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LA CAJAMARCA QUE YO AMO

Jorge Pereyra Terrones


Cajamarca
(1952-2022)

El esmeraldino Valle de Cajamarca y el Valle Sagrado del Cusco,


rivalizan en belleza, colorido y singularidad. Uno es caxamalca, el otro
inca. Nosotros somos Hijos del Agua, ellos son Hijos del Sol.

Pero el valle cajamarquino no tiene parangón cuando, desde la


carretera que deja atrás el abra de El Gavilán, aparece súbitamente
desde lo alto la más verde y hermosa planicie que ojos humanos
puedan contemplar. Y, a decir del obispo Andrés García de Zurita,
cuando divisó por primera vez en 1651 el ubérrimo valle
cajamarquino, en una carta enviada al Rey de España, Felipe IV: “Al
llegar a este pueblo [de Cajamarca] descubrí desde un alto la
población mas vistosa que e visto en el Perú, donde e visto muchas
[...] Es un parayso todo él, y por eso lo eligio el inga Atabalipa para su
corte donde esta su palacio real”...

Es una verde belleza horizontal que empalaga nuestra visión. Y su


extendida hermosura simula ser el verde telar en el que duerme,
envuelta en sus glaucos tocuyos, la más hermosa doncella del harén
de un celoso curaca caxamalca.

Parece que llegáramos en avión al divisar desde la altura el


maravilloso espectáculo de sus verdosos parajes, de su cielo azul
cobalto y de sus blanquísimas nubes que engordan el aire y pasan
lentas como si fueran un disciplinado rebaño de ovejas.

Lo que destaca es la perfección de sus cultivos, el dulce olor del capulí,


la acaramelada resina del eucalipto, la tierra húmeda y olfativa, el
bucólico mugido de las vacas, la luz intensa y juguetona del sol, el
alegre color de las retamas y, sobretodo, la nirvánica quietud que nos
infunde el manso paisaje.

Pero la ciudad es otra cosa. A pesar de su pasado y antigüedad


coloniales, y de su descomunal herencia monumental, sus viejas
iglesias, casonas de empedrados patios y fuentes de cantería en las
que canta jubilosa el agua, portones de piedra y estrechas callejas por
las que pasean decrépitos y noctámbulos fantasmas pizarristas que
hacen chirriar sus vetustas armaduras, la ciudad no puede competir
con la verde y extendida belleza del campo.

Por eso hay que salir fuera de ella, llegar un poco más lejos, perderse
entre sus sombreados y arbolados senderos, y escuchar el tierno
canto de las pencas cuando enamoran a los altivos eucaliptos.

Cajamarca, te amo. ¡Cómo quisiera conocer el melifluo idioma del


Culle para cantar eternamente tu grandeza! O, como el filósofo griego
Demócrito, quizás algún día me arranque los ojos para almacenar en
mi memoria tus más bellas imágenes y paisajes. Pues el recuerdo,
parafraseando a Nietzsche, es el único Paraíso del cual no pueden
expulsarnos.

LOS BAÑOS DEL INCA

En un extremo del valle, y muy cerca de la ciudad, como una sensual


odalisca adormilada que entre amplios cojines nos sonríe y llama,
están los Baños del Inca. Es un bello paraje considerado el paisaje
preferido del relámpago, aroma de penca enamorada, y Primera
Maravilla Natural del Perú.
Es un conglomerado de puquios u ojos de aguas termales que curan,
así dicen, todos los males. También es un lugar donde el agua, fría o
caliente, es sagrada y se le rinde pleitesía. Y, aquellas personas que
están hastiadas de existir, renuevan su fe en la vida después de tomar
un baño relajante en sus aguas calientes que brotan de las entrañas
de la Madre Tierra.

Los Perolitos, con su eterno y etéreo ropaje de vapores sulfurosos,


son una cocina natural donde cualquiera puede cocinar un huevo en
tres minutos porque allí el agua tiene más de 70 grados centígrados.
Y juran que aquel osado que pretenda bañarse en las burbujeantes
aguas de este lugar quedará automáticamente condenado a la
esterilidad.

Este fue el lugar que Atahualpa escogió para descansar de la guerra y


las intrigas políticas palaciegas. Venía siempre a tomar sus baños
calientes y atemperados aquí y le puso por nombre Pultumarca. Por
eso cuentan que su fantasma todavía se baña desnudo en estas
termas rodeado de sus ñustas y ninfas.

JESÚS, EL MACONDO CAJAMARQUINO

Luego del baño reparador, a una hora de Cajamarca, otro de los


lugares cercanos, reposados y bellos es Jesús. Tiene una límpida plaza
central y, un poco más allá, empiezan los senderos que nos llevan a
otro mundo, a una dimensión donde el tiempo no cuenta.

Hay un molino artesanal, muy antiguo, que aún funciona, escondido


en una cabaña de barro y tejas. Un brazo del río, que riega las
parcelas, proporciona la energía suficiente para mover la pesada
piedra redonda que pulveriza los granos hasta convertirlos en harina.
El verde de los sembríos, el amarillo de las retamas y el rojo de los
molles frondosos, colman de juguetones matices cada rincón y
proponen una sinfonía de placeres y emociones. Allí uno se encuentra
también con aguas termales a flor de tierra, aguas calientes que
discurren por el campo. Los niños disfrutan su ingenua desnudez en
las acequias, tibias, limpias y refulgentes. Y, toda la alegría auroral de
sus vidas, explota como los deslumbrantes artificios que la pirotecnia
nos muestra en las ferias pueblerinas. Quien ha visto esto, sabe por
lo mismo que la felicidad es sólo un estado de ánimo.

Y así como Jesús, están Llacanora y la hacienda La Colpa, donde las


vacas tienen nombre de mujer y acuden enamoradas cuando el
caporal las llama por su apelativo para ser ordeñadas.

Otro lugar entrañable es, sin lugar a dudas, la granja de Porcón, un


notable ejemplo de gestión solidaria y un gran espacio arbolado para
reencontrarnos con la Pacha Mama. Allí, el porconero, le ganó a la
naturaleza y se excedió embelleciendo su paisaje con la reforestación
de sus bosques de pinos que semejan masivas asambleas forestales.

Finalmente, toda la belleza de Cajamarca sólo puede ser entendida


según cierto relato bíblico (contenido en unos pergaminos del Mar
Muerto que aún no han sido encontrados) en el que está escrito que,
después de crear el mundo, Dios tomó nuestro planeta entre sus
manos y le dio un beso precisamente en el lugar donde estaba el valle
de Cajamarca.

El valle de Cajamarca, pues, es mucho más sagrado que el Valle


Sagrado del Cusco

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