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Consideraciones sociológicas

sobre la Argentina en la Segunda Modernidad


Ricardo Sidicaro

Ricardo Sidicaro es Investigador del CONICET, Profesor


de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad
de Buenos Aires y Director de la Carrera de Sociología
de la Universidad Nacional del Litoral.
Dirección: Instituto de Investigaciones Gino Germani,
Facultad de Ciencias Sociales, UBA, Uriburu 950,
6º piso, ciudad de Buenos Aires.

Resumen Summary
En el presente artículo el autor se propone abordar algunos
The present article intends to inquire about some central
de los problemas centrales de la Argentina actual empleando
problems of the current Argentina. In this way the author
conceptos y nociones que forman parte de lo que considera
uses concepts and notions that are part of what he considers
un paradigma sociológico en formación que surge de las
a sociological paradigm in formation. This paradigm arises
contribuciones de diferentes autores, especial pero no exclu-
from the contributions of several authors, specially but not
sivamente europeos, preocupados por encontrar nuevas
exclusively Europeans, interested in finding new keys of
claves de inteligibilidad de las grandes transformaciones
in-telligibility of the great world and national transformations
nacionales y mundiales registradas en el último cuarto de
registered in the last quarter of the century .
siglo.

1 Consideraciones sociológicas
Desde inicios del último cuarto del siglo XX se planteó con persistencia la
crisis de los grandes relatos sociales que habían sido movilizadores de los
imagina- rios históricos en los doscientos años precedentes y que marcaron,
primero la construcción del estado-nación y la democracia parlamentaria, y
luego el creci- miento y el apogeo de los actores del capitalismo industrial y
de sus conflictos. Los primeros retrocesos de esos grandes relatos se
habían hecho evidentes mucho tiempo antes del comienzo de la discusión
sobre la pérdida de su vi- gencia. Las ciencias sociales, y en especial la
sociología, que habían destinado buena parte de sus estudios a las
instituciones más características de la fase capitalista industrial de la
modernidad se mostraron renuentes, en principio, a preguntarse sobre el
eventual fin de esa etapa histórica. Las corrientes de pensamiento crítico
eran menos influyentes en el campo académico y entre sus seguidores no
pocos mantuvieron el culto a las filosofías de la historia de tipo evolucionista
sin interesarse en los cambios sociales que ponían en cuestión sus creencias.
Por vías diferentes, el desarrollo de la sociología inmediatamente posterior a
la Segunda Guerra Mundial acompañó el optimismo de la época sobre el
desarrollo económico industrial, la ampliación y la generalización de los
sistemas políticos democráticos con predominio de las representaciones de
los partidos, y la construcción de las instituciones estatales intervencionistas
en lo económico y encargadas de funciones sociales de bienestar.
Los gobiernos de los territorios que en el curso del siglo XX salieron de
las situaciones coloniales o de los países independientes desde más larga
data, coincidieron en sus aspiraciones de consolidar Estados nacionales. La
mayor autonomía económica, impulsada por las burguesías locales y/o por las
burocra- cias estatales logró diferentes niveles de éxito según las regiones y
las épocas. Siguiendo patrones de desenvolvimiento distintos a los de los
regímenes capi- talistas, los países con sistemas socialistas, con sus
economías centralizadas y su gestión política fundada en el principio de
partido único, se expandieron desde la segunda posguerra y fueron un modelo
que inspiró, total o parcialmente, a las fuerzas políticas que, en las regiones
subdesarrolladas, buscaban forjar Estados nacionales independientes. La
tendencia a la formación de grandes actores colectivos fundados en, e
identificados con, el mundo del trabajo, fue común en los países
occidentales, más allá de los niveles de desarrollo alcanzados. En el plano
económico y social, las ideologías intervencionistas y dirigistas, con algunos
rasgos distintivos derivados de sus historias nacionales, fueron un
elemento presente en la mayoría de las elites gubernamentales.
Considerando las ideologías y las prácticas de casi todos los gobiernos
occidentales de los treinta años posteriores al fin de la Segunda Guerra
Mundial, puede afirmarse

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que el estado-nación y la economía industrial constituyeron la base material
y simbólica de sus proyectos y desempeños. Contando con condiciones es-
tructurales relativamente homólogas, en esos países los actores y sus
sistemas de relaciones tendieron a ser analizados por las ciencias sociales
empleando matrices teóricas que captaban sus características fundamentales,
y reconocían comparativamente sus diferencias. El cierre de esa etapa
mundial tuvo como principales observables políticos y sociales de nivel
macro: en el Oeste, la crisis del Estado de bienestar y la disminución de la
importancia política y económica de la clase obrera industrial; en el Este, los
colapsos de los socialismos reales; en el Sur, las transiciones a la democracia.
De acuerdo a sus tiempos diferenciales de desarrollo, en el campo de
las ciencias sociales la elaboración de conceptualizaciones y de
investigaciones sociológicas se encuentra siempre estrechamente vinculada
con los cambios registrados en las diferentes realidades sociales y políticas.
En los estudios lati- noamericanos, los procesos de democratización de los
sistemas políticos fueron el primer recorte analítico privilegiado cuando se
iniciaron las mencionadas mutaciones mundiales; y luego cobraron
importancia las cuestiones relacionadas con el neoliberalismo y sus
consecuencias. El primer tema presentó un fuerte ses- go formalista con
predominio de los «modelos», y, también, se registró un auge de la filosofía
política, asociada a las discusiones sobre los valores y al problema de las
dimensiones de la ciudadanía, en fin, ese panorama inicial lo completaron los
expertos en ingeniería institucional especializados en la «gobernabilidad» de
los conflictos. Con los temas en torno al neoliberalismo, entraron con fuerza
los enfoques y los recortes analíticos que encontraban en la esfera económica
los límites de la acción política; predominaron las nociones de la
estratificación social que, aún usando la terminología de la sociología de las
clases sociales, privilegiaron las descripciones basadas en la distribución del
ingreso y las es- tadísticas de las líneas de pobreza, complementados con
otros estudios que hacían hablar a los actores mostrando sus sugerentes
mundos íntimos.
Desde mediados de los años ’70, especialmente en Europa, muchos
cien- tíficos sociales se interrogaron sobre los grandes cambios sociales y
políticos considerándolos como cuestiones complejas que no debían reducirse
a la suma de los análisis de los observables empíricos. Se produjo así un
notable avance del pensamiento sociológico al unir las múltiples
transformaciones registradas en los distintos niveles de las sociedades y
proponer nexos explicativos entre ellas, a la vez que para definir la nueva
complejidad social se elaboraron teorías distintas a las que habían sido
empleadas para indagar acerca de las realidades precedentes. Esos estudios
sobre los cambios sociales, políticos, económicos y

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culturales de los últimos treinta años, fueron contribuciones teóricas,
fundadas en principios epistemológicos y en referencias empíricas no
necesariamente coincidentes, que, en principio, conforman un paradigma
explicativo nuevo para formular preguntas de investigación sobre las actuales
sociedades occidentales, sin descartar, según algunos de sus autores, su
pertinencia para otras regiones del mundo que participan de otras culturas.
De los científicos sociales cuyas obras confluyen en ese movimiento general
de nuevas ideas, probablemente, los más conocidos son Zygmunt Bauman,
Ulrich Beck, Manuel Castells, Anthony Giddens, Jürgen Habermas y Alain
Touraine, cuya lectura revela coincidencias y diferencias, así como distintas
preferencias políticas e ideológicas.

La Segunda Modernidad
Ulrich Beck propuso una construcción típico ideal adecuada, en nuestra
opinión, para hacer inteligible las características macrosociológicas de las dos
etapas que considera necesario distinguir en el período que va desde el fin de
la Segunda Guerra Mundial a la actualidad, estableciendo un corte entre
ambas a mediados de la década de 1970. Nuestra época, la que Beck
denomina Segunda Moderni- dad, presenta rasgos específicos en comparación
con la precedente o Primera Modernidad. Al respecto, el citado autor
sostiene:

«Básicamente la Primera Modernidad se define por la noción de una sociedad que


se constituye en el marco de un estado-nación; vale decir que el concepto de so-
ciedad se define esencialmente en términos estatales y nacionales. A su vez, estas
sociedades se caracterizan por el pleno empleo, al menos en principio; esto quiere
decir que tanto la política social (vale decir la política del Estado de Bienestar)
como la organización cotidiana de las biografías tienen como vector el pleno
empleo. Otro rasgo de estas sociedades de la Primera Modernidad consiste en que
pueden atribuirse identidades colectivas preexistentes, surgidas de la clase, de la
etnia o de grupos religiosos relativamente homogéneos. Y, finalmente, esas
sociedades se de- finen por el mito del progreso; [...] se da por supuesto que los
problemas generados por el desarrollo industrial pueden ser superados por un
nuevo avance de la técnica y de la industria. Este modo de sociedad es puesto
en cuestión por una serie de procesos que pueden ser entendidos como una
radicalización de la modernización [...] Uno de esos procesos de radicalización
consiste en la globalización; este término no se limita para mí a meros procesos
económicos sino que consiste en que ya no podemos concebir la sociedad
como un contenedor organizado estatalmente. El segundo proceso de
radicalización consiste en la individualización [...] vale decir que

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las instituciones esenciales, como los derechos sociales y los derechos políticos se
orientan hacia el individuo y no hacia los grupos».1

Para Beck, el otro gran aspecto característico de la Segunda Modernidad es


la merma del trabajo asalariado bajo las condiciones que surgen de la
globalización y de las nuevas tecnologías de la información. Sobre la
confianza de la sociedad en las instituciones políticas y la vocación
participativa de la población en las cuestiones públicas, en otro texto, Beck
sostiene:

«...en el cambio de valores que estamos viviendo actualmente, y no sólo en las


socieda- des de Occidente, conceptos como ‹autoridad›, ‹centralización› y
‹grandeza› se suelen tomar con bastante prevención. De hecho, cada vez son
menos aceptados. En todos los países de fuerte tradición industrial, los caudillos
en política están conociendo un gran desprestigio (sin parangón en la historia de
las democracias occidentales). Esto difícilmente se puede explicar alegando que
los jefes de los partidos políticos, o de los gobiernos, sean hoy menos competentes
que los de generaciones precedentes. En esta decadencia de la adhesión política
se percibe un cambio fundamental en cuanto a actitudes y percepción de
valores. Es el nuevo enfoque del desarrollo y de la responsabilidad personal el que
ha desprestigiado toda forma de jerarquía y de sus representantes,
independientemente de sus prestaciones personales».2

Los procesos de globalización


Globalización es un término que a medida que se fue incorporando a las
reflexio- nes sobre más dominios de la realidad social diluyó su capacidad
explicativa y corre el riesgo de convertirse en un comodín útil para designar
los más disímiles fenómenos que, de un modo u otro, se puedan relacionar
con el sistema mun- dial de relaciones entre países. Tampoco es
sorprendente que para unos sirva para nombrar las peores desventuras de
sus sociedades, en tanto que otros la remiten a las condiciones
internacionales que podrían contribuir a superar buena parte de los
problemas contemporáneos. En las discusiones en ciencias sociales el acuerdo
no es fácil cuando se analizan las novedades introducidas por los procesos de
globalización.
Los procesos de globalización presentan en cada país particularidades
propias que resultan de sus respectivas historias sociales, políticas,
económicas y cultu-
1
Ulrich Beck, «Políticas alternativas a la sociedad del trabajo», en: europeo, Buenos Aires, SIEMPRO/Miño y Dávila, 2001,
AAVV, Presente y futuro del Estado de Bienestar: el debate pp.13-14.

5 Consideraciones sociológicas
2
Ullrich Beck, Un nuevo mundo feliz. La precariedad del trabajo en
la era de la globalización, Barcelona, Paidós, 2000, pp. 163-164.

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rales. De allí que en muchas conceptualizaciones que pretenden colocarse en
un alto nivel de abstracción es fácil encontrar las limitaciones de las
denominadas generalizaciones empíricas, pues reflejan condiciones
nacionales o regionales particulares y no son adecuadas para captar
analíticamente la complejidad del fenómeno. Esta observación resulta
especialmente pertinente ya que cuando se plantean los problemas de la
globalización se está haciendo referencia, mu- chas veces sin advertirlo, a
cuestiones muy distintas o se pierde de vista que no todos los efectos de las
asimetrías internacionales de poder son fenómenos que corresponden a las
transformaciones recientes.
Sin duda, en los últimos decenios la población mundial ha alcanzado un
grado anteriormente desconocido de interconexión. Los adelantos
tecnológicos reali- zados en cualquier país repercuten en muy breve plazo, o
inmediatamente, en otros muy lejanos. La globalización de la economía y de
la cultura, se encuentra directamente relacionada con los nuevos sistemas de
comunicación de infor- maciones que facilitan la circulación internacional del
capital financiero y de los mensajes culturales en tiempo real, creando una
situación verdaderamente inédita al respecto. No sólo la vida material de las
personas sino, también, sus convicciones más íntimas se ven afectadas por
acciones provenientes de las antípodas de sus lugares de residencia. Como
se ha señalado repetidamente, las categorías de tiempo y de espacio han sido
revolucionadas con los procesos de globalización. Es cierto que las
interconexiones entre realidades distantes no eran cuestiones desconocidas,
pero lo nuevo es la complejidad de los efectos desestructurantes sobre las
unidades y sujetos que se vinculan en esta nueva época. Para ampliar lo que
afirmamos, digamos que asimilar la nueva situación mundial a la de etapas
anteriores, es un argumento que puede tener una cierta validez, pero que se
basa en similitudes parciales que obstaculizan la percep- ción del nuevo
sistema internacional. Si bien es evidente que las posiciones subalternas y
las predominantes de dicho sistema siguen ocupadas, con pocas variaciones,
por los mismos países, se han modificado notablemente los modos de
articulación y ejercicio de la dominación y de la desigualdad. Tanto en el
campo político como en el económico y en el cultural los actores que produ-
cen y reproducen las asimetrías distan de tener características equivalentes a
los de épocas precedentes y a ese cambio debe remitirse la explicación de las
transformaciones de las viejas modalidades de conflicto.
Los abordajes apologéticos de los procesos de globalización, resumidos en
las distintas versiones del llamado pensamiento único, anuncian un
mundo homogéneo destinado a equilibrar las desigualdades nacionales a
condición de que los países adopten iniciativas políticas, sociales, económicas
y culturales que estimulen la integración en la escena internacional. Esa
visión de los procesos de
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globalización deja de lado las disímiles y opuestas maneras de participación
en un sistema internacional en el que, lejos de haber disminuido, se han
ampliado las desigualdades y las asimetrías de poder.
Con frecuencia, al abordar los análisis de los procesos de globalización
se plantea el predominio de las referencias a cuestiones de orden económico.
En parte esto se debe a la importancia ganada por los hechos y las
estructuras económicas en el desenvolvimiento de los procesos
mundiales, que llevó a creer que la mayoría de los fenómenos podrían
explicarse indagando en causas provenientes de esos ámbitos. Por otra parte,
con el fin del conflicto Este-Oeste, retrocedió el interés en los análisis de las
relaciones internacionales de poder y esa situación favoreció la formulación
de explicaciones economicistas. Además, en la medida que con los procesos
de globalización adquirieron primacía las ideas neoliberales, se realzó la
importancia de los razonamientos en términos de estrategias y de cálculo
económicos. Entendemos que las mejores caracteri- zaciones de las
transformaciones de los procesos de globalización son aquellas que sin
desatender la importancia de las transformaciones económicas no hacen de
esa dimensión la variable explicativa única.
Manuel Castells define la globalización estableciendo la relación entre la
nueva economía mundial y la revolución informática:

«En las dos últimas décadas, ha surgido una nueva economía a escala mundial.
La denomino informacional y global para identificar sus rasgos fundamentales
y distintivos, y para destacar que están entrelazados. Es informacional porque la
pro- ductividad y competitividad de las unidades o gentes de esta economía
(ya sean empresas, regiones o naciones) depende fundamentalmente de su
capacidad para generar, procesar y aplicar con eficiencia la información basada en
el conocimiento. Es global porque la producción, el consumo y la circulación, así
como sus compo- nentes (capital, mano de obra, materias primas, gestión,
información, tecnología, mercados), están organizados a escala global, bien de
forma directa, bien mediante una red de vínculos entre los agentes económicos».3

Parece importante destacar que en los países que alcanzaron mayor nivel
de desarrollo económico, los procesos de expansión mundial de sus intereses,
o de
3
Manuel Castells, La era de la información: economía,
sociedad y cultura, México, Siglo XXI, 1999, vol. I, p. 93. Por comunicaciones. Los cuantiosos fondos acumulados en instituciones
su parte, Benjamín R. Hopenhayn resume la combinación de los altamente desreguladas circulan entonces globalmente a través
aspectos económicos e informacionales en el proceso de de los satélites que unen los mercados financieros del mundo las
globalización financiera: «Sobre las condiciones potenciales 24 horas del día», «La globalización y los países periféricos», en:
ofrecidas por la masa de dinero móvil, con la liberación Revista Enoikos, Facultad de Ciencias Económicas, UBA, 1999, p.
institucional se descarga el impacto de la revolución tecnológica 78.
en la informática y en las

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globalización activa, que llevan adelante sus grandes empresas privadas son
el resultado de la disponibilidad de grandes capitales, de los avances en
materia de ciencia y tecnología, y del respaldo que reciben de sus
respectivos Estados, al que se suman, en determinados casos, el poder de
intervención de organismos internacionales tales como el Banco Mundial o el
Fondo Monetario Internacional. La posición activa en la estructura del mundo
globalizado les permite a dichos países recoger beneficios provenientes de la
acción de sus empresas y capitales internacionalizados y mejorar sus
exportaciones sin dejar, en ciertos rubros, de implementar mecanismos
proteccionistas para impedir la entrada de productos importados, violando la
libertad de comercio que pregonan. Las relaciones de los actores privados
más dinámicos internacionalmente de Europa y de los Es- tados Unidos con
sus respectivas sociedades no son, siempre, de plena armonía y acuerdo. La
propensión a invertir en el exterior o a declarar ganancias en los
«paraísos fiscales» es una cuestión conflictiva, y los más perjudicados –ya
sean asalariados, empresas o sistemas tributarios estatales– suelen expresar
protestas y objeciones ante esos aspectos de la globalización. De todos
modos, y para evocar un ejemplo más que ilustrativo, es evidente que las
transferencias de riqueza a los países centrales crean condiciones que
favorecen a la mayoría de la población residente en los mismos, si bien esto
no significa que exista una distribución homogénea de esos beneficios.

La pérdida de legitimidad de las organizaciones de representación política


El problema de las organizaciones de representación política y de su
legitimidad se convirtió en objeto de numerosas preguntas y reflexiones
académicas y so- ciales en los decenios recientes, en parte, por la aparente
contradicción entre el hecho de que las decisiones públicas afectaron de
modo permanente y creciente la vida de las personas y, por otro lado, el
notorio desinterés de los ciudadanos por mantener o aumentar sus niveles
de participación en las organizaciones partidarias y sindicales. Por su parte,
cabe recordar que el desenvolvimiento de los movimientos sociales que en
algunos países y determinadas circunstancias convocaron a un nuevo tipo de
acción en la escena pública no reveló, tampo- co, un nivel de
involucramiento de cantidades de sujetos comparables con los anteriormente
alcanzados por las convocatorias de los grandes partidos y movi- mientos
políticos de estructura tradicional de las más diversas ideologías. Ronald
Inglehart, en su libro Modernización y posmodernización. El cambio cultural,
económico y político en 43 sociedades, resume su investigación internacional
comparativa sobre la situación de los sistemas políticos contemporáneos,
entre los que se incluyó el argentino:

9 Consideraciones sociológicas
«Estamos alcanzando los límites del desarrollo de las organizaciones burocráticas
jerárquicas que en buena medida crearon la sociedad moderna. El Estado
buro- crático, el partido político disciplinado y oligárquico, la cadena de montaje
en la producción, el sindicato de vieja línea y la corporación jerárquica hicieron
posibles la Revolución Industrial y el Estado Moderno. Pero la tendencia hacia la
burocra- tización, la centralización y la propiedad y el control estatal se están
invirtiendo, en parte, debido a que está alcanzando los límites de su eficacia y, en
parte, por el cambio de prioridades entre los públicos de las sociedades
industriales avanzadas. La confianza pública en estas instituciones se está
erosionando en todas las socie- dades industriales avanzadas».4

Entre las principales dimensiones empíricas a las que se remite al analizar


la simultaneidad de los procesos nacionales de cambios políticos, sociales,
econó- micos y culturales, el tema de la globalización ocupa un lugar
preponderante. Ese proceso internacional interiorizado en las sociedades
nacionales se expresa y se observa en el debilitamiento de los estados-
nación, elemento clave para enten- der lo que sucede en la esfera de la
política de los países de tradición occidental. En la mayoría de esos países,
las ideas acerca de la condición de ciudadanía, de Estado de «interés
general» y de representación democrática sobrellevaron durante mucho
tiempo con éxito las críticas que recibían de los extremismos de derecha y de
izquierda que denunciaban el carácter meramente «formal» de la igualdad
política, la dominación «plutocrática» o «burguesa» ejercida por los aparatos
estatales, y la ausencia de una «verdadera» representación de los intereses
mayoritarios de la sociedad en los cuerpos parlamentarios. Los parti- dos y
movimientos totalitarios de derecha consiguieron, entre las dos guerras
mundiales, audiencias abundantes con sus prédicas antidemocráticas, en
tanto que en la inmediata segunda posguerra creció, en algunos países de
Europa oc- cidental, la aceptación de las críticas marxistas a las instituciones
democráticas. Esas críticas y los partidos e intelectuales que las sostenían
perdieron su relativa eficacia, un tanto paradójicamente,
contemporáneamente a la aparición de los efectos de los procesos de
globalización que deterioran el reconocimiento social de los aparatos
estatales y de las instancias de representación política clásicas de la
democracia.
¿Es sorprendente que la declinación de las capacidades políticas,
burocráticas, económicas y técnicas de las instituciones estatales que habían
sido propias de la Primera Modernidad sea un factor, no el único, que afectó
negativamente el
4
Ronald Inglehart, Modernización y posmodernización. El
cambio cultural, económico y político en 43 sociedades,
España, CIS/Siglo XXI,1998, p. 434.

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reconocimiento social y la convocatoria de los partidos políticos, más allá del
color ideológico, que competían por la dirección de los gobiernos y, claro
está, por los privilegios materiales y simbólicos ligados al ejercicio de las
funciones públicas? En los países menos desarrollados económicamente, los
estados-na- ción perdieron poder de negociación frente a los capitales
internacionales, y en buena parte de los más avanzados, los pactos regionales
como la Unión Europea condujeron a la transferencia de la toma de
decisiones claves a las autoridades burocráticas de gestión comunitaria, lo
que supuso, objetiva y subjetivamente, para sus habitantes una restricción
de sus esferas de participación ciudadana. Los partidos políticos recibieron
las consecuencias directas de la reducción de sus funciones en las tomas de
decisiones y del decaimiento de las creencias en la eficacia del sufragio. Los
límites evidentes de las capacidades de acción de los aparatos estatales
nacionales hicieron más realistas y menos doctrinarios los discursos oficiales.
Las tradiciones nacionales elogiando la grandeza de las patrias, se revelaron
desactualizadas, pues, en general, se habían basado en el recuerdo emotivo
de las guerras contra los vecinos o en beligerantes hipótesis de conflicto. Los
partidos políticos, que se habían disputado el control del Es- tado para
conducir a las naciones asegurando que poseían el mejor programa para
afianzar la soberanía nacional, los intereses de la población en general o de
sectores sociales determinados, no pudieron escapar a las consecuencias del
debilitamiento en los imaginarios colectivos de la idea de la fuerza de los
estados nación. En el viejo continente, los neofascistas pretendieron, con
escasos resultados, reavivar los nacionalismos, en América Latina, la
metamorfosis de los partidos y movimientos populistas reveló que la
modificación de sus anteriores posiciones ideológicas nacionalistas no
despertaba mayores descontentos en sus adherentes, cuyo interés por la
defensa de las viejas convicciones se había, igualmente, debilitado.
Las observaciones de los autores que se interesan en los cambios
registrados en las relaciones entre la sociedad y las instituciones políticas
tienden a coincidir en el hecho de buscar la explicación de lo sucedido
poniendo el foco de atención en los contextos generales y en las
transformaciones de los tejidos sociales. Alain Touraine, pionero en la
indagación de nuevas claves sociológicas para explicar los modos de acción
emergentes y los cambios de los actores y de las estruc- turas cuya presencia
y gravitación declinaban, reflexionó conceptualmente en distintas obras
sobre el lugar de los partidos políticos no sólo en los países más desarrollados
sino, también, en aquellos que ocupan posiciones secundarias en el sistema
mundial. Una buena síntesis de las perspectivas actuales de Touraine sobre la
modificación de los roles de los partidos políticos es la siguiente:

11 Consideraciones
«A partir de que se aceleró la globalización de la economía, la revolución
tecnológica y la aparición de nuevos países industriales, es la realidad económica
la que parece dirigir el mundo y sus transformaciones, mientras que las ideologías
se desmoronan y las políticas se hacen más pragmáticas [...] Los partidos políticos
se han transformado en agencias electorales y no representan más a los
movimientos sociales, al igual que no se hacen defensores de un proyecto de
sociedad. La vida política es dominada por los programas económicos de ajuste
estructural y sus consecuencias».5

Los análisis de Touraine apuntan a estimular la creación de nuevas formas


de pensar la política, para actuar en consecuencia, con el explícito rechazo
de los determinismos que aceptan las situaciones mundiales y sus efectos
nacionales como un dato inmodificable y ante el que sólo cabe una resignada
aceptación; su óptica se define, también, contra los críticos de los procesos
de globalización, que describen un mundo en el que las sociedades nacionales
se encontrarían frente a una situación de dominación que penetraría
profundamente los intere- ses, los gustos y las conciencias de modo tal que
todas las fuerzas de resistencia se «disuelven en una marea de manipulación,
seducción y represión».6
La tendencia al crecimiento de la autonomía de los individuos, que se ale-
jan del acatamiento a las tradiciones, cuestionan las jerarquías burocráticas
y buscan nuevos valores, creó, naturalmente, dificultades para la
subsistencia de los partidos políticos consolidados durante la Primera
Modernidad en las de- mocracias occidentales. Al debilitarse los tejidos
sociales a los que se hallaban vinculados los diferentes partidos, la
representación política se hizo más difícil. Los partidos con ideologías más
fuertes y cerradas dejaron de satisfacer a los sujetos a los que anteriormente
les habían brindado una narración aceptable y verosímil de su identidad, sus
intereses y de sus antagonistas. La acción del representante creando al
representado y ofreciéndole un punto de vista que éste consideraba propio,
paulatinamente se hizo inviable con la fragmentación de los colectivos
sociales. En nuestros días, con el aumento de la complejidad y la
diferenciación de las sociedades modernas, no sólo se debilita la materialidad
de los tejidos sociales que unificaban y organizaban dimensiones claves de la
vida de las personas, sino que el individuo autónomo y constructor de su
propia biografía se ha convertido en un valor respetado y estimulado
culturalmente en la Segunda Modernidad. La estructura laboral de la
Primera Modernidad, el
5
Alain Touraine, Pourrons-nous vivre ensemble? Egaux et
diffé- rents, Paris, Fayard, 1997, p. 353.
6
Al respecto, ver: Alain Touraine, «Préface a la nouvelle édition»,
de Le retour de l’acteur, Paris, Le livre de poche, 1997, p. 9.

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capitalismo industrial preinformatizado y preflexibilizado, fue una matriz que
sujetó a los sujetos de los sectores populares en sentido material y simbólico.
Las ideologías que les hablaban de su existencia y destino colectivo
reforzaban en esos sectores las tendencias a la homogeneización. Desde hace
un cuarto de siglo, el crecimiento de la heterogeneidad y de la
fragmentación del mundo del trabajo se articuló con los discursos que con
distintos objetivos estimularon la desconfianza en la acción colectiva y la
defensa de los intereses individuales. Con el paso a la nueva época de la
modernidad, en los sectores genéricamente conocidos como clases medias, se
multiplicaron los estilos de vida y decayó la influencia de los patrones de
comportamiento que en épocas precedentes los habían dotado de una
relativa unidad. Tampoco esos sectores pudieron ser con- vocados
políticamente desde el imaginario pequeño-burgués que traducía sus
aspiraciones individuales en discurso político. Los partidos que pregonaban la
defensa del orden no sólo se encontraron con la creciente heterogeneidad
que trajeron los procesos de globalización a los intereses de los actores con
mayor poder económico y de los agentes que giraban directamente en su
órbita de negocios y cultural, sino que, ante los nuevos problemas nacionales
e internacio- nales, se fue convirtiendo en casi imposible retener los
sufragios de los sectores que sin contar con mayores privilegios se
identificaban con ellos.
En fin, en el declive de las pasiones ciudadanas, hay acuerdo entre los
analistas que no fue menor la contribución de los medios de comunicación
política que sustituyeron las concentraciones casi religiosas de antaño por los
mensajes y propagandas televisivas autoadministradas, a voluntad, por las
aisladas audien- cias mediante la simple y solitaria mediación del control
remoto.7 Mientras la televisión, con su estructura narrativa artificial, se
convertía en el vínculo favorito de una estrategia de comunicación política que
debía decir poco o nada para tratar de llegar a muchos espectadores que se
interesaban, igualmente, poco o nada en las escuetas definiciones de los
partidos, se generalizaba la llamada crisis del militantismo.8 Las antiguas
tareas vocacionales, a falta de motivaciones ideológicas, se convirtieron en
profesionales, y las compensaciones económicas, presentes o prometidas,
pasaron a asegurar las endebles lealtades de membre-

7
Tal como lo señaló con tono irónico Richard Sennet: «Los medios
a sus amigos para informarles que ha desintonizado a un político
de comunicación masiva aumentan infinitamente el conocimiento
detestable y urgiéndoles a que apaguen sus aparatos de televisión,
que la gente tiene con respecto a aquello que acontece en la
cualquier actitud de respuesta que usted haga es un acto invisible»,
sociedad e inhiben infinitamente la capacidad de la gente para
Richard Sennet, El declive del hombre público, Barcelona,
convertir dicho conocimiento en acción política. Uno no puede
Península, 1978, p. 617.
replicarle al aparato de televisión, sólo puede apagarlo. A menos 8
Al respecto, ver Pierre Bourdieu, Sobre la televisión,
que usted sea una especie de chiflado y telefonee inmediatamente
Barcelona, Anagrama, 1997.

13 Consideraciones
sías, ocasionalmente acrecentadas en las coyunturas electorales más densas
de sentido, por amateurs movidos por valores de más trascendencia que
aquellos instalados permanentemente por las dirigencias partidarias.9

Reflexividad social y crisis de sentido


Entre los aspectos elaborados por las nuevas teorías sociológicas existe
uno particularmente importante que, en buena medida, se encontró en el
horizonte de las discusiones fundadoras de la disciplina en torno a la
pregunta sobre la visión de la sociedad de quienes viven en ella, a la que se
ofrecieron múltiples, y alternativas, respuestas. Anthony Giddens resume una
perspectiva con la que, en parte, concuerdan las opiniones de otros autores
que proporcionan claves para la inteligibilidad de las sociedades modernas.
Según Giddens, en una sociedad
«que elimina las tradiciones, los individuos deben acostumbrarse a filtrar
toda clase de datos significativos para sus situaciones vitales y actuar
habitualmente en ese proceso de filtrado». Específicamente sobre la relación
entre la reflexi- vidad social y la esfera política, el citado sociólogo
sostiene que «los viejos sistemas burocráticos empiezan a desaparecer, son
los dinosaurios de la era post-tradicional. En el terreno de la política, los
Estados ya no pueden tratar tan claramente a sus ciudadanos como
‹súbditos›. Las exigencias de reconstrucción política y de eliminación de la
corrupción, así como el amplio descontento con los mecanismos políticos
ortodoxos, son todas, en cierta medida, expresiones de una mayor capacidad
social de reflexión».10
Por su parte, Alain Touraine ha acordado en sus obras una importancia
creciente, en tanto signo de nuestra época, al «retorno del actor», sujeto in-
dividual o colectivo, que asume una presencia activa en la escena pública
y cuya expresión emblemática fueron los movimientos sociales. Los conceptos
tourainianos tienen gran utilidad heurística para establecer relaciones entre
las transformaciones operadas en los planos macrosociales y aquellas
producidas en la subjetividad, de los actores individuales o colectivos, cuyos
efectos se proyectan en los más disímiles órdenes de la vida. En especial, el
énfasis puesto en la perspectiva que sostiene que los actores se construyen
en sus relaciones y conflictos conduce a evitar los errores de las definiciones
ontológicas que, al
9
Sobre las transformaciones de las organizaciones de los partidos
diferentes sentidos dados a la idea de reflexividad social, ver Ulrich
occidentales, ver Angelo Panebianco, Modelos de partido, Madrid,
Beck, La sociedad del riesgo global, Madrid, Siglo XXI, 2002,
Alianza, 1990.
cap. 6, «¿Conocimiento o desconocimiento? Dos perspectivas
10
Anthony Giddens, Más allá de la izquierda y la derecha. El
sobre la modernización reflexiva».
futuro de las políticas radicales, Madrid, Cátedra, 1998, p.
16. Para los

estudios sociales 24 [2003] 14


naturalizar la existencia de los mismos, impide captar la dimensión creativa
de su acción y su propio proceso de autotransformación. En la época actual,
esas ideas son un punto de partida indispensable para comprender la creación
de nuevos actores y las tensiones producidas por sus prácticas que, directa o
indi- rectamente, se despliegan como resistencias a las nuevas y viejas
estructuras de dominación y, las que han aparecido con el apogeo del
neoliberalismo y los procesos de globalización.11
Las ideas que consideran que la reflexividad social se instaló en los
com- portamientos de la época presente no necesariamente son
compartidas por autores que, sin embargo, coinciden en adjudicar
importantes consecuencias a la multiplicidad de enfoques culturales e
interpretativos que caracteriza a la actual etapa de la modernidad
occidental. Peter Berger y Thomas Luckmann, en su libro Modernidad,
pluralismo y crisis de sentido. La conciencia del hombre moderno,
desarrollan un análisis en el que buscan dar cuenta, partiendo de
supuestos teóricos de raíz fenomenológica, de la situación de los individuos y
de sus referencias culturales, proponiendo descripciones y conclusiones que
alumbran zonas de conocimiento distintas, pero vecinas, a las realizadas por
los autores mencionados anteriormente. Para Berger y Luckmann, el
pluralismo existente en las sociedades modernas, entendido como la
simultaneidad de múltiples visiones interpretativas de la realidad social,
operaría produciendo incertidumbre y crisis de sentido. Los grupos y los
individuos se encuentran frente a las consecuencias de la complejidad de la
vida social y sus anteriores certezas se ven afectadas, de modo principal, por
el debilitamiento de las ins- tituciones religiosas y estatales que habían sido
productoras y proveedoras de significados para pensarse a sí mismos y al
mundo circundante:

«La modernización entraña un aumento cuantitativo y cualitativo de la


pluralización. Las causas estructurales de este hecho son ampliamente conocidas:
el crecimiento demográfico, la migración y, como fenómeno asociado, la
urbanización; la pluraliza- ción, en el sentido físico y demográfico; la economía de
mercado y la industrialización que agrupan al azar a personas de los tipos más
disímiles y las obligan a interrelacio- narse en forma razonablemente pacífica; el
imperio del derecho y la democracia, que proporcionan garantías institucionales
para esta coexistencia pacífica. Los medios de comunicación masivas exhiben de
manera constante y enfática una pluralidad de formas de vida y de pensamiento:
tanto por medio de material impreso, al que la población tiene fácil acceso
debido a la escolaridad obligatoria, como por los
Al respecto, ver Alain Touraine, Cómo salir del liberalismo,
11

Buenos Aires, FCE, 2000, cap. 4.

15 Consideraciones
medios electrónicos más modernos. Si las interacciones que dicha
pluralización permite establecer no están limitadas por ‹barreras› de ningún tipo,
este pluralismo cobra plena efectividad, trayendo aparejada una de las
consecuencias: las crisis
‹estructurales› de sentido».12

Berger y Luckmann, empleando categorías durkheimnianas, se preguntan si


los individuos enfrentados a la crisis de sentido no tienen entre sus
alternativas la creación de «instituciones intermedias... capaces de sustentar
‹pequeños mundos de la vida› de comunidades de sentido y de fe, y allí
donde sus miem- bros se desarrollan como portadores de una ‹sociedad civil›
pluralista. En los
‹pequeños mundos de la vida› los diversos sentidos ofrecidos por las
entidades que los comunican no son simplemente ‹consumidos›, sino que son
objeto de una apropiación comunicativa y procesados en forma selectiva
hasta transfor- marse en elementos de la comunidad de sentido y de vida».13
Parece importante destacar que los procesos de individualización que
se registran en la época actual dan lugar a conductas egocentradas que
no co- rrespondería confundir con el encierro en el individualismo egoísta. Al
respec- to, la socióloga italiana Ota de Leonardis sostiene que: junto con el
creciente proceso de fragmentación, e incremento del individualismo,
existen cada vez más participantes en acciones u organizaciones de
solidaridad social y que
«la preponderancia de la solidaridad como hecho de conciencia es coherente
con las tendencias actuales a enfatizar lo individual, lo subjetivo, las
relaciones personales, en las que la dimensión organizativa e institucional de
la sociedad es conducida nuevamente hacia el desempeño de un rol
instrumental, a ser un medio para la realización del sujeto ‹postmoderno› que
se refiere a sí mismo...».14 Por su parte, tanto Beck como Giddens tienden a
destacar la formación de nuevas esferas de acción política, diferentes a la de
los partidos tradicionales en crisis, en las que se innova en materia de
autorrepresentación.

12
Peter Berger y Thomas Luckmann, Modernidad, pluralismo es aquella donde aparecen los hooligans, las nuevas formas
y crisis de sentido. La orientación del hombre moderno, de marginalidad urbana,
Barcelo- na, Paidós, 1995, pp. 50 y 74. La individuación
creciente y las contradictorias consecuencias de la creciente
autonomía de las personas fue analizada por Gilles Lipovestky
observando que:
«la nueva era individualista disgrega lazos sociales, deshace los
encuadramientos familiares, disuelve los referentes religiosos y,
de esa forma, favorece el desarrollo de las creencias más
deliran- tes, el retorno del esoterismo, la flotación de las
opiniones y las marginalidades sociales. La era del neonarcismo

estudios sociales 24 [2003] 16


la toxicomanía masiva, el terrorismo de las minorías nacionales y las
sectas... El neoindividualismo significa el desgajamiento de las
normas y los comportamientos tradicionales, el derrumbe de las
ideologías revolucionarias y nacionalistas. Resulta entonces un tipo de
individualidad de tendencia flexible, sin adhesiones profundas, más
escéptica, más pragmática». Gilles Lipovesky, «La revolución de la
autonomía», en: Josefina Casado y Pilar Agudíez (comps.), El
sujeto europeo, Madrid, 1991, p. 55.
13
Peter Berger y Thomas Luckmann, op. cit., p.117.
14
Ota De Leonardi, In un diverso Welfare, Milano, Feltrinelli,
1998, p. 63.

17 Consideraciones
Las transformaciones argentinas
En las décadas recientes y, especialmente, a partir de los años ’90, en la
sociedad argentina se registraron profundas y rápidas transformaciones
políticas, eco- nómicas y sociales que aquí explicaremos desde una
perspectiva afín con las conceptualizaciones sociológicas expuestas
precedentemente. Por cierto, los niveles de abstracción y de elaboración de
esas contribuciones teóricas distan de conformar un cuerpo de
pensamiento homogéneo y sus planteos están abiertos a los cambios
propios de situaciones en curso y a los de las realidades empíricas tomadas
como referencias. Los temas sobre los que versan dichas conceptualizaciones
no son desconocidos en los estudios sobre la reciente, y circundante, realidad
argentina, pero, en nuestra opinión, esos temas han sido tratados con el fin
de realizar indagaciones o reflexiones sobre áreas determina- das, y,
objetivamente, en sus recortes y enfoques preponderaron las búsquedas de
las «crisis» o de las «decadencias». Ambas nociones expresan, usualmente, la
idea de mal funcionamiento, provisorio o definitivo, y se preocupan más por
lo que se va que por lo que llega. El abordaje que nos ocupa aspira, por el
contra- rio, a captar la emergencia de un nuevo tipo de complejidad social
haciendo el esfuerzo por conectar entre sí aquellos temas o problemas que
aisladamente pueden tomarse como «crisis» o «decadencias» particulares.
Esos recortes analíticos son, sin duda, pertinentes, pero dejan fuera las
preguntas sobre la mutación de conjunto. Tendremos así: crisis de valores,
crisis de autoridad, crisis de la prensa, crisis de representación, crisis de la
educación, crisis del Estado, crisis de los partidos políticos, crisis de las
tradiciones culturales, crisis del em- pleo, crisis de las creencias religiosas, crisis
de la familia, crisis de la juventud, etc., y la lista es, prácticamente, inagotable.
Valorables, los resultados obtenidos no consideran los nexos entre todas las
crisis o bien realzan las novedades de la analizada y tienden a pensar como si
el resto funcionara como un entorno normal. Un caso típico son las muy
buenas explicaciones sobre la «crisis del empleo» que proponen soluciones
centradas en la acción estatal, ignorando la «crisis del Estado» y su
consiguiente incapacidad para desarrollar iniciativas ante los problemas de la
estructura ocupacional.

La modalidad argentina de globalización pasiva


La Argentina se encuentra entre los países que, ocupando posiciones
secundarias en el sistema mundial, siguió lo que denominamos la vía de
globalización pasiva o subordinada, es decir, abrió totalmente su economía y
sus esferas culturales a las iniciativas de los poderosos actores e intereses
internacionales que se ex-
estudios sociales 24 [2003] 18
panden activamente en el mundo actual. Si bien es cierto que todos los
países que participan de los procesos de globalización ven deteriorar las
capacidades de intervención o de regulación de sus Estados en distintos
dominios, en los que siguen la vía pasiva, el retroceso estatal es aún mayor,
pues deben profundizar su subordinación para adaptarse a las exigencias de
los inversores y de los orga- nismos internacionales. Así, por ejemplo,
suprimen en materia social anteriores políticas públicas de protección de los
asalariados, que, supuestamente, dificultan la competitividad mundial de sus
producciones, reales o esperadas. Los déficit fiscales de los Estados
nacionales que por el debilitamiento de sus capacidades políticas y
burocráticas tienden a perder poder de recaudación tributaria, en no pocos
casos, se resuelven, como sucedió en el argentino, solicitando préstamos a
los capitales financieros internacionales con el consecuente incremento de las
deudas externas. En la medida que los Estados disponen de menor poder en
la negociación internacional, los actores e intereses internos y externos
beneficia- dos con la inserción pasiva en los procesos de globalización tienden
a utilizar su influencia en las decisiones públicas para hacer recaer sobre la
mayoría de la población las consecuencias negativas de la modalidad de
participación en el sistema económico mundial. Por otra parte, las
restricciones económicas y pre- supuestarias, denominadas «políticas de
ajuste», imposibilitan, como ocurre en la Argentina, la modernización
científica y educativa, limitando la formación de los recursos profesionales
indispensables para acceder a lo que se suele denominar la «sociedad de
conocimiento». Si tenemos presente, como afirma Castells, que el control y
utilización de nuevas tecnologías informáticas son vitales en la época actual,
la vía pasiva augura la casi marginación de los países que la adoptan. En el
caso argentino, los indicadores que mejor reflejan las mencionadas
tendencias son los bajos presupuestos públicos en educación y en desarrollo
científico y tecnológico. El verdadero círculo vicioso en el que entran los
países que siguen procesos de globalización pasiva se revela en el
pensamiento de sus elites diri- gentes, públicas y privadas, cuando
recomiendan los recortes o ajustes de los presupuestos educativos y para el
desarrollo científico y tecnológico, argumen- tando que se trata de gastos no
prioritarios.
El proceso de globalización pasiva seguido por la Argentina tuvo como
características principales: 1. que se realizó en una situación en la que el
Estado no disponía de capacidades políticas, burocráticas y técnicas para
ejercer un mínimo control sobre las inversiones, empresas y flujos de
comercio exterior cuyas presencias se ampliaron con la apertura de la
economía; 2. que la situación de crisis estatal que el país conocía desde hacía
muchos años15 se agravó al su-
15
Al respecto ver Ricardo Sidicaro, La crisis del Estado y los
19 Consideraciones
actores políticos y socioeconómicos en la Argentina ( 1989-
2001), Buenos Aires, EUDEBA/Libros del Rojas, 2003.

estudios sociales 24 [2003] 20


marse a los efectos de debilitamiento de los estados-nación que normalmente
se registran con los procesos de globalización y que presentan un grado
aún mayor cuando se entra en la vía pasiva. De más está recalcar que en el
caso ver- náculo la liberalización de la economía se acompañó, y estimuló,
con la renuncia del control nacional de la política monetaria bajo el
denominado régimen de convertibilidad cambiaria fija, lo que hizo depender
la emisión de la moneda nacional de los montos de divisas, préstamos o
inversiones, obtenidos en la plaza local o en los mercados internacionales
de dinero;16 3. que los grandes intereses empresarios nacionales carecían de
capitales y/o de interés para hacer frente a la competencia externa, o bien
adoptaron la estrategia de vender sus activos, lo que condujo a una creciente
extranjerización de la propiedad de los establecimientos nacionales, en tanto
que la privatización de las empresas públicas, acentuó, simultáneamente, esa
tendencia y eliminó los mecanismos estatales que en otros momentos habían
servido para imponer orientaciones al desenvolvimiento económico y social.
Los procesos de globalización, elemento central de la Segunda
Modernidad, siempre introducen múltiples efectos de desestructuración
en los sistemas de relaciones sociales de la época precedente, pero esos
efectos se vieron ampliados en el caso argentino por la ausencia de
capacidades estatales y de iniciativas políticas para tratar de contrarrestar las
consecuencias más negativas para la población en general y para los
asalariados y los sectores más pobres en particular. Si bien, la tendencia a la
disminución de los puestos de trabajo forma parte de la nueva etapa de la
modernidad en todos los países occiden- tales, en la Argentina las
manifestaciones del fenómeno se hallaron ampliadas por la manera en que la
privatización de empresas públicas y la apertura de la economía dislocó la
estructura ocupacional, generando tasas de desempleo de niveles
desconocidos. Los elevados porcentajes de desocupación sólo en parte fueron
debidos al impacto modernizador de las nuevas tecnologías y de la mayor
racionalización de los procesos de trabajo. Las empresas estatales
suprimieron empleos como resultado de la subordinación de las decisiones
públicas a los intereses o imposiciones de los adquirentes o concesionarios
internacionales; en tanto que el sector privado achicó en buena medida sus
plantas de asalariados aplicando nuevas reglamentaciones de flexibilización
laboral solicitadas por sus corporaciones y grandes empresas. El conjunto de
los cambios mencionados, sin ser los únicos, fueron los que más incidieron en
la definición de una nueva distribución de la población en sectores sociales
en la que las situaciones ocu-
16
Al respecto, ver Rubén Lo Vuolo, Alternativas. La economía como
cuestión social, Buenos Aires, Altamira, 2001.

21 Consideraciones
pacionales degradadas y empobrecidas o, directamente, de marginación, no
pueden pensarse como una «crisis» sino que expresan una verdadera
mutación de la topografía social del país.
La transformación de la estructura social se realizó, también, por «arriba» con
la extranjerización de la propiedad de importantes empresas y la realización
de inversiones internacionales en todos los sectores de la actividad
económica. Por otra parte, desde los años ’90, los actores socioeconómicos
transnacionales asumieron un creciente poder sobre las tomas de decisiones
públicas, en buena medida, haciendo valer la condición volátil propia del
capital globalizado, en tanto que la asimetría creada por la deuda externa
daba al capital financiero, na- cional y mundial, una situación estratégica
para definir, por acción u omisión, las orientaciones y los riesgos inmediatos y
estructurales de la economía argentina. El modus operandi y las
consecuencias de la implantación de ese tipo de agentes del capitalismo
globalizado fue analizado, en sus rasgos generales, por Zygmunt Bauman
comparándolos con los de los terratenientes absentistas de otras épo- cas,
que allí donde se establecían sólo se preocupaban por extraer ganancias y
carecían casi completamente de vínculos que los ligaran a las poblaciones
locales y a su futuro. Ante el agotamiento de las condiciones favorables para
obtener beneficios, se puede considerar que el horizonte de posibilidades es,
por cierto, todavía mucho más amplio para los nuevos empresarios
absentistas.17

La declinación de los partidos


A la manera ineficiente, arbitraria y clientelista de operar de los aparatos es-
tatales argentinos, sobre los que desde hacía mucho tiempo se
sospechaba y denunciaba sus prácticas corruptas, se agregaron en las
décadas recientes los deterioros derivados de la globalización pasiva. Resulta
difícil acotar desde cuándo múltiples funciones estatales se encontraban
atrapadas por una red de intereses corporativos, empresariales y sindicales
que desvirtuaban sus objetivos en dominios tales como la salud, la educación,
la protección de la infancia, el respeto de las leyes sociales, la formación
profesional para el empleo, la seguri- dad de las personas mayores, etc.
Frente a esos problemas, el dinamismo de la sociedad hizo que surgieran
iniciativas para formar asociaciones –de orígenes distintos pero cuya finalidad
era cubrir o dar respuestas a los vacíos dejados por los poderes públicos–.
Creció así la convicción de que el Estado no estaba en condiciones de mejorar
su eficacia y, contradictoriamente, la queja por la falta de acción estatal para
la protección del bien común. Por extensión, las críticas
17
Zygmunt Bauman, La globalización. Consecuencias
humanas, Buenos Aires, FCE, 1999, p. 18.

estudios sociales 24 [2003] 22


a los dirigentes políticos no fueron una novedad de los años recientes,
pero anteriormente según las ideologías y sensibilidades sectoriales, las
objeciones apuntaban a algunos partidos y no a otros.
Tal como lo hemos expuesto, los países occidentales, en la etapa de la Se-
gunda Modernidad, presentan entre sus rasgos compartidos la declinación de
la legitimidad social antes acordada a las instituciones estatales de
representa- ción de la ciudadanía y a las organizaciones partidarias. Lo que,
en términos de Touraine, es la transformación de los partidos políticos en
agencias electorales es, según sostienen varios de los autores que se
ocuparon del tema, un proceso que debe relacionarse con los demás
cambios registrados simultáneamente en las sociedades. Al igual de lo que
sucede en otros contextos nacionales, es pertinente preguntarse en qué
medida lo sucedido en la Argentina con el re- conocimiento público de los
representantes se asocia con el incremento de la reflexividad social, así como
con las consecuencias de la destradicionalización registrada en distintos
órdenes de la vida y con la consiguiente expansión de la subjetividad y de la
autonomía cognitiva y de decisiones de los individuos. Agreguemos que
privilegiamos poner el foco de atención en la sociedad, deses- timando una
ocasional disminución de las cualidades de los dirigentes políticos recientes y
actuales en comparación con aquellos más apreciados socialmente de
períodos anteriores.
Para destacar los más importantes efectos que contribuyeron al cambio de
las perspectivas evaluativas con respecto a los partidos políticos, cabe men-
cionar, en primer lugar, la modernización de amplios sectores de la población
en materia política y cultural. En 1983, en el sistema político, se cerró el
ciclo simplificador democracia-dictadura, y salieron de la escena los actores
militares con su autoritarismo y sus acciones corporativas y sus prebendas,
abriéndose una situación de libre ejercicio de los derechos políticos de la
ciudadanía de una complejidad y duración desconocidas anteriormente. En el
plano cultural, el sistema educativo y los medios de comunicación, más allá
de sus insuficiencias y problemas, contribuyeron a la difusión de nuevos
conocimientos, enfoques y opiniones en todos los sectores sociales. Junto con
las reformas impulsadas con el retorno a la democracia, se acumularon en
este ámbito los efectos de las nuevas tecnologías de información propias de
la inserción en el proceso globali- zación cultural. Todos los cambios
mencionados convergieron en la producción de nuevos puntos de vista sobre
la sociedad y sus alternativas.
Las políticas económicas y de apertura pasiva al libre cambio global,
trajeron como consecuencia altas tasas de desocupación y situaciones
extremadamente difíciles para muchas personas, mientras que las nuevas
normas de flexibilización laboral alteraron la seguridad y las rutinas de un
conjunto aun más numeroso.
23 Consideraciones
Sin embargo, esas carencias no sólo generan angustias individuales sino que,
además, plantean nuevos desafíos, dilemas y opciones a quienes se ven
obliga- dos a profundizar sus reflexiones, individual y colectivamente, sobre
las causas y el futuro de sus situaciones. El cuestionamiento de las
tradiciones políticas y sindicales a las que se pertenecía «desde siempre» y la
voluntad de asumir una participación activa en nuevos espacios de
participación mostró, en los años ’90, un salto de los niveles de reflexividad
social de los sectores más pobres o excluidos. No faltaron, tampoco, aquellos
que se hallaban en los deciles más favorecidos de la distribución de ingresos y
que vieron, primero, expandir sus horizontes geográficos y culturales
merced a la política de convertibilidad monetaria del decenio de 1990 y,
luego, se consideraron estafados económica y emocionalmente cuando por
decisión oficial se les retuvo ilegítimamente sus depósitos bancarios al
quebrarse el «modelo»; en los momentos buenos y en los malos, no es
arriesgado afirmar que dichos sectores ganaron en reflexividad social,
individual y colectiva.
La vigencia del régimen democrático estimula las exigencias dirigidas a los
partidos de las personas conscientes de sus derechos. En las dos décadas
re- cientes los partidos parecieron no poder acompañar la modernización
reflexiva de buena parte de la sociedad argentina. Si en los países más
desarrollados económicamente y con menos privaciones en materia de
consumo, los estu- dios y encuestas muestran periódicamente la
disconformidad de la población con sus partidos e instancias representativas,
eso sucedió con más motivos en el caso local. Si bien el nexo explicativo
entre las particularidades del modo de globalización seguido no fue el único
factor en presencia, la acumulación de las consecuencias de la vía pasiva
jugó un papel significativo al respecto.
Es fácil observar que en muchos países occidentales, los partidos de la
Segun- da Modernidad se han convertido en agencias electorales pero, por lo
general, consiguieron mantener los debates internos y avizorar los riesgos
electorales y de pérdida de legitimidad ante la ciudadanía. Nada de eso
pareció suceder en el caso argentino: los partidos más viejos, que
desembocaron en agencias electorales, no se distinguieron de los nuevos que
se iniciaron como tales, unos y otros revelaron participar de verdaderas
«culturas políticas» nacionales, en- tendidas en el sentido de Sidney Verba, 18
que obvian las discusiones públicas de sus propuestas, fijan sus estrategias en
estrechos conciliábulos y honran a los jefes y pequeños jefes de
predicamento parroquial en los que depositan la conducción de los asuntos
partidarios. Ese modo de actuar de los dirigentes argentinos era más
aceptable para la ciudadanía menos reflexiva de la Primera
18
Sidney Verba, «Comparative Political Culture», in Lucien Pye and
Sidney Verba, Culture and Political Development, Princenton,

estudios sociales 24 [2003] 24


New Jersey, Princenton University Press, 1965, p. 545.

25 Consideraciones
Modernidad, que con sus tejidos sociales más compactos producían
creencias más estables; en nuestros días la situación es totalmente distinta y
los lazos sociales fragmentados no facilitan las ilusiones políticas
prolongadas.
En fin, entre los tantos aspectos que con los procesos en curso se
modificaron en el juego político argentino existe uno que, seguramente,
puede dar lugar a reflexiones sobre las posibles derivaciones de la situación
incierta del período en que se redactan éstas consideraciones sociológicas.*
La acción política de los actores que, de un modo u otro intenten revertir los
efectos más negativos socialmente dejados por la entrada de la Argentina en
la nueva época, difícil- mente podrán contar en un futuro próximo con los
aparatos de Estado, cuyas capacidades de gestión políticas, burocráticas,
técnicas y económicas se hallan extremadamente debilitadas. Por su parte,
los actores socioeconómicos pre- dominantes, con la nítida primacía de los
grandes intereses absentistas, tienen como programa objetivo y explícito
continuar el proceso de declinación estatal y de desarticulación de los lazos
de integración social. Las eventuales, y escasas, convocatorias a la sociedad
que se realizan para restañar dicha integración, formulada por viejos o
nuevos dirigentes políticos y sociales, chocan con los efectos de la
fragmentación social. En los bordes de la arena política oficial, las demandas
sociales de los más perjudicados de esta etapa histórica oscilan entre la
cooptación y los enfrentamientos contra adversarios casi invisibles. La reflexi-
vidad social, con las distintas formas de los sujetos, individuales y colectivos,
de asumir su representación dista, todavía, de dar señales de cómo serán las
nuevas orientaciones políticas, si bien se puede vislumbrar que la lucha por la
definición y el control de ideales éticos tiende a ocupar un lugar de
significación creciente en el campo político.

Alternativas y soluciones en el nuevo paradigma


Los diferentes autores que desarrollaron aportes que consideramos
convergen- tes en la construcción de un nuevo paradigma para pensar la
etapa actual de la modernidad occidental formularon reflexiones e
interrogantes importantes sobre los posibles modos de desenvolvimiento
de los conflictos sociales y políticos. La relevancia social de las cuestiones
estudiadas impulsó a dichos científicos sociales no sólo a abordar los
grandes cambios del último cuarto de siglo, sino, además, a imaginar y
proponer, más o menos abiertamente, eventuales alternativas de acción a
partir de las tendencias constatadas en el plano de las estructuras y de los
actores. Así, tanto sus observaciones sobre las nuevas realidades
nacionales y mundiales, como sobre la declinación de la
*N/E El Autor realizó una úlitma revisión del texto en marzo de
estudios sociales 24 [2003] 26
2003.

27 Consideraciones
legitimidad de las instituciones de representación política y, más en general,
sobre las transformaciones de la subjetividad, fueron la materia prima de sus
reflexiones sociológicas orientadas a indicar posibles cursos de acción de los
actores sociales y políticos que, bajo múltiples aspectos, se hallaban
desconcer- tados, al sentir difusa o claramente, que se había producido una
metamorfosis de lo hasta entonces conocido.
En la tradición sociológica iniciada por los clásicos la preocupación por las
soluciones se añadió, de un modo u otro, a la formulación de las
explicaciones, y con niveles distintos de intención prospectiva, se encuentran
en casi todas las obras de los «padres fundadores» las alarmas y las
sugerencias acerca de cómo evitar las consecuencias estimadas negativas
para las sociedades estudiadas. En tanto continuadores del pensamiento de la
Ilustración, los primeros sociólogos mantuvieron los nexos entre la generación
de conocimientos y la vocación de producir visiones sociales útiles para sus
contemporáneos. La célebre afirmación de Emilio Durkheim «no se puede
encontrar nada en la sociología cuando no se quiere algo en la sociedad», fue
la síntesis de una perspectiva del mencionado autor que se esforzaba en
distinguir permanentemente las prácticas del cam- po de la ciencia con
respecto al de las doctrinas o ideologías, pero que dado su rigor de sociólogo
del conocimiento no podía obviar la clave que, demás está recordarlo,
daba motivaciones y sentidos a su propia obra. La posición de Durkheim sobre
la utilidad de la sociología guarda continuidad en los autores que se ocupan
de nuestra modernidad radicalizada.
La dificultad para proponer eventuales soluciones generales para los
proble- mas de la nueva época se revela en la cautela con que se suelen
enunciar esas alternativas y en acotar a sus posibles actores. No es
sorprendente que quien más se aventuró en el diseño político de una nueva
vía, Anthony Giddens, haya sido objeto de las mayores críticas provenientes
desde dentro y desde fuera de las ciencias sociales.19 La característica
fuertemente normativa de las solucio- nes propuestas por otros autores
revela, por su parte, las improntas culturales propias de las ciencias sociales
de los países a los que pertenecen. La frontera difusa entre sociología y
filosofía, y las preguntas sobre la realización de la razón, componente
significativo de la tradición cultural alemana no es ajena a la solución
predicada por Jürgen Habermas en su conferencia conocida con el nombre
¿Aprendemos de las catástrofes? Diagnóstico y retrospectiva de nuestro breve
siglo XX, donde postulaba la necesidad de «la urgente formación de una
solidaridad civil universal».20 La propuesta de Habermas es coherente con sus
19
Al respecto ver la defensa que Anthony Giddens formula de
sus ideas en La tercera vía y sus críticos, Madrid, Taurus,
2001.
20
Revista Nexos, México, agosto, 1998.

estudios sociales 24 [2003] 28


planteos políticos respecto a la sociedad alemana impulsando lo que
denomina la realización del derecho o la solidaridad y cohesión social
asociada al patrio- tismo de la Constitución, que no parece trasladable
fácilmente a los escenarios de relaciones mundiales caracterizados por sus
asimetrías.
La nueva realidad constituida por el desarrollo de la reflexividad social
instaló nuevos participantes en los procesos de tomas de decisiones públicas.
Los movi- mientos sociales y las más disímiles organizaciones dedicadas a
construir nuevas escenas de representación pública aparecen en todos los
autores que piensan la etapa actual de la modernidad, como nuevos sujetos
que, sin sustituir a los de formatos partidarios, ya ocupan un lugar en los
debates y cuyas iniciativas tenderían a obtener creciente legitimidad y
reconocimiento.21 Por cierto, en condiciones en que declina la legitimidad de
las instituciones representativas, las distintas formas de movilización social,
incluidas las acciones colectivas de des- obediencia civil, no pueden
considerarse idílicamente como vías de renovación democrática, percepción
que hubiesen tenido los cultores de los imaginados topos de la historia y de
las visiones optimistas del progreso político y social. Como sostiene Alain
Touraine, el desenvolvimiento de una cultura democrática
«definida en primer lugar como el reconocimiento del otro» 22 es lo que puede
preservar a las sociedades de nuestra época de las tentaciones autoritarias,
que ante la creciente heterogeneización añoran la reconstrucción de
orientaciones de sentido tranquilizadoras y con sus certezas inequívocas.
Para Zygmunt Bauman, con las transformaciones de nuestra época, a la
que designa como modernidad líquida, desaparecieron las condiciones de
revolucio- nes sistémicas dado que «no existen edificios para alojar las
oficinas del sistema que podrían ser invadidas y capturadas por los
revolucionarios; y también porque resulta extraordinariamente difícil e
incluso imposible, imaginar qué podrían hacer los vencedores dentro de esos
edificios (si es que primero los hubiesen encontrado), para revertir la
situación y poner fin al malestar que los impulsó a revelarse».23 La discusión
de Bauman con la imagen de la revolución socialista es, sin duda, sugerente
de los problemas relacionados con la imposibilidad de reeditar los tipos de
acción política de las épocas en las que dentro de las fron- teras nacionales
se alojaba el poder político, el poder económico y el control, eventual o real,
de la dinámica de los cambios tecnológicos. La perspectiva del
21
Como sostiene Beck, «el fenómeno más sorprendente, llamativo como fuera
y menos comprendido de los años ochenta es el inesperado renaci-
miento del subjetivismo político... Ahora bien, autoorganización
no se refiere al tópico de las fuerzas sociales libres, sino que
significa subpolítica: configurar la sociedad desde abajo. El lugar y
el sujeto donde se define el bien común, donde se garantiza la paz
pública y se mantiene la memoria histórica no están tanto dentro

29 Consideraciones
del sistema político». Ulrich Beck, La democracia y sus
enemigos, Barcelona, Paidós, 2000, p. 40.
22
Alain Touraine, ¿Qué es la democracia?, Buenos Aires,
FCE, 1995, p. 166.
23
Zygmunt Bauman, La modernidad líquida, Buenos
Aires, FCE, 2002, p. 11.

estudios sociales 24 [2003] 30


citado autor dista de proponer el elogio de lo existente y sus consideraciones
sobre la realidad se articulan con propuestas que nada tienen en común con
las resignaciones posibilistas; al respecto, un buen ejemplo es la solución que
propone al problema de la merma de oferta de empleo, un rasgo estructural
de la Segunda Modernidad. Sobre el tema del desempleo, Bauman asume la
idea de Clauss Offe que supone que el «derecho a un ingreso individual puede
ser disociado de la capacidad real de obtener un ingreso», criterio que
incorpora las transformaciones de la sociedad y que no se agota en la
repetición de las demandas de vuelta al pleno empleo en condiciones sociales
que no lo pueden proporcionar.24
Las posibilidades que tienen los distintos sectores perjudicados de la etapa
actual de la modernidad para revertir su propia situación y la del conjunto de
la sociedad, son defendidas por Alain Touraine desde un punto de partida que
reconoce la vigencia actual de la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo y
las mayores condiciones que posee este último para captar la totalidad de la
relación. Contra las concepciones que hacen de la exclusión social una despo-
sesión total, Touraine reconoce las dificultades que tienen quienes se hallan
en esas condiciones para convertirse en un actor activo y movilizado para
lograr el reconocimiento de sus derechos, y vincula su eventual éxito político
con la capacidad de no colocarse en el lugar de la privación, sino en el de la
reivindi- cación de atributos positivos que le permitan hacer suyos objetivos y
valores compartidos por sectores sociales mucho más amplios y con los
que pueda identificarse la mayoría de la sociedad.25 La reconstrucción de los
tejidos sociales y de los sistemas de integración social parece constituir, ante
el agotamiento de las ideas neoliberales que predominaron en el mundo en
los pasados años ’90, valores atrayentes para sectores que, en principio en el
plano material, no se encontraron perjudicados por los efectos de la
mutación societal registrada y que participaron de lo que, con Bauman, cabe
llamar el progreso privatizado, cuyos costos individuales, sin embargo, no
siempre les resultan claros, si bien aluden a ellos con una sensación y una
palabra de época: inseguridad.
Por otra parte, los peligros originados y reforzados por el debilitamiento
de las capacidades estatales ante lo que, especialmente Beck pero también
otras vertientes que confluyen en el nuevo paradigma, caracterizan como los
riesgos
24
Zygmunt Bauman, Trabajo, consumismo y nuevos pobres, 25 En ¿Cómo salir del liberalismo?, Buenos Aires, FCE, 2000,
Gedisa, Barcelona, 1999, pp. 145-150; sobre el planteo de Clauss Alain Touraine presenta estas ideas que se encuentran en otras
Offe, ver: «Pleno empleo ¿una cuestión mal planteada?», en: de sus obras recientes.
Revista Sociedad, Nº 9, Buenos Aires, Facultad de Ciencias
Sociales, UBA, setiembre, 1996.

31 Consideraciones
fabricados por la acción de los actores públicos y privados que se
desentienden del bienestar general, configuran condiciones que llevan a la
generalización de las incertidumbres de las que, prácticamente, nadie queda
al margen. Ante los riesgos globales, la declinación de las potestades
estatales plantea a las socieda- des situaciones de peligro que afectan, sin
distinciones sociales, al conjunto de la población. En este aspecto, puede
afirmarse que la falta de actualización en la comprensión de la mutación
social registrada en el curso del último cuarto de siglo, bloquea en parte la
invención de nuevas políticas y la transformación de todos los actores y, lo
que es más grave, deja librado el futuro de las sociedades al descontrol,
fundado ya sea en la búsqueda egoísta de poder y/o de ganancias
económicas, o bien en la mera impericia o en la ignorancia. En ese contexto,
la solidaridad social adquiere un significado que trasciende ampliamente el
viejo, y a menudo aristocratizante, sentido que tuvo en épocas pasadas en
las que con argumentos válidos se la podía identificar con mecanismos
destinados a restañar superficialmente las consecuencias de la asimetría y de
la dominación social, pero que hoy se convierte en un valor susceptible de
convocar individual y colectivamente a los sujetos desde una matriz nueva.
Por cierto, las perspectivas sobre las sociedades occidentales actuales y las
alternativas y soluciones pensadas por los autores cuyas ideas nos interesaron
abren múltiples preguntas sobre su pertinencia para analizar
sociológicamente el caso argentino. Entendemos que el abordaje empleado
permite situar con- ceptualmente y contextualizar empíricamente diversos
aspectos de los cambios vernáculos registrados, y acelerados, en el
transcurso de la reciente década del ’90, y proporciona un marco interpretativo
que, en nuestra opinión, posee un alto potencial heurístico para producir nuevos
conocimientos.

Registro bibliográfico Descriptores · Describers


SIDICARO, RICARDO
globalización / legitimidad institucional / reflexividad social
«Consideraciones sociológicas sobre la Argentina en la Se-
globalization / institutional legitimacy / social reflexiveness
gunda Modernidad», ESTUDIOS SOCIALES. Revista
Universitaria Semestral, Año XIII, Nº 24, Santa Fe,
Argentina, Universidad Nacional del Litoral, primer
semestre 2003 (pp. 127-152).

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