del gobierno... y por todo lo que ello entraña
como debilitamiento del régimen institucional. Hay en este proceso, la culminación de
una tendencia hacia la anarquía y la subversión desarrollada progresivamente en el cur­
so del actual gobierno». Y el senador socialista Tomás Chadwick Valdés vio en lo acaecido
«un aspecto sintomático: el derrumbe inevitable de instituciones que no están sirviendo a las
necesidades del pueblo de Chile».166
Solucionados por el momento los temas económicos de las Fuerzas Armadas, el
presidente Frei puso atención inusual a las misiones, funciones y contribuciones de los
militares para con el desarrollo socioeconómico y el orden interno durante los meses
siguientes.167 También hubo debates intensos sobre los temas castrenses en el Senado.168
El general (r) Roberto Viaux, el mayor Rolando Orellana, el capitán Víctor Manuel Mora
y el teniente Raúl Munizaga fueron procesados por la justicia militar por sedición o mo­
tín. En la apelación de los casos, la Corte Marcial desestimó que esos fueran los cargos
que correspondían sino, más bien, los delitos estipulados en los artículos 265 y 267 del
Código Militar y 126 del Código Penal, limitando así la pena aplicable a Viaux, a cinco
años de reclusión, confinamiento o extrañamiento. Alrededor de doscientos oficiales uni­
formados de la guarnición de Santiago asistieron a la audiencia de la Corte Marcial, que
a más de algunos les recordaba el «ruido de sables» de 1924.169
Por la amenaza que representaba tal recuerdo histórico, el nuevo Comandante en
Jefe del Ejército General René Schneider dictó una orden que prohibió toda manifesta­
ción colectiva del personal del Ejército sobre los sucesos del Regimiento Tacna. Tal orden
fue acatada no sin murmuraciones dentro de la Institución, convirtiendo a Viaux en mi­
tad héroe de la derecha política y mitad héroe de grupos descontentos dentro de las
Fuerzas Armadas, al estilo del general Ariosto Herrera en el golpe fallido contra el go­
bierno del Frente Popular de 1939.
En el contexto de la discusión del proyecto de ley de reajuste de remuneraciones
de las Fuerzas Armadas, el senador Rafael Tarud, ex Ministro de Ibáñez y ahora
autoproclamado candidato presidencial, propuso una amnistía para Viaux y los otros mi­
litares involucrados en el «tacnazo». Como Tarud sería poco tiempo después el generalísimo
de la campaña electoral de Salvador Allende, es interesante notar que fue él quien pro­
puso una amnistía para los conspiradores, sin embargo, en la lógica tradicional chilena,

Senado, sesión 3a. de 29 de octubre de 1969:130-157. «Posiciones de diversos partidos políticos respecto
de acontecimientos ocurridos en las Fuerzas Armadas». Énfasis de los autores.
Pinochet de la Barra (1983): 192; 205.
Senado, sesión 38a. de 22 de julio de 1970; sesión 39a. de 28 de julio de 1970.
Olavarría Bravo, VI (1971): 10.

306
no era contradictorio que la oposición derechista e izquierdista se uniera para acosar al
Gobierno por motivos propios.
Acogiéndose a razones de procedimientos parlamentarios, el presidente del Sena­
do, el demócratacristiano Tomás Pablo, declaró improcedente la indicación del senador
Tarud. Por su parte, el general Viaux le agradeció a Tarud la iniciativa, pero “declaró a la
prensa que no aceptaba una amnistía porque era su más vehemente deseo que la justicia
militar pusiera en evidencia, mediante un fallo definitivo, la carencia absoluta de intención
delictiva en las actuaciones que había protagonizado”.170 Eran ecos del coronel Marmaduke
Grove en los debates sobre la amnistía de 1934. Según Viaux, no había delito que amnistiar;
había hecho lo justo. Mientras tanto corrían rumores de otro movimiento militar, provocado
por razones diversas, incluyendo la molestia que le provocaban al estamento militar los
nuevos tributos propuestos por el gobierno para financiar el reajuste para los uniformados.
Los militares no querían que el reajuste de sus salarios y la modernización de su equipo se
ligaran directamente con nuevos gravámenes sobre la ciudadanía.

La Acusación Constitucional contra el Ministro del Interior,


(noviembre de 1969)

Casi simultáneamente, en la Cámara de Diputados se formuló una acusación cons­


titucional contra el Ministro del Interior Patricio Rojas por «atentado contra la libertad
de prensa» durante el Tacnazo, al establecer una red radial obligatoria que fue, de hecho,
«censura previa» y, por lo tanto, violatoria de la Constitución.171 En particular, el libelo
acusatorio señalaba que «la circunstancia de haberse decretado estado de sitio por el
Ejecutivo, no lo autorizaba para establecer una censura previa a las informaciones perio­
dísticas o de comentarios, ya que ello sólo es procedente en virtud de una ley, tal como lo
señala expresamente el N.13 del artículo 44 de la Constitución Política del Estado».172
De nuevo una acusación constitucional serviría como escenario de denuncias.173
Algunos diputados se ceñirían a los puntos jurídicos en sus discursos, otros usarían la
acusación constitucional como un escenario para revisar la historia de la libertad de prensa

170 Ibid: 13.


171 Cámara de Diputados, sesión lia. de 20 de noviembre de 1969:1306-1308.
172 Ibid: 1307.
173 Mientras tanto, varios senadores de izquierda presentaron un proyecto de amnistía para los trabajadores
responsables de los delitos de incendio, usurpación, y violación de domicilio de las instalaciones de la
industria Saba. Dicho proyecto no prosperó. Senado, sesión 44a. del 9 de septiembre de 1969:3616-3622.
El Presidente Salvador Allende indultaría a los obreros, después que fueran sentenciados por el magistra­
do del Séptimo Juzgado de Crimen el 31 de mayo de 1972.

307
en el mundo occidental, en Chile y su relación con la coyuntura política -el abismo- que
enfrentaba la patria. El Ministro afirmó que no se había establecido en términos estric­
tos, una «censura previa» sino que de acuerdo con el artículo 25 del decreto 4.581 de
1950, el Ministro podía interrumpir o suspender el funcionamiento de las radio difusoras.
Otras leyes y decretos le conferían, se argumentaba, otras atribuciones respecto a la prensa
y la televisión. En fin, según los argumentos contrarios a la acusación el Ministro no
impuso «censura previa» de manera que violara la Constitución. Además, según el Minis­
tro acusado, “los graves hechos ocurridos en el Regimiento Tacna y en la Escuela de
Suboficiales, ...constituían una seria amenaza para la seguridad del Estado y la subsis­
tencia del régimen democrático”.174
Los debates sobre esta acusación constitucional constituyen, en forma impresa,
un libro grueso (como muchas de las acusaciones constitucionales anteriores), que con­
tiene citas de prensa, comentarios de los funcionarios del Gobierno, documentos, denun­
cias, injurias e insultos de toda índole. El diputado Alberto Naudón apoyaba la acusación
porque “los radicales hemos defendido, en forma permanente, la libertad de opinión. He
consultado aun en la historia de nuestro partido y no hay un conculcamiento de este
precepto; porque nuestro partido democrático que aspira a una sociedad socialista nue­
va, con respecto de los derechos, siempre ha defendido esta libertad de opinión”.175 (La
historia reciente no avalaba esta afirmación. Basta recordar los regímenes de excepción
impuestos desde 1942 a 1952 y la Ley de Defensa Permanente de la Democracia). El
diputado radical, sí, quería dejar en claro que “nosotros, al acoger esta acusación, no
estamos, en ningún caso, cohonestando la acción subversiva de un sector militar; muy por
el contrario, estuvimos prestos a defender al gobierno constituido, no por el gobierno
mismo, sino por el respeto que tenemos a la Constitución y a las leyes”.176
El diputado Engelberto Frías, del Partido Nacional, recordando una campaña del
Gobierno demócratacristiano para apoderarse de los medios de comunicación, denunciaba
que las actuaciones del ministro durante el tacnazo eran otras instancias del “espíritu tota­
litario del funcionario que ejerce el cargo de ministro del Interior”.177 Apuntaba a “los
diarios de Santiago y de provincia, [a] las estaciones de radio que lenta, sucesiva, pero
fatalmente han ido pasando a manos de los hombres de la ‘revolución en libertad’”.178
Siguió. Allí están las cadenas obligatorias, ahí los mensajes que, con majadería y carácter
obligatorio, se imponen con irritante frecuencia a todas las radioemisoras del país”.179

174 Cámara de Diputados, sesión 12a. de 25 de noviembre de 1969:1653.


175 Cámara de Diputados, sesión 13a. de 26 de noviembre de 1969:1794
176 Ibid: 1797-98.
177 Ibid: 1799.
178 Ibid: 1801.
179 Ibid.

308
También acusaba al ministro de «no haber sido muy exacto y muy fidedigno en otras afir­
maciones» porque “pública y enfáticamente» había afirmado que «no se había suscrito
acta o acuerdo alguno con el General Viaux, y el país sabe que ese documento fue suscrito,
porque ha sido intensamente publicado y nadie, ahora, ha intentado desmentirlo”.180
Los debates seguían de este tenor, con las periódicas intervenciones
antiparlamentarias del diputado Palestro más otras que no se borraron de la versión ofi­
cial: “¡Todo lo que va en contra del pueblo lo hacen juntos los demócratacristianos y los
nacionales!”181 El diputado Luis Tejeda le recordó al senador Frías y a los alessandristas,
que según el historiador Ricardo Donoso en 1936, la oposición vio en el decreto de estado
de sitio dictado por el Presidente Arturo Alessandri, “el propósito de acallar la prensa de
oposición”.182 El senador demócratacristiano Pedro Urra les recordaba a radicales y na­
cionales (que apoyaban la acusación contra el Ministro Rojas) la oposición de la Falange
a la ley maldita y que “fue derogada gracias a la iniciativa de la Democracia Cristia­
na...”.183 De nuevo, la acusación constitucional contra el Ministro Rojas proporcionaba la
circunstancia para recordar, denunciar, rehistoriar y recobrar los «platos rotos» desde el
siglo XIX. Ardían las cenizas de tantos conflictos no resueltos, de tantos muertos cuyo
olvido no fue posible. Para asegurar que al debate no le faltara humor, al fundamentar su
voto a favor de la acusación, sin entrar en ningún detalle jurídico, el diputado Antonio
Tavolari les expresó a sus colegas:
“Me da la impresión que aquí hay gente que tiene un misterio y no lo quiere decir, que
sabe de un golpe de Estado, que estamos bajo la presión de un golpe del Estado. Si fuera
así, lo ético sería que, pertenezcan al partido que fuere, dijeran qué saben del golpe del
Estado.
Si el señor Viaux es el que está metido en esto, ¿por qué no hubo ningún parlamentario
con la suficiente valentía y virilidad para que se pusiera de pie en esta Cámara y dijera
-cuando empezamos a estudiar los reajustes- que, por dignidad, el Parlamento no po­
día aprobar reajustes teniendo encima la espada de Damócles de un golpe del Estado, o
la amenaza de él? ¿Qué pasó con los que sabían lo del golpe de Estado?
Asustados todos vinieron a votar. Solamente podemos decir que no estábamos asusta­
dos quienes no creíamos en un golpe de Estado. Yo, si hubiera sabido que existía, no
habría venido. Y si vengo, sería para protestar. Y no voto, porque no habría aceptado
que un militar viniera a presionar mi voluntad para, en forma trasnochada, acordarle
un reajuste.

180 Ibid: 1804.


181 Ibid: 1808.
182 Ibid: 1809.
183 Ibid: 1811.

309
Pero esto no se hizo. ¿A qué se debe eso que podríamos llamar una especie de 'homosexua­
lismo político’, de que en un momento dado no son capaces de decir las cosas por su
nombre?... [risas]
Si hay un golpe de Estado, ¿cómo es posible que ustedes, que están en el Gobierno, no lo
sepan? ¿O en este momento el señor Frei es un prisionero del señor Viaux, quien desde
un hospital dirige al Presidente que está en la Moneda?
...Los militares no van a dar un ‘golpe’para brindárselo a un partido popular, ni me­
nos siquiera a un partido político.
El ‘golpe’ va a ser para ellos. En eso está el peligro, [termina su intervención con insultos
a los Edwards, los Tarud, los Vial los periodistas vendidos y hasta el Arzobispado] ”.IS4
El diputado Luis Tejeda le siguió la corriente: «...voy a fundamentar mi voto muy
serenamente y sin temor a los homosexuales... [risas]. Señor Presidente, ‘El Mercurio’, ‘El
Diario Ilustrado’ y el Partido Nacional no ocultan sus propósitos de aprovechar cualquier
coyuntura para producir un ‘cuartelazo’». Con eso, al fundamentar su voto en contra de la
acusación, el diputado Tejeda les recordaba a sus colegas como Rafael Luis Gumucio, que
había desenmascarado a «estos púdicos guardianes de la Constitución» en sus memorias
sobre Gustavo Ross, René Silva Espejo y otros cuando la derecha daba un frustrado asal­
to a La Moneda en 1925.184185 Por motivos coyunturales relacionados a un congreso interna­
cional, que se efectuaría en Santiago, los diputados del Partido Comunista votaron en
contra de la acusación, pero lo justificaron en nombre de luchar contra cualquier golpe
de estado. Dijo el diputado Orlando Millas, “nos sentimos orgullosos de nuestra actitud
clara como partido de la clase obrera, que tiene una gran responsabilidad por los destinos
de la Patria, porque Chile siga un camino democrático y llegue a tener un gobierno popu­
lar”.186 En cambio, los socialistas votaron a favor de la acusación constitucional, no todos
con fundamentos tan folclóricos como el diputado Palestra: “...no para defender el Clan
Edwards, sino a este modesto gremio de los periodistas radiales, a los cuales muchos
parlamentarios de la Democracia Cristiana siguen al trote, igual que burritos de carga,
para que les escriban algunos parrafitos, sobre lo que están haciendo”.187
La acusación fue rechazada por una alianza momentánea entre la Democracia
Cristiana y el Partido Comunista por 68 contra 58 negativos con 3 abstenciones. Votaron a
favor de la acusación los nacionales, radicales y socialistas. La política chilena no sólo
estaba polarizada sino bastante compleja, como se daba a entender en el tenor de los
debates referidos. Al fundamentar sus votos, casi ningún senador se refirió a las bases

184 Ibid: 1876-77.


185 Ibid: 1877.
186 Ibid: 1880.
187 Ibid: 1870.

310
constitucionales y jurídicas de la acusación, pero sí mencionaron la falta de libertad de
prensa en Checoeslovaquia después de la invasión soviética, el monopolio de los medios de
comunicación en los sistemas capitalistas y los «archilibertarios» y los «archimomios»,
refiriéndose respectivamente a la ultraizquierda y a la ultraderecha.
Tal vez lo más interesante del debate, visto retrospectivamente, fue la interven­
ción del diputado socialista, Erich Schnake, en la que trataba de minimizar las discrepan­
cias de los socialistas con sus aliados comunistas respecto a la acusación. (Los socialistas
votaron a favor igual que los nacionales y los comunistas votaron en contra, con la
Democracia Cristiana):
“Para nosotros, por encima de toda esta discusión, está un principio que sí es muy
elemental; está el principio de la unidad popular, que se afinca en hechos mucho más
profundos y mucho más demostrativos que la propia acusación constitucional; y no
nos cabe duda a los socialistas de que la unidad popular camina por una senda mucho
más profunda que la virtual coincidencia que hoy se pudiera producir entre sectores
contradictorios.
Creo que la unidad popular -y lo pensamos los socialistas honestamente- se ha afinca­
do cuando ni socialistas ni comunistas pudimos coincidir ni con los bancos de la dere­
cha tradicional, ni con los bancos de la nueva derecha chilena [Democracia Cristiana],
al votar contra la entrega del cobre a los monopolios, contra la entrega al imperialismo
norteamericano de nuestras riquezas básicas; cuando los socialistas y comunistas coin­
cidimos en cada paso que significa abrir un surco en este país hacia la realización de
las aspiraciones populares”188
A pesar de la diferencia coyuntural, se buscaba afincar el principio de la unidad
popular.

Las relaciones cívico militares

Anticipándose a las elecciones de 1970, los altos mandos de las Fuerzas Armadas
estaban preocupados por la posibilidad de una victoria de Salvador Allende. Según el
almirante José Toribio Merino, en un documento secreto de diciembre de 1969, “todavía
con las cenizas ardientes del conato de motín que protagonizó el Regimiento Tacna en
octubre de 1969, ...los tres Comandantes en Jefe expusimos [sic] nuestro pensamiento al
Presidente Frei y al Ministro de Defensa en un documento, del cual tengo copia, en que le
expresábamos entre otras cosas, que antes de inscribir los candidatos para la elección
deberían los políticos pensarlo muy bien si es que querían que en Chile se mantuviera la

188 Ibid: 1873.

31 1
democracia... En buenas cuentas, le advertíamos tácitamente que el llevar tres candida­
tos podría resultar en el triunfo del abanderado de socialistas y comunistas...”.189
El 19 de noviembre de 1969, se reunió el Consejo Superior de la Defensa Nacional y
se entregó una declaración oficial. Entre otros puntos se declaró que: (1) el gobierno estaba
adoptando todas las medidas necesarias para garantizar la plena vigencia del orden constitu­
cional... y las condiciones para que el próximo proceso electoral se verifique normalmente;
(2) cualquier persona sorprendida en actos directos o indirectos tendientes a crear hechos o
propalar noticias que afecten a la disciplina de las Fuerzas Armadas o la seguridad del Esta­
do, sería puesta a disposición de la justicia militar;190 (3) recomendó la declaración del estado
de sitio y de una zona de emergencia para la provincia de Santiago,... a fin de prevenir la
comisión de delitos o hechos que afectan la seguridad del Estado (o sea, un estado de sitio
preventivo, ya que no existía una conmoción interna ni calamidad pública, ni amenaza al
orden que fuera visible) Decretado el estado del sitio, el gobierno procedió a solucionar el
problema del proyecto de reajuste de los militares jubilados, que fue debatido en el Congre­
so hasta mediados de diciembre. No se había llegado hasta entonces a un acuerdo entre el
Poder legislativo y el Ejecutivo en cuanto al procedimiento de estos pagos.
El general Viaux, aún detenido en el Hospital Militar, declaró a la prensa que “el
gobierno ha comprendido la justicia de nuestras demandas y la necesidad de cumplir los
planteamientos formulados por nuestro movimiento del 21 de octubre”.191 Expresó Viaux
su satisfacción, “que nuestro sacrificio no fue inútil», dando a entender que los sucesos
eran estrictamente un movimiento «gremial»”.192 Después de varios otros trámites judi­
ciales y más rumores de movimientos militares conspirativos hasta diciembre de 1969,
Viaux salió del Hospital Militar bajo fianza el 17 de diciembre de 1969. Al día siguiente,
su suegro, el coronel (r) Raúl Igualt fue detenido por su papel en otra supuesta conspiración;
por ser oficial retirado debía ser recluido en la Cárcel Pública de Santiago, otra ofensa a Viaux
y a ciertos sectores del Ejército. Igualt y otros militares involucrados en la supuesta conspira­
ción salieron de su confinamiento para Navidad, previa fianza de E.100 (cien escudos).
Fueron llamados a retiro algunos de los oficiales que participaron con Viaux en el
movimiento del 21 de octubre. El general protestó porque esta medida violaba un «compro­

189 José Toribio Merino C. (1998): 106-107.


Estas provisiones databan del siglo XIX y tenían sus reglamentos gemelos en los códigos de procedimiento
militar y de justicia militar de España desde 1890. Véase Código de Justicia Militar de 21 de septiembre de
1890, Madrid: Talleres del Depósito de la Guerra, 1906.
191 Citado en ibid: 16-17.
192 No existiendo una guerra interna ni externa, el presidente Frei se avalaba en la Ley 13.959 de 4 de julio de
1960, que había agregado a la Ley 12.927 (de Seguridad Interior del Estado) como causal para declarar
zona de emergencia por «calamidad pública». La Contraloría dio curso al decreto, con este fundamento,
relativizando de esta manera el significado común de «calamidad pública», otra arma en el arsenal de la
democracia restringida.

312
miso» entre él y el general Alfredo Mahn, a nombre del Gobierno, para poner fin al acuartela­
miento.193
Siguió un intercambio público de cartas recriminatorias entre Viaux, el general
René Schneider y otros, más las intervenciones de varios congresales. Se llegó a recordar
hasta la gloriosa intervención de las Fuerzas Armadas en 1924-25 y su papel histórico en
la formación de la patria. Hacia fines de 1969, el Episcopado chileno, como en casi todos
los momentos críticos, expresó su preocupación, previniendo al país que un golpe de esta­
do o el terrorismo podría llevar a «un reino de terror», la recriminación política, el exilio,
injusticias flagrantes, la supresión de la libertad de la prensa y hasta fusilamientos sin
posibilidad de protección judicial.194
La temperatura política seguía en ascenso durante el verano. El 7 de febrero de
1970, centenares de oficiales en retiro y civiles le ofrecieron un banquete a Viaux en el
Círculo Español, donde el general retirado pronunció un discurso incendiario, en el que
señaló lo mucho «que debe el país a la ingerencia de las Fuerzas Armadas en la ‘gestión
pública’, pese a que ella se produjera rompiendo los moldes constitucionales...». Llamó
el general a una «renovación institucional» bajo «la autoridad rectora de un Gobierno
fuerte... que es de todos, es decir, de la Nación». Llamó también a una «gestión
depuradora». Terminó ofreciendo “aún mi vida si fuera necesario, por la grandeza de
Chile y la felicidad de su pueblo”.195
El 31 de enero, la sentencia del Juez Militar de Santiago había establecido que los
oficiales procesados por los sucesos de 31 de octubre eran culpables de «incumplimiento
de deberes militares» y los condenó a la pena de reclusión militar en su grado mínimo.
Quedaron en libertad sujetos al Patronato Nacional de Reos, obligándolos a “presentarse
periódicamente a un cuartel para estampar sus firmas en un libro”.196
¿Solamente por «incumplimiento de deberes militares» de menos de diez oficia­
les, el presidente de la República había declarado el estado de sitio y zona de emergencia
en Santiago? En segunda instancia la Corte Marcial dictó una sentencia que modificó el
fallo inicial, declarando que los uniformados habían cometido el delito de «subversión».
Las relaciones entre el gobierno y las Fuerzas Armadas estaban tensas. Dentro de las
instituciones castrenses había divisiones e incertidumbre, agravadas por las conspiracio­
nes de derecha y las provocaciones de izquierda.

193 Olavarría Bravo, VI (1971): 56-57.


194 Comité Permanente del Episcopado de Chile, «Declaración episcopal sobre la situación actual del país»,
Santiago: 1969: 77-79.
195 Extractos del discurso en Ibid: 67-70.
196 Ibid: 63.

313
Acusación constitucional contra el Ministro de Trabajo y
Previsión Social, 1970

El gobierno buscaba recursos para satisfacer las necesidades castrenses y las de­
mandas salariales del sector público. Se atrasaban los pagos de pensiones, jubilaciones y
contratos con empresas privadas. Casi no hubo gremio ni asociación profesional en el
sector público que no tuviera quejas contra el gobierno. A fines de noviembre de 1969
hubo una huelga en el Poder Judicial, para solucionar sus problemas económicos, mien­
tras la Cámara Chilena de la Construcción protestaba porque el Ministerio de Obras Pú­
blicas le adeudaba millones de escudos a los contratistas por obras ya ejecutadas.
Al comienzo de 1970 se presentó una acusación constitucional contra el Ministro
Eduardo León Villarreal. Los diputados acusadores sostuvieron, entre varias faltas, que
el ministro “no ha adoptado las medidas necesarias para paliar la evasión de imposicio­
nes, lo que permitiría un incremento de los recursos del Servicio de Seguro Social que
haría posible financiar el Fondo de Pensiones”.197 De hecho, hubo una crisis en el pago de
pensiones y en el sistema de Seguro Social, que venía empeorando por múltiples razones
que el ministro trataba de exponer en su defensa en el Congreso.
Tanto la derecha como la izquierda se decían defensores de los pensionados, quie­
nes sufrían por las faltas del ministro. Sin embargo, los partidos de izquierda también
aprovecharon los debates para exponer su versión de los orígenes de la crisis. Dijo el
diputado Luis Guastavino: “incuestionablemente, no hay solución a este problema en el
marco de la sociedad capitalista en que vivimos. El gobierno de Alessandri tuvo mil difi­
cultades para resolver y no lo resolvió, el problema de los pensionados de la ley número
10.383... los comunistas no somos aparecidos de última ahora, como lo es el Partido
Nacional, en actitud de defensa de los pensionados. Ellos, como gobierno, cargaron con la
responsabilidad de ultrajar a los pensionados de la ley 10.383 [de 1952]. ...Seguiremos
recordando lo que ustedes quieren llamar la ‘mala memoria’ del pueblo chileno”.198 Se
refería a un juicio presentado por la Asociación Nacional de Pensionados y Montepiados
de la Ley 10.383, en contra el Servicio de Seguro Social en 1962. Esta Asociación era
liderada por el dirigente comunista, Manuel Carrillo.
Los diputados radicales, en cambio, usaban los debates sobre la acusación presio­
nando al gobierno para que legislara sobre el financiamiento del Fondo de Pensiones del
Servicio de Seguro Social. En cambio, el diputado Cardemil defendió la obra del gobierno
del Presidente Frei: Se han despachado, entre el 4 de noviembre y el 3 de febrero de 1970

197 Cámara de Diputados, sesión 37a. de 4 de febrero de 1970:4175


198 Ibid: 4225.

314
por esta Cámara, 80 leyes relativas a seguridad social, de iniciativa del Gobierno y de los
parlamentarios [sigue enumerando los varios beneficiarios y las innovaciones patrocinadas
por la Democracia Cristiana]”.199 El diputado Palestro, trajo a colación la colaboración del
ministro con “los métodos más podridos del sindicalismo norteamericano...”.200
Como siempre, los defensores del ministro ofrecieron pruebas para demostrar que
no había fundamentos constitucionales o legales para dar lugar a la acusación. El minis­
tro presentó una exposición detallada sobre las responsabilidades que le correspondían,
en particular respecto a la relación con el sistema de pensiones, defendiendo tenazmente
su actuación. El diputado Luis Pareto caracterizó la acusación como una “maquinación
política» en que «se ha juntado la demagogia de la izquierda y lo tenebroso de la derecha
reaccionaria”.201
En 1970, sin embargo, los radicales, los nacionales y los partidos históricos de
izquierda tenían motivos propios, tantos electorales como ideológicos y políticos, para
destituir al Ministro León. Y, la acusación en su contra, como solía ser el caso, era un
juicio político, cuyo destino se resolvería por la coyuntura política y no por argumentos
jurídicos y constitucionales. Fue aprobada la acusación en la Cámara, con una votación
de 56 contra 31 y una abstención.202 La Democracia Cristiana ya no tema la mayoría de
1965. La derecha y la izquierda podían, a gusto, acusar a los ministros con alguna proba­
bilidad de éxito, exacerbando el empantanamiento de la «revolución en libertad».

La reforma constitucional de 1970

Anticipándose a las elecciones de 1970, la Democracia Cristiana propuso, nueva­


mente, reformas constitucionales de gran importancia. El Presidente Frei, como la
mayoría de los presidentes anteriores, favorecía una limitación de las «interferencias del
Parlamento» para que el presidente pudiera «llevar adelante una política de planifica­
ción económica y social». Interpretaba la evolución política del país como un conflicto
entre el presidencialismo y el parlamentarismo, “ya que a través de toda nuestra vida
institucional el Congreso y el Ejecutivo han luchado por implantar su predominio”.203
Proponía también otras reformas de alcance significativo, la mayoría de ellas estaban
pendientes desde 1964. En su Mensaje del 21 de mayo de 1969, Frei propuso que, si se

199 Ibid: 4249-50.


20(1 Ibid: 4256.
201 Ibid: 4262.
202 Ibid: 4271.
203 Eduardo Frei, «La reforma constitucional en su contexto histórico-político», en Eduardo Frei, et al. Refor­
ma Constitucional 1970, Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1970:19.

315
aprobaran las reformas, no comenzarían a regir sino hasta el día siguiente a que él hubie­
ra abandonado la Moneda.
El paquete de reformas incluía el derecho a voto para los chilenos mayores de 18
años, que se inscribieran en los registros electorales [implicaría agregar al cuerpo electo­
ral alrededor de 1.400.000 personas]; la iniciativa exclusiva del presidente en materia
económica y social; la limitación al legislador en orden a no introducir materias extrañas
a las ideas matrices de un proyecto ley; la creación de un Tribunal Constitucional; esta­
blecimiento del plebiscito en caso de discrepancia del Ejecutivo y el Congreso en mate­
ria de Reforma Constitucional (Frei llama a esa reforma “la más trascendental de las
reformas aprobadas por el Congreso”;204 establecimiento de las leyes normativas y de la
delegación de facultades; procedimientos para acelerar los trámites legislativos; estable­
ce que el presidente puede ausentarse del país hasta por quince días sin requerir permi­
so del Congreso, salvo en los tres últimos meses de su mandato (y los ministros de Estado
por 10, sin la autorización de la Cámara de Diputados).
Durante los debates, en la sesión del 4 de septiembre de 1969, Carlos Altamirano
se oponía a la delegación de facultades legislativas. Altamirano declaró: “Es un proyecto
de reforma constitucional esencialmente reaccionario, cesarista, que retrotrae la historia
constitucional de Chile a los primeros decenios, durante los cuales prácticamente se le­
gisló siempre mediante facultades delegadas... nos convertiría en un mero club [el Sena­
do] adonde se vienen a decir discursos, carácter que ya en gran parte tiene la institución
parlamentaria”.205
Agregó el senador Tomás Chadwick: “...por medio de las facultades extraordina­
rias se consuman los mayores abusos. ¿Quién no recuerda todos los excesos cometidos
con la aplicación de las facultades otorgadas al gobierno entre los años 1927 y 1931?
¿Quién no recuerda los escándalos de los bonos dólares y las franquicias excesivas a las
empresas constructoras de viviendas acogidas al Decreto con Fuerza de Ley N. 2 ¿Quién
no recuerda el abuso increíble a que ha dado lugar el ejercicio por el Poder Ejecutivo de
la facultad de manejar el Estatuto del Inversionista? Si todas esas materias hubieren
pasado por el Parlamento, hubieren sido examinadas, a lo menos habría habido lugar a la
denuncia. Por lo menos, habría sido posible que la opinión pública se formara conciencia
del abuso que se estaba consumando”.206 Volodia Teitelboim dijo: “Si durante más de
cuarenta años se ha estado violando la letra de la Carta Fundamental por la tendencia
del Ejecutivo a asumir funciones cada vez más amplias, mutilando las del Parlamento,

204 Ibid: 45.


205 Citado en Enrique Evans, «La delegación de facultades legislativas», en Frei et al. (1970):138. Veáse
Senado, sesión 40a. de 4 de septiembre de 1969:3501.
206 Ibid: 140-141.

316
debemos expresar nuestro desacuerdo. Y rechazamos el principio de la delegación consti­
tucional, haciéndola extensiva a diversos campos de la actual iniciativa parlamentaria, lo
cual, a mi juicio, resulta sumamente riesgoso y ciertamente antidemocrático, porque no
vela por los derechos de muchos sectores de trabajadores, la proposición de reforma cons­
titucional que se formula a la consideración del Senado”.207 Raúl Juliet expuso “que a
este Congreso se le reducen en tal forma las labores que le son propias como Poder Legis­
lativo que, resumiendo mi pensamiento en una frase muy vulgar, pero muy apropiada a lo
que trato de expresar, diré que vamos a tener oportunidad de legislar nada más que para
cambiar el nombre de una calle o para asignarle alguno a una escuela”.208
Casi todos los senadores de izquierda y del Partido Radical defendían al Poder
Legislativo, en otra muestra del principismo pragmático que informaba los debates parla­
mentarios en Chile. Se oponían al «cesarismo» los mismos sectores que apoyaron la am­
pliación de los poderes ejecutivos bajo el primer gobierno de Arturo Alessandri, durante
la «república socialista» y del gobierno de Aguirre Cerda. Serían los mismos que ataca­
rían al «congreso reaccionario» entre 1970 y 1973.
La reforma fue aprobada en el Congreso Pleno por 114 votos contra 79, el 29 de
diciembre de 1969, con el apoyo de los partidos de derecha. Frei la promulgó, sin observa­
ciones, el 23 de enero de 70. La reforma amplió bastante las atribuciones del presidente
por elegirse, ya que iba a regir desde el 4 de noviembre de 1970. los partidos de derecha
que esperaban el siguiente mandatario sería Jorge Alessandri.
Resumiendo el contenido y el significado de las reformas constitucionales pro­
mulgadas en enero de 1970, el presidente Frei volvió a los temas históricos, tanto consti­
tucionales y políticos, como míticos, subrayando la importancia de la unidad nacional, el
peligro de la polarización, la necesidad de cordura y conciliación en los asuntos del Esta­
do y la importancia de una «autoridad robustecida» para «programar [el] desarrollo fu­
turo dentro de su verdadero espíritu democrático». Frei les advirtió a sus compatriotas:
“Es necesario cuidar de no caer en extremos. La rigidez que correspondía a una época
tranquila, apacible y estable ha sido reemplazada por un sistema flexible, capaz de
adecuarse a una realidad en extremo dinámica, pero también es necesario que el país
proceda con cordura a utilizar esos instrumentos, pues podría caer en la tentación de
creer que todo se resuelve con reformas a la Constitución, que sería un engaño...
El país no podrá afrontar en los próximos años sus problemas y su desarrollo sin un
gran espíritu de solidaridad. Se requiere autoridad auténtica capaz de velar por el bien
común frente al poder de los grupos económicos, de los grupos gremiales, de los grupos

207 Ibid.
208 Ibid: 142.

317
regionales -muchas veces legítimo- pero que dejan de serlo si no hay quien vele por el
bien común de toda la nación, lo que hace posible su existencia y unidad”.209
Frei no se refirió directamente a la «reconciliación» sino al «bien común» y a la
unidad nacional, temas concordes con su inspiración filosófica y religiosa, con las mismas
bases de la Falange, de la Democracia Cristiana y de la pastoral episcopal de 1962. Sin
embargo, cuando Frei escribía sobre la democracia, parecía reafirmar también lo que
había recalcado en su conferencia leída en 1934 en la Universidad Católica, «La Política
y el Espíritu»:
“No creo en la democracia liberal, degenerada y corrompida.
No creo que haya alguien que pueda pensar que la palabra Demacrada se confunda con
parlamentarismo, o con política partidista. Democracia significa otra cosa. ...sería intere­
sante que se estudiara el punto en Santo Tomás, pues su doctrina del origen de la sodedad
civil se basa en la convendón natural, o sea, en el consenso de los dudadanos”.210
El Presidente Frei no creía en la democracia «liberal, degenerada y corrompida».
Tampoco creyeron en la democracia liberal los comunistas, los socialistas, los miristas, los
gremialistas o la extrema derecha. ¿Pero con qué se la reemplazaría? Lo que proponía el
nuevo partido surgido desde la derecha del radicalismo, la Democracia Radical, era “una
más depurada democracia en la cual los ciudadanos antes que nada tengan presente sus
obligaciones y deberes con ella y no el reclamo áspero de sus derechos”.211

Hacia los comicios de 1970, otra Acusación Constitucional

Como suceso emblemático de la descomposición política en 1970, en marzo, por


primera vez durante el gobierno de Frei, la Cámara de Diputados aprobó una acusación
constitucional contra un ministro, el de Defensa, Sergio Ossa Pretot. Se acusaba formal­
mente a Ossa del no pago del reajuste para los jubilados de las Fuerzas Armadas. De
hecho, Ossa Pretot no controlaba el pago del reajuste y la acusación era contra el gobier­
no, contra el Presidente Frei, pero sin que los acusadores se arriesgaran a repetir una
acusación constitucional contra el presidente, como ocurriera con Ibáñez en 1956. Los
nacionales se sumaron a los acusadores de izquierda y del Partido Radical; los diputados
demócratacristianos se ausentaron de la Cámara al momento de la votación. En el Sena­
do faltó un voto para destituir al ministro, en una votación secreta que ocasionó intercam­
bios despiadados entre dirigentes del Partido Nacional y el comando electoral de la Uni­

Frei et.al. (1970): 49-50.


Citado en Gazmuri et al. (1996): 133-34.
Angel Faivovich, citado en Olavarría Bravo VI, (1970): 29.

318
dad Popular, cuyo dirigente era Rafael Tarud. Éste último caracterizó a Sergio Onofre
Jarpa como «un nazi irremediable» y Jarpa a Tarud como un hombre que «ha hecho de la
transacción un hábito político... No voy a polemizar con Tarud. Es capaz de proponerme
una transacción».212 La campaña electoral se había iniciado.
La ola de violencia continuaba, con secuestros, actos terroristas, bombas en loca­
les de los partidos y los comandos políticos, enfrentamientos entre la fuerza pública y
sectores diversos, desde pobladores y campesinos hasta dueños de fundos y periodistas.
El Presidente Frei, en su Mensaje al Congreso en 1970, expresó su preocupación de mane­
ra directa: “Yo sé que la revolución con sangre, dramática y totalitaria, ejerce fascinante
atracción para algunos. Yo sé que hay quienes no son capaces de concebir la Patria sino
como copia de otras experiencias, porque no saben mirarla, porque no la entienden. ...Por
esto estoy convencido de que la violencia no puede dominar en Chile ...ahí no está el
alma de Chile, no está ni estará nunca la mayoría del país ...por eso podrán gritar y con­
mover, pero jamás triunfar ni construir”.213
Así era el ambiente en que el país se acercaba a la elección presidencial de 1970.
Según el análisis retrospectivo de un general que tendría un rol político importante en la
década de los 1990, la Democracia Cristiana realizó una política absolutamente sectaria,
rechazó toda posible negociación, alianza o compromiso con las otras fuerzas políticas
existentes en el país y “la aplicación de las medidas que involucraba la Revolución en
Libertad erosionó los consensos básicos de la nación, que durante el gobierno de Jorge
Alessandri habían logrado alcanzar un grado de estabilidad bastante notable. Desde ese
punto de vista, el período de Eduardo Frei puede ser considerado una fase de transición
hacia el socialismo marxista...”.214
Cualquiera que sea el juicio sobre el gobierno de Eduardo Frei, la conclusión acer­
ca de un consenso básico que habría existido durante el gobierno de Jorge Alessandri sub­
estima la severa ideologización y creciente conflictividad política existente hacia 1964. No
hubo «consenso básico» desde 1932. Alessandri llegó a la Presidencia en 1958 con menos
de un tercio de la votación popular, es decir, menos de la votación que haría presidente a
Salvador Allende en 1970.
Alessandri nunca pudo gobernar con consensos ni sobre las políticas
socioeconómicas ni sobre las instituciones fundamentales. Había propuesto reformas cons­
titucionales al final de su período, precisamente por su frustración con el sistema político
y partidista, con los conflictos entre el Poder Ejecutivo, el Congreso, los partidos políticos,

212 Citado en Ibid: 124-125.


2,3 Citado en Julio Canessa Roberts - Francisco Balart Páez, Pinochet y la restauración del consenso nacional,
Santiago: Geniart, 1998:132-33.
214 Ibid: 103.

319
los sindicatos y otros grupos profesionales y gremiales. Alessandri había sugerido como
reforma constitucional hasta la reconfiguración del Congreso con senadores designados y
representación corporativa. Si bien es cierto que durante el Gobierno de Frei se había dado
el golpe semifinal al sistema político construido desde 1932, no fue porque a Frei se le
pudiera identificar como el Kerensky chileno, sino porque la democratización de la socie­
dad y del sistema político existente no era compatible con las rigideces sociales y económi­
cas, con las corruptelas electorales y con el sistema excluyeme que permitía la continuidad
y estabilidad institucional, que se denominaba «democracia».
En Chile faltaba inventar una alternativa al sistema político de democracia res­
tringida, que se venía construyendo desde 1932, permitiendo la expansión del electorado
y de las oportunidades sociales y económicas sin provocar la ruptura.
La polarización de la sociedad tuvo tanto que ver con la visión atávica de la dere­
cha como con la insistencia en «la revolución» totalizante de la izquierda. Ya en enero de
1969 un vocero del MIR había escrito: “¿Ha sonado en Chile la hora de escoger entre el
voto o el fusil? En nuestra opinión: sí, ...¿Por qué ha llegado el momento de escoger el
fusil? ...Porque ha terminado -si alguna vez existió realmente- la etapa de los regímenes
democrático- burgueses en el continente latinoamericano. Esto no tiene remedio y no
nos corresponde a nosotros echamos a llorar porque así sea”.215
La reforma agraria demócratacristiana, la expansión del electorado, la movilización
y la organización de los llamados sectores «marginales», amenazaron seriamente los fun­
damentos de la democracia restringida. Hernán Mery, un funcionario de la CORA fue ase­
sinado a garrotazos, mientras cumplía su labor funcionaría al notificar al propietario del
predio «La Piedad» de Longaví de su expropiación en abril de 1970. Se cumplió así la
«toma de posesión» de los campesinos beneficiarios de la reforma agraria. Se había dado
vuelta la tortilla en el campo, por el momento, pero la falta de consenso básico sobre el
modelo de sociedad deseable y sobre la naturaleza de las instituciones políticas legítimas
persistía, con una intensidad igual o peor que en 1938-41.

La elección presidencial de 1970

Para enfrentar la elección presidencial de 1970, el candidato demócratacristiano,


Radomiro Tomic estaba aislado. El partido había perdido popularidad relativa, aún cuan­
do se mantuviera como la primera fuerza electoral del país. El candidato no podía contar
con la significativa votación derechista que eligió a Frei en 1964, sobre todo porque el

Manuel Cabieses, «Chile: el voto o el fusil», Revista Punto Final, suplemento de la edición 73,28 de enero
de 1969, citado en Urzúa Valenzuela (1992): 635.

320
discurso y la retórica de Tomic, no lo hacían una alternativa aceptable para los sectores
resentidos con las reformas estructurales y las iniciativas organizativas del gobierno del
Presidente Frei. La reforma agraria, la política tributaria que aumentaba los gravámenes
en las propiedades urbanas y los fundos rústicos, la sindicalización campesina, Promo­
ción Popular, CEMA y los centros de madres extendidos por todo el país, y el papel «pro­
motor» del Estado que, combinado con las movilizaciones de los sindicatos, los comités
de pobladores, los estudiantes y las «turbas» promovidas por la izquierda, desesperaba a
los sectores «del orden».
La mayor parte de la Juventud del PDC, más otros sectores de izquierda, habían
formado el MAPU en 1969; otros grupos, que formarían la Izquierda Cristiana en 1971, no
aceptarían alianzas con la derecha. Eso significaba una competencia entre los
alessandristas y los allendistas para conquistar la primera mayoría. La obtención de la
primera mayoría implicaba la confirmación del candidato como presidente de la Repú­
blica. Pero nunca antes el candidato victorioso había sido marxista, ni había proclamado
directamente su intención de alterar el orden establecido de manera revolucionaria, aun­
que fuera por una vía «institucional» y no insurreccional, al menos como táctica. De ahí
que cuando Allende recibió el 36.2% de los votos el 4 de septiembre de 1970 (había
obtenido el 38.93% en 1964), se creó la posibilidad de que el Congreso, de acuerdo con la
fórmula constitucional, pudiera confirmar al candidato con la segunda mayoría de 34.9%,
el ex-presidente Jorge Alessandri. El Comandante en Jefe del Ejército René Schneider
ya había declarado en respuesta a la pregunta de un periodista que “el Congreso es
dueño y soberano en el caso mencionado, y es misión nuestra hacer que sea respetado en
su decisión. ...si se producen hechos anormales, nuestra obligación es evitar que ellos
impidan que se cumpla lo que indica la Constitución. El Ejército va a garantizar el vere­
dicto constitucional”.216 Había dicho el líder mirista, Miguel Enríquez, en mayo de 1970,
“Si el resultado electoral llevara a un triunfo de la Unidad Popular, lo que creemos enor­
memente difícil, partimos de la base que un golpe militar reaccionario tratará de impe­
dir el acceso popular al poder. En ese caso no vacilaremos en colocar nuestros nacientes
aparatos armados, nuestros cuadros y todo cuanto tenemos, al servicio de la defensa de lo
conquistado por los obreros y campesinos”.217
La Democracia Cristiana iba a determinar con sus votos en el Congreso, si sería
Allende o Alessandri el próximo presidente de Chile. La derecha, el presidente de los
Estados Unidos y la Embajada de los Estados Unidos en Santiago, grupos dentro del
Ejército, grupos terroristas anti-marxistas y otros buscaban la manera de evitar la confir­

216 Es la llamada «doctrina Schneider», que dio lugar a controversias y especulaciones entre el 4 de septiem­
bre y el 24 de octubre, cuando el Congreso confirmó a Allende como presidente. Citado en Concha Cruz y
Maltés Cortez (1995): 584.
217 Enríquez (1998): 42.

321
mación de Allende. Se ingeniaba la confirmación de Alessandri seguida por su renuncia,
nuevas elecciones, y la posibilidad de otro período para Eduardo Frei. Los planes para
evitar los desórdenes que se podrían producir si el Congreso eligiera a Alessandri esta­
ban preparados.218 Algunos imaginaban sobornar a suficientes congresales para elegir a
Alessandri. Se consideraba la posibilidad de un golpe de estado. Dos días antes que el
Congreso se reuniera para escoger el próximo presidente, fue herido a bala el general
Schneider, al fracasar un aparente intento de secuestro con la intención de culpar a la
extrema izquierda y así descarrilar la confirmación de Allende en el Congreso. El gobier­
no decretó Zona de Emergencia para todo el país; en Santiago el Jefe de Zona, el general
Camilo Valenzuela Godoy implantó el toque de queda entre la 1,30 y las 6 horas del día 23
y entre las 24 y las 6 horas del día 24, día en que el Congreso confirmaría la elección de
Salvador Allende como presidente. El ataque contra Schneider, quien murió el 25 de
octubre, empujó a que la Democracia Cristiana confirmara a Allende, hecho que se efec­
tuó el 24 de octubre de 1970 con una votación que dio 135 votos a Allende, 35 para Jorge
Alessandri, y 8 votos en blanco.
Allende asumiría la Presidencia el 4 de noviembre de 1970. Lo que permitió tal
resultado fue un histórico acuerdo sobre la reforma constitucional, precisamente porque
la Democracia Cristiana no estaba dispuesta a dejar que Allende y un gobierno de la
Unidad Popular ejerciera el Poder Ejecutivo, sin antes «garantizar» al régimen contra un
asalto revolucionario desde el mismo primer mandatario.

Estatuto de garantías constitucionales como condición para


votar por Allende

Después de patrocinar la ampliación del Poder Ejecutivo durante más de cuaren­


ta años, con ciertas reservas entre 1938 y 1941, la derecha política y la Democracia Cris­
tiana no querían permitir que Salvador Allende asumiera la presidencia sin antes limitar
las atribuciones constitucionales del Ejecutivo. La Democracia Cristiana no daría los vo­
tos necesarios para confirmar la elección de Allende como presidente sin un «estatuto de
garantías constitucionales» que implicaba una reforma constitucional redactada por Fran­

E1 almirante José Toribio Merino relata que en una reunión semi-secreta en la casa de Patricio Aylwin, con
líderes demócratacristianos, «Se nos preguntó, derechamente, qué sucedería si se elegía a Alessandri,
cuántos muertos habrían en los desórdenes que se producirían. ...les manifestamos que habíamos prepara­
do todos los planes para conjurar cualquier desorden que se produjera. Que respondíamos personalmente
que se haría respetar la decisión del Congreso y que esa era nuestra obligación, como era la de ellos
resolver problemas políticos de acuerdo a lo que más conviniera a los intereses de la patria». José Toribio
Merino C. (1998): 111.

322
cisco Cumplido, Patricio Aylwin Azocar y Enrique Evans. Se impusieron nueve reformas
referentes al pluralismo político, el papel de los partidos políticos, la libertad de prensa,
el derecho de reunión, la libertad de enseñanza, libertad de movimiento, y la autonomía
relativa de las Fuerzas Armadas. Esta última buscaba garantizar que «las Fuerzas Arma­
das y el Cuerpo de Carabineros sigan siendo una garantía de nuestra convivencia demo­
crática» que se respetaran las estructuras orgánicas y [las] jerarquías de tales Fuerzas, y
que no se crearan organizaciones militares paralelas. Es decir, los demócratacristianos y
la derecha no confiaban en la Constitución vigente, para constreñir a un gobierno de la
Unidad Popular en sus iniciativas políticas e institucionales.
La Democracia Cristiana, como partido de gobierno, había hecho uso amplio de la
Ley de Seguridad Interior del Estado y de la Ley de Abusos de Publicidad. Había patroci­
nado la reforma constitucional para fortalecer las atribuciones del Presidente, en desme­
dro del Congreso. Pero ahora proponía proteger más cabalmente el «pluralismo», otro
ejemplo del principismo pragmático en el país. Se quería, en primer lugar, limitar la sub­
ordinación militar al Ejecutivo o, en otros términos, aumentar la autonomía militar
con relación al Gobierno, una propuesta que hubiera sido impensable durante la adminis­
tración de Frei.
La Unidad Popular no tuvo alternativa táctica sino aceptar la reforma constitucio­
nal impuesta como condición para conseguir los votos que confirmarían a Allende en el
Congreso. Al hacerlo, se legitimaban las atribuciones fortalecidas de las instituciones
castrenses como «garantes» de la Constitución y de la «convivencia democrática».
El proyecto se presentó el 8 de octubre de 1970, un mes después de la elección del
4 de septiembre y menos de dos semanas antes de la votación en el Congreso, el 24 de
octubre de 1970, que resultaría en la confirmación de Allende como Presidente de la Repú­
blica. Fue aprobado el 15 de octubre, es decir, después de menos de una semana de
consideración por la legislatura, con los votos de los diputados de la Unidad Popular. Fue
ratificada por el Congreso Pleno, 60 días después de aprobada por el Senado, de acuerdo
con el procedimiento constitucional.

El interregno

Con o sin un «estatuto de garantías», Allende como presidente de la República repre­


sentaba para muchos chilenos «una larga amenaza que se cumple».219 Para la derecha y parte
de la clase media esto significó un terremoto. Se produjo un pánico financiero y hubo retiro

219 Heinecke Scott (1992).

323
masivo de capitales.220 Mientras Allende proclamaba: «el pueblo ha entrado conmigo a la
casa de los Presidentes de Chile». Tres semanas después, Luis Corvalán expresó:
“El enemigo no nos dejará expedito el camino. Ya se sabe cuánto hizo y trató de hacer
por impedir primero el triunfo popular en las urnas y luego la formación de este nuevo
gobierno. Llegó hasta el asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, General René
Schneider.
Acorralado y repudiado por la mayoría nacional, bajó la guardia en los primeros días
que siguieron a la ratificación por el Congreso Pleno del triunfo del compañero Allende.
Pero de nuevo levanta la cabeza y organiza una fuerte resistencia.
Para la Derecha la existencia de la Democracia Cristiana ha sido una verdadera desgra­
cia. Por momentos la ha querido aplastar. Ahora la cerca, la quiere envolver en su red.
...Los grandes combates de clase sólo ahora comienzan.
Vendrán nuevos enfrentamientos de clase. La nacionalización del cobre y la estatización
de toda la banca, para citar sólo dos cosas, se transformarían en una seña lucha contra
él imperialismoy la oligarquía.
Estos defenderán con dientes y muelas sus bastardos intereses.
...No habrá carta que no pongan en juego. ...La subversión reaccionaria y el golpe de
Estado están también en la baraja de los imperialistas y oligarcas, con lo cual pueden
obligar al pueblo a algún tipo de enfrentamiento armado. Por lo tanto y en primer
término, hay que hacer todo lo posible por ponerles camisa de fuerza.
...La última Reforma Constitucional le confiere al Presidente de la República el dere­
cho de convocar un plebiscito para disolver el Parlamento en caso de conflicto entre
ambos poderes. En un momento determinado habrá que hacer uso de esa facultad y
abrir paso a una nueva Constitución y a una nueva institucionalidad, a un Estado
Popular”.221
El historiador Luis Vítale, publicó un libro durante el interregno de septiembre a
noviembre de 1970 con «un objetivo político inmediato: alertar a los obreros, campesi­
nos, pobladores y estudiantes sobre los planes sediciosos de la burguesía tendientes a
arrebatar el triunfo político electoral que los trabajadores obtuvieron al respaldar masi­
vamente la candidatura presidencial de Salvador Allende el 4 de septiembre de 1970».222
Después de reafirmar que la Democracia Cristiana había servido «para garantizar las

Gazmuri et. al (1996): 105.


«Lo más revolucionario es luchar por el éxito del gobierno popular», Informe al Pleno del Comité Central
del Partido Comunista, 26 de noviembre de 1970, en Corvalán (1971): 392-93.
Luis Vitale, ¿Y después del 4, QUE?, Perspectivas de Chile después de las elecciones presidenciales Santiago'
PLA, 1970. '
estructura clasista, resguardar los intereses monopolistas de la industria y la banca, per­
feccionando el aparato represivo a través del Grupo Móvil y de la preparación anti sub­
versiva del Ejército burgués», Vítale concluyó que «el saldo social más importante que
deja la DC es el comienzo de la Reforma Agraria y el hecho de que su demagogia ha
acicateado las aspiraciones de los ‘sin casa’ a tener casa y de los campesinos a organizarse
para luchar por la tierra y mejores salarios. En definitiva, la política populista de la DC
resultó un ‘boomerang’ para la burguesía chilena. Cientos de miles de pobladores y cam­
pesinos se han incorporado al proceso social revolucionario chileno».223
Chile se encaminaba hacia un «estado popular» según Luis Corvalán, pero no sin
la resistencia del «enemigo» y tal vez «un tipo de enfrentamiento armado». Según Vítale
el país estaba en un «proceso pre-revolucionario» que (a) puede ser cortado de raíz por
un golpe militar pro- imperialista; (b) puede ser canalizado hacia un curso de centro-
izquierda, manteniéndose un gobierno reformista, que si es consecuente con su programa
tendrá como espada de Damocles permanente el golpe de Estado pro- imperialista, y (c)
puede desembocar en la Revolución Socialista, en un gobierno obrero campesino, si los
trabajadores son capaces de crear órganos de poder en el proceso de la lucha y el enfren­
tamiento social. De aquí al 4 de noviembre, la burguesía pro- imperialista intentará dar
el golpe de estado y, paralelamente, si no está en condiciones de darlo, jugará la carta del
Congreso Pleno y de una eventual segunda elección presidencial, con el fin de aparentar
una salida ‘relativamente constitucional’. ...Hay que llamar a la movilización combatien­
te de obreros, campesinos, pobladores y estudiantes sin temor a que esto pueda afectar a
la epidermis militar».224
Un «país de enemigos», en vez de una «familia chilena», que estaba a punto de la
ruptura violenta postergada desde 1932.

223 Ibid: 28-29.


224 Ibid: 88-89

325
Capítulo 7
La “revolución a la chilena”: la vía que no pudo ser 1970 -1973

Cronología Política Medidas de reconciliación,


Amnistías, Indultos

1970
Gobierno de Salvador Allende
(1970-1973)
Allende asume como
Presidente de la República 4 nov. Sobreseimientos casos MIR1
18 dic. Decreto de Indulto, rechazado por
Contraloría
1971
4 enero Indulto emitido después
decreto de insistencia
(43 prófugos y procesados)
Decreto Presidencial 2.071
Elecciones municipales marzo firmado por todos los ministros
Dos proyectos de ley de amnistía;
Operaciones de VOP2, robos,
asesinatos ninguno se aprueba
Asesinato de ex-Ministro
Pérez Zujovic junio
Affaire «Puelche»
Elecciones complementarias julio
Valparaíso
(pacto de hecho entre P.N. y DC,
triunfa candidato DC)
MIR: Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Partido político marxista con estrechas vinculaciones con
la revolución cubana.
V.O.P: Vanguardia Organizada del Pueblo. Grupo político de ultraizquierda de breve existencia y trágica
figuración.

327
Formación del Partido Izquierda Cristiana
(salen de DC)
Ley 17.450 nacionalización del cobre. Asilo político a 17 extranjeros
Huelga en minas de cobre nacionalizado Incluye a ‘Chato’ Peredo, sucesor
del «Che» Guevara en la guerrilla
boliviana
Visita Fidel Castro nov.
Asilo político para presos políticos
brasileños, canjeados por el
Embajador sueco, secuestrado
en Brasil
Marcha de las cacerolas; violencia dic.
Se declara zona de emergencia,
A. Pinochet U. nombrado jefe de
zona por D.S.
Acusación Constitucional contra
Ministro del Interior primer
«enroque», nombrando a José Tohá
como Ministro de Defensa
1972
Congreso aprueba «ley Hamilton»
sobre 3 áreas de la Economía; vetado
por el Presidente abril
Elecciones complementarias en
O’Higgins, Colchagua, triunfa
como senador, R. Moreno; en
Linares es elegido diputado
Sergio Diez
«Bultos cubanos» entran
al país, se suponen
cargamentos de armas; 11 marzo
Ministerio del Interior denuncia 28 marzo
complot de «Patria y Libertad»

328
para asesinar al Presidente,
rescatar a Viaux de la Complot
del «pastel de choclo» marzo
mayo Indulto obreros de Saba
(sucesos de 1969)
Se crean las JAP, Juntas de
abastecimiento y control de precios.
Senado rechaza los vetos a reforma
constitucional que delimita las áreas
de propiedad de la economía. 7 julio
Se declara estado de emergencia
en la provincia de Santiago 22 agosto
Asesinado el cabo de carabineros
Aroca Cuevas, frente a la sede
del PS (Concepción)
Pacto electoral CODE (DC y derecha) julio
Ley 17.798 sobre control de armas
Estado de emergencia (17 provincias)
Paro camionero nacional 11 oct.
Estado de emergencia (20 provincias) 14 oct.
Gabinete de «paz social»
(3 militares, 2 dirigentes de la CUT) 28 oct. Indulto, diputado socialista Joel
Marambio, reo por secuestro y
agravantes, privado de derechos
políticos.
1973
Allende anuncia
«economía de guerra» 7 enero
Se anuncia la ENU
(Escuela Nacional Unificada) 30 enero
Allende denuncia «que la patria
está amenazada» 5 febrero
Oposición gana elecciones

329
sindicales en Chuquicamata febrero
Elecciones parlamentarias marzo
Escisión del MAPU: MAPU-OC
Renuncian ministros militares 23 marzo
Huelga en «El Teniente» (70 días)
apoyada por gremialistas que
controlan FEUC abril, mayo
Estado de emergencia Santiago y
otras provincias 5 mayo
Congreso aprueba reforma
constitucional: inexpropiabilidad
de predios agrícolas de menos
de 40 hectáreas básicas 11 junio
P.N. proclama que gobierno
es «ilegítimo» Oficio de la Corte
Suprema al Presidente 25 junio
proclama que gobierno actúa fuera
de la Constitución y las leyes
Se declara estado de emergencia para
provincia de Santiago 27 junio
“Tancazo” (Coronel Souper) 29 junio
Congreso rechaza proyecto de
estado de sitio 2 julio
8o Gabinete: cambios en 7 de
15 carteras 5 julio
Contraloría rechaza promulgación
parcial de reforma constitucional
para tres áreas de la economía
Nuevo paro nacional de camioneros 25 julio
Asesinato del edecán naval de Allende,
Arturo Araya 26 julio
Entregan sus renuncias todos
los ministros 3 agosto

330
Nuevo Gabinete (9o) Carlos Prats
es nombrado Ministro de Defensa
Marina arresta a suboficiales y
clases de 2 naves de guerra.
Se denuncian torturas 6 agosto
MIR ataca al «Gabinete de
la Capitulación» 14 agosto
Acuerdo de la Cámara de
Diputados sobre ilegitimidad
del gobierno 22 agosto
Renuncia del General Prats,
nombramiento del general
Augusto Pinochet como Comandante
en jefe del Ejército 23 agosto
Décimo Gabinete: Orlando Letelier
es nombrado Ministro de Defensa 28 agosto
Asesinato del subteniente
Héctor Lacrampette 29 agosto
Derrocamiento del gobierno 11 sep.

Salvador Allende asumió como Primer Mandatario en noviembre de 1970. El país


enfrentaba una coyuntura excepcionalmente difícil. La economía mundial estaba en re­
cesión. El precio del cobre había bajado a 50 centavos de dólar la libra y el país tenía una
deuda externa, per cápita, relativamente alta. El miedo generado por la llegada de un
gobierno autoproclamado como «socialista» y la campaña del terror llevada a cabo por
los medios de comunicación de oposición, apoyados por la política de la Casa Blanca de
Estados Unidos, provocó fuertes huidas de capital al exterior, incrementándose la tasa de
cesantía que llegaba a más del 8% en Santiago al finalizar el año 1970. La tasa de infla­
ción legada por el gobierno anterior, por encima del 35%, también era preocupante.
Todas estas circunstancias coyunturales exigían medidas prontas para reactivar
la economía, para solucionar la situación social y hacer «gobernable» el país. El gobierno
disponía de una gran reserva de divisas debido a la acumulación alcanzada por los pre­
cios favorables del cobre durante el gobierno del ex-Presidente Frei, lo que sería un
amortiguador importante durante el primer año de gobierno, en el que se implementaron

331
políticas económicas altamente expansivas.3 Allende y su equipo político-económico no
contemplaban políticas de ajuste, sino un paquete destinado a llevar al país por la «vía
chilena» hacia el socialismo.

Las amnistías que no se aprobaron

No obstante este conflictivo ambiente, Allende empezó su presidencia con algu­


nas iniciativas típicas de la política chilena, es decir indultos y proyectos de ley de amnis­
tía, en nombre de la paz social y «para establecer una real convivencia social y espíritu de
solidaridad entre los chilenos».4
Se reactivó un proyecto de ley de amnistía para periodistas, discutido en primera
instancia durante el gobierno de Eduardo Frei, en junio de 1970.5 Además, el Presidente
Allende envió un Proyecto de Ley al Congreso que concedería amnistía a una gama muy
amplia de personas y por delitos múltiples: los inculpados, procesados o condenados por
algunos de los delitos descritos en la Ley de Seguridad Interior del Estado antes del 4 de
septiembre de 1970; los condenados por los delitos previstos en las leyes 6.026 y 8.987,
cuyo texto refundido se fijó por decreto supremo N. 5.839 de 30 de septiembre de 1948
(para «limpiar» sus prontuarios, no obstante la derogación de la Ley de Defensa Perma­
nente de la Democracia); a los inculpados, procesados o condenados en seis causas distin­
tas, incluyendo a los implicados en los hechos ocurridos en octubre de 1969 en el Regi­
miento «Tacna», los ex-oficiales Raúl Igualt, Guillermo Alvarez Kladt, Héctor Orellana
Mollenhauer y otros, procesados por incumplimiento de deberes militares; los infractores
de la ley de reclutamiento militar nacidos hasta el 31 de diciembre de 1951; los que
hubieren transgredido la Ley General de Elecciones hasta la fecha; los obreros condena­
dos por un incendio y daños en la industria SABA durante un conflicto colectivo en 19696
(serían indultados posteriormente por Allende, aunque el Senado no aprobara una am-
nistía para ellos); las personas procesadas por los sucesos ocurridos en el Mineral El
Salvador en 1966; un grupo de 24 campesinos procesados por maltrato de obra a
Carabineros; y a personas involucradas en otros delitos, desde un robo («expropiación»)
de un banco hasta un ciudadano procesado por maltrato de obra a Carabineros. Se exclu­
yó expresamente del proyecto a cualquier persona que pudiera resultar implicada en el

3 Para un análisis sintético de la política económica de la Unidad Popular véase Patricio Meller, Un siglo de
economía política chilena (1890-1990), Santiago: Editorial Andrés Bello, 1993:117-160.
4 Informe de la Comisión de Constitución, Legislación y Justicia, Cámara de Diputados, sesión 35a. de 14 de
septiembre de 1971:3213.
5 Senado, sesión 8a. de 17 de junio de 1970, primer trámite, sesión 63a. de 4 de mayo de 1971.
Según algunas versiones, este incendio fue provocado desde fuera e incluso por las bombas lacrimógenas
arrojadas por carabineros.

332
homicidio cometido en la persona del General de Ejército Rene Schneider y a quienes
con posterioridad al 3 de septiembre de 1970 y hasta la fecha de vigencia de la ley, hubieren
delinquido nuevamente.
Este proyecto de ley, muy parecido en la amplitud de sus potenciales beneficia­
rios a las amnistías aprobadas durante la segunda presidencia de Carlos Ibáñez (1952—
1958), provocó reacciones variadas en los distintos sectores. Algunos no querían amnis­
tiar a los obreros de SABA, otros a los culpables de los sucesos de octubre de 1969. Hubo,
inicialmente, un ambiente propicio para aprobar alguna amnistía, aunque no fuera exac­
tamente en los términos propuestos por el Ejecutivo. Como dijo el senador
demócratacristiano Juan Hamilton: “el objeto del artículo 1 es otorgar una amnistía am­
plia para todos aquellos delitos que hayan tenido motivación política, lo que ha sido de
ordinaria ocurrencia en nuestro país cuando asume una nueva Administración... Sin ir más
lejos, en la Administración pasada, a principios de 1965, se dictó una ley de amnistía de
carácter similar a la que se está proponiendo ahora”.7 Sin embargo, el senador Ignacio
Palma objetó que el proyecto de amnistía se fuera a aplicar a las personas que hubiesen
incurrido en delitos antes del 4 de septiembre o antes del 4 de noviembre de 1970, pero no
a las muchas personas afectadas por la frecuente aplicación de la Ley de Seguridad Inte­
rior del Estado, desde que asumiera el Presidente Allende. Refiriéndose al gobierno de la
Unidad Popular dijo: “se recurre con extraordinaria frecuencia a ese cuerpo legal para
poner orden en lo que el Gobierno estime necesario. En esto hay una contradicción tan
evidente, que a uno le resulta muy difícil comprender lo que se persigue.8 Aprobado con
modificaciones por el Senado, el proyecto languideció en la Cámara de Diputados hasta
septiembre de 1971, cuando fue informado favorablemente, con otros cambios, por la Comi­
sión de Constitución, Legislación y Justicia.9
No obstante la recomendación de la Comisión, la amnistía no sería aprobada. Con
el asesinato del ex-Ministro Edmundo Pérez Zujovic, en junio de 1971, no hubo ambiente
para una amnistía tradicional que permitiera “correr el velo” y confirmar la impunidad
jurídica para todos, en nombre de la paz social. Igual dificultad impidió la aprobación de
la amnistía propuesta por el gobierno para los periodistas procesados por delitos pena­
dos por la Ley de Abusos de Publicidad y la Ley de Seguridad Interior del Estado, los que
eran de distintos colores políticos y algunos de ellos eran periodistas del diario comunis­
ta, El Siglo.10 Después de ser postergado por el Presidente del Senado, Patricio Aylwin,
dicho proyecto fue rechazado por 15 votos en contra, 9 a favor y 2 pareos, a pesar de la
recomendación favorable de la Comisión de Legislación de la Cámara.11

7 Senado, sesión 63a. de 4 de mayo de 1971:3271.


8 Ibid.
9 Cámara de Diputados, sesión 35a. de 14 de septiembre de 1971:3213-3216.
10 Senado, sesión 57a. de 15 septiembre de 1971: 4101, intervención de la senadora Julieta Campusano.
11 Senado, sesión 57a. de 15 septiembre de 1971:4109.

333
Las razones de la Democracia Cristiana y del Partido Nacional para oponerse al
proyecto de ley de amnistía para los periodistas, se expresaban claramente en las inter­
venciones durante los debates, que comenzaron en mayo de 1971 y concluyeron en sep­
tiembre. En el primer debate, las palabras del senador Francisco Bulnes Sanfuentes cap­
turan el ambiente político que se vivía:
“Quiero demostrar cómo estas leyes de amnistía producen la pacificación de los espíritus...
La noche del sábado me robaron mi automóvil. El ‘Puro Chile’ - por higiene mental,
no leo ese periódico ni ‘Clarín’- ...publicó el 17 de mayo lo siguiente:
'Cien años de perdón para quien le robó su auto’. ¡A un Senador a quién le roban su
auto, ‘Puro Chile’ lo califica de ladrón!
¡De ese modo se va produciendo la ‘pacificación de los espíritus’ con estas leyes de
amnistía!
Pienso que estas leyes de amnistía constituyen una vergüenza para el Congreso, son
fruto de la cobardía.
...Quiero decir lo que pienso.
En muchas ocasiones he sido injuriado y calumniado por esa prensa. Y cuando veo que
una vez más se va a consumar esta barbaridad, esta monstruosidad de las amnistías
periódicas, por lo menos deseo darme el gusto de expresar mi pensamiento sobre el
particular.
En Chile el legislador abusa de las amnistías...”.12
En los debates finales el senador Patricio Aylwin dijo: “estoy en contra del pro­
yecto. Creo que la libertad de opinar y la libertad de prensa no autorizan para recurrir
a la injuria, a la calumnia o a la difamación. ...No hay convivencia democrática cuando
se usan los medios de publicidad y de comunicación de masas para denigrar a las perso­
nas y a las instituciones. ...Creo que una amnistía de esta especie significa dar patente
de legalidad y carta blanca a ese sistema de no dar argumentos sino de insultar”.13
Agregó el senador Tomás Pablo (DC) que el clima creado por los abusos de publicidad
“ha servido para desfigurar la imagen de hombres que han sido asesinados, como en el
caso concreto de Edmundo Pérez Zujovic... y que podría la amnistía propuesta estable­
cer la impunidad en esta materia.14 El senador Víctor García del Partido Nacional
afirmó que de los 31 periodistas que figuraban en la lista de beneficiarios del proyecto,
sólo uno no pertenecía a la Unidad Popular, y que “en este hemiciclo la menor afirma­
ción, aun cuando roce levemente, no digo la honra de un hombre de Izquierda, sino sus

12 Senado, sesión 72a. de 18 de mayo de 1971:3666.


13 Ibid: 4095.
14 Ibid: 4106.

334
actuaciones, constituye verdadera sedición. En cambio, las groserías dichas a represen­
tantes de la derecha o de sectores ajenos a la Unidad Popular, son libertad de prensa y
lucha social, una lucha dicen, por los trabajadores”.15 Aylwin concluyó el debate, defen­
diendo su manejo del proyecto en la Cámara Alta contra las críticas de algunos senado­
res de la Unidad Popular. Terminó citando palabras de Salvador Allende, expresadas
por éste como Presidente del Senado, en la sesión del 27 de junio de 1967: “Jamás
podría haber aceptado ser Presidente de esta Corporación mimetizando mi pensamien­
to. ...jamás he olvidado en cada acto de mi vida, que soy militante de una doctrina, de
una idea”. Dijo entonces Aylwin: “Esas palabras las hago mías, y creo que en mi com­
portamiento en la Mesa del Senado, sin perjuicio de ser leal a mi doctrina, he sabido
guardar la dignidad y compostura, y el respeto a todos los sectores, propios de la alta
investidura que desempeño”.16
Durante su gobierno, el Presidente Allende no vería salir del Congreso ninguna
amnistía política. Habría enfrentamiento en vez de la pacificación de los ánimos. En cam­
bio, como en el pasado, se aprobarían varias amnistías individuales sin mayor importan­
cia respecto a la contienda para definir el futuro del país. En otra ocasión, Allende mandó
un Mensaje al Congreso con un proyecto de ley que concedería una amnistía a algunos
funcionarios del Servicio de Investigaciones que habían asesinado a dos personas y heri­
do a otra en incidentes ocurridos en la población Santa Laura de San Bernardo en diciem­
bre de 1968. En su mensaje al Congreso, Allende dijo que se había convencido, después
de un sereno y acabado análisis de los hechos, “que esos funcionarios, dos oficiales y dos
detectives, procedieron en la ocasión llevados por su celo profesional,... y que la muerte
de las dos personas fue consecuencia de circunstancias imprevisibles, y, en todo caso, se
debería a un exceso de celo profesional y no a motivos de orden reprochable”. Agregó:
“Es de justicia, a juicio del Gobierno, que así como los funcionarios del Servicio de Inves­
tigaciones, que en defensa de los superiores intereses de la colectividad, no han trepidado
en rendir sus vidas, como ha ocurrido últimamente, también reciban el respaldo de la
sociedad aquellos en cuya defensa han incurrido en posibles excesos (como es el caso que
nos preocupa), movidos precisamente por su afán de servirle y no por móviles de carácter
inmoral o reprobable”.17 El Congreso aprobó la amnistía por la ley 17.672 de 1972, estando
de acuerdo con Allende y con su lenguaje que lo situaba en la tradición histórica chilena
respecto a la impunidad para aquellos que delinquieran en el servicio de la patria.
Por otra parte, es revelador recordar brevemente el proyecto de indulto general
para reos rematados, que Allende incluyó en el mensaje al Congreso para ser considera­
do en la legislatura extraordinaria de 1971. Señaló Allende que:

15 Ibid: 4107.
16 Ibid: 4109.
17 Senado, sesión 47a. extraordinaria de 5 de enero de 1972 (anexos de documentos): 2412-2413.

335
“El Gobierno considera que la delincuencia en Chile es, en la mayoría de los casos,
consecuencia de las condiciones sociales imperantes. Prueba de ello es el origen modes­
to de la inmensa mayoría de las personas a quienes han aplicado condenas nuestros
tribunales. ...El proyecto de ley que se propone forma parte de una política integral
sobre el problema de delincuencia, que contempla modificaciones al sistema penal y
proceso penal y especialmente, al régimen carcelario, y de medidas que provoquen en
la sociedad misma un enfoque más adecuado y humano del problema.
Con este proyecto de ley se trata de estimular un cambio en la actitud de los reclusos y
de convencerlos que su posición frente a la sociedad debe ser la de todo ciudadano
dispuesto a integrarse al esfuerzo común”.18
Se entiende por los fundamentos de la ley de indulto propuesta, que Allende se
había salido del esquema tradicional de las leyes de gracia e indultos particulares, para
enmarcar el tema de reconciliación de los reos rematados con el proyecto político de
transformar la sociedad chilena, liquidando al capitalismo y sus consecuencias, entre
ellas la delincuencia.19 A pesar de este enfoque, el contenido del proyecto de ley reco­
mendado por el informe de la Comisión en el Senado era más bien tradicional, con ele­
mentos reconocibles desde el tiempo de los romanos y de las colonias españolas:
“Art. 1. Indúltase, en la forma que a continuación se expresa, a los reos rematados, que,
a la fecha de vigencia de esta ley, estuvieren cumpliendo sus condenas:
a) Redúcense a veinte años las penas privativas o restrictivas de la libertad de los reos
condenados a un tiempo superior a este lapso o a perpetuidad, sea que se trate de una
sola pena o de penas que sumadas, resulten superiores a dicho tiempo...
b) Redúcense en dos meses por cada año o fracción igual o superior a seis meses las
penas privativas o restrictivas de libertad que, sumadas o aisladamente consideradas,
tengan una duración igual o inferior a veinte años...
Art. 3. No gozarán del beneficio que otorga esta ley los reos rematados que, con poste­
rioridad a la publicación de la misma, quebrantaren sus condenas o delinquieran nue­
vamente antes de cumplida la condena”.20
Según el senador demócratacristiano Renán Fuentealba, el indulto beneficiaría
aproximadamente a seis mil reos rematados de una población carcelaria total de catorce

18 Mensaje del Ejecutivo con el que inicia un proyecto de ley que indulta... Senado, sesión 53a. de 7 de abril
de 1971, Anexo de Documentos: 2852.
19 El proyecto de ley propuesto por Allende estipulaba una fecha fija, el 1 de junio de 1971, pero la comisión
cambió la redacción para indicar que el beneficio de indulto se concedería a los reos rematados cuando
entrara en vigencia la ley.
Senado, sesión 63a. de 4 de mayo de 1971, Anexos de Documentos: 3336-37. El artículo 3 no era parte del
mensaje original y fue agregado en la comisión a iniciativa del senador demócratacristiano, Renán
Fuentealba.

336
mil.21 De ellos, tal vez 500 saldrían de las cárceles y los presidios al promulgarse la ley.
Durante el debate dos senadores propusieron que se cambiara las palabras «reos remata­
dos» por las de «reos condenados por sentencia ejecutoriada», indicación que fue acep­
tada sin oposición. En la Cámara de Diputados, el proyecto fue aprobado en su integri­
dad, salvo el artículo 3, que había introducido el senador Fuentealba en la Cámara Alta.
Este artículo fue rechazado porque, al parecer de ciertos diputados, se contraponía al
concepto jurídico de lo que es un indulto general, ya que se argumentaba que «el indulto
general no se puede conceder en forma condicionada».22 El Senado, sin embargo, rechazó
la enmienda de la Cámara de Diputados.23 En su cuarto trámite constitucional, la Cáma­
ra Baja rechazó el artículo 3, de nuevo, por unanimidad.24 Con eso, el Senado acordó no
insistir y salió promulgada la Ley 17.462, que beneficiaría a “los reos condenados por
sentencia ejecutoriada que a la fecha de vigencia de esta ley, estuvieren cumpliendo sus
condenas», sin la condición propuesta por el senador Fuentealba. En los debates no hubo
discusión sobre la validez de la premisa en que se inspirara el Presidente Allende al
proponer la ley de indulto general: “la delincuencia en Chile es, en la gran mayoría de los
casos, consecuencia de las condiciones sociales imperantes...”.

El programa de la Unidad Popular

El programa de la Unidad Popular (UP) identificaba como tarea fundamental,


“terminar con el dominio de los imperialistas, de los monopolios, de la oligarquía terrate­
niente e iniciar la construcción del socialismo en Chile”.25 La UP proponía poner fin al
sistema político y socioeconómico imperante para implantar “una organización única del
Estado estructurada a escala nacional, regional y local que tendrá la Asamblea del Pue­
blo como órgano superior del poder”.26 En la esfera económica, “instaurar el socialismo
significa reemplazar el modo de producción capitalista mediante un cambio cualitativo
de las relaciones de propiedad y una re definición de las relaciones de producción. ...inte­
grarán [el área de propiedad social] la gran minería del cobre, hierro, salitre, etc.,
...el sistema financiero del país, especialmente la banca y los seguros, el comercio exte­
rior, las grandes empresas y monopolios de distribución, los monopolios industriales es­

21 Senado, sesión 66a. de 6 de mayo de 1971:3514.


22 Cámara de Diputados, diputado Orlando Millas, sesión 8a. de 23 de junio de 1971: 305.
23 Senado, sesión 19a. de 7 de julio de 1971:1313.
24 Cámara de Diputados, sesión 13a. de 20 de Julio de 1971:1156.
2S Candidatura Presidencial de Salvador Allende: programa básico de gobierno de la Unidad Popular, 4a.
edición, Santiago, Impresora Horizonte, junio 1970:10.
26 Ibid: 10,13.

337
tratégicos, y en general, todas aquellas actividades que condicionan el desarrollo económico
y social del país...”.27
Los grupos que conformaron la Unidad Popular, a pesar de discrepar respecto a
las tácticas a seguir, compartían la meta fundamental de implantar una sociedad socialis­
ta en reemplazo del régimen existente. Al día siguiente de asumir como Primer Mandata­
rio, Allende se identificó simbólicamente con los pueblos indígenas que habían resistido
la conquista española, con O’Higgins, Manuel Rodríguez, Balmaceda y Luis Emilio
Recabarren, con la clase trabajadora y los “masacrados» en la Población José María Caro
(en el gobierno de Alessandri) y Puerto Montt (en el gobierno de Frei). “La verdad”, dijo
Allende, “lo sabemos todos, es que el atraso, la ignorancia, el hambre de nuestro pueblo y
de todos los pueblos del Tercer Mundo, existen y persisten porque resultan lucrativos
para unos pocos privilegiados”. Reafirmó en su discurso pronunciado en el Estadio Na­
cional que su tarea fundamental sería “acabar” con el antiguo régimen.
“Sabemos bien, por experiencia propia, que las causas reales de nuestro atraso están en el
sistema.
En este sistema capitalista, dependiente, que en el plano interno, opone las mayorías
necesitadas a minorías ricas; y en el plano internacional, opone los pueblos poderosos a
los pobres; y los más costean la prosperidad de los menos.
Heredamos una sociedad lacerada por las desigualdades sociales.
Una sociedad dividida en clases antagónicas de explotadores y explotados.
Una sociedad en que la violencia está incorporada a las instituciones mismas, y que
condena a los hombres a la codicia insaciable, a las más inhumanas formas de cruel­
dad e indiferencia frente al sufrimiento ajeno.
...Contra todas estas formas de existencia se ha alzado el pueblo chileno.
Nuestra victoria fue dada por la convicción, al fin alcanzada, de que sólo un gobierno
auténticamente revolucionario podría enfrentar el poderío de la clase dominante, al
mismo tiempo movilizar a todos los chilenos para edificar la República del Pueblo
Trabajador.
Esta es la gran tarea que la historia nos entrega”.28
Allende siguió enumerando las instituciones y sistemas con las que había que
acabar: los monopolios, que entregan a unas pocas docenas de familias el control de la
economía; el sistema fiscal puesto al servicio del lucro y que siempre ha gravado más a
los pobres que a los ricos, que ha concentrado el ahorro nacional en manos de los banque­

Primer Mensaje del Presidente Salvador Allende ante el Congreso Pleno, 21 de mayo de 1971: XVIH-XX.
Salvador Allende, «Discurso en el Estadio Nacional», 5 de noviembre de 1970, en Hernán Godoy, ed.
Estructura social de Chile, Santiago: Editorial Universitaria: 582-584.

338
ros y su apetito de enriquecimiento; los latifundios, que siguen condenando a miles de
campesinos a la sumisión, a la miseria...; el proceso de desnacionalización, cada vez
mayor, de nuestras industrias y fuentes de trabajo, que nos somete a la explotación
foránea.29 Allende insistía, a la vez, que todo eso se haría dentro de los cauces democráti­
cos y pacíficos, cumpliendo por fin “la anticipación de Engels» en la que “puede conce­
birse la evolución pacífica de la vieja sociedad hacia la nueva, en los países donde la
representación popular concentra en ella todo el poder, donde, de acuerdo con la Consti­
tución, se puede hacer lo que se desee, desde el momento en que se tiene tras de sí a la
mayoría de la nación”.30 De ahí se propondría «una asamblea del pueblo», una Cámara
Unica que podría legislar en beneficio del pueblo sin las trabas impuestas por el Congre­
so oligárquico, la Corte Suprema, la Contraloría General de la República. Se transforma­
ría el Estado burgués lo que “significa que acabaremos con los pilares donde se afianzan
las minorías que, desde siempre, condenaron a nuestro país al subdesarrollo”.31
Al asumir el mando, el Presidente Allende declaró: “Rechazamos, nosotros los
chilenos, en lo más profundo de nuestras conciencias, las luchas fratricidas. Pero sin re­
nunciar jamás a reivindicar los derechos del pueblo. Nuestro escudo lo dice: «Por la razón
o la fuerza». Pero dice primero por la razón”.32 ¿Y si no fuera por la razón?... A diferencia
de los líderes del Frente Popular de 1938, los dirigentes de la Unidad Popular no venían,
como había dicho el Presidente Pedro Aguirre Cerda, a mejorar el sistema vigente sino a
derrumbarlo. Para ilustrar este propósito, el Secretario General del MAPU, Rodrigo
Ambrosio, a tres semanas de asumir el Presidente Allende, dio una entrevista que fue
publicada en la revista Punto Final. Ambrosio señaló: “Tenemos que golpear cuando el
golpe pueda ser mortal, cuando el enemigo principal esté debilitado, aislado, a la defen­
siva; y para eso hay que atraer, o al menos neutralizar, a los enemigos secundarios”.33
Ambrosio proponía una «táctica flexible», afirmando que los sectores de izquierda de la
Democracia Cristiana «tienen un lugar en la trinchera del pueblo».34
El lenguaje combativo de Ambrosio, igual que el de los principales líderes del
Partido Socialista, contribuyó a convertir el estilo pragmático-conciliatorio chileno en
un combate donde se debía «avanzar sin transar». A la vez, convirtió las elecciones y
propuestas alternativas en «trincheras». Dijo Ambrosio: “el enemigo no descansa en su
afán de destruirnos o esterilizarnos. ...Montar vigilancia y estar preparados para

29 Ibid: 587.
30 Ibid: 586.
31 Ibid: 587.
32 Ibid: 584.
33 «Las masas no deben detener su lucha», Punto Final, N. 118 del 24 de noviembre de 1970, en «Documents
of the Chilean Road to Socialism», con una introduccción de Ben Hahm, Philadelphia: ISHI, 1977. (Contiene
en un tomo documentos de «El primer año del Gobierno Popular» y «El segundo año del Gobierno Popu­
lar»): 26.
34 «Primer Pleno de la Dirección del MAPU, 8 y 9 de enero de 1971», en ibid: 30.

339
enfrentar y derrotar la contrarrevolución es un deber de primer orden que el MAPU
entiende a cabalidad”.35 Ambrosio, sin embargo, era de los «moderados» y se oponía a los
grupos de «ultraizquierda», aunque “aceptamos que esos grupos estaban y están hones­
tamente por la lucha contra los enemigos de nuestro pueblo...”.36
Para Ambrosio, como para ciertos líderes socialistas y del Partido Comunista, no
existían adversarios ni opositores políticos sino enemigos de clase o, sencillamente, ene­
migos. Y lo repetirían sin cesar: «el enemigo pasa a la ofensiva», el enemigo quería «blo­
quearlo [al Gobierno] y descargarle su artillería», «buscan erosionarlo en estériles gue­
rrillas», “hemos estado en la primera línea de los combates que la clase obrera y el pue­
blo están iniciando con su Gobierno, ¡A CONVERTIR LA VICTORIA EN PODER Y EL
PODER EN CONSTRUCCIÓN SOCIALISTA!”.37 En el Informe del Tercer Pleno del MAPU
(28-30 de mayo de 1971) se enfatizó de nuevo que la vía chilena hacia el socialismo era
más que nada una táctica y no un compromiso moral o normativo:”nuestro objetivo es
sustituir el Estado burgués y no perpetuarlo; servimos de él sin dejamos atrapar por él.
...El legalismo y el burocratismo son las principales desviaciones de derecha que se dan
hoy en determinados sectores del gobierno»...y facilitan “la conciliación con los enemi­
gos del pueblo”.38 El MAPU no quería «conciliaciones» y además argumentaba que las
«tomas» de terrenos urbanos, fábricas y predios rurales eran «una forma legítima de
protesta» aunque inconvenientes, ya que «un conjunto de acciones de este tipo puede
crear fácilmente un clima de desgobierno que, hábilmente explotado por la prensa reac­
cionaria, sirva los propósitos sediciosos y golpistas».39
El MAPU se integró a la Unidad Popular, militando allí los ex-demócratacristianos
que dejaron el PDC en 1969, pero las fuerzas dominantes en la Unidad Popular eran
socialistas y comunistas. El Partido Socialista, desde sus inicios en los años 1930, estaba
dividido entre sectores marxistas-leninistas, trotskistas, socialdemócratas y facciones
personalistas-caudillistas.49 Desde 1967, la línea dominante del Partido Socialista se iden­
tificaba con la vía armada hacia el socialismo, proclamada en el Congreso de Chillón de
aquel año. El sector socialista liderado por su secretario general Carlos Altamirano insis­
tía, todavía en 1977, cuatro años después del golpe militar de 1973, en que: “No es facti­
ble el tránsito pacífico al socialismo en el ámbito de la realidad concreta nacional y con­
tinental”.41 En este parecer Altamirano coincidía entonces con los dirigentes del MIR y

Ibid: 32.
Ibid: 44.
Ibid: 78-99. Con mayúsculas en el original.
«Tercer Pleno de MAPU, 28,29 y 30 de mayo de 1931» en ibid: 134-36.
Ibid: 138.40 Véase Paul Drake, Socialism and Populism in Chile 1932-1952, Urbana, 111.: University of Illinois
Press, 1978.
Altamirano (1977): 34.

340
otros grupos que rechazaban la vía chilena hasta como posibilidad, la que era afirmada
por el Presidente Allende al menos durante el primer año de su gobierno.42
Allende, a pesar de su larga trayectoria política y carisma personal, no podía con­
trolar su propio partido, y su liderazgo se asociaba, prácticamente, con el discurso milita­
rista del MIR. El Partido Comunista, sin éxito alguno, trataría de equilibrar el proceso
por razones tácticas, ya que desde los años 1960, había declarado su “flexibilidad” res­
pecto a la vía de la revolución socialista chilena. Para los comunistas, según las palabras
muchas veces repetidas por sus dirigentes, las tácticas y modalidades de lucha se adapta­
rían a las circunstancias del momento. Allende mismo, en una entrevista con el escritor
francés, Régis Debray, publicada en Punto Final en marzo de 1971, señalaba su compromi­
so histórico con una revolución socialista y antiimperialista a la vez, que utilizaba las
tácticas propicias de la coyuntura para establecer el socialismo como meta estratégica.
Debray le preguntó sobre «los términos de conciliación dentro de los cuales se ha desa­
rrollado el actual proceso» y si «se va a encajonar al proletariado y sus aliados dentro de
las instituciones burguesas, apaciguándolos con reformas por aquí, reformas por allá, o si
se podrá, en un momento dado romper estos moldes para crear una democracia proleta­
ria? ...¿Quién se está sirviendo de quién? ¿Quién le toma el pelo a quién? Para decirlo brutal­
mente y de una manera un poco provocadora quizás...”.43 Siguió el diálogo entre los dos:
“Allende: ¡No creo que un compañero me provoque con una pregunta!
Debray: Bueno, eso se dice de mí, que soy un provocador profesional, Compañero
Presidente.
Allende: ¡Yo no me dejo provocar!
Debray: La pregunta es importante.
Allende: Y la respuesta es breve: el proletariado.
...Yo estoy trabajando para el socialismo y por el socialismo”.44
Allende continuó relatando su trayectoria como proponente de la creación de la
Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) en la Conferencia Tricontinental
en La Habana, presidente de la delegación chilena y, siendo Presidente del Senado Chile­
no, miembro de su directorio. Sin embargo, el gobierno de la Unidad Popular no estaría
en OLAS, y agregó: «honestamente, la OLAS aquí no ha tenido gran vida».45 La OLAS
apoyaba a las luchas guerrilleras continentales; pero como dijo Allende: “la lucha revolu­
cionaria puede ser el foco guerrillero, puede ser la lucha insurreccional urbana, puede

42 En su primer discurso al Congreso Nacional, el 21 de mayo de 1971, Allende habló de «la vía nuestra, la vía
pluralista, anticipada por los clásicos del marxismo, pero jamás concretada......
43 «Allende habla con Debray», Punto Final, Año V, 16 de marzo, 1971: 60.
44 Ibid.
45 Ibid. 61.

341
ser la guerra del pueblo, la insurgencia como el cauce electoral, depende del contenido
que se le dé”.46
Es decir, el compromiso del gobierno de Allende con la legalidad y con el imperio de
la Constitución y la Ley era, según sus palabras, un asunto táctico. Como los socialistas y
comunistas se autoproclamaban revolucionarios, ese compromiso táctico no debía sorpren­
der a la oposición. Por lo mismo, no podría ser sorprendente que la oposición no diera credibi­
lidad a las declaraciones del Presidente Allende que todo se haría por la vía legal. Menos aún
después del primer año del gobierno, en que los resquicios legales (que eran el uso de una
legislación vigente dictada para otros propósitos y aplicada ingeniosamente a una situación
determinada ampliando su legalidad hasta el límite), se estirarían mucho más allá, dejando
de ser resquicios, al violentar la Constitución y la ley con políticas y proyectos diversos.47
En semejantes condiciones, en las que voceros del gobierno y de la oposición se
autoproclamaban enemigos irreconciliables, no tendrían mucho éxito los sectores de go­
bierno y de la Democracia Cristiana que buscaban restablecer algún referente de acuer­
dos comunes.48 Tampoco se pudo llegar a una tregua medianamente duradera. Como se
decía en el prólogo de la entrevista entre Allende y Debray, pocos meses después del
cambio de mando:
“Lo que es seguro, es que del odio cortés a las hostilidades abiertas, el camino es más
corto de lo que se había pensado por ambos lados, y prevalece hoy día un extraño
estado de tregua, frágil y tenso, que ahora no es exactamente la paz sin que sea todavía
la guerra, y que se puede romper de un momento a otro. El curso de los acontecimien­
tos se acelera a medida que los antagonismos de clase se agudizan, sin que se pueda
prever la forma concreta y el momento del desenlace.
...El país no está lejos de entrar en esa zona peligrosa donde el pueblo está condenado a
ganar o a perderlo todo (al menos en un plazo dado), donde ninguna medida a medias,
ningún pretexto falso le permitirá eludir la alternativa histórica: Revolución o Con­
trarrevolución”.49
En estas circunstancias, el consejero español del Presidente Allende, Joan Garcés,
reconoció claramente que serían las Fuerzas Armadas quienes, definitivamente, tendrían
la última palabra.50 La misma opinión expresaría Roberto Thieme, dirigente de Patria y

46 Ibid: 62.
Uno de los asesores del Presidente Allende, Eduardo Novoa Monreal, escribía y daba charlas públicas
sobre la búsqueda de medidas legales para avalar el programa de la Unidad Popular. Véase «Vías legales
para avanzar hacia el socialismo», Mensaje, N. 197 (marzo-abril 1971): 84-85.
Véase Cristián Gazmuri: «Eduardo Frei Montalva, una biografía» (original) Proyecto Fondecyt 1 971117
Stgo. Chile 1999. ’
49 «Prologo», «Allende habla con Debray», Punto Final, Año V, No. 126,16 marzo, 1971: 4.
50 Joan E. Garcés, El estado y los problemas tácticos en el Gobierno de Allende, Madrid: Siglo Veintiuno, 1974.

342
Libertad en marzo de 1973, señalando que no existía una solución política, sólo se resolve­
ría la situación mediante el canal de las Fuerzas Armadas.51 Allende, a pesar de sus plan­
teamientos contra la guerra civil, no actuaría eficazmente para desarmar o desmovilizar las
diversas milicias partidistas y revolucionarias que entraban en acción. Dijo, no obstante:
“La guerra civil no pueden desearla los trabajadores. Serán ellos siempre los que más pa­
guen, aun ganándola. Serán muchas y muchas vidas de trabajadores las que tendrán que
sacrificarse para ganar una guerra civil”.52
Allende tema razón. Serían las Fuerzas Armadas, bajo la autoridad de la ley de
Control de Armas (Ley 17.768), presentada al Parlamento por el senador
democrátacristiano Juan de Dios Carmona y promulgada por el gobierno de Allende,
quienes se encargarían directamente de allanar las fábricas de los cordones industriales
y las sedes de los grupos políticos, para restablecer el control militar sobre el territorio
nacional, actuando con más energía en los días siguientes al golpe fallido de junio de
1973 (Tancazo).53 Según el fascículo 10 de la serie «Chile bajo la Unidad Popular» publi­
cada por la revista Qué Pasa, en la década de los ‘80:
“Efectivos de la Armada y del Ejército allanaban dos empresas del área social - ENADI,
en Valparaíso, y CCU en Limache- requisando dinamita, bombas molotov, granadas
caseras, armas y municiones. Los trabajadores marxistas del ‘cordón’Vicuña Mackenna
bloqueaban, en una gran extensión, la avenida de ese mismo nombre, como demostra­
ción de fuerza para exigir al Gobierno la inmediata estatización de un centenar de
nuevas industrias tomadas. Una acción similar ocurría en el ‘cordón’ Cerrillos y el
dirigente mirista Víctor Toro explicaba que la estrategia servía ‘para demostrar hasta
dónde llega la fuerza de los trabajadores’. ...en Punta Arenas las Fuerzas Armadas
llevaron a cabo, el 6 de agosto, una nueva aplicación de la Ley de Control de Armas,
allanando la estatizada Lanera Austral. Murió ahí de un balazo el obrero Manuel
González Bustamante, quien desobedeció una voz de ‘alto’. Ello tendría insospechadas
consecuencias, desencadenando ataques en masa desde la Unidad Popular contra los
institutos castrenses”.54

51 Citado en Chile Hoy, Año I, N. 39, semana del 9 al 15 de marzo de 1973:9.


52 Salvador Allende ante el Plenario de Federaciones de la Central Única de Trabajadores, 25 de junio de
1973, al explicar por qué decidió emprender negociaciones con la Democracia Cristiana.
53 «Chile bajo la Unidad Popular», fascículo 10, (25-31 agosto, 1983) Que Pasa enumera los allanamientos
que empezaron en DINAC (Valparaíso, 8 de julio de 1972) y se extendían a fábricas, poblaciones CORVI,
industrias estatizadas y hasta el Cementerio Metropolitano (Ochagavía) en busca de armas, municiones y
explosivos.
54 «Vuelve la ley ‘tuerta’: Sangre en Punta Arenas», en ibid: 10-11.

343
A pesar del rechazo de una eventual guerra civil, los principales líderes de la
Unidad Popular y de la oposición no parecían creer en la posibilidad de una reconcilia­
ción a la chilena, una transacción pragmática que evitara la ruptura. El lenguaje bélico se
convertiría en confrontaciones sangrientas.
Para Allende y su generación de políticos de izquierda, forjada en el Frente Popular
y con la memoria casi siempre pendiente de la guerra civil en España, evitar la guerra civil
tema referencias concretas y dolorosas. Lo tenía también para las Fuerzas Armadas: la
guerra civil de 1891, la sublevación de la Escuadra en 1931 y la Revolución Cubana en 1959,
con el fusilamiento de numerosos militares cubanos al caer Fulgencio Batista. Con la visi­
ble presencia desde 1970 de consejeros, asesores y expertos militares y de inteligencia
cubanos, existía una amenaza implícita de una eventual «victoria revolucionaria».
Los militares chilenos querían evitar divisiones internas. Por eso, reaccionarían
implacablemente a los intentos de sectores de izquierda de fomentar indisciplina y sedi­
ción dentro sus filas. El socialista Carlos Altamirano abogaba por la infiltración de las
Fuerzas Armadas, proclamando a la vez que: “no somos nosotros los que queremos desen­
cadenar una lucha fratricida, como en el año [ 18]91 ”,55 Sin embargo, Altamirano declara­
ría en enero de 1973, que la lucha de clases existente era irreconciliable, que no había
lugar para conciliación ni coexistencia. Agregó que la lucha terminaría sólo cuando una
de las clases en lucha asumiera el poder total.56 A esta declaración, ¿de qué manera
podrían responder las Fuerzas Armadas y de Orden? Para el Ejército, la guerra civil de
1891 había sido devastadora. El Ejército se había dividido internamente en sus lealtades
y sus generales más destacados fueron derrotados por un ejército reclutado entre los
mineros del norte por los «constitucionalistas».
Ni los oficiales del Ejército ni Altamirano se desentendían de las referencias que se
hacían al conflicto de 1891. Cuando en septiembre de 1973, las Fuerzas Armadas llegaron a
derrocar al gobierno de la Unidad Popular, de acuerdo a sus declaraciones habría sido en
gran parte para evitar la guerra civil y para “restaurar el consenso nacional”.57 No habría
una repetición de 1891; esta vez el Ejército y la Marina se mantendrían unidos. Para la
derecha tradicional y para sectores mayoritarios de la Democracia Cristiana, tampoco ha­

Declaración de la conmemoración del trigésimo aniversario de la fundación del Partido Socialista, citado
en Breve Historia de la Unidad Popular, Santiago: Editorial Lord Cochrane, 1974:181.
Discurso publicado en Posición, Núm. 37,18 de enero de 1973. Véase también la entrevista con Altamirano
en Punto Final, Núm. 177, febrero de 1973 en que se le preguntó si una confrontación armada era probable,
posible de evitar o inevitable. Contestó: «inevitable».
Julio Canessa Robert y Francisco Balart Pérez, Pinochet y la restauración del consenso nacional, Santiago:
Impreso Geniart, 1998; José Toribio Merino C., Bitácora de un almirante, Memorias, Santiago1 Editorial
Andrés Bello, 1998:178-226.

344
bía como reconciliarse con las actuaciones de los grupos armados de izquierda y las procla­
mas maximalistas de ciertos sectores del gobierno de la Unidad Popular. Los tres años del
gobierno de Allende tendrían el carácter de una tragedia griega. Casi nadie quería llegar
al fin que parecía inevitable, pero, a la vez, las partes jugarían sus papeles como si éstos
formaran parte de una predestinación ineludible.
Interpretando esas circunstancias en términos militares, sin embargo, el general (r)
Julio Canessa Roberts y Francisco Balart Páez, son menos dramáticos: “Allende tenía el
mismo defecto de Lenin: era un estratega mediocre y un pésimo táctico. ...Salvador Allen­
de creía tener las condiciones de un buen capitán, alimentando sus infantiles sueños
revolucionarios en la experiencia castro-guevarista, pero en realidad era una nulidad
desde el punto de vista táctico, como lo demostró al perder el control de sus huestes en la
fase de asalto al poder total y al encerrarse en La Moneda el 11 de septiembre de 1973”.58
No es casual que Canessa y Balart usaran metáforas militares; para ellos el país había
estado en una guerra de baja intensidad durante el gobierno de Allende. Aún más enfáti­
co al respecto es Luis Heinecke Scott:
“Al 11 de septiembre de 1973 Chile se hallaba en estado de Guerra interna. Las guerras
civiles nunca se han declarado formalmente (Ya tampoco, sucede así con las guerras
internacionales). Pero ésa era la situación, aunque ahora [1992] los marxistas se hagan
los desentendidos con el asunto, y pidan el texto del decreto con el cual Salvador Allende
pronunció oficialmente la guerra civil contra los chilenos que no compartían su voca­
ción suicida. Hecha más que evidente la violencia armada, toda doctrina jurídica natu­
ral admite el derecho de rebelión.
Carlos Altamirano (¡tan olvidado él, en estos tiempos que corren!) había fijado con
claridad la posición de su bando bélico: ‘Es una guerra no declarada. Un Vietnam
callado, como dijera el compañero Salvador Allende’ (10.1.1973). ‘El Pueblo está en
condiciones de incendiar y detonar el país desde Arica a Magallanes, en una heroica
ofensiva’ (12.7.1973).
¿ Tenía algo de extraño, inaudito o insólito que el resto de Chile contestara, por boca de
uno de sus dirigentes?:
‘El gobierno ha declarado la guerra a la democracia chilena.
La guerra es la guerra. Nosotros sabremos responderles’.
(Senador Renán Fuentealba, presidente del PDC, en Ercilla 18/24.4.1973).

58 Canessa Robert y Balart Pérez, (1998): 167-68.

345
X ‘en la guerra, como en la guerra’, reza el sabio refrán, que los desmemoriados no
recuerdan. Los cirujanos, pues, fueron las FEAA., ‘y el pueblo solicitó su intervención
insistentemente, estruendosa y heroicamente’. Más no cabe agregar”.59
En contraste con estas visiones de Canessa, Balart y Heinecke Scott, Allende nun­
ca se imaginó a sí mismo como estratega ni táctico militar, ni distinguido teórico político,
sino solamente como líder político socialista. Nunca se había preparado para la guerra ni
tampoco para un escenario político como ese. Si Altamirano y Miguel Enríquez hubieran
tenido razón respecto a la inevitabilidad de una ruptura violenta, Allende no era el diri­
gente indicado para hacer la revolución socialista en Chile. En cambio, Allende habría
sido tal vez un líder idóneo para una transformación socialdemócrata (o cualquiera fuese
el nombre que se le diera) precisamente por su carisma y su manejo del “estilo chileno”,
basado en las negociaciones con la oposición en el ámbito privado, en reuniones en su
casa o en las casas de otros, con y sin vino o whisky. Su joie de vivre, su experiencia parla­
mentaria, su excelente dominio de la vía chilena, que se resumía en el pragmatismo
principista y su compromiso de casi medio siglo para mejorar la vida de los sectores
pobres y asalariados de Chile. Allende, en el papel de un Aguirre Cerda moderno, tal vez
habría tenido éxito.
Para agravar la situación, Carlos Altamirano, Miguel Enríquez y muchos otros lo
empujarían hacia la confrontación y la ruptura. Ya en 1977, cuatro años después del gol­
pe militar, Altamirano escribiría: “Intentar transitar el camino político institucional sin
tropiezos hasta alcanzar el objetivo final, era sólo una ilusión, una frágil ilusión”.60 Si
hubiera sido definitivamente así, es imposible afirmarlo, pero sí, está claro, que intentar
infiltrar a las Fuerzas Armadas, llamar a la desobediencia de la tropa, atacar retenes de
Carabineros y cuarteles militares, no cabía dentro del modelo proclamado por Allende.
La importación de armas para una guerrilla chilena; el desafío abierto e insultante a las
Fuerzas Armadas; y “la tarea de preparar a las masas para la lucha armada; de articular
un sistema defensivo; de crear aparatos paramilitares; de infiltrar y dividir a las Fuerzas
Armadas”61, emprendida por dirigentes miristas y algunos dirigentes socialistas y

Luis Heinecke Scott, Chile, Crónica de un asedio, LH, Juicio a la UP, Santiago: Sociedad Editora y Gráfica
Santa Catalina, 1992: 38-39. Negrilla en el original. El autor ofrece un anexo, «Listado ejemplar de he­
chos de violencia acaecidos durante el período de la Unidad Popular» (pp. 40-52), empezando con el
hecho (13 de noviembre) de que «8 miembros del MIR fueron dejados en libertad luego que el Ministerio
del Interior se desistiera de las querellas en su contra. Entre los liberados figuraban destacados líderes
miristas como Andrés Pascal Allende». También figuran en la lista de hechos de violencia los indultos
presidenciales de 43 «jóvenes de extrema izquierda» (4 enero, 1971) y el asilo político concedido a extran­
jeros izquierdistas de Solivia, Brasil, México, Uruguay y otros países.
Altamirano (1977): 67.
Altamirano (1977): 73.

346
mapucistas, tampoco cabía dentro del modelo. Eran acciones que fueron haciendo pro­
gresivamente que «la vía chilena» fuera un intento imposible.
Para otros líderes y militantes, que creían verdaderamente en la posibilidad de una
vía democrática y legal hacia el socialismo, eran los extremistas los que “empujaron los
sucesos hacia un destino impracticable, incompatible con las condiciones históricas exis­
tentes».62 Sin embargo, como insistiera el ex-Ministro de Allende, Sergio Bitar: “el golpe
de Estado no estuvo predeterminado y, por eso, el colapso no era inevitable. ...No queda
duda que el proceso fue viable al comienzo”.63 Como se ha dicho, no sabremos nunca si
Bitar tema razón, pero si sabemos que hubo dirigentes políticos, sindicalistas, pobladores,
campesinos y muchos otros que creyeron sinceramente en la posibilidad de un socialismo
democrático. Sus sueños y sus vidas también se jugaron por el proceso político de la Uni­
dad Popular y en la ruptura de 1973 y sus secuelas. Por todos lados y en todos los bandos las
utopías antagónicas se cruzarían el 11 de septiembre de 1973. Aquellos sueños cruzados,
después de diecisiete años de dictadura, dejarían un país traumatizado.

La Iglesia y la vía chilena hacia el socialismo

El programa de la Unidad Popular y las escisiones en el Partido Demócrata Cris­


tiano provocaron conflictos importantes dentro de la Iglesia Católica. El Cardenal Raúl
Silva Henríquez y el Comité Permanente del Episcopado quisieron evitar que la Iglesia
fuera vista por el gobierno como obstruccionista o antagonista, llegando hasta a solidari­
zar con la parte del programa de la Unidad Popular que promovía la justicia social y la
transformación de las estructuras e instituciones arcaicas. La Iglesia, por otra parte, man­
tenía su compromiso con «la democracia» y el pluralismo, rechazando el «totalitarismo»,
fuera de izquierda o derecha. Con esta postura, se hizo blanco de los dardos anticomunistas
y anti marxistas de la derecha igual que de la extrema izquierda.
Los sectores católicos dentro de la Unidad Popular, tanto del MAPU como de la
Izquierda Cristiana, se identificaban con el compromiso de la Segunda Conferencia Ge­
neral del Episcopado Latinoamericano en Medellín. Rechazaban el capitalismo y se com­
prometieron con la creación de una sociedad socialista. Después de la «Declaración de
los Ochenta» en abril de 1971 (ochenta sacerdotes que fundamentaban su opción socia­
lista «en los males que ha engendrado la sociedad capitalista»), emergió [en 1972] el
grupo llamado «Cristianos por el Socialismo».64 La «Declaración de los Ochenta» y las

62 Sergio Bitar, Chile. Experiment in Democracy, Philadelphia: ISHI, 1986: xii. (Traducción de los autores).
63 Ibid: xiii.
64 Luis Pacheco Pastene, El pensamiento sociopolítico de los obispos chilenos, 1962-1973, Santiago: Editorial
Salesiana, 1985:115.

347
actuaciones posteriores de los sacerdotes comprometidos provocaron las más variadas
respuestas dentro de la Iglesia y desde los partidos políticos de gobierno y de oposición.
Desde los sectores más conservadores se denunciaba la infiltración marxista en la Iglesia.65
En este contexto, la vía chilena hacia el socialismo amenazaba con profundizar y
agitar divisiones doctrinales e institucionales dentro de la Iglesia. En septiembre de 1972,
el Obispo de Talca Monseñor Carlos González, dijo: “es fácil constatar una creciente ato­
mización de la Iglesia en pequeños grupos en que las decisiones se toman sólo en el
ámbito de la conciencia individual...”.66 Los obispos y el Cardenal trataban de manejar
las diferencias sin fuertes medidas de sanción, no obstante la creciente polarización de la
«familia católica».
Con todo, el Episcopado se esforzaba para mantener no sólo una unidad aparente
frente los procesos políticos que sacudían al país. De hecho, la Iglesia se mantuvo como la
única instancia en el país que buscaba, de manera consistente, «reunir a la familia chile­
na». Esta temática tradicional en tiempos de crisis, fue rescatada por la Iglesia cuando ya
ningún partido político parecía acordarse de este recurso subjetivo moral. Aun más que
las Fuerzas Armadas, la Iglesia sería y se mantendría explícitamente en un rol de cuidadora
de la Patria de todos, a pesar de las divisiones internas que la afligían y que dejarían al
país destrozado.67
Desde la Navidad de 1971, voceros de la Iglesia exhortaban a salvar la democra­
cia, mediante la paz y la justicia. Sobre todo se inspiraba en imágenes de la Patria unida,
la familia chilena y los llamados a la conciliación. El mensaje de Navidad de los obispos
en 1971 señalaba:
“...¿no parece que fuéramos como dos pueblos? ¿No se insinúa la imagen de una patria
dividida en bandos cada día más inconciliables? ¿No crecen, también diariamente, en
medio de una espiral de odio y de violencia, la enemistad y ‘el muro que nos separa’? ¿Y
no tendemos a miramos cada vez más como ‘forasteros’ y extraños, y aún enemigos?”.68
Los obispos llamaron a buscar un consenso que permitiera a todos vivir juntos en
un país más justo, con más libertad, sin violencia: “No puede haber paz impuesta por
cualquier forma de prepotencia o atropello a la libertad”.69

65 Las denuncias más fuertes surgieron de la Sociedad Chilena de Defensa de la Tradición, Familia y Propie­
dad (TFP) que acusaba al Cardenal Raúl Silva Henríquez de simpatías comunistas y de ser partidario de
Fidel Castro. Véase Teresa Donoso Loero, La Iglesia del silencio en Chile, Santiago: TFP, 1976.
Copia mimeografiada de la carta titulada «Obispo de Talca se opone a candidatura de sacerdotes», 12 de
septiembre de 1972:1-2. Citado en Donoso Loero (1975): 179.
Para un historia breve de los cristianos por el socialismo, la reacción del episcopado y de otros grupos e
individuos dentro de la Iglesia véase a Pacheco (1985): 132-68.
68 «Si quieres la paz, trabaja por la justicia», Mensaje de Navidad, diciembre de 1971, citado en Pacheco
(1985): 216-217.
69 Ibid: 217.

348
En abril de 1972, mientras la situación política y económica empeoraba, los obis­
pos exhortaron nuevamente a los chilenos a que “oren incesantemente por la Patria en
esta hora difícil. No nos hundamos en el caos, el odio y la miseria. La hora es grave, y no
puede estirarse mucho más el hilo que aún une a las dos partes del país, sin consecuen­
cias irremediables. ...Intentemos juntos un ‘camino a la felicidad’”.70
Con el paro de los camioneros en octubre de 1972, que prácticamente paralizó al
país y lo llevó al borde de la ruptura, un grupo de obispos expresaron al Presidente Allen­
de su preocupación e hicieron un llamado público a la concordia y al entendimiento entre
los chilenos.71 Para la Navidad de 1972 proclamaron los obispos: «La paz es posible».72 Y,
a pesar de su oposición a aspectos del proyecto de la Escuela Nacional Unificada
anunciado por el gobierno en marzo de 1973, los obispos de las Diócesis de Santiago
llamaron, en una Carta Pastoral de junio 1973, a “buscar más lo que nos une y no lo que
divide. Nos parece necesario servir más a los hombres concretos, con nombres y rostros,
antes que jugar con definiciones o palabras. Valen más los hombres que los sistemas;
importan más los hombres que las ideologías».73
Los obispos casi se habían convertido en un «partido» de centro, buscando por
todos los medios persuasivos salvar el país de la tragedia que se avecinaba. Los partidos
ideologizantes habían reemplazado al pragmatismo y a las modalidades de conciliación
que, históricamente, evitaban el quiebre del sistema político. El Partido Radical, eje de
las transacciones políticas desde 1932 se había dividido y su influencia se había erosionado,
quedando en el “centro” un partido más doctrinario como era la Democracia Cristiana.
No obstante, cuatro semanas después ocurriría un golpe fallido, el llamado «tancazo»
(29 de jimio). Allende reaccionó, instruyendo a los trabajadores para tomarse las fábricas,
salir a la calle y defender al gobierno. Siguieron nuevos intentos de diálogo entre el gobier­
no y la Democracia Cristiana, pero la DC había puesto condiciones: un gabinete con presen­
cia institucional militar, la promulgación de la reforma constitucional que definiría las
áreas de propiedad, la desmovilización y desarme de las milicias y guerrillas, y la devolu­
ción de las industrias «tomadas», condiciones que no podían ser aceptadas por Allende, ni
menos implementadas aunque las aceptara, dada la resistencia del Partido Socialista, el
MAPU, el MIR y la creciente belicosidad en los cordones industriales y en el campo.
El 16 de julio, la Iglesia, es decir, el Cardenal Silva a nombre del Episcopado,
pidió nuevamente a los chilenos cordura y concordia para evitar el peligro de una guerra

70 «Por un camino de esperanza y alegría» Santiago, 11 abril de 1972, citado en ibid: 218-219.
71 «Pedimos un Espíritu Constructivo y Fraternal», 21 de octubre de 1972, citado en ibid: 227.
72 «La paz es posible», Mensaje de Navidad del Comité Permanente del Episcopado de Chile, Santiago, 24 de
diciembre de 1972.
73 «Sólo con amor se es capaz de construir un país», Carta Pastoral obispos Diócesis de Santiago, Io de junio
de 1973.

349
civil. Dijo: “Debemos buscar una forma chilena, creadora, de establecer la fraternidad
nacional que nos transforme en una sociedad moderna y progresista”.74 El Partido Comu­
nista, con un sentido de realidad más agudo que algunos de sus aliados dentro del gobier­
no, respondió positivamente al llamado del Cardenal. También fue el caso del senador
demócratacristiano, Renán Fuentealba. El Primado chileno le replicó al secretario gene­
ral del Partido Comunista:
“Tengo fe, señor senador, en la rectitud, en el buen sentido y en el patriotismo de los
dirigentes políticos chilenos y estoy seguro que no solamente manifestarán su confor­
midad verbal con nuestra esperanza de reconciliación nacional, sino que darán los
pasos necesarios para restablecer el diálogo perdido, el ‘desarme de los espíritus y de las
manos’ y lograr, tanto desde el Gobierno como desde la oposición, el consenso necesario
para que el anhelo de justicia y paz de nuestro pueblo no sea frustrado por pequeños
intereses de grupos o partidos, existentes en unos y otros”.75
El 24 y 25 de julio fracasaron las conversaciones entre el gobierno y la Democra­
cia Cristiana; el 25, el gremio de camioneros inició otro paro nacional. Allende se vería
obligado a llamar a los militares de nuevo al gobierno para restablecer el orden. Se formó
otro gabinete cívico-militar.
En los meses siguientes, el Cardenal Silva no dejaría de buscar una salida, una
manera de evitar el baño de sangre que todos ahora predecían, pero que nadie parecía
creer realmente. Sin embargo, la Iglesia no pudo reemplazar al centro político erosionado
y no pudo prevenir el quiebre a pesar de los llamados a la concordia y al patriotismo, a
pesar de ser los obispos, tal vez, la única voz consistente y decidida a favor de la reconci­
liación política hasta el 11 de septiembre de 1973, antes de que corriera la sangre
Por otra parte, diversos grupos de católicos insistirían en que lo que había hecho
la Iglesia y el Cardenal Silva era “prolongar los días del gobierno inmoral, proponiendo el
diálogo y la tregua”.76 Aquellos católicos insistieron que nunca podría haber reconcilia­
ción entre la verdadera religión católica y el marxismo, manifestación de la obra de Satán
en este mundo. Nunca existiría reconciliación entre «el mal» y Dios.

«Hechos» en la vía chilena.

Los mil días de la Unidad Popular han sido historiados como ningún otro período.
Historiadores, periodistas, políticos de todos los bandos, el ex-embajador de Estados

74 «La paz de Chile tiene un precio», Exhortación del Comité Permanente del Episcopado de Chile, Santia­
go, 16 de julio de 1973. Festividad de la Virgen del Carmen.
75 El Mercurio, 21 de julio de 1973, citado en La Iglesia del silencio.... (1976)' 212
76 Ibid: 218.

350
Unidos en Chile, el consejero español del Presidente Salvador Allende, entre centenares
si no miles de escritores han descrito, analizado y pormenorizado los sucesos principales
entre 1970 y 1973. Varios políticos de todos los sectores, militares, dirigentes sindicales,
presos políticos, víctimas de tortura y exiliados han escrito memorias sobre la época. Un
ex- embajador de Estados Unidos en Chile, Nathaniel Davis escribió, en el prefacio del
libro sobre su experiencia durante los últimos dos años del gobierno de la Unidad Popu­
lar, que “demasiadas de las investigaciones recientes sobre el gobierno de Allende se han
escrito por izquierdistas gritando sus consignas, por liberales quienes no pueden encon­
trar mal alguno en Allende ni nada bueno de sus enemigos, por conservadores, que piensan
que la distinción entre «autoritarianismo» y «totalitarianismo» justifica a Pinochet, y por
derechistas quienes ven sólo la ‘amenaza roja’”.77 Habría que sumar a los escritores
identificados por Nathaniel Davis, aquellos que veían las manos de la Unión Soviética, de
Cuba, de Corea del Norte, de la «izquierda terrorista internacional», de los Estados Unidos
y de la CIA como factores centrales en el desenlace de la tragedia chilena. También a la
Comisión Especial de Consulta Sobre la Seguridad, de la Organización de los Estados Ame­
ricanos (OEA) que emitió un informe detallando la derrota del «proceso marxista leninista
en Chile».78
Para nuestra historia de la vía de reconciliación, ofrecemos un esqueleto históri­
co, como en los otros capítulos, sin intentar una historia minuciosa, que en todo caso se
puede encontrar en múltiples versiones de la experiencia conflictiva que fue el gobierno
de la Unidad Popular, aunque vista mediante lentes totalmente opuestos y antagónicos.79
Lo que sí tiene importancia para entender la relación entre la experiencia de la Unidad
Popular y la historia de la vía de reconciliación chilena, es que hasta los «hechos» políti­
cos más concretos siguen siendo vistos desde perspectivas encontradas y contradictorias.
Tan conflictiva, eufórica y esperanzadora, tan amenazante y odiosa, tan traumatizante
sería en su desenlace la experiencia del gobierno de la Unidad Popular, que casi no se
puede hacer una cronología del período, en palabras que no resuciten los antagonismos

Nathaniel Davis, The Last TwoYears of Salvador Allende, Ithaca: Cornell University Press,1985: xiii.
Secretaria General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Comisión Especial de Consulta
Sobre la Seguridad, Contra la acción subversiva del comunismo internacional, El proceso marxista-leninis-
ta en Chile, Estudio preparado por la CECS en su vigésimo primer período de sesiones extraordinarias, 29
marzo, 1974, OEA/Ser.L/X/11.36.
Entre las versiones más polémicas, de distintos bandos, véase: James R. Whelan, Out of the Ashes: Life,
Death, and Transfiguration ofDemocracy in Chile, 1833-1988, Washington, D.C. 1989; Joan Garcés, Allende y
la experiencia chilena, Barcelona: 1976; Eduardo Novoa, ¿Vía legal hacia el socialismo? El caso de Chile,
Caracas, 1978; James Petras y Morris Morley, The United States and Chile: Imperialism and the Allende
Government, New York: 1975; Breve historia de la Unidad Popular, Documento de «El Mercurio” Santiago:
Editorial Lord Cochrane, S.A., 1974 (contiene «hechos» relevantes bajo la forma de una cronología de
prensa); Heinecke Scott, HI (1992).

351
de la época. Como ha escrito el sociólogo Tomás Moulián, “fue una época alimentada por
una pasión romántica y retórica, con esperanzas desmedidas e inflación discursiva. Esto
último era más profundo que la simple palabrería. Se trataba de creencias desorbitadas,
surgidas de la esperanza prometeica de construir un paraíso terreno”.80
Para unos un «paraíso terreno», para otros un facsímil demasiado cercano al infier­
no. De nuevo, como era el caso de la historiografía y del periodismo en otros momentos de
crisis, había versiones cruzadas y sesgadas de los «sucesos». Esta ideologización de la histo­
ria se reflejaba hasta en los temas de los índices de los libros del período. La lucha política
era también una lucha para construir una verdad oficial. Dadas las visiones antagónicas,
sin embargo, no era posible, como no había sido posible en el caso de los historiadores
conservadores y liberales del siglo XIX.
A modo de ilustración se reproduce (1) el índice del libro escrito por Jaime Ruiz-
Tagle P., Poder político y transición al socialismo (Caracas: septiembre, 1973, con un prefa­
cio fechado el 3 de septiembre, 1973 por el Director de la revista Mensaje, Hernán Larraín
Acuña, S.J.); la lista de títulos de capítulos del libro escrito por Emilio Filippi y Hernán
Millas, Anatomía de un fracaso, La experiencia socialista chilena (Santiago: Zig Zag, no­
viembre, 1973); (3) un resumen de los «sucesos» enumerados en los fascículos de la revis­
ta Que Pasa, en los que, diez años después del derrocamiento del gobierno de Presidente
Allende, se pretendía condensar la historia de «Chile bajo la Unidad Popular» y (4) el
índice del libro del líder socialista, Carlos Altamirano, Dialéctica de una derrota (México:
Siglo XXI Editores, 1977). Obviamente no se intenta reproducir todo el contenido de
estos libros y los fascículos, sino demostrar que entre los titulares de las portadas y los
índices de algunos ejemplares se puede discernir fácilmente la mirada desde la cual se
visualiza «la(s) historia(s)» de la Unidad Popular:81

Tomás Moulián, «Un desvarío fascinante», en suplemento especial de La Nación, 5 de septiembre de 1993:16.
Este proceso de escribir distintas historias de la Unidad Popular no ha terminado todavía como lo ejemplifica
la serie de fascículos publicado por Gonzalo Vial en el diario La Segunda en 1998-1999 y las historias
alternativas en preparación de historiadores de corrientes más bien de izquierda. Ver Sergio Grez y Gabriel
Salazar (compiladores) Manifiesto de historiadores Santiago, LOM 1999. En los casos incluidos aquí, el
trabajo de Ruiz-Tagle representa la posición «progresista»- crítica de Mensaje; el de Millas y Filippi de El
Mercurio y los grupos de derecha que se opusieron a la Unidad Popular; y el de Que Pasa (1983) de una
derecha en renovación, pero sitiada por los sucesos amenazantes del momento, y por lo tanto, tratando de
recordarles a los lectores «lo terrible» que había sido la Unidad Popular. El trabajo de Carlos Altamirano,
publicado en 1977, antes de su «cambio de rumbo», representa a la izquierda derrotada, pero no acabada,
ya que termina el libro llamando a una estrategia revolucionaria continental. Tal vez la historia más
sesgada del período sea la de Heinecke Scott (DI, 1992). Se divide en capítulos con los siguientes títulos:
Destrucción de la Patria; Destrucción de la soberanía y la seguridad; Destrucción de la democracia; Des­
trucción del derecho; Destrucción cultural; Destrucción de la economía; Destrucción de la sociedad’.

352
Indice, Jaime Ruiz-Tagle P. (septiembre 1973)

Poder político y transición al socialismo


La elección de Allende
De la reforma industrial al conflicto de poderes
Tensiones de la Unidad Popular
Elecciones, economía y cambio social
¿Una nueva política económica?
‘A tres bandas’ y la libertad de expresión
Vía legal y transición al Socialismo
Una extraña lucha de clases
El viaje de Allende y la independencia nacional
La experiencia chilena frente las elecciones
Las elecciones parlamentarias: Un desempate sorprendente
El trasfondo del reajuste
Huelga en ‘El Teniente’
Violencia y guerra civil
Las Fuerzas Armadas y el Poder Popular
Los obispos, el Diálogo, la ‘vía chilena’
Algunos problemas de la transición al Socialismo

Los capítulos del libro de Jaime RuizTagle reunían una serie de artículos que apa­
recieron en Mensaje durante los años 1972 y 1973. Decía el autor que no pretendía ser
ideológicamente neutro y que el libro representaba una posición de «apoyo crítico»al go­
bierno de Allende, que era la posición «básicamente de Mensaje». El libro empezaba con la
afirmación que en un proceso revolucionario, “el problema del poder... es el problema cen­
tral. Así lo afirmaba Lenin, así lo han entendido los dirigentes e ideólogos de la Unidad
Popular en el proceso chileno. ...Para la izquierda chilena la tarea fundamental consiste en
determinar cómo utilizar el gobierno para llegar al poder”.82 Desde esta perspectiva habría

82 Jaime Ruiz-Tagle P., Poder político y transición al socialismo. Tres años de la Unidad Popular, Caracas: ILDIS,
septiembre 1973: 5. Este libro es una especie de historia en proceso a la que se agregó un artículo publi­
cado por el autor en la revista Etudes y una introducción, más una bibliografía amplia sobre el proceso
chileno desde 1970. El libro tuvo como base muchas entrevistas con los ministros, ex ministros, parlamen­
tarios, dirigentes políticos y sociales.

353
que entender las etapas que Ruiz-Tagle hizo capítulos en su historia de la Unidad Popular,
la que terminaba antes del golpe del 11 de septiembre. Ruiz-Tagle enfocó el esfuerzo de los
obispos chilenos para evitar la catástrofe, citando a un articulista en Le Monde (París):
“Cabe preguntárseles posible...En todo caso es seguro que si la Unidad Popular se quie­
bra, será porque algunos no han respetado la ‘vía chilena’ el camino del consenso, la voz de
la mayoría. Con su intervención, los Obispos han contribuido a que la Unidad Popular sea
consecuente con su propio proyecto”.83 Ruiz-Tagle cuenta la historia del fracaso de la Igle­
sia y de los sectores progresistas de la Democracia Cristiana con otros grupos de centro,
para impedir que los sectores más revolucionarios de la Unidad Popular y la extrema iz­
quierda se salieran de “la vía chilena, provocando la polarización y endurecimiento de la
derecha y la Democracia Cristiana liderada por el ex-Presidente Frei. También que, en
algún momento, sectores de la derecha y de la Democracia Cristiana estaban realmente
dispuestos al diálogo. Pero como lo dice Ruiz-Tagle, el diálogo en el Congreso había
perdido su sentido “porque quienes podrían dialogar ahí han olvidado una parte de su
programa: la UP por su tendencia a apartarse de la vía chilena mediante el uso excesivo de
‘resquicios legales’ y la DC por el olvido de sus proyectos de cambio social. El distancia-
miento se ha acentuado en tal forma, que se ha llegado al borde de la guerra civil. Entonces
- como dos sonámbulos que despiertan en la comisa de un alto edificio- han visto que si no
se tienden la mano caerán al vacío. Pero ninguno de los dos quiere hacer el primer gesto,
para no manifestar su debilidad. Hace falta que se aproxime alguien que inspire confianza
y una las manos; ese ha sido el rol del Cardenal. Sin ese gesto la historia de Chile pudo
haber seguido un camino de sangre”.84 Es una versión de la tragedia chilena, escrita antes
que corriera la sangre de veras. Una versión todavía esperanzada, aun en septiembre de
1973, por la posibilidad de la reconciliación mediante el diálogo, que podría haber sido
posible dada la confianza inspirada por la Iglesia y el Cardenal Silva.
Otra cosa es el libro de Hernán Millas y Emilio Filippi, abundantemente ilustrado.
Es la historia de un gobierno y un Presidente Allende que «se dejó llevar por la idea propia
y de sus asesores de que, con maquiavelismos, se podía alcanzar el poder total, aunque le
costase sufrimiento, hambre y miseria a la población, y aunque con ello dejase hacer a los
deshonestos que, en nombre del pueblo, distraían fondos públicos en su propio beneficio».
Aquí no se encuentra un Allende con quien habría sido posible reconciliarse, sino al revés,
un Allende que formalmente «mantenía el sistema democrático, pero en el hecho lo atrope­
llaba. ...Si no hubiese sido por la dualidad con que actuó la Unidad Popular, ciertamente
jamás habría ganado las elecciones. Y Chile se habría evitado tres años de desastre».85

83 Ibid: 152-53.
84 Ibid: 151-52.
Hernán Millas y Emilio Filippi, Anatomía de un fracaso, La experiencia socialista chilena, Santiago: Zig Zag
1973:6. (Tercera Edición, 1999).

354
Indice de Millas y Filippi, 1973

Anatomía de un Fracaso
El amanecer del martes 11
Tres años antes
‘No soy el presidente de todos los chilenos’
Odio y violencia
Los campos devastados
La toma de las industrias
Los bultos cubanos
La visita de Fidel Castro
Marcha de las cacerolas
Ofensiva contra el poder judicial
El paro de octubre
De las JAP a la ENU
Los cambios de ministros
Violencia en las calles
Los escándalos de la UP
El Plan‘Z’
Los últimos días
Después del martes 11

El libro, cuya segunda edición de 50.000 ejemplares salió en noviembre de 1973,


terminó con una advertencia: “Los grupos extremistas no han sido liquidados y el operativo
militar deberá continuar hasta lograrlo”.86 También contaba a sus lectores: “La autopsia de
Allende revelaría que había bebido. Y se encontraron semi vacías algunas botellas de whis­
ky Chivas Regal”.87
¿Cómo entender esta historia de la Unidad Popular dentro de una perspectiva de
reconciliación política? Parece que no había manera de llegar a algún acuerdo que pudiera
ser respetado con gente “maquiavélica”, un presidente que tomaba whisky en pleno bom­

Ibid: 159.
Ibid: 17.

355
bardeo de la Moneda, enfrentado a la traición de un general en el que confiaba. Un general
que juró lealtad y que, sin embargo, llegó a encabezar el pronunciamiento militar, cuyo
resultado se expresó en un comunicado del General Javier Palacios: «Misión cumplida.
Moneda tomada. Presidente muerto».88
Diez años después, otra «historia» de los años de la Unidad Popular salió en una
serie de fascículos de la revista Que Pasa. El país estaba afligido por las «protestas», había
problemas económicos y una resistencia creciente a la dictadura militar. La serie de fascí­
culos comenzó casi un mes después de la primera protesta de mayo de 1983; el último
fascículo, salió con el N. 648 de la revista (8-14 septiembre, 1983), con el titular «El 11
minuto a minuto». La primera página del primer fascículo (N. 637,23-29 junio,1983) lleva­
ba el título: «4 de septiembre a 24 de octubre, 50 días para caer en el marxismo: Frei se
acoquina, Alessandri se retira. La Junta demócrata cristiana, Viaux y el crimen de Schneider».
“Chile Bajo de Unidad Popular» (1)
El plan Frei; El caso Schneider; Las angustias de la DC y el Presidente Allende índice:
Los tres candidatos; 50 días para caer en el marxismo; Estados Unidos contra Allende:
‘primera’ y ‘segunda’ vías; muerte del Comandante en Jefe; un histórico 4 de noviem­
bre; Chile y el mundo; Testimonio: Pablo Rodríguez
«Chile bajo la Unidad Popular» (2)
Chonchol y el campo desbordado; Allende y su G.A.P.; Chonchol arrasa el campo; Eufo­
ria U.P. en abril índice: un ministerio «popular»; Violencia y votos: Allende y la violen­
cia, el caso de Amaldo Ríos, la marcha del desorden, los Tribunales en jaque; la oposi­
ción: nacionales y demócrata cristianos; Reforma agraria: ‘rápida, drástica, masiva...’
y también sangrienta e ilegal; El affaire del cobre; Estatizando a toda máquina; Testi­
monio: Mario Amello; Chile y el mundo.
El último párrafo del fascículo (2) que llega hasta abril de 1971 dice: “En Chile,
en medio del desconcierto y temor que están provocando las ‘tomas’ y las estatizaciones,
dos avisos llaman la atención de los ciudadanos: ‘Chileno, no estás solo, la DC es tu respal­
do’, recordaba el Partido Demócrata Cristiano. El Partido Nacional llamaba, también a
página completa de El Mercurio: «Póngase firme junto a un partido firme»”.89
El siguiente fascículo, el número 3, tiene en la portada tres titulares: «Muerte en
el campo: Jorge Baraona; Muerte en la ciudad: E. Pérez Zujovic»90; «Avanza la aplanado­

Ibid: 20.
«Chile bajo la Unidad Popular», Qué Pasa, fascículo 2, (30 junio al 6 julio, 1983): 22.
El asesinato de Pérez Zujovic, el 8 de junio de 1971 es considerado por algunos analistas como el hito clave
en la ruptura de la confianza y de la posibilidad de entendimiento entre la Democracia Cristiana histórica
y la Unidad Popular. Sin embargo, hubo tantos «hechos» más, desde asesinatos, infartos, ‘tomas’, etc. que
es realmente imposible precisar un solo suceso como el punto de no retorno.

356
ra del ‘Area Social’». Termina, como en los primeros dos ejemplares, con un «testimonio»,
esta vez de Ignacio Palma Vicuña, sobre la vida y muerte de Pérez Zujovic, el ex-Ministro
del Presidente Frei y un reportaje sobre «Chile y el Mundo», que termina con un párrafo
que dice:
“El Presidente Allende participaba activamente en el Día del Trabajo Voluntario, cons­
truyendo mediaguas en el campamento Che Guevara; lo acompaña el padre del líder
revolucionario. Llegan 9 uruguayos, presuntamente tupamaros, expulsados de su país,
y también violentistas mexicanos...” 91
Continúa la historia de los «hechos». En el fascículo 4, «Fidel baila en Chile»; en
el sexto «Los misteriosos bultos cubanos» y “La muerte del cabo Aroca»; en el octavo, «El
G.A.P. en Cañaveral y Tomás Moro»; en el noveno «ElTanquetazo»; en el décimo, «Prepa­
rando la guerra civil» y «La muerte del Edecán Araya»; el fascículo 11 tiene en la porta­
da “El último mes: ministros militares vienen y se van”, «el paro final» y “los extranjeros
en la U.P.”. En la parte «testimonio» se entrevistó a León Vilarín. El artículo se titula:
“Hasta las últimas consecuencias”. Dice el entrevistado, para concluir: «así es, cuando un
pueblo resuelve ponerse de pie contra la injusticia. Deberé confiar aún a casi diez años
de distancia que tanto sacrificio y tanta buena fe no será en vano».92
En esta historia de los «hechos» durante el gobierno de la Unidad Popular, nin­
gún fascículo incluye en la sección de «testimonio» alguna entrevista a algún dirigente
de izquierda, ningún vocero de la Iglesia, ningún dirigente sindical (pero sí a un
gremialista). La izquierda con cara humana había desaparecido de la historia; quedó la
muerte en el campo y en la ciudad; la cara del Che Guevara y los tupamaros con Allende;
Fidel Castro «bailando»; la estatización; las colas; los grupos armados; las fotos de Allen­
de con fusil, yuxtapuestas al titular «La violencia llega a las Fuerzas Armadas: el cabo
Aroca» y «la política influida por la violencia...».93
No se puede ignorar que los «hechos» en esta versión de la historia del gobierno
de la Unidad Popular eran «hechos». No se inventaron ni se imaginaron. No es, precisa­
mente, una obra de «desinformación» sino de selección, énfasis y omisión. Es decir, la
reactivación de las imágenes y sentimientos conflictivos como «historia» para forjar una
memoria social, no por casualidad en un momento de conflicto renovado en el país (1983).
La contraparte de esta versión de derecha fue el libro Dialéctica de una derrota de
Carlos Altamirano (1977). Altamirano también comenzó su libro con «hechos»: [el 11 de

91 «Chile bajo la Unidad Popular», Que Pasa, fascículo 3, (7 al 13 julio, 1983): 22. Negrillas en el original.
92 «Chile bajo la Unidad Popular», Que Pasa, fascículo 11, (1 al 7 septiembre, 1983): 20.
93 «Chile bajo la Unidad Popular», Que Pasa, fascículo 6,28 junio-3 julio, 1983: 7. Véase también Claudio
Durán, El Mercurio. Ideología y propaganda 1954-1994, Santiago: CESOC, 1995; Guillermo Sunkel, El Mer­
curio: 10 años de educación político-ideológica 1969-1979, Santiago: ILET, 1983.

357
septiembre de 1973] “la burguesía alborozada bebía champagne en sus lujosos salones.
Allende había sido asesinado y se clausuraba brutalmente la vibrante experiencia que él
encabezara». Continuó: «La soldadesca, inoculada de odio, irrumpía en los hogares popu­
lares, y allí destruía, robaba, violaba y asesinaba, mientras el pijerío ebrio delataba, gol­
peaba y colaboraba en la tarea de exterminio».94 Las etapas por las cuales se llegó a este
desenlace en Chile se vislumbran en los capítulos del libro:
El partido socialista de Chile
La Unidad Popular: un programa para Chile
Los mil días de la Unidad Popular
La vía pacífica y el proceso revolucionario
Las difíciles capas medias
La democracia cristiana: problema de ayer y de hoy
Poder Popular: exigencia de las masas
El ‘izquierdismo’en la experiencia chilena
Estados Unidos y el gobierno revolucionario
Fuerzas Armadas: La más seria insuficiencia
Los problemas económicos en la transición al socialismo
Once de septiembre: Día de la traición
Dialéctica de una derrota
Tiranía fascista
Consideraciones y proposiciones acerca de una estrategia revolucionaria en Chile
Los subtítulos en el capítulo sobre el 11 de septiembre son ilustrativos respecto a
los «hechos» que relata Altamirano: preparan su guerra; la denuncia de la marinería; Y
hubo que crear el ‘Plan Z’; el golpe militar; resistencia sin armas; el Partido Socialista el 11 de
septiembre; Salvador Allende. Altamirano dice que el libro está escrito en la mira de «la
inmensa tarea de rescatar a Chile de la barbarie» y que la experiencia chilena confirmó
la tesis del Congreso de Chillán del Partido Socialista, que sólo «la destrucción del apara­
to burocrático militar del Estado burgués puede consolidar la revolución socialista y que
las formas políticas y legales de lucha no conducen por sí mismas al poder».95 Es decir,
que la vía chilena al socialismo propuesta por la Unidad Popular era una ilusión. Que sólo
la conquista del poder total habría hecho posible la transición al socialismo. Esta meta

Altamirano (1977): 9.
Ibid: 44.

358
fue impedida por la «agresión burguesa imperialista».96 Sobre la posibilidad de diálogo,
Altamirano subtituló una sección del libro: «el diálogo imposible», culpando a la Democra­
cia Cristiana por el fracaso de las conversaciones y, apenas en una página, considerando el
papel de la Iglesia en la búsqueda de una reconciliación entre los antagonistas desde la
inauguración de Allende como presidente. No obstante su afirmación que el diálogo era
«imposible», Altamirano comparte la opinión que el asesinato de Pérez Zujovic fue un
momento clave, que «sirvió para ensamblar la unidad de la clase dominante, al menos en la
perspectiva estratégica. A partir de aquel acontecimiento se da luz verde a una ofensiva
generalizada en todos los planos: institucional, publicitario, de masas e incluso militar».97
La historia que cuenta Altamirano de Chile en el siglo XX y de los años de la Uni­
dad Popular es tan distinta de la historia contada por Millas y Filippi, como lo eran las
historias liberales y conservadoras sobre «la República Portaliana». Altamirano, como Mi­
llas y Filippi, no sólo hacía «historia», sino buscaba crear una memoria social que reivindi­
cara uno de los proyectos antagónicos de la época. Los liberales que defendían la Constitu­
ción de 1828, que maldecían la represión portaliana, que interpretaban la historia como
una lucha permanente contra la tiranía de los pelucones instalada desde 1833, que denun­
ciaban las cárceles-j aulas rodantes, los estados de sitio, los fusilamientos y los destierros y
que llegaron a gobernar el país desde 1871, escribieron una historia de Chile. Los pelucones
y sus defensores modernos, como Alberto Edwards, Francisco Encina y Gonzalo Vial, escri­
birían otra. Igual cosa ha ocurrido con la historia de la Unidad Popular, seguiría ocurriendo
hasta fines del siglo XX y, se supone, seguirá ocurriendo durante el siglo XXI.
Nuevamente, la batalla por la memoria social tomaría la forma de historias nue­
vas sobre el país desde sus orígenes. La reivindicación histórica de la Unidad Popular,
desde sus partidarios, y la reafirmación de su demonización, por sus detractores corres­
pondía y correspondería en el futuro inmediato a las coyunturas políticas y a las
reconfiguraciones partidarias del momento. A largo plazo, sin embargo, corresponderían
a la batalla para moldear la memoria social y definir el futuro del país.
Esta batalla por la memoria se gana parcialmente, según las versiones que se
entregan a las nuevas generaciones en los textos y manuales de historia. El manual de
historia más difundido en Chile, durante muchos años, fue la obra de Francisco Frías
Valenzuela (Manual de Historia de Chile) cuya 9a. edición, entregada por la editorial Zig
Zag en 1973, se subtituló «Desde la prehistoria hasta 1973». El Manual presenta una
narración directa y cronológica de los «hechos». Pero la versión interpretativa que se
entregaba a los estudiantes chilenos estaba bastante clara, como se ve en algunos extrac­
tos que podían ser multiplicados por docenas:

96 Ibid: 170.
97 Ibid: 95.

359
“A todo esto, la lucha por el socialismo se iba convirtiendo en una contienda armada o
enfrentamiento entre los ‘compañeros’ delaUPy del MIR y los opositores de los parti­
dos demócrata cristiano y nacional. Este caso estaba previsto, pues el ‘compañero’
presidente no estableció su residencia en la Moneda sino en una mansión bien defendi­
da del barrio alto, en la calle Tomás Moro” (p. 477).
“La visita de Fidel Castro dejó más desunidos a los chilenos. Sólo se hablaba de revolu­
ción, de enfrentamiento y de guerra civil. El país parecía habitado por dos pueblos
distintos: los opositores a quienes Castro dejó el mote de ‘fascistas’, y los gobiernistas o
‘Upelientos’, cuyas filas se habían reforzado con la entrada en Chile de más de 13.000
brasileños, uruguayos, peruanos, argentinos, mexicanos, bolivianos, que disfrazaban
sus actividades verdaderas como funcionarios públicos, empleados de empresas nacio­
nalizadas y profesores de universidades. Se ha calculado que hasta fines de marzo de
1972, habían caído más de 50 víctimas en encuentros violentos producidos en campos
y ciudades. Luego pasarían el número de cien” (p. 481).
“Allende ya [después de la sublevación de 29 de junio] no pensaba en el socialismo a la
chilena. Engañado por su áulicos, creía tener la situación ‘en su puño’y estaba decidi­
do a imponer la dictadura del ‘poder popular’ que el país, arruinado y amargado,
resistía con entereza y sin perder la esperanza en la acción salvadora de las fuerzas
armadas. La oposición era una gran multitud desarmada frente al sector de
ultraizquierda, formado por extranjeros y chilenos organizados militarmente, listos
par dar, de acuerdo con Allende, el golpe final” (p. 490).
Después de relatar los hechos el 11 de septiembre, esta edición del Manual termi­
naba diciendo:
“El territorio nacional fue declarado en estado de sitio, entendido como ‘estado o tiem­
po de guerra’para los efectos de la aplicación de la penalidad de ese tiempo que estable­
ce el código de justicia militar y demás leyes penales y, en general para todos los demás
efectos de dicha legislación (decreto ley N. 5).
Esto se hacía tanto más necesario cuanto que los desplazados del gobierno que no
huyeron del país ni alcanzaron a refugiarse en las embajadas, no cesaban de cometer
atentados contra las fuerzas armadas y la población en general” (p.493).
¿Hubo guerra en Chile? El Manual de Historia de Francisco Frías dice que sí la
hubo. Que las Fuerzas Armadas salvaron el país de la dictadura marxista leninista, que
Allende pensaba imponer en un país «arruinado y amargado». Que Allende, desde un
comienzo, hizo «caso omiso de la constitucionalidad y de los compromisos contraídos con
la DC para lograr ser gobierno» (p. 487). Eran los «hechos» de la historia entregada a los
escolares secundarios en Chile durante la década de los ‘70.

360
En cambio, otro manual de historia, publicado por el Instituto de Historia de la
Pontificia Universidad Católica de Chile entrega otra versión. «El ensayo de la Unidad
Popular debe inscribirse en la tendencia a la búsqueda de utopías políticas que hemos
descrito y que marcó la política chilena desde comienzos de la década de 1960. ...Por cierto
que esta actitud obedecía, en la mayor parte de los casos, a posturas idealistas y bien inten­
cionadas, no desprovistas de rabia contra una sociedad a la que se consideraba hipócrita y
que parecía agotada. Pero esta actitud pecaba de una gran falta de realismo y generalmen­
te aplicaba dobles estándares morales. En nombre de la revolución se justificaba la violen­
cia.... Tampoco parece haberse tenido en consideración que más de la mitad del país era
contrario a llegar a un socialismo real como sistema».98
Otras versiones de la historia de la Unidad Popular, escritas durante el período
1970-1973, surgen del periodismo de la época y de militantes de la Unidad Popular. Di­
chas versiones eran igualmente sesgadas en su selección y presentación de los «hechos».
Un ejemplo era Chile Hoy, cuya portada de la semana del 10-16 de agosto de 1973 conden­
saba su visión de la situación en los siguientes titulares: «Paro Patronal. Asesinatos. Con­
juras. Allanamientos. Terrorismo. Llamados Sediciosos. Atentados. Mentiras. Emplaza­
mientos. Militares al Gabinete».99
Sin repetir en detalle la ilustración del caso de los libros publicados en 1973-74 ni
de Que Pasa de 1983, la lista de titulares de la prensa «popular» y de la prensa seria de
izquierda indican el tono y percepción particular de los «hechos» desde aquellos
sectores entre 1972 y 1973. A modo de ejemplo: «Pretenden la guerra civil: Allende»;
«Fascistas asaltan y destruyen el Copelia»; «En Chile no habrá golpe de estado notificó
el General Pinochet a ‘momios’ sediciosos de la Derecha»; «Frei encabeza el lote momio
en Santiago»; “Jueces son unos vulgares delincuentes»; «Se pasó la chacota parlamenta­
ria. Antipatriotas buscan pretexto para acusar constitucionalmente a Allende»; «Aylwin
habla como Führer Derechista»; «Bendito eres entre todas las señoronas, le dicen al si­
niestro senador demócratacristiano Patricio Aylwin (el mismo que presentó la indicación
más chueca en la historia en el proyecto de reajuste, junto a su íntimo Hamilton)»; “Los
que propician el paro son traidores a la patria”.100

98 Nicolás Cruz y Pablo Whipple, coordinadores, La Nueva historia de Chile. Desde los orígenes hasta nuestros
días, la. edición, 1996,3a. edición, marzo 1997: 531,534.
99 Chile Hoy, Año H, N. 61 (10-16 de agosto) 1973: portada.
100 Patricio Dooner, Periodismo y política. La prensa de izquierda en Chile 1970-73, Santiago: Ediciones ICHEH,
1985: passim. El último titular corresponde a El Siglo, 18 octubre, 1972: 5. La investigación de Dooner
sobre el periodismo de izquierda y de derecha durante el gobierno de la Unidad Popular es una
importantísma contribución al entendimiento de las subjetividades antagónicas y perversas que conlleva­
ron a la ruptura en septiembre de 1973. Véase Periodismo y política: La prensa de derecha en Chile 1970-
1973, Ediciones ICHEH, 1985.

361
Tal vez la excepción más notable al lenguaje y espíritu bélico que caracterizaba a
la prensa desde 1970 hasta 1973 y también a los análisis posteriores de la Unidad Popu­
lar, fue el libro sobre las políticas económicas del gobierno de Allende, escrito por el ex-
Ministro Sergio Bitar. En este texto detalla el modelo y analiza sus fracasos y afirma: “las
medidas fueron presentadas con gran tocata y jamás ejecutadas; peor aun, algunas polí­
ticas que fueron anunciadas sencillamente eran imposibles de ejecutar”. Finalmente con­
cluye: “el poder retórico tiene sus límites; una vez sobrepasados, se convierte en deu­
da”.101 Bitar era creyente. Soñaba con un Chile distinto, más justo, más igualitario, más
soberano. ¿Cómo reconciliar la visión de un Bitar con las visiones de Altamirano, Enríquez,
Bulnes Sanfuentes, Rodríguez Grez y Jaime Guzmán? Los extremos definirían el destino
de Chile; Sergio Bitar, Bernardo Leighton, el Comité Permanente del Episcopado y mu­
chos más no podrían evitar el quiebre por venir.
Como concluyó Patricio Dooner en sus investigaciones sobre la prensa de la épo­
ca: “cuando en un país, la política se plantea en términos de ‘todo o nada’ -y, por ende,
deja de ser política porque su esencia es la transacción-, cuando los conciudadanos se
visualizan en términos de ‘amigos y enemigos’ y la agresión verbal y física -que busca,
incluso, la destrucción del ‘enemigo’- se hace una constante, ese país se hace inviable; se
está en presencia de una nación sociológicamente enferma”.102
En 1972-73 pocos chilenos sabían que en 1837, cuando los militares liberales de­
rrotados en Lircay y desterrados por Portales pidieron una ley de amnistía para «reunir a
la familia chilena», los partidarios de Portales sacaron un diario con el nombre «Balas
para los Traidores». Ya en 1972-73 el diario Tribuna proclamaba en su portada, en cada
edición, «El diario que no transige con los enemigos de Chile». El desenlace del conflicto
que terminó con la ruptura de 1973 fue enmarcado, en cada etapa, por una escalada
bélica en los medios de comunicación - como había ocurrido en 1829-30; 1850-51;
1858-59; 1891 y 1924-1932 y 1938. La prensa no sólo informaba de los «hechos» sino los
aderezaba y cocinaba según el dueñaje de su cantina política. En este sentido, la ruptura
de 1973 compartió ciertas estructuras y modalidades de combate político con las ruptu­
ras previas, desde 1829.
Con la advertencia que la «historia» de la Unidad Popular es una historia con
diferentes versiones, una historia poco compartida, una historia cruzada por memorias
individuales y sociales traumáticas y conflictivas, se intenta un breve resumen
interpretativo del período, concordante con las metas globales de nuestra investigación
sobre la vía de reconciliación chilena. Es decir, la lupa por la cual se interpreta la historia
de la Unidad Popular aquí, amplifica los sucesos que influyeron en la posibilidad de

Bitar (1985): 228. (traducción del inglés de los autores).


Dooner, ...Izquierda (1985): 67.

362
«reconciliación» política, consistente con la vía chilena que se viene historiando y por­
que los «hechos» que condujeron al quiebre de 1973 implicaron casi de inmediato, llama­
dos a la «reconciliación» en los días que siguieron el derrocamiento de Allende, el 11 de
septiembre de 1973.

Una interpretación de la historia de la Unidad Popular

El Presidente Allende inició su mandato, como lo había hecho el Presidente Aguirre


Cerda, con medidas que buscaban reincorporar a sectores castigados durante el gobierno
anterior, mediante medidas tradicionales: sobreseimientos y libertad inmediata a ele­
mentos del MIR procesados por infracción de la ley de Seguridad Interior del Estado (10,
13 de noviembre 1970). Luego un decreto de indulto, el 18 de diciembre, que al ser recha­
zado por la Contraloría, fue emitido con un decreto de insistencia firmado por todos los
ministros, el Decreto Presidencial 2.071 del 4 de enero de 1971. Quedaron en libertad o
salieron de la clandestinidad: Luciano Cruz, Miguel y Edgardo Enríquez, Juan Bautista
von Schouwen, Sergio Zorrilla, Humberto Sotomayor, Max Joel Marambio y otros. Fue
indultado también Arturo Rivera Calderón, líder de la Vanguardia Organizada del Pue­
blo (VOP), grupo que pocos meses después asesinaría el ex-Ministro demócratacristiano,
Edmundo Pérez Zujovic.
A diferencia de Aguirre Cerda, quien indultó a los responsables por la matanza en
el Seguro Obrero y después aprobó la amnistía de abril de 1941, concedida al general
Ariosto Herrera, a Carlos Ibáñez y a otros involucrados en el «Ariostazo» de 1939; Allen­
de no indultaría a los conspiradores militares o golpistas fallidos de 1969, en particular al
general Viaux y sus colaboradores. Más aún, no habría amnistías políticas durante el Go­
bierno de Allende por falta de apoyo en el Senado y la Cámara de Diputados, pero tal vez
más importante aún, porque la Unidad Popular rechazaba mayoritariamente «las conci­
liaciones» que habían caracterizado la política chilena y, a su vez, la mayoría de la oposi­
ción no buscaba «reconciliarse» con la Unidad Popular, sino impedir que su proyecto se
instalara y, si fuera necesario, derrocarlo antes de que pudiera llevarse al cabo la trans­
formación político - económica propiciada. Como lo planteaba Pablo Rodríguez Grez:
“Juzgué que la democracia liberal en Chile se había agotado.
Convencido de que la única solución era renovar integralmente el sistema político
chileno, muchos de los mismos que integramos el Movimiento Cívico, fundamos el día
1° de abril de 1971, el «Movimiento Nacionalista Patria y Libertad», heredero del
primero.

363
Era necesario entonces rescatar el país del marxismo, promoviendo un gobierno mili­
tar, nacionalista y respaldado por las fuerzas gremiales y sindicales, vale decir, por los
hombres y las mujeres del trabajo.
Este movimiento culminó el 11 de septiembre al instaurarse el Gobierno Militar”.103
En contraste con la falta de amnistías políticas, las acusaciones constitucionales,
desafueros y destituciones de ministros, intendentes, gobernadores y otros lloverían so­
bre el gobierno de la Unidad Popular. En este sentido, algunas de las formas de lucha
política histórica entre gobierno y oposición serían reconocibles aún cuando se jugaba
«el todo por el todo» y, al final, habría ruptura, como en 1891 y 1924-32, en vez de una
reconfiguración política y tregua semi-armada como en 1938-41.
De parte de la Unidad Popular, no hubo dudas ni ofuscaciones. El compromiso era
crear una sociedad nueva, una sociedad socialista. Allende insistía públicamente en una
vía hacia el socialismo que, formalmente, respetaba la Constitución y la ley. Por otro lado,
Allende también expresaba que “a la violencia reaccionaria vamos a contestar con la
violencia revolucionaria, porque sabemos que ellos van a romper las reglas del juego”.104

Los indultos iniciales y el marco internacional

En el marco internacional de la Guerra Fría y del compromiso de la Revolución


Cubana con los movimientos guerrilleros en el hemisferio, el proyecto de la Unidad Popu­
lar no podía sino preocupar a quién habitara en la Casa Blanca en Washington. Allende,
había viajado a Cuba en enero de 1959, poco después que Fidel Castro entrara a la Haba­
na. Se había identificado con la Revolución Cubana desde los inicios. Tenía un ejemplar
de La guerra de guerrillas de Che Guevara, que según Allende, fue el «segundo o tercer
ejemplar» y que «guardo como un tesoro».105
El 8 de noviembre de 1970, días después que Allende asumió la Presidencia, la
Municipalidad de San Miguel inauguró un monumento al ‘Che’ Guevara, en el Paradero 6
de la Gran Avenida. Dos días después, el gobierno se desistió en los procesos iniciados por
el gobierno anterior contra elementos del MIR, por delitos penados por la Ley de Seguri­
dad Interior del Estado. Ocho miristas fueron también beneficiarios de un desistimiento
similar, el 13 de noviembre, incluyendo a Andrés Pascal Allende y Víctor Toro.
En un nivel, estas medidas eran los tradicionales actos de «reconciliación» políti­
ca, sobre todo en las transiciones entre administraciones presidenciales. Semejantes in­

103 «Pablo Rodríguez, La noche del 4 de septiembre», en Que Pasa, «Chile bajo la Unidad Popular», fascículo
1, N. 637 (23 al 29 junio, 1983): 21.
104 Ibid: 46.
105 «Allende habla con Debray», Punto Final, Año V, N. 126,16 abril, 1971: 32-33.

364
dultos o amnistías acompañaron a casi todos los cambios de gobierno desde 1925. Recor­
daban claramente los indultos concedidos por el Presidente Aguirre Cerda en 1938 y las
amnistías de los años de elecciones presidenciales: 1946,1952,1958 y 1964. Existió, sí,
una diferencia importante: los miristas no renunciaron a sus proyectos revolucionarios, ni
nadie les pidió que lo hicieran.
Acto seguido, el 12 de noviembre, Allende anunció la reanudación de relaciones
diplomáticas con Cuba, para luego integrar a Chile en el llamado bloque de los países no
alineados. La Unidad Popular representaba un cambio de giro dramático en lo nacional y
en lo internacional. No se podía entender las iniciativas ni los dilemas de la Unidad Popu­
lar sin considerar el marco internacional y regional, la Guerra Fría y la Revolución Cuba­
na frente a la política regional de los Estados Unidos.
Los giros políticos y de alineación internacional introducidos por la Unidad Popu­
lar implicaban que el gobierno de Allende tendría enemigos poderosos dentro y fuera de
Chile. Se decía comprometido con la «vía pacífica», es decir con una estrategia política,
legalista y no violenta para transformar al país. Pero ¿cómo hacerlo cuando el gobierno
sobrepasara los límites de los resquicios legales, frente las resistencias de la Corte Supre­
ma y de la Contraloría, sin una mayoría legislativa y sin el apoyo de la mayoría del electo­
rado? ¿Cómo hacerlo contra las intervenciones y hostigamientos de poderes externos?
¿Si la mayoría de los chilenos no querían vivir en un país «socialista», si la Iglesia y las
Fuerzas Armadas, grupos históricamente decisivos en momentos de crisis, teman serias
reservas sobre elementos claves del programa del gobierno, ¿cómo convencerlos o como
imponer el programa?
Para complicar aun más el panorama, Allende, en tajante contraste con Pedro
Aguirre Cerda y Juan Antonio Ríos, se autoproclamaba no ser presidente de todos los
chilenos: “Yo soy presidente del partido Socialista. Yo soy presidente de la Unidad Popu­
lar. Tampoco soy presidente de todos los chilenos. No soy hipócrita... No soy presidente de
todos los chilenos”.106
La histórica apelación a la «unidad de la familia chilena», al “bien común», a la
reconciliación de los contendores, se reemplazaba con los llamados a «responder con la
violencia revolucionaria a la violencia de la reacción».107 Allende se desprendió del dis­
curso ritual histórico de consenso, que había sido utilizado para legitimar a gobiernos de
diversas estirpes. Al hacerlo, perdió un recurso simbólico ritual que había funcionado
desde los tiempos de Bernardo O’Higgins y que en otros tiempos había sino una de sus
fortalezas en el Congreso. También perdió el recurso fundamental de la política chilena,
las transacciones de tertulia, las negociaciones y compromisos privados entre elites, en

los En discurso de 4 de febrero de 1971 en Valparaíso.


107 Ibid. 10.

365
sus casas, clubes y restaurantes, que se confirmaban después en el Congreso, para estibar
el barco del estado en momentos difíciles. Descartar las transacciones políticas fue, de
hecho, rechazar el instrumento clave de la historia de la «excepcionalidad» chilena y,
visto más globalmente, la clave para que funcione un régimen democrático constitucio­
nal sin una ruptura violenta en cualquier país.
Los conflictos políticos se agudizarían y se expresarían en las familias, en las es­
cuelas, en las calles, en los ámbitos de trabajo y en los medios de comunicación. Pero iban
a tomar algunas rutas chilenas muy familiares. En términos políticos, era una batalla
entre el Poder Ejecutivo y los Poderes Legislativo y Judicial (sumando después la
Contraloría). Según voceros de la Unidad Popular, los otros Poderes del Estado estaban
controlados por la derecha, incluyendo en este concepto a la Democracia Cristiana. Esta
definición del conflicto como enfrentamiento entre instituciones e instancias del Estado,
recordaba, al menos superficialmente, los tiempos de Manuel Montt y de José Manuel
Balmaceda. Pero ahora la configuración y la base sociopolítica de un presidente minorita­
rio frente un Congreso controlado por «la oligarquía» era muy distinta que en los años
1840-1860 o en 1891.

La política y la política económica

Como estrategia política inicial, los dirigentes de la UP apostaban a «ir sumando


fuerzas», mediante una política económica populista y redistributiva. Con reajustes de
salarios, que aumentaron el consumo de los más pobres de manera significativa, durante
el primer año del gobierno se generó una euforia social en ciertos sectores, que se sumó
a la euforia por la victoria electoral de la Unidad Popular. Se pensaba que, aunque condu­
jera inevitablemente a una inflación más alta, la política económica expansiva podría
producir cambios decisivos en el electorado, permitiendo así la «conquista democrática»
del Estado. Los economistas Patricio Meller y Felipe Larraín caracterizaron retrospecti­
vamente la experiencia bajo la Unidad Popular, como «una mezcla de socialismo y
populismo inédita en América Latina. No se trató simplemente de una expansión insoste­
nible de la demanda agregada y del gasto fiscal, para lograr metas redistributivas, que es
la característica central de los experimentos populistas. Además, la ideología marxista
jugó un rol central, puesto que el objetivo final era reemplazar el sistema capitalista por
el socialista».108 Humberto Vega economista que fue subdirector de Presupuesto entre
1970 y 1973, expresó que «la política de corto plazo buscaba responder a la presión

Patricio Meller y Felipe Larraín, «La experiencia socialista-populista chilena» en suplemento especial de
La Nación, 5 de septiembre de 1993: 22.

366
democratizadora mediante un conjunto de medidas reactivadoras y redistributivas, sobre
la base de un diseño keynesiano... La política fue tan efectiva que agotó sus variables de
holgura hacia fines del tercer trimestre del año 1971, obligando a plantearse una nueva y
radicalmente distinta política económica, tarea que nunca se cumplió».109 Continúa di­
ciendo Vega: “la Unidad Popular estaba colocada frente a la disyuntiva de frustrar las
expectativas y esperanzas de su base social y política o dejar de resolver la progresiva y
virulenta crisis económica que le erosionaba el apoyo popular, sentido y motivación de su
existir”.110
Sin preguntarse de dónde venían las expectativas y esperanzas de la base social
de la Unidad Popular, la fotografía económica de Meller y Larraín como la de Vega captan
la contradicción entre las necesidades y anhelos políticos, sobre todo a corto plazo y las
reales posibilidades de manejar la economía, por razones internas y externas. El equipo
de Pedro Vuscovic priorizaba «lo político» en una apuesta para conseguir rápidamente
apoyo popular suficiente para conquistar el Poder Legislativo, antes de que reventara la
olla a presión. Se apostaba a que la rápida estatización de empresas estratégicas y la
intensificación de la reforma agraria pudiera crear empleo, aumento de ingresos (aunque
fueran transitorios) y, de ahí, un vuelco electoral y de lealtades hacia la Unidad Popular.
Vuscovic enfatizaba que el programa a corto plazo era de «reactivación» y de
«redistribución». En las palabras de Stefan de Vylder, uno de los economistas extranjeros
que más cuidadosamente analizó el modelo económico de la Unidad Popular, «la Unidad
Popular consideraba que si se pensaba ganar las elecciones futuras, el gobierno no podría,
aun si quisiera hacerlo, imponer sacrificios materiales a la mayoría de la población...y por
eso Allende señaló que ‘el modelo político hacia el socialismo que se aplica por mi gobierno
requiere que la revolución socioeconómica ocurra simultáneamente con una expansión
económica ininterrumpida’».111
El programa tuvo cierto éxito a corto plazo. La economía creció a una tasa récord.
Los sectores más pobres tenían empleo y dinero para gastar. Los salarios reales aumenta­
ron en los sectores público y privado. El gasto fiscal se incrementó sobre un setenta por
ciento en términos nominales y se iniciaron diversos proyectos de obras públicas, de in­
fraestructura agraria, forestal y de vivienda. El desempleo bajó significativamente.
A pesar de los resultados positivos a corto plazo era, de hecho, una fórmula popu­
lista que traía un creciente desequilibro y una inflación galopante.112 El financiamiento

109 Humberto Vega F., «Dimensión económica de la crisis», en suplemento especial de La Nación, 5 de sep­
tiembre de 1993: 20-21.
110 Ibid: 21.
111 Stefan de Vylder, Allende’s Chile, The Política! Economy of the Rise and Fall ofthe Unidad Popular, Cambridge:
Cambridge University Press, 1976:53.
112 Meller (1996): 121-135.

367
de los proyectos y de las otras iniciativas del gobierno provenía de créditos y de emisio­
nes monetarias, combinada con controles más estrictos sobre los precios de los productos
«básicos».113 Pero, también era una fórmula que favorecía una inflación incontenible y la
formación de mercados paralelos, es decir, un mercado negro, cuando la demanda exce­
diera la oferta a precios oficiales, un resultado casi inevitable y predecible. Se formaron
juntas de abastecimiento y precios (JAP), para enfrentar esta eventualidad con el fin de
presionar a los industriales y comerciantes a que respetaran los precios oficiales y para
organizar la denuncia colectiva de los «saboteadores» de la economía, reforzando el apo­
yo popular al gobierno. Fue, en su desenlace, una apuesta política que no pudo superar
las realidades económicas que se iban creando.
No obstante, con la euforia del primer año, los partidos de la Unidad Popular
obtuvieron casi el 50 por ciento de los votos en las elecciones municipales de abril de
1971, alcanzando el nivel más alto del período 1970-73. No sólo eso, socialistas y comunis­
tas obtuvieron alrededor del 40 por ciento de los votos, es decir, más de la votación conse­
guida por Allende en la elección presidencial de 1970. Fue el único momento en que la
táctica de un plebiscito nacional, fórmula vigente para resolver los conflictos entre el
Congreso y el Presidente y para reformar la Constitución Política desde la reforma de
1970, pudiera haber dado un resultado favorable para el gobierno. En este sentido, la
apuesta política del equipo de Vuscovic tuvo éxito a corto plazo, reforzado por el apoyo
más general a la nacionalización del cobre, la independencia demostrada en las relacio­
nes internacionales, y la popularidad personal del «Chicho» Allende.
Algunos socialistas propusieron un plebiscito para disolver el Congreso, de acuer­
do con la reforma constitucional de 1970. En la Unidad Popular no hubo acuerdo sobre
las consecuencias de tal medida, incluso los comunistas, radicales y hasta Allende mismo
argumentaron que un plebiscito podría tener efectos internos en el Partido Demócrata
Cristiano así como el efecto de unir a la oposición, que todavía estaba bastante dividida.
La oposición, sin embargo, estaba alarmada por las posibilidades sugeridas por
los resultados de las elecciones municipales. En junio, la Democracia Cristiana y el Parti­
do Nacional acordaron presentar un candidato único para llenar una banca en la Cámara
de Diputados. La victoria del candidato del P.N. hizo necesario olvidarse del plebiscito y,
con eso, dejó al gobierno con el desafío insuperable de una oposición mayoritaria en el
Congreso. Los partidarios de la oposición formaron una alianza que se concretaría en la
llamada Confederación Democrática (CODE).114

113 Ibid: 54-61.


114 Una retrospectiva histórica sobre la Unidad Popular se encuentra en Jorge Tapia Videla, «The difficult
road to socialism: The Chilean case from a historical perspective», en Federico Gil, Ricardo Lagos E., and
HenryLandsberger,eds.,ChileattheIUmingPoint,TheLessonsoftheSocialistYears, 1970-1973 Philadelnhia-
ISHI, 1979:19-75. '

368
Tanto la oposición como el gobierno sufrieron contratiempos y conflictos inter­
nos. Disidentes de la Democracia Cristiana se salieron del Partido en julio de 1971 para
formar la Izquierda Cristiana (IC), uniéndose a la UP. Por otro lado, un grupo de radicales
criticó la penetración del marxismo en su partido; formaron el Partido de Izquierda Radi­
cal, que se juntaría con la Democracia Radical para conformar parte de la oposición al
gobierno de la Unidad Popular. No habría más escisiones partidarias de importancia an­
tes de 1973. Entre 1972 y 1973 la economía experimentaría crisis graves, tasas de infla­
ción sin precedentes, un déficit fiscal en ascenso, desequilibro en la balanza de pagos,
escasez de productos, caos en el sector agrícola con la necesidad de importar cantidades
crecientes de productos alimenticios e insumos, colas de consumidores para adquirir ali­
mentos y bienes básicos y un estado que «controlaba» las mayores empresas del país.
Muchos factores contribuyeron a este resultado, desde políticas mal concebidas y mal
implementadas del gobierno hasta la ofensiva internacional de Estados Unidos y su apo­
yo a la oposición interna para sabotear las políticas del gobierno.115 Fueran cuales fueran
las causas «reales» de los reveses sufridos por el gobierno, el resultado político del fraca­
so económico sería catastrófico.

¿Qué hacer?

Para enfrentar a la oposición, el Gobierno dispondría de todos los recursos constitu­


cionales y legales de la democracia restringida: la Ley Sobre Abusos de Publicidad, la Ley
de Seguridad Interior del Estado, los regímenes de excepción estipulados en la Constitu­
ción de 1925 y las otras medidas, como las «zonas de emergencia» y las «catástrofes nacio­
nales». Por ejemplo, en abril de 1971 el Gobierno de Allende declaró como «catástrofe» la
alta tasa de desempleo.
Durante casi medio siglo, la izquierda había atacado los regímenes de excepción
calificándolos como antidemocráticos y como expresiones del «cesarismo»; así como la
Ley de Seguridad Interior del Estado y la Ley Sobre Abusos de la Publicidad. Ahora
serían instrumentos de la Unidad Popular y los utilizaría repetidas veces. Incluso, el Pre­
sidente Allende se quejaba por el poco celo del Poder Judicial en castigar «los incesantes
delitos de difusión y propagación de noticias falsas, tendenciosas y alarmistas, como asi­
mismo las perversas y ultrajantes insinuaciones a nuestros institutos armados, para lle­
varlos a la indisciplina o causarles disgusto o tibieza en el servicio o que se murmure de

115 U.S. Senate, CovertAction in Chile: 1963-1973, Washington, DC: U.S. Government Printing Office, 1975. En
castellano, Freí, Allende y la CIA, traducción de Cristián Opaso. Santiago: Ediciones del Ornitorrinco, s.f.
Archivos Secretos. Documentos Desclasificados de la CIA.. Traducción y Notas de Hernán Soto y Sergio Villegas.
Santiago, LOM Ediciones, Colección Septiembre, 1999.

369
ellos».116 Allende había denunciado la censura y la represión de la libertad de expresión
de las leyes sobre abuso de publicidad desde los años ‘30. Ahora, como presidente, quería
usar la misma ley contra la prensa de derecha y reclamaba:
“La falta de celo, pues, [de la Corte Suprema], para el castigo de los sediciosos; suscep­
tibilidad extrema, para llamarlo de algún modo, respecto de la autoridad empeñada
en la defensa del orden público y de la seguridad del país. Muy diferente ha sido la
actuación de esa Corte en sus relaciones con anteriores administraciones, a las que
prestaba una expedita colaboración por medio de acuerdos emanados de su Pleno. Tal
cosa ocurrió el 11 septiembre de 1954, en que se hacía ver a las Cortes de Apelación la
necesidad de que los jueces emplearan en los procesos de la Ley de Defensa de la Demo­
cracia, ‘el mayor interés, celeridad y acucia, debiendo realizar la investigación en el
menor plazo posible’, agregando, que ‘el magistrado, mediante el ejercicio desús altas
funciones, está llamado a coadyuvar al mantenimiento del orden público’.
...En fecha más reciente, el 30 de junio de 1970, siendo componentes de ese tribunal,
con sólo una excepción, sus actuales miembros, se reiteraron acuerdos tomados el 2 de
abril del mismo año y el 30 de junio de 1969, en orden a recomendara los jueces que
conozcan de procesos por infracciones a la Ley de Seguridad Interior del Estado, y de
otros actos de violencia y terrorismo, la mayor dedicación y energía a fin de que esos
hechos sean debidamente esclarecidos, y la máxima celeridad en la dictación de las
sentencias que procedan para la debida eficacia de la sanción que se aplique”.117
Además, como todos los gobiernos anteriores (aunque no lo explicitaron tan pú­
blicamente), el gobierno de Allende podría recurrir a los «resquicios legales», es decir,
resucitar leyes y decretos leyes dormidos, pero vigentes, tales como los decretos leyes del
gobierno de Carlos Dávila de 1932, particularmente el Decreto Ley 520 y elementos del
Código del Trabajo y de la Ley de Seguridad Interior del Estado, que permitían las inter­
venciones, requisiciones, y expropiaciones de empresas por «utilidad pública» o para
solucionar conflictos laborales. Podía recurrir también a las extensas atribuciones de la
Corporación de Fomento (CORFO), creada en el gobierno del Frente Popular de Aguirre
Cerda para comprar las acciones de las empresas que se querían integrar en el «área
social» de la economía (del Estado).
En este sentido, la vía chilena pudo haber sido, no sólo pacífica, sino tener olor a
vino tinto y empanadas, implementada «a la chilena» -legalista- dentro de lo posible.118

«Oficio de Salvador Allende a la Corte Suprema, de 12 de junio de 1973», en apéndice de CECS (1974)' 300
117 Ibid.
Véase Eduardo Novoa Monreal, «Vías legales para avanzar hacia el socialismo», Revista de Derecho Econó­
mico, Universidad de Chile, Núms. 33-34 (octubre 1970- mayo 1971): 27-37. Para una crítica detallada de
la vía chilena, véase Genaro Amagada Herrera, De la vía chilena a la vía insurrecional, Santiago- Editorial
del Pacifico, 1974.

370
Aún más, si el gobierno hubiera podido tentar a un sector importante de la Democracia
Cristiana a colaborar en el proyecto político, mediante acuerdos transitorios, muy al esti­
lo conciliatorio chileno, tal vez hubiera sido posible reconfigurar el sistema partidario,
como había pasado tantas veces en la vida política del país.
Eso sí, dicha estrategia se enfrentaría con las acusaciones constitucionales, las sen­
tencias contrarias del Poder Judicial, y el rechazo de la Contraloría a los decretos que no se
conformaran literalmente con las atribuciones legales de las instancias del Poder Ejecuti­
vo y las entidades semi fiscales. Frustrado por los obstáculos levantados por el Congreso,
Allende, como Balmaceda, Arturo Alessandri, Aguirre Cerda, Ibáñez y Jorge Alessandri, se
quejaría del «parlamentarismo estéril».119 Según Luis Maira, las incesantes acusaciones
constitucionales contra los ministros del gobierno, aunque sin ser aprobabas inicialmente,
provocaron una falta de liderazgo desde los ministerios, «impidiendo la implementación
efectiva del programa del Gobierno».120

La Acusación Constitucional contra el Ministro del Interior (dic. 1971)

Hacer una historia detallada de las acusaciones constitucionales durante el go­


bierno de la Unidad Popular sería para largo. Por lo general, siguieron la forma y el estilo
de las muchas acusaciones constitucionales debatidas desde la implementación de 1925,
con subentendidos bastante claros respecto a la denuncia, la fiscalización y el propósito
de provocar incomodidades al gobierno. Desde fines de 1971, con la acusación contra el
Ministro del Interior José Tohá, la alianza informal entre la Democracia Cristiana y el
Partido Nacional usó las acusaciones constitucionales para destituir a varios ministros,
intendentes, gobernadores y otros funcionarios del gobierno, en permanente protesta
contra la ilegalidad de los actos de las distintas instancias del Estado. El Presidente Allen­
de esquivó en varias instancias los efectos de esas acusaciones, rotando los ministros en un
sistema de «enroque», en distintos cargos y, de esa manera, ofendiendo las sensibilidades
de los congresales, la Contraloría, el Poder Judicial y de los dirigentes de la oposición.

119 Citado en Breve historia de la Unidad Popular, Documento de «El Mercurio», Santiago: Editorial Lord
Cochrane, 1974:274. Este libro tiene una colección de sucesos, por fecha, que pretende ser «un resumen
de la crónica diaria publicada en sus páginas, durante tres años, sobre las actuaciones de Salvador Allende
y de sus colaboradores más cercanos...... Fue redactado por, Teresa Donoso Loero periodista que «con
inteligencia y probidad periodística, logró elaborar un noticiario del régimen marxista al cual puso térmi­
no la revolución del 11 de septiembre de 1973» (p. 5). El libro es una buena fuente para captar el discurso
de los grupos que se oponían al Gobierno de la Unidad Popular.
120 Luis Maira, «The Strategy and Tactics of the Chilean Counterrevolution in the Area of Poli tical Institutions»,
en Gil, Lagos y Landsberger (1979): 255-56.

371
El lenguaje usado en las acusaciones variaba entre un juridicismo exagerado y un
folclorismo florido, aun cuando los excesos en los insultos, garabatos y difamaciones tal
vez excedieran los de otros momentos históricos.
La acusación contra el Ministro del Interior José Tohá, en diciembre de 1971, fue
emblemática. Las causales de la acusación incluyeron: “la existencia de movimientos,
brigadas, grupos o cuerpos que, teniendo armas de toda clase, presionan a la opinión
nacional,...impidiendo el correcto ejercicio de los derechos y de las garantías que ofrece
nuestra Constitución Política”, considerándolo «el principal problema político que tiene
hoy el país»; infracción del artículo 10 N. 4 de la Constitución: derecho de reunión, ata­
ques a campesinos en las cercanías del Congreso, la negación del permiso solicitado por
la Democracia Cristiana para realizar una concentración el 3 de diciembre que hiciera el
Intendente de Santiago; detenciones arbitrarias y otros procedimientos ilegales; infrac­
ciones de disposiciones constitucionales y legales en relación con los medios de comuni­
cación; atropellos a las Juntas de Vecinos a través de la aplicación arbitraria de la ley N..
16.880 (Ley de Juntas de Vecinos).121
Durante los debates sobre la acusación constitucional contra el ministro Tohá,
hubo repetidas referencias a los grupos armados y a la violencia en el país, comprobadas
con estadísticas oficiales de Carabineros sobre atentados con explosivos, hechos violen­
tos de transcendencia pública y nacional, civiles muertos y lesionados en incidentes con
la fuerza pública, carabineros muertos y lesionados, daños a vehículos y especies fiscales,
lesionados y muertos en ocupaciones de predios agrícolas, detenidos (por distintos moti­
vos, incluyendo maltrato y ofensas a carabineros), ocupaciones de establecimientos edu­
cacionales, de industrias y locales particulares, de reparticiones y oficinas públicas, de
predios rurales y urbanos, acuartelamientos dispuestos por la Dirección General de Cara­
bineros, huelgas legales e ilegales y otros datos desde 1968 a 1971. Según el gobierno, de
los dieciséis indicadores más significativos para medir el nivel de desorden público en el
país, «el Gobierno Popular ha logrado reducirlos a grados más bajos que los de los últi­
mos dos años del Gobierno anterior...».122
Poco después que el Ministro terminó su respuesta a la acusación, el diputado
Palestro gritó «Viva Chile y la revolución», mientras el diputado Alberto Zaldívar tomó
nota de que el Ministro acusado constitucionalmente había comparado el momento
político con «el movimiento que vivió la República en 1891». Respondió el diputado Luis
Espinoza: “Así es”. Para todos el referente histórico más obvio para el momento vivido
por el país en 1971 parecía ser la posibilidad de una guerra civil.123 Sólo que esta vez

121 Diario de Sesiones del Senado, sesión 49a de 18 de enero de 1972: 2599-2611
122 Ibid: 2997.
123 Ibid: 2807.

372
actuaban en Chile, según el diputado Femando Maturana, “agentes marxistas extranje­
ros para incentivar la acción de estas bandas armadas. ...Asaltan y delinquen en los cam­
pos, ocupan predios, asaltan poblaciones, atenían contra los propietarios, contra los tra­
bajadores y contra los imponentes que están esperando una casa o un sitio...”.124125Entre
más se entusiasmaba el diputado Maturana con sus denuncias, más personales se hacían
sus alusiones a sus colegas:
Maturana: ¡Aquí diputado Figueroa, no está en el Caupolicán rodeado de sus amigos
para que nos venga a imponer cosas...!
Hablan varios señores a la vez.
Figueroa: ¡Salgamos afuera!
Maturana: ¡Con usted no voy ni a la esquina, señor!
Figueroa: ¡Le tiene miedo al pueblo!
Maturana: ¡No es por ello, sino por no andar con usted, lo que es muy distinto!
Hablan varios señores diputados a la vez.
Cerda (Eduardo): Señor Maturana, le ruego dirigirse a la Mesa y evitar diálogos.
Se concede una interrupción al diputado Amello. [Que denuncia al Ministro del
Interior por ‘delitos flagrantes’]...
Palestro (Mario): ¡Mentiras!
Amello: Mentiroso será Su Señoría, que tiene que esconderse tras esos bigotes...
Hablan varios diputados a la vez.
Amello: Eso demuestra que se está colocando a la fuerza pública en la imposibilidad de
cumplir con su deber... .í25
El debate siguió entre denuncias, insultos, intervenciones antiparlamentarias, re­
cuerdos del “tacnazo» de 1969 y de los indultos de Allende a los «terroristas». El diputa­
do comunista José Cademártori tachó al Partido Nacional de «nazistas» y al grupo «Pa­
tria y Libertad» de “fascistas”. El diputado Amello le recordó a Cardemártori sobre los
miles de masacrados por Stalin y Cademártori le cobró al Partido Nacional y Patria y
Libertad “los letreros escritos...en la Avenida Perú que dicen: ‘Milicos: maricones’. Patria y
Libertad”.126 >
A las acusaciones contra el Ministro Tohá, los partidarios del gobierno respondie­
ron acusando de sediciosos a los partidos de oposición. En un momento más filosófico, la

124 Ibid: 2830.


125 Ibid: 2831-2835.
126 Ibid: 2861.

373
diputada Carmen Lazo dijo sencillamente: “hay una lucha entre el pasado y el futuro,
[por eso] es que nosotros rechazamos la acusación constitucional en contra del Ministro
Tohá”.127 El diputado Gustavo Lorca, al fundamentar su voto a favor de la acusación,
recordó la primera acusación constitucional moderna, contra el Ministro del Interior en
1926, para concluir que “el único responsable es el Ministro señor Tohá, que por debili­
dad, tolerancia, o impotencia, ha permitido que el caos, el atropello, la violencia, el cri­
men y el desorden, mantengan al país en un clima de tensión en el cual ninguna actividad
creadora puede prosperar”.128
El diputado Orlando Millas resumió el proceso sin tapujos: “Los comunistas esti­
mamos que... esta acusación constitucional pretende destruir la tesis de que los cambios
necesarios en Chile son posibles en plena vigencia de los derechos constitucionales... Se
ataca a José Tohá para combatir al Presidente Allende y a la Unidad Popular, por el delito
de cumplir la palabra empeñada con el país... Si los enemigos del pueblo se endurecen, el
pueblo sabrá también endurecerse”. En contraste, el diputado Gustavo Monckeberg votó
que sí, “en nombre y en defensa de las madres de Chile”.
Casi al final del debate, el diputado Luis Undurraga trajo a colación la acusación
constitucional contra el Presidente Carlos Ibáñez en 1956, en que los radicales habían
votado unánimemente a favor, igual que varios diputados de izquierda y el Partido Comu­
nista. Continuó: “Yo, en este momento, por ejemplo, no acusaría al Presidente de la Repú­
blica, pero puede ocurrir que mañana, si tengo los motivos, haga uso de mi derecho, y al
hacerlo, estaré ejerciendo una facultad que la Constitución le otorga, precisamente, a la
Cámara de Diputados».129 Los dados estarían por echarse. Se dio curso a la acusación
contra el Ministro Tohá en la Cámara de Diputados por 81 votos contra 59.
En el Senado, el Ministro Tohá hizo una elegante defensa histórico jurídica, basa­
da en una interpretación de las raíces del procedimiento de «impeachment» en la ley de
Inglaterra y Estados Unidos, y su adaptación desde el siglo XIX en Chile. Citó las fuentes
y a los expertos constitucionales más destacados de Chile. También se refirió a la ley
constitucional de la República Federal Alemana antes de responder en detalle a cada
una de las acusaciones.130
En la sesión del 19 de enero, el diputado acusador, Andrés Zaldívar, pidió la pala­
bra, que le fue concedida por el Presidente del Senado, Patricio Aylwin. Zaldívar resumió
la historia constitucional de Chile desde 1833, las reformas de 1874 y las acusaciones
constitucionales siguientes, citando a notables comentaristas constitucionales como Jor­

127 Ibid: 2881.


128 Ibid: 2882.
129 Ibid: 2899.
130 Ibid: 2611-2637.

374
ge Huneeus, Alejandro Silva Bascuñán y Daniel Schweitzer, entre varios otros. El diputa­
do demócratacristiano hizo referencia a la Comisión de Constitución, Legislación y Justi­
cia de la Cámara de Diputados, de la que formaron parte Antonio Varas, Domingo Santa
María y Joaquín Blest Gana, y al profesor de derecho penal, Luis Cousiño Mac-Iver. Tam­
bién a los debates sobre el significado de “abuso de poder» de la Cámara de Diputados en
noviembre de 1931.131 Otros senadores entraron al debate jurídico, como discusión preli­
minar. Algunos diputados presentaron la acusación al Senado, fundamentando cada uno
de los cargos con detalles en abundancia. La acusación llegaba a ser una denuncia
pormenorizada de todos los abusos, actos inconstitucionales, crímenes e inmoralidades
de los que la oposición hacía culpable el gobierno de la Unidad Popular, desde noviembre
de 1970.
Finalmente, el Ministro Tohá, afirmó: “estoy seguro de haber cumplido con leal­
tad para con mi país, para con mis compatriotas, para con el Presidente de la República,
que me honró con el privilegio de su confianza, para con el gobierno, para con el juramen­
to que presté de respetar la Constitución y las leyes, para con mis convicciones y, por lo
tanto, de haber cumplido también ante mi propia conciencia”.132 Llegado el momento se
pidió votación secreta, moción que fue rechazada, después de unos intercambios ásperos
entre los señores senadores:
«Sepúlveda: ¡Ustedes, que alardean de constitucionalistas, están festinando la Consti­
tución! ¡Nos vamos, porque están festinando la Constitución!
Bulnes Sanfuentes: ¡El profesor de Derecho Constitucional que llegó aquí...!
Ballesteros: ¡La festinan quienes se ausentan de la Sala!
Luengo: ¡Aprueban la votación pública para violar la Carta Fundamental!
Aylwin (Pres.): ¡Honorable señor Luengo, llamo al orden a Su Señoría!
Luengo: ¿Por qué no los llama al orden a ellos?
Teitelboim: ¡Porque son del mismo partido!»
Hacen abandono de la Sala los señores senadores de los Partidos Comunista, Iz­
quierda Radical, Socialista, Social Demócrata, Radical, Acción Popular Independiente,
Unión Socialista Popular, y del Movimiento de Acción Popular Unitaria.133
Los senadores de oposición continuaron fundamentando sus votos a favor de la
acusación con relaciones detalladas sobre las tomas de fundos rústicos, la actuación de
grupos armados, la violencia experimentada durante la elección complementaria de un

131 Diario de Sesiones del Senado, sesión 50a de 19 de enero de 1972: 2655-2662.
132 Diario de Sesiones del Senado, sesión 54a de 20 de enero de 1972:2872.
133 Diario de Sesiones del Senado, sesión 56a de 22 de enero de 1972:2890-91.

375
diputado en la provincia de Linares y el hecho de que los grupos armados «se encuentran
enquistados en los servicios públicos, cuyos vehículos usan».134
Durante el debate, el senador Patricio Aylwin recordaba a los senadores los argu­
mentos de Salvador Allende, en una acusación constitucional en 1957, cuando llamaba a
los señores senadores a votar en conciencia y en público, para añadir que “votar en con­
ciencia no significa votar a escondidas”. Aylwin siguió denunciando duramente la “grave­
dad de la conducta» del Ministro Tohá, que implicaba “una manifiesta violación de los
deberes constitucionales y legales propios de su cargo, lo que lo hace culpable de los
delitos o abusos de poder que la Constitución consigna específicamente y por los cuales
ha sido acusado”.135 La acusación fue aprobada por 26 votos a favor y 0 en contra, sin la
presencia de los senadores del gobierno. Durante el tiempo que quedaría del gobierno de
la Unidad Popular, las acusaciones constitucionales servirían como un foro permanente
de denuncia y de pugilato político.136

Lista Ilustrativa de Acusaciones Constitucionales desafueros y acciones


legales contra funcionarios de la Unidad Popular 1970-1973.

1971
Ministro de Justicia Lisandro Cruz Ponce 2 febrero rechazada
M. del Trabajo y Seg. Soc. José Oyarce Jara 23 marzo rechazada
Intendente de Colchagua Juan Codelia 12 mayo desaforado
M. Obras Públicas y Transp. Pascual Barraza Barraza 31 agosto rechazada (sin debate)
M. Economía, Fomento y Rec. Pedro Vuscovic Bravo 8 sept. rechazada
M. Economía, Fomento y Rec. Pedro Vuscovic Bravo 15 dic. rechazada
M. Interior José Tohá González 28 dic. aprobada (6 enero)
Allende lo nombra
7 enero Min. de
Defensa; Senado
aprueba acusación
(22 de enero 1972)

134 Ibid: (Senador Ochagavía): 2897-98.


135 Ibid: 2904-5.
136 Se agregaron entre mayo y septiembre de 1973: una acusación en el Senado contra los ministros que
suscribieron el decreto de insistencia N. 206, del Ministerio de Economía, Fomento y Reconstrucción; y la
presentación de una acusación en contra de 12 ministros de Estado realizada por una empresa (FENSA).
Tales acusaciones por particulares se presentaron al Senado en conformidad con el Artículo 42 (2), (3), de
la Constitución de 1925.

376
1972
Intendente de Santiago Jaime Concha marzo destituido
Director de Investigaciones Eduardo Paredes 7 junio querella por fraude
aduanero “bultos
cubanos”
Ministro del Interior Hernán del Canto 23 junio aprobada (5 julio)
Diput..
Senado (27 julio);
Allende lo nombra en
el M. Secr. General
de Gobierno
Intendente de Santiago Alfredo Joignant 14 julio Corte de Apelaciones
de Santiago lo declara
reo (denegación de
auxilio a autoridad
competente); Desti
tuido 14 Nov. Senado.
Intendente de Concepción Vladimir Lenin Chávez 2 Sep. Acusado
Intendente de Bío Bío Federico Wolff Alvarez oct. Destituido Senado
Ministros Interior Jaime Suárez,
Economía, Carlos Matus
Agricultura y Jacques Chonchol y
Educación Aníbal Palma 28 oct. renuncian colectiva
mente el 31 de
octubre; algunos son
candidatos para
elecciones del
Congreso.
Intendente de Santiago Alfredo Joignant 2 nov. destituido por el
Senado
M. Hacienda Orlando Millas Correa 20 dic. aprobada Cámara de
Dip. 28 diciembre;
Allende lo nombra
M. de Economía
Senado aprueba
acusac.
10 enero de 1973.

377
1973
Min. Sec. Gen. Hernán del Canto 26 enero Encargado reo por
Del Gobierno Corte de Apelaciones
de Santiago, por
haber impuesto cadena
nacional de radios a
través de la OIR
Intendente de Santiago Jaime FaivovichWaissbluth 28 marzo destituido, (votación
en el Senado de 28-0,
25 abril
M. Economía, Fomento Orlando Millas Correa 10 mayo Aprobada (7junio)
yRec. Diput. Senado:
5 de julio
M. Minería Sergio Bitar Chacra 24 mayo
M. del Trabajo Luis Figueroa M. 29 mayo
M. Interior Gerardo Espinoza 26 junio aprobada (3 julio)
Cámara de Diput.
M. Interior Carlos Briones 7 agosto Contra todos los
ministros 4 de
septiembre137

En los primeros meses de 1972, el Gobierno sufrió más reveses y contratiempos,


perdiendo una elección complementaria en Linares, viéndose atacado por la internación
irregular al país de los llamados «bultos cubanos», supuestamente un cargamento de ar­
mas destinado a la izquierda militarizada y los GAP y la aprobación por el Congreso de una
ley que delimitaba el “área social de la economía”, ley que Allende rehusó promulgar,
provocando una crisis constitucional.
En marzo, el Ministro del Interior denunciaba un complot de Patria y Libertad
para asesinar al Presidente Allende. En abril, Allende vetó el proyecto sobre las tres
áreas de la Economía, reafirmando, de esta manera, la convicción de la oposición respec­
to al gobierno: no habría límite en la expansión del Estado y, con el paso del tiempo, la

Al 11 de septiembre fueron detenidos y permanecieron prisioneros en la Isla Dawson Hernán del Canto,
Jaime Suárez, Carlos Matus, Aníbal Palma y Sergio Bitar entre otros, junto con José Tohá, quién murió
posteriormente, mientras se encontraba recluido en el Hospital Militar. Otros altos funcionarios de go­
bierno fueron detenidos, otros se asilaron en embajadas, permaneciendo en el exilio por largos años, y
algunos murieron fuera de Chile. Eduardo Paredes estuvo en la condición de detenido desaparecido hasta
que fue identificado entre los restos encontrados en el Patio 29 del Cementerio General de Santiago.

378
propiedad privada no contaría con ninguna garantía. Hasta el compromiso del gobierno
con una «economía mixta» tendría que entenderse como táctica y no como parte integral
del proyecto histórico a largo plazo. Iba quedando poco o nada que negociar.

El Segundo Mensaje al Congreso

En el segundo mensaje presidencial del 21 de mayo de 1972, Allende reiteró que


“mi gobierno mantiene que hay otro camino para el proceso revolucionario que no es la
violenta destrucción del actual régimen institucional y constitucional. ...La gran cuestión
que tiene planteada el proceso revolucionario, que decidirá la suerte de Chile, es si la
institucionalidad actual puede abrir paso a la de transición al socialismo”. Por otro lado,
reconoció que “no se puede descartar que la escalada contra el régimen institucional llegue
a provocar las condiciones de la ruptura violenta. ...Nuestra obligación básica es asegurar la
continuidad del proceso revolucionario dentro de los cauces que el pueblo ha trazado”.138
Allende dio prioridad, explícitamente, al programa de la Unidad Popular. No estaba dispues­
to a transarlo en su esencia a cambio de la estabilidad, aun cuando estaba dispuesto, como
táctica, a postergar ciertas medidas, suavizar otras y redefinir otras más. Lo que no era transable
era la transición a una sociedad socialista. Para la oposición, este compromiso de Allende
dejaba poco lugar para conciliaciones o treguas duraderas.
En su mensaje de mayo de 1972, Allende presentó un resumen optimista, aun
cuando enumeró una serie de dificultades económicas y políticas que obstaculizaban la
vía. Acusó a la oposición de «provocar un conflicto institucional». En los últimos meses,
dijo, «se han forzado sucesivos enfrentamientos entre los Poderes del Estado, que han
amenazado la esencia misma de nuestro sistema político y del régimen Presidencial, al
atentar contra la independencia política de los Ministros, las facultades del colegislador
privativas del Ejecutivo y la capacidad económica del gobierno. Se ha llegado hasta el
extremo de pretender invalidar la competencia y la independencia del Tribunal Constitu­
cional. Invoco aquí la responsabilidad que cabe a cada uno de nosotros ante el destino
superior de la Patria».139 Eran palabras con resonancias históricas, las quejas y molestias
de Manuel Bulnes y Manuel Montt frente las pretensiones del Congreso, de Balmaceda,
Arturo Alessandri, Pedro Aguirre Cerda y Eduardo Frei.
Allende, como legislador y líder socialista por décadas había participado como
acusador y denunciante en varias acusaciones constitucionales. Entendía muy bien el

138 «La lucha por la democracia económica y las libertades sociales», del segundo mensaje del Presidente
Allende ante el Congreso Pleno, 21 de mayo de 1972, Consejería de Difusión de la Presidencia de la
República: 10-12.
139 Ibid: 50-51.

379
papel fiscalizador y político de la Legislatura, la Contraloría y la Corte Suprema. Ahora,
sin embargo, entendió mejor el significado del dicho popular: «otra cosa es con guitarra».
El agitador, legislador, orador carismático y socialista comprometido estaba en La Moneda.
La oposición lo resistía mediante todas las formas de lucha. Allende terminó su discurso
diciendo: «A pesar de todos los obstáculos, Pueblo y Gobierno, unidos, Venceremos».140

Hacia el «abismo»: Todos predicen, pocos creen

Tres días después del mensaje presidencial al Congreso hubo una «marcha de la
democracia», efectuada por sectores de la oposición en Concepción, el 24 de mayo de
1972. El senador demócratacristiano Rafael Moreno señaló: “La Unidad Popular dijo que
iba a construir una sociedad socialista con ‘sabor a vino tinto y empanadas’. Sin embargo,
el vino tinto se transformó en vinagre y las empanadas ya no tienen carne por la incapa­
cidad de los que están en el Gobierno”.141 Llegado septiembre de 1972, el senador
demócratacristiano Juan Hamilton, solicitó al Presidente Allende que dimitiera porque
“ha violado reiteradamente las normas básicas de la convivencia democrática y ha man­
chando irreparablemente la legitimidad con que iniciara su mandato constitucional”.142
El senador Patricio Aylwin declaró que «el Primer Mandatario es el principal responsa­
ble del clima de odio que vive el país, porque él lo ha alentado, lo ha estimulado».143 Un
mes más tarde el senador Patricio Aylwin declaró que Allende perpetuaba una «farsa
democrática» y que había contravenido todos los compromisos contraídos.144
El 19 de octubre el senador del Partido Nacional Sergio Onofre Jarpa, amenazó
con una acusación constitucional contra el Presidente Allende, “para dar al pueblo la
oportunidad de elegir libremente a un nuevo gobernador».145 Pero sin los dos tercios del
Senado requeridos para una acusación constitucional, ésta sería un fracaso como la acu­
sación contra el Presidente Ibáñez en 1956. Si la oposición pensaba destituir a Allende
por medios constitucionales tendría que conquistar la mayoría necesaria en las eleccio­
nes parlamentarias de marzo de 1973.

140 Ibid: 57.


141 Citado en Breve historia... (1974): 187.
142 «Senador Hamilton pide abdicación de Allende», La Tercera, 1 de septiembre de 1972: 5.
143 Citado en Breve historia’... (1974): 220.
144 «El Gobierno se pone al margen de la ley», El Mercurio, 7 de octubre de 1972:1.
145 Citado en Breve historia... (1974): 236.

380
Las elecciones de marzo, 1973

La oposición buscaba obtener dos tercios en el Senado, lo que habría permitido


que el resultado de una acusación constitucional fuera la destitución de Allende. Hacerlo
por vía constitucional evitaría la necesidad de un golpe militar, aunque tal vez no se
ahorrarían los costos de contener la violencia callejera y hasta guerrillera que pudiera
ocurrir. De no conseguir la meta, no quedaría sino esperar hasta las elecciones de 1976 o
recurrir a una intervención castrense. Ya en marzo de 1973 se trataba claramente de
fuerzas antagónicas, con discursos, políticas coyunturales y utopías inexorablemente opues­
tas. El ex Presidente Frei dijo: “son dos conceptos diferentes del hombre, de la sociedad,
del Estado. Son dos métodos diferentes y dos medios distintos para llegar a diferentes
fines”.146
Las elecciones no dieron los resultados esperados por la oposición ni tampoco
dieron mayoría a la Unidad Popular en el Congreso. Se produjo un empate institucional
insostenible, un 54,2% de los votos para la oposición y 43,9% para el gobierno. Frei obtu­
vo la primera mayoría nacional como senador en Santiago, con un 28,22%. La Democra­
cia Cristiana quedó con 10 senadores y 60 diputados; el Partido Nacional con 4 senadores
y 34 diputados; los socialistas con 5 senadores y 28 diputados; y los comunistas con 5
senadores y 25 diputados. El ex Presidente Eduardo Frei, principal vocero de la oposición
fue elegido Presidente del Senado.
Hubo denuncias de fraude electoral contra el gobierno, las que fueron amplia­
mente difundidas por la publicación de un informe elaborado por un equipo de la Univer­
sidad Católica, en julio de 1973, sosteniendo que el fraude era masivo y que “nuestra
democracia está hoy quebrada. Nuestro régimen electoral ha permitido un fraude gigan­
tesco y no da garantías de que en futuras elecciones no se vuelva a repetir. Al mismo
tiempo deja abierta una sombra de sospechas respecto de anteriores elecciones que se
han verificado en estos últimos años bajo el mismo régimen”. Con poca sutileza concluyó
el informe: “es evidente que... el pueblo chileno se enfrenta con una tarea de gran enver­
gadura y que ya no puede eludir. Esta es la de reconstruir la democracia creando la nueva
institucionalidad que la garantice eficazmente”.147 Esta denuncia, desde el bastión de los
gremialistas en la Universidad Católica, no sólo buscaba deslegitimar, al gobierno sino
que anticipaba la institucionalización de la democracia protegida que se construiría gra­
dualmente entre 1973 y 1980.

146 «Entrevista a Eduardo Frei M.» para diario «La Prensa» de Lima, verano de 1973, citado en Cristián
Gazmuri, Biografía de Eduardo Frei M. (Manuscrito).
147 «Informe de la Comisión Investigadora del Fraude Electoral, designada por la Facultad de Derecho de la
Pontificia Universidad Católica de Chile, Julio de 1973» en OEA, CECS (1974): 275-284.

381
El “Tancazo”, 29 junio de 1973

El impasse institucional enmarcaba la creciente polarización política. El Presiden­


te Allende se resistía a promulgar la ley sobre las áreas de propiedad y luego determinó
hacerlo parcialmente. El Presidente del Senado Eduardo Frei y el Presidente de la Cámara
de Diputados Luis Pareto, oficiaron a la Contraloría, expresándole que Allende quiere «vul­
nerar claras y expresas disposiciones de la Carta Fundamental».148 La Contraloría determi­
nó que Allende no tenía atribuciones para promulgar la ley de la manera que quería y el
Tribunal Constitucional declinó considerar este conflicto entre el Presidente y la Cámara.
Allende enfrentaba una crisis constitucional, aparentemente sin otra salida que llamar el
país a un plebiscito, sin embargo, los resultados de las elecciones de marzo de 1973 indica­
ban que el gobierno lo perdería, ocasionando así, muy probablemente, el bloqueo definiti­
vo de la vía chilena hacia el socialismo. Dicho fin no era aceptable, pero el gobierno tampo­
co pudo constreñir al MIR ni a los sectores militarizados socialistas y mapucistas y otros, en
sus actuaciones para intensificar el proceso revolucionario.
El 29 de junio hubo un fallido golpe de estado encabezado por el comandante del
Regimiento Blindado N. 2, el teniente coronel Roberto Souper quien estuvo en contacto
con elementos de Patria y Libertad y a quien se le había ordenado entregar el mando el
día anterior. Hubo una balacera entre los tanques M-41 y defensores de la Moneda y el
Ministerio de Defensa, entre ellos Carabineros e Investigaciones, francotiradores y civi­
les de izquierda. A poco andar, el General Prats consiguió que se rindieran los tanques y
Souper fue arrestado. Dirigentes de Patria y Libertad, incluso Pablo Rodríguez y Benja-
mínMatte, se refugiaron en las embajadas de Ecuador y Colombia.149 Durante el motín el
Presidente Allende llamó al pueblo:
“...a que tome todas las industrias, todas las empresas, que esté alerta; que se vuelque
al centro de la ciudad, pero no para ser victimado; que el pueblo salga a las calles, pero
no para ser ametrallado; que lo haga; que lo haga con prudencia en cuanto elemento
tenga en sus manos... Si llega la hora, armas tendrá el pueblo”.150
Como respuesta el ex-Presidente Frei, Presidente del Senado, declaró:
“Con motivo de una irresponsable acción, reprimida por las propias Fuerzas Armadas y
en la cual ninguno de los sectores democráticos tuvo, por supuesto, participación alguna
(junio 29), se ha ordenado la ocupación de fábricas y predios rurales, se han reforzado los
cordones industriales con los que se pretende cercar la ciudad, y, lo que es más grave,

«Promulgación parcial de la reforma es inconstitucional», El Mercurio, 1 de junio de 1973: 23.


«Chile bajo la Unidad Popular» Que Pasa, fascículo 9, (18-24 agosto, 1983): 13.
Mensaje por Radio Corporación para el tanquetazo, 29 de julio de 1973. Citado en Genaro Amagada
Herrera, De la vía chilena a la vía insurrecional, Santiago: Editorial del Pacífico, 1974: 312.

382
existe la certeza de que se reparten armas y se adoptan disposiciones estratégicas y se
lanzan instructivos como si Chile estuviera al borde de una guerra interior. ...El llamado
Poder Popular no es el pueblo de Chile. Son grupos políticos que se autocalifican como
pueblo y que pretenden someter por la fuerza a otros trabajadores, sin titubear ante
ningún medio para conseguirlo”.151
El senador del Partido Nacional Francisco Bulnes describió al país en términos
médicos: «El país se está transformando en un gran manicomio, en el cual el médico ha
perdido el control y se vuelven autoridad los enfermos mentales...» refiriéndose al dis­
curso de Carlos Altamirano (julio 12) y al panorama general de Chile, pero nadie podía
dejar de entender que el médico aludido era el Presidente de la República.152 El diputa­
do socialista Mario Palestro echó más leña al fuego: “¿Por qué no puede ser Yakarta al
revés [se refería a la matanza masiva de «comunistas» en Indonesia en 1965] y que noso­
tros nos vayamos al Barrio Alto y los que sean fusilados no sean ni obreros ni campesi­
nos?”.153 La amenaza de Palestro respondió en parte a la consigna «ya viene Yakarta»,
que aparecía pintada con frecuencia en los muros y edificios de Santiago y de provincias,
como advertencia a los partidarios de la Unidad Popular de lo que les ocurriría si se
producía un golpe de Estado.
En las semanas siguientes las Fuerzas Armadas comenzaron a aplicar la ley sobre
control de armas allanando liceos, fábricas, edificios públicos, cordones industriales y
hasta las sedes de la CUT, decomisando armas, municiones, explosivos y literatura «sub­
versiva». Con algunas excepciones, los grupos paramilitares de Patria y Libertad y del
Comando Rolando Matus de la derecha no fueron objeto de las mismas medidas. Los
allanamientos sirvieron de entrenamiento para las tropas y los carabineros, y a la vez
permitieron la incautación de algún armamento y otros materiales bélicos. En algunos
casos hubo enfrentamientos, muertos y heridos.154 La CUT entregó una declaración de
protesta al Ministro del Interior expresando:
“Nos causa profunda extrañeza que los allanamientos se estén realizando exclusiva­
mente contra industrias, sindicatos y poblaciones populares, es decir, contra los traba­
jadores, en circunstancias que son otras organizaciones, como ‘Patria y Libertad’ quie­
nes públicamente han expresado su decisión de armarse, realizar atentados e impulsar
la subversión”.155

151 Citado en Breve historia... (1974): 374.


152 Ibid: 378-79.
153 Citado en Breve Historia...(1974): en la sección de fotos con la foto de Mario Palestro. Palestro hacía
referencia - indirectamente- a los rayados murales aparecidos en Santiago que decían «Yakarta ya vie­
ne».
154 Arriagada (1974): 314-316.
155 «Hoy por Hoy», Chile Hoy, Año 11, Núm. 59 (27 julio- 2 agosto, 1973): 3.

383
El periodista Víctor Vaccaro escribió en Chile Hoy que las negociaciones con la
Democracia Cristiana, que contaban con el respaldo de la jerarquía eclesiástica y de las
Fuerzas Armadas, habían creado graves problemas dentro de la Unidad Popular. Dijo que
“en esas condiciones el remedio podría resultar peor que la enfermedad.156 Terminó con
una amenaza implícita: [que el Partido Socialista] «Resuelva dejar al Presidente Allende
en libertad de acción, para, desde afuera, apoyar el proceso de acuerdo con el alto nivel
de conciencia alcanzado por los trabajadores».157
En agosto de 1973 una periodista escribió en Chile Hoy: «Cabe preguntarse ahora
si en todas estas acciones en que son protagonistas fundamentalmente el pueblo y la
tropa, no existe alguna intención de preparar sicológicamente a los soldados para el en­
frentamiento diario con el pueblo»158 Mientras tanto, se proseguía con la organización
del «poder popular» y de instancias paralelas en los cordones industriales, mediante una
«Coordinadora Provincial de Cordones Industriales» en Santiago, y otras instancias de
poder popular, como los «comandos comunales» y las JAP en los campamentos, poblacio­
nes y en el campo.159 En el mismo número de Chile Hoy se publicó una lista de las indus­
trias tomadas el día 29 de junio, como resultado del llamado de Allende ante elTanquetazo,
y las solicitudes de sus obreros para «que ingresen al área social».160 En una entrevista el
dirigente del MIR Miguel Enríquez, denunciaba:
«...la devolución de empresas intentada por la política del Ministro [comunista]
Cademártori, la tolerancia al desalojo policial de algunas fábricas por el Ministro [so­
cialista] Briones, órdenes de reprimir manifestaciones callejeras de los trabajadores
por este mismo Ministro... Si este proyecto de capitulación cristaliza,... se dividirá la
izquierda, se generará la división de la clase obrera y el pueblo...»
Enríquez llamó a «una vasta y extensa contraofensiva revolucionaria y popular
que paralice al golpismo... desarrollando y fortaleciendo el poder popular,... para impo­
ner un verdadero gobierno de trabajadores».161

156 Víctor Vaccaro, «El diálogo Gobierno-DC ¿un remedio peor que la enfermedad?», en Ibid’ 5
157 Ibid.
158 Faride Zerán, «Control de armas. La nueva ‘ley maldita’», Chile Hoy, Año n, Núm. 61 (10-16 agosto, 1973):

«Declaración de la Coordinadora de Cordones», Chile Hoy, ibid: 7 («en los cordones industriales debe
instaurarse una democracia proletaria»). La denominación “cordones industriales” hacía referencia al
conjunto de industrias existentes en una zona determinada identificándolos casi siempre por el nombre
de la avenida principal en la que estaban ubicadas tales empresas. Por ello se conocían como “cordón
Vicuña Mackenna”, “cordón Cerrillos”, etc. Según el fascículo N.10 de la revista Que Pasa “Chile bajo la
Unidad Popular” [los cordones] “pasaron, de hecho, a convertirse en una nueva e insólita división adminis­
trativa del país, centros de control sobre la actividad ciudadana, especialmente en el Gran Santiago”(P.8).
160 «En proceso de definición Industrias tomadas el 29», ibid: 15.
161 «Miguel Enríquez a las FFAA: No obedecer ordenes golpistas», ibid: 29.

384
Para Enríquez, Altamirano y otros, llegar a un acuerdo con la Democracia Cristia­
na era aceptar una capitulación. Según la derecha y sectores importantes de la Democra­
cia Cristiana, Allende no podría cumplir sus promesas, aunque estuviera dispuesto a con­
ciliar. El Partido Nacional declaró: “no cabe seguir esperando y dando más tiempo a los
grupos extremistas para aumentar sus efectivos armados y asegurar su éxito en el propó­
sito de instaurar la dictadura total”.162 El proceso estaba fuera de control.
El Mercurio llegaría a publicar un artículo en la sección cultural de su revista del
día domingo titulado «¡Moctezuma, Víctima del Diálogo!». Preguntaba el articulista, quien
lamentaba la traición y la muerte del cacique Azteca a manos de un «puñado de
audaces»:«¿Qué pensarían ahora sus pomposos militares irresolutos? ¿Qué pensaría él
mismo, generalísimo de cien mil soldados que se dejó atrapar estúpidamente por no ha­
cerlos entrar en acción cuando todavía era tiempo?»163 La alusión era evidente. En estas
condiciones hablar de la reconciliación no era realista, apenas se podía imaginar una
tregua, mientras las fuerzas opuestas se preparaban para la batalla definitiva.

El desenlace

El 30 de julio de 1973, Allende había intentado una vez más evitar la ruptura, en
nuevas conversaciones con el presidente de la Democracia Cristiana, Patricio Aylwin.
Este partido planteó la necesidad de restablecer la confianza de la ciudadanía mediante
la representación institucional de las Fuerzas Armadas en el gabinete, el desarme de los
grupos militares de acuerdo con la ley de control de armas, la promulgación de la reforma
constitucional aprobada por la mayoría opositora respecto a las tres áreas de propiedad y
la devolución de algunas empresas tomadas u ocupadas por obreros. Dicha propuesta fue
totalmente inaceptable para la dirigencia del Partido Socialista y, por supuesto, para el
MIR. En Chile Hoy se proclamó: «Propiciamos la instauración de un gobierno fuerte y
autoritario... Basta de conversaciones inútiles».164 El país tendría un gobierno autoritario
demasiado pronto, pero no el gobierno que habían «propiciado» los socialistas de Chile
Hoy y el MIR. En parte la ferocidad del golpe que vendría respondería a las cartas y
llamados a los uniformados a desobedecer las órdenes de sus superiores, como la «Carta
a las Fuerzas Armadas» publicada en Chile Hoy a comienzos de agosto.165 También res­
pondería a las denuncias de la derecha de la existencia de un plan de autogolpe que
implicaba eliminar a oficiales de las Fuerzas Armadas y sus familiares.

1S2 «La derecha no quiere dialogar», Chile Hoy, Año n, Núm. 60 (3-9 agosto, 1973): 3.
163 Citado en «Hoy por Hoy», Chile Hoy, Año H, Núm. 62 (17-23 agosto, 1973): 3.
164 Víctor Vaccaro, «El diálogo. La DC juega con cartas marcadas», Ibid: 5.
165 Luis Acuña Vega, «Carta a las Fuerzas Armadas» en Ibid: 8.

385
Entre los comunistas había diferencias de opinión sobre algunos elementos de las
demandas de la Democracia Cristiana. Trataban también de mantener la autoridad del
Gobierno frente a los intentos de crear «poder popular», especialmente en los cordones
industriales, controlados por miristas y socialistas. Allende rechazó las demandas de la
DC, con lo que Aylwin dio por terminadas las conversaciones, a pesar del llamado urgente
de Allende de proseguir con ellas.

Los últimos dos meses

Desde julio de 1973 era difícil saber cual «suceso» tenía más transcendencia. El
fascículo 10 de «Chile bajo la Unidad Popular» de Qué Pasa dice:
“Los dos meses postreros [al tanquetazo] -julio y agosto de 1973- estarían dominados
por él fantasma de la guerra civil...
“Allende ylaUP siguieron dos líneas paralelas... aunque contradictorias: -por una
parte-, preparar el enfrentamiento, acumulando febrilmente armas y explosivos, forti­
ficando posiciones (las industrias ‘tomadas’, muchas de ellas a raíz del tanquetazo y
diseñando estrategias más o menos razonables para la lucha;... -por otra parte, inten­
tar prevenir o al menos retardar aquel enfrentamiento, sin que sepamos a ciencia
cierta si procedían en ellos sinceramente, o sólo a la espera de una situación más favo­
rable para ganar la guerra civil. Seguramente hubo buena fe en algunos, y en otros -
los más, es probable- un cálculo frío: no hallarse todavía maduras las condiciones de
un putsch marxista-leninista”.166
Los militares se integraron nuevamente al gabinete, para «restaurar la confian­
za», mientras el gobierno entró en un diálogo con la Democracia Cristiana, patrocinado
por el Cardenal y el Comité Permanente de los Obispos en el anhelo de evitar la ruptura.
El proceso empezó con una comida en la casa del Cardenal el 17 de julio.167
Muy pronto se hizo evidente que no se llegaría a feliz término. La oposición insis­
tía en que el gobierno había pasado a la ilegitimidad, apoyando esta posición por la serie
de conflictos con el Poder Legislativo, Judicial y la Contraloría. La lista de documentos
que se detallan a continuación muestran el enfrentamiento de poderes y la desviación
hacía la inconstitucionalidad del gobierno.

«Evitando la guerra civil... el ‘diálogo’» en fascículo 10, de Que Pasa, «Chile bajo la Unidad Popular»
(1983):12. (Énfasis en el original).
Sobre este proceso véase las memorias del ex Presidente Patricio Aylwin Azocar, El reencuentro de los
demócratas. Del golpe al triunfo del No, Santiago: Ediciones Grupo Zeta, 1998: 25-30.

386
Lista de oficios y documentos públicos
(enfrentamiento de poderes) 1972-1973

Oficio del Colegio de Abogados al Presidente Allende 28 sept 1972

Respuesta del Contralor General a Ministro


de Economía, Fomento y Reconstrucción 14 marzo 1973

Oficio del Presidente de la Corte Suprema 12 abril de 1973


al Presidente Allende

Oficio de la Corte Suprema al Presidente Allende 7 de mayo 1973

Oficio de la Corte Suprema al Presidente Allende 16 mayo 1973

Oficio de la Corte Suprema al Presidente Allende 26 mayo 1973

Oficio del Presidente Allende a la Corte Suprema 12 junio 1973

Oficio de la Corte Suprema al Presidente Allende 25 junio 1973

Acuerdo de la Cámara de Diputados, sobre


“Grave quebrantamiento del orden
constitucional y legal de la República” 23 de agosto de 1973

Respuesta del Presidente de la República al


Acuerdo de la Cámara de Diputados
24 de agosto de 1973

Informe del Colegio de Abogados sobre inhabilidad 29 de agosto de 1973


constitucional del S:E el presidente de la República
(Llamada para una nueva elección, art. 43 n. 4)

Informe de profesores de derecho constitucional 7 de septiembre 1973


«estudio sobre declaración de inhabilidad del
presidente de la República por el
Congreso Nacional»

387
En su conjunto, los documentos referidos explicitan el enfrentamiento de los Pode­
res Constitucionales y sus bases político-jurídicas. La mayoría del Congreso, la Corte Su­
prema, la Contraloría y el Colegio de Abogados sostuvieron, en términos duros, que Allen­
de y su gobierno habían pasado a la inconstitucionalidad y a la ilegitimidad. Por otra parte,
los miristas y la mayoría de los socialistas no pensaban desacelerar el tránsito revoluciona­
rio. Los nacionales estaban convencidos que el enfrentamiento era ineludible. No hubo
acuerdo sobre los temas fundamentales: la reforma constitucional respecto a las áreas de
propiedad (la ley patrocinada por el senador Juan Hamilton); desarme y desmovilización
de los grupos armados; devolución de las industrias ‘tomadas’ el 29 de jumo; un gabinete
en que las Fuerzas Armadas tendrían representación institucional y el «imperio de la ley y
la Constitución». Aceptar estas condiciones habría sido entregar la vía chilena hacia el
socialismo al cuidado de las Fuerzas Armadas y a los amarres de la Democracia Cristiana.
Los socialistas no podían aceptarlo así como el MIR ni los mapucistas lo considerarían.
En la madrugada del 27 de julio fue asesinado el Edecán Naval de Allende, capi­
tán de navio Arturo Araya Peeters. La fecha casi coincidía con el aniversario del asalto de
Fidel Castro al Cuartel Moneada en 1956. Según especulaciones de la derecha, estarían
involucrados miembros del GAP y agentes cubanos, que “tenía por finalidad secuestrar
al Edecán para conmocionar al país y evitar o postergar los diálogos entre la DC y el
Primer Mandatario”.168 Esta versión demostró ser falsa y los asesinos serían indultados
por el gobierno militar en 1980.169

168 «El crimen del Edecán», en Que Pasa, fascículo 10,25-31 agosto, 1983 «Chile bajo de Unidad Popular»: 17-18.
169 Fue acusado José Riquelme Bascuñán, militante socialista, como el asesino de «izquierda». Allende
nombró una comisión para que investigara el crimen. Interrogado el inculpado involucró a tres cubanos
y a uno de los jefes del GAP, Domingo Blanco. En el expediente, examinado años después, quedaba
claro, sin embargo, que el inculpado quedó libre inmediatamente después del 11 de septiembre y no se
volvieron a tener noticias suyas. El 12 de septiembre un comando de Patria y Libertad, formado por 19
personas, tomó contacto con las Fuerzas Armadas y reconoció la autoría del asesinato. Algunos de ellos
estuvieron 60 días presos y fueron trasladados a una clínica en Santiago. Uno de los integrantes del
comando asesino había sido detenido en agosto de 1973 sin que esta información se hiciera pública. El
asesino principal según revelaban las investigaciones posteriores publicadas en la prensa, era Guillermo
Claverie Bartet. Después de largas y prolongadas tramitaciones el proceso llegó a la Corte Suprema que
confirmó la sentencia solicitada por la Corte Marcial de tres años y un día. No había lugar para la
remisión de la pena. El 3 de diciembre de 1980 Guillermo Claverie se dirigió al general Augusto Pinochet
«He reiniciado mi vida, desempeñándome como ciudadano ejemplar, cumplidor de mis obligaciones y
deberes para con la Patria como fue y ha sido siempre. Los hechos que me tocó protagonizar son para la
mayoría de los chilenos solamente un oscuro recuerdo en el tiempo, pero para mí, un anónimo protago­
nista de los hechos que hoy hacen que nuestra Patria sea uno de los escasos remansos de paz en el
mundo, tales hechos cobran dramática vigencia». Y agrega: «confiando enternamente en la compren­
sión y sentido de equidad de V.E. para con el que fue uno de los colaboradores para lograr la paz actual,
me permito solicitar la gracia del indulto». La revista agrega que el indulto le fue concedido de inme­
diato. Informe Especial. «Quiénes asesinaron al Comandante Araya». CAUCE, Año 1 N 15, Quincena del
26 de junio al 9 de julio de 1984: 24-27.

388
El 30 de julio se supo públicamente que visitaban el país el vice primer ministro
de Cuba, Carlos Rafael Rodríguez y el jefe de la policía secreta cubana, Manuel “Barba-
rroja” Piñeiro. El 31 de julio se dio por fracasado el diálogo. Según la revista Que Pasa, un
dirigente de la DC confidenciaba: “Hemos hecho un último esfuerzo para que los
militares entren al Gobierno por la puerta: quiera Dios que la situación del país no los
haga entrar por la ventana”.170
A comienzos de agosto el país estaba prácticamente paralizado. Todos esperaban el
desenlace como si no pudieran creer que llegaría. Todos predecían el desastre sin poder
evitar el callejón sin salida. El 6 de agosto fueron detenidos e incomunicados cerca de un
centenar de marinos y trabajadores de ASMAR, siendo posteriormente procesados y encar­
gados reos por el Fiscal Naval de Talcahuano por incumplimiento de deberes militares. El 7
de agosto la Armada emitió una declaración denunciando «la gestación de un movimiento
subversivo en dos unidades de la escuadra, apoyados por elementos ajenos a la institu­
ción....».171 Las versiones de lo ocurrido eran contradictorias. Para unos, los detenidos re­
presentaban el germen de la subversión en la Armada. Para otros, se trataba de sectores
leales al gobierno y antigolpistas. Unos denunciaban la infiltración de la izquierda y para
los otros, en palabras del abogado Pedro Enríquez, defensor de los inculpados se trataba de
«una monstruosa farsa del extremismo y la subversión en las filas de la Armada. El único
delito cometido por los marinos y trabajadores flagelados y procesados es profesar ideas de
izquierda y estar dispuestos a oponerse a un golpe en contra del Gobierno constitucional.
Así lo han declarado en el proceso y por ello no se les ha podido imputar hasta el momento
más que algo tan vago como ‘incumplimiento de deberes militares’».172
El general Carlos Prats relata en sus memorias una conversación con el general
Bonilla el 22 de agosto de 1973 en la que éste le dijo: “Estás llevando al Ejército al com­
promiso con el marxismo. -¡Compromiso con la Constitución!, fue la respuesta del gene­
ral Prats”.173 Al día siguiente renunció a la Comandancia en Jefe del Ejército. En su carta
al Presidente Salvador Allende fundamentó su decisión diciendo:
“Al apreciar - en estos últimos días- que, quienes me denigraban, habían logrado per­
turbar el criterio de un sector de la oficialidad del ejército he estimado un deber de
soldado, de sólidos principios, no constituirme en factor de quiebre de la disciplina
institucional y de dislocación del estado de derecho, ni de servir de pretexto a quienes
buscan el derrocamiento del gobierno constitucional”.174

170 Ibid: 16.


171 «Plan golpista en la Armada» Chile Hoy. Año H N. 63. Del 24 al 30 de agosto de 1973:16-17 y 32.
172 Ibid: 32.
173 Carlos Prats Una vida por la legalidad. México. Fondo de Cultura Económica, 1976:77.
174 Ibid: 83

389
En ese contexto, el editorial de la revista Mensaje de agosto de 1973 era profético:
«[Los interlocutores de ambos sectores] se sienten mutuamente engañados. No discuta­
mos quién tiene más razones para estarlo y quien carga con la mayor responsabilidad
del impasse creado.
Una cosa es cierta y es que todos los esfuerzos que se hagan ahora, por más duros e
ingratos que sean, son pequeños comparados con los que tendrían que hacer los chilenos
para reconciliarse después de una guerra civil. Los que no están dispuestos a hacer este
esfuerzo ahora tienden a disminuir los riesgos de una guerra civil o a considerar que de
hecho sería breve. Creemos que los obispos están suficientemente informados y hablan
responsablemente cuando afirman: ‘La peor desgracia que puede ocurrir a un país, y esto
todos lo sabemos, es una guerra civil. No sólo por sus secuelas de muerte y de miseria.
Sino por el envenenamiento del alma nacional por el odio y el rencor que hace muy
difícil la reconstrucción ulterior. Tenemos que hacer todo lo posible para evitarlo’ ”.175
Un último llamado a la reconciliación, antes que reconciliarse fuera mucho más
difícil, envenenado por un conflicto intestino con un saldo de muertes, miseria, odio y
rencores. Un llamado a encontrar consensos, por mínimos que fueran, mediante la reno­
vación del diálogo para evitar la ruptura. Pero la confianza entre los interlocutores se
había erosionado; la tertulia y los acuerdos privados entre caballeros, fueran de derecha,
centro o izquierda, habían sido reemplazados por movilizaciones sociales de derecha y de
izquierda que se daban en las calles, en los caminos del país, en los fundos del campo y, al
final, en los cuarteles y los barcos de la Armada. El liderazgo político del país había
fracasado; no pudo ni siquiera conseguir una tregua para pensarlo más, como insinuaban
los Obispos.
Escribiendo en 1998, el ex- Presidente de la República, Patricio Aylwin y, enton­
ces Presidente del Senado, señalaba:
“Temíamos que en Chile pudiera repetirse lo ocurrido en Checoeslovaquia en 1948,
cuando los partidos democráticos intentaron poner en marcha una vía checoeslovaca
de construcción del socialismo’, pero ese intento fue abortado por el llamado ‘golpe de
Praga’, que condujo a dicho país a la dictadura comunista.
...Mucho tiempo después, siendo ya Presidente de la República, cada vez que representé
al General Pinochet los excesos de brutalidad y barbarie en que incurrió la represión de
la dictadura, me contestó siempre con las mismas palabras: ‘Estábamos en guerra,
Presidente; había diez mil hombres armados y nos iban a matar a todos’.

«Nuestros Obispos: Llamado apremiante», agosto de 1973, en Chile visto por Mensaje 1971-1981, Selección
de editoriales, Santiago: Editorial Aconcagua, s.f.: 74.

390
...Juzgado el asunto ahora, a la distancia, resulta evidente que esos temores acerca del
peligro inminente de que pudiera repetirse en Chile un ‘golpe de Praga’ que instaurara
una dictadura comunista, carecían de real y serio fundamento. Yo no creo en la tan
repetida consigna de que ‘el golpe militar nos salvó del comunismo’. Pero esto, que hoy
me parece claro, no lo era en esos días. En mayor menor medida, los sectores democrá­
ticos de nuestro país sentíamos a Chile bajo la inminente amenaza de un gran peligro
de destrucción y anarquía proveniente del extremismo de izquierda”.176
Según Stefan de Vylder, cuando las Fuerzas Armadas y Carabineros derrocaron
fácilmente a la Unidad Popular, el 11 de septiembre, el gobierno ya había sido derrotado
en todos los otros frentes de batalla (político, económico, internacional) y las políticas
diseñadas e implementadas por la Unidad Popular estaban destinadas a fracasar.177 Toda­
vía más importante, la mayoría de los líderes de la Democracia Cristiana compartían la
visión que las Fuerzas Armadas eran los salvadores del país, al menos a corto plazo.178
El 22 de agosto la Cámara de Diputados aprobó un acuerdo declarando que Allen­
de se había colocado al margen de la Constitución. En él se solicitaba la intervención
militar para restablecer la vigencia de la Constitución y el imperio de la Ley. El 6 de
septiembre el diario de derecha, La Segunda, salió con grandes titulares: ¡RENUNCIE!
HAGALO POR CHILE. El 11 de septiembre se cerró la vía chilena hacia el socialismo.
Todo intento de reconciliación política desde 1970 hasta 1973 había fracasado.

176 Aylwin (1998): 29-30.


177 DeVylder (1976): 214; 220.
178 El 13 de septiembre de 1973, un grupo de demócratacristianos, incluyendo a Bernardo Leighton, Radomiro
Tomic, Ignacio Palma, Renán Fuentealba y otros suscribieron una declaración que condenaba «categóri­
camente el derrocamiento del Presidente Constitucional de Chile, señor Salvador Allende, de cuyo Go­
bierno, por decisión de la voluntad popular y de nuestro partido, fuimos invariables opositores. Nos incli­
namos respetuosos ante el sacrificio que él hizo de su vida en defensa de la autoridad constitucional».
Citado en Aylwin (1998): 33.

391
Capítulo 8
La “revolución silenciosa”: la vía “inquisitorial”, 1973-1990

Cronología Política Medidas de Reconciliación,


Amnistías, Indultos
1973
Pronunciamiento militar 11 sep.
Primera fase de represión política:
detenciones masivas, denuncia de
torturas, consejos de guerra y
ejecuciones en casi todo el país
Creación de COPACHI 3 oct.
DL 77: Declara disueltos, prohibidos, y
considerados ilícitos a los partidos
políticos, entidades, agrupaciones, etc.
que sustenten doctrina marxista 13 oct.
“Caravana de la muerte” oct.
ejecuciones en diferentes ciudades
del norte y sur del país
D.S. (Junta) 1.064 25 oct.
Se crea comisión para estudiar y
elaborar una nueva constitución,
para “reconstituir, renovar y
perfeccionar la institucionalidad
fundamental de la República”
Hasta 28 oct. 4.880 peticiones de asilo;
Otorgados 4.761 salvoconductos
DL81 nov. Reglamenta las normas para
los asilados y exiliados

393
DL117 31 dic. Creación de SENDET1
1974
“Declaración de Principios del
Gobierno de Chile” 11 marzo
DL 521, creación de la DINA
(Diario Oficial) 18 junio
DL 527, Estatuto Jurídico de
la Junta Militar 25 julio Indultos generales y particulares
(1974-90); individuales, colectivos
15 sep. Empieza éxodo de detenidos al
exilio, salen a Panamá, México
y otros países
Asesinato en Buenos Aires del
General Carlos Prats y su esposa 30 sep.
1975
Política de “shock” económico Comisión Asesora para
119 chilenos denunciados junio cumplimiento de las garantías
como desaparecidos habrían muerto constitucionales
en enfrentamientos fuera de Chile
según fuentes de prensa en
el extranjero
DS 890 (Min. de Interior)
Modifica Ley de Seguridad del Estado 26 agosto
Atentado contra Bernardo Leighton
y su esposa Ana Fresno en Roma
Cierre COPACHI 31 dic.
1976
Se funda Vicaría de la Solidaridad
(Arzobispado Santiago) 1 enero
Actas Constitucionales
(1) DL 1.319 9 enero

SENDET: Secretaría Nacional de Detenidos.

394
(2) DL 1.551 “Bases Esenciales de
la Chilenidad” 11 sep.
(3) DL 1.552 “derechos y deberes
constitucionales” 11 sep.
(4) DL 1.553 “sobre regímenes de
emergencia” 11 sep.

Asesinato de Orlando Letelier 21 sep.


16 nov. Gobierno declara libertad
total de detenidos por Ley
de estado de sitio, con
excepción de Jorge Montes
y Luis Corvalán
7-13 dic. Varios dirigentes políticos
salen al exilio
18 dic. Canje de Luis Corvalán por el
disidente soviético Vladimir
Bukovsky
25 dic. y Se suspende toque de queda
año nuevo
1977
Discurso presidencial: se 21 mayo
anuncia etapa de institucionalización.
17 junio Canje de Jorge Montes por
11 presos políticos de la
Rep. Democrática Alemana
27 junio DINACOS anuncia el proceso
de normalización: los DL 640,
1.009 y el DS 504, reglamentan
derechos de detenidos; anuncia
la dictación de más de 40
decretos supremos que
“benefician a más de 1000
detenidos”

395
Discurso de Chacarillas 9 julio
Se anuncia la vía de «recuperación,
transición y normalidad constitucional» Se cierra DINA, se crea CNI
12-13 agosto
Gen. Pinochet viaja a EE.UU. 5 sep.
DS Ministerio del Interior 23 oct. Se autoriza retomo de 91
personas al país
Condena de la Asamblea General
de Naciones Unidas por 4°año
consecutivo por violaciones de DD.HH. dic. A Erich Schnacke se le conmuta
la pena de 30 años de presidio
por la de extrañamiento
1978
«Consulta Nacional» sobre respaldo 4 enero, 1978
de los ciudadanos al Pres.de la Rep.
en defensa de la dignidad de Chile a
10 marzo Se suspende estado de sitio
Permanece estado de emergencia
29 marzo Se levanta toque de queda para
peatones en Llanquihue, Chiloé
y Magallanes
30 marzo Se deroga el Bando 107
1 abril Se levanta toque de queda en las
Regiones IV, V, VI y Metropolita­
na para peatones
2 abril Carlos Lazo viaja a Francia (Pena
de 30 años de presidio se conmuta
por 20 de extrañamiento)
4 abril Levantado toque de queda para
peatones en todo el país.

396
6 abril Ministro Secretario General
Gobierno anuncia que pueden
regresar al país asilados y otros,
sujeto a revisión de una solicitud
por la autoridad correspondiente.
Discurso Presidencial 6 abril Anuncia indulto o conmutación de
pena por extrañamiento a todos
los condenados por los Tribunales
Militares a raíz de los delitos
contra la Seguridad del Estado
anteriores al 11 de Septiembre de
1973 o cometidos después de esta
fecha.Primer civil nombrado como
12 abril Ministro del Interior (Sergio
Fernández)
15 abril CIME anuncia que saldrán del
país 109 condenados por infringir
la Ley de Seg. Int. del Estado; se
incluyen ex oficiales de la FACH
Ernesto Galaz y Raúl Vergara.
19 abril DL 2.191, Amnistía para casos
estipulados desde 11 de Sept.
de 1973 hasta 10 de marzo de 1978
Indultos y retomo de algunos
exiliados y expulsados
Se funda el Comité Pro-retomo
de exiliados. mayo
Primera huelga de hambre de mayo
familiares de detenidos-desaparecidos
en templos de Santiago

397
Decreto Ley 2.200
Se modifica el Código de Trabajo, se
“flexibilizan” los despidos y se eliminan
otras protecciones sindicales y de
condiciones de trabajo 16 junio
Autorizada visita de Comisión DDHH julio
de Naciones Unidas
General Leigh destituido,
reemplazado por general Mathei
retiros en FACH
Comisión entrega anteproyecto
de nueva Constitución
Se funda Agrupación de Familiares de
Ejecutados Políticos nov.
Denuncia de cuerpos encontrados
en hornos de cal de Lonquén
Se crea Comisión Chilena de
Derechos Humanos
Mediación Papal conflicto Argentina dic.
1979
Operación retorno (MIR); resurge
violencia política y represión
Identificados los cuerpos de Lonquén:
eran detenidos desaparecidos de Isla
de Maipo desde octubre de 1973.
Anunciadas las “7 modernizaciones”
Nombrado Relator Especial DDHH-ONU
para Chile (no se autoriza su ingreso)
DL 3.168 (Modifica DL 81 y 1.877)
Seguridad Interior del Estado

398
1980
General Pinochet viaja hacia Filipinas 21 marzo
visita cancelada durante el viaje
Retoma a Chile desde Fiji
Se funda Agrupación de Familiares de
Relegados y ex relegados
Se plebiscita nueva Constitución 11 sept.
1981
Implementación de la
constitución de 1980 11 marzo,
Huelga en “El Teniente” abril
Ley 17.997 (Tribunal Constitucional) mayo
“Pliego Nacional Sindical” junio
Represión de dirigentes,
expulsión del país de líderes políticos
1982
Muerte de Eduardo Frei M. 22 enero,
Asesinato de Tucapel Jiménez febrero
Crisis financiera; devaluación del peso febrero-abril
1983
Retiro del Cardenal Silva Henríquez 1° mayo,
Recesión económica
Comienzan “protestas” nacionales 11 mayo
Asesinato de Carol Urzúa, Intendente agosto
de Santiago
Se funda Movimiento Sebastián
Acevedo contra la tortura 14 sept.

399
1984
Ley 18.314 (antiterrorista)
Ley 18.313 (modifica 16.643 de 1967
Sobre Abusos de Publicidad)
Expulsión del país de dos
dirigentes campesinos 7 abril
Requerimiento de Ministerio
del Interior contra Movimiento
Democrático Popular
(MDP) por Ley de Seg. Int.del Estado
Requerimiento al Tribunal
Constitucional por art 8°contra MDP
Se acogen recursos de amparo de
expulsados, regresan y son detenidos 23 junio
Dictación de leyes complementarias
de la Constitución
Continúan las protestas,estado de sitio.
Relegaciones masivas
1985
Tribunal Constitucional
declara inconstitucionalidad de
MDP (MIR, PS Almeyda, y PC) 31 enero
Secuestro y degollamiento de tres
profesionales comunistas marzo
Ley 18.415 (estados de excepción) junio
Ley 18.460 (Tribunal Calificador novi.
de Elecciones)
1986
Ley 18.575 (Administración del Estado) junio
Siguen protestas
Carmen Gloria Quintana y Rodrigo
Rojas quemados por patrulla militar 2 julio
(muere Rodrigo y sobrevive C. Gloria)

400
Hallazgo de armamento (Carrizal bajo) agosto
Atentado contra Pinochet 7 sept.
Asesinato de 4 militantes de izquierda 7-8 sept.
(José Carrasco, periodista y otros)
Declaración de estado de sitio
Ley 18.556 (Inscripciones Electorales) oct.
Allanamiento a poblaciones de Santiago
1987
Matanza de Corpus Christi (Op. Albania) 16 junio
Visita del Papa
1988
Junta nombra a Augusto Pinochet
candidato único para el plebiscito 31 agosto Término del exilio; empiezan a
volver centenares de exiliados
*
y dirigentes políticos
Pinochet como candidato del SÍ 1 sept.
Plebiscito: “SI”-“NO” 5 oct.
1989
Plebiscito sobre reformas
constitucionales 30 de julio
Elecciones Presidenciales y
Parlamentarias 14 dic.
1990
Junta Militar aprueba leyes orgánicas
constitucionales sobre Fuerzas
Armadas y de Orden 6 marzo
Asume Presidente Patricio Aylwin 11 marzo

La historia del gobierno militar es bastante clara en términos jurídico políticos:


derrocamiento del presidente Allende (1973); dictadura de una Junta Militar (1973-1981);
régimen transitorio estipulado por la Constitución plebiscitada en 1980 (1981-1990). En
ese período el país fue regido por bandos militares, decretos y decretos leyes, “actas cons­
titucionales”, y por la política de las llamadas “modernizaciones” aprobadas por la Junta.

401
Desde 1981 regía la nueva constitución, sobretodo su articulado transitorio, ya
que se consideraba que el país estaba en una fase de transición hacia la plena
implementación de la democracia protegida, que se estableció en la Constitución de 1980.
En octubre de 1988, el electorado rechazó la alternativa de la opción “SI” en el plebiscito
estipulado por la Constitución de 1980, es decir, se rechazó la opción de Pinochet como
presidente del país para los próximos ocho años, aunque el general quedó como primer
mandatario durante 14 meses más, hasta que se eligiera un nuevo presidente y un congre­
so según la fórmula de la nueva Carta.2
El tema central de la campaña del “NO” en 1988 fue restablecer la unidad de la
familia chilena, crear un Chile para todos, terminar con el país de “amigos y enemigos”.
Como señalaba Patricio Aylwin Azocar, principal vocero de la coalición opositora, en su
discurso del Io de octubre de 1988, en el cierre de la campaña del “NO” con la “Marcha de
la Alegría”:
“La victoria del NO será un triunfo de todos los chilenos, más allá de las posiciones de
cada cual en el pasado y frente al plebiscito. Porque será el comienzo de una nueva era
de reconciliación nacional en vez de enfrentamientos. No queremos vencedores ni ven­
cidos; en la nueva democracia habrá tareas para todos”.3
El anhelo histórico de unidad nacional, de una “familia” chilena fue recuperado de
manera brillante en la franja televisiva concedida a la oposición por el gobierno militar. El
tema de la violación masiva de los derechos humanos y el ambiente de miedo creado por el
régimen militar se contrapoma a la futura restauración de un “país para todos”. El pegajo­
so slogan cantado, “Chile, la alegría ya viene”, se contraponía, a su vez, a las amenazas y a
la campaña del terror del gobierno, advirtiéndole a los chilenos que la victoria del NO
podría significar volver el país a septiembre de 1973.4 Más que ningún otro, el tema de los
«derechos humanos» combinaba la pesadilla de la violencia y la muerte con el sueño de la
reconciliación y la paz, uniendo a la históricamente dividida oposición contra el gobierno
militar. Sin embargo, en el esfuerzo común para terminar con el reino del general Pinochet,
no se explicitaban los múltiples significados y las diversas agendas políticas encapsuladas
en la apelación a la reconciliación, la verdad y la justicia. Por el momento, se limitaban a
proclamar como un exorcismo: “la alegría ya viene”.

2 Abraham Santibáñez, El plebiscito de Pinochet (Cazado en su propia trampa), Santiago: Editorial Atena
1988.
3 Patricio Aylwin Azocar, El reencuentro de los demócratas. Del golpe al triunfo del No, Santiago: Ediciones
Grupo Zeta, 1998:363.
Dice Sergio Fernandez, Ministro del Interior al momento de la campaña, que “Su melodía característica,
en torno a la frase ‘La alegría ya viene’, era tan pegajosa, que hasta los partidarios del ‘Si’ llegaron a
tararearla inconscientemente. Entusiasmaba con razón, la oposición se regocijaba en ‘la inmensa,
apabullante superioridad profesional de la propaganda del No’”. Sergio Fernández, Mi lucha por la demo­
cracia, 2a ed. Santiago: Editorial Los Andes, 1997: 271-72.

402
Derrotado en el plebiscito y, después de negociar algunas reformas constituciona­
les con la oposición, aprobadas en otro plebiscito en julio de 1989, además de decretar
ciertas “leyes de amarre” adicionales, como fueron las leyes orgánicas de las Fuerzas
Armadas y de Orden (6 marzo, 1990), el Capitán General Augusto Pinochet Ugarte salió
de la Presidencia el 11 de marzo de 1990. Días antes, entregó al país La memoria de Go­
bierno 1973-1990. Esta obra de tres tomos describe la labor realizada por las Fuerzas
Armadas y Carabineros “con invariable constancia y con la más absoluta lealtad hacia los
objetivos comprometidos en 1973”.5 Expresa que “el Gobierno de Allende aplicó un pro­
grama definido para desmantelar la institucionalidad, ya bastante dañada, que regía des­
de 1925. Su meta era implantar de un modo ‘irreversible’ el marxismo-leninismo. Nuestra
propia institucionalidad, labrada con espíritu libertario por los Padres de la Patria y por
las figuras más distinguidas en la trayectoria republicana del país, fue utilizada y perver­
tida para negar nuestra historia y destruir nuestros valores”.6
Según la Memoria de gobierno.. “Chile se salvó de un desastre inminente, evitándose
el agravamiento de una situación que pudo llevarnos a la guerra civil y a la destrucción
de todas las libertades. El 11 de Septiembre de 1973, los Institutos Armados, con el res­
paldo de la población, ejercieron el legítimo derecho de rebelión. Ahí se encuentra su
legitimidad de origen. ...Su legitimidad de ejercicio se encuentra en el proyecto restaura­
dor y fundacional que el Gobierno Militar se propuso desde el inicio”.7 Con orgullo, el
capitán general Augusto Pinochet invita “a cada chilena y chileno a estar vigilante en la
custodia de una obra que ha tenido como única inspiración el bienestar y la grandeza de
la Patria”.8 En resumen, la salvación de la Patria legitimada por “el derecho de rebe­
lión”, el rescate de sus valores históricos, la refundación de la institucionalidad, la recu­
peración y reestructuración económica: “misión cumplida”.
La Memoria... y otras declaraciones del gobierno militar recordaban al país que
“la democracia fue destruida por la Unidad Popular. ...las Fuerzas Armadas y de Orden se
enfrentaron al terrorismo, bajo las condiciones de violencia y brutalidad impuestas por
la agresión terrorista”.9 Se sostenía la existencia de un “Plan Z”, una conspiración revo­
lucionaria para bañar el país en una sangrienta guerra civil, liquidar el liderazgo civil y
militar anti-marxista y tomar el poder total. Según fuentes militares y reportajes en El
Mercurio en las semanas después del golpe, las Fuerzas Armadas habían intervenido en el
momento preciso:

República de Chile, Presidencia, Memoria de Gobierno 1973-1990,3 tomos, Santiago: marzo, 1990.
Memoria.... (1990), 1:11.
Ibid: 24.
Ibid: presentación: 2.
Ibid. I:32.

403
“Nombre código: plan zeta. Z. A.: iniciación del golpe de estado para conquistar EL
PODER TOTAL e imponer LA DICTADURA DEL PROLETARIADO contra la acción de
una parte o la totalidad de las FFAA apoyada por grupos civiles (sic)”.10
“Los documentos confidenciales descubiertos con posterioridad al 11 de septiembre,
demuestran que el 17 de septiembre la U.P. planeaba iniciar la guerra civil en Chile.
Para tal efecto, en todas las provincias del país, las organizaciones regionales de la
Unidad Popular, especialmente comunistas, socialistas y MIR, habían elaborado las
listas de los oficiales militares, dirigentes políticos de oposición, periodistas y profesio­
nales que debían ser eliminados. En departamentos de extremistas extranjeros se des­
cubrió el fichaje casi total de las fotografías de jefes de las F.FA.A. que iban a ser
fusilados...”.11
“El Plan incluía además un operativo de defensa de la residencia presidencial de To­
más Moro. En ese sector los guardias de seguridad (GAP) y guerrilleros entrenados
tenían la misión de hacerse fuertes para luego desencadenar una contraofensiva sobre
el barrio alto. Parte del operativo consistía en tomar rehenes entre la población civil de
las viviendas cercanas (...) El «Z» operaba a todo nivel. El Director del S.N.S. estaba
encargado de montar hospitales de campaña (...) Durante la semana del 10 al 17 de
septiembre los extremistas debían cumplir las últimas etapas del Plan Z: distribuir las
armas, poner en acción a los encargados de los hospitales de campaña y aprovechar el
espíritu festivo de la población como anestesia para la acción final (...) Trece mil hom­
bres integraban las tropas de choque de la U.P. Extranjeros venidos de toda América
Latina tenían que atacar a las tropas mientras desfilaban el 17 de septiembre. En la
noche de ese día los asaltos se trasladarían a todas las ciudades del país contra los
civiles adversarios del régimen..”.12
Todo eso hacía necesario “una mayor y más decisiva cooperación con los efectivos
de las Fuerzas Armadas y del Cuerpo de Carabineros en la ubicación de los dirigentes y
activistas marxistas que deben ser juzgados por sus actividades antipatrióticas”. Agregó
el comunicado que “en la identificación de estos individuos debe considerarse que es
muy probable que hayan cambiado su aspecto habitual, ya sea rasurándose o dejándose
crecer bigote o barba, tiñéndose el cabello en forma parcial o total, o incluso haciendo
uso de atuendos femeninos”.13

Ver: Libro Blanco del cambio de gobierno en Chile. 11 de Septiembre de 1973. Santiago: Ed. Lord Cochrane
1973:54,55,56 y 57.
Luis Alvarez, Francisco Castillo y Abraham Santibáñez, Martes 11. Auge y Caída de Allende. Santiago: Ed.
Triunfo, Noviembre 1973:102.
Alvarez et. al. (1973): 104.
El Mercurio, 17 septiembre, 1973:3.

404
Ya a fines del siglo, la mayoría de los chilenos no parecían creer en la veracidad
histórica de tal “Plan Z”. Se daba a entender que se trataba, más bien, de una operación
de desinformación, de guerra psicológica para justificar las medidas de represión que
siguieron el ataque a La Moneda por aviones de la Fuerza Aérea. No obstante, veinticinco
años después del golpe que dejara el Palacio en llamas, Julio Canessa Robert y Francisco
Balart Páez, titularon un libro: Pinochet y la restauración del consenso nacional, argumen­
tando que el general Pinochet y el Gobierno Militar impidieron la lucha fratricida que se
aproximaba en 1973 y “condujo vigorosamente a la población hacia las metas de
concordia, progreso y seguridad que hoy prevalecen”.14 Los autores decían compartir,
con la Junta Militar que asumió el poder en 1973, el sueño originario de forjar una fami­
lia chilena unida y reconciliada.
En Crónica de un rescate (Chile 19 73—1988), Rafael Valdivieso Ariztía comparte con
Canessa y Balart, el entendido que la misión del gobierno militar fue, antes que nada, la
de purificación y eliminación del “mal” que había invadido y carcomido el cuerpo so­
cial.15 Desde la “Declaración de Principios del Gobierno de Chile”[1974], el “objetivo
fundamental” fue definido como “la reconstrucción...hacer de Chile una gran nación...
Para lograrlo, ha proclamado y reitera que entiende la unidad nacional como su objetivo
más preciado y que rechaza toda concepción que suponga y fomente un antagonismo
irreductible entre las clases sociales. ...no puede permitirse nunca más que, en nombre
de un pluralismo mal entendido, una democracia ingenua permita que actúen en su seno
grupos organizados que auspician la violencia guerrillera para alcanzar el poder, o que
fingiendo aceptar las reglas de la democracia, sustentan una doctrina y una moral cuyo
objetivo es el de construir un estado totalitario...”.16

La reconciliación inquisitorial: “reconstrucción y unidad nacional”

¿Es posible entender este “objetivo fundamental” del gobierno militar, que se dio
por cumplido entre 1973 y 1990, dentro del marco de la larga vía chilena de reconcilia­
ción política que hemos atravesado desde 1814? La respuesta a esta pregunta tendría que
ser “no” y a la vez “sí”. “No”, si se entiende la reconciliación dentro de la manera toleran­
te y pragmática de la histórica reconciliación política en Chile. “Sí”, si se entiende la
reconciliación en el sentido de la sentencia de la Inquisición. Es decir, una defensa poli­
cial y cultural de “La Verdad”, que permite a quienes fueran identificados como herejes,

14 Julio Canessa Robert y Francisco Balart Páez, Pinochet y la restauración del consenso nacional, Santiago:
Geniart, 1998:15.
15 Rafael Valdivieso Ariztía, Crónica de un rescate (Chile 1973-1988), Santiago: Editorial Andrés Bello, 1988:10.
16 “Declaración de Principios del Gobierno de Chile” citado en Valdivieso (1988): 130-31.

9 405
después de ser reprimidos, torturados, exonerados, exiliados y estigmatizados (y siempre
que no hubieran sucumbido bajo la tortura o en las llamas “del auto de fe”) volver a la
sociedad que antes rechazaban, que se sometieran a la “verdadera verdad” y a las leyes
impuestas por la autoridad. Siempre que los reconciliados renegaran de sus errores y
creencias falsas y que se comprometieran a no reincidir. Como siempre lo reconociera la
Inquisición española, pudiera ser que la reconciliación de los sentenciados no fuera sin­
cera. Por lo mismo, y a pesar de las apariencias, habría que mantener una vigilancia
permanente, a fin de impedir que se hiciera peligrar nuevamente a la sociedad.
Tal formulación y diseño político cultural implicaba la permanencia de las institu­
ciones de vigilancia, a veces más activas, a veces menos, de acuerdo a la percepción de
amenazas internas o externas, fuesen doctrinales, culturales o de personas, grupos o mo­
vimientos que pudieran hacer peligrar al reino. Implicaba también la necesidad de repri­
mir a los herejes; censurar y controlar la información y comunicación social; mantener la
posibilidad de indultos, casi siempre condicionados; y una vigilancia permanente. Fue
éste, en líneas gruesas, el modelo de la sentencia a la reconciliación de la Inquisición,
fundado en la premisa de una sociedad homogénea en valores, una comunidad de fíeles
unida en la Santa Fe y leales al Rey.
En los primeros años del gobierno militar, tal estrategia política de “reconcilia­
ción inquisitorial” emergió como natural, aunque no fuera un diseño consciente y planea­
do. Como relata el historiador Gonzalo Rojas,
“Precisamente en el tema de indultos y amnistías se nota que en los primeros quince
meses el Presidente no tiene todavía una política concreta, aunque sí criterios muy deter­
minados.
La primera manifestación presidencial en este tema es la amnistía que se da a algunos
supervisores del cobre, condenados por infracción de la Ley de Seguridad del Estado,
relegándolos a Pisagua [DL 241, 7.1.74]. Pero conviene que esta primera decisión esté
respaldada por criterios permanentes. Por eso, Pinochet quiere que se estudie un proyecto
de DL que otorgue al Presidente de la Junta facultades de indulto o conmutación de
penas impuestas por Consejos de Guerra.
Se hace presente que se ha estimado no innovar la situación jurídica constituida por
el DL 8 de 1973.
Curiosamente, cuando el Presidente recibe a Viaux en Paraguay, en mayo de 1974, y
éste le pide amnistía para todos los implicados en el caso Schneider, Pinochet se niega y
Viaux se retira molesto. El Presidente, sin duda afectado por tener que aplicar sus
criterios de justicia a un compañero de armas, manifiesta así una clara muestra de
imparcialidad.

406
Más adelante, fija definitivamente sus criterios en comunicación al Ministerio de Jus­
ticia, en el mes de julio. Le indica que tratándose de prisioneros de guerra corresponde­
ría aplicar las disposiciones de la Ley 16.436, de tal manera que sería procedente que
los indultos, remisiones y conmutaciones de las penas de multas y demás mencionadas
en ese cuerpo legal fuesen otorgadas mediante DS bajo la fórmula ‘Por orden del Jefe
Supremo de la Nación’. ...El criterio del gobernante es rotundo: quiere firmar en ambos
casos, tanto positivos como denegatorios, sin esquivar jamás su responsabilidad. Así
procede, por ejemplo, respecto del reo Renán Samuel Alvarez Marty, a quien se le con­
muta la pena, gracias a la gestión hecha por el cardenal Silva H. ante el Presidente.
En esta misma línea, Pinochet anuncia el 11 de septiembre de 1974 que pondría en
libertad a detenidos políticos autorizándolos a abandonar el país”.17
A pesar de no tener una política definitiva, se desprende de los titulares y repor­
tajes de prensa de la época cuán profundamente sentida era esta manera inquisitorial y
“purificadera” de visualizar la tarea por cumplir. Por ejemplo, al anunciar la liberación
de 44 personas en Los Angeles, a comienzos de noviembre de 1973, se informaba que el
mayor Luis Burgos tuvo a su cargo despedir a los 44 detenidos y entre otras cosas dijo:

El Sur (7 noviembre, 1973)

“Quiere la H. Junta de Gobierno que cada chileno sea hermano de sus compatriotas,
que cada uno se sienta solidario con el destino de todos los demás chilenos, que Chile
sea una verdadera patria, es decir que sea como una madre, que cobije con amor a
todos sus hijos, sin ninguna distinción y que como una verdadera madre, propenda a
la felicidad y bienestar de todos sus hijos...”.
Más adelante expresó... “los deseos de que haya colaboración, trabajo, esfuerzo y amor
entre compatriotas, olvidando las diferencias que podrían haber separado a los chile­
nos, poniendo para ello las voluntades al servicio de Chile y los chilenos”.
Finalmente les señaló que todo Chile esperaba que, “al salir en libertad, cumplieran
como verdaderos chilenos de hacer de nuestro país grande y poderoso, dejando de lado
rencores y odios y sin dejarse engañar por falsos dirigentes, ni pierdan su tiempo en
actividades políticas pequeñas”.18

17 Gonzalo Rojas Sánchez, Chile escoge la libertad, La Presidencia de Augusto Pinochet Ligarte, 11.IX.1973-
11.III.1990,1, Santiago: Zig Zag: 71-72.
18 “Liberan presos del campamento de Bío Bío”, El Sur, 7 noviembre, 1973:10.

407
Un mes más tarde el tono y estilo de reconciliación inquisitorial se hacían más
evidentes, con el anuncio en El Sur de la liberación de 114 detenidos, decisión que se
tomó después de un riguroso estudio de sus antecedentes,
“que permitió comprobar que su grado de culpabilidad durante la administración
pasada es mínima. Sin embargo, el hecho de haber abandonado ya el recinto deportivo
de la avenida Callao no significa que están ya al margen de toda responsabilidad. En
adelante serán sometidos a un permanente control por parte de las autoridades.
Todos los liberados, según expresión del general Agustín Toro, estaban comprometidos
políticamente con el régimen pasado, aun cuando no se les ha comprobado delitos
graves. Se investiga sí, su relación con otras personas que tienen antecedentes
concretos...”.19
El general Toro manifestó que todos los individuos liberados serían “vigilados
constantemente y si se les comprueba que han incurrido en alguna falta grave serán
llevados nuevamente al campo de prisioneros para continuar con el sumario que se ins­
truyó a cada uno de ellos”. En todo caso, la libertad para todos los detenidos sería sólo
condicional. En estos momentos “permanecen aún en el Estadio 302 personas, de acuer­
do con los antecedentes proporcionados ayer”.
El diario agrega que este número varía día a día porque son aprehendidas diaria­
mente entre 12 y 14 personas por las Fuerzas Armadas o Carabineros. “El proceso que se
sigue a cada detenido se inicia con los interrogatorios. Posteriormente se abre el sumario
correspondiente. Los que resultan culpables de algún delito son juzgados después por un
consejo de guerra”. De acuerdo con lo señalado por el general Toro, respecto de las perso­
nas que aún están en el Estadio “no están declaradas reos ni inculpadas. A medida que se
va desarrollando el sumario se va configurando la culpabilidad de cada detenido”.20
Dentro de este marco de “liberación condicional”, “vigilancia permanente”, libe­
ración de los reos e inculpados que fueron detenidos sin cargos establecidos, y de juicios
por consejos de guerra, la Tabla 1, que resume las medidas de pacificación y reconcilia­
ción emprendidas por el gobierno militar es ilustrativa. El gobierno gradualmente arma­
ba un aparato burocrático y un sistema formal para procesar a los herejes políticos, más
allá de un sistema clandestino que imponía el terrorismo de estado mediante
allanamientos, amenazas, tortura y homicidios. Hacia 1974-76 se podía leer en la prensa
acerca de las liberaciones de detenidos, las relegaciones, las condenas y las solicitudes de
conmutación de penas por extrañamiento. No hubo, sin embargo, evidencia confiable del

“114 detenidos dejan el estadio”. El Sur, 23 diciembre, 1973:1.


Ibid.

408
destino de las personas “desaparecidas” en este laberinto del terror, hasta el hallazgo de
las víctimas en Lonquén en noviembre de 1978.21
A manera de ejemplo sobre la modalidad de las “liberaciones” en la primera eta­
pa del gobierno militar se informaba:
La Estrella de Iquique (4 junio, 1974)
“27 relegados fueron liberados en Pisagua”.
El Tarapacá (6 agosto, 1974)
“Por resolución del jefe de zona en estado de sitio, comandante en jefe de la VI división
de Ejército, general Carlos Forestier, quedó en libertad un grupo de 15 detenidos que se
encontraban en Pisagua.
Se señala que después de investigarlos se determinó que no había motivos para iniciar
proceso por tanto ‘quedan en condiciones de integrarse a su trabajo y percibir las re­
muneraciones a las que tenían derecho durante el lapso de su detención’. Se agrega que
un mes antes 41 trabajadores de la empresa Soquimich detenidos fueron reincorpora­
dos a la empresa”.
Las Ultimas Noticias (12 noviembre, 1974)
“Primeros 100 detenidos pueden salir de Chile”. (Se publica la nómina).
La Tercera (12 noviembre, 1974)
“Gobierno dispone libertad de 100 marxistas presos (la liberación de estos presos fue
dispuesta por Pinochet con ocasión del primer 11 de septiembre después del pronuncia­
miento militar de 1973)”.
La Segunda (6 diciembre, 1974)
“16 detenidos parten al exterior” (Se publica la lista).
El Mercurio (10 diciembre, 1974)
“Pauta general para la liberación de detenidos”.
En este último artículo, se informaba que el Comité Intergubernamental de Mi­
graciones Europeas (CIME) con relación al programa de liberación de detenidos por Ley
de Seguridad Interior del Estado y su reubicación en el extranjero, concordó algunos
procedimientos con el Ministro del Interior y el Ministro de Relaciones Exteriores. Entre
ellos, CIME estableció la necesidad de verificar la eventual existencia de un país de

Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Oscar Sepúlveda, La historia oculta del régimen militar, Memoria de una
época, 1973-1988,2a. ed. Santiago: Grijalbo, 1997: 223-226; Máximo Pacheco y Claudio Orrego, Lonquén,
Santiago: Editorial Aconcagua, 1980; Patricia Verdugo y Claudio Orrego, Detenidos-Desaparecidos: Una
herida abierta, Santiago: Editorial Aconcagua, 1980 (los dos últimos, según Cavallo et al. (1997: 517, n. 11)
prohibidos por el gobierno militar en nombre de “la concordia nacional”).

409
reubicación y al mismo tiempo entrevistar a los interesados en el lugar de su detención
para comprobar la plena voluntad del detenido de abandonar el país. Además de esta
comprobación, se encargaba de la documentación necesaria, la obtención de pasajes en
las compañías aéreas y la obtención de fondos para otros gastos propios del traslado.
También se encargó de los contactos institucionales correspondientes en el caso que el
liberado deseara reunirse con su familia en el país de reubicación. A la vez el Comité
Internacional de la Cruz Roja entregó su pauta al gobierno, así como el Comité de Ayuda
a los Refugiados. El 17 de enero de 1975, El Mercurio informaba que Henry Kissinger
había dicho que un “considerable número de presos políticos chilenos ha sido liberado
debido a gestiones realizadas por los Estados Unidos”.22 La Tercera informaba el 15 de
marzo de 1975, que de 41.759 detenidos, se había liberado a 36.605 desde el 11 de sep­
tiembre de 1973. El Ministro del Interior, General César Raúl Benavides, en conferencia
de prensa señaló: “En el territorio nacional fueron liberadas 27.438 personas. Los pues­
tos en libertad expulsados o con abandono del país eran 9.167. En cuanto a los detenidos
a disposición de los tribunales de justicia con sentencia ejecutoriada había 1.557 perso­
nas. Se encontraban en proceso otras 1.780. A esto había que agregar 400 delincuentes
comunes, lo que daba un total de 3.737 personas. Por ley de estado de sitio había 1.116
detenidos”.23 El mismo diario informó sobre 52 personas que partieron a México el 17 de
mayo de 1975, que formaban parte “de un total de 200 personas que el General Pinochet”
había ofrecido enviar a ese país el 31 de diciembre del año anterior.24 La Tercera informa­
ba que 95 detenidos fueron enviados a Panamá en septiembre de 1975, saliendo del recin­
to de detención de Tres Alamos.25 Aun cuando los datos no fueran muy precisos, se confir­
maba que miles de personas habían sido detenidas y “procesadas”, si no jurídicamente,
al menos “físicamente” y que miles de ellos fueron expulsados del país.
Un año después se mantenía la misma modalidad. El Mercurio (16 de septiembre
de 1976) informaba que el gobierno había liberado a 205 detenidos (por ley de estado de
sitio) con ocasión del tercer aniversario del pronunciamiento militar. De éstos, 193 se
encontraban recluidos en Tres Alamos y los otros doce restantes en Puchuncaví, de los
cuales 40 eran mujeres. Continuaban detenidos por ley de estado de sitio, 176 personas
en Puchuncaví y 76 hombres y 17 mujeres en Tres Alamos.26

El Mercurio, 17 enero, 1975: Breves de Chile. (Washington, 16, AP): 6.


La Tercera, 15 marzo 1975: 2.
La Tercera, 18 mayo, 1975:11.
La Tercera, 9 septiembre, 1975: Estaban en Tres Alamos. 95 detenidos fueron enviados a Panamá”: 6.
El Mercurio, 16 septiembre 1976; El Cronista, 15 septiembre 1976; La Tercera, 15 septiembre 1976, publican
la lista de liberados. También en su edición del 7 de mayo de 1976 El Mercurio,bajo el título “Funciona­
miento del programa para liberados” informa sobre la liberación de los presos: 1 y 10.

410
El 23 de noviembre de 1976, El Mercurio tituló una carta de Daniel Schweitzer
Speisky,
“La sabiduría de la bondad, el mayor galardón de un gobierno”. Después de múl­
tiples y eruditas citas concluía la carta señalando: “en materia de aciertos políticos, repu­
tamos de máxima trascendencia el que acaba de alcanzar el actual Gobierno al libertar
tanto preso político. Y con modestia nos atrevemos a confiar en que la pacificación busca­
da entre los chilenos suprima también otras medidas dolorosas que tampoco merecen
subsistir”.27
En la despedida de los presos de Tres Alamos, el comandante de Ejército, Sergio
Guarategua, Secretario Ejecutivo de SENDET, dijo, entre otras cosas:
“En esta fecha se procede a dejar en libertad a la totalidad de los detenidos que se
encuentran en él campamento de Tres Alamos.
Puedo agregarles de que, igualmente lo mismo se va a hacer con los detenidos que se
encuentran en Puchuncaví. Esta gente llegará mañana en la tarde a este mismo cam­
pamento siguiendo el procedimiento que siempre se ha seguido y mañana en la misma
tarde estarán en libertad.
Me imagino la alegría y las esperanzas de Uds en el momento de abandonar el campa­
mento que por razones ya conocidas de cada uno, les obligó a permanecer aquí, unos
más u otros menos tiempo.
Durante su permanencia recibieron Uds. la atención y preocupación de la Secretaría
Nacional de Detenidos y directamente de Carabineros de Chile que tuvo a cargo la
administración de este campamento.
Fue así como hubo una preocupación permanente por darles una alimentación ade­
cuada. Ustedes saben que incluso se contrató especialmente a un profesional
nutricionista para tal efecto y algunos recordarán posteriormente algún tratamiento
que recibió. Hubo médicos que atendieron sus dolencias e incluso hubo preocupación
por las familias de los detenidos.
Por ejemplo en traslados de Puchuncaví a Tres Alamos o viceversa por razones de servi­
cio se escuchó la totalidad de las peticiones acogiéndose todas.
En esta ocasión sin dilatar más este proceso de despacho de Uds. quiero pedirles y
reiterarles resaltar bastante el deseo que Uds saliendo de este campamento lleguen con
toda felicidad a sus hogares, tengan un feliz encuentro con sus familiares, con sus seres
queridos y que en el futuro toda la mente, el esfuerzo, la predisposición de Uds. vaya
dirigida a preocuparse de sus seres queridos, madres etc.

27 El Mercurio, 23 noviembre, 1976: “La sabiduría de la bondad, el mayor galardón de un gobierno”: 2.

411
Yo, en estos momentos, aquí a la sombra del tricolor nacional les invito a que esta
enseña sagrada siempre sea el único destino de todos sus pensamientos, de toda su
actividad y que cada uno se vaya a sus hogares, vuelvo a repetir, en forma tranquila y
con el ánimo de trabajar por su familia, porque al trabajar por sus hogares, ustedes
estarán trabajando por el progreso de todo el país en nuestra patria.
En estos momentos Uds quedan en libertad, hasta luego y buen viaje”.28
Al otro día la prensa informaba que la Iglesia Católica celebraba la liberación de
los presos como un paso hacia la reconciliación. Hacia fines de noviembre de 1976, Las
Ultimas Noticias comentaba el Informe del Ministerio del Interior sobre la labor cumpli­
da por la comisión especial destinada a conceder solicitudes de conmutación de penas:
“En relación con la aplicación del Decreto Supremo del Ministerio de Justicia de 30 de
abril de 1975, N° 504 y mediante el cual se creó una comisión especial destinada a
conocer solicitudes de conmutación de penas privativas de libertad por extrañamiento,
impuestas por tribunales militares se informa lo siguiente:
Del 30 de abril de 1975 al 23 de noviembre de 1976 se ha presentado un total de 1.373
solicitudes habiendo sido revisadas por la comisión hasta esta fecha 1.357. La comi­
sión, por su parte, ha aprobado y -conforme a ello se ha dictado el correspondiente
decreto- un total de 1.118 solicitudes.
Además, 23 han sido remitidas a la Comisión Ordinaria de Indultos por corresponder­
le; 216 han sido archivadas o están en trámites de firmas, redacción de decretos, etc. y
16 se encuentran pendientes para revisión de la comisión.
Del total expresado de 1.118 personas han abandonado el territorio nacional 735, es­
tando a la espera del otorgamiento de la visa respectiva de algún país que desee recibir
al solicitante, la cantidad de 383 personas”.29
Un gran número de solicitudes de indultos, conmutaciones de penas y de amnis­
tías por las condenas y los destierros decretados, serían presentados al gobierno entre
1973 y 1981.30 En 1981, por fin, se llegaría a reglamentar nuevamente el procedimiento
para conceder indultos particulares en la Ley 18.050. Dicha ley, en su artículo 2, reiteraba

17 noviembre, 1976 UPI (Archivo de la Fundación de la Vicaría de la Solidaridad).


Para algunos presos así como para otras personas, este énfasis en los cuidados médicos y nutricionales
después del trato brutal que habían padecido la mayoría de los prisioneros, puede parecer casi una broma
cruel. No obstante habían militares que creían sinceramente en la posibilidad de una reconciliación entre
los “subversivos” y el gobierno mlitar, en nombre de la Patria.
Las Ultimas Noticias, 30 noviembre, 1976: “735 ex detenidos han abandonado el país”: 8.
El gobierno también concedió, en 1980, indultos a los sentenciados por el asesinato ocurrido en 1973 del
Edecán Naval del presidente Allende, el Comandante Arturo Araya. Véase “Quiénes asesinaron al coman­
dante Araya”, Cauce, Año 1, N. 15, quincena del 26 de junio al 9 de julio de 1984: 24-27.

412
el principio básico sobre el indulto, el que “puede consistir en la remisión, conmutación o
reducción de la pena, pero el indultado continúa con el carácter de condenado para los
efectos de la reincidencia o nuevo delinquimiento y demás que determinen las leyes”.
Una innovación importante se encuentra en el artículo l°de dicha ley, en que se
precisa que “el indulto no procederá respecto de los condenados por conductas terroris­
tas calificadas como tales por una ley dictada de acuerdo al artículo 9o de la Constitución
Política del Estado”. En contraste con la tradición histórica del país, no se les podría
conceder indultos a los condenados por “crímenes políticos” que fueran caracterizados
como “terroristas”. Sería un cambio de rumbo en la vía chilena de reconciliación, ya que
desde las primeras guerras civiles de la época de la Independencia, a los vencidos en las
luchas intestinas, que implicaban hechos de sangre, se les había reincorporado a la socie­
dad y al sistema político mediante los indultos y las amnistías. El gobierno militar recha­
zaba esta tradición respecto de ciertos “criminales políticos” definidos como terroristas.
No habría reconciliación con los “terroristas” ni siquiera al estilo de la Inquisición, es
decir, ni con “sambenito” ni vigilancia policial de por vida.
Otra innovación, en la histórica vía chilena de reconciliación política, fue el hecho
de resucitar los indultos generales, medida poco usada desde 1827, pero patrocinada por
Francisco Bulnes Sanfuentes en varios debates sobre amnistías en las décadas de 1950 y
1960, como alternativa a las muchas amnistías políticas. A este respecto se reafirmaba la
tradición inquisitorial y, a veces también chilena, de mantener el estigma al condenado y
las consecuencias jurídicas procedentes en caso de reincidencia o de nuevos delitos.31
La promulgación de la Constitución de 1980 sería seguida, de inmediato, por la
declaración de un estado de emergencia, en lugar de las amnistías que habían sido
utilizadas al promulgar nuevas constituciones, por O’Higgins (1822), los constituyentes
de 1828, Arturo Alessandri (1925), así como por los presidentes después de las guerras
civiles de 1859 y 1891, por los gobiernos rotativos (1931-32) y por Arturo Alessandri (1934)
para normalizar y pacificar al país. Esta diferencia notable en la evolución de la “reconci­
liación” impuesta por el régimen militar permitiría la promulgación de bandos militares
por los Jefes de Zona de Emergencia. Es decir, la nueva institucionalidad se inauguraría
con un régimen de emergencia y con una “legislación” de los mandos militares como si el
país estuviera todavía “en guerra”. Lejos de simbolizar una reconciliación consensuada,
la Constitución de 1980, como la de 1833, sería el resultado de una “victoria militar”. Fue

Hay en Chile cierta confusión en el uso del término “indulto general”. A veces se concedieron lo que se
llamarían mejor indultos colectivos, aunque se nombraban expresamente a los indultados. Por ejemplo, la
Ley 7.425 de 1943 que concedió “indulto general” a algunos presos en la Cárcel de Temuco. Pero el
“indulto general” histórico, concedido a “todas las personas que... ” o a “las personas procesadas o conde­
nadas por... ”, fue recuperado por el gobierno militar después de muchos años de estar en desuso.

413
ratificada por un plebiscito sin registros electorales y en condiciones que no daban las
garantías mínimas a la oposición.
La constitución de 1980 creó un régimen presidencialista y altamente autoritario.
Si no fuera por que tema una existencia jurídica “aprobada” en el plebiscito de 1980, se
hubiera podido creer que las atribuciones concedidas al Ejecutivo en el artículo 24 tran­
sitorio, eran como las que se había autoconferido la Reina de Corazones en el imaginario
País de las Maravillas.32
“Si durante el período a que se refiere la disposición decimotercera transitoria se
produjeren actos de violencia destinados a alterar el orden público o hubiere peligro de
perturbación de la paz interior, el Presidente de la República así lo declarará y tendrá,
por seis meses renovables, las siguientes facultades:
(a) arrestar a personas hasta por el plazo de cinco días, en sus propias casas o en luga­
res que no sean cárceles. Si se produjeren actos terroristas de graves consecuencias,
dicho plazo podrá extenderlo hasta por quince días más;
(b) Restringir el derecho de reunión y la libertad de información, esta última sólo en
cuanto a la fundación, edición o circulación de nuevas publicaciones;
(c) Prohibir el ingreso al territorio nacional o expulsar de él a los que propaguen las
doctrinas a que alude el artículo 8 de la Constitución, a los que están sindicados o
tengan reputación de ser activistas de tales doctrinas y a los que realicen actos contra­
rios a los intereses de Chile o constituyan un peligro para la paz interior, y
(d) Disponer la permanencia obligada de determinadas personas en una localidad ur­
bana del territorio nacional hasta por un plazo no superior a tres meses.
Las facultades contempladas en esta disposición las ejercerá el Presidente de la Repú­
blica, mediante decreto supremo firmado por el Ministerio del Interior, bajo la fórmula
‘Por orden del Presidente de la República’.
Las medidas que se adopten en virtud de esta disposición no serán susceptibles de
recurso alguno, salvo el de reconsideración ante la autoridad que las dispuso”.33
Vidas, garantías constitucionales, actividades culturales y económicas, práctica­
mente todo dependería de la voluntad de un ser humano, el Presidente de la República,
cuyas decisiones no eran susceptibles de recurso alguno, “salvo el de reconsideración
ante la autoridad que las dispuso”. El Gran Inquisidor, si no el Rey determinaría que, si
por tener la reputación de activista”, se expulsaría o se dejaría entrar a un chileno al

Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas; Al otro lado del espejo, traducción de Adolfo de Alba Méxi­
co: Porrúa, 1972.
Constitución Política de la República de Chile, notas e índices temáticos revisado por el profesor Mario
Verdugo Marinkovic, Santiago: Editorial Jurídica Cono Sur, 1997: Disposiciones Transitorias: 122-139.

414
país. También [si la represión de] los “actos terroristas” lo requiriera, se podría arrestar a
personas por casi un mes en lugares que no fueran cárceles. Así se pretendía conseguir la
“unidad”... Patricio Aylwin, futuro presidente del país, dijo, al respecto:
“mientras en Chile esté vigente la disposición vigésimo cuarta transitoria, no puede
estimarse que nuestro país sea un Estado de Derecho ni viva bajo un régimen constitu­
cional. En una nación que viva bajo un régimen de “emergencia perpetua”, que con­
centra en el gobernante la totalidad del poder, deja a su arbitrio la libertad de las
personas y priva a los “Tribunales de Justicia” de la tutela de esa libertad, la Constitu­
ción Política y el derecho no son más que ropajes decorativos carentes de valor substan­
cial tras los cuales no hay más que una simple autocracia”.34
Un año después, en una carta pública, el Vicario de la Solidaridad Juan de Castro,
denunciaba la existencia de torturas, detenciones sin orden de detención y abusos en los
allanamientos. La carta, dividida en 6 puntos, señalaba: “enteraremos nueve años en es­
tado de emergencia. En este estado, la vigencia de la nueva Constitución nada ha cambia­
do, salvo agregar al anterior el ‘estado de peligro de perturbación de la paz interior’,
permitiendo la aplicación de la disposición 24 transitoria de la Constitución”. Dicha car­
ta entregaba informaciones estadísticas de la represión, principalmente de las detencio­
nes. “El 90 % [de los detenidos] son dejados en libertad sin cargo alguno, después de
sufrir uno o más días de injusta privación de su libertad. Los menos son procesados. En
este primer semestre, sólo tres de un total de 324 acusados de hechos que pueden
calificarse de terroristas”, ...lo anterior sugiere que la verdadera razón de la mantención
indefinida de la emergencia es reprimir la disidencia y mantener un cierto clima general
de amedrentamiento.35

34 Grupo de Estudios Constitucionales: “Los poderes del artículo 24. Análisis jurídico de Patricio Aylwin”,
publicado en Hoy, Año V, N. 204,17 al 23 de junio de 1981: 43.
35 Hoy, año VI, N. 263,4 al 10 de agosto de 1982:10.

415
Tabla 8-1
Medidas de Reconciliación del Gobierno Militar, 1973-88

1973
Decreto 1308 3 oct. Autoriza creación de CONAR,
Comité Nacional de
Ayuda a los Refugiados
Hasta 28 oct. 4.880 peticiones
de asilo; otorgados 4.761
salvoconductos
Creación de SENDET 31 dic. Secretaría Ejecutiva Nacional
de Detenidos (Coronel
Jorge Espinoza Ulloa)
1974
Decreto Exento N. 1.130 oct. Conmutación de pena de Alvarez
Marty, como resultado de una
petición del Cardenal Silva a A.
Pinochet.36
Indultos y amnistías individuales 1974-76
Salvoconductos a detenidos para
salir del país Al 14 de enero de 1975,453.37
1975
Decreto Ley 902 12 febrero Amnistía en favor de infractores
de la ley N. 11.170, sobre
reclutamiento para las
Fuerzas Armadas
(Diario Oficial 12 marzo)

Decreto Supremo 504 30 abril Procedimientos para conmutar


penas de tribunales militares
por extrañamiento
Formación de Comisión Especial mayo
para procesar indultos

Rojas Sánchez, (1998): 121.


Ibid: 218.

416
Se concede 2.744 permisos para
salir del país (a los detenidos) sept. 1974 Comisión Asesora para el
mayo 197538 cumplimiento de las
garantías constitucionales
1976
D.S. (Junta) 187 30 enero Inspecciones por Corte Suprema
y Ministros de lugares de
detención “sin aviso previo”
Acta Constitucional N. 3 Crea “recurso de protección”
para restablecer el imperio del
derecho a favor de quienes “por
causa de actos u omisiones
arbitrarias o ilegales sufra
privación, perturbación o
amenaza en el legítimo ejercicio
de las garantías constitucionales,
en la libertad de trabajo y el
derecho a su libre elección”.
“Pinochet dispone una gran
liberación de los detenidos en
virtud de las disposiciones del
estado de sitio” (excluyendo
expresamente a 18 personas)39
DL 1.633 27 oct. Indulto para personas condenadas
a penas que no excedan los 540
días de prisión.

16 nov. Gobierno declara libertad total de


detenidos por Ley de Estado de
Sitio, con excepción de Jorge
Montes y Luis Corvalán. Algunos
quedan detenidos en cárceles
7-13 dic. Varios dirigentes políticos salen
al exilio
18 dic. Canje de Luis Corvalán por el
disidente soviético Vladimir
Bukovsky

38 Ibid.
39 Ibid: 219.

417
Navidad y
año nuevo Sin toque de queda
1977
D.L. 1.805 28 mayo Indulto para madres de hijos
menores de 18 años, por ciertos
delitos, crímenes o faltas
17 junio Canje de Jorge Montes por 11
presos políticos de República
Democrática Alemana
27 junio DINACOS anuncia el proceso de
normalización
DL 640,1.009 y el DS 504 Reglamenta derechos de detenidos;
anuncia la dictación de más de
40 decretos supremos que
“benefician a más de 1.000
detenidos”.
DS Ministerio del Interior 23 oct. Se autoriza retomo de 91 personas
al país.
dic. A Erich Schnacke se le conmuta
la pena de 30 años de presidio
por la de extrañamiento
1978
2 abril Carlos Lazo viaja a Francia (Pena
de 30 años de presidio se conmuta
por 20 de extrañamiento)
5 abril El general Pinochet anuncia un
indulto que favorece a 224
procesados por delitos políticos;
se les conmuta la pena de prisión
por extrañamiento
19 abril DL 2.191 de Amnistía
mayo Se “establece el derecho a volver
al país para todo exiliado que lo
solicite y que se comprometa a
no combatir más al Gobierno en
grupos subversivos armados”40

Ibid.

418
1980
D.L. 3.482 17 sep. Indulto para ciertas personas
condenadas por primera vez, por
5 años y un día o menos, que
hayan cumplido la mitad de la
pena o la cumplan en los 6 meses
siguientes
D.L. 3.523, indulto general 21 nov. “Con motivo del XI Congreso
Eucarístico Nacional”
rebaja de hasta un año de
condena a todos los que se
hallen condenados por delitos
que no sean parricidio, secuestro,
corrupción de menores, violación
y elaboración o tráfico de
estupefacientes.
1981
Ley 18.003, amnistía 8 junio Para 8 ciudadanos argentinos
Ley N. 18.004, amnistía 10 junio Para 2 oficiales argentinos
procesados por los Tribunales
Militares
Ley 18.050, 28 oct. Fija normas generales para
conceder indultos particulares

Ley N. 18.068, amnistía 18 nov. Para infractores de la ley de


reclutamiento de las Fuerzas
Armadas y el decreto ley 2.306
de 1978
1982
6 abril Quedan en libertad, después de
117 días, los integrantes de la
Comisión Chilena de Derechos
Humanos y también otros detenidos
24 dic. Gobierno hace pública una Esta de
125 exihados a quienes se autoriza
el ingreso al país.41

41 “Autorizado regreso de los primeros exiliados. Gobierno aprobó un listado con las 125 solicitudes presenta­
das por quienes se encuentran en esa situación en el extranjero”. La Nación, 25 de diciembre de 1982:3 y 12.

419
1983
15 enero Se publican listas de autorizados
a ingresar al país: Segunda lista: 79
10 marzo Tercera lista: 105
20 mayo Cuarta lista: 76
22 junio Quinta lista: 28
9 julio Sexta lista: 88
20 agosto Séptima lista: 114942
Ley 18.249, indulto general 26 sep. Consistente en rebaja de un año
en sus condenas a ciertos
condenados; Excluye delitos
previstos en la Ley de Control
de Armas y Decreto Ley 2.621
de 1979 sobre seguridad
interior del Estado.
5 oct. Se publica nueva lista de
autorizados a ingresar al país: 59443
1984
10 oct. Desistimiento en la querella
interpuesta contra dirigentes de
la oposición por las protestas
1985
20 agosto Se publica lista con 262 exiliados
autorizados a regresar44
18 sept. Se publica nueva lista con 482
autorizados a ingresar al país
1986
Ley 18.488, indulto general 2 enero Consiste en rebaja de un año en
sus condenas a ciertos
condenados; excluye los mismos
delitos estipulados en la 18.249
más la ley 18.314 sobre
conductas terroristas.

Las listas aparecen publicadas en los siguientes diarios: El Mercurio, 15 de enero 1983; La Nación, 10 de
marzo de 1983; Las Ultimas Noticias, 10 de marzo de 1983; La Tercera, 20 de mayo de 1983; La Tercera, 9 de
julio de 1983; La Tercera, 22 de junio de 1983; La Tercera, 20 de agosto de 1983.
La Tercera, 5 de octubre de 1983:13 y 14.
El Mercurio, 21 de agosto de 1985:1 y 8.

420
1987
11 agosto Se levanta la prohibición de
ingreso a 21 dirigentes y
ex ministros de la UP y otros
vísperas Se autoriza ingreso de 54
de Navidad exiliados, incluyendo al
folclorista Angel Parra
1988
Decreto exento 303 1 sep. Pinochet anuncia fin del exilio;
según Sergio Fernández
quedaron 430 personas
afectadas por prohibición de
ingreso, 177 cumplían penas de
extrañamiento45

* Esta tabla incluye algunas de las medidas más conocidas de “reconciliación” del
gobierno militar. No pretende ser exhaustiva sino ilustrar las modalidades de las políti­
cas de “paz social” y de “unidad nacional” implementadas desde 1973 hasta 1989.

Tabla 8-246
Marco de los regímenes de excepción y de la represión política en
Chile 19 73-199047

1973
DL3 llsept. Estado de Sitio, definido inicialmente
como guerra interna
DL4 Estado de emergencia en provincias y
departamentos

Fernández (1997): 271. ।


La Junta Militar dictó casi 250 decretos leyes en los primeros cuatro meses; este cuadro está lejos de
enumerar la totalidad de los decretos y decretos leyes que enmarcaron los regímenes de excepción y la
represión política efectuada desde 1973 hasta 1989.
Un análisis jurídico de los regímenes de excepción durante la dictadura se encuentra en Felipe González
Morales, Jorge Mera Figueroa y Juan Enrique Vargas Viancos, Protección democrática de la seguridad del
estado, Estados de excepción y derecho penal político, Santiago: Universidad Academia de Humanismo Cris­
tiano, 1991. El marco legal e institucional del gobierno militar también se documenta en el Informe de la
Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, tomo 1, Santiago, 1991: capítulo 2.

421
DL5 Interpreta Código de Justicia Militar,
fundamenta “estado de guerra”
DL8 Delegación en autoridades militares
de la jurisdicción militar y de la facultad de
dictar bandos.
Varios bandos militares48
1974
DL81 Expulsiones del país durante vigencia
del estado de sitio
DL 521 14 junio Se crea oficialmente la DINA
(que ya funcionaba en forma
“extraoficial”).
DL 527 17 junio
Estatuto de la Junta de Gobierno
DL604 10 agosto
(D.O)* Prohibe ingreso al país de personas
que paguen o fomenten doctrinas que
atenten contra el Estado o estén
sindicados de agitadores o activistas
DL 640 2 sept. Reglamenta los regímenes de
excepción
DL 788 4 dic. Define decretos leyes de la Junta como
“modificatorios” de la Constitución
Poh'tica
1975
DL922 11 marzo Estado de sitio
DL 1.008 y 1.098 mayo (D.O.) Extiende plazo de incomunicación
(delitos contra la seguridad del Estado)
DS 890 (M.dellnt.) 26 agosto
(D.O.) Modifica Ley de Seguridad del Estado
DL 1.281 lidie.
(D.O.) Faculta al jefe militar de la zona de
emergencia censurar y suspender hasta
por seis ediciones, diversos impresos

Véase Manuel Antonio Carretón, Roberto Carretón y Carmen Carretón, Por la fuerza sin la razón, Análisis
y textos de los bandos de la dictadura militar, Santiago: LOM, 1998.
* (D.O.) Fecha de publicación en el Diario Oficial.

422
1976
Actas Constitucionales
DL 1.319,1,9 9 enero
DL 1.551,2 11 sept. “Bases Esenciales de la chilenidad”
DL 1.552,3 11 sept. “Derechos y deberes constitucionales”
DL 1.553,4 11 sept. “Sobre regímenes de emergencia”
1977
DL 1.877 Modifica la ley 12.927, refuerza
facultades del Ejecutivo en estado
de emergencia
DL 1.878 13 agosto, Crea CNI y enumera sus atribuciones
1978
DL 3.168 6 febrero Autoriza relegar a las personas que
alteren o pretendan alterar el orden
público, hasta por tres meses
(Modifica DL 81 y 1.877, Seguridad
Interior del Estado)
19 abril Fin estado de sitio; se mantiene
“estado de emergencia”
1980
Plebiscito, Constitución 11 sept. Agrega “estado de perturbación de la
paz interior”, nuevo estado de excepción
DL 3.451 Extiende a 25 días el arresto en
lugares que no sean cárceles,
(investigación delitos contra la
seguridad interior del Estado)
1981
Constitución Estados de excepción; Art. 24 transitorio
DL 3.645 Aclara el alcance del art. 24 transitorio,
referente a las expulsiones de nacionales
y extranjeros, también diversas
prohibiciones sobre actividades
sindicales
Ley 18.015 27 julio, (D.O.) Infracciones al Art. 24 transitorio
1982
Ley 18.150 30 julio, (DO.) Modificación disposiciones art. 24
transitorio

423
1984
Ley 18.313 14 mayo Ley Antiterrorista
17 mayo Modifica 16.643 de 1967 sobre abusos
de publicidad
Dictación de leyes complementarias
de la Constitución
Ley 18.314 sept. Bandos establecen restricciones a
revistas y diarios de oposición
6 nov. Estado de sitio (7 meses hasta 1985) y
estado de emergencia
1985
Ley 18.415 15 junio (D.O.) Sobre estados de excepción
DS 324 15 junio Sobre restricciones informativas
16 junio Se levanta estado de sitio
1987
Ley 18.667 27nov. (D.O) Modifica Código Militar, permite
mantener secreto para documentos
que pudieren afectar la seguridad
del Estado

En resumen, según el modelo de reconciliación y “reconstrucción nacional” pro­


piciado por el gobierno militar, la reconciliación no se hace con “el mal” pero se puede
sentenciar a “los malos” a reconciliación, manteniendo la vigilancia ya que es posible
que reincidan en su herejía o que surjan nuevos vectores de contaminación subversiva (lo
que se llamaba “jérmenes liberales” en el Chile del siglo XIX). Surge de esta realidad la
necesidad de custodiar y proteger, en forma permanente, los valores cristianos y las “bue­
nas costumbres” frente al desafío de los herejes o subversivos. En esto consistía la recon­
ciliación de la Inquisición de antaño y la del gobierno militar desde 1973. Tema, en este
sentido, un carácter muy parecido al régimen franquista en España, donde «se celebra la
paz, sí, pero es una paz al acecho, es una calma que vigila, que no se olvida de que tiene al
enemigo en casa; es una paz que advierte a la oposición de la capacidad defensiva y
ofensiva del régimen. Es una paz casi agresiva, incapaz tanto de producir integración
social como de crear una identidad colectiva válida para todos».49

Paloma Aguilar Fernández, Memoria y olvido de la guerra civil española, Madrid: Alianza Editorial, 1996:
114. Véase también Santos Juliá (coordinador), Julián Casanova, Josep M. Solé i Sabaté, Joan Villarroya,
Francisco Moreno Víctimas de la guerra civil, Madrid: Ediciones Temas de Hoy, S.A., 1999.

424
¿Y la Iglesia Católica?

Desde luego la conexión histórica entre el reino de Dios y el de los distintos reyes
y soberanos civiles implica dilemas coyunturales respecto a la reconciliación,
ejemplificados desde las guerras de la Independencia.50 No hubo momento, desde 1818,
que la Iglesia no tuviera ingerencia en la política del país, lo que a su vez provocaba
divisiones internas. Araneda, de paso, comenta: “desde aquellos días [1845], hasta des­
pués de 1925...el clero intervino en la lucha de los partidos; tal actitud provocó la reac­
ción de liberales extremistas, nacionales y radicales...hasta que el Presidente Alessandri
Palma, de acuerdo con la Santa Sede, separó la Iglesia y el Estado en ‘amigable conviven­
cia’ en 1925”.51 Es más, en todos los conflictos graves, desde 1891, los obispos llamaban a
la “concordia”, a la unidad de la familia chilena y a la reconciliación, a pesar de las
diferencias entre ellos sobre “lo bueno” o “lo malo” del gobierno de tumo.
El caso post-1973, sin embargo, sería más difícil, precisamente porque el gobier­
no militar volvería a una interpretación de la reconciliación más afín con la de la Inquisi­
ción española. Había sectores de la Iglesia Católica que apoyaban al gobierno militar.
Pero la Conferencia Episcopal y el Cardenal Silva Henríquez defenderían los derechos
humanos y propiciarían un modelo de reconciliación, cuyos fundamentos teológicos se
encuentran en el magisterio de la Iglesia sobre la reconciliación y la solidaridad con el
pobre y el perseguido.52 AI comienzo del gobierno militar, la gran mayoría de los obispos
favorecía una salida al conflicto político legado del período 1964-1973, aun cuando muy
pocos irían tan lejos como el Arzobispo de Valparaíso, quien proclamó “Como un enfermo
condenado a morir que se ha librado por una acertada operación, el país ha perdido
sangre, ha sufrido algún dolor, hay heridas que cicatrizar. Pero se ha salvado la vida de
Chile como nación libre y soberana”.53
No obstante el apoyo inicial que la Iglesia diera a la obra de “reconstrucción” que
propiciaba la Junta Militar, desde los primeros días la Iglesia hizo de la reconciliación un
concepto eje en la cruzada contra las persecuciones, venganzas y “limpiezas” que afecta­
ban a los partidarios de la Unidad Popular y a la izquierda revolucionaria. En su primera
declaración del 13 de septiembre de 1973, los obispos llamaron al gobierno militar a no
tomar represalias y a que “la cordura y el patriotismo de los chilenos, unidos a la tradi­
ción democrática y de humanismo de nuestras Fuerzas Armadas, permitirán que Chile

50 Para detalles véase Fidel Araneda Bravo, Obispos, sacerdotes y frailes, Santiago: 1961.
51 Ibid: 58.
52 Véase Eugenio Yáñez, La iglesia y el gobierno militar, itinerario de una difícil relación (1973—1988), Chile:
Editorial Andante, 1989; Enrique Correa y José Antonio Vieragallo,Iglesia y dictadura, Santiago: CESOC, s.f.
53 El Mercurio, 20 enero, 1974 citado en Yáñez (1989): 55.

425
pueda volver muy luego a la normalidad institucional...”. Ya en abril, el Comité Perma­
nente del Episcopado se refería a “la obra de reconstrucción del país y en particular en la
tarea de pacificación de los espíritus y en todo lo que significa afianzar y desarrollar las
conquistas sociales de los obreros.”54 En “La Reconciliación en Chile” (24 abril, 1974) el
Episcopado advirtió que “la condición básica para una convivencia pacífica es la plena
vigencia del estado de derecho, en el que la Constitución y la Ley sea una garantía para
todos”.55 Es decir, la reconciliación implicaba terminar con el régimen de excepción y
con el gobierno militar. Dada esta acepción, la reconciliación como bandera de la Iglesia
y proyecto político estaba en contradicción con el proyecto “de metas sin plazos” de la
Junta, aún cuando la Iglesia no estipulara plazos concretos para el fin del gobierno mili­
tar. Con el tiempo, las frecuentes referencias a la reconciliación por parte de voceros de
la Iglesia fueron interpretadas por el gobierno militar como ataques en su contra. Ade­
más, se las entendía como un llamado a desarmar los aparatos militares, de inteligencia y
de seguridad, que “purgaban” el “cáncer marxista” dándose, de esta manera, legitimidad
a las denuncias internas y externas que se hacían contra el régimen.
Por otra parte, entre las víctimas de la represión política posterior al 11 de sep­
tiembre de 1973 hubo algunos sacerdotes asesinados, otros fueron detenidos y varios
debieron abandonar el país. El Cardenal Silva Henríquez había encabezado la lucha con­
tra las violaciones de los derechos humanos, comprometiéndose con las primeras iniciati­
vas para defender los derechos humanos en 1973, como fue el Comité Ecuménico de
Cooperación para la Paz (1973) y luego con la creación de la Vicaría de la Solidaridad en
1976 y se mantendría como el vocero más distinguido y tenaz de una reconciliación con
justicia y tolerancia, aun después de su jubilación en 1983. Fue reemplazado por el arzo­
bispo Juan Francisco Fresno, quien tendría posteriormente un rol muy significativo en
los diálogos entre el gobierno y sectores de la oposición.56
En “La Iglesia Católica Chilena y el Año Santo”, el Obispo de Temuco Bernardino
Piñera hizo saber que los tres objetivos perseguidos por la Iglesia en el curso de los años
1974 y 1975, que serían:
“Procurar, tras años de apasionadas luchas políticas, económicas y sociales, la reconci­
liación de los chilenos, en el respeto de sus diferencias y divergencias, mediante una
toma de conciencia más profunda del carácter fraternal de la humanidad, de la digni­
dad inviolable del ser humano que deriva de nuestro común origen divino y del hecho

Citado en Yáñez (1989): 58.


“La Reconciliación en Chile”, Secretaría del Episcopado, Ref. N. 144/1974. 24.4.74, en Documentos del
Episcopado Chile 1974-1980, Santiago: Ediciones Mundo, 1982:15.
Sobre el papel de la Iglesia chilena durante el gobierno militar véase Correa y Vieragallo, CESOC, s.f.;
María Antonieta Huerta y Luis Pacheco Pastene, La iglesia chilena y los cambios sociopolíticos, Santiago:
Pehuén, 1988.

426
de que Dios se haya hecho, en Cristo, un hombre como nosotros, participante de
nuestra naturaleza humana, hermano nuestro, insertado en nuestra historia”.5758
El Papa había llamado a celebrar un año santo, de gracia y perdón, que “tiene
como principal finalidad espiritual la de promover la Reconciliación entre los hombres
de la Cristiandad entera”.38 Pero, el 13 de abril de 1974, el Cardenal Silva expresaba en
una homilía: “¿Creeríais, mis queridos hijos, que en este momento, según me dicen, vues­
tro Pastor, vuestro Obispo, que os habla, está amenazado de muerte y tiene que llevar una
escolta para que lo defienda? ¿Creeríais que esto es posible en esta tierra nuestra?”.59 Ya
en el Año Santo de la reconciliación (1974) los obispos se refirieron a los temores que les
provocaban las circunstancias del país:
“Nos preocupa en primer lugar, un clima de inseguridad y de temor, cuya raíz creemos
encontrarla en las delaciones, en los falsos rumores, y en la falta de participación y de
información.
Nos preocupan también las dimensiones sociales de la situación económica actual,
entre las cuales se podrían señalar el aumento de la cesantía y los despidos arbitrarios
o por razones ideológicas.
Tememos que por acelerar el desarrollo económico, se esté estructurando la economía
en forma tal que los asalariados deban cargar con una cuota excesiva de sacrificio sin
tener el grado de participación deseable.
...Los obispos insisten también en la necesidad de respetar los derechos humanos.... No
dudamos de la recta intención ni de la buena voluntad de nuestros gobernantes. Pero,
como Pastores, vemos obstáculos objetivos para la reconciliación entre chilenos.
Tales situaciones sólo se podrán superar por el respeto irrestricto de los derechos huma­
nos formulados por las Naciones Unidas y por el Concilio Vaticano II, y que la Declara­
ción de Principios ha justificado como ‘naturales’ y anteriores y superiores al Estado.
El respeto por la dignidad del hombre no es real sin el respeto de estos derechos”.60
Con todo, en sus declaraciones los Obispos dieron a entender al mundo que no se
podía entender la situación chilena sin tener en cuenta “el estado caótico y de enorme
exacerbación que existió en el Gobierno anterior [y]... la resistencia armada que aún ahora
subsiste de parte de algunos políticos contrarios al actual gobierno; resistencia que nos

57 Secretariado General del Episcopado, Ref. N. 100/74. 29.3.74 en Documentos del Episcopado, Chile 1974-
1980, Santiago: Ediciones Mundo, 1982:10. Negrilla en el original.
58 “La Reconciliación en Chile”, Secretaría del Episcopado, Ref. N. 144/1974.24.4.74, en Ibid: 11.
59 Citado en Yáñez (1989): 60. En una nota el autor dice que el Cardenal “se refiere a las amenazas que
habría recibido de parte de Manuel Contreras, Director de la DINA, en una reunión sostenida con él”.
60 Mensaje, N. 229 (junio 1974), citado en Chile visto por Mensaje 1971-1981, Selección de editoriales, Santia­
go: Editorial Aconcagua, s.f.: 81-82.

427
parece del todo inútil e inmensamente dañina para nuestra Patria y para muchas personas
que vienen a ser víctimas de las pasiones políticas descontroladas”.61 Por este motivo, “los
resentimientos mutuos, el deseo de venganza, hacen cada vez más urgente en Chile este
Año de Reconciliación, ...esta reconciliación ha de ser una reconciliación con Dios, reconci­
liación con nosotros mismos, reconciliación de los demás hombres”.62 “Esta reconciliación
tendría que ser a base de una conversión,... pedir el perdón, actitud ineludible, en quien es
consciente de haber defraudado al hermano, no sólo a través de una ofensa positiva, sino
también a través del amor que no supo ofrecer en el momento requerido”.63
A pesar de la prédica de los obispos, había poco espíritu para perdonar o pedir
perdón entre los adversarios políticos, a mediados de 1974. El gobierno había declarado
al país en estado de guerra y, aunque la resistencia de fuerzas irregulares y dispersas era
muy limitada, hubo miles de “prisioneros de guerra” a lo largo del país.
En una declaración del 24 de agosto de 1974, los obispos reunidos con otros líde­
res religiosos del país pidieron “el cese del estado de guerra y la concesión por la Autori­
dad, según su propia prudencia, de un indulto, ‘que sirva de testimonio de clemencia y
equidad, en favor de todos aquellos encarcelados que han sido víctimas de las situaciones
de desorden político y social’ por las que ha atravesado nuestra Patria y que manifiesta­
mente- han sido demasiado graves como para que se les pueda imputar a ellos totalmen­
te- facilitaría la reconciliación y concordia de la familia chilena y prestigiaría ostensible­
mente a nuestra Patria ante todos los países democráticos del mundo”.64
En mayo de 1975, el Obispo de Talca Carlos González recalcó el llamado a la recon­
ciliación como tema central para el país, rechazando el modelo inquisitorial:
“Incluso existen quienes creen que al perdonar serían infieles a sus ideales y traiciona­
rían la causa que ellos creen una causa justa.
... Siempre hay motivos para no superar el pasado, y los años difíciles que hemos vivido
posiblemente han acrecentado esos motivos....
El despido arbitrario de un trabajo, la expropiación injusta de una propiedad agrícola
para colocar algunos ejemplos, son realidades que siempre quedan grabadas en el fon­
do del corazón.
La angustia, la inseguridad son sentimientos que siempre se refuerzan y el miedo que se
ha padecido deja su huella en nuestras vidas. Una familia no puede olvidar al hijo que

“La Reconciliación en Chile” en Documentos... (1974): 12.


Ibid: 14.
Ibid: 14-15.
“Declaración y petitorio adjunto a S.E. El Jefe de Estado”, Comité Permanente del Episcopado, Ref. N.
395/74. 23.8.74 en Documentos... (1982): 32.

428
debió dejar el país o al pariente que está detenido en la cárcel. Ysi hay tantos hechos que
se recuerdan en nuestras mentes y son muchos los motivos para no olvidar...
¿Acaso el Obispo no se acuerda de los abusos del mercado negro, del sectarismo, del
clima de violencia de la época pasada?... ¿Qué se avanza con alimentar el recuerdo
amargo que mantiene vivo el odio en nuestros corazones?... Luchemos con los medios
que nos da Cristo y su evangelio para hacer de Chile un país de hermanos”.65
El Obispo de Talca intentaba estibar el barco, reconocer el sufrimiento, el sacrifi­
cio y el duelo de todos los bandos. En el mensaje de Navidad de 1975, los obispos nueva­
mente solicitaron que el gobierno militar concediera “una amnistía generosa a los dete­
nidos políticos...”. También que “el gran clamor de la Iglesia por la Reconciliación, que ha
hecho oír en el mundo entero durante el Año Santo, sea cada vez más oído y acogido por
todos los chilenos para la ansiada pacificación total de la Patria”.
Pero el gobierno militar veía las declaraciones de los obispos y del Cardenal como
agresiones a su propia visión de un país pacificado, es decir, un país sin una izquierda
política revolucionaria y sin teología de la liberación. Una serie de documentos emitidos
por la Iglesia, entre ellos La Reconciliación en Chile (1974), Evangelio y Paz (1975), Nuestra
Convivencia Nacional (1977), la carta pastoral Nuestra vida como Nación (1977), Humanis­
mo Cristiano y Nueva Institucionalidad (1978) y la Carta de Santiago (1978, celebrando los
30 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos) insistían en una modali­
dad y sentido de “reconciliación” y en una preocupación por la situación de los detenidos
desaparecidos, que fue rechazada de plano por el gobierno militar y sus adherentes. En el
TeDeum de 1979, el Cardenal Silva reiteraba su llamado por el “respeto por los caídos y
moderación con los vencidos” y pidió que las Fuerzas Armadas cumplieran con las pro­
mesas para seguir “un camino de progreso y paz...”.66
En 1980, cuando se plebiscitó la nueva institucionalidad promovida por la Junta
Militar, la Iglesia se perfilaba en la conciencia del país y en el exterior como un “adversario”
si no un enemigo del gobierno militar. La revista Mensaje titulaba un editorial “La Constitu­
ción de la Discordia”: “Se trata pues, de una ficción democrática... ‘Esperando contra toda
esperanza, como Abraham, seguiremos amando al Chile de nuestros anhelos’ ”.67

65 “Para alcanzar un corazón cristiano”, Mons. Carlos González, Obispo de Talca, Iglesia de Santiago, Mayo de
1975:25-27.
66 Citado en Correa y Vieragallo (s.f.): 101.
67 Mensaje N. 292, septiembre de 1980, citado en Chile visto.... (s.f.): 199

429
Inquisición y política: visiones encontradas

Para el gobierno militar, tal defensa de la Iglesia de los “enemigos” del régimen
era percibida como una traición a la causa justa, la causa del cristianismo contra el comu­
nismo internacional e interno. Las visiones encontradas del país y del significado de “la
reconstrucción”, “la unidad” y “la reconciliación” llegaban a ser irreconciliables. Igual
cosa se manifestaría en el caso de la Democracia Cristiana, que se había opuesto firme­
mente a la Unidad Popular y cuya dirigencia política había dado la bienvenida al golpe
del 11 de septiembre, pero no podría compartir la cruzada de reconquista e inquisición
permanente instalada por el gobierno militar. Algunos de los dirigentes del partido y de
los dirigentes sindicales demócratacristianos también serían encarcelados, desterrados y
asesinados, sobre todo después de 1977.
Hubo, sí, confusiones y matices importantes, tanto entre el gobierno militar y sus
aliados civiles como entre sus detractores y la oposición dura. El discurso inicial de la
Junta de Gobierno tenía múltiples hilos conductores. Por un lado, se llamaba a restablecer
la democracia quebrantada, a apoyarse en las sólidas instituciones del antiguo régimen
como la Contraloría, la Corte Suprema, las leyes sobre abusos de publicidad y los regíme­
nes de excepción, que habían sido utilizados por todos los gobiernos desde 1925. Por otro
lado, se pedía el apoyo de la Iglesia y de las fuerzas patrióticas, ya que como proclamó el
general Pinochet “hemos declarado que para este Gobierno no hay vencedores, ni venci­
dos, porque entendemos la Nación como una unidad de destino”.68
Dicho discurso coincidía con los históricos llamados a la unidad después de gue­
rras civiles o conflictos intensos. Incluso, varios de los bandos militares emitidos en el
curso de la “batalla de Santiago” del 11 de septiembre de 1973, recurrieron directa o
indirectamente a las temáticas tradicionales enmarcadas por el referente de la reconci­
liación. El Bando N. 4, por ejemplo, se dirigió a los padres para que aseguraran que “sus
hijos no abandonen el hogar” contribuyendo “más que nadie a mantener en el núcleo
familiar la calma en los espíritus, para restablecer la concordancia nacional”. El Bando N. 15
impuso la censura señalando “por lo que estima de inmediata solución restablecer la con­
vivencia nacional y normas éticas”. El Bando N. 31, dirigido a los obreros y profesionales,
proclamó que “nada deben temer quienes equivocadamente confiaron en traidores que
ofrecieron ‘una Patria Nueva’ y sólo nos dieron hambre, odio, atropellos e injusticia. Sólo
la unidad nacional salvará a Chile de la autodestrucción y rescatará a su pueblo de la
degradación a que lo conducía el comunismo. ...Trabajador chileno: la reconstrucción

Discurso del general Augusto Pinochet del 11 de octubre de 1973, citado en Jaime Castillo Velasco, ¿Hubo
en Chile violaciones a los derechos humanos? Comentario a las memorias del general Pinochet, Santiago: Comi­
sión Chilena de Derechos Humanos, 1995: 26.

430
nacional ha comenzado y tú tienes un papel que cumplir en ella. Chile es uno, Chile es
libre”(14 septiembre 1973). El Bando N. 100 (Santiago 18 de agosto de 1976), impuso
censura sobre ciertas noticias, afirmando “que es obligación del Supremo Gobierno ga­
rantizar el desenvolvimiento de las actividades normales de la nación que permita la con­
vivencia ciudadana y procure la unidad nacional... ”.69
Paralelamente a este discurso de unidad, reconstrucción y convivencia, sin em­
bargo, se efectuaba la política de persecución secreta, tortura, asesinatos, desapariciones
y “limpieza” contra los sectores de izquierda y “a todo que oliese a Unidad Popular”.70
Esta política inquisitorial, avalada en la misión histórica y supra constitucional de las
Fuerzas Armadas, en varios de los bandos emitidos desde el 11 de septiembre de 1973, las
subsiguientes proclamas, decretos, “actas constitucionales” y luego en varios artículos de
la Constitución de 1980, no tenía precedentes en Chile, ni aun en la guerra civil de 1891,
la que, menos de cien años antes, dejó el saldo más pesado de muertos y reprimidos en la
historia del país. En todo caso, la serie de amnistías entre 1891 y 1895 que reintegró a los
balmacedistas al régimen, incluso a las esferas del Congreso y del gabinete, contrastaba
marcadamente con el régimen que se iría construyendo e institucionalizando desde 1973.
Nunca, en la historia del país, habían tenido tanta autonomía los servicios de inteligencia
militar y la Policía de Investigaciones. Nunca hubo tampoco una entidad con poderes tan
irrestrictos y con operaciones tan fuera del control de las jerarquías militares y civiles
como lo fue la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), la que, irónicamente, “depen­
día” inicialmente, al menos en el papel, de SENDET, entidad creada por el decreto ley
117 a fines de 1973 y “que nacía con apariencia humanitaria y voluntad de apoyo: ayuda­
ría a los familiares de presos, autorizaría las visitas, organizaría el tránsito por los centros
de reclusión. SENDET se instaló en las oficinas subterráneas del Congreso: todo un sím­
bolo de su vocación de servicio público”.71 La DINA, formalmente creada por el decreto
ley 521 de febrero de 1974, “había empezado a gestarse en noviembre de 1973, como
respuesta a la orden de crear un organismo que diera seguridad y respaldo a la Junta”.72
La existencia de instituciones y operativos represivos creó un ambiente de miedo
y terror, propio de un régimen inquisitorial, con las sentencias de reconciliación (conmu­
tación de penas, exilio, relegación) que caracterizaron a la Inquisición española. El régi­
men represivo operó con la casi completa impunidad de sus actos, por muy ilegales y
arbitrarios que fueran. La Corte Suprema y los tribunales de la República hicieron poco
para proteger las garantías constitucionales y los derechos humanos de los chilenos, ya
que la mayoría de los ministros se habían declarado agradecidos del “rescate” efectuado

69 Textos de los bandos en Carretón et. al. (1998); la cursiva es de los autores.
70 Castillo (1995): 26.
71 Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Oscar Sepúlveda, La historia oculta del régimen militar, Memoria de una
época, 1973-1988, Santiago: Grijalbo, 1997:43.
72 Eugenio Ahumada, et al., Chile, la memoria prohibida, tomo 1, Santiago: Pehuén, 1989:389.

431
por los militares ante la amenaza de una dictadura marxista (el gobierno de Allende). En
todo caso, la Junta de Gobierno Militar, con la colaboración de los mismos ministros de la
Corte Suprema, purgaron y castigaron a los jueces que no eran de su confianza y que no
acataron los deseos del régimen. Los mismos ministros de las Cortes que habían criticado
a Allende y su gobierno y que habían defendido los derechos constitucionales contra las
iniciativas ilegales de la Unidad Popular, especialmente el de propiedad se callaron (con
raras excepciones) frente a la inquisición militar después del 11 de septiembre de 1973,
cuando no la apoyaron abiertamente.73
Además la Junta Militar dictó numerosas “leyes secretas” o “reservadas”, que no se
podrían conocer en su plenitud aun en 1990. En algunos casos la sanción por haber violado
estas leyes secretas (“ninguna de ellas sería publicada sino sólo comunicada a las autorida­
des encargadas de darles cumplimiento”) podía ser hasta la privación de la vida.74 Tam­
bién, como en tiempos de la Inquisición, el gobierno militar y sus instancias de seguridad y
policía secreta confiscaban los bienes de los acusados y detenidos, como también de los
sindicatos, partidos políticos y otros grupos, para “contribuir al autofinanciamiento” si no
al enriquecimiento personal de algunos. Para llevar a cabo tales medidas se basaban en los
decretos leyes 12,77 y 133 (1973), 1.697 (1977) y 2.346 de 1978. Además, se hicieron varias
confiscaciones sin poner mucha atención a los fundamentos “jurídicos” que pudieran exis­
tir para justificarlas. Estas prácticas continuaban después del término de la DINA, que se
transformaría en la CNI, como lo denunciaron los editoriales de Mensaje en agosto de 1981:
“Cuando vemos que los servicios de inteligencia continúan deteniendo
indiscriminadamente, vejando y maltratando a tantos ciudadanos, ni siquiera delin­
cuentes, y apropiándose de sus pertenencias como ‘botín de guerra’, ¿Cómo poder con­
fiar en la ‘seguridad’ que ofrecen?
Por el contrario, cuando el director de la CNI, contra todas las evidencias niega que en
ella se torture y, al preguntársele por la muerte del estudiante Jara, afirma que ‘su

Respecto a la crítica de los ministros de la Corte Suprema al gobierno de Allende, véase


Actas oficiales de la Comisión Constituyente, sesión 79a. de 17 octubre de 1974. Años después, el Ministro de
la Corte de Apelaciones Carlos Cerda resistió las presiones y fue objeto de quejas disciplinarias, amena­
zas telefónicas, mala calificación y riesgo de ser expulsado del Poder Judicial. Ver APSI del 25 de agosto al
7 de septiembre de 1986: 9 y 10. Véase también Francisco Mouat, “Poder Judicial. Por sus obras los
conoceréis”, APSI, N. 148,17 al 30 de julio de 1984:12-14.
Para una discusión de varias de las “leyes secretas” véase Senado, sesión 3a. de 15 de octubre de 1991:85-
100. Durante el debate el Senador Nicolás Díaz Sánchez señala: “Señor Presidente, de los secretos soy
partidario en dos casos: en el amor y en la confesión. Con respecto a las leyes, no”, (p. 99). Las leyes
secretas habían sido el enfoque de un informe especial publicado en la revista Análisis en 1989: Pamela
Jiles, “Las leyes secretas del régimen”, Año XII, N. 276,24 al 30 de abril 1989:37-40. La periodista estimó
el número de decretos-leyes y leyes secretas en 123, aunque algunas de ellas se dieron a conocer poste­
riormente en forma parcial.

432
fallecimiento se debió a una enfermedad’, la desconfianza llega simplemente al
extremo.
...En nuestro país se está pisoteando la dignidad humana, de muchas formas, y esto
no puede ser. ¡Dios no lo quiere! Necesitamos mirar esta verdad, y abrir los abscesos
de corrupción que, dolorosamente y con su mal olor, van reventando en forma cada
vez peor. Abrir... para sanar.
...Seguir en una especie de ‘guerra interna’, de límites inciertos y cada vez más
envolventes, considerándonos mutuamente como ‘enemigos’ cuando no compartimos
las mismas ideas, nos llevará ciertamente al suicidio como nación. El odio y la sangre
nos hundirán finalmente a todos...”.75
La confiscación de bienes en Chile como medida de castigo político, había sido
abolida en el artículo 145 de la Constitución de 1833. En la Cámara de Diputados, a fines
de 1991, el diputado Gutenberg Martínez caracterizaría las confiscaciones de bienes he­
chas por el gobierno militar como “actos arbitrarios de despojo a los partidos políticos,
personas naturales y jurídicas, realizados contra el imperio de las garantías constitucio­
nales del derecho de asociación, del derecho de propiedad, de la legalidad penal sustantiva
y de las garantías procesales mínimas, todas actualmente consagradas en la constitución
de factura de ese mismo Gobierno”.76
Pero la actuación del gobierno militar estaba enmarcada por otros referentes jurí­
dicos e históricos. Las leyes secretas, la exoneración de muchos empleados públicos, la
“limpieza” e intimidación del Poder Judicial, la confiscación de bienes, las detenciones e
interrogatorios, la tortura, el exilio y la sentencia de reconciliación (comenzando en 1974,
aunque permitiendo el retomo a algunos exiliados recién después de 1978) eran consisten­
tes con la tradición inquisitorial que se reproducía en una versión moderna desde 1973.77

“El precio de la seguridad”, Mensaje, N. 301, agosto, 1981, en Chile visto... s.f.: 218-19.
Cámara de Diputados, sesión 34a. de 17 de diciembre de 1991:3208. Según la información entregada en los
debates, fueron confiscados por el gobierno militar alrededor de 227 inmuebles, 170 de ellos sobre la base
del Decreto Ley 77 de 1973. Además, con la Ley N° 18.063, Orgánica de Partidos Políticos, el gobierno
militar trató de eliminar la posibilidad que los “nuevos” partidos que se formaran fueran la “continuidad
jurídica, patrimonial o de cualquier otra índole” de los partidos existentes en 1973 (p. 3113).
Son notables algunos paralelos en los estilos y modalidades de represión en España después de 1939 y en
Chile después del 11 de septiembre de 1973, no obstante las grandes diferencias entre la guerra civil de
España y lo ocurrido en Chile en 1973. De bastante interés también es el uso de los indultos que hizo
Franco desde 1945 hasta 1969, cuando por fin los delitos cometidos con anterioridad al 1° de abril de 1939
fueron indultados. Es decir, la “reconciliación” con los “herejes” demoró treinta años, sin beneficiar a los
que fueron procesados, condenados o exiliados por oponerse al régimen franquista después de la “libera­
ción nacional”. En este sentido, el gobierno militar chileno se atenía más a la histórica “vía chilena” de
reconciliación, recurriendo a una amnistía (y auto amnistía) en 1978, aun cuando había usado los indultos
hasta aquella fecha y seguiría indultando a los “arrepentidos” hasta fines de su gobierno. Para el caso de
los indultos en España véase a Aguilar Fernández (1986): 144-147.

433
Si existiera alguna duda, la defensa de las medidas tomadas en 1973 por el dipu­
tado Jorge Ulloa, el presidente de la bancada de la Unión Demócrata Independiente
(UDI), en diciembre de 1991, recalca el marco jurídico político que todavía prevalecía en
ciertos sectores:
“La grave crisis en que nos habían sumergido los actores políticos de 1973 hizo absolu­
tamente necesaria la intervención militar.
Por lo mismo, pensamos que la medida de disolver los partidos políticos y las organiza­
ciones sindicales fue acertada, considerando que se perseguía restablecer el orden inter­
no del país.
Ahora bien, hay que tener presente que la cancelación de la personalidad jurídica de
dichas instituciones implica que dejaron de existir, al menos para el derecho.
Dado lo anterior, por razones de seguridad en el ‘tráfico’ jurídico se dispuso que los
bienes de estas entidades pasaran a manos del Estado por el solo ministerio de la ley.
El mérito de esta medida puede ser discutible. Sin embargo, desde el punto de vista
legal, su validez es absolutamente incontrarrestable.
De acuerdo con lo anteriormente expuesto, no cabría hablar de confiscación de bienes,
ya que ésta es una sanción pecuniaria cuyo objeto es transferir al Fisco la totalidad del
patrimonio de la persona condenada o bien uno o varios bienes determinados.
...Es más, la propia Ley Orgánica Constitucional de Partidos Políticos declara que los
actuales partidos no son sucesores de ningún otro...
Queremos dejar en claro que en atención a nuestro irrestricto respeto a la propiedad
privada, consideramos de plena justicia que los bienes puedan ser restituidos a las perso­
nas naturales...
Finalmente, anunciamos indicaciones al proyecto, sobre todo en tomo a la indemniza­
ción, respecto de la cual proponemos aplicar el sistema de la ley 16.640, de la reforma
agraria, es decir, pagaderos en bonos del Estado a treinta años...”.78
Obviamente la intervención del diputado Ulloa era seria, aunque algo irónica y
no vacilaba en reafirmar las metas y los métodos de la Junta Militar respecto a la “confis­
cación de bienes” (aunque quisiera ponerle otro nombre) y la disolución de los partidos
políticos y sindicatos. En la sesión del 15 de enero de 1992, agregó, por si hubiera dudas:
“para nosotros es muy importante establecer claramente que la irresponsabilidad de
quienes en un momento determinado rompieron la tradición democrática, hizo que se
aplicaran penas de carácter pecuniario”.79 Es decir que, la confiscación de bienes (con el
nombre que se le diera) se justificaba en el caso de los “irresponsables” políticos, los

Ibid: 320-323.
Cámara de Diputados, sesión 42a. de 15 de enero de 1992:16.

434
“subversivos” o “terroristas”, criterio de la Inquisición abandonado en Chile en 1833 y
recuperado por el gobierno militar.80
El modelo inquisitorial del gobierno militar se manifestaba en muchos ámbitos, pero
el caso de los derechos humanos era el más controvertido. Los “hechos” que confirman las
acusaciones de violaciones de derechos humanos se han relatado muchas veces en historias
de la época, en testimonios y memorias de los reprimidos y en el Informe de la Comisión
Nacional de Verdad y Reconciliación (“Comisión Rettig”) de febrero de 1991. Con la publica­
ción del testimonio del ex agente Andrés AntonioValenzuela Morales sobre las operaciones
de “nidos” de tortura y de escuadrones operativos de represión, dado ante el Vicario de Soli­
daridad y publicado en Mensaje en 1985, sólo quienes no querían saber sobre las cámaras de
tortura podrían mantenerse en la ignorancia.81
No obstante, voceros de las Fuerzas Armadas, de la Corte Suprema, de otras ins­
tancias del Estado y de sectores privados, los han negado y justificado a la vez, argumen­
tando que hubo guerra contra el terrorismo y el comunismo y que en una guerra sucia
ocurren “excesos”.82 El general Pinochet, en los cinco tomos de sus memorias reitera
numerosas veces que no hubo violaciones de derechos humanos sino que “bajo la fría
conducción del imperialismo soviético, se han gastado cifras siderales de dinero para
inventar y propalar calumnias diarias sistemáticas en contra nuestra, repitiendo
orquestadamente las peores infamias e inundando las mentes y la conciencia internacio­
nal de una vil propaganda anti chilena”.83 Sin embargo, nadie ha podido desmentir los
hechos y casos descritos por la Comisión Rettig.84 En la Tabla 8-3, se resume los sucesos
de represión más conocidos, sin pretender exhaustividad.

Antonio Huneeus Gana orgullosamente expresa que “el derecho individual a la propiedad es sagrado para
los constituyentes de 1833; la garantizan expresa, enfáticamente como base fundamental de la vida jurídi­
ca, política y económica. Cede sólo a la utilidad de la nación mediante ley y previa indemnización que en
caso de desacuerdo califican hombres buenos”. La constitución de 1833. Estudios chilenos, Santiago: Im­
prenta Universitaria. 1933: 85.
“Declaración jurada. Ex-agente denuncia la existencia de una organización criminal”, Mensaje, N. 336,
enero-febrero, 1985:38-46.
La explicación constante de las violaciones de derechos humanos cometidas, calificándolas como “excesos”
ha sido muy cuestionada por diversos sectores nacionales. Esos sectores han considerado inadmisible expli­
car la política sistemática ejecutada por la DINA (y cuya sistematicidad se hace visible, entre otras cosas,
por sus resultados) como una situación eventual de carácter organizacional y de disciplina interna, lo que
resulta incompatible con instituciones jerarquizadas y dirigidas por mandos militares en servicio activo.
Citado en Castillo (1995): 21. Véase Augusto Pinochet Ugarte, Camino recorrido Chile: s.n., 1990-1994,
Santiago: Talleres Gráficos del Instituto Geográfico Militar de Chile, 3 v. en 4.
Véase Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, 3 tomos, Santiago: febrero de 1991; Eugenio
Ahumada et al., Chile, La memoria prohibida, 3 vals., Las violaciones de los derechos humanos 1973—1983,
Santiago: Pehuén, 1989. Este último se define como “la narración de los hechos más significativos de
violaciones a los derechos humanos cometidas por el gobierno militar - organizadas y ejecutadas desde el
Estado y no constituyeron simples ‘excesos’ de individuos aislados - contra personas a quienes se les
consideraba un obstáculo para la construcción de una sociedad autoritaria”, (p. XXXI).

435
Tabla 8-3
Sucesos de represión 1973-90 de mayor publicidad

11 septiembre 1973 -1974 primera fase, detenciones masivas,


consejos de guerra, torturas,
homicidios, detenidos desaparecidos
en casi todo el país85
Caravana de la muerte 1973
Operaciones del “Comando
Conjunto” 1974-76 detenidos, torturados y desaparecidos
Operaciones de la DINA86 1974-76 detenidos, torturados y desaparecidos
Asesinato del General Prats en 1974 (30 sept.)
Buenos Aires
Caso de los 119 1975
(22-23 junio) (supuestamente muertos en
enfrentamientos fuera del país)
Intento de asesinato
B. Leighton y su esposa 1975 (6 oct.)
Anita Fresno en Roma
Asesinato de Orlando Letelier 1976 (21 sept.)
Washington, DC
Hornos de cal de tonquen 1978 (1 dic.) Se encuentran cadáveres de
campesinos de Isla de Maipo en
una mina de cal abandonada.
Estaban desaparecidos desde 7 de
octubre de 1973.
Yumbel 1979 (2 oct.) Exhumación de cadáveres
enterrados ilegalmente, corresponden

En este período se combinan medidas legales (consejos de guerra) e ilegales (torturas, homicidios,
desaparición de detenidos) y hay constancia de la detención y desaparición de 548 personas y de la muer­
te de 1275 entre el 11 de septiembre y el 31 de diciembre de 1973 . Véase cuadro N.19 del Informe sobre
calificación de víctimas de violaciones de derechos humanos y de la violencia política. Corporación de Repara­
ción y Reconciliación, 1996:579.
La Corporación de Reparación y Reconciliación estableció que el mayor número de detenidos desapareci­
dos ha sido atribuido a DINA (más de 300 casos), civiles no identificados aparecen responsables de 50
desaparecidos y el Comando Conjunto de 30 casos. Ver Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Recon­
ciliación, Reedición de la Corporación de Reparación y Reconciliación, 1996, Volumen I,Tomo 2:458 y ver
Informe final de la Corporación de Reparación y Reconciliación, 1996: 48- 49.

436
a detenidos-desaparecidos de Laja y
San Rosendo desde 1973.
Asesinato de Tucapel Jiménez 1982
(25 febrero)
Autoinmolación de Se forma el Movimiento contra
Sebastián Acevedo87 1983 (11 nov.) la Tortura Sebastián Acevedo
Caso de los degollados 1985
(29 marzo) Asesinados por miembros de
DICOMCAR José Manuel Parada de
la Vicaría de la Solidaridad,
Santiago Nattino y Manuel Guerrero
Carmen G. Quintana y R. Rojas 1986
(2-3 julio) Jóvenes quemados vivos durante
protestas por una patrulla militar
Secuestro y asesinato de José 1986 (8 sept.) (crímenes cometidos bajo estado de
Carrasco, Felipe Rivera, Gastón sitio autodenominado
Vidaurrázaga., Abraham “comando 11 de Septiembre”)
Muskablit
Operación Albania 1987
(15-16 junio) Asesinados 12 miembros del FPMR
Asesinato de Jecar Neghme
dirigente del MIR (Sept.) Muerte se la adjudicó “Comando
11 de Septiembre”

Para entender la evolución del régimen militar es esencial tener en mente que
desde el comienzo hubo resistencias dentro del propio régimen a las operaciones clan­
destinas y a la autonomía de las fuerzas represoras y luego a la DINA, fundadas en razo­
nes de orden profesional, político, ético y religioso.88 Se suele subestimar la resistencia y

87 Sebastián Acevedo era padre de varios hijos, dos de los cuales fueron detenidos por la CNI en Concepción.
Él hizo múltiples gestiones con la autoridades, la Iglesia y otros sectores, demandando la libertad de sus
hijos y denunciando la tortura de la que estaban siendo objeto. Como no obtuvo respuesta se roció com­
bustible en el cuerpo y se prendió fuego en las escalinatas de la catedral de Concepción, muriendo horas
más tarde. Sus hijos fueron liberados mientras él agonizaba.
88 En relación a las resistencias es de interés, entre otros, la novela de Patricia Lutz Años de viento sucio,
Santiago, Planeta 1999, en la que se relata en forma novelada la vida de Augusto Lutz quién muriera en el
Hospital Militar a causa de una serie de inexplicables negligencias. Otro libro sobre el tema es La familia
militar de Hernán Millas, Santiago, Editorial Planeta 1999. También había competencias y conflictos
entre distintas fuerzas de inteligencia y grupos operativos “especiales”, como muestra claramente Mónica
González y Héctor Contreras en Los Secretos del Comando Conjunto, Santiago: Ornitorrinco, 1991.

437
la reticencia dentro de las Fuerzas Armadas al modelo inquisitorial y al compromiso de
crear una nueva institucionalidad, en vez de restablecer el orden y la vigencia de un
régimen político mejorado, de acuerdo a la Constitución de 1925. También se suele olvi­
dar los costos pagados por los militares que, aunque fueran opositores a la Unidad Popu­
lar, no se identificaban con el proceso instalado desde el 11 de septiembre de 1973. A
pesar de todo ello se iba elaborando una ideología y una institucionalidad que fueron
construyendo, de hecho, un régimen inquisitorial, que llegaría a “institucionalizarse”
mediante un plebiscito de muy cuestionable legitimidad en 1980.89

El gobierno militar y los conceptos de reconciliación

La premisa fundamental de la intervención militar era que el país “estaba en


guerra” y que se requerían medidas militares para salvar la patria del enemigo, el mar­
xismo y el comunismo, que tenían proyecciones externas e internas. El discurso militar
tomó prestado mucho del discurso franquista durante y después de la guerra civil españo­
la de 1936-1939. El modelo inquisitorial de reconciliación era fuerte y evidente en el
caso español: “la era franquista supuso un gran salto cualitativo en las prácticas de elimi­
nación, persecución o de simple marginación del vencido. Al derrotado...se le invita, tar­
díamente, a reincorporarse a su país, siempre y cuando acepte las normas de los vencedo­
res, admita la legitimidad de la victoria y el poder franquista, reconozca sus propios erro­
res y realice actos visibles de contrición y arrepentimiento”.90
Como la legitimidad de origen del gobierno militar fue derivada del “derecho de
rebelión” contra los gobiernos tiránicos (en este caso, la Unidad Popular), de ahí que
fueran, en parte, bandos militares los que se utilizaron para definir la situación institucional,
mientras durara la “emergencia”. El 18 de septiembre de 1973, mediante el Decreto Ley
N. 3, la Junta decretó el estado de sitio en todo el territorio nacional y el Decreto Ley N.
5 del 22 de septiembre dispuso que el estado de sitio se entendiera como “estado o tiem­

89 La lectura de algunos de los relatos más favorables al régimen militar (p.e. Valdivieso (1988); Rojas (1999)
y de algunos de los más críticos (p.e. Cavallo et al (1988,1997), Manuel Antonio Carretón, Roberto Carretón
y Carmen Carretón, Por la fuerza sin la razón, Análisis y textos de los bandos de la dictadura militar, Santiago:
LOM, 1998) confirma que no existió un claro y definitivo proyecto político-económico que inspirara el
movimiento militar del 11 de septiembre. Más aún, que hubo divergencias y conflictos varios dentro de la
Junta Militar, dentro los Gabinetes desde 1973 hasta finales del régimen en 1990, dentro de las Fuerzas
Armadas y los grupos y partidos civiles adherentes al régimen. En este sentido cuando nos referimos al
“régimen inquisitorial” que emergió, no significa que todos los grupos adherentes al gobierno militar
favorecieran hacer permanente un régimen de este tipo.
90 Aguilar Fernández (1996): 84-85. La autora compara estas prácticas con las medidas tomadas contra los
judíos y los musulmanes cuando “se les permitió quedarse tras las expulsiones de 1492 y de 1502 a cambio
de su conversión” (nota 24, pp. 84-85).

438
po de guerra”. El Decreto Ley N. 8 delegó en varias autoridades militares la atribución de
dictar bandos. Mientras tanto, el Decreto Ley N. 4 del 18 de septiembre había declarado “el
estado de emergencia” y confería a los Jefes de Zona la atribución de dictar bandos, atribu­
ción utilizada durante los gobiernos de Jorge Alessandri, Eduardo Frei M. y Salvador Allen­
de en algunas ocasiones, como se ha señalado en capítulos anteriores. En este sentido la
Junta de Gobierno recurrió, en parte, a recursos jurídicos conocidos y vigentes.91
Sin embargo, en el decreto que creó la DINA había artículos secretos que oculta­
ban sus poderes omnímodos. Como la Inquisición de otros tiempos, los procedimientos,
operaciones y misiones de la DINA eran secretas. No respondía ante ninguna autoridad
sino ante el soberano. Podía confiscar los bienes de sus perseguidos, detenerlos, torturar­
los, ajusticiarlos, desaparecerlos (un poder no ejercido por la Inquisición española, que
por ejercer una autoridad que se consideraba legítima, mantuvo archivos minuciosos so­
bre los presos, los apremios y torturas, sus declaraciones y sus destinos).
Por otra parte, como ningún otro tema la reconciliación parecía concitar consensos
amplios en cuanto objetivo global, pero el contenido del concepto era variado y antagónico,
en cuanto era (y es todavía en 2000) una propuesta que surge de una interpretación especí­
fica del bien común nacional y de los métodos para asegurarlo. El hecho de ser el resultado
de una interpretación de la realidad y del bien común relativiza la noción de reconciliación
auténtica e implica identificar “el bien” a cautelar en cada proposición, identificando el
concepto subyacente.
Esta relativización del significado del término reconciliación quedó clarísima en
un artículo de la revista Hoy a fines de 1980: “Reconciliación ¿por qué no?”. Veintidós
personas de todos los sectores entregaron sus ideas sobre la reconciliación. Jaime Guzmán
afirmaba que la reconciliación y la unidad nacional requerían “la comprensión por todos
de que el marxismo es incompatible con la esencia de la reconciliación, por su doctrina
fundada en la lucha sistemática entre clases irreconciliablemente antagónicas”.92 La ex
diputada liberal María Correa Morandé señaló que “la verdad es que la palabra ‘reconci­
liación’ me parece un poco tonta: prefiero el término ‘unidad’.” Pero dentro del término
no cabían los marxistas: “¿Cómo incluirlos si son nuestros enemigos? Es como si dejara
entrar a un ladrón en mi casa. Lo otro es ser ingenuo”.93 Dijo Fabiola Letelier, abogada y
hermana del asesinado Orlando Letelier: “La reconciliación sólo podrá lograrse cuando
volvamos a tener un gobierno democrático, cuando regresen todos los exiliados y la justi­
cia sancione a los responsables de graves violaciones de derechos humanos. Ahí rogaría a

91 Carretón et al. (1998) pretenden demostrar la ilegalidad de los bandos militares emitidos antes del 24 de
septiembre, ya que teóricamente el Congreso Nacional todavía funcionaba y que “un bando no puede
clausurar un poder público, conforme lo había resuelto la jurisprudencia desde 1866" (p. 27).
92 “Reconciliación, ¿por qué no?”, Hoy, Año IV, N. 179,24 al 30 de diciembre de 1980: 21.
93 Ibid: 20.

439
Dios para que nos dé capacidad de perdonar...”.94 Gustavo Rayo, presidente de la Comi­
sión Pro Derechos Juveniles, relegado en marzo del año 1980, proclamó que “la reconci­
liación es una palabra hueca si no se construye sobre la base de hombres libres... [para
ella es necesaria] el fin de los estados de excepción y de la Constitución aprobada”.95 De
sus significados religiosos, sacramentales y cotidianos, “la reconciliación” se había conver­
tido en consigna política con subentendidos múltiples, según los sectores que la usaran.
Este dilema de los múltiples sentidos y la progresiva politización del término “re­
conciliación” se había planteado duramente en los primeros años del gobierno militar,
desde las perspectivas de la Sociedad Chilena de Defensa de la Tradición, Familia y Pro­
piedad (TFP). Dicha entidad afirmaba que el régimen a que aspiraba la Unidad Popular
era “contrario a ley natural y divina, y a sus mejores tradiciones cristianas”.96 Además,
[en 1976]:
“Quiénes enarbolaron como bandera la reconciliación unilateral y corrosiva fueron
personalidades como el Cardenal Arzobispo de de Santiago y sus seguidores, que tanto
ya habían hecho antes en beneficio de la experiencia marxista chilena.
La ‘reconciliación ’ con los marxistas propuesta por los Pastores se presenta así peor de
lo que ya normalmente sería. Pues, no hay pruebas de que la minoría que sustentó a
Allende pide esa reconciliación que les está siendo ofrecida; al contrario, dicha minoría
conspira contra Chile dentro y fuera del suelo patrio.
... Hablar de la reconciliación en los términos en que lo vienen haciendo estos Pastores,
significa prestar al marxismo una colaboración preciosa, en el momento en que no
consigue responder de su derrota. Colaboración que, incluso, evita para éste la humi­
llación y el desprestigio que podrían acarrearle la iniciativa de buscar un ‘perdón’
estratégico en las actuales circunstancias.
...¿Qué sería de nuestro País si ese llamado traicionero fuera escuchado y produjera
efectos propios?”.97
La TFP y los antiallendistas de derecha más irreconciliables rechazaron en térmi­
nos implacables el “mito irenista de la ‘reconciliación’ con la minoría marxista”.98*Por si
hubiera dudas, la TFP agregaba: “no es lícito creer en la sinceridad de esa reconciliación”."
El gobierno militar, en cambio, adoptó dos líneas paralelas: (1) el exterminio, encar­
celamiento o extrañamiento de los identificados como los más peligrosos de los mar-vistas,

Ibid.
Ibid: 19.
La Iglesia del silencio, Santiago: Sociedad Chilena de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, 1976:219
Ibid: 281-82.
Ibid: 278-79.
Ibid: 279.

440
izquierdistas, sindicalistas y otras personas que pudieran desafiar su hegemonía y (2) una
variante de la sentencia de reconciliación de la Inquisición para otros, tanto dentro del país
como en el exterior.
Pero este concepto de reconciliación no se ajusta, por decir lo menos, con el con­
cepto del sacramento de la reconciliación. Tampoco coincide con la tradición bíblica ni
con el uso común de la palabra “reconciliación”, en que por un lado o por ambos, implica
que hay un reconocimiento del mal hecho al otro, un sincero arrepentimiento, un compro­
miso de reparar el daño causado y sufrido, dentro de lo posible, y una determinación de
no reincidir. Este concepto implica una confesión, en el sentido de hacer un reconoci­
miento de los “hechos” que hirieron al otro y también implica que se pueda perdonar, por
uno o ambos lados. Este concepto de la reconciliación, sea en su versión religiosa, social o
personal, es bastante exigente. No es fácil cumplir con todos los elementos implicados ni
tampoco implementarlos, sea en el ámbito personal o social. La interpretación de la re­
conciliación del gobierno militar desde 1973 no coincidía con los llamados de la Iglesia -
en los primeros momentos del régimen- a una reconciliación en la que había que “perdo­
nar y saber pedir perdón”, e “invitar a los caídos a participar en la obra de reconstrucción
del país, hacerles sentir que se les necesita...”.100
La Iglesia del Silencio recibió una enérgica condena de parte del Arzobispado de
Santiago por llamar a los cristianos a “resistir a sus Pastores y [que] rompan la comuni­
dad eclesial con ellos”. ...“en el manifiesto se conjugan la irreflexión adolescente y el
decadentismo senil”.101
Recibió también la condena de la Santa Sede a través de una carta del Cardenal
Villot, Prefecto del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, que denunciaba “la
manifiesta ceguera de los culpables, la enormidad misma de las calumnias que se han
atrevido a urdir y la incitación a la rebelión contra la legítima autoridad....”.102

La reconciliación en el gobierno militar: interpretación moderna de la


política de reconciliación de la Inquisición

¿Cómo podrían entenderse las políticas del gobierno militar como una obra de
reconciliación? Es preciso señalar previamente que el fundamento moral esgrimido ha
sido la noción de “causa justa” y “salvación de la patria”, en nombre de valores perma­

10(1 Mensaje de Nochebuena, 1973, “¿Cómo celebrar la Navidad en una Patria dividida?”, Boletín Informativo
Oficial Arzobispado de Santiago N. 74, Diciembre de 1973.
101 Arzobispado, Depto de Opinión Pública, 26 de Febrero de 1976, en Revista Iglesia de Santiago, marzo-abril
1976:6-7.
102 Huerta y Pacheco Pastene (1988): 312-13.

441
nentes y a pesar de la ignorancia, inconciencia o mala fe de muchos chilenos. Dichos
chilenos teman la posibilidad de “reconciliarse” con el nuevo régimen, renegando de sus
ideologías y proyectos, acatando y sometiéndose al nuevo orden. Gonzalo Rojas Sánchez,
autor que apoyaba al régimen militar y admirador de la obra de Pinochet, nos hace la
“historia de los hechos” y la relación de las medidas de reconciliación en su libro Chile
escoge la libertad, La presidencia de Augusto Pinochet Ugarte 11.IX.1973-11.III.1990, y de
allí citamos y comentamos algunos párrafos. Como en el capítulo anterior, advertimos al
lector que la manera de historiar, de escoger los “hechos” y de interpretarlos, ha sido una
parte integral de las formas de hacer política en Chile, desde los primeros textos de
historia publicados en el siglo XIX. Como ya ilustramos en el caso de la Unidad Popular,
la historia y la política no tienen límites definidos, aun cuando para los historiadores
tenerlos sea una utopía profesional. En todo caso, el punto de interés aquí es la pregunta
expuesta: ¿cómo entender la obra del gobierno militar como una interpretación de la
reconciliación que permitiera, a pesar de las voluntades de los propios protagonistas,
reconciliarlos con la sociedad (al menos a la manera de la Inquisición)?
Primero, se definía al marxismo, al comunismo y a la subversión como un “maP’sin
redención. También la “política” y los “políticos”. Dice Pinochet “no vamos a controlar la
manera de pensar; usted podrá pensar como marxista o como católico, pero no venga a
aplicar sus ideas en forma negativa para las actividades del país”.103 Impone un “receso
político” porque el actual gobierno es el iniciador “de un gran movimiento cívico-militar
depurador de nuestras costumbres”.104 Según Rojas “el receso comienza a concretarse
jurídicamente a través de los DL 77 y 78, los que disponen respectivamente que quedan
prohibidos y considerados como asociaciones ilícitas todos los partidos, entidades, agru­
paciones, facciones y movimientos que sustenten la doctrina marxista o por sus fines o
sus conductas coincidan con ella, y que entran en receso todos los restantes partidos
políticos y entidades, agrupaciones y facciones o movimientos de ese carácter no com­
prendidos en el DL anterior”.105 También “son afectadas las organizaciones afines, mu­
chas fuertemente politizadas, como 2.371 sindicatos industriales y profesionales, seis fe­
deraciones y una confederación: la CUT”. El autor describe la intervención de las uni­
versidades y colegios, la exoneración de los empleados públicos, la “reforma a la adminis­
tración”, todo como parte de un “imprescindible receso político”.106
Todo eso, según Rojas, con “una preocupación fundamental, y no es otra que el
tema de derechos humanos”,... de un país en escombros, “el Gobierno de Pinochet co­

103 Revista Que Pasa, 27.IX.73,8, citado en ibid: 135.


104 Diario La Segunda, 15.XI.73,3, citado en ibid.
105 Decreto Ley 77,8.X.73; Decreto Ley 78, ll.X. 73, citado en ibid.
106 Ibid: 127-139.

442
mienza a obtener, pieza a pieza, las nuevas instituciones de un Chile estable”.107 Sin
embargo, “renueva cada seis meses los estados de sitio y el toque de queda, hasta abril de
1978, aunque en este lapso se cambian algunas de sus condiciones. Y si es necesario
tomar una medida algo excepcional, se procede sin vacilación, como por ejemplo cuando
se declara el estado de sitio en grado de conmoción interior en la provincia de Loa, en la
II región”.108 Ya en abril de 1978, “el Gobierno ha resuelto rebajar el estado de sitio en un
grado, reduciéndolo del grado de defensa interna al de seguridad interior; ello significa
que, salvo para algunos delitos especialmente graves contra la seguridad del Estado...la
jurisdicción de los tribunales militares se ejercerá conforme a procedimientos de tiempo
de paz y no de guerra; esto trae como consecuencia que respecto de sus sentencias, proce­
den los recursos pertinentes ante la Corte Marcial y en definitiva, ante la Corte Suprema
de Justicia”.109 O sea, sólo después de siete años hay una base “jurídica” para que la
Corte Suprema intervenga de nuevo para atender los “recursos pertinentes” ante la Cor­
te Marcial. No obstante, “no hay relajación en la vigilancia. Por eso, un bando de la Jefa­
tura de la Zona de Emergencia advierte que serán juzgados por los Tribunales militares
como encubridores todos los que ‘alberguen, oculten, proporcionen la fuga’, presten auxi­
lios médicos o de cualquier otra forma cooperen con los extremistas”.110 Este aparato de
represión se complementa desde los inicios con las medidas tradicionales de misericor­
dia y reconciliación de la conquista española (con sus paces, indultos y medidas de “paci­
ficación”, como en el caso las guerras de pacificación de la Araucanía descritas en el
primer tomo de este estudio) y del gobierno de Manuel Montt desde 1851.
Pensando el movimiento militar de 1973 como una nueva reconquista, tanto mili­
tar como ideológico-cultural, se combinaban las victorias militares con medidas periódi­
cas de pacificación y la dispensa de indultos a los vencidos. “Primero, [Pinochet] decide
la liberación de muchos detenidos. Pinochet les entrega salvoconductos para poder salir
del país, marcándoles una ‘L’ en el pasaporte indicativo de la restricción que les impide
volver a Chile. Al 14 de enero de 1975, los salvoconductos concedidos han beneficiado a
453 personas, quienes no pueden volver al país salvo expresa autorización del Ministerio
del Interior, de acuerdo al art. 3 del DL 81”.111
Sigue relatando Rojas que en mayo de 1975 “se establecen normas para tramitar
las solicitudes de todas aquellas personas que, habiendo sido condenadas por los Tribu­
nales militares, quisieran abandonar Chile, encargándose a una comisión especial recibir

107 Ibid: 145,147.


108 Colección de discursos del Presidente de la República, citado en ibid: 217.
109 Rojas (1998): 217, cita los DL 922,ll-ffl.95; DL 1.181,11.IX.75; DL 1.369, ll.in.76; DL 1.550,11.IX.76; DL
1.688, ll.ffl.77; DL 1.889,10.IX.77.
110 Diario El Mercurio, 9.XI.75,3, citado en ibid: 217.
111 Archivo General de la Presidencia de la República, 2.425/10,27.1.75 y DI 81,11.X.73, citado en ibid: 218.

443
y tramitar tales peticiones, elevándolas a Pinochet”.112 A mediados del mismo mes,
“el total, contado desde septiembre anterior, suma ya, 2.744 personas, mientras otras 703
permanecen detenidas, de las cuales 164 ya están listas para salir del país”.113 Ya en abril
de 1975, al asumir el nuevo Ministro de Justicia Miguel Schweitzer, “Pinochet le había
hecho el encargo especial de reglamentar las situaciones ilegales que pudieran estarse
produciendo en caso de detenidos, con el objeto de garantizar el respeto de las personas
y sus derechos”.114
¿Y como funcionaba este sistema de indultos? Se desprende el marco legal del
decreto que “Reglamenta solicitud de conmutaciones de penas impuestas por tribunales
militares” (D/O N. 29.149 de 10-V-1975, Ministerio de Justicia):
Núm. Vistos: lo dispuesto en los Decretos Leyes N.s 1, de 1973; 527, en su artículo 10 y
788, ambos de 1974, y teniendo presente la conveniencia de dictar normativas para la
debida coordinación y unidad en la tramitación de las solicitudes de personas que, conde­
nadas por Tribunales Militares, acogiéndose a las prerrogativas de que está investido el
Presidente de la República, pidan abandonar el país, y que se precisa reglamentar las
exigencias y el procedimiento a que dichas solicitudes deberán someterse,
DECRETO:
Las solicitudes de personas condenadas por Tribunales Militares, que pidan abandonar
el país, deben reunir los siguientes requisitos y se someterán al procedimiento que a
continuación se indica:
Artículo 1. Toda solicitud será dirigida al señor Presidente de la República y deberá ser
firmada por el peticionario, por algún miembro de su familia o por abogado....
Artículo 4. Créase una Comisión especial para el estudio de las solicitudes de
conmutaciones de penas privativas o restrictivas de libertad impuestas por los Tribu­
nales Militares de la República.
La Comisión estará integrada por un representante del Ministerio del Interior, uno del
Ministerio de Defensa Nacional y uno del Ministerio de Justicia, que la presidirá. Estos
representantes serán designados por los Ministros de las respectivas Secretarías de Es­
tado mencionadas, quienes, en la misma resolución, nombrarán un suplente de los

112 Decreto Supremo-J 504,10.V.75. Los autores entrevistaron a miembros de esta comisión y también a
personas de los grupos de derechos humanos que ayudaron a tramitar las solicitudes y preparar a los
“beneficiados” para su viaje al exterior. Por una parte, los participantes parecían estar orgullosos en
haber “salvado” a mucha gente a través de la tramitación de los indultos y conceder las conmutaciones de
pena por extrañamiento. Por otra parte se reconocía que la medida, en su momento, no fue concebida
como “reconciliación” sino para minimizar el impacto de la represión.
113 Diario La Tercera, 15.V.75,3, citado en Rojas (1998): 218.
114 Rojas (1998): 225.

444
titulares para el caso de impedimento o ausencia de éstos, debiendo todos los nombra­
dos ser abogados.
La Comisión funcionará en el Ministerio de Justicia, se reunirá a lo menos una vez a la
semana, y se tendrán por acuerdo y proposiciones los que se adopten por mayoría de
votos, si no hubiere unanimidad para ello... La Comisión podrá recabar de los organis­
mos correspondientes, los informes y antecedentes que estime necesarios para el cabal
conocimiento de las peticiones que se formulan en las solicitudes y para su posterior
decisión...
Artículo 8°. Acogida la petición de extrañamiento, se enviará copia del decreto supre­
mo del Ministerio del Interior, el cual adoptará las siguientes medidas:
a. Dispondrá los trámites necesarios para que las personas que deban abandonar el
país, lo hagan dentro del más breve plazo;
b. El reo, o sus familiares, su abogado o los Organismos Nacionales o Internacionales
interesados en su caso, deberán proporcionar al referido Ministerio, todos los documen­
tos y antecedentes pertinentes;
c. La obtención de visas y pasajes se hará por los familiares, por el abogado del indulta­
do o por los Organismos Nacionales o Internacionales interesados, según proceda;
d. Respecto a los indultados que no tengan medios económicos para viajar o no le sean
proporcionados por los organismos antes mencionados, corresponderá al Ministerio del
Interior realizar las gestiones conducentes para obtener la salida del país;
e. Mientras se realizan los últimos trámites para la salida del indultado, el Ministerio del
Interior arbitrará las medidas pertinentes para su traslado al establecimiento carcelario
más cercano al lugar de salida al exterior. Para estos efectos podrá habilitarse una depen­
dencia para indultados en tránsito en el establecimiento carcelario respectivo, y cumpli­
dos todos los trámites, el indultado será trasladado al puerto de salida, con la custodia
policial correspondiente. La Dirección General de Investigaciones o de Carabineros, en su
caso, deberá comunicar al Ministerio del Interior la efectividad y fecha de salida del país
del indultado. (Firman Augusto Pinochet Ugarte, General de Ejército, Presidente de la
República, Miguel Schweitzer Speisky, Ministro de Justicia, Raúl Benavides Escobar,
General de División, Ministro del Interior)”.
Resumiendo este sistema de indultos, conmutación de penas y extrañamiento,
seguido por la imposibilidad de volver al país sin una autorización especial por el gobier­
no militar, El Mercurio informaba el 7 mayo de 1976:
“Consecuente con lo anterior, el Gobierno dictó el Decreto Supremo N. 504 del 30 de
abril de 1975, publicado en el Diario Oficial de fecha 10 de mayo del mismo año, que
creó una Comisión Especial destinada a conocer las solicitudes que presentaran las

445
personas condenadas por los Tribunales Militares y que requirieran al Presidente de la
República para que, dentro de sus facultades, les conmutara la pena privativa de liber­
tad por la de extrañamiento, es decir, cumplir el tiempo de condena fuera del país. Del
mismo modo y con el objeto de implementar los medios para hacer factible el abando­
no del país de las personas beneficiadas,se suscribió un acuerdo entre organismos gu­
bernamentales de Chile - Secretaría Ejecutiva Nacional de Detenidos, Ministerio del
Interior, Ministerio de Relaciones Exteriores, Ministerio de Defensa Nacional, Ministe­
rio de Hacienda - y organismos no gubernamentales como el Comité de Ayuda a los
Refugiados, Comité Internacional de la Cruz Roja y Comité Intergubemamental para
las Migraciones Europeas, con fecha 4 de diciembre de 1974, que tiene por objeto esti­
pular las funciones de cada uno de los organismos intervinientes, así como coordinar
sus actividades en orden a llevar a cabo el programa de liberaciones con abandono del
país, acordado por el Gobierno de Chile. En dicho acuerdo se establecen las condiciones
para que el programa opere en forma satisfactoria”.115
Este sistema se mantuvo, en la práctica, hasta 1981, cuando la Ley 18.050 introdujo
un nuevo reglamento de indulto. La Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas
(FASIC), fundada en 1975, estableció un programa institucional para atender los casos de
conmutación de penas de cárcel por extrañamiento, que ha consistido en la asistencia jurí­
dica y social a aquellas personas condenadas por los Tribunales Militares y sus grupos
familiares, interesados en acogerse al D.S.116 Según Verónica Reyna, abogada de FASIC,
“ la solicitud dirigida [por el preso]al Presidente de la República, se acompañan copias
autorizadas de la sentencia emanada del Tribunal Militar, certificados de conducta, cum­
plimiento de condena y certificado de visa. Se hace un análisis del fallo, siempre que
fuera posible, ya que era usual al principio que sólo se señalaran las penas y no había
acceso a los expedientes. Las solicitudes se elevan al Ministro de Justicia para su firma,
posteriormente a Interior y al Presidente de la República. Cada etapa es decisiva, si es
rechazada por alguno de ellos, vuelve para la redacción del decreto denegatorio...
Si la persona fue condenada por causa de muerte o lesiones a miembros de las fuerzas
armadas, se consulta previamente al Jefe de la Institución afectada, si accede o no al
extrañamiento.
Es imprescindible acompañar un certificado de visa a un país que accedía a acoger al
solicitante y a su familia. En la obtención de la visa desempeñó un papel preponderan­
te el CIME, que celebró... un convenio con el gobierno en el sentido de reubicar en el
exterior a todas aquellas personas que se encontraban en cárceles, campos de prisione­
ros y relegados de diversos puntos del país. Todo el trámite de obtención de documentos,

El Mercurio, 7 mayo, 1976:1 y 10.


Documento interno de FASIC, sin fecha, compartido con los autores.

446
traslados del condenado al Anexo Cárcel que funciona en la capital, Santiago, hasta el
aeropuerto, no significaba gasto al erario nacional”.117
En 1976, se tomaron otras medidas de pacificación, con el intercambio del líder
comunista Luis Corvalán por el preso político soviético Vladimir Bukovsky, y en junio de
1977, con la liberación del dirigente comunista Jorge Montes. Más aun, en mayo de 1976,
el Ministro de Justicia, su subsecretario, y los directores del Servicio Nacional de Salud y
del Instituto Médico Legal “visitan a los detenidos en Puchuncaví, y reciben la nómina de
peticiones de liberación o extrañamiento; de ellos, varios ya han sido liberados a comien­
zos de junio, y sobre los restantes, la DINA informa negativamente por ser elementos
peligrosos”.118 SENDET, creada en 1973 para manejar el sistema de vigilancia e indultos
y conmutar las penas de cárcel por otras de extrañamiento o relegación, fue controlada
por la DINA, que ejercía veto en los casos más “peligrosos”.
El historiador del gobierno militar relata: “A pesar de lo anterior, poco después, en
octubre de 1976, Pinochet dispuso una gran liberación de detenidos en virtud de las disposi­
ciones del estado de sitio, determinación que, para cierta prensa independiente, representa
un paso decisivo en la normalización de la vida nacional y una demostración para la comuni­
dad mundial de que en Chile se practica el más integral respeto a los derechos humanos”.119
Por supuesto, “el exilio es, en todo caso, el precio de aquella pertinacia. ...Sólo
cuando llega a la convicción de que no hay riesgo cambia su planteamiento y, por eso, en
mayo de 1978 establece el derecho a volver al país para todo exiliado que lo solicite y que
se comprometa a no combatir más al Gobierno en grupos subversivos armados”.120 A los
vencidos se les permitiría volver al país, si desistieran de su error, se arrepintieran de sus
pecados y se comprometieran a manifestar, públicamente, su compromiso de respetar el
orden legítimo fundado por los vencedores. Como lo expresó Lucía Pinochet Hiriart, di­
rectora ejecutiva de la Corporación de Estudios Nacionales, en 1980, “es el hijo pródigo
el que vuelve arrepentido y no es el padre quien sale a buscarlo. El padre -la autoridad
en este caso- lo recibe para que todos unidos hagamos una gran nación”.121 También
como en el caso del franquismo español, en Chile “una vez que el país comenzó a desarro­
llarse económicamente, la paz se [convertiría] en el principal elemento legitimador del
régimen. La paz era necesaria, imprescindible para la prosperidad económica, para la
estabilidad política del régimen y para el mantenimiento de la unidad española”.122

117 Ibid: 2.
1,8 Archivo General de la Presidencia de la República - 6.853/6,2.VI.76, citado en Rojas: 219.
119 Diario La Tercera, 17.XI.76,3, citado en ibid: 219.
120 Rojas (1998): 219.
121 “Reconciliación, ¿por qué no? Responden 22 personajes de todos los sectores y cada uno aporta fórmulas
para lograrla”, Hoy, Año IV, N. 179,24 al 30 de diciembre, 1980:20.
122 Aguilar Fernández (1996): 85-86.

447
Desde luego, como en los tiempos de la Inquisición y de Manuel Montt, “cuando el
Primer Mandatario ve que debe dar una señal más dura, no vacila; por eso, se expulsa el
29 de diciembre de 1975 a la doctora inglesa Sheila Cassidy, el 6 de agosto de 1976 se
toma la misma medida con los abogados Eugenio Velasco y Jaime Castillo, así como se
impide en octubre de 1980 que vuelva al país Andrés Zaldívar, el presidente del disuelto
PDC, al que se consideraba responsable de actos que constituyen delitos contra la seguri­
dad interior del Estado. Poco tiempo después, Pinochet levanta la prohibición.”123
El autor afirma que lo que sucede no es culpa de Pinochet: “los rumores sobre
malos tratos se extienden. La situación comienza a aclararse para Pinochet cuando el Mi­
nistro Schweitzer le remite a su colega del Interior, general Benavides, un informe del
Presidente de la Corte Suprema José María Eyzaguirre, sobre la visita efectuada a los
campamentos de Tres y Cuatro Alamos, ya que el ministro del Interior era el responsable
del control de los detenidos en virtud del estado de sitio. La visita ha sido realizada en
forma sorpresiva y fundada en el DS 187. El informe consigna varias irregularidades. ...A
comienzos de mayo, José María Eyzaguirre se dirige a Pinochet señalándole que el Minis­
tro del Interior se ha negado a que funcionarios de la DINA, que fueron citados a declarar
por una detención hecha en noviembre de 1974, se presenten ante el juez; le recuerda que
está vigente el DS 187 del 30.1.76, art. 3, que dispone que las detenciones deben ser con
orden firmada por el jefe del organismo de seguridad responsable”.124
Rojas sigue relatando los inconvenientes que Pinochet debió enfrentar como re­
sultado de las actuaciones de la DINA, aunque el Presidente sostenía que “La DINA... no
se enfrenta a delicuentes sino a la Subversión marxista, que es un enemigo con muchos
militantes e instituciones, por lo que la identificación de los miembros de la DINA y de
sus señas personales les haría objeto de represalias y atentados, tanto a ellos como a sus
familias. Además, continúa Pinochet, la información ya ha traspasado las medidas de
reserva, pues la Vicaría de la Solidaridad ha hecho circular en Chile y fuera, copias de
comunicaciones secretas entre diversos Ministros de Estado y la Corte Suprema. Pero
como Pinochet no está dispuesto a dejar las investigaciones judiciales en suspenso o
frustradas, sugiere como solución que los jueces concurran a los cuarteles de la DINA a
interrogar allí al personal involucrado”.125
Según Rojas, Pinochet fue dándose cuenta poco a poco de los abusos de la DINA,
ya que “a pesar de sus desayunos frecuentes, a pesar de la síntesis informativa diaria que

123 Ibid: 220. El lenguaje de Rojas no permite ver al lector que Sheila Cassidy fue sacada de la casa de los
Padres Columbanos a viva fuerza, detenida y torturada, y que los abogados mencionados fueron maltrata­
dos y expulsados del país por defender a presos políticos.
124 Ibid: 232-33.
12S Archivo General de la Presidencia-6853/116,5.V.76, citado en ibid: 233.

448
envía la DINA, obviamente el Presidente no ha logrado establecer responsabilidades di­
rectas en violaciones de derechos humanos por parte de los hombres de la Dirección”.126
“Algunos otros colaboradores que deben informarle, callan a veces por razones de falsa
prudencia, otras por un cierto temor reverencial, ya que piensan que sólo tocar el tema
será motivo de una sospecha. En medio de este ambiente va creciendo una preocupación
del gobernante que ya no tiene límites”.127 Pinochet se preocupa, el almirante Merino
retira su gente de la DINA, Jaime Guzmán, ciertos ministros y otros funcionarios, incluso
otros militares presentan sus quejas. En 1976 el ex-Ministro chileno, Orlando Letelier es
asesinado en Washington, D.C, días después de haber sido privado de su nacionalidad. La
nueva Ministra de Justicia Mónica Madariaga influye en el Presidente y estos factores,
entre varias otras circunstancias que menciona Rojas, llevan a que, finalmente, el 12 de
agosto de 1977, “Pinochet disuelve la DINA, mediante la derogación del DL 521 de 1974
que creó la Dirección de Inteligencia Nacional, en atención a haber cumplido el mencio­
nado organismo las delicadas funciones de seguridad nacional que le fueron encomenda­
das”.128 Paralelamente Pinochet dio a conocer que se creaba la Central Nacional de Infor­
maciones (CNI), “para que el Supremo Gobierno cuente con un organismo especializado
que reúna la información de nivel nacional que se requiera, para la adopción de medidas
que sean necesarias en resguardo de la seguridad interna de la ciudadanía”.129 Según
Rojas, “una cosa es corregir los errores y abusos que haya podido cometer la DINA, y otra
es dejar al país desguarnecido frente a los embates subversivos”.130
Al conmemorarse el cuarto aniversario del Gobierno, Pinochet señaló que el país
“presenta un sostenido avance hacia su normalización jurídica dentro de un estado de
emergencia... Un hito trascendente en nuestro proceso normalizador fue la liberación de
todos los detenidos por estado de sitio, que iniciada en septiembre de 1974, quedó

126 El libro de Ascanio Cavallo et al. La historia oculta del régimen militar (Ediciones La Epoca, 1988; Editorial
Grijalbo, 1997) deja claro que varios oficiales militares y representantes de la Iglesia, entre muchos otros,
le habían denunciado a Pinochet los abusos y atrocidades cometidos por la DINA y otras instancias del
Estado muy pocos meses después del derrocamiento de Allende. Dichas denuncias ponen en cuestión la
versión de Rojas. Hubo muchos militares que se oponían, por razones morales y profesionales, a la conduc­
ta y las operaciones del Comando Conjunto y de la DINA. La imposibilidad de controlar o disminuir la
autonomía de Manuel Contreras, por parte de militares de distintas Instituciones castrenses, no obstante
su rango de coronel y no de general, no dejd mucha duda respecto a la fuente de esta autonomía.
127 Rojas (1998): 235-36.
128 Rojas no da mucha importancia a las presiones de la Casa Blanca ni a las del Departamento de Estado,
tampoco a la visita de Terence Todman; la política agresiva a favor de los derechos humanos del nuevo
presidente de Estados Unidos Jimmy Cárter; la investigación del caso Letelier que se llevaba a cabo por
Eugene Propper y el FBI y las actuaciones contra Chile desde instancias internacionales, regionales y
financieras, como el Banco Mundial.
129 Diario La Segunda, 12.VHI.77,3, citado en ibid: 238.
u° Ibid.

449
virtualmente terminada en noviembre último; en otro aspecto, el progreso de nuestra
situación interna permitió recientemente al gobierno disolver la Dirección de Inteligen­
cia Nacional, organismo creado para enfrentar la fase más madura de la acción subversi­
va y, si hubo algunos errores difíciles de evitar en una labor tan ardua, no puede descono­
cerse que contribuyó poderosamente a la paz y tranquilidad de toda la ciudadanía”.131
En 1978, las decisiones de Pinochet incluyeron “las grandes medidas de reconci­
liación”. Pinochet estimaba “que es ahora el momento de la magnanimidad hacia el ad­
versario, el tiempo de dar señales hacia quienes dicen que hay inmovilismo. Todo lo ante­
rior se vincula también a las buenas condiciones económicas del país”. En la “consulta”
del 4 de enero de 1978, respuesta de Pinochet a la cuarta condena anual de la Asamblea
General de Naciones Unidas por las violaciones de los derechos humanos, la ciudadanía
podía responder con un SÍ o un NO a la siguiente frase: “Frente la agresión internacional
desatada en contra del gobierno de nuestra Patria, respaldo al Presidente Pinochet en su
defensa a la dignidad de Chile y reafirmo la legitimidad del gobierno de la República
para encabezar soberanamente el proceso de institucionalización del país”.
Hubo un breve contratiempo en cuando a los procedimientos. Pinochet quería un
plebiscito para que la ciudadanía pudiera aclamarlo por defender los intereses de la
patria. La Contraloría rechazó el decreto del Ministerio del Interior por el cual se hacía la
convocatoria a un plebiscito para el 28 de diciembre. La jubilación del Contralor Héctor
Humeres fue tramitada apresuradamente, reemplazándolo Sergio Fernández, quien dio
curso rápido al decreto que fijó el 4 de enero como fecha para la consulta nacional, en vez
de un plebiscito. Siguió rigiendo el estado de sitio. La oposición tuvo escasas oportunida­
des para publicitar su rechazo a la consulta, incluso una proclama de Patricio Aylwin,
“Diez razones para votar por el NO”, no fue publicada por El Mercurio hasta el 30 de
enero, más de tres semanas después de efectuada la Consulta. En palabras de Aylwin:
“La consulta se realizó el 4 de enero del 78. Los resultados dieron un 75% para el SÍ,
un 20% para el NO, y un 4,6% de votos nulos y en blanco. En los votos, impresos en
papel transparente, había sobre el SÍ una bandera chilena y sobre el NO un cuadrado
negro. Celebrando esa misma noche su triunfo, ante un grupo delirante de sus partida­
rios, Pinochet, eufórico, advirtió ‘a los señores políticos’: -¡Esto se les acabó a ustedes'.’,
agregando, ‘no hay más elecciones ni votaciones ni consultas hasta diez años más...’”.132

131 Colección de Discursos del Presidente de la República, 11.IX.77, citado en ibid: 239. Otra lectura sería que la
presiones externas eran fuertes: el asesinato de Orlando Letelier en Washington, D.C. en 1976; la elección
de Jimmy Cárter con el énfasis en el tema de derechos humanos; los debates en la ONU sobre las violacio­
nes de derechos humanos en Chile, entre otras cosas, empujaron al gobierno militar a buscar reafirmar su
legitimidad, en “actas constitucionales”, con la disolución de la DINA y “con la consulta” de 1978 seguida
por la amnistía amplia por delitos entre 1973 y 1978.
132 Patricio Aylwin Azocar, El reencuentro de los demócratas, Del golpe al triunfo del NO, Santiago: Ediciones
Grupo Zeta, 1998:144.

450
En este contexto, en 1978 “Pinochet levantó el estado de sitio, sustituyéndolo por
un estado de emergencia y, además, decretó la amnistía... .Lo hace no sólo con afanes estric­
tamente jurídico políticos, sino también con un fuerte sentido moral, de reunificación nacio­
nal. La amnistía es al mismo tiempo un riesgo...y una ventaja. Es un riesgo, porque algu­
nos afirman que la decisión se ha tomado por presiones extranjeras, aunque no sea así; y
es una ventaja, porque esta señal de grandeza alcanza a los rivales y también beneficia a
los excesos que hayan podido cometer algunos miembros de las FFAA y de Orden”.133
Dice Rojas que el presidente asegura una y otra vez “que Chile no ha recibido
ningún tipo de presión externa con respecto a las medidas que se han tomado, porque el
término del estado de sitio, el levantamiento del toque de queda y la amnistía general
eran medidas proyectadas desde comienzos del año”.134
En cambio, el general Carlos Molina Johnson señala que “teniendo siempre y
ante todo en consideración el imperativo de unidad nacional para el progreso, estimó [el
gobierno] conveniente dictar una ley que liberara de culpas a todos aquellos responsa­
bles de excesos asociados a los actos violentistas que venían marcando la evolución de la
sociedad desde antes del pronunciamiento militar”.135

La Amnistía de 1978, DL 2.191

La amnistía de 1978 respondía a presiones internacionales y bilaterales, incluso a


la investigación y al proceso seguido en Estados Unidos por el asesinato de Orlando
Letelier, realizado por agentes de la DINA en Washington, y a la anunciada visita de una
comisión investigadora de la ONU.136 Respondía a la coyuntura interna dentro de la evo­
lución del gobierno militar y a las incesantes denuncias de la Iglesia Católica sobre la
represión política. Había también inquietudes dentro de las Fuerzas Armadas, tanto por
la posible pérdida de la impunidad gozada hasta el momento como respecto a posibles
cambios en la Junta Militar.
La amnistía fue decretada meses después de la “consulta nacional”, que diera
al gobierno una publicitada y amplia mayoría de respaldo frente a las acusaciones en

133 Rojas (1998): 221-222. La cursiva es de los autores.


134 Diario La Segunda, 21.IV.78,5, citado en ibid.
135 Carlos Molina Johnson y Francisco Balart Páez, La violencia política en Chile, Santiago: Biblioteca Militar,
1999:94-95.
136 Durante el año 1978 el caso Letelier figuraba de manera destacada en la prensa. Véase, por ejemplo, la
revista Que Pasa durante febrero y marzo de 1978: “Caso Orlando Letelier: Exhorto a Chile” N. 359,2-8
marzo; “Al rojo vivo caso Letelier: Nuevas versiones” N. 361,16-22 marzo: 6-10; “Enviado de Que Pasa
investiga caso Letelier” N. 362, 23-29 marzo: 8-10. Véase también, “Datos inéditos del último informe
Allana”, Que Pasa, N. 400,14-20 diciembre, 1978:11-12.

451
Naciones Unidas en relación a las violaciones de los derechos humanos en el país.137 El
21 de marzo, Pinochet había aceptado la renuncia al Ejército del General Manuel
Contreras, ex jefe de la DINA; y a comienzos de abril, el agente Michael Townley fue
expulsado del país y llevado a Estados Unidos bajo custodia de agentes del FBI. Poco
tiempo después, Estados Unidos pediría formalmente la extradición del general (r)
Contreras, del coronel Pedro Espinoza el segundo mando de la ex DINA, y del teniente
Armando Fernández Larios.138
Ya mediados de abril de 1978, el gobierno militar buscaba dar otra cara al tema de
derechos humanos dentro y fuera del país. Se imaginaba que una amplia amnistía podría
lubricar la maquinaria política para el nuevo gabinete, coincidiendo con el término del
estado de sitio, la autorización de retomo al país de Jaime Castillo y Bernardo Leighton e
indultos de varias personas procesadas por tribunales militares. En el contexto de las
discusiones públicas sobre una nueva constitución, la amnistía también podría pavimen­
tar el camino para la aprobación e implementación de la nueva Carta, como había pasado
con la amnistía política promulgada en 1925 y con las constituciones de 1822 y 1828. Por
otra parte, la creciente amenaza de un conflicto con Argentina hacía urgente buscar la
“unidad nacional”. Como editorializaba Que Pasa, “Quizás si la reciente amnistía dictada
por la Junta Militar sea el paso hacia la normalización que mayor desconcierto haya pro­
ducido tanto en las filas de los opositores cuanto en las de algunos sectores que adhieren
al Gobierno. ...queda establecido con claridad el objetivo central del gobierno chileno:
terminar con una de las principales fuentes de odiosidades entre compatriotas y dar una
base sólida a la unidad nacional”.139 Sin embargo, el editorial amonestaba: “las medidas
adoptadas no significarán disminución en la vigilancia del orden público ni en el cuidado
con que ha de impedirse que al amparo de la amnistía resurja la amenaza del terrorismo y
de la violencia. ...También al gobierno le cabe su parte en la continuación de esta política,
mediante un nuevo enfoque de los requisitos que exigirá a los exiliados para regresar, re­
quisitos que sólo por razones concretas y justificadas deberían limitar su paulatino retor­
no”.140 En todo caso, poco después de la Consulta del 4 de enero de 1978, el gobierno había
dejado en claro que el “receso” político se mantendría: “el receso, en efecto, constituye una
de las herramientas indispensables, no sólo para producir la pacificación de los espíritus
luego del desborde de odios que precedió al 11 de septiembre, sino para gestar nuevas
formas de convivencia realistas y adecuadas a las aspiraciones nacionales”.141

137 “Fotos, crónica y análisis de la Consulta. ¿Y ahora qué?, Que Pasa, N. 351,6 enero 1978:3-15 /‘Opiniones
después del 4", Que Pasa, N. 352,12-18 enero, 1978:8-10.
138 El Presidente de la Corte Suprema denegaría posteriormente la extradición en mayo de 1979.
139 “La unidad también se reconstruye”, Que Pasa, N. 367,27 abril- 2 mayo 1978: 5.
140 Ibid.
141 “¿Por qué el receso y las relegaciones?”, Que Pasa, N. 353,19-25 enero, 1978: 5.

452
Por primera vez la Junta Militar recurrió a un gabinete con un civil, Sergio
Fernández como Ministro del Interior, intentando presentar esta medida como “un signo
de la reconciliación y la buena voluntad hacia el país en su conjunto: el nuevo gabinete,
encabezado por un civil, que vendría a atenuar los rasgos pretorianos del régimen, mos­
traría su voluntad de entendimiento mediante un gran gesto de paz. Así fue entregada la
ley a la opinión pública”.142 Estas circunstancias hacen difícil entender con más preci­
sión los motivos coyunturales exactos del decreto 2.191, sobre todo que, a diferencia de
las amnistías previas, que desde 1932 se originaban obligatoriamente en el Senado de la
República, no hay debates publicados sobre la amnistía de 1978. De igual manera, los
distintos sectores no tendrían la posibilidad de debatir ni negociar los alcances y los
beneficiarios de la amnistía, práctica ritual y pragmática no sólo desde 1930 sino desde
1857. Una amnistía general serviría para la “pacificación del ánimo nacional”, permitien­
do conducir al país a “una nueva institucionalidad democrática”.143 A pesar de la comple­
jidad del entorno político, tanto nacional como internacional, los voceros del gobierno
insistirían en que la amnistía fue inspirada principalmente en el anhelo de la reconcilia­
ción nacional. Especialmente, negaban la influencia o presión “foránea”.
Aunque no hubo debates públicos, la ex Ministra de Justicia Mónica Madariaga y el
entonces Ministro de Interior Sergio Fernández, han dejado versiones parecidas, aunque con
matices diferentes, respecto a las razones y a su tramitación. Fernández, escribiendo años
después, relató:
“El martes 18 de abril de 1978, en la mayor reserva, solicité a tres de los principales
juristas vinculados al Gobierno, -la ministro de Justicia, Mónica Madariaga, el ex mi­
nistro del mismo ramo y consejero de Estado, Miguel Schweitzer Speisky, y el Auditor
General del Ejército, general Femando Lyon Salcedo- que se abocaran a elaborar un
proyecto de ley de amnistía general, concebida en términos muy amplios. La medida no
era antojadiza. La terrible división que había separado al país en campos irreconcilia­
bles desde la segunda mitad de la década de los sesenta, hasta culminar en la virtual
guerra civil de 1973, constituía una herida que distaba mucho de cerrar. El pronuncia­
miento militar, la posterior lucha contra los focos de subversión y terrorismo, las bajas
ocurridas en ambos bandos, la habían enconado aún más en algunas áreas. El enfrenta­
miento que había durado una década entera, subsistía soterradamente; uno y otro ban­
do no habían llegado a agotarse en una guerra civil declarada. ...Si no había avances
conciliadores, ninguna institucionalidad llegaría a consolidarse.
...Una sesión urgente y extraordinaria de la Junta de Gobierno fue convocada para esa
misma tarde.

142 Cavallo, et. al. (1997): 187.


143 Sergio Fernández, Mi lucha por la democracia, 2a ed. Santiago: Editorial Andes, 1997: 29.

453
En una larga reunión que se prolongó por varias horas, a solas con la Junta, expliqué el
sentido de la medida. La amnistía alcanzaría a todos quienes, durante la vigencia del
estado de sitio, esto es, entre él 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1978, se
encontraran comprometidos en hechos que revistieran características de delito, [se aplica­
ría] a todos los condenados por tribunales militares desde el 11 de septiembre, porque no
era admisible ni conducente a la pacificación el perdón respecto de uno solo de los bandos.
La amnistía suponía el perdón para casos que las Fuerzas Armadas habían estimado has­
ta entonces imperdonables, como el asesinato del teniente Lacrampette por extremistas
marxistas...
...si se quería dar un signo de auténtica reconciliación, era necesario incurrir en sacri­
ficios como ése”.144
Fernández señaló que hubo resistencia dentro de la Junta Militar, que el debate
se prolongó y que, finalmente, la Junta accedió a firmar en esta misma sesión el decreto
ley de amnistía, que fue publicado en el Diario Oficial del 19 de abril de 1978. Agregó que
la inmensa mayoría de los chilenos entendía “que había tenido lugar un gesto de reconci­
liación grande y noble” a pesar de que “en ciertos círculos militares no fue inicialmente
entendida; algunos incluso creyeron que era lesiva para el pundonor militar. Los deudos
de los caídos en uno y otro bando la miraron con disgusto y hasta repudio”.145 Según
Fernández, de todas maneras, la amnistía “fue para el país un factor de pacificación im­
portante”.146 En resumen, la Ley de amnistía, como en el pasado, fue adoptada para paci­
ficar el país, para contribuir a la eventual aceptación e implementación de una nueva
constitución política y para alcanzar la reconciliación de los “dos bandos” después de
una lucha intestina. Comentando el abandono de recintos carcelarios de algunos benefi­
ciados por la amnistía, que según fuentes oficiales llegaban a cerca de mil, el Ministro
Secretario General de Gobierno General René Vidal expresó que los amnistiados “po­
drán reincorporarse en plenitud a la vida nacional”. Deseaba, dijo el general, “que, con el
sentido pacificador de la amnistía, el perdón y el olvido apacigüen definitivamente los
espíritus, extinguiendo odios y resentimientos”.147
La versión de Mónica Madariaga respecto a los motivos que inspiraban la amnistía
fue parecida, aunque notable por la falta de perspectiva histórica en su evaluación de esta
iniciativa. Entrevistada por una periodista de El Mercurio dio la siguiente información:

144 Ibid: 29-30.


14S Ibid: 31.
146 Ibid.
147 “Regresos y amnistías”, Que Pasa N. 367,27 abril al 3 mayo, 1978: 6-8.

454
“¿Esta medida tiene precedentes en Chile?
Es la primera vez que se da una amnistía general y por primera vez que se busca una
verdadera concordia entre los chilenos. Ningún gobierno en la historia chilena había bus­
cado este modo de concordia y me atrevo a decir que ningún gobierno en el mundo”.148
Agregó que quienes se habían acogido al DS 504 podrían solicitar su reingreso al
país de acuerdo al DL 81, siempre sujeto a la aprobación de las autoridades.
En otra entrevista publicada en abril de 1999, Madariaga ofreció algunas ideas
retrospectivas sobre el origen de la amnistía de 1978 y también una historia de la medida
que variaba en algunos detalles de la versión ofrecida por Fernández en 1978. Vale la
pena citarla in extenso:
“La propia Mónica Madariaga relató a ‘Ercilla’ como se gestó ese decreto:
‘En 1978 un grupo de ministros civiles fuimos a comer a la casa de Pinochet. Esa
comida la gestioné porque se me pidió ‘civilizar’ el Gabinete, en el sentido de poner
mayor número de ministros civiles. Ahí se le pidió derechamente a Pinochet que lo
hiciera, partiendo por el Ministro del Interior, que no podía seguir siendo un general
(era César Raúl Benavides). El escuchó y procedió más rápidamente de lo que me po­
dría haber esperado. De ministro del Interior nombró a Sergio Fernández, a quién sacó
de la Contraloría. Pero no habían pasado dos días desde las nuevas designaciones, cuando
Sergio concurre a mi oficina y me dice:
‘Mónica, hay que hacer una ley de Amnistía. Esa es la misión que me encomendó la
Junta’.
‘Creo que él también tiene que haber tenido entre sus motivaciones el ganarse la con­
fianza de los uniformados - prosigue la abogado- porque había desplazado a un gene­
ral del ministerio principal. Quería tener un gesto hacia dentro, ya que de lo contrario
su misión habría sido imposible’.
Las instrucciones de Fernández fueron precisas. Se necesitaba una Ley de Amnistía
que beneficiara a ambos lados, quedando fuera el caso Letelier y delitos que no tenían
porqué ser amnistiados...
Uno de los problemas de esta Ley, como lo reconoce Mónica Madariaga ha sido la
interpretación que de ella se ha hecho. ‘La primera aproximación sobre este tema fue
un llamado del Ministro de Defensa, que preguntó para qué se dictó, porque estaban

148 “Amnistía general”, El Mercurio, 20 abril de 1978:1, 28. En la edición del día 23, El Mercurio rectificó
indirectamente los comentarios de la Ministra de Justicia sobre la amnistía, titulando un editorial: “En la
tradición nacional”. En dicho editorial se enumeraron varias de las leyes de amnistía, desde la del 30 de
julio de 1857 hasta las dictadas durante el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1852-1958),
vinculando así la amnistía de la Junta Militar con la tradición patria. El Mercurio, 23 de abril, 1978: 3.

455
llamando a declarar a unos oficiales y quería saber si correspondía que fueran o no.
Entonces averigüé con el presidente de la Corte Suprema de la época, don Israel Bórquez,
como se aplicaba
El me dijo: "no borra el delito, pero extingue la responsabilidad penal’.
Es decir, si se aplica la Ley de Amnistía, se supone que se es responsable.
Eso significa que hay que investigar, con lo que se podría poner punto final -pienso- a
la gran mayoría de los casos de detenidos desaparecidos, concluye.
Pero fue un hecho que los Tribunales de Justicia comenzaron a aplicarla cerrando los
casos, basándose sólo en que estaban dentro del período determinado, aunque con pos­
terioridad - en los últimos años- la Corte Suprema ha ordenado reabrir procesos hasta
agotar la investigación, en otras palabras, se ha dado una nueva interpretación del
cuerpo legal”.149
El Mercurio, se refirió a la amnistía en 1978, manifestando que era “un hecho sin
precedentes en la historia del país porque busca una verdadera armonía entre los chile­
nos. ...la reconciliación de todos los chilenos”. Reprodujo la alocución del Ministro
Fernández por radio y TV del 19 de abril al dar a conocer la ley. En uno de sus acápites el
ministro se refiere a las motivaciones de la autoridad para dictar este decreto ley y seña­
la: “Esta proposición es hoy Ley de la República, demostrando así la esencia humanitaria
de este gobierno, que con la misma energía con la que reacciona cuando las circunstan­
cias lo exigen, valora igualmente la paz, no abriga rencores y sabe que el perdón y el
olvido deben abrir nuevos caminos para la patria reunificada”. Respecto a la excepción
expresa del asesinato de Orlando Letelier, reitera la colaboración del gobierno con la
investigación y añade: “La amnistía no es extensiva a persona alguna cuya participación
se probase en tan repudiable delito”.
En la parte final de su discurso Fernández señaló:
“no se engañen los enemigos de Chile, creyendo que estas medidas de normalización
significan dejar el campo libre para su acción destructora. Quiénes en tal error incu­
rran, sólo probarán con ello cuan ajenos son a la chilenidad y al verdadero temple de
sus hijos. ...Dentro de tal voluntad de conciliación que la Patria espera de todos, el
gobierno llama a todos los chilenos que comprendan su profundo significado humani­
tario y que lejos de alentar inútiles resentimientos, participen en la labor común de
entregar su aporte a la mayor grandeza de la República”.150
El gobierno instó a los medios de comunicación a evitar la publicidad de “casos,
situaciones y cualesquiera otras circunstancias que conduzca a la identificación de las

149 Ercilla N. 3.109,19 de Abril al 2 de mayo de 1999:31.


150 Ibid: 28.

456
personas beneficiadas con la amnistía” y agregó más adelante que esto tenía el propósito
de que “puedan reincorporarse en plenitud a la vida nacional, sin el peso de la carga que
en este sentido significa su pasado”.151 Dentro de las Fuerzas Armadas hubo grupos que
sospechaban que “las acciones ‘de guerra’ serían ahora vindicadas y ventiladas en juicios
públicos, para aplicar después la letra de la ley, salvando la pena pero no la honra de los
eventuales acusados”.152 Fuentes del Ministerio de Defensa “señalaron a Que Pasa que lo
que hubo fue una inquietud de la oficialidad joven especialmente, pero sólo en el sentido
de que esta medida hubiera sido impulsada por presiones de tipo internacional”. El tema
se debatía en la Academia de Guerra y el general Pinochet dijo que “la decisión no esta­
ba influenciaba por presiones de ningún orden”.153 No obstante, ciertos sectores de la
derecha también acusaban al Gobierno de dejarse influir por potencias foráneas al de­
cretar la amnistía, erosionando la soberanía del país.154
La situación se prestaba para muchas interpretaciones. Pinochet trataba de ase­
gurarles a los oficiales que la amnistía había sido una medida que beneficiaría al país sin
perjudicarlos ni permitir que fueran deshonrados. En todo caso, la redacción de la amnis­
tía dejaba lugar a dudas respecto a los beneficiarios, de la razón de haber sido excluidos
o no ciertos delitos, y de la condición de los exiliados. En los días siguientes el Gobierno
trataba de aclarar el alcance jurídico de la amnistía y la manera de implementarla, pero
las dudas en estos aspectos se mantendrían hasta fines del siglo XX.
Algunos representantes de las Iglesias, denominaciones religiosas y dirigentes polí­
ticos de oposición dieron la bienvenida a la amnistía. El Vicario de la Solidaridad Cristián
Precht declaró: “Recibimos la amnistía como un signo alentador, ya que es de corte genero­
so y beneficia también a personas que están en el extranjero”. La declaración del Arzobis­
pado afirmó: “la Iglesia de Santiago valoriza el espíritu de concordia y reconciliación nacio­
nal invocado en la adopción de esta medida y la celebra como signo alentador de un
reencuentro fraterno”.155 Otros dirigentes políticos rechazaron la amnistía de inmediato
como una auto-amnistía para crímenes contra la humanidad. No obstante, el mayor (r)
Hugo Morales, director de DINACOS, afirmó que en el caso de los exiliados el Ministerio
del Interior “estudiará cada caso en particular”.156

151 El Mercurio informó que así lo había indicado el general René Vidal, en una declaración pública que leyó
y que se transcribe íntegramente el 22 de abril, 1978:1. El 21 de abril había titulado en un recuadro de la
primera página “Libres 58 amnnistiados en Santiago”.
152 Ibid.
153 “Presidente aclara inquietud de la oficialidad joven”, Que Pasa, N. 367,27 abril - 3 mayo, 1978: 7.
154 Gonzalo Vial, “Soberanía en juego”, Que Pasa, N. 380,27 julio - 2 agosto, 1978:10.
155 “Regresos y amnistías”, Que Pasa, N. 367,27 abril al 3 mayo, 1978: 7.
156 Ibid: 6-7.

457
La amnistía de 1978 sería controversia! desde su promulgación. Su derogación
figuraría en el programa de la Concertación de Partidos por la Democracia, que ganarían
las elecciones de 1989. Los grupos que defendían los derechos humanos en Chile argu­
mentaron que no podía aplicarse la amnistía a crímenes de lesa humanidad ni a las viola­
ciones a las Convenciones de Ginebra (1949), las que fueron ratificadas por Chile. A pe­
sar de la valoración inicial que la Iglesia diera a la amnistía, el 5 de julio de 1978, el
Cardenal Silva Henríquez envió una carta al Ministro del Interior Sergio Fernández, con
los antecedentes recibidos por la Iglesia, respecto a 54 casos de detenidos desaparecidos.
En esa carta le señaló que esperaba que el Ministro cumpliera su promesa de investigar
los casos y, de esta manera, contribuir al “logro de la reconciliación nacional”.157
El 3 de noviembre, los Vicarios Episcopales de Santiago solicitaron, nuevamente,
un Ministro enVisita Extraordinario, para que investigara la situación de los detenidos
desaparecidos.158 En cambio, las Fuerzas Armadas y los Tribunales, en la mayoría de los
casos, insistieron en aplicar la amnistía hasta en los casos más violentos, incluyendo los
fusilamientos ilegales de 1973-75 y los asesinados y enterrados en una mina de cal en
Lonquén cuyos restos se hallaron en octubre de 1978.159
La Vicaría de la Solidaridad, habiendo reconsiderado su reacción inicial a la am­
nistía, hizo una presentación al Presidente de la Corte Suprema con motivo de la inaugu­
ración del año judicial en abril de 1979, cuya argumentación y fundamentos se manten­
dría vigente en el 2000:
“Como ha sido usual, en los últimos años, la Iglesia de Santiago, través de su Vicaría de
la Solidaridad, con motivo de la iniciación del año judicial, estima oportuno dirigirse
al Presidente de la Corte Suprema de Justicia, a fin de representarle los problemas que
esta Vicaría encontró en materia de duda, dificultades y vicios en las leyes que se apli­
can para administrar debidamente la justicia durante el año judicial de 1978.
... Nadie podría dejar de reconocer las razones que ha invocado el Gobierno para dictar el
DL 2.191 que otorgó amnistía a una amplia variedad de situaciones punibles; el ‘impe­
rativo único’ invocado en este decreto de amnistía de llevar a cabo todos los esfuerzos
conducentes a fortalecer los vínculos que unen a la nacionalidad chilena, dejando atrás
odiosidades hoy carentes de sentido, y fomentando todas las iniciativas que consoliden la
reunificación de los chilenos’.

Arzobispado de Santiago,Vicaría de la Solidaridad, ¿Dónde están? Tomo I Santiago, 1978:17-18.


Ibid: 11. Varios Obispos del país se dirigieron al Ministro del Interior entre el 5 de julio y el 15 de noviem­
bre del mismo año, solicitando información sobre detenidos desaparecidos de sus diócesis.Véase Arzobis­
pado de Santiago, Vicaría de la Solidaridad,¿Dónde están? tomos I-VH, noviembre 1978- mayo 1979.
“Suspenso en Lonquén”, Que Pasa, N. 401,21-27 diciembre, 1978:14-15. Ver también de Máximo Pacheco
Lonquén Colección Documentos para la Verdad N.l. Ediciones Comisión Chilena de Derechos Humanos.
Santiago, Editorial Aconcagua, Colección Lautaro, 2a. edición 1983. (Primera edición, 1980, prohibida).

458
(...)Es un hecho muy positivo, en consecuencia - y damos gracias a Dios por ello - que la
Htma. Corte de Apelaciones de Santiago haya dejado sin efecto numerosos sobreseimientos
definitivos dictados, en forma casi simultánea, por los jueces del crimen en los procesos
seguidos por desaparecimiento, secuestros o detenciones ilegales que se encontraban pen­
dientes. Estos sobreseimientos resultaban apresurados, desde el momento en que el delito
que se pretendía amnistiar continuaba en la fase de ejecución, mientras no se determina­
ran las circunstancias exactas en que ocurrieron los hechos y la suerte corrida por las
víctimas. La decisión de la Htma. Corte, en el sentido de mantener abiertas las investiga­
ciones que deben llevar adelante los Tribunales del Crimen, ha tenido la virtud de des­
alentar a quienes pensaron equivocadamente que el drama de los detenidos desapareci­
dos en Chile quedaba definitivamente terminado en su fase de investigación. Es evidente
que no puede ser así cuando se trata de delitos permanentes que, de ser amnistiados,
dejarían una estela de angustia, dolor y sufrimiento en los familiares de los detenidos
desaparecidos, relegando a una mera fórmula verbal los propósitos de concordia y uni­
dad nacional que la autoridad pública ha invocado como fundamento de esta medida.
Hay quienes pretenden, por otro lado, extender los efectos de la amnistía a delitos agota­
dos, como es el caso de los homicidios ocurridos en la localidad de Lonquén, a que nos
referíamos, en razón de no estar ni el homicidio simple ni el calificado incluidos en la
lista de crímenes exceptuados del perdón legal. Ello pudiera ser así, si no fuera porque
quienes demuestran interés en esta interpretación no dijeran, a renglón seguido, que
hechos como los mencionados deben entenderse en un contexto de guerra civil que los
justificaría.
De ser así las cosas, precisas obligaciones contraídas por Chile como nación, permiten
llegar justamente a la conclusión contraria: la amnistía sería inaplicable. En efecto,
los cuatro convenidos de Ginebra de 12 de agosto de 1949 (‘Para aliviar la suerte de los
heridos y enfermos de las Fuerzas Armadas en campaña’; ‘para aliviar la suerte de los
heridos, enfermos y náufragos de las Fuerzas armadas en el mar’;‘sobre el trato de los
prisioneros de guerra’; ‘sobre protección de personal civil en tiempo de guerra’) contie­
nen un artículo 3° que se hace aplicables ‘por lo menos las disposiciones siguientes’:‘en
caso de conflicto armado sin carácter internacional y que surja en el territorio de una
de las Altas Partes contratantes’entre las que se destacan, la prohibición ‘en cualquier
tiempo y lugar’ de ‘los atentados a 'la vida y a la integridad corporal, especialmente el
homicidio en todas sus formas, las mutilaciones, los tratos crueles, torturas y supli­
cios’; ‘los atentados a la dignidad personal, especialmente los tratos humillantes y
degradantes’; ‘las condenas dictadas y las ejecuciones efectuadas sin juicio previo,
emitido por un tribunal regularmente constituido provisto de garantías judiciales re­
conocidas como indispensables para los pueblos civilizados’.

459
Gran parte de los hechos descritos, el artículo 50 del primer Tratado (51,130 y 147 de
los restantes) son considerados, cuando ocurren como ‘infracciones graves’a los respec­
tivos convenios, y en tal virtud las Altas Partes contratantes están obligadas por el
art.49 del Convenio para aliviar la suerte de los heridos y enfermos de las Fuerzas
Armadas en Campaña (59,129, y 146 de los otros tres) ‘a tomar todas las medidas
legislativas necesarias para fijar las adecuadas sanciones penales que hayan de apli­
carse a las personas que cometan o den orden de cometer’ cualquiera de ellas. Más aún
los artículos 52, 53,131 y 148 de los mismos convenios previenen que ‘ninguna parte
contratante podrá exonerarse así mismo, ni exonerar a otra parte contratante, de las
responsabilidades en que hayan podido incurrir ella misma u otra parte contratante
respecto a las infracciones previstas en el artículo anterior’ (justamente las infraccio­
nes graves’ como homicidio, torturas, atentados graves a la integridad física y ala
salud etc.)
En 1950 Chile ratificó estos cuatro convenios, y forman parte, por tanto, de su ordena­
miento jurídico y de sus obligaciones para con la comunidad internacional, de modo
tal que es incuestionable que el DL 2.191 no puede alcanzar a homicidios como el
descubierto en Lonquén sí se les explica como actos de guerra. Amnistiar un delito que
los Convenios de Ginebra califican como ‘infracciones graves’ que no pueden cometerse
en caso alguno por los Estados contratantes durante un conflicto armado de carácter
interno, significa la violación formal a un compromiso internacional solemnemente
pactado, puesto que sólo la comunidad internacional y no unilateralmente una de las
partes, podría aceptar la supresión total de la responsabilidad penal que pudo nacer de
esos hechos delictuosos.
Estimamos, en consecuencia, que es de todo punto de vista acertada la prudencia con
que nuestros Tribunales superiores han aplicado la Ley de Amnistía cuando con ella se
pretende exculpar delitos que conllevan una violación de los derechos humanos funda­
mentales, particularmente el derecho a la vida y ala integridad de las personas.
En estos casos, se encuentran en juego principios irrenunciables para una nación civi­
lizada, claramente protegidos en la Carta de las Naciones Unidas, en los Convenios de
Ginebra y en otros Pactos internacionales que vinculan a nuestra nación de manera
permanente.
Corresponderá a la Excma Corte Suprema fijar un criterio definido en esta materia,
cuando conozca de estos casos por la vía de los recursos ordinarios y extraordinarios.
Estas observaciones en tomo a la aplicación del DL N° 2.191 no pueden concluir sin el
examen de la situación que se suscita respecto de la aplicación de la amnistía a los
chilenos que viven en el exilio y que desean volver al país. Mientras quienes se encuen­
tran en Chile puedan acogerse al perdón sin requerir de autorización o trámite comple­

460
mentario, los chilenos que están en el extranjero en algunas de las situaciones contem­
pladas en el artículo 5° del DL 2.191- no obstante que sus eventuales culpas han que­
dado redimidas por la amnistía requieren de una autorización adicional que el
Gobierno discrecionalmente puede negar, para ejercer su derecho a regresar a la Patria.
Este carácter selectivo desnaturaliza el fundamento que la autoridad ha invocado para
dictar la Ley de Amnistía y que no es otra cosa que la unidad de todos los chilenos
‘dejando detrás odiosidades hoy carentes de sentido’. Efectivamente, una gran canti­
dad de chilenos que tienen el derecho de reincorporarse a la comunidad nacional, se
ven impedidos injustamente de hacerlo, mediante la aplicación de exigencias formales
o administrativas que entorpecen su retomo”.160
De hecho, las súplicas de la Vicaría de la Solidaridad no pudieron impedir que
los tribunales sobreseyeran los procesos de varios funcionarios y oficiales inculpados
por actos que se considerarían violaciones de derechos humanos, casi desde que fuera
publicada la amnistía de 1978.161
Otros temas de la comunicación al Presidente de la Corte Suprema eran el retor­
no de los exiliados, los arrestos ilegales y la situación de los detenidos desaparecidos. Al
final del documento se estampa la respuesta de la Corte Suprema a esta petición: “No ha
lugar a lo pedido” y firman los ministros, el 12 abril 1979.
No obstante las diversas impugnaciones políticas y las causas judiciales iniciadas
por los que se oponían a la amnistía de 1978, la Corte Suprema insistiría en la legitimidad
del Decreto Ley 2.191, aun después de terminado el gobierno militar, en un fallo de 1991,162
Teóricamente beneficiaría tanto a las Fuerzas Armadas y de Orden como a los grupos de
oposición, aunque en sus efectos prácticos haya implicado principalmente la imposibilidad
de enjuiciar a los agentes del Estado que aparecen como responsables de torturas y des­
aparición de miles de personas. En principio, de todas maneras, con las excepciones estipu­
ladas en el decreto, los “hechos delictuosos” cometidos por sectores de oposición entre el
11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1978 quedaban dentro de la amnistía, igual
que las personas condenadas por tribunales militares después del 11 de septiembre.

160 Carta de la Vicaría de la Solidaridad al Presidente de la Corte Suprema, 1979 (Documento interno. Manuscrito).
161 “Primeros sobreseimientos por la amnistía”, Que Pasa, N. 369,11-17 mayo, 1978:15.
162 La ley de amnistía continuaría vigente. Un fallo de la Corte Suprema, ratificando la tesis del “secuestro
calificado” como fundamento del procesamiento de cinco oficiales militares en retiro, el 22 de julio de
1999, reabriría la controversia sobre dicha ley al denegar su aplicabilidad en esos casos, tensionando las
relaciones cívico militares. La tesis de secuestro calificado fue sostenida previamente por el Ministro de
fuero Juan Guzmán Tapia como fundamento del procesamiento de los oficiales que formaban la llamada
“Caravana de la Muerte”. Véase El Mercurio, 20 de junio 1999: D2 y D3.

461
DL 2.191, Amnistía de 1978

“Concede amnistía general, bajo las circunstancias que indica, por los delitos que seña­
la. (Publicado en el “Diario Oficial” N. 30.042, de 19 de abril de 1978)
NÚM. 2.191- Santiago, 18 de abril de 1978- Vistos: lo dispuesto en los decretos leyes 1
y 128 de 1973, y 527 de 1974, y Considerando:
1. La tranquilidad general, la paz y el orden de que disfruta actualmente todo el país,
en términos tales que, la conmoción interna ha sido superada, haciendo posible poner
fin al estado de Sitio y al toque de queda en todo el territorio nacional;
2. El imperativo ético que ordena llevar a cabo todos los esfuerzos conducentes a fortalecer
los vínculos que unen a la nación chilena dejando atrás odiosidades hoy carentes de senti­
do, y fomentando todas las iniciativas que consoliden la reunificación de los chilenos;
3. La necesidad de una férrea unidad nacional que respalde el avance hacia la nueva
institucionalidad que debe regir los destinos de Chile, La Junta de Gobierno ha acorda­
do dictar el siguiente:
DECRETO LEY
Artículo 1. Concédese amnistía a todas las personas que, en calidad de autores, cómplices
o encubridores hayan incurrido en hechos delictuosos, durante la vigencia de la situa­
ción de Estado de Sitio, comprendida entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo
de 1978, siempre que no se encuentren actualmente sometidas a proceso o condenadas.
Artículo 2. Amnistíase, asimismo, a las personas que a la fecha de vigencia del presente
decreto ley se encuentren condenadas por tribunales militares, con posterioridad al 11
de septiembre de 1973.
Artículo3. No quedarán comprendidas en la amnistía a que se refiere el artículol. las
personas respecto de las cuales hubiere acción penal vigente en su contra, por los deli­
tos de parricidio, infanticidio, robo con fuerza en las cosas, o con violencia o intimida­
ción en las personas, elaboración o tráfico de estupefacientes, sustracción de menores
de ésas, corrupción de menores, incendios y otros estragos; violación, estupro, incesto,
manejo en estado de ebriedad, malversación de caudales o efectos públicos, fraudes y
exacciones ilegales, estafas y otros engaños, abusos deshonestos, delitos contemplados
en el decreto ley 280, de 1974, y sus posteriores modificaciones; cohecho, fraude y
contrabando aduanero y delitos previstos en el Código Tributario.163

El Decreto Ley 280, de 1974, estableció normas en resguardo de la actividad económica nacional. (“Diario
Oficial” N. 28.739 de 24 de enero de 1974; Recopilación de Decretos Leyes, Tomo 61, pág. 590).- ACLARA­
CION. Decreto ley 676 de 1974: Aclara el artículo 12, (Art. 31), (“Diario Oficial” N. 28.973 de 9 de octubre
de 1974; Recopilación de decretos leyes, Tomo 64, pág. 70).- MODIFICACIONES: Decreto ley 2.099 de
1978: Agrega inciso al artículo 8. (Art.7.1). (“Diario Oficial” N. 29.962 de 13 de enero de 1978; Recopila­
ción de Decretos Leyes, Tomo 71, pág. 484).

462
Artículo 4. Tampoco serán favorecidas con la aplicación del artículo 1, las personas que
aparecieren responsables, sea en calidad de autores, cómplices o encubridores, de los
hechos que se investigan en el proceso rol N. 192-78 del Juzgado Militar de Santiago,
Fiscalía Ad Hoc.
Artículo 5. Las personas favorecidas por el presente decreto ley, que se encuentren fuera
del territorio de la República, deberán someterse a lo dispuesto en el artículo 3. del
decreto ley 81, de 1973, para reingresar al país”.164
Regístrese en la Contraloría General de la República, publíquese en el Diario
Oficial e insértese en la Recopilación de dicha Contraloría - AUGUSTO PINOCHET
UGARTE.- JOSÉ T. MERINO CASTRO.- GUSTAVO LEIGH GUZMÁN - CÉSAR
MENDOZA DURÁN. -Sergio Fernández. -Mónica Madariaga.
Como resultado de la promulgación de la Ley de amnistía, según el historiador
del gobierno militar, Gonzalo Rojas Sánchez, “al cumplir cinco años en el poder, Pinochet
puede asegurar que sus medidas han continuado una línea permanente (en el) gradual
restablecimiento del ejercicio de los derechos de las personas... lo cual revela el éxito
logrado por la acción conjunta de las autoridades y la ciudadanía en su común esfuerzo
por afianzar la paz social frente a quienes pretenden alterarla”.165
Con todo, los límites del alcance de la amnistía se aclararon de inmediato. La
Dirección de Comunicación Social (DINACOS) informó el país que “la Ley de Amnistía
no altera en absoluto las condiciones que deben cumplir las personas con penas de extra­
ñamiento o expulsión para regresar al país. El comunicado oficial, entregado en las últi­
mas horas de ayer, expresa: ‘Ante las dudas surgidas en la opinión pública sobre el regre­
so al país de personas que sufrieron penas de extrañamiento, expulsión, o bien lo abando­
naron para eludir la acción de la Justicia, o se asilaron sin razón alguna, se hace presente
que el decreto de Amnistía no innova en esta materia. Su ingreso al país debe ceñirse a lo
dispuesto en el DL 81, es decir, deben presentar una solicitud que será analizada en cada
caso particular por el Ministerio del Interior, quien resolverá su aceptación o rechazo de

164 El Decreto Ley 81 de 1973, estableció sanciones para quienes desobedecieran el llamamiento público de
presentarse ante las autoridades que, por razones de seguridad de Estado, formule el gobierno, y para los
que reingresen al país infringiendo las disposiciones que señala-MODIFICACIONES: Decreto Ley 180 de
1973: Agrega inciso final al artículo 4 y sustituye el artículo 5. (“Diario oficial” N. 28.726 de 14 de diciem­
bre de 1973; Recopilación de Decretos Leyes,Tomo 61, 353).- Decreto Ley 285 de 1974: Modifica el artícu­
lo 1. (“Diario Oficial” N. 28.761 de 26 de enero de 1974; Recopilación de Decretos Leyes, Tomo 61, pág.
597).-Decreto Ley 684 de 1974: Modifica el artículo 2.. (“Diario Oficial” N. 28.973 de 9 de octubre de 1974;
Recopilación de Decretos Leyes,Tomo 64, pág. 387).-ACLARACIÓN: Decreto Ley 1.877 de 1977: Declara
que las referencias al Estado de Sitio que contiene, deben entenderse aplicables al estado de Emergencia
regulado por la Ley 12.927 de 1958 (“Diario Oficial” N. 29.836 de 13 de agosto de 1977; Recopilación de
Decretos Leyes,Tomo 71, pág. 143).
165 Colección de Discursos del Presidente de la República, 11.X.78, citado en Rojas (1998): 222.

463
acuerdo a la conveniencia de la permanencia del peticionario en el país, para mantener
la paz y tranquilidad social que hoy imperan”.166
Según el ex Ministro Sergio Fernández, escribiendo años después, el riesgo de un
posible conflicto bélico con Argentina hacía necesario postergar el retomo de los exiliados
como también retardar los avances en institucionalizar el régimen:
“El exilio era el problema más doloroso. Mi inclinación espontánea era otorgar las
autorizaciones de reingreso solicitadas, a veces de modo muy angustioso. Pero la reali­
dad de ese momento era que con cada una de ellas se daban argumentos de los sectores
‘duros’ que no querían apresurar la normalización. Era inevitable que los reingresos
vinieran a fortalecer a la oposición, no sólo por medios políticos, sino también median­
te la violencia.
...Otro tanto ocurriría si los reingresos despertaban la inquietud de las Fuerzas Arma­
das, que estaban luchando por contener el extremismo interno y que, al mismo tiempo,
se sabían al borde de una guerra exterior.
Reforzar la subversión y debilitar la defensa nacional, permitiendo el regreso de ele­
mentos que habían recibido entrenamiento guerrillero en países comunistas, era in­
aceptable para los militares
...Con profundo pesar, hubo de postergarse la terminación del exilio. Me aliviaba pen­
sar que ese componente de la normalización llegaría más tarde, tan pronto las circuns­
tancias lo permitieran.
...Si el problema con Argentina no se hubiera tomado tan grave, mi propósito era
terminar con el exilio a más tardar en 1980, inmediatamente después del plebiscito.
Tal como se dieron los hechos, los reingresos en gran número sólo pudieron comenzar en
1985, cuando, firmado el Tratado, la mayor efervescencia política que ellos ocasiona­
ran ya no podía afectar la seguridad nacional”.167
De haber terminado en 1980, las restricciones para retornar al país coincidiendo
con la aprobación de la nueva Constitución, habría sido consistente con la modalidad
histórica en Chile: las nuevas constituciones, con excepción de la de 1833, venían acom­
pañadas de amnistías y de otras medidas de reconciliación. Sergio Fernández había incor­
porado en sus cálculos políticos la vía histórica de reconciliación política chilena. Pensa­
ba en la amnistía de 1978, en la reincorporación de los vencidos y de los exiliados de
manera similar a los políticos más pragmáticos desde 1861: pacificación, reconciliación y
paz social.

“Ya hay 1.871 beneficiados”, La Segunda, 20 abril, 1978: 1; “Todas las solicitudes de ingreso deben ser
visadas por el Ministerio del Interior” (p.7); “El perdón y el olvido apaciguarán los ánimos”, La Segunda,
21 abril, 1978: 7.
Fernández (1997): 46-47; 57.

464
Hacia la “unidad nacional” y una nueva Constitución Política

Bajo el ministerio de Sergio Fernández, el gobierno autorizó las reuniones sindi­


cales aunque con restricciones y trató de promover una gradual apertura política. La
economía iba mejorando y Pinochet, una vez que el general Leigh fuera destituido de la
Junta en julio, estaba en su gloria. En 1978 se declaró feriado legal el once de septiem­
bre, como lo había hecho el general Franco con el 1 de abril (1939), “día de la victoria” en
España. Al finalizar el año, Pinochet declaraba: “Invoco a Dios para que nos ilumine y nos
guíe en su infinita sabiduría, para que el próximo año 1979 se desenvuelva bajo el signo
de la conciliación y el entendimiento”.168
Durante el año 1978, como parte del camino hacia la “normalización” del país, el
gobierno permitió la entrada al país de una Comisión de Naciones Unidas para investigar
la situación de los derechos humanos en Chile. El informe entregado por el Grupo de
Trabajo respecto a la visita decía:
«La impresión que ha tenido constantemente el Grupo en el transcurso de su trabajo,
ha sido la de un contraste extremo entre las declaraciones y los hechos, entre la facha­
da y la realidad (...) La normalidad de la vida cotidiana que en el curso de visitas
oficiales o privadas de corta duración han podido observaren las calles de Santiago los
visitantes extranjeros, es una fachada. La realidad desde el punto de vista de esta
investigación es la existencia de otro mundo -el mundo de los que apoyaron regímenes
anteriores, de aquellos a quiénes las autoridades consideran posibles enemigos, el de los
detenidos, intemados en campos, torturados, desaparecidos, encontrados muertos, o
puestos en libertad sin una posibilidad real de obtener un trabajo con que ganarse la
vida, el de los deportados de su país sin autorización para regresar y sin respeto alguno
de la ley».169
Al llegar el 11 de septiembre de 1979, Pinochet declaraba que “el nuevo Chile que
surgió el 11 de septiembre de 1973, está unido indisolublemente a las mejores tradiciones
de nuestra historia”. Agrega Rojas, que “sin duda, Pinochet se va haciendo, de año en año,
cada vez más estadista - es decir, un auténtico conductor del timón con una perspectiva de
amplio futuro-... En este sentido, es muy significativo que le siga interesando el marxismo
como un punto de referencia histórico, doctrinario y práctico, pero sobre todo para insistir
en que lo importante es construir un Chile por encima de las banderías; sin duda, para eso,
hay que desplazar de Chile al odio, ingrediente fundamental del marxismo, tanto como

168 Diario La Tercera, 2.L.79,8, citado en Rojas (1998): 250.


169 Véase Alejandro Quezada. “La lección de la DINA”, en MensajeVol. XXVH, N. 270 (Julio 1978): 362-372 y
en Colección Mensaje - Testimonio en la historia 1971 -1981. Selección de Artículos de Derecho y Justicia.
Págs. 212,214,215,216,223 y 224.

465
teoría como en cuanto praxis. Por eso consideraba [ya en 1975] que ‘es hora de lograr la
unidad nacional por sobre ideologías partidistas, clases sociales, grupos o generaciones.
Chile debe unirse para salir adelante y eso lo pide el Gobierno a toda la nación’, lo que
sólo es posible siendo ‘anticomunista, porque el comunismo es la doctrina radicalmente
contraria a la dignidad espiritual del hombre y a los valores básicos del ser nacional’ ”.170
Como siempre, “la unidad nacional sigue siendo... el eje de sus planteamientos.
Su punto de partida es que el Chile de hoy, un Chile en el que todos se sienten hermanos,
donde todos están colaborando y trabajando, donde la demagogia y la politiquería se
deje de lado”.171
Algunos obispos veían al país con otros ojos:
“...En conocimiento que se ha continuado entre nosotros el delito de la tortura, que
significa desprecio y atropello grave a la dignidad humana por oponerse al orden que­
rido por Dios, con la autoridad que Dios me ha dado, con la finalidad de evitar la
perturbación del orden querido por Dios y para tratar de obtener la corrección de quie­
nes perturban este orden, se establecen las siguientes disposiciones:
1- El responsable de tortura, al ser ésta cometida, incurre en ‘excomunión lata
sententiae’ vale decir, queda ‘ipso jacto’, automáticamente, excomulgado al cometer
ese delito”.
Después se describe lo que se entiende por tortura y se señala que el sacerdote
puede levantar la excomunión “cuando ha cesado la contumacia, cuando el reo se ha
arrepentido con sinceridad del delito cometido y a la vez ha dado o por lo menos prome­
tido en serio, dar satisfacción proporcionada por los daños y el escándalo. ...Se envía este
decreto a todos los párrocos para que ellos lo entreguen a conocimiento de los fieles”.172
Ya días antes del plebiscito de 1980 que ratificaría la nueva Constitución, Pinochet
reiteró su llamado a la unidad, pero también amenazó con el miedo y terror que experi­
mentara el país en 1973: “el Presidente es enfático al afirmar que el próximo 11 de sep­
tiembre cada ciudadano chileno tiene en su voto el destino de la Patria; cada uno debe
resolver en conciencia y en el secreto de la urna, si desea marcar un ‘sí’ que significa
continuar un camino de progreso, libertad y seguridad, o si prefiere una vuelta gradual al
caos vigente antes de que las FFAA y de Orden asumieran la conducción del país”.173 En
contraste, Patricio Aylwin escribió en El Mercurio del 17 de agosto de 1980:

Colección de Discursos del Presidente de la República, 10. VII.75, en ibid: 256.


Citado en Rojas (1998): 256.
Excomunión a torturadores; Carta fechada en Talca el 9 de diciembre de 1980, firmada por los obispos
Carlos González, Alejandro Jiménez y Carlos Camus; Mensaje, N°296, enero- febrero, 1981: 68.
Diario La Segunda, 1.IX.80, s.n., citado en ibid: 262.

466
“Me parece que hay una presión fuerte a un pueblo que no está debidamente informa­
do, aterrorizado por la represión policial y por su angustiosa situación económica y
que va a tener que pronunciarse con un estado de emergencia vigente. Creo que es
también un engaño porque bajo la apariencia de consulta sobre un texto constitucio­
nal lo que se pretende es prolongar la dictadura mejorándole la fachada”.174
Para Pinochet y sus aliados, la reconciliación y la transición política comenzaría
en 1981 con la implementación de la Constitución aprobada por el plebiscito en 1980.
Según Sergio Fernández:
“Mirando el plebiscito desde el ángulo de la reconciliación y la unidad, tanto para los
votantes del ‘Sí’ como del ‘No’ había un cauce común, la nueva Constitución, dentro de
la cual se podía actuar desde diversas perspectivas ideológicas. Lo único que no cabía
era el marxismo, la violencia o el intento de desconocer la legitimidad del Gobierno.
Las puertas estaban abiertas a todos”.175
Incluso, Fernández destaca que los meses antes de marzo de 1981 eran “los últi­
mos meses de régimen militar”. El país estaba en vías de volver o, mejor dicho, iniciar un
nuevo estilo y una nueva institucionalidad “democrática” que Pinochet caracterizaba
como “autoritaria” y “protegida”. La reconciliación de los chilenos en el marco de una
exclusión del “mal”, la “renovación”, sincera o no (si no la sentencia de reconciliación),
como lo hacía la Inquisición respecto a la mayoría de los “malos” y la exclusión, dentro de
lo posible y siempre sujeto a la vigilancia del Estado respecto a las doctrinas y grupos
“subversivos”.176 Esto se hizo oficial en el artículo 8o de la nueva Constitución: “Todo acto
de persona o grupo destinado a propagar doctrinas que atenten contra la familia, promul­
guen la violencia o una concepción de la sociedad, del Estado o del orden jurídico, de
carácter totalitario o fundada en la lucha de clases, es ilícito y contrario al ordenamiento
institucional de la República”.
El propósito de mantener un sistema de “exclusión del mal” mediante destierros
y represión selectiva fue reconfirmado durante 1981. En una columna de la revista Hoy,
Eduardo Frei Montalva escribió bajo el título “Sería un Gran Paso”, un llamado a consi­
derar la situación de los exiliados como un signo de reconciliación. Argumentó: “los actos

Citado en Aylwin (1998): 179.


Fernández (1997): 156.
El tema de ‘renovación’ es también muy sensible, dadas las diferentes interpretaciones del concepto. Para
algunos se entiende como una renegación de los ideales, sea por oportunismo o bajo presión moral, psico­
lógica o física. Para otros es una transformación de los ideales y proyectos vitales a la luz de nuevos
elementos de juicio, que puede implicar el rechazo o enmienda de ideales y creencias previas. En éste
último caso, se asemeja a una ‘conversión’, sobre todo si se da en el ambiente religioso, por ejemplo, los
cristianos ‘renacidos’ (born-again) en algunos grupos evangélicos. En todo caso, el término ‘renovado’
puede utilizarse en sentidos altamente positivos y también de maneras despreciativas e irónicas.

467
de justicia y paz no son sinónimos de debilidad. Mantener tercamente una situación in­
justa no es signo de carácter ni de fortaleza”177 La expulsión y destierro de varios políti­
cos durante 1981 y la negativa a conceder permiso de ingreso por razones humanitarias a
exiliados que lo solicitaron cuando estaban por fallecer padres, hijos o familiares cerca­
nos en Chile, fue denunciado por la Iglesia y por diversos políticos demócratacristianos.
Pinochet reaccionó, según la revista Hoy, diciendo lo siguiente: “No hay ‘grande’
inmune a eventuales sanciones futuras. Las expulsiones no fueron inhumanas ni tampoco
los desterrados fueron elegidos al azar. Se equivocan quienes creen que ablandando la
mano habrá más tranquilidad”. Sin embargo, “en Chile se respeta el derecho a la disen­
sión pacífica”. Pinochet invocó a O’Higgins: “siguiendo el ejemplo del Libertador, hoy
tampoco cederemos por conveniencias de política contingente, cuando se trata de luchar
contra el terrorismo”.178
Emilio Filippi comentó en Hoy que “al acercarse el final del año, pensamos que uno
de los temas de reflexión de quienes gobiernan podría ser la forma de reconciliar a los
chilenos a través de la normalización y plena vigencia de las garantías constitucionales, del
imperio total de los derechos humanos, del retomo progresivo de los exiliados- en especial
los ancianos, los niños y los que no han cometido otro delito que discrepar - de la vigorización
de la vida cívica y del término de la represión institucionalizada”.179 Casi un año después el
mismo periodista escribió que con la promulgación de la nueva constitución el gobierno
había señalado que se iniciaba el camino hacia la democracia, pero “...el estilo no ha cam­
biado para mejor sino que se ha acentuado el carácter represivo. Las persecuciones a los
adversarios continúan y las medidas discrecionales siguen reemplazando a la justicia”.180
Cuando Eduardo Frei murió en 1982, varios exiliados demócratacristianos no fue­
ron autorizados para entrar al país para participar en sus funerales. A fines de octubre de
1982, Pinochet anunció el propósito “de revisar la situación de los exiliados”, pero “bajo
condiciones precisas y exactas”: que “reconozcan la legitimidad del supremo gobierno y
de la Constitución Política de 1980"; que “renuncien a persistir en las acciones que moti­
varon la medida de impedimento de volver al país”; y que “acepten el compromiso de
colaborar en la construcción de la sociedad libre y solidaria que la nueva institucionalidad
configura”.181 Es decir, los opositores tendrían que renegar de sus creencias y valores
contrarios al régimen militar, tendrían que acatar la nueva institucionalidad, tendrían
que “colaborar” en la obra refundacional. En resumen, condiciones análogas a las

Hoy, Año IV, N°180, semana de 31 de diciembre de 1980 al 6 de enero de 1981:10.


Hoy, AñoV, N°214, agosto del981: 7-9.
Hoy, Año V, N°228, diciembre de 1981:5.
Emilio Filippi “¿Estamos o no en una etapa de transición?” Hoy, añoV, N° 213, agosto, 1981: 5.
Citado en Aylwin (1998): 219.

468
impuestas por la Inquisición a los sentenciados a “la reconciliación” en tiempos de la
Colonia. De hecho una comisión nombrada por el gobierno recomendó autorizar el retor­
no de la mayoría de los exiliados, pero “Pinochet resolvió en definitiva permitirlo sólo a
125, entre los cuales no se encontraba ninguna persona de relevancia política”.182
La nueva “democracia” seguía siendo un régimen represivo, pero no sin aperturas
y “juegos de piernas” con la oposición, cambios de ministerios y caras civiles. Hasta se
permitía la existencia de una prensa opositora, siempre y cuando no se saliera demasiado
de los cauces diseñados. Cada cierto tiempo había censura previa y requisición de ejem­
plares de revistas y libros publicados por la oposición. En parte, el régimen pudo avalarse
en tradiciones y leyes acumuladas desde el siglo XIX.
Desde 1976, sin embargo, la institucionalización de un estado inquisidor fue el
objetivo explícito del gobierno. Este objetivo fue amenazado por la recesión económica y
los movimientos sociales en el país que terminaron en protestas masivas y violentas du­
rante los años 1983-1985.183 El 11 de marzo, al conmemorarse un año de vigencia de la
nueva Constitución, el presidente Pinochet reconoció “las desfavorables consecuencias
de la recesión mundial, -cuyos efectos se transmiten al plano nacional, repercutiendo en
un desequilibrio del presupuesto del país-, las que se tradujeron, entre otras, en la deva­
luación del dólar; la puesta en vigencia de la libertad cambiaría; la intervención de los
bancos y la renegociación de la deuda externa”.184 Según el general Carlos Molina Johnson
y Francisco Balart, en estas condiciones “la preparación concertada de la movilización
popular de los sectores adversos al gobierno militar siguió desarrollándose, tanto en lo
que es el entrenamiento de combate en campos de instrucción en el exterior como aque­
llos que correspondían al plano de las coordinaciones e instrumentales para llevarla a
cabo... en París se ratificó y firmó el acuerdo entre Luis Corvalán (PC), Clodomiro Almeyda
(PS), Anselmo Sule (PR) y Andrés Pascal (MIR), reafirmándose el compromiso sobre la
lucha armada y el imperativo de que toda la izquierda se debía adherir a esta modalidad
de combate al gobierno militar”.185

182 Aylwin (1998): 220.


183 Sobre los factores que influyeron en las primeras protestas y el papel de la Confederación de los Trabaja­
dores del Cobre, véase Alan Angelí, “Sindicatos y trabajadores en el Chile de los años 1980", en Paul
Drake e Iván Jaksic, eds. El difícil camino hacia la democracia en Chile 1982-1990, Santiago: FLACSO, 1993:
351-390.
184 Molina Johnson y Balart Páez, (1999): 107.
185 Ibid: 108-9.

469
Las “protestas” y los “juegos de piernas”, 1983-1986

Según Molina Johnson, se produjeron como resultado, “los intentos de rebelión y


sublevación nacional, basándose en manifestaciones de protesta que se iniciaron en los
primeros meses de 1983, conjuntamente con el accionar terrorista del Movimiento de
Izquierda Revolucionaria...”.186 A fines de enero, más de 1.200 dirigentes sindicales fir­
maron una carta abierta a Pinochet que denunciaba: “Tras nueve años del gobierno auto­
ritario podemos comprobar que la propaganda nos ha mantenido en un manto de engaño
e ilusión, llamando ‘milagro chileno’ a una locura consumista financiada con créditos
extranjeros que pagaremos todos los chilenos; llamando democracia a un sistema político
en que sólo prima la voluntad de una persona porque “no se mueve una hoja” sin su
autorización”.187
En el mismo mes la directiva de la Confederación de Trabajadores de Cobre deci­
dió llamar a un paro nacional, que luego de concordar con otros sectores, fue sustituido
por una jornada de protesta nacional en mayo, que consistía en no enviar a los escolares
a las escuelas y colegios, no hacer compras de ninguna clase, no hacer trámites en ofici­
nas públicas ni privadas, no usar el transporte colectivo,-“no tomar micros”- circulación
de los vehículos a menos de 30 km por hora y a las 20 horas: “todo Chile tocar cacerolas,
luego apagar luces y artefactos eléctricos”. El 11 de mayo de 1983, empezaron las protes­
tas contra el gobierno militar, las que duraron casi tres años. El Mercurio en su editorial
del 13 de mayo “calificó esos hechos como ‘el más serio desafío’ con que se ha enfrentado
el gobierno en sus casi diez años”.188 Una segunda protesta el 14 de junio también tuvo
éxito y, como la primera, sorprendió al gobierno y a sus propios organizadores, extendién­
dose desde Santiago a casi todo el país. La tercera protesta, el 12 de julio, fue enfrentada
por el gobierno con una represión muy fuerte en las poblaciones de Santiago y las princi­
pales ciudades del país y la detención de más de mil personas a lo largo del país.189 Con el
tiempo, las protestas se fueron convirtiendo en episodios cada vez más violentos, con
destrucción de propiedad privada, choques entre fuerzas policiales y militares y la ciuda­
danía, y con un creciente costo humano.
El general Carlos Molina Johnson relata la historia de las protestas de 1983-84,
como parte de un plan comunista y mirista para organizar “la violencia revolucionaria”,
que dejaría un saldo de muertos, heridos y asesinados, incluyendo al Intendente de la

186 Ibid: 109.


187 Citado en Aylwin (1998): 225.
188 Ibid: 227.
189 Para un análisis de las protestas entre 1983 y 1984 véase Gonzalo de la Maza y Mario Garcés, La explosión de
las mayorías. Protesta Nacional 1983—1984. Santiago, ECO Educación y Comunicaciones, diciembre de 1985.

470
Región Metropolitana, mayor general de Ejército Carol Urzúa Ibáñez y sus dos escoltas
en agosto de 1983. En su mensaje a la nación en marzo de 1984, Pinochet señaló que,
“El país ha podido conocer, con profunda indignación, los crímenes cometidos por gru­
pos terroristas, que buscan alcanzar sus propósitos subversivos causando alarma y
terror en la población, mediante el asesinato de víctimas inocentes, y la destrucción de
bienes públicos y privados.
Pero el terrorismo, reviste una gravedad y peligrosidad aún mayores: sus vinculaciones
con sectores políticos y de otra índole, tanto internas como internacionales, hacen que
este instrumento del comunismo soviético, amenace las bases mismas de la sociedad.
Por eso, el Gobierno ha sido, y será inflexible en rechazar al terrorismo”.190
Para el gobierno militar, la ola de protestas sería una manifestación de la conspi­
ración del “mal”, de los comunistas, de los “terroristas”, que confirmaba la necesidad de
vigilancia y represión permanente. No parecía importarle al gobierno que, al inicio, la
protesta organizada por la CTC en mayo de 1983, era una respuesta a una política concre­
ta, el decreto Ley N. 18.134 que suprimió el reajuste automático de los salarios de acuer­
do a la inflación acumulada. Los mineros buscaban ampliar los alcances de la protesta
como una decisión táctica, que, de hecho, movilizó hasta elementos de la clase media en
contra el régimen. Las primeras protestas fueron definidas como relativamente pacíficas,
manifestando mediante bocinazos y “cacerolazos” y toda expresión no violenta, el repu­
dio en contra del régimen. Con el tiempo, sin embargo, las dos fuerzas opositoras que se
disputaban la cancha política, la Alianza Democrática (AD) y el Movimiento Democrático
Popular (MDP), que reunían a miembros y dirigentes de los partidos disueltos y proscri­
tos, no pudieron canalizar la movilización popular y sus expresiones violentas, ni menos
la represión que ésta acarreara. Tampoco pudieron transformar las demandas heterogéneas
de los actores sociales en un proyecto político instrumental para salir de la dictadura. Se
fue creando un ambiente de violencia y miedo que mezclaba el vandalismo y la destruc­
ción indiscriminada con ideas abstractas sobre la contribución que la violencia y el caos
podían hacer al derrocamiento del gobierno militar.
El gobierno respondió con despliegues militares masivos en las poblaciones
periféricas de las grandes ciudades. El sociólogo Manuel Antonio Carretón escribió en 1985:
“En 1984 la irracionalidad y la locura parecen haberse apoderado del Estado chileno e
invadido desde ahí la sociedad. La represión estatal aumentó a niveles casi inverosími­
les si se examinan las frías estadísticas. Y las formas represivas (atentados contra per­
sonas e instituciones, torturas, dinamitazos de personas e iglesias, asesinatos de jóve­
nes, niños y un sacerdote, expulsiones y relegaciones a zonas inhóspitas y campos de

190 Citado en Molina Johnson y Balart (1999): 113.

471
concentración, arrestos arbitrarios y allanamientos masivos, etc.) parecían provenir
de una imaginación apocalíptica y de mentes demenciales.
...El país daba la impresión de estar sitiado por un ejército de ocupación, a veces omni­
presente, a veces invisible. ...La locura parece haber triunfado”.191
La AD, que agrupaba a fuerzas desde la derecha democrática tradicional hasta
socialistas renovados y que era apoyada por el Cardenal Fresno, buscaba un “diálogo”
con el gobierno, utilizando las protestas como palanca para convencerlo de acelerar la
transición a un gobierno más democrático. El MDP, en cambio, que agrupaba a socialis­
tas, comunistas y miristas, algunos de los cuales no descartaban la lucha armada contra
el régimen militar, unidos con otros que no creían que esa fuera la mejor salida, le
daban un carácter “combativo” a las protestas. Más allá de la retórica política, dicho
carácter “combativo” se prestaba ambiguamente para ser una resistencia no violenta
pero enérgica y, a la vez, formaba parte de la violencia armada y violenta contra el
régimen.192 Hubo, efectivamente, dos o más tipos de oposición al gobierno militar. La
violencia dañaría a la oposición moderada, incluso le quitaría apoyo entre las clases
medias y otros sectores que querían, precisamente, evitar el saldo de muertos, heridos,
encarcelados, torturados y exiliados que dejarían las protestas de 1983- 1984. Para el
MDP y sus aliados, la represión servía para reconfirmar la ineficacia de cualquier nego­
ciación con la dictadura. La coexistencia de grupos militarizados que estaban entrando
armas en el país, preparándose clandestinamente para enfrentar al régimen con una
estrategia guerrillera, con la lucha de masas expresada en la resistencia popular abier­
ta producía una realidad confusa y conflictiva. Diferentes sectores políticos con distin­
tas concepciones estratégicas y tácticas estaban desplegándose en diversas formas de
lucha. No obstante sus diferencias estratégicas y tácticas tenían un objetivo común: el
fin de la dictadura. Para el gobierno militar, con razón, eran todos “enemigos”.
En agosto de 1986 fue detectado el ingreso de armamentos del FPMR en Carrizal Bajo
y el gobierno incautó grandes cantidades de armamento y municiones internadas por mar y
tierra.193 Según Luis Heinecke Scott, “lo que se quería implantar aquí era una guerra de guerri­
llas al estilo de las producidas en Nicaragua o El Salvador. Una guerra popular prolongada. Y
eso fue lo que el comunismo no logró hacer, merced a los descubrimientos de Carrizal Bajo”.194
Para algunos grupos de la resistencia chilena, Pinochet se transformó en un blan­
co militar. Era preciso eliminarlo. Este propósito no era compartido por una parte

Manuel Antonio Carretón M., “Chile: la transición bloqueada”, Mensaje, N.336 (enero-febrero, 1985): 31.
Para visiones alternativas de las protestas véase Amagada (1998): 169-197 y De la Maza y Garcés (1985)
FPMR:Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Para mayor información sobre esta organización ver Hernán
Vidal: FPMR: El tabú del conflicto armado en Chile. Santiago, Mosquito Editores, Biblioteca Setenta&3,1995.
Luis Heinecke Scott, Verdad y justicia en caso arsenales y atentado presidencial, Operaciones subversivas polí­
tico militares Chile—1986, Santiago: Centro de Estudios Nacionales del Cono Sur, s.f.: 90.

472
importante de la oposición política, por razones éticas y también políticas, conscientes
como eran de las graves consecuencias de su asesinato. El 7 de septiembre de 1986, la
columna de automóviles del general Pinochet fue atacada en el Cajón del Maipo. El gene­
ral salió ileso, 5 miembros de su escolta resultaron muertos y otros fueron heridos. Una
ola de represión y venganza sobrevino al ataque, cuyo resultado fue el asesinato de cua­
tro connotadas figuras de la oposición, entre ellas el periodista José Carrasco.195
La llamada “operación siglo XX”, el atentado contra Pinochet, fue un fracaso ro­
tundo para el FPMR. En octubre el Frente proclamó:
“Hoy el pueblo de Chile requiere de combatientes que lo guíen en las batallas para
poner fin a la dictadura. De combatientes que se enfrenten a Pinochet y sus seguidores
en todos los frentes y terrenos, con todos los métodos de lucha que existen. Hoy los
chilenos tenemos una sola consigna: Terminar con Pinochet y para eso un solo camino:
la lucha sin cuartel en todos los terrenos”.196
Dice Heinecke Scott, irónicamente, que “cerraba este número especial con dos
hojas de instrucciones sobre el armado de la ‘mina de perdigones’, ilustrada con dos grá­
ficos. Armas de la verdad, la justicia y la reconciliación dirían hoy”.197
Las actuaciones armadas y ajusticiamientos realizados por algunos grupos de opo­
sición le proporcionaron mártires al gobierno militar en la lucha contra la subversión,
entre ellos el carabinero Heriberto Novoa (1980) asesinado en un atentado contra la “lla­
ma de libertad” en el Cerro Santa Lucía ; el Director de la Escuela de Inteligencia del
Ejército, Roger Vergara (1980); el Intendente de Santiago, general Carol Urzúa (1983);
los cinco escoltas del general Pinochet que murieron en el atentado del Cajón del Maipo.
Estas operaciones, más las frecuentes declaraciones del Frente Patriótico Manuel
Rodríguez y la “operación retorno” del MIR, proporcionaron ciertas evidencias concretas
para justificar el planteamiento que el país estaba todavía en guerra contra una subver­
sión activa y peligrosa.198 ¿Si el FPMR y otros grupos de izquierda insistían abiertamente
en la necesidad de usar “todas las formas de lucha”, llegando a veces a efectuar algunas

195 En 1999, la jueza Dobra Lusic “sometió a proceso a 8 agentes de la CNI como autores de los homicidios del
periodista de la desaparecida revista Análisis José Carrasco y otros tres opositores ocurridos el 8 de sep­
tiembre de 1987, pocas horas después del atentado al entonces presidente, Augusto Pinochet”. Véase
“Mordida de Cobra”, Qué Pasa, Año XXVm, N. 1495, Semana del 4 al 10 de diciembre de 1999:32.
196 El Rodriguista, Organo oficial del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, año IH, N. 19 (octubre 1986): 5,12.
197 Heinecke Scott, Verdad.. .:182.
198 Véase Carlos Molina Johnson y Francisco Balart Páez, La violencia política en Chile, Santiago: Biblioteca
Militar, 1999: 87-130. Este libro relata las percepción de las Fuerzas Armadas sobre el terrorismo y los
operativos de las fuerzas de izquierda desde 1973 hasta 1994. Para cada año proporciona un registro de
casos de actos terroristas, sabotajes explosivos y sabotajes incendiarios, asaltos, muertos y heridos por
operaciones subversivas. Incluye nombres de los caídos de las Fuerzas Armadas y de Orden.

473
operaciones ofensivas, ¿cómo negar que había alguna “lucha armada , por muy desigual
que fuera? ¿Cómo no entender que Pinochet conceptualizara las protestas y movilizaciones
urbanas desde 1983 hasta 1986 como parte de una “guerra popular prolongada” en su
contra? Y después de los hallazgos de armamentos y otros equipos en Carrizal Bajo y el
atentado contra Pinochet, ¿cómo negar que algunos de “los enemigos” no se limitaban al
“diálogo”? De hecho hubo grupos que resistieron militarmente a la dictadura, pero a
pesar de todo eso, el país no estaba en “guerra” ni el régimen estaba amenazado.
Pinochet había reiterado su compromiso para con la “transición” estipulada en la
Constitución de 1980. Dejó en claro que serían las Fuerzas Armadas las que determina­
rían el curso de la “transición” y el carácter del régimen:
“Hay otros señores que tienen ideas alocadas, que desean apresurar el proceso que lleva el
Gobierno, a ellos les digo ¡NO! la Constitución se cumplirá tal como se señala, tanto en sus
períodos como en su senda, él país va a marchar hacia adelante, señores, cumpliendo las
metas que se fijara el 11 de septiembre y que posteriormente se ratificara con el Plebiscito
Nacional, al aprobarse la Constitución Política del Estado. Este avance tiene que ser gra­
dual pero sostenido. No habrá precipitaciones, no se acelerarán en forma indebida. Y este
avance lo garantizan las Fuerzas Armadas...”.199
Si la resistencia armada no era factible, tampoco lo era, en 1983-84, la posibilidad
de que Pinochet aceptara salir del poder o retroceder en la implementación de la nueva
institucionalidad. Él mismo reiteraba esta conclusión las veces que se lo preguntaran
periodistas nacionales e internacionales.
Las protestas, que se convertirían en una táctica cada vez más violenta de oposi­
ción al régimen, fueron reprimidas con una violencia militar y policial feroz. Según el
general Molina Johnson: “En definitiva, a fines de 1984 se habían producido 925 sabota­
jes explosivos, 52 sabotajes incendiarios, 49 asaltos subversivos, 254 heridos y 96 muer­
tos, entre estos últimos una cantidad significativa de carabineros como asimismo civiles
afectados por la explosión de artefactos explosivos”.200
Según Genaro Amagada, “a partir de 1984 se hacían cada vez más frecuentes los
ataques y asesinatos de carabineros, las bombas al Metro de Santiago, sabotajes a líneas
férreas y buses, y también, atentados dinamiteros que destruían torres de alta tensión,
provocando cortes de luz eléctrica en vastas zonas del país”.201
Las protestas y represiones correspondientes a los años 1983-1986 fueron descri­
tas por el gobierno militar como sigue:

199 El Mercurio, 5 mayo de 1973, citado en Valdivieso Ariztía (1988): 259.


200 Ibid: 116.
201 Amagada (1998): 178.

474
“Durante 1983 y 1984 debieron enfrentarse diversos actos propiciados por sectores de
la oposición, lo que, con una apariencia pacífica derivaron en violencia y daños a las
personas y a bienes públicos y privados.
La actitud de las autoridades del Gobierno Interior, respaldada y materializada a través
del desempeño profesional de las Fuerzas de Orden y Seguridad, permitió precaver mayo­
res daños, detener y aplicar medidas sancionadoras a hechores y otorgar tranquilidad a
la ciudadanía...
En mayo de este año se dictó la Ley N. 18.314, que precisa las conductas terroristas y
señala su penalidad...
Los diversos intentos efectuados por algunos sectores con intenciones abiertamente
insurreccionales durante 1985 y 1986, fueron enfrentados con los medios legales e
institucionales que el ordenamiento jurídico provee, entre ellos la prórroga en todo el
territorio nacional del estado de emergencia y del de perturbación de la paz interior”.202
Según el gobierno militar, la guerra interna continuaba y la autoridad tomaba las
medidas “legales e institucionales” del caso. En contraste con la visión del gobierno mili­
tar, en abril de 1984, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal analizó “deteni­
damente la situación que vive el país, con el ánimo de contribuir a la reconciliación de la
familia chilena, en los días en que nos acercamos a la Semana Santa...”. Señaló: “...tene­
mos que lamentar hechos de violencia terrorista inadmisibles, antes y después de la pro­
testa, que causaron incluso la muerte de un funcionario policial, y manifestaciones de
violencia represiva injustificables, que costaron la vida a varios chilenos. ...A los dirigen­
tes de la oposición les pedimos que descarten absolutamente la violencia en sus manifes­
taciones de descontento o de protesta. Y a las Fuerzas Armadas y a la Policía que tienen
el deber de mantener el orden público, les pedimos que renuncien también a toda violen­
cia represiva innecesaria, recordando que todos somos chilenos, hermanos de raza, de
cultura y de fe”.203 Los obispos se preocupaban en forma casi permanente de la escalada
de violencia, de las huelgas mineras, de las medidas represivas del gobierno y de promo­
ver la reconciliación y la paz, como ilustran sus declaraciones durante el año (“Nunca
perderemos la esperanza”, 18 mayo; “Declaración sobre mineros en huelga de hambre”, 19
mayo; “Por amor a la vida”, 13 julio; “Censura que impide la participación”, 5 septiembre;
“Un holocausto más”, 5 de septiembre -en que se refieren a la muerte del sacerdote fran­
cés André Jarían, entre “las nuevas víctimas” que caían por el odio y la ferocidad; “¡Vence
el mal con el bien\”, 9 octubre; “Carta a los católicos de Chile sobre reunión con chilenos
exiliados”, 16 noviembre, 1984. En esta última declaración los obispos reiteraron que “si

202 Memoria de Gobierno... I (1990): 107-108.


203 “Declaración del Comité Permanente sobre llamado a un gesto de entendimiento”, 11 Abril, 1984 en
Documentos del Episcopado Chile 1984-1987, Santiago: 1988:22

475
bien la lucha contra el terrorismo y la delincuencia son obligaciones de todo gobierno,
ella no autoriza a nadie para humillar, atemorizar o maltratar a las personas. ¿Por qué a
un pueblo ya tan agobiado por las dificultades económicas, imponerle una nueva e inne­
cesaria penalidad del amedrentamiento, de la violación de sus domicilios, de la destruc­
ción de sus pobres enseres, del maltrato?”204 A fines del año los obispos emitieron ‘ Del
pecado social a la reconciliación”. Dijeron que “todos debemos esforzarnos en pacificar los
ánimos, moderar las tensiones, superar las divisiones, sanar las heridas...”.205
Los obispos llamaron en repetidas oportunidades a la reconciliación mientras otros
grupos denunciaban la censura, la tortura, el clima de miedo, los allanamientos masivos -
es decir- la dictadura. En 1984, tres años después de la implementación de la nueva
institucionalidad (y luego de dos años de protestas violentas y represiones militares y
policiales sin precedentes en el país), se denunciaban los procesos penales contra perio­
distas, censura previa a revistas, amedrentamiento a talleres de impresión y clausuras
administrativas por vía burocrática al no devolver oportunamente el material revisado a
los medios respectivos.206
Desde el Colegio de Periodistas, se creó el “Comité Unico por el Fin de la Censura
y la Libertad” y los directores y periodistas (23) de las Revistas Análisis, APSI, CAUCE, La
Bicicleta y el periódico Fortín Mapocho realizaron una huelga de hambre, recibiendo la
solidaridad de un gran número de organizaciones sociales, instituciones y ONGs. Se
expresó que:
“el periodismo confronta una de las peores crisis de su historia.
No sólo porque el Gobierno (...) coarta la libertad de expresión, sino principalmente
por el penoso silencio con que todos estos subterfugios son ocultados a una parte impor­
tante de la opinión pública.
(...) Hay censura previa, coacción, amenazas veladas o patentes, clausura práctica de
algunos medios que se oponen al orden oficial, cambio en las reglas del juego (...) Innu­
merables motivos de preocupación sobre la libertad de expresión en un país que fuera
tradicionalmente libre y soberano (...) Y de todo esto se entera una parte mínima de la
población debido a que los medios mayoritarios(...) Ignoran, informan deformada o
antojadizamente, o incluyen párrafos casi invisibles sobre lo que está ocurriendo en
Chile”.207

“Carta a los Católicos de Chile”, en Ibid: 59.


“Del pecado social a la reconciliación”, 14 diciembre de 1984, en Documentos... (1988): 63.
El organismo encargado de la censura era DINACOS (Dirección Nacional de Comunicaciones). Ver: Análi­
sis Año VD, N° 81,8 al 22 de mayo de 1984:4-11.
Documento leído por los ayunantes en Conferencia de Prensa, Análisis Año VII, N° 81,8 al 22 de mayo de
1984:7.

476
Pero para el gobierno militar todo eso era lo esperado y necesario para enfrentar
al comunismo y al terrorismo. Se podría hacer un “juego de piernas” con cambios de
ministros, “aperturas” relativas y “diálogos” entre la AD y el Ministro Sergio Onofre Jarpa.
Dichas medidas no evitarían que, en marzo de 1984, el ministro de Defensa, vicealmirante
(R) Patricio Carvajal declarara en un discurso ante las máximas autoridades del gobier­
no y de la Iglesia que las Fuerzas Armadas “están dispuestas a defender el período cons­
titucional y las elevadas metas que se ha fijado”, agregando que sería necesaria una
federación de partidos “acatantes de la Constitución...para terminar con la dispersión”.208
El uso de la voz “acatante” correspondió precisamente con la versión de “unidad” y de
“reconciliación del país” inherente a la visión del gobierno militar. El 6 de noviembre de
1984 el gobierno declaró nuevamente el estado de sitio; tres meses después el Ministro
Sergio Onofre Jarpa salió del gabinete.
En este ambiente, el FPMR “brazo armado del Partido Comunista” hizo circular
el Primer Manifiesto Rodriguista al Pueblo de Chile, proclamando que “a este régimen sólo
se le enfrenta eficientemente y se le derrota, haciendo uso de todas las formas de lucha,
incluida la armada. Para ello, precisamente se ha constituido nuestro Frente; para
conducir militarmente al pueblo en su lucha hasta la victoria final”.209 La Junta de Go­
bierno había declarado que el país estaba “en guerra” en 1973 y lo había gobernado bajo
regímenes de excepción desde entonces. El FPMR representaba al “enemigo” en carne y
hueso, con la “conveniencia” de haberle declarado también la guerra al gobierno, fomen­
tando además como instrumento paramilitar las “milicias rodriguistas”. En marzo de
1985, en el contexto de esta escalada de violencias revolucionarias y represivas se produ­
jo el secuestro y el degollamiento de tres dirigentes comunistas, siendo uno de ellos, José
Manuel Parada, funcionario de la Vicaría de Solidaridad, por un comando de la
DICOMCAR210. La investigación y orden de arraigo emitida por el juez José Cánovas,
culminó en la renuncia de la Junta del general de Carabineros César Mendoza.211
En junio de 1985, refiriéndose al caso de los degollados, la Conferencia Episcopal
emitió la declaración “Reconciliación en la verdad”, pidiendo “una reconciliación en la
verdad, en la justicia, en el amor y en la libertad. ...La reconciliación verdadera no es el
simple olvido, de la falta por parte del ofendido; si no que exige, por parte del ofensor, el
reconocimiento de la culpa, la reparación, hasta donde sea posible, del daño causado y la

208 Citado en Cavallo et, al. (1997): 368.


209 Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), “Primer Manifiesto Rodriguista al Pueblo de Chile”, Santia­
go, noviembre, 1985.
210 DICOMCAR: Dirección de Comunicaciones e Informaciones de Carabineros.
211 Para los detalles de este caso ver: María Olivia Monckeberg, María Eugenia Camus y Pamela Jiles, Crimen
bajo estado de sitio, Santiago: Emisión, 1986. También Nelson Caucoto Pereira y Héctor Salazar Ardiles, Un
verde manto de impunidad, Santiago: Ediciones Academia de Humanismo Cristiano, FASIC1994.

477
recepción humilde del perdón de Dios y del hermano, con el propósito sincero de no
repetir las ofensas”.212
A pesar del llamado de la Conferencia Episcopal, Pinochet no vaciló. En julio de
1985, consultado sobre las posibilidades de una política de reconciliación y diálogo dijo:
“La palabra reconciliación tiene muchas acepciones. Para reconciliarse se tiene que
haber sido amigos antes... hay que manejarse con cuidado porque el marxismo-leni­
nismo tiene el arte de trastrocar los términos o crear palabras talismanes, como diálo­
go, por ejemplo”.213
También Pinochet hizo saber que entendía la reconciliación a su manera: “Ahora
también se habla sobre la reconciliación y yo lo vengo diciendo a lo menos desde hace 4
años, cuando hablo en mis discursos de la unidad nacional. Así es que no le vengan a robar
los huevos al águila”.214
Los obispos anunciaron “una misión por la vida y la reconciliación” en cada dióce­
sis, para “impulsar en los cristianos una corriente de oración, penitencia, reflexión y re­
novación para promover en Chile, junto a todos los hombres de buena voluntad, la recon­
ciliación en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor a la vida”.215
Ya, en 1986, en vez de lamentar los asesinatos y degollamientos o llamar a una
investigación de los hechos, el general Pinochet dijo que no dejaría que “los problemas y
dificultades que se presenten sean utilizados de pretexto para dar rienda suelta a la
politiquería y a las injurias contra las Fuerzas Armadas y de Orden”.216 Proclamó nueva­
mente que no se negociaría ni metas ni plazos.
Al parecer, habiéndose convencido de que no habría otra salida, la oposición mo­
derada formó, en agosto de 1985, el Acuerdo Nacional para la Transición Plena a la Demo­
cracia. En este acuerdo se declaraba la aceptación de la Constitución de 1980, condicio­
nada a algunas reformas constitucionales, y se llamaba a “elecciones libres” en vez del
plebiscito programado en los artículos transitorios de la Carta de 1980. El MDP rechazó
fulminantemente dicho acuerdo; igual cosa hizo el gobierno militar: “no se trata de in­
transigencia o intolerancia sino de diferencias de principios que no se superan por conce­
siones mutuas ni entregadas a fardo cerrado a quienes nos quieren engañar”.217
La Iglesia fue la gran inspiradora de esta iniciativa de reconciliación política. El
Acuerdo Nacional para la transición a la democracia era, según el pensamiento de

212 Reconciliación en la verdad”, 16 junio de 1985, en Documentos... (1988): 98-99.


213 Blanca Arthur, “La transición de Pinochet”, El Mercurio, 20 de enero, 1985, citado en Amagada (1998): 173.
214 General Augusto Pinochet, “Reconciliación, que no vengan a robarle los huevos al aguila”, La Segunda, 3
octubre, 1985: 7.
215 “Misión por la vida y la reconciliación”, julio de 1985, en Documentos... (1988): 111-116.
216 Citado en Amagada (1998): 182.
217 Blanca Arthur, “Pinochet y el año político”, El Mercurio, 5 de enero 1986, citado en Amagada (1998): 185.

478
Monseñor Carlos Camus, Obispo de Linares, el resultado del llamado de Monseñor Juan
Francisco Fresno a los dirigentes políticos de todas las tendencias para buscar un camino
de reconciliación en Chile. El acuerdo se construyó como respuesta a la crisis nacional
denunciada por los obispos en el documento “El renacer de Chile” y establece las concordan­
cias en lo político, lo económico, lo social y lo moral. En este último punto se señaló “que la
paz social y reconciliación suponen Verdad, Justicia, Libertad y Buena Voluntad”.218
La visita del Papa a Chile en 1987 dio otra oportunidad a la Iglesia para promover la
reconciliación nacional. Cuando el Papa abandonó el país, la Conferencia Episcopal decla­
ró: “La reconciliación exige justicia social. ¡Los pobres no pueden esperar! ...hay estructu­
ras que obstaculizan la reconciliación. Hay que poner fin a las odiosas discriminaciones
que impiden la plena participación de todos los chilenos en la gestión del bien común.
...Que las autoridades avancen decididamente en el deber patriótico de abrir prontamente
las puertas a una verdadera democracia...”219 Quedaba poca duda que la reconciliación,
como la entendía la Conferencia Episcopal en 1987, tenía como subentendido el término
del gobierno militar y una transición a “una democracia verdadera”.
Tanto la oposición como el gobierno militar habían instrumentalizado la consigna
y la voz de “la reconciliación”, aun cuando tuviera distintos significados para ambos. En
1982, por ejemplo, los editores de la revista Hoy, ante el anuncio presidencial que hacía
referencia a la creación de una comisión de alto nivel para estudiar la situación de los
exiliados -también en nombre de la unidad nacional- habían hecho presente que:
“...Para los chilenos, esto de vivir en el exilio- o de tener parientes o amigos desterra­
dos- ha sido una experiencia inédita. (...) En la diáspora chilena figuran ex parlamen­
tarios, ex ministros y dirigentes de partidos políticos, modestos militantes de institu­
ciones que otrora eran legítimas; funcionarios que cumplieron tareas en la adminis­
tración pública; y centenares de mujeres, jóvenes y niños”.
[El artículo se pregunta quiénes son. Se responde: son] “asilados en embajadas, otros
expulsados del país, otros se fueron por conmutación de la pena de cárcel por extraña­
miento, miles se fueron buscando trabajo o escapando a la represión.
La comisión de acuerdo al anuncio examinaría los casos para determinar el término
del exilio si fuese procedente. ‘Si la comisión es imparcial y analiza con ecuanimidad
cada situación, es indudable que no podrá sino recomendar el fin de este verdadero
oprobio a nuestra tradición democrática”’.
El articulista pidió que se publicara la lista de los que tenían prohibido regresar
al país y que se dieran los argumentos reales. No bastaba que se dijera que alguien es “un
peligro para la seguridad nacional” o un “terrorista”.

218 Carlos Camus Carenas, Obispo de Linares, “¿En qué consiste el Acuerdo?” Hoy, año IX, N° 426:10.
219 “Los desafíos de la reconciliación”, en Documentos... (1988): 232-33.

479
“Con ese criterio hasta el más pacifista de los desterrados podrá considerársele peligro­
so y negársele el retomo”. “Por último, si se desea realmente la unidad nacional, la
reconciliación de los chilenos y la paz interna, no es preciso obtener humillantes decía-
radones de los posibles beneficiarios de la medida, ni tampoco una adhesión hipócrita
a una política en la cual, por supuesto no creen, sino que bastará que se sometan a las
leyes vigentes sin por eso renunciar a su derecho a discrepar”.
“(...) El derecho a vivir en la patria -que es propio de la naturaleza humana y por lo
tanto, uno de los más fundamentales- no debiera jamás ser negado ni menos condiciona-
do a abjuraciones que van en contra de la propia candencia. Si bien tampoco debiera ser
concedido por gracia, al recurrirse a este procedimiento no ortodoxo habrán de crearse
entonces condidonespara que la concesión no resulte un penoso e innecesario agravio”.220
El editorial no reflejaba la realidad histórica, ya que como se ha señalado, la exo­
neración, el encarcelamiento, la relegación, el destierro y el exilio han sido medidas re­
presivas utilizadas desde los inicios de la República, afectando a Bernardo O’Higgins, a
líderes eclesiásticos y a numerosos disidentes políticos y rebeldes en las guerras civiles.
En 1891 los vencidos hablaron de la “traición de Placilla” y lamentaron “que los emplea­
dos fieles a la nación fueran destituidos; los magistrados inamovibles, despojados de sus
ministerios, los soldados venerados, degradados, los representantes del pueblo, enjuicia­
dos...”.221 Sin embargo, en 1951 el senador Raúl Marín Balmaceda rindió un homenaje a
los generales Barbosa y Alcérreca, al conmemorar el sexenio de la batalla de Placilla:
“...leales al juramento constitucional, [Barbosa y Alcérreca] entregaron sus vidas en
defensa del Generalísimo de las Fuerzas de Mar y Tierra, en defensa de la Constitución
Política del Estado que les ordenaba ‘no deliberar’. ¡Y allí quedaron tendidos sus cadá­
veres - como elocuente respuesta del viejo Ejército chileno a la revolución que triunfa­
ba - sobre los campos de Placilla...!
...Como nosotros, las generaciones venideras los señalarán como víctimas generosas y
como ejemplo de que el soldado debe siempre seguir en el cumplimiento de sus deberes
militares”.222
Nunca en la historia patria había sido tan masivo y prolongado el uso de la expa­
triación como medida para “proteger” al gobierno de turno contra sus adversarios, como
ocurrió entre 1973 y 1988.223 Más aún, el Presidente Prieto y luego el Presidente Bulnes

Hoy, año VI N° 276, Semana del 3 al 9 de noviembre de 1982:5.


Pedro Pablo Figueroa, Las Campanas. Tradiciones del Hogar, Santiago: Imprenta Ercilla, 1893: 64.
Senado, sesión 27a. de 28 de agosto de 1951:1154-55.
El retorno de los exiliados más conocidos siguió como tema de controversia durante la mayor parte del
gobierno militar. Véase, por ejemplo, “Aníbal Palma, Retorno con suspenso”, Hoy, Año VIH, N. 372,3-9
septiembre, 1984:11.

480
reincorporaron gradualmente al Ejército a los oficiales liberales destituidos y exiliados
después de la batalla de Lircay. Del mismo modo ocurrió, en muchos casos, después de las
guerras civiles de 1851,1859 y 1891. Hasta en las sublevaciones y motines de las décadas
de 1920-1940, varios oficiales recuperaron sus posiciones, honores y derechos de pensio­
nes cuando los gobiernos intentaron “restaurar la unidad de la familia chilena”.224
Allende no era Balmaceda. La Unidad Popular no era una coalición liberal
presidencialista que enfrentaba al parlamentarismo del siglo XIX. Tampoco el conflicto
de 1970-73 era igual que el de 1924-1932. Pero el contraste entre las medidas de reconci­
liación y reparación que han caracterizado la historia de Chile desde 1814 y las medidas
implementadas por el gobierno militar después de 1973, no pueden menos que llamar la
atención. Especialmente en el caso de las mismas Fuerzas Armadas y de Orden, ya que
los oficiales destituidos, encarcelados y torturados después del 11 de septiembre de 1973,
por considerarse “constitucionalistas” o por no violar su juramento de lealtad para con el
Presidente de la República, no habían recuperado hasta 1999, ni su buen nombre y sus
familiares seguían sufriendo las consecuencias [personales y económicas sacar: muchos
de ellos jubilaron, reciben las pensiones que les corresponden etc] de las divisiones que
se produjeron en las Fuerzas Armadas y en la sociedad chilena entre 1966 y 1974. La
reconciliación dentro de las Fuerzas Armadas, que había ocurrido gradualmente después
de 1891 y de 1932, no ha ocurrido así en el período posterior a 1973. Esta observación da
lugar a la pregunta: ¿cuándo llegará el momento en que el general Prats, el general
Bachelet y varios otros “constitucionalistas” de 1973 vuelvan a formar parte de la “fami­
lia militar”?.

El general Pinochet y la reconciliación

En una entrevista de 1989, con las periodistas Raquel Correa y Elizabeth


Subercaseaux, el general Augusto Pinochet ya había aclarado sus ideas sobre la reconci­
liación de manera enfática. Las periodistas le preguntaron: “Usted es católico y la Iglesia
Católica dice que sólo se reencontrarán los chilenos pasando por la justicia y la verdad.
Usted, en cambio, amenaza con poner fin al Estado de Derecho si tocan a uno solo de sus
hombres...
“Pinochet:"¿Quiere que le diga cómo se hace la paz y la reconciliación?
¿Sabe cómo se apagan las hogueras? Nunca se apagan por parte.

224 Para los debates sobre el caso de las pensiones al personal de la Armada retirado del servicio por ‘los
sucesos’ de Coquimbo yTalcahuano de 1931, véase Cámara de Senadores, 31a sesión extraordinaria, 14 de
marzo, 1933:903-910.

481
Se toma un balde de agua fría, se les echa encima y se acabó todo. Si usted deja llami-
tas chicas, se vuelve a encender la hoguera. ¡Así se apagan las hogueras! Después de la
Guerra de Secesión, Lincoln dejó libres a sus enemigos y no los encerró en prisión.
Decía: ‘No a los juicios, no a la horca, castigo para nadie. Ya terminó todo’. ¡Eso se
llama hacer reconciliación! Ahora los señores uruguayos no juzgaron a nadie. Eso es
hacer reconciliación. Argentina... Argentina tiene mucho rato para reconciliarse. Aho­
ra, con Menem, se ha demorado, y no hay reconciliación hasta el momento.
-¿Cuál es su fórmula, entonces?
No preguntar si la leña que arde es encina, nogal, pino o eucaliptos, sino sólo echarle
un balde de agua a la hoguera, ¡y se acabó el problema!
...¿Ustedes quieren que se mantengan los resquemores?
¡Conforme! Hagan la justicia manteniendo resquemores, que confiesen todos, como si
estuvieran delante de un fraile o de un sacerdote. Que se confiesen. ¿Cree que van a
recibir la absolución y la bendición papal? Lo que van a recibir es el repudio y la
venganza. Y que venga otro.
-El que perdió a su padre, a su marido, a su hijo en la guerra sucia, ¿ tiene que olvidar­
se, General? ¿No hay justicia para ellos?
-No era una ‘guerra sucia’. Era el aborto de una guerra civil en ciernes -rectifica-
¡Tiene que olvidarse! ¡Tiene que olvidarse! De otra manera se transforma en una mesa
depimpón primero a un lado, luego al otro, hasta el infinito.
Hay que darle un solo corte.
¿Yseguir viviendo sin saber siquiera dónde están sepultados sus restos?
¿Yqué saca? Nada. Sólo abrir heridas!”.225
Esta entrevista fue realizada en 1989. Pinochet tenía razón en un sentido dramáti­
co: hubo heridas. Pero muchas de ellas todavía estaban abiertas. No sólo eso. En el plebis­
cito del 5 de Octubre de 1988, la mayoría de los chilenos habían rechazado que el general
siguiera como presidente de la República durante el período 1989 -1997. Pero habrían
elecciones libres en 1989 y un nuevo gobierno en 1990. Esta entrevista no sólo tenía
propósitos históricos sino que era útil para ‘rayar la cancha’ de 1989 y hacia el futuro.
Según Pinochet, habría que olvidarse de la ‘guerra civil abortada’, habría que ‘echar un
balde de agua a la hoguera’. En eso consistiría ‘la reconciliación’ hacia el futuro.
Pero el discurso propagandístico del plebiscito de 1988 y de las elecciones de
1989 que se avecinaban no dejaría tan fácilmente que se apagaran las cenizas ardientes.
Y el significado de la reconciliación sería en sí mismo un punto central del conflicto
político desde los inicios de esta segunda etapa de la “transición” que empezó en 1981.

225 Raquel Correa y Elizabeth Subercaseaux, Ego Sum Pinochet, Santiago: Zig Zag, 1989:125-26.

482
La Concertación y la amnistía de 1978

La Concertación de Partidos por la Democracia que al parecer iba a elegir el


próximo presidente del país, abogaba en su programa electoral por la anulación o deroga­
ción de la amnistía de 1978. Si para Pinochet era necesario “echar un balde de agua a la
hoguera” de una vez, la Concertación propiciaba “la justicia” y “la verdad”. Además los
activistas de derechos humanos habían rechazado la amnistía, como ilegal e ilegitima. Así
se expresó el profesor y jurista Jorge Mera, en una entrevista publicada en la revista
Análisis a mediados de 1989:
"Esta ley es ilegítima y nula porque contradice las exigencias del derecho interno y del
derecho internacional en materia de derechos humanos. Todo estado debe proteger, ase­
gurar y respetar esos derechos así como prevenir las violaciones a los mismos sancio­
nándolas en el caso de que se produzcan. Por lo tanto la mínima obligación del Estado
es abstenerse de violar estas garantías. De allí que sea inadmisible una amnistía que
perdone los crímenes cometidos por agentes del Estado.
Pregunta ¿habría herramientas jurídicas para impugnar el decreto Ley 2.191? [Afir­
ma que si las hay y puso de ejemplo la anulación de una ley de amnistía similar en
Argentina]...lo que permitió el enjuiciamiento criminal y las condenas contra los inte­
grantes de las tres Juntas militares que gobernaron ese país. Hay por lo tanto, preceden­
tes en el derecho internacional. Declarar nulo este decreto ley de amnistía es una obli­
gación que imponen los tratados internacionales al futuro gobierno democrático.
Pregunta. En el documento que Ud. elaboró (para la subcomisión de Justicia de la
Concertación de Partidos por la Democracia) señala que las expresiones jurídicas de la
dictadura no deberían sobrevivir en democracia.
Con ese razonamiento podrían impugnarse muchas otras leyes e incluso la propia Cons­
titución del 80, creando así una cierta inestabilidad institucional...
Las leyes de la dictadura que violan las normas internacionales sobre derechos huma­
nos, una de las cuales es el decreto ley de amnistía 2.191, serán revisadas por el futuro
democrático y se las adecuará a los compromisos adquiridos por Chile en esta materia.
Sobre todo sí se aprueba en el plesbicito el proyecto de reformas constitucionales, que
incorpora la norma de respetar los tratados internacionales sobre la material. Ahora
respecto al conjunto de leyes dictadas por la dictadura, habrá que emprender una
tarea de revisión de mediano y largo plazo,para ir, progresivamente adecuándolas a las
exigencias de la democracia.
Pregunta. ¿Cuál fue la recomendación técnica de la subcomisión de justicia en la que
Ud trabajó para privar de efecto al decreto- ley de amnistía?
Coincidimos en que la única solución viable y efectiva era la nulidad del decreto ley de
amnistía a través de la dictación de una nueva ley.

483
Llegamos a la conclusión de que es la única fórmula jurídica que asegura el juzgamiento
y la sanción penal de los responsables de las violaciones de derechos humanos”.226
La Concertación decía querer “la reconciliación” como premisa de su gobierno, si
su candidato Patricio Aylwin ganara las elecciones de diciembre 1989. Pinochet también
predicaba la reconciliación, del mismo modo que los partidos de derecha. El candidato de
la derecha, Hernán Büchi, propondría una reparación para las víctimas de las violaciones
de derechos humanos (dándosele credibilidad a sus denuncias).227 Sin embargo las acep­
ciones de la reconciliación en juego serían irreconciliables. Büchi dijo ser contrario a la
derogación de la amnistía; favorecía imitar la política uruguaya, una ley que impidiera
juicios y que mantuviera la amnistía de 1978. Las agrupaciones de familiares de las vícti­
mas y los grupos de derechos humanos insistían en derogarla y en saber ‘la verdad’ sobre
sus seres queridos desaparecidos: “buscaremos la declaración de nulidad del Decreto
Ley de Amnistía que ha permitido en gran medida la impunidad criminal, y erigiremos
ante los tribunales competentes la realización de las investigaciones judiciales que
correspondan en cada caso”.228

“Jurista Jorge Mera: Anular la ley de amnistía”, Análisis, 31 de julio al 6 de agosto de 1989: 24. Mera
criticó la asimetría e injusticia de la amnistía: “Este decreto ha sido el principal obstáculo para hacer
justicia en materia de violaciones a los derechos humanos. Por su intermedio quedan impunes los peores
atentados ocurridos durante los primeros cuatro años de la dictadura. Durante ese período rigió ininte­
rrumpidamente el Estado de Sitio y los agentes de seguridad del Régimen hicieron desaparecer personas,
asesinaron, secuestraron, detuvieron ilegalmente y aplicaron masivamente la tortura. Por esto la opinión
pública se resiste a aceptar como legítimo el hecho que el Estado, que a través de sus propios agentes,
violó sistemáticamente los derechos humanos, pueda - al mismo tiempo y por su propia iniciativa-
autoperdonar ese crimen ...con ésta se buscó fundamentalmente amnistiar los crímenes cometidos por los
organismos de seguridad de la época, especialmente la DINA: Así se desprende de tres circunstancias: el
tiempo cubierto por la amnistía, que abarca todo el período de Estado de sitio entre el 11 de septiembre
de 1973 y el 10 de marzo de 1978; [los actos], que concretamente están contemplados dentro de la Ley de
Amnistía coinciden con los que cometieron los organismos de seguridad; y, finalmente el decreto contiene
en su artículo primero una exigencia muy peculiar, que revela su verdadero propósito: favorece a todas las
personas que hubieran cometido delito en contra de los derechos humanos ‘siempre y cuando no estén
sometidas a proceso’. Por otra parte es efectivo que el decreto ley 2.191 contiene en su artículo segundo-
un supuesto beneficio a opositores políticos. Se amnistía a las personas condenadas por los Tribunales
Militares con posterioridad al 11 de septiembre de 1973. Sin embargo, el beneficio se refiere sólo a los
condenados y no a los procesados o con acción penal vigente. La gran mayoría de los opositores que
podrían haber usufructuado de esta amnistía ya habían obtenido la sustitución de la pena de presidio por
la de extrañamiento o exilio; y el decreto ley establece expresamente que quienes se encuentren cum­
pliendo sus penas en el extranjero no podrán regresar al país, salvo autorización del Ministerio del Inte­
rior. Obviamente no se puede afirmar con seriedad que la amnistía haya favorecido por igual a funciona­
rios oficiales y a opositores”.
“Indemnizaremos a las víctimas de violaciones a los derechos humanos”, Análisis, 18 a 24 de septiembre,
1989:10.
“Verdad y Justicia”, APSI, N. 272,3 al 9 de Octubre, 1988:16.
Las posiciones de los contendores eran fundamentalmente contradictorias. No se
podría anular o derogar la amnistía y a la vez mantenerla. No se podría mantener la
Constitución de 1980 y las reformas institucionales del gobierno militar y también desha­
cerlas. Habría, con certeza, resquemores, desilusiones y hasta violencia en la “transición”
de 1990, cuando el nuevo presidente, Patricio Aylwin Azocar, haría de la reconciliación
una consigna principal de su administración. Pero una consigna con múltiples interpreta­
ciones, sobre todo porque, según el periodista Rafael Otano, los estrategas del No en el
plebiscito de 1988 “vendían reconciliación: la lógica afable del arco iris” y Patricio Aylwin
había proclamado que la victoria del No “será el comienzo de una nueva era de reconci­
liación nacional en vez de enfrentamientos. No queremos ni vencedores ni vencidos...”.229
De hecho, la victoria del No implicaba la derrota de Pinochet: la reconciliación con ver­
dad y justicia no podría ser sin vencidos ni enjuiciados. Para muchos de los adversarios
del gobierno militar terminar con la dictadura significaba poner fin a la reconciliación
como sentencia de la Inquisición y, en particular, poner fin al exilio producido mediante
conmutaciones de pena por extrañamiento. Sin embargo, haber asumido la presidencia
precisamente dentro del marco estipulado por la Constitución de 1980 y dentro de los
límites impuestos por las leyes complementarias, incluso las leyes electorales, de parti­
dos políticos y de las Fuerzas Armadas y de Orden, entre otras, dictadas entre 1987 y
1989, reafirmaba la institucionalidad impuesta por el gobierno militar. Así lo expresaban
los líderes civiles y militares que vigilaban el proceso de “transición” desde 1981. Nada
más claro, que las palabras de Sergio Fernández en 1994:
“El 6 de agosto de 1991,... el Gobierno [declaró] concluida la transición. ‘Realmente, a
mi juicio, la transición ya está hecha.
En Chile vivimos en democracia’, dijo el presidente Aylwin.
Tal declaración irritó a algunos sectores recalcitrantes en la izquierda, pero la inmensa
mayoría de la opinión pública la acogió con la naturalidad con que se acepta lo evidente.
Ella fue recibida con beneplácito por quienes apoyamos al gobierno militar....Esa de­
claración del Gobierno era, pues realista.... El camino a la democracia, que habíamos
abierto, estaba consolidado”.230
Tiempo después el presidente Aylwin tendría que reevaluar su declaración del 6
de agosto de 1991. Las cenizas ardientes no habrían de ser apagadas con el balde de agua
fría arrojado por el gobierno militar. El legado - las cenizas vivamente ardientes - sería
el desafío principal de los grupos de la Concertación que convocaron a una “fiesta de la
reconciliación y la alegría” en el Parque O’Higgins el 7 de octubre de 1988. El primer
gobierno elegido en forma democrática desde 1970, que asumiría en marzo de 1990, tam­
poco podría apagar las cenizas ardientes durante los siguientes cuatro años.

229 Rafael Otano, Crónica de la transición, Santiago: Planeta, 1995: 63.


230 Fernández (1997): 326.

485
Capítulo 9
La reconciliación nacional:
LA VÍA DE SIEMPRE Y DE NUNCA, 1990-1994

Cronología Política Medidas de Reconciliación,


Amnistías, Indultos
1990
Asume Patricio Aylwin 11 marzo
14 abril Ley 18.978 rehabilita
nacionalidad en forma postuma
a Orlando Letelier del Solar
Se debaten Leyes Cumplido 25 abril Creación Comisión Verdad y
y reformas constitucionales Reconciliación
21 mayo Anuncio de política sobre «presos
políticos», exiliados y violaciones
de derechos humanos
Hallazgo de fosa en Pisagua con
cuerpos momificados de fusilados junio
y detenidos desaparecidos
agosto Propuesta de Indulto General
Indultos
4 sept. Funeral Salvador Allende
5 sept. Ley 18.996 que autoriza
construcción de monumento en
memoria de don Edmundo
Pérez Zujovic
Oficina Nacional del Retomo,
dependiente del Ministerio de
Justicia, por la ley 18.994
«Ejercicio de alistamiento y enlace»
(tensiones gobiemo-Ejército) 19 dic. «Propuesta para la Paz en Chile»
(Senado)

487
1991
enero Senado aprueba reforma
constitucional sobre facultad de
indulto presidencial y leyes de
amnistía- indulto general
Se promulgan «Leyes Cumplido»
Convención Americana sobre D.O.
Derechos Humanos; 5 enero
Retiro de reservas Convención
Interamericana para prevenir y D.O
sancionar la tortura 13 enero
Entrega al país Informe Comisión marzo Validación de títulos obtenidos
Verdad y Reconciliación en el extranjero por los exiliados
Retiro de reservas Convención contra 13 marzo
la Tortura y otros tratos crueles
inhumanos y degradantes 23 marzo Se aprueba reforma constitucional
de art. 9o sobre indultos
presidenciales y art. 60 (16)
sobre quorum calificado para
aprobación de leyes de amnistía
e indultos generales
Asesinato del Senador
Jaime Guzmán abril
Exhumaciones en tumbas N.N.
Patio 29 Cementerio General de
Santiago
oct. Se inicia identificación en
Servicio Médico Legal
Creación Programa de Atención
Integral de Salud para las víctimas
de violaciones de derechos
humanos (PRAIS) Ministerio
de Salud.

488
1992
Creación de Corporación de
Reparación y Reconciliación
Ley 19.123; pensión de
reparación en beneficio de
familiares de las víctimas de
violaciones de DDHH; varios
otros beneficios educacionales,
asistenciales y de salud; exención
del servicio militar obligatorio
Acusación constitucional contra 4
Ministros de la Corte Suprema incluido
el Auditor general del Ejército dic.
1993
Destitución de Ministro
de Corte Suprema (H. Cereceda) enero
«Boinazo» (tensiones gobierno 28 mayo
Ejército)
Proyecto Ley para resolver problemas
de derechos humanos «Ley Aylwin» Ley 19.234 (pensiones para
resistencia de diversos sectores exonerados)
es retirada por el gobierno Ley que autoriza construcción
de monumento en memoria de
víctimas de violaciones a los
derechos humanos
Elecciones
1994
10 marzo Últimos indultos concedidos a
presos políticos (Conmutación
de pena de cárcel por
extrañamiento)
Asume Eduardo Frei Ruiz Tagle 11 marzo

489
Las cenizas ardientes

El 11 de marzo de 1990, Patricio Aylwin asumió como presidente de Chile, encabe­


zando el gobierno de la Concertación. Su mayor preocupación era el dilema y el sueño de
la reconciliación nacional. Como lo expresara el ex ministro Edgardo Boeninger, el go­
bierno de Aylwin entendió “la reconciliación nacional y la creación de la voluntad de
construir el futuro del país entre todos los chilenos como su misión fundamental”.1
Como tarea fundamental, la reconciliación nacional sería una misión casi imposible.
¿Cómo reconfigurar el sistema político y lograr la reconciliación sin avalarse en la impunidad
como aglutinante principal? El programa de la Concertación propoma explícitamente la de­
rogación de la Ley de amnistía de 1978 y abogaba por «la justicia» respecto a los crímenes
contra los derechos humanos, meta entendida como «juicio y castigo» por muchos partida­
rios de la coalición y también por sectores de derecha y de las Fuerzas Armadas.
El gobierno decidió que “la opción por una política conciliadora implicaba, de
partida, admitir que sólo podría implementarse parcialmente el programa de la
Concertación”.2 En particular, no se arriesgaría proponiendo al Congreso la derogación
de la amnistía de 1978 a fin de no producir “fuertes reacciones de hostilidad en las Fuer­
zas Armadas e imposibilitar los acuerdos con Renovación Nacional en otras materias,
echando por tierra la estrategia diseñada”.3
Por lo mismo, en nombre de la reconciliación y de la gobernabilidad, miembros
claves del equipo político en La Moneda fueron dejando de lado varios aspectos centra­
les del programa de la Concertación. El concepto de la reconciliación expresado en la
campaña de 1989 se iba convirtiendo, pasado poco tiempo, en otro concepto más pragmá­
tico que era altamente consistente con la vía histórica de reconciliación política. Se basa­
ba en la impunidad jurídica de ciertos crímenes y en los indultos para otros, las reintegra­
ciones y reconfiguraciones políticas, las reparaciones y pensiones de distinta índole para
compensar, dentro de lo posible, a los vencidos de 1973.
Pero las circunstancias políticas de 1990 no eran equivalentes a las de 1861,1891
o 1932. La reconciliación mediante una amnistía amplia (o como querían algunos actores,
una amnistía ampliada para cubrir crímenes cometidos y «sucesos» ocurridos desde 1978
hasta 1990), la reconfiguración de pactos políticos y la negociación de acuerdos de cúpula
no tendrían la misma acogida ni efectividad transitoria de otras épocas. Para su funciona­
miento, desde 1932, la vía de reconciliación política chilena había recurrido como rutina

Edgardo Boeninger, Democracia en Chile, Lecciones para la gobernabilidad, Santiago: Editorial Andrés Bello,
1997:395.
Ibid: 396.
Ibid.

490
a pactos cupulares, implementados muchas veces en períodos pre-electorales o cuando
recién asumían los nuevos presidentes. Se había tomado poco en cuenta el significado
simbólico y el impacto cultural y concreto de dichos pactos, así como el de las amnistías
que involucraron. En 1990, no sería posible pasar por alto a los sectores de la sociedad
que rechazaban las modalidades cupulares del pasado, ni desconocer a la opinión pública
internacional y a grupos de derechos humanos que se sentían con el deber de influir en la
transición chilena.
Entre 1990 y 1994 los sueños de la reconciliación llevarían a la ilusión y luego a la
desilusión. A pesar de progresos notables en la lucha contra la inflación y la pobreza,
además de iniciativas en asuntos indígenas y ambientales, y la creación del Servicio de la
Mujer (SERNAM), los recuerdos más vividos de los años 1990-1994 serían la imposibili­
dad de cerrar el tema de derechos humanos y los conflictos cívico militares. Aylwin, a no
más de un año de asumir como presidente, a pesar de estos conflictos pendientes, diría el
7 de agosto de 1991: “...a mi juicio, la transición está hecha. En Chile vivimos en democra­
cia”.4 Casi dos años más tarde, en 1993, luego de que el país sufriera la amenaza implícita
de la operación militar apodada «el boinazo» del 28 mayo, el presidente había cambiado
de opinión: “Cuando dije que la transición estaba concluida partí de una visión tal vez un
poco optimista respecto de algunos aspectos, pero es evidente que los hechos han demos­
trados que están todavía pendientes...”.5
Aylwin mantenía vivo su sueño. Poco antes de salir de la presidencia en 1994,
diría en una entrevista con la periodista Raquel Correa, “me gustaría ser recordado como
el Presidente de la Reconciliación”.6 A pesar de este anhelo presidencial, la manera de
cerrar el tema de los derechos humanos y conseguir «la reconciliación nacional» serían
todavía enigmas no resueltos al aproximarse el fin de su gobierno.

El programa de la Concertación y el tema de los derechos humanos

El programa de gobierno de los partidos de la Concertación por la Democracia


asumió, en gran medida, las orientaciones y criterios elaborados por la Comisión Chilena
de Derechos Humanos.7 En dicha propuesta se declaraba que el objetivo principal era la
“construcción de un Estado Democrático Constitucional de Derecho”.8 Entre otras medi­

4 Citado en Hoy, N. 831 (21 al 27 junio, 1993): 12.


5 Ibid.
6 Citado en Rafael Otano, Crónica de la transición, Santiago: Planeta, 1995: 368.
7 “Derechos humanos y plebiscito”, Comisión de Derechos Humanos, Santiago: 1988.
8 “Orientaciones y criterios para la elaboración de una propuesta de derechos humanos para el tránsito a la
democracia”en Derechos Humanos y elecciones presidenciales y parlamentarias, Comisión Chilena de Dere­
chos Humanos, 1989:213-225. Véase también: Comisión Chilena de Derechos Humanos, Gracias al Mundo,
Santiago, 1989.

491
das, se proponía la integración plena del estado de Chile al sistema internacional de
derechos humanos; la promoción de los valores éticos y jurídicos de éstos; y otras medi­
das supeditadas a garantizar y restituir los derechos de las personas y los mecanismos
adecuados para el ejercicio de la democracia. El programa se refería también a los dere­
chos socioeconómicos, a los de los pueblos indígenas y de las mujeres.9
Con relación a las violaciones de derechos humanos se proponían los siguientes
compromisos fundamentales: “En los casos de violaciones sistemáticas de derechos hu­
manos será conveniente acumular, conforme a las reglas ordinarias vigentes, el conoci­
miento de todas ellas en una sola instancia judicial. En todos los procesos por violaciones
de derechos humanos... se respetará también el principio general de derecho en virtud
del cual la responsabilidad penal es personal y, por tanto, no se perseguirá la responsabi­
lidad de las instituciones a las que hubieren pertenecido los eventuales culpables”.10
El programa se refería también a la ley de amnistía de 1978 y decía a la letra:
“Por su propia naturaleza jurídica y verdadero sentimiento y alcance el DL sobre
amnistía, de 1978, no ha podido ni podrá ser impedimento para el establecimiento de
la verdad, la investigación de los hechos y la determinación de las responsabilidades
penales y consecuentes sanciones en los casos de crímenes contra los derechos huma­
nos, como son las detenciones seguidas de desaparecimiento, delitos contra la vida y
lesiones físicas o psicológicas gravísimas.
El gobierno democrático promoverá la derogación o nulidad del Decreto Ley sobre
Amnistía”.11
El tema de los presos políticos y la reparación a las víctimas fueron también as­
pectos fundamentales del programa. En este último punto se consideraba esencial «repa­
rar los daños morales y materiales de las víctimas». Entre esos daños se consignaban la
privación de la nacionalidad y el exilio forzoso. Se agregaba que, «serán eliminadas de la
legislación penal las penas de extrañamiento y confinamiento, por atentar contra el ina­
lienable derecho de todo chileno a vivir en su propia patria». Se indicaba el propósito de

Durante el gobierno del presidente Aylwin (1990-94) se adoptaron leyes especiales en el campo de los
derechos de los pueblos indígenas y de la mujer. Se creó la Comisión Especial de Pueblos Indígenas
(CEPI) en 1990; la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI, Ley 19.253 el 5 de octubre de
1993); y el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM, Ley 19.023 en enero de 1990). Hubo varias iniciativas
legislativas y conflictos sobre las políticas gubernamentales en estas áreas. Una síntesis de los logros y
dificultades se encuentra en Comisión Chilena de Derechos Humanos, Las deudas de la transición, Santia­
go: Ediciones Nacionales, 1994.
“Programa de Patricio Aylwin” en Derechos Humanos y elecciones presidenciales y parlamentarias, Comisión
Chilena de Derechos Humanos, 1989: 227-232.
Ibid: 230. Énfasis de los autores.

492
promover el retorno de los exiliados y de asegurar sus posibilidades de reinserción,
reconociendo los estudios realizados, así como los títulos y grados obtenidos. Se indicaba
además que: “Se aplicarán políticas sociales y de salud física y mental dirigidas
específicamente a las personas afectadas por la represión política.
...Se buscará la reivindicación de aquellos compatriotas que fueron víctimas de
crímenes contra la vida o detenciones seguidas de desaparecimientos por causa de sus
convicciones políticas”.12

Obstáculos institucionales y políticos

La aceptación de la legitimidad de la Constitución de 1980 fue lo que hizo posible


la transición, no obstante las declaraciones negativas respecto a su carácter y a su legiti­
midad realizadas anteriormente por juristas y políticos que llegaron a ser hombres claves
de la Concertación. Los condicionamientos y exigencias al nuevo gobierno fueron varia­
dos y sus limitaciones no provenían únicamente de dicha legalidad. El 23 de agosto de
1989, en la Escuela Militar, el general Pinochet había formulado solemnemente nueve
exigencias para el próximo gobierno. Los antecedentes de este planteamiento se encuen­
tran en las desconfianzas de los sectores militares ante el programa de la Concertación,
particularmente respecto al tema de Derechos Humanos y al de Defensa Nacional y Fuer­
zas Armadas.13 Los puntos exigidos fueron los siguientes:
El cumplimiento de las propias funciones establecidas para las Fuerzas Armadas de
Orden y Seguridad Pública en el capítulo décimo de la Constitución..., en su espíritu y
en su letra.
-La inamovilidad de los actuales comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas y del
general director de Carabineros.
-Velar por el prestigio de las Fuerzas Armadas, de Orden y Seguridad Pública, e impe­
dir los intentos de represalias hacia sus miembros por razones de orden político.
-Impulsar y desarrollar las acciones que se estimen necesarias para evitar la propaga­
ción de la lucha de clases’, en cualquiera desús formas.
-Aplicar las normas legales que impidan el desarrollo de conductas terroristas, así
como sancionar su realización conforme a la legislación respectiva.

12 Ibid: 232.
13 Ver “Un poco de morfina para cambiar las cosas después”. La opinión de un especialista sobre el progra­
ma “Defensa Nacional y Fuerzas Armadas” de la Concertación. Entrevista al general(R) Alejandro Medina
Lois. Revista Hoy N. 627 del 24 al 30 de Julio de 1989: 7.

493
-Respetar las opiniones y solicitudes de informes que emanen del Consejo de Seguridad
Nacional, conforme a las atribuciones que la Constitución Política le señala.
-Mantener la plena vigencia de la Ley de Amnistía.
-Abstenerse el poder político de una intervención improcedente en cuanto a la defini­
ción y aplicación de la política de defensa.
-Respetar la competencia de la judicatura militar, conforme lo establecen las normas
constitucionales vigentes”.14
A esas exigencias se sumaron “situaciones de facto que hicieran imposible cual­
quier reversión sustancial del modelo económico y de los fundamentos de la
constitucionalidad del régimen”.15 Algunas de ellas incidían directamente en las posibili­
dades de verdad y justicia respecto a las violaciones de derechos humanos.
En el primer consejo de gabinete del 28 de marzo de 1990 se definieron las priori­
dades para la realización del programa de gobierno, señalando los objetivos principales
respecto a la problemática de derechos humanos: asegurar el respeto de los derechos
fundamentales y prevenir su transgresión mediante el fortalecimiento del estatuto cons­
titucional y legal.16 Para ello se requería adecuar la legislación a los contenidos de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, a la Declaración Americana y a los ins­
trumentos internacionales complementarios. Pasado poco tiempo, el gobierno creó en el
Ministerio de Relaciones Exteriores el cargo de Asesor en Derechos Humanos, con el rango
de embajador, valorando la relación con la comunidad internacional, lo que correspondía
también a una visión sobre la importancia de los organismos internacionales en la protec­
ción de éstos.17

Otano (1995): 85-86.


Otano (1995): 99.
Nibaldo Fabrizio Mosciatti, “Seis Conflictos para Aylwin” en Revista APSI N. 346 del 11 al 24 de Abril de
1990:4-9.
Debe recordarse que la comunidad internacional asumió un gran compromiso con la situación de violacio­
nes de derechos humanos en Chile. En Naciones Unidas se designó un grupo de trabajo ad hoc formado
por expertos internacionales de derechos humanos en 1975. Dicho grupo visitó el país en 1978. Posterior­
mente se designaron relatores especiales que hicieron un seguimiento de las violaciones de derechos
humanos hasta 1989. Por otra parte, la Asamblea General de Naciones Unidas condenó sistemáticamente
la violación de derechos humanos en Chile entre 1974 y 1989. El número de países que adhirieron a esa
condena fluctuaron entre 80 y 97 países. Ver Domingo Sánchez “Las resoluciones internacionales sobre
Chile: un desafío para la futura democracia” en Revista Chilena de Derechos Humanos- Número Especial-
N. 12 Abril 1990 del Programa de Derechos Humanos de la Universidad Academia de Humanismo Cristia­
no: 61-198.

494
Se promulgó la ratificación de la Convención Americana de Derechos Humanos o
«Pacto de San José de Costa Rica».18 Se retiraron las reservas respecto a las Convenciones
sobre Tortura y se ratificó el Protocolo Facultativo del Pacto de Derechos Civiles y Políti­
cos, que reconoce la competencia del Comité de Derechos Humanos, la Convención de las
Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, y los Protocolos I y n adicionales a los
Convenios de Ginebra, sobre Protección de las Víctimas de los Conflictos Armados
Internacionales y de los Conflictos Armados sin Carácter Internacional, respectivamen­
te. Se presentaron al Congreso Nacional proyectos de ley sobre abolición de la pena de
muerte y sobre modificaciones procesales para asegurar el derecho al debido proceso y
reforzar el resguardo de los derechos humanos en el procedimiento penal.
En el mismo sentido, el programa de gobierno jerarquizó la necesidad de encau­
zar las respuestas a las violaciones de derechos humanos dentro del propósito más gene­
ral de lograr la reconciliación. El 11 de marzo de 1990, en su primer discurso como Presi­
dente de la República, desde los balcones del palacio presidencial, Patricio Aylwin plan­
teó el pluralismo de las opciones ideológicas y de las creencias como un factor inherente
a la convivencia nacional, y como expresión de su preocupación por los efectos de la
profunda división experimentada por la sociedad chilena, subrayando dos de los proble­
mas de derechos humanos pendientes.
podremos pensar distinto, tener distintas creencias, adorar a Dios según nuestra
propia fe pero todos juntos constituimos esa patria que constituyeron O’Higgins, Ca­
rrera y los demás padres de la patria. Esa patria que, según el Himno Nacional, debe
ser el asilo de los pobres contra la opresión”.19
En el mismo discurso hizo referencia a los presos y a los exiliados señalando una pre­
ocupación prioritaria sobre estos problemas.20 En el discurso del 12 de marzo de 1990, en el
Estadio Nacional, lugar que fue un recinto de detención entre septiembre y diciembre de 1973,
Aylwin expresó que:

18 Dicho pacto consagra la Comisión Interamericana de Derechos Humanos como uno de sus órganos así
como la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Esta Comisión tuvo ingerencia en la situación de
violaciones de Derechos Humanos en Chile desde el 14 de septiembre de 1973. El secretario ejecutivo de
esa comisión visitó Chile entre el 12 y 17 de Octubre de 1973 y su informe fue alarmante. El gobierno de
Chile autorizó una visita de miembros de la Comisión entre el 22 de julio y el 2 de agosto de 1974, quienes
recibieron 575 denuncias de violaciones de derechos humanos. Acerca de los informes especiales sobre
Chile, las recomendaciones al gobierno chileno y la defensa de éste, ver: “El caso chileno ante el sistema
Interamericano de protección de los derechos humanos” de Juan Enrique Vargas en Revista Chilena de
Derechos Humanos- Número Especial- N. 12 Abril 1990 del Programa de Derechos Humanos de la Univer­
sidad Academia de Humanismo Cristiano: 31-59.
19 Patricio Aylwin Azocar “Discurso desde los balcones de la Moneda, 11 de marzo de 1990”, La transición
chilena. Discursos escogidos 1990-1992. Santiago, Editorial Andrés Bello. 1992:16.
20 Un análisis de los alcances de este problema se encuentra en Fundación de Ayuda Social de las Iglesias
Cristianas, Jomada de abogados defensores de presos políticos en Chile. Ponencias, 1989. Colección Documentos.

495
“desde este recinto, que en tristes días de aciago odio, de predominio de la fuerza por
sobre la razón, fue para muchos compatriotas lugar de presidio y de tortura, decimos a
todos los chilenos y al mundo que nos mira.¡Nunca más! ¡Nunca más atropellos a la
dignidad humana!¡Nunca más odio fratricida! ¡Nunca más violencia entre hermanos!
...Hemos dicho, y lo reiteramos hoy solemnemente- que la conciencia moral de la na­
ción exige que se esclarezca la verdad respecto a los desaparecimientos de personas, a
los crímenes horrendos y de otras graves violaciones a los derechos humanos ocurridas
durante la dictadura. Hemos dicho también - y hoy lo repito, que debemos abordar
este delicado asunto conciliando la virtud de la justicia con la virtud de la prudencia,
y que concretadas las responsabilidades personales que corresponda llegará la hora del
perdón”.21
“...en este necesario ejercicio de justicia [es preciso] evitar los riesgos de revivir otros
tiempos, de reeditar las querellas del pasado, y de engolfamos indefinidamente en pes­
quisas, recriminaciones y cazas de brujas que nos desvíen de nuestros deberes con el
porvenir. Considero mi deber evitar que el tiempo se nos vaya de entre las manos mi­
rando el pasado. La salud espiritual de Chile nos exige encontrar fórmulas para cum­
plir en plazo razonable estas tareas de saneamiento moral, de modo que más temprano
que tarde llegue el momento en que, reconciliados todos, miremos con confianza hacia
el futuro y aunemos esfuerzos en la tarea que la patria nos demanda”.22
Estos planteamientos enfatizaban que el objetivo del gobierno era «cerrar» el
problema de las violaciones de derechos humanos y alcanzar la «reconciliación nacio­
nal», mediante una fórmula que permitiera cumplir las tareas de «saneamiento moral».
Plantear el tema de la reconciliación como tarea de saneamiento moral y ético excedía
con creces la modalidad histórica de reconciliaciones más bien políticas, basadas en la
impunidad recíproca y en la reconfiguración de los pactos políticos conyunturales «para
seguir adelante». La confusión entre dichas modalidades históricas y las acepciones de la
reconciliación más exigentes, que se referían implícitamente a los elementos del sacra­
mento del perdón y la reconciliación, tales como arrepentimiento, confesión y contrición,
llegarían a complicar extraordinariamente el discurso y el proceso político desde 1990.23

Aylwin (1992): 20-21.


Aylwin (1992): 21,
Es un tema bastante difícil. Los autores entrevistaron a todos los miembros de la Comisión Rettig. Ningu­
no mencionó directamente el sacramento de reconciliación (o de confesión). Pero, sin excepción, el con­
cepto de «reconciliación» implícito en sus comentarios sobre la tarea de la Comisión incluían todos los
elementos básicos del sacramento. En entrevistas con mucho otros actores en los debates sobre la recon­
ciliación y la política coyuntural desde 1990 hasta 1999, este mismo implícito frecuentemente surgía.
Como hipótesis, diríamos que tales implícitos son ampliamente compartidos a nivel casi inconsciente en
la sociedad chilena.

496
En el primer discurso al Congreso Nacional, Aylwin volvió a enfatizar el tema de
la «reconciliación nacional».
“nuestra primera tarea es lograr la reconciliación nacional fundada en la verdad y en la
justicia. Para alcanzar la unidad nacional que anhelamos, es indispensable superar los
agravios del pasado, reparar las ofensas, borrar las sospechas, desvanecer las desconfian­
zas. Solo así lograremos una verdadera -y no solo aparente- reconciliación nacional”.24
De acuerdo a sus planteamientos, la reconciliación dependía en primer lugar del
reconocimiento de los hechos:
«no podemos hacer como si nada hubiera pasado. Sabemos que han pasado muchas
cosas, crueles y dolorosos, dejando una secuela de sufrimientos y a veces también de
rabia en muchos compatriotas, de uno y otro lado. Ignorar esos hechos y procurar
aislamos es favorecer que ese sufrimiento y esa rabia larvada germinen y conduzcan a
expresiones irracionales de odio y de violencia».25
En estos discursos de Aylwin, se planteaban los temas de «verdad», «justicia» y
«verdadera reconciliación» («no sólo aparente»), rechazando implícitamente, la históri­
ca vía chilena de reconciliación política. Ésta había consistido en «echar tierra» sobre los
hechos consumados, amnistiando por igual a los delincuentes conocidos, así como los
anónimos, «mirando hacia el futuro»: borrón, olvido, cuenta nueva. Sin embargo, durante
todo su período presidencial, Aylwin enfrentaría presiones poderosas para, finalmente
volver, dentro de lo posible, a la histórica vía de reconciliación política, dejando de lado
el proyecto de «saneamiento moral», en nombre de la gobernabilidad..

Medidas concretas de reconciliación

Al asumir el gobierno, el presidente Aylwin y sus consejeros se preocuparon de


inmediato de la conflictiva situación que experimentaban los presos políticos y de las
condiciones carcelarias en general. El Ministro de Justicia Francisco Cumplido anunció
que, para los efectos de presentar al parlamento un proyecto de indultos generales, hacia
septiembre u octubre se concluiría un estudio sobre la situación de los presos de acuerdo
a los tipos de delitos de los que habían sido acusados. Mientras tanto, se aplicaba la regla
general de otorgar la libertad condicional en tres mil casos, lo que disminuyó la pobla­
ción penal total de 25.000 a 22.000 individuos.26

24 «Discurso en el inicio de la legislatura ordinaria del Congreso Nacional». Valparaíso, 21 de mayo de 1990.
Aylwin (1992): 31.
25 Aylwin (1992): 31.
zs «Vasily Carrillo representa a una minoría de reos políticos», El Mercurio, 29 agosto, 1990: Cl, C14.

497
Por otro lado, el Pleno de la Corte Suprema, reafirmó la validez del Decreto Ley
de Amnistía de 1978 por 11 votos contra 4, no obstante lo cual, el 24 de agosto, procedió a
fallar de un modo tal, que parecía impedir que los Tribunales de Justicia investigaran
aquellos delitos supuestamente cubiertos por el dicho decreto ley.27; Ante ello, Roque
Tomás Scarpa, Intendente regional de Punta Arenas, declaró que este último fallo “es un
grave daño a la reconciliación nacional”,28 mientras que el propio Ministro Cumplido lo
calificó de “grave” observando una abierta contradicción: “antes de 1985, la Corte Supre­
ma establecía que debía agotarse la investigación para que procediera la amnistía. A
partir de 1986 declara que no es necesario hacerlo completamente”.29
El mismo día (29 de agosto de 1990) varios presos políticos anunciaron que acepta­
rían la conmutación de sus penas por extrañamiento, lo que significaba que el gobierno de
la Concertación prácticamente les estaba otorgando el mismo tipo de indulto que les había
concedido el gobierno militar: el exilio.30 La “justicia dentro de lo posible”, consigna impro­
visada por la Concertación, implicaba beneficiar a los presos políticos con la gracia del
exilio - una medida tan propia de los tiempos de Manuel Montt como de los procederes del
gobierno militar entre 1973 y 1988.31 ¿Podría ser pensable que “la reconciliación” de 1990
partiera con la “conmutación de pena de cárcel por extrañamiento”?; ¿con la aceptación
del olvido jurídico y la impunidad impuesta por el decreto ley 2.191 de 1978?
En todo caso, respecto a los mismos presos políticos y con el propósito de lograr la
liberación del mayor número de casos posibles, el Ejecutivo envió dos proyectos de ley al
Congreso. Uno de ellos estaba destinado a descongestionar las causas traspasadas desde
los tribunales militares mediante la designación de nuevos Ministros de Cortes de Apela­
ciones; el otro, a introducir una reforma transitoria del artículo 9o de la Constitución
Política para conceder al Presidente de la República la facultad de indultar. Igualmente,
se intentaba modificar las normas vigentes sobre libertad provisional con relación a los
delitos considerados como terroristas.

«Un fallo que atenta contra la justicia», El Fortín Mapocho, 29 agosto, 1990: editorial.
«Dictamen que agravia la conciencia pública», El Fortín Mapocho, 29 agosto, 1990: 28.
«De 'grave y obstaculizados' calificó Cumplido sentencia de la Suprema», Las Ultimas Noticias, 29 agosto,
1990:15.
«Presos políticos aceptan opción de extrañamiento», Fortín Mapocho, 29 agosto, 1990:13.
Como hemos indicado en capítulos anteriores, la distinción entre “presos políticos” y “presos comunes” ha
sido bastante relativizada desde el siglo XIX en Chile, ya que son los motivos para delinquir y no el tipo de
delito lo que distinguía a los “presos políticos”. Es decir, el homicidio o el robo violento venían siendo
“crímenes políticos” si se los hiciera en nombre de una causa política. De esta manera, en las guerras
civiles de 1851,1859 y 1891, había muchos “crímenes de sangre”, pero la mayoría fueron indultados o
amnistiados. El gobierno militar eliminó la posibilidad de indulto presidencial en el caso del “terrorismo”
(al menos, los cometidos por sectores de izquierda), y la nueva institucionalidad dificultaba la concesión
de indultos presidenciales para los casos de los “crímenes de sangre”. No así con las amnistías, que eran
prerrogativa exclusiva del Poder legislativo, sujeto, eso sí, al veto del Presidente.

498
Las discusiones de estas iniciativas permitieron observar la fuerte carga emocional
e ideológica asociada a los asuntos de derechos humanos. También dejaron en claro la
difícil coyuntura política en que operaba el presidente Aylwin y el gobierno que presidía.
Extender constitucionalmente la atribución de indulto al Presidente de la República im­
plicaba la posible libertad de personas que se encontraban sentenciadas por la muerte de
personal de las Fuerzas Armadas y de Orden o condenadas por actos caracterizados de
terroristas e, incluso, de algunas de las personas participantes en el fallido intento de
asesinato del General Pinochet de 1986, ocasión en donde murieron 5 miembros de
su escolta.
En medio de estas discusiones, en diciembre de 1990, en su mensaje al Senado
respecto al proyecto de reforma constitucional sobre indulto, amnistía y libertad provisio­
nal, el Presidente Aylwin elevó sus argumentaciones al plano de la reconciliación nacional:
“el gobierno ha puesto especial énfasis en el despacho de varias iniciativas de ley ten­
dientes a obtener, en el más breve plazo, la reconciliación de todos los chilenos. Es así
como nos ha preocupado desde el inicio de nuestro mandato legislar sobre la pena de
muerte, modificando los Códigos de Justicia Militar, Penal y Aeronáutico; sobre los
derechos procesales de las personas y acerca de las conductas terroristas, de la Seguri­
dad del Estado y del control de armas. Sin embargo, nuestros propósitos se han visto
seriamente dificultados por las discrepancias que han surgido con los parlamentarios
de oposición en el Congreso Nacional, puesto que los que respaldan al Gobierno no
cuentan con la mayoría necesaria.
Es por ello que ha sido preciso, para alcanzar los quorum de votación necesarios que
permitan el despacho, aunque sea parcial, de los textos antes señalados, llegar a un
acuerdo político y legislativo con Renovación Nacional.
Aunque el acuerdo logrado dista de satisfacer las aspiraciones del Gobierno hemos de­
bido aceptarlo para poder avanzar tras la ansiada meta de reencontrar a todos los
chilenos. Ese acuerdo involucra un proyecto de reforma constitucional, propuesto por
el Partido Renovación Nacional, que el Poder Ejecutivo somete a la consideración del
Congreso Nacional sólo en atención a que por encontrarse éste en período de Legislatu­
ra Extraordinaria, se precisa de nuestra voluntad para que sea tratado”.32
El hecho que el texto de la Reforma Constitucional propuesta fuese resultado de
un acuerdo con el Partido Renovación Nacional fue enfatizado por el Presidente y fue un

32 «Mensaje de su Excelencia el Presidente de la República con el que inicia un proyecto de reforma consti­
tucional sobre indulto, amnistía y libertad provisional», Senado, sesión 27a. de 19 de diciembre de 1990
(Anexo de documentos): 2165-66. Es de notar que el mensaje presidencial se refiere al artículo 63 y no al
60 donde pensaban modificar los quorums necesarios para los indultos y amnistías respecto a los «delitos
terroristas», pero no respecto a otros tipos de amnistía.

499
argumento recurrente en los debates parlamentarios sobre la misma. En la misma sesión
del Congreso en que se presentó la moción del Ejecutivo, Sebastián Piñera, representan­
te de la oposición, informó que “un grupo de cuatro senadores, pertenecientes a distintos
Partidos, tanto del gobierno como de oposición, presentamos un documento que se deno­
mina ‘Propuesta para la paz en Chile’, hacia el cual, naturalmente quisiéramos lograr la
máxima adhesión”. El documento, leído por el senador demócrata cristiano Máximo
Pacheco, empezaba proclamando que:
“existe hoy entre los chilenos un profundo anhelo de paz y reconciliación. La tarea de
lograrlas constituye un gran desafío, del presente y del futuro, en que todos los hombres
de buena voluntad, estamos comprometidos. ...El pasado constituye un severo obstáculo
para la paz y reconciliación. ...No podemos permitir que las divisiones del pasado destru­
yan los acuerdos del futuro. No podemos permitir que el pasado destruya el futuro”.33
Sin embargo, no todo era consenso. La Unión Demócrata Independiente (UDI), no
tardó en declarar su desaprobación al acuerdo entre el gobierno con Renovación Nacio­
nal. En la Cámara de Diputados, un miembro de su bancada, Víctor Pérez, insistió en que:
“Es fundamental diferir el estudio y aprobación de cualquier reforma constitucional,
al menos durante el actual período presidencial. Para fortalecer y consolidar la vida
democrática, como para acrecentar la confianza de los agentes económicos internos y
extranjeros de nuestro esquema de desarrollo, es vital la estabilidad institucional”.34
Además, les recordó a los diputados que,
“No podemos, sin cometer un serio error, olvidar que el Presidente Allende argumentó
en forma similar [a los que favorecen la reforma] para el indulto de quienes calificó
como ‘jóvenes idealistas’. Aseguró que bajo el Gobierno de la Unidad Popular ellos no
actuarían con violencia. A los pocos meses, asesinaron al ex Ministro del Interior don
Edmundo Pérez Zujovic, quienes habían obtenido su plena libertad gracias al indulto
presidencial, en calidad de ‘jóvenes idealistas’.
La UDI confía en que, al votar este proyecto, todos nosotros tengamos muy presente esa
trágica experiencia.
...En quinto lugar, se sitúa el proyecto en la perspectiva de la reconciliación nacional,
la cual es la más importante para abordar el tema.
Durante los últimos 25 años, Chile vivió un clima de polarización política y de proyec­
tos excluyentes, donde el odio entre los chilenos se agudizó conscientemente, llegándose
a un cuadro de guerra civil o de guerra interna, con las dolorosos consecuencias que
todos hemos vivido.

Senado, sesión 27a. de 19 de diciembre de 1990:2234-35.


Cámara de Diputados, sesión 31a. de 22 enero de 1991:3775.

500
...La UDI estima que, más temprano que tarde, deberemos abordar el desafío de supe­
rar global y definitivamente los hondos quiebres que en los últimos 25 años provoca­
ron la rotura de la convivencia entre los chilenos.
Todos nosotros lo haremos con normas más amplias que las del ‘acuerdo marco', respec­
to de todos los bandos en que Chile se dividió trágicamente.
Así como ayer contribuimos a ese ‘acuerdo marco’ [y a aprobar a las ‘leyes Cumplido],
haremos cualquier esfuerzo para colaborar con iniciativas que tengan un espíritu se­
mejante. Pero esas mismas razones nos llevan a rechazar estas reformas, por no ser un
instrumento eficaz, equitativo y prudente hacia la auténtica reconciliación nacional”.
“No nos sumamos a un proyecto cuya aprobación dañará la defensa de la estabilidad
institucional en el futuro. No nos plegaremos a una iniciativa que lanza una señal
pública equívoca de debilitamiento jurídico frente al terrorismo. No apoyaremos esta
reforma, cuyo principal alcance político consiste en el indulto presidencial de terroris­
tas, porque al entregar la llave jurídica al actual o a cualquier otro Jefe de Estado,
cargaremos nuestras conciencias con la responsabilidad moral de las consecuencias
que se deriven de su ejercicio, que todo permite avizorar que serán luctuosas”.35
No obstante su vigoroso apoyo a la amnistía de 1978, en esta ocasión la UDI recha­
zaba el indulto para los «terroristas». Por otra parte, daba a entender que participarían
en un «acuerdo marco» ampliado, es decir, en un pacto político para cerrar el tema de
derechos humanos y contribuir a la «auténtica reconciliación nacional» diciendo: «res­
pecto a establecer la amnistía, resulta plausible, ya que dicha institución suele ser la
única vía para obtener la paz social luego de graves convulsiones políticas o sociales, sean
de origen externo o interno».36
La UDI proponía implícitamente una amnistía para casi todos.37 Sin embargo,
como la Concertación excluía la posibilidad de amnistiar los «crímenes contra la humani­
dad», la UDI contrargumentaba: “si estimamos que existen delitos que, por su gravedad,
no son posibles de ser favorecidos por la amnistía, como los crímenes de guerra y los de
lesa Humanidad, es necesario tener presente que el ejercicio del terrorismo constituye
hoy una de las expresiones más crueles y amenazantes de crímenes contemporáneos con­
tra la Humanidad, por los que, a nuestro juicio, no deberían entonces ser amnistiables”.38
En enero del año siguiente en la Cámara de Diputados, el diputado Carlos Bombal
de UDI dijo:

35 Ibid: 3778-3780.
36 Ibid: 3775.
37 Ascanio Cavallo, «La amnistía que casi casi», La Epoca, 27 de mayo de 1990: 7.
38 Ibid.

501
“aquíse trata de resolver un problema político que tiene el Gobierno: conceder la liber­
tad a asesinos confesos de víctimas que fueron asesinadas sin piedad. De ellas, no se
dice nada.
¡A las víctimas, el olvido; a los victimarios, la misericordia y la atención absoluta de
todos los Poderes del Estado!”.39
En contraste, la diputada del Partido Renovación Nacional Evelyn Matthei señaló:
“nuestra labor no es moral; es política. Nuestra labor es permitir y facilitar que en nues­
tra patria se cierren las heridas del pasado y ofrecer a nuestros hijos un país en paz.
Por eso, aprobaremos esta reforma constitucional”.40
La reforma constitucional sobre el indulto presidencial sería aprobada en enero
de 1991, en la Cámara de Diputados por 96 votos contra 13, para ser considerada por el
Congreso pleno en el plazo de sesenta días. Dicha reforma limitaría la autoridad presi­
dencial para «indultar» en los casos de «terrorismo» a aquellos ocurridos antes del 11 de
marzo de 1990, reafirmando que los crímenes «terroristas» son siempre delitos comunes
y no políticos.
El debate sobre la reforma se había enfocado en temas de la coyuntura, el indulto
para «terroristas» y la búsqueda de una reforma constitucional para lograr la liberación de
los «presos políticos», cumpliendo así compromiso adquirido por la Concertación. La pren­
sa había estado informando desde mayo de 1990 sobre la propuesta para reformar la Cons­
titución (art. 9, inciso 3) acerca de la atribución presidencial del indulto y de las negociacio­
nes respecto a las ‘leyes Cumplido’.41 Los debates de dichas leyes eran complejos, se tendía
a mezclar y confundir la discusión específica con el tema de la liberación de los presos
políticos, y hasta con la posibilidad de que el gobierno y la oposición negociaran una ley de
«punto final». En El Mercurio, se planteaba «¿amnistía, indulto, rebaja de penas de un
acuerdo marco revivido?».42 Es decir, se insinuaba una ley de punto final -pero no se men­
cionaba ninguna reforma constitucional respecto a la atribución legislativa sobre las leyes
de amnistía y los indultos generales. También se preocupaban de la propuesta de reforma
municipal y de las divergencias entre la UDI y RN sobre las relaciones con el gobierno.43
Otros temas concentraron la atención de la prensa, como las relaciones cívico-militares; los
roces entre el gobierno y el comandante del Ejército por los llamados «pinocheques» y los

Cámara de Diputados, sesión 31a. de 22 de enero de 1991:3792.


Ibid: 3799.
Véase, por ejemplo, «Concertación y RN se aproximan a acuerdo sobre leyes Cumplido», Fortín Mapocho,
13 de noviembre de 1990:3; «Senado aprobó facultad de indulto presidencial», La Nación, 9 de enero de
1991:12.
«El timing de los derechos humanos», El Mercurio, 4 de noviembre de 1990: D6.
«El gobierno reiteró interés por la ley de reforma municipal», La Nación, 3 de junio de 1990:12.

502
negocios de su hija, Lucía Pinochet Hiriart con Televisión Nacional y el Instituto de Segu­
ros del Estado; los cadáveres encontrados en una fosa de Pisagua, el «ejercicio de enlace y
alistamiento» de diciembre de 1990 y el trabajo de la Comisión Rettig. Incluso se informa­
ba sobre varios procesos contra periodistas por «ofensas a las fuerzas armadas» sustancia­
do ante la justicia militar y el escándalo sobre corrupción por la situación de la «Cutufa».44
En este contexto, la prensa termino considerando la propuesta de reforma consti­
tucional del artículo 9°, como la manera de resolver el «problema de los presos políticos»,
sin dar mayor importancia a otros aspectos incluidos en la reforma.4546 En parte no era
sorprendente, pues hasta noviembre las conversaciones entre RN y la Concertación se
centraron casi únicamente en la modificación del artículo 9o de la Constitución, funda­
mento de la ley antiterrorista.45 La posible reforma del artículo 60 (16), referido a las
atribuciones del Congreso para conceder indultos generales y amnistías pasó aparente­
mente desapercibida.47 Los dramáticos acontecimientos en las relaciones cívico-militares

44 «El ‘suprapoder’ de Pinochet intenta acallar a ‘El Siglo’», El Siglo, (13-19 de mayo) 1990:12-13; «Caso
Pisagua: Esta tarde entregarán 15 cuerpos a los familiares», La Segunda, 13 de junio de 1990: 4; Marcelo
Contreras, «Castigo para quienes ofenden a las fuerzas armadas», APSI, N. 363 (10 al 23 de octubre de
1990): 10; «La siniestra historia de la Cutufa y todas sus relaciones con la CNI», Fortín Mapocho, 26 de
octubre de 1990:13; «¿Dónde está la plata de ‘La Cutufa’?», El Mercurio, 28 de octubre de 1990: DI—2; «La
‘Cutuffaa surgió para financiar la CNI», Fortín Mapocho, 13 de noviembre de 1990:19;« Ejército denunció
campaña ‘infamante’ en su contra», La Tercera, 9 de enero de 1991: Crónica/5; «Atacar al Ejército es cobar­
de, pues no puede defenderse», La Época, 10 de noviembre de 1990: 11; y poco antes de aprobada la
reforma constitucional en la Cámara, «Hoy declararía Pinochet hijo, finalizando la fase probatoria de la
comisión cheques», La Época, 15 de enero de 1991:11; «Por unos cheques más», Página Abierta (Quincena
del 21 de enero al 3 de febrero) 1991:9-11.
45 «Denuncian campaña contra las Fuerzas Armadas y de Orden», Fortín Mapocho, 11 de agosto de 1990: 4;
«General Pinochet rebatió a ministros Krauss, Silva Cimma y Patricio Rojas», La Época, 21 de agosto,
1990:12; «Nervios en la familia Pinochet», APSI, N. 372 (31 diciembre de 1990 al 13 de enero de 1991): 13-
17; Carlos Sánchez Trincado y Francisco Alfonso, «La transición con el fusil al pecho», Punto Final, (Di­
ciembre, 1990): 4; «Gobierno desestima que haya intentos hostiles a FEAA.», El Mercurio, 10 de enero de
1991: portada, A12; «Reacción de Partidos Políticos ante declaración del Ejército», El Mercurio, 10 de
enero de 1991: C4; «La advertencia del Ejército», El Mercurio, 13 de enero de 1991: D4; y en la semana en
que salió la reforma constitucional de la Cámara, «Malestar en el Ejército. El león insomne», APSI, N. 373
(14 al 27 de enero de 1991): 6-7, que no menciona la reforma constitucional respecto a la atribución del
Congreso para conceder las amnistías e indultos generales.
46 Las reformas propuestas por las «leyes Cumplido» eran bastante complicadas, afectando al Código de
Procedimiento Penal, la Ley de Control de Armas (ley 17.798), la Ley 19.027, que se refiere a las conductas
terroristas y fija su penalidad, la Ley de Seguridad del Estado (12.927), el Código de Justicia Militar, el
Código Aeronáutico. Entre otros temas controversiales se debatía la eliminación de la pena de muerte y
las condiciones de libertad provisional. A estas materias se agregaba el tema de los «presos políticos» y a
veces también las posibilidades de la «reconciliación» mediante una ley de punto final. Véase Senado,
sesión lia. de 8 de noviembre de 1990:912-958; «‘Leyes Cumplido’ bajo la lupa del senador Pacheco», La
Época, 30 de enero de 1991:15.
17 «La Concertación y RN buscan acuerdo sobre los presos políticos», Fortín Mapocho, 6 de noviembre de
1990:3.

503
entre diciembre de 1990 y fines de enero de 1991, reorientaron la atención de los medios.
Sus titulares dieron cuenta especialmente del ejercicio de enlace y alistamiento del Ejérci­
to del 19 de diciembre, la ocupación de la ex-Cárcel Pública por grupos que protestaban
por las condiciones de vida de los presos políticos, y la huelga de hambre anunciada por sus
familiares en la segunda semana de enero.48 Más aun, en la tercera semana de enero de
1991 empezó la guerra del medio oriente, con el primer ataque aéreo contra Irak en la
madrugada del 17 de enero desviando la atención del suceder nacional.49
En todo caso, la preocupación por la reforma del artículo 9 respondió a la posibilidad
de «solucionar» el problema de los presos políticos y al deseo de Renovación Nacional de
negociar algunos acuerdos más amplios con el gobierno. Como dejó en claro el senador William
Thayer de RN en los debates, se buscaba adecuar el articulado de la Constitución a los com­
promisos vigentes en la materia que señala el Pacto de Derechos Civiles y Políticos (art. 6
núm. 4) respecto al derecho de todo condenado a muerte, sin excepciones, a la posibilidad de
ser indultado. Insistió, a su vez, que “debe respetarse la ley de amnistía vigente [de 1978], por
cuanto su derogación o enmienda contra el principio pro reo genera toda clase de problemas
jurídicos, humanos y políticos”.50
Sin embargo, de las transacciones políticas entre RN y la Concertación emergería
una reforma constitucional de mucho mayor envergadura, que no se limitó a modificar la
atribución del presidente respecto a los indultos sino también, mientras restauraba esas
atribuciones parlamentarias con respecto a los delitos terroristas, siempre con un quorum
de dos tercios en las dos Cámaras legislativas, restringía las atribuciones existentes del
Parlamento para participar de las amnistías e indultos generales.51 Curiosamente, a pe­
sar de la importancia potencial de esta reforma, ésta casi no fue comentada en la prensa
y, además, fue muy poco debatida en el Congreso.52 En noviembre de 1990 el diputado
Alberto Espina (RN) señalaba que “se han dado pasos concretos para llegar a un acuerdo

«Acusan al Gobierno de un doble estándar con presos», La Tercera, 9 de enero de 1991: Crónica/5.
«Augusto Pinochet Hiriart no era un mero mandatario», «La reforma postergada», La Nación, 20 de enero
de 1991: 8,13; « Lo que dijo el hijo de Pinochet», El Mercurio, 20 de enero de 1991: D6-9; «General
Pinochet conocía manejos de empresa PSP», «Actitud de Pinochet Hiriart es éticamente censurable»,
Fortín Mapocho, 26 de enero de 1991: 5; «El tiempo es la clave», Página Abierta (Quincena del 21 de enero
al 3 de febrero de 1991): 12-15 (reportaje sobre la guerra del medio oriente).
W. Thayer en Senado, sesión lia. de 8 de noviembre de 1990: 941-942.
El artículo 9 rezó: «No procederá respecto a estos delitos la amnistía ni el indulto, como tampoco la liber­
tad provisional respecto de los procesados por ellos. Estos delitos serán considerados siempre comunes y
no políticos para todos los efectos legales».
Desde el inicio de las negociaciones se buscaba un entendimiento con RN, pero no se mencionaba una
reforma respecto a la atribución del Congreso para conceder las amnistías e indultos generales. Incluso en
los debates del informe de la Comisión Mixta sobre los elementos de las leyes Cumplido, todavía no se
menciona la reforma del artículo 60. Véase «Boeninger optimista sobre las reformas penales», La Época,
30 de mayo de 1990:9; Senado, sesión 28a. de 20 de diciembre de 1990: 2339-2349.

504
sobre la materia [de los presos políticos]”, sin especificar cuáles serían las bases de dicho
acuerdo.53 También en noviembre, en la revista Hoy, el periodista Víctor Vaccaro comen­
taba la posibilidad de un “desbloqueo” en el mismo tema, dejando constancia que no se
habían explicitado los motivos de RN para colaborar con el gobierno en una reforma de la
Constitución Política al respecto:
“No están claras aún las razones por las cuales la oposición ha decidido desbloquear en
el parlamento la materialización de una solución para los 220 presos políticos, solu­
ción que hace 7 meses buscó el Gobierno a través de las Leyes Cumplido. Hay quienes
sostienen que el cambio de conducta se origina en un creciente enfrentamiento de co­
rrientes dentro de Renovación Nacional, lo que produciría un comportamiento erráti­
co y a veces contradictorio en el principal partido de la derecha. Quienes sostienen esto
último como el diputado PPD Víctor Manuel Rebolledo- subrayan la preeminencia que
ha vuelto a asumir el senador Sergio Onofre Jarpa en las decisiones públicas deRNy
recuerdan que fue éste quién ideó la fórmula de la reforma del artículo 9o de la Consti­
tución que actualmente impide al Presidente de la República indultar, al Legislativo
aprobar una ley de amnistía y al Poder Judicial conceder la libertad provisional cuan­
do se trata de reos de violaciones a la ley de conductas terroristas, control de armas y
segundad del Estado”.54
El periodista agregaba que después del estancamiento de las negociaciones por
los hechos de Pisagua, había sido esta propuesta la que produjo el vuelco que posibilitó
llegar a un compromiso para despachar en el Senado las tres «Leyes Cumplido» antes del
17 de noviembre. Pero Vaccaro no menciona una posible enmienda en el artículo 60, que
modificaría y restringiría la atribución del Congreso para conceder amnistías e indultos
generales en el futuro.
El 17 de noviembre, Sergio Diez señaló que Renovación Nacional, presentaría un
proyecto de ley sobre indulto a fines de ese mes, después de ser revisado por la Comisión
de Estudios Constitucionales del Partido que entonces era presidida por Carlos Reymond.
Pero, no obstante señalar que “con respecto a las leyes de amnistía, la disposición perma­
nente que RN quiere establecer posibilita el establecimiento de leyes de amnistía con un
quorum especial”,55 el Senador sólo se refería explícitamente al artículo 9, inciso tercero
de la Constitución.
A fines de enero de 1991 se votó la modificación del artículo 60 (16) de la Consti­
tución Política, que estipulaba el procedimiento para legislar en materia de amnistías e

53 «Acuerdo para liberar a los presos políticos», Fortín Mapocho, 13 de noviembre de 1990: 20.
54 Víctor Vaccaro, «Reactivación de las Leyes Cumplido» Hoy N. 694 año XIV (del 5 al 11 de noviembre) 1990:
16-17.
55 «RN presentará proyecto sobre indulto a fin de mes», El Mercurio, 17 de noviembre de 1990: C5.

505
indultos generales. Además de requerir los votos de las dos terceras partes de los diputa­
dos y senadores en ejercicio cuando se tratara de delitos calificados de terroristas (eli­
minando así el impedimento absoluto estipulado en el artículo 9, de amnistiar, indultar o
conceder la libertad condicional en los casos de delitos terroristas), se sustituyó el tradi­
cional voto de mayoría de los legisladores presentes por un nuevo requerimiento de quorum
calificado para aprobar los proyectos de ley que concedieran indultos generales o amnis­
tías.56 Aunque esta reforma representaba un cambio significativo y sin precedentes en las
constituciones de 1833,1925 o 1980, debemos insistir en que en esta ocasión práctica­
mente no hubo debate sobre el tema, incluso entre los congresales de la UDI y RN quie­
nes, por lo general, y especialmente durante el primer gobierno de transición, se oponían
a cualquier enmienda de la Carta de 1980.57
La Constitución de 1980, en su artículo 60 (16) estipulaba “Sólo son materias de
ley...las que concedan indultos generales y amnistías y las que fijen las normas generales
con arreglo a las cuales debe ejercerse la facultad del Presidente de la República para
conceder indultos particulares y pensiones de gracia...”. La reforma de 1991 rezaba: “Las
leyes que concedan indultos generales y amnistías requerirán siempre de quorum califi­
cado. No obstante, este quorum será de las dos terceras partes de los diputados y senado­
res en ejercicio cuando se trate de delitos contemplados en el artículo 9”.58 Los legislado­
res de Renovación Nacional no querían «dar señales de ablandamiento frente a los actos
terroristas».59 No obstante, los diputados de la UDI votarían en contra de la reforma por
varios motivos incluyendo, según el congresal Víctor Pérez, que
“No debemos dejar pasar el hecho de que el Programa de la Concertación propone
expresamente consagrar a nivel constitucional el predicamento de que no sean
amnistiables los llamados delitos contra la Humanidad.
Si estimamos que existen delitos que, por su gravedad, no son posibles de ser favoreci­
dos por la amnistía, como los crímenes de guerra y los de lesa Humanidad, es necesario
tener presente que el ejercicio del terrorismo constituye hoy una de las expresiones más

Como explica Carlos Andrade Geywitz, por lo general las leyes “deben adoptarse por la mayoría de los
presentes. Cuando la Constitución ha querido establecer un quorum distinto para adoptar acuerdo lo
señala expresamente”. (Elementos de derecho constitucional chileno, 2a. ed., Santiago: Editorial Jurídica de
Chile, 1971:421).
«Hasta 1994, J. Guzmán: «Constitución no debe sufrir reformas», El Mercurio, 27 de mayo de 1990: C3.
Mario Verdugo Marinkovic, Constitución Política de la República de Chile. Notas e indices temáticos, Santiago:
Editorial Jurídica Conosur, 1997. Verdugo Marinkovic ofrece la siguiente nota al respecto: «El artículo N.
3 de la ley N. 19.055, D.0.1.04.91, agregó el inciso segundo del N. 16), inserto en este texto», (p. 68).
«Explican Espina y Schaulsohn, Bases para acuerdo del gobierno y RN», La Nación, 14 de noviembre,
1990:12.

506
crueles y amenazantes de crímenes contemporáneos contra la Humanidad, por lo que,
a nuestro juicio, no deberían entonces ser amnistiables”.60
La UDI no sólo era contraria a enmendar la Constitución, sino que insistía en
equiparar las violaciones de los derechos humanos de los estados soberanos con los crí­
menes de grupos e individuos calificados, en cada estado-nación a su criterio, de «terro­
ristas». De hecho, como se ha dicho, la Constitución de 1980 definió explícitamente al
terrorismo como «por su esencia contrario a los derechos humanos» (artículo 9). En la
sesión de aprobación del proseso, desde las filas de la Concertación, el diputado radical
Jaime Campos expresó preocupación respecto a las consecuencias futuras de la reforma
que restringiría la atribución del Congreso para conceder las amnistías e indultos gene­
rales por simple mayoría. No obstante, de todas maneras dio su voto para aprobar el
proyecto acordado entre el gobierno y Renovación Nacional:
“Tengo reservas con el número 16 del artículo 60, que establece quorum calificado para
cualquier indulto general o ley de amnistía que se dicte. Eso no existía ni en la autori­
taria Constitución aprobada el año 1980. Sin embargo, por esta vía, hoy día el Parla­
mento democrático está objetivamente elevando o aumentando las exigencias legisla­
tivas en este orden de consideraciones. Dicho de otro modo, estamos estableciendo una
autolimitación a la potestad del Congreso democrático. Creo que es preocupante tam­
bién que se establezca un quorum tan elevado, como es el de las dos terceras partes de
los Diputados y Senadores en ejercicio, para aprobar una ley de amnistía que favorez­
ca a las personas procesadas por delitos políticos. Sin embargo, entiendo el acuerdo
político que existe detrás de esta reforma constitucional”.61
El 3 de marzo de 1991, El Mercurio informó que dentro de poco el Congreso Pleno
aprobaría dicha reforma, pero sin mayor comentario sobre la diferencia entre la facultad
constitucional del Congreso para conceder amnistías e indultos generales (art. 60,16, de
la Constitución de 1980), y los cambios por aprobarse a fines de marzo.62 Llegado el mo­
mento de votar la reforma en el Congreso Pleno, el 23 de marzo de 1991, hubo otras
referencias menores al cambio en el quorum requerido para las amnistías e indultos ge­
nerales futuros, no obstante el enfoque principal era el indulto a los «presos políticos»
encarcelados por el gobierno militar. El senador Sergio Diez (RN) señaló:
“Este acuerdo político resguarda las bases jurídicas de la seguridad colectiva. No hay
reducción de penas. Los delitos de control de armas y los cometidos por bandas

60 Cámara de Diputados, sesión 31a. de 22 de enero de 1991: 3775.


61 Cámara de Diputados, sesión 31a. de 22 de enero de 1991:3798.
62 «En Congreso Pleno se debe aprobar primera Reforma Constitucional», El Mercurio, 3 de marzo de 1991:
C3. Dice: «Esta reforma, además faculta al Congreso a dictar leyes de amnistía y los indultos generales y
a los tribunales otorgar la libertad provisional en casos de delitos calificados como terrorismo».

507
armadas quedan entregados a la competencia de los tribunales militares, lo que nos
parece lógico y adecuado para su éxito que así suceda. Se reemplaza la Ley Antiterrorista
por otra que no sólo tipifica con claridad los delitos, sino que también mantiene la
competencia y las penalidades para ello fijadas. Y estas leyes han sido mantenidas y
aprobadas por la casi unanimidad del Congreso Nacional.
...El terrorismo sigue siendo un delito contra el hombre, no indultable; su amnistía y
su libertad provisional están sujetas a normas restringidas y calificadas que todos
aceptamos.
...Con la misma pasión con que hoy defendemos la facultad del Presidente de la Repú­
blica para indultar por todos los hechos acaecidos antes del 11 de marzo de 1990,
defendemos la estabilidad y la vigencia de la ley de amnistía de 1978, que corresponde
a igual período.
Somos absolutamente concordantes.
Creemos que circunstancias históricas especiales justifican amnistías generales o in­
dultos particulares por el Presidente de la República sin otra limitación que la pruden­
cia del juicio de los Parlamentarios en los casos de la ley de amnistía -o de los legisla­
dores en el caso del pasado- y la prudencia de la aplicación de los indultos por el Jefe del
Estado en el futuro.
Por eso, señor Presidente, nosotros propusimos al Gobierno esta reforma constitucio­
nal, a fin que, junto con solucionar injusticias, para asegurar la estabilidad social que
el país requiere, reafirmemos los principios del Derecho, indispensables para el futuro
que queremos”.63
El senador Jaime Guzmán (UDI), en contraste, mantuvo su oposición a la reforma
argumentando que “esta reforma tiene como potenciales beneficiarios a los integrantes
del grupo más peligroso de los mal llamados ‘presos políticos’, porque el eventual indulto
de todos los demás no requeriría en absoluto de esta modificación de la Carta Fundamen­
tal. ... votamos en contra de esta reforma constitucional, porque somos contrarios a que
personas condenadas por delitos terroristas puedan ser indultadas por la sola voluntad
del Presidente de la República, quienquiera que éste sea”.64 Guzmán nunca antes había
expresado dicha oposición a los indultos y a las conmutaciones de pena concedidas por el
gobierno militar. Más interesante todavía, en sus argumentos contra la reforma constitu­
cional, no mencionó los cambios propuestos en la histórica atribución del Congreso para
conceder amnistías generales con la aprobación de las simples mayorías de cada Cámara,
fórmula vigente desde 1833.

Senado, Sesión Congreso Pleno de 23 de marzo de 1991:11-12.


Ibid: 13-14.

508
El senador Ricardo Hormazábal (DC), fundamentando su voto a favor de la refor­
ma expresó:
“¡Nos llama la atención que quienes advierten sobre el peligro de los que hoy día están
encarcelados no digan nada cuando por las calles se pasean los que asesinaron en
Pisagua, los que entregaron a los campesinos en Lonquén, lo que torturaron impune­
mente en tantas partes!
...¡Prisionero político chileno, para nosotros no eres un héroe! ¡No usaste los medios
que consideramos correctos! ¡Aquí está hoy, en manos de un Parlamento de gente que
piensa distinto, la oportunidad de reintegrarte a la sociedad chilena! ¡Podrán algunos
de ustedes fallar como lo hicieron con Edmundo Pérez Zujovic o con tantos otros! ¡Pero
si sólo uno de ustedes se salva, habrá valido la pena, porque en lugar de vivir en la
angustia del dolor y las tinieblas, nosotros somos hijos de la esperanza, gracias a Dios!
Votamos que sí”.65
El senador Hormazábal tampoco se refirió al cambio fundamental en la atribu­
ción parlamentaria respecto a los indultos generales y las amnistías. Por su parte, el dipu­
tado Teodoro Ribera (RN), justificó la reforma en nombre de la estabilidad institucional
del pais:
“...esta reunión del Congreso Pleno, la primera que tiene por objeto abocarse a ratificar
una reforma constitucional, es importante por varias razones.
La primera, porque es indudable que aquí se reúnen los más puros y valiosos represen­
tantes de la patria. En nosotros se ha delegado la soberanía popular, para ejercerla
mirando principalmente hacia el futuro, y no al pasado. No podemos ser los guardia­
nes eunucos del pasado; estamos aquí para construir virilmente el futuro.
...Cada reforma modifica algo; pero al mismo tiempo ratifica lo no modificado. La que
hoy realiza el pueblo de Chile ratifica en plenitud las demás disposiciones constitucio­
nales contempladas en la Carta de 1980.
La libertad provisional... que consagramos para quienes están procesados por delitos
terroristas, no es una libertad cualquiera: se exige que el tribunal de alzada la ratifi­
que unánimemente. Del mismo modo, la amnistía y un indulto general cualquiera:
requieren un quorum constitucional tan alto como el más elevado que se exige para
modificar la propia Carta Fundamental.
Esto significa, por tanto, que una amnistía o un indulto general para delitos terroristas
va a implicar siempre una voluntad de todos los representantes de la nación, una volun­
tad que indudablemente traerá asimismo como consecuencia un amplio consenso social.

65 Ibid: 15-16.

509
Señor Presidente, Renovación Nacional impulsó y apoyó esta reforma, y lo hizo sobre
la base de que Chile necesita reconciliación y de que somos un país basado en la tradi­
ción judeo-cristiana, en la que el perdón es uno de los elementos esenciales. Solamente
los seres humanos, con su racionalidad, pueden perdonar; las especies animales no son
capaces de ello; sólo les está permitido él olvido”.66
Según el diputado Ribera, esta primera reforma de la Constitución de 1980, que
se realizó en el Congreso y no mediante el plebiscito de 1989, se haría en nombre de la
Reconciliación.
Al día siguiente, El Mercurio informó sobre la reforma constitucional en un artícu­
lo a página completa. Señalaba que ésta se había aprobado sin debate y que permitía que
a los presos políticos “el Presidente Aylwin los pueda indultar total o parcialmente, o
cambiar las penas por relegación o extrañamiento; que el Congreso tenga las facultades
para dictar leyes de amnistía y de indultos generales; y que los tribunales puedan otor­
garles la libertad provisional a esos delitos”.67 El artículo incluyó una lista de personas
“en condiciones de ser indultadas” y señaló que en el último año Aylwin había concedido
115 indultos totales o parciales. No se mencionó el artículo 60 de la Constitución Política
ni se les recordó a los lectores que, prácticamente desde los comienzos de la República,
el Congreso había tenido la atribución de conceder amnistías e indultos generales. La
prohibición constitucional que impedía la amnistía o indulto en los casos de delitos cali­
ficados como“terroristas”, se había establecido sólo en la Constitución de 1980. Dicha
prohibición era contraria a toda la tradición política-constitucional del país respecto a las
amnistías políticas desde los tiempos de O’Higgins, Freire y Bulnes.
De hecho, se habría dificultado la aprobación de la mayoría de las amnistías polí­
ticas del siglo XX si hubiera regido esta norma constitucional desde 1925.68 En 1991, era
difícil saber a ciencia cierta el impacto de la enmienda constitucional sobre el futuro del
país, pero de manera sutil y profunda se había alterado la histórica vía chilena de recon­
ciliación política. Los “delitos políticos” del pasado fueron muchas veces “terroristas” en
términos modernos (es decir, según los criterios de la ley antiterrorista de 1984). Reque­
rir un quorum calificado o los dos tercios de los diputados y senadores en ejercicio para
conceder una amnistía o indulto general, según el delito, podría impedir no sólo la libera­
ción o la gracia del olvido jurídico para “terroristas”, sino también la aprobación de

Ibid: 19-20.
Pilar Molina Armas, «Un perdón polémico», E! Mercurio, 24 de marzo de 1991: D4.
Incluso podría complicar la periódica y tradicional concesión de amnistías por delitos tipificados en las
leyes electorales y de reclutamiento militar, como aquella concedida por la ley 18.991 del 16 de agosto de
1990, a los infractores de la Ley Orgánica Constitucional sobre Votaciones Populares y Escrutinios, en el
período entre el 1 de octubre de 1988 y el 31 de diciembre de 1989 («Publicada amnistía por ley electo­
ral», La Nación, 17 de agosto de 1990:13).

510
cualquier ley de amnistía política, incluida una ley de “punto final”, durante los años
venideros. Desde luego, como lo había expresado el diputado Ribera, la reforma constitu­
cional de 1991 implicaba también que cualquier amnistía que se aprobara en el futuro,
tendría que ser sobre la base de un consenso amplio y no de una mayoría simple, como
había ocurrido tantas veces en el pasado. ¿Tal vez los 17 años de dictadura habían supri­
mido la memoria colectiva-parlamentaria sobre la importancia de las leyes de amnistía
en la historia política del país? Los dirigentes políticos de la época 1932 a 1970 muy
difícilmente se habrían autolimitado de igual manera. Como se ha señalado en los capí­
tulos anteriores, a lo más, sólo el senador Francisco Bulnes Sanfuentes había propuesto
que se recurriera con preferencia a los indultos generales y no a las amnistías para conse­
guir “la paz social”.
Sin embargo, en marzo de 1991, los políticos y el país seguían concentrando su
atención en las tensiones cívico-militares, en el informe de la Comisión Rettig, en las
elecciones municipales, en el terrorismo que se reportaba sin pausa en la prensa, y luego
en el asesinato del Senador Jaime Guzmán acaecido el 1 de abril de 1991. En medio de
todo ello, la reforma constitucional que terminó limitando las atribuciones parlamenta­
rias para conceder las amnistías e indultos generales, se aprobó casi sin hacer noticia.

Las «leyes Cumplido» y la reconciliación

Además del proyecto sobre indulto presidencial, el gobierno había tomado otras
medidas en nombre de la reconciliación, como en el caso de los exiliados, promoviendo
«el retorno a la patria de todos los que quieran regresar a ella». Para ello se propusieron
medidas concretas que facilitaran la reinserción de quienes regresaban desde el exilio y
por la Ley 18.994, aprobada por el Congreso en 1990, se creó la Oficina Nacional del Retor­
no, dependiente del Ministerio de Justicia.69 Aylwin también envió al Congreso un paque­
te de reformas que modificarían la Ley Antiterrorista, la de Seguridad Interior del Esta­
do, de Control de Armas, el Código Penal y de Procedimiento Penal, además del Código
de Justicia Militar, en particular respecto a la jurisdicción de la justicia militar.70
Ni las Fuerzas Armadas ni los partidos de oposición querían resolver problemas
coyunturales, como era el caso de los presos políticos, con reformas importantes de la
Constitución de 1980, especialmente si no podían conseguir a cambio un «punto final»

69 La Oficina Nacional de Retorno fue creada como servicio público descentralizado. Esta oficina cerró su
trabajo, de acuerdo a la ley con la que fue creada, en septiembre de 1994 (art.ll).
70 «Cámara analizó ámbito de la Justicia Militar», El Mercurio, 24 mayo, 1990: C5; Cámara de Diputados,
sesión 13a. de 4 de julio de 1990:1440.

511
respecto al tema de derechos humanos, aunque fuera disfrazado de reformas judiciales y
penales. En el contexto del debate de la Comisión sobre las «leyes Cumplido» se intentó,
sin éxito, llegar a un acuerdo marco sobre el tema de derechos humanos y sobre la rebaja
de la penalidad de todos los delitos «políticos» cometidos antes del 11 de marzo de 1990.
Según un reportaje en la revista .Análisis, la base del dicho acuerdo político consistiría en
la “rebaja en dos grados para los delitos cometidos con anterioridad al 11 de marzo de
1990. Excluye de estos beneficios a los homicidios calificados... todos los delitos con re­
sultado de muerte serán investigados y sancionados sus responsables”.71 Dicho acuerdo
dejaría sin investigar todos los casos de tortura que no resultaran en la muerte de la
víctima. Los responsables tampoco serían procesados, provocando el comentario siguien­
te de un «parlamentario de izquierda» (que no fue identificado en el reportaje): “Resul­
ta paradojal ...que no se incluyan, dentro de los beneficiados, los que realizaron giro
doloso de cheque pero sí los que torturaron”.72 Aun con la rebaja de penas, el acuerdo
marco mantendría alrededor de 60 de los «luchadores contra la dictadura» en su condi­
ción de presos políticos, «ahora en plena democracia».73 Por otra parte, hubo resistencias
dentro de la UDI y Renovación Nacional para conceder la libertad a ciertos presos conde­
nados por hechos de sangre, incluyendo a los del atentado contra la comitiva del general
Pinochet en 1986.
Desde la izquierda y los grupos de derechos humanos, el «acuerdo marco» se veía
en parte como una amplia amnistía encubierta. El Ministro de Justicia, Francisco Cum­
plido respondió que “no hay amnistía disfrazada porque todo está expuesto ante la ciuda­
danía, de cara al pueblo y quiénes resuelven son poderes públicos legítimamente elegi­
dos”.74 Negó que se hubiera llegado a un acuerdo marco, sino a “una proposición que la
Comisión de Constitución, Legislación y Justicia de la Cámara hace al Presidente de la
República y a las directivas de todos los partidos políticos respecto de un artículo transi­
torio...”.75 La rebaja de penas se aplicaría por parejo a los que estuvieran presos por
haber incurrido en violaciones de la Ley de Seguridad Interior del Estado, la Ley
Antiterrorista, la Ley de Control de Armas, o delitos relativos a las violaciones de los
derechos humanos.
En el Senado se manifestó una oposición todavía más intensa a un acuerdo marco
de este tipo. En palabras del senador designado, Sergio Fernández, “la reconciliación
equivale a perdón recíproco; es lo único que verdaderamente conduce a la pacificación”.76

Francisco Martorell, «Caso Pisagua, Jaque al General», Análisis, N. 335 (11 al 17 de junio, 1990): 8-9.
Ibid: 9.
Ibid.
Juanita Rojas, «Conversando con Francisco Cumplido, Ministro de Justicia», Análisis, N. 335 (11 al 17 de
junio de 1990): 25-27.
Ibid: 26.
Citado en Blanca Arthur, «Leyes Cumplido: ¿Desvío o camino para la reconciliación?», El Mercurio, 26
agosto, 1990: D2.

512
El desafío y la oferta quedaron claros: amnistía para casi todos o para ninguno. Se busca­
ba “despejar una gran mayoría de los delitos de derechos humanos y de terrorismo, ex­
ceptuando expresamente los de mayor resonancia pública”.77
Las negociaciones sobre las «leyes Cumplido» serían arduas y conflictivas.78 La
Agrupación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos al igual que las organizaciones li­
gadas a los presos políticos, rechazaron públicamente cualquier acuerdo que equiparara
sus situaciones con la de los victimarios.79 El Comité de Defensa de los Derechos del Pue­
blo (CODEPU) argumentaba que un acuerdo marco de este carácter violaría los contenidos
del programa de la Concertación, por proponer una amnistía encubierta para delitos tales
como secuestro con resultado de muerte, secuestro agravado permanente (las «desapari­
ciones»), violencia innecesaria con resultado de muerte y la tortura. Según José Antonio
Vieragallo, Presidente de la Cámara de Diputados, se habría frustrado el acuerdo “por la
oposición de quienes propician un acto de mayor generosidad hacia los presos y de mayor
rigor hacia los organismos de seguridad...; la justicia es concebida como una reparación y la
sanción penal como una retribución por el mal causado, como si la historia pudiera cambiar
su curso o significado a través de un proceso judicial”.80
A pesar de la notable moderación filosófica de Vieragallo, con el hallazgo de los
cuerpos momificados en Pisagua y el descubrimiento de osamentas en otros lugares del
país, el Partido Socialista y diputados de distintos sectores no estaban dispuestos a equi­
parar la impunidad de los agentes del Estado, responsables por crímenes tan grotescos y
ampliamente publicitados en los diarios del país, con la salida de la cárcel, mediante
indultos o una amnistía, de los presos, cuyos destinos se barajaban con las reformas.81
Sorprendentemente, el senador Sergio Diez, ex-embajador del gobierno militar,
que en varias ocasiones había defendido a la Junta Militar frente a las denuncias en las
Naciones Unidas, expresó que, en lo personal, nunca pensó que los atropellos a los dere­
chos humanos tuvieran tal magnitud. Agregó: “la verdad es que nadie en Chile lo pen­
só”.82 Diez estaba obviamente equivocado, ya que la Iglesia Católica y los grupos de
derechos humanos venían denunciando las desapariciones y la tortura desde el mismo
1973. Después de 1984, con las confesiones del ex-miembro del Comando Conjunto, An­

77 Ascanio Cavallo, «La amnistía que casi casi», La Epoca, 27 mayo, 1990: 7.
78 «Un intenso debate particular hubo anoche en la Cámara de Diputados por las ‘leyes Cumplido’», La
Epoca, 2 agosto, 1990:11: «Debutó la votación secreta: La larga noche de las ‘leyes Cumplido’», La Segun­
da, 2 agosto, 1990:14.
79 «La impunidad no debe ser el precio de la libertad de reos», La Nación, 6 junio, 1990:15.
80 José Antonio Vieragallo, «Leyes Cumplido en el Senado», La Epoca, 20 agosto, 1990:10.
81 «Pisagua: ¡Asesinos!», Análisis, N. 335 (11-17 junio, 1990): 30-34; «Hay cadáveres decapitados y con las
manos cortadas», Fortín Mapocho, 14 junio, 1990:14-15.
82 «Sergio Diez explicó que ‘nadie en Chile pensó en la magnitud de atropellos a derechos humanos’», La
Epoca, 9 junio, 1990:8.

513
drés Valenzuela, las operaciones clandestinas de las fuerzas de seguridad del régimen
habían tenido bastante publicidad.83 Pero en 1990, los rostros desfigurados y macabros de
las víctimas aparecidos en las portadas de los diarios del país sacudieron fuertemente a
la opinión pública, creando un ambiente de zozobra en las salas del Congreso y en los
cuarteles militares. Era natural y esperable que funcionarios y partidarios del gobierno
militar quisieran distanciarse de las agónicas expresiones faciales de los muertos que
todavía evidenciaban el horror de sus «fusilamientos extrajudiciales» en 1973.
Disociarse del horror no equivalía a alejarse o modificar posiciones políticas fir­
memente internalizadas. Criticando la renuencia de los socialistas para superar la coyun­
tura política y para conseguir un acuerdo durante los debates parlamentarios de julio de
1990, el diputado de la UDI, Andrés Chadwick, expresó:
“El concepto de que la verdad y la justicia permitirán la reconciliación se toma frágil
cuando la solución de nuestros problemas coincide con un momento de verdad, por
dramática que ésta sea, y el camino de la reconciliación que se había buscado queda
postergado, se considera inoportuno o se deja de lado. Si es efectivo que creemos que la
verdad y la justicia llevan a la reconciliación, tenemos que aplicar esos elementos, aun
cuando las circunstancias y las oportunidades sean dolorosos”.84
En el curso del debate parlamentario varios diputados de la Concertación,
particulamente algunos socialistas, respondieron a los comentarios de Chadwick, algu­
nos con historias de vejaciones, torturas físicas y psicológicas infligidas a las víctimas,
exigiendo como obligación moral de todos los chilenos «compensar por alguna manera,
tanto sufrimiento».85 Todavía más enfático se expresó el diputado socialista Jaime Estévez:
“...no puede confundirse la acción de personas con la acción organizada de un Estado
que ha aplicado el terrorismo estatal, en una planificación destinada a aterrorizar a
una población y someterla a una dictadura. No nos parece justo mezclar en un mismo
plano las dos situaciones, por respeto a nuestras víctimas.
...Espero que coloquemos las cosas en su plano: que nos escuchemos mutuamente; que
respetemos los principios morales, políticos y de verdad, de justicia y de reconciliación,
en los cuales debe fundarse nuestro trabajo”.86
Yendo más lejos, el diputado demócratacristiano Hernán Bosselin insistió en que,
“la reconciliación sólo se producirá en la medida en que seamos capaces de construir
una historia que refleje los consensos básicos de nuestra Nación; una historia que per­

Mónica González y Héctor Contreras, Los secretos del Comando Conjunto, Santiago: Ornitorrinco, 1991.
Cámara de Diputados, sesión 13a. de 4 de julio de 1990:1449.
Andrés Aylwin, en Ibid: 1453.
Ibid: 1475,1476.

514
mita cerrar un capítulo; que signifique, por lo menos, un acto de contrición por parte
de quienes violaron los derechos humanos. ¡Qué no hablen más de ‘excesos’!
¡Qué hagan un gesto que exprese petición de perdón al país y a la Nación por los críme­
nes atroces que cometieron! Ese acto es necesario para comenzar a reparar los daños y
los perjuicios morales que causaron”.87
Estas palabras del diputado Bosselin, tan claramente inscritas en un concepto de
reconciliación ligado al sacramento de la confesión, chocarían de frente con los supues­
tos de los militares que habían, según sus percepciones, salvado la Patria en una guerra
justa contra la subversión y el comunismo internacional.
Los proyectos de las «leyes Cumplido» pasaron al Senado en agosto. Se resucitó un
acuerdo marco sobre el tema de derechos humanos como eje para conseguir su aprobación.
Voceros de los organismos de derechos humanos, de las agrupaciones y de sectores
concertacionistas opuestos a tal acuerdo, hicieron saber sus opiniones en la prensa y en las
reuniones de las cúpulas políticas.88 En noviembre, se debatían todavía los proyectos en el
Senado. Todo dependía de un acuerdo entre la Concertación y Renovación Nacional.89
Los senadores de la UDI y los senadores designados no estaban disponibles para
tal acuerdo. Faltando suficiente consenso para un acuerdo marco, las «leyes Cumplido»
serían aprobadas en forma bastante diluida y parcial, publicándose en el Diario Oficial en
enero de 1991. Dichas leyes se redujeron significativamente comparándolas con los
proyectos enviados al Congreso por el presidente Aylwin, en particular respecto a las
modificaciones de la jurisdicción de los tribunales militares y a los delitos contra la segu­
ridad interior del Estado.90
Los diputados Andrés Chadwick y Alberto Espina habían advertido a sus colegas
en mayo de 1990 que la derecha protegería las atribuciones castrenses y, con eso, se
autoprotegería de la «mayoría transitoria» que gozaba la Concertación.
En resumen, los debates sobre las «leyes Cumplido» dejaron constancia de la
falta de voluntad y capacidad de las fuerzas contendientes para ingeniar la reconcilia­
ción política mediante un marco negociado a nivel de cúpulas partidarias, la fórmula
tradicional de la vía chilena. No obstante este fracaso, los dirigentes políticos volverían a
intentar la misma fórmula repetidas veces durante la década de 1990, como si recurrie­
ran a un «botiquín» político cuyos remedios, al menos en el pasado, había hecho posible

87 Ibid: 1478.
88 Domingo Namuncura, «Leyes Cumplido en el Senado», La Nación, 17 agosto, 1990:15; Ascanio Cavallo,
«El desfiladero de las ‘leyes Cumplido’», La Epoca, 19 agosto, 1990: 7.
89 «‘Leyes Cumplido’: el Senado tiene la palabra», La Nación, 4 agosto, 1990:13.
90 Para un análisis crítico de las «leyes Cumplido», véase, Máximo Pacheco, «‘Leyes Cumplido’ bajo la lupa
del senador Pacheco», La Epoca, 30 enero, 1991:15.

515
largos períodos de «paz social» si no curaciones permanentes para las enfermedades que
afligían el cuerpo social y político desde 1920.

Reconciliación y la «historia oficial»

El presidente Aylwin había dicho que quería conciliar la virtud de la justicia con
la virtud de la prudencia, dentro de lo posible. ¿Pero cómo se sabía lo que era o sería
«posible?» ¿Quiénes definirían esos límites? El debate sobre las «leyes Cumplido» dio
una pauta inicial.
Para los colaboradores del régimen militar, la referencia constante seguía siendo
el período «1964-1973» o «1970-1973», recordados como una pesadilla de desorden, sub­
versión y amenaza de guerra civil con el consecuente temor de la pérdida «de todo»,
desde los bienes hasta un «estilo de vida» identificado con la «civilización occidental
cristiana». Para ellos, esta visión del pasado y de la misión salvadora cumplida desde
1973 hasta 1990, seguía vigente y se traducía en la reivindicación de la obra del gobierno
militar y de su nueva institucionalidad.91
Cualquier intento de «reconciliación» política tendría que tomar seriamente en
cuenta esta perspectiva, no sólo porque sus partidarios teman posiciones claves en la nueva
institucionalidad y mantenían una alianza con sectores de las Fuerzas Armadas y de Orden,
sino porque como minoría económicamente poderosa, controlaban también la mayoría de
los medios de comunicación. Podrían, en cualquier momento, reciclar las imágenes y las
memorias del «caos» y de una «virtual guerra civil» que había afligido al país en 1973. Para
ciertos grupos de la sociedad, manejar la coyuntura política implicaba mantener vigente
una interpretación particular del pasado como «historia oficial». De hecho, el rechazo pú­
blico de dicha versión amenazaba el presente y el futuro de los salvadores de 1973. Pero
nadie les podía asegurar que los historiadores y periodistas nacionales y extranjeros acep­
taran su versión, menos aun que ésta fuera aceptada por las víctimas de represión, tortura,
exoneración, exilio y muerte y por sus familiares.
En la década de 1990, como había sido el caso desde 1840 en adelante, escribir la
historia y difundirla en los textos escolares, monografías, periódicos y diarios seguía siendo a la
vez una profesión académica y un acto político. Desde los debates entre Andrés Bello yVictorino
Lastama en el siglo XIX, la manera de investigar, escribir y defundir la historia patria no podía
evitar ser controversia! ni tener consecuencias políticas. En los últimos años del siglo esta
función de la historia y de los historiadores, volvió a ejercer un papel central en la política.92

91 Sergio Fernández, Mi lucha por la democracia, 2a ed., Santiago: Editorial Los Andes, 1997: 318-19.
92 Para una discusión del debate entre Lastarria y Bello, véase Iván Jaksic, Andrés Bello, Selected Writings of
Andrés Bello, New York: Oxford University Press, 1997.

516
La Comisión Verdad y Reconciliación y sus repercusiones

Precisamente en este contexto, el presidente Aylwin había comisionado que se


realizara un informe sobre la violaciones de los derechos humanos durante el gobierno
militar. Al firmar el decreto que creaba la Comisión Verdad y Reconciliación (24 de abril
de 1990), el Presidente Aylwin definió que serían objeto de investigación únicamente las
situaciones de detenidos desaparecidos, ejecutados, y secuestros y atentados contra la
vida de las personas cometidos por motivos políticos.93 Las detenciones sin orden judi­
cial, los maltratos y la tortura, las exoneraciones, persecuciones, relegaciones y exilios sin
ley, y fuera de la ley, fueron excluidas. A miles de chilenos no se les ofrecería ni siquiera
la protección del Código Penal legislado en el siglo XIX (1874) que, con enmiendas, se­
guía vigente en 1973: «Todo empleado público que ilegal y arbitrariamente desterrare,
arrestare o detuviere a una persona, sufrirá la pena de reclusión menor y suspensión del
empleo en sus grados mínimos a medios; si el arresto o detención excediere de treinta
días, las penas serán reclusión menor y suspensión en sus grados máximos». El mismo
Código penaba, entre otros delitos, a «los que encargados de un establecimiento penal,
recibieren en él a un individuo en calidad de preso o detenido sin haberse llenado los
requisitos prevenidos por la ley; los que teniendo a su cargo la policía administrativa o
judicial y sabedores de cualquiera detención arbitraria, no la hicieren cesar, teniendo
facultad para ello, o en caso contrario dejaren de dar parte a la autoridad superior com­
petente»; «los que decretaren o prolongaren indebidamente la incomunicación de un
reo, le aplicaren tormentos o usaren con él de un rigor innecesario»; «los que arbitraria­
mente hicieren arrestar o detener en otros lugares que los designados por la ley».94
La reacción opositora a la creación de esta Comisión fue muy diversa. Sectores del
Partido Renovación Nacional, no obstante reconocer «graves atropellos a los derechos hu­
manos» durante el gobierno militar, objetaban el procedimiento para crear la Comisión.95
Otros personeros de la derecha apuntaron a descalificar la iniciativa y algunos “oficiales
retirados se preocuparon de hacer presente el fantasma del rompimiento del orden demo­
crático. ...el general (R) Bruno Siebert dijo que ‘atacar al gobierno anterior conduce a la
confrontación’. ...el sólo hablar de verdad y reconciliación ha devuelto a un sector político
y a otro del Ejército al pasado de sus ideologías de confrontación y amenazas...”.96

93 La Comisión Verdad y Reconciliación se creó por el Decreto Supremo N° 355 del 25 de abril de 1990,
publicado en el Diario Oficial el miércoles 9 de mayo de 1990.
94 Código Penal, Libro n, Título IH («De los crímenes y simples delitos que afectan a los derechos garantidos
por la Constitución»), Edición Oficial, Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1949: Arts. 148-161.
95 Ricardo Rivadeneira, El Mercurio, 29 de abril de 1990. Cuerpo D: 4,5.
9S Andrés Domínguez, «El país frente a la verdad y a la reconciliación». Comentario Nacional en Revista
Mensaje N° 389, Junio 1990:161-163.

517
El trabajo de la Comisión estuvo enmarcado por hechos dramáticos, que se repeti­
rían periódicamente durante los años siguientes relacionados con el encuentro de osamentas
en cementerios clandestinos. En 1990 hubo varias denuncias de hallazgos de cementerios
clandestinos, entre otros, Chihuío cerca de Valdivia, Colina cerca de Santiago, y Tocopilla
en la zona norte de Chile.97 Durante el mismo año 1990 encontraron los cuerpos de 17
campesinos de El Escorial, lográndose identificar al cabo de cuatro meses, solamente a
14.98 El hallazgo de una fosa clandestina en Pisagua, en jumo de 1990, conmocionó al país.99
La Comisión Verdad y Reconciliación designó a dos de sus miembros para investigar direc­
tamente estos hechos y la Cámara de Diputados envió una delegación.
En la sesión del martes 12 de junio, se exhibió en la Cámara de Diputados un
video que mostraba la exhumación de los cadáveres. Las intervenciones de los congresales
dan cuenta del profundo impacto que les causó la información recibida y, no obstante las
diferencias políticas, el tema central que surgía era la reconciliación.
El señor Francisco Bayo (RN):
“...Renovación Nacional no teme enfrentar el tema.
... Hoy, en esta Cámara, hacemos un llamado a todos los actores políticos para que, con
mesura, con racionalidad, en una actitud elevada, busquen la verdad, esté donde esté,
con el objetivo único de lograr la reconciliación y la paz social, y para que sean conduc­
tores sabios de la desolación y de la angustia de la que hoy tanto se sufre”.
El señor Osvaldo Urrutia: (UDI)
“...Renovación Nacional considera de vital importancia que se diga la verdad y que se
actúe con la verdad para poder saber la verdad.
Al saber la verdad, Chile logrará la tan ansiada reconciliación nacional...pero en for­
ma objetiva, analizando lo que realmente sucedió hace 17 años”.
El señor Federico Mekis (RN):
“...Esta sepultura, más que un lugar donde yacieron sus cuerpos, es donde deben ser
recordados, una y otra vez, en cualquier ocasión, los riesgos de descomposición a los
cuales puede llegar nuestra sociedad.
... porque no queremos exponer a nuestros hijos a vivir en un país dividido, cuyas
fragmentaciones pueden potenciarlo a llegar a crisis como aquellas de los años 70”.

Para mayor información sobre los casos de Tocopilla, Chihuío y Pisagua ver Ruby Weitzel, Tumbas de cris­
tal. Libro testimonio de la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago. Santiago, Ediciones
Chile América CESOC, 1991.
La situación de estos campesinos fue dilucidada poco tiempo después del cambio de gobierno. En el Institu­
to Médico Legal «aparecieron» estos cuerpos que permanecían en el recinto desde 1973 sin identificación.
Véase foto en la portada, La Epoca, 29 junio, 1990.

518
El señor Jorge Schaulsohn (PPD):
“Yo les pregunto a mis colegas de la Derecha si ellos creen sinceramente que la Ley de
Amnistía debe impedir que el pueblo de Chile conozca a los autores materiales de los
asesinatos que hoy día hemos visto reflejados en esta videocinta. Si realmente estamos
de acuerdo en que, para que haya verdad, justicia y reconciliación tenemos que cono­
cer lo ocurrido, entonces (...) removamos las trabas jurídicas que ha dejado la dictadu­
ra como herencia”.100
Esta situación generó una discusión centrada en el tema de la reconciliación no
solamente en el Congreso sino en toda la sociedad. El senador Sergio Fernández, ex- Minis­
tro del Interior del gobierno militar reaccionó diciendo “que es grave y perturbador para el
régimen democrático el pretender hacer aprovechamiento político de circunstancias como
éstas”. Dijo también que la ley de Amnistía de 1978 “es una de las bases y pilares de la
convivencia nacional en Chile» Afirmó, además, que «todo intento por volver al pasado es
extraordinariamente perjudicial. Dicha ley no sólo debe mantenerse sino que es uno de los
elementos que contribuye en forma importante a la reconciliación del país”.101
En 1991 se iniciaron las exhumaciones del patio 29 del Cementerio general de
Santiago.102 Durante los años siguientes se hicieron denuncias de hallazgos de osamentas
en diferentes lugares del país y de esta manera, se fueron identificando algunos deteni­
dos desaparecidos y se les dio sepultura, así como a ejecutados que habían sido enterra­
dos ilegalmente.103 Mientras se descubrían cementerios clandestinos a lo largo del país, se
debatían las «leyes Cumplido», la facultad de indulto presidencial, la situación de los pre­
sos políticos y la Comisión Rettig seguía con su trabajo. En el mes de septiembre de 1990,
Salvador Allende fue sepultado oficialmente en el cementerio general. Durante 17 años
sus restos permanecieron en una tumba familiar en el cementerio de Viña del Mar que no
llevaba su nombre. Este funeral significó un acto de reparación para su familia y para
sectores importantes de la sociedad chilena, al que asistió el Presidente de la República y
autoridades de gobierno. También fue un acto que mereció comentarios negativos de la
derecha y de voceros militares, que llegaron a calificar al presidente Aylwin de «hipócrita»
por su participación en el funeral de su adversario político de antaño.

100 Cámara de Diputados. Sesión 6a. de martes 12 de junio de 1990:550.


101 El Mercurio, 13 de junio de 1990: C6.
102 Fuente: Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad.
103 En diciembre de 1995 se denunciaron hallazgos de osamentas en Peldehue. En noviembre de 1998 se
encontraron 17 cuerpos enterrados clandestinamente en el cementerio de La Serena, los que en la medida
en que se identificaron, fueron entregados a sus familiares. Igual denuncia se realizó respecto a tres ejecu­
tados que se encontrarían enterrados ilegalmente en Copiapó, pero sin resultados concretos.

519
Informe de la Comisión Verdad y Reconciliación

En febrero de 1991, la Comisión Verdad y Reconciliación concluyó su trabajo y


entregó su informe al Presidente de la República, el que fue dado a conocer en marzo. El
informe identificó 2.279 casos de ejecutados políticos y desaparecidos ocurridos entre
1973 y 1990. De los casos presentados, 641 de ellos quedaron sin convicción por falta de
información suficiente.104 El mandato de la Comisión estaba orientado a producir una
información veraz e indesmentible, que dejara establecido los hechos ocurridos y que
fundamentara las medidas necesarias respecto a la reparación de las víctimas.
El Presidente al informar al país sobre los resultados del trabajo de la Comisión
señaló:
“El imperio de la verdad es el fundamento de toda convivencia (...) En el tema de las
violaciones a los derechos humanos en nuestro país la verdad fue ocultada durante
mucho tiempo. Mientras unos las denunciaban, otros-que sabían- la negaban, y quie­
nes debieron investigar no lo hicieron. Se explica así que mucha gente, tal vez la mayo­
ría no lo creyera. Y esa discrepancia fue un nuevo factor de división entre los chilenos.
El informe que hoy entrego a conocimiento público esclarece la Verdad”.105*
En nombre del país, Aylwin pidió perdón a los familiares de las víctimas. Con este
gesto reconoció los abusos cometidos contra ellos por un gobierno de chilenos y asumió la
responsabilidad del Estado en estos hechos. Finalmente señaló los caminos para encau­
zar el problema, a partir de las medidas recomendadas en el Informe de la Comisión. Las
recomendaciones se referían a la necesidad de adoptar medidas reparatorias y a los es­
fuerzos para enjuiciar a las personas acusadas de violaciones de derechos humanos.100

Reacciones de diferentes sectores ante el Informe

El Informe de la Comisión Rettig produjo un gran impacto al darse a conocer y las


reacciones fueron muy diversas. Las Fuerzas Armadas reaccionaron separadamente. El
Ejército afirmaba que se habían confirmado “las aprensiones institucionales respecto a
la actuación de este organismo. ...En efecto, su contenido revela un desconocimiento im­
perdonable de las reales causas que motivaron la acción de restauración nacional

A diferencia de otros informes de la Verdad, tales como el Informe Brasil Nunca Mais (1985) o el Informe de
El Salvador «De la locura a la esperanza», en éste no aparecerían los nombres de los presuntos culpables.
«Discurso al dar a conocer a la ciudadanía el Informe de la Comisión Verdad y Reconciliación», 4 Marzo de
1991. Aylwin (1992): 131.
Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. Informe. (1991): 765.

520
emprendida a partir del 11 de septiembre de 1973”.107 Se reiteraba la justificación del
pronunciamiento militar en función del contexto político de la época, insistiendo en que
hubo una guerra, y que todo lo sucedido fue consecuencia de ella y, como toda guerra, iba
unida al dolor y a la muerte. Se argumentó que “al hacer la guerra, el Ejército junto a las
demás instituciones de las Fuerzas Armadas y Carabineros, trataron de enmarcar las ac­
ciones de su personal en normas jurídicas y conforme a su honor y tradición. Ello, esta­
mos seguros y orgullosos, se logró en la medida que una acción bélica lo hace posible”.108
En la declaración se establecieron algunos puntos sobre la reconciliación nacio­
nal diciendo:
“La historia y las experiencias individuales y sociales prueban que situaciones de gran
conflictividad no se superan con la reconstitución de los hechos causantes del conflicto.
Ella interrumpe el apaciguador transcurso del tiempo, que permite moderar animosi­
dades y olvidar agravios. Estos criterios han inspirado durante siglos la institución de
la amnistía Al reconstruir el pasado doloroso, lo probable es que renazcan sentimientos
de hostilidad recíprocos, con eventual inestabilidad del orden interno y riesgo para la
seguridad de muchas personas. Esto es válido tanto para los conflictos externos como
para aquellos internos que ha debido soportar el país. La paz de una nación se obtiene
en definitiva acentuando aquello que una a su población y superando lo que la divide”.
Finalizaba diciendo: “El Ejército de Chile declara solemnemente que no aceptará
ser situado frente a la ciudadanía en el banquillo de los acusados por haber salvado la
libertad y la soberanía de la patria a requerimiento insistente de la civilidad”.109 Además
el general Pinochet advertía a la sociedad chilena que,
“Se requiere que ‘nunca más’se pretenda en Chile poner en práctica un proyecto de la
naturaleza y alcances del que representó la Unidad Popular. De lo contrario, será impo­
sible impedir la experiencia que el legítimo empleo de la fuerza por sus propias carac­
terísticas conlleva o hace difícil evitar”.110

107 «Ejército respondió al Informe de la Comisión Rettig». La Epoca, 28 de marzo 1991:13. Véase Presentación
del Ejército de Chile a la Comisión de Verdad y Reconciliación, 4 vols. Santiago: 1990. Véase también El
Ejército, la Verdad y la Reconciliación, Santiago: Ejército de Chile, 27 de marzo de 1991.
108 La argumentación de la guerra esgrimida en la Presentación del Ejército a la Comisión de Verdad y Re­
conciliación es la misma argumentación que hace el general Pinochet en sus Memorias. Un análisis de
estas visiones y discursos antagónicos en este tema se encuentra en Jaime Castillo Velasco ¿Hubo en Chile
violaciones a los Derechos Humanos? Comentario a las Memorias del general Pinochet. Comisión Chilena de
Derechos Humanos, Editora Nacional de Derechos Humanos, 1995: 56.
109 La Epoca, 28 de marzo 1991:15.
110 Citado en María Irene Soto, «El ‘pronunciamiento’ de las Fuerzas Armadas», Hoy, N. 715 (1 al 7 de abril,
1991): 8.

521
Lejos de aceptar las conclusiones del Informe, el Ejército expresó su «fundamen­
tal discrepancia», negándole «tanto validez histórica como jurídica». No había por qué
pedir perdón ni manifestar contrición. Como lo expresaba el general Pinochet, si la
Concertación o un futuro gobierno incurriera en los errores de la Unidad Popular, estaba
dispuesto a recurrir al «legítimo empleo de la fuerza».111 Pinochet había presentado esta
visión en el Consejo de Seguridad Nacional y lo hizo repetir «en todas y cada una de las
unidades militares del país».112
La reacción de la Armada fue entregada por el almirante Jorge Martínez Busch.
El punto más destacado fue la objeción al Informe debido a sus omisiones. En primer
lugar se señaló que debería haberse considerado el período anterior al 11 de septiembre
de 1973 para entender el proceso posterior. Se mencionaron los intentos de infiltración
de las FFAA por sectores de la izquierda y la declaración de ilegitimidad del gobierno de
Salvador Allende, como antecedentes que debieron tomarse en consideración para en­
tender la conducta de las FFAA. Igualmente reaccionó ante las críticas al Poder Judicial
y justificó las acciones emprendidas de carácter represivo. Reafirmó el carácter del go­
bierno de las Fuerzas Armadas e indicó la inconveniencia de conmemoraciones y actos
para la enseñanza de las futuras generaciones por cuanto “podrían contradecir especial­
mente los conceptos de reconciliación, perdón y olvido que deberían caracterizar esta
etapa del proceso histórico chileno”.113
En una circular interna dirigida a la oficialidad de la Armada, se impugnaba los
contenidos del Informe, “aduciendo la existencia de una guerra sucia alentada por el
comunismo internacional. ...El documento, que se extiende en consideraciones políticas
e ideológicas para sostener la tesis de la guerra interna, fue asumido por el almirante
Ronald Me Intyre, en su calidad de senador institucional, en representación de la Mari­
na”.114 En esta respuesta se reafirmaba de nuevo el valor reconciliador de la ley de am­
nistía de 1978, “materializando con ello una primera etapa de pacificación del país». Se
reafirmó también el compromiso institucional con la tarea de reconciliación nacional y
para «cooperar en las grandes tareas y desafíos que exige el Chile de hoy”.115

111 Ibid: 8-9.


112 Ibid: 9.
113 «La Armada objeta el Informe por sus omisiones. No es posible coincidir con ese texto», dijo en una
declaración el Almirante Jorge Martínez Busch». La Epoca, 28 de marzo 1991:11. Para mayores detalles
ver «Informe presentado ante el Consejo de Seguridad Nacional por el Comandante en Jefe de la Armada
de Chile, Almirante Jorge Martínez Busch», 27 de marzo de 1991. Revista del Centro de Estudios Públicos
N°41, (Verano 1991).
114 «Informe Rettig, Un trago amargo», APSI, N. 379 (11 al 24 de marzo, 1991): 6.
115 Estudios Públicos N°41 (Verano 1991): 488-489.

522
El general de Carabineros Rodolfo Stange, respondió institucionalmente seña­
lando que el Informe Rettig estaba viciado, ya que no había considerado el período
previo al 11 de Septiembre de 1973. Lo calificó como un «intento serio pero incompleto».
Enfatizó el valor que le asignaba a la tarea del Presidente de la República al asumir «el
objetivo de lograr el reencuentro entre los chilenos». La defensa de la posición asumida
por Carabineros reforzaba la responsabilidad interna como cuerpo policial y afirmaba
que en casos calificados se tomaron las medidas apropiadas para sancionar a quienes lo
hubiesen ameritado. En todo caso, se sostenía, que lo ocurrido era justificable, porque en
el período en referencia se actuó bajo condiciones y situaciones de excepción. Finalmen­
te valoró que se reconocieran los derechos humanos del personal de carabineros.116
Solamente el general Femando Matthei expresó su disposición a responder moral
y legalmente por posibles violaciones de derechos humanos, cometidas durante el ejerci­
cio de su cargo como Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de Chile.117 De la misma
manera que los representantes de los otros institutos armados, señaló la importancia de
reconocer el contexto político en el cual se produjo la intervención militar, considerándo­
lo como una «consecuencia inevitable de un conflicto civil agudizado hasta el extremo,
en cuya gestación y desarrollo las Fuerzas Armadas y de Orden no tuvieron participación
ni responsabilidad alguna». Enfatizó su responsabilidad en el proceso democrático y re­
frendó la importancia de la reconciliación en la sociedad chilena. Finalmente afirmó
“Debemos asumir el pasado con todas sus consecuencias, pero no quedamos en él; sino
por el contrario, proyectamos al futuro promisorio que la patria nos demanda”.118
Desde el Poder Judicial se reaccionó fuertemente declarando que con ocasión del
Informe «se había montado una campaña», atribuyendo a los jueces la responsabilidad
de haber dejado en la indefensión a muchas personas durante el régimen militar.119
Se afirmó que:
“la Corte Suprema de Justicia no puede aceptar como válido el enjuiciamiento de los
Tribunales por una entidad que carece totalmente de la más insignificante facultad
para hacerlo, pero que en su afán de divulgar una absurda crítica no trepida en violen­
tar el ámbito de sus atribuciones. ...se ha tratado injustificadamente de menguar la
tarea que le cupo a la justicia en el régimen del gobierno militar, con afirmaciones teñidas
de pasión política y que se sustentan mayoritariamente en apreciaciones subjetivas- al
extremo de suponer intenciones e imaginarse un consenso tácito entre los jueces y autori­

116 Estudios Públicos N°41, (Verano 1991): 494- 504.


117 Otano (1995):171.
118 Estudios Públicos N°41, (Verano 1991): 490.
119 Solamente el Ministro Rafael Retamal aceptó pedir perdón por los posibles errores. Ver la respuesta de la
Corte Suprema al Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación en Estudios Públicos, N° 42, (otoño
1991): 237-250.

523
dades administrativas, en una especie de complicidad dolosa dirigida a proteger los excesos
contra la libertad e integridad de las personas...”.120
“En resumen, esta Corte estima que la Comisión, extralimitándose en sus facultades,
formula un juicio en contra de los Tribunales de Justicia, apasionado, temerario y
tendencioso producto de una Investigación irregular y de probables prejuicios políti­
cos, que termina por colocar a los jueces en un plano de responsabilidad casi a la par
con los propios autores de los abusos contra los derechos humanos.
...Se puede concluir, entonces, que el Informe Verdad y Reconciliación no es trasunto
precisamente de la total verdad como pretende, por lo que concierne al Poder Judicial,
lo que significa, bajo ningún punto de vista que el Poder Judicial se resista o niegue su
más decidida cooperación y concurso al mejoramiento de las normas que lo regulan
con miras a hacerlo más eficaz y más al alcance de todos”.121
El Informe de la Comisión no pudo ni ha podido ser desmentido en ninguno de los
casos investigados. Su presentación pudo haber estimulado el debate acerca del pasado,
pero se desató una escalada terrorista que se inició con el asesinato de Jaime Guzmán,
senador de la UDI. Guzmán, en una entrevista sobre el Informe Rettig, había sostenido
que Chile experimentó una guerra interna entre 1973-74, período en el que se registran
los dos tercios de las víctimas y que el Informe de la Comisión Rettig se prestaba para el
uso de los que hacían “una campaña que busca claramente su [de las Fuerzas Armadas]
aniquilamiento moral y el desprestigio de todo lo que significó el gobierno militar”.122
El asesinato de Jaime Guzmán, situado en el corazón del debate del momento,
operó como una potente interrupción de la posibilidad de enfrentar públicamente el
pasado y discutir el Informe de Verdad y Reconciliación. Un elemento principal de la
estrategia desplegada para enfrentar la problemática de derechos humanos fue cancela­
da. El terrorismo de pequeños grupos y la violencia e inseguridad ciudadana pasaron a
ser focos centrales de la atención política desplazando al terrorismo de Estado.123
No obstante, las reacciones ante el Informe de la Comisión Rettig continuaron
difundiéndose. La Comisión de Derechos Humanos señaló que éste permitiría que todos

120 «Respuesta de la Corte Suprema al informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación» en


Estudios Públicos, N° 42, (Otoño 1991): 238-239.
121 Ibid: 249.
122 Entrevista de Blanca Arthur, El Mercurio, Domingo 10 de marzo de 1991, citado en Estudios Públicos, CEP
N° 42, (Otoño 1991) en «El miedo y otros escritos, el pensamiento de Jaime Guzmán E.» de Arturo Fontaine
Talavera: 566.
123 Al inicio de la transición se identificaba la existencia de varios grupos armados, entre ellos el Frente
Patriótico Manuel Rodríguez con sus divisiones y el grupo Lautaro. Para mayor información sobre el pri­
mer grupo ver Hernán Vidal: FPMR: El tabú del conflicto armado en Chile. Santiago, Mosquito Editores,
Biblioteca Setenta& 3,1995. Para el segundo grupo ver «Movimiento Lautaro: Una juventud sin brújula»
en Revista Análisis Año XH, N° 350, del 24 al 30 de septiembre de 1990:14-19.

524
los sectores pudieran llegar a saber que en el pasado se produjeron graves violaciones de
derechos humanos. Valorando el significado del Informe, reconoció que la interpretación
y justificación de lo ocurrido difería entre los diferentes grupos políticos y sociales así
como la calificación del contexto político en el que se produjeron.124 La mayor diferencia
con las Fuerzas Armadas era el rechazo de éstas a la calificación de los hechos como
violaciones de derechos humanos.
La Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos valoró el Informe de la
Comisión Rettig. Lo consideró «un paso más hacia la meta» y apreció la verdad allí con­
tenida, “no obstante ello, aún desconocemos toda la verdad, no sabemos el destino de las
personas detenidas desaparecidas y tampoco hemos logrado justicia que permitirá sanar
moral y éticamente al país”.125 La Agrupación había pedido al Presidente Aylwin, en
1990, la construcción de un memorial del detenido desaparecido. El monumento fue cons­
truido en el cementerio general de Santiago e incluye los nombres de los ejecutados
políticos y de las víctimas de violencia política. En ese mismo año se echaron las bases
para que el ex centro de torturas conocido como «Villa Grimaldi» se transformara en el
Parque de la Paz, proyecto concretado en 1997.

Recomendaciones de la Comisión Verdad y Reconciliación y


medidas de reparación

Las recomendaciones del Informe se tradujeron en propuestas para la prevención


de violaciones de derechos humanos, para lo cual se hicieron sugerencias en el campo
institucional y normativo, así como en materia constitucional, penal y procesal penal. La
noción de reparación formaba parte importante de las recomendaciones del Informe.
Con ese propósito se creó el Programa PRAIS (Programa de Reparación y Atención Integral
de Salud para las víctimas de violaciones de Derechos Humanos) dependiente del Ministerio
de Salud en 13 servicios de salud del país.126 La proposición de esta medida se sustentó

124 Ver Balance de la situación de derechos humanos en Chile correspondiente al período marzo de 1990 a diciembre de
1992, Comisión Chilena de Derechos Humanos. Diciembre de 1992. Versión preliminar. Ver también Las deudas
de la transición, Comisión Chilena de Derechos Humanos. Santiago, Ediciones Nacionales S.A 1994:32-35.
125 20 años de historia de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos de Chile. Un camino de imágenes.
Corporación Agrupación de Familiares de Detenidos desaparecidos, 1997:115.
126 El primer equipo regional del programa PRAIS de MINSAL (Ministerio de Salud) fue creado en el Hospi­
tal de Iquique, a raíz de los hallazgos de osamentas de ejecutados y desaparecidos en una fosa clandestina
en Pisagua en 1990. El resto de los equipos se fueron estableciendo posteriormente. Cada equipo está
formado por 8 profesionales de salud y su objetivo principal ha sido proporcionar servicios especializados
en el área de la salud mental y posibilitar el acceso a la salud en todas las especialidades que los pacientes
lo requieran a través del sistema estatal de salud. Para mayor información sobre PRAIS ver Corporación
Nacional de Reparación y Reconciliación, Informe Final, 1996:122-124.

525
en algunas recomendaciones específicas de dicho Informe.127 Entre ellas se señalaba que
la reparación “ha de convocar a toda la sociedad chilena, ha de ser un proceso orientado
al reconocimiento de los hechos conforme a la verdad, a la dignificación moral de las
víctimas y a la consecución de una mejor calidad de vida para las familias más
directamente afectadas”.128 El trabajo de los organismos de derechos humanos que pro­
porcionaron atención médica y de salud mental a las víctimas de violaciones de derechos
humanos desde 1974, contribuyó a reafirmar esta noción de reparación y a la creación del
programa. En varias regiones, así como en Santiago, algunos profesionales de esos orga­
nismos formaron parte de los primeros equipos de trabajo de PRAIS.129 Este Programa no
tuvo ninguna difusión y los potenciales beneficiarios se informaban de sus derechos me­
diante canales informales.130 Al término del gobierno de Patricio Aylwin el programa
PRAIS fue modificado, incorporando a víctimas de violencia intrafamiliar, aunque man­
teniendo como beneficiarios a sus destinatarios originales.
Para dar seguimiento a los problemas de las violaciones de Derechos Humanos
con resultado de muerte no incluidos en el Informe, por la Ley 19.123 (1992), se creó la
Corporación de Reparación y Reconciliación, la que existió hasta diciembre de 1996, reco­
giendo las denuncias posteriores al Informe y calificándolas de acuerdo a los criterios
establecidos por la misma ley.131 En dicha ley se establecieron los beneficios que el Esta­
do de Chile concedería a los familiares de las víctimas de violaciones a los derechos
humanos o de la violencia política, a saber:
1. Pensión de reparación: Son beneficiarios la cónyuge, la madre y de no existir
ésta el padre, la madre o padre de los hijos naturales de la víctima, los hijos menores de
25 años y los hijos discapacitados de cualquier edad. El beneficio es una pensión vitalicia
y reajustable (excepto para los hijos mayores de 25 años) con un monto fijo mensual,
definiéndose el máximo respecto al cual los beneficiarios obtienen un porcentaje estipu­

Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. Informe. (1991): 830-832.


Rosario Domínguez, Lucy Poffald, Gonzalo Valdivia y Elena Gómez, Salud y Derechos Humanos. Una expe­
riencia desde el Sistema Público de Salud Chileno 1991-1993. Ministerio de Salud. Publicaciones de Salud
Mental. Serie Memorias e Informes N° 1,1994:20.
Ver Elizabeth Lira Reparación, Derechos Humanos y Salud Mental ILAS. Instituto Latinoamericano de Sa­
lud Mental y Derechos Humanos. Ediciones Chile América CESOC. 1997.
La Corporación de Reparación hizo un tríptico informativo, así como el PRAIS hizo un folleto distribuido
en el Servicio de Salud. No obstante la falta de difusión pública ya a fines de 1999 habían sido atendidas
más de 30.000 personas a lo largo del país. (Estudio sobre Programa PRAIS de María Paz Vergara y Elizabeth
Lira- Universidad Alberto Hurtado, manuscrito, agosto 1999)
La Corporación hasta diciembre de 1996 calificó 2.188 casos de los cuales fueron acogidos 899, correspon­
diendo 528 a muertos por violaciones de derechos humanos y 116 desaparecidos. Se agregan 248 casos de
muertos por violencia política y desaparecidos. Informe sobre calificación de víctimas de violaciones de dere­
chos humanos y de la violencia política. Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación, 1996: 565.

526
lado por la ley. La cónyuge obtiene un 40%, la madre un 30% y cada hijo un 15% del
monto.132
2. Bonificación compensatoria: se otorga por una vez en forma adicional. Es equi­
valente a doce meses de pensión y se hace efectiva en el primer pago. De existir más de
un beneficiario se paga en los mismos porcentajes que la pensión.
3. Salud: son beneficiarios el cónyuge, la madre y el padre, los hijos menores de 25
años, los hijos discapacitados de cualquier edad, los hermanos de familiares de detenidos
desaparecidos, ejecutados políticos, exonerados, exiliados retornados, ex-presos políti­
cos, ex- relegados y víctimas de violencia política. El beneficio es atención gratuita de
todas las prestaciones médicas en los establecimientos del Sistema Nacional de Servicios
de Salud y a través del Programa de Reparación y Atención Integral en Salud y Derechos
Humanos (PRAIS). Los beneficiarios con y sin pensión de reparación tienen derecho a
una credencial para hacer uso del beneficio médico que es otorgada por PRAIS.
4. Educación: son beneficiarios los estudiantes de enseñanza media y los estu­
diantes universitarios o de institutos profesionales o centros de formación en Chile que
sean hijos de víctimas hasta los 35 años. Beneficios: subsidio equivalente a 1,24 UTM133
al mes (de marzo a diciembre) para estudiantes de enseñanza media. Pago total de matrí­
cula, arancel mensual y subsidio de 1,24 UTM al mes (marzo a diciembre) para estudian­
tes de educación superior.
5. Exención del Servicio Militar obligatorio: son beneficiarios los hijos legítimos,
naturales y adoptivos de las víctimas. El beneficio es ser liberado del cumplimiento del
Servicio Militar Obligatorio quedando en calidad de disponible.134
Las políticas de reparación propuestas por la Comisión Rettig y adoptadas por el
gobierno, aun cuando no satisfacían del todo a las agrupaciones de familiares de víctimas
(e incluso dieron lugar a fuertes sentimientos encontrados respecto a si se debía aceptar
dinero por el familiar muerto o desaparecido), eran un reconocimiento oficial del terro­
rismo del Estado y proporcionaban un apoyo concreto para continuar con la vida cotidia­
na. En este sentido, cualquiera que fuese el veredicto moral sobre tales políticas de repa­
ración, eran aceptadas por la gran mayoría de los potenciales beneficiarios y representa­

132 En 1994 el monto total de la pensión era de $128.960 cuando había un solo beneficiario y en el caso de
varios beneficiarios el tope a repartir era de $180.542. El valor del dólar a la época fluctuaba entre $ 400
y $420.
133 UTM: Unidad tributaria mensual. Esta es una unidad para el cálculo de impuestos y pagos de diverso tipo.
El monto cambia de acuerdo a la inflación, por lo que se usa como referencia.
134 El beneficio puede ser solicitado en la Corporación de Reparación o en el Cantón de reclutamiento res­
pectivo al inscribirse en el año en que cumpla 18 años.

527
ban iniciativas concretas para aliviar, si bien no hacer olvidar, las consecuencias de las
violaciones de derechos humanos.135
A pesar de estas limitaciones, estas medidas eran logros del primer gobierno de la
Concertación, aunque casi nunca se incluyeran en los «balances» de la llamada transición
entre 1990-1994. La Corporación de Reparación también desarrolló iniciativas en el campo
de la educación en derechos humanos en coordinación con el Ministerio de Educación.136
En este período se creó el Programa de Reconocimiento al Exonerado Político, dependien­
te del Ministerio del Interior.137 En 1993 se dictó la ley N° 19.234, que estableció beneficios
previsionales por gracia para personas exoneradas por motivos políticos en un lapso indica­
do por la ley y que autoriza al Instituto de Normalización Previsional (INP) para transigir
extrajudicialmente en las situaciones que señala dicha ley.138 Aun cuando la mayoría de
estas iniciativas carecían de publicidad, perneaban a distintos sectores incluyendo aspec­
tos tan variados como el currículum escolar y el sistema de previsión y salud.139

¿Cómo entender «la justicia?»: Acusación Constitucional


contra ministros de la Suprema

En los primeros meses del año 1992 fueron detenidos y extraditados los agentes
civiles de la DINA Osvaldo Romo y el agente del Comando Conjunto, ex militante del

Es importante diferenciar, sin embargo, el impacto de la represión y luego de las políticas de reparación
respecto al pueblo mapuche. Véase Roberta Bacic, Teresa Durán, Roberto Arroyo y Pau Pérez, Memorias
recientes de mi pueblo. 1973—1990: muerte y desaparición forzada en la Araucanía: una aproximación étnica.
Temuco: Centro de Estudios Socioculturales, Universidad Católica deTemuco, 1997.
Formó parte de esas iniciativas el Primer Concurso Nacional de Unidades Didácticas para la Educación en
Derechos Humanos para diseñar un currículum de derechos humanos en todos los niveles de la educación
formal (1991); El Concurso de Ensayo «Juan Gómez Millas» que se llevó a cabo desde 1993, publicándose un
volumen anual con los trabajos premiados.(Este concurso fue traspasado al Ministerio de Educación al
cierre de la Corporación) y la elaboración y publicación de materiales de educación para un currículum en
derechos humanos. La Corporación publicó, entre otros: Colección Propuestas: N°1 Educación en Derechos
Humanos. Apuntes para una nueva práctica. N°4 Para recrear la cultura escolar. Experiencias y proyecciones
desde los Derechos Humanos. N°5 Manual de Capacitación para Educadores. La incorporación de los derechos
humanos en el aula. En estos temas se publicaron más de 15 volúmenes durante los 4 años de existencia de
la Corporación. Ver Informefinal...(1996): 125-145.
Véase Las deudas de la transición. Comisión Chilena de Derechos Humanos. Santiago, Ediciones Naciona­
les S.A., 1994:23.
Leyes sobre beneficios para exonerados y exiliados políticos. Ediciones Publiley. Carlos González. Editora
Jurídica Manuel Montt, Edición 1998.
Como otra medida de reparación el gobierno también patrocinó una ley que devolviera los bienes confis­
cados durante el gobierno militar a los partidos políticos y a particulares. Fue publicada el 23 de julio de
1998 con el N. 19.568: («Dispone la restitución o indemnización por bienes confiscados y adquiridos por el
Estado» de acuerdo a decretos leyes que se mencionan de 1973,1977 y 1979).

528
Partido Comunista conocido como «El Fanta», Miguel Estay Reyno.140 Otros ex agentes
de distintos rangos fueron interrogados, contribuyendo a confirmar las modalidades de
las operaciones de detención y el trato dado a los prisioneros durante el gobierno militar.
Esas declaraciones contribuyeron a la verdad social, pero no a dar con el paradero de los
detenidos desaparecidos.141 Se fueron publicando libros y documentos tanto de carácter
testimonial como investigativo que complementaban la información de la prensa y que
generaban mayores pruebas sobre la relevancia y conflictividad del tema.142 Durante 1993
se encontró en Paraguay una gran cantidad de información- más de 5 toneladas de pape­
les, que daban prueba y fundamentaban la llamada «operación Cóndor» referida a la
colaboración de los servicios secretos entre los países del cono sur para la detención y
eliminación de «subversivos».143 Paralelamente se fue desarrollando una ofensiva ideoló­
gica desde algunos sectores para reponer la interpretación que lo que había ocurrido era
una guerra antisubversiva y no la violación de derechos humanos y, por tanto, la
inexistencia de los «detenidos-desaparecidos».144

Miguel Estay Reyno se encontraba, al momento de esta publicación, cumpliendo condena en la cárcel de
Punta Peuco por su participación en el degollamiento de tres militantes comunistas ocurrido el 29 de
marzo de 1985.
En la opinión pública se crearon mayores expectativas de justicia con estas detenciones, así como con la
colaboración de Luz Arce, Alejandra Merino (conocida como la Flaca Alejandra) y otras mujeres que
fueron inicialmente detenidas políticas y luego, según sus testimonios, después de padecer de manera
inhumana, llegaron a ser colaboradoras de los servicios de seguridad. Para mayor información ver el libro
de Hernán Vidal: Política Cultural de la Memoria Histórica. Derechos humanos y políticas culturales en Chile.
Santiago, Mosquito Editores. Biblioteca Setenta&3,1997 y el libro de Luz Arce: El infierno, Santiago, Edi­
torial Planeta Chilena S.A. 1993. Michael Townley, reubicado en Estados Unidos bajo la ley de protección
de testigos, apareció en dos ocasiones en TV Nacional de Chile causando gran revuelo al relatar su parti­
cipación y dar alguna información respecto a la represión política del período militar, en particular res­
pecto al asesinato de Carmelo Soria.
Hernán Vidal, Dar la Vida por la Vida. Agrupación Chilena de Familiares de Detenidos Desapareados. Primera
Edición 1983- USA. Segunda Edición Santiago, Mosquito Editores Biblioteca Setenta&3,1996; Ariel
Dorfman, La muerte y la doncella (drama) Santiago LOM, 1997; Mónica González y Héctor Contreras, Los
secretos del comando conjunto Santiago, Ediciones del Ornitorrinco,1991. Sergio Marras, Palabra de Soldado
Santiago, Las Ediciones del Ornitorrinco, 1989. Patricia Verdugo, Interferencia Secreta: 11 de Septiembre de
1973, Santiago, Editorial Sudamericana chilena, 1998 y muchos más publicados dentro y fuera de Chile.
Simultáneamente quedó en evidencia una red de protección creada para impedirla ubicación, detención y
extradición de los ex agentes de servicios de seguridad. Esta situación fue denunciada por Marcia Merino y
también por el general Manuel Contreras al momento de ser notificado de la sentencia en el caso Letelier.
Esta tesis fue sustentada en entrevistas a agentes de seguridad en el cuerpo de reportajes de El Mercurio
de los domingos. Entre enero y marzo de 1991 fueron entrevistados Miguel Estay Reyno, el entonces
coronel en servicio activo Pedro Espinoza y el general (r) Manuel Contreras, sosteniendo la tesis que los
desaparecidos y otros asuntos de los que se les acusaban obedecían a las operaciones de inteligencia
desplegadas en una guerra antisubversiva versus el concepto de violaciones de derechos humanos suscep­
tibles de ser enjuiciadas como crímenes por tribunales civiles. La tesis sustentada por ellos fue presenta­
da como la doctrina castrense.

529
El Poder Judicial fue también objeto de cuestionamiento a raíz del tema de las
violaciones de derechos humanos. Este cuestionamiento llegó a su punto más alto con la
acusación constitucional de los Ministros de la Corte Suprema, señores Hernán Cereceda
Bravo, Lionel Beraud Poblete y Germán Valenzuela Erazo y del Auditor General del Ejér­
cito, Femando Torres Silva, siendo finalmente destituido el Ministro Hernán Cereceda en
enero de 1993, como resultado de la aprobación parcial de la acusación en el Senado. La
argumentación para acusarlos se basó en que la violación de derechos humanos ponía de
manifiesto la indefensión de los chilenos y la negligencia de los jueces frente a este
hecho. A este respecto, el diputado señor Alfonso Campos (RN) dijo:
“Asimismo nos asiste la certeza de que muchos dolores padecidos en el régimen pasado
o lágrimas derramadas en el mismo período, como tantas veces se ha manifestado, se
habrían evitado si la mayoría de los miembros de la Corte Suprema hubieran tenido
un comportamiento diverso en su momento.
...A manera de ejemplo, discrepamos cuando negó la vigencia del recurso de amparo
durante los estados de excepción...”145
El diputado señor Luis Iván Muñoz Barra (RN) agregó:
“...Fue el régimen en su conjunto el que se desarrolló bajo el signo del abuso y del terror.
Pues bien, en este cuadro, la acción del Poder Judicial fue débil; los recursos de amparo
que reiteradamente se interpusieron para defender a las personas o simplemente para
saber la verdad, fueron reiteradamente rechazados con la sola información que daban
aquellos que, de alguna manera, debían estar en antecedentes de los luctuosos hechos
que daban lugar a los asesinatos, detenciones o desaparecimientos. Jamás se ordenó,
por nuestro más alto tribunal, una investigación acuciosa de lo ocurrido, a fin de hacer
realmente efectiva la posibilidad de defender la vida de nuestros compatriotas.
De esta manera los recursos interpuestos pasaron a ser simplemente ilusorios, casi
como un trámite pecaminoso o indeseable; y fueron, por tanto, archivados sin más
antecedentes que la información dada por quienes dirigían un gobierno que quisiéra­
mos olvidar.
Este es el sentido profundo de la acusación constitucional”.146
El diputado señor Federico Ringeling (RN) discrepaba con la argumentación de
los acusadores y consideraba que la acusación corría el riesgo de dañar el proceso de
reconciliación entre los chilenos,
“Personalmente, deploro cualquier actitud cobarde en la vida, deploro la tortura, de­
ploro el asesinato a mansalva y jamás justificaré estas circunstancias; pero ellas

Cámara de Diputados. Sesión 38a. de viernes 8 y sábado 9 de enero de 1993: 52.


Cámara de Diputados. Sesión 38a. de viernes 8 y sábado 9 de enero de 1993: 81.

530
tampoco pueden llevamos a concluir que en Chile los militares se volvieron locos el 11
de septiembre y actuaron sin justificación ni explicación alguna, porque es muy fácil
alejarse de los acontecimientos y juzgar con la frialdad que da el tiempo.
...La base de la reconciliación está en ver la verdad en su cabalidad y no seguir por
caminos equivocados, que pueden llevar a cualquier poder fáctico a sobrepasar la
institucionalidad del Estado, que debe ser la norma básica.
Por lo tanto, rechazo la acusación”.147
Desde algunos sectores, la defensa de los magistrados no trepidó en señalar que
esa acusación dañaba la honra de los jueces e, incluso, podría desembocar en una seria
amenaza a la institucionalidad. Todas esas amenazas no impidieron que el Ministro
Cereceda fuera destituido y replanteó, al menos por esta vez y de manera limitada, el
principio que en un estado de derecho no hay excepciones de investiduras para respon­
der por actos del ministerio público.
Los debates sobre las acusaciones contra los Ministros de la Corte Suprema
reconfirmaban que el tema de derechos humanos condensaba un juicio ético y político
sobre el pasado que cuestionaba las bases mismas de la legitimidad de lo obrado por las
Fuerzas Armadas. A la vez, expresaba los antagonismos y odiosidades incubados por dé­
cadas en la sociedad chilena. Enfrentar el problema reavivaba las resistencias, los renco­
res y los miedos de un lado. No enfrentarlo gatillaba las frustraciones, los resentimientos
y los odios del otro. La postergación del estallido del conflicto con la secreta esperanza
que se diluiría con el tiempo o las estrategias de «bajarle el perfil» o darlo por resuelto,
se demostraron inútiles.148

Escaramuzas cívico-militares y un «boinazo»

Los conflictos abiertos y subterráneos sobre temas relacionados con los derechos
humanos y las relaciones cívico-militares, entre el Gobierno (y entre sectores dentro de la
Concertación), las agrupaciones de derechos humanos, las Fuerzas Armadas y los partidos
de derecha, tomaban la forma de escaramuzas en distintos ámbitos: el Congreso, los medios
de comunicación social, en los contactos entre las instituciones militares y policiales y los

147 Ibid: 94.


148 Otra acusación contra Ministros de la Corte Suprema se dedujo en septiembre de 1996, por «notable
abandono de sus deberes», por el caso del español Carmelo Soria Espinoza, asesinado en 1976. Reabierto
el proceso en 1993, fue sobreseído por aplicación del Decreto Ley 2.191 de 1978, de amnistía. Por afectar
las relaciones internacionales del país con España, el Ministro de Relaciones Exteriores Enrique Silva
Cimma había intervenido en el caso. Véase Cámara de Diputados, sesión 33a. de 4 de septiembre de 1996:
45-53.

531
ministerios respectivos y otros. El primer suceso mayor, en 1990, aparentemente fue preci­
pitado por la posibilidad de un juicio en contra del hijo mayor del general Pinochet. El 19
de diciembre de 1990, sólo nueve meses después de que asumiera el presidente Aylwin, se
produjo un acuartelamiento inusual del Ejército, denominado posteriormente «ejercicio
de alistamiento y enlace». El general Pinochet ordenó el acuartelamiento del Ejército, sin
avisarle al Ministro de Defensa. Las motivaciones para ello serían expresar un malestar, lo
que fue calificado por Edgardo Boeninger como «una acción inconveniente y precipitada....la
explicación dada por el Ejército no nos parece satisfactoria. Nosotros damos por superado
el incidente, pero el país tiene derecho a una explicación mejor».149 Por su parte el Coronel
(r) Cristián Labbé, asesor del General Pinochet en esa época señaló: «el acuartelamiento
es la resultante de un período de nueve meses de fricción».150
Sin embargo, el primer año de la transición parecía haber tenido como propósito
convivir en el «consenso» fruto de una tolerancia voluntaria y pragmática. El «ejercicio
de alistamiento y enlace» fue uno de los primeros signos de la fragilidad de los consensos
y un indicio de cuales eran las sensibilidades que los fragilizaban. Especialmente la per­
manencia de Pinochet como Comandante del Ejército, lo que identificaba cualquier pro­
blema que le afectaba a él o su familia como un ataque contra el Ejército. En el caso de la
operación de alistamiento y enlace, como lo expresara Edgardo Boeninger:
“No fueron, pues, los derechos humanos ni las relaciones cívico-militares la causa prin­
cipal de esta primera turbulencia mayor, sino el peligro que amenazaba a la familia y
a la persona de Pinochet por una operación financiera presuntivamente ilícita, situa­
ción que el Ejército presentó como un acoso deliberado a la institución cuyo objetivo
era lograr el retiro del Comandante en Jefe, dejando el Ejército indefenso ante el poste-
ñor revanchismo político por los problemas de derechos humanos”.151
El país esperaba el desenlace del «ejercicio» mientras Pinochet hacia caso omiso
al Ministro del ramo, una clara advertencia sobre las posibles consecuencias que tendría
el intento de intervenir o «subordinar» más directamente a las Fuerzas Armadas. En este
caso, “el Ejecutivo optó por pagar el precio de frenar la investigación legítima y necesa­
ria de estos casos para no poner en riesgo su estrategia global de transición y
específicamente con relación a las Fuerzas Armadas. Se trató, sin duda, de un renuncio
en nombre de la ética de la responsabilidad, decisión que compartí plenamente...”.152
La decisión fue consistente con la historia patria desde la Independencia. La im­
punidad de los poderosos a cambio de la «paz social», en nombre de la «unidad nacional»

149 «Edgardo Boeninger, Hoy, (31 de Diciembre de 1990- 6 de Enero 1991): 13-15.
150 «Coronel (R) Cristián Labbé: el Gobierno creyó que tenía al general Pinochet acorralado», entrevista de
María Irene Soto en HOY, N° 702, (31 de Diciembre de 1990- 6 de Enero 1991): 18-20.
151 Boeninger (1997): 410.
152 Ibid.

532
y de la «pacificación de los ánimos». Sin embargo, como lo expresó el ex ministro Boeninger,
“a diferencia de otras concesiones propias de la construcción de consensos, me resultó
extraordinariamente dolorosa [el caso de los cheques pagados por el Ejército al hijo ma­
yor de Pinochet] por su peculiar naturaleza y abusivas circunstancias”.153 La corrupción
política y el nepotismo no eran una novedad en Chile, aun cuando no llegaban histórica­
mente a los niveles de otros países del hemisferio occidental. Las acusaciones constitu­
cionales contra otros ex-presidentes e, incluso, contra presidentes en ejercicio, como el
caso de Ibáñez en 1956, daban lugar a comparaciones con el caso de los cheques pagados
por el Ejército al hijo mayor de Pinochet. Pero nadie en Chile había amenazado con un
golpe de Estado ni con el equivalente de «otro 11 de septiembre» para echar tierra sobre
impropiedades personales o familiares - menos aun en nombre del honor del Ejército y
de la patria. Las circunstancias eran particulares, pero ni aun por eso fue pequeño el
precio pagado por el gobierno y tal vez también, a largo plazo, las instituciones castren­
ses, al desvirtuar una investigación parlamentaria y del Consejo de Defensa del Estado.
Varios momentos de tensión durante los próximos dos años se manejarían tam­
bién mediante contactos «informales» entre personeros del Gobierno y los consejeros
políticos del general Pinochet hasta el momento del «boinazo» del 28 de mayo de 1993.154
En esos momentos las instituciones militares estaban molestas por varios motivos, entre
otros, por la demora en procesar algunos ascensos de oficiales, por las investigaciones
parlamentarias sobre algunos asuntos relacionados con las Fuerzas Armadas y por las
incomodidades experimentadas por los militares citados a los tribunales en centenares
de casos de violaciones de derechos humanos. Más importante, dada la renovada publici­
dad respecto a los escándalos de los cheques pagados por el Ejército a un hijo del general
Pinochet y las presiones del Ministro Rojas para conseguir el retiro de Pinochet como
Comandante en Jefe, el Ejército decidió demostrar de manera pública y categórica su
malestar. Aproximadamente cien soldados fuertemente armados, con boinas y vestidos
con uniformes de camuflaje se desplegaron en el centro de Santiago.155
Los hechos del 28 de mayo de 1993 confirmaron que el tema de derechos humanos
era muy sensible para las relaciones cívico-militares. Según Edgardo Boeninger, «La Ins­
titución y la Derecha quisieron aprovechar el nerviosismo generado en la Concertación
por el boinazo para lograr el término definitivo de todos los procesos en curso o por

153 Ibid.
154 Para un resumen de las relaciones informales, sobre todo entre el ministro Enrique Correa y el general
Jorge Ballerino, véase «Una historia detrás el trono. Los hombres bisagra», APSI N.472, (20 de marzo-3
abril 1994): 8-11.
155 Para un breve resumen de las relaciones cívico-militares entre 1990 y 1994, véase, Brian Loveman, «The
Transí tion to Civilian Government in Chile, 1990-1994» en Paul Drake and Iván Jaksic, ed. The Strugglefor
Democracy in Chile, revised edition, Lincoln: University of Nebraska Press, 1995: 305-337.

533
venir». Pero Enrique Correa, Ministro Secretario General de Gobierno, el subsecretario
de Defensa Jorge Burgos y Boeninger le dieron a entender al general Ballerino que «no
había agua en la piscina» para una ley de punto final.156 Esta percepción de la «sensibili­
dad» del tema de los derechos humanos no cambió durante lo que restaba del gobierno
de Aylwin. Por lo pronto, el Ministro Correa subrayaba que “es propósito de este gobierno
no dejar temas sobre derechos humanos para el próximo mandato”.157
El propósito de cerrar el tema sería una fantasía, tanto del gobierno de Aylwin
como del que siguiera; también de las Fuerzas Armadas y los partidos de derecha. Las
cenizas ardían sin que ningún «balde de agua fría», las pudiera apagar, fuera una ley de
punto final u otras medidas fraguadas entre cúpulas políticas. El boinazo fue seguido por
la presentación al gobierno, informal y privadamente, de un pliego de preocupaciones y
preferencias de las Instituciones Castrenses. En reuniones entre altos oficiales del Ejér­
cito y funcionarios de Gobierno se acordó informalmente como bajar las tensiones e in­
cluso «agilizar» los juicios pendientes sobre derechos humanos que afectaban potencial­
mente a centenares de uniformados.158 Poco a poco y dentro de lo posible, el gobierno
trataba los temas, desde salarios y recursos para la defensa nacional, hasta la poca efi­
ciencia del Ministerio de Defensa para tramitar los ascensos y otras materias de impor­
tancia para los militares, sobre todo en el Ejército. Además se instruyó al Consejo de
Defensa del Estado que desistiera en el caso que afectaba al hijo mayor del general
Pinochet por los llamados «Pinocheques», y en otros casos de presunta corrupción o es­
cándalos financieros que tachaban a otros familiares del Capitán General.
En relación al tema de los juicios de derechos humanos, después de las consultas
respectivas, el presidente había propuesto una solución por la vía de promulgar una ley
que garantizara el secreto de quienes colaboraran con la justicia, proporcionando infor­
mación sobre el paradero de los detenidos desaparecidos. También acogió el deseo de las
Fuerzas Armadas de «agilizar» las causas. En el mensaje de S.E. el Presidente de la
República señaló estos propósitos:
“Honorable Cámara de Diputados:
En relación a las violaciones de los derechos humanos que ocurrieron en nuestro país,
mi Gobierno se ha esforzado por establecer la verdad de lo ocurrido, colaborar con la
justicia, reparar moral y materialmente a las víctimas y sus familiares, y proporcio­
nar las modificaciones legislativas que contribuyan a evitar la repetición de hechos
tan graves para una sana convivencia nacional.

Boeninger (1997): 414.


El Mercurio, 6 junio de 1993, citado en Rafael Otano, Crónica de la transición, Santiago: Planeta, 1995:320.
Véase: «El documento que puso fin al boinazo», Que Pasa, N. 1408,4 al 13 de abril de 1998: 30-33.

534
La colaboración con la justicia se ha concretado en modificaciones a la legislación
procesal (Ley N°19.047), acciones destinadas a evitara que, por falta de una adecuada
defensa, las víctimas y sus familiares queden sin acceso a la justicia, y una labor poli­
cial efectiva para apoyar la investigación judicial’’.159
En este proyecto se proponían normas para que las personas que prestaran decla­
ración pudieran tener la seguridad de la reserva de los antecedentes y testimonios que
proporcionaran al juez. En el artículo 3o se decía: “En los procesos por los delitos señala­
dos en el artículo anterior, en que pudiere llegar a aplicarse una ley de amnistía, las
personas que presten declaración suministrando datos o informaciones precisas que con­
tribuyan a la determinación del hecho punible y sus circunstancias podrán, a su solicitud,
ejercer el derecho de que sus declaraciones y antecedentes proporcionados tengan el
carácter de secretos desde que se den o entreguen al tribunal. Con ellos deberá formarse
cuaderno especial y separado, que el secretario del tribunal guardará bajo custodia”.160
Sobre todo, las Fuerzas Armadas querían terminar con la seguidilla de juicios en los que
estaban citados personal militar, especialmente del Ejército, fuera en calidad de testigos
o inculpados.161
Las reacciones ante esta proposición la hicieron finalmente imposible. Las resisten­
cias se produjeron en la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, que inició
una huelga de hambre, y en los sectores más comprometidos con el tema de derechos hu­
manos. Finalmente, en el Congreso, por motivos diferentes, la iniciativa conocida como
«Ley Aylwin» fue rechazada, siendo finalmente retirada.162 Esta situación hizo emerger
diferencias importantes entre la Democracia Cristiana y la Izquierda concertacionista. “El
debate interno de la Concertación... se libraba... sobre la memoria de sus partidos integran­
tes. Había un divorcio de sensibilidades... También presionaba la presencia de las víctimas,
que encamaban una historia de dramatismo inobjetable, que golpeaba sobre todo a los que
provenían de la izquierda”.163 El problema seguiría pendiente.
Aylwin indultó a los últimos presos considerados políticos el último día de su
gobierno, conmutando la pena de cárcel por extrañamiento.
“DECRETO 453
Santiago, 9 de marzo de 1994.
Hoy se decretó lo que sigue:

159 Cámara de Diputados, sesión 25a. de martes 10 de agosto de 1993: 2475.


160 Ibid: 2477.
161 «Juicios a militares, Todos los puntos finales», Hoy, N. 832 (28 junio al 4 de julio de 1993): 14-16; «Gobier­
no-Ejército, La primera semana del resto de nuestras vidas», Hoy, N. 836 (26 julio al 1 agosto, 1993): 10-13.
162 Véase «Ley Aylwin, Sorpresas te da la vida», Hoy, N. 842 (6 al 12 de septiembre, 1993): 10-12.
163 Otano (1995): 328.

535
Vistos estos antecedentes, lo dispuesto en el artículo 32 N° 16 de la Constitución Políti­
ca de la República de Chile, en el artículo 6o de la Ley N° 18.050, y considerando el
propósito del gobierno de adoptar medidas que conduzcan a alcanzar la paz y la
reconciliación entre los chilenos...”
Se indica a continuación la conmutación de la pena de cada una de las cuatro
personas identificadas en el decreto. Uno de ellos que estaba condenado a 10 años de
presidio le fue conmutada la pena por 10 años de extrañamiento. A los otros que estaban
condenados a presidio perpetuo les fue conmutada la pena por 20 años de extrañamiento,
agregándose 5 años más a uno de ellos por las otras penas a las que fue sentenciado.164
“DECRETO 462
Santiago, 10 de marzo de 1994.
Hoy se decretó lo que sigue:
Vistos estos antecedentes, lo dispuesto en el artículo 32N°16 de la Constitución Políti­
ca de la República de Chile, en el artículo 6o de la Ley N° 19.055, y Considerando el
propósito del gobierno de adoptar medidas que conduzcan a alcanzar la paz y la recon­
ciliación entre los chilenos,
DECRETO:
Conmútase por extrañamiento los saldos de las penas a que se encuentran condenados...
...Tómese razón y comuniqúese y transcríbase al H. Senado.
PATRICIO AYLWIN AZOCAR
Presidente de la República
FRANCISCO CUMPLIDO CERECEDA
Ministro de Justicia”.165
Fue así como se terminaron de cumplir las promesas de la Concertación de 1989,
no sin aceptar el exilio para los «presos políticos» que habían intentado asesinar al Gene­
ral Pinochet en 1986. Fue una promesa cumplida, dentro de lo posible, puesto que la
promesa de poner fin al extrañamiento no pudo ser realizada.166 Este, como muchos otros
ejemplos, permite caracterizar la política de Derechos Humanos entre 1990 y 1994. No se

Véase El Mercurio, «Juicio sin Pena. Por qué no hay presos por el atentado», 1° de Septiembre de 1994: D13.
Desde 1981 de acuerdo a las disposiciones legales no se entregan los fundamentos del decreto y por cos­
tumbre se guarda reserva de los nombres de los indultados que figuran el decreto.
Esta medida de Aylwin correspondía a una tradición chilena que databa desde los gobiernos nacionales de las
primeras décadas de la independencia: muchos de los héroes nacionales habían sido beneficiado con el indul­
to, que conmutaba la pena de cárcel o de muerte por extrañamiento.Ver de Brian Loveman y Elizabeth Lira Las
suaves cenizas del olvido: Vía Mena de reconciliación 1814-1932, Santiago: LOM-DIBAM, 1999: Caps. 1-3.

536
especificaba quién o quienes definían «lo posible»; el subentendido era que las Fuerzas
Armadas y sus aliados en los partidos de derecha recurrirían a las medidas institucionales
e «históricas» disponibles, si se excedieran los límites estipulados públicamente o si la
movilización sindical o popular amenazara «el orden».
Más que cualquier otro tema, las violaciones de los derechos humanos hacían
correr este riesgo al país. Las expresiones que enfatizaban la «prudencia» evidenciaban
el temor latente de arriesgar la precaria y tal vez frágil paz social alcanzada. Aylwin se
había pronunciado abiertamente por la necesidad de saber acerca de dichas violaciones,
por hacer justicia y por reparar los daños causados. Más aun, había apelado a las Fuerzas
Armadas para que colaboraran en la búsqueda de la verdad y se arrepintieran por esas
violaciones. Estas iniciativas de Aylwin estaban en plena concordancia con el modelo
cristiano de la reconciliación, en particular con el sacramento de la penitencia. Otras
voces habían preconizado la inconveniencia de saber detalladamente lo ocurrido y adver­
tían sobre la amenaza a la paz social que significaba buscar la verdad y la justicia, afir­
mando que la condición más sólida para la reconciliación y la paz social sería el olvido
(jurídico y social) y la impunidad.
El carácter masivo de la violación de los derechos humanos entre 1973 y 1990 no
tenía precedentes históricos en Chile. Las modalidades de la vía chilena de reconcilia­
ción política parecían inadecuadas e insuficientes para este desafío. Aun cuando la impu­
nidad todavía regía en 1994, al finalizar el gobierno de Patricio Aylwin, no había sido
posible «cerrar» el pasado y correr «el velo del olvido», como ocurriera en todos los
gobiernos desde 1932 hasta 1990. Tal vez, el fracaso coyuntural de Aylwin serviría para
terminar con la tradición ininterrumpida de impunidad que seguía siendo el vivero de
odio y discordia que madurara en la segunda mitad del siglo XX. Cómo «cerrar» el tema,
cómo encontrar un «punto final» siguió siendo el gran misterio. En resolverlo estaba la
clave de la reconciliación, tan anhelada por muchos, la que no obstante parecía ser tan
inalcanzable. La victoria aparente del modelo neoliberal, incluso entre los ministros y
consejeros del gobierno, hizo casi desaparecer del radar político, cualquier
cuestionamiento del tipo de sociedad que había emergido en el país hacia fines de la
década de los 1990. Las pocas voces disidentes, intelectuales y políticas, eran descalifica­
das como»retrógradas» o, cuando menos, como pertenecientes a una izquierda que no
había abjurado todavía de sus «herejías». Según esta versión, dicha izquierda sería tan
irreconciliable e irreconciliada como lo eran los garantes del orden y sus aliados civiles.
Hasta 1994, el sistema político, institucional, económico y discursivo impuesto
desde 1981, se mantuvo casi incólume, incluso reforzado por las políticas económicas de
la Concertación y el flujo de inversión extranjera, el que, al mismo tiempo que impulsaba
el crecimiento, se adueñaba de sectores claves de la economía.

537
Cuatro años era poco y no cabía enjuiciar todavía el papel histórico del gobierno
de Aylwin. Pero si se tomara como referente el programa de Derechos Humanos y de
reformas constitucionales de la Concertación de 1988-89, estaba claro que poco, muy poco,
se había realizado. Y si el tema de derechos humanos era el más visible y candente como
obstáculo a la reconciliación política, no era menos cierto que los temas postergados de
equidad, democracia sin adjetivos, y de justicia social estaban pendientes. La pérdida de
soberanía experimentada no sólo por Chile sino por la mayoría de los países menos pode­
rosos y la vulnerabilidad del país a ciclos económicos internacionales, había aumentado
desde los tiempos de Arturo Alessandri. Las razones históricas que incubaban los conflic­
tos sociales y políticos no habían sido superadas. La reconciliación política quedaba aún
pendiente.
La impunidad de los que gobernaban y de los poderosos del país era una constan­
te. No obstante, el intento de apagar el ardiente tema de los derechos humanos con una
comisión de la verdad, circunscrita en sus alcances por la coyuntura poh'tica y el miedo a
una reversión autoritaria, no prosperó. Durante el gobierno de Aylwin no fue posible
derogar el Decreto Ley de Amnistía de 1978 ni tampoco enjuiciar a los autores de viola­
ciones de derechos humanos. Por otra parte, debido a la oposición de sectores de la
Concertación y al protagonismo de las agrupaciones de derechos humanos, no fue posible
garantizar la impunidad definitiva mediante una ley de punto final o una nueva ley de
amnistía, herramienta histórica de los gobiernos de toda estirpe. Menos todavía alcanzar
la reconciliación política. La resistencia ética, social y política a la histórica vía chilena
de reconciliación impidió que la Concertación y la oposición resolvieran, mediante la
impunidad compartida, el tema de derechos humanos.
Al iniciarse la campaña presidencial en 1993 no se podía hacer desaparecer el
tema de derechos humanos. Todos los candidatos opinaban sobre esta materia. A Eduar­
do Frei le gustaba la idea de Gabriel Valdés que quería que se terminaran todos los jui­
cios en dos o tres meses.
Como era de esperar, el candidato del MIDA, (Movimiento de Izquierda Democrá­
tico Allendista) el sacerdote Eugenio Pizarro «rechazó tajantemente la propuesta del
senador Valdés. ‘No se puede pretender que en tres meses se haga justicia a todas las
violaciones de derechos humanos ya que, si no se ha hecho antes, sería porque no hubo
voluntad de hacerlo’».
Eduardo Frei Ruiz Tagle, el candidato de la Concertación, ganó fácilmente las
elecciones presidenciales de 1993. Ningún candidato presidencial en el siglo XX había
conseguido el 58% del electorado chileno. Asumió la Presidencia en marzo de 1994. El
equipo de Frei había definido una política de prescindencia en materia de derechos hu­
manos, lo que implicaba que esos asuntos quedaban circunscritos al desarrollo de los
procesos en los Tribunales de Justicia. Frei y sus asesores querían dar por terminada la
transición, enfatizando el desarrollo económico, los proyectos de infraestructura, la bata­
lla contra la pobreza (al menos la batalla para reducir el número de pobres e indigentes)
y la modernización del Estado. Se irían suavizando las relaciones cívico-militares por
iniciativa del Presidente y sus ministros, los que tomarían en cuenta las necesidades y
preferencias de las Fuerzas Armadas y harían lo posible para bajar el perfil de cualquier
inconveniente.
Frei quería seguir adelante y dejar atrás «el pasado». Muy a su pesar, los operado­
res de La Moneda no podrían relegar las cenizas ardientes al pasado, ni menos apagarlas,
tampoco podrían orquestar la reconciliación al estilo de la larga vía de reconciliación
política, caminada desde los tiempos de Mariano Osorio, Bernardo O’Higgins, Manuel
Montt, Jorge Montt y los presidentes que siguieron a Arturo Alessandri hasta 1952. Eran
«nuevos tiempos».

539
Epílogo

La comprensión de los dilemas y procesos de la reconciliación política después de


1990 y las resistencias a tal reconciliación, había de comenzar con la reconstrucción de la
memoria social e histórica (y de la pérdida de tales memorias) en momentos análogos del
pasado. Esto fue lo que definió el enfoque del estudio cuyos resultados se resumen
someramente a continuación.
Una reconstrucción esquemática de los conflictos y reconciliaciones políticas re­
vela que después de cada ruptura en el siglo XIX, hubo debates intensos sobre cómo
construir y reconstruir una supuesta «familia chilena unida», es decir, un Estado-Nación
y un sistema político legítimo con una identidad compartida. Este debate reapareció
después de la ruptura política de 1924-1932 y la implementación de la Constitución de
1925, que dio origen al marco político que rigió en Chile hasta 1973.
Los líderes políticos, en sus esfuerzos por resolver los conflictos coyunturales,
reconstituir el orden y crear condiciones de gobernabilidad, lo que en el siglo XIX era
designado como «paz social», formulaban definiciones complejas de la verdad, la justicia,
la impunidad, la concordia política, el olvido y la reconciliación de manera polémica, cons­
ciente y refinada. Tomaban en cuenta el clima político nacional, las coyunturas interna­
cionales, las amenazas externas e internas a la seguridad y a la paz social. También
pensaban en las sensibilidades protocolares, especialmente en las apariencias y en el im­
pacto de estas medidas sobre las próximas elecciones. Aunque se buscaba el olvido de los
pasados conflictos, sus consecuencias y sus víctimas como condición de paz social, la
clase política de Chile en el siglo XIX dejó en claro, en las discusiones parlamentarias y
en la prensa de la época, que no creía que tal «olvido» fuera literalmente posible. Insis­
tía en la necesidad de una «cuenta nueva» legal, política y simbólica. No se trataba de
una reconciliación de personas a un nivel psicológico, ni de partidos políticos o movi­
mientos en un nivel ideológico o programático. Lograr la reconciliación política implica­
ba que ciertos temas no se debatieran y que si se llegaban a debatir asuntos tales como
las políticas sobre materias sensibles, se procurara que tal debate no excediera de los
límites que pudieran amenazar la «concordia» recién reconstruida.
Los líderes políticos reconocían que el éxito de tales reconciliaciones políticas
dependía de la moderación, prudencia, cordura y sensatez para enfrentar los conflictos.
La reconciliación política en diferentes momentos implicó una armonía ilusoria y una
tolerancia pragmática de las diferencias, la supresión de las pasiones que aumentaban la
violencia del conflicto, y la reacomodación al «imperio de la ley» en función de la
gobernabilidad.

541
En cada reconciliación hubo esfuerzos para construir una verdad y una historia
oficial y compartida. También hubo resistencias históricas a aceptar tal verdad y tal
historia oficial, como después de todos los conflictos del siglo XIX y los más recientes,
desde 1932. En el siglo XIX, las elites políticas chilenas reconocían cuan difícil era “bo­
rrar hasta el recuerdo” de la violencia política, los odios y los abusos. Los campos de
batalla se ensangrentaron con los vencidos rematados. En las cárceles retumbaban los
gritos de los torturados y de los lastimados. Difícilmente olvidaron sus sufrimientos los
familiares de los fusilados, de los ajusticiados por consejos de guerra, de los encarcela­
dos, de los desterrados y de los destituidos. Los recuerdos de las casas allanadas, los
saqueos, las confiscaciones de bienes, los empastelamientos de las imprentas de los pe­
riódicos opositores y las impunidades subsiguientes quedaron inscritas en diversas me­
morias sociales. Esos recuerdos fueron reprimidos también intentando suprimirlos en
nombre de sucesivos procesos de reconciliación.
Las elites políticas inventaron y adaptaron métodos de reconciliación política,
principalmente amnistías e indultos y diversas modalidades de reintegración de los ven­
cidos, de acuerdo a principios que fueron algo menos exigentes que aquellos aplicados a
las reconciliaciones personales, morales o religiosas. Raramente se hacían exigencias de
confesión, renegación o penitencia para acatar las reglas del juego impuestas o negocia­
das con los vencedores.
Desde 1818, después de motines, rebeliones y guerras civiles, los exiliados, los
presos políticos y los revolucionarios de todos los bandos volvieron a la vida pública,
como parte de las reconciliaciones políticas. Un gran número de ministros, parlamenta­
rios, oficiales del Ejército, funcionarios estatales y más de un Presidente de la República
volvían de la cárcel, la relegación o del destierro para ejercer sus oficios gubernamenta­
les. Cuando ellos ejercían el poder aplicaban, a su vez, otra dosis de olvido y de impuni­
dad para restablecer la paz social.
Al clarificar esta vía chilena de reconciliación, se hace evidente que hasta 1861 se
aplicaban las amnistías políticas y las medidas relacionadas para reincorporar al proceso
político a los grupos vencidos en las rebeliones y en las guerras civiles. La impunidad
jurídica fue un hecho consumado para los vencedores, no obstante la denuncia histórica
que se expresaba en la prensa, en el Congreso o en las sanciones sociales recaídas sobre
las relaciones personales.
Por otro lado, desde los juicios de residencia de O’Higgins y de su ministro
Rodríguez Aldea, hubo intentos de cobrar los abusos de autoridad percibidos por sus
adversarios, cuando se presentara la oportunidad. La impunidad jurídica y social no iba
a ser garantizada ni se les ahorrarían los costos sociales, políticos y personales. Con la
acusación constitucional contra el ex-presidente Manuel Montt en 1868, se intentó co­
brar las deudas políticas y hacer un juicio público al decenio 1851-61, mediante un pro­

542
ceso que destituyera al entonces presidente de la Corte Suprema. Terminada la guerra
civil de 1891, la acusación constitucional contra los ministros del Presidente Balmaceda
fue más allá, rechazando directamente la impunidad penal y civil por los actos de los ex­
funcionarios del Estado.
A la vez, las amnistías concedidas entre 1891-1894, no sólo confirieron un olvido
jurídico para los balmacedistas sino fueron autoamnistías respecto a los delitos cometi­
dos por los vencedores en la guerra civil. Entrando el siglo XX, las amnistías e indultos
no sólo se usaban para reincorporar a los vencidos sino para garantizar la impunidad de
los vencedores y de los funcionarios del gobierno que abusaran de su autoridad.
La ruptura política de 1924-32 y la reconfiguración del régimen político en los
1930 reforzaron este uso de las amnistías y otras modalidades históricas de la vía chilena
de reconciliación. La promulgación de la Constitución de 1925 se celebró con una amnis­
tía amplia, beneficiando a todos los sectores políticos, militares, sindicales y a “las perso­
nas condenadas o procesadas por causas políticas o sociales”. Una serie de amnistías en
1931-32 contribuyeron también a la implantación del nuevo régimen constitucional y a
la configuración del sistema de partidos políticos que prevalecería hasta 1973.
Desde 1932 hasta 1970 no hubo ruptura en el sistema político. Pero siempre hubo
amenazas de ruptura, motines, rebeliones, sediciones, conspiraciones y anuncios de una
guerra civil que venía. La batalla ideológica entre el capitalismo liberal y las alternati­
vas social cristianas, corporativistas-fascistas y marxistas fue constante. Los adversarios
del capitalismo y del modelo republicano liberal nunca aceptaron la Constitución de
1925 y el orden sociopolítico que lo fundamentaba, igual que los liberales del siglo XIX
no aceptaron, antes de 1874, la Constitución de 1833. Los social cristianos, los falangistas,
las variadas corrientes del socialismo y los comunistas denunciaban sin tregua el régi­
men constitucional, social y económico. Como los pipiólos y radicales en el siglo XIX,
operaron dentro del sistema sin aceptar su conveniencia ni su legitimidad. Quedó claro
en la prensa, en el Congreso, en los discursos en todo ambiente y en todo momento, que
algún día el país entraría en otro reino, de la justicia social, del «autoritarismo moderno»,
del socialismo, de la cristiandad, cualquier cosa que no fuera el anacronismo llamado
«capitalismo-liberal».
Sin embargo, entre 1932-64, la vía chilena de reconciliación se hizo parte integral
de la política cotidiana. Para evitar la ruptura, para restaurar la gobemabilidad en mo­
mentos de conflicto social y laboral, para conceder la impunidad jurídica a funcionarios
de gobierno, militares y policías, los indultos y las amnistías individuales y colectivas se
multiplicaban. Se amnistiaba y se autoamnistiaba con frecuencia, especialmente en épo­
cas electorales, en los momentos de movilización social, después de conspiraciones o gol­
pes militares fallidos y después de los sangrientos acontecimientos en Ranquil (1934), la
matanza en la Caja de Seguro Obrero (1938) y las repetidas instancias de violencia calle­

543
jera que a veces estaban al borde de la insurrección espontánea, como lo sucedido en
abril de 1957.
Las amnistías se trivializaban hasta el extremo de constituirse en elementos ruti­
narios de gobierno. Todos los gobiernos amnistiaban y se autoammstiaban; los indultos
también llegaron a concederse aún con mayor frecuencia. Regía la impunidad como
premisa implícita para gobernar. Desde varios sectores, en distintos momentos, surgía
una resistencia al olvido negociado entre sectores pohticos, un rechazo moral y político a
la impunidad para los gobernantes y para los funcionarios del Estado. También había
resistencias a las amnistías e indultos concedidos a dirigentes sindicales, obreros y em­
pleados públicos por su participación en huelgas ilegales, a periodistas acusados de des­
acato e injuria, a estudiantes, pobladores y otros por destrucción de la propiedad privada
o por violencia o contra la policía durante las protestas públicas o revueltas callejeras.
Se resistía también la impunidad para políticos y empresarios corruptos, para la coima
funcionaría, y para policías que usaban de «violencia innecesaria». Tal resistencia se
expresaba en los debates sobre las amnistías y los indultos y en las acusaciones constitu­
cionales contra los ex-presidentes, como en 1931 y 1939 y contra el Presidente en ejerci­
cio en 1956, y contra varios ex-ministros y ministros en funciones. No obstante y por lo
general, la impunidad prevalecía.
Los debates sobre las amnistías durante los años 50 fueron casi permanentes y
casi nunca se limitaron a considerar la propuesta de amnistía. Se replanteaban allí las
visiones antagónicas de la sociedad y se afirmaba que las medidas favorecían únicamen­
te la reincidencia de los delitos que se indultaban o se amnistiaban. Las amnistías bene­
ficiaron a carabineros que reprimían con «violencia innecesaria», a militares que conspi­
raban, a políticos que incitaban a la revolución y amenazaban la «seguridad interior del
Estado» y a obreros que luchaban, mediante huelgas ilegales, contra la miseria derivada
de «la explotación de los capitalistas». Las amnistías y los indultos posibilitaban mane­
jar los antagonismos subyacentes y gobernar al país sobre la base de la expectativa de
una eventual impunidad para infracciones menores y para crímenes monstruosos.
No pueden entenderse los acontecimientos desde 1964 hasta 1994 sin recordar
este fundamento previo del sistema político chileno. La vía chilena de reconciliación,
convertida en sistema de gobierno, tenía sus ventajas y también sus costos - algunos por
pagar. La ruptura, tantas veces postergada, llegó en 1973. El pronunciamiento militar
ocurriría en un contexto mundial que daría un marco normativo, discursivo y político
nuevo a las modalidades de conflicto y violencia del Estado, las que en sí eran reconocibles
en el pasado. Esas diferencias, unidas a las demandas de reconciliación política basadas
en normas morales, éticas, legales y de derechos humanos universales, son las que hacían
y siguen haciendo más difícil que en ninguna otra época de la historia chilena, la reconci­
liación política después de 1990.

544
Si la impunidad generalizada ha sido la premisa implícita de la democracia chile­
na desde 1932, ¿podría gobernarse democráticamente el país si todos los sectores asu­
mieran sus responsabilidades morales y legales, ateniéndose los políticos, los empresa­
rios, los gremios, los sindicatos y los ciudadanos al bien común? ¿O será que la histórica
vía chilena de reconciliación, en su versión modernizada, requerirá de más amnistías e
indultos, restableciendo la impunidad, sea para la corrupción, el terrorismo, las huelgas
ilegales, el abuso de la autoridad, o por la violación de los derechos humanos, como pre­
misa operativa de la democracia chilena?

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ÍNDICE

Agradecimientos 7
Introducción: Los Enemigos de la República 9
Caos político, 1931-32 10
Reconciliación como “restauración social”: La Iglesia Católica en 1932 21
Capítulo 1 El “León” y La Restauración, 1932-1938 25
La Constitución de 1925 y el León de Tarapacá 29
La amnistía de 1934 33
Amnistía, Ley N. 5.483 (15 septiembre 1934) 41
La lucha política, 1934-1938 42
La Amnistía de 1936 49
Amnistía 1936, Ley 5.909 50
La Ley de Seguridad Interior del Estado, 1937 51
Senado, 12 de enero, 1937: 54
La contienda política de 1937-38 55
La acusación constitucional de 1938 59
La matanza en la Caja del Seguro Obrero 62
Indulto, 24 diciembre 1938. 63
Capítulo 2 El terremoto y las “movidas de piso”, 1939-1941 69
La Acusación Constitucional contra Alessandri 76
El debate sobre la ilegalización del Partido Comunista 77
El proyecto de ley de amnistía de 1939 83
La Encrucijada 89
¿Por qué no hubo quiebre del sistema en el Frente Popular? 92
La Amnistía de 1941 102
Amnistía, Ley N. 6.885 (17 Abril ¿le 1941) 103
Capítulo 3 La “Democracia Defendida”, 1941-1952 105
Amnistía, Ley N. 7.159 (21 Enero de 1942) 110
La Elección de 1942 110
La Segunda Guerra Mundial y la Ley 7.200 112
El gobierno de González Videla 122
La acusación constitucional contra el Ministro del Interior,
Almirante Inunanuel Holger 123
La ilegalización del Partido Comunista 125
La contienda política, 1948-52 132
Las amnistías y la gobemabilidad 134
Las elecciones y la amnistía de 1952 140
Amnistía, 1952 (Ley 10.957) 146
Capítulo 4 El General y la Escoba, 1952-1958 147
El “general de la esperanza” al inicio del Gobierno 150
Entre la dictadura constitucional y la ruptura institucional 151
El factor militar 154
Inflación y movilización social 156
Los indultos y las amnistías 158
La huelga campesina en Molina, 1953 159
Los conflictos laborales y el Paro Nacional de 1954 163
Amnistía de 1955 (Ley 11.773) 167
La acusación constitucional de 1955 contra el Ministro del Interior 168
La amnistía de 1956 173
Amnistía de 1956 (Ley 12.004) 175
La acusación constitucional contra el Presidente Ibáñez 178
El reventón urbano, enero - abril 1957 182
Huelgas en Chile, 1951-1958 87 183
La amnistía de 1958 185
Amnistía, Ley 12.886 194
La reforma electoral, 1958 194
Derogación de la «Ley Maldita»: Promulgación de la 195
Ley 12.927, sobre Seguridad Interiordel Estado, 1958 195
Las elecciones presidenciales de 1958 197
Capítulo 5 La revolución de los gerentes: la vía del “paleta”, 1958-1964 199
Primeras Escaramuzas 201
La coyuntura 1958-1961 204
Amnistía de 1961. 208
Ley de Amnistía, 14.629 215
El Marco Político: 1958-1964 216
Los inicios de la «revolución de los gerentes» 216
El impacto de las elecciones parlamentarias de 1961 219
La propuesta Episcopal 223
Las Fuerzas Armadas 225
El debate sobre la ley de reforma agraria 226
Población José María Caro, noviembre de 1962 228
La Ley Mordaza, 1963 230
Ley 15.476 (Disposiciones transitorias) 235
La Huelga del Servicio Nacional de Salud de 1963 236
La Acusación Constitucional de 1963 239
Amnistía de 1964 (Ley 15.632, Artículo 8 transitorio) 244
Proyecto de reformas constitucionales de Alessandri 244
La elección presidencial de 1964 245
Capítulo 6 La «revolución en libertad»: la tercera vía, 19641970 249
El marco político de la «revolución en libertad» 253
El primer año: los proyectos y debates sobre amnistías 254
Ley de Amnistía 16.290 260
Iniciativas legislativas 260
Se reavivan las cenizas: primeros fuegos 263
Presidente Eduardo Frei M., 11 de marzo: 265
La amnistía que no fue 268
El discurso revolucionario de la Izquierda 272
El dilema del Gobierno 273
Rumores y conspiraciones de golpe 274
El Partido Nacional 276
La encrucijada de la revolución en libertad 277
La vía no capitalista 280
El debate sobre la reforma agraria y la reforma constitucional 281
La Amnistía de 1966, Ley 16.519 284
La Acusación Constitucional contra el Ministro de Economía, 1966 284
Año de «calamidades»: 1968 286
La Amnistía de 1968 286
Amnistía de 1968, Ley 16.975 290
Acusación Constitucional contra el Ministro del Interior, (junio de 1968) 290
El miedo como tema político: expectativa de ruptura, 1969 294
La acusación constitucional contra el Ministro del Interior (jimio, 1969) 298
Mirando hacia la campaña presidencial 302
El «Tacnazo» (21 octubre de 1969) 304
La Acusación Constitucional contra el Ministro del Interior,
(noviembre de 1969) 307
Las relaciones cívico militares 311
Acusación constitucional contra el Ministro de Trabajo y
Previsión Social, 1970 314
La reforma constitucional de 1970 315
Hacia los comicios de 1970, otra Acusación Constitucional 318
La elección presidencial de 1970 320
Estatuto de garantías constitucionales como condición para
votar por Allende 322
El interregno 323
Capítulo 7 La “revolución a la chilena”: la vía que no pudo ser 1970 -1973 327
Las amnistías que no se aprobaron 332
El programa de la Unidad Popular 337
La Iglesia y la vía chilena hacia el socialismo 347
«Hechos» en la vía chilena. 350
Indice, Jaime Ruiz-Tagle P. (septiembre 1973) 353
Indice de Millas y Filippi, 1973 355
Una interpretación de la historia de la Unidad Popular 363
Los indultos iniciales y el marco internacional 364
La política y la política económica 366
¿Qué hacer? 369
La Acusación Constitucional contra el Ministro del Interior (dic. 1971) 371
Lista Ilustrativa de Acusaciones Constitucionales
desafueros y acciones legales contra funcionarios
de la Unidad Popular 1970-1973. 376
El Segundo Mensaje al Congreso 379
Hacia el «abismo»: Todos predicen, pocos creen 380
Las elecciones de marzo, 1973 381
El “Tancazo”, 29 junio de 1973 382
El desenlace 385
Los últimos dos meses 386
Lista de oficios y documentos públicos
(enfrentamiento de poderes) 1972-1973 387
Capítulo 8 La “revolución silenciosa”: la vía “inquisitorial”, 1973-1990 393
La reconciliación inquisitorial: “reconstrucción y unidad nacional” 405
El Sur (7 noviembre, 1973) 407
Tabla 8-1 Medidas de Reconciliación del Gobierno Militar, 1973-88 416
Tabla 8-246 Marco de los regímenes de excepción y
de la represión política en Chile 1973-199047 421
¿Y la Iglesia Católica? 425
Inquisición y política: visiones encontradas 430
Tabla 8-3 Sucesos de represión 1973-90 de mayor publicidad 436
El gobierno militar y los conceptos de reconciliación 438
La reconciliación en el gobierno militar: interpretación
moderna de la política de reconciliación de la Inquisición 441
La Amnistía de 1978, DL 2.191 451
DL 2.191, Amnistía de 1978 462
Hacia la “unidad nacional” y una nueva Constitución Política 465
Las “protestas” y los “juegos de piernas”, 1983-1986 470
El general Pinochet y la reconciliación 481
La Concertación y la amnistía de 1978 483
Capítulo 9 La reconciliación nacional:
la vía de siempre y de nunca, 1990-1994 487
Las cenizas ardientes 490
El programa de la Concertación y el tema de los derechos humanos 491
Obstáculos institucionales y políticos 493
Medidas concretas de reconciliación 497
Las «leyes Cumplido» y la reconciliación 511
Reconciliación y la «historia oficial» 516
La Comisión Verdad y Reconciliación y sus repercusiones 517
Informe de la Comisión Verdad y Reconciliación 520
Reacciones de diferentes sectores ante el Informe 520
Recomendaciones de la Comisión Verdad y Reconciliación y
medidas de reparación 525
¿Cómo entender «la justicia?» : Acusación Constitucional
contra ministros de la Suprema 528
Escaramuzas cívico-militares y un «boinazo» 531
Epílogo 541
Bibliografía 547
índice 569
TRABAJA ’E FSI E O IVI
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Valdevenito, Nelson Montoya Área de Administración
Marco Sepúlveda, Marcos Álvarez, Juan Carlos Rojo. Se
han quedado en nosotros Adriana Vargas y Anne Duattis.

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