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MARIANO F.

ENGUITA

ganzl912

t a perspectiva
sociológica
Una aproximación a los fundamento
del análisis social
C O L E C C I Ó N S E M I L L A Y S U R C O

SERIE DE SOCIOLOGÍA

En estas páginas se nos ofrece una reflexión, inusual


por la combinación de profundidad argumental y claridad
expositiva, sobre la naturaleza específica de la realidad social
y los problemas clave del conocimiento sociológico.
El libro comienza analizando el cómo y el porqué
del surgimiento y desarrollo peculiar de la disciplina
sociológica, para adentrarse enseguida en los problemas
fundamentales que marcan los debates en su seno: de qué está
hecha la trama social y cualés son, en su seno, las relaciones
entre causalidad y finalidad, determinación y libertad,
individuo y sociedad, armonía y conflicto, estabilidad
y cambio, sujeto y objeto de conocimiento, explicación
y comprensión, para terminar con un análisis
del papel de los intereses y los valores en el proceso
de investigación.

1202099
Diseño de cubierta:
RGV

ganzl912
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municaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria,
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ción artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a
través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

© M ariano E E nguita, 1998


© EDITORIAL TECNOS, S.A., 1998
Juan Ignacio Lúea de Tena, 15 - 28027 Madrid
ISBN: 84-309-3212-7
Depósito Legal: M. 31.155-1998
Printed in Spain. Impreso en España por Lerko Print, S.A.
P.° de la Castellana, 121. 28046 Madrid.

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v

A mis colegas y, sin embargo, amigos


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V

*
i

ÍNDICE

In t rod ucción ............................................................................................. Pág. 11

1. C apitalismo, socialismo y so ciolo gía .................................................. 15

2. C oncepto , objeto y ámbito ...................................................................... 33

3. C ausalidad , finalidad y libertad ......................................................... 5,1

4. I ndividuo, sociedad y realidad .............................................................. 69

5. A rmonía , contradicción y conflicto .................................................. 87

6. S ujeto , objeto y REFLExrviDAD ................................................................ 105

7. Naturaleza, sociedad y método ............................................................ 125

8. P roblemas, intereses y valores ................................................................ 143

R eferencias ............................................................................................................. 163

[9 ]
ganzl912

INTRODUCCIÓN

Este libro es una reflexión, hecha en la mitad del camino, so­


bre la disciplina a la que he dedicado mi vida profesional, la so­
ciología. Aunque los rituales de la vida académica obligan a
quien la elige a situarse muy pronto frente a los fundamentos de
la ciencia que pretende cultivar, por supuesto en el consabido
formato de concepto, objeto y método, lo cierto es que enfrentar­
se a éstos exige mayor madurez y, a la vez, menos urgencia que
las que casi invariablemente caracterizan ese momento. Los pri­
meros pasos en cualquier disciplina suelen tomar la forma de la
socialización en el orden intelectual, pues el aprendizaje se com­
padece mal con la inseguridad y la duda, pero, una vez que se
avanza en ella, es difícil evitar la sensación de que se va logran­
do dominar el cómo, pero cada vez están menos claros el qué y
el porqué. Es posible, por supuesto, que ese orden no sea el or­
den dominante sino otro alternativo, al incorporarse a cuyas filas
el aprendiz se encuentra o se ve a sí mismo en heroica oposición
a lo establecido, pero no por ello deja de ser un orden en el que
las piezas son siempre nítidas, poco numerosas y bien encajadas.
Por suerte y por desgracia ese paisaje tan pulcro dura poco.
Por desgracia ya que, al desvanecerse, nos sumerge en la desa­
gradable sensación de que cada vez sabemos menos sobre aque­
llo que queremos explicar y comprender, la sociedad; cada vez
resulta más claro el hiato entre la realidad y la teoría, entre las
preguntas y las respuestas, entre lo que se nos pide, lo que nos
proponemos y lo que realmente podemos dar. Por suerte porque,
en contrapartida, en ese hiato entre la realidad y la teoría es pre­
cisamente donde puede uno vislumbrar, de vez en cuando, los
frutos del trabajo personal, el pequeño grano que, como reza el
dicho, ciertamente no hace granero, pero ayuda al compañero.
Para entonces es inevitable interrogarse a fondo sobre la relación
entre la sociedad y la sociología, entre el objeto y el sujeto del
conocimiento, etc., y no lo es menos la sensación de que, por un
[ll]
12 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

lado, esos interrogantes habrían sido más útiles y oportunos an­


tes, pero las respuestas, aun para ser provisionales e incomple­
tas, necesitaban más tiempo.
Las páginas que siguen contienen esta reflexión expuesta en
forma sencilla. No pretendo con ellas, desde luego, sentar un hi­
to, sino simplemente presentar un puñado de ideas en forma tan
clara y sistemática como sea capaz de hacerlo. Espero, eso sí,
que resulten útiles para aquellas personas que, tras una primera
inmersión en la sociología, se preguntan sobre el sentido y la
función de ésta. No son una introducción a la materia sino a al­
gunos de los problemas —los que creo fundamentales— que ro­
dean su ejercicio, de manera que pueden tomarse más como un
comentario para personas interesadas, para los colegas presentes
y futuros, que como una introducción para estudiantes forzosos
o para curiosos ocasionales.
El primer capítulo se ocupa del surgimiento histórico de la
disciplina, su relación práctica con las grandes transformaciones
de nuestro tiempo y su relación epistemológica con las otras
ciencias sociales nacidas más o menos del mismo impulso mate­
rial. El capítulo siguiente se cuida ya del evanescente concepto
de la disciplina y, sobre todo, de su objeto a través de la discu­
sión de lo que suele llamarse la unidad elemental del análisis y
los respectivos méritos como candidatas de las relaciones, la ac­
ción y los hechos sociales, además de algún otro aspirante de
menor talla; en él se trata también el ámbito de la disciplina a
través de la discusión de su posición relativa junto a las otras
ciencias sociales. El tercer capítulo se adentra en las relaciones
entre esas unidades elementales o, lo que es lo mismo, en el pro­
blema de la causalidad y su inversa complementaria, la finali-
dad, que en la sociología adopta las formas defunción y sentido;
al hacerlo, nos vemos abocados a discutir el siempre irresuelto
problema de la libertad. El cuarto capítulo aborda las relaciones
entre individuo y sociedad y el estatuto real y epistemológico de
cada uno de ellos y los procesos de ida y vuelta entre ambos, ex­
plorando de forma especial las pistas del trabajo y el lenguaje.
El capítulo quinto se detiene en una cuestión que ha resultado
particularmente polémica en el pensamiento sociológico: la via­
bilidad misma del orden social, los fundamentos del conflicto y
la dinámica del cambio. El sexto capítulo está dedicado a la pe­
culiar relación entre sujeto y objeto del saber que es propia y ca-
INTRODUCCIÓN 13

V
racterística de las ciencias sociales y, por tanto, de la sociología,
con especial atención, por tanto, al problema de la reflexividad y
a los sesgos producidos por la no consideración de cualquiera de
sus aspectos, lo que supone abordar también, en los^términos
más generales, el problema del método de investigación. En el
séptimo capítulo se retoma el viejo debate de la aplicabilidad de
los métodos de las ciencias naturales a las ciencias sociales, con •
un recorrido por la Methodenstreit y la dicotomía entre explica­
ción y comprensión, para desembocar en la crítica de la falsa
disyuntiva entre técnicas cuantitativas y cualitativas. En el octa­
vo y último se aborda la relación entre el sociólogo y el cambio
social y el papel de los valores e intereses en ella.
v

1. CAPITALISMO, SOCIALISMO
Y SOCIOLOGÍA

Aunque los sociólogos tienden a subrayar, cuando miran al


presente de la disciplina, su presunta función de relativización,
cuestionamiento y crítica del orden social, parece existir algo bas­
tante cercano al consenso en tomo a su origen en el pensamiento
conservador, y más exactamente en la reacción conservadora fren­
te a la Ilustración, primero, y el marxismo, después. El que se dice
su interrogante central, cómo es posible el orden social, el llama­
do «problema hobbesiano», ha sido formulado por y debe su
nombre a uno de los más claros representantes del pensamiento
conservador. Se ha señalado, por otra parte, el impacto de pensa­
dores conservadores como Burke, Bonald y De Maistre sobre
Spencer o Comte'.o el del medievalismo conservador en reacción
contra la incipiente sociedad capitalista sobre Tocqueville, Le
Play, Tonnies y Durkheim12. La idea básica es que la sociología es
hija de la reacción romántica contra el iluminismo3.
Más común aún es la afirmación de que su impulso definitivo,
el del período clásico, surge de la reacción contra el marxismo:
«La sociología nació como respuesta conservadora al
socialismo»4. El argumento es fácil de sustanciar, pues las tres fi­
guras oficiales de la «sociología clásica» elaboraron su obra en
un constante debate con la de Marx. Durkheim, empeñado en ar­
gumentar la necesidad del orden y la estabilidad sociales y en lle­
var el movimiento obrero y el socialismo franceses al redil del re-
formismo moderado: «El deber del estadista ya no consiste en

1Gouldner, 1970.
2Nisbet, 1966.
3Brunschwig, 1927; Nisbet, 1953, 1969; Giner, 1974, 1979.
4Martindale, 1960: 529.

[15]
16 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

impulsar violentamente a las sociedades hacia un ideal que le pa­


rece seductor, y su papel viene a ser el mismo del médico: previe­
ne la aparición de las enfermedades mediante una buena higiene,
y cuando se han declarado procura curarlas»5. Weber, en polémi­
ca permanente con los temas centrales del marxismo y, muy en
especial, con su concepción general del desarrollo histórico y del
papel de las relaciones económicas en el mismo: «Es preciso re­
chazar con la mayor firmeza la llamada “concepción mate­
rialista de la historia” en cuanto “ideología” o como denominador
común de explicaciones causales de la realidad histórica»6.
«Quienquiera que haya trabajado con los conceptos marxistas co­
noce la eminente e inigualable importancia heurística de estos ti­
pos ideales cuando se los utiliza para compararlos con la realidad,
pero conoce igualmente su peligrosidad tan pronto se les confiere
validez empírica o se les imagina como “tendencias” o “fuerzas
activas” reales (lo que en verdad significa “metafísicas”)»7. En
cuanto a Pareto, situado en las antípodas políticas de Marx, nunca
dudó, por su parte, haber refutado el sistema de éste con sus teo­
rías del equilibrio social y de la circulación de las elites. Tanta
aceptación ha logrado esta idea, la de la contraposición entre la
sociología y el marxismo, que no han faltado quienes la recogie­
ran entre los propios marxistas, incluso entre los mejor informa­
dos de éstos8.
Pero ¿hasta qué punto es cierta? ¿En qué medida no se trata sim­
plemente del resultado de un artificio clasificatorio? La oposición
entre la primera producción sociológica y el pensamiento ilustrado
tiene sentido si se contempla desde el conservadurismo de Le Play o
Comte, y en menor medida de Spencer o Sumner, pero resulta mu­
cho más dudosa desde la perspectiva de la obra de Saint-Simon, el
fundador casi indiscutido. De hecho, parece más razonable plantear
que, tras éste, se abren dos líneas distintas: la primera, a través de
Enfantin y Bazard, hacia Marx; la segunda, por intermedio de Com­
te, hacia Durkheim; y si bien la primera generación de discípulos es­
tá claramente descompensada en favor del lado conservador, mucho

5 Durkheim, 1895: 115.


6 Weber, 1904: 138.
7 Weber, 1904: 179.
8Zeitlin, 1968; Anderson, 1967; Gouldner, 1970.
CAPITALISMO. SOCIALISMO Y SOCIOLOGÍA 17
V

más relevante para la sociología posterior, la segunda se reequilibra,


cuando menos, o se desequilibra abiertamente en sentido contrario.
Diversos autores, entre ellos alguno de los que han servidb de base a
la identificación de la sociología con la reacción romántica, han
apuntado la existencia, en realidad, y desde un principio, de dos co­
rrientes de la socó ’ogía: «del orden» y «del progreso»9, de las «le­
yes naturales» y de ios «derechos naturales»10*,etc.
El citado planteamiento, por lo demás, ignora otros aspectos
del desarrollo de la sociología. En primer lugar, la indiscutible
existencia de un importante pensamiento social anterior, el cual,
si bien puede ser fechado antes del acta de nacimiento oficial de
la disciplina, no por ello resulta menos influyente sobre ésta y
no es en modo alguno inevitablemente conservador. En él desta­
can figuras que ciertamente lo son, como Quételet, Tocqueville
o Le Play, pero también otras que ni lo son ni dejan de serlo, co­
mo Montesquieu y Ferguson, o que no lo son en modo alguno,
como Rousseau y Condorcet. Esto, claro está, por no remontar­
nos a los orígenes del proceso de independización del análisis de
la realidad social, que nos llevarían hasta Ibn Jaldún o Vico.
Después de todo, que Comte fuera el primero en utilizar el tér­
mino «sociología» no le convierte en el primer sociólogo, de la
misma manera que todos los esfuerzos de Hegel no fueron sufi­
cientes para hacer de sí el último filósofo. Conviene tener en
cuenta, en particular, la economía política inglesa, la escuela
histórica alemana y la Ilustración y el socialismo franceses.
En segundo lugar, la no menos indiscutible existencia simul­
tánea de una corriente de sociología empírica, o sociográfica,
centrada en el estudio de algunos «problemas sociales», en parti­
cular la llamada «cuestión obrera». Es la formada por «encues­
tas» como las de Edén (1797), Ure (1835) o Booth (1901) en In­
glaterra, las de Villermé (1842), Le Play (1855) y Simón (1867)
en Francia o los de Von Stein (1848) en Alemania, pero también
por los estudios de Engels (1845) sobre la clase obrera inglesa,
de Durkheim (1897) sobre el suicidio o de Weber (1892) sobre
los trabajadores agrarios11. Aunque estos trabajos empíricos es-

9 Brunschwig, 1927.
10Bramson, 1961.
n Engels, 1845; Durkheim, 1897; Weber, 1908.
18 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

taban llamados a ser, por su misma naturaleza, perecederos (in­


cluido el de Durkheim, a pesar del «método»), no por ello de­
sempeñaron un papel menos relevante, en su momento, en la
historia de la disciplina. La sociología posterior puede permitir­
se olvidarlos mientras se esfuerza por conservar, discutir y reela­
borar las teorías más generales, pero sin caer por ello en el error
de pensar que éstas nacieron directamente crecidas, armadas y
de la cabeza, como Palas Atenea de Zeus.
En relación con el segundo momento, el que sirve de escena­
rio a la oposición entre la «sociología clásica» y el «marxismo»,
el planteamiento resulta también dudoso. No porque las teorías
de Weber, Durkheim, Pareto y otras no sean alternativas al siste­
ma teórico marxiano, sino porque esto, en sí, no significa mucho
ni las convierte necesariamente en las piezas de un sistema ni en
una constelación coherente de teorías menores (sólo Parsons lo
ha creído decididamente así). La sociología comprehensiva, plu-
ricausal y centrada en la acción de Weber puede contraponerse
al materialismo histórico, pero no más que al funcionalismo y la
hipóstasis durkheimianas. Pareto, desde luego, se opone radical­
mente a la filosofía de la historia y la teoría económica de Marx,
pero comparte con él cierto materialismo. Mas, sobre todo, ni
son todos los que están ni están todos los que son. La inclusión
de Pareto en la santísima trinidad de la generación clásica puede
resultar perfectamente comprensible desde la perspectiva de la
centralidad del equilibrio en el sistema parsoniano, pero carece
de todo fundamento desde el punto de vista de su legado socio­
lógico, tanto si se considera en sí mismo como si se rastrea su
influencia sustantiva sobre teorías posteriores. Por otra parte, se­
ría difícil enfrentar abiertamente a Marx con otros autores de la
generación clásica, algunos tan influidos por él como Tonnies o
Michels, o ni lejanos ni cercanos a sus ideas, como Veblen y
Mead.
Tal vez sea Nisbet quien más ha popularizado la idea de la
oposición entre la sociología y la herencia ilustrada, extensible
como oposición entre la sociología clásica y el marxismo. Así,
las cinco ideas-clave (unit ideas) que localiza evocan fuertemen­
te la nostalgia del pasado: la comunidad, la autoridad, el status,
lo sagrado y la alienación. Pero, como el propio Nisbet recono­
ce, pueden concebirse y han sido concebidas como pares: comu­
nidad-sociedad, autoridad-poder, status-clase, sagrado-secular,
CAPITALISMO, SOCIALISMO Y SOCIOLOGÍA 19
V
alienación-progreso; y entonces, añadimos nosotros, deja de es­
tar claro de qué lado del guión está en cada caso tanto lo desea­
ble como lo deseado, y para optar habría que pasar dedos moti­
vos generales a las teorías particulares. Es así, «considerados
como antítesis relacionadas, [como] constituyen la verdadera ur­
dimbre de la tradición sociológica»12. En cuanto a la oposición
entre el marxismo y la sociología clásica, parece claro que tiene
como condición previa la exclusión de aquél, una corriente de
pensamiento, del seno de ésta, que cubriría a toda una genera­
ción del campo del conocimiento sociológico menos a los ex­
cluidos. Tal operación pudo resultarle enteramente necesaria a
Parsons para construir un sistema teórico en tomo a la idea de
equilibrio, al igual que tuvo que rebajar el perfil de Weber hasta
convertirlo en durkheimiano —como ha apuntado insistente­
mente Collins—13, y para contemplar la «teoría general de la ac­
ción» como una síntesis del pensamiento anterior, pero tiene po­
ca justificación en sí misma.
Tan ostentoso y sonado divorcio oficial, curiosa pero com­
prensiblemente, parece haber satisfecho durante bastante tiempo
a ambas partes. Primero, por cuanto que ambas corrientes de
pensamiento, el marxismo y la sociología académica, se conside­
raban sistemas autosuficientes de por sí. El marxismo se veía a sí
mismo como una visión completa y científica del mundo, capaz
de deducir de sus postulados la solución (o la «crítica») de cual­
quier problema, y otro tanto el funcionalismo, autoconvencido de
que era tanto la síntesis teórica del pasado (excepto del marxis­
mo, claro está) como la sociología misma del presente y la única
plataforma del futuro. Era cuando K. Davis, uno de los más des­
tacados e inequívocos representantes de la corriente, afirmaba
desde la presidencia de la American Sociological Association
que el funcionalismo y la sociología académica habían llegado a
ser lo mismo14, y R. K. Merton, uno de sus componentes más bri­
llantes, parafraseaba a Whitehead en su llamamiento a olvidar a
los fundadores de la disciplina15. O cuando K. Korsch, uno de los

12Nisbet, 1966: 19.


13Collins, 1975: 43.
14Davis, 1959.
15Merton, 1957: 15.
20 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

marxistas más heterodoxos y creativos del período de entregue­


rras, proclamaba que le parecía «más acertado entender [...] la
“sociología” como una oposición al socialismo moderno. Sólo
sobre esta base es posible entender como fenómeno unitario las
múltiples tendencias teóricas y prácticas que en estos cien años
han dejado su poso en esta ciencia», la «ciencia burguesa de la
sociedad»16, mientras proclamaba al marxismo como única y
«auténtica ciencia social de nuestra época»17. Con ello, por su­
puesto, se evitaban mutuamente y se ahorraban cualquier otro
trabajo crítico que el de lanzar sus proyectiles contra estereotipos
del adversario fáciles de derribar, muñecos de feria en vez de se­
res con vida propia. «Una teoría científica tiende a constituirse en
sistema cerrado, es una formación paranoica»18, y mucho más si
se trata de una teoría sociológica y si sus representantes se ven a
sí mismos como los adalides de medio mundo, en lucha contra el
otro medio, en el plano de la teoría.
Segundo, resultaba satisfactorio porque ambas corrientes de
pensamiento creían también haber adoptado la posición adecua­
da en relación a su objeto y entorno. El marxismo, al lanzarse a
transformarlo, pasada va la hora de interpretarlo, lo que le per­
mitía acusar de apologética, «burguesa», ideológica, etc., o, en
el mejor de los casos, de contemplativa al resto de la sociología.
La sociología académica, por su parte, al distanciarse de los mo­
tivos y las implicaciones políticas de sus análisis, lo que la lleva­
ba a reprochar al marxismo el mezclar inadecuadamente ciencia
y política. Todavía hoy lo expresan así dos sociólogos no mar­
xistas: «Lo que es incompatible con nuestros criterios, como
aquí los presentamos, es el concepto de la relación entre teoría y
praxis que suscribe Marx y la gran mayoría de sus seguidores
desde él»19.
Last but not least, ambas partes se evitaban así algunos pro­
blemas de otro orden en una época en que éstos eran algo más
que estéticos, lógicos o ideológicos. No se olvide que la época
de Stalin fue también la de Zhdánov, con sus correspondientes

16Korsch, 1938: 19-20.


17 Korsch, 1938: 24.
18Ibáñez, 1985: 17.
19Berger y Kellner, 1981: 82.
CAPITALISMO, SOCIALISMO Y SOCIOLOGÍA 21
V

equivalentes locales por doquier, y que cualquier flirteo con la


«ideología burguesa» podía convertir a un intelectual en un «pe­
queño burgués», «cabeza de chorlito», «pico de oro», «reformis­
ta», «agente de la burguesía», etc., con consecuencias;indesea­
bles de todo género. Del lado opuesto, la posguerra, que fue la
era de la gran expansión de la sociología académica, fue también
la del macartismo y la Berufsverbot, la de la guerra fría y el anti­
comunismo feroz traducido en antimarxismo primario, el esce­
nario en que las ciencias sociales pasaron a llamarse ciencias de
la conducta, como explica Boulding, para que no fueran confun­
didas con el socialismo por algún congresista asilvestrado20.
Mejor que recortar a capricho la tarta sociológica, por otro la­
do no tan abundante, parece que sería contemplar ésta de manera
unificada y dentro del conjunto más amplio de la ciencias socia­
les. Se ha dicho repetidamente que la sociología surge de la con­
ciencia de la crisis de la sociedad tradicional, expresada, por
ejemplo, como «el doble impacto de la revolución política e in­
dustrial capitalista»21. El conde Claude Henry de Rouvroy, a
quien suele asociarse con el pistoletazo de salida de la discipli­
na, asigna a su «ciencia del hombre», como primer objetivo, «la
explicación de las causas de la crisis en que se encuentra inmer­
sa la especie humana»22. Con o sin esta declaración de intencio­
nes, la afirmación es indiscutible en sentido lato, pero merece
ser discutida en sentido estricto. Porque, al fin y al cabo, el argu­
mento sobre la crisis de la sociedad tradicional es válido para to­
das las ciencias sociales, sin distinción. Hacer problema de algo
requiere casi como condición previa relativizarlo, de manera que
el conocimiento social, como conocimiento reflexivo y no pura­
mente práctico e instrumental, difícilmente puede ocuparse de
nada que no haya sido ya, en alguna medida, cuestionado por la
experiencia: es el requisito de su posibilidad. Este cuestiona-
miento, por otra parte, reclama con urgencia la reflexión, pues la
sociedad necesita siempre reconstruir su unidad coherente en
términos teóricos tanto como prácticos: es el determinante de su
necesidad.

20 Boulding, 1970: 53.


21 Giner, 1974: 33.
22Saint-Simon, 1813: XI, 89.
22 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

Puestos a particularizar, cabe decir que de la «revolución po­


lítica» surgió fundamentalmente la ciencia política y, de la «re­
volución industrial», la economía política. Desde luego no pre­
tendemos señalar compartimentos estancos, ni en la profunda
transformación social que nos trae de la sociedad tradicional a la
moderna ni entre las disciplinas que se ocupan de sus diversos
aspectos, como ya habrá ocasión de argumentar in extenso más
adelante; tal partición resulta particularmente extraña a la socio­
logía23. Pero no parece difícil admitir que el impacto de la revo­
lución política tuvo su expresión en el pensamiento de autores
como Burke, Locke, Rousseau, Paine, Mili y otros, y el de la re­
volución industrial en el de Petty, Smith, Ricardo, Malthus, Mili,
Sismondi, Say, etc., antes, en mayor medida y de manera más
clara que en el de Saint-Simon, Comte, Spencer, Durkheim, We-
ber o Pareto (si bien este último forma parte de la historia de la
teoría económica con mejor título que de la sociológica), por ci­
tar completa la lista estelar de la sociología positivista y clásica
(y con la ausencia de Marx, por cierto). Los primeros se ocupa­
ron de estudiar los fundamentos del poder político en general, y
en particular los de la democracia representativa; los segundos
sentaron las bases para el desarrollo de la economía, especial­
mente si se entiende ésta en el sentido restrictivo de una «ciencia
de los mercados»24.
¿Cuál es, entonces, el lugar de la sociología? Si atendemos
tan sólo a la sistemática y la estructura interna de las ciencias
sociales, la respuesta podría ser que la sociología se ocupa o
pretende ocuparse de la totalidad de la esfera social, mientras
que la ciencia política y la economía se centran en campos más
especializados, ambas, y con un instrumental analítico también
más especializado, al menos, la segunda. Pero, llegados a este
punto, conviene salir del interior de las ciencias sociales y pres­
tar atención a su entorno, pues, si bastara con lo anterior, todas
las disciplinas deberían haberse desarrollado por igual en el vie­
jo mundo, mas no fue así: la economía y la ciencia política se
desarrollaron sobre todo en el Reino Unido, y la sociología en
Francia y Alemania (e incluso el único de sus fundadores, el

» Solé, 1986: 17.


24Buchanan, 1975.
CAPITALISMO, SOCIALISMO Y SOCIOLOGÍA 23
A

más discutido como tal, Marx, que se afincó en Inglaterra, era


un alemán pasado por Francia y que, junto a la economía ingle­
sa, reclamaba como fuentes de su teoría la filosofía alemana y el
socialismo francés). Lo primero tiene poco de sorprendente,
pues la transición del Estado absolutista al liberal y de la econo­
mía feudal a la de mercado tuvo lugar en las islas antes, más rá­
pidamente y con una amplitud mucho mayor que en el macizo
continental. Lo segundo, en cambio, resulta más complejo, pues
no vale apuntar simplemente que la sociología se ocupó de otros
o de más aspectos del cambio social, o sea, del resto o de la tota­
lidad, ya que ambas cosas eran también posibles en Inglaterra, y
de hecho fue allí donde provocaron una primera profusión de in­
formes sobre la pobreza, la condición de la clase obrera o la po­
lítica social: piénsese, por ejemplo, en todo el debate sobre las
leyes de pobres, o en los pamphlets invariablemente dedicados
al tema por casi todos los pensadores sociales de la época: Be-
llers, Petty, Fielding, Hume, Malthus, Defoe, Bentham... Aun­
que los principales componentes de las transformaciones de los
siglos xviii y xix están en la economía y la política, o sea, en la
reorganización de los recursos y del poder, sus consecuencias
van mucho más allá, invadiendo el resto de «lo social»: las rela­
ciones campo-ciudad, la vida familiar y el ciclo de vida, las for­
mas de socialización, etc., pero esto sucedió en todas partes y, si
acaso, antes y con más fuerza en Inglaterra que en el continente.
El «capitalismo salvaje», el que arrojaba sin miramientos a la fá­
brica a mujeres y niños, destruía gremios, rompía familias, pro­
ducía mendigos en masa, etc., ha sido llamado justificadamente,
recuérdese, «manchesteriano».
Pero lo que distingue al continente de las islas británicas es
que, en éstas, la transición política y económica se llevó a cabo
antes y con menores enfrentamientos sociales (no con menores
costes, sino con menores conflictos abiertos o, al menos, más
dispersos en el tiempo y en el espacio) y con menor rotación en
los estratos superiores de la sociedad. En otras palabras, que las
islas no vivieron una Revolución francesa, ni unos levantamien­
tos de 1848, ni un siglo de pugnas entre republicanos y monár­
quicos, ni hubieron de lidiar hasta el siglo xx con una doctrina
católica omnipresente. En el continente, en cambio, el conflicto
estalló más tarde y de forma más concentrada, y cobró pronto la
forma de una disputa entre concepciones abiertamente opuestas
24 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

de la sociedad: legitimistas y liberales, burgueses y socialistas.


La sociología parece surgir precisamente allí donde lo que os­
tensiblemente entra en juego no es la reforma de tal o cual as­
pecto de la sociedad, por importante que sea, sino del conjunto
de ésta, y donde actores sociales colectivos e identificables con
relativa facilidad, tales como la aristocracia, la burguesía y el
proletariado, se alinean tras visiones distintas de ella. Por eso
Saint-Simon es, a la vez, el «fundador» tanto de la sociología
como del socialismo.
Inglaterra sí fue, en cambio, cuna distintiva de otra rama de
las ciencias sociales, notablemente más próxima a la sociología:
la antropología social, que se despega ya en el siglo xix de la an­
tropología física con la obra de Morgan, Tylor y Frazer y se con­
solida a principios del xx con su propia generación clásica: Ma-
linowski, Radcliffe-Brown, Boas, Kroeber y, en menor medida,
Durkheim y Lévy-Bruhl. Y es que la monarquía constitucional,
la aristocracia aburguesada y la burguesía aristocratizada, que
vivían en buena armonía en el interior en un orden social acepta­
do e hipostasiado ya como natural, no pudieron dejar de interro­
garse sobre las sociedades coloniales25.
Este despertar social, o sociológico en sentido lato, es, pues,
producto del contacto con otras formas sociales en tres frentes:
el histórico, o temporal; el geográfico, o exterior; y el jerárqui­
co, o interior. En el frente temporal, la sociedad vive convulsio­
nes que le obligan a reflexionar sobre sí misma, sobre su pasado,
su presente y su futuro, sobre las opciones defendidas por las
fuerzas que se enfrentan en su seno; no hay ya, pues, un orden
social que pueda presentarse como producto de la voluntad divi­
na, de la naturaleza o de la razón, sino diversas opciones en con­
flicto. Pueden aplicarse las palabras de Marx y Engels respecto
de la Antigüedad: «Tan pronto como la falta de verdad se reveló
detrás de su mundo (es decir, tan pronto como este mundo se de­
sintegró en sí mismo por colisiones prácticas [...]), los antiguos
filósofos se esforzaron en descubrir el mundo de la verdad o la
verdad de su mundo [...]. Ya su misma búsqueda era un síntoma
de la decadencia interior de aquel mundo»26. En el frente exter-

25 Véase Anderson, 1967.


26 Marx y Engels, 1845: 151.
CAPITALISMO, SOCIALISMO Y SOCIOLOGÍA 25
V

no, el colonialismo puso al mundo occidental en contacto con


una diversidad de culturas mucho mayor que la imaginable a raíz
de las viejas rutas comerciales, y el intento de absorberlas, ha­
cia su espacio económico, en particular hacia sus formad de pro­
ducción, exigía una comprensión de sus características mucho
más profundo que el conocimiento puramente tangencial que an­
tes habían requerido el comercio o la conquista territorial. La
perspectiva comparada se convirtió pronto en componente esen­
cial de la sociología, sobre todo por cuanto permitía un análisis
mucho más detallado de las instituciones que el que hacía posi­
ble la historiografía, todavía muy poco desarrollada. No por na­
da pudo afirmar Durkheim que «el método comparado es el úni­
co útil en sociología»27. En el frente interno, por último, los
intensos cambios sociales en curso propiciaron la movilidad so­
cial vertical y horizontal de grupos e individuos con un bagaje
cultural suficiente como para convertirse en observadores infor­
mados y críticos de su nuevo o viejo medio social: intelectuales,
si no libres, al menos desclasados o en tránsito como el aristó­
crata venido a menos conde de Saint-Simon o la familia peque-
ño-burguesa venida a más de los Marx. «Solamente cuando el
cambio horizontal es acompañado por un intenso cambio verti­
cal, es decir, por un movimiento rápido entre estratos, en el sen­
tido de ascenso y descenso social, es sacudida la creencia en
la validez general y eterna de las propias formas de pensa­
miento»28.
Pero la sociología no es hija simplemente del asombro, sino
también del desconcierto; además del deseo de comprender lo
que sucede a su alrededor, expresa la pretensión humana de con­
trolarlo y someterlo a la propia voluntad. Aunque esta fusión de
teoría y práctica se identifica comúnmente con Marx, lo cierto es
que resulta tan clara o más en sus antecesores. Así, Saint-Simon,
lejos de conformarse con explicar las causas de la crisis pretende
extraer de su ciencia del hombre la «indicación de los medios a
disposición de los sabios para abreviar la duración»29. Comte es
todavía más expeditivo sobre los propósitos de la ciencia social,

27Durkheim, 1895: 173.


28Mannheim, 1936: 52.
29Saint-Simon, 1813: XI, 89.
26 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

como lo expresa su máxima: savoir pour prévoir, prévoir pour


pouvoir, y su idea del estadio positivo anuncia ya una vocación
tecnocrática de la sociología que se va a prolongar hasta nues­
tros días. Marx, como es bien sabido, apostará por poner el co­
nocimiento social al servicio del actor colectivo llamado a sub­
vertir el orden, el proletariado, creyendo lograr así la unidad de
teoría y práctica, de sujeto y objeto, pero desde la convicción de
que la teoría se limita a expresar algo que tiene su propia diná­
mica en la realidad. Debe notarse que, cualquiera que haya sido
el papel posterior del marxismo como doctrina de una «vanguar­
dia», en el planteamiento de Marx no se trata ya tanto de formu­
lar lo que debe pasar como de descubrir lo que va a pasar, de
«darse cuenta de lo que sucede ante sus ojos y hacerse portavoz
de ello»30; no en vano los primeros escritos de Marx han sido
reiteradamente calificados de «precientíficos» o de «espontaneís-
tas» por el marxismo «ortodoxo» posterior. En la perspectiva de
Durkheim, la sociología deberá ser un importante apoyo para la
acción política: «estimaríamos que nuestras investigaciones no
merecerían la pena si no hubieran de tener más que un interés
especulativo». Pero lo que se vincula a la práctica no es ya el
proceso de conocimiento, como efecto, sino su resultado, como
punto de partida: «Si separamos con cuidado los problemas teó­
ricos de los problemas prácticos, no es para abandonar a estos
últimos; es, por el contrario, para ponemos en estado de resol­
verlos mejor»31. Es dudoso, sin embargo, hasta qué punto respe­
tó el sociólogo francés esta secuencia: su teoría de la educación,
por ejemplo, es una perfecta racionalización de la reforma Ferry,
y no es preciso ser especialmente maniqueo para conectar ambas
a través de la persona de Ferdinand Buysson, director general de
enseñanza con éste y a quien sucedió en la cátedra aquél32. Ha­
bría que esperar hasta Weber para encontrar formulada de mane­
ra sistemática la separación entre ciencia y política.
Esta relación con la práctica, o más exactamente con la políti­
ca, es una de las palancas de la división entre la sociología mar-
xista y la académica, la que Gouldner ha calificado de «fisión

30 Marx. 1847: 183.


31 Durkheim, 1893:41.
32 Volker, 1975.
CAPITALISMO, SOCIALISMO Y SOCIOLOGÍA 27
V

binaria». La inconmensurabilidad de los apelativos —socialismo


y sociología, marxismo y sociología, marxista y clásica-^- indica
ya que son demasiadas las diferencias en juego para resumirlas
en un solo par de calificativos. En parte, como se ha dicho, se
trata de la opción entre la implicación política plena (la praxis
marxiana) y la independencia y el distanciamiento de la labor
científica, que más adelante tomará la forma de la defensa de
/..\A?? una sociología libre de valores —wertfrei—, o neutral respecto

de éstos, una cuestión sobre la que habremos de volver con más
detalle. Pero lo paradójico es que el marxismo pretendió ser más
independiente de los valores que el resto de la sociología inicial.
Hay una enorme distancia entre el sacerdocio positivista comtia-
no y un movimiento comunista que, según Marx, «no predica
absolutamente ninguna moral»33; aproximadamente la misma
que luego habrá, pero en sentido inverso, entre un marxismo
convertido en doctrina política oficial del poder, o de la «van­
guardia» que aspiraba a él, y una sociología académica que, in­
cluso en sus momentos más apologéticos, ha sido poco tenida en
cuenta por éste, salvo de un modo puramente instrumental y
ocasional.
No es menos cierto, sin embargo, que en la escisión de la so­
ciología hay también una bifurcación de las tomas de posición
frente a los problemas sociales reales. Mientras el marxismo to­
ma partido por la revolución, el positivismo lo hace por el orden
establecido. Esto es particularmente cierto en el caso de Durk­
heim, cuya concepción del orden social es el molde, más que un
1 simple componente, de la síntesis parsoniana, de la que se ha
i llegado a afirmar que «no añade nada sustancial» a aquél34. La
línea que va de Durkheim a Parsons desarrolla así una visión de
la sociedad como un conjunto estable, ordenado y armónico de
relaciones, o en el que la estabilidad, el orden y la armonía sólo
pueden ser cuestionados por fenómenos anómalos, patológicos,
como lo revelan la analogía médica de Durkheim citada más
arriba o la enorme importancia que la teoría parsoniana concede
al control social y a la desviación. El marxismo, en cambio, la
contempla como un sistema que contiene en sí mismo una diná-
if
33 Marx y Engels, 1845: 287.
34 Pérez Díaz, 1980: 86.
28 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

mica explosiva, desgarrado por los conflictos de clase, que avan­


za a golpe de revoluciones y en el que la estabilidad no puede
ser sino pasajera, y anuncia la mayor intensidad del cambio por
venir. «La sociología puntúa la estructura, el socialismo puntúa
el sistema»35.
Pero también podemos contemplar las diferencias entre los
grandes fundadores de la disciplina desde la perspectiva de su
relación con otras ciencias sociales. Marx se apoyó fundamen­
talmente en la economía, Durkheim en la antropología y Weber
en la historia. Por supuesto, ninguno fue tan unilateral como pa­
ra no considerar las aportaciones de otras disciplinas sociales, y
todos ellos tuvieron un amplio conocimiento de las otras cien­
cias de su época, conocimiento que en el caso de Marx y Weber
era casi enciclopédico. La influencia en el sistema marxiano de
los postulados, los logros y la lógica de la economía ha quedado
probablemente oscurecida por la invocación ritual, siguiendo a
Engels y Lenin, de las «tres fuentes y tres partes integrantes del
marxismo»: la filosofía alemana, el socialismo francés y la eco­
nomía política inglesa. Es cierto que Marx vio su teoría como
simple expresión en el pensamiento del movimiento socialista, o
que su sistema fue presentado como una inversión de la filosofía
hegeliana, pero donde pudo considerarse y se consideró como
algo más que un portavoz, y como el autor de algo más que la
inversión de un sistema preexistente, fue en relación con la eco­
nomía política de su tiempo. Lo que permite a Marx dar conteni­
do a la cáscara recién vaciada de la dialéctica hegeliana y pro­
clam ar científicas las pretensiones del socialism o es su
particular reelaboración de la economía política clásica. Y, al
mismo tiempo, sería difícil imaginar un instrumento mejor y
más adecuado para la tarea de sustanciar la idea de un desarrollo
histórico-social virtualmente inexorable que los automatismos
abstractos de la teoría económica. Como han señalado algunos
de los mejores marxólogos marxistas, la dialéctica marxiana só­
lo puede pretender tener sentido en el específico modo de pro­
ducción capitalista, de ninguna manera en formas sociales ante­
riores36. En contrapartida, Marx tuvo un conocimiento más

3SIbáñez, 1985:94.

’<>V.g. Colletti. 1975.
CAPITALISMO, SOCIALISMO Y SOCIOLOGÍA 29

limitado tanto de la historia como de la antropología. Respecto


de la primera, su interpretación general de la misma, en coman­
dita con Engels, en la parte inicial de La ideología alierruiña re­
sulta, cuando menos, discutible, y, en todo caso, la historiografía
habría de conocer todavía importantes transformaciones para pa­
sar del simple relato événementiel a los logros de la historia mo­
derna. En cuanto a la segunda, apenas tuvo tiempo de apreciar
alguna de las primeras obras de antropología social propiamente
dicha, en particular La sociedad primitiva, de Morgan, que En­
gels tomó como base para su polémico trabajo sobre la familia,
la propiedad privada y el Estado.
Durkheim, en cambio, fue un buen conocedor de la antropo­
logía, antropólogo casi al mismo título que sociólogo (excepto
porque no pisó ninguna isla exótica, que yo sepa), pero no de la
economía ni de la historia. La mayor parte de sus contribuciones
a L’Année Sociologique son notas críticas sobre monografías an­
tropológicas, Las formas elementales de la vida religiosa es una
aportación muy notable a la disciplina y no fue casualidad que
su idea de la «función» encontrara una acogida particularmente
cordial entre los antropólogos. Fue además un buen conocedor
de la educación y la pedagogía, que, como él mismo subrayó
una y otra vez, son fundamentalmente instrumentos de socializa­
ción, o sea, de conservación, y debió de serlo también del dere­
cho, como lo sugiere el peso que le otorga en La división del
trabajo social. Su conocimiento de la economía, en contraparti­
da, parece haber sido muy superficial, y de otro modo resultaría
difícil comprender tanto su visión demasiado simple sobre la di­
visión del trabajo como sus ideas sobre los grupos profesionales.
La relación privilegiada con la antropología, y tal vez con el de­
recho, arroja luz sobre su inclinación a ver la sociedad como un
organismo estable, autorregulado, sometido tan sólo a la entro­
pía de las desviaciones individuales. Primero, porque las socie­
dades «primitivas» aparecen espontáneamente, al menos en la
primera aproximación, ante los ojos del antropólogo como so­
ciedades apartadas de cualquier proceso de cambio, «pueblos sin
historia». Segundo, porque esas sociedades relativa o comparati­
vamente simples, y de dimensiones abarcables directamente por
el observador, resultan por ello más fáciles de captar de manera
global, como un todo en el que encaja o parece encajar más o
menos adecuadamente cada parte, mientras que en las socieda-
30 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

des modernas los árboles difícilmente dejan ver el bosque si no


es mediante un poderoso ejercicio de abstracción.
Weber, por su parte, fue un gran conocedor de la historia uni­
versal y centró una buena parte de su esfuerzo profesional en
impulsar la historia económica, como resulta manifiesto en sus
dos obras principales, la Historia económica general y Econo­
mía y sociedad, o en sus estudios sobre la religión, y por su pa­
pel en la edición del Archivfiir Sozialwissenschaft. Debe tenerse
en cuenta que la historiografía disponible en la época de Weber
ha dado ya un notable salto, particularmente en Alemania, res­
pecto de la accesible en la de sus antecesores, moviéndose ace­
leradamente de la descripción de los acontecimientos a la inter­
pretación de las civilizaciones y las grandes tendencias, a la par
que aumentando sin cesar la cantidad y la calidad de la informa­
ción. Aunque la sociología que hizo fue esencialmente económi­
ca, y sus conocimientos de historia económica eran muy am­
plios, su familiaridad con la teoría económica parece haber sido
bastante limitada. Por otra parte, el interés de Weber fue notable
en tomo a las grandes culturas orientales, especialmente sus reli­
giones y su arte, pero escaso en relación con las sociedades pri­
mitivas, o sea, con la temática típica de la antropología. Esa ma­
yor proximidad a la historia resulta difícil de separar de su
insistencia en tratar los hechos sociales como únicos, sus múlti­
ples cautelas contra la reificación de conceptos como el de «tipo
ideal» o el de «acción» y su aversión a hablar de leyes o regula­
ridades.
Tenemos, pues, una sociología marxista centrada en una vi­
sión particular de los mecanismos y las leyes económicos, pero
que comparte con el conjunto de la teoría económica de la época
esa idea básica de automatismo abstracto; una sociología durkhei-
miana apoyada ampliamente en los estudios antropológicos, de
los que toma en primer lugar la centralidad de los mecanismos
de estabilidad y reproducción de la cultura; en fin, una sociolo­
gía weberiana influida primordialmente por la idea de singulari­
dad, de irrepetibilidad, propia del estudio de la historia. Natural­
mente, puede argumentarse que tales aproximaciones entre
hombres y disciplinas no hicieron sino reflejar las preferencias
de aquéllos, llover sobre mojado, reforzar su partí pris sin otro
efecto que el de proporcionarles un material adicional de apoyo
y un arsenal justificativo. Pero la cuestión no es explicar por qué
CAPITALISMO, SOCIALISMO Y SOCIOLOGÍA 31

son Karl, Max o Émile quienes se convierten en esos personajes


que hoy llamamos, con más respeto, Marx, Weber y Durkheim,
sino situar el surgimiento de sus teorías, y de sus particulares y,
en buena parte (pero sólo en parte), opuestas visiones de la so­
ciología, o del análisis de la sociedad, en el marco más amplió
del desarrollo de las ciencias sociales. Por lo demás, ya se ha di­
cho que «todos nosotros somos epígonos de los grandes maes­
tros»37.

37 Bell. 1976: 73
2. CONCEPTO, OBJETO Y ÁMBITO *

Produce cierta envidia profesional la facilidad con la que al­


gunas disciplinas definen su objeto: «el estudio de los seres vi­
vos», «la asignación de recursos escasos a usos alternativos»,
«los fenómenos dél a conducta y los procesos mentales desarro­
llados con ellos», etc., o la tranquilidad, o frivolidad, con que
eluden la pregunta: «economía es lo que hacen los economistas»
(J. Viner). La sociología, por el contrario, se refugia en respues­
tas demasiado vagas o se topa de bruces, primero, con la dificul­
tad de definir de manera precisa su objeto y, segundo, con la fal­
ta de acuerdo en torno a cualquier definición no puramente
banal. Ejemplo de vaguedad son definiciones como éstas: «el es­
tudio de la sociedad humana»’, «el estudio científico de las rela­
ciones humanas y sus consecuencias»12, «el análisis científico del
comportamiento social humano»3, «lo que hacen los soció­
logos»4, «el estudio de la vida social humana, de los grupos y
sociedades»5, la aplicación de «los métodos de la ciencia al estu­
dio del hombre y la sociedad»6, etc. Nada que no fuera conocido
de antemano: que la sociología se ocupa de la sociedad y que
pretende ser científica. Estas enunciaciones pertenecen a ese gé­
nero que asigna a la psicología el estudio de «la conducta», a la
antropología el de «la cultura», a la economía el de «la rique­
za»... y a la sociología, por supuesto, el de «la sociedad»; es de­
cir, que traducen del griego, del latín o de lo que se tercie y to­
man un nombre por una definición.

1Davis, 1949: 3.
2 Caplow, 1971: 3.
3Goldthorpe, 1968: 17.
4lnkeles, 1968: 2.
5 Giddens, 1982: 41.
6Chinoy, 1961: 13.

[33]
34 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

La sociología se ocupa de lo social, pero este ámbito resulta


ser generosa o forzosamente compartido con una nutrida lista de
otras ciencias, las ciencias sociales; incluso, más ampliamente,
las ciencias «humanas», o «del espíritu». ¿De qué se ocupa, en­
tonces, la sociología? Ante la vaguedad de respuestas como «la
sociedad» o «lo social», se ha tratado de definir el objeto de la
disciplina, por un lado, de manera que se viera diferenciada al
menos, de forma inequívoca, del estudio de otros niveles de la
realidad, como la materia, la vida o la psique; y, por otro, de mo­
do que resultara especificado algún tipo de manifestación de la
realidad de entre su infinita y casuística diversidad. Pero especi­
ficar es también abandonar la unicidad de los términos singula­
res. y, en cuanto pasamos de «la sociedad» o «lo social» a expre­
siones mínimamente más complejas, empiezan las dificultades y
cobra sentido el lamento de Boudon: «En un punto, y práctica­
mente en uno sólo, están de acuerdo todos los sociólogos: en la
dificultad de definir la sociología»7.
La tarea de especificar el objeto de la ciencia social frente a
otras disciplinas ha encontrado fundamentalmente tres respues­
tas, ya clásicas, con algunas variantes terminológicas añadidas.
Son las aportadas, respectivamente, por Marx, de modo implíci­
to, Durkheim y Weber, de modo explícito: la sociología se ocupa
del estudio de las «relaciones», la «acción» y los «hechos» so­
ciales. Que se trate, aparentemente, de unidades discretas, cuya
acumulación o cuya trama es la sociedad (cualquiera que sea el
orden de prelación entre aquéllas y ésta), no debe obligamos a
verlas como las «unidades elementales» del análisis sociológico,
tal como el átomo o las partículas elementales para la física, o la
célula o las proteínas para la biología, o como el comprador-
vendedor para la economía. Semejantes respuestas deben enten­
derse simplemente como especificaciones de en qué consiste lo
social, que pretenden separarlo respectivamente de lo natural o
racional, de lo objetivo y determinístico y de lo individual o psi­
cológico. Sorokin ya insistió en que, cualquiera que fuera el
«átomo social» propuesto (individuo, socius, papel, acción, rela­
ción, grupo pequeño, sociedad primitiva, etc.), habría previa-

7Boudon, 1971: 12.


CONCEPTO, OBJETO Y AMBITO v 35

mente que empezar por argumentar su necesidad, pues «el pre­


cepto mismo, que el estudio de todos los fenómenos deba empe­
zar siempre por las formas más simples y pasar a fofmas'cada
vez mas complejas, no tiene por qué considerarse como una nor­
ma universal»8. Es posible, de hecho, rehuir el problema, dejan- .
do para cada teoría específica o cada análisis concreto la tarea
de justificar la pertinencia de centrarse en los individuos, las re­
laciones, los grupos, etc., que serían así considerados como con­
ceptos, de mayor o menor valor heurístico según el caso, antes
que como realidades en sí y por sí9. Me parece, no obstante, más
acertada la observación de Rex, quien, refiriéndose al concepto
de «hecho social», señala que «la dificultad reside en que no ex­
perimentamos el mundo social como una entidad constituida por
una serie de elementos discretos, dotados de límites espaciales
definidos, como ocurre con las plantas y animales que estudia el
biólogo. [...] Este mundo consiste en relaciones sociales [...] y el
problema real es saber si un mundo así puede concebirse como
si estuviera formado por cosas discretas. Parecería que, a veces,
es posible hacerlo así, pero también que, en otras ocasiones, es
más conveniente y más esclarecedor suponer un proceso social
continuo, susceptible de ser analizado en función de sus elemen­
tos, pero no en términos de tipos de “cosas”»10*.
Pero no hay que suponer que los autores de las expresiones
«relaciones sociales», «acción social» o «hechos sociales» pre­
tendieran todos y cada uno de ellos, necesariamente, encontrar
una unidad elemental, por mucho que lo hayan creído así algu­
nos de sus intérpretes y seguidores, y es obvio que los términos
referidos encierran en todo caso otras determinaciones que ésa.
Marx se pronunció de manera muy explícita contra el método
consistente en elevarse, de lo particular a lo general: «Parece lo
correcto comenzar por lo que hay de concreto y real en los datos
[población, etc..] Pero, bien mirado, este método sería falso»11.
Más clara aún es su insistencia en que los elementos de la socie­
dad no pueden comprenderse, por sí mismos, f uera de la totali-

8 Sorokin, 1947: 39: 1956: 228. La cita, en el segundo.


9 Pérez Díaz, 1980: 15,85.
10 Rex, 1961: 19-20.
"M arx, 1859: 268.
36 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

dad de ésta: «Las relaciones de producción de cualquier socie­


dad forman un todo»12. No es tan clara, en cambio, la posición
al respecto de Durkheim, pues aunque subrayó en más de una
ocasión que «un todo no es idéntico a la suma de las partes, es
algo distinto, cuyas propiedades difieren de las que aparecen en
las partes que lo componen»13, las «partes» a las que se refería
eran los individuos, de cuya agregación, efectivamente, no creía
posible obtener la sociedad, pero esto no impediría considerar
como elementos discretos a los hechos sociales. El problema,
como veremos luego, es que de éstos resulta fácil saber lo que
no son, pero no tanto lo que son. En cuanto a Weber, en él sí que
encontramos una toma de posición favorable al análisis de uni­
dades discretas de la vida social y contraría a cualquier prioridad
lógica del todo sobre las partes. Su crítica de la sociología orga-
nicista de Scháffle, que «pretende explicar partiendo de un todo
[...] el actuar conjunto que significa lo social», podría leerse del
principio al fin como una crítica a Durkheim y, con matices, a
Marx. Pero, para Weber, la acción social no es el punto de parti­
da para explicar la sociedad, sino el objetivo de la sociología, si­
tuado más allá de las generalidades a las que puede llegar una
explicación holista: «Respecto a las “formas sociales” (en con­
traste con los “organismos”), nos encontramos cabalmente, más
allá de la simple determinación de sus conexiones y sus “leyes”
funcionales, en situación de cumplir lo que está permanente­
mente negado a las ciencias naturales [...]: la comprensión de la
conducta de los individuos partícipes»14.
Los conceptos de «relación» y «hecho» tienen en común subra­
yar la especificidad de lo social, muy especialmente frente al sus­
trato biológico y al presunto sustrato psicológico. Las ilusiones de
reducir la sociedad a un sustrato físico, al estilo del Systéme de la
nature de D’Holbach, ya habían sido abandonadas con el mecani­
cismo del siglo xvm, y la influencia de la biología llegaba más por
la vía de la analogía orgánica u organísmica que por la de la de­
ducción, aunque recientemente hayamos presenciado el surgi­
miento de la sociobiología. Para Marx y Durkheim la cuestión era.

12Marx, 1847: 162.


13 Durkheim, 1895: 248.
14Weber, 1922:1, 13.
CONCEPTO, OBJETO Y AMBITO 37
v

sobre todo, si podía o no reducirse la sociología a la psicología, o


incluso la psicología a la sociología. Los tres fueron plenamente
opuestos a lo primero, pero consideraron de manera distinta lo se­
gundo, porque sostenían visiones diferentes de la prioridad entre
lo psíquico y lo social. Para Marx, va de suyo que la sociedad no
puede ser reducida al individuo, pues el «ser genérico» del hombre •
(genérico junto a los demás hombres, vale decir específico frente a
la naturaleza) es justamente su ser social15. «El hombre sólo se aís­
la a través del proceso histórico. Aparece originariamente como un
ser genérico, un ser tribal, un animal gregario [.,.]»16. La conse­
cuencia no es ya que lo social no sea reductible a lo psíquico, sino
que lo individual y lo psíquico tienen su base en lo social, proce­
den de ello. Para Durkheim tampoco hay reducción posible, pues
lo social y lo psíquico forman esferas distintas, de modo que en la
esfera social emergen fenómenos de orden distinto, sui generis,
con «otro sustrato», que no pueden explicarse por los de la esfera
individual, la de las «conciencias solitarias»: «Así como los espiri­
tualistas separan el reino psicológico del reino biológico, nosotros
separamos el primero del reino social; como ellos, nos negamos a
explicar lo más complejo por lo más simple»17. Una posición que
sería llevada al extremo por Radcliffe-Brown, para quien cabría
«construir una ciencia social sin prestar la menor atención a las re­
laciones intemas de los seres humanos»18.
Weber fue mucho menos categórico, por la importancia que
concedía al sentido de la acción y, en virtud de ello, a las perso­
nas como los únicos posibles actores y a la conducta significati­
va individual, la acción social, como el objeto de la sociología.
«Del análisis de las cualidades psicológicas del hombre no se
progresa hacia el análisis de las instituciones sociales, sino que,
a la inversa, el esclarecimiento de las premisas y de los efectos
psicológicos de las instituciones presupone el exacto conoci­
m iento de estas últim as y el análisis científico de sus
relaciones»19. El conocimiento sociológico, pues, es previo al

15Marx, 1844: 146.


16Marx, 1857:1, 457.
17Durkheim. 1895: 19. 20, 10.
18 Radcliffe-Brown, 1957: 45-46.
19Weber. 1904: 161.
38 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

psicológico: son las instituciones las que tienen «efectos psico­


lógicos», no los caracteres individuales los que tienen efectos
sociales. Para Durkheim, lo psíquico es lo más simple y lo social
lo más complejo, igual que el átomo es más complejo que las
partículas, la molécula más que el átomo, la célula más que la
molécula y el organismo más que la célula. Pero, al menos para
la biología y la física de la época, ni el organismo determinaba a
las células, ni éstas a las moléculas, ni éstas a los átomos. No
hacía falta remitirse al nivel superior para explicar el inferior. Lo
que Durkheim sostiene es que lo más complejo no puede expli­
carse por lo más simple, pero de ninguna manera plantea tampo­
co que para explicar lo más simple haya que recurrir a lo más
complejo, sino que se trata de dos cosas distintas. De ahí, preci­
samente, el concepto de emergencia. Lo que Weber sugiere, por
el contrario, es que lo más simple, en este caso lo psíquico, aun­
que no haya de reducirse a lo más complejo, tampoco puede ex­
plicarse sin recurrir a ello. Marx será todavía más taxativo, pues,
pese a que en ningún lugar llega a afirmar, como no sea con me­
ros fines polémicos, que lo psíquico no existe en sí mismo, lo
que hace una y otra vez es subrayar que, en lo fundamental, se
debe explicar por lo social y, dentro de ello, por lo económico.
Así, por ejemplo, cuando proclama, en ese manifiesto del mate­
rialismo que son las Tesis sobre Feuerbach (en la sexta), que «la
esencia humana no es algo abstracto e inmanente a cada indivi­
duo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales»20.
O, en otro lugar, que «tal y como los individuos manifiestan su
vida, así son. Lo que son coincide, por consiguiente, tanto con lo
que producen como con el modo como producen. Lo que los in­
dividuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales
de su producción»21.
Marx y Durkheim, pues, subrayan especialmente el carácter
objetivo de lo social; Marx y Weber, su carácter relacional. El
concepto de «hecho social», si bien es útil para señalar el carác­
ter externo, irreductible a lo individual, de la realidad social, pre­
senta, como es bien sabido, el inconveniente de prestarse fácil­
mente a la reificación de los hechos sociales, aunque sin duda no

2oMarx y Engels, 1845: 667,


2i Marx y Engels, 1845: 19-20.
CONCEPTO. OBJETO Y ÁMBITO 39

tanto como han pretendido algunos críticos de Durkheim. En el


extremo opuesto, el concepto de «acción social», aun cuando
Weber lo sitúe más allá y no más acá de las instituciones y. for­
maciones sociales, tiende a subrayar la singularidad dé la con­
ducta hasta tal punto que lo social se disuelve en una casuística
inabarcable para el conocimiento, como no sea a la manera del
gran mapa de China imaginado por Borges. En mi opinión, el
concepto de «relación social» reúne las ventajas de los otros dos
y elude sus inconvenientes: por un lado, supera la individualidad
y se aleja de la conciencia subjetiva, como el concepto de «hecho
social», pero sin sugerir en principio ningún tipo de hipóstasis ni
reificación; por otro, subraya que lo social tiene lugar siempre
entre elementos individuales, o individualizables, pero sin dejar
de marcar que no puede reducirse a ellos. Una relación es nece­
sariamente una relación entre elementos, pero es también más
que los simples elementos, y ese algo más es no sólo la relación
misma sino también y precisamente su no aislamiento como tal,
o sea, la organización, vale decir el conjunto articulado de las re­
laciones. Como indica Buckley. «cuando afirmamos que “el todo
es más que la suma de sus partes’7, [...] el “más que” señala el he­
cho de la organización, que confiere al agregado características
no sólo diferentes de los componentes considerados en forma in­
dividual, sino que a menudo no aparecen en estos últimos»22.
Lo social, pues, resulta ser irreductible a lo individual o psí­
quico y, por ende, lo sociológico a lo psicológico. La socialidad,
por supuesto, requiere ciertas condiciones biológicas y psíqui­
cas, por ejemplo un organismo que nace inacabado y un sistema
nervioso abierto, es decir, la capacidad de aprendizaje. Por ello
mismo es más bien lo social lo que configura en gran medida a
lo psíquico, e incluso pone límites a la autonomía de lo biológi­
co. En realidad, los intentos de reducción de la realidad social a
elementos psíquicos no sólo plantean una tarea imposible, sino
que fijan un objetivo plenamente arbitrario, pues ¿por qué no re­
ducir también, entonces, lo psíquico a lo fisiológico, luego a lo
celular, después a lo molecular, etc.? La única reducción legíti­
ma, en propiedad, sería la reducción al substrato físico (en senti-

22 Buckley, 1967: 71.


40 LA PERSPECTIVA SOCIOLOGICA

do estricto: aquel del que se ocupa la física), y más concreta­


mente al de las partículas elementales (elementales para nuestro
conocimiento actual, como antes lo fueron los átomos y antes
que éstos los «elementos»). Pero lo que diferencia al átomo de la
partícula, a la molécula del átomo, a la célula de la molécula,
etc., es precisamente la organización, o sea, la trama de las rela­
ciones. En lo que concierne al salto específico entre los niveles
individual y social (entre el sistema psíquico y el sistema so­
cial), un mismo acto, por ejemplo el ejercicio del sufragio, pue­
de ser considerado parte de ambos como «ámbitos de observa­
ción abstraídos de una misma realidad humana»23, aunque la
dinámica institucional de las disciplinas pueda llegar a empujar­
las a la divergencia más que a la convergencia. Aunque ambas
disciplinas analizan la conducta, podría decirse que la psicología
se ocupa del conjunto de las acciones de un mismo individuo,
mientras que la sociología lo hace de un conjunto de acciones de
distintos individuos24; que la psicología se ocupa del ámbito in-
traindividual, la sociología del interindividual; que la psicología
separa las acciones individuales discretas, del contexto en que
cobran sentido, para reunificarlas en el ámbito del individuo,
mientras que la sociología separa las acciones sociales de los in­
dividuos concretos que las realizan para reunificarlas en el ámbi­
to de la sociedad. La primera se ocupa de la acción en cuanto
tal; la segunda, de la interacción.
Precisamente la noción de interacción ha sido utilizada para
trascender el individualismo de la «acción». Numerosos autores
han tratado de ir algo más allá de la «acción» weberiana sin de­
sembocar en los «hechos» durkheimianos, y han recurrido para
ello al concepto de «interacción social». En algunos casos se uti­
liza como sinónimo de interacción simbólica, como por ejemplo
lo hace Nisbet, quien la coloca en el centro de la realidad social:
«El primer y principal elemento del vínculo social es aquella
forma de interacción a la que llamamos social»25. Éste, como
otros autores, la identifica en realidad, a través de Blumer26, con

23Moya, 1971: 89-90.


24 Rex, 1961: 78.
25Nisbet, 1961: 48.
26 Blumer, 1969: 48 ss.
CONCEPTO, OBJETO Y ÁMBITO V 41

la interacción simbólica de Mead27, lo cual permite integrar el


concepto en un marco de tipo weberiano, que supedita la exis­
tencia de acción social a la presencia del sentido. Eri otros ca­
sos se utiliza el concepto con un significado más amplio que el
weberiano, que puede incluir igualmente la interacción no sim- ,
bólica, como lo hace el propio Mead, o se utiliza simplemente
para designar cualquier forma de interacción entre dos o más
actores, en la idea de que el concepto designa una realidad me­
nos formal que el de «relaciones sociales». Así lo hace, creo,
Rex, cuando afirma que es «mucho más satisfactorio definir la
sociología como la ciencia de la interacción social que como la
ciencia de las relaciones sociales. Las variables empíricas que
debemos estudiar son, en cualquier caso, las mismas, pero el
concepto de interacción social es más amplio e incluye situa­
ciones que pueden encontrarse en todos los puntos de nuestros
dos continuos», siendo éstos los que van de la cooperación al
conflicto y a la anomía28. No es difícil imaginar por qué el con­
cepto de interacción daría cabida al conflicto y la anomía mien­
tras que el de relación no, pero no hay ningún motivo para sus­
cribirlo. En cambio, el término «relación» sugiere la idea de
cierta estabilidad, regularidad, reiteración, tipicidad, etc., que
no tiene por qué ser el norte único de la ciencia social, pero sin
la cual sería imposible abrirse camino en la diversidad de lo
singular, mientras que el término «interacción» evoca lo indife­
renciado y lo efímero. Esta lectura de ambos términos no es
ineludible, pero tampoco debe sorprender en absoluto si se tie­
ne en cuenta el papel de la interacción en el interaccionismo, la
teoría del intercambio, la sociología humanista, la etnometodo-
logía y otras corrientes asociadas y el de la relación en el es­
tructuran smo, el marxismo, el funcionalismo, la teoría de siste­
mas, etc. El concepto de «relación social», en suma —y más
allá de su significado mínimo— la especificidad de lo social y
su carácter interactivo, nos sitúa en algún lugar, en principio un
lugar por determinar, entre las «leyes» y las «regularidades»,
sin por ello someterse necesariamente a una lógica mecanicista
ni teleológica.

27Mead, 1934: 88 ss.


-8 Rex, 1971:75.
42 LA PERSPECTIVA SOCIOLOGICA

Hay una última ventaja del concepto de «relación social» o,


mejor aún en plural, «relaciones sociales», que ha resultado
mencionada de paso pero merece ser específicamente subrayada:
su conexión con el concepto de sistema. «La estructura es pre­
ponderante en los niveles inferiores de organización, y el de sis­
tema en los niveles más complejos. El concepto de estructura se
refiere a los tipos y al número de conexiones entre los compo­
nentes (los subsistemas) del sistema. El concepto de sistema se
refiere a los modos en que estas regulaciones son utilizadas y a
las relaciones entre las relaciones. Esta distinción deriva en parte
del hecho de que los sistemas altamente complejos (las socieda­
des, por ejemplo) son capaces de cambiar de estructura»29. Es
difícil, por no decir imposible, construir la idea del sistema so­
cial sobre las de hecho social o acción social, pero se divisa con
claridad sobre la de relación social. En sentido contrario, el con­
cepto de relación social cobra una nueva significación si se con­
sidera bajo la luz de la idea de sistema. La relación social no es
ya simplemente la articulación entre dos entidades diferenciadas
y aisladas sin ella (los elementos, sean éstos personas u otros),
sino también una parte componente de algo más amplio (la es­
tructura y/o el sistema). Se comprende así que, aunque el térmi­
no «relación» no nos sitúe en sí mismo más a salvo de la casuís­
tica que el de «acción», cuando nos referimos a las «relaciones
sociales» en plural es, precisamente —y paradójicamente, si se
quiere—, no para señalar una inacabable pluralidad particularis­
ta, sino porque creemos que pueden ser localizadas y enumera­
das, que forman un conjunto limitado, aunque se pueda elegir
ser más o menos prolijo en su definición.
La determinación de qué tipo de material es el que forma el
ámbito de lo social no resuelve por sí misma el problema de la
amplitud de este ámbito. Aunque los resultados han sido siem­
pre muy poco concluyentes, la sociología se ha debatido cons­
tantemente, en vaivén, entre el impulso de ampliar su campo,
absorbiendo nuevas esferas de la vida humana hacia «lo social»,
y la necesidad de restringirlo para delimitar una parcela abarca-
ble dentro de semejante inmensidad. El marxismo, por ejemplo,

29 Wilden, 1972: 204.


CONCEPTO, OBJETO Y ÁMBITO 43
v
en particular el materialismo histórico, i.e. el intento de hacer gi­
rar la explicación causal en tomo a los factores económicos, o
de reducir las «relaciones sociales» a las «relaciones sbciales de
producción», puede entenderse, aparte de cualquier dtra consi­
deración, como un intento de reducirla complejidad de lo social
sometiéndolo a una jerarquización teórica intema. La insistencia .
de Weber en que acción social es solamente la acción con senti­
do, y no toda conducta —ni siquiera toda conducta frente a otro,
ni colectiva—30, puede entenderse de forma análoga. Incluso
Durkheim deja entrever una intención similar cuando, en medio
de su definición abstracta y formal de los «hechos sociales», los
limita al señalar su poder de coerción externa31, su generalidad32
o su carácter decisivo y crucial33.
Más poderoso y, en todo caso, más eficaz que el deseo de se­
leccionar dentro del ámbito de lo social ha sido el de ampliar és­
te. En cierto modo, toda la sociología puede entenderse como un
intento de ampliar su propio ámbito, desde la insistencia de
Marx en el carácter social de las relaciones de producción, las
«superestructuras ideológicas», la «naturaleza humana», incluso
las fuerzas productivas34, hasta el motto durkheimiano sobre la
especificidad de los hechos sociales. Pero, lo que es más impor­
tante sin duda, si los sociólogos han podido y siguen pudiendo
pugnar por ampliar el campo de lo social es porque más y más
parcelas que hasta entonces parecían excluidas de ello, quizás
como pertenecientes a la naturaleza, a la psique o a la divinidad,
o simplemente protegidas por la sólida facticidad de lo que está
ahí y no parece que jamás haya podido no estar o ser de otro
modo, han pasado a ser vistas por la sociedad misma como con­
tingentes, como históricas, en definitiva, como sociales. Este
distanciamiento respecto de las formas sociales concretas es pro­
ducto en general del cambio social y en particular de su intensa
aceleración con el capitalismo: la absorción de las relaciones so­
ciales por el capital que señalaba Marx, o el desencantamiento

30 Weber, 1922:1, 6, 19.


31 Durkheim, 1895:42.
32 Durkheim, 1895:46.
33 Durkheim, 1895: 120.
34Véase Schmidt, 1931.
44 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

del mundo que apuntaba Weber. Como escribió un seguidor del


primero y discípulo del segundo: «La peculiaridad del capitalis­
mo consiste precisamente en que suprime todas las “barreras na­
turales” y transforma la totalidad de las relaciones entre los
hombres en relaciones puramente sociales»35.
Una vez especificado, mal o bien, el ámbito de lo social, sur­
ge el problema de las relaciones entre las distintas disciplinas
estrictamente sociales, las ciencias sociales en sentido restricti­
vo. Tal problema estriba en buena parte en que otras ciencias
pueden ser coextensivas con su objeto real, o desarrollar más o
menos paralelamente el estudio de distintas partes de éste. Si se
permite una comparación, la biología, por ejemplo, se ocupa de
los seres vivos, y aunque se subdivide según el tipo de seres (bo­
tánica, zoología, citología...) o según el aspecto bajo el cual los
considera (ecología, genética, histología, fisiología...), el progre­
so más o menos conjunto de todos estos campos es también el
progreso conjunto de la biología. El estudio de lo social, en
cambio, no progresa de forma igualmente paralela. Por un lado,
su mayor diversidad y complejidad —lo que no debe confundir­
se con dificultad: pace los colegas de las ciencias naturales—
propicia más el aislamiento de sus partes como objetos específi­
cos (las sociedades avanzadas y las primitivas, o la política, la
economía y la «sociedad»); por otro, las enormes diferencias en
las posibilidades de formalización de distintos ámbitos o aspec­
tos de la vida social, mucho mayores, por ejemplo, en el estudio
de la economía monetaria o del estado que en el de la familia o
las relaciones laborales, facilita el despegue de algunas ciencias
sociales especializadas (la ciencia política y. sobre todo, la eco­
nomía) del tronco general. Éste tropieza entonces con dificulta­
des para mantenerse como ciencia de lo social en su totalidad y
sufre una fuerte presión que lo empuja a convertirse en una dis­
ciplina residual, en el coche-escoba que recoge a los corredores
rezagados. La cuestión se plantea de forma distinta según se tra­
te de la relaciones entre ciencias globalistas, como son la socio­
logía, la historia y la antropología, o entre una ciencia social
globalista y otra especializada, como las que pueden darse entre

15 Lukács, 1923: 229.


CONCEPTO, OBJETO Y AMBITO v 45

la sociología y la economía, la sociología y la ciencia política, la


antropología y la lingüística, etc. Empezaremos por ef final.
La segunda variante, la relación entre una cienciaf,social glo­
bal y una ciencia social especializada, puede individualizarse, a
título paradigmático, en el problema de las relaciones entre la
sociología y la economía, la «reina de las ciencias sociales», la
que en mayor grado ha desarrollado un aparato formal y que, en
todo caso, se centra en un ámbito del que la sociología no puede
en ningún momento prescindir y el cual, para algunas teorías so­
ciológicas, es precisamente el primordial. Pero es también el
problema de las relaciones con la ciencia política, la demografía,
la geografía, la lingüística, etc. ¿Debe suponerse que la econo­
mía es una parte de la sociología, puesto que su objeto es social?
¿O ha de resignarse la sociología a ocuparse de aquellas partes
de su presunto objeto que no le son arrebatadas por ciencias con
un aparato formal más elaborado? Creo que fue Weber, esta vez,
quien dio en el clavo cuando escribió: «Los campos de trabajo
de las ciencias no están basados en las relaciones “materiales”
de los “objetos14, sino en las relaciones conceptuales de los pro­
blemas. Allí donde se estudia un nuevo problema con ayuda de
un método nuevo, con el fin de descubrir unas verdades que nos
abran horizontes nuevos e importantes, allí nace una nueva
“ciencia”»36.
Efectivamente, el objeto de la sociología comprende en su in­
terior al de la economía, pero los problemas de la sociología no
incluyen necesariamente los de la economía. O, si se prefiere, el
objeto real de la sociología comprende el objeto real de la eco­
nomía (dicho más simplemente: las relaciones económicas son
parte de las relaciones sociales, y lo mismo podría decirse en
otra terminología que los hechos económicos son un tipo de he­
chos sociales, o que la acción económica es una variante de la
acción social), pero el objeto teórico de la sociología no com­
prende ni excluye el objeto teórico de la economía. Podemos de­
cir también que la sociología se define por su ámbito, mientras
la economía lo hace por su método. En consecuencia, la primera
tiene que recurrir a métodos diversos, en razón de la diversidad

36 Weber, 1904: 135.


46 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

intema del ámbito y a las potencialmente diversas maneras de


enfocarlo; la segunda, por su parte, tiene que recortar su objeto
para ajustarlo a la potencia perceptiva y explicativa de su méto­
do. Si, como ha dicho Ramiro Rico, «cada una de las ciencias
sociales particulares se constituye y especifica, entre otras cosas,
por la proyección de un grupo —idealmente sistematizado— de
problemas sobre un plano aproblemático»37, la sociología se dis­
tingue por adoptar un plano problemático cada vez mayor y re­
ducir constantemente su plano aproblemático, mientras que la
economía nació exactamente sobre la base contraria, sobre la de­
finición estricta de un plano problemático muy limitado (el mer­
cado como mecanismo abstracto, la formación de los precios, la
«conducta racional») y el reenvío de todas las demás cuestiones
al plano aproblemático, en particular a las demás ciencias socia­
les. La economía puede responder con precisión, y a menudo
con una envidiable elegancia, a problemas definidos rebus sic
stantibus, por abstracción tanto de numerosos factores coadyu­
vantes que se postulan constantes como de otros situados en al­
gún estadio de la cadena de causación que se reducen arbitraria­
mente de problemas a datos, en general precisamente los que
peor se avienen a la formalización matemática. Ocuparse de
ellos es tarea del sociólogo, aunque no siempre haya alguno dis­
puesto38.
Más compleja es la relación entre la sociología y la historia.
A primera vista, aquélla se ocupa del pasado y ésta del presente,
pero esta divisoria quiebra por donde quiera que se la mire.
¿Cuándo termina el pasado: con la Edad Moderna, con el siglo
anterior, con la última generación, con el año o cinco minutos
antes del presente desde el que lo contemplamos? ¿Tiene la so­
ciología que discurrir simultáneamente a los procesos que estu­
dia, que actuar en tiempo real, abandonando tras de sí, como las
máquinas segadoras a su paso, las pacas de acontecimientos que,
de manera inevitable, han dejado de ser presentes? Incluso si in­
tentáramos aferrarnos a esa distinción convencional nos encon­
traríamos enseguida con un amplio terreno común (no tierra de
nadie, sino espacio compartido) que es tan de la historia como

37 Ramiro Rico, 1950: 172.


38Hicks, 1936.
CONCEPTO. OBJETO Y ÁMBITO 47
x

de la sociología: la época contemporánea, por ejemplo. El nuevo


orden social, presente en un sentido amplio, que dio lugar al sur­
gimiento de la sociología: industrialización, capitalismo, Estado-
nación, sociedad urbana, administración moderna, eta, el perío­
do de tiempo al que aquélla se refiere sistemáticamente, es ya
objeto de estudio para la historia. Es manifiesto, por otra parte-,
que la convivencia es muy fructífera pero no sencilla, como lo
muestran el solapamiento entre la historia social y la sociología
histórica, o los reproches de los sociólogos hacia el empirismo
de la historia y las quejas de los historiadores sobre el formalis­
mo de la sociología.
Creo que la clave puede encontrarse en la polémica entre es-
tructuralismo e historicismo. La lingüística hizo notar, a partir de
Saussure, que un mismo elemento, acontecimiento o fenómeno
—en su ámbito, por ejemplo, una palabra— podría analizarse
desde un doble punto de vista: sincrónico y diacrónico. Desde el
punto de vista sincrónico, una palabra es parte de la lengua, en
cuya estructura lógica tiene que encajar; desde el punto de vista
diacrónico, cada palabra tiene tras de sí una historia. Aunque en
el ámbito social más amplio no cabe buscar a los fenómenos so­
ciales una trayectoria potencialmente tan clara como la etimoló­
gica, ni un encaje tan evidente por sí mismo como el sintáctico,
la distinción es válida en principio para cualquier ciencia social39.
En realidad, la ciencia social sólo puede dar cuenta adecuada de
la realidad en la medida en que integre los dos planos de análisis:
la simultaneidad y la duración, la relación entre la parte y el todo
en un momento dado y la sucesión de los acontecimientos, la es­
tructura y el cambio. La pretensión, por tanto, de que la sociolo­
gía aporte teorías, interpretaciones, modelos, etc., lo universal, en
una palabra, mientras la historia se ocuparía de los hechos, los
acontecimientos, lo singular, en suma, sólo tiene sentido en la
medida en que se abandona la división entre el presente y el pa­
sado. Entonces, hay que admitir que el pasado también puede ser
objeto de generalizaciones, y que cualquier parcela del presente
puede ser estudiada en su singularidad. Junto a la historia pura­
mente descriptiva, episódica, événementielle, aparece entonces,
sea por desarrollo desde el interior o llegando desde el exterior, la

39Piaget, 1965: 44-45.


48 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

historia secular, la sociología histórica, la historia de ¡a longue


durée40, de la misma manera que bajo el epígrafe presuntamente
homogéneo de la sociología pueden distinguirse una sociología
en sentido fuerte, que proporciona interpretaciones más o menos
potentes de la realidad social, y una sociografía centrada en lo
singular, sea éste un acontecimiento, un estado de opinión, un
grupo o cualquier otro objeto de análisis concreto.
Es difícil imaginar qué sería de la sociología como ciencia
social si eludiera la historia como realidad. En primer lugar, el
movimiento inicial para el análisis sociológico de cualquier ele­
mento de la realidad es su reconocimiento como «histórico», es
decir, como transitorio. La sociología no se ocupa de nada a lo
que todavía considere natural. De hecho la naturalización de lo
social, su «deshistorización», es por ello mismo la expulsión de
la sociología del ámbito correspondiente. Es sobre esta base so­
bre la que una parte de la disciplina económica cree haberse se­
parado de la sociología: «Los economistas tienen una singular
manera de proceder. Para ellos sólo existen dos clases de institu­
ciones: las del arte y las de la naturaleza. Las instituciones del
feudalismo son instituciones artificiales, las de la burguesía son
instituciones naturales. [...] Por tanto, ha existido la historia, pe­
ro ya no la hay»41. En segundo lugar —aunque se trata de otra
faceta de lo mismo—, la historia es una de las dos dimensiones
en las cuales puede recurrir la sociología al análisis comparado
(la otra es la antropología) con mayor alcance e intensidad en
los contrastes (de menor alcance, claro está, es la comparación
de sociedades más parecidas entre sí, por ejemplo las sociedades
nacionales de las que típicamente se ocupa la sociología). La
conciencia de que tal o cual relación social ha tenido un comien­
zo, que no ha existido siempre, que ha sustituido a tal o cual otra
o que ha evolucionado desde ella, es la que nos permite relativi-
zar nuestro entorno social y tomar frente a él la distancia necesa­
ria para someterlo a análisis. En tercer lugar, las relaciones so­
ciales más importantes, las instituciones más poderosas, las
conductas más regulares, cambian sólo muy despacio, de mane­
ra imperceptible, o repentina y radicalmente en ocasiones extra-

40Braudel, 1958: 64.


41 Marx, 1847: 176-177.
CONCEPTO. OBJETO Y AMBITO v 49

ordinarias a las que la mayoría no asistimos, de manera que su


movimiento sólo es visible a largo plazo, es decir, en.la perspec­
tiva de la historia. Una sociología que renunciase a la^historia re­
nunciaría con ello a lo esencial. Tenía toda la razón C.W. Mills
cuando afirmó que «toda sociología digna de ese nombre es “so­
ciología histórica”»42.
Antropología social y sociología resultan difíciles de identifi­
car sobre la base de definiciones netas, pero fáciles de contrapo­
ner a partir de distinciones dicotómicas. Así, a partir de su objeto,
porque la antropología se ocupa normalmente de sociedades ágra-
fas, coloniales, primitivas, lejanas y extrañas a nuestra cultura,
mientras que la sociología lo hace de sociedades alfabetizadas,
metropolitanas, desarrolladas, próximas y pertenecientes a una
misma cultura que es la nuestra. Sobre la base de su orientación,
porque la antropología se inclina más hacia los aspectos simbóli­
cos de la cultura y la sociología hacia los relaciónales, porque la
antropología subraya comparativamente más los elementos de es­
tabilidad social y la sociología los factores de cambio. Por sus
preferencias metodológicas y sus tendencias investigadoras, desde
el momento en que la antropología privilegia en mayor medida las
técnicas cualitativas y la sociología las técnicas cuantitativas, la
antropología estudia siempre culturas globales y la sociología se
consagra a menudo a segmentos especializados de la vida social.
Cada una de estas dicotomías podría dar y ha dado ya lugar a lar­
gas discusiones, pero sería difícil negar toda realidad a cualquiera
de ellas. Podrían incluso añadirse diferencias más prosaicas, como
tener que viajar o no para investigar, o como las proximidades res­
pectivas con la biología y con la filosofía.
La sociología y la antropología nacieron separadas como res­
puesta a una doble problemática social: intema y extema, metro­
politana y colonial. Sus diferentes ámbitos de aplicación prácti­
ca, la dinámica de la vida académica y la lógica inherente a
cualquier especialización fomentaron un desarrollo polarizado,
en el que cada una de ellas remarcaba sus elementos diferencia­
les para distanciarse de la otra —probablemente, en mayor me­
dida, la antropología, pero sólo por ser menos amplia y numero­
sa y, por tanto, más susceptible ante los «peligros» de fusión o

«M ills, 1959: 171.


50 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

absorción—. El desarrollo real ha tendido y tiende hoy a borrar


los límites entre los objetos de conocimiento e investigación an­
tes separados: por un lado, las sociedades «primitivas» se mo­
dernizan, importan modos y valores de las viejas metrópolis, son
parcialmente asimiladas a la cultura planetaria difundida por és­
tas, mantienen una relación ambigua con su propio pasado y ge­
neran problemas similares a los del patrón de evolución occiden­
tal; por otro, las sociedades «avanzadas» se vuelven más
conscientes de su propia diversidad interna, provocan en su
constante cambio la aparición de bolsas de marginalidad y aco­
gen de buen o mal grado a importantes contingentes de pobla­
ción inmigrante que trae consigo, conserva y reproduce elemen­
tos esenciales de su cultura o crea nuevas síntesis culturales.
Una y otra disciplina abordan campos que en principio se supo­
ne correspondían a la otra: la sociología del desarrollo o de la
modernización, por ejemplo, se ocupa de sociedades y culturas
que parecían un coto de la antropología; ésta, a su vez, se vuelca
sobre el estudio de entornos de pobreza en el corazón mismo de
las sociedades desarrolladas; una y otra se encuentran en terre­
nos fronterizos y tierras de nadie como el estudio de la religión,
la vida rural, la enfermedad, etc. Sus métodos y técnicas de in­
vestigación también convergen, dentro de los límites que todavía
impone la disparidad de los objetos: la sociología se apropia de
métodos cualitativos, particularmente etnográficos, y la antropo­
logía utiliza técnicas cuantitativas y estadísticas aun en la des­
cripción y análisis de pequeños grupos. En todo caso, el conoci­
miento generado por cada una de ellas es siempre un referente
potencial para la otra: el de nuestra sociedad actúa siempre, im­
plícitamente, como elemento de contraste frente a cualquier cul­
tura distinta —lo que secundariamente plantea al antropólogo un
alto riesgo de etnocentrismo—; el de las otras sociedades es una
base potencial para la relativización de las instituciones de la
nuestra —y su desconocimiento supone para el sociólogo un
elevado peligro de provincianismo—. La separación entre la an­
tropología social y la sociología debe verse hoy no sólo como el
producto, más que nada, de la pugna por los recursos y las áreas
de competencia dentro del mundo académico, sino también, y
cada vez en mayor medida, como un anacronismo frente a la
evolución presente tanto de la práctica investigadora como del
objeto investigado, es decir, de la(s) sociedad(es).
V

3. CAUSALIDAD, FINALIDAD Y LIBERTAD

Las ciencias sociales en general y la sociología en particular


se han debatido desde sus orígenes en medio de la dicotomía en­
tre necesidad y libertad. Este problema ha afectado a todas las
disciplinas del grupo por el doble deseo de adoptar los métodos
y el espíritu y alcanzar los resultados y la respetabilidad de las
ciencias de la naturaleza, por un lado, y de dar cumplido recono­
cimiento de lo específicamente humano y mantener un ámbito
de libertad sin el cual el estudio mismo de lo social sería pura­
mente superfluo, por otro. Aunque no puede admitirse de mane­
ra taxativa la divisoria entre disciplinas dedicadas a las causas y
disciplinas centradas en las consecuencias de los fenómenos o la
conducta sociales, como pretende localizarla Coleman entre la
sociología y la economía1, sí es cierto que algunas ciencias so­
ciales han tendido a dar por supuesta la libertad humana, mien­
tras que otras han llegado a obsesionarse con ella como proble­
ma. La economía y la ciencia política, efectivamente, se ocupan
de modo preferente de unos ámbitos de la vida social, la distri­
bución de los recursos y la organización del poder, cuyas formas
dominantes son hoy el mercado y el Estado de derecho, en los
que es mandatorio suponer que los individuos eligen libremente,
por lo menos en algún grado. De no hacerlo así, se condenarían
a sí mismas como ejercicios puramente especulativos en tomo a
supuestos irreales. El economista y el politólogo, por supuesto,
pueden interrogarse en cualquier momento sobre el grado de in­
formación del sujeto económico o sobre la manipulación del
electorado, sobre hasta qué punto hay competencia o qué alter­
nativas resultan inaceptables para un sistema democrático, pero
sólo como paréntesis a cuyo pesar la ciencia normal continuará1

1Coleman, 1969: 147.

[51]
52 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

desenvolviéndose sobre los supuestos normales. La sociología,


en cambio, al insistir en la especificidad y la relativa autonomía
de lo social, tanto en esas subesferas como en otras, se ve cons­
tantemente llevada a poner más énfasis en los elementos que de­
terminan, influyen o constriñen la acción individual y, al querer
preservar un espacio para la libertad, a la sempiterna dialéctica
de libertad y necesidad.
Esta dialéctica se manifiesta, particularmente en la sociolo­
gía, bajo distintas figuras. Primero, como dialéctica de la causa­
lidad y la finalidad, mecanismo y teleología, relación causa-
efecto o medio-fin. Segundo, como dialéctica de la sociedad y el
individuo, el sistema y los elementos, la sociedad como creación
humana y el hombre como producto social, extemalización e in-
ternalización, alienación y socialización, estructura y acción,
control social y desviación, etc. Tercero, como dialéctica de la
armonía y el conflicto, del sistema social global y los subsiste­
mas institucionales o grupales, eufunciones y disfunciones, etc.
Cuarto, como dialéctica de la estabilidad y el cambio, la homeos-
tasis y la morfogénesis, la estructura y el sistema. En este capí­
tulo examinaremos la primera dicotomía mencionada, dejando
las demás para los siguientes.
Desde las ciencias sociales se ha tendido siempre a situar la
base distintiva del desarrollo y la eficacia de las ciencias natura­
les en su capacidad para establecer relaciones de causa-efecto y,
en virtud de ello, para predecir los fenómenos de una realidad
autónoma o para intervenir sobre ella con certidumbre sobre los
resultados. En la perspectiva de la filosofía, la causa ha sido
cualquier cosa menos un concepto carente de problemas, como
lo muestra el largo camino recorrido desde la distinción aristoté­
lica entre causa eficiente, material, formal y final, pasando por la
agustiniana entre causas primeras y segundas, la polémica entre
el racionalismo y el ocasionalismo, la reducción por Hume de la
causa a sucesión y la conexión a conjunción, o el dualismo kan­
tiano entre fenómeno y noúmeno, causalidad y libertad. El me­
jor ejemplo de la aceptación acrítica de la relación de causalidad
como centro de las ciencias naturales, así como del intento de
otorgarle un lugar no menos central en las ciencias sociales, pue­
de encontrarse en Durkheim. Su punto de partida fue no sólo
proclamar la posibilidad y legitimidad de semejante traslación,
sino asimismo, y lo que resulta más destacable, negar la existen-
CAUSALIDAD. FINALIDAD Y LIBERTAD 53
v

cia de cualquier problema en origen: «sólo los filósofos han du­


dado jamás de la inteligibilidad de la relación causal. El sabio
no la discute; es un supuesto del método científico»2.
Aunque el propósito de la insistencia de Durkheirn en expli­
car los hechos sociales por otros hechos sociales tal vez pudiera
entenderse simplemente como una afirmación de su primacía en
cuanto realidades colectivas sobre la conciencia en tanto que re­
alidad individual, más que como una teoría en sí de la causali­
dad, lo cierto es que conduce casi inevitablemente a una noción
mecánica de ésta. «Debe buscarse la causa determinante de un
hecho social —afirma— entre los hechos sociales antecedentes,
y no entre los estados de la conciencia individual»3. En este bre­
ve pasaje se opone a la vez lo social a lo individual y el «hecho»
a la «conciencia». El razonamiento se extenderá acto seguido a
la función, que también «debe ser buscada siempre en la rela­
ción que mantiene con cierto fin social.» Pero, si de los antece­
dentes del hecho desaparece la conciencia, la causalidad se con­
vierte necesariamente en mecánica. Obsérvese que la causa es
«determinante», mientras que la función no va acompañada de
ningún adjetivo de parecido peso sino que posee un estatuto más
ambiguo, menos relevante. Nótese, también, que la causa es un
hecho «antecedente», mientras que el fin al que sirve la función
no es por necesidad consecuente, sino que se trata más bien de
un término metafórico, tomado de la terminología de la sucesión
temporal pero que designa un objetivo sincrónico, es decir, de
equilibrio. La contraposición sintáctica del fin social al hecho
social antecedente empuja a pensar aquél como consecuente, pe­
ro, para que lo fuera, tendría que hacerse intervenir la concien­
cia, que es justo lo que Durkheirn trataba de evitar, o postularse
como el resultado de un mecanismo o de un equilibrio organís-
mico, que es lo que hizo el sociólogo francés y lo que ha segui­
do haciendo, posteriormente, el estructuralismo inspirado en él.
Concepciones posteriores de la causalidad han intentado abrir
ésta a la libertad o, al menos, a la incertidumbre. Así, por ejem­
plo, el principio de equifinalidad, según el cual en los sistemas
abiertos «puede alcanzarse el mismo estado final partiendo de

2Durkheirn, 1895: 176.


3Durkheirn. 1895: 156.
54 LA PERSPECTIVA SOCIOLOGICA

diferentes condiciones iniciales y por diferentes caminos»4. O,


en sentido inverso, el de multifinalidad, según el cual podrían al­
canzarse estados finales diferentes a partir de condiciones inicia­
les similares5. O la idea de causalidad probabilística, o «adecua­
da», en lugar de determinista, o «necesaria», planteada por
Weber, que resultaría más acorde con la perspectiva historicista
heredera de las Geisteswissenschaften6. Para el positivismo
durkheimiano, sin embargo, estas aperturas habrían sido quie­
bras del carácter científico de la sociología. «A un mismo efecto
corresponde siempre una misma causa»7: ésta es la formulación
tajante que dio Durkheim a lo que podría llamarse, por oposi­
ción al anterior, el principio de unicausalidad, y una de cuyas
concreciones posteriores ha sido el postulado de la indispensabi­
lidad de la cosa, que precisamente se consideró obligado a criti­
car en el funcionalismo uno de sus máximos exponentes8. Y, lle­
gados a esto y con mejor motivo, podría suponerse que a una
misma causa corresponde siempre un mismo efecto, principio
por su parte designable como de unifinalidad, que la moderna teo­
ría de sistemas identifica con los sistemas cerrados, de equilibrio
estático, o sea mecánicos o termodinámicos. Tal principio fue li­
teralmente formulado por Durkheim cuando dijo que «un hecho
social puede explicarse únicam ente mediante otro hecho
social»9, pero es muy posible que el número singular (un hecho,
otro hecho) tuviera aquí una simple función retórica. Una con­
creción de esto podría ser, efectivamente, el postulado del fun­
cionalismo universal, o sea, la idea de que todo componente
(causa) de un sistema social debe desempeñar una función (efec­
to) para el mantenimiento del mismo, lo cual sólo puede sos­
tenerse sobre el supuesto de que no puede dejar de desempeñar­
la, ni pasar a desempeñar otra, ni negativa ni positiva; un
principio criticado igualmente por Merton10. Sin embargo, el

4 Bertalanffy, 1968: 40.


5 Buckley, 1967: 97-98.
6 Freund, 1966: 75-76.
7 Durkheim, 1895: 177.
8 Merton, 1957: 42.
9 Durkheim, 1895: 195.
10Merton, 1957: 40.
CAUSALIDAD, FINALIDAD Y LIB ER A D 55

propio Durkheim no fue tan lejos, pues admitió que un hecho


podía existir sin desempeñar función alguna, por no haber tenido
nunca utilidad (sería entonces producto de la simple/ necesidad,
efecto de algo pero no causa de nada) o por haberla perdido, así
como cambiar de utilidad y de función".
Pero la finalidad, sea cual sea la forma, resulta ineludible en el
ámbito psicosocial. Dejando aparte las escatologías más o menos
metafísicas, la sociología la ha acogido fundamentalmente en dos
formas: como función de los elementos de una estructura o de un
sistema y como sentido de la acción individual. La primera se apli­
ca al ámbito institucional, objetivo; el segundo al personal, subjeti­
vo. Nada de sorprendente, pues, en que se asocien respectivamente
a Durkheim y Weber. Las categorías de función y sentido oponen
la relación medio-fin a la relación causa-efecto, con lo cual la con­
ducta de los elementos, tanto si se los considera como componen­
tes de un todo más amplio cuanto si se contemplan como elemen­
tos discretos, se libera de la influencia determinista o pasa a
depender simultáneamente de un designio télico. Como señalara
Weber, en todos los estudios sociales «resulta posible invertir las
relaciones de “causa y efecto"’ en otras de “medio y fin”, siempre
que el resultado quede indicado de forma suficientemente unívo­
ca»1112. Dado que Durkheim propone como único ámbito de la so­
ciología el de los «hechos» supraindividuales, un ámbito «objeti­
vo» (o sea, extemo, no subjetivo), la finalidad solamente puede
existir bajo la figura de la función. Puesto que Weber, por el con­
trario, sugiere atenerse al ámbito de la acción (social) individual,
evitando en todo momento atribuir conductas o fines, como tales, a
grupos, instituciones y otras instancias supraindividuales (lo que
sería una forma de hipóstasis), la finalidad debe presentarse bajo la
figura del sentido. Ambos conceptos, función y sentido, designan
relaciones que comprenden otros aspectos sociales (por ejemplo, la
necesidad o la libertad y la posibilidad de explicación o de com­
prensión), pero ahora sólo nos interesan en la medida en que abren
paso a la finalidad.
Tanto Durkheim como Weber, por lo demás, rechazan que
sea posible dar cuenta de cualquier fenómeno social sólo en tér-

11 Durkheim, 1895: 135.


12Weber, 1904: 109.
56 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

minos causales o sólo en términos teleológicos, pero cada uno


pone el acento en un momento distinto: el sociólogo francés en
las causas, el alemán en los fines. Para el primero, «cuando se
intenta explicar un fenómeno social, es necesario investigar se­
paradamente la causa eficiente que lo produce, y la función que
cumple»13. Para el segundo, la comprensión de la acción no ex­
cusa de la búsqueda de sus causas: «ninguna interpretación de
sentido, por evidente que sea, puede pretender, en méritos de
ese carácter de evidencia, ser también la interpretación causal
válida»14. Es preciso subrayar que, en contra de una posible in­
terpretación superficial, Weber nunca supuso que bastara con la
comprensión del sentido, sino que consideró estrictamente ne­
cesaria la explicación causal (probabilística)15: de ahí, por
ejemplo, su afán de integrarlas bajo figuras mixtas como la ex­
plicación comprensiva (verstehende Erklarung) y la compren­
sión explicativa (erklarendes Verstehen)16. La sociología poste­
rior ha sacado mucho más partido de la intuición durkheimiana
sobre la función que de su insistencia casi obsesiva en la causa­
lidad, pero las preferencias del maestro se ordenaban precisa­
mente en dirección contraria: «La mayoría de los sociólogos
creen haber explicado los fenómenos tan pronto aclaran para
qué sirven, y qué papel representan. Se razona como si existie­
sen únicamente en relación con ese papel, y no tuviesen otra
causa determinante que el sentimiento, claro o confuso, de los
servicios que quieren prestar. [Pero] destacar la utilidad de un
hecho no es lo mismo que explicar cómo nació o cuál es su na­
turaleza»17. Para Weber, en cambio, la interpretación causal no
podría llegar por sí misma más allá de una mera «probabilidad
estadística no susceptible de comprensión», y sólo cuando se
den ambas condiciones podrá una «regularidad estadística» ser
considerada una «ley sociológica»18, y además sólo lo que pue­
de ser objeto de comprensión tiene interés para la explicación,

13Durkheim, 1895: 140.


14 Weber, 1922:1,9-10.
15 Winch, 1958: 104.
l6Freund, 1973: 124.
17 Durkheim, 1895: 133-134.
18Weber, 1922:1, 11.
CAUSALIDAD, FINALIDAD Y LIBERTAD 57

es decir, sólo aquello cuyo sentido conocemos merece que inda­


guemos sus causas19.
Nótese que función y sentido son conceptos que encajan rela­
tivamente bien, de modo respectivo, en los ámbitos colectivo e
individual, objetivo y subjetivo, institucional y personal. Durk-
heim no es por principio insensible al problema del significado
de los fenómenos sociales para los actores, pero no encuentra
dónde ensamblarlo en su concepción de los hechos sociales,
pues sólo cabría como sentido vivido por los grupos o las insti­
tuciones, lo cual sería manifiestamente fetichista. Un intento al­
go balbuceante de superar ese obstáculo es la fórmula de las
«corrientes sociales»20. Weber, por su parte, rechaza con fuerza
la posibilidad de asignar algo parecido a una función —en el
sentido en que se viene empleando aquí el término— a la acción
social, que es acción individual, por ejemplo cuando insiste una
y otra vez en que el sentido de la acción es el «sentido mentado»
y hace notar que difiere de Simmel «en la separación que llevo a
cabo, siempre que ha sido factible, entre "sentido” mentado y
“sentido” objetivamente válido»21, lo que éste no suele hacer.
A pesar de todo lo dicho, las ideas de función y de sentido,
como en general la de finalidad, no resuelven en modo alguno el
problema de la libertad y la necesidad. Para que haya libertad
hay que dar entrada a la finalidad, pero la presencia de ésta no
garantiza de ninguna manera la de aquélla. Esto resulta más cla­
ro respecto del concepto de función, pues éste se aplica normal­
mente a subsistemas, grupos, instituciones o relaciones a los
cuales resultaría difícil considerar como actores y, por tanto, co­
mo sujetos de libertad. No obstante, tal cosa sería perfectamente
posible considerándolos como subsistemas en el sentido fuerte
del término, es decir, como unidades con capacidad de percep­
ción (consciente o inconsciente) y decisión (adecuada o inade­
cuada), capaces por consiguiente de perseguir fines propios (por
ejemplo, los fines de una organización o de un grupo dentro de
la sociedad global). En cuanto a la acción social, el reconoci­
miento de la existencia del sentido no implica necesariamente li-

19Weber, 1904: 148-149.


2° Durkheim, 1895: 37.
-’1Weber, 1922:1, 5.
58 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

bertad, puesto que tal sentido podría considerarse como plena­


mente determinado. Si simultáneamente nos sentimos inclinados
a reconocer esta implicación sin demostración alguna y a des­
confiar de cualquier intento de considerar a los grupos o las ins­
tituciones como actores es porque, como indica Rex22, nos resul­
ta más fácil percibir a los individuos que a las colectividades
como actores discretos. Boudon ha apuntado con toda razón que
tanto el paradigma (el término es suyo, y no tiene el típico senti­
do kuhniano) weberiano como el durkheimiano (él lo llama mer-
toniano, en lo que sería su variante «interaccionista») pueden,
ambos, desarrollarse como paradigmas sociologistas, o determi­
nistas, hiperculturalista el primero e hiperfuncionalista el segun­
do. El determinismo de raíz durkheimiana no necesita explica­
ción. El de raíz weberiana surgiría cuando el elemento finalista
de la acción queda privado de eficacia por insertarse en un con­
texto de significación producto de una socialización plenamente
eficaz. (Hay otro, de raíz marxiana, al que Boudon llama, en su
versión igualmente «interaccionista», «tocquevilliano»: el realis­
mo totalitario.) El sociologismo es eso: «la doctrina según la
cual las intenciones y las acciones del agente social deberían ser
consideradas siempre como efectos y nunca como causas»23.
Ante la dicotomía libertad-necesidad, Durkheim y Weber re­
presentan dos respuestas contrapuestas por la forma en que la
ponen en relación con otra dicotomía, la que opone naturaleza y
sociedad. Resulta paradójico que Durkheim, cuyo ritornello es
inequívocamente la especificidad de lo social frente a lo psíqui­
co, que a su vez es específico frente a lo biológico, etc., defienda
aquélla para hacer de los hechos sociales análogos de los hechos na­
turales, es decir, para intentar aplicar a la sociedad los métodos
de las ciencias de la naturaleza. Weber, por el contrario, se iden­
tifica por entero con la tradición que establece una correspon­
dencia entre la dicotomía naturaleza-sociedad, en el plano onto-
lógico, la dicotomía necesidad-libertad, en el plano lógico, y la
dicotomía ciencias naturales-ciencias sociales, en el plano meto­
dológico. La naturaleza es el reino de la necesidad, y por tanto
de la causalidad y la detenninación, y en tomo a éstas giran los

22 Rex, 1961: 19-20.


23 Boudon, 1977: 15.
CAUSALIDAD. FINALIDAD Y LIBERTAD 59

métodos de las ciencias naturales. La sociedad es el reino de la


libertad, y por tanto de la probabilidad y la finalidad. *y en fun­
ción de éstas deben configurarse los métodos de las ciencias his­
tóricas, es decir, sociales. La visión de Durkheim es a todos los
efectos monista: aquello que merece ser conocido se rige por la
causalidad, así en la sociedad como en la naturaleza. Weber, en
cambio, alimenta una visión dualista: en la sociedad no se borra
por entero la necesidad, sino que se superpone a ella la libertad:
de ahí el dualismo entre causalidad y sentido, explicación y
comprensión. Pero el dualismo trae consigo la dificultad de con­
ciliar los extremos, y las afirmaciones programáticas sobre la
coexistencia de libertad y necesidad son difíciles de sustanciar
como teorías desarrolladas y coherentes. Hay dos formas típicas
de hacerlo: una es un atajo, el que consiste en proclamar la liber­
tad como algo fuera del alcance de la ciencia; la otra es un ro­
deo, el que trata de diluir la necesidad tras el carácter extrema­
mente complejo de la causalidad. La primera convierte la
libertad en algo metafísico: la segunda la reduce a simple incer­
tidumbre.
La primera tiene su origen en el dualismo filosófico que sepa­
ra materia y espíritu, y aunque pueden seguirse sus huellas hasta
Aristóteles, y sobre todo a lo largo de la doctrina cristiana del al­
ma y el cuerpo, cobra consistencia epistemológica y se reconoce
en oposición al monismo a lo largo de los siglos xvn y xvm. Se
puede reconocer plenamente en el autómata y el espíritu de Pas­
cal, las sustancias extensa y pensante de Descartes y, claro está,
el fenómeno y el noúmeno, los reinos sensible e inteligible de
Kant. Para éste, los fenómenos son determinados, los noúmenos
libres; el mundo sensible es el reino de la necesidad, el mundo
inteligible el de la libertad. La existencia de los noúmenos se in­
fiere sencillamente de que, si sólo existieran los fenómenos, no
habría libertad. Sin duda es abusivo pretender dar cuenta de este
problema en unas líneas, pero puede afirmarse que el núcleo del
razonamiento kantiano se reduce a esto: si queremos la libertad,
ha de quedar más allá del conocimiento. La única forma posible
de conciliar la libertad con una concepción de la causalidad me-
canicista, tributaria del materialismo francés: «Quiero hacer esta
observación: que el encadenamiento universal de todos los fenó­
menos en un contexto de naturaleza siendo una ley indispensa­
ble, esta ley deberá necesariamente derribar toda libertad si se
60 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

quiere sujetar obstinadamente a la realidad de los fenómenos»24.


Así, «según el carácter empírico, el sujeto estará, pues, como fe­
nómeno. sometido a todas las leyes de la determinación operada
por el enlace causal [...]. Según su carácter inteligible, al contra­
rio [...], el mismo sujeto debía, sin embargo, ser libertado de to­
da influencia de la sensibilidad y de toda determinación por los
fenómenos [...]. Así libertad y naturaleza, cada una en un senti­
do perfecto, se encontrarían juntas y sin conflictos de ninguna
especie, en las mismas acciones, según que se las aproximara a
su causa inteligible o a su causa sensible»25. Esta concepción
goza todavía de un fuerte predicamento en la sociología, como
puede observarse en este pasaje de dos sociólogos representati­
vos de una amplia corriente: «el mismo acto que se concibe co­
mo un acto libre también puede verse al mismo tiempo como
causalmente condicionado. Coinciden en esto dos percepciones
diferentes, la primera, que se refiere a la autoconsideración sub­
jetiva del hombre como ser libre; la segunda, que se refiere a los
diversos sistemas de determinación. [...] Aquí intervienen dos
estructuras de pertinencia distintas, tanto en el orden de la con­
ciencia cotidiana normal como en el de la reflexión teórica, y las
dos son aplicables a los mismos fenómenos. Evidentemente, la
estructura de pertinencia de cualquier ciencia empírica se limita
a las percepciones de la determinación causal. En consecuencia,
la libertad no puede descubrirse por los métodos de una ciencia
empírica; y la Sociología está claramente incluida entre las
ciencias empíricas. Por este motivo, sería una empresa imposi­
ble establecer un tipo de sociología que incluyese en sí misma la
categoría de la libertad, ni siquiera en su sentido filosófico míni­
mo»26. Ante un pasaje como el citado es difícil evitar la sensa­
ción de estar siendo víctima de un argumento sofístico. Señale­
mos, en primer lugar, que se trata, como los propios autores lo
indican con anterioridad, de una simple repetición del razona­
miento kantiano. Notemos pese a ello, en segundo lugar, que
hay algunas modificaciones no triviales: en vez de «causalmente
condicionado», Kant habría dicho causalmente determinado; en

24 Kant. 1781: 248.


23 Kant, 1781: 249.
26Berger y Kellner, 1981: 135-136.
?
CAUSALIDAD, FINALIDAD Y LIBERTAD 61

lugar de noúmenos y fenómenos, nuestros autores hablan de


«dos estructuras de pertinencia» (expresión ciertamente preten­
ciosa que podría sustituirse por «criterios», «discursos», <tmodos
de pensar» o algo así). En tercer lugar, tales estructuras db perti­
nencia son «la autoconsideración subjetiva del hombre como ser
libre» y «los diversos sistemas de determinación». Y el núcleo
del razonamiento puede resumirse así: 1) la ciencia (empírica)
se ocupa de la causalidad y la determinación, 2) la sociología es
una ciencia (empírica); 3) luego la sociología no puede descu­
brir la libertad. Otros puntos van implícitos, porque explicitarlos
tal vez fuera algo grotesco: 4) por consiguiente, podemos postu­
lar la libertad sin necesidad de mostrarla ni demostrarla, y 5) na­
die puede quejarse al respecto, porque si la crítica quiere ser
pertinente no puede ser científica y si quiere ser científica ya no
es pertinente. Pero el hecho de que la ciencia se ocupe normal­
mente de la determinación, vale decir de la causalidad, porque
su objetivo material último suele ser la predicción o la interven­
ción, no significa en absoluto que no pueda descubrir o mostrar
la libertad. Cuando menos, puede indicarnos dónde no existe
—como la astronomía, por ejemplo, muestra que no hay libertad
en el movimiento de los planetas alrededor del Sol, al menos de
este Sol—, que es una manera de indicar dónde puede existir. La
ciencia puede señalar ámbitos que son de libertad o, al menos,
de incertidumbre (la incertidumbre depende también de la capa­
cidad cognoscitiva del observador, de modo que puede haber in­
certidumbre sin libertad, si bien no libertad sin incertidumbre).
Que la ciencia no puede predecir allá donde hay libertad es sim­
plemente falso o perogrullesco. Es perogrullesco si quiere decir
que no puede predecir el comportamiento de los individuos li­
bres (humanos u otros), pues esa impredecibilidad no es sino la
percepción extema de la libertad. Es falso si quiere significar
que no es posible ninguna predicción, pues la libertad es compa­
tible con la predicción probabilística, cosa que sabemos espe­
cialmente los sociólogos.
Weber, más prudente pero no menos interesado en salvar la
libertad de las garras de la causalidad, adoptó la vía de mostrar
la extrema complejidad de ésta, que tomaría imposible una cien­
cia meramente explicativa. «Incluso con el más amplio conoci­
miento de todas las “leyes”, quedaríamos perplejos ante la pre­
gunta de cómo es posible una explicación causal de un hecho
62 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

individual, ya que ni tan sólo puede pensarse de manera exhaus­


tiva la mera descripción del más mínimo fragmento de la reali­
dad»27. Las explicaciones causales, por consiguiente, deberían
considerarse como explicaciones de muy escasa potencia, dado
que sólo saben dar cuenta de aspectos muy parciales, por rele­
vantes que puedan ser, de los fenómenos singulares. La interpre­
tación atenta al sentido, por el contrario, permitiría, más allá de
las generalidades causales o funcionales y a diferencia de la im­
posible imputación de lo singular a una constelación completa o
simplemente suficiente de causas, la comprensión de la conducta
de los individuos. «Este mayor rendimiento de la explicación in­
terpretativa frente a la observadora tiene ciertamente como pre­
cio el carácter esencialmente más hipotético y fragmentario de
los resultados alcanzados por la interpretación. Pero es precisa­
mente lo específico del conocimiento sociológico»28. En medio
de este hilo argumental podemos entender la prioridad dada a la
«acción social» (individual), en tanto que unidad elemental del
análisis sociológico, a diferencia de los hechos sociales (colecti­
vos) o las relaciones sociales (recurrentes), como una fuga, que
se non é vera, é ben trovata, lejos de los dominios de la causali­
dad. Pero no debe escapársenos que la imposibilidad de conocer
sus causas no significa por sí misma la inexistencia de éstas.
Un fundamento teórico suficiente de la libertad no puede ser
simplemente negativo, basado en la presuposición de un mundo
incognoscible por ser suprasensible o por resultar extremada­
mente complejo. Ha de apoyarse, por el contrario, en la reunifi­
cación de sujeto y objeto, de libertad y necesidad, finalidad y
causalidad. Ha habido dos intentos especialmente relevantes en
este terreno: Marx y Mead. Para el primero, la reconciliación de
libertad y necesidad tiene lugar en el trabajo y en la revolución;
para el segundo, en el lenguaje-pensamiento y en el trabajo. El
trabajo es el elemento distintivo de la relación entre el hombre y
la naturaleza; la revolución (el dominio de las relaciones socia­
les) y/o el pensamiento-lenguaje son el elemento distintivo de la
sociedad humana (la sociedad reflexiva); juntos, pues, agotan la
especificidad de las relaciones humanas, de los hombres entre sí

27 Weber, 1904: 148.


28Weber, 1922:1, 13.
CAUSALIDAD. FINALIDAD Y LIBERTAR 63

y con su entorno material. Si bien la teoría del trabajo de Marx


es ya, a mi juicio, acertada y en todo caso más completa, creo
que hay elementos nuevos e imprescindibles al respecto en Mead.
En cambio, creo que la teoría marxiana de las relaciones socia­
les entre los hombres está lastrada por una concepción determi­
nista de la historia, lamentablemente asociada a la inapreciable
aportación que supone su orientación materialista en el análisis
social, mientras que la teoría de la conducta de G. H. Mead está
libre de este problema y tiene en cualquier caso un carácter más
general y más parsimonioso.
El carácter central del lugar que Marx asigna al trabajo tanto en
la sociedad y en la historia como en su propio sistema económico,
sociológico y filosófico es sobradamente conocido. En tomo al
trabajo giran el análisis de la lógica del capital, la teoría de las cla­
ses sociales, la teoría del conocimiento..., en definitiva, las princi­
pales aportaciones de Marx, con toda su potencia explicativa, crí­
tica y heurística y con todas sus limitaciones. Pero aquí debemos
destacar cómo, en el trabajo humano en general, se reconcilian
para Marx la necesidad y la libertad. «La producción práctica de
un mundo objetivo, la elaboración de la naturaleza inorgánica, es
la afirmación del hombre como un ser genérico consciente [...]. Es
cierto que también el animal produce [... pero] produce unilateral­
mente, mientras que el hombre produce universalmente; produce
únicamente por mandato de la necesidad física inmediata, mien­
tras que el hombre produce incluso libre de la necesidad física y
sólo produce realmente liberado de ella; [...] el producto del ani­
mal pertenece inmediatamente a su cuerpo físico, mientras que el
hombre se enfrenta libremente a su producto. El animal forma
únicamente según la necesidad y la medida de la especie a la que
pertenece, mientras que el hombre sabe producir según la medida
de cualquier especie y sabe siempre imponer al objeto la medida
que le es inherente [,..]»29. Hoy podríamos formular el espíritu de
este pasaje juvenil de Marx con una letra más exacta, y el propio
Marx seguramente lo habría hecho de otro modo en su madurez,
pero lo esencial del mismo sigue siendo pertinente. Toda la discu­
sión marxiana sobre la relación entre el hombre y las circunstan­
cias, entre sujeto y objeto, entre libertad y necesidad, etc., ha sido

«M arx, 1844: 112.


64 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

interpretada por lo general en el marco de, y pensando en, su teo­


ría de la historia, de las relaciones del hombre con los demás
hombres (estructura), o con las relaciones con los demás hombres
(sistema). En ese contexto, lo que diferenciaba y diferencia a
Marx de la visión más común es su énfasis en los elementos de-
terminísticos, la necesidad, el peso de los factores económicos, la
reificación de las relaciones sociales, etc. Sin embargo tal discu­
sión es igualmente aplicable a la relación entre el hombre y la na­
turaleza, o sea, al trabajo, y entonces lo que destaca es el modo en
que subraya el elemento emancipatorio, la libertad, el papel de la
voluntad y el libre albedrío. (Su análisis histórico del trabajo bajo
el capitalismo, es cierto, subraya siempre la explotación, la opre­
sión, la división y la dominación en el trabajo social, pero precisa­
mente porque la doble naturaleza de éste permite, según Marx,
que el elemento de libertad se desarrolle por un lado y el elemento
de necesidad por otro, recayendo sus efectos separados sobre dis­
tintos grupos sociales.) La distinción entre el trabajo humano y la
actividad animal, que en el pasaje anterior se localizaba en la dife­
rencia de sus efectos, ha de encontrarse también, claro está, en el
interior de uno y otro. En el conocidísimo pasaje sobre la abeja y
el maestro albañil, la araña y el tejedor, escribe: «Concebimos el
trabajo bajo una forma en la cual pertenece exclusivamente al
hombre. [...] Al consumarse el proceso de trabajo surge un resulta­
do que antes del comienzo de aquél ya existía en la imaginación
del obrero, o sea idealmente. El obrero no sólo efectúa un cambio
en la forma de lo natural; en lo natural, al mismo tiempo, efectivi-
za su propio objetivo, objetivo que él sabe que determina, como
una ley, el modo y manera de su accionar y al que tiene que su­
bordinar su voluntad»30.
Es, pues, la representación previa del objetivo de su actividad lo
que distingue al trabajo humano; dicho de otro modo, el hecho de
que comprende una doble función: concepción y ejecución, y tanto
una como otra son libres. La primera, porque el hombre no está
atado apriorísticamente a un objetivo preciso, aunque esté limitado
por sus recursos o sus conocimientos; la segunda, porque ha de
orientarse a sí mismo a la consecución del objetivo una vez esta­
blecido. Sin embargo, aunque no tenemos forma alguna de saber10

10Marx, 1867: y i, 216.


CAUSALIDAD, FINALIDAD Y LIBERTAD 65

qué es lo que hay en el interior de la mente de un animal, parece


algo arriesgado afirmar que no exista en ella una representación de
su actividad inmediata por venir. Lo que sin duda no existí, es un
conjunto de representaciones de conductas alternativas, pepo para
encontrar una formulación explícita de esta característica hay que
pasar de Marx a Mead. Como Marx, Mead subraya que lo específi­
co del trabajo humano frente a la actividad animal es el carácter de
objetivación de un proyecto humano que tiene aquél, y cifra tal ob­
jetivación en el uso de la mano, que permite la posposición de la
apropiación de la cosa y el distanciamiento de ella, que pasa así a
ser objeto de la reflexión, y en la anticipación de las consecuencias
de la acción, con lo cual pasa a ser objetivación de la representa­
ción. «La mano es responsable de lo que llamo cosas físicas, dis­
tinguiendo la cosa física de lo que denomino la consumación del
acto. [...] En el caso del animal humar», la mano se interpone entre
la consumación y el transporte del objeto a la boca. Dicha cosa
aparece entre el comienzo del acto y su consumación final»35. Las
«cosas físicas» entendidas en este sentido (lo que yo preferiría lla­
mar objetos) «aparecen entre el comienzo del acto y su consuma­
ción, de modo que tenemos objetos «a términos de los cuales po­
demos expresar la relación de los medios con los fines»3132. En
suma, podemos encontrar en Mead una consideración del papel del
trabajo en el proceso de hominizaeión similar a la planteada por
Marx, aunque libre, para bien y para mal, de cualquier dimensión
histórica. Resulta algo chocante, por cierto, que la exégesis de
Mead haya traído a colación una y otra vez su análisis del lenguaje
y el pensamiento pero muy raramente su análisis sobre el papel de
la mano y el trabajo, a pesar de que éste no sólo existe y es rele­
vante, sino que es paralelo a aquél y, en cierto sentido, parte de él.
Los mejores estudios sobre Marx y Mead han subrayado el parale­
lismo entre sus teorías generales (no históricas, claro está), no sim­
plemente en el tratamiento del trabajo por ambos, sino sobre todo
entre el tratamiento de éste por Marx y del lenguaje por Mead33.
En cuanto a las relaciones del hombre con los demás hombres, o
consigo mismo como sujeto-objeto, Marx fue muy consciente de la

31 Mead, 1934: 211.


32Mead, 1934: 268.
33Lamo de Espinosa, 1981: 169-176; también Goff, 19-80.
66 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

necesidad de evitar tanto la unilateralidad del materialismo como la


del idealismo, tanto el materialismo abstracto (objeto sin sujeto) j
como el idealismo abstracto (sujeto sin objeto), y porfió denodada- 1
mente por ello, insistiendo hasta la saciedad en la empresa de unifi­
car naturaleza e historia. Tan próximo al materialismo francés co­
mo al idealismo alemán, no se le escapaba que aquél era incapaz de
explicar la libertad pero éste se refugiaba en la metafísica, y expre- i
só su convicción de que había que lograr una fusión no reduccio­
nista de sujeto y objeto en la primera de las Tesis sobre Feuerbach:
«La falla fundamental de todo el materialismo precedente [...] resi­
de en que sólo capta la cosa (Gegenstand), la realidad, lo sensible,
bajo la forma del objeto o de la contemplación, no como actividad
humana sensorial, como práctica; no de un modo subjetivo. De ahí
que el lado activo fuese desarrollado de un modo abstracto, en con­
traposición al materialismo, por el idealismo, el cual, naturalmente,
no conoce la actividad real, sensorial, en cuanto tal»34. A partir de
aquí, Marx va a prodigar las fórmulas llamadas a subrayar la circu-
laridad de la relación sujeto-objeto, la complementariedad de liber­
tad y necesidad, etc. «Las circunstancias hacen al hombre en la
misma medida en que éste hace a las circunstancias»35. «En la acti­
vidad revolucionaria el cambiarse coincide con cambiar las cir­
cunstancias»36. «Así como es la sociedad misma la que produce al
hombre en cuanto hombre, así también es producida por él»37.
«Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen abierta­
mente, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo cir­
cunstancias directamente dadas y heredadas del pasado»38. Todos
estos dicta enuncian el mismo principio: los hombres están deter­
minados, los hombres son libres; pero ninguno de ellos proporcio­
na una vía de salida de la circularidad, una especificación de en
qué, cómo o por qué son libres o están determinados.
Hegel quiso resolver el dilema entre causalidad y teleología
integrando el fin en la cadena de las causas39, pero lo hizo sobre

34 Marx y Engels, 1845: 665.


35Marx y Engels, 1845: 41.
36Marx y Engels, 1845: 245.
37Marx, 1844: 145.
38Marx, 1852a: 11.
39Astrada, 1958: 58 ss.
CAUSALIDAD, FINALIDAD Y LIBERTAD 67
v.

la base de una visión metafísica de la historia, de un sistema


«historicista», en el sentido popperiano del término. No combi­
nó la libertad y la causalidad, sino que redujo el fin a la tjondir
ción de causa, y con ello el medio a la de efecto. Para decirlo en
breve: disolvió la finalidad en la causalidad. Marx secularizó el
sistema hegeliano pero mantuvo su carácter historicista, y de ahí
la paradoja engelsiana: «La libertad es la necesidad hecha con­
ciencia.» Será mucho más tarde Mead quien proporcione una teo­
ría que permita integrar finalidad y causalidad, al basar la repre­
sentación de los fines, como reacciones demoradas, en los
estímulos de que es objeto el sujeto, es decir, en el ámbito de la
causalidad. «Es la entrada de las posibilidades alternativas de la
futura reacción en la determinación de la conducta presente [...]
lo que decisivamente establece el contraste entre la conducta in­
teligente y la conducta refleja, instintiva y habitual —entre la
reacción demorada y la reacción inmediata»40. «Cuando [...] ha­
blamos de conducta reflexiva, nos referimos definidamente a la
presencia del futuro en términos de ideas. El hombre inteligente,
en cuanto distinguido del animal inteligente, se imagina lo que
ocurrirá»41. El fin, pues, se integra, como para Marx o Hegel, en
la cadena de las causas, pero no surge de un espíritu metafísico,
ni de una historia demiúrgica, sino de la selección que el sujeto
opera entre los diversos cursos previsibles de la acción, entre las
reacciones demoradas. La actividad no se concibe ya como su­
cesión de efectos de causas dadas, ni como un ajuste necesario
de los medios a fines dados, sino como un curso de actividad
elegido, potencialmente modificable en cualquier momento.
«Las etapas posteriores del acto están presentes en las primeras
[...]. El acto, como conjunto, puede estar presente determinando
el proceso»42. El binomio entre libertad y causalidad se transfor­
ma así en otro: el formado por una determinación directa, inme­
diata e inconsciente, o sea, causal, y otra indirecta, mediada y
reflexiva, o sea, intencional.

40Mead, 1934: 134.


41 Mead, 1934: 153.
42Mead, 1934: 58.
I

l
'I

4■

J
v

*
4. INDIVIDUO, SOCIEDAD Y REALIDAD

Pudiera parecer que la cuestión individuo-sociedad es simple­


mente otra denominación para el problema de la relación entre li­
bertad y necesidad, pero no es así, aunque ambas temáticas presen­
ten un importante campo de intersección. La identificación se
produce cuando suponemos que sólo el individuo humano puede
ser sujeto de libertad, mientras que la sociedad sería una fuente de
determinación, en la forma de socialización y control social. Y
puesto que, en cualquier caso, debe admitirse que la sociedad es,
en algún grado, tal fuente de determinaciones y constricciones, ahí
es justamente donde se presenta la intersección entre ambas pro­
blemáticas. Pero la necesidad puede tener y tiene para el individuo
otras fuentes que la sociedad. Como ser físico y biológico que es,
el hombre está sometido a determinaciones y límites naturales: no
puede volar por sí mismo, tiene que comer, etc. A la vez, la socie­
dad es la condición que le permite superarlas: aumenta la producti­
vidad del trabajo hasta enterrar las necesidades naturales tras las
puramente culturales (el problema ya no es comer, sino hacerlo en
un restaurante de moda o siguiendo la dieta adecuada), le permite
elevarse por encima de sus limitaciones físicas (construye avio­
nes...) y, sobre todo, le permite una experiencia, real o imaginaria,
de libertad (moral, elección, ocio, belleza, creación...). Puede plan­
tearse entonces que en el individuo confluyen con la posibilidad de
la libertad elementos presociales o asociales de determinación,
mientras que, por otra parte, la sociedad influye y limita al indivi­
duo, pero también lo eleva por encima de la naturaleza física y bio­
lógica. Esto es lo que, de un modo u otro, han argumentado con
fuerza la filosofía y las ciencias sociales: que el hombre llega a ser
libre gracias a la moralidad (Kant), a la cultura (Hegel), al trabajo
(Marx), a la sociedad (Durkheim), al lenguaje (Mead)..., es decir, a
diversas formas y productos sociales. Por otra parte, en la medida
en que podamos considerar como actores a las instituciones o los
grupos sociales, distintos de la suma de sus miembros aunque no
[69)
70 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

autónomos, podemos plantear también en ese plano, ya social, el


problema de la libertad, por ejemplo como la selección de fines y
medios por parte de una organización, un grupo o un clan.
Tampoco se reduce, por otra parte, a la cuestión de si existe
o no una realidad específicamente social o si ésta puede ser
captada por el entendimiento o la observación. Weber, por
ejemplo, reconoce la especificidad de la realidad social en y só­
lo en la acción dotada de sentido, y este «sólo en» significa tan­
to que la declara irreductible a lo psíquico interior como que no
admite otra realidad social que la individual; esto es, que «for­
maciones» como el Estado, la empresa, etc., o sea, las institu­
ciones, «no son otra cosa que desarrollos y entrelazamientos de
acciones específicas de personas individuales»1, mientras que
grupos horizontales no organizados como las clases o los esta­
mentos no tendrían por sí mismos otra realidad que la consis­
tente en una distribución de las probabilidades12. Pero incluso en
esta perspectiva individualista tales «formaciones» han de con­
siderarse como algo que incide con fuerza sobre los individuos,
pues «son representaciones de algo que en parte existe y en
parte se presenta como un deber ser en la mente de hombres
concretos [...], la acción de los cuales orientan realmente; [...]
en cuanto tales, poseen una poderosa, a menudo dominante sig­
nificación causal en el desarrollo de la conducta humana con­
creta»3. No obstante, quiero decir ya que me parece muy poco
productivo perseguir a las instituciones o los grupos sociales, en
cuanto que son un tipo de conceptos, a través de los vericuetos
epistemológicos de Weber. Afortunadamente, el propio Weber
no fue muy fiel a sí mismo y, aparte de entrecomillar obsesiva­
mente en sus escritos todo término con aroma supraindividual,
nos legó un análisis de la sociedad a través de unos «tipos idea­
les» tan fidedignos como si fueran reales y no dudó, por ejem­
plo, en referirse a «la teleología inconsciente, inherente a las re­
laciones sociales», para explicar los bajos salarios agrícolas
reales4; es decir, no se atuvo realmente al individualismo meto-

1Weber, 1922:1, 13.


2Weber, 1922:11,683, 687.
Weber, 1922:1, 13.
* Weber, 1892: 65
INDIVIDUO, SOCIEDAD Y REALIDAD 71
V
dológico que proponía5, sobre todo en sus escritos más sustanti­
vos, más pegados al terreno, tanto de tipo histórico como socio-
gráfico. ;
«La sociedad es un producto humano. La sociedad es un£ rea­
lidad objetiva. El hombre es un producto social»6. El predominio
de proposiciones tales como éstas, cada una de ellas frontalmen­
te opuesta a una figura espontánea del pensamiento: «que la so­
ciedad es creación del hombre (no de dios o la naturaleza), que
el hombre es un producto social (no una criatura autónoma, pre­
formada), y que la sociedad es una realidad objetiva (no una
ficción sin contenido existencial)»7, es precisamente lo que des­
taca a la sociología del pensamiento social en general, cuya his­
toria, como ya se indicó, no empieza ni mucho menos con Marx,
ni con Saint-Simon, ni con Vico, ni con ningún otro autor con­
temporáneo ni moderno. Estas proposiciones pueden convertirse
con facilidad en problemas, no ya en cuanto a su verdad o false­
dad generales, sino, admitida en algún grado su verdad, en cuan­
to a su forma de realización. ¿Cómo producen los hombres la
sociedad? ¿Qué tipo de objetividad es la de lo social? ¿Cómo
produce la sociedad al hombre? La segunda podría expresarse de
dos formas, según que tomemos el objeto en cuanto cosa o reali­
dad en sí o en cuanto producto del pensamiento o referente de la
acción, Gegenstand u Objekt, por retomar una vieja distinción
terminológica de la filosofía alemana. Dicho de otro modo, se
puede desglosar la pregunta en dos: por un lado, ¿qué es la reali­
dad social?; por otro, ¿cuál es el objeto de la sociología?, ¿ o
qué es un objeto sociológico —no un objeto social—? De la pri­
mera variante hemos tratado ya en el segundo capítulo, y de la
segunda también parcialmente y volveremos a hacerlo en el si­
guiente. Ahora nos interesan particularmente las otras dos pre­
guntas iniciales: cómo producen los hombres la sociedad y có­
mo produce la sociedad a los hombres. Si las dos preguntas
pueden plantearse simultáneamente es porque se parte ya de que
ni el hombre ni la sociedad pueden reducirse por completo el
uno al otro, lo que equivale a decir que se producen el uno al

5Lukes, 1973: 138 ss.


6Bergery Luckmann, 1966: 79.
7 Smelser y Warner, 1976: 26.
72 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

otro en algún grado, y sólo en algún grado. Es, pues, una pre­
gunta sobre la reciprocidad de tal proceso constitutivo. Éste es el
núcleo del interrogante sobre la relación individuo-sociedad.
El problema de la producción de lo social, en realidad, sólo
tiene sentido si se plantea como la producción de algo objetivo,
que no se agota en el acto que lo produce. La acción social webe-
riana, por ejemplo, subraya su carácter individual a costa de ne­
garle cualquier eficacia: una acción sólo puede producir otra
acción, o el concepto se traicionaría a sí mismo. (Luego veremos,
sin embargo, cómo tiene que presuponer, paradójicamente, un
plano social distinto, aunque implícito: la cultura.) El individua­
lista metodológico, sencillamente, no puede dar cuenta de ello.
Véase, por ejemplo, este pasaje de un weberiano vehemente:
«Las “estructuras” son una forma de hablar de los patrones de lo
que [las personas reales] hacen en grupos. Si prestamos atención
a lo que sucede en todo momento a nuestro alrededor, no es difí­
cil recordar que las “organizaciones”, las “clases” o las “socieda­
des” nunca hacen nada. Cualquier explicación causal debe des­
cender en última instancia a las acciones de individuos reales»8.
Cuando un terrorista asesina a alguien, efectivamente, la justicia
de su país, si es que se precia, lo responsabilizará y condenará in­
dividualmente. Pero el asesino bien podría argumentar que no fue
él, sino su brazo, su mano o incluso su dedo índice quien tiró del
gatillo, si ése fue el caso. Ciertamente sólo disparó su brazo, con
la colaboración activa de sus ojos, sus piernas, su columna verte­
bral... y ante la indiferencia de su otro brazo, su nariz, su bazo...
La justicia responderá, sin embargo, que la unidad de percepción
y decisión, y por tanto responsable, era la persona, no ninguna de
sus extremidades particulares. Pero esta convención, necesaria
para el funcionamiento de la justicia tal como nosotros la enten­
demos, no es la única manera posible de ver el acto. El islam, por
ejemplo, corta el brazo al ladrón, y no puede considerarse una
medida preventiva si no corta también el otro, luego de alguna
manera considera responsable al brazo mismo. Los clanes gita­
nos o las familias sicilianas no se vengan sobre los individuos
que les ofenden, sino sobre los otros clanes o familias a los que
pertenecen. Si volvemos al acto en el que el terrorista T mató al

8Collins, 1975: 12.


INDIVIDUO, SOCIEDAD Y REALIDAD V 73

ciudadano C, siendo luego encarcelado por el policía P que se­


guía órdenes del juez J, sería una pésima descripción del jnismo
decir que T mató a C, fue maldecido por J y encerrado,'por ?,
siendo C, T, P y J sendos individuos. Sería casi tan mala como
narrar que un brazo disparó contra una nuca, dijo algo al respecto
una boca y lo encerraron unas manos (ocasionalmente, todos
ellos iban adheridos a otros órganos). Y sería mucho mejor esta
otra: un miembro de la organización terrorista X mató a un ciu­
dadano, y la policía encarceló al autor de acuerdo con la senten­
cia de la justicia. La primera descripción es inadecuada porque
no podemos explicar lo que hizo el brazo sin contar con el cere­
bro, la vista..., en suma, con todo el individuo T. La segunda es
algo mejor, abstractamente verosímil (cualquier T puede matar a
cualquier C, etc.), pero carece de sentido (de cualquier sentido).
La tercera, en cambio, es, cuando menos, el principio de una bue­
na descripción, de una buena explicación y hasta de una buena
comprensión. La diferencia es que aquí hemos introducido insti­
tuciones, grupos, relaciones..., es decir, la sociedad como algo
más que individuos, como algo «objetivo». No sólo representa­
ciones, y sentido (more weberiano), sino también las relaciones
sociales. No sólo la cultura, sino la sociedad. Lo que nos permite
tanto explicar como comprender la acción (en cierto grado) no es
que T sea partidario de la violencia terrorista, que C no espere
que le toque a él, que J tenga una alta idea de la justicia o que P
no le haga ascos a su trabajo, todo lo cual suministraría ya «senti­
do» a la acción. Lo que nos lo permite es que C es un ciudadano,
lo que para el caso significa un miembro de una sociedad que
cree que la vida debe ser respetada y protegida; que T es miem­
bro de una organización terrorista; que J es un juez que ejerce le­
gítimamente su cargo; que P forma parte de un cuerpo investido
de autoridad, armado y sometido a las órdenes del aparato judi­
cial. Todo eso, y más cosas, es la estructura social.
¿Cómo ha llegado a existir esa estructura? Por supuesto, tie­
nen una historia concreta, tanto esas instituciones como cuales­
quiera otras, pero ¿cómo llega, en general, o en abstracto, a pro­
ducirse la sociedad? Aquí es donde necesitamos particularmente
el apoyo de dos grandes aportaciones sociológicas: las de Marx
y Mead, aplicables respectivamente, como ya se apuntó en el ca­
pítulo anterior, a las relaciones del hombre con la naturaleza y a
sus relaciones con los otros hombres (incluido el sujeto mismo).
74 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

Marx tomó de Hegel la idea de la objetivación y la desarrolló al


diferenciar en y de ella la alienación (enajenación, extrañamien­
to) y la reificación (cosificación, fetichismo)9. Para Hegel, todo
lo objetivo es objetivación o alienación del espíritu subjetivo, o
sea, espíritu objetivo (por decirlo en breve, o «en cristiano»: el
mundo es obra de dios; por eso se ha dicho que la dialéctica he-
geliana es la «autobiografía de Dios»10*). En todas las triadas y
subtriadas hegelianas aparece una y otra vez el momento de la
alienación, o la exterioridad, pero lo que dio apoyo al posterior
desarrollo marxiano del tema fue sobre todo su utilización para
el análisis de las necesidades no naturales en la sociedad civil11
y del trabajo. Según la «dialéctica del siervo y el señor» cuya
densa prosa voy a evitar, en el material de trabajo se exterioriza
la conciencia, se objetiva, y con ello pasa a tener existencia pro­
pia fuera de sí, se convierte en objeto para sí12. Hegel considera­
ba la alienación como una fase natural de la exterioridad en el
desarrollo del espíritu o de la autoconciencia, el momento para
sí, de la negación, de la exterioridad, al cual seguiría inevitable­
mente la reconciliación de sujeto y objeto, la conciencia de sí, el
espíritu absoluto, la síntesis, lo que es en sí y por sí. Feuerbach
dio la vuelta a Hegel, como se le da a un calcetín, al plantear que
no era el mundo la alienación de dios, sino dios la alienación del
mundo13. La aportación decisiva de Marx consistió en distinguir
entre objetivación y alienación. Ciñéndonos al ámbito del traba­
jo, Marx señaló que, bajo cualquier forma, éste es objetivación,
u objetificación, en el sentido (pero detnistificado) en que lo
planteaba Hegel, es decir, en cuanto que exteriorización y plas-
mación de un proyecto; pero sólo es alienación, o enajenación, o
extrañamiento, en cuanto que el producto se separa de su pro­
ductor, «se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder in­
dependiente del productor»14, en las específicas condiciones
creadas por el desarrollo del mercado, a partir del cual los pro­
ductores se relacionan entre sí como productores independien-

9 Para lo que sigue, véase Enguita, 1985: 145 ss.


10Hook, 1936:51.
" Hegel, 1821:236.
12Hegel, 1807: 120.
13 Feuerbach, 1843: 6ss.
14Marx, 1844: 105.
INDIVIDUO, SOCIEDAD Y REALIDAD 75

tes, y, luego y sobre todo, del proceso de producción capitalista,


con el cual dejan de ser independientes para convertirse en asa­
lariados, en el proletariado. Ya con el mercado, las relaciones
entre los productores aparecen como «independientes d¿ ellos
mismos», como «un sistema de dependencia multilateral y pro­
pio de cosas»15, como «cosas sociales»16. Marx utilizará también
el término «reificación», para subrayar la mencionada caracte­
rística de que tales relaciones sociales (la equiparabilidad de los
trabajos humanos, su reducción a trabajo abstracto, la fuerza
productiva del trabajo...) aparezcan adheridas a cosas y como si
fueran propiedades suyas (a los bienes como mercancías, a la
moneda como dinero, a los medios de producción como capital).
Lo esencial es que, según Marx, la objetivación es una caracte­
rística general del trabajo, pero la alienación sólo lo es bajo el
capitalismo (podría generalizarse al mercado, pero no a las for­
mas de explotación precapitalistas, como han hecho algunos in­
térpretes17 de Marx): «Los economistas burgueses están tan en­
claustrados en las representaciones de una determinada etapa
histórica del desarrollo de la sociedad, que la necesidad de que
se objetiven los poderes sociales del trabajo se les aparece como
inseparable de la necesidad de que los mismos se enajenen con
respecto al trabajo vivo»18. Pero cabría hacer una nueva distin­
ción si designamos aquellos casos en que la relación alienada se
asocia a una cosa, y ningún otro, específicamente como reifica­
ción. En la perspectiva marxista, por ejemplo, cabría hablar de la
alienación de la norma en el derecho pero de la reificación del
trabajo abstracto en el dinero. (Lo que Marx no vio es que, al
verse separado de su producto, el individuo se ve efectivamente
libre de él, no tiene que seguirle como el siervo o el esclavo al
suyo, ni siquiera como el productor independiente en busca del
trueque. Esta paradójica ventaja del mercado y del dinero sería
señalada, por ejemplo, por Hume y por Simmel.) Mead desarro­
lló una teoría del lenguaje en la que éste puede considerarse,
asimismo, como un tipo de objetivación de la comunidad. El

15Marx, 1867:1/1, 131,


16Marx. 1867:1/3, 1030.
17Lukács, 1923: 123-265; Jakubowsky, 1936: 173.
18Marx, 1857: n , 395.
76 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

gesto significa la idea que el individuo tiene en su espíritu y se


la indica al observador. Cuando el gesto es capaz de provocar la
misma idea en el observador, es decir, cuando representa para el
observador y el observado una misma acción, entonces, según
Wundt, es un símbolo significante y representa cierto significa­
do. Para el observador, el gesto representa la anticipación de la
acción, como el gruñido de un perro nos anticiparía su ataque.
Cuando el individuo emisor sabe que provoca esa reacción, Si
cuando puede reaccionar ante él de forma implícita igual que lo
hace o que espera que lo haga el receptor de manera explícita,
el gesto ha llegado a ser símbolo significante19. Puesto que los
símbolos cobran una existencia separada, pueden transmitirse
más allá de la situación que les dio origen. «Lo que el desarro­
llo del lenguaje, especialmente el símbolo significante, ha tor­
nado posible, es simplemente la incorporación de esa situación
social externa a la conducta del individuo mismo. De ello se si­
gue el enorme desarrollo de la sociedad humana.» En otras pa­
labras —que ya no son las de Mead—, la sociedad puede desa­
rrollarse, y los individuos tras ella, porque no necesita ser
producida una u otra vez ex nihilo, sino que pervive en el len­
guaje; podría decirse que es acumulativa, no reiterativa. Pero
esto es así precisamente porque el lenguaje cobra una existencia
autónoma, porque se objetiva. En la conducta lingüística, «el
individuo [es] un objeto para sí, y, hasta donde puedo ver, el in­
dividuo no es una persona en el sentido reflexivo, a menos de
que sea un objeto para sí»20.
Una distinción tripartita a primera vista parecida a la de
Marx, al menos terminológicamente, pero que quiere integrar la
aportación de éste con la de Mead, ha sido desarrollada por Ber-
. *. ....... ...............

ger y Luckmann. En primer lugar, «el ser humano debe exterio­


rizarse constantemente en la actividad»21. Las acciones que se
repiten se «habitualizan», vale decir que se convierten en patro­
nes susceptibles de ser aprendidos como tales, y posteriormente
se «institucionalizan», lo que significa que se convierten en tipi­
.

ficaciones mutuas de acciones habitualizadas por tipos de aCtO-

19Mead. 1934: 88-89.


20 Mead, 1934: 173.
2!Bergery Luckmann, 1966: 70.
INDIVIDUO, SOCIEDAD V REALIDAD 77

res22. Con el tiempo, tales instituciones sobreviven a los actores


que las hicieron nacer y adquieren objetividad, se objetivan, es
decir, «son experimentadas como existentes por encima y‘ más
allá de los individuos que “casualmente” las encaman en e{ mo­
mento. En otras palabras, las instituciones son experimentadas
ahora como si poseyeran una realidad propia»23. Finalmente, la
institucionalización puede llegar al punto de la reificación, que
se define como la «aprehensión de los fenómenos humanos co­
mo si fueran cosas, es decir, en términos no-humanos o tal vez
supra-humanos. [...] La reificación implica que el hombre es ca­
paz de olvidar su propia autoría del mundo humano y, lo que es
más, que la dialéctica entre el hombre, el productor, y sus pro­
ductos, se ha perdido para la conciencia»24. El uso de términos
marxianos podría hacer pensar que la secuencia exteriorización-
objetivaeión-reificación es una versión actualizada de la prime­
ramente mencionada, objetivación-alienación-reificación. No
hay tal, pues la secuencia de Berger y Luckmann se aplicaría a
cualquier sociedad, mientras la de Marx, y más exactamente en
sus momentos segundo y tercero, es específica del mercado y
del capitalismo. Para Berger y Luckmann. por otra parte, exte-
riorización, objetivación y reificación son procesos en los que
participan por igual, al menos potencialmente, todos los miem­
bros de la sociedad; para Marx, por el contrario, la alienación
consiste precisamente en que el productor queda a un lado de la
relación y el producto a otro, o en el lado del otro (pertenece al
capitalista), y la reificación es un fenómeno específico del inter­
cambio y de la producción material, del que no cabría hablar,
por ejemplo, en relación al lenguaje. Pero, sobre todo, las rela­
ciones sociales a las que Marx aplica la idea de alienación (el
trabajo asalariado, el capital, el estado, la religión, el derecho...)
parecen ya a primera vista poseer una solidez que no exigen es­
tos autores, en cuya visión de la exteriorización, la objetivación
y la reificación pueden entrar desde las fuerzas armadas hasta la
sonrisa, pasando por el lenguaje, el trabajo, la familia, etc. En la
obra de Berger y Luckmann, se ha señalado acertadamente,

22 Berger y Luckmann, 1966: 70-72.


23Berger y Luckmann, 1966: 76.
24 Berger y Luckmann, 1966: 106.
78 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

«subyace una cierta asimetría entre los estatutos de realidad atri­


buidos al individuo y a la sociedad»25. Dando la vuelta al último
pasaje citado, por ejemplo, resulta que la reificación se esfuma­
ría si el origen humano de los actos reificados fuera traído de
nuevo a la conciencia. Aquí sería, por cierto, de entera aplica­
ción la soma que Marx y Engels dedicaron a lo largo de medio
millar de páginas a Max Stimer y a su convicción de que cuando
el hombre se quitara de la cabeza «lo sagrado», las «representa­
ciones», las tergiversaciones filosóficas y religiosas de las insti­
tuciones opresivas, éstas caerían por su peso26. El problema es
que se puede trazar perfectamente un paralelismo entre la teoría
del trabajo de Marx y la del lenguaje de Mead, o incluso subra­
yar su «isomorfismo radical»27, pero siempre y cuando se com­
prenda que hay una diferencia insalvable entre lo simbólico y lo
material, entre el lenguaje y la producción, entre el saber y el
poder, entre la coerción simbólica que ejerce el lenguaje y la coer­
ción económica que practica el capital, entre un lenguaje umver­
salmente disponible y unos medios de producción privadamente
apropiados. La teoría de la exteriorización-objetivación- reifica­
ción de Berger y Luckmann, que podríamos tildar como de «ba­
ja intensidad», lo es para subsumir en ella tanto el lenguaje co­
mo el trabajo u otros productos de la vida social (la moral, el
derecho, la cultura...), pero lo cierto es que la entidad de estos
productos no es la misma, por lo que necesitaríamos expresiones
menos indif'erenciadas para los procesos de objetivación y alie­
nación.
El viaje de vuelta es aparentemente más sencillo: la sociedad
preexiste al individuo, que se encuentra con ella como algo da­
do. Sin la sociedad no habría persona, ni individuo. En algún
grado y de algún modo, la sociedad configura al individuo, cual­
quiera que sea la forma en que lo expresemos: cultura, ideología
dominante, otro generalizado, conjunto de papeles... que, me­
diante un proceso de aculturación, falsa conciencia, interioriza­
ción, socialización... se incorpora a nosotros como superego,
alienación, «mí», personalidad... superponiéndose al ego, a los

25 Pérez Agote, 1989: 90.


26 Marx y Engels, 1845: 137-138,327,333-334,446,515,518-519.
27 Lamo de Espinosa, 1981: 169.
INDIVIDUO, SOCIEDAD Y REALIDAD 79

intereses objetivos, al yo, al organismo biológico... Cerrado así


el círculo, la cuestión es de acento, pero decisiva. En la versión
estructural, colectivista, la sociedad tiende a absorber al indivi­
duo, la estructura al agente. En el prólogo de El capital/Marx
exculpa a sus dramatis personae porque no pueden sino plegarse
a las relaciones sociales en que se encuentran inmersos. Los
contempla como «la personificación de categorías económicas,
portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi
punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de his­
toria natural el desarrollo de la formación económico-social,
menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por
relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura,
por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas»28.
De ahí la figura, luego tan popular, del «portador», el Trager, en­
camación de la parcela correspondiente de la estructura, que tan­
tas polémicas llegaría a provocar. En realidad, el citado pasaje
de Marx comienza así: «Dos palabras para evitar posibles equí­
vocos. No pinto de color de rosa, por cierto, las figuras del capi­
talista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la
medida en que son la personificación...» ¿Qué «equivoco» po­
dría darse si los individuos fuesen simplemente Trager, personi­
ficaciones de ciertas relaciones? ¿Qué necesidad habría de decir
que se habla de ellos «sólo... en la medida en que...»? ¿Cuál es
esa medida? Y, cualquiera que sea, si se habla de esas figuras
«sólo» en cuanto tales, ¿no deberían considerarse como tipos
ideales al modo weberiano? Podría hacerse una buena defensa
del espacio para la acción social indeterminada en el sistema
marxiano, lo que por otra parte resultaría acorde con ese otro ti­
po de análisis, histórico-concreto, que el propio Marx dedicó a
acontecimientos como las revoluciones europeas. Pero habent
sua fata liberi: cualquiera que sea la relación entre Marx y el
marxismo, con él se funda una concepción de la relación indivi­
duo-sociedad que disuelve aquél en ésta.
El resultado final es similar en la tradición durkheimiana. Es
el sociólogo francés quien da el pistoletazo de salida para lo que
luego será la teoría de los papeles, o roles, como haces de expec­
tativas en tomo al comportamiento de los individuos. Durkheim

2* Marx, 1867:1/1,8.
80 LA PERSPECTIVA SOCIOLOGICA

se refiere a sus tareas de hermano, esposo, ciudadano, etc., como


«modos de actuar, de pensar y de sentir que exhiben la notable
propiedad de que existen fuera de las conciencias individuales.
Estos tipos de conducta o de pensamiento no sólo son exteriores
al individuo, sino que están dotados de un poder imperativo y
coercitivo en virtud del cual se le imponen, quiéralo o no»2930.El
concepto de papel o rol sería luego especialmente desarrollado
por Linton, como «el aspecto dinámico del status», la puesta en
práctica de «los derechos y deberes que constituyen el status»-0.
En sí, el concepto de papel o rol asegura no pretender ser más
que una categoría heurística que nos permite acercamos a la per­
sona en cuanto que conjunto de roles, no en sí misma, no al indi­
viduo real. «En el punto de intersección del individuo y la socie­
dad se halla el homo sociologicus, el hombre como portador de
papeles socialmente predeterminados»31. Así, el homo sociologi­
cus sería simplemente una ficción útil, como el homo ceconomi-
cus o el homo psychologicus: una vez que damos cuenta de lo
que se espera de él que haga, y probablemente hace, como cón­
yuge, empleado, elector, automovilista, etc., nos queda todavía
el individuo; no la persona-máscara, conjunto de papeles, sino el
verdadero ser humano. Lo que sucede es que resulta difícil ex­
plicar en qué consiste o dónde está, tanto en términos positivos,
si pretendemos explicarlo sin recurrir a su lugar en instituciones
o relaciones sociales y, a la vez, que sea algo más que un manojo
de músculos, cartílagos, etc., como por exclusión, pues no se ve
qué espacio queda para él si a los papeles anteriores seguimos
añadiendo otros no menos obvios, como podríamos hacerlo in­
definidamente: padre, hijo, amigo, vecino, usuario, consumidor,
peatón, televidente... Se quiera o no, los papeles sociales termi­
nan por absorber tarde o temprano al individuo, lo que demues­
tra una vez más que el individuo no debe buscarse al margen de
la sociedad, ni la libertad más allá de la necesidad, sino que uno
y otra sólo pueden existir adheridos a sus opuestos. Un buen
ejemplo de cómo llevar al extremo el desempeño de papeles
puede encontrarse en el concepto de habitus de Bourdieu, un

29Durkheim, 1895: 34.


30Linton, 1936: 114; también Linton, 1957.
31 Dahrendorf, 1961:25.
INDIVIDUO, SOCIEDAD Y REALIDAD 81

«sistema de disposiciones duraderas y trasponibles, estructuras


estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estruc­
turantes, es decir, como principios generadores y organizadores
de prácticas y de representaciones que pueden ser objetivamente
adaptadas a su objetivo sin suponer la visión consciente de los
fines ni el dominio expreso de las operaciones necesarias para
alcanzarlos [,..]»32.
Otra línea de desarrollo, de desembocadura distinta, procede
de G. H. Mead. Para éste, el individuo asume primero las actitu­
des particulares hacia él dentro de actos sociales específicos y
luego las actitudes sociales del grupo como conjunto, que cons­
tituyen para él el «otro generalizado». «La unidad y estructura
de la persona [self\ completa refleja la unidad y estructura del
proceso social como un todo; y cada una de las personas ele­
mentales de que está compuesta aquella persona completa refle­
ja la unidad y estructura de uno de los varios aspectos de ese
proceso en que el individuo está involucrado»33. Aunque Mead
no utilice expresamente el término «papel» o algún otro directa­
mente equivalente (rol, cometido), es fácil reconocer en este pa­
saje la asunción de papeles en instituciones o contextos sociales
concretos y la consideración de la persona como resultado de la
combinación de papeles que desempeña, tal como la definen in­
sistentemente Gerth y Mills34. En este caso, sin embargo, los pa­
peles son siempre relaciónales: marido-esposa, maestro-alumno,
etc., y el proceso de su asunción es también el de su modelación.
No hay role-taking (adopción de un papel) que no sea también
tvle-making (construcción de un papel); desempeñar un papel es
recrearlo. En tal proceso, de la conversación entre el «mí» (el
otro generalizado, las actitudes de la sociedad hacia el sujeto) y
el «yo» (la reacción al «mí») surgen tanto el cambio como la li­
bertad individual. «El “mí” exige cierta clase de “yo”, en la me­
dida en que cumplimos con las obligaciones que se dan en la
conducta misma, pero el “yo” es siempre algo distinto de lo que
exige la situación misma. [...] La persona es esencialmente un
proceso social que se lleva a cabo, con esas dos fases. Si no tu-

32Bourdieu, 1980: 88.


33 Mead, 1934: 175,
34Gerth y Mills, 1954: 33. 34. 92, 95.
82 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

viese dichas dos fases, no podría existir la responsabilidad cons­


ciente, y no habría nada nuevo en la experiencia»35. Este enfo­
que, interactivo y menos determinista que el propio del funcio­
nalism o, ha propiciado o ha confluido con una serie de
desarrollos posteriores para flexibilizar la idea del papel social;
por ejemplo, la idea de la «asunción reflexiva de papeles»36, el
«conflicto de papeles»37, la «tensión del papel»38, el «distancia-
miento del papel»39, etc.
En el extremo opuesto al colectivismo de Marx o Durkheim
se encuentra el individualismo de Weber, de la teoría económica
o de las teorías del intercambio y de la acción racional. Éste
siempre presupone la sociedad o, más exactamente, la cultura.
En el caso de Weber, porque de ella se extrae cualquier posible
sentido de la acción, y en el de las teorías del intercambio o de
la acción racional porque presumen una racionalidad cultural­
mente determinada, o a la que, al menos, deben poder considerar
libre de otras determinaciones culturales superpuestas. El soció­
logo de Erfurt argumentó minuciosamente lo que la compren­
sión no era, en especial sus diferencias con la explicación, y
se ocupó de sus variantes en correspondencia con los tipos de
acción (racional con arreglo a fines o a valores, tradicional y
afectiva), pero nada en absoluto de elucidar por qué era posible
tal forma de interpretación. Habló de ella «como si se tratara
simplemente de una técnica psicológica; tan sólo sería cuestión
de ponerse en la posición del otro»40. Pero, desde luego, lo único
que puede permitimos ponemos en el lugar del otro, comprender
sus motivos como si fueran los nuestros, la razón por la que «no
es necesario ser un césar para comprender a César»41, es la cul­
tura compartida, es decir, la existencia previa de la sociedad. Es­
to vale enteramente para la perspectiva del homo oeconomicus y
para sus versiones más o menos adaptadas a la sociología, desde

35 Mead, 1934: 205.


36Tumer, 1956, 1962.
,7Burchard, 1954.
3*Goode, 1960.
,9 Goffman, 1956.
40Winch, 1958: 104.
41 Weber, 1922: I, 6.
INDIVIDUO, SOCIEDAD Y REALIDAD v 83

el sistema paretiano42 hasta la teoría de la decisión racional43,


pasando por las teorías del intercambio44. El actor racional de la
teoría económica convencional, y de sus aplicaciones sociológi­
cas, toma sus decisiones de acuerdo con criterios lógicos en
principio accesibles a cualquier actor alternativo, o a cualquier .
intérprete, de la misma manera en que lo serían los de la mate­
mática o los de la lógica formal. Pero, como ha señalado acerta­
damente Winch, criticando la metodología sociológica de Pare-
to, «los criterios de lógica no son un don directo de Dios, sino
que surgen y sólo son inteligibles en el contexto de las formas
de convivencia o de los modos de vida social. Por lo tanto, no se
pueden aplicar criterios de lógica a los modos de vida social co­
mo tales»45. Tiene también toda la razón Bourdieu cuando plan­
tea que el economicismo es una forma de etnocentrismo, y que
sus categorías de análisis «hacen sufrir a su objeto una transfor­
mación radical, parecida a la transformación histórica de la que
surgieron ellas»46. El individualismo metodológico presupone
siempre la sociedad y la cultura, aunque se resista a reconocerlo;
pero puede, alternativamente, partir de la inmensa diversidad de
ésta, negando entonces la reductibilidad de la acción humana a
criterios lógicos (o admitiendo tal posibilidad sólo como una va­
riante, entre otras, de la acción), como en la sociología compre­
hensiva de Weber, o reducirla por completo a un tipo de lógica,
habitualmente la del mercado, el intercambio, la maximización
de la utilidad, como lo hacen la teoría económica, las sociologías
economicistas y la teoría de la decisión racional.
Entre el colectivismo y el individualismo se presentan algu­
nas mediaciones falsas y otras prometedoras. Falsas son, a mi
juicio, la teoría de la reificación de Berger y Luckmann y el con­
cepto de habiius de Bourdieu. La primera ya fue tratada con an­
terioridad, para compararla con la teoría marxiana de la aliena­
ción, y pudo verse cómo, en última instancia, la sociedad se
disuelve para sus autores en la individualidad y la interacción in-

42Pareto, 1916.
43 Elster, 1979, 1982, 1983.
^H om ans, 1961; Blau, 1964.
45 Winch, 1958: 94.
^B ourdieu, 1980: 192.
84 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

dividual. Esta unilateralidad puede considerarse como una deri­


vación de la psicología social de Mead, cuya insuficiencia prin­
cipal es que sólo considera relaciones básicamente simétricas
entre los individuos y que no hay en ella un lugar real (salvo en
la tenue figura del «otro más significativo») para la desigualdad
en el acceso al poder, los recursos y el saber. Del otro lado, el
concepto de habitas, «necesidad hecha virtud»47, sirve a Bour-
dieu para representar no una dimensión o un espacio de libertad
para individuos y grupos en la trama social, sino para hacer lle­
gar el peso de la sociedad hasta las últimas manifestaciones de
la conducta individual; no sólo tanto, como afirma el autor, sino
más que a la necesidad mecánica, el habitas se opone a la liber­
tad reflexiva: «al habitas como sentido práctico opera la reacti­
vación del sentido objetivado en las instituciones»48. Lo que
Bourdieu opone al «mecanicismo», no es la libertad individual,
sino un análisis pretendidamente más fino de la inexistencia de
ésta; lo que opone al economicismo y la teoría de la decisión ra­
cional es la variedad de las lógicas inscribibles en el actuar hu­
mano. La libertad no aparece con el individuo, sino en la rela­
ción del sistema social consigo mismo, por ejemplo cuando el
habitus funciona «a contratiempo», cuando «las condiciones de
producción del habitus y las condiciones de su funcionamiento
[no] son idénticas u homotéticas»49, como simple y anónima en­
tropía del sistema.
Si nos hemos apoyado especialmente en Marx y Mead para
examinar a través de sus teorías el binomio individuo-sociedad,
podemos también encontrar en ellos resumidas las dificultades
del problema. Marx permite explicar la sustantivación relativa
de la sociedad frente el individuo, pero hace difícil explicar la
actuación libre de éste ante aquélla; Mead permite comprender
el proceso de interacción entre individuos y la aparición, en tér­
minos generales, de mediaciones sociales entre ellos, pero no
nos dota de instrumentos para captar la asimetría de la relación
individuo-sociedad. En cierto modo, seguimos presos del pro­
blema fundacional de la sociología, «la antítesis ontológica “co-

47 Bourdieu, 1980: 90.


48 Bourdieu, 1980: 96.
49 Bourdieu, 1980: 105.
ÍNDIVIDUO. SOCIEDAD Y REALIDAD v 85

lectivismo-individualismo”, [la] oposición entre Comte y Stuart


Mili»50. Lo que sucede es que, de entonces a hoy, ya ha hqbido
unos cuantos intentos, pero el problema sigue abierto. La cpnsi-
deración de la cuestión del conflicto puede apuntar una vía de
salida.

50Moya, 1971: 63.


v

5. ARMONÍA, CONTRADICCIÓN
Y CONFLICTO

Si, por un lado, la sociología globalmente considerada es hija


del conflicto, por otro lado el reconocimiento o no de éste, la re­
levancia que se le acuerda en el conjunto del proceso social, su
conceptualización como fenómeno recurrente o excepcional y su
inscripción o no dentro de una perspectiva evolutiva, por no ha­
blar ya de la actitud de aceptación o rechazo frente a él, ha sido,
es y seguirá siendo uno de los grandes temas de la disciplina y
uno de los criterios básicos por los que distinguir a las diversas
corrientes que la integran. Una vez más, podemos recorrer esta
problemática de la mano de los tres grandes nombres de la so­
ciología, Marx, Durkheim y Weber. No porque la agoten, ni por­
que sea obligado rendirles pleitesía, sino porque expresan abier­
tamente el problema y porque de ellos parten las corrientes que
lo han desarrollado, en uno u otro sentido. Y, puesto que ya vie­
ne siendo algo insistente en este texto el peso dado a estos auto­
res, quizá sea el momento de decir que lo que interesa aquí son
los fundamentos del problema teórico, no hacer justicia a su de­
sarrollo hasta hoy, que sería otra cuestión. Como ha señalado
acertadamente Szacki, «un teórico ve a todo pensador como uno
de sus contemporáneos, mientras que un historiador lo considera
con otra perspectiva»1. También es cierto, como ha dicho Gould-
ner, que «los clásicos implantan las normas de los logros impor­
tantes, a menudo inalcanzables: hacen más difícil que alguien se
sienta impresionado o intimidado por quienes lo rodean»2. Es
decir, que sirven para ignorar a los colegas; pero no es ésa mi in­
tención. En los tres autores citados, efectivamente, está presente*1

1Szacki, 1979: 276.


1 Gouldner, 1970: 24.

[87]
88 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

ya de manera clara la disyuntiva entre armonicismo y conflicti-


vismo (Durkheim, de un lado, y Marx y Weber, del otro) y, den­
tro de éste, entre el monismo y el pluralismo en cuanto a las di­
mensiones del conflicto (Marx y Weber, respectivamente). Se ha
señalado que la visión durkheimiana de la sociedad se caracteri­
za por la armonía (ausencia de conflicto), la marxista por la ine-
vitabilidad y la trascendencia (superación del conflicto en un
nuevo orden social), la weberiana por la multiplicidad y la trage­
dia (diversidad e irresolubilidad de los conflictos)3.
Es la corriente sociológica que identificamos con el positi­
vismo y el funcionalismo la que representa en su conjunto,
aunque podamos destacar en medio de ella a Durkheim, el
compromiso con la unidad interna del sistema social compren­
dido dentro de los límites del estado nacional. No sólo Durk­
heim, sino asimismo Comte, antes que él, o Pareto y Parsons,
después, pueden incluirse con plenas consecuencias en esa
condición, que los lleva a considerar el conflicto como algo re­
sidual, marginal, frente a un orden social básicamente estable y
armónico4, aunque evolutivo. Durkheim expresa a la perfec­
ción esta actitud con su énfasis en tomo a la importancia del
consenso social y con su distinción entre hechos sociales nor­
males y hechos sociales patológicos. El consenso es la condi­
ción sine qua non de la existencia misma de la sociedad: «Lo
que hace la unidad de las sociedades organizadas, como de to­
do organismo, es el consensus espontáneo de las partes, es esa
solidaridad intema que, no sólo es tan indispensable como la
acción reguladora de los centros superiores, sino que es incluso
la condición necesaria, pues no hacen más que traducirla a otro
lenguaje y, por decirlo así, consagrarla»5. Y la existencia
de consenso implica necesariamente, al menos en el modelo
durkheimiano, la de normas unitarias, por lo que todo lo que se
aparte de ellas puede poner en peligro la solidez del organismo
social. De ahí la enorme importancia acordada a la distinción
entre lo normal y lo patológico, tal como ya se la había conce­
dido antes Comte al considerar inseparables la patología y la

3Smelser y Warner. 1976: 163-164.


4Collins, 1975: 20.
5 Durkheim. 1893: 424.

f.

ARMONÍA, CONTRADICCIÓN Y CONFLICTO 89

fisiología, tanto del cuerpo humano como del cuerpo social6.


«Llamaremos normales a los hechos que exhiben las formas
más generales, y asignaremos a los restantes el nombtfe de
mórbidos o patológicos. Si se conviene en denominar tipd me­
dio al ser esquemático que se constituiría reuniendo en un mis­
mo todo, en una suerte de individualidad abstracta, los caracte­
res más frecuentes en la especie con sus formas más frecuentes,
se podrá afirmar que el tipo normal se confunde con el tipo
medio, y que todo distanciamiento respecto de este patrón de
la salud es un fenómeno mórbido»7. Ni siquiera se trata, pues,
de un tipo medio propiamente dicho, sino más bien de un tipo
modal que pasa a desempeñar la función de tipo ideal, pero no
en un sentido heurístico sino normativo, lo que lo hace más
cruel para los que se alejan de sus prescripciones, que con ello
no influyen en modo alguno sobre las mismas (como sí lo harían,
por el contrario, sobre un tipo verdaderamente medio). Es difí­
cil imaginar una peor confusión entre lo patológico y lo dife­
rente, entre la desviación y la diversidad.
Entre la proclamación de la funcionalidad de una institución
o un «hecho» social y la de su bondad (y, por tanto, su relación
armónica con el todo) media sólo un paso, y la mayor parte del
funcionalismo no ha podido, no ha sabido o no ha querido evi­
tarlo. Merton se declaraba netamente disconforme con una afir­
mación parecida de Myrdal8, pero no debía de ser nada desca­
bellada cuando él mismo hubo de dedicar una buena parte de su
obra a mostrar que no tenía por qué ser necesariamente así, es
decir, a mostrarlo en contra de la mayoría de los sociólogos
funcionalistas9. En general, el funcionalismo ha dado por bue­
na la idea de que todo lo que existe lo hace porque desempeña
una función positiva: «todo lo que es normal es útil, a menos
que sea necesario»10; «la fundón de cualquier actividad recu­
rrente [...] es la parte que desempeña en la vida social como un
todo y, por tanto, la contribución que hace al mantenimiento de

6 Véase Canguilhem, 1966: 25 ss.


1 Durkheim, 1895: 93.
8 Myrdal, 1944: II, 1056.
9 Merton. 1957, 1976.
10 Durkheim, 1895: 101-102, 141-142.
90 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

la continuidad estructural»11. No importa que consideremos el


funcionalismo como una pura y simple expresión de conserva­
durismo, o como una reacción contra el utilitarismo individua­
lista1112, el hecho es que proporciona una legitimación al orden
existente. El funcionalismo hizo especialmente cierto lo que
Martindale había dicho de la sociología en general: que gracias
a la innegable habilidad de fundir una teoría organísmica con
una concepción positivista del método, «se presentó una ima­
gen de la sociedad que reclamaba respeto para su completud, su
inaccesibilidad y su integridad»13. Como dijo Mills, el trabajo
de Parsons «trata más de lo que se ha llamado tradicionalmente
“legitimaciones” que de cualesquiera instituciones»14. Un fiel
seguidor suyo remacha: «el funcionalismo sirvió para defender
sobre bases no tradicionales los ordenamientos sociales exis­
tentes, contra la crítica de que se basaban en el poder o la fuer­
za»15. Ciertamente, éste es uno de sus aspectos más criticables,
aunque, por otro lado, también uno de los que lo hicieron más
fructífero para el análisis del sistema social. Al funcionalismo
le viene como un guante la defensa que Hegel hacía de su siste­
ma filosófico, y más exactamente de su pretensión de que el Es­
tado prusiano era la razón realizada (es decir, de su apología del
presente). Advertía Hegel contra la tentación «edificante» de la
filosofía16 y contra la ingenua creencia de que el «mundo ético»
(la sociedad, pero en particular el Estado) estuviera «abandona­
do a la contingencia y a la arbitrariedad, abandonado de Dios»,
a la espera de que algún filósofo lo redimiera con la «piedra fi­
losofal»17 (o un sociólogo con la piedra sociológica). Sin em­
bargo, fue precisamente su deseo de buscar la función de lo
existente, o «lo racional» en «lo real», lo que proporcionó al
funcionalismo una enorme potencia explicativa frente al arbi-
trismo de los inicios de la sociología y frente a cualquier teoría

11 Radcliffe-Brown, 1952: 205.


12Rex, 1961: 75.
13Martindale, 1960: 529.
14Mills, 1959:45.
15 Gouldner, 1970: 120.
'«Hegel, 1807: 11.
17Hegel, 1821: 15-16.
ARMONÍA. CONTRADICCIÓN Y CO FLICTO 91

con pretensiones teleológicas, incluido el marxismo. Pero ésa


fue también su cruz, porque lo tomó virtualmente ciego al prin­
cipal motor del cambio social, el conflicto, y a la diversidad y,
complejidad del cambio mismo. 1
Incluso cuando ha querido incorporar a su análisis la realidad
del conflicto, el funcionalismo ha tenido enormes dificultades
para hacerlo y ha encontrado limitaciones que han resultado ser
insalvables para él. Un perfecto ejemplo de esto es la integración
intentada por Merton, para quien el conflicto puede surgir, pri­
mero, de la existencia de expectativas normativas contrapuestas
para un mismo papel; segundo, entre distintas posiciones ocupa­
das por un mismo individuo; tercero, de los diversos papeles
asociados a una misma posición; cuarto, de la existencia de va­
lores culturales contradictorios en una sociedad; quinto, en caso
de divergencia entre las aspiraciones legítimas y los medios dis­
ponibles para alcanzarlas; y, sexto, en las personas que han vivi­
do en dos o más sociedades o culturas18. Lo destacable de esta
enumeración no es que sea tan prolija, pues dista mucho de ser
exhaustiva, sino el hecho de que se trate una y otra vez de con­
flictos de papeles, es decir, de conflictos en el plano individual,
sin que en ningún momento se considere el conflicto entre gru­
pos o instituciones. Incluso la formulación más sistemática de la
posibilidad de conflictos mantiene al funcionalismo muy alejado
de otras comentes sociológicas. Así, según Merton, «para el pa­
radigma del análisis estructural es fundamental, no accidental,
que las estructuras sociales generan conflictos sociales por estar
diferenciadas»19. Pero esto y nada es exactamente lo mismo: las
estructuras sociales tienen que estar diferenciadas para poder ge­
nerar conflictos, pues no puede haber conflicto si no hay partes
susceptibles de entrar en él, pero ello no quiere decir que la dife­
renciación explique por sí misma el surgimiento del conflicto,
más allá de su posibilidad; es una condición necesaria, pero no
suficiente; o sea, una condición general, no una explicación par­
ticular. Sólo Coser ha llevado a cabo un intento realmente fructí­
fero, desde la perspectiva del funcionalismo, de estudiar el con­
flicto social, si bien presidido por la idea de m ostrar su

18Merton, 1976: 25.


19Merton, 1976: 150.
92 LA PERSPECTIVA SOCIOLOGICA

admisibilidad y su carácter funcional para el sistema, en particu­


lar para la adaptación de éste a un entorno cambiante20.
Para Marx y Weber, por el contrario, y en general para las co­
rrientes sociológicas posteriores que han arrancado de sus análi­
sis globales de la sociedad (no, claro está, para la «síntesis» par-
soniana, que recoge de Weber la teoría de la acción, el tema de
la racionalización y el papel central de la moral, fundamental­
mente, pero ignora la contraposición de intereses y el conflicto);
para todos ellos el conflicto es algo que resulta virtualmente ine­
vitable, como ya hemos apuntado, pero que se desenvuelve con
perspectivas muy distintas. O incluso, si se quiere, con una pers­
pectiva cerrada y determinada, en Marx, pero con una perspecti­
va abierta e indeterminada, o sin perspectiva alguna, en Weber.
Como es sobradamente conocido, el conflicto social se desen­
vuelve según Marx como lucha de clases, por un lado, y como
conflicto entre las fuerzas productivas y las relaciones de pro­
ducción, por otro. Salvo en el prospectivo futuro comunismo y
en el hipotético comunismo primitivo, «toda la historia de la so­
ciedad, hasta el día, es una historia de lucha de clases»21. Este
antagonismo, que para Marx sintetiza las sucesivas oposiciones
entre patricios y plebeyos, señores y siervos y burgueses y prole­
tarios, puede considerarse como la expresión práctica del con­
flicto entre la organización social y el desarrollo de las capacida­
des humanas y naturales, es decir, entre las relaciones de
producción imperantes y las fuerzas productivas que se desarro­
llan en su interior. «Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas
productoras de la sociedad entran en conflicto con las relaciones
de producción existentes [...]. De formas de desarrollo de las
fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en
trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución
social»22. La correspondencia de la lucha de clases, o de las cla­
ses en lucha, con el binomio fuerzas productivas-relaciones de
producción convierte la teoría marxiana del conflicto en una teo­
ría de la evolución y de la historia, la teoría de la lucha de clases
en el materialismo histórico: «Sin antagonismo, no hay progre-

20Coser, 1956.
21 Marx y Engels, 1848: 72.
22 Marx, 1859: 37.
ARMONÍA, CONTRADICCIÓN Y CONFLICTO 93

so»23. Hace de ella una teoría de la historia no sólo como inter­


pretación del pasado, sino también como predicción del futuro;
historicista, como diría Popper. Como señalara el propio Marx
en una carta a J. Weidemeyer, lo que él creyó descubrir no fue la
existencia de clases, ni su lucha, sino la relación de ésta con la
dirección de la historia: «Lo nuevo que aporté fue demostrar: 1)
que la existencia de las clases está vinculada únicamente a fases
particulares, históricas, del desarrollo de la producción; 2) que la
lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del prole­
tariado; 3) que esta misma dictadura sólo constituye la transi­
ción de la abolición de todas las clases y a una so iedad sin cla­
ses»24. Las tres afirmaciones apuntan a lo mismo: que las clases
y las luchas de clases desaparecerán.
Tan feliz final a una historia de milenios de lucha de clases
(desde la disolución del comunismo primitivo —como quien dice
desde la expulsión del paraíso—) requería alguna otra explica­
ción, pues ¿por qué no iba a ser seguida una sociedad de clases
por otra sociedad de clases? La respuesta a esto reside, para Marx,
en el especial carácter del proletariado, la clase oprimida del capi­
talismo. Por primera vez en la historia no se trata de una nueva
clase dominante, que pretende librarse de la anterior (como la bur­
guesía de la aristocracia) e imponer su poder sobre nuevas clases
dominadas. Para ello es necesario «que todos los defectos de la
sociedad se condensen en una clase»25, «una clase con cadenas ra­
dicales», «una clase de la sociedad civil que no sea una clase de la
sociedad civil, que no se encuentre en contradicción unilateral con
sus consecuencias sino en oposición omnilateral con las premisas
del Estado alemán, que sea, en una palabra, la pérdida del hom­
bre», «que no pueda emanciparse [del Estado] sin emanciparse en
el resto de las esferas de la sociedad y, simultáneamente, emanci­
parlas a todas ellas»26; «una clase condenada a soportar todos los
inconvenientes de la so iedad», «la clase [...] que expresa ya de
por sí la disolución de todas las clases»27. El proletariado y la re-

23 Marx, 1847: 100.


24 Marx. 1852b: 55.
25 Marx. 1844b: 113.
26 Marx, 1844b: 115.
27Marx y Engels, 1845: 81.
94 LA PERSPECTIVA SOCIOLOGICA

volución proletaria traerían la sociedad sin clases porque no opo­


nen una forma de poder o desigualdad a otra (como la burguesía
opuso la propiedad absoluta e incondicional a la propiedad feudal
condicional, o la compraventa de la fuerza de trabajo a la servi­
dumbre). Se comprende que, después de la experiencia de la revo­
lución soviética, sobre todo a partir de la década de los treinta, se
hayan producido nuevas elaboraciones teóricas, dentro del mar­
xismo, con el objeto de mantener el carácter télico de la historia al
precio de revisar la secuencia marxiana e introducir una o más
nuevas etapas entre el capitalismo y el comunismo: socialismo,
colectivismo burocrático, estatismo, etc. (por ejemplo, las teorías
de Rizzi, Bumham, etc., o, más recientemente, Roemer y Wright,
pero no es posible ocupamos de ese tema ahora.)
Otro aspecto esencial de la teoría marxiana del conflicto es
que, para mantener la certidumbre de que se resolverá de un mo­
do determinado y sólo de ese modo, Marx se ve llevado a redu­
cir todos los demás conflictos a la lucha de clases, entendida co­
mo lucha en tomo a la propiedad de los medios de producción, o
a ignorarlos. Por un lado, a Marx le resultó fácil extrapolar la ló­
gica del mercado, tal como ya había sido sistematizada por la
economía clásica, hasta imaginar una sociedad enteramente cu­
bierta por el capitalismo, con una propiedad altamente concen­
trada y una inmensa masa proletarizada. De ahí la manera en
que el marxismo casi ha venido celebrando la disminución nu­
mérica de la pequeña burguesía, cuya desaparición ha vaticinado
una y otra vez, la proletarización de mujeres y niños por la revo­
lución industrial, la asalarización de las profesiones, la «frag­
mentación» de la actividad científica y técnica, etc. «Hoy, toda
la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en
dos grandes campos enemigos, en dos clases antagónicas: la
burguesía y el proletariado»28. Otras dimensiones de la desigual­
dad y el conflicto en el centro del mismísimo modo de produc­
ción capitalista industrial, como la autoridad en las empresas o
la cualificación de la fuerza de trabajo, fueron simplemente re­
ducidas por entero a la lógica del capital: los directivos, cuadros,
supervisores, etc., serían invariablemente considerados como
simples agentes del capital; los profesionales, técnicos y trabaja-

28Marx y Engels, 1848: 73.


ARMONÍA, CONTRADICCIÓN Y CONFLICTO 95
v
dores cualificados, como capas en proceso de proletarización29.
Y más expeditivo aún fue Marx con divisorias como las de géne­
ro y étnicas. Respecto de la primera, ya se sabe cómo intentó
convencer a la señora Kugelmann, incorporada al movimiento
sufragista, de que «las mujeres alemanas deberían comenzar por
impulsar a sus maridos a emanciparse ellos mismos»30. En cuan­
to a la cuestión étnica, Marx ni siquiera la consideró en sus di­
mensiones raciales o religiosas sino como un epifenómeno de la
lucha de clases, y su distanciamiento en relación a la cuestión
nacional quedó bien patente en el lema de la I Internacional y en
la afirmación según la cual «los trabajadores no tienen patria»31,
y en su incomodidad con los movimientos nacionalistas irlandés
y polaco. La idea de la determinación de la «superestructura», o
de las relaciones jurídicas, políticas e ideológicas, por la «base»
o «infraestructura», esto es, por las fuerzas productivas y las re­
laciones de producción, vale decir por las relaciones económi­
cas, sirve, a estos efectos, al mismo fin reduccionista. Puesto
que la superestructura no es más que un reflejo de la base, los
conflictos que la tienen por escenario carecen de una realidad
autónoma, son epif enómenos de la realidad económica (y siguen
siéndolo aun cuando se les reconozca una «autonomía relativa»,
o se los someta a una sobredeterminación o una determinación
sólo «en última instancia», o incluso puedan alcanzar el lugar de
instancias dominantes aunque nunca determinantes). La razón
de este inmenso esfuerzo reduccionista es que, reduciendo la rea­
lidad a un plano unitario, puede encajarse dentro del esquema
hegeliano de la contradicción, mediante dualismos a los que se
presta especialmente el campo de lo económico: valor de uso y
valor de cambio, trabajo concreto y trabajo abstracto, trabajo y
capital, proletariado y burguesía, unilateralidad y universalidad,
circulación y producción, etc. Así puede mantenerse el esquema
de la dialéctica, la ruptura de la unidad originaria de la realidad
en polos diferentes, que cobran una existencia separada, y que
claman por el restablecimiento de la unidad perdida. Por ejem­
plo, el paso del trueque al mercado, al cambio por dinero, como

29Como ejemplos, respectivamente, Poulantzas, 1974, y Braverman, 1974.


30 Marx, 1868: 119.
31 Marx y Engels, 1848: 92.
96 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

«antítesis de venta y compra» que «escinde» la «unidad intema»


de aquél en las «antítesis externas» de éste, etc32. La teoría eco­
nómica abstracta y la dialéctica hegeliana, adecuadamente com­
binadas, sirvieron a Marx para construir el materialismo históri­
co —en realidad, una interpretación aplicable únicamente,
incluso dentro de la propia teoría marxista, a la sociedad capita­
lista—, por el cual la sociedad se desgarra y polariza en su con­
tradicción (una única contradicción) hasta que el estallido inevi­
table y final de ésta, tras no importa qué curvas de la historia,
sirve para alumbrar el nuevo orden social. En este esquema diá-
dico, bipolar, de la «contradicción» no podían caber ni las figu­
ras intermedias (clases medias que se extinguen, posiciones in­
termedias que han de alinearse con alguno de los extremos), ni
los conflictos paralelos (que deberán reducirse a la «contradic­
ción principal», como la llamaría luego Mao33, o resignarse a ser
aparcados hasta después del gran día), ni las configuraciones en
sí mismas pluralistas e inasimilables por ello a esquemas dicotó-
micos (como las desigualdades o los conflictos étnicos).
A través de autores como Parsons, Bendix y otros sociólogos
norteamericanos, o asimilados, Weber llegó a ser en gran media
y durante mucho tiempo contemplado como «el Marx de la bur­
guesía», como la pura y simple inversión, punto por punto, de
Marx. Esta contraposición fue aceptada desde la sociología mar­
xista, con la peculiaridad de que Weber era el autor más perjudi­
cado por ella, ya que la comparación y el debate implícito entre
ambas figuras, revivido por sus seguidores, tendía a condensarse
en tomo a unos pocos puntos, más o menos simplificados, con
daño para la obra de ambos pero sobre todo para quien más
acento puso en la multiplicidad y la complejidad, y en la no re-
ductibilidad, de la estructura social. Así, las obras de Marx y
Weber se vieron confrontadas en tomo a unos cuantos temas es­
pecialmente polémicos: los factores religiosos y los económicos
en la transición a la sociedad moderna, necesidad o contingencia
en la acción de los grupos sociales, formación de las clases en la
producción o en el mercado, clase social o estamento/grupo de
status, denuncia del capitalismo o de la burocratización, explota-

32 Marx, 1867:1/1, 138, 139.


33 Mao. 1937.
ARMONÍA, CONTRADICCIÓN Y CONFLICTO 97
V

ción o dominación, «praxis» como «actividad crítico-revolucio­


naria» o estricta delimitación de ciencia y política, etc.,Una de
estas dicotomías opondría frente a Marx, el teórico del cónflicto,
a Weber como el teórico del consenso y de las formas de domi­
nación legítima. Sin embargo, y a pesar de que a él se debe en
verdad un análisis todavía inigualado de la legitimidad, un tema
que sin duda ha sido uno de los principales agujeros de la socio­
logía marxista (el marxismo hubo de esperar hasta la recupera­
ción tardía de Gramsci, en la década de los setenta, para hacerse
cargo de la problemática del consenso y la «hegemonía», y pue­
de decirse que la función principal de Gramsci ha sido esa: ha­
cer digerible para el marxismo la realidad de la legitimidad y el
consenso), Weber no trató en ningún momento de negar la exis­
tencia de conflictos en la sociedad. Bien al contrario, su empeño
fue mostrar su multiplicidad negándose a reducirla a un conflic­
to matriz, «madre de todas las batallas», lo cual le llevó a seña­
lar motivos de lucha y escenarios de conflictos de intereses que
Marx apenas imaginó que existieran, o que soslayó con incomo­
didad, y que el marxismo posterior redujo casi invariablemente a
derivaciones del conflicto principal: la lucha entre el capital y el
trabajo. «Debe entenderse que una relación social es de lucha
cuando la acción se orienta por el propósito de imponer la pro­
pia voluntad contra la resistencia de la otra u otras partes»34.
Bajo una definición tan amplia habría de entrar tanto la lucha
violenta (huelga, guerra, revolución...) como la pacífica (com­
petencia) o la latente (selección social o biológica). No voy a in­
tentar sistematizar aquí la teoría weberiana del conflicto social,
o de los f actores de conflicto social. El propio Weber no supo o
no tuvo tiempo de hacerlo, de manera que algunas de sus cate­
gorías encajan mal entre sí (por ejemplo, las formas de cierre so­
cial, o las de comunidad), y yo he intentado otra sistematización
distinta en otro lugar35. Me limitaré a mostrar cómo, frente al
deseo marxiano de centrar toda la dinámica social en tomo a una
contradicción única y omnipresente, en una lógica centrípeta y
reduccionista, el análisis de Weber obedece exactamente al im­
pulso contrario, a una lógica centrífuga —o, mejor dicho, sin

« Weber, 1922:1, 31.


35 Enguita, 1993. 1997a, 1997b, 1997c. 1997d.
98 LA PERSPECTIVA SOCIOLOGICA

centro— y pluralista que equipara, multiplica y descompone una


y otra vez las formas de conflicto.
En primer lugar, Weber descompuso la pugna por las ventajas
sociales deseables en tres dimensiones diferentes: «Los f enóme­
nos de distribución del poder dentro de una comunidad están re­
presentados por las “clases”, los “estamentos” y los “parti­
dos”»36. La clase se refiere a las formas de obtención de bienes,
de lucro, de propiedad, la posición en el mercado; el estamento,
en cambio, remite al modo de vida, el consumo, el honor; el par­
tido, a su tumo, lo hace a la distribución del poder, la influencia
sobre la acción comunitaria. «En tanto que las “clases” tienen su
verdadero suelo patrio en el “orden económico” y los “estamen­
tos” lo tienen en el “orden social”, [...] los partidos se mueven
primariamente dentro de la esfera del “poder”»37. Dejó abierta la
cuestión de qué relaciones pudieran existir entre estos tres órde­
nes del conflicto, sin entrar a discutir la casuística posible pero
tomándose el trabajo de señalar que podrían ser muy variadas.
Así, por ejemplo, al señalar «de un modo muy general, que cier­
ta (relativa) estabilidad de los fundamentos de la adquisición lo
favorece [el predominio de la situación estamental], en tanto que
todo trastorno y toda sacudida técnico-económica lo amenaza,
colocando en primer plano a la “situación de clase”»38. Los par­
tidos, por otro lado, no podrían reducirse a simple expresión de
las clases o los estamentos en la lucha por el poder: «En algún
caso especial pueden representar intereses condicionados por la
situación clasista o estamental y reclutar a sus secuaces de
acuerdo con ellos. Pero no necesitan ser puros “partidos de cla­
se” o “estamentales”; casi siempre lo son sólo en parte y con fre­
cuencia no lo son en absoluto»39. Hoy se discute extensamente
la relación entre los grupos constituidos alrededor del modo de
vida y los formados en tomo a la posición en las relaciones de
producción, y en lo que concierne a los primeros probablemente
se otorga menos importancia al honor y más al prestigio, etc.;
por otra parte, la composición clasista o estamental de los parti-

36Weber, 1922: II, 683.


37 Weber, 1922:11, 693.
38 Weber, 1922: II, 693
39 Weber, 1922: II, 693.
ARMONÍA, CONTRADICCIÓN Y CONFLICTO 99

dos puede ser relativamente homogénea en algunas sociedades


al tiempo que enteramente heterogénea en otras. Pero é§te no es
el lugar para retomar ese debate. Lo que importa ahqra es el
contraste entre la pluralidad y la incertidumbre señaladas por
Weber y el reduccionismo marxiano. En la perspectiva marxista,
el partido es siempre o casi siempre un partido de clase: bur­
gués, proletario, de los terratenientes, etc. Una clase no tiene por
qué tener un solo partido, pero un partido corresponde siempre o
casi siempre a una clase y solamente a una. Si no es así, se pre­
senta como una tarea casi hercúlea explicar la excepción: parti­
dos o entes políticos «bonapartistas» que se sitúan aparentemen­
te por encima de las clases, o más bien de sus pretensiones
inmediatas (Luis Bonaparte según Marx, el estalinismo según
Trotski, los regímenes populistas de los países subdesarrollados
según el marxismo «no vulgar», etc.); o partidos que tienen su
base en una clase social pero practican una política al servicio
de los intereses de otra (la socialdemocracia «reformista», los
«agentes burgueses en el seno del proletariado», el «socialfascis-
mo», etc.). En cuanto al estamento, o su versión menos decimo­
nónica, el grupo de status, desde el punto de vista marxista no
podría ser sino una manifestación puramente aparente, epifeno-
ménica, de la clase misma, una forma de falsa conciencia o
una división dentro de la clase, un «estrato», «capa» o «fracción
de clase».
En segundo lugar, si Marx había centrado la división económi­
ca de la sociedad en tomo a un criterio único o axial, la propiedad
o no propiedad (o, si se prefiere, la posesión o no posesión) de
medios de producción, Weber lo consideró simplemente como un
criterio entre otros. La divisoria marxiana podría considerarse in­
distintamente tomando por escenario el mercado o la empresa, o
sea, la circulación o la producción, y las figuras enfrentadas apa­
recerían respectivamente como poseedores y no poseedores de
medios de producción o como capitalistas y asalariados, configu­
rándose entonces el mercado como mercado de la fuerza de traba­
jo. En realidad, no hay una correspondencia completa entre las
dos esferas, pues, por un lado, los poseedores y no poseedores de
medios de producción pueden enfrentarse como tales en el merca­
do sin entrar en una relación de compraventa de fuerza de trabajo,
alquilándose el capital en lugar del trabajo; y, por otro, los no po­
seedores de medios de producción que tampoco llegan a vender su
100 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

fuerza de trabajo (a pesar de que tienen que hacerlo por no poseer


medios de producción, y de que no pueden aprovecharla por sí
mismos por el mismo motivo) son inexistentes o resultan invisi­
bles desde la perspectiva de la esfera de la producción, ya que no
llegan a entrar en ella. No obstante lo cual la sociología marxista
de las clases sociales ha insistido hasta la saciedad en que su pers­
pectiva era y debía ser la de la producción, mientras que la webe-
riana era y no podía ser más que la del mercado, sin duda alentada
por algunas máximas marxianas como que la circulación no es
más que «un intercambio de equivalentes»40 o, peor aún, «una ne­
bulosa tras la cual se esconde un mundo entero, el mundo de los
nexos del capital»41. Para Weber, en cambio, la producción y la
circulación no son simplemente las dos caras de una misma mo­
neda, ni mucho menos la cara mala y la cara buena, la esencia y la
apariencia o el fondo y la superficie. La organización productiva,
o la empresa, y el mercado como mecanismo de circulación son
dos formas diferentes, equiparables aunque no iguales, de domi­
nación. Weber fue particularmente explícito y hasta enfático a este
respecto, y ésta es precisamente, aunque de pasada, una de sus
mejores aportaciones al análisis del conflicto social dada su re­
ducción a la «relación de capital» por el marxismo: «la domina­
ción mediante una constelación de intereses (especialmente me­
diante situaciones de monopolio)», cuyo «tipo más puro» es «el
dominio monopolizador de un mercado», que se basa «principal­
mente en las influencias que, a causa de cualquier posesión (o de
los precios fijados en el mercado), se ejercen sobre el tráfico for­
malmente “libre” de los dominados, que se inspiran en su propio
interés»42. Weber, pues, equipara el mercado a la producción y lo
sitúa a su lado no como una sombra, sino como otro escenario po­
sible de relaciones de dominación con efectos económicos. En
cuanto a la propiedad como tal, y más concretamente la propiedad
privada, Weber se esfuerza incluso por indicar que no es sino una
entre otras formas posibles de «cierre» o monopolio de oportuni­
dades (Chancen)43 (en realidad, puede considerarse que lo que

40Marx, 1867:1/1, 193.


41Marx, 1857: n , 153.
42 Weber, 1922: n, 696.
43 Weber, 1922:1, 35, 276 ss.
ARMONÍA. CONTRADICCIÓN Y CONFLICTO 101
%

Weber llama «cierre» no son sino distintas formas de propiedad,


más allá de la privada y absoluta, pero en ello se muestra-una vez
más su voluntad de diversificar los escenarios y las modalidades
del conflicto).
Tanto el mercado como la organización, por lo demás, no se­
rían sino dos formas de «sociedad» (una relación social en la
que la acción se inspira en los intereses) a las que habría que
añadir la «unión racionalmente motivada de los que comulgan
en una misma creencia», que también puede ser escenario de re­
laciones de dominación (hierocrática44, si nos atenemos al ejem­
plo proporcionado por Weber, la secta racional, o burocrática, si
incluimos los partidos y recordamos su adhesión al análisis de
Michels)45 y, por consiguiente, de conflicto Y, junto a las for­
mas de «sociedad», quedarían todavía por considerar las formas
de «comunidad» (relación social en la que la acción se inspira
en el sentimiento subjetivo de constituir un todo), entre ellas la
nacional, la familiar y otras, pero basten las dos expresamente
citadas para permitimos recordar que el estado es el escenario de
la lucha por el poder y que «la asociación doméstica constituye
la célula reproductora de las relaciones tradicionales de domi­
nio»46. Aunque Weber señalara de manera especial, para algunas
de estas configuraciones, su carácter de escenarios de colabo­
íí ración, sentimiento subjetivo de adhesión, etc., no se le escapó
ni dejó de subrayar en ningún momento que también eran esce­
narios de dominación y de lucha: «La comunidad es normalmen­
te por su sentido la contraposición radical de la “lucha”. Esto no
debe, sin embargo, engañamos sobre el hecho completamente
normal de que aun en las comunidades más íntimas haya presio­
nes violentas de toda suerte [...]. Por otro lado, las “sociedades”
son con frecuencia únicamente meros compromisos entre intere­
ses en pugna, los cuales sólo descartan (o pretenden hacerlo)
una parte de los objetivos o medios de la lucha, pero dejando en
pie la contraposición de intereses misma y la competencia por
las distintas probabilidades. Lucha y comunidad son conceptos
relativos; la lucha se conforma de modo muy diverso, según los

44 Weber. 1922:1.44-45.
-í| 45Michels, 1914.
46 Weber, 1922: II, 710.

I
102 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

medios (violentos o “pacíficos”) y los mayores o menores mira­


mientos en su aplicación»47.
En tercer lugar, debe recordarse lo muy distintas que resultan las
concepciones de las clases sociales de Marx y Weber. Una vez más,
no se trata aquí de discutir propiamente el contenido de sus teorías
al respecto, sino tan sólo de señalar la visión pluralista del conflicto
que sustenta Weber. Para Marx, la multiplicidad de las clases socia­
les tiende a resolverse en la polarización de la sociedad en dos cla­
ses, burguesía y proletariado, configuradas en tomo al pivote de su
relación con los medios de producción y llamadas a enfrentarse en
un proceso que va desde su formación puramente objetiva, pasando
por su toma de conciencia subjetiva hasta su desaparición en un or­
den social superior, no clasista. Para Weber, primero, no hay un cri­
terio por el que se distinguen las clases, sino dos: «las diferencias
de propiedad» y «las probabilidades de la valoración de bienes y
servicios en el mercado»48, que dan lugar, respectivamente, a las
clases propietarias y las clases lucrativas, o adquisitivas. Weber dis­
tingue —y ello en unos apretados pasajes cuya concisión parece su­
gerir que no habría problema en subdividir o añadir otras catego­
rías— dieciocho clases propietarias (o no propietarias, es decir,
definidas por su relación con la propiedad, pero positiva o negativa­
mente privilegiadas en ella) y trece clases lucrativas. Los criterios,
además, se cruzan, de manera que no todo el que pertenece a una
clase propietaria pertenece a una clase lucrativa, ni viceversa, pero
algunos pertenecen a una clase lucrativa y a una clase propietaria;
por si fuera poco, el carácter positiva o negativamente privilegiado
en una dimensión no tiene porque repetirse en la otra, de modo que,
por ejemplo, parte de las clases propietarias «medias» son clases lu­
crativas positivamente privilegiadas unas y negativamente privile­
giadas las otras. Esto implicaría, en términos de potenciales conflic­
tos, al menos tres cosas: que una parte de la sociedad estaría
implicada en el conflicto en tomo a la propiedad pero sería ajena al
conflicto en tomo al mercado (lucro), que otra parte estaría en la si­
tuación simétricamente inversa, y que ocupar una posición domi­
nante o dominada en el escenario de uno de esos conflictos no im­
plica ocupar la correspondiente en el otro, pudiendo ser también la

47 Weber, 1922:1, 34.


48 Weber, 1922:1,242.
ARMONÍA, CONTRADICCIÓN Y CONFLICTO 103

contraria. Añádase a esto que, en lugar de suponer que una clase


objetiva (un agregado de individuos definidos por su relación con la
producción o por otro criterio clasificatorio equiparable) da siempre
lugar, antes o después y de un modo u otro, a una clase subjetiva
(un actor social), con conciencia de sí, de sus intereses dentro del
orden social existente y tal vez de la conveniencia de sustituirlo por
otro distinto, Weber no cree que de lo primero se siga lo segundo.
La clase, «grupo humano que se encuentra en una igual situación de
clase» —o sea, grupo objetivo en el sentido antes mencionado—,
no tiene por qué ser una clase social, «totalidad de aquellas situa­
ciones de clase entre las cuales un intercambio a) personal [y] b) en
la sucesión de las generaciones es fácil y suele ocurrir de modo típi­
co»49; las clases sociales se corresponden con algunas clases a se­
cas, o engloban a varias de ellas, pero hay clases que ni dan lugar
por sí mismas ni se integran con otras en clases sociales. Tampoco,
ni mucho menos, tienen las diferencias de clase por qué traducirse
necesariamente en conflictos irreductibles: «La articulación de las
clases propietarias [...] no conduce necesariamente a luchas de clase
y a revoluciones de clase»50, afirmación que, presumiblemente, We­
ber consideraría generalizable a las clases lucrativas, aunque no lle­
ga a expresarlo así en sus escritos. Por último, y aunque ya no nos
detendremos en esto, hay que recordar que Weber consideró
muy específicamente, si bien con cierto grado de confusión y
con una patente incomodidad ante conceptos que se le escurrían
entre las manos, otros grupos sociales capaces de intervenir co­
mo tales en conflictos de intereses, en concreto grupos de carác­
ter comunitario como la comunidad vecinal51, la raza52, la etnia53
y la nacionalidad o nación54, todos los cuales han pasado hoy al
primer plano del análisis sociológico de los conflictos sociales,
en muchos casos (en general, en Europa) tras la larga travesía
del desierto favorecida, entre otros factores, por el reduccionis-
mo marxista.

49 Weber, 1922:1, 242.


so Weber, 1922:1, 243.
51Weber, 1922:1, 293.
52Weber, 1922:1, 34,315-316.
53Weber, 1922: I, 318ss„ 689.
54 Weber, 1922: I, 324, 327, y II, 662.
6. SUJETO, OBJETO Y REFLEXIVIDAD

Toda actividad humana, sea práctica, simbólica o incluso


imaginaria, es acción de alguien sobre algo o alguien, incluido
sobre sí mismo. En ella pueden distinguirse, pues, en todo caso a
efectos analíticos y en muchas circunstancias a efectos pragmá­
ticos, sujeto y objeto. La sociología, como conocimiento de la
sociedad, no escapa a esta característica, y en ella podemos dis­
cernir como figuras separadas al sujeto que conoce, el sociólogo,
y el objeto conocido, la sociedad. Puesto que el sociólogo es a
su vez parte de la sociedad, es decir, puesto que el sujeto es par­
te del objeto, la sociología puede verse como un proceso por el
cual la sociedad se observa, se analiza y trata de comprenderse a
sí misma. «Un sociólogo es un dispositivo de reflexividad. A
través de él la sociedad reflexiona sobre sí»1. Por supuesto, no es
el único método del que se sirve para hacerlo, pues también
cuenta con el sentido común y con otras ciencias sociales, pero
la sociología se diferencia del primero por su carácter sistemáti­
co y su procedimiento científico y de las últimas por su carácter
globalista, lo cual la convierte en el medio principal o, al menos,
más extensivo de reflexividad de la sociedad12. La reflexividad
así entendida, como reflexión sobre sí, no es, sin embargo, una
característica distintiva ni exclusiva de la sociología ni de la so­
ciedad, puesto que el pensamiento en su conjunto, y la ciencia
en su conjunto, pueden considerarse, al mismo título, como for­
mas de reflexividad de la vida, la naturaleza o la materia. La di­
ferencia estriba en que el objeto de la sociología (y de las cien­
cias sociales y humanas), la sociedad (o la acción social, los
actores sociales, etc.), puede descomponerse también, a su tur-

1Ibáñez, 1985: 3.
2 Giddens, 1987: 21.

[105]
106 LA PERSPECTIVA SOCIOLOGICA

no, en sujeto y objeto de la acción reflexiva, mientras que el ob­


jeto de las ciencias naturales ya no puede ser sometido a una
descomposición ulterior, porque es pura materia (incluso si se
trata de materia viva). Esto modifica a su vez la relación global
sujeto-objeto primeramente considerada, es decir, la relación en­
tre la sociología como ciencia y la sociedad como objeto de co­
nocimiento.
La sociedad es a la vez sujeto y objeto del pensamiento y de
la acción porque se piensa o, al menos, se representa a sí misma.
Tanto da, a estos simples efectos, que lo veamos en la perspecti­
va de la acción, como conducta con sentido; del individuo, como
actor y, a la vez, autor de sus actos; o de la colectividad, como
sociedad y cultura. La condición doble de esta separabilidad re­
side en el lenguaje y el trabajo, que permiten, como vimos en su
momento, objetivar la conducta y, con ello, subjetivar el pensa­
miento, si bien esto no debe llevamos a olvidar que una y otro,
la conducta y el pensamiento, son dos facetas de una misma rea­
lidad: «Pensar y ser están, pues, diferenciados y, al mismo tiem­
po, en unidad el uno con el otro»3. Esta diferenciación abre la
posibilidad de que la conducta y su representación no coincidan,
es decir, de que aquélla no responda adecuadamente a ésta o que
ésta no refleje fielmente a aquélla. Entonces se plantea el pro­
blema de la relación entre la «apariencia» y la mal llamada «rea­
lidad» (mal llamada por cuanto que la apariencia es parte de la
realidad). Sea designándola como «idola» (Bacon)4,«ideología»
(Marx)5, «preconceptos» (Durkheim)6, «racionalizaciones»
(Freud)7, «motivos pretextados» (Weber)8, «modelos heteróno-
mos» (Elias)9 o de cualquier otra forma, la sociología ha señala­
do una y otra vez que la apariencia vela o puede velar la realidad
para el actor social, sujeto-objeto del conocimiento. «Si el mun­
do sólo fuera apariencia no habría posibilidad de mejor sociolo-

3Marx, 1844: 147.


4Bacon, 1620, XLIII.
5 Marx y Engels, 1845, pássim.
6Durkheim, 1895: 66.
7 Jones, 1971.
8Weber, 1922:1,9-10.
9 Elias, 1970: 19.
SUJETO, OBJETO Y REFLEXIVIDAD 107
v.

gía que el sentido común»101, dice Pérez-Agote. También podría


decirse lo mismo si el mundo sólo fuera «esencia». O, mejor
aún: si el mundo sólo fuera esencia no habría mejor seiitido co­
mún que la sociología. O bien: si esencia y apariencia'sociales
fuesen una misma cosa, sociología y sentido común también lo
serían... momento en que ya debe resultar evidente la confusión
entre la relación sujeto-objeto dentro del sujeto, o sea, aquí, en
la actividad de conocer, y la relación sujeto-objeto dentro del
objeto, o sea, en la sociedad. La «apariencia» es distinta de la
«esencia», si se nos permite esta taquigrafía de resonancias me­
tafísicas, en cualquier esfera de la realidad: lo mismo puede tra­
tarse de la astronomía (el Sol girando alrededor de la Tierra o la
Tierra alrededor del Sol), de la química (las aleaciones como
nuevos elementos o como mezclas), de la biología (la reproduc­
ción humana como asexual o sexual) o de cualquier otra ciencia
natural, que de la economía (la moneda como dinero o como
medio de pago), la antropología (el potlach como dispendio irra­
cional o como seguro de la comunidad y afirmación de la jerar­
quía), la sociología (la educación como actividad mayéutica o
como proceso de socialización) o cualquier otra ciencia social.
La diferencia no está en el binomio apariencia-«esencia» en sí,
sino en que, en el caso de las ciencias sociales y sólo en él, ese
binomio se reproduce dentro de la «esencia», o dentro de la «rea­
lidad». El Sol y los planetas, el cloro y el sodio, los espermato­
zoides y los óvulos no tienen opiniones sobre sus relaciones mu­
tuas, luego no pueden verse influidos por ellas; los compradores
y los vendedores, los ricos y los pobres de la tribu, los empresa­
rios y los asalariados, en cambio, sí que las tienen, y de ellas
depende en parte su conducta: «la naturaleza no leyó a Darwin
pero la sociedad sí leyó Marx»11. Pero la inexistencia de una
«apariencia» que medie la acción de los cuerpos astrales, los
elementos químicos o las células sexuales no hace que el sentido
común coincida con la ciencia. La diferencia entre la naturaleza
y la sociedad es que en el interior de la primera no hay dualidad
sujeto-objeto, pues ésta sólo aparece cuando alcanzamos el nivel
psicosocial. Pero si, en lugar de las realidades natural y social,

10Pérez-Agote, 1989: 159.


11 Lamo de Espinosa, 1990: 38.
108 LA PERSPECTIVA SOCIOLOGICA

comparamos las ciencias naturales y las ciencias sociales, enton­


ces ambas pueden ser concebidas como relaciones sujeto-objeto,
pues en ambos casos hay un sujeto que conoce y un objeto de
conocimiento, aunque sólo el objeto de las ciencias sociales se
vuelve a desdoblar como sujeto y objeto para sí mismo. (El suje­
to se desdobla en ambos casos, pero sobre esto volveremos lue­
go.) El binomio [sujeto]-[objeto] que se da en todo proceso de
conocimiento se despliega, para las ciencias naturales, como
[sujeto (sujeto-objeto)]-[objeto] y, para las ciencias sociales, co­
mo [sujeto (sujeto-objeto)]-[objeto (sujeto-objeto)]. El segundo
paréntesis, relación interna dentro del segundo término de la re­
lación sociología-sociedad, es lo que distingue especialmente a
la sociedad como realidad reflexiva y a la sociología como cien­
cia reflexiva.
Esta diferencia está preñada de consecuencias, pero en primer
lugar debemos señalar una: el científico natural tiene que apartar
la apariencia y explicar la realidad; el sociólogo tiene que sepa­
rar la apariencia, volver a integrarla en la realidad y explicar am­
bas12. Como el científico natural, el científico social debe evitar
tomar la apariencia por la realidad, pero, puesto que hay dos su­
jetos: el sociólogo que investiga y el actor consciente, también
hay dos apariencias: la forma en que la conducta del actor apare­
ce para el observador y la forma en que aparece para el actor
mismo. (O tres, pues, «se ha dicho que cada uno es tres perso­
nas: lo que piensa que es, lo que los otros piensan que es, y lo
que él piensa que otros piensan que es. La cuarta —lo que real­
mente es— es desconocida; posiblemente no existe»13. O sea,
que a las dos apariencias citadas hay que sumar la apariencia de
la apariencia, lo que el sociólogo cree que el actor cree sobre su
conducta; pero aquí y de momento nos conformaremos con
aquellas dos.) La primera, la apariencia de la conducta ante el
investigador, genera un problema de técnicas de observación; la
segunda, la apariencia de la conducta ante el actor o ante los
otros actores, un problema, para el sociólogo, de interpretación.
El sociólogo suele ser (aunque no siempre) perfectamente cons­
ciente de que existe la primera. «El inconveniente radica en que

12 Beltrán, 1991: cap. I.


13 Frank Jones, apud Gerth y Mills, 1954: 101-102.
SUJETO, OBJETO Y REFLEXIVIDAD 109
v
el sociólogo interpreta teóricamente la conducta de seres huma­
nos que, a su vez, realizan continuamente interpretaciones teóri­
cas de sus conductas recíprocas. [...] El peligro reside»en que el
sociólogo tome como prueba de la existencia de una relación so­
cial la creencia que observa en los actores»14. Pero, al mismo
tiempo, el sociólogo no puede permitirse desechar simplemente
esta apariencia, esta autopercepción del objeto como sujeto,
pues ella también forma parte de la realidad que estudia. «La
ciencia social no sólo debe, como pretende el objetivismo, rom­
per con la experiencia indígena y la representación indígena de
esta experiencia; necesita además, por medio de una segunda
ruptura, poner en cuestión los presupuestos inherentes a la posi­
ción del observador “objetivo” que, atado a interpretar las prácti­
cas, tiende a importar al interior del objeto los principios de su
relación con el objeto»15.
La falta de reconocimiento de la dualidad sujeto-objeto en la
actividad sociológica, o sea, en la relación entre la sociología y
la sociedad, o en el interior de cualquiera de sus términos, es de­
cir, en el interior de la sociología o en el interior de la sociedad,
provoca diversas deformaciones unilaterales de la actividad so­
ciológica. La primera de ellas y la más común es el empirismo,
que ignora o trata de ignorar el primer término de la relación.
Según Castells e Ipola, la eliminación alternativa del sujeto o del
objeto da lugar al empirismo o al formalismo. «El empirismo es
aquella representación de la práctica científica que, presuponien­
do que el conocimiento está contenido en los hechos, concluye
que lo propio de la investigación científica es limitarse a com­
probarlos, reunirlos y sintetizarlos [,..]»16. Todo el esfuerzo que
dedica al refinamiento de las técnicas no tiene otra finalidad que
la evacuación total del sujeto del proceso de conocimiento e in­
vestigación. Pero — debemos añadir— una vez eliminado el su­
jeto-sociólogo, la misma unilateralidad se traslada al interior del
objeto, sea la sociedad, el actor o la acción. Cuando se prescin­
de, en esa relación dentro de la relación, del sujeto; es decir,
cuando se prescinde de la cultura, de la voluntad o del sentido,

Rex, 1961: 53.


l5Bourdieu, 1980: 46.
16Castells e Ipola, 1973: 168.
110 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

es cuando el investigador se queda o cree quedarse propiamente


con los «hechos», a la manera antes descrita. El empirismo se
manifiesta entonces como facticismo. Pero es posible también
un empirismo que trate de reducir la dualidad del objeto-socie­
dad en sentido contrario, prescindiendo de su carácter objetivo,
para contemplarla sólo como sujeto, como mera representación:
es el caso de la sociología fenomenológica (en un sentido am­
plio: sociología humanista17, etnometodología18, dramaturgia)19.
«Lo que podemos etiquetar ampliamente como “etnometodolo­
gía” puede caracterizarse como una forma de empirismo radical
que se niega a aceptar las pretensiones por parte de las abstrac­
ciones teóricas y los métodos de investigación dominantes de al­
canzar algo que podamos llamar “realidad”»20. Es el fenomeno-
logismo.
«Los obstáculos a la cultura científica» —dice Bachelard—
«se presentan siempre por pares» (como las desgracias y la guar­
dia civil), tanto que «podría hablarse de una ley psicológica de la
bipolaridad de los errores»21. El error opuesto al empirismo es,
claro está, el del idealismo o el teoricismo, que algunos autores
llaman formalismo. Si el empirismo intenta ignorar al sujeto de
la relación de conocimiento, el teoricismo se permite prescindir
del objeto. «Allí donde el empirismo soslaya el momento especí­
fico de la construcción teórica, el formalismo [el teoricismo, en
nuestra terminología] tiende a eliminar, o en todo caso a subordi­
nar, el proceso de producción efectiva (construcción + demostra­
ción) del conocimiento de hechos y coyunturas reales»22. Pero el
sujeto del primer binomio sujeto-objeto, como ya se dijo, puede a
su vez desdoblarse de la misma manera. El sociólogo, sujeto cog-
noscente de la primera relación, puede contemplarse meramente
como tal o convertirse en objeto de conocimiento para la sociolo­
gía misma. Lo primero nos mantiene en el problema de la validez
del conocimiento, y de ello se ocupa la epistemología; lo segun-

l7Schutz, 1959.
18 Garfínkel, 1967.
19Goffman, 1956.
20 Collins, 1975: 7-8.
21 Bachelard. 1938: 23.
22 Castells e Ipola, 1973: 175-176.
SUJETO, OBJETO Y REFLEXIVIDAD 111
\
do nos lleva a la cuestión de su génesis, y es cuando entra enjue­
go la sociología de la sociología, o la sociología del conocimien­
to aplicada al conocimiento de la sociología. La pertinéncia de la
epistemología no necesita ser subrayada en el contexto de una
discusión sobre la sociología, pero la de la sociología de la socio­
logía sí, pues todavía hoy son válidas observaciones que cuentan
ya con decenios de antigüedad: «los intelectuales dedicados a las
ciencias sociales han estado tan ocupados en el examen de la
conducta de los demás, que olvidaron en gran medida estudiar
sus problemas, su situación y su conducta propios»23, evitando
así «examinar nuestras propias creencias como ahora examina­
mos las de los demás»24. Aquí también es posible la opción uni­
lateral, que conduce alternativamente al formalismo y al relativis­
mo. El primero, la variante del teoricismo para la que preferimos
reservar en exclusiva el nombre de formalismo, ignora que el su­
jeto de conocimiento es también objeto y lo contempla exclusiva­
mente como un despliegue del pensamiento, tomando «las cosas
de la lógica por la lógica de las cosas»25. El segundo cree poder
prescindir del problema de la validez, o de la objetividad del co­
nocimiento (sea cual sea el criterio de ésta, que todavía no vamos
a abordar) tomando el atajo de su imputación al interés, de la ar­
gumentación ad hominem.
Esta última vía tiene un particular interés, pues conduce a una
paradoja de difícil resolución. Como se ha dicho, las explicacio­
nes sociológicas son «infecciosas», y una vez que se empiezan a
usar «se hace muy difícil librarse uno mismo de las explicacio­
nes elaboradas para la posición de los demás»26. La sociología
parece condenada a convertirse más tarde o más temprano en so­
ciología del conocimiento, y ésta en sociología de la sociología
(lo que podría interpretarse como una forma de terminar mirán­
dose el ombligo, pero también como una actitud de autovigilan-
cia). Una vez que hemos mostrado, o creído mostrar, que otras
interpretaciones han resultado erróneas, o que fueron determina­
das por factores extracientíficos, ¿qué confianza podemos ya te-

25 Merton, 1957: 213.


24Gouldner, 1970: 444.
25 Bourdieu, 1980: 82.
26Bergery Kellner, 1981: 95.
112 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

ner en que las nuestras resulten acertadas o que sean la simple


obra del espíritu? Lo primero estaría ya por entero fuera de lu­
gar: Bachelard ya dijo que el «primer conocimiento» es siempre
«un primer error»27, y Popper que la teoría o la hipótesis «siem­
pre es provisional»28. Lo segundo tampoco ha tenido mucho éxi­
to, aunque intentos no han faltado. Hegel, por ejemplo, trató de
colocarse a sí mismo en la cúspide de la historia de la filosofía y
al margen de la filosofía de la historia recurriendo al expediente
de identificar su sistema con el espíritu absoluto, pero casi nadie
le dio crédito, ni después ni probablemente entonces. Marx cre­
yó que la garantía de verdad del conocimiento era precisamente
lo que otros consideraban su flaqueza: situarse en la perspectiva
de un actor social, en este caso un actor social «al margen» de la
sociedad, el proletariado, pero todos los argumentos sobre el ca­
rácter especial de este grupo han perdido su fuerza. Como seña­
ló Mannheim: «Nada impide a los adversarios del marxismo ser­
virse de esa arma [“el análisis del pensamiento y las ideas en
términos de ideología”] y aplicarla al mismo marxismo»29, y a la
larga éste ha tenido que admitir que no hay una «ciencia proleta­
ria», y que la perspectiva cognitiva de la clase obrera no es, per
se, ni mejor ni peor que la de cualquier otro grupo social, lo mis­
mo que la perestroika hubo de proclamar que los intereses de
clase no podían ser puestos por encima de los derechos huma­
nos. El propio Mannheim recurrió a un razonamiento tan poco
fundado como el de Marx pero mucho más evidente y efímero:
la falta de vínculos de la freischwebende Intelligentsia»30, y
Merton lo comparó razonablemente con las hazañas del barón de
Munchhausen, que afirmaba haberse sacado de las aguas de un
pantano tirando por sí mismo de sus propias patillas.
El gráfico que sigue esquematiza lo esencial de esta idea, los
distintos tipos de conocimiento que surgen de la naturaleza do­
blemente dual de la realidad social. Ss, So, Os y Oo representan
el desdoblamiento sucesivo de la realidad. S es el sujeto de la re­
lación sociológica, la sociología; O es su objeto, la sociedad. Pe-

27 Bachelard, 1938: 65.


28 Popper, 1957: 112.
29 Mannheim, 1936: 129.
30Mannheim, 1936: 57-58.
SUJETO, OBJETO Y REFLEXIVIDAD . 113

ro la sociología se desdobla a su vez en sujeto Ss y objeto So,


puesto que puede estudiarse a sí misma: sociología de la socio­
logía. Otro tanto hace la sociedad, como Os y Oo, puestp que
también ella se interpreta a sí misma: «Todos somos sociólo­
gos», como se afirma tan a menudo o, al menos, todos tenemos
ideas sobre la sociedad, sobre la conducta de los demás, es el
sentido común. El núcleo del conocimiento sociológico, no obs­
tante, reside en el análisis sociológico de la sociedad, sea en su
faceta como sujeto (interpretación, comprensión) o como objeto
(observación, explicación).

EL CONOCIM IENTO SOCIOLÓGICO

Epistem ología

Os


Oo

Podemos ver los cuatro «ismos» mencionados como resulta­


do de la absolutización o relativización del sujeto o del objeto.
El formalismo absolutiza al sujeto como sujeto, lejos del objeto
e indiferente a él, teoría sin contacto con la realidad. El facticis-
mo absolutiza el objeto como objeto, lejos de la mediación del
sujeto, los hechos purificados. El relativismo relativiza el carác­
ter subjetivo del sujeto al contemplarlo como objeto, como algo
que está determinado extrateóricamente; refiere la actividad del
sujeto a la determinación del objeto, el conocimiento al interés.
El fenomenologismo relativiza el carácter objetivo del objeto al
contemplarlo como sujeto, como algo autodeterminado; refiere
la realidad del objeto a la mediación del sujeto, el interés al co­
nocimiento. Los movimientos relativizadores, en cualquiera de
las dos variantes opuestas consideradas, engullen e incluyen al
extremo opuesto. Cada uno comprime el escenario al que se
aplica y hace entrar por los bastidores la otra parte oculta, al pa­
so que sitúa como resultado o proyección lo que comprime y co­
mo factor, mediador o fondo lo que invoca en su contra. Así, el
114 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

relativismo, que es relativismo del sujeto, le resta autonomía y


lo condiciona al objeto; el fenomenologismo, que lo es del obje­
to, cercena su independencia y lo presenta mediado por el su­
jeto. Puesto que cada uno incluye a su contrario, el sujeto al ob­
je to o el objeto al sujeto, tanto el relativism o como el
fenomenologismo son, digámoslo así, autosuficientes. El forma­
lismo y el facticismo, en cambio, niegan o ignoran por entero la
otra parte de la relación; la ignoran o pretenden ignorarla en la
relación principal sociología-sociedad y la niegan en la relación
interna al extremo que les sirve de escenario. El formalismo ig­
nora la sociedad como realidad empírica y niega el carácter ob­
jetivo de la teoría; el objetivismo trata de ignorar la mediación
de la teoría y niega la dimensión subjetiva de la conducta empí­
rica. Ambos quedan, pues, por entero incompletos y se llaman
bramando, a la manera de los versos bíblicos, «como el ciervo
por el agua clara». Precisamente porque son absolutizadores,
por que se bastan a sí mismos y se ignoran mutuamente, pueden
convivir sin fricciones y son, en ese sentido, complementarios.
Una falsa dicotomía contra la que el pensamiento social está ad­
vertido tiempo ha: «Al esplritualismo abstracto se opuso el abs­
tracto materialismo»31; o a dios (la teoría, el sujeto), la naturale­
za (la sociedad, el objeto); la misma escisión sobre la que llamó
la atención y que criticó C. W. Mills entre la «Gran Teoría» co­
dificada por Parsons y el «empirismo abstracto» encabezado por
Lazarsfeld32. El cuadro adjunto sintetiza esto.

ABSOLUTIZACIÓN Y RELATIVIZACIÓN D E L SUJETO

Complementarios \ 4 S u je to 4 4 O b jeto 4 , Rehtiivizadores

S U JE T O - S o c io lo g ía - > F o rm alism o R elativ ism o <r~ T e o ricism o

O B JE T O - S o c ie d a d F e n o m e n o lo g ism o F a c tic ism o <— E m p irism o

Autosuficientes / T S u b jetiv ism o T T O b jetiv ism o T \ Absolutizadores

31 Engels, 1843: 118.


32Mills. 1959.
SUJETO, OBJETO Y REFLEXIVIDAD 115
V

El desdoblamiento interior de los términos del primer bino­


mio sujeto-objeto, o sociología-sociedad, permite comprender
mejor la interacción entre ellos. Sin tomarlo en consideración
podemos ya suponer que la sociología responde de un modo u
otro a los problemas, los impulsos, las necesidades y los deseos
de la sociedad de la que forma parte; que es, por decirlo al modo
hegeliano, «su tiempo expresado en el pensamiento». En sentido
contrario, el conocimiento sociológico influye sobre la sociedad,
sus resultados se incorporan de una manera u otra y en uno u
otro grado a la conciencia social, de manera que las ideas socio­
lógicas son también hechos sociales33. Si se considera la socie­
dad solamente como objeto, la sociología se convierte en un ins­
trumento de intervención desde el exterior, de manipulación
tecnocrática. El objetivismo elide la capacidad de percepción y
de decisión de los actores sociales, o la concibe de manera pura­
mente mecánica, como reacción a estímulos externos, puestos
por otro. «Todo conocimiento objetivista encierra una pretensión
a la dominación legítima»34. Da lugar a ese deseo de manipula­
ción de la realidad que se percibe desde el materialismo mecani-
cista francés, pasando por la educación negativa de Rousseau,
hasta llegar, de un lado, a toda especie de ingenierías y tecnolo­
gías sociales, y, de otro, a los debates sobre cómo lograr la apa­
rición del «hombre nuevo» en el socialismo. Si, por el contrario,
consideramos a la sociedad como sujeto, el conocimiento socio­
lógico queda a disposición de los actores sociales, individuales o
colectivos, cualesquiera que éstos sean. «A través del sociólogo,
agente histórico históricamente situado, sujeto social socialmen­
te determinado, la historia, es decir, la sociedad en la que ella se
sobrevive, se vuelve un momento sobre sí misma, se refleja y re­
flexiona sobre sí; y, por medio de él, todos los agentes sociales
pueden saber un poco mejor lo que son y lo que hacen»35.
Pero podemos y debemos ir más lejos. En primer lugar, la pro­
pia configuración objetiva de la sociedad tiene efectos directos e
indirectos sobre la sociología aun sin proponérselo en modo algu­
no. En el grado primero de influencia está el hecho de que la exis-

33 Goldthorpe, 1968: 38.


34Bourdieu, 1980: 49.
35Bourdieu, 1982: 29.
116 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

tencia misma de la Sociología requiere cierto grado de desarrollo


económico, social y cultural: excedente suficiente para que una
parte de la sociedad pueda apartarse de las tareas de subsistencia,
una división del trabajo relativamente desarrollada y la capacidad
general de distanciarse de la propia organización social, es decir,
de interrogarse sobre ella —lo que podemos resumir, globalmen­
te, como cierto grado de división del trabajo—. En un plano más
inmediato, las circunstancias concretas de una sociedad concreta
pueden ser percibidas en mayor o menor medida como problemas
sociales, la materia prima por excelencia del sociólogo. Y, puesto
que la sociedad no es un simple objeto pasivo para la sociología,
sino igualmente sujeto ante ella e incluyéndola a ella, puede ac­
tuar sobre ella en cuanto objeto e influir en ella en cuanto sujeto.
«La sociología reflexiva [...] reconoce que en todo sistema social
existe una inevitable tendencia a cercenar la autonomía del soció­
logo»36. Lo primero sucede cuando diversos mecanismos institu­
cionales empujan a la sociología en un sentido u otro, orientando
su actividad o encauzando y poniendo límites a su desarrollo: lo
que podemos denominar la política científica. Lo segundo tiene
lugar cuando los valores de la sociedad, o de una parte de la so­
ciedad, como valores de la profesión sociológica, o de una parte
de ella, orientan su investigación: «en el campo de las ciencias so­
ciales la motivación para el desarrollo de problemas científicos se
da siempre por “cuestiones” prácticas. Por consiguiente, la mera
aceptación de un problema científico coincide íntimamente con
una orientación determinada de la voluntad de seres vivientes»37.

INFLU EN CIA DE LA SOCIEDAD SOBRE LA SOCIOLOGÍA

Valores sociales
Os

Oo

36Gou)dner, 1970: 451.


37 Weber, 1904: 126.
SUJETO, OBJETO Y REFLEXIVIDAD 117

El círculo se cierra cuando cada una de las partes registra sus


efectos sobre la otra en el proceso mismo de investigación. El
sociólogo, lo quiera o no, aunque raramente de la manera ‘en que
quiere, si es que lo quiere, influye sobre su objeto, la soéiedad,
tanto en el proceso de producción del conocimiento como con la
difusión del conocimiento producido. En el acto de investiga­
ción por cuanto que, de un modo u otro, transmite sus expectati­
vas al objeto investigado. Éste es el sentido de la crítica de la ad­
ministración de pruebas psicotécnicas como situación asimétrica
que entraña una relación de poder38, las «características de la de­
manda»39 o el «efecto del experimentador»40. Posteriormente, en
virtud de la transmisión del conocimiento por unos u otros me­
dios, porque las teorías sociológicas, o al menos una parte de
ellas, llegan a incorporarse a la «realidad» social41; es decir, a la
otra parte de la realidad, a la que han tomado como objeto. Es lo
que Bourdieu, en vena althusseriana, llama el «efecto de teoría»:
«A medida que la ciencia social progresa, y que progresa su di­
vulgación, los sociólogos deben contar con encontrar cada vez
más a menudo, realizada en su objeto, la ciencia social del pasa­
do»42. «Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de
distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo»43, escri­
bió un día Marx. Pero, aunque no se lo hubiera propuesto con
tanto ahínco, su teoría probablemente lo habría hecho, o habría
contribuido a hacerlo, como sin duda lo hicieron otras con no
menos vocación transformadora, como la «mano invisible» de
Smith o la «moralidad» kantiana. El sociólogo, pues, debe rea­
justar permanentemente sus técnicas de investigación y aun su
concepción del objeto investigado para tomar en cuenta los efec­
tos de la producción y distribución del conocimiento sociológi­
co, en particular para evitar influir en los resultados de la inves­
tigación con sus hipótesis previas, implícitas o explícitas, y
porque la sociedad, los actores sociales colectivos y los indivi-

38 Labov. 1969.
i9Ome, 1962.
40 Rosentha), 1966.
41 Pérez Agote, 1989: 98.
42 Bourdieu, 1982: 17.
43 Marx y Engels, 1845: 668.
I I

LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA
i
.í ;í . { i
118

dúos constituyen un objeto cada vez más consciente de sí mismo ~'


(lo que no quiere decir acertadamente conscientes, ni lo contra- ¡
rio).

INFLUENCIA DE LA SOCIOLOGÍA SOBRE LA SOCffiDAD V\

Conciencia», «efecto de teoría» ■!=! ¡


Vi•
v;
Organización
y acción
* profesional
i
Intervención, ingeniería social
So
En sentido inverso, los actores sociales pueden registrar sus
efectos sobre la sociología, o en general sobre la ciencia social,
tanto en el acto de investigación como, más allá de éste, median­
te el conocimiento en él producido. Cuenta Lienhardt que los
habitantes de Tierra del Fuego revelaron años más tarde que ha­
bían dicho a Darwin y a sus acompañantes lo que entendieron
que querían oír (por ejemplo, que eran antropófagos, ante la in­
sistencia con que preguntaban al respecto) y diversas historias
fantásticas para divertirse viendo como las tomaban en serio44.
Todavía se reían medio siglo después, al parecer, los samoanos
de lo que habían contado a Margaret Mead durante su breve y no
muy modélica estancia de campo en la isla, que también había
sido exactamente lo que ella quería oír45 (lo que no impidió, por
cierto, que la obra surgida de ahí alcanzara una enorme influen­
cia no sólo en la antropología, sino en la sociedad en general,
particularmente por su oportunidad en el debate sobre los ef ec­
tos alternativos de la naturaleza y la cultura, o de la herencia ge­
nética y el ambiente social). Más cerca de estos pagos y de nues­
tros días, creo que empezamos ya a ver cómo el objeto de la
investigación sociológica está aprendiendo a manipular los ins­
trumentos de investigación. Esto resulta manifiesto, en mi opi­
nión, en las encuestas y otras investigaciones sobre necesidades

MA pud Pérez-Agote, 1989: 98.


45Freeman, 1983.
SUJETO, OBJETO Y REFLEXIVIDAD V 119

sociales, en las que los investigados tienden a inflar su percep­


ción de éstas (por ejemplo, en las encuestas que preguntan por el
desempleo) o sobre actitudes individuales en tomo a las cuales
se da una conciencia social particularmente candente en tomo a
qué es lo «políticamente correcto» o «incorrecto» (por ejemplo,
en las encuestas sobre sexismo y, más recientemente, sobre ra­
cismo). Asimismo, me parece que ya hemos comenzado a asistir,
y cada vez sucederá en mayor medida, a la manipulación cons­
ciente aunque no coordinada de las encuestas de intención de
voto por los encuestados, que quizá las empiezan a emplear para
lanzar mensajes de advertencia a sus propias opciones preferi­
das, como ya venía sucediendo con las elecciones de menor rele­
vancia práctica. El objeto también pude influir, claro está, sobre
la conducta del sujeto. Sólo que si el objeto de la investigación
sociológica es a la vez sujeto y objeto pensante y actuante, el su­
jeto de esta relación es sujeto y objeto del conocimiento, pero no
de la acción. El sujeto de la acción es el político, y también so­
bre éste puede influir el objeto-sociedad al ser investigado, es
decir, como objeto del pensamiento y no de la acción. Esto suce­
de tanto cuando el sujeto de la acción, el político, busca ya pre­
viamente orientar aquélla de acuerdo con las manifestaciones
del objeto de la investigación (gobernar o legislar «a través de
encuestas», buscar el «voto útil», etc.), como cuando el resultado
de ésta da al traste con medidas ya tomadas o provoca otras nue­
vas (por ejemplo, cuando produce la congelación de un proyecto
legislativo o provoca la anticipación de unas elecciones).
También en tomo a la relación sujeto/objeto en la ciencia so­
cial podemos comparar las perspectivas teóricas de los integran­
tes de la trinidad fundacional, Marx, Durkheim y Weber, pues
no es arriesgado afirmar, aunque suponga cierta simplificación,
que optan respectivamente por la subsunción del sujeto en el ob­
jeto, la separación estricta entre sujeto y objeto y la subsunción
del objeto en el sujeto. Veámoslo con un poco más de detalle,
empezando por el dualismo de Durkheim para continuar luego
con las opuestas versiones del monismo de Marx y Weber.
Aunque se ha presentado repetidamente la teoría durkheimia-
na como un caso de reificación de la realidad social, creo que lo
que la distingue propiamente no es tanto eso, muy discutible, co­
mo el deseo de alcanzar una estricta separación entre el sujeto y
el objeto del conocimiento sociológico. No es que Durkheim no
120 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

dijera jamás, como han pretendido algunos de sus críticos más


benevolentes, que los «hechos sociales» son cosas46. Lo dijo, y
muchas veces, en Las reglas...: «nuestro método [...] supone que
los hechos sociales son cosas»47; «son cosas con iguales títulos
que las cosas materiales, aunque de distinto modo»48; «son cosas
que tienen existencia propia»49; «en cuanto a las formas que re­
visten los estados colectivos al refractarse en los individuos, se
trata de cosas de otra especie, [...] adquieren un cuerpo, una for­
ma sensible que les es propia»50, etc. Es obvio, pero trivial, que
Durkheim no quería decir con ello que tales cosas tuvieran peso,
olor, color, sabor... ni que pudieran ser envueltas y enviadas por
correo, ni siquiera por el correo francés. Quería decir que eran
perceptibles, sensibles, asequibles a la observación: «con un gra­
do de realidad por lo menos igual al que todo el mundo conce­
de» a las cosas ordinarias51, pues «es cosa todo lo que está dado,
todo lo que se ofrece, o más bien se impone a la observación»52,
y así sucesivamente. Pero es cierto, efectivamente, que para lo
que Durkheim pretendía, aplicar los métodos de las ciencias na­
turales en las ciencias sociales, habría bastado con su propuesta
más moderada, la de considerar los hechos sociales como cosas,
a efectos metodológicos, aunque no lo fueran: «es necesario tra­
tar los hechos sociales como a cosas»53, «tratar los fenómenos
como cosas, es tratarlos en calidad de data que constituyen el
punto de partida de la ciencia»54. La característica distintiva y
esencial de la «cosa», para el sociólogo francés, es que ésta es
exterior y ajena al sujeto —como diría la filosofía alemana, no
es simplemente Ding, o Sache, sino Gegenstand u Objekt—, o
sea, un objeto. Objeto en un sentido gnoseológico, o epistemoló­
gico, no necesariamente ontológico; lo cual significa que, si bien
Durkheim mostró ciertamente una fuerte inclinación realista, su

46 Rodríguez-Zúñiga, 1978: 17.


47 Durkheim, 1895: 9.
48 Durkheim, 1895: 13.
49Durkheim, 1895: 27.
50Durkheim, 1895: 39.
51 Durkheim, 1895: 13.
52 Durkheim, 1895: 61.
53Durkheim, 1895: 13.
54 Durkheim, 1895: 61-62.
SUJETO, OBJETO Y REFLEXIVIDAD 121
V

dualismo sujeto-objeto podría haberse mantenido aunque lo so­


cial hubiese sido considerado inmaterial o incluso extraterrenal.
El siguiente pasaje, de la introducción a la segunda ecjición de
Las reglas..., que nos retrotrae con otros términos a la distinción
cartesiana entre materia pensante y materia extensa y a la dife­
rencia entre introspección y extrospección, es sin duda el más
clarificador: «La cosa se opone a la idea como lo que se conoce
desde fuera a lo que se conoce desde dentro. Llamamos cosa a
todo objeto de conocimiento que no es compenetrable natural­
mente para la inteligencia, todo aquello de lo cual no podemos
forjamos una idea adecuada mediante un simple procedimiento
de análisis mental, todo lo que el espíritu puede llegar a com­
prender únicamente con la condición de salir de sí mismo, me­
diante observaciones y experimentaciones, pasando progresiva­
m ente de los caracteres más externos e inm ediatam ente
accesibles a los menos visibles y más profundos. Por consi­
guiente, tratar los hechos de cierto orden como a cosas no impli­
ca clasificarlos en tal o cual categoría de lo real; significa adop­
tar frente a ellos cierta actitud mental»55.
El materialismo de Marx trata de superar el dualismo entre
sujeto y objeto por la vía de subsumir aquél en éste. «La con­
ciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el
ser de los hombres es su proceso de vida real»56. La unión de su­
jeto y objeto no es una unión entre iguales, pues Marx, ya se sa­
be, pondrá a Hegel «sobre los pies» también en este punto. «No
es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por
el contrario, la realidad social es la que determina su concien­
cia»57. Por un lado, la relación entre conciencia y existencia pue­
de concebirse como la relación entre dos planos de la realidad,
al modo que la superestructura y la infraestructura, o la ideolo­
gía y las relaciones de producción; por otro, sin embargo, debe
entenderse también como relación entre la parte (el ser cons­
ciente) y el todo (el ser real). Lo real es lo sensible, lo material,
y la conciencia es concebida como un elemento dentro de ello58.

55 Durkheim, 1895: 13-14.


56 Marx y Engels, 1845: 26.
57Marx, 1859: 37.
58 Jakubowsky, 1936: 76.
122 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

La relación entre la sociología y la sociedad se convierte así en


subordinación del sujeto, la sociología, al objeto, la sociedad.
(La paradoja es que esta subordinación es, a la postre, la subor­
dinación de la sociología al poder: puesto que la teoría no es si­
no el reflejo de la realidad, no puede haber más que una teoría
justa. Las demás, o son formas de idealismo, o son ideologías de
otros sectores de la sociedad, con los que sin duda se estará en
lucha. El pensamiento no puede, pues, apartarse de la «línea co­
rrecta».) Él pensamiento social es reducido una y otra vez, en la
teoría marxista, al objeto pensado: las ideologías no tienen his­
toria59, la técnica tampoco60, la crítica de la religión debe limi­
tarse a su génesis61, etc. La potencia para descifrar los enigmas
sociales ya no está en la teoría, sino en la práctica62. Éste es el
segundo sentido, o tal vez el primero, del llamamiento a trans­
formar el mundo en lugar de interpretarlo: que sólo haciendo
aquello se logrará esto. Lo que la filosofía o la sociología deben
hacer, lo que el «materialismo histórico» hace, es pegarse al mo­
vimiento real y convertirse en su mero portavoz: «Desde este
momento, la ciencia producida por el movimiento histórico, al
asociarse a éste con pleno conocimiento de causa, ha dejado de
ser doctrinaria para hacerse revolucionaria»63.
Weber, hemos adelantado, reduce el objeto al sujeto. Esto no
significa que alimente una concepción monista de la realidad,
que es precisamente una de las cosas que critica al marxismo64.
Weber era sin lugar a dudas un dualista ontológico, en la tradi­
ción de Kant y de las Geisteswissenschaften, igual que Durk-
heim probablemente era un monista ontológico, pese a ser un
dalista epistemológico (la diferencia que encontraba entre la rea­
lidad fisicoquímica y la biológica, entre ésta y la psíquica o en­
tre la psíquica y la social era siempre la «complejidad»)65; pero
fue un monista metodológico por razonas exactamente inversas

59 Marx y Engels, 1845: 26, 173, 201-202.


60 Marx, 1867:1/2, 453; también Engels, 1894.
61Marx, 1867: 158.
62Marx, 1844: 151; Marx y Engels, 1845: 666.
«M arx, 1847: 183.
64 Weber, 1904: 136-137.
65 Durkheim, 1895: 10, 149, 192.
SUJETO, OBJETO Y REFLEXIVIDAD V 123

a las que llevaron a su colega francés a ser un dualista metodoló­


gico. Para el sociólogo alemán, la sociología solamente puede y
debe ocuparse de la acción con sentido, es decir, de aquella en la
que el actor social actúa plenamente como sujeto. «Una inter­
pretación causal correcta de una acción concreta significa: que
el desarrollo externo y el motivo han sido conocidos de un modo
certero y al mismo tiempo comprendidos con sentido en su co­
nexión. Una interpretación causal correcta de una acción típica
(tipo de acción comprensible) significa que el acaecer considera­
do típico se ofrece con adecuación de sentido (en algún grado) y
puede también ser comprobado como causalmente adecuado»66.
Todo lo que no sea la acción con sentido queda fuera del marco
estricto de la sociología, aunque pueda ser tenido en cuenta al
mismo título que la ley de la gravedad puede considerarse una
condición implícita de la servidumbre medieval (los siervos no
volaban, lo que facilitaba enormemente mantenerlos sujetos a la
gleba). «Los procesos y objetos ajenos al sentido entran en el
ámbito de las ciencias de la acción como ocasión, resultado, es­
tímulo u obstáculo de la acción humana»67. El objeto, pues, es
siempre sujeto; o, lo que es lo mismo, cualquier cosa que no sea
sujeto (sujeto significativo) será obliterada como objeto.

66 Weber, 1922:1, 11.


67 Weber, 1922:1,7.
v

7. NATURALEZA, SOCIEDAD
Y MÉTODO

Desde sus orígenes, la sociología ha debido plantearse el pro­


blema de su estatuto científico, en comparación con las otras
disciplinas y, en particular, con las ciencias de la naturaleza.
Saint-Simon, para quien todas las ciencias pasaban sucesiva­
mente por un primer estadio «conjetural» para luego alcanzar el
estadio «positivo», basado en la observación de los hechos, ya
afirmó que «la fisiología [social] no merece aún ser clasificada
como ciencia positiva, pero está a un paso de elevarse completa­
mente sobre las ciencias conjeturales»1. Comte la consideró ya
una ciencia positiva: «[Ejntiendo por física social la ciencia que
tiene por objeto propio el estudio de los fenómenos sociales,
considerados con el mismo espíritu que los fenómenos astronó­
micos, físicos, químicos y fisiológicos, es decir, como sujetos a
leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento es el fin espe­
cial de sus investigaciones»12.Creyó no sólo que la sociología era
una ciencia como otras, basada en los métodos de la observación
—o, más exactamente, en la observación propiamente dicha, la
experimentación y la comparación—, sino que ocuparía el vérti­
ce en la jerarquía de las ciencias teóricas. «Positivo» significaba
para él real, útil, cierto, preciso, constructivo y relativo, en vez
de quimérico, inútil, indeciso, vago, crítico y absoluto, rasgos
propios de la metafísica. La sociología coronaría la jerarquía del
saber formada por los escalones sucesivos de la astronomía, la
física, la química, la fisiología y la física social, o sociología.
Las sucesivas ciencias se ocuparían de facetas distintas de la rea­
lidad, no reducibles a las que les sirven de sustrato, pero su mé-

1En Iglesias et al.. 1980: 252.


2Comte, 1826: 201.

[125]
126 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

todo sería único, aunque más diversificado en el estudio de los


niveles de mayor complejidad: «a medida que los fenómenos
que hay que estudiar son más complicados, resultan más suscep­
tibles, por su naturaleza, de medios de explicación más extensos
y variados, sin que, desde luego, haya exacta compensación en­
tre el crecimiento de las dificultades y el aumento de éstos; por
ello, a pesar de esta armonía, las ciencias dedicadas a los fenó­
menos más complejos [...] son las más imperfectas»3.
Este deseo de emparentar con las ciencias de la naturaleza no
sólo atacó a la protosociología, vale decir a autores que anun­
ciaron la sociología más que llegar a hacerla, sino también a al­
gunos de los primeros grandes sociólogos en sentido estricto.
Buen ejemplo de ello son, aunque de distinta manera, Marx y
Durkheim. El joven Marx se mostró muy optimista al respecto:
«Algún día, la ciencia natural se incorporará la ciencia del
hombre, del mismo modo que la ciencia del hombre se incorpo­
rará la ciencia natural; habrá una sola ciencia»4. El Marx madu­
ro fue más prudente en sus afirmaciones, pero su albacea En-
gels no dudó ni por un momento en proclamar «la dialéctica
como la ciencia de las leyes más generales de todo movimiento.
Esto significa que sus leyes deben regir tanto para el movimien­
to en la naturaleza y en la historia humana como para el que se
da en el campo del pensamiento»5. Son bien conocidos, en cual­
quier caso, tanto el escaso crédito de que gozan y gozaron las
incursiones de Engels en las ciencias naturales como los desas­
trosos efectos del Diamat para la ciencia soviética. Debe hacer­
se notar, no obstante, que la expresión «las leyes más genera­
les» no alude tanto a un método de acercamiento a la realidad
estudiada como a una lógica presuntamente subyacente (el mo­
vimiento contradictorio de la realidad, la identidad de los con­
trarios, la transformación de la cantidad en calidad, etc.). Queda
en pie, por un lado, que tanto Marx como Engels creyeron, al
igual que Comte y otros, en una ciencia unificada; por otro, que
no intentaron en ningún momento diferenciar el método de es­
tudio de la sociedad del de la naturaleza, aunque en la práctica

3En Iglesias et al., 1980: 369.


4 Marx, 1844: 153.
5 Engels, 1925: 228.
NATURALEZA, SOCIEDAD Y MÉTODO 127

desarrollaran una teoría axiomática (algunos dirían metafísica)


de la sociedad no trasladable, ni directa ni indirectamente.^al es­
tudio de la naturaleza. j
Durkheim no creyó en una ciencia unificada, pues negó una y
otra vez la posibilidad de reducir los hechos sociales a los psí­
quicos, éstos a los biológicos, etc. Pero sí que apostó, mutatis
mutandis, por un método unificado, y para él éste no podía ser
otro que el mismo que había permitido el ya notable desarrollo
de las ciencias naturales. «Nuestro principal objetivo es extender
a la conducta humana el racionalismo científico, destacando
que, considerada en el pasado, puede reducírsela a relaciones de
causa y efecto, y que mediante una operación no menos racional
es posible luego transformar estas últimas en reglas de acción
para el futuro. Lo que se ha denominado nuestro positivismo no
es más que una consecuencia de este racionalismo»6. Los hechos
sociales debían ser tratados, ya lo vimos con anterioridad, «co­
mo cosas», lo que en lo concerniente a su estudio significaba
«observarlos, describirlos, clasificarlos y buscar las leyes que los
explican»7. La observación comprende, en realidad, varias ope­
raciones: la delimitación del campo de estudio (los «hechos so­
ciales»), la delimitación de lo singularmente observable (la
«construcción del objeto») y la observación de varias singulari­
dades (la «comparación»). Con ello, la sociología pasaría «de la
etapa subjetiva, que aún no ha superado, a la fase objetiva»8. Es­
ta visión positivista, empeñada en importar a las ciencias socia­
les el método de las ciencias naturales, se ha mantenido vigente,
aunque con un éxito variable, hasta hoy. A pesar de que el méto­
do de las ciencias naturales se ha visto en cierto grado cuestio­
nado y relativizado, al menos en cuanto a las pretensiones de va­
lidez absoluta que se le atribuyeron (más por parte de la filosofía
y de las ciencias «envidiosas» que por las ciencias naturales
mismas), la idea de que el método puede ser, es y debe ser el
mismo en todas las ciencias no dogmáticas ni puramente des­
criptivas ha sido sostenida con fuerza por el principal represen­
tante moderno del positivismo, o «racionalismo crítico», K. R.

6Durkheim, 1895: 10.


7 Durkheim, 1893: 39.
8 Durkheim, 1895: 64.
128 LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

Popper. Para éste, tanto si la sociología trata de explicar los


acontecimientos del pasado como si pretende predecir los del fu­
turo, el método es el mismo, el hipotético-deductivo: «todas las
ciencias teóricas o generalizantes utilizan el mismo método, ya
sean ciencias naturales o ciencias sociales»9. La sociología, en
suma, no sería sino la aplicación de «los métodos de la ciencia
al estudio del hombre y la sociedad»101.
El efecto paradójico, aunque perfectamente comprensible,
de la pretensión de homologarse con las ciencias de la naturale­
za ha sido, reiteradamente, el derrumbe de la moral en las filas
del aguerrido ejército de sociólogos. Porque si, para ser una
ciencia, tiene la sociología que asemejarse a la física, entonces
no cabe duda alguna de que no lo es. Como, sin embargo, se
supone que debe serlo, entonces ha de concluirse que todavía
no lo es, lo cual puede, a su vez, conducir a la esperanza, pues­
to que algún día lo será, o a la desesperación, por lo mucho que
tarda en serlo. Las ciencias sociales se presentan a menudo,
condescendientemente desde fuera y anhelantemente desde
dentro, como las recién llegadas al festín de la ciencia: «Las
ciencias sociales son, como grupo, las últimas y menos perfec­
tas de todas, y continúa siendo dudoso que en su estado actual
se puedan considerar ciencias»11. La amabilidad de este y otros
historiadores de la ciencia ha sido apreciada por eminentes so­
ciólogos que han aconsejado a sus colegas evitar por todos los
medios «compararse irreflexivamente con los físicos de su
tiempo»12. El problema, se afirma, es que «se toman como pro­
totipos o modelos metodológicos la física y la química del si­
glo xx, no las del siglo xvi, para la sociología del siglo xx, con
escaso reconocimiento explícito de que entre la sociología y
esas otras ciencias hay una diferencia de siglos de investigación
científica cumulativa», «miles de millones de horas-hombre de
investigación constante, disciplinada y cumulativa»13. La dife­
rencia, pues, está en el desigual capital acumulado por las cien-

9 Popper, 1957: 145.


,0Chinoy, 1961: 13.
11 Bernal, 1954:11, 243.
,2Merton, 1957: 17-18.
13Merton, 1957: 97, 17.
NATURALEZA, SOCIEDAD Y MÉTODO 129
v

cias de la naturaleza y las de la sociedad: pero localizar ahí la


diferencia es proclamar, por omisión, la identidad del método.
Autores menos dispuestos a la carrera con las ciencias natura­
les, como Dilthey o Homans, han señalado que las ciencias so­
ciales son tan antiguas como las ciencias naturales, pues ambas
pueden remitirse, por ejemplo y en nuestra tradición cultural, a
la Grecia clásica14. Otros, como Sorokin, han señalado que la
devoción por hacer de la sociología una ciencia natural se basa
en un conocimiento deficiente de la física, a la que se confunde
con una mecánica obsoleta; esta ignorancia, por cierto, se repi­
te del otro lado, y «el científico natural, ansioso por ayudar a
las ciencias psico-sociales a convertirse en el alter ego de la
ciencia física, a menudo sabe poco de sociología y psicolo­
gía»15, por lo cual, la mayoría de las veces, su consejo tampoco
sirve realmente de mucho.
El intento de asimilar las ciencias humanas a las ciencias na­
turales, sin embargo, nunca convenció más que a una parte de
los artífices de aquéllas. Filósofos, historiadores, lingüistas, ju­
ristas, etc. han comprendido siempre que no podían presentar su
método ni establecer sus resultados, en el estudio de la realidad
—otra cosa sería la dogmática, o la axiomática—, con la certi­
dumbre de la ciencia natural, en particular de la física, pero si
esto llevó a algunos a la imitación servil también empujó a
otros, como diría más tarde Rickert, a «revolverse contra los que
proclaman que el único método lícito es el de la ciencia
natural»16. Esta revuelta discurrió por un camino consistente en
la distinción y afirmación de la sociedad, la historia, las ciencias
del espíritu, los valores o la comprensión frente a la naturaleza,
las ciencias naturales, la causalidad o la explicación. Podemos
buscar sus orígenes en Vico, quien no sólo distinguió entre la
naturaleza y la historia sino que también afirmó, asimismo, que
la historia nos es por principio comprensible, mientras que la na­
turaleza sólo nos resulta cognoscible17. Ello se debe a que, aun­
que las dos son obra divina, Dios hizo la naturaleza directamen-

14Dilthey apud Freund, 1973: 82; Homans, 1967: 7.


15Sorokin, 1956: 174.
16Rickert, 1910: 8.
17 Kofler, 1967: 15.
130 LA PERSPECTIVA SOCIOLOGICA

te, sin contar con el hombre, pero hace la historia a través del
hombre, por lo cual ésta nos es comprensible de forma íntima18.
La separación de los dos tipos de ciencias por su objeto sería re­
tomada por Ampére, con su distinción entre ciencias cosmológi­
cas y noológicas, y luego, como enseguida veremos, por Dilthey,
Windelband y Rickert. La idea de la comprensión íntima de la
historia sería también desarrollada principalmente por el trío de
autores citado, pero también antes, y de forma sustancial, por
Schleiermacher. Éste sistematizó el concepto de la hermenéuti­
ca, como método interpretativo, y en su doble vertiente: gramati­
cal, atenta al sentido objetivo de las palabras, y técnica, a la que
también llamó psicológica o subjetiva, a la búsqueda de la signi­
ficación particular que el autor o actor da a sus expresiones o a
sus actos19. No es difícil reconocer aquí la generalización de la
interpretación legal «objetiva» y «subjetiva», o de la «letra» y el
«espíritu» de la ley; incluso la incipiente distinción entre sinta­
xis y significación.
Dilthey clasificó las ciencias en ciencias de la naturaleza y
ciencias del espíritu —Geisteswissenschaften—, y éstas, a su
vez, en ciencias psicológicas o antropológicas, ciencias sociales
y ciencias culturales (una distinción que se prolonga hasta hoy,
de un modo u otro, en la triada personalidad-sociedad-cultura).
Como otros autores reduccionistas, incluido algún que otro em-
pirista (por ejemplo, J. S. Mili), creyó que la historia tenía un
fundamento psíquico, de manera que concedió a la psicología un
estatuto especial entre las ciencias del espíritu. Pero lo distintivo
de su epistemología es la afirmación de que las formas de cono­
cimiento características de esos dos grupos de ciencias y corres­
pondientes a distintos ámbitos tenían que ser diferentes: «Expli­
camos la naturaleza y comprendemos la vida psíquica»20. Las
ciencias del espíritu se basan en el nexo de «vivencia, expresión
y comprensión»21, puesto que sólo ésta, la comprensión, puede
llevamos a la vivencia a través de su expresión. Aunque la com­
prensión puede surgir inicialmente como efecto de la genialidad

18 Kofler, 1967: 36, 49.


I9Freund, 1973: 51-52.
20Apud Freund, 1973: 89.
21 Dilthey, 1895: 245, 255.
NATURALEZA, SOCIEDAD Y MÉTODO 131

personal, pronto se convierte en técnica como interpretación,


particularmente interpretación de textos o filológica, y se siste­
matiza como ciencia en la hermenéutica22, entendidá como el
descubrimiento del significado del acontecimiento. Éste es el
método con el que debe estudiarse todo objeto singular, tanto si
es una persona individual como si es una institución u otro: «Los
sujetos lógicos de los juicios históricos son tanto individuos par­
ticulares como comunidades y nexos»23.
Windelband desarrolló la teoría de Dilthey pero con modifi­
caciones sustanciales. Clasificó las ciencias en «racionales» y
«de la experiencia» —Erfahrungswissenschafteti—, y éstas, a su
vez, en nomotéticas e ideográficas. El propósito de las ciencias
nomotéticas es descubrir las leyes de la naturaleza y del devenir;
el de las ideográficas, estudiar, dentro del devenir, el aconteci­
miento singular, o sea, la historia. «Todo esto demuestra que las
ciencias nomotéticas y las ciencias ideográficas no se oponen en
virtud de su objeto, sino en virtud de su manera diferente y pro­
pia de abordar el análisis de los fenómenos dados en la expe­
riencia. Si se plantea el problema en términos de lógica, se pue­
de decir que las ciencias nomotéticas se expresan a través de
juicios generales o apodícticos, mientras que las ciencias ideo­
gráficas se caracterizan más bien por juicios individuales o aser-
tóricos»24.
Rickert, en fin, llevó esta distinción hasta sus últimas conse­
cuencias, al entender que todo objeto, natural o social, podía ser
considerado desde un punto de vista generalizados o nomotéti-
co, centrado en lo que tiene en común con otros objetos y ha­
ciendo abstracción del resto de sus cualidades —como «conti­
nuidad homogénea»—, bien singularizados o ideográfico, si se
ocupa de lo que lo distingue de otros objetos igualmente singu­
lares —como «discreción heterogénea»—25. Se puede estudiar
un objeto natural por un método singularizados histórico, como
se hace, por ejemplo, con el origen de una especie; o un objeto
cultural por un método generalizados naturalista, como con

22Dilthey, 1895: 282-283.


23Dilthey, 1895: 260.
24Freund, 1973: 105.
25 Rickert, 1910: 35-36.
132 L A P E R S P E C T IV A S O C IO L Ó G IC A

ciertos procesos económicos o psicológicos. «La realidad se ha­


ce naturaleza cuando la consideramos con referencia a lo univer­
sal; se hace historia cuando la consideramos con referencia a lo
particular e individual»26. De ahí que proponga sustituir la deno­
minación «ciencias del espíritu» por otra: «ciencias culturales
históricas», culturales por su objeto e históricas por su método, a
diferencia de las ciencias naturales que son tales por ambos.
(«Cultural», a su vez, no quiere designar el carácter «espiritual»
del objeto, sino su «referencia a valores», pero ésta es otra cues­
tión en la que no hemos de detenemos aquí.)
Las combinaciones de objeto y método pueden permitimos
ahora entender mejor lo que diferencia a las ciencias sociales de
las naturales. El objeto puede ser la naturaleza o la sociedad, y el
método generalizante o singularizante. La fuerza de atracción en­
tre dos cuerpos y las características de las partículas subatómicas
son «leyes» generales de la naturaleza; la tendencia de la organi­
zación a la oligarquización o el mecanismo de formación de los
precios en régimen de libre competencia son «leyes» de la socie­
dad; los Picos de Europa o el huracán Berta son acontecimientos
naturales singulares; la participación del señor X o la señora Y en
Mayo del 68 o los resultados de las próximas elecciones genera­
les españolas son acontecimientos sociales singulares. Los soció­
logos solemos flagelamos, como antes lo hicieran los filósofos,
por la diferencia entre el éxito de la física y sus aplicaciones,
concretamente el éxito de la industria, y el del conocimiento de
la sociedad y las suyas, en particular el desbarajuste de la políti­
ca. Pero este género de comparaciones tienen muy poco valor,
pues si los juicios de la Reina Roja en Alicia en el país de las
maravillas llaman la atención porque la sentencia llega antes que
el veredicto, aquí el veredicto tiene lugar sin juicio e incluso sin
proceso de instrucción. Si se tratase de reconfortamos, en vez de
lamentamos, podríamos comparar la diferencia de precisión entre
las predicciones de los resultados electorales, sociológicas, con
las del tiempo atmosférico, físicas, y proclamar en consecuencia
la aplastante superioridad de las ciencias de la sociedad sobre las
ciencias de la naturaleza. Creo que es aquí precisamente donde
puede y debe buscarse la diferencia entre la naturaleza y la socie-

26Rickert, 1910: 59.


N A T U R A L E Z A , S O C IE D A D Y M É T O D Q 133

dad y entre las ciencias que estudian una y otra. Por un lado, las
ciencias de la naturaleza logran resultados espectaculares en la
comprensión de las leyes generales de ésta y en su aplicación a
procesos muy parciales de actuación sobre ella, dos ámbitos en
los que se estrellan habitualmente las ciencias sociales; por otro,
las ciencias sociales se muestran tan potentes como las naturales,
o más, cuando se trata de predecir acontecimientos muy comple­
jos y con un alto grado de incertidumbre, no obstante lo cual no
podemos desembarazamos de la intuición de que la meteorología
terminará por lograr buenas predicciones, pero la demoscopia ya
sólo mejorará algo las suyas. La diferencia, creo, depende de dos
cosas: primero, de la distinta relación entre lo general y lo singu­
lar en uno y otro ámbito; segundo, de la ausencia o la presencia
de la libertad por la existencia o no de entes o sistemas autodeter-
minados. De esto último me ocupé en el capítulo tercero de este
texto, y no voy a volver sobre ello ahora. En cuanto a lo primero,
podría resumirse así: la enorme diversidad de la naturaleza encie­
rra un reducido número de regularidades, de modo que, por un
lado, puede avanzarse con mejor ritmo en el descubrimiento de
éstas (la ciencia natural describe exhaustivamente el movimiento
de los planetas, pero no el galope de un caballo), y, por otro, pue­
den manipularse para lograr singularidades de complejidad limi­
tada (la ciencia natural construye con exactitud puentes, pero no
selvas); en el ámbito psicosocial, en cambio, lo singular ocupa un
lugar más prominente, puesto que encierra un mayor número y
una mayor variedad de regularidades, dado que éstas correspon­
den a los sucesivos niveles de organización desde la física ele­
mental hasta la cultura, y lo general, en cuanto que dispositivo
heurístico, aparece así más como resultado de la síntesis (de la
anulación recíproca o la compensación de las singularidades) que
del análisis (de su descomposición en unidades elementales).
La disyuntiva en tomo al método, en particular entre explica­
ción y comprensión, trajo consigo una divergencia de actitudes
frente al conocimiento no científico, es decir, frente al sentido co­
mún e individual. Para los que aspiran a importar los métodos de
la ciencia natural, o a que las ciencias sociales alcancen un grado
de certidumbre equiparable, el sentido común o individual, es de­
cir, la interpretación de la realidad por los actores, es en todo ca­
so un obstáculo en el camino, obstáculo que puede ser simple­
mente apartado o que puede merecer a su vez un análisis
134 L A P E R S P E C T IV A S O C IO L Ó G IC A

específico. Esta hostilidad se expresa de la manera más rotunda


en el concepto de «ruptura» o «corte epistemológico», populari­
zado por los althusserianos pero debido a Bachelard y que tiene
su punto de arranque, entre sociólogos, en Durkheim. Está ence­
rrado ya en la regla de «desechar sistemáticamente todas las pre­
nociones»27,que prolonga y radicaliza la crítica baconiana de los
idola, la duda metódica cartesiana, etc. Pero es Bachelard quien
formula de modo sistemático la idea de que el objeto de estudio
no está dado, sino que debe ser construido por el investigador:
«Hay que aceptar, pues, una verdadera ruptura entre el cono­
cimiento sensible y el conocimiento científico»28. «El hecho
—afirman en esta línea Bourdieu y sus colaboradores— se con­
quista contra la ilusión del saber inmediato»29, es decir, contra el
sentido común. Ya debe resultar claro que no es preciso ser posi­
tivista, ni estrictamente durkheimiano, para sustentar este recha­
zo del sentido común (colectivo o individual, insistamos en ello),
no científico o precientífico. La diferencia consiste en que unos
creen haber logrado ya la ruptura y otros se pasan la vida inten­
tándola: «En las llamadas “ciencias” sociales no se ha producido
el momento de ruptura, y la fase experimental o empírica se arti­
cula directamente con el discurso ideológico no subvertido»30.
Para quienes se alinean con la tradición de las ciencias del es­
píritu, o de la cultura, el sentido común no puede verse en oposi­
ción radical al conocimiento científico. «Entre sociología y senti­
do común, la homología es sustantiva y la diferencia de grado»31.
Para Weber, cuya concepción epistemológica y metodológica de
las ciencias sociales se apoyaba fuertemente en la obra de su con­
temporáneo y amigo Rickert, el objeto de la sociología es, como
se sabe, la acción social, y ésta es cualquier conducta humana
«siempre que el sujeto o los sujetos de la acción enlacen a ella un
sentido subjetivo»32. Para entender la conducta humana no hay
que apartar la (pre)noción que el actor tiene de ella, sino precisa-

27Durkheim, 1895: 66.


28Bachelard, 1938: 282.
29Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1968: 27.
30Ibáñez, 1985: 115.
31 Pérez Díaz, 1980: 126.
32Weber, 1922:1,5.
N A T U R A L E Z A , S O C IE D A D Y M É T O D O - 135

mente partir de aquélla, pues ése es el paso esencial de la inter­


pretación, el punto donde comienza propiamente la investigación
sociológica, según Weber. Cabe, pues, diferenciar la ciencia del
sentido común, pero no oponerla a él de manera excluyente, pues
cualquier tipo de comprensión reflexiva «debe presuponer nece­
sariamente, si ha de valer como una auténtica comprensión, la
comprensión irreflexiva del participante. Y esto, por sí mismo,
toma engañoso el hecho de compararla con la comprensión que
el científico natural posee con respecto a sus datos científicos»33.
A diferencia del mundo natural, el social debe ser contemplado e
interpretado como una realización diestra y consciente, no mecá­
nica ni inconsciente, ni falsamente consciente, de los seres huma­
nos. La sociología, sugiere Giddens, funciona como una doble
hermenéutica: por un lado, «todo esquema teórico generalizado
de las ciencias naturales o sociales es en cierto sentido una forma
de vida en sí mismo, cuyos conceptos tienen que ser dominados,
como un modo de actividad práctica, generando tipos específicos
de descripciones»; por otro, «la sociología, no obstante, se ocupa
de un universo que ya está constituido dentro de marcos de signi­
ficado por los actores sociales mismos, y los reinterpreta dentro
de sus propios esquemas teóricos, mediando el lenguaje corriente
y técnico»34. En la primera faceta mencionada, la sociología ac­
túa como ciencia, como un pensamiento de segundo grado; en la
segunda, que en realidad es la primera en el proceso de conoci­
miento, se funde con el sentido común.
Otro corolario de la escisión de la sociología entre pronatura­
listas y antinaturalistas es la bifurcación de los métodos y las
técnicas de investigación. Los partidarios de la importación del
método de las ciencias naturales, cuyo ejemplo a seguir es, co­
mo se ha indicado, la física, han tendido a identificar el método
con la medición y el rigor del método con la precisión en la me­
dida. El mismo Durkheim tuvo un arranque poético al respecto:
«La estadística expresa cierto estado del alma colectiva. Tal el
carácter de los fenómenos sociales, desembarazados de todo ele­
mento extraño»35. No es inevitable, por cierto, la asociación en-

33Winch, 1958: 84.


^G iddens, 1976: 165-166.
35Durkheim, 1895: 41.
136 L A P E R S P E C T IV A S O C IO L Ó G IC A

tre pronaturalismo y cuantitativismo: hay un positivismo cualita-


tivista, fácil de encontrar en la etnometodología, aunque aquí no
vamos a ocupamos de él; por otra parte, se podría considerar al­
gunas técnicas de investigación, como las escalas de actitudes y
otras, como una simbiosis de «comprensión» y cuantitativismo.
Pero, aun sin ser inevitable, sí que ha sido la asociación típica,
como si respondiera a una afinidad no electiva: ¡es beaux esprits
se rencontrent. La dinámica inconsciente de la investigación en
el mundo académico, así como de la percepción de los resulta­
dos de la sociología por su clientela institucional o en el merca­
do, empuja siempre en ese sentido, y de ahí que periódicamente
se levanten protestas muy autorizadas contra la tendencia impe­
rante, como lo hicieran Mills, desde la periferia de la sociología
académica, contra «el fino molinillo del Ritual Estadístico»36, o
Sorokin, desde su centro neurálgico, contra la «cuantofrenia» y
la «numerología»37. El primer problema de esta inclinación ha­
cia las técnicas de análisis cuantitativas es que la precisión del
cálculo puede llevar al investigador a olvidar la pertinencia y la
claridad de los problemas e interrogantes. Comte, que no en va­
no era matemático, ya advirtió que la precisión era una cosa y la
certidumbre otra, y que la primera no garantizaba la segunda. La
significación estadística, por lo demás, no implica necesaria­
mente significación sustantiva38. Merton afirmaba que había dos
tipos de sociólogos; los que pueden decir que lo que plantean es
cierto, pero no saben si es relevante, y los que, por el contrario,
pueden afirmar que lo que plantean es relevante, pero no saben
si es cierto. Podemos añadir a esta sabia observación que el pri­
mero sería el cuentacadáveres, probablemente norteamericano;
el segundo el especulador de gabinete, posiblemente europeo.
Mills, sin embargo, se preguntaba si los resultados irrelevantes
del «ritual estadístico» serían siquiera ciertos39. En todo caso, la
búsqueda del rigor metodológico puede ocultar tanto la pertinen­
cia como la relevancia de las preguntas. Cualquiera que sea el
método de producción u obtención y análisis de los datos, es

36 Mills, 1959:83.
37Sorokin, 1956: 122ypassim .
38 Alvira et al., 1979: 76.
39Mills, 1959: 83.
NATURALEZA, SOCIEDAD Y MÉTODO V
137

cuestión previa contar con un marco conceptual y unas hipótesis


bien formuladas. Como afirmara Lewis Coser en su discurso
presidencial ante la American Sociological Association: «Des­
pués de todo, [las medidas] no son sino medios para lograr un
mayor análisis y comprensión. Si los conceptos y nociones teóri­
cas son débiles, no hay ninguna medida, por muy precisa que
sea, que produzca avance alguno en la ciencia explicativa»40. Al
fin y a la postre, ni siquiera las ciencias de la naturaleza deben
sustancialmente su progreso al avance de las técnicas de medi­
ción41. La técnica elegida, además, impone limitaciones a la in­
vestigación. Las mayoría de las técnicas cuantitativas se utilizan
como técnicas distributivas, que estudian las variaciones en la
frecuencia de algo, para lo cual deben convertir ese algo en con­
mensurable. No se pueden sumar peras con manzanas... excepto
que se sumen como frutas, o como kilogramos de fruta, o como
dinero gastado en la adquisición de fruta. La conmensurabilidad
aumenta según damos nuevos pasos en la abstracción y renun­
ciamos a tener en cuenta otras determinaciones de los objetos
estudiados. «Una situación de producción de datos es adecuada
para investigar situaciones fuera del proceso de investigación
que sean semejantes a ella (que tengan la misma forma —homeo-
morfas o isomorfas—)»42. Para que la medida tenga sentido y
sea válida, «ambos sistemas, el de cifras y el de conceptos, de­
ben ser isomorfos, es decir, las estructuras de ambos sistemas
deben ser internamente semejantes»43. De lo contrario, la utiliza­
ción de técnicas numéricas impondrá por sí misma equivalencias
que no están en la realidad y que resultan extrañas a la teoría44.
Del otro lado de la gran divisoria de aguas, la defensa de la
especificidad de la ciencia social puede traer consigo el error si­
métrico. Los métodos y técnicas cualitativos, efectivamente, se
ajustan mejor a la complejidad de lo social y la singularidad de
lo histórico, pero les corresponde la carga de la prueba de su ob­
jetividad. Existe una idea bastante extendida según la cual la in-

40Coser, 1975: 692.


41 Zetterberg, 1962.
42 Ibáfiez, 1985: 231.
43 González Blasco, 1990: 228.
44Cicourel, 1964: 57.
138 L A P E R S P E C T IV A S O C I O L Ó G IC A

terpretación (la comprensión) sería algo así como una simple ac­
titud empática en relación al objeto de estudio»45, una chispa in­
tuitiva ajena a cualquier rigor metodológico, «un juego de adivi­
nanzas en que todo vale»46. Pero, cuando el investigador se
libera del corsé de los métodos cuantitativos no por ello queda a
solas con el objeto de investigación, pues entre ambos se interpo­
ne prácticamente el lenguaje, tanto si produce datos ex novo co­
mo si recoge datos ya existentes47. Por otra parte, la polémica so­
bre los métodos de las ciencias naturales, en particular a partir de
la obra de Popper y, sobre todo, de Kuhn y Feyerabend, ha sido a
menudo entendida desde el campo de la sociología como una ga­
rantía de que no existe criterio alguno de objetividad en la cien­
cia, que todo vale tanto en lo que concierne al marco conceptual
como en lo que se refiere al método, que ningún método es in­
trínsecamente mejor que otro; como una indicación de que «la
subjetividad reina sin rival en las ciencias físicas y biológicas y
que, por tanto, se concluye, también debe reinar sin oponentes en
las ciencias sociales y del comportamiento. Los sociólogos que
extraen esta conclusión gratuita, la usan como licencia para legi-
timizar una subjetividad total en la que cabe todo, ya que, como
creen haber aprendido de los filósofos, la objetividad en la cien­
cia es una pura ilusión»48. No en vano Kuhn había terminado de
pergeñar su trabajo entre sociólogos, movido por la curiosidad
que le provocaba la diferencia entre los científicos sociales y los
naturales, y, para consuelo de los primeros, abría su opus mag-
num afirmando que «tanto la historia como su propia experiencia
le hacían dudar de que los practicantes de las ciencias naturales
poseyeran respuestas más firmes o permanentes que sus colegas
de las ciencias sociales» a las preguntas sobre el objeto y el mé­
todo de la ciencia49. Pero, en realidad, sólo Feyerabend lanzó, en
un tono abiertamente provocador, la consigna del «todo vale»50,
síntesis en la agitación de su propaganda en tomo al «principio

45 Abel, 1958,
'"’Bergery Kellner, 1981: 84.
47Ibáñez, 1985: 226-227.
48Merton, 1976: 139.
49 Kuhn, 1962: viii.
50 Feyerabend, 1974: 22.
naturaleza , sociedad y método 139
v
de proliferación», a una «metodología pluralista», etc. (y aclaró
posteriormente que, con aquélla fórmula, bromeaba)51; o afirmó
que «la elección entre teorías» comprehensivas e inconmeñsura-
bles, o «la elección de una cosmología básica puede llega/ a ser ,
también una cuestión de gusto»52.
Poincaré se burlaba de la obsesión metodológica de la socio­
logía, a la que reprochaba ser «la ciencia que cuenta con más
métodos y con menos resultados»53, y son numerosos los soció­
logos que han señalado la sobreabundancia en la disciplina de
obras redundantes sobre metodología54. Hoy en día, la moda es
otra: produce ya cierto hastío leer un artículo tras otro en el que
se empieza citando a Kuhn para declarar que existen diversos
«paradigmas» e, implícitamente, que el autor no pretende ofen­
der a los que sostienen otro — sobre todo si de ellos depende su
futuro profesional— (este abuso del concepto de paradigma
con la finalidad de nadar y guardar la ropa, es decir, de abrirse
un espacio nuevo sin provocar las iras de quien domina el vie­
jo, es tanto más frecuente cuando más débil e incierto sea el es­
tatuto científico de la disciplina: abunda especialmente, por
ejemplo, en la pedagogía). En este contexto, la interpretación
se inclina especialmente hacia una cierta despreocupación me­
todológica en la que la singularidad del objeto estudiado con­
vierte el proceso de investigación en irreproducible y, por tanto,
sus resultados en irrefutables, pero no impide basar en él toda
suerte de generalizaciones. Esto es particularmente cierto cuan­
do el investigador se desliza hacia una suerte de metodología
clínica, basada en técnicas como la entrevista individual y co­
lectiva, la observación, etc., pero sin llegar a alcanzar el grado
de saturación que proporcione la certidumbre de que ya no hay
nuevos datos que buscar, y al mismo tiempo se elaboran toda
suerte de teorías post factum, puramente admisibles y de bajo
valor probatorio, por decirlo en los términos de Merton. «La
característica que define este procedimiento es la introducción
de una interpretación después de haber hecho las observacio-

51 Feyerabend, 1974: 163n38.


52Feyerabend, 1974: 134.
53 Citado en Bottomore, 1962: 45.
54Neurath, 1931: 13; Nisbet, 1976: 5; Merton, 1957: 97.
140 L A P E R S P E C T IV A S O C I O L Ó G IC A

nes, y no la comprobación empírica de una hipótesis preformu­


lada»55.
¿No es posible, pues, la objetividad fuera de los procedimien­
tos cuantitativos? Lo cierto es que aquélla no está asegurada ni
siquiera en éstos, pero al mismo tiempo puede ser buscada y,
hasta cierto punto, lograda también en los procedimientos cuali­
tativos. Las técnicas pueden ser buenas o malas, adecuadas o
inadecuadas en relación a su objeto, de mayor o menor potencia
explicativa y más o menos indicadas para la generalización, pero
la objetividad no estriba tanto en la técnica misma como en la
actitud del investigador hacia su objeto y hacia los demás inves­
tigadores. Tal vez parezca más verosímil dicho por un positivista
irredento como Popper: «lo que normalmente se llama objetivi­
dad científica se basa, hasta cierto punto, en instituciones socia­
les»56. En última instancia, la objetividad es una cualidad actitu-
dinal opuesta al vicio de la parcialidad, no una característica
ontológica opuesta a la subjetividad. La objetividad científica,
en otras palabras, no está en los «hechos», una vez depurados de
las apariencias, los valores, los intereses, etc., sino en el com­
portamiento del investigador o, más en general, de la comunidad
de investigadores. Ésta era la idea de Weber, por oposición al
objetivismo de Durkheim o a la praxis marxiana, y es la que vie­
nen a aceptar los debates más recientes sobre la ciencia. «La ba­
se social de cualquier ciencia es una comunidad de investigado­
res relativamente autónoma respecto de las preocupaciones
mundanas»57; y «el único criterio de verdad (experimental o for­
mal) que permanece, si se descarta toda referencia a un absoluto
exterior o interior, es el acuerdo de los espíritus»58.
¿Qué es, pues, lo que hace de la sociología una ciencia? No
ya la objetividad de los hechos, ni la exclusión de la subjetivi­
dad, ni la práctica revolucionaria. «Un nuevo tipo de objetividad
en las ciencias sociales es alcanzable, no por medio de la exclu­
sión de valoraciones, sino por medio del conocimiento crítico y

55 Merton, 1957: 103.


56Popper, 1957: 170.
57Collins, 1975: 525-526.
sspiaget, 1965: 93 [92].
N A T U R A L E Z A , S O C IE D A D Y M É T O D O 141
V

del control de ellas»59. Lo que la comunidad de investigadores


asegura, o por lo menos propicia, es la disciplina del procedi­
miento en aras a la coherencia interna de las proposiciones, su
refutabilidad empírica y el debate y la crítica intelectuales60; su
método, el manejo de datos, la búsqueda de la evidencia, el ra­
zonamiento lógico, la consistencia de la teoría61; el carácter
comprobable de sus afirmaciones62; su fundamento en la obser­
vación, la consistencia de sus proposiciones generales, el hecho
de no ser una disciplina dogmática, la neutralidad moral de su
metodología, su carácter crítico producto de la tensión entre
cientificidad y humanismo63. En suma, la sociología es una cien­
cia porque desea serlo, porque la comunidad sociológica acepta
actuar de acuerdo con los cánones de la conducta científica, al
margen de las definiciones más o menos acertadas que puedan
darse de éstos.

59Mannheim, 1936: 50.


60 Pérez Díaz, 1980: 1 18.
61 Giddens, 1982: 89.
62 Goldthorpe, 1968: 21.
63Giner, 1969: 17 ss.
8. PROBLEMAS, INTERESES Y VALONES

Señalamos ya al comienzo del primer capítulo el papel deter­


minante de la crisis de la sociedad tradicional en el surgimiento
de la Sociología. En general, cabe afirmar que esta disciplina na­
ce y vive de la existencia de problemas sociales, bien sean gran­
des problemas que parecen afectar a la existencia misma de la
sociedad, bien problemas limitados que deben ser abordados por
ésta para mantener su funcionamiento regular o que atañen a
instituciones o grupos concretos en su interior. De ahí que haya
podido decirse de ella que es la «ciencia de la crisis»1, pues,
efectivamente, una sociedad sin problemas o ciega ante sus pro­
blemas difícilmente iba a tener necesidad alguna de sociólogos o
siquiera a apetecer de ellos como un lujo narcisista.
Sin embargo, estas crisis y problemas pueden ser de índole y,
sobre todo, de entidad muy diversa. Podemos situamos mínima­
mente a partir de la consideración del ritmo del cambio social.
Seiscientos mil años o más sobre la tierra han permitido a la es­
pecie humana pasar por grados muy distintos de estabilidad y
cambio sociales. En un extremo podemos situar las hordas pri­
mitivas y, en otro, la sociedad en que hoy vivimos, y algunas
partes de la humanidad han permanecido impasibles hasta muy
recientemente (los yanomami, por ejemplo) mientras que otras
conocieron un desarrollo muy temprano (Jericó, China, Egipto,
Grecia..., según qué hito se prefiera). La cuestión es que una so­
ciedad que no experimenta y no tiene conciencia de haber expe­
rimentado cambios visibles no tiene motivo alguno para interro­
garse sobre sí misma, mientras que la que sí lo experimenta, la
que vive un período crítico, sí lo tiene, y con mayor urgencia
cuanto más evidente sea el cambio. Ahora bien, ¿cuánto cambio

1 Bottomore, 1974: 6.

[143]
144 L A P E R S P E C T IV A S O C IO L O G IC A

es mucho, poco o suficiente para que la sociedad se interrogue


sobre sí? Podría estimarse el cambio social, incluso una tasa de
cambio social, a través de muchos indicadores, pero creo que la
medida adecuada no puede ser otra para la intensidad que la per­
cepción de los individuos ni, para el ritmo, que la vida de éstos.
Sobre esta base podemos plantear así la cuestión: cualquiera que
sea su contenido sustantivo, el cambio social tiene consecuen­
cias distintas sobre el modo en que los individuos ven la socie­
dad de la que forman parte según que se perciba con una intensi­
dad suficiente sólo a través de muchas generaciones, de una
generación a otra o dentro de una misma generación. Llamaré a
estos tres tipos de cambio, respectivamente, suprageneracional,
intergeneracional e intrageneracional.
El cambio suprageneracional es, desde el punto de vista del
individuo, una situación de estabilidad. Cada generación hereda
un mundo básicamente similar al de la anterior, por lo que la or­
ganización social aparece apuntalada con la fuerza de la costum­
bre, la tradición, lo inamovible. La historiografía podrá luego in­
dicar que, en realidad, hubo sensibles cambios a través de las
generaciones, pero para eso hace falta primero que alguna gene­
ración sienta la necesidad de interpretar la historia: por eso el es­
tudio de la historia es también un fenómeno moderno, excepto
por unas cuantas epopeyas cuya finalidad no era tanto explicar
cambios en la vida de los pueblos como glosar las vidas de los
poderosos. Una sociedad que se percibe como fundamentalmen­
te igual a sí misma en el tiempo no necesita para nada de la so­
ciología. De hecho, los mejores estudios sociales anteriores a la
modernidad son siempre los estudios de viajeros, comerciantes o
militares que dan cuenta de su sorpresa ante las formas sociales
de otros pueblos aun cuando sigan sin interrogarse sobre las pro­
pias (Tácito, Ibn Jaldún, Marco Polo...).
El cambio intergeneracional corresponde, en contrapartida, a
lo que normalmente entendemos por una crisis social, fuera del
tremendismo ante los acontecimientos inmediatos. De forma
más o menos dramática se ve derrumbarse el viejo mundo y
surgir el nuevo, no importa que pueda considerarse éste mejor o
peor que el anterior. Este es el tipo de situación que dio origen a
la economía política y a la sociología. Como, además, la historia
real no discurre de forma uniforme por toda la faz de la tierra,
podemos añadir que es una situación que ha venido repitiéndose
PROBLEMAS, INTERESES Y VALORES 145

hasta hoy, desde el inicio de la revolución capitalista en los Paí­


ses Bajos e Inglaterra hasta la expansión intensiva de este siste­
ma social a los últimos rincones del mundo, todavía inacabada.
Si el cambio, incluso el mismo tipo de cambio, intergeneracipnal \
puede contemplarse a lo largo de los dos últimos siglos, de
Amsterdam y Londres a Maputo y la Amazonia, no es porque
haya habido tantos cambios como generaciones, sino porque
distintas áreas del mundo y distintos grupos de población lo han
ido viviendo en generaciones sucesivas, lo cual implica que,
mientras unos grupos o áreas vivían ya una situación de cambio
intergeneracional, otros estaban todavía en el letargo del cambio
o la estabilidad suprageneracionales. Este tipo de cambio es el
que da lugar a la época clásica de la sociología, que, dependien­
do de las circunstancias concretas, ha podido adoptar una forma
épica o trágica, como en la Europa noroccidental del siglo xix,
preocupada sobre todo por los conflictos políticos, u optimista y
tecnocrática, como en la Norteamérica de la primera mitad del
siglo, preocupada ante todo de la integración de las sucesivas
oleadas migratorias. La sociología europea clásica se interrogó
sobre la viabilidad de la nueva sociedad y sobre la conveniencia
de mantenerla o sustituirla por otra, mientras que la norteameri­
cana lo hizo sobre el modo de corregirla y mejorarla.
El cambio intrageneracional, en fin, consiste en un estado
fluido en el cual una misma generación pasa, por así decirlo, por
mundos distintos; el individuo ve cambiar la sociedad entorno a
lo largo de su propia experiencia vital, con una elevada concien­
cia de que el mundo en que participa activamente como adulto
no es el mismo en que se educó como niño, ni en el que pasará
sus últimos años como anciano, ni probablemente el único del
que tomará parte entre estos dos extremos. A los efectos que
aquí interesan, el resultado de esto es que la necesidad más o
menos intensamente sentida de comprender lo que sucede en la
sociedad no se limita ya a quienes desempeñan un papel dirigen­
te en el conjunto de la misma o para sectores determinados de
ella, sino que se extiende a los ciudadanos normales y corrien­
tes, al ámbito de la vida privada ordinaria, a quienes no preten­
den influir sobre la vida de los demás, sino simplemente contro­
lar o comprender mejor la propia. Los problemas sociales no son
dictados ya sólo por la dinámica de la actividad política sino
también por las incertidumbres cotidianas de la vida personal. El
146 L A P E R S P E C T IV A S O C IO L Ó G IC A

cambio intrageneracional, por supuesto, no sustituye al interge­


neracional, sino que se solapa con él. Mutaciones cuya intensi­
dad requirió antes para algunos grupos numerosas generaciones,
se producen tardíamente para otros en una generación y para
otros en menos. Cuanto más tardío es el cambio, más rápido,
más intenso y más dramático resulta cuando llega: es lo que
Trotski llamó algo ampulosamente la ley del desarrollo desigual
y combinado2.
Todas las formas de cambio social alientan la reflexividad de
la sociedad, si bien, lógicamente, en grados distintos tanto en lo
que concierne a la amplitud y profundidad de la reflexión como
a las características de los sujetos implicados en ella, lo cual
también produce distintos tipos de sociología. Las tremendas
transformaciones de los siglos xvm y xix trajeron consigo, en la
escena europea, la sociología clásica en sentido fuerte: Marx,
Weber, Tónnies, Simmel, Pareto, Durkheim y otros se interroga­
ron ante todo sobre la sociedad en general, sobre sus fundamen­
tos mismos, como antes lo hicieran los precursores, aunque tam­
bién hiciesen unos pocos estudios de ámbito y pretensiones más
limitados. Norteamérica, que vivió el cambio como fundación y
no como conflicto, y por tanto en forma menos traumática y más
optimista, produjo, fuera del caso aislado de Parsons y su (quizá
por ello mismo) ultraabstracta Gran Teoría, lo que, parafrasean­
do a Merton, podríamos llamar una sociología de alcance
medio3. Con independencia de su valor como opción epistemo­
lógica y metodológica, no parece arriesgado afirmar que esta au-
torrestricción de la sociología corresponde a su papel en una so­
ciedad más segura de sí misma a la vez que convencida, no
obstante, de la existencia de problemas que deben y probable­
mente pueden ser resueltos. Ya no se trata tanto de la sociedad
como problema cuanto de un conjunto de problemas sociales
singularizados, y el alcance de las teorías que se proponen al so­
ciólogo no parece ser distinto del que el político —al menos en
lo que Dahrendorf llamaría la política normal— se propone en
su acción. Corresponde también, por cierto, a la ingeniería frag­
mentaria contrapues: por Popper a la ingeniería utópica de los

2 Véase Trotski, 1930: cap 1.


3 Merton, 1957: 16.
PROBLEMAS, INTERESES Y VALORES 147
v
historicistas a los que criticaba (fundamentalmente el marxis­
mo): «El ingeniero o técnico fragmentario reconoce que sólo
una minoría de instituciones sociales se proyecta consciente­
mente, mientras que la gran mayoría ha “nacido” como'el resul­
tado impremeditado de las acciones humanas»4. La sociología
de alcance medio es la sociología del reformismo social. El
cambio intrageneracional requiere una sociología de alcance to­
davía más limitado. Los interrogantes sociales no surgen ya, en
un sentido inmediato, tan sólo de las inquietudes intelectuales
del investigador, ni de las tareas del político, sino asimismo de la
curiosidad y la perplejidad del hombre común. Recogidos y am­
plificados por los medios llamados de comunicación de masas
asedian al sociólogo con un sinfín de preguntas imprevistas que
requieren respuestas inmediatas y lo ponen a prueba y le halagan
al colocarlo, en ciertos aspectos, en el lugar que de antiguo ocu­
paba el sacerdote: el de intérprete y consejero, siempre dispues­
to y accesible, ante los problemas de la vida cotidiana. La incer­
tidum bre requiere respuestas rápidas, y esta rapidez se
compadece mal con la labor investigadora, de modo que condu­
ce siempre a apoyarse sobre el conocimiento previamente dispo­
nible, cuyas respuestas no necesariamente corresponden a los
mismos o similares interrogantes, o incluso a ir más allá de don­
de éste, legítimamente, permitiría llegar.
Hay pues, siempre, uno o muchos problemas sociales, pero lo
son en distinto sentido. Primero es la sociedad misma, el proble­
ma en singular; después, los problemas sociales, los problemas
en plural; finalmente los problemas individuales, pero recurren­
tes. Podríamos decir que estos tres tipos de problemas corres­
ponden, respectivamente, al sistema, la estructura y los agrega­
dos sociales. En cierto modo, son también los ámbitos macro,
meso y micro de la vida social. Los problemas sociales podrían
considerarse también como los problemas políticos ordinarios,
en el sentido de que es sobre éstos sobre los que la colectividad
se plantea actuar como tal, mientras que los problemas indivi­
duales, de la vida cotidiana, son sociales en cuanto que tienen
causas y manifestaciones sociales y en cuanto que son comunes,
pero no son objeto de acción colectiva. Supongo que eso es lo

Popper, 1957: 59.

i
148 L A P E R S P E C T IV A S O C I O L Ó G IC A

que se quiere decir entre periodistas y políticos, por ejemplo,


cuando se califica tal o cual problema de problema sociológico o
problema para sociólogos: que no pasa de ahí; que no es un pro­
blema político en el sentido mencionado; que, aunque sea un
problema con causas y dimensiones sociales, no tiene por qué
ser objeto de intervención desde la esfera pública.
Pero las cuestiones anteriores no desaparecen con la irrupción
de las nuevas, y la sociología pasa a actuar así, de modo simultá­
neo, en los tres niveles: la naturaleza de la sociedad, los proble­
mas sociales y la vida cotidiana. En el primer nivel podemos si­
tuar los análisis sobre las grandes coordenadas y tendencias
sociales, desde las visiones macrohistóricas de los fundadores
(complejidad creciente, estadios civilizatorios, supervivencia del
más fuerte, materialismo histórico, racionalidad...), pasando por Jv .<
las caracterizaciones y las teorías del cambio social de los clási­
cos (capitalismo, burocratización, solidaridad orgánica, sociedad í
frente a comunidad, etc.), hasta las actuales incursiones en el te­
rreno de la prospectiva (postindustrialismo, postmodemidad, £
post-trabajo y otros post-, tercera ola, informatización, riesgo,
globalización, etc.). En el segundo nivel se encuentran los pro­
blemas que se suceden en el centro de atención de los gobiernos,
las agencias públicas y los actores sociales organizados: la po­
breza, el desempleo, la marginación, la satisfacción en el traba­
jo, el divorcio, la delincuencia y un interminable etcétera que
cubre lo que podemos llamar el trabajo normal de la mayoría de
los sociólogos. Finalmente, en el tercer nivel se desata una plé­
tora de interrogantes notablemente más particularistas, desde la
popularidad de los personajes públicos hasta las raíces de la fies­ ->
ta religiosa local, desde la prospección de un mercado de consu­
mo potencial hasta las reacciones ante una medida política re­
cién adoptada, etc. Por supuesto, los tres niveles se superponen I
en combinaciones diversas dentro de cada rama de la sociología,
en cada institución o en el trabajo de cada sociólogo.
El grueso del trabajo del sociólogo se dirige en todo caso, co­
mo hemos apuntado, hacia el nivel intermedio de los problemas
sociales. En este aspecto resulta más o menos imprescindible
—aunque también potencialmente incómodo, por la imprevisibi-
lidad de sus resultados— para todas las fuerzas que se proponen i
intervenir de un modo u otro en el proceso social, sea para de­
fender lo que existe o para alcanzar lo que no existe. Es lógico,
ll
>
PROBLEMAS, INTERESES Y VALORES 149
X
pues, que sea demandada por las administraciones públicas y
por los actores sociales, a los que proporciona legitimaciones
para la defensa de intereses típicamente establecidos don carác­
ter previo. Pero esto también genera un juego en el que la socio­
logía, como oferta, intenta crear y estimular su propia demanda.
Apuntar la existencia de un problema social es ofrecer nuevas
oportunidades a quienesquiera que se puedan aprestar a solucio­
narlo — agencias públicas, grupos profesionales y, junto con
ellos, más estudiosos del problema— y, por supuesto, a los pre­
suntos afectados —grupos de interés—. «Los intelectuales tie­
nen un interés creado en proclamar crisis porque ello atrae la
atención del público y legitima la ocupación del intelectual, que
consiste en tener ideas»5.
Esto abre importantes oportunidades a la sociología, que, co­
mo es lógico, encuentra su clientela principalmente entre las Ad­
ministraciones públicas, en medida algo menor en los actores
sociales organizados (pero no tan menor como pudiera parecer,
puesto que una buena proporción de las demandas de la Admi­
nistración es producto del proceso de concertación con los agen­
tes sociales) y, de modo ocasional, en las grandes corporaciones
y empresas. El riesgo reside en que, a menudo, esta clientela ac­
túa como una solución en busca de un problema; es decir, en
que, más que diagnósticos libres de problemas reconocidos, pero
abiertos, o señalamientos de nuevos problemas, lo que busca son
legitimaciones para ofertas o demandas —políticas o reivindica­
ciones— más o menos previamente diseñadas con independen­
cia de ellas. Si el sociólogo entra en este juego, la sociología se
convierte entonces en una mera racionalización de intereses. Sin
embargo, indicar este riesgo no debe conducimos a maximizarlo
ni a absolutizarlo. Si el autor o el lector de estas líneas pueden
sentir indignación ante la idea de supeditar la ciencia a intereses
bastardos, etc., los representantes de las Administraciones, las
organizaciones de intereses e incluso las empresas también son
moralmente capaces de hacerlo, y, a priori, no hay motivo para
suponer que las demandas dirigidas por ellos a la sociología no
se basen simplemente en el deseo o la necesidad de conocer lo
que se ignora o que, aunque se prefieran unos resultados a otros

5 Bergery Kellner, 1981: 188.


150 L A P E R S P E C T IV A S O C IO L Ó G IC A

i
y se tenga plena conciencia de que afectan a intereses propios y -S-
ajenos, no se vayan a respetar las reglas básicas de la autonomía
de la investigación. Existe, pues, el riesgo de una sociología
convertida en pura retórica del poder o de los intereses secciona­
les, pero no es ni más ni menos que eso: un riesgo.
En el tercer nivel, como sociología de la vida cotidiana, la so­
ciología despierta al menos cierta atención de la población en
general en la medida en que ésta percibe cada vez con mayor
claridad y frecuencia, y por ello mismo con mayor ansiedad, el
i
carácter cambiante e incierto de su entorno, el derrumbamiento
%
de la seguridad y de la imagen de inalterabilidad de las institu­
ciones más próximas. Esta ansiedad encuentra expresión en los
discursos recurrentes sobre «la crisis de los valores», «la deca­
dencia de la familia», la «globalización», el «imperio de lo efí­
mero», la «flexibilidad/precariedad» y un larguísimo etcétera
que, con independencia de su mayor o menor acierto en la des­ l:
cripción y explicación de procesos, situaciones o tendencias, ex­
presan casi invariablemente la ruptura de viejas certezas y la
irrupción de nuevas inquietudes. En ese contexto, la demanda de
explicaciones sociológicas se extiende, aunque sea de forma va­ -U
ga, por el conjunto de la población, que ya no se conforma con
que se le diga en el catecismo qué y cómo es la familia o en el
código mercantil qué y cómo puede ser un banco, sino que
muestra curiosidad y receptividad ante otras realidades y otras i•
explicaciones. No se trata de que los trabajadores en paro, las -:í

amas de casa frustradas, los televidentes despistados o los ado­


lescentes en crisis acudan a la consulta del sociólogo, sino de
que las ideas sociológicas, difundidas por conductos diversos y
en particular por los medios de comunicación de masas —con
las inevitables distorsiones—, encuentran algún eco justamente
donde el mundo que se da por sentado se tambalea o, al menos,
se ve sacudido por los acontecimientos.
Nuevas oportunidades para la sociología pero también, cómo
no, nuevos peligros. El riesgo ahora es el de caer en la autocom-
placencia a partir de la facilidad con la que, cuestionando desde
la sociología el sentido común, se puede 1legar a épater le bour-
geois y, si no a convencer, al menos sí a llamar la atención. Creo
que este riesgo adopta hoy, sobre todo, la forma de una práctica
profesional mediática o, para ser más exactos, subordinada a las
limitaciones y las urgencias de los medios. No se trata de ningún
PROBLEMAS, INTERESES Y VALORES 151
v

modo de reivindicar la «torre de marfil» académica, evitar el


«contacto con la plebe» periodística o condenar la difusión de
las ideas y los hallazgos de la sociología. Se trata, simplemente,
de mantener el mismo rigor en cualquier caso, lo cuál no debe
confundirse con la necesaria adaptación formal a las característi­
cas de la comunicación en cada contexto (por ejemplo, en térmi­
nos de claridad, brevedad, secuencia de la argumentación, etc.).
De hecho, aunque la mediática sea la manifestación más clara de
este peligro, no es ni mucho menos la única. El mismo tipo de
trivialización del conocimiento científico se produce cuando, en
cualquier otro contexto, el sociólogo se vale simplemente de
media docena de lugares comunes de la disciplina que sirven por
igual para un roto que para un descosido, añadiendo simplemen­
te la «dimensión social» o «sociológica» a cualquier problema
que se le presente. Esto da lugar a lo que Berger y Kellner lla­
man la sociología pop6, tal vez plenamente acorde con el tono
intelectual de una época que se complace en lo light, el fragmen­
to, el pensamiento débil... El peligro consiste, en definitiva, en
morir de éxito, incluso del más modesto de los éxitos.
Claro que la respuesta a este riesgo no reside en la reclusión
en el primer nivel, en la fuga hacia lustrosas teorías que a ningu­
na realidad se permitiría estropear. La simplificación de la com­
plejidad real mediante grandes sistemas teóricos ha estado siem­
pre presente en la sociología, particularmente a base de grandes
operaciones reduccionistas (por ejemplo de reducción del com­
plejo proceso social a la lucha de clases, a la racionalización, a
la modernización, etc.) o de abstracción respecto de la multipli­
cidad del objeto de estudio (recurriendo al desarrollo de la divi­
sión del trabajo, la diferenciación estructural, la teoría de siste­
mas...). El intelectual siempre está sometido a la tentación de
sustituir una realidad compleja y poco clara que no puede expli­
car de forma satisfactoria por un sistema ordenado pero irreal
que sí puede entender con facilidad7. No es que tales abstraccio­
nes y generalizaciones sean en absoluto inútiles, pues la voca­
ción de la ciencia ha de ser siempre parsimoniosa, conseguir ex­
plicar más con menos, pero con frecuencia son no sólo

6 Berger y Kellner, 1981: 206.


7 Boulding, 1953: 150.
152 L A P E R S P E C T IV A S O C IO L Ó G IC A

insuficientes por sí mismas sino dañinas, en cuanto que nos sir­


ven para evitar abordar la complejidad.
Para la sociología que se mueve entre estos extremos el pro­
blema se presenta siempre como disyuntiva entre la afección al
orden en presencia y la oposición al mismo. Es la manida dicoto­
mía entre «tecnócratas» e «ideólogos»8, entre la «técnica de una
buena gestión social» y la «teoría imaginaria de la sociedad del
mañana», entre el «tecnocratismo» y el «profetismo»9, entre la
«toma de decisiones» y la «contestación»101, entre «sacerdotes» y
«profetas»11, entre la integración y el apocalipsis, que retoma la
vieja disyuntiva entre orden y progreso, leyes naturales y dere­
chos naturales, «estabilización» y «oposición»12, etc. Estas pare­
jas de conceptos y otras similares tienen en común la voluntad de
expresar los riesgos de un posicionamiento ante el orden social o
de una interpretación del mismo que, por unilaterales y, por tan­
to, parciales, resultan siempre inadecuados. Mannheim, creo, ex­
presó el problema mejor que nadie con sus categorías de ideolo­
gía y utopía. «El concepto de ideología refleja uno de los
descubrimientos que surgió del conflicto político, es decir, que el
pensamiento délos grupos dirigentes puede llegar a estar tan pro­
fundamente ligado a una situación, por sus mismos intereses, que
ya no sean capaces de ver ciertos hechos que harían vacilar su
sentido del dominio. [...] El concepto de pensar utópico refleja el
descubrimiento opuesto de la lucha política, es decir, que ciertos
grupos oprimidos están, de modo intelectual, tan fuertemente in­
teresados en la destrucción y transformación de determinada con­
cepción de la sociedad, que, sin saberlo, ven sólo aquellos ele­
mentos de la situación que tienden a negarla»13. En el nivel
macro, el de la sociedad misma como problema, se antoja más
probable la actitud de oposición, utópica, profética, revoluciona­
ria, etc.; en el nivel meso, el de los problemas político-sociales,
resultan más verosímiles el tecnocratismo, el reformismo suave,

8 Berger y Kellner, 1981: 178-179.


9 Boudon, 1971:47.
10 Bottomore, 1974: 6.
11 Friedrichs, 1970.
12 Habermas, 1963: 277.
13 Mannheim, 1936: 89.
P R O B L E M A S . fN T E R E S E S Y V A L O R E S 153
V

etc.; en el nivel micro, el de la vida cotidiana, tal vez es más fácil


inclinarse hacia la ironía, la indiferencia y el cinismo.
En la práctica profesional regular del sociólogo la cuestión es
defender la autonomía de su trabajo no sólo respecto de los pre­
juicios de cada cual, sino también respecto de su fuerza material -
o moral. En el caso de los grupos dominantes el asunto no se re­
duce a no compartir sus prejuicios autocomplacientes, sino que
se extiende a resistir el peso directo e indirecto de su poder (por
ejemplo, sus mayores posibilidades de financiar el trabajo de in­
vestigación). En el caso de los grupos oprimidos, la cuestión
consiste tanto en eludir sus propios prejuicios, tal vez simétri­
cos, como en no dejarse arrastrar por la simpatía que sú situa­
ción, sus intereses o su causa puedan despertar en el observador.
Es, en todo caso, más bien del lado de la crítica al orden exis­
tente donde suele situarse la sociología, si bien nunca ha faltado,
desde luego, quien ha visto en ella un instrumento más del po­
der. Algo de esto hay, como es obvio, en la teoría de la fisión bi­
naria entre, de un lado, la sociología y, del otro, el marxismo
(Gouldner, etc.) o el socialismo (Ibáñez, etc.)14. Hace tres dece­
nios, en el conspicuo año de 1968, Irving Louis Horowitz afir­
maba que la sociología norteamericana estaba, de grado o por
fuerza, al servicio de la clase alta15, y un por entonces muy jo­
ven sociólogo, Martin Nicolaus, en representación de sus coetá­
neos, se dirigía al congreso anual de la American Sociological
Association con un discurso titulado La sociología domesticada
[Fat cat sociology] en el que acusaba a sus estupefactos colegas
de vigilar a las clases bajas mientras pedían con la mano hacia
las clases altas y les espetaba que, si la policía era el hardware
del poder, ellos eran el software1617.No han faltado otras andana­
das contra los vínculos entre la sociología y el poder político y
económico, en particular referidas al contexto norteamericano
de la posguerra. No en vano la primera investigación masiva ha­
bía sido precisamente financiada por los militares, la media do­
cena de volúmenes de The American Soldier11. Sólo un decenio

14 Éste fue el tema del primer capítulo.


>5 Horowitz, 1968: 270-71.
16 Nicolaus, 1969: 45.
17 Stouffer, 1949.
154 L A P E R S P E C T IV A S O C IO L Ó G IC A

después, empero, dos sociólogos neoconservadores podían escri­


bir: «Hoy día, hablando en sentido amplio, el uso político (dis­
tinto de las aplicaciones meramente técnicas) de la Sociología
está “en la izquierda'’»'8. Y, si una interpretación de la dispari­
dad entre estas dos visiones podría ser que nadie está contento
con lo que tiene, es decir, que tanto el neomarxista Nicolaus co­
mo el neoconservador Berger, bien que más apasionadamente el
primero y más parsimoniosamente el segundo, tendían a enfati­
zar aquello que menos les complacía, lo que no cabe descartar,
otra podría reducirse a que el panorama de la sociología nortea­
mericana había cambiado espectacularmente a lo largo de la dé­
cada de los setenta, como en verdad fue el caso.
En el panorama europeo, por el contrario, nunca o casi nunca
se ha dudado del papel crítico y hasta subversivo de la sociolo­
gía después de la posguerra. La reincorporación del marxismo a
la sociología académica e institucional tuvo lugar mucho antes
que en Norteamérica, con el doble efecto de dotar de una nueva
«respetabilidad» al primero y de un nuevo «radicalismo» a la se­
gunda. Sin llegar ni mucho menos a considerarla una ciencia so­
cialista, como hiciera algún economista ultraliberal1819, los soció­
logos europeos han tendido a subrayar el carácter crítico de la
sociología y, en particular, el reflejo defensivo de los poderes so­
ciales frente a ella. «Nuestras sociedades se resignan de mal ta­
lante a la inevitable existencia de la sociología. Raras veces un
conocimiento ha sido aceptado con tanto desagrado como és­
te»20. De hecho, algunos han visto en la inclinación de la socio­
logía hacia el criticismo una manifestación de sus incertidum­
bres epistemológicas21, pero, sin negar la pertinencia de este
argumento, me parece de más peso el contrario.
«Se comprende que la sociología vea sin cesar contestado el
estatuto de ciencia, y sobre todo, evidentemente, por todos
aquellos que tienen necesidad de las tinieblas del desconoci­
miento para ejercer su comercio simbólico»22. El punto de par-

18 Berger y Kellner, 1981: 177.


'» Hayek, 1988: 72.
2oTouraine, 1974: 11.
21 Boudon, 1971: 11.
22 Bourdieu, 1982: 21.
PROBLEMAS, INTERESES Y VALORES 155

tida más elemental de la sociología, que la sociedad puede ser


estudiada y que no es un producto natural ni técnico ni inamo­
vible, sino un producto humano e histórico, implica*ya una po­
sición crítica frente a ella, en el sentido más genuiiío y amplio
del término: la crítica como «juicio formado sobre una cosa
después de examinarla detenidamente» (María Moliner). Inclu­
so la aceptación y defensa de lo existente se convierte así en su
crítica, porque la mera disposición a someterlo previamente a
ese detenido examen es la negación de su sacralidad, de su pre­
tensión de estar fuera del alcance del conocimiento, la voluntad
y la acción humanas. Buen ejemplo de ello son algunas de las
más altas cumbres del funcionalismo, como la afirmación par-
soniana de que la segregación (sexista) de los roles familiares
evita las tensiones que introduciría en la vida doméstica un
eventual status más elevado de la mujer en la extradoméstica23,
o el argumento de Robert Dreeben según el cual en las escuelas
no se aprende tanto del mensaje como de la organización coti­
diana de la experiencia24: apologías de lo existente a las que se
puede dar la vuelta sin la menor dificultad para convertirlas en
diatribas contra el mismo. En vena conservadora podría decirse
que la diagnosis es parte de la enfermedad25 (en castellano anti­
guo se diría que la sociología incumple el prudente consejo de
no meneallo). «Si a quienes han tomado el partido del orden es­
tablecido, cualquiera que éste sea, no les gusta nada la sociolo­
gía es porque introduce una libertad en relación a la adhesión
primaria que hace que la conformidad misma cobre un aire de
herejía o de ironía»26.
Los regímenes políticos autoritarios y totalitarios, en particu­
lar, han sido siempre poco proclives a la sociología. A mitad de
este siglo, las ciencias sociales eran consideradas en el Japón co­
mo parte de los kikenshisho o pensamientos peligrosos27. La
Unión Soviética, como es sabido, excluyó la sociología de la
Universidad como un ciencia burguesa, y en los demás países

23 Parsons y Bales, 1955.


24 Dreeben, 1968.
23 Berger y Kellner. 1981: 204.
26 Bourdieu, 1982: 54.
27 Wirth, 1954.
156 L A P E R S P E C T IV A S O C IO L Ó G IC A

del Este europeo llevó una vida más bien mortecina bajo el asfi­
xiante manto del materialismo histórico. En España, una tímida
generación de sociólogos se vio diezmada y dispersada por la
guerra civil, de modo que la disciplina desapareció del mapa na­
cional y de la academia por casi dos décadas, si bien luego rea­
pareció bajo el impulso desarrollista de los sesenta. Debe subra­
yarse que esta fa lta de química entre la sociología y las
dictaduras se debe más a la disciplina misma, es decir, a su diná­
mica impersonal, que a sus practicantes, los cuales se distinguen
muy poco en este punto del resto de los mortales. Aparte del
conservadurismo general de buena parte de la sociología clásica
y del funcionalismo, en la noche europea algunos ilustres soció­
logos no dudaron en tomar partido personal por la reacción na­
cionalista y monárquica (Weber) o por el fascismo (Pareto, Mi-
chels), pero, incluso así, -la disciplina no perdió su dimensión
crítica: difícilmente podría considerarse Los partidos políticos
como una argumentación siquiera conservadora, y tanto la teoría
weberiana de la dominación como la paretiana de la circulación
de las elites pueden ser contempladas, respectivamente, como
una crítica de lo que existe y como una legitimación del cambio.
En España, donde algún que otro preboste luego reciclado consi­
guió pasar y medrar por los últimos años del franquismo y hasta
por los sótanos del Valle de los Caídos, como decía el catecismo
Ripalda, sin romperlo ni mancharlo (pero no viceversa), otros
tuvieron que autoexiliarse o sufrieron dificultades políticas y
profesionales casi por el mero hecho de ejercer como sociólo­
gos, pues describir la realidad social, simplemente, podía ya
considerarse y se consideraba como una actividad crítica28.
En todo caso, esta probable y saludable vocación crítica de la
sociología no debería entenderse unilateralmente como una ten­
dencia a la oposición al poder, en singular, ni siquiera a los po­
deres en plural (incluidos los de oposición en una sociedad plu­
ralista), sino como una necesaria actitud distanciada y crítica
frente a cualquier discurso, representación o racionalización in­
teresados, partidistas o apriorísticos de la realidad. «La tarea pri­
mordial de un profesor útil —escribió Weber— es enseñar a sus
alumnos a reconocer los hechos “inconvenientes”, me refiero a

28 Véase Giner y Moreno, 1990.


P R O B L E M A S , IN T E R E S E S Y V A L O R E S 157

los hechos que no son convenientes para las opiniones de su par­


tido»29. Que el grueso de la sociología en un país o en otro, en
tal o en cual época, se incline de un lado u otro de la pólítica, se
manifieste radical o moderada, reformista o conservadora, reac­
cionaria o revolucionaria, difícilmente podrá deducirse de carac­
terística alguna inherente a la disciplina. Para explicarlo habrá
que acudir a las coordenadas concretas del lugar y la época, al
escenario político, al contexto académico y, cómo no, a la histo­
ria concreta de la disciplina, sus individuos y sus grupos. Lo
más verosímil, sin embargo, es que, a menos que lo impida una
irresistible fuerza represiva exterior, en cualquier momento po­
drán encontrarse sociólogos de todos los colores y para todos los
gustos.
Nunca se han roto los puentes que comunican la sociología y
la política. Nada de lo que sorprenderse, puesto que el objeto de
conocimiento de la primera y de intervención de la segunda es el
mismo, la sociedad, pero conviene subrayar que, tras la voluntad
de saber que anima al sociólogo, late a menudo una voluntad de
poder propia del político. «[Ejntre los sociólogos [...] han abun­
dado siempre los políticos frustrados, los Machtmenschen a
quienes las circunstancias o su índole personal han cerrado la
actividad política directa»30. Así como Platón se dedicó a la filo­
sofía cuando se frustró su carrera política, Weber lo hizo a la so­
ciología cuando se truncó la suya. Paradójicamente, Marx se vio
definitivamente arrojado a la política cuando Bruno Bauer fue
privado de su cátedra, lo que cortó de cuajo sus expectativas aca­
démicas. La política actual arroja una alarmante nómina de so­
ciólogos —o, peor aún, profesores de Sociología— en la política
activa: entre ellos, por ejemplo, Abimail Guzmán, el iluminado
dirigente del siniestro grupo peruano «Sendero Luminoso», y
Abasi Madani, líder del oscurantista y sangriento Frente Islámi­
co de Salvación argelino (aunque también los hay menos temi­
bles, como el actual presidente brasileño: Femando Henrique
Cardoso). Esta preocupante inclinación al totalitarismo, sea
maoísta o islámico, quizá tenga que ver con la idea de que se
puede comprender y, por tanto, reorganizar la sociedad, de ma­

29 Weber, 1919: 181.


30 Ramiro Rico, 1950: 181-182.
158 L A P E R S P E C T IV A S O C IO L O G IC A

ñera que puede tomarse como una advertencia contra la ten­


tación de las explicaciones reduccionistas. De hecho, ésta es
la advertencia que lanzó Popper contra el historicismo y, con
independencia de otros aspectos de su teoría, no debería caer en
saco roto.
Sin embargo, no todo problema social es necesariamente un
problema sociológico31. No sólo porque, como ya planteamos en
su momento, un mismo aspecto o «problema» de la realidad
puede ser abordado desde distintas disciplinas y constituirse así,
diversamente, en problema «sociológico», «económico», «histo-
riográfico», etc., sino también porque, en todo caso y con carác­
ter previo, ha de ser declarado como problema, como objeto de
estudio, probablemente por alguien más que quien(es) lo
sufre(n). Mills expresaba esta cuestión al distinguir entre los
problemas o dificultades personales (personal troubles) y los te­
mas o asuntos públicos (public issues), distinción que coincide
enteramente, creo, con la propuesta entre problemas sociales
(ahora en el sentido más amplio, que incluye desde el sistema
social en su conjunto hasta la vida cotidiana, pasando natural­
mente por los problemas sociales de alcance medio) y proble­
mas sociológicos. «Los problemas —escribe Mills— tienen lu­
gar en el interior de la personalidad individual o en el ámbito de
sus relaciones inmediatas con los demás. [...] Los temas tienen
que ver con asuntos que trascienden esos entornos locales del in-
' dividuo y del ámbito restringido de su vida. Tienen que ver con
la organización de muchos medios semejantes en las institucio­
nes de una sociedad histórica como un todo [.,.]»32. La capaci­
dad de distinguir, de entre los problemas personales que tienen
por escenario el entorno inmediato del individuo, aquellos que
corresponden a temas relevantes de la estructura social es lo que
Mills llamaba imaginación sociológica. En cualquier caso, el
problema social debe preceder al problema sociológico: «toda
formulación de un problema resulta posible sólo si existe una
experiencia humana real, previa, que implique semejante proble­
ma»33.Se ha dicho y escrito hasta la saciedad que el sociólogo,

31 Nisbet, 1966: 16.


32 Mills, 1959: 14-15.
33 Mannheim, 1936: 346.
P R O B L E M A S , IN T E R E S E S Y V A L O R E S 159
V

quiéralo o no, se ve influido por sus valores, opiniones, prefe­


rencias, etc., en el desarrollo de su labor investigadora. «Los va­
lores —decía Mills— están implicados en la selección de los
problemas que estudiamos, están envueltos en algunas de los
conceptos clave que utilizamos en su formulación y afectan al
proceso de su solución»34. Resultaría difícil atribuir la misma re­
levancia al análisis de las motivaciones del consumo de los ta-
magochi y otras mascotas virtuales que al estudio de las condi­
ciones de vida de los inm igrantes, y se puede estudiar el
mercado de trabajo, una vez que se proclama como un proble­
ma, tanto si esto sucede a partir de la preocupación de los em­
pleadores por disponer de mecanismos más flexibles de contra­
tación, m ovilidad y despido de los trabajadores ante la
imprevisibilidad del mercado como si lo hace debido a la ansie­
dad de éstos por escapar a las condiciones de precariedad de los
contratos temporales, por obra, irregulares o simplemente ine­
xistentes. Es en la elección de los temas de investigación, sin lu­
gar a dudas, donde tienen su más legítimo campo de vigencia,
dentro de la actividad científica, los valores. Si se aborda tal o
cual problema social para convertirlo en problema sociológico
es porque alguien, tal vez el sociólogo o más probablemente un
grupo social, ha llegado a considerarlo previamente como tal:
como un problema social. «Por consiguiente, la mera aceptación
de un problema científico coincide íntimamente con una orienta­
ción determinada de la voluntad de los seres vivientes»35. En de­
finitiva, se acepta como tal porque afecta a valores individuales
(del sociólogo) y/o sociales (de un grupo de entidad suficiente
para hacer sentir su demanda al sociólogo). Un buen ejemplo del
retardo que suelen llevar los problemas sociológicos respecto de
los problemas sociales y de la forma en que se ven afectados por
los valores sociales puede encontrarse en el caso del estudio de
las desigualdades de clase, de género, étnicas y generacionales.
La desigualdad es un viejo tema, pero inicialmente se redujo a la
desigualdad de clases, es decir, a la desigualdad entre los varo­
nes de la etnia dominante y adultos de edad media. Podría aña­
dirse, además, que las clases sociales son un problema y un tema

« Mills, 1959: 89.


35 Weber, 1904: 126.
160 L A P E R S P E C T IV A S O C IO L Ó G IC A

eminentemente europeo que no ha tenido jamás una relevancia


equiparable en la sociología norteamericana. Los países recepto­
res de inmigración, particularmente los Estados Unidos, desarro­
llaron pronto una sensibilidad hacia las desigualdades étnicas
que tardaría mucho más en surgir en Europa. Las diferencias de
oportunidades entre hombres y mujeres eran diferencias obvias,
pero no fueron consideradas por la mayoría (de la población y
de los científicos sociales) como un problema porque se suponí­
an parte de una división más o menos natural del trabajo, hasta
que el movimiento feminista logró incluirlas en la agenda políti­
ca y académica. Las desigualdades generacionales sólo reciente­
mente han comenzado a ser objeto de estudio, cuando el paro ju­
venil masivo de principios de los setenta y la posterior presión
sobre los trabajadores de mayor edad para que abandonasen el
mercado de trabajo hizo que los estudiosos empezaran a ver la
edad como algo más que una variable pasiva. En cada caso hizo
falta no sólo que existiera o surgiera, por así decirlo, una reali­
dad objetiva, sino asimismo que fuera percibida como problemá­
tica por la sociedad o una parte de ella y que fuese declarada
digna de interés por la comunidad científica o por algún sector
de ésta. «Cada cual ve lo que lleva en su corazón»36.
Puede suceder y a menudo sucede, por cierto, que un mismo
problema sociológico surja a partir de dos o más conjuntos de
valores distintos. Así, por ejemplo, se pueden estudiar los acci­
dentes laborales porque preocupa la vida humana, porque inte­
rrumpen la producción, porque tienen elevados costes económi­
cos, por curiosidad ante un fenómeno social paradigmático
(como la que llevó a Durkheim a estudiar al suicidio) o por cual­
quier combinación posible de esos y otros motivos, todos los
cuales entrañan valores. La cuestión es que en esta confluencia,
casi siempre presente, reside la posibilidad de doble uso del co­
nocimiento sociológico. Es más que probable que los potencia­
les patrocinadores de una investigación que no sería posible de
otro modo tengan en ella un interés distinto al que tiene el inves­
tigador y al que mueve a otros grupos afectados. Una investiga­
ción, pongamos por caso, sobre las condiciones de vida en un
barrio puede ser encargada por una autoridad local que busca re-

36 Weber. 1904: 184.


PROBLEMAS, INTERESES Y VALORES 161
V

forzar su clientela electoral pero aprovechada también, directa-


• mente, por unos vecinos que logran así un mejor conocimiento
de su situación colectiva e, indirectamente, por un profesor uni­
versitario al que preocupa fundamentalmente su car/era acadé­
mica. En la práctica, no obstante, casi nadie se encuentra cómo­
do defendiendo lisa y llanamente sus intereses egoístas, de-
manera que lo más probable es que el procer local se presente
como el adalid de los derechos de los vecinos, que éstos se con­
venzan e intenten convencer a los demás de que su situación es
la de mayor necesidad e injusticia (más que la del barrio de al
lado o que la de otros posibles grupos sociales no territoriales) y
que el investigador crea que actúa por bien de la comunidad o de
la ciencia: sin estas racionalizaciones, la vida sería más difícil.
Lo que importa, no obstante, es que distintos intereses y valores
pueden ser satisfechos por una misma actividad, en este caso por
una misma investigación, por la elección de un mismo problema
sociológico, aunque no todos los implicados lo serán por igual y
otros muchos quedarán por entero fuera de juego. Los investiga­
dores aprenden pronto a buscar un compromiso entre lo que creen
que deben hacer (tal vez ayudar a los vecinos a lograr una vida
mejor), lo que ellos mismos necesitan hacer (mejorar su hoja de
servicios) y lo que quienes tienen los imprescindibles recursos
quieren que hagan (legitimar una política ya decidida, posible­
mente). Pero, para que este compromiso sea aceptable para las
partes, son necesarias dos condiciones: la publicidad (la disponi­
bilidad para todos los afectados, en un sentido más limitado) y la
libertad de la investigación.
La libertad de la investigación tiene aquí un sentido más am­
plio que el de por sí evidente. Se trata, por supuesto, de que los
intereses o los valores del patrocinador o de los afectados, cua­
lesquiera que sean uno y otros, no se impongan al trabajo del in­
vestigador, pero también de que no se impongan los intereses y
valores propios de éste. En otras palabras, se trata de la neutrali­
dad axiológica o de la suspensión de los valores durante el pro­
ceso de investigación. Marx, como es sabido, consideraba que
cualquier manifestación del pensamiento social, empezando por
el propio, podía ser atribuida a unos intereses de clase, por lo
que el problema se transformaba para él en otro: tomar partido
por la clase adecuada. Mannheim no llevó más lejos la imputa­
ción de intereses pero negó que unos intereses fueran mejores
162 L A P E R S P E C T IV A S O C IO L O G IC A

que otros, y para salir del círculo vicioso atribuyó a la intelec­


tualidad una condición casi extraterrena, por encima del bien y
del mal. Weber propuso una suspensión de los valores que puede
considerarse un objetivo difícil, ciclópeo o prácticamente impo­
sible, pero que es la única vía verosímil de salida. «El punto de­
cisivo es reconocer las implicaciones de valores que suponen la
elección misma y la definición del problema, y que la elección
estará en parte determinada por la posición del intelectual en la
estructura social»37. Sería magnífico poder aproximarse al obje­
to de estudio con la certidumbre de que nuestros valores no in­
terferirán el trabajo de investigación o con la reconfortante con­
vicción de que no sólo no hay que evitar que lo hagan sino que,
gracias a que lo hacen, reconciliamos, por fin, conocimiento y
moral, ciencia y política. Pero, si reconocemos que los proble­
mas elegidos afectan y se ven afectados por nuestros intereses y
creencias habremos andado, al menos, la primera parte del cami­
no. Si no nos reconocemos como parte del problema, difícilmen­
te podremos ser parte de la solución, siquiera sea de la solución
teórica.

37 Merton, 1957: 223.


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