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EL OCASO DE LA TRIBU

El bien común como elemento fundamental en la estructura de toda comunidad,


está atravesando por uno de sus momentos más críticos de la historia de la
humanidad. Si evocamos a la Edad de Piedra, en el paleolítico, donde el hombre se
vio en la necesidad, casi obligada a unirse a otros semejantes para sobrevivir, en su
día a día en la caza de la megafauna. Uno a uno, hombre vs bestia, era una lucha
desigual que terminaba por seguro con la muerte del primero. Descubriendo la
frase: "La unión hace la fuerza", se agruparon en bandas nómades buscando el bien
común, que era alimentarse.

Desde ese primer momento la evolución del hombre como ser social fue en
aumento, formando clanes, tribus, naciones, estados, etc. La proyección del avance
científico en bien de la humanidad, anunciaba poder agrupar a todo el mundo en
una gran tribu global, venciendo las barreras de distancia, fronteras geográficas y de
latitudes, en lo que comúnmente llamamos GLOBALIZACIÓN. ¡Qué equivocados
estábamos!

Basta un vistazo al pasado, no muy atrás, digamos unos treinta años. donde era
común ver a niños jugando en las calles por horas, en los conocidos juegos de
antaño. Ni los apagones de fines de los ochenta, ni el "fujishock" fueron
impedimento para que un niño formara su tribu de amigos de la cuadra. El debate
en las reglas de estos juegos, eran la introducción de estos niños a una futura
participación ciudadana.

Uno de los cuatro elementos que constituyen el Bien común; trata de las
condiciones sociales de justicia, paz y libertad. Lamentablemente este es el punto
en que en estos treinta años ha caído en un profundo abismo que parece no tener
fin. En las calles no existe la paz y tranquilidad que los padres tenían para confiar a
sus hijos. La sociedad se ha visto casi forzada a encerrar a sus hijos y dejarlos salir
solo cuando sea necesario (escuela, hospital o paseo familiar), ante el aumento de
la delincuencia. Ya es normal ver calles donde es raro ver a un niño jugando, o en
todo caso, niños jugando en equipo (obviando las pichangas de fulbito).

La pandemia puso a prueba la tecnología como herramienta para mantener nuestra


vida social a distancia, en clases virtuales y trabajo remoto. Si bien sobrevivimos al
confinamiento, la sociedad se mimetiza con el internet, en una simbiosis de
practicidad y ahorro de tiempo y desplazamiento. ¿Para qué ir al banco? ¿Para qué
ir a la oficina? ¿Para qué ir al colegio? ¿Para qué salir a la calle? Se ha llegado al
punto de jóvenes que prefieren conocer a personas por el internet, en los conocidos
cibernoviazgos, que terminan en fracasos afectivos al darse cuenta el uno al otro
que no era tal como se presentaba a través de la pantalla.
El otro lado de la verdad de la milanesa, es la corrupción enquistada en la política,
donde en los grupos sociales es casi un pecado, o algo asociado a lo vomitivo
hablar de política. Creando una generación apolítica, alejada de importarle quién
gobierna o si es de derecha o de izquierda; sintiéndose obligado a ir a votar, sin
tener conciencia política o hacerlo solo por el antivoto, optando por el mal menor. Se
dice que a los cargos públicos siempre se postulan los mismos, y obedece a que
cada vez hay menos gente interesada en la participación política.

Se ha creado una generación preocupada sólo en sí misma, sin la necesidad de


unirse a una tribu como hace miles de años, a cazar mamuts, cuando todo lo tiene
en la palma de su mano, al manipular un celular. Jóvenes que se le declaran a una
muchacha por whatsapp, pero cuando se ven frente a frente, bajan las miradas y
evitan acercarse. Que no se extrañe que ahora cacemos mamuts por el aplicativo
de un celular o criemos mascotas virtuales, aunque esperen, eso ya existe en
nuestros días, se nos vienen tiempos difíciles, avisados estamos.

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