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LA MUERTE QUE TODOS ALGÚN DÍA ENFRENTAMOS

Este año nos ha traído una serie de dificultades; unas que nos ayudan a mejorar, otras que nos hacen
tropezar; pero siempre nos levantamos y seguimos a delante, aunque en ocasiones es difícil afrontarlas;
como lo puede ser la muerte de un ser querido. Y aun cuando en el colegio nos enseñan que el ciclo de la
vida es nacer, vivir y morir esa última etapa no es fácil de digerir. La palabra muerte la conocemos y
probablemente la entendemos, pero jamás podremos asimilarla, ni mucho menos estamos preparados para
afrontarla.

Podemos vivir esto en algún momento de nuestra vida, ya sea por medio de los lazos familiares; un
pariente lejano, o bien porque tratamos con esa persona en vida y creamos un vínculo de amistad, las
razones son diversas. Y les compartiré unas de esas tantas experiencias de perder a alguien cercano. Antes
de continuar es importante aclarar que no tuve la oportunidad de tratar con esta persona, pero sé que hubo
muchas personas las cuales sí pudieron y que crearon un vínculo muy especial y fuerte con esta persona.

Pablo Germán Acosta, aunque más conocido como Pablito, se desempeñaba como docente del área de
Educación Física en la Jornada Tarde de la institución educativa José Francisco Socarrás, en la que
llevaba más de 10 años. Quienes eran cercanas a él lo destacaban por su personalidad responsable,
amorosa, respetuosa, positiva, amable, alegre, por ser un buen docente, con buena actitud, comunicativo;
siempre contaba anécdotas que vivía en la institución; muy interesantes, aunque era reservado con su vida
privada. Se aprendió mucho de él, pues enseñaba lo importante de apreciar la vida; decía que la vida es un
regalo que Dios nos dio, y debíamos agradecer por cada día más de vida, y por los que nos rodean, y
saber que la responsabilidad era una clave para poder sobresalir. Siempre reflejo su perseverancia en la
participación de los Juegos Panamericanos de Atletismo en Brasil; en la que demostró su esfuerzo,
dedicación y amor a su trabajo.

Meses antes de la lamentable situación, él no se encontraba muy bien, pues estaba enfermo de cáncer, sí,
esa enfermedad silenciosa que cuando llega hace ruido y estragos, más que cualquier otra. A pesar de eso,
él siempre aparentaba estar bien para así no preocupar a los demás, pero tanto como sus alumnos y
compañeros de trabajo se daban cuenta del esfuerzo que hacía, y aunque le decían que debía descansar y
preocuparse por su salud, él siempre respondía que quería continuar con su labor, pues la institución, y
todos los que pertenecen a ella, eran su familia, su única familia.

Ahora, enterarse de que la persona a la que le tienes un inmenso aprecio, la cual compartiste muchos
momentos de alegría, tristeza, que fueron como “la uña y el mugre” y crearon un vínculo muy fuerte; sea
cual sea, ya no está, y que no podrás volver a ver, que ya no volverán a compartir esos momentos
memorables. Es difícil poder describir el sentimiento que eso te ocasiona, pero podemos imaginarlo, en
ocasiones ya lo sabemos y lo comprendemos; porque lo hemos experimentado, pero eso no quiere decir
que haberlo vivido una vez, no duela una segunda, tercera o las veces que sea. Por eso es posible
imaginarnos por el sufrimiento que pasaron los alumnos y compañeros de trabajo de Pablito al enterarse
qué un maestro tan querido como él ya no estuviera más con nosotros, que lo apreciaban y valoraban, y
esto fue reflejado en su homenaje que se hizo en la Plazoleta de la institución, donde muchos mostraron
su inmenso dolor y lágrimas; algunos recordaban una frase muy marcada en ellos del profesor: “Cuando
ya no los pueda seguir acompañando, recuérdenme con una sonrisa y no sufran porque yo me iré feliz
sabiendo que pude apoyarlos y compartir con ustedes” y otros, aunque no lo conocían mostraban su
respeto hacía el docente.

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